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Resumen Unidad 1 y 2

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Texto uno:

La argentina comienza a insertarse en un mercado que tiene una creciente integración de


mercados y un rápido crecimiento de producción. Hasta la Primera Guerra Mundial se prolongó
esta tendencia a la internacionalización y el crecimiento sostenido de la economía, que solo se
retomaría alrededor de 1950.

Inglaterra había adoptado los principios del libre comercio y la especialización, inspirados en
economistas clásicos. La derogación de las proteccionistas Leyes de Granos en 1846 marco el
triunfo del libre cambio en Gran Bretaña. Las consecuencias eran la progresiva concentración de
los recursos productivos ingleses en las manufacturas y la necesidad de importar alimentos y
materias primas. Para un país especializarse al revés que Inglaterra (produciendo lo que ella
demandara y demandando lo que ella produjera) resulta bastante atractivo; por suerte argentina
contaba con esas condiciones.

Londres era el indisputado centro financiero mundial, era el regulador del sistema de patrón oro
que regía en todo el mundo. Las entradas y salidas de oro hacia y desde Inglaterra tenían el signo
contrario a lo que pasaba en el resto del mundo. Esa actitud inversora de Inglaterra seria uno de
los cimientos sobre los que se asentaría el desarrollo argentino anterior a la Primera Guerra
Mundial. La omnipresencia inglesa era una forma novedosa de imperialismo. Las colonias ya no
eran solamente una fuente de materias primas y minerales preciosos. Para Inglaterra, lo crucial
era la disponibilidad de mercados para exportar su producción y su capital, y no tanto en el
dominio político. La experiencia inglesa hizo que el imperialismo comenzara a ser visto cada vez
más como una consecuencia de hechos económicos.

La posición de Argentina en el mundo a partir del último cuarto del siglo XIX puede describirse
como la aceptación de un lugar bien definido en el sistema de división internacional del trabajo
cuyo centro era Inglaterra: el de productor agropecuario e importador de productos
manufacturados. La impresionante expansión económica se extiende entra la consolidación de la
organización nacional en 1880 y la Primera Guerra Mundial tuvo varias facetas íntimamente
relacionadas. Estuvo asociada a un lugar geográfico, a actividades productivas y la incorporación
de capitales y trabajo extranjero, entre otras. A pesar de sus particularidades Argentina compartió
con esas colonias inglesas una dinámica por la cual lo que era un “espacio vacío”, casi un desierto,
incorporo recursos móviles a gran velocidad, multiplicando su capacidad productiva. Las décadas
finales del siglo XIX coordinar esa incorporación de recursos de modo de cristalizar los ideales del
progreso que habían recogido de Alberdi.

La ausencia de uno solo de estos tres factores (trabajo, capitales, tierra) habría hecho imposible tal
transformación; pero su concurrencia en tiempo y espacio no fue casual. La estrategia no fue
esperar de brazos cruzados a que las fuerzas económicas respondieran a los incentivos naturales.
Al contrario, las sucesivas administraciones fomentaron activamente un proceso acelerado de
incorporación de factores que de otro modo difícilmente se habría dado. Era un liberalismo
pragmático y dispuesto a abandonar cualquier aspecto doctrinario que se opusiera a la obsesión
por el progreso.

Para el poblamiento rápido que pretendía Alberdi, recurrir a la inmigración, que fue fomentada
por todos los medios al alcance de las autoridades. Ya en la Constitución Nacional se percibe esta
apertura a la incorporación de extranjeros, especialmente europeos. En la década de 1820, había
existido una Comisión de Inmigración, cuya labor fue obstaculizada por la guerra con el Brasil. Para
1876 el Congreso decidió la creación de un Departamento General de Inmigración, con la
intención de concentrar los esfuerzos del gobierno. Además de difundir en Europa información
sobre Argentina. Todo indica que los variables flujos de emigración desde Europa hacia América
están asociados estadísticamente con las ventajas económicas que también iban cambiando con el
tiempo.

Esta sensibilidad de los flujos migratorios a cambios en las perspectivas laborales debía mucho al
hecho de que avances en las formas de navegación hacían más barata la movilidad
intercontinental. Que los incentivos económicos eran el motivo crucial en la decisión de emigrar es
evidente si se considera la “inmigración golondrina”. Las tareas rurales se contaban entre las
actividades principales por eso se multiplicaban las fuentes de trabajo de manera de absorber tal
aumento de la población.

Los años 80 vieron todo el esplendor de esta “Pampa Gringa”, gracias a una mayor expansión
ferroviaria y al final de las incursiones de indios y de langostas. Solo una parte de los inmigrantes
que se dedicaron a la agricultura participaron en colonias de propietarios como las de Santa Fe. En
Bs As y Córdoba fue mucho más común que los dueños de las grandes tierras cedieran a los
inmigrantes algunas hectáreas para trabajar con un régimen de arrendamiento. Las obras públicas
fueron otra fuente de empleo para el inmigrante; también lo fue la construcción de los
ferrocarriles.

Por otro lado la naciente industria en lo que serían los grandes aglomerados urbanos cercanos a Bs
As tuvo una gran participación de extranjeros, fenómenos que poco a poco se reflejó en la
extensión del sindicalismo socialista y anarquista en la Argentina. Las naciones europeas con
mayor emigración en Argentina fueron Italia y España. Las corrientes inmigratorias convivían con
movimientos de población entre las distintas zonas del país. El desempeño económico relativo de
las regiones era el principal determinante de la dirección e intensidad de las migraciones.

La zona pampeana fueron las más favorecidas, destacándose Santa Fe, La Pampa y Entre Ríos; el
desarrollo vitivinícola en Mendoza y el cultivo de la caña de azúcar en Tucumán absorbieron una
creciente población. La base económica del país no era ya capaz de crear tantos empleos nuevos,
lo que estaba asociado a un estancamiento en la expansión geográfica de la agricultura. Un hecho
inesperado iba a hacer un cambio en las políticas, al detener naturalmente el caudal inmigratorio:
la Primera Guerra Mundial.

Los efectos económicos no fueron menos importantes. Es imposible imaginarse un crecimiento


como el de 1880-1914 sin el aporte de esos millones de inmigrantes cuyo trabajo fue
sencillamente imprescindible para conseguir una prosperidad económica que estas tierras nunca
habían visto.

Los trenes pueden ser vistos como uno de los dos avances que acortaron las circunstancias entre
el productor argentino y el consumidor europeo. El otro fue el perfeccionamiento de las
condiciones de transporte a través del Atlántico. El auge del comercio de exportación este
fuertemente vinculado a la extensión de los “caminos de hierro”. El primer tren que rodo sobre el
suelo argentino, en 1857, fue el ferrocarril al Oeste. La gran extensión ferroviaria a partir de esos
años fue solventada y administrada por los ingleses. El primer proyecto de envergadura fue el
Ferrocarril Central Argentino, que comenzó a gestarse en 1855.

En 1907 se aprobó la “Ley Mitre”, que zanjo varias de las cuestiones en disputa, pero manteniendo
condiciones favorables para las empresas británicas. La expansión de los ferrocarriles permitió no
solo incorporar zonas de la llanura pampeana relativamente alejadas a la producción para
exportación, sino también integrar a los cultivos de Tucumán y Cuyo al circuito económico
nacional. En Argentina el ferrocarril fue un componente indispensable para el crecimiento durante
la gran expansión, ya que no había un sistema de canales como el de EEUU. Una de las
consecuencias clave de la instalación del ferrocarril fue la ampliación de la superficie con
provechosas posibilidades de producción para la exportación, también fue el surgimiento como
consumidor cada vez más importante de productos de origen británico. Las manufacturas inglesas
que llegaban a los puertos podían transportarse a bajo costo hacia otros centros de consumo.

La construcción del país requería de la instalación de un “capital social básico” del que los
ferrocarriles eran solo una parte. Se necesitaba capital para mejorar los puertos, trazar rutas,
instalar tranvías, entre otras cosas. Los recursos nacionales eran insuficientes para financiar todo
ese equipamiento y debió recurrirse a inversión extranjera directa o a empréstitos externos.
También fue importante la participación de los capitales foráneos, especialmente en la industria
ligada a la exportación, el comercio y los bancos. Recién en la Primera Guerra Mundial terminaría
el ciclo de Inglaterra como proveedor principal de capital.

La atracción al capital inglés y a la inmigración mediterránea. Solo con la combinación de ambos


podía lograrse la expansión productiva que finalmente se consiguió. Pero a un cierto precio para el
país: los giros por intereses y dividendos y las remesas de los inmigrantes a sus familiares en el
exterior. Para pagar anualmente por esos servicios de capitales y trabajadores se requería, un
aumento de la capacidad exportadora y de ahorro nacional en el mediano o largo plazo.

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