AILBE J. LUDDY - San Bernardo (Leido)
AILBE J. LUDDY - San Bernardo (Leido)
AILBE J. LUDDY - San Bernardo (Leido)
FORJADORES DE HISTORIA
Colección dirigida por PABLO LIJAN
SAN BERNARDO
El siglo XII de la Europa cristiana
EDICIONES RIALP, S. A.
MADRID, 1963
Título original
Lije and teaching of St. Bernard
(M. H, Gilí & Son, Ltd., Dublín)
Traducción de
Luis Echevarría
Todos los derechos reservados para todos los países de habla castellana
por EDICIONES RIALP, S. A. — Preciados, 44 — MADRID
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PROLOGO
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CAPITULO I
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CAPITULO II
FORMACION INTELECTUAL
Escuelas de la época
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Bernardo en Chatillón-sur-Seine
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Muerte de su madre
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CAPITULO III
LA LLAMADA DE DIOS
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eres amada por todos! Seguramente ninguna otra cosa puede torturar
de un modo tan terrible, ninguna otra cosa puede engendrar tan
amargas preocupaciones. Y, sin embargo, no hay nada tan honrado
entre los miserables mortales como todo lo que pertenece a la am
bición.” Y en su cuarto sermón sobre la Ascensión, hablando en
particular de la ambición de conocimientos, dice: “Otro hombre es
ambicioso del conocimiento que ‘envanece’ (1 Cor 8, 1). ¡Oh, qué
trabajo tendrá que soportar!, ¡qué amargura y angustia de pensa
miento que sufrir! ¡Y, sin embargo, se puede decir de él: por mucho
que te esfuerces, no alcanzarás nunca tu meta! No, ‘el ojo de este
hombre mora en la amargura’ (lob 17, 2), mientras contemple a quien
él considere o sea considerado por los demás superior en conocimien
tos a sí mismo. Pero aun cuando lograse adquirir gran sabiduría,
¿cuál será su provecho? ‘Destruiré la sabiduría de los sabios’, dice el
Señor, ‘y rechazaré la prudencia de los prudentes’ (1 Cor 1, 19).”
Pero si Bernardo temía demasiado los peligros de una profesión
secular, allí cerca estaba el magnífico monasterio de San Benigno,
muy querido de su corazón, puesto que era el santuario donde repo
saban los restos de su santa madre; o Cluny, también cerca, con sus
cientos de abadías dependientes, que había dado a la Iglesia tantos
santos y tantos papas y obispos ilustres durante los doscientos años de
su existencia. La regla de San Benito, tal como se seguía allí, no sería
demasiado severa para su delicada constitución; allí las más nobles
obras de arte en los diferentes dominios de la música, pintura, escul
tura y arquitectura, por no hablar de su brillante ritual, daría la
más completa satisfacción a su sentido estético; y allí también tendría
amplias oportunidades de ejercitar sus maravillosas facultades para
la gloria de Dios y el bien de sus vecinos. Era una perspectiva que
habría atraído a muchas almas tocadas por la gracia. Pero en cierto
modo esto no correspondía al ideal de Bernardo sobre la vida mo
nástica. Ofrecía demasiados consuelos naturales, mientras que su alma,
como él se decía a sí mismo, necesitaba “una medicina enérgica”;
había demasiado esplendor, mientras que en su opinión el monje
debía tener algo parecido al instinto del topo, un deseo de enterrarse
lejos de la luz del sol y de la mirada de los hombres, a fin de
vivir sólo para Dios. Ama nesciri—el deseo de ser desconocido—ésa
será su recomendación a los demás más adelante, y éste era ahora
su principio orientador. Así sus pensamientos se apartaron disgustados
de los esplendores de San Benigno y de Cluny, para ocuparse de
otra casa religiosa pobre y oscura y al parecer a punto de extinguirse.
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CAPITULO IV
PESCADOR DE HOMBRES
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Estancia en Chatillón
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pues su amigo estaba tan bien guardado que no pudo acercarse a él.
Después de cierto tiempo, la Providencia vino en su ayuda. Se celebró
un sínodo provincial al aire libre en Macón, al cual Hugh, que estaba
ordenado, acudió, pero bien guardado, como de costumbre. De repente
empezó a llover a torrentes; todo el mundo echó a correr en busca de
refugio, y Bernardo y Hugh se encontraron casualmente juntos, lejos
de la muchedumbre. Parecía que el joven noble no había abandonado
realmente su intención, pero sólo había prometido—a fin de huir de
la importunidad de sus amigos—no hacerse monje antes de fin de año:
por hacerse monje él entendía el tomar los votos, y pensaba pasar
el año de espera en el noviciado. No sabemos lo que opinó Bernardo
sobre este ejemplo de reserva mental. Pero cuando regresó a Chatillón,
Hugh fue con él.
Empezó entonces un apostolado sistemático entre sus amigos y
conocidos. Fue tan grande su éxito, que, según nos informan los es
critores contemporáneos, “las madres ocultaban a sus hijos de la vista
de Bernardo; las mujeres, a sus maridos; los amigos, a sus amigos”.
Su llamamiento resultaba casi siempre irresistible, porque, como dicen
los mismos autores: “el Espíritu Santo daba tal unción y poder a sus
palabras, que vencía cualquier otro atractivo”. En un plazo relativa
mente corto había juntado en la casa de su padre en Chatillón 32
jóvenes, varios de ellos casados y no pocos pertenecientes a las pri
meras familias de Borgoña. Entre ellos estaba otro de sus primos y
condiscípulo, Geofredo de la Roche.
Hemos dejado a Gerardo languideciendo en la prisión de Grancey.
Había pasado casi cinco meses en la mazmorra cuando una mañana
temprano, a principios de la Cuaresma de 1112, oyó claramente una
voz que le decía: “Hoy recuperarás la libertad.” Avanzó el día hasta
que llegó el momento de vísperas sin que trajera la prometida eman
cipación. Pero en aquel instante, estirando con fuerza los grillos que
le sujetaban los pies, vio con alegría que se rompían en sus manos.
Los cerrojos de la puerta sucumbieron muy fácilmente ante sus esfuer
zos. Había una gran muchedumbre delante de la casa, pero en lugar
de impedir su huida todos escaparon aterrorizados al verle. En las
calles se le acercaron y le llamaron por su nombre algunos carceleros;
al parecer se habían olvidado de que había estado cautivo y no mos
traron la menor sorpresa al ver a un enemigo caminando libremente
por su ciudad. Por fin, pasando a través de las puertas de la ciudad
sin encontrar ningún obstáculo, se dirigió a Chatillón.
Los jóvenes caballeros allí reunidos seguían una vida de comuni
dad, siendo Bernardo en realidad el superior. Su vida estaba dedicada
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Adiós a Fontaines
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Noviciado
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Esteban, como hemos dicho, era un erudito, uno de los hombres más
cultos de su tiempo. Tan pronto como le nombraron abad, se encargó
de un trabajo que le ha ganado la admiración de los eruditos de todas
las épocas posteriores. Al ver las innumerables versiones y discrepan
cias en los códices existentes de las Sagradas Escrituras, concibió la
idea de producir una nueva edición revisada para uso de sus monjes.
Era una empresa gigantesca en aquella época, que suponía la tarea de
compulsar versiones en muchos idiomas, a fin de conseguir la mejor
posible. Ninguna otra comunidad de la época, sin exceptuar la de
Cluny, pudo, ni lo intentó, realizar un trabajo tan ambicioso. Con
respecto al texto hebreo, Esteban no tuvo escrúpulos en llamar en su
ayuda a algunos doctos rabinos judíos. El trabajo fue un éxito mag
nífico, y todavía tiene gran importancia. Se completó antes de la lle
gada de Bernardo. Luego se puso a realizar con el misal, el gradual,
el antifonario, el libro de himnos y el leccionario y otros libros
litúrgicos, incluso con el calendario y la santa regla, lo que había
hecho ya con la Biblia. Esta obra estaba todavía en marcha y es casi
seguro que Bernardo participó en ella durante el tiempo que estuvo
en Citeaux después de hacer los votos.
Llegó al final del noviciado con la salud minada, pero más deci
dido que nunca a consagrar su vida a la práctica de la penitencia. Su
profesión iba a ser una completa renuncia de sí mismo, un holocausto,
un clavarse a la cruz con los clavos de los votos irrevocables de la
religión. Nunca se permitió el perder esto de vista. A partir de aquel
momento tenía la costumbre de reanimar su fervor, particularmente
cuando se le presentaba alguna dificultad, haciéndose la pregunta:
“Bernarde, Bernarde, ad qui venisti?” (¿Para qué has venido aquí?)
Era un gran consuelo para él ver arrodillados a su lado a la hora
del sacrificio supremo a todos, menos a uno, de los treinta que le
habían seguido en el noviciado: incluso el fugitivo estaba destinado a
terminar sus días en Clairvaux. Hicieron votos de pobreza, castidad,
obediencia, estabilidad y modificación de costumbres, según el cere
monial que se sigue todavía en la Orden cisterciense, y cambiaron
por fin sus ropas seglares por el hábito religioso.
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CAPITULO V
CLAIRVAUX
Fundación de Clairvaux
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Miseria
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Enfermedad de Bernardo
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estrella lejana comparada con el sol, como una gota comparada con
el río, como una piedra comparada con la torre, como un guijarro
comparado con la montaña o como un grano comparado con el gra
nero? Yo poseo solamente dos insignificancias, dos insignificancias muy
indignas, mi cuerpo y mi alma. O hablando más correctamente, no
tengo sino una sola insignificancia, mi poder de libre elección. ¿Y voy
yo a dudar en renunciar a ella en favor de la voluntad de Uno tan
grande, que ha colmado a uno tan pequeño con favores tan inestima
bles, que ha comprado mi todo con el todo de Sí mismo? Y si me
niego a hacer el sacrificio, ¿con qué cara, con qué pensamiento y con
ciencia puedo yo recurrir a ‘las entrañas de la misericordia de Nuestro
Dios’? (Le 1, 78). ¿Cómo voy a esperar atravesar el poderoso Ba
luarte que ‘guarda a Israel’ y hace brotar por mi rescate la preciosa
Sangre, que salió no a gotas, sino a torrentes de las cinco heridas de
su Cuerpo?
"Pero mientras a duras penas puedo pagar una parte infinitesimal
de lo que debo a mi Redentor, ¿es que sólo le debo a Él? Ni mucho
menos. Los pecados del pasado exigen de mí, como reparación, la
totalidad de mi vida futura para que produzca fruto digno de peni
tencia y recapitule todos mis años en la amargura de mi alma Qs 38, 15).
¿Y quién es capaz de esto? Mis pecados sobrepasan en número a las
arenas de la playa, mis delitos se han multiplicado enormemente, mis
iniquidades son tantas que no soy digno de elevar los ojos a la faz de
los cielos, porque he provocado tu cólera, ¡oh, Señor!, y he hecho el mal
delante de Ti (Ps 4, 6). ¡Oh, qué satisfacción podré ofrecer cuando sea
requerido a pagar ‘el último céntimo’. (Mt, 5, 26)! ‘Es más fácil—dice
San Ambrosio—encontrar personas que han conservado su inocencia
bautismal que personas que la han recuperado por la adecuada peni
tencia’. Y con cualquier penitencia que ejecute, de cualquier modo que
me aflija y me castigue, no por el mérito de mi satisfacción, sino ‘por
causa de tu propio nombre Tú perdonarás mi pecado’ (Ps 24, 11).
Por consiguiente, cuando he dado toda mi vida y todo mi pensamiento,
todo lo que tengo y lo que puedo hacer en pago de esta deuda, ¿he
ofrecido algo, no digo lo suficiente, sino algo digno de mención? Hace
sólo un momento mi Salvador reclamaba toda mi vida en compensación
por la suya, y ahora veo que tiene que servir toda entera para satis
facer mis delitos. ¿Es posible satisfacer a dos acreedores con la mis
ma moneda?
”¿Y si apareciera ahora un tercer acreedor a reclamar mi vida como
crédito suyo con la misma insistencia y justicia? Supongo que debo
admitir que vosotros también, hermanos míos, deseáis habitar en
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CAPITULO VI
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Fulk
Parece también que por esta época escribió la larga carta a Fulk,
un joven de buena familia que, después de haber hecho los votos de
canónigo regular regresó al mundo a petición de su tío, deán de la igle
sia de Langres. Intentaba valerse de la fuerza moral ejercida sobre él co
mo una excusa para su apostasía. Bernardo le mostró la futilidad de tal
alegato, que había sido usado mucho antes por Adán y Eva y resultado
ineficaz. El tío pecó por presionarle y seducirle, el sobrino por escu
char la voz de la serpiente. “El asustado cordero huye ante la proxi
midad del lobo, la temblorosa paloma se esconde cuando aparece el
halcón. El hambriento ratón está a cubierto mientras el gato acecha:
‘pero tú, cuando viste al ladrón, corriste con él’ (Ps 49, 18). ¿No me
rece ser llamado ladrón quien no tuvo escrúpulos en robarle a Cristo
la valiosa perla del alma de Fulk?” Aquí comienza una terrible acu
sación del desgraciado deán, quien parecía más ansioso de tener un
heredero de la riqueza que él había acumulado que un abogado con
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Defección de Roberto
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Carta a Roberto
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garas bajo la mía? ¡Oh amarga necesidad! ¡Oh cruel caridad! ¿De
manera que sólo podías ser salvado con mi destrucción? ¡Quisiera
Dios que te salvaran aunque fuese de esta manera! ¡Quisiera Dios
que tú vivieses aun cuando yo pereciera! Pero dime: ¿es que la ropa
espléndida, la abundancia de golosinas conduce a un hombre con más
seguridad a la salvación que un hábito miserable y una comida frugal?
Si las pieles suaves y calientes, los hábitos de material fino y costoso,
largas mangas, amplios capuchones, las camisas de hilo y las camas
lujosas, si estas cosas pueden hacer un santo, ¿por qué permanezco
aquí y no te sigo a Cluny? No, éstas son más bien indulgencias per
mitidas a los enfermos que armas de combatientes. ‘Mira, los que
van vestidos con suaves ropas están en las casas de los reyes’ (Mt 11, 8).
”E1 vino y la cerveza, las cosas sabrosas y grasicntas son buenas
para el cuerpo, te lo concedo, pero difícilmente para el alma. Es la
carne, no el espíritu, la que prospera con la carne asada. La pimienta,
el jengibre, el comino, la salvia y mil variedades de adobos pueden
en verdad agradar al paladar, pero también encienden los fuegos de
la concupiscencia. Cualquiera que practique la moderación y la so
briedad encontrará que el hambre y la sal son suficiente condimento
para toda clase de alimentos. Las coles, las judías, el potaje y el pan
de avena con agua ofrecen pocos atractivos para un vago, pero son
alimentos delicados para el apetito aguzado por el trabajo. ¿Temes
las largas vigilias, los severos ayunos, el pesado trabajo manual? Me
dita sobre el fuego eterno del que tal penitencia nos salva y te pare
cerá en verdad muy ligera. El recuerdo de la ‘oscuridad exterior’
(Mt 8, 12) te servirá para que nuestra soledad te sea soportable; nues
tro silencio no te parecerá duro cuando consideres la cuenta que
tienes que dar de las palabras ociosas; el pensamiento de aquel eterno
llorar y rechinar de dientes (Mt 8, 12) hará que una burda estera te
parezca tan cómoda como una cama de plumas; si eres tan puntual
y atento en los oficios de noche como debes serlo, duro en verdad
tendrá que ser el lecho en que no puedas dormir cómodamente; y,
finalmente, si trabajas tantas horas diarias como ordena la regla que
tú profesas, el alimento que no te agrade tendrá que ser realmente
nauseabundo.”
La larga carta termina con un toque de trompeta:
“¡Levántate, entonces, soldado de Cristo! ¡Levántate y sacude de
tus armas el polvo de la indolencia! Regresa a la pelea, de la que
has huido, para reparar el deshonor de tu fuga con hazañas más
nobles y para triunfar más gloriosamente después del desastre. Cristo
tiene muchos guerreros que empezaron bien, se mantuvieron firmes
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CAPITULO VII
TROIS-FONTAINES Y FONTENAY
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Trois-Fontaines y Fontenay
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Enfermedad de Bernardo
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decir a los novicios cuando ingresaban que tenían que dejar sus cuer
pos fuera de las puertas del monasterio; pues les serían de poca uti
lidad en Clairvaux. Su propio cuerpo, en verdad, recibía pocos cui
dados: su misión era servir como una perpetua víctima de expiación.
Más tarde reconoció que había ido demasiado lejos en este aspecto,
y todos tenemos que lamentar una imprudencia que acortó una vida
tan preciosa para la Iglesia y para el mundo.
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delante de los hombres para que ellos vean vuestras buenas obras y
glorifiquen a vuestro Padre que está en el cielo (Mt 5, 6): no, sino
que vuestra intención no debe aspirar a un premio tan pobre y pere
cedero como la gloria terrenal. Seguramente hay nada más triste que
la suerte del que, después de afligir y torturar su carne con rigurosos
ayunos y vigilias, consiente en admitir el aplauso humano como re
compensa en esta vida y en tener el infierno como herencia en la
vida venidera.
“He dicho que las mortificaciones corporales tienen que tener la
sanción de la autoridad, porque ningún ofrecimiento puede ser acep
table a la vista de Dios, a menos que se haga con el consentimiento
del padre espiritual (Reglas de San Benito, capítulo XLIX): el Más
Alto no aceptará nada que esté manchado de terquedad, nada sino
aquello que se le ofrezca con sumisión a la voluntad del superior.
La exclusión de la terquedad nos ayuda de esta manera grandemente
a vencer el orgullo.
"Nuestra mortificación necesita también ir acompañada de la dis
creción, no sea que un celo excesivo la lleve tan lejos que perjudi
que nuestra salud y matemos a un amigo, por así decirlo, en nuestra
ansiedad por vencer a un enemigo. Piensa lo que puede soportar tu
cuerpo, ten en cuenta tu constitución física y procura que tu seve
ridad se acomode a ella. Es un deber indispensable el conservar nues
tra salud corporal para ponerla al servicio del Creador. A cuántos
he visto castigar sus cuerpos con un rigor tan extremado al principio
de su conversión a Dios y llevar sus prácticas de penitencia más allá
de los límites de la prudencia de un modo tan exagerado que no han
podido acudir al coro y se han debilitado tanto que han tenido que
ser sometidos a un régimen especial durante muchos días” 3.
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CAPITULO VIII
SE MANIFIESTA EL TAUMATURGO
La Carta de Caridad
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bajo la presidencia del abad de aquella casa: los abades que se au
sentaban sin causa justificada habrían de ser severamente castigados.
Cada abad estaba obligado a visitar anualmente las filiales de su mo
nasterio, es decir, las casas fundadas a partir de la suya, a fin de exa
minar cuidadosamente su estado espiritual y material y presentar un
informe detallado al siguiente Capítulo general. Citeaux no era una
excepción de esta regla. Los abades de los cuatro monasterios de La
Ferté, Pontigny, Clairvaux y Morimund fueron designados para visi
tar la casa matriz, cuyo jefe, aunque era el superior general de toda la
Orden, estaba sujeto, como los otros abades, a ser castigado e in
cluso destituido por el Capítulo general si los visitantes emitían un
informe desfavorable. No había ninguna imposición de tributos a las
filiales en favor de la casa matriz, pero si una casa venía a un estado
extremo de pobreza todas las demás casas deberían contribuir para
ayudarla proporcionalmente a los medios con que Dios les hubiera
bendecido. Otra importante regla era que cada comunidad tendría el
derecho de elegir su propio abad. Estos son algunos de los artículos
contenidos en la histórica Constitución, tan frecuentemente alabada
por sucesivos romanos pontífices y cuyo autor, Esteban, mereció por
ella ser considerado como el legítimo heredero de la sabiduría del
propio San Benito. La ley referente a las visitas anuales imponía a
Bernardo una pesada carga que había de aumentar con los años.
Otra publicación importante que debemos al Capítulo de 1119 es
el Líber Usuum, el primer código de ceremonias y reglamentaciones
cistercienses recopilado por San Esteban, según unos autores, y por
San Bernardo, según otros. Fue aprobado por Roma al mismo tiempo
que la Carta de Caridad y difiere muy poco de las reglamentaciones
que se hallan en vigor actualmente. Vacandard y otros autores creen
que estas dos recopilaciones debieron promulgarse antes del año 1119,
pero nosotros hemos preferido seguir a Manríquez.
Primeros milagros
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2 Esta definición ha sido adoptada por Santo Tomás y por Peter Lombard.
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derá que veas nuestra salvación. ¿Y no es para esto para lo que has
estado suplicando y suspirando y derramando oraciones con lágrimas
día y noche? ¿Entonces eres tú aquella a quien esto ha sido prometido
‘o buscamos otra’? (Mt 11, 3). Además, tú misma eres ella y no hay
ninguna otra. Tú, repito, eres la que ha sido prometida, la que ha
sido esperada, la que ha sido deseada, a través de la cual el patriarca
Jacob esperó recibir vida eterna, cuando estando a punto de morir
exclamó: ‘buscaré Tu salvación, oh Señor’ (Gen 49, 18). Tú eres
aquella en la cual y por la cual ‘Dios Nuestro Rey antes de los tiem
pos había decretado obrar la salvación en medio de la tierra’ (Ps 78, 12).
¿Por qué motivo esperas recibir a través de otro lo que ahora se te
ofrece? ¿Por qué esperas recibir a través de otro lo que a través de
ti nos darán en seguida, con tal de que tú consientas y pronuncies la
palabra? Date prisa, por consiguiente, en contestar al ángel, o más
bien en contestar al Señor por medio del ángel. Pronuncia la palabra
y recibe la Palabra. Expresa tu palabra humana y concibe la Palabra
divina. Pronuncia la palabra transitoria y abraza la Palabra eterna,
¿por qué dudas, oh Señora? ¿Por qué motivo temes? Cree, consien
te y recibe en tu vientre la Palabra del Padre. Deja que tu humildad
adquiera valor y que tu modestia se confíe. No es conveniente ahora
de ninguna manera que tu virginal sencillez olvide la prudencia. Oh
Virgen prudentísima, en esta materia sólo puedes desechar todo temor
de presunción, porque aunque la modestia agrada por su silencio, es
ahora más necesaria para nosotros la caridad de la palabra. Oh feliz
Virgen, abre tu corazón a la fe, tus labios al consentimiento y tu seno
para que admita a tu Creador. Mira que el Deseado de todas las na
ciones se halla fuera incluso ahora y está llamando a tu puerta. ¡Oh
si Él pasara delante de tu puerta mientras tardas en abrir y te vieras
obligada a empezar de nuevo a buscar con tristeza a ‘Aquel a Quien
tu alma ama’! (Cant 3, 1). Levántate entonces y apresúrate a abrirle.
Levántate movida por la fe, apresúrate movida por la devoción y abre
movida por el consentimiento. ” De la humildad de la Virgen dice:
“¡Oh, cuán sublime es la humildad manifestada aquí, que no sabe
cómo rendirse al honor ni exaltarse con la gloria! ¡Ella es elegida
para ser la Madre y Dios y se llama a sí misma Su sierva! Segura
mente es un signo de una humildad mayor que la común no olvidar
la humildad en tal exaltación. El ser humilde en la abyección no es
nada extraordinario ; pero es en verdad una gran virtud, tan rara co
mo grande, el ser humilde como María en medio del honor.” Y con
templando la obediencia de Cristo, exclama Bernardo: “Aprende, oh
hombre, a obedecer; aprende, oh tierra, a soportar el yugo; aprende,
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Pan viviente que descendió de los cielos’ (loh 6, 61). No puede haber
duda alguna de que este José, con quien se casó la Madre del Salva
dor, fue singularmente bueno y fiel. Él fue, repito, ‘el siervo bueno y
fiel’ (Mt 25, 23) a quien el Señor designó para ser el consuelo de su
Madre, el sostén de su Humanidad y el único y más fiel coadjutor en
la tierra en la ejecución de su poderoso propósito. A esto hay que
añadir que está declarado que perteneció a la casa de David (Mt 1, 20).
Es cierto que este José descendía de David, cierto que venía de estir
pe real, pero aunque noble por su ascendencia era todavía más noble
por sus virtudes y carácter.
”E1 fue en verdad el hijo de David, un hijo muy digno de un
padre tan grande. Fue, repito, el Hijo de David, y esto no solamente
por la carne, sino también por su fe, por su devoción y por su san
tidad. En él encontró el Señor un hombre que, como otro David, era
conforme a Su propio Corazón (1 Sam 13, 14), un hombre a quien
Él podía con toda seguridad confiar el secreto más oculto y sagrado
de Su mente. A José, por consiguiente, como a su padre David, Él
le hizo conocer las cosas inciertas y ocultas de Su sabiduría (Ps 1, 8)
y le dio un conocimiento de ese misterio que ninguno de los príncipes
de este mundo conoció (1 Cor 2, 8). Además, el Salvador, a Quien
muchos reyes y profetas desearon ver y no vieron, desearon oír y no
oyeron, fue confiado a José no sólo para que lo viera y oyera, sino
incluso para que lo llevara en sus brazos, lo condujera de la mano,
lo abrazara, besara, sostuviera y protegiera.”
Sin embargo, el pasaje más bello de esta bella obra es induda
blemente el siguiente: “ ‘Y el nombre de la Virgen fue María’ (Le 1,
27). Permitidme decir algo concerniente también a este nombre, que se
cree que significa ‘Estrella del Mar’ y que conviene admirablemente
a la Virgen Madre. Hay en verdad una maravillosa propiedad en esta
comparación de la Virgen con una estrella, porque de la misma ma
nera que una estrella envía sus rayos sin detrimento de sí misma, la
Virgen trajo al mundo a su Hijo sin perjuicio para su integridad.
Y de la misma manera que el rayo emitido no disminuye la bri
llantez de la estrella, tampoco el Niño nacido de ella empañó
la belleza de la virginidad de María. Ella es, por consiguiente, esa
gloriosa estrella que, según la profecía (Num 24, 19), surgió de Jacob,
cuya luz ilumina toda la tierra, cuyo deslumbrante esplendor fulgu
ra magníficamente en los cielos y llega incluso hasta el infierno; una
estrella que, iluminando el universo y comunicando calor más bien
a las almas que a los cuerpos, favorece la virtud y extingue el vicio.
Ella, repito, es esa estrella resplandeciente y radiante colocada como
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SAN BERNARDO
un faro necesario sobre ‘el grande y espacioso mar’ (Ps 103, 25) de la
vida, brillante de méritos y luminoso de ejemplos para que los imi
temos. Oh, cualquiera que seas que te ves a ti mismo durante esta
existencia mortal más bien flotando en las aguas traicioneras, a mer
ced de los vientos y las olas, que caminando seguro sobre la tierra
firme no apartes tus ojos de la luz de esta estrella faro, no sea que
te veas sumergido por la tempestad. Cuando las tormentas de la ten
tación rompan sobre ti, cuando te veas arrastrado contra las rocas
de la tribulación: mira a la estrella, invoca a María. Cuando te veas
golpeado por las olas del orgullo, o de la ambición, o del odio, o de
los celos: mira a la estrella, invoca a María. Si, turbado por la per
versidad de tus pecados, confundido por el sucio estado de tu con
ciencia y aterrorizado ante el pensamiento del espantoso juicio futu
ro, empiezas a hundirte en el golfo insondable de la tristeza y a ser
tragado por el negro abismo de la desesperación: ¡ Oh, entonces pien
sa en María! En los peligros, en las dudas, en todas tus dificulta
des, piensa en María, invoca a María. Que su nombre no se separe
de tus labios, no toleres jamás que abandone tu corazón. Y a fin de
que con más seguridad puedas conseguir la ayuda de sus oraciones,
no descuides el caminar sobre sus huellas. Con ella por guía, no te
extraviarás nunca; mientras la invoques no perderás el ánimo, mien
tras ella está en tu mente te hallas a salvo de la decepción, mien
tras te lleva de la mano no puedes tropezar, bajo su protección no
tienes que temer nada, si camina delante nunca te cansarás, si te
muestra su favor con toda seguridad alcanzarás la meta. Y así expe
rimentarás en ti mismo la verdad de lo que está escrito: ‘y el
nombre de la Virgen era María’ (Le 1, 27).”
La tentación es irresistible, por ello el lector no debe censurar
nos si a estas alabanzas de los dulces nombres de José y María aña
dimos la alabanza del nombre que se halla sobre todos los nombres,
el nombre de Jesús, aunque tengamos que tomarla del sermón nú
mero 15 del santo abad sobre el Cantar de los Cantares.
“Hay indudablemente una extraña analogía entre el aceite y el
nombre del Amado, de forma que la comparación hecha por el Es
píritu Santo no es arbitraria. A menos que podáis sugerir algo mejor,
diré que el nombre de Jesús se parece al aceite por el triple uso que
se hace de este último: para iluminar, como alimento y para curar.
Alimenta la llama, nutre al cuerpo, suaviza el dolor. Es luz y ali
mento y medicina. Considerad cómo se pueden encontrar las mismas
propiedades en el nombre celestial del Esposo. Cuando este nombre
es predicado, da luz; cuando es meditado, alimenta; cuando es in
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CAPITULO IX
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Pedro el Venerable
1 El despilfarro del abad Pons excedía incluso a lo que Cluny con todos sus
ilimitados recursos podía soportar: el monasterio más rico del mundo al co
mienzo de su administración era completamente pobre al final de la misma.
Después de su obligada dimisión, Pons salió para Palestina, donde pensaba
pasar el resto de su vida; pero, aburrido de la soledad y de la oscuridad;
regresó y, con la ayuda del populacho armado, se hizo dueño de la noble aba
día, que bajo el prudente gobierno del abad Pedro había recuperado su esplen
dor y prosperidad primitivos. Durante unos nueve meses permaneció en su
puesto, sustentándose sus seguidores con el saqueo de las aldeas de los alrede
dores, después de haber agotado los recursos del monasterio. Los ornamentos
de oro y plata de la gran iglesia—cruces, incensarios y candelabros—tuvieron
que ser fundidos para pagarles. Por fin apareció1 en escena un legado1 de Ho
norio II, el cual expulsó a “Pons y los ponsianos, como se llamaba a sus par
tidarios, fulminándoles con un terrible anatema”. (Pedro el Venerable, De
Miraculis, cap. XIII,)
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La “Apología”
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muchos colores que Cristo, el verdadero José, recibió del Padre Eter
no y la cual, “sin costura, tejida completamente desde arriba” (loh 19,
23), Él legó como una manda preciosa a Su rebaño. “Padre Todo
Poderoso, ‘mira si ésta es o no la túnica de Tu Hijo' (Gen 37, 32),
es más, reconoce que es aquella túnica de diversos colores que Tú
hiciste para tu Hijo bien amado ‘dando algunos apóstoles y algunos
profetas y algunos evangelistas y algunos pastores y doctores—con lo
demás de la maravillosa variedad de funciones y oficios—para la
perfección de los santos, para la tarea del ministerio, para la edifi
cación del cuerpo de Cristo, hasta que todos nos encontremos en la
unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios en un perfecto
hombre, en la medida de la edad de la plenitud de Cristo’ (Eph 4,
11-13). ...Oíd en qué sentido la túnica es de muchos colores: ‘Ahora
bien, hay diversidad de gracias, pero el mismo Espíritu; y diversidad
de ministerios, pero el mismo Señor, y diversidad de operaciones, pero
el mismo Dios’. Y después de enumerar los diversos colores con que
está matizada la túnica, el apóstol, para demostrar que también está
‘sin costura, tejida completamente desde arriba’, añade: ‘Pero todas
estas cosas las obró uno y el mismo Espíritu, distribuyendo a cada
uno según Su voluntad’ (1 Cor 12, 4-11). Por consiguiente, no se per
mita que sea dividida, sino que, como herencia legítima, (loh 19, 24)
la reciba la Iglesia entera y por completo, pues de ella está escrito:
‘La reina estaba a Tu derecha con vestiduras de oro, rodeada de va
riedad’ (Ps 44, 10). Por tanto, que las diferentes personas obtengan
diferentes dones, cada uno el suyo, bien sean cluniacenses o cister-
cienses, o del clero regular, bien sean clérigos o legos; que lo que
sea adecuado se dé a las diversas órdenes y edades y sexos y condicio
nes y lugares y tiempos hasta la consumación de los siglos.
”Yo soy cisterciense: ¿voy por ello a condenar a los cluniacen
ses? ¡No lo quiera Dios! Antes bien, los amo y los honro y los pon
go en las estrellas. Pero, diréis vos, ‘¿por qué no entráis en la Orden
que, según proclamáis, admiráis tanto?’ Debido a las palabras del
apóstol: ‘Que cada hombre persevere en la vocación para la cual ha
sido llamado’ (1 Cor 7, 20). Pero si seguís preguntando por qué no
elegí al principio la Orden cluniacense, mi contestación la tomo de
nuevo del mismo apóstol: ‘Todas las cosas son legítimas para mí,
pero no todas son convenientes’ (1 Cor 10, 22). Yo no quiero decir
que esta Orden no es justa y sagrada, sino que siendo yo ‘camal y
vendido bajo pecado’ (Rom 7, 14) tenía necesidad de un remedio más
potente para la enfermedad de mi alma... Alabo y amo todo instituto
de la Iglesia donde viven los hombres con justicia y piedad. A la pri
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de vigilia antes de que con el sueño haya hecho desaparecer los efec
tos de su hartazgo, sólo emitirá gruñidos y suspiros en lugar del can
to de los salmos...
”Hay una historia risible, que casi no se puede creer y que, sin
embargo, me la han contado muchos que garantizan su veracidad y
que merece ser contada aquí. Se dice que camaradas jóvenes y fuertes
en la plenitud de la salud acostumbran a retirarse de la vida de co
munidad a la enfermería por causa de la carne que la regla per
mite solamente a los enfermos y anémicos. Su objeto no es encon
trar un remedio a las enfermedades corporales (que no padecen), sino
sola y exclusivamente agradar al paladar... O acaso busquen un re
medio anticipado, movidos por una prudencia excesiva: como el ven
darse un miembro antes de que esté herido, o aplicarse una cataplasma
calmante donde todavía no hay ningún dolor. Con objeto de distin
guir entre los fuertes y los enfermos, a estos últimos se les hace llevar
bastones en la mano—una precaución muy necesaria—, pues de esta
manera, a pesar de la ausencia de palidez en el rostro y delgadez en
el cuerpo y de todos los demás síntomas ordinarios de una salud de
licada, se puede siempre conocer a un inválido por el signo distintivo
del bastón que le sostiene. ¿Es éste un tema para reír o para llorar?
Pero permitidme preguntar: ¿era así como vivía San Macario? ¿Es
ésta la enseñanza de San Basilio o la regla de vida que nos legaron
San Antonio y los demás padres del desierto? ¿Habéis aprendido esto
del ejemplo de los santos Odo, Maiolus, Odilo y Hugo, de quienes
os gloriáis considerándolos como los pilares y las principales lumi
narias de vuestra Orden? No, ciertamente, pues siendo santos todos
ellos, podían decir con San Pablo: ‘Teniendo comida y con qué ves
tirnos, estamos contentos’ (1 Tim 6, 8).
”Por lo que respecta al vestido, ya no buscamos lo que es útil
sino lo que es fino; no buscamos una protección contra el frío, sino
algo que satisfaga nuestra vanidad; no buscamos lo que se puede
adquirir más barato, como ordena la regla, sino lo que es más bello
y ostentoso. ¡Desgraciado de mí que he de vivir para ver tan decaída
la primera Orden de la Iglesia y la más próxima en la tierra a las
sagradas órdenes angélicas! Entre los monjes primitivos nadie con
sideraba que nada fuera suyo, sino que se hacía la distribución a cada
uno con arreglo a sus necesidades (Act 4, 32-35). Indudablemente,
cuando no se recibe nada, sino lo que uno necesita, no hay nada su
perfino, nada meramente curioso, nada destinado a la ostentación.
Sólo se tienen en cuenta la conveniencia y la decencia. ¿Tenían aque
llos monjes, en vuestra opinión, hábito de un tejido raro y costoso, una
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muía para cabalgar que vale 200 coronas, una colcha de piel de gato
o de paño de lana jaspeado? Probablemente no. Pero nosotros, que
nos derramamos sobre las cosas externas, descuidando el reino de Dios
que está dentro de nosotros (Le 17, 21) y los bienes verdaderos del
alma, buscamos el consuelo en la vanidad e ilusión, con el resultado
de que hemos perdido no solamente las virtudes, sino incluso la apa
riencia de nuestro primitivo instituto... Nos hemos vuelto tan melin
drosos, que a duras penas encontramos en nuestro país algo que este
mos dispuestos a llevar. El monje y el caballero cortan la cogulla y
la capa de la misma pieza de paño. ¿Qué persona mundana, pre
gunto, por muy honorable que sea, por muy alto que sea su rango,
aunque se trate de un rey o de un emperador, consideraría que nuestra
ropa es indigna de él, si tan sólo se alterase la hechura? Quizá me
recordaréis que la religión no reside en el hábito, sino en el corazón.
Concedido. Pero cuando vosotros, para compraros una cogulla, atra
vesáis pueblos y ciudades, frecuentáis las ferias y los mercados, exa
mináis las tiendas de los pañeros, observáis todas las existencias con
el más penoso cuidado, tentáis todas las piezas con los dedos, las acer
cáis a los ojos, las sacáis a la luz del sol, rechazando despectivamente
lo que os parece burdo o pálido y compráis, sin mirar el precio, lo
que os gusta por su brillo o por la finura del tejido, decidme: ¿viene
esto de vuestro corazón o de vuestra sencillez? De la fuente del co
razón procede indudablemente todo el vicio que se revela externa
mente. Sí, la vanidad interior se manifiesta exteriormente y el amor a
los vestidos delicados revela un alma afeminada. No nos preocuparía
mos tanto por la ropa que cubre nuestros cuerpos si fuésemos tan
atentos como es necesario con la vestidura de nuestras almas.
”La regla de San Benito (Cap. II) nos advierte que los pecados del
subordinado deberán ser imputados al superior, y el Señor mismo de
clara por medio de Su profeta que la sangre de los que mueren en
pecado será reclamada a sus pastores. (Ez 3, 18). Entonces, me pre
gunto, ¿cómo vuestros abades toleran que continúen esos abusos, a no
ser que acaso (me atrevo a decirlo) no les agrade la contradicción de
denunciar una falta de la que no son personalmente culpables? Pues
no conviene a la naturaleza humana el sentirse violentamente indig
nados contra los demás por una indulgencia que nos permitimos a
nosotros mismos. No, no me callaré. Llamadme insolente si queréis,
pero tengo que decir la verdad. ¡Oh, cómo se ha convertido en os
curidad la luz del mundo! ¡Cómo ha perdido su sabor la sal de la
tierra! (Mt 5, 13-14). Los que deberían conducirnos por el camino
de la vida, en vez de hacerlo, nos dan un ejemplo de orgullosa osten
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CAPITULO X
Consecuencias de la “Apología”
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continúa: “Vuestra carta fue muy bien recibida. La leí con avidez.
La leí por segunda vez con un placer renovado. La leí de nuevo una
y otra vez y siempre con renovada delicia. Confieso que el humor me
agradó mucho. Encanta por su gracia sin ofender el decoro. No sé
cómo, con todas vuestras bromas, podéis todavía ‘colocar las pala
bras juiciosamente’ (Ps 111, 5) de forma que vuestra jocosidad no
mancille vuestra dignidad y vuestra dignidad no sea un obstáculo pa
ra la brillantez de vuestro ingenio... Encomendadme a las oraciones
de vuestra santa comunidad y dadles, por favor, mis más cariñosos
recuerdos.” Pedro dirige su contestación “a Bernardo, señor abad de
Clairvaux, el inseparable amigo de su corazón, digno de todo amor
y veneración”. “Como he tardado algo—continúa—en contestar a la
cariñosísima y deliciosa carta de mi amigo, acaso os sintáis sorpren
didos y tentados a imputarlo a pereza o indiferencia. No, no. El re
traso no se puede atribuir a ninguna de estas causas. En verdad di
fícilmente he recibido jamás una carta a la que haya dispensado me
jor acogida o que haya leído con más atención. La verdadera causa
del retraso ha sido mi ausencia de Cluny... Acaso hablaréis contra mi
afición a bromear. Bien, me gusta una broma, pero sólo con vos. Me
agrada ser bromista con vos, no con los demás. Pues he de temer
que me consideren como un hombre frívolo si intento una broma
con los demás. Pero con vos no tengo ese temor. Por consiguiente, es
siempre para mí un gran placer charlar con vos y reforzar con una
cordial conversación los dulces lazos del amor.”
En otra carta el archiabad de Cluny expresa sus deseos, si ello
fuese posible, de vivir como un simple monje en Clairvaux. Le llama
a Bernardo “la columna fuerte y espléndida del estado monástico y
de toda la Iglesia.” “Si fuese posible—escribe—■, si la Divina Provi
dencia no se opusiera y si el hombre pudiese disponer de sí mismo,
preferiría vivir inseparablemente unido a vos que ser príncipe y go
bernante soberano entre los demás mortales. Sí, vuestra compañía,
agradable a los hombres y a los ángeles, sería para mí un bien más
deseable que todos los reinos y coronas terrenales. ¡Oh, si me fuera
concedido el disfrutar de vuestra compañía hasta mi último suspiro,
acaso pasaríamos juntos nuestra eternidad! ¿Pues adonde iba yo a
correr sino tras vos, atraído por el aroma de vuestros ungüentos?
(Cant 1, 3). ¡Pero si no puedo teneros siempre cerca, ojalá que pu
diese veros a menudo! ¡Y si aun esto es imposible, ojalá que vues
tros mensajeros me visitaran más frecuentemente! A vos y a todos
los santos religiosos que sirven al Señor bajo vuestro gobierno yo me
encomiendo tanto a mí como a los míos”. “He recibido vuestra carta
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—escribe en otra ocasión—, una carta fragante con el más dulce amor
y que me honra más de lo debido. Me llamáis queridísimo amigo y
reverendísimo padre. Me alegro de estos títulos, pero honradamente
no puedo aceptarlos sin perjuicio de la verdad. Que soy ‘reverendísi
mo’ lo dudo, que soy padre, al menos respecto de vos, lo niego; pero
que soy vuestro amigo y queridísimo para vos, lo noto y lo reconozco
a la vez.”
Una vez el abad Pedro hizo un esfuerzo para dimitir su cargo con
objeto evidentemente de satisfacer el deseo de su corazón de pasar
el resto de sus días en Clairvaux. En 1146 fue a Roma con la inten
ción (por lo menos así lo sospechó Bernardo) de pedir a Eugenio III
que le relevase de su responsabilidad. El abad de Clairvaux, escri
biendo al Papa en su favor, le recomendó que cualquier cosa que él
pidiera le fuese concedida, cualquier cosa excepto el permiso para
dimitir su cargo. La carta muestra que el tiempo no había entibiado
el ardor de su afecto mutuo. “Acaso parezca una locura que yo es
criba a Su Santidad en favor del abad de Cluny y asuma el papel,
por así decirlo, de patrón de un hombre cuya protección todos los
hombres ambicionan. Sin embargo, no escribo con la idea de hacerle
un servicio necesario, sino solamente para satisfacer mi afecto. Con
este afecto acompaño a mi amigo en su peregrinación, puesto que no
puedo hacerlo en persona. Nada puede separarme de él: ni la altura
de los Alpes, ni el frío de sus nieves, ni la largura del viaje. Estoy con
él ahora en presencia de Su Santidad para hacerle con esta carta el
servicio que pueda, pues en verdad tengo que estar con él donde
quiera que se encuentre, ya que le estoy muy obligado por admitirme
a su amistad más íntima; una obligación que, sin embargo, no es
opresiva porque se ha convertido en amor. Os ruego que honréis a
este hombre como a un miembro realmente honorable del cuerpo de
Cristo. A menos que me equivoque, él es un ‘vaso de honor’, ‘lleno
de gracia y verdad’ (Rom 9, 21; loh 1, 14), que rebosa preciosos
presentes y dotes espirituales. Enviadlo a casa lleno de alegría para
que él nos alegre a todos nosotros a su regreso. Adornadlo con una
nueva gracia, pues realmente lo merece, de forma que cuando vuelva
a nosotros recibamos algo de su abundancia. En el caso de que os
pida algo en el nombre de Nuestro Señor Jesucristo, que no tenga
ninguna dificultad en conseguir su petición. Pues permitidme deciros
que éste es el hombre que se ha distinguido por su caridad para las
comunidades pobres de nuestra Orden; éste es el hombre que, hasta
donde le fue posible hacerlo, con el consentimiento de sus monjes,
ha alimentado frecuente y alegremente a nuestros religiosos con ali
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Conversión de Suger
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lados bajo las vengadoras espadas del enemigo, prefiere morir con
ellos, pues el sobrevivirles le parece un deshonor, aunque pudiera es
capar fácilmente. Por consiguiente, permanece en el campo de batalla
realizando prodigios de valor, rodeado de enemigos furiosos y espa
das ensangrentadas y hace todo lo que puede con la voz y con las
armas para reanimar a sus tropas y convertir la derrota en victoria.
Se le encuentra siempre en el lugar en que más fieros son los ataques
del enemigo y en que más presión sufren sus seguidores. Aquí sal
va a uno parando un golpe, allí socorre a otro que está a punto de
morir, mostrándose dispuesto a dar su vida por cada uno de sus
amigos en la medida en que la situación parece más desesperada. Pero
acontece a veces que mientras que se esfuerza por mantener a raya a
los perseguidores, por agrupar a los que son presa del pánico y por
llamar a los fugitivos, acontece a veces, repito, que logra cambiar la
suerte de la batalla, llevando la confusión al enemigo y consiguiendo
la victoria de su bando, una victoria que es tanto más grata y glo
riosa cuando que es menos esperada. Ahora los perseguidos se con
vierten en perseguidores, los vencidos en vencedores, los que hacía
poco tiempo huían para salvar la vida se muestran ahora jubilosos por
el triunfo.”
Después de pintar esta imagen militar, altamente grata para un
amante de las proezas guerreras como Suger, el santo abad lo com
para a Moisés, David, Jeremías y San Pablo, todos los cuales prefi
rieron exponerse al peligro en favor de los suyos cuando pudieron
haberse salvado solos más fácilmente. Luego continúa describiendo
el cambio que tuvo lugar en San Denis. “Esa abadía, tan venerable
por su antigüedad y por sus relaciones con los reyes, se había con
vertido en el lugar de cita de los intrigantes políticos y de los funcio
narios militares. En verdad, se daba al César lo suyo sin fraude, re
traso, ni dificultad, pero lo que se debía a Dios no se le entregaba
tan fielmente. Ahora hablo basándome no en mi conocimiento perso
nal, sino en lo que me han dicho. Se dice que los claustros de la aba
día solían estar llenos de hombres armados, siendo utilizados para la
gestión de los asuntos públicos, resonando con el clamor de las dispu
tas y viéndose a veces invadidos incluso por aquellos a quienes los
cánones excluyen. ¿Qué se reservaba en aquel lugar para las cosas
espirituales, santas o divinas? Pero ahora todo eso ha cambiado. Se
ha restablecido la disciplina regular; la contemplación y las lecturas
piadosas ocupan el tiempo libre de los monjes, el silencio y la paz
del buen orden crean una atmósfera que invita a la oración; mientras
que la dulzura de la salmodia sirve para suavizar la austeridad de la
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Drogo
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una Orden más estricta a otra menos estricta, puesto que así se le
daba a Dios menos de lo que se le había prometido al profesar, era
en sí misma una cosa digna de alabanza para un monje el pasar a
una Orden más estricta, porque con ello da más de lo prometido. Sin
embargo, antes de hacer este cambio, el religioso debe estar seguro de
que es impulsado por una intención pura y no por sentimientos de
aburrimiento y disgusto, o por amor de la novedad. “Sé—dice el
santo abad, escribiendo a Pedro el Venerable—•, sé que muchos han
venido a nosotros de vuestra Orden y de otras órdenes, los cuales,
después de escandalizar a sus comunidades por una inoportuna mar
cha, han traído también el escándalo a la nuestra por su mala con
ducta después de su ingreso. Y puesto que ellos orgullosamente des
preciaron el bien que poseyeron y precipitadamente presumieron de
una gracia que no poseían, Dios permitió que se pusiera de manifies
to su indignidad de un modo vergonzoso: ellos desvergonzadamente
abandonaron lo que imprudentemente habían emprendido y regre
saron a lo que habían abandonado demasiado ligeramente. Así, bus
cando el ingreso en nuestros claustros debido más a su aburrimiento
que a ningún deseo de mayor perfección, pronto pusieron de mani
fiesto lo que eran. Llevados de un lado para otro por la inconstante
ligereza de sus mentes, de vosotros a nosotros y de nosotros a vos
otros, terminaron por dar un escándalo público. Sin embargo, conozco
a muchos que han venido a nosotros por mandato del Señor y que
han empezado bien y han perseverado valerosamente. Además, es
mucho más seguro, en conjunto, continuar en lo bueno de nuestra
profesión que cambiar por lo que es mejor en sí mismo, pero que
acaso nos veamos más tarde obligados a abandonar.” Bernardo sos
tenía que los superiores estaban completamente justificados al negar
el ingreso a estos novicios, por muy bien dispuestos que estuvieran,
siempre que ello fuera necesario para la conservación de la paz; mien
tras que las consideraciones de esta clase no tenían en absoluto nin
guna importancia para él cuando se trataba de admitir a un novicio
que viniese de la calle.
Por consiguiente, escribió una carta al abad Hugo, advirtiéndole
de las enemistades que iba a tener si Drogo no era expulsado, pero
terminaba diciéndole que siguiera su propio consejo. Esta carta fue
enviada a Pontigny por medio del mensajero del abad Jorannus, el
cual, evidentemente, no era muy honrado, pues entregó al propio Dro
go, como procedente de Bernardo, un mensaje oral que equivalía a
una recomendación para que abandonase Pontigny. En consecuencia,
la paz espiritual del monje fue turbada, y Hugo se sintió ofendido,
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CAPITULO XI
INFLUENCIA DE BERNARDO
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2 Hubo una época en que Morimund contó entre sus filiales con trescien
tos monasterios de monjes, unos seiscientos conventos de monjas y cinco gran
des órdenes militares. Cfr. Dubois, Histoire de l'abbaye Morimund, págs. 443-
450. Aunque le seguía en importancia a Clairvaux, las dos abadías fueron fun
dadas el mismo día, según Janauschek.
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CAPITULO XII
ENFERMEDADES Y VISIONES
Muerte de Gaudry
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Sea cual fuere la opinión que se tenga de esto, no hay duda que
Bernardo era extraordinariamente exigente en lo que se refería a las
ceremonias de la misa. Guido, abad de Trois-Fontaines, había pro
nunciado en la misa las palabras de consagración sobre un cáliz en
el cual, por descuido del sacristán 1, no había vino. Gravemente tur
bado por este hecho pidió consejo a Bernardo. La contestación que
recibió tiene muchos puntos interesantes: “Considerando la causa
de tu zozobra, creo que debes ser alabado por sentirla, siempre que
no sea excesiva. Pues a menos que me equivoque, tu tristeza es ‘con
forme a Dios’ (2 Cor 7, 9), y siendo así, se convertirá indudablemente
en alegría (loh 10, 20). Por consiguiente, queridísimo hermano, ‘enfá
date y no peques’ (Ps 4, 5). Pero puedes pecar tanto por demasiada
tristeza como por demasiado poca. No entristecerse cuando es debido
es ciertamente pecaminoso, pero es añadir el pecado al pecado el
entristecerse más de lo que la ocasión requiere... Si el grado de nues
tra culpa se estimase por las consecuencias de nuestras acciones, nin
guna tristeza podría ser considerada como excesiva en ti, cuya culpa
sería indudablemente grande, pues el pecado sería mayor de acuerdo
con la santidad de la materia. Sin embargo, no es la materia, sino el
motivo; no es el resultado, sino la intención lo que discrimina entre
el mérito y el pecado, de acuerdo con la palabra del Señor: ‘Si tu ojo
es sencillo todo tu cuerpo será luminoso, pero si es malo, todo tu
cuerpo estará en la oscuridad’ (Mt 6, 22-23). Y así, el prior y yo,
después de haber examinado cuidadosamente la cuestión, hemos lle
gado a la conclusión de que ha habido ignorancia por tu parte y ne
gligencia por parte del sacristán, pero no ha habido malicia por parte
de ninguno de vosotros dos. Sabes perfectamente bien que ninguna
acción es imputable a menos que sea voluntaria. Entonces, ¿cómo
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2 Según el antiguo rito cisterciense, no había más que una sola oblación
en la misa, ofreciéndose juntos el pan y el vino.
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Enfermedades
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Visiones
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El conde Teobaldo
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4 Enrique I de Inglaterra.
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CAPITULO XIII
EL BUEN PASTOR
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incline hacia la tierra como sus ovejas en vez de andar erguido como
un hombre, con el rostro hacia el cielo, buscando y saboreando no
las cosas que están sobre la tierra, sino las que se hallan arriba?
(Col 3, 1).
”Sé que este lenguaje ha de producir indignación; se me dirá
que cierre la boca, puesto que los monjes no tienen derecho a juz
gar a los obispos. ¡Dios quisiera que me fuera posible también ce
rrar los ojos! Pero incluso si no digo nada, todavía oigo la voz del
apóstol: ‘ ¡ no con vestiduras costosas! ’ (1 Tim 2, 9). Se está dirigiendo
a las mujeres, pero si algunos hombres se sienten también reprendi
dos por sus palabras, mayor vergüenza para ellos... Sí, tengo que
estar callado, pero los desnudos clamarán y clamarán los pobres que
se mueren de hambre y os dirán: ‘Decidnos, vosotros sacerdotes de
Dios, ¿para qué sirve el oro de vuestras bridas?’ ¿Es que las bridas
necesitan ser protegidas del frío y del hambre mediante un gasto tan
grande? ¿Por qué tanto derroche mientras estamos hambrientos? Es
nuestra fortuna la que estáis dilapidando; vosotros nos habéis robado
cruelmente lo que gastáis en esas bagatelas. Nosotros, lo mismo que
vosotros, somos hijos de Dios, lo mismo que vosotros hemos sido
redimidos con la preciosa Sangre de Cristo; por consiguiente, somos
vuestros hermanos. ¿Entonces, con qué derecho malgastáis nuestra
herencia en objetos de vanidad? Vuestros palafrenes van cargados
de joyas, mientras que nosotros no tenemos con qué cubrir nuestros
pies desnudos. Los cuellos de vuestras muías se doblan bajo el peso
de costosos adornos, mientras que vuestros hermanos no pueden ni
siquiera encontrar harapos suficientes para ahuyentar el frío. Esto es
lo que dicen los pobres dentro de sus corazones a Dios, pues no se
atreven todavía a decíroslo abiertamente a vosotros, de quienes de
penden para lo más necesario de la vida. Pero llegará el día en que
ellos ‘se levantarán con gran energía contra los que les han afligido
y arrebatado el fruto de su trabajo’ (Sap 5, 1); y con ellos estará el
Padre de los huérfanos y el Protector de las viudas, pues es Él quien
ha dicho: ‘Puesto que no se lo hicisteis a uno de estos humildes her
manos míos, no Me lo hicisteis a Mí’ (Mt 25, 45).”
Los tres capítulos siguientes tratan de las virtudes que deben ador
nar a un príncipe de la Iglesia. De estas virtudes las principales son
la castidad, la caridad y la humildad, cada una de las cuales es ala
bada con rara belleza de pensamiento y felicidad de expresión. “¿Qué
es más bello que la castidad, la única que ‘puede limpiar al que es
concebido de una semilla sucia’ (lob 14, 4), la que convierte a un ene
migo de Dios y transforma a los hombres en ángeles? La diferencia
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3 Esta frase tiene muy difícil traducción: Humilitas ergo virtutes alias
accipit... acceptas servat... servatos consummat.
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París, no, sino contra el Señor del paraíso, contra ‘Aquel que es te
rrible, incluso contra Aquel que arrebata el espíritu de los príncipes’
(Ps 75, 12-13). Pues Él es Quien ha dicho a los obispos: ‘El que os
desprecie me desprecia a Mí’ (Le 10, 16).
”Es por el amor a vuestra majestad por lo que nos aventuramos
a dirigirnos a vos con tanto atrevimiento, reprendiéndoos y rogándoos
por esa mutua amistad y hermandad por la cual os habéis dignado
asociaros con nosotros, para que desistáis inmediatamente de una in
justicia tan cruel. Pero si en lugar de escuchar nuestra petición nos
despreciáis a nosotros que somos vuestros hermanos y amigos, que
diariamente ofrecemos nuestras oraciones a Dios por vos, por vues
tros hijos y por vuestro trono, sabed que de aquí en adelante estamos
dispuestos a hacer todo lo que podamos, por poco que sea, en ayuda
de la Iglesia de Cristo y de Su ministro, nuestro venerable padre y
amigo, el obispo de París. Pues él ha apelado contra vos ante nuestra
bajeza, pidiéndonos que escribamos al Papa en su favor. Pero hemos
juzgado mejor escribir primero a vuestra majestad, teniendo en cuenta
que el propio obispo ofrece someter su caso a juicio a través de nos
otros, con tal de que (como parece demandarlo la propia justicia) se
le devuelvan primero sus bienes. No transmitiremos su queja a Roma
hasta que tengamos la contestación de vuestra majestad a esta carta.
Si, debido a la gracia de Dios, tenéis la bondad de acceder a nuestra
petición y a nuestra sugestión y exhortación de que os reconciliéis con
el obispo, más bien con Dios, estamos dispuestos a reunirnos con vos
en cualquier lugar que señaléis a fin de arreglar este asunto. De lo
contrario, tendremos que escuchar el ruego de quien es amigo nuestro
y sacerdote del Altísimo. Adiós.”
Este era un nuevo lenguaje para los oídos del monarca. Ni un solo
obispo en su reino, ni un solo príncipe, ni un solo noble se habría
atrevido a dirigirse a Luis el Gordo con una libertad tan apostólica.
Pero Bernardo no tenía la costumbre de permitir que el temor a los
grandes influyera en su conducta. Sin embargo, Ja carta no produjo
el efecto deseado; continuó la persecución de Esteban y sus amigos
y también continuó el interdicto. Entonces todos los obispos de la
provincia de Sens, con Bernardo y el abad Hugo de Pontigny, visi
taron a su majestad, pero lo encontraron inflexible. Ni siquiera la
amenaza de extender el interdicto a toda la provincia pudo disuadirle
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tas a los amigos eran buscados ansiosamente. Alrededor del año 1127
el cardenal Pedro s, legado de la Santa Sede en Francia, invitó al
santo a visitarle y le pidió copia de sus obras. “No es debido a pereza
el que haya declinado vuestra invitación—escribió Bernardo contes
tándole—, sino por una razón más importante. La verdad es que es
toy firmemente decidido a no dejar el monasterio sino por ciertas
causas definidas, supuesto que, lo digo con todo el respeto debido a
su eminencia, no se da en el presente caso, por lo cual no puedo en
buena ley satisfacer nuestro mutuo deseo de vernos... No sé cuáles
son esos escritos cuya copia ordenasteis y ahora pedís, por lo cual no
tengo nada preparado. No me acuerdo de haber compuesto jamás
nada sobre moral que sea digno de la lectura de vuestra eminencia;
pero algunos de los hermanos han recogido por escrito parte de los
sermones que he predicado a la comunidad. Estos los podéis tener
fácilmente si os interesan. Sin embargo, cuando tengáis tiempo y os
dignéis visitarnos como prometisteis, si puedo encontrar algo entre
mis apuntes, o si hay algo que pueda componer y que sea capaz de
agradaros, tened la seguridad de que no defraudaré vuestro deseo.”
Pero como el cardenal insistiera en su demanda, Bernardo escribió de
nuevo: “Aquellos escritos míos que vos pedís son muy pocos y no
contienen nada que sea digno de vuestra eminencia. Pero como pre
fiero que pongan en tela de juicio mi inteligencia que no mi buena
voluntad y ser reprendido por falta de destreza literaria que por falta
de obediencia, enviadme recado por el portador de la presente dicién-
dome qué composiciones mías quisierais tener. Y a fin de que podáis
elegir, aquí os envío el catálogo: un tratado sobre la humildad, cua
tro homilías sobre las glorias de la Virgen Madre, una apología y
unas cartas.” Se observará que no menciona el tratado sobre los debe
res del episcopado, de donde podemos deducir que la publicación
de esta obra fue posterior a la correspondencia con el cardenal Pe
dro—aunque Mabillon dice que el tratado es del año 1126 y la co
rrespondencia del 1127—a menos que esté agrupado con las cartas.
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CAPITULO XIV
LOS TEMPLARIOS
Concilio de Troyes
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□Al'< DDIU'írtñJJU
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de un soldado-monje, un hombre con un salterio en una mano y una
espada en la otra, no atraía a los caballeros de Occidente. Era algo
nuevo en la historia de la cristiandad y la Iglesia no había dictami
nado todavía sobre esta Orden. El papa Honorio declinó el dar una
decisión y envió el asunto al concilio que iba a reunirse en Troyes.
En consecuencia, Hugo fue a Troyes con unos cuantos servidores,
y habiendo explicado a los prelados reunidos el carácter y los fines
de su instituto, solicitó humildemente la aprobación de la Iglesia. Su
demanda tuvo éxito: todos reconocieron la necesidad de esta orga
nización de devotos guerreros para salvaguardar los caminos de
Oriente infestados de bandidos beduinos y sarracenos. El concilio co
misionó a Bernardo para que redactara una regla para la nueva Orden,
esto lo sabemos por el testimonio formal de Juan Miguel, que actuó
como secretario del sínodo. Esta regla, como la de San Benito, con
tiene setenta y dos artículos y está admirablemente adaptada a las
necesidades de una Orden como la de los Templarios. Los caballeros
hacían los tres votos de pobreza, castidad y obediencia y estaban obli
gados a asistir a todas las horas del oficio canónico siempre que fuera
posible: por cualquier oficio que no pudieran atender tenían que re
citar, en compensación, ciertas oraciones. Se les permitía comer carne
tres veces a la semana, pero todos los viernes, desde noviembre hasta
Pascua, tenían que contentarse con una sola comida y régimen ali
menticio de Cuaresma. Un caballero no podía salir, o comer, sin un
compañero, ni tampoco podía tener más de un escudero o tres caba
llos sin permiso del gran maestre. Todas estas regulaciones estaban
desde luego, subordinadas a los fines del instituto; en tiempos de
guerra los Templarios tenían que observarlas lo mejor que podían sin
perjuicio, en absoluto, de su eficacia como soldados. Adoptaron el há
bito de los cistercienses \ al cual se añadió más tarde una cruz roja
sobre el pecho. Vacandard opina que esta regla tuvo que haber sufri
do algunas modificaciones desde que salió de las manos de San Ber
nardo, pero no da ninguna prueba de tal opinión. En todo caso es
improbable que haya habido ningún cambio en el número original de
artículos, pues el número setenta y dos fue evidentemente sugerido
por la regla de San Benito, ¿y quién había de hacerlo sino un admi
rador tan grande del gran patriarca como Bernardo?
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Elogio de Bernardo
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al que ‘vivir es Cristo y morir es una ganancia’? (Phil 1, 21). Fielmen
te y alegremente vivirá él por Cristo; sin embargo, él preferiría ‘ser
disuelto y estar con Cristo, lo que es mucho mejor’ (Phil 1, 23). Ade
lante, entonces, vosotros soldados de Cristo y con indómitos corazo
nes oponeos y derrotad a los enemigos de Su cruz, en la confianza
de que ni la muerte ni la vida podrán separaros ‘de la caridad de Dios,
la cual está en Jesucristo’ (Rom 8, 39). En todos los peligros repe
tios las palabras de San Pablo: ‘Ya vivamos o ya muramos, somos del
Señor’ (Rom 14, 8). ¡Oh, cuán glorioso será vuestro regreso si ven
céis en la pelea! ¡ Cuán bienaventurado será vuestro martirio si caéis
en el campo de batalla! Alégrate, bravo guerrero, si vives y vences en
el Señor. Pero una razón mucho mayor tendrás para alegrarte si la
muerte del mártir te une a tu Señor. Tu vida será sin duda fructífera
en bienes y llena de gloria, pero una muerte sagrada es algo mucho
más precioso. Pues incluso si son bienaventurados los que mueren en
el Señor (Apc 14, 13), ¿cuán grande será la bienaventuranza de los
que mueren por el Señor? Indudablemente, ‘preciosa a Jos ojos del
Señor es la muerte de Sus santos’ (Ps 115, 15), no importa dónde
ocurra, en la cama o en el combate. Pero morir en el combate es la
manera más preciosa de morir, puesto que es la más gloriosa. ¡Oh,
vida segura la del soldado cristiano cuando la conciencia no tiene
nada que temer! ¡ Oh, vida segura la del campeón de la cruz a quien
la muerte no asusta, sino que es deseada con ardor y recibida con ale
gría ! ¡ Oh, milicia de Cristo, verdaderamente segura y sagrada y libre
del doble peligro a que están expuestos cuando Dios no es la causa
de su lucha! El que lucha por algún interés temporal tiene con fre
cuencia mucha razón en temer la pérdida del alma al matar el cuerpo
de su enemigo, o la pérdida de su cuerpo y de su alma; porque en la
estimación del cristiano, la derrota y el triunfo no dependen de la
suerte de la guerra, sino de la disposición del corazón. Si la guerra
es justa, el resultado no puede ser malo, como tampoco puede ser
bueno si la guerra es injusta, ya por su origen o ya por sus fines. El
que en una guerra injusta, intentando matar, es muerto, muere la
muerte de un asesino: y si vence y derriba a su enemigo, vive la vida
de un asesino. Pero es mala cosa ser un asesino en la vida o en la
muerte, en la derrota o en la victoria. Miserable puedo llamar a la
victoria en la que, aunque vences a tu enemigo visible, eres vencido
por el demonio; y de nada te sirve, cuando eres vencido por la pa
sión, jactarte de haber vencido a un hombre.”
En los tres capítulos siguientes el santo hace una comparación en
tre los caballeros laicos y los Templarios, desventajosa, desde luego,
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para los primeros. El caballero laico se preocupa más de la exhibición
que de la utilidad en sus atavíos; se parece más a una dama de moda
que a un soldado que disfruta con la guerra. Además, las guerras en
que estos caballeros seculares suelen intervenir tienen por motivo la
venganza, o la vanagloria, o la adquisición de territorios; pero matar
o ser matado en estas guerras es igualmente dañoso para el alma.
Los soldados de Cristo, por el contrario, están igualmente seguros si
vencen o si caen luchando las batallas de su Salvador; pues no es
ningún pecado, sino un mérito y una gloria, el infligir o el sufrir la
muerte por Cristo. “¿Quién dirá que es ilegal para un cristiano recu
rrir a la espada, cuando el precursor del Salvador no prohibió a los
soldados el uso de las armas, sino sencillamente les pidió que se con
tentaran con su paga?” (Le 3, 14). Aquí el santo se opone a Orígenes
y a Tertuliano, que sostenían que la guerra y la profesión de las armas
estaban prohibidas a los cristianos. “Por consiguiente, desenvainad
ambas espadas, la espiritual y la material, y blandidlas en la cara del
enemigo, ‘hasta que derribéis toda eminencia que se ensalce contra el
conocimiento de Dios’ (1 Cor 9, 4-5), el cual es la fe cristiana, ‘no sea
que en cualquier momento digan los gentiles: ¿dónde está ahora su
Dios?’ (Ps 113, 2)... Y no es que se deba matar a los paganos si por
cualquier otro medio se puede evitar que persigan y opriman a los
fieles. Pero es mejor que sean destruidos y no que ‘la vara de los
pecadores se descargue sobre la multitud de los justos’, no sea que
‘los justos extiendan sus brazos a la iniquidad’ (Ps 124, 3).” El autor
procede luego a enumerar las virtudes de los Templarios : sus vidas
irreprochables, su obediencia, su sencillez y pobreza, su sobriedad, su
amor al trabajo, su respeto y estimación recíprocos, su poca afición a
los juegos y deportes, su discreción en el lenguaje y su horror a la
murmuración, su coraje invencible que no se detiene nunca a contar
al enemigo, su gentileza y su fiereza marcial que les hacen corderos
en la paz y leones en la guerra. Luego siguen nueve capítulos, cada
uno de los cuales trata de los objetos o lugares más sagrados de Pa
lestina: el templo, Belén, Nazaret, el monte Olivet y el valle de Jo-
safat, el Jordán, el Calvario, el Santo Sepulcro, Bethfage, Betania. Son
realmente nueve bellas meditaciones, que rebosan de los pensamientos
que habían de ocupar las mentes de los Templarios al contemplar las
diferentes escenas consagradas por los sufrimientos y trabajos del
Salvador.
Estas palabras del gran abad resonaron en toda la cristiandad, con
firiendo súbita fama a Payens y sus seguidores. ¡Caballeroso Hugo,
tu larga y penosa prueba ha terminado! La maldición de esterilidad,
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CAPITULO XV
EL AMOR DIVINO
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servó ni siquiera a Su propio Hijo, sino que lo entregó para todos nos
otros’ (Rom 8, 32). Y el Hijo dice de Sí mismo: ‘Ningún hombre
tiene mayor amor que aquel que entrega su vida por sus amigos’
(loh 15, 13). Es de esta manera como el Justo ha merecido el amor
de los impíos, el Más Alto de los más bajos, la Omnipotencia de la
debilidad. Sí, diréis, Él ha hecho todo esto por los hombres, pero no
por los ángeles. Es cierto, pero los ángeles no tenían la misma ne
cesidad. El que libró a los hombres de su desesperado apuro, evitó a
los ángeles un aprieto semejante. El que por amor permitió a los
hombres elevarse de la miserable condición en que habían caído,
con igual amor impidió que los ángeles cayesen en la misma condi
ción.” Pero como la doctrina de la redención no es conocida por
todos, por miedo de que alguien pudiera pensar que los motivos y el
deber de amar a Dios pertenecen exclusivamente a los que tienen la
luz de la revelación, el santo doctor procede a demostrar la obliga
ción de la caridad partiendo de la razón y de la ley natural. Después
de un extenso estudio, dice: “Repitiendo brevemente lo que he dicho
antes: ¿dónde podemos encontrar, incluso un infiel, que no sepa que
sus necesidades corporales, es decir, el alimento que le sustenta, la
luz que le permite ver y el aire que respira le son dados durante su
existencia mortal solamente por el creador ‘que da alimento a todos
los vivos’ (Ps 135, 25), ‘que hace que el sol se levante sobre los
buenos y los malos y que caiga la lluvia sobre los justos y los in
justos’? (Mt 5, 45). ¿Y hay uno solo, incluso entre los impíos, que
crea que la dignidad que brilla tan esplendorosamente en el alma
humana tiene otro autor que El que dijo: ‘Hagamos al hombre a
Nuestra imagen y semejanza’? (Gen 1, 26). Otro bien del hombre es
el conocimiento; pero ¿puede haber ninguna duda de que éste ha
sido comunicado por el ‘que enseña al hombre la ciencia’, como dice
el Salmista? (Ps 93, 10). Y con respecto a la bondad de la virtud:
¿quién cree que ha sido dada o espera obtenerla sino por la bondad
del ‘Señor de las virtudes’? (Ps 23, 10). Por consiguiente, Dios tiene
derecho a ser .amado por Su propia causa incluso por el infiel, el
cual, aunque ignora a Cristo, se conoce a sí mismo; y en consecuencia,
es inexcusable todo infiel que no ama al Señor su Dios con todo su
corazón, con toda su alma y con toda su fuerza. Pues aquella ley
innata, conocida por la ley de la razón natural, le dice interiormente
que está obligado a amar con todo su ser a Aquel a quien, sin oue
le quepa duda, le debe todo su ser. Sin embargo, es difícil, o más bien
imposible, para cualquier hombre, por su propio esfuerzo y sin ayuda
ajena o por las facultades naturales de la inteligencia y voluntad,
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forma que le sea posible continuar fluyendo con una corriente in
agotable (Eccli 1, 7).
"Entre todas las emociones, afectos y sentimientos del alma, el
amor se distingue en que sólo en su caso tiene la criatura el poder
de corresponder y compensar al Creador en calidad aunque no en
igualdad. Por ejemplo, si Dios tuviese que manifestar cólera contra
mí, ¿no es cierto que yo no debería contestarle con una exhibición
semejante de cólera? No, en verdad, sino que debería más bien temer
y temblar y suplicar clemencia. Similarmente, si él fuera a repren
derme, yo, en vez de reprenderle, a mi vez, preferiría justificarme. Tam
poco deberé pretender juzgarle cuando soy juzgado por Él, sino de
beré más bien humillarme y adorar su justicia. El que me salva no
exige que le devuelva el favor salvándole. Tampoco el que nos
libera a todos tiene necesidad de ser liberado por nadie. Si Él decide
obrar como dueño, tengo que conducirme como criado; si Él manda,
estoy obligado a obedecer sin tener derecho alguno a exigirle una
compensación en forma de servicio o de obediencia. Pero considerad
cuán diferente es el caso en lo que se refiere al amor. Pues cuando Dios
me ama, Él no desea otra cosa sino ser amado por mí: Él me ama
a fin de que yo le ame, porque Él sabe bien que todos los que le aman
encuentran en este mismo amor su alegría y su felicidad.
”Oh, el amor es, en verdad, una gran cosa. Pero tiene grados de
grandeza. En lo más alto de estos grados se encuentra el amor de
la Esposa. Los hijos aman también, pero lo hacen con vistas a la he
rencia; el pensamiento de perderla les hace sospechar de todo y es
la causa de que miren con más temor que afecto a Aquel de quien
esperan recibirla. Por mi parte, miro con sospecha ese amor que pa
rece estar sostenido por la esperanza de cualquier otra recompensa
que no sea una retribución de amor. Este amor es débil; languidece,
e incluso muere, si acontece que se retira de él su esperanza. Es un
amor impuro, puesto que codicia algo que es extraño a su propia
naturaleza. El amor puro no es nunca mercenario. El amor puro no
toma nada prestado de la esperanza y, sin embargo, no sufre nada
que venga de la desconfianza. Este es el amor peculiar hacia la Es
posa y la que es Esposa lo es solamente por esto. El amor es la única
dote y la única esperanza de la Esposa. Le basta con esto. Con esto
solo se contenta el Esposo. Él no exige nada más, tampoco tiene ella
ninguna otra cosa que dar. Es este amor el que le hace a Él su Esposo
lo mismo que le hace a ella su Esposa. Pertenece exclusivamente al
Esposo y a la Esposa y nadie más, ni siquiera los hijos, pueden com
partirlo. El Padre dice a los hijos: ‘¿dónde está Mi honor?’, no ¿dón
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cía, lo cual no es nada nuevo, en verdad, puesto que según San Juan
‘Dios es la caridad’ (1 loh 4, 8). La caridad, por consiguiente, se
puede llamar Dios, o el don de Dios. De aquí que la caridad otorgue
caridad, lo sustancial lo accidental: es sustancia cuando denota al
Donante, es cualidad cuando se refiere al regalo 4.”
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CAPITULO XVI
LA GRACIA
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Los bolandistas han llamado a este libro “el Libro de Cm"-libellus
totus aureus. Y según el abate Ratisbonne el Concilio de Trento
tomó muchos de los cánones referentes a la gracia y a la justificación
casi literalmente del texto de San Bernardo. Sin duda alguna es una
maravilla mayor que cualquiera de los milagros que él obró el que
un hombre que apenas tenía tiempo libre, hasta que la enfermedad le
incapacitó para otro trabajo, pudiera producir una composición de
esta clase sobre las cuestiones más difíciles de toda la teología con
una exactitud de juicio y una destreza de exposición tan grandes que
la Iglesia no pudo encontrar en ninguna parte una expresión más
clara y más fiel de su creencia. La siguiente cartita a Guillermo de
San Thierry sirve de prólogo: “Con la ayuda de Dios he terminado
lo mejor que me ha sido posible la obrita sobre La gracia y el libre
albedrío que empecé en la ocasión que vos conocéis. Pero mucho
me temo que se diga que he tratado un tema sublime de una ma
nera indigna, o que he malgastado mi tiempo y mis energías tratando
cuestiones que ya han sido estudiadas suficientemente por otros. Por
consiguiente, quiero que vos seáis mi primero y—si así lo decidís—
mi único lector, no sea que la publicación del libro sirva más bien
para proclamar la presuntuosa ignorancia de su autor que para ins
truir y edificar a los fieles. Pero si consideráis que el tratado es digno
de publicarse, tened la bondad, os lo ruego, bien de corregirlo por
vuestra propia mano, o bien de señalar, para que yo la corrija, cual
quier cosa que encontréis fuera de lugar, cualquier oscuridad que se
pueda aclarar (sin perjuicio de la brevedad desable) en una obra cuyo
tema es por sí mismo tan oscuro. De lo contrario, perderéis el premio
prometido por la Sagrada Sabiduría cuando dice: ‘Los que me ex
pliquen tendrán vida eterna’ (Eccli 24, 31).”
El santo doctor nos dice al principio del primer capítulo qué es
lo que le inspiró la idea de componer este tratado. “Hablando un día
sobre el tema de la gracia de Dios, afirmé que el hombre depende
de ella para su comienzo, su progreso y su consumación en el bien.
Al momento uno de mis oyentes me interrumpió con la siguiente pre
gunta: ‘¿Entonces, qué hace usted? ¿Y qué recompensa o premio
puede usted esperar si Dios lo hace todo?’ ‘Bien—le dije—•, ¿qué
es lo que sugiere usted?’ ‘Dar gracias a Dios que le ha protegido ge
nerosamente con su gracia, ha estimulado su voluntad y le ha dado
el impulso inicial; y vivir en adelante de tal manera que usted no
resulte un ingrato por los beneficios recibidos y se muestre digno de
recibir otros favores’. ‘Excelente consejo—repliqué—si fuera usted ca
paz, tan sólo, de seguirlo. Pero es mucho más fácil conocer nuestro
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CAPITULO XVII
BERNARDO Y EL CISMA
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Concilio de Etampes
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Dieta de Wurzburgo
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una carta de felicitación y aliento que el santo abad les dirigió, pro
bablemente mientras estaba con el Papa en París:
“A sus amados hijos, Geofredo y sus compañeros, Bernardo, abad
(así le llaman) de Clairvaux. La noticia que se ha extendido por todas
partes ha servido de edificación para muchos y además ‘alegró a toda
la ciudad de Dios’ (Ps 45, 5), de forma que ‘los cielos están contentos
y la tierra se regocija’ (Ps 95, 11) y todas las lenguas dan gloria al
Señor debido a vuestra conversión. Sí, mis queridos amigos, ‘la tierra
se ha conmovido porque los cielos arrojaron rocío del rostro del Dios
del Sinaf (Ps 67, 9), derramando con más abundancia que de costum
bre ‘la generosa lluvia’ que el Señor ‘ha puesto aparte para herencia
suya’. (Ibid 10). La cruz de Cristo no aparecerá por más tiempo es
téril en vosotros, como en tantos ‘hijos de la incredulidad’ (Eph 5, 6)
los cuales, demorando su conversión de día en día, han sido sor
prendidos por una muerte repentina ‘y en un momento bajaron al in
fierno’ (lob 21, 13). Otra época fructífera ha venido para ese árbol en
el que estuvo colgado el Señor de la gloria, que dio Su vida ‘no so
lamente por la nación, sino para reunir en uno a los hijos de Dios
que estaban dispersos’ (loh 11, 52). Es Él mismo quien os ha unido
en vuestro santo propósito, quien os ha amado como Su propia Alma,
como el fruto más precioso de Su cruz, como la recompensa más
rica de Su amarga pasión. Si los ángeles de Dios se alegran de que
un pecador haga penitencia (Le 15, 10), ¡cuán grande tiene que ser
su alegría ante la conversión de tantos pecadores, y unos pecadores
cuyo mal ejemplo era más pernicioso debido a sus elevados conoci
mientos y a su rango mundano! He leído en San Pablo: Mirad her
manos vuestra vocación; pues no ‘hay entre nosotros muchos sabios, ni
muchos poderosos, ni muchos nobles, pues Dios ha elegido las cosas
necias para que Él pueda confundir a los sabios, y las cosas débiles
para que Él pueda confundir a los fuertes, y las cosas bajas y las cosas
que no son para que Él pueda convertir en nada las cosas que son’
(1 Cor 1, 26-28); pero ahora, al revés de lo que acostumbra, Él ha
obrado la conversión de una multitud de grandes, de sabios y de nobles.
Una multitud de jóvenes desprecian la gloria de la tierra, pisotean la
flor de la juventud, no conceden valor a la nobleza de la sangre, consi
deran como una locura la sabiduría del mundo, repudian las pretensio
nes de la carne y de la sangre, renuncian al amor de parientes y amigos
y estiman que todas las ventajas, honores y dignidades temporales no
son ‘sino basura, a fin de que les sea posible ganar a Cristo’ (Phil 3, 8).
Os alabaría, amigos míos, si creyera que todo esto lo habéis hecho
vosotros. Pero indudablemente el dedo de Dios está aquí (Ex 8, 19),
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‘éste es el cambio debido a la mano derecha del Altísimo’ (Ps 76, 11).
Es ‘un don bueno y perfecto’, en consecuencia ha ‘descendido del Pa
dre de la luz’ (lac 1, 17). Por consiguiente, atribuyo toda la gloria al
‘que Él sólo hace cosas maravillosas’ (Ps 135, 4) y que desea haceros
partícipes de su ‘copiosa redención’ (Ps 129, 7).
”¿Qué queda ahora sino llevar a cabo vuestra loable resolución?
Rezad porque tengáis perseverancia, la única virtud que obtiene la
corona. No seáis inconstantes, sino mostraros como verdaderos hijos
de vuestro Padre que está en el cielo, ‘en quien no hay ningún cambio
ni la menor sombra de alteración’ (lac 1, 17). Sí, ‘cambiaos en la mis
ma imagen de gloria en gloria, a medida que obra en nosotros el
Espíritu del Señor’ (2 Cor 3, 18).
"Amadísimos hijos, tanto como os felicito me felicito a mí mismo
porque (según me han dicho) se me ha considerado digno de ser ele
gido consejero vuestro en esta materia. Aquí tenéis mi consejo y os
prometo mi ayuda. Si pensáis que puedo seros útil, o más bien si
creéis que merezco serviros, ‘yo no rehuso el trabajo’ y haré todo lo
posible. Alegremente inclino mis hombros, a pesar de que están can
sados, ante esta carga también, si el Señor tiene a bien colocarla so
bre mí. Muy alegremente y con los brazos abiertos daré la bienvenida
a estos nuevos ‘compatriotas de los santos y siervos de Dios’
(Eph 2, 19). ¡Oh, cuán feliz me sentiré en obedecer el mandato del
profeta de ‘acercarse con pan a los que huyen del filo de la espada
y con agua a los sedientos’! (Is 21, 14).”
Geofredo, que al parecer era el jefe del grupo, estaba cariñosamente
unido a su anciano padre, a quien dejó con el corazón destrozado en
su hogar. Después de entrar en Clairvaux, el recuerdo del pesar del
anciano le turbó tanto que llegó a constituir una seria tentación. Per
dió la tranquilidad de espíritu. Por fin, incapaz de soportar por más
tiempo el sufrimiento, decidió abandonar el monasterio lo más silen
ciosamente posible. Pero Bernardo adivinó sus pensamientos e inten
ciones y, llamándole, le dijo: “Hijo mío, deja de preocuparte por tu
padre. El profesará aquí como tú, y habiendo perseverado hasta el fin,
será enterrado y descansará en nuestro cementerio.” Luego, con aque
lla bondad que tanto le caracterizaba, el abad envió una bella carta
de consuelo a los padres del joven: “Si Dios ha consentido en ha
cer a vuestro hijo, hijo Suyo, ¿qué habéis perdido? ¿O qué ha per
dido él? Antes era rico, pero ahora es más rico; antes era noble,
pero ahora es más noble; antes era glorioso, pero ahora es mucho
más glorioso; y lo que es mucho mejor: antes era un pecador, pero
ahora es un santo. Pero él se tiene que preparar para el reino que le
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ha sido preparado ‘desde la fundación del mundo’ (Mt 25, 34), y, por
consiguiente, tiene que permanecer aquí con nosotros hasta que las
manchas y el polvo que ha traído del mundo hayan sido completa
mente quitados por la penitencia y esté en condiciones de entrar en
las mansiones celestiales. Si realmente lo amáis, os alegraréis, porque
él va al Padre y a un Padre tan grande (loh 14, 28). El va hacia Dios,
sin embargo, no lo habéis perdido, más bien habéis ganado, gracias
a él, una multitud de hijos. Pues todos nosotros aquí en Clairvaux y
todos los que pertenecen a Clairvaux, aunque no están aquí, le quie
ren como a un hermano y a vosotros como si fuerais su padre y su
madre.
”Pero quizá tengáis miedo de que la austeridad de nuestro modo
de vivir sea demasiado para este cuerpo tierno y delicado. Es de este
vano temor del que dice el Salmista: ‘Ellos han temblado de miedo
allí donde no había ningún miedo’ (Ps 13, 5). Consolaos y tened con
formidad. Os prometo que seré como un padre para él y él para mí
como un hijo, hasta que lo entregue en los brazos de ‘el Padre de
misericordia y el Dios de todo consuelo’ (2 Cor 1, 3). Cesad, enton
ces, de lamentaros por él y secad vuestras lágrimas, porque vuestro
hijo se dirige apresuradamente hacia la paz y felicidad eternas. Seré
para él un padre y una madre y una hermana y un hermano. Para
él convertiré ‘los senderos sinuosos en senderos derechos y los caminos
montañosos en caminos llanos’ (Is 40, 4). Suavizaré y modificaré la
regla para él a fin de que mientras avanza su espíritu no flaquee su
cuerpo. De forma que él servirá al Señor con alegría y regocijo: Sí,
‘él cantará en los caminos del Señor, porque es grande la gloria del
Señor’ (Ps 137, 5).”
Tan plenamente satisfizo esta carta al padre de que Geofredo
había elegido, en verdad, el mejor camino, que a pesar de que era
viejo y no estaba acostumbrado a la penitencia—se le describe como
un hombre muy rico, noble y poderoso y que, al parecer, había sido
también un tanto mundano—decidió compartir la felicidad de su hijo.
Tomó el hábito religioso en Clairvaux, donde, después de servir a
Dios durante algunos años con humildad y arrepentimiento, tuvo una
muerte santa de acuerdo con la predicción de Bernardo.
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CAPITULO XVIII
Inocencio en Clairvaux
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Concilio de Reims
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Gerardo de Angulema
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El duque Guillermo
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un cismático más violento que antes. Tan profundo fue el odio senti
do contra Bernardo por los partidarios del antipapa en la ciudad de
Poitiers, que hicieron pedazos el altar en que el santo abad había
celebrado misa. El duque, obrando bajo la malévola influencia de Ge
rardo, comenzó entonces una activa persecución contra los partidarios
de Inocencio. Expulsó de sus sedes a los obispos de Poitiers y Limo-
ges, colocando en su lugar a partidarios de Anacleto. Era evidente su
intención de no tener en sus dominios ningún obispo que no recono
ciera al antipapa.
Mientras tanto, Bernardo se enteró de su recaída y le envió una
solemne advertencia para que no provocase la ira de Dios : “Hace
algún tiempo me separé de vos con los sentimientos más amables para
vos y los vuestros y con la voluntad y el propósito de hacer todo
lo posible en todo momento en pro del honor y salvación de vos y de
vuestra familia. Me sentía inclinado de esta manera porque mi vi
sita a vos no había sido infructuosa, sino que en contra de lo que
todo el mundo esperaba yo había logrado obtener la paz para la
Iglesia. ¿Por qué medios y en virtud de qué consejero se ha conver
tido en nada este maravilloso ‘cambio de la mano derecha del Altí
simo’ (Ps 76, 11) de forma que habéis empezado a perseguir a la
Iglesia desterrando al clero de Poitiers y atrayendo sobre vos mismo
la ira de Dios de un modo más implacable que antes? ¿Quién pudo
haberos separado tan pronto del sendero de la verdad y de la salva
ción? ‘Sea quien fuere, tendrá que soportar la sentencia’ (Gal 5, 10).
Con San Pablo, ‘yo quisiera que fueran eliminados los que os turban’
(Gal 5, 12)2. Volved, os lo ruego, a vuestra verdadera alianza, no
sea que (Dios no lo quiera) seáis también eliminado. Volved, repito,
reconciliaos con los que son vuestros verdaderos amigos y restableced
al clero en sus iglesias, o incurriréis en la implacable cólera del
‘que arrebata el espíritu de los príncipes y es terrible para los reyes
de la tierra’ (Ps 75, 13).”
2 Dentro de los tres o cuatro años siguientes a la fecha de esta carta, dos
de los malos consejeros de Guillermo, el mismo Gerardo y el cismático obispo
de Limoges, fallecieron de muerte repentina.
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paz con Dios. Pero ¿cómo podemos esperar poseer esa paz si la glo
ria de Dios no está segura entre nosotros? ¡Oh, insensatos hijos de
Adán, que despreciando la paz y persiguiendo la gloria perdéis la
una y la otra! Por consiguiente, ‘el Dios de la venganza ha removido
y turbado la tierra’ (Ps 59, 4; 93, 1), ‘Él ha mostrado a su pueblo
cosas duras y nos ha hecho beber el cáliz de la amargura’ (Ps 59, 5).
"Queramos o no queramos, las palabras inspiradas por el Espíritu
Santo tienen que cumplirse más pronto o más tarde y aquella revuelta
predicada por el apóstol (2 Thes 2, 3) tiene que producirse. ‘Sin em
bargo, ay del hombre por cuya culpa venga’ (Mt 18, 7), ‘le sería me
jor no haber nacido’ (Mt 26, 24). ¿Quién es este antipapa sino el
‘hombre del pecado’ (2 Thes 2, 3), puesto que después de expulsar al
Papa católico, elegido canónicamente por los católicos, ha invadido
el puesto sagrado, que codicia no por su santidad, sino por su eleva
ción? Afirmo que ha tomado posesión del puesto sagrado por medio
del fuego, la espada y la corrupción, no por los méritos de su vida;
y ahora se asegura en ese puesto por los mismos medios sucios que
empleó para obtenerlo. La elección de que se vanagloria no es sino
una capa que oculta su malicia. Llamarla elección es una impúdica
mentira. Pues es un principio admitido en derecho canónico que des
pués de la primera elección no puede haber una segunda. En conse
cuencia, la elección que siguió a la de Inocencio fue nula y sin nin
gún efecto. ¿Y qué importa que la primera elección no tuviera toda la
solemnidad y formalidad propias de tales actos, como sostienen los
enemigos de la concordia? En todo caso esta elección debería haber
sido discutida y anulada jurídicamente antes de que se pudiera cele
brar otra elección... Pero ahora ellos piden esa sentencia, que debían
haber esperado; ahora quisieran someterse a juicio, aunque cuando
se les propuso eso mismo en el momento adecuado lo rechazaron:
su propósito es hacernos aparecer como culpables si rechazamos la
oferta y ganar tiempo si la aceptamos. ¿O es que desesperan ya de
su causa y consideran que sea cual fuere el resultado de un nuevo jui
cio éste no podría empeorar la situación para ellos? ‘Lo pasado, pa
sado—dicen ellos—•, pero oídnos ahora.’ Esto es sólo un subterfugio.
¿Pues qué otros medios les quedan para seducir a los inocentes, armar
a los reacios y ocultar su malicia? Si no dicen esto, ¿qué podrían de
cir? Pero es demasiado tarde para que los hombres piensen en vol
ver a abrir un caso cuando Dios ya lo ha juzgado. Él ha juzgado en el
caso presente; no, en verdad, por medio de una sentencia verbal, sino
por la evidencia de sus obras. ¿Y tendrá cualquier tribunal humano
la temeridad de volver a juzgar lo que Él ha decidido?”
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diré solamente lo que todo el mundo dice y lo que nadie puede negar:
que la vida y reputación del primero no tienen nada que temer in
cluso de sus enemigos, mientras que las del último no están seguras
ni siquiera respecto de sus amigos. Luego, si examináis las elecciones,
veréis que la de Inocencio es recomendable por la mayor honestidad
de los electores, mayor canonicidad en la forma y por su prioridad en
el tiempo. Respecto de este tercer punto, no se necesita decir nada.
Los otros dos están fuera de duda por la dignidad y personalidad de
los electores. A menos que esté equivocado, reconoceréis que estos
electores constituyen la sanior pars. Entre ellos había cardenales-obis
pos, cardenales-presbíteros y cardenales-diáconos, a los cuales perte
nece de un modo especial la elección de soberano Pontífice, y en núme
ro suficiente para una elección válida de acuerdo con las constitucio
nes antiguas. En cuanto a la consagración, ésta fue realizada por una
persona a quien corresponde oficialmente esta misión, el obispo de
Ostia. Por consiguiente, puesto que encontramos más méritos en Ino
cencio, más prudencia y honestidad en sus electores, más regularidad
en la forma de su elección, ¿no están actuando los cismáticos al mar
gen de todo derecho y justicia cuando intentan, contra la voluntad de
la Iglesia y de todos los buenos cristianos, deponerle y erigir a otro
elegido por ellos?”. Algunos de los argumentos aducidos aquí en fa
vor de Inocencio no parecen a los hombres modernos “canónicamente
convincentes”. ¿De qué vale la prioridad de elección y toma de po
sesión, se puede preguntar, si, como afirmaban los partidarios de Ana-
cleto, aquella elección y, en consecuencia, aquella toma de posesión
fueron inválidas? Sin embargo, aquí se apoya el santo abad en una
base firme, pues tiene el apoyo de un antiguo canon según el cual la
primera elección se considerará válida hasta que se pruebe lo contra
rio : “La Iglesia ordena que se dará siempre preferencia al que, a
petición del pueblo y con el consentimiento y concurrencia del clero,
ha sido colocado primero por los cardenales en la Silla del Bienaven
turado Pedro” 4. Ahora bien, Pedro de Leone y su partido procedie
ron a realizar la segunda elección sin intentar demostrar la invalidez
de la primera, la cual, como no era nula per se, dio a Inocencio por lo
menos un derecho presunto. En cuanto al argumento referente a los
méritos superiores del elegido y los electores, había otro canon refe
rente a la elección de obispos que exigía que “tendría preferencia el
que fuese apoyado por el mayor número de votos y de méritos”. Des
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CAPITULO XIX
LA ORACION DE LA MUSICA
El celo por el digno cumplimiento del oficio divino era una de las
virtudes características de los fundadores de Citeaux. Verdaderos dis
cípulos de San Benito, deseaban ver realizada lo más perfectamente
posible la “obra de Dios” en sus comunidades y además con absoluta
uniformidad. “También hacían objeto de su más asiduo cuidado y re
ligiosa solicitud—escribe Bernardo—, el que no se cantase nada en
las divinas alabanzas que no fuese completamente auténtico”, es decir,
que no estuviese completamente de acuerdo con la tradición grego
riana. Con este fin decidieron copiar sus libros litúrgicos de los me
jores ejemplares disponibles y hacer obligatorio en cada uno de sus
coros el texto y el canto seleccionados. Pensaron que era inútil buscar
en su vecindad nada que mereciera la pena de ser transcrito, pero se
suponía que la lejana iglesia de Metz poseía un antifonario de gran
valor, puro tanto en el texto como en la música. En consecuencia, allí
fueron algunos hermanos de Citeaux para transcribir la obra. Pero
cuando regresaron con la copia, Roberto y sus consejeros vieron, des
ilusionados, que valía mucho menos de lo que creían: les parecía que
estaba llena de defectos y corrupciones. Sin embargo, la utilizaron
mientras esperaban una oportunidad de revisarla.
No se hizo nada hasta 1132. El Capítulo general de este año decidió
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El canto cisterciense
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2 “Un canto adecuado para usarlo en la liturgia debe poseer cualidades que
le den un carácter sagrado y le hagan provechoso para las almas. Por consi
guiente, debería tener, en primer lugar, gravedad religiosa; en segundo lugar,
debería ser capaz de expresar con dulzura y fidelidad los sentimientos de un
alma cristiana.” Del prefacio a la edición vaticana del Gradual Romano, 1908.
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CAPITULO XX
GUARDIAN DE LA JUSTICIA
Rievaulx
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1 Según muchos autores, esta casa se fundó en 1131. Tintem, en Gales, fue
con certeza establecida aquel año, mientras que Waverley, en Suney, databa del
año 1124. Ambas fueron más tarde filiales de Citeaux.
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Fountains
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Vaucelles y Moreruela
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CAPITULO XXI
MISIONES Y MILAGROS
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lo que sería mejor para vos, sino lo que quiere Dios. Por consiguiente,
seguid mi consejo y permaneced donde estáis, ayudando según vues
tra capacidad a los que se hallan confiados a vuestro cuidado. ¡Ay
de vos si gobernáis sin que se beneficien los gobernados! ¡ Pero vuestra
condena será mayor si os negáis a beneficiarlos por un temor cobarde
a la carga del gobierno!” Guillermo, sin embargo, no quiso hacerle
caso. En 1134 abandonó la abadía de San Thierry, pero sabiendo que
no tenía ninguna probabilidad de ser admitido en Clairvaux, ingresó
en la casa cisterciense de Signy, en la archidiócesis de Reims, donde
pasó el resto de su vida como un simple monje.
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- La hija mayor del duque Guillermo, Leonor, una dama más notable por
su belleza que por su virtud, imitó a su padre en su falta de piedad, pero no
en su penitencia. Se casó con el rey Luis VI de Francia, aportando una dote
equivalente a la tercera parte de su reino. Divorciada de él después de muchos
años, llegó a ser esposa de Enrique II de Inglaterra. Luis fue tan imprudente
que le devolvió la dote, por cuyo motivo los reyes ingleses llegaron a ser duques
de Normandía y Aquitania y condes de Anjou, Poitou y Touraine. “Este fatal
divorcio—dice Ratisbonne—introdujo un enemigo en el corazón del país y
permitió a Inglaterra luchar contra Francia valiéndose de las manos de los
franceses.” Cfr. págs. 668-669.
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todos los cristianos, honra a los príncipes de la Iglesia que están con
él y cuya presencia hace a vuestra ciudad ilustre, gloriosa y famosa
para siempre. Por medio de mis exhortaciones vuestra constancia ha
derrotado todos los designios maliciosos del tirano siciliano. No pudo
ni aterrorizaros con amenazas, ni compraros con oro, ni venceros con
su astucia...”
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Concilio de Pisa
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Misión en Milán
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Entusiasta bienvenida
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Milagros
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Entre las muchas curas de esta clase hubo dos que destacaron
sobre las demás por su gran solemnidad y publicidad y por lo sagrado
del tiempo y lugar en que se ejecutaron. El mismo autor—Ernald—
las ha registrado con todo detalle. Una fue realizada en una anciana
de alto rango que desde el momento en que fue poseída por el demo
nio perdió la vista, el oído y el habla. “Tenía la costumbre de hacer
rechinar los dientes y sacar la lengua de una manera monstruosa;
mientras que su ridículo rostro, su feroz apariencia y su pestilente
aliento testimoniaban la existencia del espíritu que moraba dentro de
ella.” Algunos amigos la arrastraron a la iglesia de San Ambrosio,
donde el santo abad se preparaba para la misa. Al dirigirle la primera
mirada se dio cuenta el santo de que se encontraba ante un caso
difícil. La violencia de la anciana aumentó en presencia del santo y a
pesar de los esfuerzos de sus guardianes, estuvo a punto de golpear
al santo. Así que él pidió a los reunidos que rezaran con fervor redo
blado y se dirigió al altar. Varios clérigos y religiosos retuvieron a
la posesa en el santuario. Durante la misa el abad se daba la vuelta
de vez en cuando y hacía la señal de la cruz sobre la pobre esclava
de Satán, lo cual le producía unas convulsiones tan violentas que a
duras penas se la podía sujetar. Después del Padrenuestro, el siervo
de Dios descendió del altar y colocó la patena con la Hostia Sagrada
sobre la cabeza de la mujer. “Espíritu malvado—exclamó—, éste es
tu Juez cuyo poder es infinito: resístele si puedes. Este es el que
prometió antes de sufrir por nuestra salvación que el príncipe de este
mundo sería expulsado (loh 12, 31). Este es el Cuerpo bendito que
nació de la Virgen, fue crucificado, colocado en el sepulcro, resucitó
al tercer día y ascendió a los cielos a la vista de los discípulos. En
el nombre de la Grandiosa Majestad aquí presente, te ordeno, asque
roso demonio, que te vayas de esta mujer y no vuelvas a molestarla
más.” La orden no fue obedecida inmediatamente: la desgraciada
mujer se puso más agitada que nunca. Bernardo regresó al altar y
continuó con la misa. En el pax la mujer se calmó súbitamente,
recuperó la razón y los sentidos de que tanto tiempo había estado pri
vada, y tan pronto como el santo hubo terminado el sagrado sacrificio
fue corriendo a arrojarse, sollozando, a los pies de Bernardo. El entu
siasmo de los fieles no conoció límites. “Un clamor ensordecedor llenó
la iglesia, las campanas extendieron la alegre noticia, jóvenes y viejos
se unieron en sus bendiciones a Dios y toda la ciudad empezó a
considerar al venerable abad como algo más que un simple hombre.”
El otro caso fue una joven llevada ante el siervo de Dios cuando
celebraba misa mayor en la misma iglesia. Bernardo estaba sentado
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Rechaza el arzobispado
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El ángel de la paz
edificio para mantener el orden, pues los católicos y los arrianos eran contra
rios acérrimos y su número era aproximadamente igual. Ambrosio exhortó
al pueblo para que evitase la violencia y el tumulto. Cuando hubo terminado,
un niño exclamó en voz alta: “Ambrosio, obispo”, proposición que acogió
toda la asamblea, viéndose obligado el gobernador a aceptar la dignidad ofre
cida, pero solamente después de una larga lucha.
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con algo trivial y vulgar, que es lo que yo podría intentar con alguna
esperanza. Vuestra misma insistencia me lo asegura. Y mi desgana
ha sido proporcionada a vuestra ansiedad. ¿Preguntáis por qué? Os
lo diré: por temor a que unas esperanzas tan grandes sean tristemente
defraudadas por el nacimiento de nada mejor que el ‘ridículo ratón’1.
¿Quién se preocuparía de dar algo de lo que más tarde tendría que
avergonzarse por ser inútil para el receptor? Vos que tenéis tanto
tiempo libre sólo pensáis en recoger por todas partes leña para esa
caridad que os inflama a fin de que podáis inflamaros más. Esto es
muy digno de elogio, siempre que busquéis donde haya esperanza de
alcanzar. Pero erráis si creéis que vais a encontrar en mí lo que
buscáis. Más bien soy yo quien debe dirigirse a vos. Sé que ‘es una
cosa más bienaventurada dar que recibir’ (Act 22, 39), pero sola
mente cuando lo que se da honra al donante y procura una ventaja
al donatario. Si os ofrezco lo que tengo, me temo que os avergonzaréis
de haberlo deseado y os entristeceréis por haberlo pedido. Sin em
bargo, sucumbo a vuestra importunidad; haré lo que pedís, aun
cuando me exponga por ello al ridículo. He predicado ya varios ser
mones sobre el Cantar de Salomón, los cuales, una vez transcritos,
os los enviaré. Me esforzaré por trabajar en la obra de acuerdo con
el tiempo libre que el Señor me permita, a condición—fijaos bien—
de que vos con vuestras oraciones logréis que Él me otorgue toda la
ayuda que necesito.”
Con los sermones prometidos le envió otra carta en la que le pide
que le excuse por no haber visitado Portae según le había prometido.
‘‘No puedo disimular por más tiempo la tristeza de mi alma, queridí
simo Bernardo, ni ocultaros el dolor que siento en el corazón. Tenien
do en cuenta mi promesa, había decidido visitaros a vos ‘a quien ama
mi alma’ (Cant 1, 6) a fin de coger fuerza para mi viaje, descansar de
mis trabajos y conseguir un remedio para mis males espirituales. Pero,
¡ay!, en castigo de mis pecados se ha alejado de mí la posibilidad,
mas no el deseo, de cumplir mi" compromiso. El obstáculo no es ni
la indiferencia ni la pereza, sino la causa de Dios que no puede ser
descuidada. Os envío aquí los sermones que me habéis pedido. Tan
pronto como los hayáis leído, escribidme diciéndome si debo conti
nuar o abandonar la tarea.” La decisión del buen cartujo de que la
obra debería ser continuada le ha convertido en un bienhechor de la
humanidad.
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Carta al emperador
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Muerte de Guido
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En Montecasino
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que es como una madre para mí. Los hermanos Bruno y Gerardo os
saludan a todos y piden vuestras oraciones.”
El hermano Balduino mencionado en esta carta era un monje de
Clairvaux y el mismo que con Martín había sido creado cardenal
por Inocencio en 1130 en el Concilio de Clermont. Más tarde llegó a
ser arzobispo de Pisa.
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CAPITULO XXIII
LA ELECCION DE LANGRES
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Conferencia en Salerno
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Muerte de Anacleto
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samiento y bendito sea Dios por cuya gracia fuisteis impulsado a obrar
de esa manera. Ahora tengo algo de que vanagloriarme entre los
extraños con quienes vivo, y este algo es vuestra dulce carta, en la
que parece que habéis derramado toda vuestra alma en un raudal
de afecto. Oh, sí, puedo envanecerme de que me conserváis, no so
lamente en la memoria, sino también en el corazón. Puedo gloriarme
de ser el objeto de vuestro especial amor y de ser favorecido con la
exuberancia de la dulzura de vuestro espíritu. ‘Y no solamente esto,
sino que también me glorío en las tribulaciones’ (Rom 5, 3), que soy
digno de soportar por la Iglesia de Dios. El triunfo de la santa Iglesia,
ese es ‘mi gloria y lo que me hace alzar la cabeza’ (Ps 3, 4). Si
he sido partícipe de su sufrimiento también lo seré de su consuelo
(2 Cor 1, 7). Estamos deseosos de trabajar y sufrir con nuestra madre,
de lo contrario ella tendría motivo de queja: ‘Los que estaban cerca
de mí se apartaron y los que buscaban mi alma emplearon la violencia’
(Ps 27, 12-13). ‘Pero sean dadas gracias a Dios que le ha dado a ella
la victoria’ (1 Cor 15, 57), que ‘le ha hecho honorable en sus trabajos
y los ha terminado’ (Sap 10, 10). Mi tristeza se ha transformado en
alegría, mi lamentación, en música, ‘pues el invierno ya ha pasado,
la lluvia ha cesado, las flores han aparecido en nuestra tierra y el
tiempo de la poda ha llegado’ (Cant 2, 11-12). Sí, es la época de la
poda, y las ramas inútiles, los miembros improductivos se deben
cortar. El que ‘hizo pecar a Israel’ (1 Reg 14, 16) ha sido cortado por
la muerte. Otro enemigo de la Iglesia, el más capaz de todos y el
peor de todos—Gerardo de Angulema—ha sido llamado a dar cuenta
de sus actos. Si todavía quedan algunos, espero verles muy pronto
condenados a la misma pena. Está próximo el momento de mi re
greso; pienso visitaros si vivo para llegar tan lejos en mi jornada.
Mientras tanto me encomiendo a vuestras santas oraciones.”
VÍCTOR IV : SU SUMISIÓN
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La elección de Langres
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CAPITULO XXIV
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“Soy negra, pero bella, oh, vosotras, hijas de Jerusalén, como las tien
das de cedro, como las cortinas de Salomón.” (Cant 1, 4). Durante
unos diez minutos habló con la elocuencia y el encanto que le carac
terizaba. Luego, viendo que no podía continuar, pero no deseando
revelar la tristeza que le agobiaba, dijo que no podía terminar el
discurso sin tener una mayor preparación. “Mientras tanto, como de
costumbre, impetrad con vuestras oraciones la luz y la gracia del Es
píritu Santo a fin de que, con el deseo aumentado en proporción a
nuestra confianza, podamos volver en otra ocasión sobre este tema
que exige una atención mayor que la ordinaria. Y quizá el devoto
suplicante descubrirá aquello que se le escaparía al precipitado inves
tigador.” Luego, anadió ingenuamente: “En todo caso, el pesar pol
la calamidad que ha caído sobre nosotros no me permite continuar.”
Esta alusión fue fatal para lo que él se proponía. No pudo conte
nerse por más tiempo. “¿Por cuánto tiempo voy a disimular?—excla
mó—-/¿por cuánto tiempo voy a esforzarme por ocultar en mi pecho
el fuego que consume mi destrozado corazón y devora todo mi ser?
La llama oculta se propaga más libremente y destruye con más cruel
dad^ ¿Qué tengo yo que ver con este Canto de amor, si estoy sumer
gido en un océano de amargura? La vehemencia de mi pena extravía
mi atención y la cólera del Señor ha aniquilado mi alma. Pero he
violentado mis sentimientos; me he esforzado por ocultar mi pena
hasta ahora, por miedo quizá de que pudiese parecer que la fe había
sucumbido bajo el afecto natural. Por consiguiente, mientras todos los
demás lloraban, yo sólo con los ojos secos seguía al cruel ataúd, como
vosotros mismos pudisteis verlo. Con los ojos secos permanecí junto
a la tumba hasta que se terminaron todos los tristes ritos. Cubierto
con mis vestiduras sacerdotales, pronuncié con mis propios labios las
oraciones usuales sobre el cadáver. Con mis manos esparcí arcilla,
según nuestra costumbre, sobre el cuerpo de mi amado Gerardo que
pronto se convertiría en arcilla. Los que me contemplaban estaban
llorando y se preguntaban por qué no lloraba yo; aunque mi hermano
no era objeto de la compasión universal tanto como yo, que había
sido privado de él. Pues seguramente más duro que el hierro tiene que
ser el corazón que no se haya derretido al verme sobrevivir a Ge
rardo -Intenté-resistir-mi-pena-con-todas-las-fuerzas que-pudesacar--------
de la fe, esforzándome por reprimir incluso aquellas emociones vanas
e involuntarias causadas por lo que después de todo no es más que
nuestro destino natural, la deuda de nuestra mortalidad, la necesidad
de nuestra condición, el mandato del Poderoso, el juicio del Justo, el
látigo del Terrible... Pero el pesar aprisionado echa raíces más profun
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la. pesada carga. Ahora tengo que hundirme bajo esta carga o apar
tarla, puesto que tú me has retirado el sostén de tus hombros. Oh,
¿quién me otorgará la dicha de morir pronto y seguirte? No pediría
nunca morir en tu lugar, pues eso equivaldría a perjudicarte retra
sando tu entrada en la gloria. Pero el sobrevivirte, ¿qué es más que
‘trabajo y dolor’? (Ps 10, 7). Mientras viva, viviré en un mundo de
amargura y de tristeza... Brotad ahora, lágrimas mías, pues se ha ido
aquel cuya presencia os impedía hasta ahora brotar quitando, para
ello, la causa. Fluid, fuentes de mi infeliz cabeza, y derramaos en ríos
de agua, porque acaso de esta manera podáis arrastrar el cieno de mis
pecados por los cuales he atraído la justa cólera del cielo. Cuando
mis lágrimas hayan apaciguado y consolado al Señor, acaso merezca
que Él también me otorgue un pequeño consuelo. Pero El hará esto
solamente a condición de que no deje de llorar, pues tan sólo a los
que lloran les ha prometido Él consuelo (Mt 5, 5). Por consiguiente,
sed indulgentes conmigo, todos vosotros que sois santos y espirituales,
y soportad mis lamentaciones. Me apeno y me lamento por Gerardo.
La causa de mis lágrimas es Gerardo. Mi alma está unida a la suya
(1 Sam 18, 1). Los dos éramos uno, no tanto por los lazos de la san
gre y de la carne como por la identidad de sentimientos, la conformi
dad de mentes y la armonía de voluntades. ¿Y me prohibirá alguien
lamentar su pérdida? Todo mi ser ha sido desgarrado, ¿y habrá quien
me diga: ‘no lo sientas’? Pero lo siento; oh, sí, lo siento, porque ‘mi
fuerza no es la fuerza de las piedras, ni mi carne es de bronce’
(lob 6, 12). Lo siento, sin duda alguna, y estoy dolorido y ‘mi pena
está continuamente delante de mi’ (Ps 36, 18). Ciertamente, el que
maneja el látigo no puede reprocharme de dureza y de insensibilidad,
como Él lo hizo refiriéndose a aquellos de que el profeta se quejaba,
diciendo: ‘Tú les has golpeado y ellos no se han afligido’ (1er 5, 3).
He confesado mi pena y no la he negado. Podéis decir que es una pena
carnal; no niego que es humana, como tampoco niego que soy hom
bre. Si esto no os satisface, reconoceré incluso que es carnal pues,
como el apóstol, ‘yo soy carnal y vendido bajo pecado’ (Rom 7, 14),
condenado a morir y sujeto a toda clase de sufrimientos y pesares.
Reconozco que no soy insensible al dolor. El pensar en la muerte
cercana para mí o para los míos me hace temblar de horror. Y Ge
rardo era mío, indudablemente mío.
"Perdonadme, hijos míos. Más bien, porque sois mis hijos, compa
deceos de la desgracia de vuestro padre. ‘Tened piedad de mí, tened
piedad de mí, por lo menos vosotros, amigos míos’ (lob 19, 21), que
sabéis cuán pesadamente ha puesto Dios la mano sobre mí por mis
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quede excusa alguna, vos sois bien una de las vírgenes locas o una
de las prudentes (Mt 16, 1). Si lo primero, el convento os es necesario;
si lo segundo, vos sois necesaria al convento. Pues si sois una monja
ferviente y santa, la comunidad que, desde su reciente reforma es
alabada en todas partes, tiene que sufrir una grave difamación con
vuestra marcha. Pero si no sois ni ferviente ni santa, entonces se
dirá que como no pudisteis vivir una vida viciosa entre las monjas
buenas, al no poder soportar esta sujeción habéis ido donde podéis
seguir libremente vuestras inclinaciones. Y habría fundamentos para
esa sospecha, pues antes de la reforma del convento nunca se os oyó
hablar de la soledad. Recordad, os lo ruego, que el desierto es la
morada del lobo de cuyas dentelladas no tienen ninguna oportunidad
de escapar las indefensas ovejitas. Escuchadme, hija mía, escuchad a
un fiel consejero. Santa o pecadora, no tenéis que separaros de vuestra
comunidad, ‘no sea que el lobo os arrebate y no haya nadie que os
libre’ (Ps 49, 22). ¿Sois una santa? Esforzaos con vuestro ejemplo
por ayudar a vuestras hermanas a que lo sean. ¿Sois una pecadora?
Guardaos de añadir pecado tras pecado; haced penitencia donde
estáis, no sea que marchándoos escandalicéis a la comunidad y os
convirtáis en objeto de calumnia.”
Pero había dos damas que vivían en el mundo a quienes él podía
llamar en el sentido más estricto de la palabra hijas espirituales suyas
y a quienes escribió sin reserva, Milisendis2, reina de Jerusalén, y
Ermengarda, duquesa de Bretaña. Los informes que recibía de la pri
mera no eran siempre favorables; así vemos que se dirige a ella en la
forma siguiente: “Estoy sorprendido de que no me hayáis escrito du
rante tanto tiempo, ni me hayáis enviado los saludos acostumbrados.
Sin embargo, no puedo olvidar vuestro antiguo afecto, que tantas
veces he puesto a prueba. Siento deciros que han llegado a mis oídos
algunos informes desfavorables respecto a vos. No los he creído del
todo; sin embargo, es una fuente de pesar para mí que esté en
entredicho vuestra reputación, con fundamento o sin él. Mi querido
tío Andrés3, en quien tengo confianza absoluta, me ha hablado mucho
en vuestro favor: que sois amable y tranquila, que os gobernáis tanto
a vos misma como a vuestros súbditos con el consejo de hombres
prudentes, que protegéis a los templarios y los tratáis como amigos,
que con la prudencia que Dios os ha dado habéis tomado medidas
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del Señor. Por consiguiente, tan pronto como hayan sido plenamente
adiestrados en la escuela del Espíritu Santo, tan pronto como hayan
sido ‘dotados del poder procedente de lo alto’ (Le 24, 49), los hijos
volverán a su padre a ‘cantar las canciones del Señor’, no ahora ‘en
tierra extraña’, sino en la tierra donde nacieron (Ps 136, 4). Mientras
tanto, elegid ‘según la sabiduría que os ha dado Dios’ (2 Pet 3, 15),
y preparad para ellos un hogar situado como las casas de la Orden
que habéis visto en Francia en un lugar alejado del bullicio y del ruido
del mundo. Pues se acerca el día en que, por la gracia de Dios, os
devolveremos hombres completamente renovados. ¡Oh ‘bendito sea
por siempre el nombre del Señor’ (Dan 2, 20), a cuya generosidad debo
el tener hijos en común con vos! Fuisteis vos quien ‘plantó’ con
vuestra predicación, yo ‘regué’ con la exhortación, ‘pero Dios dio el
crecimiento’ (1 Cor 3, 6).
”Os ruego, santo padre, que no desistáis de anunciar la palabra de
Dios, a fin de que vos podáis ‘dar el conocimiento de la salvación a
su pueblo’ (Le 1, 77). Estáis obligado a hacer esto por una obligación
doble: en virtud de vuestro cargo de legado y en virtud de vuestro
cargo episcopal. En cuanto a lo demás, puesto que ‘todos ofendemos
en muchas cosas’ (lac 3, 2) y puesto que los que tenemos a menudo
ocasión de mezclarnos con los hombres del mundo tenemos que cu
brirnos necesariamente con algo de polvo mundano, me encomiendo
a vuestras oraciones y a las de vuestros discípulos para que Jesucristo,
Fuente de piedad, acceda a lavarme y limpiar mis manchas en la
fuente de su misericordia: pues es Él quien dijo a Pedro: ‘Si no te
lavo, no tendrás ninguna parte conmigo’ (loh 13, 8). Este servicio no
sólo os lo pido como un favor sino que os lo exijo como un derecho,
porque yo, por mi parte, no dejo de importunar al Señor por vos,
por si las oraciones de un pobre pecador pueden servir para algo.
Dios os guarde.”
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sueño y todos los hombres ricos no han encontrado nada en sus manos
*
(Ps 75, 5). Pero las flores y frutos de una buena conciencia no se
marchitan nunca, nunca se pierden: no se marchitan con el trabajo ni
se desvanecen a la muerte, sino que, por el contrario, es entonces
cuando florecen de nuevo. Ellos alegran a los que vivimos, consuelan
a los moribundos; muertos, ellos nos reviven y continúan con nosotros
para siempre.” Tomás llegó hasta el extremo de obligarse mediante
un voto a ingresar en Clairvaux, pero retrasaba tanto tiempo el cum
plimiento de su compromiso que el santo abad le envió otra carta
mucho más larga. Entre otras cosas le decía al indeciso preboste:
“Vos tenéis riquezas en abundancia y el mundo tiene que amar lo que
a ellas pertenece. Pero ¿cuánto tiempo creéis que durarán esas ri
quezas? ¿Para siempre? Eso no puede ser, puesto que el mundo mis
mo no durará para siempre. Ni siquiera puede preservaros vuestras
posesiones o vuestra vida por largo tiempo, pues ‘los días del hombre
son cortos’ (lob 14, 5). ‘EJ mundo mismo perecerá con su concupis
cencia’ (1 loh 2, 17), pero antes de desaparecer os hará desaparecer
a vos.”
Estas solemnes palabras son sin duda doblemente significativas a
la luz de los acontecimientos posteriores. Tomás abandonó su propó
sito de hacerse religioso, parece que renunció también a la práctica
de la virtud y fue segado en la flor de su juventud por una muerte
repentina. Escribiendo a Tomás de San Omer, el cual imitaba a su
tocayo haciendo y rompiendo la promesa de ingresar en Clairvaux,
dice Bernardo: “¡Ay, ay! parece que estáis inspirado por el mismo
espíritu, ya que lleváis el mismo nombre que Tomás, el difunto pre
boste de Beverley, que se había comprometido' de la misma manera
por un voto a ingresar en nuestra Orden y abadía. Pero empezó a mos
trarse moroso, y así poco a poco perdió su fervor hasta que, viviendo
como un hombre mundano y como un apóstata, ‘un doble hijo del
infierno’ (Mt 23, 15), fue arrebatado por una muerte repentina y terri
ble. Que nuestro misericordioso y compasivo Señor se apiade de su
alma, si esto es todavía posible. Le escribí advirtiéndole lo mejor que
pude ‘las cosas que le tenían que ocurrir en un breve plazo’ (Apc 1, 1),
pero todo en vano, excepto que yo descargué mi conciencia. Habría
sido feliz si hubiese escuchado mi consejo. Sin embargo, él se negó y
‘yo estoy limpio de su sangre’ (Dan 13, 46). Pero eso no me satisface ;
pues aunque mi conciencia no tiene que acusarme nada en este asunto,
la ‘caridad, que no busca su propio bien’ (1 Cor 13, 5), me obliga a
lamentarme de aquel que no tenía ninguna seguridad al morir porque
había vivido demasiado seguro. ¡Oh, el abismo inescrutable que los
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juicios divinos! ¡Oh, cuán ‘terrible es Dios en sus consejos sobre los
hijos de los hombres’! (Ps 65, 5). Él dio su Espíritu Santo y lo retiró
de nuevo, haciendo al pecador más culpable que antes; Él comunicó
su gracia sin otro resultado que multiplicar el pecado por culpa, no
del Donante, sino del que abusó de la gracia.”
Gran número de cartas del santo son de este tipo, están dirigidas a
hombres indecisos que después de haber empezado una cosa se arre
pienten de ella. Los puntos en que hace más hincapié son la brevedad
e inseguridad de la vida, la indignidad de todo lo que el tiempo nos
puede arrebatar, el peligro a que nos exponemos resistiendo a la gracia
y la paz de una buena conciencia que compensa con creces todos los
sacrificios exigidos por la vocación religiosa. En opinión de Bernardo,
Dios no tiene un don mayor que otorgar que la gracia de la vocación
por el claustro, tampoco hay mayor gloria posible para el hombre que
la de corresponder a esta gracia y ayudar a otros a imitarle. Lo mejor
que puede hacer un hombre es obedecer rápidamente a su vocación,
pues la experiencia le había enseñado a Bernardo que los retrasos son
doblemente peligrosos en estos casos: “La palabra del Señor corre
rápidamente” (Ps 147, 15), esta era una de sus citas favoritas sobre este
asunto. En una ocasión en que un joven estudiante de filosofía, des
pués de comprometerse a ingresar en Clairvaux, pidió permiso para
retrasar la fecha de ingreso con el propósito, al parecer, de completar
sus estudios, el estudiante recibió esta contestación: “Hablándoos en
el lenguaje que os es familiar, el hombre es un animal racional y
mortal. Su racionalidad es el don de su Creador, su mortalidad es la
pena de su pecado. La primera le iguala a los ángeles, la última le
rebaja al nivel de los animales. Pero tanto la una como la otra nos
deben animar y excitar a buscar al Señor. ‘No olvido tu palabra en
la que me has dado esperanza’ (Ps 118, 49). Y como ha llegado el
momento señalado, exijo el cumplimiento de vuestra promesa. Os
ruego que no 'tembléis de miedo cuando no hay ningún miedo’
(Ps 13, 5). ‘Servir al Señor con alegría’ (Ps 99, 2) no es tanto una
carga como un honor. No, no me atrevo a permitiros que dilatéis la
ejecución de vuestro propósito: no hay nada más cierto que la muerte,
nada más incierto que la hora de la muerte. Pero ¿qué diré de vuestra
tierna edad? Cabalmente esto: el fruto no maduro es con frecuencia
arrancado del árbol por la mano o por la tempestad. En cuanto a
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vuestra belleza personal, permitidme que os diga con las palabras del
poeta:
‘No te fies del color, hermoso niño,
a menos que desdes alejarte de la verdad:
Recogemos con cuidado los negros arándanos,
pero dejamos que se pudra la blanca alheña’ 4.
"Márchate, márchate, digo, con José de la casa del Faraón y como
aquel santo joven, abandona tu manto, es decir, la gloria del mundo
detrás de ti en manos de la incitadora egipcia (Gen 39, 12). Márchate
de tu país y parentela, ‘olvida a tu familia y la casa de tu padre
y el rey deseará grandemente tu belleza’ (Ps 44, 11-12). Recuerda
que el Niño Jesús no fue hallado entre sus ‘parientes y amigos’
(Le 2, 44). Márchate de la casa de tu padre para reunirte con Él,
porque Él ha dejado la casa de su Padre por tu causa: ‘Él se fue
desde lo alto de los cielos’ (Ps 18, 7). Mereció encontrar a Cristo
aquella mujer de Canaán que salió de su país y le gritó: ‘Ten mise
ricordia de mí, oh, Señor, Tú, Hijo de David’. Y Él, como ‘la gracia
se derrama sobre sus labios’ (Ps 44, 3), le contestó con las siguientes
palabras: ‘Oh mujer, tu fe es grande. Hágase como deseas’ (Mi 15,
22-28). Satán puede expulsar a Satán (Mt 12, 26), pero el Espíritu
de la Verdad no puede ser nunca inconsistente consigo mismo. Ahora
estoy convencido de que fue este buen Espíritu el que me habló
por su boca cuando señalamos el día de vuestro ingreso aquí. Por
lo tanto, procurad no desviaros ni a la derecha ni a la izquierda,
sino venir a Clairvaux según vuestra promesa. He escrito esta corta
nota de mi propia mano y os la envío con Gerardo, mi amado hijo
y amigo vuestro. No intentéis poner ninguna excusa. Si creéis que
es una pena dejar vuestra educación incompleta y quisierais continuar
en la escuela bajo un maestro, escuchad: ‘el Maestro está aquí y te
ha llamado’ (loh 11, 29), ese Maestro ‘en quien están escondidos
todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia’ (Col 2, 3). Él es
‘quien enseña al hombre la ciencia’ (Ps 93, 10), quien ‘hace elocuentes
a las lenguas de los niños’ (Sap 10, 21), ‘quien abre y ningún hombre
cierra, cierra y ningún hombre abre’ (Apc 3, 7)”.
A un eminente erudito, Walterio de Chaumont, que no entraba en el
claustro por amor a su madre, le escribe el santo: “Atado por el afecto
a vuestra madre, no podéis abandonar todavía el mundo que habéis
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CAPITULO XXVI
DOCTRINA SOBRE
LA INMACULADA CONCEPCION
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1 “Decens erat ut ea puritate qua major sub Deo intelligi nequit, Virgo illa
niteret”, citado en la bula Ineffabilis.
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a “Te, igitur, Domina, crediderimne, quaeso, monte peccati, quae per invi-
diam diaboli occupavit orbem terrarum, in tuo conceptu potuisse gravari?
Me animus hoc credere vitat, intentio abhorret, lingua fateri non audet.”
3 “Tenemus fide, ab omni siquid adhuc in illa originalis sive actualis pecca
ti supererat, ita mundatum cor illius, ut vere super eam Spiritus Dei scilicet
super humilem et quietam et trementem verba cua, requiesceret.”
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mismo creo de San Juan Bautista, que todavía sin nacer proclamó
la presencia del nonnato Cristo (Le 1, 41). Considerad si no se puede
afirmar esto también de David, teniendo en cuenta lo que le dice
a Dios: ‘En Ti he sido confirmado desde el vientre, desde el vientre
de mi madre Tú eres mi Protector’ (Ps 70, 6), y también: ‘Desde
el vientre de mi madre Tú eres mi Dios, no te separes de mf (Ps 21, 11).
A Jeremías Dios le habló de esta manera: ‘Antes de que Yo te
formara en el vientre, te conocí, y antes de que nacieras del vientre
te santifiqué’ (1er 1, 5). Vosotros os dais cuenta de cuán bellamente
el oráculo divino distingue entre la formación en el vientre y el
nacimiento desde el mismo, a fin de enseñarnos que mientras la pri
mera fue sólo pre-conocida, el último tenía el adorno de la santidad,
por si alguno pensara que el profeta no fue privilegiado nada más
que en el hecho de ser objeto de la presciencia y predestinación
divinas...
"Ahora bien, sería impío suponer que un privilegio concedido
incluso a unos cuantos mortales le fuera negado a una mujer tan su
blime como la Virgen, cuando por medio de ella solamente todos los
seres mortales pueden alcanzar la vida inmortal. En consecuencia, no
hay duda alguna de que la Madre del Señor fue santificada antes del
nacimiento. Tampoco se engaña la Iglesia al considerar santo el día
de su natividad y honrarlo año tras año con una fiesta solemne y con
universal regocijo. Por mi parte, sostengo que a Ella le fue concedida
incluso en mayor medida que a Juan o a Jeremías la gracia de la
santificación, una plenitud de gracia tan grande que no sólo santificó
su origen, sino que además la preservó a través de la vida de todo
pecado—privilegio que no ha sido otorgado a ningún otro mortal—.
Pues era tan sólo justo que Ella, la Reina de las Vírgenes, por una
prerrogativa especial de santidad, pasara toda la vida inmune de
toda mancha de pecado—Ella que había de dar a luz al Destructor
del pecado y de la muerte, comunicando así justicia y vida a todos—.
Por consiguiente, su natividad fue santa, santificada por la casi infinita
santidad recibida en el vientre.
"¿Qué más queda, en vuestra opinión, por añadir a estos honores?
Celebrar la concepción que precedió al nacimiento, diréis vosotros,
pues a no ser por la concepción anterior no habría natividad alguna
que honrar. Entonces, ¿qué os parecería si alguien, basándose en el
mismo principio, exigiera el honor de una fiesta para los dos padres
de ella? Además se nos podría pedir con la misma justicia guardar
fiesta en honor de sus abuelos, bisabuelos y así indefinidamente. De
esta manera todos los días serían fiesta. Pero esta sucesión ininterrum
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El verano del mismo año 1140 trajo a Bernardo una sorpresa tan
agradable como grande. El rey Roger de Sicilia, que se había estado
portando muy respetablemente desde su victoria sobre Inocencio,
pidió al santo abad una colonia de monjes para fundar un monasterio
en. sus dominios, en un emplazamiento que ellos mismos eligieran.
El conde Teobaldo acaso tuviera algo que ver con esta proposición,
pues su hija estaba a punto de casarse por entonces con un hijo de
Roger, el nuevo duque de Apulia. La oferta fue aceptada y agrade
cida y dos religiosos salieron de Clairvaux para elegir un emplaza
miento adecuado. No se ha conservado hasta nosotros nada acerca
de la historia de esta fundación. Ni siquiera podemos decir si se
estableció en Apuña o en Sicilia, ni el nombre por el que fue conocida.
El rey tenía un deseo ardiente de verle al santo y le apremió para que
fuese a Italia. Bernardo, sin embargo, estaba demasiado enfermo para
viajar, como lo explica en la siguiente nota, que envió con los dos
monjes:
“Si me necesitáis, oh rey, ‘contempladme a mí y a los hijos que
Dios me ha dado’ (Is 8, 18). Me han dicho que mi indignidad ha
sido bien acogida a los ojos de vuestra real majestad, hasta el punto
de que incluso deseéis verme. Y ¿quién soy yo para desobedecer al
rey? Por consiguiente, me apresuro a contestar a vuestra llamada y
aquí estoy, no en la débil presencia corporal, sino en las personas
de los que son para mí como mi corazón y mi alma, es decir, en mif,
queridísimos hijos. Ellos nunca se separarán de mí. Les seguiré con
mi cariño adonde quiera que vayan. Si ‘moran en las partes más
lejanas del mar, incluso allí también’ les seguirá mi amor (Ps 138, 9-10).
En ellos, oh rey, tenéis la misma luz de mis ojostenéis, como he
dicho, mi corazón y mi alma. ¿Qué importa si alguna pequeña por
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8 Manríquez los atribuye .al año 1122; otros, al 1127. Pero nosotros sa
bemos, por el testimonio de Geofredo de Auxerre, que Bernardo predicó a los
estudiantes de París en 1140, y no hay ninguna prueba de que les predicará
más que una sola vez. - -----------------
9 Esta escuela, con las de Santa Genoveva y San Víctor, formaba el núcleo
de la Universidad de París, fundada hacia el año 1208.
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demás dice: “Estos son ‘los que se lanzan al mar en barcos, haciendo
su trabajo en alta mar’ (Ps 106, 23). No están confinados en modo
alguno, sino que son libres para moverse en todas las direcciones, de
forma que puedan ayudar a todos los que han de ayudar, guiar sus
pasos por puentes y vados, conservar el orden en las filas en movi
miento, descubrir los peligros escondidos y protegerles de ellos, esti
mular a los tibios y sostener a los débiles. Verdaderamente, ‘ellos
ascienden a los cielos y descienden a los abismos’ (Ps 106, 26), tratando
unas veces de materias sublimes y celestiales y discutiendo otras cosas
infernales y horribles.” En los dos sermones predicados a los estu
diantes de París, él tiene mucho más que decir acerca de las “cosas
infernales y horribles” que de las “materias sublimes y celestiales”.
Pero ¿qué tiene esto de extraño si él estaba imbuido del Espíritu y
del poder de Elias en presencia de estos discípulos de Baal? Aunque
se dice que el santo retocó y completó los sermones, no hay motivos
para pensar que hizo ningún cambio material. La división en capítulos
es anterior al año 1520 y en nuestra opinión es poco afortunada, puesto
que tiende a dar a la obra el aspecto de un tratado formal. Y no es
que digamos que sería indigno como tal, pues serviría como un tra
tado admirable sobre la vía purificadera. El Tratado de la conver
sión—dice el abate Chevallier—, es la obra de un maestro consumado
de la vida espiritual. Se caracteriza por su elevación de pensamiento,
el uso científico de la Sagrada Escritura y un conocimiento profundo
del corazón humano que le hacen recomendable a las almas atraídas
por la gracia y que les impulsan a entregarse sin reservas a Dios”
(Histoire de Saint Bernard, vol. I, p. 193).
El santo predicador empieza de un modo completamente brusco:
“Vosotros habéis venido aquí, según creo, a oír la palabra de Dios.
Por lo menos no puedo concebir ningún otro motivo que explique
la presencia de esta ansiosa multitud. (Evidentemente sospechaba, como
así era en realidad, que muchos de ellos habían venido no tanto
a ser edificados como a disfrutar de un banquete oratorio). Apruebo
vuestro deseo de edificación y os felicito por vuestra buena disposi
ción. ‘Bienaventurados los que oyen la palabra de Dios’, dice el Sal
vador, pero Él añade, fijaos bien: ‘y la guardan’ (Le 11, 28). Son
también bienaventurados los que ‘recuerdan sus mandamientos’, pero
de forma que ‘los cumplen’ (Ps 102, 18). Pues Él ‘tiene las palabras
de la vida eterna’ (loh 6, 69) y ‘viene el tiempo’—ojalá pudiese yo
añadir: !‘y ya ha llegado’!—‘en que los muertos oirán la voz del
Hijo de Dios y los que oigan vivirán’ (loh 5, 25). Sí, ‘pues hay vida
en su buena voluntad’ (Ps 29, 6). Y si deseáis saber qué exige de
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ron que se dirigían hacia ellos tres jóvenes clérigos. “Dios nos ha
ahorrado la molestia de buscar—dijo el santo—, estas son las per
sonas por las que he regresado”. Al parecer, le habían estado bus
cando, y al enterarse de que el santo se había ido de la ciudad, no
sabían qué hacer. Por consiguiente, alegrándose de esta feliz solución
del problema, acompañaron al santo a Clairvaux.
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CAPITULO XXVII
PROTECTOR DE ESTUDIANTES
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me siento inclinado a pensar que sea este el caso, puesto que no sere
mos condenados por no saberlo todo y hay muchas, muchísimas co
sas, cuya ignorancia no es un obstáculo para la salvación. Por ejem
plo, ¿en qué iban a sufrir vuestros intereses espirituales por desco
nocer las artes mecánicas, tales como la del carpintero, o la del
albañil, o la de cualesquiera de esos otros oficios que los hombres
suelen practicar para usos temporales? Incluso sin ningún conoci
miento de las llamadas artes liberales, cuyo estudio y ejercicio se con
sidera tan noble y provechoso, incontables multitudes de hombres
han salvado sus almas, agradando a Dios con sus virtudes y buenas
obras. ¡ Cuántos, por ejemplo, enumera el apóstol en su Epístola a los
Hebreos, que fueron gratos a Dios no tanto por su ciencia como por la
pureza de su conciencia y la sinceridad de su fe! Todos agradaron al
Señor mientras vivieron aquí abajo, no por la profundidad de su
cultura, sino por el mérito de sus vidas. Ni Pedro, ni Andrés, ni los
hijos de Zebedeo, ni ninguno de sus hermanos-apóstoles fue buscado
en las escuelas de filosofía o retórica. Y, sin embargo, por medio de
ellos el Salvador ‘obró la salvación en medio de la tierra’ (Ps 78, 12).
"Acaso me consideréis indebidamente severo y estrecho en mis
opiniones sobre la ciencia humana y supongáis que estoy censurando
a los doctos y condenando el estudio de la literatura. ¡Dios me libre
de hacerlo! Me doy perfecta cuenta de lo mucho que los miembros
cultos han beneficiado y benefician todavía a la Iglesia, bien refutando
a sus adversarios, o bien instruyendo a los ignorantes. Y he leído lo
que dice el Señor por boca de su profeta Oseas: ¡ Porque tú has recha
zado la ciencia, Yo te rechazaré, a fin de que no hagas el oficio del
sacerdocio para Mí’ (Os 4, 6) y por su profeta Daniel: ‘Pero los doctos
brillarán con el brillo del firmamento; y los que instruyen a muchos
en la justicia brillarán como estrellas por toda la eternidad’ (Dan 12, 3).
Sin embargo, recuerdo también haber leído que ‘la ciencia infla’
(1 Cor 8, 1) y: ‘el que aumenta su ciencia, aumenta también su
tristeza’ (Eccl 1, 18). Os dais cuenta, hermanos míos, de que hay dis
tinciones en el conocimiento, puesto que hay una clase que nos hincha
de vanagloria y otra que nos hace sobrios. Ahora deseo saber: ¿cuál
de estas os parece más útil o necesaria para la salvación, la que infla
con orgullo o la que duele y nos humilla? Pero estoy seguro que pre
ferís el conocimiento que modera al que infla... San Pablo exhorta así
a los fieles: ‘Digo, por la gracia que se me ha dado, a todos los que
están entre vosotros, no que sean más sabios de lo que corresponde
a los sabios, sino que sean sabios de un modo sobrio’ (Rom 12, 3).
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Él no nos prohíbe ser sabios, fijaos, sino ser ‘más sabios de lo que
conviene’. Pero ¿qué puede él querer decir con la expresión ‘ser sabio
de un modo sobrio’? Quiere, sin duda, advertirnos que tenemos que
examinar muy cuidadosamente qué objetos de conocimiento tienen me
jor derecho a nuestro estudio, pues ‘el tiempo es corto’ (1 Cor 7, 29).
Ahora bien, todo conocimiento es bueno en sí mismo, siempre que
esté fundado en la verdad. Pero nosotros que tenemos prisa por obrar
nuestra salvación ‘con temor y temblando’ (Phil 2, 12) en el limitado
tiempo que se nos ha concedido, deberíamos ciertamente consagrar
en primer lugar nuestra mejor atención a la adquisición de esa cul
tura que parece estar más íntimamente vinculada a nuestro bienestar
espiritual. ¿No afirman los médicos que constituye una parte de sus
remedios el determinar qué deben tomar sus pacientes primero en las
comidas, qué deben tomar luego y en qué cantidad han de usar cada
clase de carne? Pues aunque es evidente que todos los alimentos son
buenos en sí mismos por haber sido creados por Dios para nuestro
uso, podemos fácilmente convertirlos en malos para nosotros al dejar
de observar el orden y la medida adecuados. Por consiguiente, aplicad
a ¡as variedades de conocimiento lo que he dicho de las variedades de
alimentos.
"Pero haría mejor en remitiros al propio San Pablo, a quien reco
nozco como maestro mío. Pues la doctrina que predico no es mía,
sino suya; sin embargo, es mía en otro sentido, porque es la doctrina
de la verdad. ‘Si algún hombre—dice el doctor de las naciones—,
piensa que sabe algo, no ha aprendido todavía lo que debería saber’
(1 Cor 8, 2). Observaréis que no recomienda el conocimiento de mu
chas cosas al que ignora la forma correcta de conocer. Observaréis
cómo él hace consistir el fruto y provecho del conocimiento en la
manera correcta de conocer. Evidentemente, desea enseñarnos en qué
orden, con qué ardor y con qué intención se debería adquirir cada
clase de conocimientos. En qué orden, porque deberíamos aprender
primero las verdades que más inmediatamente atañen a nuestra salva
ción. Con qué ardor, porque se debe perseguir más ansiosamente el
conocimiento que más enérgicamente conduce a la caridad. Con qué
intención, porque el motivo de nuestros estudios no tiene que ser ni
la vanagloria, ni la curiosidad, ni ninguna cosa por el estilo, sino sola
mente nuestro progreso espiritual y la edificación de nuestro prójimo.
Hay algunos que desean saber solamente por el afán de saber, y esto
es una curiosidad vergonzosa. Y hay algunos que desean saber a fin
de hacerse conocidos, y esto es una vanidad vergonzosa. A estas per
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1 “Scire tuum nihil est, nisi te scire hoc sciat ilter”. Persius, Sat. I, 27.
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Pedro Abelardo
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jetos son universales de la misma forma que las ideas y los términos:
si las ideas universales tienen que ser admitidas porque están represen
tadas por términos universales, por el mismo motivo tenemos que ad
mitir los objetos universales porque son representados por ideas univer
sales; pues la idea tiene la misma relación con el objeto que el
término con la idea 4. En consecuencia, como tenemos ideas del hom
bre en general, del pastel en general y de la sustancia en general,
fuera de nuestras mentes se tienen que encontrar objetos que corres
pondan exactamente a estas ideas, por ejemplo, el hombre, que no
es un hombre particular, sino todos en general; la dulzura, que no es
la dulzura particular, sino toda en general; la sustancia, que no es
ninguna sustancia particular, sino toda en general, etc., etc. Según
Platón la naturaleza universal existe aparte de los ejemplos indivi
duales, muy lejos en alguna región celeste: los hombres individuales
de nuestra experiencia, por ejemplo, no son sino manifestaciones
pasajeras o imitaciones de lo universal, del hombre eterno superior.
Guillermo de Champeaux, Columna Doctorum, como le llamaban, el
cual ocupó la cátedra de filosofía de la escuela catedral de París de
1103 a 1108, enseñaba que existe la naturaleza universal, no fuera, sino
en los individuos, los cuales, por consiguiente, difieren entre sí sola
mente en los accidentes. Así, con arreglo a esta opinión, todos los
hombres tienen la misma naturaleza humana física y solamente se
diferencian en tanto en cuanto se manifiesta esa naturaleza singular con
varias características accidentales en los diversos individuos.
La cuarta solución del problema es la aceptada por todos los
doctores escolásticos desde el siglo xm. Expuesta brevemente, dice
lo siguiente; Los términos y las ideas universales no tienen por objeto
ninguna naturaleza universal existente como tal fuera de la mente y
común realmente a los ejemplos individuales, sino grupos de indi
viduos en tanto en cuanto se ve que se asemejan, o más bien estas
mismas semejanzas consideradas aparte de los rasgos no semejantes.
Los defensores de esta teoría han recibido el nombre de realistas
moderados.
Abelardo pronto encontró el camino de Locmenach, donde Roscelin
daba sus conferencias con una reputación que sólo era sobrepasada
por el gran doctor de París. Su mente aguda descubrió rápidamente
los defectos de la teoría nominalista. Parece que se había hecho una idea
muy pobre de las facultades de Roscelin, pues omite el nombre del
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CAPITULO XXVIII
CONTRA ABELARDO
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Concilio de Sens
3 Quizá el más eminente era Guido del Castello, que pronto iba a subir
al trono pontifical con el nombre de Celestino II. A él le hizo Bernardo
un llamamiento patético, implorándole que sacrificase su afecto particular
a los intereses de la Iglesia: “Os haría una injusticia—dice—suponiendo que
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amáis a ningún hombre hasta el extremo de amar también sus errores, y mos
traría poca estimación por vuestra piedad si fuera a insistir extensamente
sobre el deber de no preferir a nadie a Cristo en la causa de Cristo. Pero estad
seguro de esto: que es conveniente, tanto para vos, en quien el Señor ha
delegado parte de su autoridad, como para la Iglesia, e incluso para Abelardo,
que se le reduzca al silencio, pues ‘su boca está llena de maldiciones y de
amargura y de engaño’ (Ps 10, 7). Contra la fe, disputa él cuestiones de fe;
vuelve las palabras de la ley contra la misma ley. No ve nada ‘a través de un
cristal oscuro, pero lo ve todo cara a cara’ (1 Cor 13, 12), gustándole ‘tratar
de grandes asuntos y de cosas maravillosas que están por encima de él’
(Ps 130, 1). Sería mucho mejor para él conocerse de acuerdo con el título
de su libro (Scito Te Ipsum), y en vez de ir más allá de su medida, ser ‘pru
dente hasta la sobriedad’ (Rom 13, 3). ‘No creas que le acusaré al Padre. Hay
uno que le acusa’, su libro sobre la Trinidad (loh 5, 45).”
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Explicaciones probables
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que la aparición del santo abad confundió sus pensamientos y paralizó sus
facultades de tal manera, que se sintió incapacitado (S. Bernardi, vita Pri
ma, v. 14). Lo mismo le ocurrió a Guillermo de Aquitania en 1134.
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10 En su obra Cinco siglos de Religión, vol. I, pág. 283, Mr. Coulton (el
cual, a pesar de su indudable erudición, trabaja con la característica incapacidad
de los protestantes para comprender las prácticas y los ideales católicos) hace
la asombrosa afirmación de que “en todos los puntos principales eni discusión
entre los dos hombres—Bernardo y Abelardo—, los eclesiásticos más capaces
y ortodoxos del siglo siguiente decidieron tácitamente contra San Bernardo”
Es una pena que no considere oportuno dar algunas referencias de estos “ecle
siásticos más ortodoxos”. Los “principales puntos en discusión entre los dos
hombres” están contenidos en las dos listas dadas más arriba: nos preguntamos
qué doctor católico las ha defendido jamás. Todavía es más sorprendente y
dolorosa la observación del eminente autor del artículo sobre Abelardo
(Cath. Ency.) de que Bernardo tenía “cierta tendencia a desatender la razón
en favor de la contemplación y de la visión extática”. ¿Tuvo necesidad de
“desatender la razón” a fin de ver los errores en las proposiciones anteriores?
El santo doctor, sin duda alguna, tomaba su fe muy en serio, pero nunca siguió
la guía de “la contemplación y la visión extática” con preferencia a la razón,
como lo saben muy bien los que están familiarizados con sus escritos. En su
carta a los canónigos de Lyón, reconoce tres criterios de verdad religiosa: la
autoridad, la tradición auténtica y la razón humana; y declara que una reve
lación privada—la visión extática—no es digna de confianza, a menos que
esté apoyada por algunos de los citados criterios. Así, no prestó ninguna aten
ción a la revelación que se suponía se había hecho al abad Helsin respecto
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San Bernardo, pág. 278); no la razón, sino el racionalismo; del cual Cousin ha
proclamado padre al Maestro Pedro (His. Gen. de la Phil., pág. 227). El abate
de Rocheli se ha encargado de demostrar que Bernardo fue el campeón de Ja
sana filosofía en el encuentro con Abelardo, y que su victoria, lejos de ser
una traba, fue un verdadero triunfo de la razón humana (San Bernardo, Abe
lardo y el racionalismo moderno, págs. 118-246). El mismo autor muestra cuán
completamente indigno de confianza y cuán injusto con el santo abad es el
relato de la controversia dado por el fanático de Remusat (Abelardo'), a quien
el enciclopedista cita como una de sus autoridades. M, de Remusat traza un
paralelo entre las escuelas de Bernardo y Abelardo, por una parte, y de los
jesuítas y jansenistas, por la otra. ¡Aceptamos la comparación! También la
aceptaría nuestro santo. Pero dudamos que Abelardo o los jansenistas la con
siderasen como un cumplido. El escritor de la Enciclopedia Católica dice que
Abelardo “adoptaba un tono y empleaba una fraseología, al hablar de ternas
sagrados, que ofendía, con motivo, a sus contemporáneos más conservadores”.
Y eso, ciertamente, “hablando en términos suaves”. Incluso los apologistas de
Abelardo, Otto de Freising y Berengarius de Poitiers, reconocían que el len
guaje de su maestro era indefendible y solamente pretendían excusar la inten
ción. El propio Abelardo hace esta confesión: “Quizá he escrito algunos erro
res, pero Dios es testigo de que los errores de que me acusan no fueron
cometidos por malicia.” Y las doctrinas en cuestión ofendieron tanto al Papa
Inocencio, que impuso a su autor “silencio perpetuo como culpable de herejía”,
además de excomulgar a sus defensores.
Hay que reconocer que Abelardo negó que algunos de los pasajes citados
por Bernardo se hallen en sus libros, protestando que si era así, estaba dis
puesto a reconocer que era ‘un hereje y además un heresiarca’. Pero ¿por qué
desperdició; entonces, en Sens, una oportunidad espléndida de poner a su
adversario en vergüenza y presentarle ante el mundo como culpable de las
más sucias de las falsificaciones? El abate Vacandard nos dice que esta
protesta no tiene que ser tomada en serio (Vie, vol. II, 127), y Mabillon.
asombrado de la desvergüenza de Abelardo, procede a señalar en sus libros
casi todas las proposiciones condenadas. Para las pocas proposiciones que no
se encuentran cita a tres contemporáneos de Abelardo—dos de ellos, discí
pulos suyos—, que dan testimonio de que se hallaban contenidas en las prime
ras ediciones de las obras de ese autor. Y su Introductio ad Theo’iogiam mues
tra indudablemente señales de mutilación. Por ejemplo, no hay ninguna men
ción de ciertas cuestiones para cuya-discusión el mismo autor, en -su-obra
Expositio in Epistolam Pauli ad Romanos, nos remite a la Introductio, que
termina con las significativas palabras: “Caetera desuní".
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que ofrecer y sin hacer caso del consejo del hombre prudente: ‘No
pases más allá de los antiguos límites que tus padres han colocado’
(Prv 22, 28). ‘Es necesario observar—escribe—que todos nuestros doc
tores desde el tiempo de los apóstoles se han mostrado unánimes en
enseñar que el demonio tenía poder y dominio sobre la raza humana y
que esto le pertenecía por derecho, porque el hombre, debido al libre
albedrío de que estaba dotado había consentido deliberadamente sus
sugestiones. Y, por consiguiente, así argumentan, era necesario que el
Hijo de Dios encarnase, a fin de que el hombre, que no podía ser
rescatado de otra manera, pudiese justamente conseguir su liberación
del yugo del demonio mediante la muerte del Inocente. Pero en mi
opinión el demonio no tuvo nunca ningún derecho sobre el hombre,
excepto, acaso, el derecho del carcelero, y esto solamente con per
miso de Dios. Tampoco creo que el propósito del Hijo de Dios al
asumir la carne fue liberar al hombre. ¿Qué deberé juzgar más into
lerable en estas palabras, la blasfemia o la arrogancia? Qué es más
condenable, ¿la temeridad o la impiedad? ¿No merece el que usa este
lenguaje ser golpeado con varas y no refutado con argumentos? ¿No
provoca quien golpea a todos a que todos le golpeen a él? Dices que
el Hijo de Dios no asumió la naturaleza del hombre a fin de liberar
al hombre. Esta es ciertamente una opinión que sólo la defiendes tú.
Veamos entonces de dónde la has derivado. No del hombre prudente,
en modo alguno, ni de los profetas, ni de los apóstoles, ni del Señor.
San Pablo recibió del Señor lo que él, a su vez, nos entregó a nos
otros (1 Cor 11, 23). El mismo Cristo confiesa que su doctrina no es
suya. Pero tú nos das la tuya. Ahora bien, el que ‘dice una mentira la
dice por su cuenta’ (loh 8, 44). Por consiguiente, guarda para ti lo que
es tuyo. En cuanto a mí, escucharé a los profetas y apóstoles, obede
ceré el Evangelio, pero no el evangelio nuevo de Pedro Abelardo.
Dice, ¿qué otra cosa nos anuncian la ley, los profetas, los apóstoles y
los hombres apostólicos sino eso que tú sólo niegas, es decir, que
Dios se hizo hombre a fin de redimir al hombre? Y si un ángel del
cielo predicase un Evangelio diferente, sea anatema (Gal 1, 8).
”Los doctores que han venido después de los apóstoles no poseen
ninguna autoridad a tus ojos, de forma que puedes decir con el Sal
mista: ‘Yo he entendido más que todos mis profesores’ (Ps 118, 99).
Sí, tienes la desvergüenza de ufanarte de que estás solo en oposición
a sus enseñanzas unánimes. En consecuencia, sería inútil que expu
siera la fe y la doctrina de aquellos cuya autoridad no admites. Así,
te enfrentaré con los profetas y apóstoles.” Después de probar la doc
trina católica con argumentos irrefutables y testimonios sacados del
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CAPITULO XXIX
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que es un principio admitido que una ley sólo empieza a obligar des
pués de su promulgación, de cuyo principio la ley del bautismo no
es ninguna excepción, a menos que queramos representar al Autor
de la vida como Autor de la muerte que golpea sin avisar y, como
si dijéramos, a traición. Además, desde el momento en que el bautismo
se convirtió en una obligación universal, el rito de la circuncisión
y los otros remedios contra el pecado original en boga entre los
judíos y gentiles perdieron su poder de conferir la gracia. De aquí que
si la obligación empezó tan pronto como el Salvador habló en pri
vado a Nicodemus, hubo un período en que los mortales no tuvieron
ningún medio de salvación, ni la circuncisión ni los otros ritos anti
guos porque estaban ya abolidos, ni el bautismo porque no era
todavía conocido. Además tenemos las claras palabras de Cristo: “Si
yo no hubiese venido a hablarles, ellos no habrían pecado” (loh 15, 22).
“Observad—comenta el santo abad—que Él no dice simplemente ‘a
hablar’, sino ‘a hablarles, ellos no habrían pecado’, dando a entender
sin ningún género de dudas que Él no les hacía responsables del
delito hasta que ellos tuviesen conocimiento de la ley.”
Respecto del segundo punto, es decir, que el martirio es el único
sustituto del bautismo—doctrina defendida por Abelardo en su co
mentario a la Epístola a los Romanos—el santo prueba por medio
de la autoridad de San Ambrosio y San Agustín que hay un tercer
remedio, al menos para los adultos : la fe con la contrición perfecta
o la cáridad bastarán para limpiar el alma de todo pecado, original y
presente; sin embargo, tiene que haber la intención, implícita o for
mal, de recibir el sacramento cuando sea posible \ “Se afirma, en
tercer lugar, que los fieles de la antigua revelación tenían tan pleno
conocimiento de los misterios cristianos como los que viven después
de su realización, que incluso los más sencillos de entre ellos conocían
perfectamente todo lo que leemos en la narración del Evangelio: La
Encarnación del Verbo, el Nacimiento virginal, la doctrina del Sal-
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Dard considera la acción del santo un tanto digna de censura (Vie, vol. II,
pág. 188) y merece que le felicite el profesor Coulton por su sinceridad. Pero, en
primer lugar, el santo abad no propuso personalmente este plan, lo menciona
simplemente como sugestión de otras personas. Después de relatar cómo Teo
baldo, impotente ante el tirano, había sido inducido “por consejo y ruego de
hombres sabios y buenos” a dar el consentimiento, continúa:
“Dicebant enim—aquellos ‘hombres sabios y buenos’ en sus esfuerzos por
tranquilizar la conciencia del conde—id a vobis facileet absque laesione Eccle-
siae impetrari posse, dum in manu vestra sit eamdem denuo sentetiam, quae
juste data fuit, incontinenti statuere et irrectrabiliter confirmare, quatenus et
ars arte deludatur et pax proinde obtineatur.” El no ofrece ningún comentario,
sino que añade solamente: “Tengo que decir mucho que no es necesario
escribir en el papel, pues el portador sabe mi opinión y os lo dirá todo.”
En segundo término, no veo ninguna necesidad de reconocer que hubo algo
indigno en el consejo dado al Pontífice. La imposición de las penas eclesiás
ticas tiene que estar gobernada por la prudencia “Censure ne infligantur nisi
sobrie et magna cum circumspectione”-Codex Jur. Can. 2241. Por consiguiente,
puede ser omitida por muy merecida que sea, o retirada después de impuesta,
incluso sin ninguna señal de enmienda por parte del delincuente, según las
circunstancias. Ahora bien, les pareció al papa Inocencio y a sus consejeros
un dictado de prudencia liberar al conde Rodolfo y a su cómplice de las
penas en que habían incurrido, puesto que este era el único medio de salvar
al noble Teobaldo de la ruina. Pero al retirar las penas el Papa no renunciaba
a su derecho de volver a imponerlas cuando la crisis hubiera pasado si la
causa continuaba todavía. Acaso se diga que el rey Luis estaba engañado y,
por ello, perdió una ventaja. Si estaba engañado, se engañó a sí mismo por
esperar más de lo que estaba estipulado. Teobaldo mantuvo su promesa: las
penas fueron levantadas. Si fueron renovadas más tarde, no fue culpa suya,
como Bernardo afirma explícitamente. Inocencio consideró justo imponer de
nuevo las censuras porque Rodolfo y Petronila permanecían obstinadamente
en público concubinato. Las palabras del santo abad: “ut ars arte deludatur”,
parecen implicar que el principal motivo del rey al atacar a Teobaldo era
obligar a la Santa Sede a levantar las penas por causa del virtuoso conde de
Champaña.
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desean amaros (2 Sam 19, 6). Pues esos consejeros que os animan a
repetir vuestros anteriores crímenes contra un inocente no buscan con
ello el honor real, sino su propia ventaja, o más bien la del diablo.
Siendo enemigos de vuestra corona y manifiestos perturbadores de la
paz del reino, están usando el poder del rey para ejecutar los malicio
sos designios de su propia animosidad, que en otro caso continuarían'
siendo ineficaces 5.
”Pero sea cual fuere lo que queráis hacer con vuestra alma y
con vuestra corona, tened la seguridad de que nosotros, los leales
hijos de la Iglesia, no miraremos con indiferencia las injurias hechas
a nuestra madre, no permaneceremos inactivos mientras la vemos ultra
jada, despreciada y pisoteada. Nos adelantaremos a defenderla, incluso
hasta la muerte, con las únicas armas que nos son permitidas, no con
espadas y escudos, sino con lágrimas y oraciones derramadas delante
del Todopoderoso. Hasta ahora he rezado diariamente con toda hu
mildad por la salud del alma y del cuerpo de vuestra majestad y por
la paz y prosperidad de vuestro reino; además he defendido vuestra
causa con la Santa Sede por medio de cartas y mensajeros hasta un
extremo que mi conciencia a duras penas aprobaba y que excitó contra
mi la justa cólera del soberano Pontífice. Pero ahora, disgustado por
vuestros repetidos excesos, empiezo a avergonzarme de mi necedad
y de mi injusta parcialidad por vuestra juventud. En el futuro aportaré
mi pequeña contribución a promover el interés de la justicia. Además,
tengo que quejarme de que os habéis convertido en el aliado y aso
ciado de personas excomulgadas y en el compañero de bandidos y la
drones, con el asesinato de hombres, el incendio de hogares, la des
trucción de iglesias y la expulsión de los pobres. Como si vos no
pudierais hacer bastante daño sin su ayuda. Tengo también que
quejarme de que todavía no os habéis retractado del ilegal y maldito
juramento que tan irreflexivamente prestasteis contra la iglesia de
Bourges, el cual es ya la causa de tanto mal; de que no permitiréis
que se nombre obispo para la diócesis de Chalons; y de que, contra
toda ley y derecho, habéis dado el palacio episcopal a vuestro her
mano para que lo use como cuartel de sus soldados y de que vos
mismo estáis dilapidando las rentas de la Iglesia en los gastos de esta
malvada guerra. Permitidme advertir a vuestra majestad que, si per
sistís en vuestra conducta actual, la divina venganza no se retrasará
por más tiempo. Por consiguiente, como amigo y fiel consejero, os
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exhorto con todas mis fuerzas a que desistáis a tiempo, por si con la
humilde penitencia podéis incluso ahora, como el rey de Ninive
(loh 2, 7), detener la mano ya levantada y dispuesta a descargar el
golpe. Si he hablado ásperamente es debido a los terribles peligros
que temo. Pero recordad las palabras del Sabio: ‘Son mejores las
heridas de un amigo que los abrazos engañosos de un enemigo’
(Prv 27, 6).”
A esto contestó el rey acusando al conde Teobaldo de haber sido
el primero en violar el pacto y de haber sido un impostor con Ro
dolfo y Petronila. Al mismo Bernardo le acusaba de intentar arrastrar
al conde Rodolfo al lado de Teobaldo, ofreciéndole como cebo el
perdón de sus pecados. El autor exigió rápidamente que se le enfren
tara con el autor de esta calumnia. Mostró la futilidad del intento de
Luis de transferir la responsabilidad de la guerra a los hombros de
su enemigo; aun cuando Teobaldo hubiere sido culpable de impos
tura, el rey estaba obligado por el tratado a someter su causa a un
arbitraje antes de recurrir a las armas. Pero dejando aparte al conde
Champaña, no había la menor excusa para perseguir a la Iglesia
de Cristo.
Carta a Joscelin
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que tome” (Mt 19, 12). Lo mismo que, por otra parte, hay preceptos
cuya observancia no tiene mérito alguno, aunque su violación lleva
consigo mucho pecado, tal como aquellos de quienes Cristo dice: “Si
amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? Y si saludáis
sólo a vuestros hermanos, ¿qué más hacéis?” (Mt 5, 46-47). Hay
amenaza de castigo para la violación de mandamientos como “No
robarás, no matarás”, pero no hay prometido ningún premio para su
observancia9. Esta clase de justicia fue comprendida por el poeta
pagano que cantó:
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CAPITULO XXX
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(Mt 23, 37) y ‘los protegió cubriéndolos con sus alas’ (Ps 60, 5). No
hizo ninguna distinción de sexo o edad, de rango o condición: estuvo
de una manera absoluta al servicio de todos con un corazón que
desbordaba simpatía por todos. Fuere cual fuere la desgracia de los
que acudían a él en busca de ayuda, siempre la consideró como suya.
Sin embargo, había una diferencia: que mientras sabía cómo ser
paciente bajo las aflicciones que le afectaban, en las que se referían
al prójimo era no solamente un paciente por participación simpática,
sino con frecuencia un verdadero impaciente.”
Los ricos y poderosos veían que la amistad de estos hombres cons
tituía un lujo muy caro e incluso a veces embarazoso; pues si los
santos no piden con frecuencia para sí mismos, no tienen ninguna
dificultad en pedir para los demás. La conocida influencia de Bernardo
con el Papa y su bondad de corazón, igualmente conocida, se combi
naban para erigirle en el abogado oficioso de todos los desgraciados.
Así en un solo año, en 1139, además de su intercesión en favor del
cardenal Pedro de Pisa, escribió a Inocencio en favor de Sampson,
nuevo arzobispo de Reims; en favor de Teobaldo, arzobispo de
Canterbury, el cual, habiendo sido citado a Roma para arreglar una
disputa, no pudo realizar el viaje por una tormenta violenta; tres
veces en favor de Albero, arzobispo de Tréveris, que tenía algunas
dificultades con sus sufragáneos; en favor de Roberto, obispo de Lon
dres, cuya iglesia había sido despojada injustamente de sus posesio
nes ; y en favor de Pedro, el obispo destituido de Salamanca. Este
último había visitado Cluny y Clairvaux a su regreso de Roma, donde
acababa de ser privado de su sede, y suplicó la ayuda del santo abad.
“Cuando oí la historia de las desgracias del pobre hombre—escribió
el santo—alabé al juez, aprobé la sentencia, pero no debo ocultaros,
Santo Padre, que me compadecí del condenado. Pues cuando concluyó
su triste relato, me pareció como si él dijese con el Salmista: ‘Ha
biendo sido exaltado, he sido humillado y turbado’ (Ps 87, 16). Refle
xionando sobre vuestra inflexible justicia y esa firmeza de voluntad
que tan bien conozco, empecé a pensar también en la abundancia de
vuestra compasión, cuyo efecto tantas veces he experimentado y me
dije: ‘¿Quién sabe si él se volverá atrás, perdonará y dejará una
bendición tras de sí?’ (loel 2, 14). Seguramente, pensé, el Soberano
Pontífice no tiene necesidad de que le indiquen cuándo debe aplicar
la justicia y cuándo mostrar merced; él sabe cómo humillar a los
orgullosos y perdonar a los humildes y además, de acuerdo con el
ejemplo de su Divino Maestro, está acostumbrado a exaltar la mise
ricordia sobre la justicia (lac 2, 13). Y con mi acostumbrada presun
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Carta de Eberwin
naturaleza. Esta doctrina, como la de todas las sectas arriba mencionadas, nos
revela su fuente única y explica la semejanza familiar.
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La atención del santo abad había sido ya atraída por los hechos
de algunos de estos pequeños zorros y él no les apartaba la vista.
Parece que el santo opinaba que las enseñanzas de Abelardo, especial
mente su desprecio a la autoridad, eran responsables de tanto daño.
Había guardado silencio hasta entonces respecto de los sectarios, pues
no le gustó nunca adelantarse sin haber tenido antes una idea clara
de que ésta era la voluntad de Dios. Consideró que esta voluntad divina
era la carta de Eberwin. En consecuencia, se puso inmediatamente al
trabajo que le habían mandado y los truenos de su poderosa elo
cuencia empezaron a brillar por toda la cristiandad, llevando la
alegría y la esperanza a los corazones de los fieles y creando la con
fusión y el pánico entre los enemigos de la Iglesia. El abrió la cam
paña en su sermón 65 sobre el Cantar de los Cantares. “Hasta ahora
—dice—el cuidado de mi viña privada me ha entretenido tanto que
no me he ocupado de esa viña universal. Pero ahora me siento im
pelido a patrocinar su causa debido a la muchedumbre de ladrones,
a la escasez de protectores y a la dificultad de su defensa. Lo que
hace difícil la tarea es el hecho que los ladrones están ocultos para
nosotros. La Iglesia ha tenido sus zorros desde los mismos comienzos,
pero hasta ahora han sido rápidamente descubiertos y cogidos. El
hereje de los tiempos primitivos hacía la guerra contra la Iglesia
abiertamente; en verdad esto era especialmente lo que le convertía
en hereje, su deseo de conseguir un triunfo público. El hereje, repito,
en los primeros tiempos atacaba a la Iglesia abiertamente y era ven
cido. Así esta especie de zorro era fácilmente cazada. ¿Qué impor
taba, cuando la verdad había sido reivindicada, que continuase obsti
nadamente en la oscuridad de sú orgulloso engreimiento y cuando
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sufrir la muerte antes que abjurarlas. Y tampoco los que los detuvieron
se hallaban menos dispuestos a infligir la muerte. La multitud se aba
lanzó sobre ellos y dio a los herejes nuevos mártires de su perfidia.
Apruebo su celo, pero no puedo alabar su acción. Pues los incré
dulos no pueden ser obligados por la fuerza a aceptar la fe, sino que
tienen que ser ganados con razonamientos. Sin embargo, es sin duda
alguna mejor que sean frenados por la fuerza de la autoridad legal
que autorizados a imbuir en la mente de los demás sus dogmas heré
ticos. Pues el príncipe es ‘el ministro de Dios, el vengador que ejecuta
la cólera sobre aquel que hace el mal’ (Rom 13, 4).
"Algunos de los fieles han quedado asombrados al ver a estos
herejes ir a la muerte con alegría y alborozo. Pero su asombro mues
tra evidentemente que no se dan suficiente cuenta de lo grande que
es el poder de Satanás tanto sobre las mentes y corazones como sobre
los cuerpos de los que se han entregado a él. ¿No es una cosa más
extraña que un hombre atente contra su vida que no que se someta
voluntariamente a' la violencia de los demás? Y, sin embargo, el
demonio puede conseguir que muchos hombres hagan esto. Pues he
mos oído frecuentemente hablar de personas que por sugestión del
demonio se ahogaron o se ahorcaron. No hay, por consiguiente, nin
guna comparación entre la fortaleza de los santos mártires y la obs
tinación mostrada por estos herejes. En el caso de los primeros, su
desprecio de la muerte era un efecto de su piedad; en los últimos,
procedía de la dureza de su corazón. El sufrimiento era el mismo para
todos, pero la disposición variaba ampliamente” 4.
Durante este año de 1144 el santo abad recibió un regalo de una
clase que él podría apreciar plenamente. Era una gran reliquia de
la Cruz verdadera enviada por el patriarca de Jerusalén, el cual pe
día a cambio una colonia de monjes: ya tenía alojamiento para ellos
en el patriarcado. Sin embargo, Bernardo consideró que la posición
de los cristianos en Palestina era demasiado insegura para fundar un
monasterio entre ellos. Había más necesidad en aquella región de
soldados, dijo, que de monjes. Por sugestión suya el emplazamiento
que le habían ofrecido fue entregado a los premonstratenses.
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CAPITULO XXXI
1 Más conocido por el nombre de “San Pablo de las Tres Fuentes” o sen
cillamente “Tres Fuentes”. Se erigía en el lugar consagrado por el martirio
del gran apóstol cuya cabeza, según la tradición, dio tres saltos cuando la se
pararon del cuerpo, surgiendo una fuente milagrosa para señalar los diferen
tes lugares donde se posó. Los cistercienses están todavía en posesión de este
terreno sagrado.
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hablar de los bienes externos—si vos también (lo cual Dios no quiera)
empezaréis a buscar en la herencia de Cristo las cosas que son vues
tras (Phil 2, 21), entonces, ¿en quién podría la Iglesia confiar para
obtener la libertad que tan justamente se le debe?
”Pues teniendo ella más confianza que la que ha colocado, al
parecer, en cualquiera de vuestros predecesores durante largo tiempo,
la Iglesia universal de los santos, pero especialmente esa Iglesia que
os llevó en su vientre y amamantó a sus pechos, se regocija justamente
por vuestra elevación al papado y glorifica por ello a Dios. ¿Y no he
de regocijarme yo? ¿No seré yo uno de los que se han alegrado de
vuestro ascenso? En verdad me ha alegrado (lo confieso), pero no sin
inquietud. Me he regocijado, pero en el mismo momento de mi rego
cijo ‘me han acometido el temor y el temblor’ (Ps 54, 6). Pues aunque
he perdido el nombre de padre con relación a vos, no he perdido ni
el temor ni la ansiedad de un padre. Considero la eminencia a que
habéis sido elevado, pero tengo miedo de una caída. Elevo mi mirada
a la cima de vuestra dignidad y luego la hago descender al abismo
que se abre debajo. Pienso en la sublimidad del honor que habéis al
canzado, y el peligro que os acecha me llena de alarma. Pues está
escrito: ‘El hombre cuando estaba en un puesto de honor no com
prendía’ (Ps 48, 21), que según creo significa no que la incapacidad
de un hombre para entender se halla sincronizada con el hecho de ser
honrado, sino que la primera era en verdad el efecto del último.
”Vos elegisteis realmente ser un hombre abyecto en la casa de Dios
(Ps 83, 11) y sentaros en el lugar más bajo en el festín de boda; pero
ello le ha agrado al que os invitó a decir: ‘Amigo, sube más alto’
(Le 14, 10). En consecuencia, vos habéis subido al pináculo del honor.
Sin embargo, ‘no seas presuntuoso y teme’ (Rom 11, 20), no sea que
quizá, en caso contrario, seas obligado a lanzar muy tarde ese grito
digno de lástima del profeta: ‘Porque Tu cólera e indignación me
han elevado, Tú me has hundido’ (Ps 101, 11). Vos habéis alcanzado
un puesto más elevado, en verdad, pero no más seguro; un puesto
más sublime, pero no más fijo. Terrible, indudablemente, ‘terrible es
este puesto’ (Gen 28, 17). ‘El lugar en que te encuentras es un lugar
sagrado’ (Ex 3, 5). Pues es el puesto de Pedro, el puesto del Príncipe
de los apóstoles, ‘el puesto en que se han posado sus pies’ (Ps 131, 7).
Es el puesto de aquel a quien el Señor ‘ha hecho amo de su casa y
gobernante de todas sus posesiones’ (Ps 104, 21) y sus huesos están
enterrados en el mismo lugar para dar testimonio contra vos, en caso
de que os apartéis del camino del Señor.”
Luego se nos informa de quiénes eran aquellos amigos que le
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habían rogado que escribiera esta carta: son los contrarios del arzo
bispo de York, y en particular el arzobispo Teobaldo de Canterbury,
que no se llevaba muy bien con Guillermo, y su tío, el obispo de
Winchester.
“Permitidme explicaros el motivo de que os escriba antes de tiempo.
El obispo de Winchester y el arzobispo de York no se llevan bien con
el arzobispo de Canterbury, sino que son más bien contrarios suyos:
pues hay entre ellos una antigua querella debido al oficio de legado.
Pero ¿quién es él y quiénes son ellos? ¿No es el arzobispo de York
el hombre a quien en vuestra presencia cuando erais todavía uno de
los nuestros, vuestros hermanos ‘se le opusieron cara a cara, porque
tenía que ser censurado?’ (Gal 2, 11). ‘Pero él confió en la abundancia
de sus riquezas y prevaleció en su vanidad’ (Ps 51, 9). Sin embargo,
no hay duda de que ‘él entró, no por la puerta en el redil, sino que
trepó por otro lado’ (loh 10, 1). Si hubiera sido el pastor, debería ser
amado; pero si no fue nada peor que un mercenario, podría ser
soportado. Pero tal como se presenta el caso, tiene que ser repelido
como ladrón y estafador. ¿Qué diré del obispo de Winchester? ‘Las
obras que hace dan testimonio de él’ (loh 5, 36). El arzobispo de
Canterbury, por el contrario, es un hombre religioso de carácter in
tachable, a pesar de que estos se oponen tanto a él. En su nombre
suplico que se le haga justicia. En cuanto a sus enemigos, que la
iniquidad caiga sobre sus cabezas. Tan pronto como se presente la
oportunidad, ‘de acuerdo con las obras de sus manos, acércate a
ellos’ (Ps 27, 4) y ‘hazles saber que hay un profeta en Israel’ (2 Reg 5, 8).
” ¡ Quién me concederá ver antes de morir a la iglesia de Dios tal
como era en los días de su prístino fervor, cuando los apóstoles solían
echar las redes para pescar no oro o plata, sino almas inmortales!
¡Cómo desearía veros heredar la voz, como habéis heredado el puesto
y el poder, del que dijo al tentador: ‘Guárdate tu dinero a fin de
que perezca contigo’! (Act 8, 20). ¡Oh, voz del poder y de la mag
nificencia (Ps 28, 4), ‘voz del trueno’ (Ps 66, 19), ante cuyo terror
‘todos los que odian a Sión serán confundidos y rechazados’ (Ps 128, 4)!
Esta voz es la que vuestra madre—la Orden cisterciense—espera an
siosamente oír de vuestros labios, esta es la voz por la que los hijos
de vuestra madre, ‘tanto pequeños como grandes’ (Ps 113, 13), están
rogando y anhelando, de forma que ‘toda planta que no haya plan
tado el Padre celestial sea arrancada’ (Mt 15, 13) y por vuestras manos.
Pues vos habéis sido ‘colocado sobre las naciones y los reinos para
esto: para desarraigar, y derribar, y marchitar, y destruir, y construir y
plantar’ (1er 1, 10). Muchos, al oír la noticia de vuestra elección se
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mino estaba sitiado por ladrones y asesinos espirituales ; mientras que el paso
de Jericó a Jerusalén, del pecado o de la tibieza a santificar Ja vida, era
considerado bastante difícil, pero relativamente libre de peligro.
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Pedro. Fijaos, los cardenales y los obispos, ministros del Señor, han
sido despojados por vosotros de sus hogares y posesiones. ¿Qué es
ahora Roma sino un tronco sin cabeza, una cara a la que le han
despojado los ojos y envuelto en la oscuridad? Mira a tu alrededor,
oh, pueblo miserable, mira a tu alrededor y contempla la desolación
que está a punto de caer sobre ti. ¡Oh, ‘cómo se ha empañado el oro,
cómo se ha alterado el más fino color’! ‘¡Cómo se ha convertido la
dueña de las naciones en una viuda, cómo le han hecho tributaria los
príncipes de las provincias!’ (Lam 4, 1; 1, 1).
”¿No vas a caer en una rápida destrucción si continúas como has
empezado? Date cuenta, incluso en esta hora tardía, de lo que estás
sufriendo y de lo que has sufrido y por quién sufres. Recuerda que
las rentas y los ornamentos de tus iglesias fueron saqueados y des
trozados hace poco tiempo4. Todo el oro y la plata que se pudo
encontrar entonces en los altares o en los vasos del altar, e incluso
en las imágenes sagradas fue saqueado por manos impías y llevado
lejos. Pero de todo eso, ¿cuánto encuentras ahora en tus cofres? ¿Y
por qué habías de renovar la maldad y atraer sobre vosotros malos
días una vez más? ¿Qué ganancia mayor o qué esperanza más segura
tenéis ahora en perspectiva? Antes bien, parecéis más imprudentes en
esta revuelta que en la primera, porque entonces muchos clérigos y
gobernantes os ayudaban en vuestro cisma; mientras que ahora, como
habéis atacado a todo el mundo, todo el mundo está contra vosotros.
Todos son inocentes de tu sangre, oh, malvada Roma, excepto tú
misma y los hijos que están dentro de ti. Ay de ti, por consiguiente, y
ay de todo lo que te ha ocurrido, no por culpa de naciones extran
jeras, ni de la furia de hordas bárbaras, ni de ejércitos poderosos,
sino solamente por tus amigos y criados, por las luchas intestinas,
por la agonía del corazón y el espasmo doloroso del vientre...
”Pero quiero añadir el ruego al reproche. Por tanto, os suplico que
por amor de Cristo os reconciliéis con vuestros príncipes—me refiero a
San Pedro y San Pablo—, a quienes habéis desterrado de su hogar en la
persona de Eugenio. Reconciliaos, repito, con estos príncipes del mun
do entero, no sea que todo el mundo en su nombre os haga la guerra,
locos romanos. ¿No os dais cuenta de que, cuando Pedro y Pablo
se alcen contra vosotros, no os quedará ninguna esperanza, lo mismo
que cuando os sean propicios no tendréis nada que temer? Recon
ciliaos con ellos, por consiguiente, y con los miles de santos mártires
que duermen dentro de vuestras murallas, pero que ahora están con
tra vosotros debido al horroroso crimen que habéis cometido y en el
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CAPITULO XXXII
EL PACIFICADOR
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mirad a los hijos que el Señor me ha dado’ (Is 8, 18) era una de sus
citas favoritas, “somos felices juntos. ¿Por qué queréis separarnos?
Nuestra misión como monjes es rezar, no predicar: rezaremos sin
interrupción por el triunfo de la verdad. Sólo os pido que nos dejéis
en el silencio y en la paz de nuestra amada soledad”. Difícilmente
pudo haber olvidado que incluso una orden de sus superiores, en vir
tud de la santa obediencia, de tomar parte en los asuntos públicos
no le salvó siempre de ser tildado de entremetido, siendo así que
había hecho lo que se le había ordenado y dándose el caso peregrino
de que a veces la orden y el reproche salieron de los mismos labios.
Por ñn, sin embargo, accedió a las apremiantes peticiones del cardenal
Alberico, legado de la Santa Sede y obispo de Ostia.
A pesar de que estaba enfermo, partió para su largo y cansado
viaje en mayo de 1145 con Geofredo de Auxerre como compañero
de viaje. Su debilidad era tan grande que, cuando llegaron a Poitiers,
casi tuvo que abandonar la empresa. Sin embargo, fue consolado por
que, de un modo milagroso, recibió la seguridad de que tendría la
asistencia divina. Una vez, como nos informa su compañero, oyó voces
celestiales que cantaban con misteriosa intención las palabras: “Y la
casa se llenó del aroma del ungüento” (loh 12, 3); y a la noche si
guiente el verso: “Los justos se alegrarán en el Señor” (Ps 63, 14),
quedó tan impreso en su mente que al despertar no podía pensar en
ninguna otra cosa. Y cuando caminaba por la casa en las tinieblas,
una vela que sostenía en la mano fue apagada y vuelta a encender
por algún agente invisible. Considerando estos incidentes sobrenatura
les como una prueba de la aprobación divina de su misión, reanudó
el viaje con el corazón alegre.
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CAPITULO XXXIII
¡DIOS LO QUIERE!
La segunda cruzada
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Vezelay
1 Esta tribuna fue conservada con religioso cuidado hasta uno o dos años
antes de estallar la Revolución francesa.
2 El mismo rey Luis llevaba ya la cruz que le había enviado el Papa
como muestra especial de honor. De ello tenemos el testimonio explícito de
Odo de Diogilo, monje de San Denis, que acompañó al rey a Palestina como
capellán y consejero de confianza y que nos ha dejado el relato más auténtico
que poseemos de aquella desgraciada expedición. De Ludovici Vil ¡tiñere. De
aquí que el docto Michaud esté equivocado cuando dice que el rey y la reina
dieron ejemplo a sus súbd:tos al recibir la cruz del santo delante de todos los
reunidos en Vezelay (Hixtoire de Crusades, Vol. I, 365).
’ Según Odo de Diogilo, que probablemente fue un testigo de vista, es
tos milagros fueron increíblemente numerosos. Se excusa de no dar un relato
detallado de estos milagros diciendo: “Si mencionara algunos solamente, se po-
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tras de respeto; pero cuando fue apremiado para seguir el ejemplo del
rey Luis tomando la cruz, se excusó alegando el perturbado estado de
su imperio, pues había estallado de nuevo la guerra civil, los roma
nos se habían rebelado y había desavenencias con Sicilia. Sin embargo,
no pondría ningún obstáculo a la predicación de la cruzada en su reino.
Durante la visita del santo abad a Frahkfort ocurrió un incidente digno
de mención. A consecuencia de un pasmoso milagro obrado en un
paralítico muy conocido, toda la ciudad se excitó de tal manera que el
santo fue tan apretujado en la catedral por la insensata multitud que
estuvo a punto de morir asfixiado. El emperador, dándose cuenta
de la situación, se metió en la muchedumbre y levantándole como si
fuera un niño en sus poderosos brazos B lo llevó a lugar seguro.
Desde Frankfort siguió Rhin arriba hasta Constanza ante el lla
mamiento urgente de Hermann, obispo de aquella ciudad. En su viaje
fue acompañado por un grupo de hombres doctos en el que figuraban
—-además de sus dos primeros compañeros—el obispo Hermann y su
capellán, Eberhard, los abades Balduino y Frovino, Felipe, arcediano
de Lieja, y Alejandro de Colonia (estos dos ingresaron en la comu
nidad de Clairvaux) y los sacerdotes Otto y Franco. Estos llevaron
una especie de diario en el que registraron los milagros obrados día
por día durante este memorable viaje sobre el gran río, pues el santo
y sus amigos desembarcaron en las distintas ciudades de su curso a
fin de predicar la cruzada aj pueblo. La comitiva abandonó Frankfort
hacia fines de noviembre y llegó a Constanza el 12 de diciembre.
Afortunadamente el diario se ha conservado. Gracias a él tenemos
todavía, después del transcurso de casi nueve siglos, el testimonio de
testigos de vista, inteligentes y prudentes, de los numerosos milagros
realizados por el santo abad. He aquí algunos extractos:
“El obispo Hermann, ‘El primer domingo de Adviento (este día y
los dos siguientes la comitiva los pasó en Friburgo) un sacerdote de
la ciudad de Hernheim me señaló a un hombre que había estado ciego
durante diez años y que fue curado instantáneamente con el signo de
la cruz’.
"Felipe: ‘El lunes, en mi presencia, un anciano ciego fue condu
cido a la iglesia y curado por la imposición de manos, como todos
habéis oído’.
”E1 abad Frovino: ‘El hermano Geofredo y yo encontramos a
aquel hombre después de su cura’.
"Franco: ‘En Friburgo, el martes, una madre trajo a su hijo
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CAPITULO XXXIV
Dieta de Spira
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al santo, pero éste no dijo nada en aquel momento. Más tarde, el mis
mo día, mientras celebraba la misa en presencia de Conrado y su corte,
se volvió súbitamente a la congregación y, después, de describir grá
ficamente las penalidades de los cristianos orientales, transportó a sus
oyentes a la escena del Juicio final. Allí representó a Conrado, que era
citado ante el Juez supremo para dar cuenta de su gobierno y se le re
prochaba su ingratitud al negarse a emplear el poder y la riqueza do
nados por Dios para la liberación del Santo Sepulcro. La resistencia del
emperador se desmoronó completamente ante semejante asalto. Arro
jándose a sus pies, gritó entre lágrimas y sollozos que estaba dispuesto
y deseoso de obedecer la llamada de su Salvador. Su generoso ejem
plo fue seguido sin demora por todos los príncipes y por los princi
pales nobles del imperio, entre ellos por su sobrino Federico, llamado
Barbarroja, que estaba destinado a sucederle en el trono imperial.
Cierto número de impresionantes milagros dieron testimonio de
la divina complacencia ante la conducta caballeresca de los nobles
alemanes. Se ha dado especial importancia a una de estas maravillas.
El 28 de diciembre el santo se dirigió a los nuevos soldados de la
cruz con palabras “más divinas que humanas”. El entusiasmo fue
indescriptible. Cuando todo hubo pasado, Bernardo, que estaba junto
al emperador, fue requerido para que diera su bendición a un pobre
muchacho lisiado: la bendición del abad curó al lisiado inmedia
tamente. “Esto ha ocurrido por vuestra causa—dijo el santo a su com
pañero—como una indicación de que Dios estará con vos y de que
Él aprueba vuestra empresa.” La cura milagrosa fue seguida en rápida
sucesión por otras varias.
El noble emperador tenía todavía otra preocupación. Temía que
su rival, el duque Enrique de Baviera, sobrino de Lotario, se aprove
chara de su prolongada ausencia de Alemania para usurpar la corona.
Bernardo resolvió la dificultad convenciendo a este príncipe y a sus
principales aliados a alistarse en el ejército de la cruz. Así Alemania
estaba ahora unida para la cruzada y, como había predicho el siervo
de Dios, curada por ella de sus disensiones civiles 2.
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Regreso a Clairvaux
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Etampes
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al pueblo por sus obispos y sacerdotes, a los cuales se les insta apre-
miantemente a que alisten y armen tropas contra los enemigos de
Cristo más allá del Elba.” El lenguaje de esta carta no nos parecerá
demasiado duro cuando recordemos que durante dos siglos los eslavos
estaban haciendo una guerra implacable a los pueblos cristianos de
Sajonia y Dinamarca.
Se decidió también que los cruzados españoles, en vez de ir al
Este, hicieran la guerra a los moros infieles en su propio país, sobre
el cual estos enemigos del nombre cristiano ejercían todavía un pode
roso dominio. Así, casi todas las naciones de la cristiandad fueron
arrastradas por el torbellino de la guerra santa. “El nuevo Moisés
—escribe el abate Ratisbonne—ha agitado las aguas y las ondula
ciones aue comenzaron en Francia, se extendieron de provincia en
provincia y cruzaron el vasto imperio de Alemania desde el Rhin
hasta el Danubio. Toda Europa es presa de un fermento de excitación
mientras que Asia se bambolea en sus cimientos. Es la inauguración
solemne de una nueva era. Es una regeneración completa realizada en
el vientre de la sociedad en medio de los dolores del parto. El Este
y el Oeste se preparan para el conflicto y en el choque de la batalla
nacerá un nuevo mundo.” (Histoire de St. Bernard, vol. II, 271).
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Traición griega
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Pero no habían hecho más que cruzar a Asia Menor cuando oyeron
hablar de la destrucción del ejército alemán causada por la traición
de los griegos. Amargamente lamentaron entonces su error al no se
guir el consejo del obispo de Langres. Pero ahora era demasiado tarde
y no les quedaba otra alternativa que avanzar. Cerca de Nicea (Iznik)
se encontraron con los restos del ejército de Conrado, que hubiese
muerto de hambre y por los ataques a retaguardia del enemigo for
mado por griegos y sarracenos a no ser por la oportuna llegada de
los franceses. Aun así, más de treinta mil habían muerto de hambre
durante la retirada. Los dos monarcas se abrazaron con lágrimas en
los ojos. El noble Conrado, más grande que nunca en la desgracia,
se echó generosamente toda la culpa. “Yo solo tengo la culpa de
todos los males que han caído sobre mí—dijo—. Dios es justo, pero
yo y mis soldados hemos obrado neciamente. Cuando conduje desde
mi reino un ejército numeroso y escogido, si hubiese dado las gracias
más rendidas al Autor de todo bien, Él me habría conservado lo que
me dio. Y cuando estaba a punto de entrar en este país infiel, si
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tan baja que sólo podía proteger a los que se hallaban más próximos a
ella. Los arqueros turcos mataron a los demás a placer. Pero la
obra de la muerte fue realizada mucho más rápidamente por el ham
bre y la enfermedad. Las personas estaban densamente apretadas las
unas contra las otras en un sucio recinto sin alimento ni abrigo,
respirando una atmósfera que estaba envenenada por el hedor de los
cuerpos en putrefacción. Luego, unos cuatro mil sitiados a los que
todavía les quedaba algo de energía, incapaces de soportar por más
tiempo los horrores de su situación, hicieron un esfuerzo desesperado
para romper las líneas enemigas. Unos fueron muertos y otros captu
rados. Al no encontrar más resistencia, los sarracenos se dirigieron al
recinto. El espectáculo que encontraron sus ojos, y que los griegos
contemplaron impasibles, llenó de piedad incluso sus corazones de
pedernal. Se apresuraron a llevar alimentos a los que se morían de
hambre y generosamente se hicieron cargo de los enfermos y heridos.
El contraste entre este tratamiento humano y la cruel conducta de
los griegos impresionó de tal forma a los pobres peregrinos que más
de tres mil renunciaron al cristianismo y libremente abrazaron la
religión de Mahoma. Todo esto ha sido tomado de la narración de
Odo de Diogilo, el cual ha registrado solamente lo que él presenció
personalmente u oyó de testigos de confianza3.
Mientras que a los ejércitos conducidos por Conrado y Luis les iba
tan mal en Asia Menor, otro ejército de cien mil hombres reclutados en
Moravia, Sajonia, Dinamarca, Rusia, Polonia, Suecia y Noruega avanzó
contra los infieles eslavos al otro lado del Elba. Una expedición mucho
más pequeña formada por trece mil cruzados renanos, flamencos e in
gleses zarpó de Dartmouth en una flota de ciento sesenta y cuatro bar
cos bien hacia Africa o bien hacia Palestina. Esta flota fue arrojada al
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Fundación de Alcoba^a
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CAPITULO XXXV
EL PAPA EN CLAIRVAUX
Eugenio, en Francia
Adscripción a Citeaux de la
Congregación saviñana
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sacaréis de las dulces fuentes del Salvador (Is 12, 3). ¡ Oh, si vos gus
taseis tan sólo una vez un poco de ‘la flor del trigo’ con el cual el
Señor sacia a Jerusalén! (Ps 147, 3) ¡Cuán alegremente abandonaríais
al amoroso Jesús esas duras cortezas que ellos ahora roen contentos!
¡Quisiera Dios que fueseis mi condiscípulo en la escuela del amor
divino en la que Jesús es Maestro! ¡ Quisiera Dios que yo pudiese
ofrecer al Espíritu Santo el vaso purificado de vuestro corazón para
que Él lo llenara con la unción que ‘enseña todas las oosas’!
(1 loh 2, 27). ¡Qué gustosamente participaría con vos de ese pan
celestial que, todavía caliente y humeante y recién salido del horno,
por así decirlo, reparte Cristo con generosidad entre sus pobres! ¡Oh,
si yo pudiera tan sólo haceros partícipe de las pequeñas gotas que
Dios en Su bondad hace caer sobre mí de la ‘lluvia copiosa’ que Él
ha ‘apartado como herencia Suya’! (Ps 67, 10). Creed a uno que
puede hablar por experiencia: encontraréis más instrucción en los
bosques que en los libros. Los árboles y las rocas os enseñarán lo que
no podéis aprender de la naturaleza humana 3.
"¿Creéis imposible ‘chupar la miel de la roca y el aceite de la
piedra más dura’? (Dt 32, 13). ¿No está escrito que ‘las montañas
destilarán dulzura y las colinas darán miel y leche’ (loel 3, 18) y que
‘abundará el trigo en los valles’? (Ps 64, 14). Hay mucho más que
quisiera decir; en verdad a duras penas puedo contenerme. Pero como
vos necesitáis ahora más la oración que la instrucción, ‘ojalá que el
Señor abra vuestro corazón a su ley y a sus mandamientos y os envíe
la paz’ (2 Mach 1, 4). Adiós.”
Los dos discípulos de Enrique añadieron una posdata: “A esta
oración Guillermo e Ivo decimos amén. ¿Qué más vamos a decir? Vos
sabéis que ansiamos veros y también sabéis por qué; pero es impo
sible que vos comprendáis o que nosotros digamos con palabras
hasta qué punto deseamos tener esta satisfacción. Por consiguiente,
rogamos a Dios que, ya que no nos precedisteis aquí, como deberíais
haberlo hecho, tengáis por lo menos la bondad de seguimos. Mos
trando que el maestro no se avergüenza de seguir los pasos de sus
discípulos, nos daréis una lección de humildad.”
Esta carta puso fin a la indecisión del profesor, el cual siguió
a sus discípulos a Clairvaux. Bernardo debía estar satisfecho de los
progresos que hizo en la profesión monástica, pues en el año 1134
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Santa Hildegarda
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Concilio de Reims
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Posdata
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' dach era ahora prior. Esto irritó todavía más a los "enemigos
de San Guillermo, el cual se acercó, de nuevo al.Papa,-con el
resultado de que este en 1147 destituyó al arzobispo .y como
: . el capítulo ño lograra elegir un sucesor, consagró a Murdach
en su lugar.” . i
Todas estas afirmaciones no son solamente gratuitas sino, como se
puede demostrar, carentes en absoluto de veracidad. Las estudiaremos
por el mismo orden.
(1) En el año 1142 Enrique Murdach gobernaba todavía el mo
nasterio de Vauclair en la diócesis de Laon, Francia, del cual había
sido hombrado primer abad en 1134. No regresó a su nativa Ingla
terra hasta finales de 1144 o principios de 1145, en que sucedió al
abad Ricardo en el gobierno de Fountaines. No había ni que pensar
en su candidatura para la sedé de York antes de la destitución de
Guillermo en el año 1147. Hemos hecho una cuidadosa investigación
valiéndonos de los historiadores y cronistas ingleses antiguos, tales
como Guillermo de Newburgh, Juan de Hexham, Gervasio de Can-
terbury, Juan Capgrave, Rogelio de Hoveden, continuador de Hugo
el Cantor, los biógrafos de San Guillermo y de Enrique Murdach en
la serie de Archivos y en los bolandistas en busca de algo que
apoyara la afirmación del autor de la Enciclopedia, pero sin obtener
mucho éxito. Solamente uno de ellos, Roger, que sepamos, parece
mencionar a Murdach como candidato a la sede de York en 1142.
Juan de Hexham—a quien el escritor en cuestión considera como su
primera autoridad—nos dice (Historia Regum, anno mcxlii) que a
la muerte del arzobispo Thurstan en 1141 Enrique de Winchester,
legado papal y hermano del rey Esteban, indujo al capítulo de York a
elegir a su sobrino Enrique de Sodly. Sin embargo, el papa Inocencio
anuló esta elección. La siguiente votación fue favorable a Guillermo,
otro sobrino del rey y del legado, el cual tenía el puesto de tesorero
en la iglesia de York. Juan no hace ninguna mención de ningún can
didato rival, pero nos informa que cierto número de eminentes ecle
siásticos, incluidos los abades cistercienses de Fountaines y Rievaulx,
los priores agustinos de Hexham, Gisbum y Kirkham, Roberto el
Hospitalario; Osberto, arcediano de York; Walterium, arcediano de
Londres, y Guillermo, chantre de York protestaron contra la elección
por considerarla debida a la intimidación y al soborno: el prior de
Hexham dejó su monasterio y se retiró a Clairvaux antes que reco
nocer a un arzobispo a quien consideraba cómo un intruso. Enrique
Murdach aparece en escena solamente en 1145 y entonces no como
candidato a'la mitra, sino cómo el miembro más activo dél partido
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SAN BERNARDO
del deán, cuya carta el santo abad declaró que había sido falsificada
o que, si era auténtica, se había obtenido por medio de medios des
honrosos (Ep. CCXL).
(4) La cuestión principal no se refería a la culpabilidad o inocen
cia de Guillermo, sino a la validez de su elección, lo que era una
cuestión completamente distinta. Algunos de sus adversarios, en ver
dad, acusaron de simonía al arzobispo electo, pero parece que se jus
tificó a entera satisfacción del papa Inocencio. El punto que quedaba
por probar era que la recomendación en su favor de su real tío había
dejado a los votantes en perfecta libertad. Ahora bien, si esto se
había probado de una manera “concluyente”, ¿por qué Teobaldo,
arzobispo de Canterbury, se negó a oficiar como prelado consagrante?
Se negó, dice el cronista Gervasio, “porque no estaba satisfecho de la
forma en que se había realizado la elección” (Chron., anno mcxlh).
No era cosa difícil para Guillermo probar la validez de su elección
a satisfacción de su tío, el ambicioso Enrique de Winchester (el cual
probablemente no iba a ser demasiado exigente) particularmente por
que podía elegir sus testigos y, como nos informa Juan de Hexham,
ninguno de sus adversarios se atrevía a aparecer contra él. La con
sagración, realizada por el propio obispo Enrique, fue considerada
y denunciada como una nueva ofensa. Ciertos clérigos de York se
quejaron al Papa de que Guillermo “no había sido canónicamente
elegido ni legalmente consagrado” (Gervasio, Chron., anno mcxlvii)
mientras que Bernardo describió la consagración como una segunda
intrusión (Ep. CCXXXV).
(5) El relato verdadero se puede leer en Vacandard, Vie, II, 320-
322. Lucio II envió al cardenal Hincmar o Imar, obispo de Frascati,
como legado suyo a Inglaterra en 1144. Llevó el palio para Guiller
mo, pero como dijo a Bernardo (cfr. Ep. CCCLX), no había de ser
entregado a menos que el obispo de Durham, testigo nombrado por
Inocencio, prestase la declaración jurada que ya se había negado an
teriormente a prestar. Al no cumplirse la condición, Imar regresó a
Roma con el palio. El relato dado por Juan de Hexham (a quien el
escritor de la Enciclopedia parece haber seguido) es tan improbable
por sí mismo como deshonroso para Guillermo. “El cardenal Hincmar
fue enviado como legado a Inglaterra—escribe—con el palio para el
arzobispo Guillermo. Guillermo, sin embargo, retrasó por negligencia
(per negligentiam) el verse con él, estando ocupado como de costumbre
en asuntos menos importantes, pues había sido criado en medio de la
riqueza y el lujo y estaba poco acostumbrado a trabajar” (o. c., an.
mcxlvi). Lucio había mostrado ya la opinión que tenía del asunto
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CAPITULO XXXVI
MUERTE DE MALAQUIAS
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consideramos no las cosas que se ven, sino las cosas que no se ven.
Pues las cosas que se ven son temporales, pero las cosas que no se
ven son eternas’ (2 Cor 4, 18). Entonces debemos, en primer lugar,
felicitar a Malaquías por la felicidad que ha alcanzado, no sea que
nos reproche por falta de caridad y nos diga como el Señor a sus dis
cípulos: ‘Si me amarais estaríais contentos, en verdad, pues he ido
al Padre’ (loh 14, 28). Sí, hermanos, el espíritu de nuestro padre Ma
laquías ha ido antes que nosotros a presencia del ‘Padre de los Espí
ritus’ (Heb 12, 9); y resultará que careceremos no sólo de caridad,
sino también de gratitud por todos los numerosos beneficios que hemos
recibido a través de él si no nos alegramos con nuestro bienhechor,
que ha pasado del trabajo al reposo, del peligro a la seguridad, ‘de
este mundo al Padre’ (loh 13, 1). Por consiguiente, si la piedad filial
nos inclina a llorar por Malaquías muerto, la misma piedad filial
debería inclinarnos, con mayor apremio, a alegrarnos por Malaquías
vivo. ¿No está vivo? Sin duda alguna y además vive feliz. ‘A la vista
de los ignorantes pareció morir y su partida fue tomada por una des
gracia y su alejamiento de nosotros por una completa destrucción,
pero él está en paz’ (Sap 3, 2).
”En segundo lugar, la consideración de nuestro propio bien debería
darnos otro motivo de alegría y regocijo: que ha ido antes que nos
otros a defender nuestra causa en el tribunal celestial un patrón tan
poderoso, un abogado tan fiel, un padre cuya ardiente caridad no le
consiente que olvide a sus hijos y cuya probada santidad tiene que ser
acogida favorablemente por Dios. ¿Quién sería tan temerario que su
pusiera que el bendito Malaquías tiene ahora menos amor por los
suyos o menos poder para ayudarles? Fue, en verdad, amado por Dios
durante su vida en la tierra, pero ahora podemos estar seguros de que
ha recibido pruebas más manifiestas de la divina predilección. Y en
cuanto a él, ‘habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo,
los amó hasta el fin’ (loh 13, 1): ¡Dios no quiera que consideremos
tus oraciones menos eficaces ahora, oh alma bendita, que en presencia
de la Divina Majestad puedes ser más eficaz en la súplica, que por
más tiempo ‘no caminas por fe’ (2 Cor 5, 7), sino que estás coronado
ya con la visión de la gloria! ¡Dios no quiera que tu caridad, hasta
ahora tan llena de energía, sea considerada ahora menos ardiente, pues
no hay ni que pensar que se haya extinguido del todo cuando, habiendo
llegado a la misma fuente de la caridad eterna, estás bebiendo copiosos
tragos de ese divino amor cuya más pequeña gota anhelaste sediento
en la tierra. No/él"amor de Malaquías no podía sucumbir a la muerte,
porque era ‘fuerte como la muerte’ (Cant 8, 6) e incluso más fuerte
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CAPITULO XXXVII
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Su APOLOGÍA
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(Ps 53, 8). Es seguramente una gran gloria para mí el asociarme con
Cristo, el cual dijo, hablando al Padre, por medio de su profeta:
‘Los reproches de los que te reprochan han caído sobre mí’ (Ps 53, 10)”.
Se observará que en esta apología el santo no considera que
fracasó la cruzada, puesto que reprende a los que estiman las em
presas únicamente por su éxito visible. Y si él tuviese poder de
atravesar con ojo profético el velo del futuro y seguir el curso de la
historia hasta llegar a los acontecimientos de los tiempos modernos,
habría encontrado pocos motivos para lamentar que los Lugares San
tos que tanto amaba hubiesen salido del protectorado de los estados
cristianos de Europa.
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CAPITULO XXXVIII
EL PRIMADO DE PEDRO
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Plan de la obra
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referente a este último punto, sino que debería dejarlo a vuestra me
ditación silenciosa. No obstante, diré esto: sería una vergüenza que,
después de haber vivido tanto tiempo en un estado tan perfecto,
fuereis a mostraros en cualquier cosa imperfecto. ¿No os avergonza
ríais de aparecer pequeño en las cosas grandes cuando podéis recordar
haber sido grande incluso en las cosas pequeñas? No habéis olvidado
todavía vuestra primera profesión como monje; aunque habéis sido
arrancados de su protección, el amor y el recuerdo de esa profesión
permanece todavía en vos. Sería provechoso que tuvierais esto pre
sente en todas vuestras empresas y en todos vuestros juicios y manda
tos, pues ello os convertirá en un hombre que desdeña el honor en
las altas cumbres del honor—y este no es un beneficio pequeño...
La HERENCIA APOSTÓLICA
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modo inevitable quedará también algo que habrá de hacer vuestro
sucesor y éste tendrá que dejar algo para el suyo y así sucesivamente
hasta el ñn del mundo. Recordad que incluso en la hora oncena los
trabajadores son reprendidos por su vagancia y enviados a trabajar
en la viña del Padre de familia (Mt 20, 6-7)... Ahora bien, a fin de
demostrar que sois un heredero auténtico de los santos apóstoles,
tenéis que dedicaros con celo al trabajo de vuestro ministerio. De lo
contrario se dirigirá también contra vos la queja: ‘¿Por qué estás
aquí haciendo el vago todo el día?’ (Mt 20, 6).
”Pero todavía mucho menos habrán de veros entregado a los pla
ceres o desperdiciando vuestro tiempo en pompas y vanidades. En
verdad, en la escritura del testador no se os ordena nada de esto. En
tonces, ¿qué os ha legado el apóstol? Trabajo y ‘solicitud por todas
las iglesias’ (1 Cor 11, 28). Si estáis satisfecho con el testamento apos
tólico, deberéis considerar estas iglesias y no las riquezas y la gloria
como vuestra herencia legítima. ¿Halaga vuestro orgullo esa silla
pontifical que ocupáis? Miradla simplemente como una torre vigía.
Estáis colocado en ella tan sólo para vigilar la Iglesia. El mismo
nombre de obispo 2 expresa más bien el poder de vigilar que el poder
de gobernar. Esta vigilancia deja poco tiempo libre, suponiendo que
lo deje, y lleva consigo un trabajo incesante. Entonces ¿cómo podéis
gloriaros en un cargo que no os deja nunca un momento de descanso?
Seguramente es imposible el descanso cuando ‘la solicitud por tedas
las iglesias’ apremia constantemente. Y ¿qué otra cosa sino esto os
ha legado Pedro? ‘Lo que tengo—dijo—te lo doy’ (Act 3, 6). Pero
¿qué es eso? Ciertamente, no es ni oro ni plata, porque él ya había
dicho: ‘No tengo nada de plata ni de oro’ (Act 3, 6). Sin embargo,
si por casualidad llegaseis a poseer estas riquezas terrenales, usadlas
no de acuerdo con vuestro placer, sino de acuerdo con las necesidades
de los tiempos; de esta manera las usaréis como si no las usaseis
(1 Cor 7, 3). Es verdad que, por lo que se refiere al alma, la riqueza
mundana no es ni buena ni mala. Sin embargo, el uso de ella es
bueno y su abuso es malo, pero no es tan malo como la ansiedad
de poseerla, ni tan vergonzoso como su avariciosa persecución. Os
garantizo que podéis reclamar el oro y la plata basándoos en cual
quier otro título, pero no como heredero de San Pedro, pues éste no
pudo transmitiros lo que él mismo jamás poseyó. Lo que él tenía se
lo legó a sus sucesores: ‘La solicitud por todas las iglesias’. ¿Y acaso
el dominio también? Escuchadle a él: ‘Alimentad el rebaño de
Cristo que está entre vosotros, teniendo cuidado de él, no por la fuerza
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La fuerza de la costumbre
El Papa es advertido .de que ningún hábito virtuoso, por muy fir
memente que esté establecido, puede dar seguridad para el futuro sin
la oración y la vigilancia:
“No confiéis demasiado en vuestra disposición presente, porque no
hay nada que esté tan arraigado en el alma que no se pueda borrar
por el tiempo y la desidia. Una herida se vuelve callosa si no se la
atiende a tiempo y resulta incurable en proporción a su pérdida de
sensibilidad. Además, el dolor agudo y continuo no se puede soportar
largo tiempo: si no es eliminado de otra forma, tiene que sucumbir
necesariamente a su propia violencia. Quiero decir lo siguiente: o se
encuentra pronto un remedio que lo calme o, debido a su persistencia,
surge un estado de apatía. ¿Qué disposición no puede ser originada,
destruida o trastrocada por la fuerza del hábito? ¿Cuántos no han
llegado con el uso a encontrar placer en el mal que antes les inspiraba
sólo horror y disgusto? Escuchad a un justo lamentarse de su des
gracia: ‘Las cosas que antes mi alma no quería tocar—dice el santo
Job—•, ahora, debido a la angustia, han venido a ser mi alimento’
(Job 6, 7). Al principio algo os parecerá insoportable. Al cabo de
cierto tiempo, cuando os hayáis acostumbrado un poco, no os pare
cerá tan horrible. Más tarde habrá dejado de extrañaros en absoluto.
Finalmente, empezaréis a encontrar placer en ello.'Así, poco a poco,
pasaréis a endurecer el corazón y de esto a aborrecer la virtud. Y
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CAPITULO XXXIX
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que no puede ser condenado como injusto. Pero es una novedad que
me niego a admitir. Pues fue incluso una práctica común en tiempos
anteriores. Ahora bien, en otros tiempos una costumbre pudo en
verdad caer en desuso, pero sería incorrecto hablar de su restable
cimiento como si fuese la introducción de una novedad. ¿Y habrá
alguien que niegue que ha sido una costumbre que durante largo
tiempo, no sólo fue practicada, sino que se practicó de un modo
general? Ahora explicaré a qué me estoy refiriendo, aunque tengo
pocas esperanzas de lograr buen resultado. ¿Por qué? Porque mi
sugestión no agradará a los sátrapas, que están siempre más dispues
tos a cortejar a la majestad que a la verdad. Ahora bien, entre nues
tros predecesores ha habido algunos que se han consagrado sin reser
vas al cuidado de su rebaño, que se han gloriado con el nombre y las
funciones de pastor, que no consideraban nada indigno para ellos
excepto lo que estimaban que era perjudicial para la salvación de
las almas, de forma que lejos de buscar las cosas que eran suyas
(Phil 2, 21) sacrificaron más bien sus intereses personales al bien
del pueblo. No regateaban ni sus dolores ni sus bienes, no se regatea
ban ni siquiera a sí mismos. De aquí que oigáis a uno de ellos gritar
a sus ovejas: ‘y yo alegremente gastaré y me desgastaré en favor de
vuestras almas’ (2 Cor 12, 15). Y si bien ellos intentaban dejar sentado
claramente que venían lo mismo que Cristo ‘no a ser administrados,
sino a administrar’ (Me 13, 45), ellos ‘predicaban el Evangelio gra
tuitamente’ (1 Cor 9, 18). El único provecho que ellos buscaban de
sus súbditos, la única gloria, el único consuelo, era éste; ver si por
cualquier medio podían ‘hacer de ellos un pueblo perfecto en el Señor’
(Le 1, 17). Para conseguir esto se esforzaron con todos los medios a
su alcance, con muchas tribulaciones de la mente y del cuerpo, ‘con
trabajo y fatigas, con hambre y sed, con frío y desnudez’ (2 Cor 11, 27).
"¿Dónde, pregunto, está ahora esa costumbre? Ha dado paso a
otra de un carácter muy diferente. Los viejos hábitos, los viejos inte
reses y afanes han sufrido un cambio, ¡ y Dios quiera que el cambio no
sea para mal! Reconozco, sin embargo, que el cuidado, la ansiedad,
el celo y la solicitud continúan como antes. No han decrecido, pero
se dirigen ahora a otros fines. Soy testigo de que vos y vuestros
inmediatos predecesores habéis ahorrado los esfuerzos tan poco como
los pontífices de tiempos pasados. Pero hay una gran diferencia en
lo que respecta al propósito de los esfuerzos. Hoy día—y esto es
en verdad un escándalo intolerable—muy pocos miran a la boca del
legislador, sino que todos dirigen los ojos a sus manos. Y no sin
motivo. Pues últimamente los soberanos pontífices se han acostum
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así porque estáis plenamente convencido de que los romanos son in
corregibles. Sin embargo, no tenéis que desanimaros. Lo que se os
pide no es la curación del paciente, sino que lo cuidéis con solicitud.
‘Tener cuidado de él’, dijo la buena samaritana al posadero, no
dijo ‘curadlo’, o ‘sanadlo’ (Le 10, 35). Y uno de los poetas ha dicho:
‘Se ve con frecuencia que el paciente está tan enfermo
que de nada sirve la habilidad del médico.’
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Entre las personas que rodean al Pontífice ningunas son tan nece
sarias ni están tan cerca de él como los cardenales, que se sientan a su
lado y comparten con él las preocupaciones del gobierno. Debido a
esta asociación íntima, según ellos sean, así será o se volverá el
Papa y así será el carácter de su pontificado. De aquí que él no
tenga otro deber más importante que la selección de los miembros
del sacro colegio, en el cual debe estar representada toda nación
cristiana.
“Es vuestro deber convocar de todas las partes del mundo y aso
ciarlos con vos, según el ejemplo de Moisés (Núm 11, 16), no a jóvenes,
sino a hombres de edad madura, como sabéis que son los ancianos
del pueblo, contando la edad más por las virtudes que por los años.
¿No es razonable que aquellos cuya misión será juzgar a todas las
naciones se elijan de entre todas las naciones? 1 Ninguno debería
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fiantes de los diversos estados: tercera, para evitar los celos nacionales y ase
gurar que en caso de querellas internacionales el Papa tendrá la oportuni
dad de oír a ambas partes y no se verá expuesto a ser mal orientado por
los partidarios políticos, cosa que ha ocurrido con bastante frecuencia an
tes y después de la época de Mabillon.
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CAPITULO XL
Al hablar de las cosas que están por encima del Pontífice Ber
nardo se refiere a Dios y sus ángeles santos. A estos últimos les dedica
dos capítulos de maravillosa sutileza y sublimidad. He aquí cómo ex
plica las funciones y perfecciones propias de cada coro:
“Sabemos por la Sagrada Escritura y lo creemos por la fe que
la ciudad, celestial está poblada por espíritus, finitos, poderosos,
gloriosos, muy felices, distintos por sus personalidades, dispuestos
por orden de dignidad, conservando siempre los lugares asignados a
ellos desde el principio, perfectos en sus diversas especies, dotados de
vida inmortal, impasibles, no por la creación, sino en virtud de un
don gratuito, es decir, no por naturaleza, sino por gracia, puros de
pensamiento, benévolos en inclinación, fervientes en piedad, inmacu
lados en castidad, unidos en sentimiento, establecidos en paz, depen
diendo para su existencia de la voluntad de Dios y enteramente con
sagrados a su alabanza y servicio... Angeles, Arcángeles, Virtudes,
Poderes, Principados, Dominaciones, Tronos, Querubines y Serafines
éstos son los nombres de los coros celestiales. Pero ¿qué significan
estos nombres? Seguramente no vamos a creer que no hay diferencia
más que en el nombre entre estos espíritus; por ejemplo, entre los
llamados simplemente Angeles y los llamados Arcángeles.
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“¡Oh, Eugenio, cuán bueno es para nosotros estar aquí! (Mt 17, 4).
¡Pero cuánto más feliz será nuestra suerte si se nos permite ascender
con todo nuestro ser ahí donde ya hemos llegado con una parte de
éste! ‘He pedido al Señor una cosa que yo busco: que pueda habitar
en la casa del Señor todos los días de mi vida a fin de que me sea
posible ver las delicias del Señor y visitar Su templo sagrado’ (Ps 26, 4).
Pues ¿no se permite a los que entran en ese templo contemplar en
él el mismo corazón de Dios? ¿No se nos otorgará allí ‘el probar lo
que es bueno y aceptable y la perfecta voluntad de Dios’ (Rom 12, 2),
bueno en sí mismo, aceptable en sus efectos, perfecto para los perfectos
y para aquellos que no buscan nada fuera de ello? Allí se expondrá
a nuestra vista las mismas entrañas de la misericordia divina. Allí
Dios nos pondrá de manifiesto sus ‘pensamientos de paz’ (1er 29, 11)
y las riquezas de su salvación y los misterios de su buena voluntad y
los secretos de su benignidad, que ahora están velados para nuestros
ojos mortales y que además son objeto de sospechas incluso para los
elegidos. Esta ocultación de los consejos divinos nos es ahora nece
saria, no vaya a ser que dejemos de temer antes de haber alcanzado
la capacidad para el amor perfecto.
”Allí también contemplaremos en los espíritus llamados Serafines
cómo ama quien tiene que ser Él mismo el único motivo de su amor
y quien no odia ninguna de las cosas que Él ha hecho (Sap 11, 25)
como Él protege, como Él mejora, cómo Él abraza a los que Él ha
creado para salvarles, cómo el fuego de su caridad consume en sus
elegidos los pecados de su juventud y el lastre de su ignorancia y de
esta manera les hace enteramente puros y muy dignos de su amor.
Veremos en los Querubines, cuyo nombre significa plenitud de cono
cimiento, que ‘el Señor es Dios de todo el conocimiento’ (1 Sam 2, 3).
El cual entre todos los seres es el único que no ignora más que la
ignorancia. El cual es todo Luz y no admite la menor amistad con
las tinieblas. El cual es todo Ojos y unos Ojos que no pueden ser
nunca engañados porque están siempre abiertos. El cual no depende
de ninguna luz fuera de Sí mismo que Le permita ver, siendo no
solamente el Ojo que ve, sino también la Luz que le permite ver 3.
”En los Tronos veremos el escaso motivo que tiene la inocencia
para temer al Juez que está sentado sobre ellos y el cual no quiere
engañar lo mismo que Él no puede ser engañado, porque es a la vez
3 “Qui solus solam nesciat ignorantiam; qui totus sit lux et tenebrae in
eo non sint ullae; totus sit oculus et qui _minime fallitur guia minime clau-
ditur; qui extra se non quaerat lumen cui admoveatur ut videat: ipse qui
videt, ipse unde videt.” Esto nos dará una idea del poder de condensación del
santo.
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decir que Dios es un sólo espíritu con nosotros, aunque no una sola
persona ni una sola sustancia. De aquí que diga el apóstol: ‘El
que está unido al Señor es un solo espíritu’ (1 Cor 6, 17). En conse
cuencia, el ángel está más bien con el alma, pero Dios está verda
deramente en ella. El ángel está presente como compañero íntimo
del alma, Dios como su vida.
”Por consiguiente, de la misma manera que el alma ve con los
ojos, huele con la nariz, gusta con el paladar, toca con todas las partes
del cuerpo, Dios exhibe diferentes operaciones con los diferentes coros
angélicos, con los Serafines, por ejemplo, se revela como amante,
con los Querubines como inteligente, y manifiesta otros aspectos de su
vida con los demás, de modo que ‘la manifestación del Espíritu se
da a cada cual para provecho’ (1 Cor 12, 7). ¿Qué es entonces Aquel
cuyo nombre está tan constantemente en nuestros labios y cuyo Ser
está tan remoto de nosotros? 5 ¿Cómo se explica que mientras que
hablamos de Él tan familiarmente, Él permanece oculto en su majes
tad, completamente fuera del alcance tanto de nuestra vista como de
nuestras inclinaciones? Escuchad lo que Él dice de Sí mismo, hablando
de sus criaturas mortales: ‘Lo mismo que los cielos están más altos
que la tierra, mis caminos son más elevados que vuestros caminos, y
mis pensamientos, que vuestros pensamientos’ (Is 55, 9). Se dice que
amamos e igualmente que Dios ama y hay otros muchos actos y atri
butos de los que igualmente se dice que son comunes a Dios y a
nosotros. Pero Dios ama como Caridad, conoce como Verdad, juzga
como Equidad, domina como Majestad, gobierna como Principado,
protege como Salvación, obra como Poder, se revela como Luz,
ayuda como Amabilidad. Todas estas operaciones pertenecen tam
bién a los ángeles e incluso a los hombres, pero de un modo muy
inferior. Pues pertenecen a las criaturas, no en virtud del bien que
ellas son, sino por razón del Dios en que participan.”
El nombre de Dios
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6 Parece que ésta es una alusión al error de los gnósticos, los cuales
sostenían que el universo visible fue hecho no por Dios directamente, sino por
una criatura de Dios a quien llamaban el Logos o el Demiurgo.
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hay pregunta que me sea más difícil contestar. ¿Qué lugar es sufi
ciente para contener su inmensidad? Quizá me preguntaréis ahora
dónde Él no está. Soy incapaz de daros incluso esta información. Pues
¿qué lugar se puede encontrar donde Dios no está presente? Dios
es incomprehensible para la inteligencia finita. Sin embargo, no habéis
alcanzado poco conocimiento referente a Él si podéis entender esto:
Que Él no está en ninguna parte en el sentido de que Él no está
circunscrito por ningún lugar, y está en todas partes en el sentido
de no hallarse excluido de ningún lugar. Pero en esa manera sublime
e inconcebible que le es propia, así como todas las cosas están
en Él, Él está en todas las cosas. Pues como dice el evangelista:
‘Él estaba en el mundo’ (loh 1, 10). Pero, por otra parte, sabemos que
allí donde Él estuvo antes de la creación del mundo, ha permanecido
Él siempre. No tenemos ninguna necesidad de preguntar dónde estaba
Él entonces. Pues entonces no existía nada más que su bendito Yo.
En consecuencia; Él mismo era el lugar de su existencia.
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SU UNIDAD Y SENCILLEZ
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CAPITULO XLI
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La disputa de Beauvais
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otro deseo que pasar así su vida: como siervo de los siervos de
Dios, “prefiriendo ser un hombre abyecto en la casa del Señor antes
que morar en los tabernáculos de los pecadores” (Ps 83, 11). Pero la
Providencia dispuso las cosas de otra manera. En 1149 el capítulo de
Beauvais le eligió como sucesor del obispo Eudes, fallecido poco
antes. El príncipe recibió la noticia con tal desaliento que Bernardo
no sabía qué aconsejarle hasta que consultó a Pedro el Venerable,
el cual declaró que Enrique tenía que someterse a la voluntad de Dios
tal como había sido manifestada por medio de la elección del capí
tulo. Esto decidió el asunto. Al tomar posesión de su sede el nuevo
obispo encontró las temporalidades de la misma gravadas con un
oneroso impuesto reclamado por los señores solariegos del distrito en
compensación de los servicios prestados a su predecesor. Anunció
que, siendo injusto este gravamen, no se pagaría más. Los nobles
amenazaron con la violencia y se aprestaron los ejércitos de ambas
partes. El rey Luis, que apoyaba la causa de los adversarios de su
hermano, declaró que arrasaría Beauvais a menos que se sometiera
el prelado, cosa que el obispo Enrique no pensaba hacer porque
estaba fuertemente apoyado por el pueblo. Parecía como si la nación
estuviese a punto de verse envuelta en otra guerra civil. Pero gracias
a Bernardo y a Suger se venció la crisis. Los dos ilustres abades
lograron convencer a ambos contrincantes para que sometieran la
causa al arbitraje de la Santa Sede. Eugenio, después de escuchar
cuidadosamente a ambas partes, decidió en favor de Enrique y su
veredicto fue aceptado por el rey. Bernardo selló el arreglo condu
ciendo al obispo a la corte y reconciliándolo con su real hermano.
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escrito esta carta en interés vuestro, como fiel, aunque franco, con
sejero. .
"Supongo que ya sabéis lo que voy a decir a continuación: cómo
la asamblea que se reunió en Chartres me eligió, debido a alguna
ofuscación, generalísimo del ejército de la cruz. Permitidme que os
asegure que esto se hizo sin mi deseo y sin mi consentimiento; tam
poco tengo la fuerza física necesaria para ese cargo. ¿Quién soy yo
para que me nombren con el fin de poner las fuerzas en orden de
batalla y de avanzar a la cabeza de bandas armadas? Y aun cuando
no careciese de fuerza corporal y de experiencia militar, ¿qué podría ser
más opuesto a mi profesión de monje? Pero no me incumbe ilustrar
a vuestra sabiduría: vos tenéis una clara visión de todo el asunto.
Sólo os suplico en nombre de esa caridad de que soy especial objeto
que no me abandonéis a la voluntad de estos hombres, sino más bien
que consultéis al Señor sobre el caso y procuréis que se cumpla su
voluntad” 2.
En el otro bando, Suger y los obispos franceses presionaron a Eu
genio para que confirmase la elección del concilio, lo que hizo el
Papa después de algunas dudas. Bernardo, siempre modelo de obe
diencia, se inclinó ante esta decisión por considerarla como la volun
tad manifiesta de Dios. Los preparativos continuaron febrilmente hasta
comienzos del año 1151 en que ocurrió un acontecimiento que arrebató
a la empresa su principal esperanza de éxito. Nos referimos al falle
cimiento del abad Suger. En diciembre del año anterior este eminente
estadista cayó enfermo de una dolencia que le llevó rápidamente a las
puertas de la muerte y sumió de tristeza a toda la nación. El último
intercambio de cartas entre él y Bernardo muestra lo íntimamente
unidos que estaban estos dos nobles corazones. Cuando las sombras
de la muerte empezaron a agrandarse a su alrededor y cuando la
hora del juicio se acercó, Suger, al parecer, se asustó mucho y recurrió
a su amigo para que le consolara. Bernardo, no siéndole posible
visitar al ilustre paciente en aquel momento, le envió la siguiente
carta:
“A su amadísimo e íntimo amigo Suger, por la gracia de Dios
abad de San Denis, el hermano Bernardo le envía sus saludos y le
desea la gloria que procede del interior y la gracia que viene de
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Muerte de Suger
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Historia de Nicolás
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estos argumentos tan endebles como telas de araña, pues sé que son
mucho más fuertes las razones que podéis oponerles. Por consiguiente,
emplearé las armas de petición de los pobres y humildes. El padre
de los pobres, el amante de la pobreza, no rechazará la oración del
pobre. Todos vuestros hijos de Clairvaux se suman a esta petición,
excepto el propio Felipe que ni pide ni desea que los demás pidan
por él. En realidad no estoy seguro que le agradara obtener una
dispensa. Antes creo que preferiría continuar siendo un hombre servil
en la casa del Señor.”
Según Mabillon esta súplica logró para Felipe el permiso de
ejercer sus funciones sacerdotales.
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CAPITULO XLII
EL VIAJE A DIOS
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batadora elocuencia, que, como un Mazzini del siglo xn, creyó que
tema la misión de despojar al papado de su poder temporal y volver
a establecer sobre las ruinas de la hierocracia la antigua república de
Roma, para cuya consecución turbó la paz de la Iglesia durante seis
pontificados.
Muerte de Eugenio
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• Aquí tiene que haber alguna equivocación. Sabemos, gracias a una auto
ridad indiscutible, que la cabeza de San Malaquías fue quitada de la tumba
y encerrada en un busto de plata durante la administración de Juan d’Aizanville
11330-1348). En los archivos de Troyes se conserva una crónica manuscrita de
Clairvaux, escrita en el siglo xiv, que dice lo siguiente: “Juan de Aizanville,
abad de Clairvaux durante los años (aquí hay un espacio en blanco, mostrando
que Juan vivía todavía), ordenó que se hicieran urnas de plata, bellamente
doradas, en las que fueron colocadas las cabezas de los gloriosos confesores
San Malaquías y San Bernardo.” Un inventario de la sacristía de Clairvaux,
fecha 21 de septiembre de 1405, menciona entre otros tesoros: “Caput beati
Malachiae in vase argénteo, LXI marcharum.” Para mayores pruebas, cfr. Migne.
tomo CLXXXV, págs. 1663-1666, y Le Tresor de Clairvaux, págs. 98-108 Tene
mos entonces que suponer solamente que M. Delaine confundió el mausoleo de
San Malaquías con algún otro de los mausoleos desmantelados.
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usada: las hojas que contiene el Cantar de los Cantares están especial
mente desgastadas.
Discípulos distinguidos
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“Nostalgia claravallensis”
Monasterios bernardinos
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CAPITULO XLIII
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4 En algunos pasajes habla como si sostuviese que los ángeles son espíritus
puros, como cuando enseña que ellos adquieren su conocimiento sin ninguna
dependencia de los sentidos corporales, y que pueden pasar sin obstáculo a
través de las más densas sustancias corporales. Cfr. Sermón III sobre las Glorias
de la Virgen Madre, y el Sermón V sobre el Cantar de los Cantares. Su gran
dificultad era entender las relaciones respecto del espacio y particularmente la
locomoción de los espíritus finitos, que no tienen ninguna dependencia natural
de la materia y que, por consecuencia, carecen de extensión. “¿Cómo pueden
ejercer ellos su ministerio sin cuerpos—pregunta—, especialmente respecto de
los seres que moran en cuerpos? Además, sólo las sustancias corporales pueden
atravesar el espacio y pasar de un punto a otro; sin embargo, los doctores
afirman como cosa indudable y conocida que los ángeles hacen esto frecuen
temente.”- El-principio-aquí-supuesto deriva- de Aristóteles,-el—cual-enseña
(Physica, VI) que lo indivisible, es decir, lo que no tiene extensión, es incapaz
de movimiento. Aunque ya no hay la menor duda respecto de la inmaterialidad
de los ángeles, Ja dificultad de Bernardo continúa siendo todavía una dificultad.
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están en rima, pero el metro varía. Muchos eruditos modernos los han
declarado falsos o al menos de dudosa autenticidad. Sin embargo, el
profesor Wedewer, de Wiesbaden, que ha sido el último que ha escrito
sobre el tema, ha vuelto a la opinión tradicional y se ha declarado en
favor de la paternidad bernardina de los poemas. Respecto, por lo
menos, de dos de estas composiciones, el himno al Santo Nombre y
el himno a San Malaquías, con mucho gusto asentimos al juicio emi
tido por el difunto Dr. Eales, que “si no fueron escritos por la propia
mano de San Bernardo, que en conjunto es la conclusión más pro
bable, son por lo menos un centón de frases bernardinas” 6. Bernardo
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APENDICES
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Y LA INMACULADA CONCEPCION
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1 Compárese con el siguiente párrafo que Scorus cita con aprobación del
Maestro de las Sentencias: “In ipso conceptu cum caro propagatur, nondum
infunditur anima. Quomodo igitur ibi peccatum transmittitur, cum peccatum non
possit esse ubi anima nin est? Ad quod dici potest quia in illo conceptu
dicitur peccatum transmitti, non quia peccatum origínale ibi sit, sed quix
ibi contrahit id ex quo peccatum fit in anima quum infunditur.” 11 Sent.
dist. XXXI.
Fassari muestra (Trut. Theol., disp. III) que “desde tiempo inmemorial
hasta Santo Tomás inclusive, “este fue el sentido en que la palabra concep
ción fue usada y entendida en teología, en filosofía y en derecho civil y
canónico.
2 Cfr. Eschbach, Disputationes Physiplogico-theologicae, disp. III, cap. I.
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Leemos esto en la obra del abad Engelbert, que nació hacia el año
1250, titulada De Virtutimus et Gratiis B. Mariae Virginis, en la que
dice:
“Se tiene que observar que se suelen distinguir tres concepciones:
la concepción de la sustancia seminal, la concepción del alma y la
concepción de la gracia. La concepción seminal es el acto de la
generación física; la concepción del alma tiene lugar en el momento
de la animación del feto y de la infusión del alma, a los cuarenta y
seis días a partir del momento de la concepción seminal; finalmente,
la concepción de la gracia sigue a la infusión del alma, puesto que el
alma es el sujeto de la gracia.” San Vicente Ferrer (ob. 1419) habla
de la primera concepción llamándola “carnal” o “activa”, a la segunda
“germinal” o “pasiva” (Orat. II in Virg. Nativ.)
Que San Bernardo entendió la concepción en el sentido activo no
admite duda alguna. Así, hablando de sí mismo dice (De Anima II):
“Fui enim in momento conceptionis de humano semine conceptas,
deinde, spuma illa coagulata, modicum crescendo, caro jacta est”
El mismo hecho aparece con una evidencia mayor todavía de la cana
a los canónigos de Lyon. El santo argumenta de esta manera: Si
la Concepción de la Virgen es santa, decid o bien que ella fue santi
ficada antes de ser concebida de forma que la santidad tiene que ser
derivada desde ahí a la concepción, pero esto es imposible, porque
entonces no existía nada de ella; o bien decid que ella fue santificada
en el acto de la concepción, lo cual es igualmente imposible, pues
¿cómo pudo asociarse la santidad con el pecado, es decir, con la con
cupiscencia? En otras palabras, la concepción no puede considerarse
como santa, porque la concupiscencia tuvo parte en ella. Los que la
consideran santa, prosigue, deberían para ser consecuentes mantener
que fue realizada, como la de Cristo, por el poder y la acción del
Espíritu Santo y de esta doctrina hasta ahora “no se ha oído hablar”.
Pues admitir que la Concepción de la Virgen se debió a hombre es lo
mismo que admitir que procede de concupiscencia y, por tanto,
carece de santidad. El razonamiento es concluyente si la concepción
se ha de entender en el sentido activo o si se aplica al feto antes de
la animación, pero carece en absoluto de sentido en otro caso.
Ahora demostraremos con el testimonio de testigos competentes
y sin prejuicios que era, en verdad, a la concepción activa a la que
San Bernardo negaba toda santidad. Esta fue la interpretación dada
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5 No sería fácil encontrar entre todos los padres latinos hasta San Bernardo
tan sólo uno que hable de la Concepción de María (qua ipsa concepta est) y la
llame santa; en los pasajes que se citan comúnmente se trata de su Concepción
de Cristo (conceptio qua ipsa concepit).
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cia al debitum; pues es así como tenemos que explicar las expresio
nes similares que aparecen en autores (incluido San Pablo, Rom 5,
12; 2 Cor 5, 14), de cuya creencia en la Inmaculada Concepción no
puede caber la menor duda. Por ejemplo, tenemos en San Cirilo:
“Solus Jesús est qui nunquam invenitur extra sancta, solus qui pecca-
tum non fecit” (I, XVI, in Levit.)-, y de San Ambrosio: “Carnem
Christi in matre fuisse obnoxium peccato” (Serm. 6, in Salm CXVIII);
y en San Agustín: “Mariam, ex Adam conceptam, fuisse mortuam
propter peccatum” (In Sal XXX); y en San Anselmo: “Virgo in
iniquitatibus concepta et in originali peccato nata est quia ipsa in
Adam peccavit” 8 (Cur Deus Homo, XVI). Pero acaso se alegue que
Bernardo habla de la mancha como si ésta hubiese sido lavada por la
gracia: ¿es posible entender esto del debituml Sí, contesta Suárez,
“el debitum no continuó después de la infusión de la gracia”, porque
corresponde a la naturaleza de toda deuda que “se puede extinguir
por el pago o el perdón” (De pecc. orig., disc. IX, s. IV, n. 27).
La afirmación de que la Santísima Virgen fue santificada en el
vientre no necesita ninguna explicación, la misma afirmación se repite
en la carta a Lyon, con la adición importante de que María recibió
en el vientre una gracia de santificación más abundante que cualquier
profeta o precursor. ¿Implica el hecho de su santificación un estado
previo de pecado? Seguramente no. El debate dentro de las escuelas
versaba sobre si esa santificación tuvo lugar en el primer instante de
la concepción o en el segundo. Lo que se dijo acerca de que la Santa
Virgen había sido “purificada de la contaminación hereditaria” re
quiere un comentario especial, puesto que ha resultado difícil para
algunos. Acaso fuese suficiente hacer resaltar, con Perrone (o. c.),
que esto cae dentro de la hipótesis formulada en el párrafo anterior
de una concepción en pecado. Sin embargo, se puede observar con
razón que los autores que de una manera más vehemente se han
expresado en favor de la Inmaculada Concepción hacen uso frecuente
de esta frase y de otras similares. Así, según San Juan Damasceno
(Floruit saec. 8.°), quien dijo que en la Virgen “la gracia se anticipó
a la naturaleza, reservando a su inmaculada para los esponsales
divinos”, la misma Virgen Santísima fue purificada y santificada en
el vientre de su madre por el poder del Espíritu Santo: “Te ejusdem
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ción, la cual, puesto que ella estaba limpia de pecado, hizo su nati-
vidad, no su concepción, santa.” Y él considera falaz este argumento,
puesto que “ignora una cuarta posibilidad, es decir: la santificación
del alma de María en el instante de su creación”. Se podría poner
reparos a la frase “limpia de pecado” que San Bernardo no usa en
ninguna parte, salvo bajo condición; pero pasémosla por alto: ella
no podría constituir una dificultad especial en ningún caso, como tiene
que resultar evidente de lo que se ha dicho anteriormente. Pero
¿dónde y cómo ignora el santo la “cuarta posibilidad” 10? Él senci
llamente afirma que la santificación de la Virgen tuvo que tener lugar
entre el momento de la concepción activa y el del nacimiento. ¿Cómo
excluye esto el instante de la creación de su alma que, según la
creencia universal de la época, era alrededor de ochenta días des
pués de la concepción? Si este razonamiento fuese válido, sería igual
mente concluyente contra San Juan Damasceno, San Vicente Fe-
rrer, Engelbert y en verdad contra todos los doctores escolásticos sin
exceptuar a Duns Scotus. Pues todos sostuvieron que el alma racio
nal, la única sujeto de pecado y santidad, no fue infundida en el
embrión hasta doce o trece semanas después de la concepción o ge
neración, que para ellos significaba lo mismo. Sí, pero San Bernardo
afirma que el alma de la Virgen Santa fue santificada en el vientre.
Indudablemente, pues sólo podía ser santificada allí donde existía y
antes del nacimiento existía sólo en el vientre. ¿Está implícito que
el alma es creada fuera del feto y luego infusa, de forma que cual
quier santificación de ella en el vientre debería ser posterior al ins
tante de su creación? Esa no fue ciertamente la opinión de San Ber
nardo. Sus palabras son clásicas: “Creando immititur, immitendo crea-
tur” (Segundo Sermón de Navidad).
Ahora nos esforzaremos por demostrar que el Doctor Melifluo
realmente defendió y enseñó, y no negó en modo alguno, lo que
ahora entendemos por doctrina de la Inmaculada Concepción. "Es
claro, según sus argumentos, que era solamente la imposibilidad de
la cosa la que le impedía al santo abad adscribir la santidad a la con
cepción activa y por eso mantiene enfáticamente la santificación en
el vientre. Es razonable, por tanto, suponer que él coloca la santi
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Los pasajes siguientes han sido tomados del magnífico Sermón para
la Octava de la Asunción’.
“Ella es exaltada sobre toda clase de defectos; ella, por encima
de todas las demás criaturas, se ha elevado y trascendido, por un modo
muy admirable de elevación, de todo lo que es perecedero y corrup
tible. Ella está sumergida en ese Océano de inaccesible Luz todo lo
que es posible a cualquier naturaleza no deificada por la unión hipos-
tática. Ella está hundida en ese Fuego celestial con el que los labios
del profeta fueron purificados y con el que son inflamados los Sera
fines. A ella le es debido no solamente el ser tocada ligeramente con
ese Fuego, sino estar completamente rodeada de él, estar absolutamente
envuelta y absorbida por él. Intensísima, sin duda, es la radiación y
también el calor de la vestidura de esa Mujer en quien todo es tan
bellamente brillante y cálido que sería impío sospechar que ella
contenga, no digo nada negro, sino ni siquiera oscuro o que no fuese
perfectamente luminoso; no digo nada templado, sino ni siquiera
nada que no fuese excesivamente ardiente.”
En otra parte nos dice que “en María se encuentra la naturaleza
humana pura de toda contaminación—-pura ab omni contaminatione”—.
(Sermón sobre la Natividad de la Virgen)’, que ella es el Acueducto
espiritual a través del cual nos vienen todas las gracias, un Acueducto
que llega incluso al trono de Dios en virtud de su pureza y que,
aunque elevado a una altura tan grande, no muestra ninguna filtración
(ibídem). Ella es el vellón de Gedeón, siempre saturado del rocío de la
gracia mientras todas las demás cosas están secas y agostadas—alusión,
al parecer, a su singular privilegio de exención de la ley del pecado
heredado—; ella es descrita como “no descubierta recientemente ni
por casualidad, sino preconocida desde la eternidad, elegida y prepa
rada para Él por el Altísimo” (Sobre las Glorias de la Virgen Ma
dre, II). En el Sermón LI, De Diversis, se nos dice que María nece-
sitaba tan poco la purificación como su Hijo la circuncisión. En el
tratado De Laude Mariae, ella es llamada “La Estrella del Mar
que adorna el cielo, ilumina la tierra y penetra los abismos”, “más
brillante que el sol, más bella que la rosa”, “lirio inviolable”, “joya
de valor inestimable, producida del tesoro de la sabiduría divina,
adornada indeleblemente por el arte de toda la Santísima Trinidad”;
ella es contrastada con Eva: “una rama tan hermosa procedente
de tal tallo, una hija tan excelsa procedente de tal madre, una hija
libre de una madre proscrita.” Y eséuchad esto: “ ‘Transmite la palabra
el día al día’ (Ps 18, 2). El Padre, indudablemente puede ser llamado
Día, puesto que el Hijo es llamado ‘Día del Día’ (Ps 95, 2). ¿Se
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además probar (1) que la doctrina rechazada por San Bernardo es una
doctrina rechazada por la Iglesia en esta época; (2) que la doctrina
que él enseñó bajo el nombre de Inmaculada Natividad es, en sus
tancia, la dloctrina de la Inmaculada Concepción tal como está
ahora definida,” (Prólogo a la traducción inglesa de la obra de Ra-
tisbonne Vida de San Bernardo) Y él continúa:
“¡Con qué alegría habría saludado él—San Bernardo—la defini
ción autoritaria de su propia doctrina, perfecta en identidad de sus
tancia, pero expresada solamente con más exactitud científica de aná
lisis mental y verbal! Se habría alegrado con todo el poder de su
razón y de su corazón, como se habrían alegrado los padres de la
época antenicena si hubiesen podido oír la definición de Nicea y las
distinciones más perfectas del Credo Atanasio”.
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EJEMPLOS DE LA ORATORIA
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‘pagará con creces a los que obran orgullosamente’ (Ps 30, 24). Sí,
hermanos míos, Él exigirá servidumbre de los que Él ha redimido,
honor y gloria de las criaturas de su mano.
”Es cierto que el Padre pasa por alto, que el Bienhechor perdona;
pero no así el Señor; pero no así el Creador. El que como Padre
perdona a su hijo, no perdonará como Creador a su criatura, no
tendrá compasión, como Señor, de un criado malvado. ¡Pensad, her
manos míos, qué cosa tan horrible, tan tremenda es haber despreciado
a vuestro Hacedor y al Creador de todos, haber insultado al Señor
de la Majestad! El temor es inspirado por la majestad, el temor
es inspirado por el señorío, pero especialmente por la Divina Ma
jestad y por el Divino Señorío. Y si se impone la pena de muerte
por las leyes humanas a los que delinquen contra la majestad hu
mana, pensad cuál será la suerte de los que desprecian la Omnipo
tencia Divina. ‘Él toca las montañas y éstas echan humo’ (Ps 143, 5),
¿y va un saquito de vil polvo, que se puede desparramar en un mo
mento por un sólo soplo sin remisión, va semejante cosa a atreverse
a provocar a una Majestad tan tremenda? Él, hermanos míos, Él en
verdad debería llenarnos de temor pues ‘Él, después de haber matado,
tiene poder para arrojar al infierno’ (Le 12, 5). Ah, es el infierno el
que asusta. Temo el colérico rostro del Juez, que infunde terror incluso
en los corazones de los espíritus angélicos. Temo cuando me acuerdo
de la ira del Omnipotente y el rostro de su furia y el crujir de un
universo que se bambolea hasta destruirse, y la conflagración de los
elementos y la violenta tempestad y la voz del arcángel y ‘la palabra
aguda’ (Ps 90, 3) de la reprobación final. El horror me sobrecoge al
pensar en las garras de la bestia infernal, en el abismo insondable,
en ‘los rugientes leones, dispuestos para lanzarse sobre su presa’
(Eccli 51,4). Tiemblo de horror siempre que pienso en el roedor gusano
que ‘no muere’ (Me 9, 43), en las cataratas de fuego, en el humo, en
los envolventes vapores negros, en el azufre, en ‘la tormenta de
vientos’ (Ps 10, 7) y en la ‘oscuridad exterior’ (Mt 8, 12). ¿‘Quién
dará agua a mi cabeza y una fuente de lágrimas a mis ojos’ (1er 9, 1)
para que, llorando por mis pecados ahora, pueda impedir el llanto
eterno en el futuro y huir de los dientes rechinantes y de las crueles
cadenas y esposas y del opresivo peso de los grillos que oprimen y
queman, pero no consumen? ¡Ay de mí madre mía! ¿Oh, por qué
me trajiste al mundo para ser hijo de la tristeza y de la amargura, de
la cólera eterna y de la eterna lamentación? ¿Oh, por qué pusiste
sobre tus rodillas y amamantaste a tus pechos a uno nacido para ser
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“ ¡ Cómo me amas Tú, oh, Dios mío, mi Amor, cómo me amas Tú!
¡En todas partes Tú te acuerdas de mí! ¡En todas partes Tú eres
celoso de mi salvación, no sólo contra el orgullo de los hombres, sino
también contra los orgullosos y exaltados espíritus angélicos! Tanto
en el cielo como en la tierra, ‘Tú, oh, Dios, juzgas a los que me hacen
mal y derribas a los que luchan contra mí’ (Ps 34, 1). ¡En todas
partes Tú eres mi Defensa, en todas partes Tú eres mi fuerte Sostén,
en todas partes Tú apareces a mi derecha para protegerme! Por estos
favores ‘en mi vida alabaré al Señor, cantaré a mi Dios mientras yo
exista’ (Ps 145, 2). Estas son sus obras de poder, éstas son ‘las ma
ravillas que Él ha obrado’ (1 Par 16, 12) y ése es el primero y el más
grande de Sus juicios, que la Virgen María, la confidente de Sus
secretos, me reveló cuando dijo: ‘Él ha derribado a los poderosos
de sus tronos y ha exaltado a los humildes; Él ha llenado a los ham
brientos con buenas cosas y a los ricos los ha despachado vacíos’
(Le 1, 52-53).” (Del sermón XVI sobre el Cantar de los Cantares?)
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(loh 1, 16): los cautivos la liberación, los enfermos la salud, los tristes
el consuelo, los pecadores el perdón, los justos la gracia, los ángeles
la alegría, toda la Santísima Trinidad la gloria y la Persona del Hijo,
en particular, la Sustancia de su Naturaleza Humana: de forma que
‘no hay nadie que pueda ocultarse del calor’ de su caridad (Ps 18, 7).
"Escucha, oh, hombre, el consejo de Dios, reconoce el consejo
de Su sabiduría. Intentando regar la faz de la tierra con el rocío del
cielo, el Señor derramó sobre el vellón todo el precioso líquido
(Idc 6, 37): intentando redimir la raza humana, Él colocó todo el res
cate en manos de María. ¿Y por qué motivo? Posiblemente para que
la Madre Eva pudiera ser excusada por su Hija y a fin de que la queja
del hombre contra la mujer pudiera ser acallada para siempre. Nunca
de nuevo, oh, Adán, nunca de nuevo dirás a Dios: ‘La mujer que
me diste por compañera me dio la fruta prohibida’ (Gen 3, 12); sino
más bien que tus palabras sean en adelante: ‘La mujer que Tú me
diste me ha alimentado con el fruto de la bendición’...
"Acerquémonos un poco más al asunto y veamos con qué senti
mientos de devoción querría Dios que nosotros honráramos a María,
en la que Él ha colocado la plenitud de todo bien, de forma que si
hay algo de esperanza en nosotros, algo de gracia, algo de salvación,
estemos seguros de que se ha derramado en nosotros por la que ‘subió
del desierto rebosante de delicias’ (Cant 8, 5). Oh, verdaderamente,
podemos llamarla jardín de delicias sobre el que el Divino ‘Viento
Sur’ no sólo ‘llega y sopla’ (Cant 4, 16), sino que desciende y
respira haciendo que las especias aromáticas, es decir, los dones
preciosos de la gracia celestial broten y se difundan en todas direc
ciones. Apartad de los cielos este sol material que ilumina al mundo
¿y qué es del día? Apartad a María, apartad a la Estrella del mar
de la vida ‘del grande y ancho mar’ (Ps 103, 25) ¿y qué queda, sino
una nube de completa tristeza y ‘la sombra de la muerte’ (lob 10, 22)
y una oscuridad muy densa? Por consiguiente, con todas las fibras,
con todos los sentimientos de nuestros corazones, con todo el afecto
de nuestras mentes y con todo el ardor de nuestras almas honremos
a María, porque tal es la voluntad de Dios, que quisiera que obtu
viésemos todo a través de las manos de María. Tal, repito, es la
voluntad de Dios, pero una voluntad en provecho nuestro. Ejerci
tando un cuidado providente por nosotros, sus pobres, muy pobres
hijos, en todas las cosas y a través de todas las cosas, la Virgen Ma
dre calma nuestro tembloroso temor, anima nuestra fe, fortalece nues
tra esperanza, aleja nuestra desconfianza y hace desaparecer nuestra
pusilanimidad. Tú tenías miedo, oh, hombre pecador en acercarte al
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(Ps 125, 2). ‘Oh, Señor, ¿qué es el hombre para que Tú te hayas dado
a conocer a él, o el hijo del hombre para que te cuides de él?’
(Ps 143, 3) ‘O ¿por qué colocas tu corazón sobre él?’ (lob 7, 17).
Pues en verdad Tú colocas tu corazón sobre nosotros y ‘tienes cuidado
de nosotros’ (1 Pet 5, 7) y te preocupas siempre de nuestro bienestar.
Tú nos has enviado a tu único Hijo engendrado, Tú nos has dado
tu Santo Espíritu, Tú nos has prometido la visión de tu Rostro. Y
para que no haya nadie en el reino de los cielos desocupado en el
cuidado de nosotros, Tú has nombrado a los ángeles benditos ‘para
cuidarnos’ (Heb 1, 14): Tú les has encargado de nuestra guarda y
les has ordenado que obren como guías nuestros. No es bastante con
que Tú ‘hagas a estos espíritus tus mensajeros’ (Ps 103, 5), sino que
Tú tienes que hacerles también mensajeros de tus pequeños..., tus
mensajeros para nosotros y nuestros mensajeros para Ti.
” ‘Él ha dado a sus ángeles la custodia sobre ti’ ¡ Oh, maravillosa
condescendencia! ¡ Oh, verdadero afecto divino de caridad! Pues
¿quién es el que ha dado la custodia? ¿Y sobre quiénes? Hermanos,
recordemos afanosa y cuidadosamente las palabras de esta custodia
tan consoladora. ¿Quién es el que ha dado la custodia? ¿De quién
son los ángeles? ¿Qué mandatos obedecen? ¿A los mandatos de
quién se muestran sumisos? Escuchad al salmista: ‘Él—el Todopo
deroso—ha dado a Sus ángeles la custodia sobre ti, para que te
guarden en todos los caminos’. Tampoco los ángeles santos muestran
ninguna oposición a ejecutar la orden dada, puesto que ellos incluso
‘te llevan en sus manos’ (Ps 90, 12). La Divina Majestad, por consi
guiente, ha dado la custodia a los ángeles, a sus propios ángeles, a
esos sublimes y felices espíritus que moran tan cerca de Él, que
están tan íntimamente unidos a Él y son verdaderamente los ‘criados
de Dios’ (Eph 2, 19). Y Él les ha dado la custodia sobre nosotros.
¿Qué somos nosotros? ‘Señor, ¿qué es el hombre para que te pre
ocupes de él, o qué es el hijo del hombre para que Tú lo visites?’
(Ps 8, 5). ¡Como si, en verdad, el hombre no fuese más que podre
dumbre y el hijo del hombre otra cosa que un gusano! Pero ¿qué
pensáis que es la custodia que Él ha dado para nosotros? ¿Quizá,
como el santo Job temía, Él ha ‘escrito cosas amargas contra nosotros
y nos consumirá por los pecados de nuestra juventud’? (lob 13, 26).
¿Quizá Él ha encargado a sus santos ángeles ‘que muestren su poder
contra una hoja que es arrastrada por el viento’ y que ‘persigan a
una paja seca?’ (lob 13, 25) ¿Quizá les ha encargado que se lleven
al impío para que él no vea la gloria de Dios? (Is 26, 10). No,
hermanos míos, ese encargo no se ha dado todavía, pero llegará el
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modo tan vigoroso que pasan, casi inconscientemente, sobre los obs
táculos que les habían causado una enorme alarma. Y después se
sienten tan sorprendidos de la facilidad que han tenido, como ante
riormente se habían sentido desalentados por la dificultad que habían
temido. ¿Deseáis ahora que os diga lo que significa (según mi opi
nión) las dos manos de los ángeles? Me. parece que significan una
doble admonición: somos alzados en las manos angélicas tantas veces
como somos advertidos de la fugacidad de nuestra tribulación actual
y también cuando se sugiere a nuestra conciencia la eternidad del
premio futuro: debería haber dicho, tantas veces como estas verda
des son tan grabadas e impresas en nuestros corazones que percibi
mos de una manera vivida e íntima cómo ‘eso que es ahora mo
mentáneo y ligero en nuestra tribulación nos produce con exceso un
eterno caudal de gloria’ (2 Cor 4, 17). Pues ¿quién se atreve a poner
en duda que estas inspiraciones son obra de los ángeles buenos, puesto
que sabemos que las malas sugestiones vienen de los ángeles malos?
(Ps 77, 49).
"Amadísimos hermanos, haced de los ángeles de Dios vuestros
amigos familiares; frecuentad su sociedad mediante el recuerdo cons
tante y la oración ferviente, pues ellos están siempre junto a vosotros
para consolaros y protegeros.” (Del sermón XII sobre el Salmo XC.)
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niño que sufre dolores. Por consiguiente, que nadie sienta cólera o
desprecio por aquellos que desean ser bestias de carga de Cristo.
Pues cualquiera que ‘escandalizare a uno de mis pequeñuelos’ (Le 17, 2)
ofenderá gravemente al Señor, Quien como una madre, los acaricia
tiernamente en el regazo de Su misericordia hasta que son bastante
fuertes para andar. De aquí también que nuestro santo padre, San
Benito, nos advierta que soportemos con paciencia las flaquezas
tanto morales como físicas del prójimo 3.
”Hay, entonces, cuatro clases de personas en el cortejo del Señor.
Las que preceden al Salvador y las que le siguen representan, respec
tivamente, a los sabios y piadosos y a los sencillos y piadosos. Em
parejo la piedad con la sabiduría y con la sencillez, porque los sabios
que no son también piadosos son impíos, según lo que está escrito:
‘Ellos son sabios para hacer el mal’ (1er 4, 22); y los sencillos, si
no son piadosos, no son más que necios. Pero en el cortejo del Señor
no hay lugar ni para los impíos ni para los necios. Los que se aferran
a los costados del Salvador son los contemplativos, mientras que los
duros de corazón y los no devotos son los que le llevan y se sienten
cargados con su peso. Pero observad que aunque todos van en la
procesión de Cristo, ninguno de ellos puede ver su rostro. Pues los
que le preceden están ocupados en preparar el camino y se muestran
solícitos con los pecados y tentaciones de los demás. Los que le
siguen no pueden, evidentemente, mirar su cara, sino que como Moi
sés, tienen que contentarse con ver sus ‘partes posteriores’ (Ex 33, 23).
En cuanto a la pobre bestia sobre la que Él va montado, sus ojos no
se levantan nunca para. contemplar el rostro de su Amo, sino que
están siempre humildemente inclinados hacia el suelo. Los que ca
minan a su lado consiguen de vez en cuando una visión momentánea
de su cara, pero no pueden contemplarla de un modo pleno o con
tinuo mientras la procesión avanza. Sin embargo, en comparación con
los otros, se puede decir que éstos le ven cara a cara, de acuerdo con
lo que está también escrito de Moisés: que mientras a los otros
profetas Dios les habló en sueños y visiones, Él conversó con Moi
sés cara a cara (Ex 33, 11). Pero ni siquiera Moisés pudo, mientras
vivió en el mundo, conseguir su súplica de contemplar el rostro de
Dios con una visión plena y diáfana, porque como el mismo Señor
declaró: ‘el hombre no me verá y vivirá’ (Ex 33, 20). ‘Yo no puedo
ser visto’, parece decir Él; ‘en esta vida presente: ningún hombre
verá Mi rostro en este viaje, en este cortejo’. Ojalá, por consiguiente,
3 Que (los hermanos) soporten con toda paciencia recíprocamente sus flaque
zas, bien corporales o bien espirituales. Santa Regla LXXII.
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“ ‘No hay amor mayor que el de un hombre que da su vida por sus
amigos’ (loh 15, 13). Estad alerta, hermanos, para que no dejéis
de aprovecharos de los misterios del tiempo perecedero. Muy abun
dantes son las gracias que se ofrecen ahora. Venid con vasos limpios
a recibirlas: presentaos con mentes devotas, sentidos despiertos,
afectos castos y con una conciencia pura para recibir un acopio tan
grande de generosidad divina. Se os pide esta vigilancia especial en
este tiempo santo no sólo por la clase especial de vida que habéis
abrazado, sino también por ser práctica general de la Iglesia a que
pertenecéis. Pues durante la Semana Santa actual todos los cristia
nos, con un fervor mayor que de ordinario, dan ejemplo de mo
destia, practican la piedad, cultivan la humildad, adoptan un aspecto
serio a fin de mostrar cómo se compadecen de los sufrimientos de
Cristo. ¿Quién, en verdad, puede ser tan irreligioso que no se entris
tezca durante estos días benditos? ¿Quién tan orgulloso que no
se sienta humilde? ¿Quién tan rencoroso que no olvide? ¿Quién tan
blando que no haga penitencia? ¿Quién tan sensual que no se con
tenga? ¿Quién tan endurecido en el mal que no se arrepienta? Tene
mos derecho a esperar esta conversión general del corazón, porque
nos aproximamos a la Pasión del Señor, que puede hoy, como al prin
cipio, sacudir la tierra, desgarrar las rocas y abrir los sepulcros
(Me 27, 51-52).
”Nos acercamos también al día de su resurrección, en el que cele
braremos una fiesta solemnísima en honor del Altísimo. ¡Y Dios
quiera que podamos elevarnos en fervor y presteza de alma incluso
a ‘las cosas más altas y más grandes que Él ha hecho!’ (Ps 70, 19).
Pues aquí en la tierra no se pudo hacer nada mejor que lo realizado
por el Señor en estos días. No se podía recomendar a los mortales
nada mejor ni más provechoso que celebrar con un rito perpetuo
y con ‘anhelos del alma su recuerdo’ (Is 26, 8) y ‘publicar el recuerdo
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pueda realizar su trabajo: ‘su trabajo que es ajeno a Él’, como dice
el profeta Isaías (28, 21). Es decir, es realmente su trabajo, porque
el Padre se lo dio para que lo hiciera (loh 17, 4), y, sin embargo,
le es ajeno o extraño, porque los sufrimientos y las humillaciones de
la pasión tenían poca relación con su Divina Majestad. Por tanto,
de esta manera Él nos ha dado un ejemplo de paciencia en lo que Él
ha sufrido.
”Si ahora consideráis con atención la forma en que Él sufrió,
reconoceréis que Él no fue solamente manso, sino también humilde
de corazón (Mt 11, 29). Pues ‘en humildad su juicio fue tomado’
(Is 53, 8) cuando no replicó a tan espantosas blasfemias y a tan falsas
acusaciones. ‘Lo hemos visto—dice el profeta—y no había ningún
aspecto en Él’ (Is 53, 2): Él ya no era ‘bello por encima de los hijos
de los hombres’ (Is 44, 3), sino más bien ‘el reproche de los hombres
y el proscrito del pueblo’ (Ps 21, 7) ‘despreciado y el más abyecto
de los hombres, un hombre digno de lástima... como si fuese un
leproso, y como uno castigado y afligido por Dios’, de forma que
ahora ‘no había en Él ni belleza ni gracia’ (Is 53, 2-4). ¡Oh, el más
abyecto y el más exaltado! ¡El más humilde y el más sublime! ¡El
reproche de los hombres y la gloria de los ángeles! No hay ningún
hombre más elevado que Él ni ninguno tan bajo. Pues Él fue com
pletamente ensuciado con salivazos, fue ‘saturado de oprobios’ (Lam
3, 30), fue ‘condenado a la muerte más vergonzosa’ (Sap 2, 20) ‘y fue
contado entre los malvados’ (Is 53, 12). Y una humildad tan grande,
llevada hasta tal extremo, llevada más allá de todo grado y medida,
una humildad tan grande, repito, ¿no tiene ningún mérito? Por consi
guiente, la humildad de Cristo fue tan maravillosa como su paciencia,
y ambas son igualmente incomparables.
"Además, su humildad y su paciencia resplandecerán de una ma
nera más magnífica si las consideramos en relación con su caridad,
que fue su causa. Porque ‘debido a la extraordinaria caridad con
que Él (Dios) nos ha amado’ (Eph 2, 4) y para redimir a un esclavo
el Padre ‘no salvó ni a su propio Hijo’ (Rom 8, 32) ni el Hijo se
salvó a Sí mismo. Extraordinaria, en verdad, fue esta caridad, porque
fue más allá de toda medida, sobrepasó todos los límites, demostró
ser superior a todo otro afecto. ‘No hay amor más grande que el de
un hombre que da su vida por sus amigos’ (loh 16, 13). Pero Tú
mismo, oh, Jesús, has mostrado un amor mayor al dar tu vida, no
por tus amigos, sino por tus enemigos. Pues ‘cuando éramos todavía
enemigos, fuimos reconciliados’ por tu muerte con Dios Padre y Con
tigo mismo. (Rom 5, 10). ¿Qué otra caridad, por consiguiente, se
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III
TESTIMONIOS DE LA GRANDEZA
DE SAN BERNARDO
De testigos católicos
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preocupó nunca. Fue y deseó ser por encima de todo algo diferente:
fue un monje y un santo.”—Montalembert.
“Es imposible encontrar una personificación más sublime de la
Iglesia Católica que combatía contra los herejes de su época que
el ilustre abad de Clairvaux, que habla, como si dijéramos, en nom
bre de la fe cristiana. Nadie pudo representar más dignamente las
ideas y sentimientos que la Iglesia se esforzaba por difundir entre
la humanidad, ni delinear más fielmente el curso a través del cual
el Catolicismo quería dirigir al intelecto humano. Detengámonos en
presencia de esta mente gigantesca, que alcanzó una eminencia que
excedió con mucho a la de cualquiera de sus contemporáneos. Este
hombre extraordinario llena el mundo con su nombre, lo enardece
con sus palabras, lo domina con su influencia. En medio de la oscuri
dad, él es la luz. Todas sus facultades parecen igualmente desarro
lladas y obran de perfecto acuerdo. Abunda en fieles retratos y
cuadros magníficos. Se insinúa en el corazón, lo encanta, lo subyuga,
infundiendo en el pecador un terror saludable y confortando y ani
mando al afligido... Su exposición de un punto de doctrina es notable
por su facilidad y lucidez; sus demostraciones son claras y conclu
yentes; su razonamiento es conducido con una fuerza lógica que
gravita pesadamente sobre su adversario y no le deja resquicio alguno
para escaparse; mientras que él sabe defenderse con asombrosa ra
pidez y habilidad. En sus contestaciones es claro y preciso, en la
réplica aguda se muestra presto y penetrante y, sin meterse en las
sutilezas de las escuelas, despliega un tacto maravilloso para separar
la verdad del error, la sana razón del artificio y el fraude. He aquí
un hombre formado entera y exclusivamente bajo la influencia del
Catolicismo, un hombre que no soñó nunca en liberar a su intelecto
del yugo de la autoridad y que, sin embargo, se alza como una in
mensa pirámide sobre todos los hombres de su época.”—Balmes.
“Bernardo es igualmente dulce, tierno y vigoroso. Su estilo es ani
mado, sublime y agradable. Trata los temas teológicos a la manera
de los antiguos, por cuyo motivo y debido a la gran excelencia de
sus escritos está incluido entre los padres. Y aunque el más joven de
ellos en el tiempo, es uno de los más útiles para los que deseen me
jorar sus corazones en la piedad sincera.”—Alban Butler.
“Favorito de la naturaleza, la gracia le enriqueció con sus más
selectos dones. Un prodigio de elocuencia, habló a todos en el severo
lenguaje del deber y, sin embargo, se ganó siempre el entusiasta-amor
de todos, fue un milagro viviente del poder de la religión y del celes
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De testigos no católicos
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1 N. del T.—Se refiere a las palabras pronunciadas por los dos discípulos
de Jesucristo que iban a la aldea de Emaús (Le 24, 32), y a los que se
acercó y acompañó Jesucristo.
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INDICE ALFABETICO
*
* La abreviatura de Bernardo es B.
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INDICE ALFABETICO
censión espiritual, 61, 150, 273 si Influencia, 9, 142-152, 189, 216,
guiente ; austeridad de la regla, 673-675.
63 sig.; bautismo, 439-443, 675- Ingreso en Citeaux, 50.
679; Cantar de los Cantares, 32, Llamamiento al pueblo de Roma,
105, 174, 199 sigs., 259, 264, sig., 499-502.
309-312, 330 sig., 337 sigs., 372, Madre de B., 17 sig.
396-400, 436, 478-486, 560 sigs., Método para exhortar a sus mon
625, 630; canto litúrgico, 263 si jes, 61-67.
guientes; ciencia social, 165; co Milagros, 93-95, 298-301, 507 sig.,
legio cardenalicio, 616-619; con 522-527, 534 sig., 537 sig.
trición, 705-708; corredención de Misa y oficio, 666.
María, 710-714; cortejo del Salva Misiones: Chalons, 59; estudian
dor, 720-725; criterios de verdad tes de París, 384-395; Milán,
religiosa, 424-426; dignidades ecle 296-298; región del Rhin, 522-
siásticas, 173-175; Dios, 629-639; 525.
duelo, 640 sig.; educación, 396- Modestia, 52, 85 sig., 144.
400; Espíritu Santo, 701-705; es Muerte, 663-665.
tado presente de los santos, 675- Noviciado, 50 sigs.
679; fragilidad humana, 62; gra Opiniones sobre B.: de testigos
cia, 215-228; humildad, 323; hu católicos, 732-742; de testigos no
mildad del monje, 67, 97-100; im católicos, 742-746.
penitencia final,- 100; Inmacula Oratoria, 96, 101.
da Concepción, 374-382, 685-700; Pacificador, 302-306, 504 sig., 655-
(actitud de B., 683 ; carta a los ca 657.
nónigos de Lyon, 684 sig.; in
fluencia en su reputación, 683 sig.; Padre de B., 18.
razones de su oposición, 684 sig.); Pobreza y oscuridad, 35.
libre albedrío, 215-221; lujo del Poeta, 21 sig., 681.
clero, 71; mariología en general, Posibilidad de éxito social, 34, 43.
100-107; mediación universal de Predica la cruzada, 121, 515-533.
María, 710; merecimientos, 65; Profesión religiosa, 53.
misa, 154-156; misericordia, 161- Proselitismo de B., 42-49, 82-84,
168; mortificación, 89 sig.; obe 239-242, 533 sig.
diencia, 457 sig.; ocupaciones de Proselitismo en favor de los tem
los monjes, 68; oficio episcopal, plarios, 185-187.
169-174; orgullo, 98-100; papa, Protector de la cultura, 401-403.
592-622; pasión del Señor, 725- Protesta contra la elevación de sus
728; pecados por ignorancia, 439- monjes al cardenalato, 642 sig.
443; perseverancia en religión, 61 Reforma el canto cisterciense, 261-
siguiente, 463 sig.; proximidad a 266.
Dios del monje, 67; Redención, Reforma los libros de coro, 260 sig.
64 sig.; relaciones entre la Igle Refuta a Gilbert de la Porrée, 556-
sia y el Estado, 658-660; relaja 563.
miento de la regla, 62 sig.; re Refutación de herejías, 228, 505-
nuncia a la libertad, 65; salmo 511.
XC, 356 sigs.; San Víctor, 726- Relaciones con monjas, 361-364.
731; silencio, 151 sig.; sutileza del Relaciones con otras órdenes, 142-
diablo, 62; valor moral de las 152.
acciones, 140 sig., 461 sig.; vida Reliquias, 666-670.
apostólica de los monjes, 61; vida Reprende al Papa, 145, 346-348.
religiosa, 67, 370-372. Reprendido por el Papa, 466-470.
Edad de ingreso en Citeaux, 50. Retirada a Chatillon, 47 sigs.
Educación familiar, 20. Sepultura, 665 sig.
Elegido obispo, 229, 276, 301 sig., Tibieza juvenil, 32.
343 sig. Títulos, 672.
Enfermedades, 85-90, 95, 156 sig., Trabajo manual, 52.
192, 334, 661-663. Viajes: Aquitania, 290 sig.; Ci
Excesos en la mortificación, 51 teaux, 72; Colonia, 532 sig.;
sig., 60, 85 sig. Chalons, 56; Frankfort, 536 sig.;
Fecha de nacimiento, 17 sig. Grenoble, 143 sig.; lago Leman,
Hermanos de B., 19. 52; Lorena, 662 sig.; Lyon, 230;
Himnos, 679-681. Pisa, 276 sig., 315 sig.; sur de
Humildad, 97-100. Francia, 503, 511.
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INDICE ALFABETICO
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AILBE J. LUDDY
de Tours, 281-285. F
de York, 551-553.
Elizabet, esposa de Guido, 45 sigs., Fassari, 685.
83. Federico, arzobispo dé Colonia, 136.
Eloísa, 408 sig. Federico Barbarroja, 142, 660 sig.
Elphin, 453. Federico de Suabia, 235, 294.
Ellendorf, 14. Felipe de Clairvaux, ver Felipe,
Engelbert, 688. diácono.
Enrique, abad, 551. Felipe de Lieja, archidiácono, 12,
Enrique, arzobispo de Sens, 169, 176 524 sigs.
siguiente, 359 sig. Felipe, diácono, 281 sig., 656 sig.
Enrique de Baviera, 315, 345, 531. Felipe el Hermoso de Francia, 188.
Enrique de Bois, 452. Felipe, hijo de Honorio II, 177 sig.
Enrique I de Inglaterra, 164, 237. Fenelon, 213, 737.
Enrique II de Inglaterra, 292. Fiesta de la concepción de Santa
Enrique V de Inglaterra,. 235, 247, Ana, 374, 690.
345. Fiesta de la Inmaculada Concepción,
Enrique VIII de Inglaterra, 453. 374-382.
Enrique de Lausana, 475. Fiesta de la Mediación Universal de
Enrique de Winchester, 472, 565, María, 9.
573. Fiesta de la Natividad de María, 376.
Enrique, hijo de Teobaldo, 640. Filoteo, biógrafo de B., 13.
Enrique Murdach, 548-551. Flandes, 474.
Enrique el Orgulloso, ver Enrique Flandrin, 266.
de Baviera. Fleury, 737.
Enrique, noble de Friburgo, 526 sig. Fontaines, 17, 19, 28, 43.
Enrique, principe, 353, 641. Fragilidad humana, 62.
Enrique Valois, 97. Frailes de San Víctor, 144.
Enriquistas, 474. Francia, 12, 247, 251.
Eon de l’Etoile, 554 sig. Francisco de Sales, San, 193, 206,
Epernay, 144. 214, 364.
Erasmo, 735. Franco, sacerdote, 524.
Ermengarde, madre de Roberto, abad, Frangipiani, 233 sig.
37, 289, 363. Frankfort, 536 sig.
Ermitaños de Fontemoi, 148. Fromundo, premonstratense, 147.
Ernald, abad de Bonneval, 11 sig., Frovinus, abad, 12, 524 sigs.
236, 237, 243 sig., 277, 290, 296, Fulberto, abad del Santo Sepulcro,
299, 308, 326, 662. 148, 189 sig.
Ernand, abad, 69. Fulk, 70 sig., 363.
Eschbach, 687.
Escocia, 36, 246, 251.
Escuela episcopal de Tournay, 239. G
Escuelas abaciales, 24, 454.
Escuelas catedralicias, 24. Gaens, monje, 452.
España, 14, 244, 247, 251, 275, 325. Galicanismo, 14.
Espíritu Santo, 703-705. Gardner, Edmundo G., 193.
Esteban de Garlande, 131, 133. Gascuña, 475, 503.
Esteban de París, 384 sig. Gasparri, cardenal, 311.
Esteban de Tournai, 262. Gasquet, 16.
Esteban de Vitry, 59 sig. Gaudry de Tuillon, tío de B., 42
Esteban Harding, San, 15, 36, 38, siguientes, 68, 94, 153 sig.
40 sig., 50, 53 sig., 55, 72, 74, 86, Gauthier, prior de Clairvaux, 55 sig.
92, 183, 286 sig. Gelasio II, papa, 127, 232.
Esteban, obispo de París, 176, 284. Gelasio, primado de Irlanda, 453.
Esteban, rey de Inglaterra, 573. Génova, 276.
Eugenio III, papa, 32, 306, 487-494, Geofredo, abad de San Médard,
514, 545, 547 sigs., 563 sigs. 658- 198.
661. Geofredo de Auxerre, 11, 167, 384
Exégesis bíblica, 24. siguiente, 504, 507, 523, 579, 671,
733; colabora en el Líber Miracu-
lorum, 12 sig.; discípulo de Abe
lardo, 408, 422; revisa la obra de
752
INDICE ALFABETICO
753
S. BERNARDO.---- 48
AILBE J. LUDDY
754
INDICE ALFABETICO
Languedoc, 474 sig., 503. 384, 470, 473, 648, 688, 690, 699
Lanigan, 582. siguiente.
Laon, ver Soissons. Mans, 24, 282.
La Róchele, 291. Manuel, emperador, 539 sig., 584,
Legos, origen, 40. 652.
Leman, lago, 52. Map, Walter, 15.
Le Nain, 473. Mariología, 100-107, 710-7I4, ver In
Leonor de Aquitania, 292. maculada Concepción.
Leonor, sobrina de Teobaldo, 445, Martin, cardenal, 239, 741.
472, 515, 656. Martirologio de Talmagt, 374.
León XIII, papa, 733. Martyrologe de Langres, 68.
Líber Miraculorum, 12 sig. Matanza de judíos, 522 sig.
Líber Usuum, 93, 95. Mateo, cardenal, 182, 190, 296, 299,
Libre albedrío, 215-228. 324.
Limerick, 453. Matilde, esposa de Enrique V. 667.
Limoges, 249. Mazella, 688, 690.
Lingard, 237, 573. Mazzini, 661.
Lindsay, 15. Mechtilde, San, 699.
Locmenach, 404. Meglingér, 56, 667.
Lombardía, 314. Melún, 406.
Lorain, 110. Menandro, abad de De Mores, 231.
Lotario de Supplinburg, 235. Merecimientos, 65.
Lotario, rey, 235, 246, 278 sig., 294, Michaud, 515.
313, 326, 358. Migne, 273, 414, 530, 668, 688, 699.
Loth, Arturo, 674. Milán, 246, 296-298.
Louth, 452. Milisendis de Jerusalén, 363.
Lucca, 316. Milman, 569.
Lucio II, papa, 487 sig., 545. Milner, 594, 743.
Luis el Gordo, ver Luis VI. Milon de Thérouanne, 559.
Luis el Joven, ver Luis VII. Misa, 154-156.
Luis VI, rey, 127, 132, 176 sig., 235, Misericordia, 161-168.
244 sig., 284, 287, 292, 295, 334, Monasterios:
516. Argenteuil, 408.
Luis VII, rey, 245, 333 sig.. 343. Bec, 287.
420, 444 sigs., 514, 516, 541-543, Bective, 453.
566. Bonneval, 11.
Luis XI, rey, 132. Bonnevaux, 108.
Lujo del clero, 71. Buzax, 473.
Lutero, 228, 497, 742. Buzay, 289.
Cambrón, 699.
Celle, 37.
Citeaux: emplazamiento, 38; fun
M dación; 38 sigs.; prosperidad,
60; protección papal, 40; reci
Mabillon, 96, 132, 135, 180, 193, be los primeros auxilios, 39; sa
287, 293,300, 309, 311, 342, 426, turación, 59; vida de los mon
431, 455,473, 544, 593, 616, 619, jes, 39; vida de los novicios, 51.
648, 657,672, 687, 690, 699, 737. Clairvaux, 11; ayuda providen
MacNeill, 582. cial, 58 sig.; concilio de obis
Maestro Pedro, 426, 431. pos y abades, 12; descripción,
Maffei, 582. 56 sig., 91 sig.; emplazamiento,
Malaquías O’Morgair, ver Mala 55 sig., 91 sig.; etimología, 55;
quías, San. fundación, 54-56; iglesia pri
Malaquías, San, 262, 364-367, 571- mitiva, 56; indigencia, 56-60;
579. vida de los frailes, 88-91 sigs.,
Malchus, abad, 453. 348-355.
Manes, 474. Cluny, 13, 35; autoridad sobre
Maniqueismo, 474. otros monasterios, 73, 92, 271:
Manning, cardenal, 699, 741. fundación, 73; privilegios a los
Manríquez, 15, 37, 72, 83, 93, 97, abades, 110; reforma, 124; rela
136, 160, 180, 239, 243, 248, 275, jación, 75, 108-122.
277, 283, 287, 291, 293, 314, 381, Chaise-Dieu, 69.
755
AILBE J. LUDDY
756
INDICE ALFABETICO
Ordenes militares, 182-189, ver Ca Pedro de Pisa, 258, 324, 347, 469.
balleros de. Pedro de Poitiers, 408, 676.
Oficio episcopal, 169-174. Pedro de Roya, 262, 349-355.
Orgullo, 98-100. Pedro de Salamanca, 469.
Orleans, 284. Pedro el Ermitaño, 512 sigs.
OSBERTO DE YORK, 565. Pedro el Venerable, 15, 34, 108-
Otto, hermano de Conrado de Ho- 122, 233, 327, 335, 438, 642, 652,
HENSTAOFEN, 142. 733 sig.
Otto of Freising, 15, 408, 422, 426, Pedro Lombardo, 97, 401, 408, 560,
524, sigs., 531, 556, 585. 675, 697.
Ovidio, 444, 615. Pedro, monje, 275.
Pelagio, 228.
Perfectos, 474.
P Perrone, 14, 677, 688, 690 sigs.
Perseverancia en religión, 61 sig.,
Pallet, 403. 463 sigs.
Papado, 592-622; aceptación de per Persius, 120, 265, 399.
sonas, 605 sig.; actividad excesiva, Pesch, 690.
605 sig.; deberes con el clero y Peter de Roya, ver Pedro de Roya.
pueblo romano, 612-614; digni Peter Lombard, ver Pedro Lombar
dad, 595 sig., 599-601; hábitos vir do.
tuosos, 604 sig.; herencia apostó Petrobusianos, 474 sig.
lica, 597-599; inspección univer Petronila, 445.
sal, 611 sig.; primacía, 599-601, Petrus Pisanus, ver Pedro de Pisa.
622; pleitos, 606-609; simonía, Piacenza, 276.
609 sig.; trato a sus domésticos, Piazza, 688.
619-621; virtudes, 601-604, 621 sig. Pierloni, 233 sig.
París, 23, 36, 144, 406, 448, 471, Pifilis, 474.
494. Pío V, papa, 593.
Parvin, monje de San Vicente, 148. Pío VIII, papa, 672, 732.
Pascual II, papa, 40, 232, 247. Pío XI, papa, 9.
Pasión de Jesucristo, 723-726. Pisa, 276.
Passaglia, 14, 683, 687 sig., 691, PlSZTER, 10.
697. Plan de estudios medieval, 24.
Pecados por ignorancia, 439-l,!3. Platos, 736.
Pedro Abelardo, 15, 228, 385, 402, Pohle, 693.
403-438; abad, 409; amores con Poitiers, 23 sig., 248.
Eloísa, 408; cátedra en Laon, 407; Pons, abad de Cluny, 74, 109.
cátedra en Notre Dame, 407; con Pons, J., 10.
denación, 438; contra B., 415- Portugueses contra turcos, 543 sig.
438; crítica de su doctrina, 409; Pourrat, 14, 101, 103.
discípulos, 408; doctrina herética, Preceptos, 454-465.
411-415, 423-426; educación, 403 Predicación de abades, 95.
siguiente; forma escuela, 406 sig.; Premonstratenses, 144 sig.
muerte, 438; nacimiento, 403; Premontré, 144.
obras, 438; oposición a Guillermo Profesores espirituales, 14.
de Champeaux, 406 sig.; profesa Provenza, 474 sig., 503.
en los benedictinos, 408; retracta Ptarins, 474.
ciones, 408; sepultura, 438. Pueblo romano, carácter, 614-616.
Pedro Bernardo, ver Eugenio III. Pullen, cardenal, 652.
Pedro Canisio, San, 735.
Pedro, cardenal, 180, 324.
Pedro Cellensis, 15, 652, 697.
Pedro Comestor, 381, 690. Q
Pedro Damián, 594.
Pedro de Bruys, 475. Quadrivium, 24.
Pedro de la Chatre, 444 sigs., 472,
516 sig.
Pedro de La Ferté, 271. R
Pedro de Leone, 180, 232, 250, 258,
292, 325. Ragnano, 322.
Pedro de Lyon, 332, 376. Raimundo de Agen, 505.
757
AILBE J. LUDDY
Raimundo de Scala Dei, 699. Roger de Sicilia, 246, 272, 279, 294,
Raimundo de Tolosa, 513. 322 sigs., 382 sig., 543, 584.
Rainaldo, abad de Foigny, 385. Roger of Hoveden, 15, 565, 586.
Rainaldo de Morigny, 353. Rohrbacher, 741.
Rainardo, abad de Citeaux, 287, 654 Roscelin de Compiégne, 404.
siguientes. Roscrea, 10.
Raine, 552.
Rainulph, duque, 316, 322 sígs., 358.
Ralph, ver Rodolfo de Vaucélles.
Rangel, 10.
s
Ratisbonne, 14 sig., 216, 292, 511, Saboya, 271, 345.
518, 688, 700, 739. Sacerdotes de Larzicourt, 164.
Raynard, señor de Montbard, 85. Sacerdotes de San Víctor, 176.
Realismo moderado, 405. Sacro Romano Imperio, 235.
Reforma protestante, 14. Sagradas Escrituras, revisión de Es
Regla de San Benito, 35, 73, 90, 373, teban Harding, 53.
910, 457 sigs., 489, 722. Saint-Omer, G. de, 353.
Reims, 11, 13, 23 sig., 133, 148, 175, Salerno, 326.
402, 411. Salmo XC, 356 sig.
Relaciones entre la Iglesia y el Es Salve cisterciense, 267-270, 529 sig.
tado, 658-660. Sampson, arzobispo de Reims, 13,
Relajamiento de la Regla, 62 sig. 516 sig.
Remusat, M. de, 426. Sansfond, 38.
Renuncia a la libertad, 65. Santiago de Compostela, 291.
República romana, 498-502 Sanvert, 14, 123, 183
* 235, 419, 681,
Retórica, 24. 739 sig.
Reynauld, Teófilo, 672. Seguidores de B., 69.
Reynel, 58. Séneca, 646.
Ribera, 734. Sens, ver Auxerre.
Ricardo, abad de Fountains, 273, Serlon, abad, 548.
551, 568. Shakespeare, 550.
Ricardo Conttour, 453. Sheehan de Dóneraile, 268-270.
Ricardo de Hexham, 246. SlGEBERT EL CRONISTA, 287.
Ricardo de SAn Víctor, 144, 693. Silencio, 151 sig.
Richelieu, 34. Simón, abad de San Nicolás, 148.
Richinza, reina, 281, 300. Simón de Poissy, 402.
Ripon, 273. Simonía, 23, 609 sig.
Ritual cisterciense, 154 sig. Simón Mago, 284.
Rivet, Dom, 342. Sínodo de Macón, 48.
Roberto, abad de Molesme, 37 sigs.; Sixto .Sinensis, 734 sig.
canonización, 39; deja Molesme, Sofía, monja, 167, 362.
39, 287; muerte, 39; regresa a Soissons, 95, 144 sig., 148, 248, 275,
Molesme, 39. 385, 407.
Roberto de Capua, 313, 358. Sorus, ver Tescelin.
Roberto de Londres, 469. Storrs, 15, 342, 743 sig.
Roberto de Melun, 402. Stuart Mill, 409. ___________________
Roberto de Monte, 287. Stubbs, 553.
Roberto el Hospitalario, 565. Suárez, 141, 214, 465, 625, 679, 689,
Roberto, hermano de Luis VII, 640. 692 sig., 697 sig.
Roberto, primo de B.: defección, Suger, abad, 34, 127-133, 236 sigs.,
73, 81; escribe sobre la muerte de 409, 451, 471, 514, 559, 648-650.
Aleth, 13. Suiza, 12.
Roberto Pullen, 401 sig. Sutileza del diablo, 62.
Rocourt, L. M., 669. Symeón de Durham, 552.
Rochester, 401. Syrus, arzobispo, 277.
Roder, 443. S. Vorles, 24.
Rodolfo de Vaucelles, 275.
Rodolfo de Vermandois, 445 sigs.
Rodolfo, monje, 522 sig. T
Rogelio de Chalons, 69. —
Roger, abad de Trois-Fontaines, 59. Tancredo, conde, 513.
Roger de Chalons, 85. Tarentaise, 271.
758
INDICE ALFABETICO
759
INDICE ESCRITURISTICO
761
AILBE J. LUDDY
5, 2; 691. Tob
4, 16; 208.
10, 4; 643.
Idc
6, 37; 712. 2 Mach
15, 10; 733.
18, 19; 468. 1, 4; 550.
19-20; 590.
lob
1 Sam
2, 626.
3; 5, 7; 318.
489.
8; 6, 7; 604.
3, 603.
28; 10; 341.
13, 104.
14; 12; 340.
15, 341.
35; 7, 17; 715.
295.
13; 10, 22; 115, 712.
16, 13, 25; 715.
17, 419.
33; 419. 26; 146, 715.
18, 1; 340. 14, 1; 318.
4; 171.
5; 369.
2 Sam 17, 1; 488.
2; 35.
1, 22; 517. 19, 21; 340.
7, 9; 523. 24; 557.
16, 5; 246. 27; 383.
19, 4; 341. 21, 13; 240.
6; 449. 24, 15; 733.
20-21; 116.
1 Reg Ps
3-4; 258. 1, 3; 643.
10, 1; 574. 6; 316.
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AILBE J. LUDDY
764
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1, 1; 501. Zach
12; 343.
2, 2; 544. 1, 14; 628.
3, 25; 203,213, 635.
26; 151.
30; 196, 725. Mal
4, 1; 282, 377, 501.
1, 6; 199, 706.
12; 671.
Bar 2,13; 671.
3, 38; 435, 519, 727.
Mí
Ez 3, 7; 392.
9; 615.
1, 9; 589. 10; 492.
2, 7; 500. 4, 19; 387.
3, 17; 174. 5, 3; 167, 383, 389.
18; 119. 4; 305.
11, 19; 605. 5; 340.
16, 49; 482. 6; 90, 198.
18, 4; 391. 7; 116, 162, 372.
23; 387, 520. 13-14; 119.
33, 11; 663. 14; 483.
15; 170, 364, 483, 522.
19; 460.
Dan 22; 460.
26; 65, 706.
2, 20; 367. 5, 45; 195.
34-35; 483. 46-47; 196.
12, 3; 397. 6, 3; 112.
13, 46; 369, 472. 20; 160.
21; 388.
22-23; 154.
Os 23; 462.
24; 170, 371.
4, 6; 397. 33; 402.
8, 4; 392. 7, 2; 162, 372.
11, 14; 479. 4; 460.
13, 14; 337. 6; 130, 519.
14, 6; 282. 12; 208.
15; 496.
15-16; 505.
767
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INDICE ESCRITURISTICO
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S. BERNARDO.---- 49
AILBE J. LUDDY
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INDICE ESCRITURISTICO
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AILBE J. LUDDY
772
INDICE ESCRITURISTICO
Heb 2 Pet
1, 3; 63, 357, 380. 3, 15; 366.
4; 600. 18; 63.
14; 624, 715, 729.
2, 17; 711, 713.
4, 12; 250, 327, 387.
15; 713. 1 loh
5, 7; 713.
8; 98, 711. 2, 6; 150.
6, 6; 227. 17; 351, 369, 705.
9, 7; 581. 27; 361, 550.
10, 31; 335. 3, 2; 66, 638, 718.
11, 1; 431, 717. 18; 208.
12, 6; 77. 4, 1; 139.
9; 580. 8; 214.
13, 14; 579. 10; 194, 709.
16; 199.
18; 199, 364.
lac 5, 16; 100.
1, 2; 647. 17: 400.
5; 706. 19; 390.
6; 703.
17; 223, 241, 651.
717.
20; 295. Apc
27; 151.
2, 13; 162, 372, 469. 1, 1; 369.
14; 304. 6; 658.
3, 2; 367. 2, 7; 549.
4, 4; 170. -■» 7; 371.
6; 172, 323, 361. 16; 274.
15; 390. 7, 14; 729.
17; 399, 704. 12, 9; 711.
13, 5-7; 250.
6; 254.
1 Pet 14, 2; 113.
8; 544.
1, 22; 458. 13; 186.
2, 2; 211, 387. 22, 12; 229.
773
INDICE
Págs.
Prefacio a la segunda edición inglesa.................................................. 9
Prólogo........................................................................................................ 11
I. Los PRIMEROS AÑOS ... ...................................................................... 17
Linaje del santo: su nacimiento y niñez ..................... 17
II. Formación intelectual ......................................................... 23
Escuelas de la época ......................................................... 23
Bernardo en Chatillón-sur-Seine ................................... 24
Muerte de su madre ......................................................... 28
III. La llamada de Dios.............................................................. 31
Pruebas y vocación de Bernardo .................................. 31
Relato del origen de Molesme y Citeaux ............... 36
IV. Pescador de hombres .......................................................... 42
Conversión de los parientes y amigos de Bernardo 42
Estancia en Chatillón ......................... 47
Adiós a Fontaines.............................................................. 49
Noviciado ............................................................................ 50
V. Clairvaux ... ............................................................................. ... 54
Fundación de Clairvaux ................................................... 54
Miseria ................................................................................. 56
Enfermedad de Bernardo .................................................. 60
VI. Historia de una deserción ............................................... 69
Recluta de los canónigos regulares de San Agustín 69
Fulk ........................................... 70
Defección de Roberto........................................................ 73
Carta a Roberto .......................... 75
775
INDICE
Págs
VIL Trois-Fontaines y Fontenay .............................................. 82
Conversión e historia subsiguiente de Humbelina ... 82
Trois-Fontaines y Fontenay ............................................. 84
Enfermedad de Bernardo ............................................... 85
Guillermo de San Thierry visita Clairvaux .............. 86
VIII. Se manifiesta el taumaturgo .......................................... 91
La Carta de Caridad ........ 91
Primeros milagros ..................................... 93
Tratado sobre la humildad ............................................. 97
Sobre las glorias de la Virgen Madre .......................... 100
IX. Pedro el Venerable: el adversarioamigo .................. 108
Disgustos con Cluny.......................................................... 108
Pedro el Venerable .......................................................... 109
La Apología ....................................................................... 110
X. Historia de una conversión ............................................ 123
Consecuencias de la Apología ................................... 123
Correspondencia con Pedro elVenerable ....................... 124
Conversión de Suger........................................................ 127
Drogo ................................................................................... 133
XI. Influencia de Bernardo ...................................................... 136
El caso del abad Arnold ............................................ 136
Relaciones e influencia de Bernardo con los cartujos
premonstratenses, frailesybenedictinos ................. 142
XII. Enfermedades y visiones ................................................... 153
Muerte de Gaudry ....................................................... 153
Instrucciones sobrela misa ............................................ 154
Enfermedades ... ............................................................... 156
Visiones ................................................................... 157
El conde Teobaldo ....................................................... 161
Bernardo como abogado de los pobres y los desgra
ciados ...., .................................................................... 163
Pionero en ciencia social.................................................. 165
XIII. El buen pastor ................................................................... 169
Tratado sobre el oficio episcopal ........................... ■■■ 169
Ascenso de los muchachos a las dignidades eclesiás
ticas ............................. 173
Bernardo defiende a Enrique, arzobispo de Sens y a
Esteban, obispo de París, contra la tiranía de Luis
el Gordo ........................................................................ 176
Protesta contra la acción de Honorio II ............... ... 177
Una profecía cumplida .................................................... ISO
XIV. Los templarios ..................................................................... 182
Concilio de Troyes ........................................................... 182
Los Caballeros templarios ............................................... 183
Elogio de Bernardo .......................................................... 185
Disgusto con Roma .......................................................... 189
XV. El amor divino ..................................................................... 192
Doctor del Santo Amor ................................................. 192
XVI. La gracia ............................................................................... 215
Doctor de la gracia divina ............................................. 215
XVII. Bernardo y el cisma .................. 229
Anécdotas ............................................................................ 229
776
INDICE
Págs.
Origen del cisma ............................................................... 232
Concilio de Etampes ......................................................... 234
Dieta de Wurzburgo ....................................................... 236
Los reyes de Inglaterra y Alemania ganados para el
partido de Inocencio ................................................ 238
Reclutas para Clairvaux ................................................... 239
XVIII. La visita del Papa ........ . ................................................. 243
Inocencio en Clairvaux ................................. 243
Concilio de Reims ........................................................... 244
Llamamiento al arzobispo Hildeberto ........................... 246
Gerardo de Angulema ..................................................... 247
El duque Guillermo .......................................................... 248
Cartas a Geofredo de Loroux y a los obispos de Aqui-
tania ............................................................................. 249
XIX. La oración de la música ................................................ 260
Corrección de los libros de coro ................................. 260
El canto cisterciense ......................................, ............... 261
XX. Guardián de la justicia ................................................... 271
Rievaulx ............................................................................... 271
Fountains ............................................................................. 273
Vaucelles y Moreruela ................................................... 275
La elección de Tours: celo por la justicia .............. 281
XXL Misiones y milagros ............................................................ 286
Muerte de Esteban: su sucesor ................................... 286
Guillermo de San Thierry ingresa en la Orden de
Citeaux ......... 288
Conversión del duque Guillermo .................................. 289
Carta a los pisanos .......................................................... 293
Bernardo ayuda a restaurar la paz en Alemania ... 294
Concilio de Pisa .................... 295
Misión en Milán ................................................................ 296
Entusiasta bienvenida ...................................................... 297
Milagros............................................................................... 298
Rechaza el arzobispado .................................................... 301
El ángel de la paz ............................................................. 302
XXII. Sermones sobre el Cantar de los Cantares ......... 307
Erección del nuevo monasterio en el Valle de la
Gloria............................................................... 307
Comienzo de los sermones sobre el Cantar de los
Cantares ...................................................................... 309
Carta al emperador ........................................................... 313
Muerte de Guido ........ , ................................................... 314
Otra llamada a Italia ..................... 315
En Montecasino ................................... 316
Cartas al Capítulo General y a la comunidad de
Clairvaux ..................................................................... 318
XXIII. La elección de Langres ..................................................... 322
Derrota del rey Roger ..................................................... 322
Conferencia en Salerno .................................................... 323
Conversión del cardenal Pedro ....................................... 325
Muerte de Anacleto .......................................................... 327
Víctor IV: su sumisión .................... 328
Regreso de Bernardo al hogar ....................................... 329
La elección de Langres .................................................... 331
777
INDICE
Pdgs.
XXIV. Bernardo rehúsa la mitra ..................................................... 336
Muerte del beato Gerardo: oración fúnebre .............. 336
Bernardo elegido arzobispo de Reims .......................... 343
Amadeus .................................................................. 345
Conrado elegido emperador ... ..................................... 345
Décimo Concilio Ecuménico ......................................... 346
Bernardo reconviene al Papa ........................................ 346
Una mirada a Clairvaux: carta de Pedro de Roya 348
XXV. La prisión del Papa ........................................................... 356
Sermones sobre el salmo XC ........................................ 356
El papa Inocencio, cautivo ............................ 358
Bernardo censura al arzobispo de Sens ..................... 359
Sus relaciones con las monjas y otras mujeres devotas 361
San Malaquías visita Clairvaux y Roma ... .............. 365
Los primeros cistercienses irlandeses ........................... 366
Tomás de Beverley y Tomás de San Omer .............. 367
Estima de la vocación religiosa ... ................................ 370
XXVI. Doctrina sobre la Inmaculada Concepción .................... 374
Bernardo condena la fiesta de la Concepción ........ 374
Roger entre los profetas ....... 382
El santo predica a los estudiantes de París .............. 384
XXVII. Protector de estudiantes ............................. 396
Apreciación de Bernardo del conocimiento humano 396
Un patrón de los escolares ........................... 401
Pedro Abelardo ................................................................. 403
XXVIII. Contra Abelardo ........ 410
Bernardo visita el Paracleto .......................... 410
Guillermo de San Thierry da la alarma ... .............. 411
Conferencia con Abelardo ............... 415
Comienzan las hostilidades ..................... 416
Concilio de Sens ............................................................... 417
Abelardo se niega a defenderse ............... 421
Explicaciones probables ........, ........................................ 422
Carta de Bernardo al papa Inocencio . ......................... 423
XXIX. El Doctor de los Sacramentos .............. 439
Doctrina sobre el bautismo y los pecados cometidos
por ignorancia .......................................................... 439
Carta a Joscelin ................... 450
La elección de Burdeos: guerra civil ........................... 451
Los cistercienses en Irlanda ............... 452
Tratado sobre los preceptos y la dispensa .............. 454 -
XXX. Auxilio de los afligidos ... ............................................... 466
Bernardo incurre en el desagrado del Papa .............. 466
Abogado de los afligidos.................................................. 468
Celestino II: paz por fin ................................................. 470
Los herejes de Colonia ............................ 473
Carta de Eberwin .............................................................. 475
El santo denuncia a los apostólicos y refuta sus doc
trinas ....................... 478
XXXI. Maestro del pueblo romano ................................. 487
Eugenio III: cartas de Bernardo a él y a la Curia ro
mana ................................................... 487
El santo se opone a Amoldo de Brescia ..................... 494
Establecimiento de la República romana ..................... 498
Llamamiento de Bernardo al pueblo de Roma.............. 499
778
INDICE
Págs.
XXXII. El pacificador ....................................................................... 503
Viaje al sur de Francia ................................................... 503
El santo lleva la paz a la Iglesia de Burdeos ... ......... 504
Triunfo completo sobre los herejes: carta a los ciu
dadanos de Tolosa ..................................................... 505
XXXIII. ¡Dios lo quiere 1 ... .......................................................... 512
La segunda cruzada .......................................................... 512
Vezelay ........ , ........................... ................................. 515
El arzobispo Sampson, en apuros ................................. 516
Misión y milagros en la región del Rhin .............. 522
XXXIV. La derrota de los cruzados ......... 528
Dieta de Spira................................ 528
Conrado toma la cruz ..................................................... 530
El santo visita Colonia .................................................... 532
Regreso a Clairvaux ................................. ... ............... 533
Etampes ............... 535
Frankfort: cruzada contra los eslavos ..................... 536
Autenticidad de losmilagros atribuidos a Bernardo 537
Partida de los cruzados ................................................... 538
Traición griega .................................................................. 539
Destrucción de los ejércitos conducidos por Conrado
y Luis .......................................................................... 541
Triunfo de las armas cristianas en Portugal: Alfonso
Henríquez .......................... , ......................................... 543
Fundación de Alcobapa .................................................... 545
El rey Guimard se hace monje ...................................... 545
XXXV. El Papa en Clairvaux ......................................................... 547
Eugenio, en Francia ............. 547
Adscripción a Citeaux de la Congregación saviñana ... 547
Enrique Murdach ............................................................... 548
La controversia acerca de la elección de York, resuelta
definitivamente ............................................................ 551
Santa Hildegarda ............................................................... 553
Concilio de Reims ...................... 554
Gilbert de la Portée, refutado por Bernardo .............. 556
El Pontífice visita Clairvaux ......................................... 563
Posdata ................................................................................ 564
XXXVI. Muerte de Malaquías ....................................................... 570
Muerte de Guillermo deSan Thierry ............................. 570
San Malaquías va a morir a Clairvaux ..................... 571
Carta a las comunidades religiosas de Irlanda ......... 579
XXXVII. Bernardo escribe su propia apología ........................... 584
Conrado y Luis en Palestina: regreso de los cruzados 584
Exito de la expedición contra los eslavos .................... 585
Clamor contra Bernardo ................................................... 585
Su apología.......................................................................... 587
779
INDICE
Págs.
Advertencias contra la aceptación de personas y con
tra la actividad excesiva ......................................... 605
Cómo se deben llevar los pleitos ................................. 606
No se debe tolerar la simonía ....................................... 609
XXXIX. Las virtudes del Papa ..................................................... 611
El Papa tiene que ejercer la inspección sobre toda la
Iglesia .......................................................................... 611
Tiene deberes especiales con el clero y el pueblo
romano ......................................................................... 612
Carácter del pueblo romano ........................................ 614
El Colegio de Cardenales debe representar a todas las
naciones cristianas..................................................... 616
Condiciones para el cardenalato ................................. 616
Cómo debe el Papa tratar a sus domésticos ......... 619.
Resumen de las virtudes necesarias en el Romano
Pontífice ...................................................................... 621
XL. Sobre los ángeles .............................................................. 623
Los nueve coros de ángeles y las funciones propias de
cada uno de ellos ................ 623
Cada coro expresa un atributo divino especial que, sin
embargo, se encuentra en Dios en grado infinita
mente más elevado ...., ............................................ 627
El nombre de Dios ............................ 629
Dios como primer principio de todas las cosas ........ 630
El está sobre las condiciones de tiempo y espacio ... 631
El ser más grande concebible ... ................................. 632
Su unidad y sencillez ............. 633
Luz que atormentará a los reprobos ........................... 636
Largura, anchura, altura y profundidad ..................... 637
XLI. Bernardo salva a Francia ............................................... 640
El santo condena el duelo ............................................. 640
Conversión del príncipe Enrique y un compañero ... 641
La disputa de Beauvais ................................................... 641
Bernardo protesta contra la elevación de sus monjes
al cardenalato ............................................................ 642
Diferencias con Roma ..................................................... 643
Preparativos para la nueva cruzada: Bernardo elegido
comandante en jefe ................. 645
Muerte de Suger ............................................................... 649
Historia de Nicolás .......................................... 650
Muerte de Rainard de Citeaux y de Hugo de Macón 654
El santo salva de nuevo a Francia de la guerra civil 655
XLII. El viaje a Dios .................................................................... 658
Bernardo apela al emperador en favor de Eugenio: su
doctrina sobre las relaciones entre la Iglesia y el
Estado .......................................................................... 658
Muerte de Conrado: los romanos se someten a su
sucesor. Fin de Amoldo............................................ 660
Muerte de Eugenio ............................................................ 661
Enfermedad de Bernardo. Ultima carta ..................... 661
Muerte y funeral del santo ............................................. 663
Misa y oficio de su fiesta: historia de sus reliquias 666
Discípulos distinguidos .................................................... 670
Nostalgia claravallensis .................................................... 671
Monasterios bernardinos ................................................... 671
Títulos dados a Bernardo .............................................. 672
780
INDICE
Págs.
APENDICES
781
Nihil obstat: D. Vicente Serrano.
Madrdid, 12 de julio de 1962. Imprí
mase: f José María, Obispo Auxiliar
y Vicario General