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Libro Tsunuum Historias Del Colibri INPI

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Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas

Lic. Adelfo Regino Montes


Director General del Instituto Nacional
de los Pueblos Indígenas

Mtra. Bertha Dimas Huacuz


Coordinadora General de
Patrimonio Cultural y Educación Indígena

Itzel Maritza García Licona


Directora de Comunicación Social
Ts’unu’um.
Historias del colibrí

Mayra Lisset Morales Martínez

Ilustraciones
Paola Lizbeth López Arias

Corrección de estilo
Victoria Cea

Diseño editorial
Paola Lizbeth López Arias

Coordinación
Norberto Zamora Pérez

México, 2022
01 20
El
PRÓLOGO GENERAL
04
Amarillo
POLLO
44
Lluvia de
ESTRELLAS
32
Fuera de
ÓRBITA

55
Sueños de
LIBERTAD

Ìndice
PRÓLOGO

Hace mucho tiempo cuando los dioses crearon a todos los ani-
males, decidieron darle a cada uno una función muy especial;
tomaron barro y maíz y con ellos formaron a los que hoy cono-
cemos. Los poderosos jaguares, los quetzales con sus plumas
de vivos colores, el búho guía al mundo de los muertos, la ser-
piente sabia, los fieles xoloitzcuintles, entre muchos otros.

Al terminar sus creaciones, los dioses notaron que no habían


formado a ningún animal que se encargara de comunicar las

1
peticiones, los deseos y los mensajes, y al no contar con más
que barro y maíz para moldearlo; tomaron una pequeña piedra
de jade a la que le dieron forma de flecha y por último, soplaron
en ella para darle aliento de vida.

Inmediatamente la pequeña flecha comenzó a girar rápida-


mente, convirtiéndose en un bello pajarito con plumas hermo-
sas; en ellas se reflejaban todos los colores del arcoíris. Ligero y
grácil, con su alargado pico, se podía acercar a todas las flores
sin mover un solo pétalo y con sus fugaces alas, el tierno animal
podía volar a cualquier lugar en poco tiempo. Los dioses com-
placidos por su creación le nombraron ts’unu’um en su lengua
de origen, el maya, huitzilli en náhuatl, aunque actualmente
nosotros lo conocemos como colibrí.

Al ver lo mucho que ansiaban los hombres adornarse con su


exquisito plumaje, los dioses les advirtieron sobre el severo cas-
tigo que recibirían si alguien se atrevía a capturarlo.

2
Fue así como el colibrí, desde tiempos antiguos, se convirtió en
el emisario encargado de transmitir los mensajes a los dioses;
es por eso que cuando uno de ellos aparece repentinamente,
significa que transporta los pensamientos y las emociones de
alguien muy especial.

A continuación, serás testigo de cinco historias en las que el co-


librí ayudó a los seres humanos con su mágico don, te acon-
sejamos que estés muy atento porque la próxima aventura
podría sucederte a ti.

3
01
Amarillo
POLLO
Yo tenía ocho años y mi hermano once cuando nos regalaron
un pollito en el tianguis. La mayoría estaban pintados de colo-
res alegres pero yo me enamoré del único que aún conserva-
ba su color amarillo. Al llegar a casa me encontraba muy feliz y
jugué con el pollito toda la tarde; a la mañana siguiente estaba
muerto. Mi hermano dijo que yo era tan fastidiosa que todos se
cansaban de mi muy pronto, tal vez tenía razón, y por eso un
año después mis padres se divorciaron. Tomás, mi hermano, se

5
Amarillo pollo

fue con nuestro padre y yo me quede con mamá. Casi ensegui-


da tuvo que trabajar a causa del divorcio por lo que permane-
cía poco tiempo en casa.

Por muchos años el único contacto que tuve con mi papá fue
mediante las tarjetas de cumpleaños que siempre me enviaba.
Al principio sus mensajes eran personales y emotivos, me de-
cía que me extrañaba y que nos veríamos pronto; sin embargo,
con el paso del tiempo las tarjetas empezaron a llegar con sim-
ples frases frías, esas que se le dirían a cualquier persona por
su cumpleaños, no a una hija. Tomás nunca me escribió ni me
llamó por teléfono; todo lo que sabía de él era a través de las
redes sociales. Yo aprovechaba cualquier pretexto para man-
darle mensajes, reaccionaba con corazones a sus fotos e histo-
rias; él casi nunca me contestaba. Yo entendía que llevaba una
vida ocupada, siempre había sido el más estudioso de los dos,
pero después del divorcio, su vida se concretó exclusivamente

7
Amarillo pollo

en eso. No tenía tiempo para una hermana menor que lo extra-


ñaba, así que igual que mi padre, me limité a felicitarlo en oca-
siones especiales: cumpleaños, navidades y años nuevos.

Años después y a punto de entrar a la universidad, decidí que


era momento de independizarme. Mi mamá había vuelto a ca-
sarse hace poco, por lo que ella estaba de acuerdo en que le
diera un poco de espacio para disfrutar de su nueva vida. Me
mudé a un pequeño departamento que se encontraba muy
cerca de la universidad a la que había decidido asistir para es-
tudiar gastronomía.

Sabía que Tomás vivía a unas cuantas cuadras de mi departa-


mento con algunos amigos suyos. Se encontraba estudiando
medicina mas no sabía si era correcto ir a verlo. Teníamos nue-
ve años lejos, sin vernos; yo tenía la impresión de que él pare-
cía estar bien con ese hecho, pero yo no. Mi hermano podía ser

8
Amarillo pollo

el más insoportable y grosero, no obstante, seguía siendo par-


te de mi familia. Nos habíamos llevado bien por algún tiempo,
aunque irremediablemente los conflictos de nuestros padres
nos afectaron.

Todos los miércoles pasaba la tarde leyendo en un parque cer-


cano a su casa. Como no tenía el valor de buscarlo directamente,
al menos podía optar por un encuentro casual, aunque la suer-
te no siempre estaba de mi lado. Después de varias semanas
un buen día lo vi de lejos; era increíble cómo había cambiado.
Verlo en fotos era muy diferente a tenerlo de frente. Evidente-
mente había crecido, pero no lo suficiente como para sobrepa-
sarme, incluso podríamos medir lo mismo. Ahora usaba lentes,
imaginé que se los quitaba al momento de tomarse fotos, su
cabello se había puesto un poco más oscuro y se notaba su au-
mento de peso. Él, por unos segundos volteó hacia mi dirección
pero pasó sin verme. ¿En qué estaba pensando, por qué perdía

9
Amarillo pollo

horas de mi vida en ese parque esperando a que mi presencia


significara algo para él si yo no le importaba en lo más mínimo?
Tomé mi libro y me fui decidida a no volver.

Determiné ser como él y a concentrarme por completo en mis


asuntos. Lo intentaba, aunque de vez en cuando los recuerdos
de nuestra infancia se agolpaban en mi mente. He preferido re-
cordar los buenos momentos por encima de los malos pese a
que siempre que cocino pollo, recuerdo sus hirientes palabras.
¿Algún día llegará alguien que no se fastidié de mí?

Si yo no podía olvidarme de él, ¿por qué él sí de mí? Tal vez era


momento de empezar a torturarlo un poco así que cada vez
que en clase cocinábamos pollo, me aseguraba de empaque-
tarlo muy bien y de llevarlo, por la tarde, a su casa. A veces aña-
día frases que sólo él podía entender ya que siempre repetía el
mismo platillo. En uno de esos días a punto de retirarme, abrió

11
Amarillo pollo

la puerta y pude contemplarlo en su totalidad después de tan-


to tiempo. Me invitó a pasar para mi sorpresa, no sabía si darle
un beso, un abrazo o si con un simple “hola” bastaría. Al verlo
comprendí que él tenía la misma inquietud que yo, así que op-
tamos por darnos un abrazo rápido y un beso un tanto incómo-
do. Me ofreció un poco de agua y limpió el desorden detrás de
sí para que pudiera sentarme; reconozco que se trataba de un
momento patético, ¿cómo habíamos llegado al punto de no
conocernos? Mi visita fue muy breve por el bien de ambos, me
felicitó por lo bien que cocinaba, intercambiamos números te-
lefónicos y con bastante prisa salí de ahí.

Un par de horas después escribió para preguntar si había llega-


do bien y para ratificar su felicitación por el pollo. Después de
ese día empezamos a mensajearnos con regularidad; al inicio
era extraño porque nos saludábamos sin ánimo, incluso algu-
nas veces coincidimos en desearnos las buenas noches. Reco-

12
Amarillo pollo

nozco que era buen inicio. Continué llevándole comida, ahora


no solamente pollo y las veces que él se encontraba en casa, to-
mábamos café. Nuestros tiempos no siempre eran los mismos
dado que él estaba a punto de iniciar su residencia y yo me en-
contraba lista para comenzar a trabajar; mi prioridad era ya no
depender del dinero de mamá.

En mi primer día de trabajo, apareció Tomás junto a sus ami-


gos en el restaurante, me presentó como su hermana y eso me
emocionó muchísimo. Poco a poco habíamos logrado retomar
nuestra relación, algunos días después, en mi cumpleaños, To-
más pidió pasarlo conmigo, aunque dijo que tenía que trabajar;
sin embargo, se apareció en mi departamento a muy tempra-
na hora para llevarme un regalo. A simple vista pude notar que
se trataba de un objeto frágil pues lo llevaba entre sus manos
con mucho cuidado. Cuando al fin pude abrirlo, me sorprendí.
Se trataba de una pecera que contenía dos hermosos peces,
uno amarillo y el otro azul.

13
Amarillo pollo

Me sugirió que tal vez el amarillo podría llamarse -pollo-, des-


pués de una larga explicación que profundizaba en la existen-
cia breve de los pollos del tianguis. Supongo que se trataba de
un tipo, muy a su estilo, de disculpa. Antes de irse le pregunté
por su animal favorito; quería nombrar al otro pez de esa ma-
nera. Así que la sorpresa, junto al abrazo de mi hermano más
dos peces: pollo y colibrí, se convirtieron en el mejor regalo de
cumpleaños.

Tiempo después comenzó la residencia de Tomás en un hos-


pital cercano, por lo que ya no podíamos frecuentarnos como
antes, así que hablábamos por teléfono casi todos los días. Fue
de este modo que me enteré, poco antes de que lo difundieran
las noticias, que cierta enfermedad con origen en China, había
llegado a México, y que los contagios empezaban a incremen-
tarse rápidamente. Unos días después se anunció que entra-
ríamos en cuarentena por lo que tuve que empezar a tomar

15
Amarillo pollo

clases en línea. Tomás me prohibió que continuara llevándole


comida, y en general, vernos, no quería ponerme en riesgo.

Me sentía muy sola, estaba acostumbrada a mi ritmo de vida, a


trabajar y a estar en clases con mis amigos. En mi departamen-
to mis únicas compañías eran pollo y colibrí.

Tomás pasó su cumpleaños trabajando, sus mensajes eran cada


vez menos frecuentes, los contagios estaban a tope; me preo-
cupaba que se enfermara y me molestaba al ver a la gente salir
de sus hogares por cosas innecesarias, como si todo estuviera
bajo control.

Todas las tardes me sentaba en la terraza con pollo y colibrí, me


gustaba poder apreciar la puesta de sol. Un día, alguno de los
amigos de mi hermano, me avisó que, al no sentirse bien, To-
más se había realizado la prueba y era positivo, tenía Covid y se

16
Amarillo pollo

encontraba grave. No podía visitarlo, no tenía forma de comu-


nicarme con él, no podía hacer nada. Los siguientes días fueron
los más difíciles ya que no dejaba de revisar mi celular con la
esperanza de que su amigo me escribiera para comunicarme
que ya se encontraba mejor. No quería cocinar, ni tomar clases,
ni siquiera podía comer. Me la pasaba todo el día en el balcón
viendo hacia la dirección de su casa, quería correr a buscarlo,
pero él no estaba ahí.

Tomás era muy inteligente, recuerdo que conocía datos intere-


santes, por ejemplo, además de gustarle el colibrí por sus co-
lores y por su belleza singular, era su animal favorito gracias
a una antigua leyenda indígena. Aquel día tenía prisa que no
pudo contármela con exactitud, y como nunca más volvimos
a tocar ese tema decidí buscarla. Después de leerla cerré mis
ojos, anhelaba con todo mi corazón poder comunicarme con
él. Cuando los abrí, no podía creer que un colibrí estuviera vo-

17
Amarillo pollo

lando alrededor de mis plantas. Rápidamente se dirigió hacia


la casa de Tomás y fue en ese momento que mi celular sonó.
Mi hermano progresaba, lo cual significaba que no era nece-
sario entubarlo. Tal vez se trataba de una bonita coincidencia;
en primavera se pueden apreciar a muchos colibríes por los al-
rededores, pero el mensaje más la recuperación de Tomás, me
parecían dos sucesos increíbles. ¿Podía existir algo mejor? No
lo creo.

18
02
El
GENERAL
Haber conocido a Mauro Martínez fue lo mejor que pudo pa-
sarme en la vida. Encontrar a alguien como él es difícil, pero
conocerlo durante el episodio más terrible que tuvo el país fue
extraordinario. Por años hemos soportando al tirano de Díaz y
la gente ya está fastidiada; he escuchado como nuestros pre-
decesores lograron la independencia de nuestro país, y aunque
ya no llevamos el nombre que nos pusieron los conquistadores,
la patria está muy lejos de ser libre, justa y equitativa. Se trata

21
El general

de la misma maldición de siempre: aunque México prospere


en diferentes aspectos, la gente trabajadora es la que menos
recibe.

A Mauro lo conocí una mañana de sábado en la cantina La Ópe-


ra; con frecuencia nos reuníamos ahí, no sólo a beber sino tam-
bién a hablar sobre las diferentes estrategias y planes para la
revolución. Él se encontraba sentado en una esquina, reunido
con 3 hombres más, era delgado y alto, de rostro moreno y con
el cabello ligeramente rizado, no podía tener más de diecisiete
años. Me intrigó desde el primer momento que lo vi, eso no me
pasaba con frecuencia.

Reunidos éramos muchos los que continuábamos luchando:


agricultores, ganaderos, mineros, etc. Hombres, mujeres y la
mayoría de los trabajadores estaban hartos de la situación, prin-
cipalmente los hombres que con frecuencia se quejaban de la

22
El general

miseria, de la falta de trabajo y de dinero. Yo misma me encon-


traba también cansada de muchas situaciones similares.

Empecé a trabajar con Mauro meses después de nuestro pri-


mer encuentro, ahí me enteré de que aún no cumplía ni los
dieciséis años; sin embargo, empezaron a molestarme algunas
de sus actitudes. Él siempre se veía feliz, era amable con todos,
parecía más como si se encontrara en medio de un pacífico día
de campo que de una guerra. Opté por asignarle los trabajos
más arriesgados y peligrosos; no quería que muriera, pero era
necesario endurecerlo un poco. Muy pronto me di cuenta de
que, pese a su edad, portaba una apariencia un poco aniñada
producto de sus actitudes amables; no obstante, era un exce-
lente soldado y sus estrategias eran certeras, inteligentes y au-
daces.

—Yo no le agrado, ¿verdad? —Me dijo una noche mientras se


sentaba a mi lado.

24
El general

Nunca había hablado con él más de lo necesario. Siempre he


sido una persona poco sociable, por las noches la mayoría de
los soldados y soldaderas se reunían alrededor de varias foga-
tas; tocan la guitarra, cantan y toman. Yo prefería la soledad,
sumergirme en mis pensamientos acompañada solamente de
la oscuridad.

—¿Por qué lo dice Martínez?

—Si me permite decirlo mi generala —Mauro esperó a que yo


le diera una señal de que podía continuar. —Creo que a usted
no le agrada nadie, siempre está apartada de todos.

—Estamos en una guerra, Mauro, no venimos a hacer amigos


sino a luchar.

25
El general

Meses después él seguía con vida y aunque ya habíamos perdi-


do a muchos soldados, continuábamos moviéndonos constan-
temente por tren algunas veces, y otras, a pie.

Cuando nos acercábamos al norte, decidí convertir a Mauro en


mi mano derecha; los demás soldados empezaron a nombrar-
lo burlonamente “El general”, ya que por las tropas circulaban
rumores de que ambos manteníamos un fuerte amorío. No me
desgasté dando explicaciones porque en primer lugar no tenía
por qué darlas y en segunda, estaba segura de que esas habla-
durías eran producto de los celos que despertaba Mauro, dado
que había sobrevivido a muchas batallas, era inteligente y tam-
bién un buen soldado.

Empecé a compartir mucho tiempo con él, se tomó muy en se-


rio su nuevo cargo, se volvió mi sombra y siempre estaba con-
migo tratando de protegerme. Durante el día, la mayoría de las

26
El general

veces, permanecía callado, opinaba sólo cuando yo preguntaba


por algo; por las noches, hablaba todo el tiempo de su niñez, de
sus padres, de sus sueños y de sus inquietudes. Nunca se refe-
ría sobre el presente y respetaba siempre mi silencio; sé que en
el fondo, aunque aparentaba no escuchar, sí lo hacía.

Llegamos a Zacatecas en junio, lo primordial era conocer el te-


rreno, y como siempre Mauro me acompañó junto con cinco
hombres más. Pasamos la noche al lado del cerro de la Bufa;
me acosté esperando que Mauro empezara a hablar, pero per-
manecía en silencio, sentado en cuclillas viendo el cielo.

—¿No dirá nada hoy?

—Siento que le he contado todo lo que tengo que contar —Se


acostó a mi lado y añadió —Ahora es su turno.

28
El general

Le confié sobre mi madre y mis hermanos, de cómo trabajába-


mos en una hacienda, de la pobreza y de la miseria. Le hablé de
mi esposo Juan y de cómo habíamos luchado juntos al inicio, le
platiqué de su muerte y de mi nombramiento como generala.

Unos días después Francisco Villa llegó con sus tropas, ordenó
que al día siguiente atacáramos, entonces acudimos al cerro de
la Bufa y el Grillo; ahí se encontraban las tropas de los federalis-
tas. La batalla iba muy bien, estábamos ganando, pecho tierra
Mauro y yo disparábamos; unas veces avanzábamos y otras re-
trocedíamos, todo dependía de la situación. Por la tarde los fe-
deralistas habían empezado a huir cuando de repente, Mauro
tiró fuertemente de una de mis piernas. En una de sus manos
tenía enredada una serpiente de cascabel, lo había mordido.

Aquel día salimos victoriosos de esa batalla, la revolución pa-


recía haber terminado pues unas semanas después, Huerta

29
El general

huyó del territorio, pero como siempre sucede, la lucha por te-
ner el poder nunca termina. Nos debíamos mover nuevamente
al centro del país pero antes de irnos, decidí ir nuevamente al
lugar donde habíamos instalado nuestro último campamento;
por primera vez, después de la muerte de mi esposo, lloré.

Estaba lista para partir cuando vi como un pequeño pajarito


aleteaba cerca de una roca, parecía atrapado. Al acercarme se
detuvo un segundo a mirarme para después salir volando a
toda prisa; debajo de la roca se apreciaba un pequeño papel y
al sacarlo de entre las piedras, pude vernos a Mauro y a mí en
una foto que nos habían tomado mientras viajábamos en tren.
La fotografía tenía escrita la frase “pronto ganaremos mi ge-
nerala”. El colibrí regresó y se paró rápidamente en la cara de
Mauro que se veía, como siempre, con una gran sonrisa en el
rostro. Mauro no llegó a ser general, pero sí fue el hombre más
valiente, leal y fuerte que he conocido. Él se merecía ese cargo
más que nadie.

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03
Fuera de
ÓRBITA
La última vez que Rubén habló con sus padres tenía veinticua-
tro años. Había decidido casarse pese a la insistencia de ellos
por esperaran un poco, decían que aún eran jóvenes, pero él no
quiso entender; el no saber escuchar, era uno de sus peores de-
fectos. Al final de cuentas sus padres tenían razón, ambos aún
eran muy jóvenes y no estaban seguros de que Rubén estuvie-
ra listo para formar una familia. Cuatro años después, Rubén y
su esposa Lía esperaban a su primer bebé y aunque Lía seguía
manteniendo el contacto con sus suegros, no había logrado
una reconciliación entre ambos.
33
Fuera de òrbita

Rubén y Lía consiguieron un departamento en el Estado de Mé-


xico, sin embargo, todos los días él debía ir a trabajar al Distrito
Federal. Le encantaba su trabajo, amaba a su esposa y deseaba
mucho el nacimiento de su hijo, pero muchas veces se sentía
atrapado. Recordaba con nostalgia la vida sin tantas responsa-
bilidades, cuando aún podía soñar en convertirse en cualquier
cosa.

En algunas ocasiones se imaginaba igual que un astronauta;


perdido y fuera de su órbita, destinado a dar miles y miles de
vueltas hasta el final de su miserable vida. Cuando esos pen-
samientos se apoderaban de su mente, entraba a un territorio
frágil, el de los hubiera: hubiera puesto más empeño en mis es-
tudios, hubiera elegido otra profesión, hubiera aprendido a ad-
ministrar el dinero, hubiera esperado para casarme y muchos
otros más. Y en ese momento, justo cuando su vida estaba a
punto de cambiar al adquirir una responsabilidad más, un nue-

34
Fuera de òrbita

vo hubiera se añadía a su lista: hubiera renunciado a tiempo a


mi trabajo. Las cosas se empezaron a poner tensas y los pagos
dejaron de llegar a tiempo, pero se aferró, igual que el astro-
nauta que gira y gira sin intentar cambiar de dirección. Rubén
estaba lejos de admitir que no sabía cuándo debía alejarse de
las cosas que le gustaban, aun cuando sabía que al final, todo
se derrumbaría.

Lo cierto es que nunca podemos estar seguros del momento en


que las cosas van a cambiar porque la mayoría de las veces así
es la vida, se transforma de un segundo a otro; por eso cuando
Rubén se preparaba para ir a buscar un nuevo trabajo, aun sin
decirle a Lía que había perdido el anterior, jamás se pudo haber
imaginado que ese jueves 19 de septiembre de 1985 se sentiría
más perdido que nunca en toda su vida.

La primera sensación que sintió fue un ligero mareo, unos se-


gundos después, todo empezó a sacudirse. La gente había en-

35
Fuera de òrbita

trado en pánico; todos querían salir corriendo lo más rápido


posible pues a unos cuantos metros se encontraba la salida.
Desde donde se encontraba Rubén se podían observar los ár-
boles y más adelante, el parque que tanto le había gustado ad-
mirar. Quería moverse, sabía que tenía que salir pero su cuerpo
no reaccionaba; el mareo se incrementaba así que cerró los ojos
con la esperanza de que al abrirlos todo hubiera terminado; sin
embargo, en esa nube oscura de polvo podía seguir escuchan-
do los gritos de desesperación de las demás personas, también
sintió como un gran peso de concreto cayó encima de él.

Muchas personas aseguran que cuando alguien muere, éste


puede ver su vida pasar, incluso puede apreciar a sus seres que-
ridos; también dicen que frente a ellos se aparece un túnel ilu-
minado por una luz blanca. Cuando Rubén intentó abrir los ojos
comenzaron rápidamente a escurrirle lágrimas acompañadas
de una tos intensa, trató de mover sus manos para retirarse los

37
Fuera de òrbita

escombros de la cara, pero solo pudo mover la mano derecha,


la izquierda estaba atorada, no podía ver nada.

A Rubén le encantaban los ojos de su mamá, era el único rasgo


físico que los unía, en todo lo demás Rubén era igual a su padre.
De muy pequeño no podía dormir sino hasta que ella le diera
un beso en los ojos. Casi pudo sentir nuevamente los labios de
su mamá sobre sus párpados al retirarse el polvo y el escom-
bro de su rostro, y al abrir los ojos, entre el polvo y la oscuridad,
pudo distinguir su rostro.

El edificio se había colapsado, ¿cómo era eso posible? ¿Lía y el


bebé estarían a salvo? ¿Sus padres lo estarían? Rubén empezó
a moverse desesperadamente, necesitaba urgentemente sa-
lir de ahí, todo el cuerpo le dolía pero no le importaba, aunque
entre más lo intentaba, menos no lo conseguía. Gritó una y otra
vez con la esperanza de que alguien respondiera; no alcanzaba

38
Fuera de òrbita

a escuchar más que su propia respiración agitada. Era incapaz


de ver algo más allá de los escombros ¿Cuánto tiempo pasaría
para que muriera de hambre, de sed o por las heridas que sen-
tía en todo su cuerpo?

Roberto el padre de Rubén era un hombre increíble, trabajador,


responsable y ansioso de ayudar a sus hijos para que tuvieran la
capacidad de salir adelante. Rubén recordaba con cariño cómo
le había enseñado a andar en bicicleta. En aquel entonces él
era muy impulsivo, se había arriesgado a bajar por una calle
muy empinada y se había caído como era de esperarse; como
producto de esa caída, mantenía una cicatriz en el estómago.
De acuerdo con algunas creencias, el vientre alberga muchas
cargas negativas que necesitan controlarse o de lo contrario,
ellas regirán tu vida: miedo, estrés, ansiedad, enojo, entre otras.
Con regularidad a Rubén le dolía el estómago, también con más
frecuencia de la que le gustaría aceptar, se dejaba llevar por el

40
Fuera de òrbita

enojo y el egoísmo. Su hijo merecía conocer a sus abuelos y él


le estaba negando ese derecho al alejarse de ellos por tantos
años. Ahora no sabía si tendría la oportunidad de continuar vi-
viendo, de tener a su hijo entre sus brazos y de reconciliarse
con sus padres.

Entre sueños Rubén no podía saber con exactitud cuánto tiem-


po había transcurrido desde el temblor; a lo lejos podía escuchar
leves quejidos y llantos. Por más que gritaba nadie le contesta-
ba, estaba solo. De pronto sintió que algo se arrastraba hacía
él; nuevamente intentó moverse pues sabía que debía alejarse
de aquello que emitía un chillido extraño. Rubén pensó que se
trataba de una rata, aún no podía moverse y esa cosa cubierta
de tierra se acercaba cada vez más a él con movimientos muy
violentos.

De pronto, distinguió un aleteo rápido y un pico, suspiró ali-


viado, ¡era un pajarito! Lo más probable era que éste había co-

41
Fuera de òrbita

metido el error de alejarse del parque para meterse al edificio


cuando todo había ocurrido. Con su mano libre intentó quitarle
la tierra de encima, sonrió. ¡Era un colibrí!, aparentemente no
estaba malherido, podía mover sus alas, pero no volaba. Rubén
nunca había podido tocar a un colibrí, lo consideraba imposible
pero cuando estaba a punto de volver a hacerlo, el ave se alejó
volando entre los escombros.

A lo lejos, comenzó a distinguir voces y a personas hablando; las


piedras y escombros empezaron a moverse, gritó una última
vez con todas sus fuerzas, eran rescatistas y lo habían escucha-
do. Después de unas horas Rubén pudo ver de nuevo la luz del
día, todo se apreciaba destruido, pero había gente luchando,
ayudando a las personas que como él, habían quedado atra-
padas. Estaba vivo y tenía la esperanza de que sus padres y Lía
también estuvieran a salvo. De entre los escombros, vio salir a
otro colibrí y de este modo comprendió que todo estaría bien.

42
04
Lluvia de
ESTRELLAS
Contemplar a las estrellas siempre ha sido mi parte favorita del
día, cada noche salgo a observarlas; intento contarlas y me di-
vierto buscando figuras en ellas. Me gustan más que las nubes,
mi padre me acompaña cada vez que puede, nos encanta ver
el cielo ennegrecido rodeado de miles de estrellas, sobre todo,
cuando la cambiante y poderosa luna ilumina las pirámides.

Para mi pueblo estudiar el cielo es muy importante, también


la siembra y la guerra. Mi padre se llama Ikal y es un valiente

45
Lluvia de estrellas

guerrero, por este motivo no siempre puede estar en casa. Mi


hermano mayor empezó a entrenar para seguir sus pasos desde
hace tres años, después de su cumpleaños número doce, tuvo
que irse a vivir a un internado. En ese entonces yo tenía ocho
años y no entendía lo que eso representaba. Mi papá me explicó
que Nahil viviría en otro lugar en donde lo prepararían para
convertirse en un gran guerrero como él.

Yo también inicié mi educación, mi mamá todos los días me


enseñaba cosas nuevas, sólo que a diferencia de mi hermano,
yo no tengo que aprender a sostener una lanza como mi padre,
tampoco tengo que ir a un internado para prepararme pues mi
educación se aprende en casa. Yo tengo que saber tejer, como
moler el maíz para cocinar y la forma correcta de cuidar a los
niños y a los animales de la casa.

Cada vez que le pregunto a mamá por qué existen tantas di-
ferencias entre hombres y mujeres cambia drásticamente de

47
Lluvia de estrellas

tema. Sé que ninguna persona puede tener todas las respues-


tas, pero estoy segura que mi papá se acerca mucho, siempre
encuentra la forma de disipar mis dudas con sus respuestas,
aunque no siempre contesta con exactitud lo que pregunto.

—Todos tenemos una función muy especial que nos otorgan


los dioses, somos diferentes y nos debemos de preparar para
cosas diferentes.

Esa fue la respuesta que me dio antes de partir, al cuestionarle


sobre las diferencias entre la educación de hombres y mujeres.
Me gustan la distinción, nos hacen únicos, es igual que con los
animales, no es lo mismo un quetzal que un colibrí o un jaguar
que una tortuga. Tal vez así como la tortuga no fue creada para
volar, las mujeres no nacieron para ser guerreras y estudiar fue-
ra, y los hombres para quedarse en casa y cuidar a los niños.

48
Lluvia de estrellas

Esa noche soñé que una pequeña tortuga volaba en un gran


artefacto con alas, a lo mejor los dioses nos dan una función
muy especial, que no es la que todo el mundo piensa, y por eso
nosotros podemos construir objetos, justo para lograr nuestros
sueños.

Papá y su ejército están tardando demasiado en volver, he em-


pezado a temer lo peor. Muchas veces cuando él está ausente,
sucede que mamá se esfuerza mucho para obtener mi atención,
pero mi cabeza siempre se encuentra pensando en muchas
cosas; sin embargo, ahora siento una sensación muy diferente,
como una opresión en el pecho que me dificulta respirar.

Mientras yo siento que la vida se ha paralizado, todos continúan


como si nada pasara, el mundo gira sin preocuparse de mi tris-
teza y preocupación, las estrellas no se ven igual en las noches
y siento que todo pierde poco a poco su brillo.

49
Lluvia de estrellas

Sé que las cosas van a cambiar, el cielo indica que la luna mor-
derá al sol y nos dejará en penumbra por un tiempo. De vez en
cuando pasan cosas así, en ocasiones es al revés y es el sol el
que muerde a la luna, cuando eso sucede, se deben realizar ce-
remonias y bailes especiales para que no se cumplan los malos
augurios.

El sol está en su máximo esplendor, pero los pájaros no cantan;


los animales son muy inteligentes y predicen todo, no hay nin-
gún animal a la vista. Tengo que regresar a casa, cuando la luna
muerde al sol, la luz que se produce es tan fuerte que podría
dejar ciego a cualquiera, por lo menos al principio.

De un momento a otro parece que las horas pasaran en unos


minutos, la oscuridad se apodera poco a poco de la casa, yo solo
pienso en una cosa, la muerte. La luna sigue mordiendo al sol,

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Lluvia de estrellas

apoderándose de su vida, las cosechas podrían haber muerto,


la guerra pudo haberse perdido, cualquier cosa puede suceder
ahora.

El sol ha desaparecido, me asomo por la ventana, sé que ahora


es posible; a lo lejos se escuchan las danzas y rezos. La luna cu-
bre por completo al sol, éste aún conserva un poco de su brillo,
por primera vez me permito llorar.

Distingo un rápido reflejo, un aleteo, no es posible que algún


ave este volando en la oscuridad; sin embargo, con una veloci-
dad impresionante algo pequeño y brillante se acerca.

¡Es un colibrí! Un bello colibrí, las estrellas resplandecen más


que nunca, seguramente en la ciudad están estudiando qué
dice el cielo en este momento. El colibrí ha llegado a mi venta-
na, sus coloridas plumas parecen alejar a la luna para que el sol

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Lluvia de estrellas

vuelva a brillar. Papá me ha contado muchas veces que los dio-


ses crearon específicamente al colibrí para mandar mensajes,
los buenos deseos de nuestros seres queridos y de los dioses.

La bella ave permanece conmigo hasta que el sol vuelve a res-


plandecer por completo, puedo sentir a papá conmigo, el coli-
brí se aleja. Sé que papá pronto volverá, estoy segura de haber
escuchado su voz mientras el colibrí volaba, diciéndome la fra-
se que siempre repite:

—Siempre estaré contigo Anayanzin, siempre.

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05
Sueños de
LIBERTAD

Crecí en una época difícil, no es sencillo de explicar; viajábamos


con mucha frecuencia de una ciudad a otra, huyendo la mayo-
ría de las veces, pero siempre combatiendo. Mi padre era mi-
nero en Guanajuato, mi mamá ama de casa, tenía 3 hermanos
mayores pero ya no recuerdo a ninguno. Yo era muy pequeño
cuando a uno de ellos lo mataron, los otros dos escaparon y
nunca más volvimos a saber de ellos.

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Sueños de libertad

Después de haber iniciado la lucha por nuestra independen-


cia cambiábamos constantemente de hogar; mi papá insistía
con énfasis en que mamá permaneciera en Guanajuato con-
migo y mis hermanos mas ella nunca quiso; fue de este modo
que inició nuestro largo viaje. Papá se unió a sus compañeros
de trabajo para pelear, mamá también apoyaba, cuando podía
como espía, nos proporcionaba información que fuera útil para
seguir luchando.

Varios años después de la muerte de mi hermano, y de la desa-


parición de los otros dos en Veracruz, mis padres y yo nos asen-
tamos por un tiempo en Guerrero. Mamá se esforzó mucho para
que yo aprendiera a leer y escribir, no era nada sencillo pues no
había escuelas. Finalmente, en 1819 llegamos a la Ciudad de
México; acababa de cumplir dieciséis años y estaba ansioso por
pelear al lado de mi padre. Hasta ese momento mi colabora-
ción se había reducido a ser mensajero y espía pues eran acti-

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Sueños de libertad

vidades de bajo riesgo, claro que me enfrenté a varios peligros


pero siempre salí bien librado. Mi padre estaba de acuerdo en
que debía participar más activamente; sin embargo, mi madre
quería mantenerme a su lado, al fin de cuentas yo era su últi-
mo hijo. Al tiempo que intentaba convencer a mamá sobre mi
postura, le prometía mil veces algo que sabía no podía asegu-
rar: mantenerme a salvo. Me dediqué a recorrer la ciudad.

Conocí a Vega afuera de una iglesia cuando ella tenía quince


años, era descendiente directa de españoles y por tal motivo
tenía aquel nombre; sus bisabuelos eran de Salamanca y sus
padres decidieron llamarla como la patrona de aquel lugar.
Vega a simple vista me pareció una muchacha adinerada, muy
probablemente se trataba de la hija de un rico perteneciente al
bando realista; aún así, ella era muy diferente y aunque era hija
de un militar español, que en ese momento vivía en Guerrero,
ella no era una chica presumida, no aparentaba superioridad

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Sueños de libertad

ante nosotros por ser mestizos. Era sencilla y apoyaba al bando


insurgente pese a las ideas de sus padres, incluso prefería que
la llamaran María en lugar de Vega.

Vega y yo empezamos a pasar mucho tiempo juntos, nos pro-


porcionaba información relevante sobre el ejercito realista;
cuando nos veíamos, se disfrazaba para no ser reconocida. Se
había ganado el respeto y cariño de mi madre, mi padre reser-
vaba su opinión sobre ella, aunque yo sabía que su silencio era
muestra de la desconfianza que le provocaba. Ante mis ojos
Vega era increíble, el tipo de mujer que es digna de admiración
ya que era valiente, inteligente, con carácter, amable, divertida
y además bellísima.

Después de diez años de lucha llegó el año de 1820, para esas


alturas ya habíamos perdido a familiares y amigos, padecimos
hambre, vivíamos en peligro constante y éramos testigos de

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Sueños de libertad

cómo el país se quedaba sin trabajo y comida; todos estábamos


cansados pese a que nuestras últimas victorias nos daban
la esperanza de que la guerra terminaría pronto y que los
insurgentes, por fin lograríamos cumplir nuestros sueños de
libertad.

Como todos esperaban, Vega y yo nos enamoramos, nuestra


relación era una mezcla extraña entre ser compañeros de lu-
cha y melancólicos recuerdos ajenos. Cuando podíamos encon-
trarnos los temas políticos eran nuestra charla cotidiana, pero
cuando teníamos la oportunidad de hablar por más tiempo,
nos encantaba relatar anécdotas felices de nuestras familias,
sobre todo de aquella normalidad que nunca pudimos vivir ple-
namente; ambos guardábamos la esperanza de que esos bue-
nos momentos regresarían sin la sombra dolorosa de todas las
injusticias de estos tiempos. Con esas ilusiones transcurrió un
año más, el Plan de Iguala nos dio esperanza, mi padre y yo nos

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Sueños de libertad

preparábamos para partir rumbo a Azcapotzalco. La despedida


entre Vega y yo fue más triste de lo que esperaba pese a que
ambos estábamos acostumbrados a las batallas; al contrario, lo
anterior no disminuía la preocupación ante la posibilidad de no
volver a verla a ella o a mi madre, ante la posible pérdida de mi
padre o de mí mismo, todo era posible.

El 19 de agosto llegamos a nuestro destino, el ambiente era llu-


vioso; mi corazón latía acelerado, era cuestión de horas para
que la lucha comenzara. Poco tiempo después nuestras tropas
se retiraron de Azcapotzalco hacia una hacienda cercana pero
los realistas nos siguieron por lo que tuvimos que volver a Azca-
potzalco. Al llegar al refugio que la iglesia nos brindaba, las ba-
las empezaron a pasar muy cerca de nuestras tropas, la batalla
había iniciado.

Aunque traté de permanecer cerca de mi padre lo perdí de vis-


ta, la lluvia no paraba de caer; los realistas permanecían en el

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Sueños de libertad

techo de la iglesia, tratamos de hacer lo posible por ganar; sin


embargo, las condiciones no estaban a nuestro favor, era nece-
sario la retirada. Antes de retroceder era preciso desatorar un
cañón del lodo ocasionado por tanta lluvia, no podíamos dejarlo
pues los realistas lo usarían contra nosotros así que no dudé en
ofrecerme, junto con otro compañero, a sacarlo de ahí lo antes
posible. La lluvia caía cada vez con más fuerza, me quemaba la
vista, era imposible caminar a prisa.

De un momento a otro, un ave se posó frente a mis ojos, ale-


teaba con mucha fuerza, parecía incluso violenta frente a mi
rostro, me impedía seguir el paso; yo trataba a toda costa de
deshacerme del animal cuando resbalé en medio del lodo, en-
tre los cuerpos de muertos y los casquillos calientes. Pude ob-
servar a lo lejos que mi compañero ya se encontraba en los pies
del cañón y que mientras lo amarraba, una bala le perforaba la
espalda. Distinguí entre la lluvia como un colibrí se alejaba rá-
pidamente, esa ave me había salvado la vida.

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Sueños de libertad

Al saber que mi compañero había dado la vida por la causa, to-


dos reunimos fuerzas para continuar luchando, finalmente los
realistas huyeron al puente del Rosario, habíamos ganado.

Mi padre murió esa noche, la victoria tenía un sabor agridulce


sin él pero habíamos triunfado. Poco tiempo después volví al
lado de mi madre, las marcas en su rostro eran la prueba del
dolor que había sufrido en todos esos años. Lloramos la ausen-
cia de mi padre con el único consuelo de que su sueño se es-
taba cumpliendo. Al reencontrarme con Vega me sorprendí al
escuchar que la noche de la batalla, un colibrí se acercó a su
ventana mientras ella rezaba por mí. No encontré las palabras
para decirle lo que había pasado durante la lucha, simplemen-
te la abracé. Ya habría tiempo para confesarle que su amor me
salvó la vida.

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México, 2022

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