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Tema 7 Crimi

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Behavioral Psychology / Psicología Conductual, Vol. 19, Nº 2, 2011, pp.

421-438

TRASTORNOS MENTALES COMO FACTOR DE RIESGO DE


VICTIMIZACIÓN VIOLENTA

Ismael Loinaz1, Enrique Echeburúa1 y Mayalen Irureta2


1Universidad del País Vasco; 2Hospital Clínic de Barcelona (España)

Resumen
Muchos estudios analizan el riesgo de conducta violenta en personas con tras-
tornos mentales (TM). Sin embargo, su riesgo de victimización es un tema al que
se ha prestado poca atención. Este sesgo en la investigación contribuye a mante-
ner estereotipos sobre los trastornos mentales y a perpetuar la estigmatización y
el aislamiento social de quienes los padecen. Según los estudios analizados, las
personas con TM corren un riesgo de victimización violenta significativamente
superior al de la población general, especialmente en períodos de sintomatolo-
gía activa. Este artículo teórico analiza la otra cara de la relación entre trastorno
mental y violencia, centrándose en la epidemiología del problema, los factores de
riesgo más relevantes (victimización previa, consumo de drogas, exclusión social,
comorbilidad/gravedad de los síntomas y trastornos del desarrollo) y algunas
formas de victimización frecuentes (suicidio, violencia contra la pareja, violencia
sexual, acoso escolar y abuso infantil). Se espera contribuir a una mejor compren-
sión de los riesgos de victimización en estas personas, lo que puede traducirse en
unas estrategias más adecuadas de prevención y de tratamiento.
Palabras clave: victimización, riesgo de violencia, trastorno mental, delito violento.

Abstract
A great deal of research has been conducted into the risk of violent beha-
vior among people with mental disorders. However, their risk of victimization is
a subject that has received little attention. This research bias helps to maintain
stereotypes on mental disorders and perpetuate the stigma and social isolation of
the people involved. According to the studies reviewed, such people are far more
likely to be the victims of violence than the general population, especially during
periods when the symptoms are more acute. This theoretical article examines the
other side of the relationship between mental disorder and violence, focusing on
the epidemiology of the problem, the most significant risk factors (prior victimiza-
tion, drug abuse, social exclusion, comorbidity/symptom severity and development

Correspondencia: Ismael Loinaz, Universidad del País Vasco, Facultad de Psicología, Avda. Tolosa, 70,
20018 San Sebastián (España). E-mail: ismael.loinaz@gmail.com
422 Loinaz, Echeburúa y Irureta

disorders) and some common forms of victimization (suicide, domestic violence,


sexual violence, bullying and child abuse). The aim is to contribute to a better
understanding of the risks of victimization in these people, which may lead to
more appropriate prevention and treatment strategies.
Key words: victimization, risk of violence, mental disorder, violent crime.

Introducción

Los actos violentos cometidos por personas con trastornos mentales (TM) son un
tema de investigación que ha suscitado un gran interés (Echeburúa y Loinaz, 2011).
Este hecho se debe, en parte, a la alarma social generada tras algunos aconteci-
mientos violentos graves (como, por ejemplo, el homicidio de un familiar cometido
por un paciente con esquizofrenia) y al miedo asociado con determinadas etiquetas
diagnósticas estigmatizadoras (en especial, la esquizofrenia).
La mayoría de los actos violentos son cometidos por personas sin trastornos
mentales (Arbach y Andrés-Pueyo, 2007). Sin embargo, en muchos casos la presen-
cia de un trastorno es utilizada por los abogados para eximir al acusado, parcial o
completamente, de su responsabilidad penal. Este hecho genera un doble rechazo
social, por un lado, el miedo habitual al enfermo mental y, por otro, la desconfianza
en las causas judiciales en las que se esgrime una enfermedad mental como factor
exculpatorio.
El estereotipo sobre el mayor riesgo de estas personas puede deberse a que los
estudios se centran en muestras concretas. Mientras que una proporción minori-
taria de las personas con TM están hospitalizadas, la mayoría de los estudios que
analizan la relación entre violencia y TM analizan pacientes ingresados (Choe, Teplin
y Abram, 2008).
En el análisis de la relación entre conducta violenta y enfermedad mental existe
una cara de la moneda que no suele ser atendida. En muchos casos los enfermos
mentales, además de sufrir la estigmatización o el miedo que genera el descono-
cimiento sobre su enfermedad, también pueden ser, con mayor facilidad, víctimas
de actos violentos, de abusos o de su utilización como instrumento para cometer
delitos a manos de personas de su entorno o desconocidos.
Así pues, parece necesario que desde el ámbito de la psicología clínica se preste
atención a los factores de riesgo de victimización que presentan las personas con
trastornos mentales y no sólo a los factores de riesgo de cometer conductas violen-
tas.
Este estudio tiene como objetivo analizar las teorías utilizadas para explicar la
victimización de personas con TM, la extensión del problema, los factores de riesgo
y algunas de las formas de victimización más frecuentes. Se espera contribuir a un
mejor conocimiento de un problema poco estudiado y establecer algunas implica-
ciones clínicas derivadas de los resultados analizados.
Trastornos mentales y victimización 423

Modelos explicativos

La criminología ha prestado atención a las víctimas centrándose en aquellos fac-


tores que las pueden hacer propensas a ser victimizadas, como pueden ser la comi-
sión de conductas de riesgo (abuso de alcohol o drogas, por ejemplo) o el contacto
con entornos peligrosos (emparejamientos con toxicómanos, estancias en barrios
marginales, etc.). Por ello, algunos modelos teóricos provenientes de la criminología
han sido utilizados para explicar la relación entre padecer un trastorno mental y la
victimización violenta.
La teoría de las actividades rutinarias (Cohen y Felson, 1979), en esencia, pro-
pone que para que ocurra una victimización es necesario que converjan un agresor
motivado, una víctima adecuada y la ausencia de un protector. Así, la motivación
del agresor no es tan importante como la presencia de víctimas potenciales y la
ausencia de protectores. Esta teoría ha sido puesta a prueba en un estudio con
datos provenientes del proyecto MacArthur, que es un amplio estudio longitudinal
con pacientes con diversos cuadros clínicos dados de alta en hospitales psiquiátricos
(Teasdale, 2009). Según este estudio, las situaciones que disminuyen la presencia
de controles en pacientes con trastorno mental (como estar en paro, sin pareja o
viviendo en la calle) incrementan su riesgo de victimización, pues hay menos per-
sonas que los puedan proteger. A su vez, su sintomatología puede hacer que sean
vistos como un objetivo adecuado sobre el que dirigir la agresión, tal como se ha
puesto de manifiesto en la victimización de pacientes con retrasos del desarrollo
(Sullivan, 2009; Sullivan y Knutson, 2000) o que han sido objeto de acoso escolar
(Arseneault, Bowes y Shakoor, 2009).
Según la teoría general de la tensión (Agnew, 1992), determinadas interaccio-
nes personales pueden provocar frustración, ira o miedo y promover un comporta-
miento violento. La teoría se ha puesto a prueba al analizar los factores mediadores
entre los TM y la victimización. Por ejemplo, las personas con TM, especialmente
aquellas con alteraciones psicóticas, con alucinaciones y con consumo de drogas,
corren mayor riesgo de ser victimizadas por introducir una variedad de estímulos
negativos en su relación con los demás y, por tanto, generar emociones negativas y
reacciones violentas (Silver, 2002). La teoría general de la tensión también se ha uti-
lizado para explicar el solapamiento que se da entre la victimización y las conductas
violentas (Silver, Piquero, Jennings, Piquero y Leiber, 2011), por ejemplo en hombres
victimizados en los que la depresión predice positivamente la implicación en ese
tipo de conductas (Manasse y Ganem, 2009).
Desde el interaccionismo social y la respuesta frente al estrés (Felson, 1992), se
postula que las personas con trastornos mentales generan más quejas en aquellos
con los que interactúan y, por tanto, son más propensas a estar involucradas en
conflictos relacionales (Teasdale, 2009). A su vez, pueden fingir peor las emociones
positivas o la empatía, hechos que pueden ser considerados inapropiados o provo-
cativos en determinadas situaciones. En estos casos la violencia suele considerarse
defensiva, al entenderse como un mecanismo de control social cuyo objetivo es el
mantenimiento de la norma y el sometimiento de la persona (Silver, 2002). Este
modelo no ha sido puesto a prueba directamente de forma independiente a la
424 Loinaz, Echeburúa y Irureta

teoría general de la tensión, por lo que se desconoce la forma en que el control


social contra personas afectadas por trastornos mentales es una de las vías de vic-
timización.
Frente a estas teorías criminológicas, se ha propuesto la alternativa del estigma
social (Teasdale, 2009), es decir, una marca diferenciadora ligada a algunos miem-
bros de la sociedad afectados por una condición particular que conlleva estereoti-
pos, prejuicios y propensión a la discriminación (Arboleda-Flórez y Sartorius, 2008;
López et al., 2008). En nuestro caso esta marca sería el diagnóstico de un trastorno
mental, que es una etiqueta asociada con características negativas que desprestigia
y genera rechazo hacia quien la posee.
La percepción pública sobre las personas con trastorno mental incluye atribu-
ciones hostiles que pueden provocar conductas agresivas contra los afectados. Este
rechazo varía según el tipo de trastorno considerado, desde una mayor tolerancia a
problemas comunes, como la depresión o la ansiedad, hasta un mayor rechazo de
aquellos más graves, como la esquizofrenia (López et al., 2008).
Los estereotipos más frecuentes referidos a las personas con enfermedad mental
son su peligrosidad, su impredecibilidad, la dificultad para relacionarse con ellas y su
incurabilidad e incapacidad (Arboleda-Flórez y Sartorius, 2008). El miedo es el princi-
pal impulsor y mantenedor del estigma social, un miedo que puede tener su origen
en algunas conductas extrañas frecuentes en estas personas, en el propio diagnóstico
y en la imagen difundida desde los medios de comunicación (López et al., 2008).

Epidemiología

Pocos estudios analizan el riesgo de victimización en personas con TM. Esto se


debe, en parte, a que los enfermos mentales, con frecuencia, infravaloran sus expe-
riencias como víctimas o no informan sobre ello y, cuando lo hacen, pueden no ser
creídos (Snowden y Lurigio, 2007).
La cifra de violencia grave atribuible a personas con TM oscila entre el 2% y el
5% (Hiday, 2006; Silver, Arseneault, Langley, Caspi y Moffitt, 2005). Sin embargo,
su victimización es entre dos y cuatro veces superior a la de la población general y
la cifra de víctimas supera a la de agresores (Maniglio, 2009). En la tabla 1 se pre-
sentan los estudios más relevantes de los últimos diez años sobre victimización en
personas con TM.
En EE. UU. más del 25% de las personas con un trastorno mental grave (TMG)
en tratamiento han sido víctimas de un delito violento durante el último año, lo que
representa una proporción once veces mayor a la de la población general (Teplin,
McClelland, Abram y Weiner, 2005).
Las cifras globales de pacientes victimizados pueden alcanzar el 45% durante
el último año y hasta el 90% a lo largo de toda la vida (Choe et al., 2008; Dean et
al., 2007; Maniglio, 2009; Silver et al., 2005; Snowden y Lurigio, 2007), cifra que
supera a la de pacientes implicados en conductas violentas.
Incluso cuando la muestra de referencia son los casos más graves, que requieren
hospitalización (lo cual ocurre en una minoría de pacientes), la cifra de victimiza-
Trastornos mentales y victimización 425

Tabla 1
Prevalencias de victimización en personas con TM en estudios desde el año 2000

Población
Estudio Prevalencia Periodo
psiquiátrica

Goodman et al.
33% ♀ y 36% ♂ 12 meses 782
(2001)

27,2% cualquier delito


Hiday et al. (2001) 4 meses 331
8,2 delito violento

25% muerte no natural 72.208 fallecidos


Hiroeh et al. (2001) (1% homicidio, 73% 20 años entre 1973 y
suicidio) 1993

Hodgins et al. (2007) 48% ♀ y 57% ♂ 6 meses 205

Marley y Buila ♀ 13-45% según delito


Toda la vida 234
(2001) ♂ 1-45% según delito

Silver (2002) 15,2% 10 semanas 270

Sturup et al. (2011) 23,1% ♀ y 19,2% ♂ 12 meses 390

Teplin et al. (2005) 25,3% delito violento 12 meses 936

White et al. (2006) 25,6% 6 meses 308

ción (53%) supera a la del de implicación en conductas violentas (44%) (Hodgins,


Alderton, Cree, Aboud y Mak, 2007). En definitiva, pese a analizar a los pacientes
de mayor riesgo, como los que sufren esquizofrenia, es mayor el riesgo que corren
ellos que el que suponen para el resto de la comunidad (Brekke, Prindle, Bae y Long
2001).
Los datos de prevalencia varían según el sexo, la edad y el tipo de victimización.
En general, las mujeres con TM son más propensas a sufrir abusos sexuales (20,3%)
y los hombres agresiones físicas (34,1%) (Teplin et al., 2005). Las mujeres tienden
a sufrir más agresiones a manos de familiares, amigos y parientes, y los delitos más
traumáticos son aquellos relacionados con alguna forma de abuso o agresión sexual
(Marley y Buila, 2001). En concreto, las mujeres con TMG presentan una probabili-
dad 16 veces superior a la de la población general de informar sobre victimización
violenta (física o sexual) —un 33,4% frente a un 2,1%— (Goodman et al., 2001).
Las mujeres (y las personas con enfermedades más graves como la esquizofrenia)
son más propensas a experimentar más de un tipo de victimización (Marley y Buila,
2001), lo que supone un factor de riesgo añadido.
Los hombres son víctimas especialmente de agresiones y robos, mayoritaria-
mente una vez en su vida y a manos de desconocidos (Marley y Buila, 2001). La
probabilidad de victimización en los hombres con TM es 10 veces mayor que la de
la población general —un 36,7% frente a un 3,5%— (Goodman et al., 2001).
426 Loinaz, Echeburúa y Irureta

La tasa de prevalencia de victimización aumenta con la edad, especialmente entre


los 25 y 49 años. A partir de los 50 decrece, probablemente porque las personas de
mayor edad suelen exponerse a menos situaciones de riesgo (Teplin et al., 2005).
A la vista de los datos existentes, la victimización violenta es un problema de
salud pública grave entre personas con un TMG. La alta incidencia no procede de
una minoría victimizada en muchas ocasiones, sino de una mayoría victimizada en
alguna ocasión. En cifras esto supone que, en EE. UU., cerca de tres millones de
personas con trastorno mental son víctimas de delitos violentos cada año, lo cual
conlleva un coste personal, social y económico elevado, en especial por la necesidad
de tratamientos adicionales (Teplin et al., 2005).
Como se ha podido comprobar, existe una gran discrepancia entre las tasas
de prevalencia encontradas en los diferentes estudios. Estas diferencias pueden
deberse, principalmente, al uso de metodologías diferentes, tales como el intervalo
temporal considerado, la selección de la muestra (los resultados difieren si el estu-
dio es global o si se seleccionan o excluyen los casos clínicos más graves) y la utiliza-
ción de medidas o definiciones diferentes (qué es victimización, cómo se cuantifica,
cómo se obtiene la información sobre su existencia, etc.). Estas diferencias hacen
que la representatividad de los resultados, en muchos casos, sea limitada y que las
implicaciones derivadas de ellos deban tomarse con cautela.

Factores de riesgo de victimización

Las personas con un TM pueden padecer alteraciones en el análisis de la reali-


dad, tener procesos cognitivos desorganizados, mostrar impulsividad o contar con
una capacidad de resolución de problemas pobre. Todo ello afecta a su habilidad
para percibir las situaciones de riesgo y protegerse adecuadamente, facilitando
la adopción de comportamientos relacionados con la victimización, como es el
consumo de drogas, el establecimiento de relaciones conflictivas o el vagabundeo
(Marley y Buila, 2001; Silver, 2002). Los déficit emocionales y cognitivos, como la
interpretación hostil de las intenciones de los demás, están asociados con un mayor
riesgo de victimización (Goodman et al., 2001; Hiday, Swanson, Swartz, Borum y
Wagner, 2001; Sells, Rowe, Fisk y Davidson, 2003).

Victimización previa (infancia y edad adulta)

Muchas victimizaciones ocurren en la infancia. Sin embargo, el trastorno mental


ha sido analizado mayoritariamente como consecuencia de una victimización en
la niñez y no como un factor de riesgo. Haber sufrido abuso físico o sexual en la
infancia está fuertemente asociado a la victimización adulta, lo cual indica que, en
personas vulnerables, las victimizaciones se repiten a lo largo de su vida (Goodman
et al., 2001; Pereda, 2010).
Conductas asociadas con algunos cuadros clínicos, como la impulsividad en
la hiperactividad (trastorno por déficit de atención con hiperactividad, TDAH), el
Trastornos mentales y victimización 427

embotamiento afectivo y la evitación en el trastorno de estrés postraumático o la


apatía y dificultad de concentración en la depresión, hacen al niño más susceptible
a la victimización (Cuevas, Finkelhor, Ormrod y Turner, 2009). Los niños con un TM
presentan cifras significativamente mayores de victimización y, a su vez, el diagnós-
tico está asociado con un riesgo mayor de polivictimización (Cuevas et al., 2009).
Este grupo de niños polivictimizados son los que mayor probabilidad tienen de
presentar diagnósticos psiquiátricos y, por ello, es de especial importancia su iden-
tificación por clínicos y otro personal de atención (Cuevas et al., 2009; Finkelhor,
Ormrod y Turner, 2007).
Además, se produce una relación circular entre la victimización y la conducta
violenta (Hiday, 2006; Manasse y Ganem, 2009), como ocurre con la exposición
directa a la violencia en niños y adolescentes (Cuevas y Castro, 2009). En concreto,
la victimización está asociada significativamente con comportarse de forma violenta
y, a su vez, la implicación en conductas violentas es un buen predictor de victimiza-
ción futura (Silver et al., 2011).

Consumo de alcohol/drogas

El consumo de alcohol/drogas en pacientes con un TM incrementa el riesgo


tanto de conducta violenta como de victimización (Maniglio, 2009; Miller, 2008).
Individuos pobres, solteros, con una historia familiar de conducta antisocial y de
consumo de drogas corren un mayor riesgo de ser víctimas de violencia (Vaughn et
al., 2010). Sin embargo, el aumento del riesgo producido por la combinación de
TM y abuso de drogas parece explicarse por la mayor implicación de estas personas
en situaciones de conflicto interpersonal (Silver, 2002).
El tipo de droga influye (Vaughn et al., 2010). En concreto, el abuso de cocaína,
con las conductas impulsivas y de ideación paranoide que frecuentemente genera,
aumenta cuatro veces el riesgo de victimización respecto a los no consumidores,
y los opiáceos lo incrementan al doble. En personas que abusan del alcohol las
conductas de desinhibición y la percepción errónea de la realidad los convierten en
vulnerables a agresiones de toda índole, incluidas las sexuales. Además, se puede
establecer un círculo vicioso. Cuando el consumo abusivo era un patrón de con-
ducta preexistente, las víctimas incrementarán el uso de drogas tras la victimización
como un medio para afrontar su estrés (Miller, 2008).

Exclusión social

Las mujeres sin hogar con un TMG corren más riesgo de ser víctimas de violencia
que los hombres en su misma situación, especialmente en lo referido a la victimi-
zación física y sexual. En un estudio realizado en población sin hogar de Barcelona,
los TM están presentes en un 49% de los participantes (con un 7% de ludopatía)
y las toxicomanías en un 45% (Uribe y Alonso, 2009). Además, el mismo estudio
indica que las mujeres presentan una frecuencia de trastornos que duplica a la de
los hombres en su misma situación.
428 Loinaz, Echeburúa y Irureta

La ausencia de hogar está fuertemente asociada con el riesgo de victimización,


pero no siempre queda claro si la situación precede o es consecuencia de la victi-
mización (Goodman et al., 2001). Así, la indigencia podría ser reflejo de la disfun-
cionalidad de la persona y aumentar por ello su exposición a situaciones de riesgo,
pero también podría ser consecuencia de una victimización, por ejemplo en el caso
de rupturas de pareja con violencia previa, sobre todo en una clase social baja, que
llevan a uno de los miembros a vivir en la calle.
El aislamiento social y familiar que acompaña a los indigentes es uno de los
principales factores de riesgo de victimización. Estas personas disponen de una red
social pobre y se exponen a más riesgos relacionados con el entorno en el que viven
(Snowden y Lurigio, 2007). Se trata de personas que no pueden recurrir a familiares
o amigos para solicitar ayuda y a las que su situación les conduce al consumo de
drogas para evadirse. Al mismo tiempo, al carecer las víctimas de un apoyo social,
los agresores cuentan con una alta probabilidad de que su delito quede impune, lo
que les lleva a seleccionar específicamente a este tipo de víctimas.

Tipos de trastornos, gravedad y comorbilidad

No existe acuerdo respecto a los diagnósticos concretos que suponen un mayor


riesgo de victimización (Snowden y Lurigio, 2007). Las investigaciones tampoco
profundizan en la prevalencia de diferentes tipos de violencia en función de los dis-
tintos trastornos, por lo que se desconoce aún la forma en que determinados tras-
tornos suponen riesgos particulares de victimización (Howard et al., 2010; Sirotich,
2008; Teplin et al., 2005). En la tabla 2 se presentan algunas cifras y tipos de victi-
mización desglosados por trastornos.
La gravedad del trastorno, junto al abuso de drogas, la ausencia de un hogar
estable, la comorbilidad con trastornos de personalidad o la implicación en activida-
des delictivas o violentas, son factores vinculados a un mayor riesgo de victimización
(Maniglio, 2009). Las personas con TM (p. ej., esquizofrenia) son más propensas a
ser victimizadas durante las fases de sintomatología activa y grave (Teasdale, 2009).
Por otro lado, la edad del primer ingreso psiquiátrico ha sido propuesta como un
factor que incrementa el riesgo, más que el diagnóstico de un trastorno concreto
(Goodman et al., 2001). Por ejemplo, la aparición de trastornos psicóticos antes de
los 25 años supone un incremento de más del doble de la probabilidad de sufrir
violencia física y sexual, si se compara con los casos de aparición más tardía (Dean
et al., 2007).
La comorbilidad entre síndromes clínicos y trastornos de la personalidad tam-
bién aumenta el riesgo (Goodman et al., 2001; Walsh et al., 2003). En especial, la
comorbilidad con trastornos del grupo B (antisocial, límite, histriónico y narcisista) es
el mejor predictor independiente de victimización violenta durante el seguimiento
de pacientes psicóticos, incluso por encima del abuso de drogas (Dean et al., 2007).
Cabe señalar que la gravedad del trastorno contribuye a la victimización, pero
que también se ve exacerbada por ésta. Cuanto más grave sea el síntoma y peor
sea su tratamiento, mayor será el riesgo. Los pacientes empeorarán tras la victimi-
zación y se deberá dedicar, por ello, especial atención a detectar estas situaciones.
Trastornos mentales y victimización 429

Tabla 2
Prevalencia y tipo de victimización según trastornos mentales específicos

Prevalencia y tipo de
Estudio Periodo Muestra
victimización
Psicosis y esquizofrenia
Últimos 3 172 pacientes ambulatorios
Brekke et al. (2001) 34%
años con esquizofrenia
632 pacientes con psicosis
Dean et al. (2007) 23% 2 años
crónica en comunidad
155 pacientes psiquiátricos
Hsu at al. (2009) 16,8% 1 año (esquizofrenia, 59,4%; t.
afectivo, 40,6%)
52% (abuso físico o Toda la 100 mujeres ingresadas con
Kim et al. (2006)
sexual grave) vida esquizofrenia
57,9% violencia física Últimos
Silver et al. (2005) 38
13,2% violencia sexual 12 meses
Último 691 pacientes con trastorno
Walsh et al. (2003) 16%
año psicótico
Trastornos de ansiedad
28,5% violencia física Últimos
Silver et al. (2005) 193
11,9% violencia sexual 12 meses
Trastorno depresivo
31% violencia física Últimos
Silver et al. (2005) 168
10% violencia sexual 12 meses
Retraso del desarrollo
18% posible víctima
Toda la
Giardino et al. (2003) de maltrato (mayoría 60 menores
vida
sexual)
Posible abuso sexual
Discapacidad grave:
83 menores
Kvam (2000) 45% 2 años
(21 discapacidad grave)
Discapacidad leve:
41%
Sullivan y Knutson Toda la
31% 3.262 menores
(2000) vida

Retraso del desarrollo

Padecer un trastorno del desarrollo, como la discapacidad mental o el autismo,


supone un factor de vulnerabilidad que pone en riesgo de sufrir distintos tipos de
victimización al que lo padece. Niños y jóvenes con algún tipo de discapacidad
430 Loinaz, Echeburúa y Irureta

corren un mayor riesgo de ser víctimas de distintos tipos de violencia (Sullivan,


2009). El abuso sexual parece ser la forma de victimización más prevalente entre
estos jóvenes (Hershkowitz, Lamb y Horowitz, 2007; Peckham, 2007; Sullivan,
2009).
Entre los síndromes o discapacidades que pueden suponer un mayor riesgo de
maltrato o abuso sexual se incluyen el TDAH, el autismo, la parálisis cerebral, los
retrasos en el lenguaje y, sobre todo, el retraso mental (Giardino, Hudson y Marsh,
2003). Las personas con retraso mental se pueden convertir fácilmente en víctimas-
objetivo debido a las limitaciones de conciencia y de resistencia, así como a sus
dificultades de comunicación, lo que supone un menor riesgo para el agresor y la
posibilidad de que la agresión quede impune. Así, al comparar las tasas de malos
tratos, se encuentra una mayor prevalencia entre niños discapacitados (31%) frente
a niños sin discapacidad (9%) (Sullivan y Knutson, 2000).
Estos niños presentan una mayor dificultad para informar sobre sus vivencias
(Hershkowitz et al., 2007) y los cuidadores parecen no reconocer como abuso
sexual los síntomas hasta que son demasiado evidentes (Kvam, 2000). Los sínto-
mas no verbales incluyen, entre otros, depresión, pérdida de apetito, problemas de
sueño, llanto, pesadillas, ira, sexualización precoz y conducta introvertida (Peckham,
2007; Pereda, 2009, 2010) y, a veces, suelen atribuirse de forma equivocada a la
propia discapacidad.
Sin embargo, y pese a estos resultados, las características del niño sólo constitu-
yen una parte del conjunto de circunstancias y condiciones que pueden derivar en
el maltrato. Las actitudes parentales (Sidebotham, Heron y the ALSPAC Study Team,
2003) o la interacción de determinados factores individuales, familiares y contex-
tuales (Oliván-Gonzalvo, 2005) pueden incrementar la vulnerabilidad del niño.
La discapacidad mental no sólo supone un factor de riesgo de victimización en la
infancia y la adolescencia, sino también en la vida adulta. Un estudio reciente incide
en la mayor prevalencia de agresiones sexuales entre mujeres adultas con discapa-
cidad mental y critica la escasez de programas de prevención específicos para esta
población (Barger, Wacker, Macy y Parish, 2009).

Formas de victimización

Suicidio

Si bien el suicidio no es siempre resultado de un trastorno mental, los pacientes


psiquiátricos presentan un mayor riesgo de suicidio (Hiroeh, Appleby, Mortensen y
Dunn, 2001; López et al., 2008). En concreto, el 15%-20% de los pacientes con
una depresión pueden intentar quitarse la vida, en especial cuando tienen intentos
previos o presentan comorbilidad con las adicciones (Holma et al., 2010).
El suicidio es una de las principales causas de muerte entre personas con esqui-
zofrenia (Bushe, Taylor y Haukka, 2010). Con un riesgo del 5%, afecta especial-
mente a jóvenes, varones y con estudios (Carlborg, Winnerback, Jonsson, Jokinen y
Trastornos mentales y victimización 431

Nordstrom, 2010; Hor y Taylor, 2010). En estos pacientes se da el suicidio impulsivo,


imprevisto y sin planificación. La sintomatología asociada, como los síntomas depre-
sivos, las alucinaciones activas o la presencia de insight, aparecen relacionados con
un mayor riesgo (Hawton, Sutton, Haw, Sinclair y Deeks, 2005; Hor y Taylor, 2010).
La ideación suicida es también especialmente frecuente en mujeres con TM que
sufren violencia contra la pareja (VCP) (Friedman y Loue, 2007; Sansone, Chu y
Wiederman, 2007).

Violencia contra la pareja

Pese a ser un tema al que se ha prestado poca atención, las mujeres con algún
tipo de TM pueden correr mayor riesgo de sufrir abusos por parte de sus parejas.
La violencia, del tipo que sea, daña la salud mental de la víctima (tema de interés
principal en las investigaciones sobre víctimas) y, a su vez, un trastorno puede hacer
a la mujer más vulnerable a la agresión.
Las cifras de este tipo de violencia pueden alcanzar el 30%-60% de mujeres con
un TM, si bien obtener una estimación precisa se hace complicado debido a la hete-
rogeneidad existente en el tipo de violencia analizado y a la dificultad de averiguar
si el trastorno mental es anterior o posterior a la victimización (Howard et al., 2010).
La presencia de ciertos déficits psicológicos, una red social pobre y los contextos de
toxicomanía incrementan la probabilidad de sufrir violencia por parte de la pareja
(González-Ortega, Echeburúa y Corral, 2008).
La tasa de prevalencia de VCP es mayor entre mujeres con trastorno mental que
en la población general (Heru, Stuart, Rainey, Eyre y Recupero, 2006; McPherson,
Delva y Cranford, 2007). Así, en las mujeres con un TMG se ha encontrado una
cifra media de violencia física, sexual o emocional del 45% (rango: 23%-69%)
(Friedman y Loue, 2007), lo que constituye una cifra muy superior a la de la pobla-
ción general.
Respecto a TM concretos, han sido varios los trastornos estudiados, pero el más
frecuentemente asociado con la VCP es la esquizofrenia de la víctima. En una mues-
tra de mujeres puertorriqueñas con depresión mayor, trastorno bipolar o esquizo-
frenia se han encontrado recientemente cifras de VCP del 68% (Friedman, Loue,
Goldman y Méndez, 2011).
Al igual que en otro tipo de victimización, haber sufrido violencia física o sexual
en la infancia supone un incremento del riesgo de sufrir VCP en pacientes psi-
quiátricos. A su vez, la VCP afecta a la salud mental de la víctima y, en el caso de
mujeres con TMGs, empeora su sintomatología e incrementa el riesgo de suicidio
(Friedman y Loue, 2007).

Violencia sexual

La violencia sexual es una de las formas más frecuentes de victimización entre


personas con TM (Goodman et al., 2001; Silver et al., 2005). Este tipo de victimiza-
ción es especialmente prevalente en mujeres (Goodman et al., 2001; Kim, Kaspar,
432 Loinaz, Echeburúa y Irureta

Noh y Nam, 2006; McFarlane, Schrader, Bookless y Browne, 2006) y, en concreto,


en aquellas con TM y exclusión social (Kushel, Evans, Perry, Robertson y Moss,
2003) o con discapacidad mental (Barger et al., 2009; Peckham, 2007; Sullivan,
2009). El solapamiento entre VCP y agresión sexual es frecuente en estas pacientes
(Friedman y Loue, 2007).
La prevalencia de este tipo de violencia en muestras con TM se sitúa en el 20%-
30% para las mujeres (Goodman et al., 2001; Grubaugh y Frueh, 2006; Marley
y Buila, 2001) y el 1%-5% para los hombres (Grubaugh y Frueh, 2006; Marley y
Buila, 2001).
La victimización sexual en mujeres adultas es frecuente además en personas con
déficits de la personalidad, como falta de asertividad, impulsividad, dependencia
emocional o deseo extremo de llamar la atención.

Acoso escolar

Los niños y adolescentes víctimas de acoso escolar muestran síntomas de estrés


y problemas de adaptación, retraimiento, ansiedad y depresión, que son carac-
terísticas similares a las presentes en víctimas de ciberacoso (Estévez, Villardón,
Calvete, Padilla y Orue, 2010). Ser víctima de acoso no es un hecho aleatorio, sino
que puede ser predicho por características psicológicas de la víctima y por factores
familiares, y puede resultar estable a lo largo del tiempo (víctimas en la infancia
pueden serlo también de adultos) (Arseneault et al., 2009). Este hecho tiene un
interés especial desde el punto de vista de la prevención y la ruptura del ciclo de
victimización en niños vulnerables.
Las consecuencias del acoso escolar grave parecen ser diferentes entre niños y
niñas. En las niñas es un predictor de intentos de suicidio hasta la edad de 25 años,
al margen de la sintomatología depresiva; en los niños, esta relación depende de
la intensidad de la sintomatología depresiva y de otros problemas conductuales. En
concreto, la ideación suicida se agrava en aquellas víctimas que se sienten rechaza-
das en sus casas y cuyos padres presentan problemas interiorizados (Klomek et al.,
2009).
En las víctimas de acoso se ha constatado una especial presencia de niños con
discapacidades y, por ello, se considera que se deben implementar intervenciones
preventivas (Mishna, 2003). Estos niños con frecuencia son el objetivo de burlas y
agresiones, especialmente cuando su discapacidad se manifiesta de forma visible.

Abuso, abandono o negligencia en niños

Los menores con TM o discapacidades también pueden sufrir abusos o negli-


gencia en sus propios hogares. En concreto, los niños con discapacidad psíquica
(frente a la física o sensorial) son los más victimizados, especialmente con negligen-
cia o abandono, y principalmente a manos de la madre (Oliván-Gonzalo, 2002).
Sin embargo, los niños discapacitados podrían no ser más vulnerables por presen-
tar una discapacidad como factor de riesgo individual aislado, sino por la existencia
Trastornos mentales y victimización 433

e interacción de determinados factores de riesgo sociofamiliares y socioambienta-


les en familias multiproblemáticas (Oliván-Gonzalo, 2002, 2005). La coexistencia
de factores de riesgo familiares se ha puesto también en evidencia al detectar la
mayor prevalencia de abuso físico o sexual en niños y adolescentes con trastorno
bipolar (Romero et al., 2009). En estos jóvenes es más frecuente la presencia de
historial familiar de trastornos del estado de ánimo, abuso de drogas y trastornos
de la conducta.
Ocurre, además, que, cuando hay victimización y TM en los menores, los pro-
fesionales tienen mayores dificultades para detectar el abuso o la agresión, dar
credibilidad a las denuncias o tratar adecuadamente la situación (Berástegui y
Gómez-Bengoechea, 2006).
Según un metaanálisis reciente sobre los factores de riesgo de maltrato infantil
(Stith et al., 2009), los predictores más potentes de maltrato o negligencia son la
relación parentofilial y la percepción por parte de los padres del hijo como pro-
blema. Respecto a los padres, la ira y la hiperreactividad, así como la ansiedad y
la inestabilidad emocional, son buenos predictores. Sólo tres factores referentes
al niño parecen tener relación con el abuso o la negligencia: la incompetencia
social, “los trastornos de conducta exteriorizados y los interiorizados”. De todo
ello se deriva la necesidad de analizar el maltrato infantil desde una perspectiva
multidimensional.

Conclusiones

La revisión realizada, junto al análisis de la relación entre violencia y trastornos


mentales (ver Echeburúa y Loinaz, 2011), no nos permite afirmar que las personas
con trastornos mentales, como norma, sean violentas en general o supongan un
mayor riesgo de conducta violenta. Podríamos afirmar que los pacientes con TM
corren mayor riesgo de implicarse en situaciones violentas en las que es más fre-
cuente que ejerzan el papel de víctima que el de agresor.
De los distintos estudios realizados hasta la fecha surgen algunas dudas, como
saber si el padecer un trastorno mental causa la victimización o, al menos, aumenta
su riesgo, o si el trastorno mental es fruto de alguna victimización. Habitualmente
los clínicos presuponen que la psicopatología es la consecuencia, pero esto supone
un enfoque parcial e impide considerar el TM como factor de riesgo de victimiza-
ción. Por ello, y tal como se ha analizado a lo largo del texto, existe una relación
bidireccional entre ser víctima y victimario (Cuevas y Castro, 2009; Estévez, Jiménez
y Moreno, 2010; Hiday, 2006; Manasse y Ganem, 2009; Silver et al., 2011), así
como entre la victimización y la gravedad de los TM (Maniglio, 2009; Silver, 2002;
Teasdale, 2009). De este modo, la victimización o polivictimización incrementan
el riesgo de presentar conductas violentas y trastornos mentales, lo cual, a su vez,
aumenta la probabilidad de sufrir nuevamente victimización.
La información analizada conlleva algunas implicaciones prácticas. Los resulta-
dos indican que es necesario prestar mayor atención al riesgo de victimización en
pacientes psiquiátricos. La misma sintomatología utilizada para predecir posibles
434 Loinaz, Echeburúa y Irureta

conductas violentas puede indicar una situación de riesgo en la persona (Teasdale,


2009). Así, parece necesario detectar victimizaciones recientes en pacientes con
TMG en general y, especialmente, en aquellos con historial de abusos en la infancia,
hospitalizaciones psiquiátricas frecuentes, que carecen de hogar estable o abusan
de drogas, todos ellos factores que predicen la victimización reciente. Para ello,
puede ser relevante hacer preguntas relacionadas con el problema en los Centros
de Atención Primaria para conocer la magnitud y la frecuencia del problema (Marley
y Buila, 2001).
Mejorar la detección es el primer paso para una buena prevención. El objetivo
debe ser reducir la vulnerabilidad de estas personas y centrarse en grupos de riesgo
(como pacientes sin hogar, toxicómanos o víctimas en la infancia), así como en las
víctimas de los delitos más graves (Teplin et al., 2005). Reducir al máximo la estig-
matización de estas personas puede ser otra vía de prevención (López et al., 2008).
La intervención debe centrarse inicialmente en la seguridad de la víctima (en el
caso, por ejemplo, de que se trate de una víctima de VCP o de abuso sexual), en
los problemas psicosociales planteados y en el tratamiento del consumo de alcohol/
drogas. Las secuelas emocionales deben abordarse una vez solucionados los facto-
res contextuales. Las intervenciones ajustadas a las necesidades de estos pacientes
requieren un conocimiento preciso, entre otros factores, del contexto en que se
sufre la victimización, de la autoría de la agresión, de las circunstancias en que esta
ocurre y del significado que la víctima atribuye al hecho (Echeburúa, Corral y Amor,
2002; Goodman et al., 2001).
Respecto a las directrices futuras, se hace necesario usar medidas estandarizadas
y recopilar información detallada sobre las dinámicas interpersonales que rodean las
experiencias de victimización en personas con un TMG. Asimismo conviene analizar
variables moderadoras aún no suficientemente estudiadas (por ejemplo, el nivel de
apoyo social) o variables mediadoras (por ejemplo, la adopción de conductas de
riesgo) que pueden dar cuenta parcialmente de la relación entre los TM y la victimi-
zación. También resulta imprescindible abordar las limitaciones más frecuentes en
este tipo de estudios, como es la falta de análisis de diagnósticos específicos asocia-
dos a un mayor riesgo de victimización (algo que permitiría conocer la medida en
que determinados trastornos presentan niveles diferentes de victimización y actuar
conforme a ello), la carencia de muestras no hospitalarias (por ejemplo, en la comu-
nidad) o la ausencia de estudios longitudinales que permitan estudiar la secuencia
temporal de las variables implicadas.
Por último, se debe hacer frente al problema del infradiagnóstico. La sintoma-
tología traumática no suele ser el motivo de consulta en estos pacientes, en unos
casos por sus propias limitaciones psicológicas o por vergüenza, y en otros, por
miedo a revivir el trauma o por temor a la reacción de incredulidad del clínico. Se
recomienda por ello prestar una mayor atención al problema: la victimización en
pacientes con TM puede exacerbar el trastorno existente, incrementar el uso de
servicios sanitarios y reducir la calidad de vida de los pacientes. Además, aumenta
la probabilidad de revictimización y conlleva riesgo de implicación en conductas
violentas (transformación de las víctimas en victimarios) (Choe et al., 2008).
La Psicopatía y su Repercusión Criminológica: Un
modelo Comprehensivo de la Dinámica de
Personalidad Psicopática

Psycopathy and its Criminological Impact: A


Comprehensive Model of the Psychopathic
Personality Dynamic
José Manuel Muñoz Vicente
Tribunal Superior de Justicia. Madrid, España

Resumen. El trastorno psicopático de personalidad o psicopatía, a pesar de sus controver-


sias en el contexto clínico ha resultado de enorme interés en el ámbito de la psicopatología
criminal y forense al mostrarse tras la evidencia científica acumulada como un factor pre-
dictor de primera magnitud de la conducta trasgresora de la normativa social y legal. En el
presente trabajo se propone un modelo comprehensivo de la dinámica de personalidad psi-
copática desde una perspectiva psicopatológica como paso previo y necesario para facili-
tar su análisis criminológico.
Palabras clave: dinámica de personalidad, psicopatía, repercusión criminológica.

Abstract. The Psychopathic personality disorder or Psychopathy, regardless their contro-


versies in the clinical context, results of a crucial interest in the criminal and forensic psy-
chopathology context, due to the proven scientific accumulated evidence, like a first mag-
nitude predictor factor of the transgresor misconduct of legal and social rules. In the
present study it is proposed a comprehensive model of the psychopathic personality’s
dynamic from the psychopathology perspective as a prior and required step to facilitate its
criminological analysis.
Keywords: criminological impact, personality dynamics, psychopathy.

“Algo no va bien en nuestro tiempo cuando segui- Introducción


mos inmersos en discusiones bizantinas. Personas
normales, desde luego, no lo son: entienden la dife- El constructo “psicopatía” hace referencia a un
rencia entre el bien y el mal, pero disfrutan hacien- síndrome clínico (aunque a día de hoy no esté reco-
do el mal, viven para hacer el mal, y eso no es muy gido en las clasificaciones internacionales de los
normal que digamos. Algo tendremos que hacer desordenes mentales –APA y OMS–), es decir, a un
también desde el punto de vista legal, ¿no les pare- conjunto de signos y síntomas psicopatológicos re-
ce?” lacionados (Hare, 2003). Como se desarrollará en el
(José Sanmartin, Prólogo al libro de J. M. Po- presente artículo, la conformación de la personali-
zuelo: Psicópatas integrados). dad psicopática tiene alta probabilidad de vulnerar la
normativa social y por tanto, de entrar en colisión
La correspondencia sobre este artículo debe enviarse al autor al con el Sistema de Justicia, de ahí su interés crimino-
email: jmvforensic@yahoo.es lógico y forense (Monaham, 2006). Por tanto, este

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58 LA PSICOPATÍA Y SU REPERCUSIÓN CRIMINOLÓGICA

trabajo se enmarca dentro del área de investigación to ha demostrado sin embargo, que la enfermedad
de la Psicología Criminal y más concretamente de mental grave (referida principalmente a trastornos
las aportaciones de la Psicopatología Criminal y de corte psicótico) explica un pequeño porcentaje de
Forense como campo de conocimiento encargado de la criminalidad violenta. Las descompensaciones
abordar la criminodinamia y delictogénesis de los criminales de estos enfermos suelen ir ligadas a una
Trastornos Mentales y su repercusión legal. falta de adherencia al tratamiento (ausencia de con-
La Psicología Criminal o Psicología de la ciencia de enfermedad, efectos secundarios de los
Delincuencia es una subárea dentro del ámbito dis- psicofármacos y síntomas negativos de los casos
ciplinar de la Psicología Jurídica, cuyos hallazgos residuales), el consumo de tóxicos (como estrategia
empíricos también han sido aplicados a la de enfrentamiento ante el malestar experimentado
Criminología. En la actualidad existe consenso den- por su sintomatología) y el escaso apoyo social
tro de la comunidad psicológica española en consi- (Esbec, 2006).
derar a la Psicología Jurídica un campo consolidado Cuestión diferente sucede con los Trastornos de
de actuación profesional del psicólogo (Tortosa, Personalidad. Parece lógico pensar que si interpreta-
Civera, Fariña y Alfaro, 2008; Ovejero, 2009; mos la conducta delictiva reiterada como un signo
Clemente, 2010). de dificultad para adaptarse al entorno se puede
La Psicología Criminal, a partir de los métodos y aventurar que las personas con esta patología por su
los conocimientos generales de la Psicología, des- propia dinámica psicopatológica puedan verse
arrolla investigaciones y genera conocimientos sobrerepresentadas entre la población delincuencial.
específicos en relación a la explicación de la con- Y así parece corroborarlo la prevalencia de sujetos
ducta criminal. Su interés investigador ha versado afectos de estos trastornos entre la población reclu-
especialmente: 1) explicación de la conducta delicti- sa (Coid, 2008). La investigación al respecto parece
va; 2) estudios sobre carreras delictivas; 3) preven- coincidir que los trastornos de personalidad antiso-
ción y tratamiento; y 4) predicción del riesgo de vio- cial y límite (cluster B –DSM-IV-R–) y los trastor-
lencia y/o reincidencia delictiva (Redondo y nos esquizoide y paranoide de personalidad (cluster
Andrés-Pueyo, 2007). A –DSM-IV-R) son los que más probabilidad tienen
Desde el enfoque criminológico de las activida- de entrar en colisión con el Sistema de Justicia
des rutinarias (Cohen y Felson, 1979) se considera (Martínez, López, Díaz, 2001; González, 2007). De
que se necesitan tres elementos para que se produz- igual forma, estos sujetos son fuente recurrente de
ca un acto delictivo: un individuo motivado a come- conflictividad en el entorno penitenciario (Arroyo y
terlo; una víctima (objeto o persona) que le atrae y Ortega, 2009).
que se encuentra a su alcance, y una percepción de Pero si existe una conformación de personalidad
vulnerabilidad de la misma (alta probabilidad de patológica que los datos empíricos hayan correla-
éxito y baja probabilidad de ser capturado). En defi- cionado con alta probabilidad delincuencial, y
nitiva, la comisión de un hecho ilícito es función de especialmente de contenido violento, ese es el tras-
la interacción entre una personalidad vulnerable al torno psicopático de personalidad o psicopatía
delito y una situación propicia (oportunidad delicti- (Salekin, Roger y Sewell, 1996; Monahan,
va) (Redondo, 2008). Steadman, Silver, Appelbaum, Robbins, Mulvey,
El recurso a la psicopatología como motivación Roth, Grisso y Banks, 2001). El psicópata tiene
de la conducta delincuencial ha estado ligado princi- tres veces más de probabilidades de reincidencia
palmente a la explicación de delitos con alto conte- delictiva y el doble de probabilidad de riesgo de
nido violento, provocando históricamente la estig- criminalidad violenta (Hare, 2000). También en
matización del enfermo mental. La sociedad atribu- situación de institucionalización son internos con
ye a estos sujetos una elevada peligrosidad (delitos una alta tasa de comportamiento disfuncional
imprevisibles, con elevado contenido violento y (Hare, 2000; Lösel, 2000).
bizarro en su comisión y que provocan una enorme Todos estos datos sin embargo no nos deben hacer
alarma social). La investigación empírica al respec- caer en la visión simplista de entender la psicopatía

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JOSÉ MANUEL MUÑOZ 59

como sinónimo de criminalidad. No debemos olvi- con una abundante evidencia clínico-criminológica
dar la etiología multicausal de toda conducta, inclui- e investigación empírica respecto a este trastorno
da la delincuencial (Mirón y Otero, 2005), dentro de que hace prever su inclusión en las próximas edi-
esa interacción persona-situación. Por tanto, el ciones de las clasificaciones internacionales de los
padecer un trastorno psicopático de personalidad desórdenes mentales. De cualquier forma, dentro
predispone en mayor grado a la criminalidad en tér- del contexto criminológico y forense, se aborda
minos probabilísticos, pero en ningún modo deter- como una fenomenología psicopatológica diferen-
mina o aboca irreversiblemente al crimen. ciada de otras entidades nosológicas, como por
Si bien, aunque el psicópata no es el nuevo asesi- ejemplo el trastorno antisocial de la personalidad
no nato lombrosiano, si es cierto que su estilo depre- (Monaham, 2006; Torrubia y Cuquerella, 2008).
dador de interacción interpersonal coloca al entorno Los criterios diagnósticos del trastorno antisocial
del psicópata en una elevada situación de riesgo para de la personalidad (TAP) identificarían a los delin-
sufrir algún tipo de daño (emocional, físico o econó- cuentes subculturales o delincuentes de carrera, que
mico). A este respecto, no parecen existir muchas pueden o no presentar desajustes en su base de per-
discrepancias entre psicópatas criminales y no cri- sonalidad de tipo psicopático. De igual forma los
minales respecto a su inclinación hacia el comporta- psicópatas pueden no presentar conductas antiso-
miento no ético (Babiak, 2000). ciales propias del TAP y cuando las presentan difie-
En el presente trabajo se intentarán describir las ren cualitativamente de la de aquellos. Así, mien-
manifestaciones psicopatológicas del trastorno psi- tras un 65% de la población reclusa cumpliría crite-
copático de personalidad para, desde dicha perspec- rios de trastorno antisocial de la personalidad, sólo
tiva, entender su expresión criminológica. entre un 15-20% de los reclusos cumpliría criterios
Las importantes repercusiones jurídico-sociales de psicopatía (datos en muestra española –Torrubia
de un error en el diagnóstico de psicopatía, bien en y Cuquerella, 2008–). Cuando coinciden ambas
el sentido de un falso positivo (estigmatización del características, base de personalidad psicopática y
sujeto) como de un falso negativo (riesgo delicti- proceso socializador en subcultura delincuencial
vo) obligan a una formación especializada de los estaremos ante criminales de elevado riesgo delic-
profesionales encargados de su evaluación tivo.
(Garrido y Sobral, 2008). El contar con una prueba A este respecto, aunque en la actualidad se vis-
de contrastada fiabilidad y validez para su diagnós- lumbra un cambio en el abordaje psicopatológico de
tico (PCL-R o su versión reducida PCL-SV) no los trastornos de personalidad hacia una tratamiento
debe hacernos olvidar que la potencia de su aval dimensional más que categorial por la complejidad
científico recae en última estancia en la competen- clínica de los mismos (Widiger, 2007); en el ámbito
cia y habilidad del profesional encargado de su forense puede resultar complicado desde esta pers-
administración. pectiva la delimitación de los parámetros clínicos de
estos trastornos, cuestión necesaria para la valora-
ción de su repercusión legal. En el caso de la psico-
Trastorno psicopático de personalidad: patía, por ejemplo, entendemos que algunas pro-
manifestaciones psicopatológicas puestas actuales de establecer diferentes tipologías
y repercusiones criminológicas de psicópatas (desde una óptica dimensional del
trastorno) (Hare, 1984; Hicks, Markon, Patrick,
La elaboración de la PCL-R (Hare, 1991) prime- Krueger y Newman, 2004) puede dar lugar a confu-
ro, y la PCL-SV después (Hart, Cox y Hare, 1995) sión en el ámbito jurídico. La psicopatía es un tras-
ayudó a operativizar los criterios clínicos de torno de la estructura de personalidad fruto de una
Cleckley (1976) y ha facilitado que en las últimas conformación anómala de rasgos temperamentales y
dos décadas se incrementara significativamente la caracteriales que puede expresarse con desajustes
investigación transcultural sobre la psicopatía comportamentales diversos. El proceso socializador
(Patrick, 2006). En la actualidad nos encontramos de estos sujetos moldeará la vulnerabilidad heredo-

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60 LA PSICOPATÍA Y SU REPERCUSIÓN CRIMINOLÓGICA

biológica perfilando la expresión conductual, pero la El primer requisito para poder realizar un diag-
estructura alterada de su base de personalidad ha de nóstico de psicopatía es que la personalidad del suje-
ser similar para poder hablar de un trastorno psico- to cumpla parámetros clínicos de desajuste (Belloch
pático como entidad nosológica, y su grado de des- y Fernández-Álvarez, 2005 –tabla 1–):
Tabla 1. Características comunes a todos los trastornos de personalidad

• Es omnipresente: se pone de manifiesto en la mayor parte de las situaciones y contextos, y abarca un amplio rango de comportamientos, sentimien-
tos y experiencias del sujeto.
• No es producto de una situación o acontecimiento vital concreto, sino que abarca la mayor parte del ciclo vital del individuo.
• Dificulta la adquisición de nuevas habilidades y comportamientos, especialmente en el ámbito de las relaciones sociales: perjudica el desarrollo del
individuo.
• Hace al individuo frágil y vulnerable ante situaciones nuevas que requieren cambios.
• No se ajusta a lo que cabría esperar para ese individuo, teniendo en cuenta su contexto sociocultural.
• Produce malestar y sufrimiento al individuo, o a quienes le rodean: provoca interferencias en diversos ámbitos (social, familiar, laboral, etc.).
• Sin embargo, a diferencia de otros trastornos mentales, el malestar es más bien una consecuencia de la no aceptación por parte de los demás del modo
de ser del individuo que una característica intrínseca del trastorno: en general suelen ser egosintónicos, a diferencia de la egodistonía que caracteri-
za a la mayoría de los trastornos mentales.
• Por lo antedicho, la conciencia de enfermedad o anomalía es escasa o inexistente.

ajuste al entorno cumplir parámetros clínicos La esfera cognitiva hace referencia a los esque-
(Garrido, 2000). mas mentales (creencias básicas que utiliza el indi-
Podría decirse que la principal controversia téc- viduo para percibir e interpretar a los demás, a sí
nica existente en la actualidad versa sobre las mismo y los acontecimientos vitales). Sería el área
características clínicas definitorias de la psicopatía. de la personalidad que se va formando a lo largo del
Aunque existe acuerdo en considerar que son los proceso de socialización (carácter). La personalidad
rasgos de personalidad de base los que mayoritaria- psicopática presentaría desajustes en este área carac-
mente caracterizan este trastorno, no existe unani- terizados por:
midad a la hora de valorar el peso de las manifesta- a) Visión egocéntrica del mundo que se plasmará
ciones conductuales antisociales en el diagnóstico principalmente en una búsqueda activa de la
del mismo. Así, para unos autores no serían crite- propia satisfacción, minusvalorando a los
rios definitorios del trastorno, sino más bien conse- demás y mostrando desprecio y desconsidera-
cuencias del mismo (Cooke y Michie, 2001; Skeen, ción por las motivaciones ajenas y sociales.
Mulvey y Grisso, 2003); mientras otros consideran Esta característica de personalidad predispone
que siguen siendo características propias de éste al psicópata a la violación de los derechos y
(Hare y Neuman, 2006). Esta controversia es enten- libertades de sus congéneres.
dible si realizamos una visión histórica del concep- b) Sensación grandiosa de autovalía con plante-
to, y es que no hay que olvidar que fueron las amientos de metas ilimitadas de éxito, deman-
expresiones conductuales disfuncionales hacia el da y percepción de admiración irreal por parte
sistema social las que iniciaron el interés por el de los otros y autopercepción de inmunidad
estudio de esta fenomenología psicopatológica (sensación de omnipotencia). Las ideas de
(Barcia, 2004). grandiosidad impiden una retroalimentación
En el presente trabajo se va a abordar la psicopa- adecuada de la valoración que de su conducta
tía desde una perspectiva psicopatológica, agrupan- realizan los demás (provocan la retroalimenta-
do los distintos desajustes dependiendo de la esfera ción positiva y responden de manera hostil a
de la personalidad afectada: cognición, afectividad, las críticas), configurando un locus de control
actividad interpersonal y estilo de vida (Muñoz, externo. Este rasgo de personalidad predispo-
2010). Se pretende desde este enfoque conseguir ne a estos sujetos a realizar un erróneo análisis
una mejor comprensión de la estructura de persona- de la realidad (ponderación de factores de ries-
lidad psicopática y por ende, de su vulnerabilidad go) lo que aumenta la probabilidad de fracaso
hacia la conducta antisocial. conductual (Wallace, Vitale y Newman, 1999).

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JOSÉ MANUEL MUÑOZ 61

La psicobiografía de estos sujetos está repleta córtex frontal, ventromedial y mecanismos límbi-
de problemas económicos, accidentes de tráfi- cos) que nos hace poner el énfasis en los factores
co, problemas de salud, infracciones legales, biológicos frente a la incidencia del proceso de
inestabilidad en las relaciones interpersonales, socialización en la etiología del trastorno psicopáti-
etc. De igual forma, mostrarán proyectos de co de personalidad, en contraposición a otras perso-
futuro poco realistas atendiendo a sus condi- nalidades antisociales (sociópatas o delincuentes
ciones actuales y a su historia de vida. subculturales) donde el acento en su explicación se
c) Percepción hostil y amenazante del medio. El coloca en la vivencia de un proceso socializador
psicópata suele presentar un patrón de descon- deficitario (Lykken, 2000).
fianza y suspicacia hacia los demás, realizan- Estas disfunciones afectivas tendrán las siguien-
do interpretaciones maliciosas de las conduc- tes expresiones conductuales:
tas y actitudes de los otros. Para estos sujetos a) Inadecuado manejo de la ira. En el psicópata
la confianza es sinónimo de ingenuidad. Este pueden darse dos tipos de manifestaciones de
rasgo de personalidad explicaría reacciones ira (Cornell, Warren, Hawk, Stafford, Oram y
interpersonales desajustadas de corte hostil sin Pine, 1996):
justificación, que aparecen con frecuencia en a) Una ira “sincera” (visceral) que será provo-
la historia psicoevolutiva de estos sujetos. cada ante la percepción de ataques a su per-
Desde un punto de vista psicopatológico sona o autoridad (hipersensibilidad a la crí-
queda la duda de si estamos ante un verdadero tica) o por impedimentos para la consecu-
rasgo de su personalidad, ante una estrategia ción de sus deseos (baja tolerancia a la frus-
justificadora de su conducta antisocial o ante tración). Este tipo de respuestas descontro-
ambas posibilidades. ladas de violencia en el psicópata son de
La esfera afectiva alude a la parte heredo-bioló- aparición súbita (imperceptible escalada de
gica de la personalidad (temperamento), primer la ira) y de una intensidad desproporciona-
núcleo de ésta, encargada de regular la respuesta da (alto riesgo para el otro).
emocional ante los estímulos del medio. Los datos b) Una ira “fingida” (instrumental) como tác-
empíricos apuntan a dos grandes áreas de desajus- tica de control, intimidación y sometimien-
tes a este respecto en las personalidades psicopáti- to del otro. En ese supuesto, el psicópata
cas: por un lado, disfunciones en el procesamiento representa el estado emocional de hostili-
de la información emocional y por otro, limitacio- dad (signos externos del mismo) pero su
nes severas para ser condicionados con el castigo nivel de activación psicofisiológico real es
(Muñoz, Navas y Fernández, 2003; Navas y normalizado. La investigación de Jacobson
Muñoz, 2004; Alcázar, Verdejo y Bouso, 2008). y Gottman (2001) con varones que ejercían
Distintas investigaciones han puesto de manifiesto la violencia sobre su pareja ejemplifican
la estrecha relación entre la disposición tempera- muy bien este tipo de conductas: “nos sor-
mental de baja temeridad y la adquisición de emo- prendió descubrir que las pulsaciones de
ciones morales (vergüenza, culpa y empatía). Se ha alguien pudieran disminuir al pasar de una
comprobado que los niños más miedosos tienden a situación normal a una discusión (…) Los
sentir mayores remordimientos después de haber cobra parecen excitados, actúan con exci-
obrado mal y se sienten más consternados por los tación, se les oye excitados: sin embargo
efectos que puedan tener sus conductas trasgresoras interiormente cada vez están más calma-
(Rothbart y Ahai, 1994; Rothbart, Ahai y Hershey, dos”.
1994; Kochanska, 1995; Kochanska y Thompson, b) Falta de empatía. Para una adecuada compren-
1997; citados en Garrido, 2005). La investigación sión de esta característica dentro de la dinámi-
neuropsicológica acumulada durante estos años de ca de personalidad psicopática debemos aludir
experimentación evidencia disfunciones en la a los modelos multidimensionales de la empa-
estructura y funciones cerebrales (afectación en el tía (Feshbach, 1982; Hoffman, 2000) que esta-

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62 LA PSICOPATÍA Y SU REPERCUSIÓN CRIMINOLÓGICA

blecen tres componentes en la respuesta empá- Caballo y López (2004): “con el fin de obtener lo
tica: dos de ellos cognitivos, 1) la habilidad que desean, estimulan la compasión del otro, lo
para identificar el estado emocional de otra seducen y dicen lo que quiere oír o lo que les va a
persona, y 2) la capacidad para asumir la pers- llegar al corazón”. En este sentido, su marcado ego-
pectiva y el rol del otro; 3) y uno afectivo, la centrismo y su sensación grandiosa de autovalía
capacidad de experimentar la misma emoción transmiten a los demás una afianzada seguridad en sí
que el otro está sintiendo (reactividad emocio- mismos que facilita su poder de convicción y por
nal). El psicópata tendría exacerbados los com- ende, incrementa su capacidad manipulativa.
ponentes cognitivos (posee una inusual destre- Por último, en lo que respecta a su estilo de vida
za para percibir el estado emocional del otro e de forma global lo podríamos caracterizar por su
incluso puede asumir su perspectiva, de ahí adherencia a un estilo de vida desorganizado. Como
que sea capaz de “representar” estados emocio- desajustes en esta esfera, destacaríamos:
nales) lo que le pone en una situación privile- a) Impulsividad. La falta de reflexibilidad como
giada para identificar a los sujetos vulnerables rasgo definitorio de la personalidad psicopática
(víctimas propiciatorias). Sin embargo, carece debería ser matizado. En el psicópata la impul-
de la capacidad para experimentar la emoción sividad no debe entenderse en su acepción tem-
que el otro está sintiendo (componente afecti- peramental biológica (irresistibilidad a la fuer-
vo). En definitiva el psicópata es capaz de com- za del estímulo), como lo demuestra la preme-
prender las consecuencias de sus actos pero es ditación con la que llevan a cabo muchas de
incapaz de sentir los efectos devastadores de sus acciones, sino por su sensibilidad a regular-
los mismos. De ahí la alta probabilidad de se principalmente por las señales de recompen-
expresión de conductas violentas severas sa y a la gratificación inmediata, de ahí que no
(insensibilidad a las señales de dolor y sufri- sean sujetos motivados al esfuerzo continuado
miento de la víctima). y acaben desinteresándose ante todo lo que no
c) Falta de remordimiento por su conducta. La reporte estimulación contingente. Esta caracte-
tendencia a la reiteración en la violación de los rística les hace vulnerables para embarcarse en
derechos de los otros y las distorsiones cogni- actividades ilícitas (lucrativos beneficios, bajo
tivas conducentes a racionalizar dichos actos coste y recompensa inmediata) y tendentes a
contrastan con sus verbalizaciones de arrepen- mostrar un estilo de vida parasitario (vivir de
timiento. los demás) sin reparar en el coste que supone
Hare (2003) avisaba de esta condición a los para el otro. Por otro lado, su visión egocéntri-
evaluadores forenses: “los criminales en la ca del mundo y su sensación grandiosa de auto-
cárcel aprenden muy pronto que remordimien- valía ya referenciadas explicarían la emisión de
to es una palabra muy importante” (pág. 65). conductas en ocasiones carentes de toda lógica
La actividad interpersonal del psicópata se y con elevado componente de riesgo como
caracteriza por dos aspectos fundamentales: estable- muestra de esa omnipotencia que tienen inte-
cimiento de relaciones de poder y control sobre los riorizada (hago lo que quiero, cuando quiero y
demás (Hirigoyen, 2003) y por dirigirse a la consecu- como quiero porque soy inmune a todo). Esta
ción de sus propios objetivos (relación depredadora). dinámica de personalidad podría explicar tam-
Para la consecución de sus objetivos el psicópata bién el que estos sujetos no aprendan de la
se va a valer de su virtuosidad en el manejo del experiencia.
engaño y de su desinhibición en la expresión de la b) Necesidad de estimulación y tendencia al abu-
coacción, la amenaza o la violencia física. Respecto rrimiento. Los psicópatas son sujetos que nece-
al primer aspecto, el psicópata cuenta con amplio sitan experimentar sensaciones y experiencias
repertorio de habilidades de manipulación. Se trata novedosas y además tienen dificultad para tole-
de sujetos con gran capacidad interpretativa, de rar las actividades rutinarias o mantener la
carácter seductor y persuasivo. En palabras de atención para aquello que no tiene un interés

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JOSÉ MANUEL MUÑOZ 63

inherente para él. Son sujetos inconstantes y Conclusiones


volubles. Aunque en ocasiones pueden mostrar
La conformación de rasgos de personalidad des-
un sincero entusiasmo por alguna actividad
ajustados que constituyen el trastorno psicopático de
seducidos por la novedad a la que se adhieren
personalidad predisponen al sujeto que lo padece a la
intensamente, fácilmente abandonan la activi-
colisión con el ordenamiento jurídico y la normativa
dad tan efusivamente comenzada. No debe
social, por esa inclinación a la consecución de sus
entenderse esta característica únicamente
propios intereses despreciando los derechos y liberta-
como búsqueda de estimulación externa (e.g.,
des de los demás. Por tanto, la psicopatía tiene un
selección de deportes de riesgo), sino también,
enorme interés para la Psicología Criminal y Forense,
como modo de experimentar situaciones nue-
en tanto que se presenta, atendiendo a la evidencia
vas y no habituales en los contextos cotidianos.
empírica, como un factor de vulnerabilidad de primer
c) Irresponsabilidad. Estos sujetos son incapaces
orden para la colisión con el Sistema de Justicia (fren-
de asumir los compromisos establecidos con
te al 1% de prevalencia de este trastorno en la pobla-
los demás y de desarrollar sus obligaciones.
ción normal encontramos una representación del 25-
Encontraremos en su psicobiografía continuas
30% en población penitenciaria –Patrick, 2000–).
muestras de irresponsabilidad en las distintas
Las características de la conducta criminal en el
áreas de su vida: en el ámbito laboral (absen-
delincuente psicopático: intensidad de la acción vio-
tismo, violación de normas éticas y deontoló-
lenta, elevado nivel de reincidencia y alta resistencia
gicas en su ejercicio profesional, despreocupa-
al cambio, lo convierten en un reto para este ámbito
ción por la ejecución de su trabajo, incumpli-
científico, además de ser un problema de política
miento de contrato,…); en el familiar (negli-
criminal de primer orden para cualquier país.
gencia en el ejercicio de su función parental,
Hasta el momento, estas particularidades crimi-
en la aportación de apoyo financiero, infideli-
nológicas de su conducta han generado únicamente
dades,…); en el personal (excesos en la inges-
políticas criminales respecto a estos delincuentes
ta de alcohol y drogas, despreocupación por su
basadas en el aspecto punitivo de la pena. Algo nada
seguridad, falta de adherencia a prescripciones
extraño atendiendo a la orientación interventiva
facultativas,…); y en el social (incumplimien-
derivada del actual modelo de “seguridad ciudada-
to de acuerdos contractuales, de préstamos
na” (García-Pablos, 2007; Redondo, 2009).
bancarios, etc.).
Así, dentro de nuestro contexto legal pese a que el
Aunque ya se ha señalado que psicopatía no es
Código Penal de 1995 consolidó el tratamiento jurí-
sinónimo de criminalidad será de especial interés
dico de los trastornos de personalidad como anoma-
para el ámbito clínico-criminológico el análisis,
lías o alteraciones mentales (Jiménez y Fonseca,
cuando se produce, de la conducta antisocial en los
2006) jurisprudencialmente se considera al psicópa-
sujetos psicopáticos. Dicha conducta se caracteriza-
ta plenamente responsable de sus actos antijurídicos
rá por:
salvo que los desajustes en su personalidad de base
• Ser de inicio precoz (antecedentes de delin-
vayan acompañados de un trastorno del Eje I, de una
cuencia juvenil).
toxicomanía o de otro trastorno de personalidad (e.g.
• Su versatilidad (comisión de distintas tipologí-
trastorno límite)1. En otros países, como EEUU,
as delictivas).
• Su alto índice de reincidencia (consolidada 1
Hay que señalar que la jurisprudencia española influida por la tra-
carrera criminal). dición médico-legal no asume el concepto “psicopatía” descrito en el
presente trabajo (derivado de los estudios del profesor Hare y que recu-
• Su resistencia al cambio (ineficacia tratamental). pera la esencia del trastorno de personalidad definido por Clecley), sino
• Alta probabilidad de componentes violentos que, con este término alude a cualquier trastorno de personalidad o al
trastorno antisocial de la personalidad. Sirva como ejemplo la revisión
severos en su expresión (elevado riesgo). jurisprudencial realizada por López y Robles (2005). De las veintitrés
sentencias encontradas en las que aparecía la palabra “psicópata” o “psi-
En definitiva, la conducta criminal del delincuen- copatía” en nueve de ellas se utilizaba como sinónimo de trastorno de
te psicópata es cualitativa y cuantitativamente dife- personalidad, en cuatro como equivalente a trastorno antisocial de la
personalidad y en el resto como término integrante del diagnóstico o
rente a la del resto de infractores. bien como sinónimo de dolencia mental grave.

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64 LA PSICOPATÍA Y SU REPERCUSIÓN CRIMINOLÓGICA

Reino Unido o Israel, la psicopatía no solo no se casos supondría elegir forzosamente la falta de con-
aborda por la jurisprudencia como causa de exen- trol sobre ellos, dada la inexistencia de tratamiento
ción de la responsabilidad criminal, sino que supone en la práctica.
un agravante de la pena apelando a su condición de Sin embargo, distintas revisiones científicas han
peligrosidad (Cuquerella, Torrubia, Mohino, Plan- puesto de manifiesto claras deficiencias metodológi-
chat, Orós, Navarro, López y Genís, 2003). Una cas en los programas tratamentales que avalan esa
posible hipótesis explicativa a este panorama jurídi- visión pesimista respecto a la rehabilitación del psi-
co respecto al trastorno psicopático de personalidad cópata criminal (Garrido, Esteban y Molero, 1996;
pudiera residir en la interpretación en términos Lösel, 1996; Wong, 2000). Es decir, más que hablar
morales del concepto clínico de psicopatía derivado de sujetos intratables, tal vez, deberíamos hablar de
del tratamiento que a dicha psicopatología se le está sujetos resistentes a los programas de intervención
dando en los medios de comunicación, las novelas o existentes hasta el momento, por otro lado, inespecí-
el cine asociándolo a la delincuencia violenta más ficos para este tipo de delincuentes. En palabras de
extrema (Muñoz, 2010) Lösel (2000): tenemos que ser cautelosos y distin-
Pero, ¿puede un sujeto con unos esquemas men- guir entre, por una parte, el conocimiento empírico
tales con los que analiza la realidad tan distorsiona- y, por otra, la suposición básica de que los psicópa-
dos y una vulnerabilidad biológica que le impide tas no tienen tratamiento (págs. 237-238).
regular la respuesta emocional ante las demandas En este sentido, este autor en la obra señalada,
del medio de forma adecuada, adaptar su respuesta apuntaba los principios fundamentales que deberían
arreglo a los cánones sociales, a pesar de no tener seguir los programas de tratamiento para delincuen-
afectada su capacidad cognitiva? Parece defendible tes psicopáticos y que con ciertas reestructuraciones
desde un punto de vista forense la afectación del jui- se exponen en el siguiente cuadro (tabla 2):
Tabla 2

1. Apoyarse en un adecuado conocimiento de la investigación científica en el ámbito de la psicopatía.


2. Basarse en el estudio del caso individual (n=1). Se precisará para ello conocimientos en clínica criminológica propios de la Psicología Criminal
(psicopatología criminal, motivaciones criminales y análisis del delito) y habilidades en técnicas de evaluación forense (detección de la manipu-
lación y de la adherencia superficial al tratamiento).
3. El tratamiento ha de ser intensivo, regular y de larga duración (motivación para el cambio).
4. Contexto terapéutico estructurado (las normas del programa de tratamiento deben estar previamente establecidas) y en constante supervisión. Se
preferirá un formato en situación de internamiento antes que ambulatorio.
5. Crear un clima terapéutico sensible, constructivo y de apoyo sin obviar la firmeza en la aplicación de las normas del programa previamente esta-
blecidas. Este aspecto debiera ser objeto de evaluación continuada (dificultad de abordaje terapéutico con estos sujetos).
6. El objetivo principal del tratamiento debe ser el abordaje de las necesidades criminógenas en lugar de los desajustes de su personalidad de base.
El tratamiento debería proporcionarles experiencias, procesos de aprendizaje y habilidades que les permitieran expresar y controlar las disposicio-
nes básicas de su personalidad de una manera no criminal.
7. Supervisión individualizada de cada caso. El modelo de intervención y las características de los profesionales deberán adecuarse al caso concre-
to.
8. Procurar el cumplimiento íntegro del programa. Una supervisión constante a lo largo del mismo facilitaría la identificación de aquellos factores
que pudieran incidir negativamente en el tratamiento (e.g., manipulación de los internos, frustración de los terapeutas, etc.).
9. Selección de los profesionales adecuados (competencias y habilidades específicas para el abordaje de este tipo de delincuentes).
10. Evitar el acceso de los internos en tratamiento a iguales desviados sin motivación para el cambio. Se pueden utilizar en el programa a internos
rehabilitados que lejos de reforzar el comportamiento psicopático confronten al psicópata con la realidad de sus conductas.
11. Fomentar los factores protectores del interno que contrarresten las motivaciones criminales.
12. Supervisión longitudinal y prevención de recaídas.
13. Evaluación sistemática y rigurosa en términos metodológico de los programas de tratamiento (identificación de los factores correlacionados con
el éxito o el fracaso). Sería de gran interés científico la comparación de los datos arrojados por las evaluaciones de programas a nivel internacio-
nal.

cio en los delincuentes psicopáticos, entendido éste Como estrategia para despertar la motivación de
como la capacidad para evaluar una situación y los psicópatas al tratamiento Wong (2000) sugiere
actuar de forma adecuada. Si bien, como señala utilizar la dinámica de su personalidad recogiendo el
Cuello (2002; en Jiménez y Fonseca, 2006) optar aspecto egocéntrico de la misma haciéndoles ver
por la declaración de inimputabilidad en estos que su conducta antisocial les supone más perjuicios

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JOSÉ MANUEL MUÑOZ 65

que beneficios (e.g., situación de privación de liber- centaje desproporcionado de los delitos que se
tad) a la vez que se les dota de habilidades para comenten en una comunidad.
alcanzar sus metas de poder y vida cómoda de Esto no significa que no debamos intervenir tem-
manera socialmente adaptada. pranamente de una manera especializada con meno-
Teniendo en cuenta que el aspecto punitivo de la res que expresen conductas predictoras de delin-
pena es prácticamente inservible como elemento cuencia futura (e.g., baja tolerancia a la frustración,
disuasor de reincidencia en el delincuente psicopá- conductas oposicionistas hacia las figuras de autori-
tico por la dinámica de personalidad descrita, que dad, tendencia a imponer su voluntad, exposición a
la incapacitación para delinquir propia del estado situaciones de riesgo, reiteración en su conducta
de privación de libertad se circunscribe únicamen- desajustada a pesar de ser castigados, etc.) pero de
te al tiempo de duración de la pena y que los pro- una manera especializada y desde luego, alejada de
gramas de tratamiento no han sido adecuados para etiquetas estigmatizadoras (Roesch, 2005).
cumplir el fin resocializador de ésta, se entiende Por último, no hemos dejar de lado la tarea pre-
que los esfuerzos de política criminal con este tipo ventiva propia de toda Ciencia. Aunque los datos
de delincuentes debieran dirigirse hacia dos líneas empíricos son contundentes respecto a la predisposi-
fundamentales: por un lado, el entrenamiento de ción biológica hacia la psicopatía, hemos de hacer
los profesionales de la salud mental al servicio del hincapié de nuevo en la idea de que predisponer no
Sistema de Justicia (forenses y penitenciarios) para es sinónimo de determinar. El proceso de socializa-
realizar evaluaciones eficaces en la detección de ción también puede incidir en la expresión de la psi-
estos individuos; y por otro, fomentar la investiga- copatía. En este sentido, deberíamos poner el énfa-
ción científica en el ámbito del tratamiento de este sis en construir una sociedad con valores prosociales
tipo de infractores que faciliten su reinserción un tanto alejados de los cánones actuales. En la
social. sociedad actual se ha producido una desmitificación
Apuntar que desde un punto de vista psicopatoló- de la autoridad tradicional adherida a instituciones
gico, aunque algunos autores como Lösel (2000) políticas, religiosas y científicas, llegando incluso a
señalan la importancia de la detección temprana de erosionar a la familia. En vez de valores comparti-
estos sujetos, debemos de ser extremadamente pru- dos, socialmente legitimados, se ha extendido una
dentes a la hora de utilizar la etiqueta “psicopatía” visión cínica en la interpretación de los hechos
en población infanto-juvenil por el carácter estigma- sociales, donde la violencia, la corrupción y la apa-
tizador que supondría para el futuro del menor y la tía en la participación política no son sino claras
dificultad de diagnóstico diferencial, con lo que serí- manifestaciones (Garrido, 2000; pág. 91). Por tanto,
an conductas disfuncionales de corte antisocial inhe- todos como sociedad tenemos la responsabilidad de
rentes y circunscritas al periodo adolescente. Una adoptar un papel activo para evitar el desarrollo de
realidad empírica es que el número de delitos se dis- las personalidades psicopáticas.
para al llegar al periodo adolescente, decreciendo
posteriormente (Serrano, 2009). El 90% de los chi-
cos y el 60% de las chicas participan en alguna acti- Referencias
vidad antijuríidica durante la adolescencia. La
mayoría de estos adolescentes abandonan estas Alcázar, M. A., Verdejo, A. y Bouso, J. C. (2008). La
prácticas por propia iniciativa, sin que nunca hayan neuropsicología forense ante el reto de la relación
tenido contacto con el Sistema de Justicia (Garrido, entre cognición y emoción en la psicopatía.
Stangeland y Redondo, 2006). Moffit (1993) en este Revista de Neurología 47, 607-612.
sentido distinguía entre jóvenes cuya emisión de Arroyo, J. M. y Ortega, E. (2009). Los trastornos de
conductas ilícitas se circunscribe únicamente a la personalidad en reclusos como factor de distor-
edad adolescente, y por otro, habría jóvenes cuya sión del clima social de la prisión. Revista
actividad delincuencial persistiría a lo largo de su Española de Sanidad Penitenciaria, 11, 11-15.
vida. Serán estos últimos los responsables de un por- Babiak, P. (2000). Psychopathic manipulation at

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Pintado García

Trastornos mentales y violencia:


Implicaciones jurídico forenses

Olatz Pintado García 1


Universidad del País Vasco

Resumen
Este trabajo se centra en analizar la responsabilidad penal atribuida a personas que
padecen un trastorno mental y, como consecuencia del mismo, han cometido un acto
delictivo. También pone su interés en la naturaleza de la valoración de imputabilidad de
personas que, sin padecer un trastorno mental crónico, cometen un delito estando bajo
los efectos de sustancias tóxicas. El estudio empírico se va a llevar a cabo a través de la
revisión de un conjunto de sentencias comprendidas desde el año 2010 hasta el año 2018,
todas ellas dictadas en el País Vasco. A partir de estas sentencias, se van a conocer los
argumentos aportados por el órgano juzgador a la hora de pronunciarse sobre el grado
de imputabilidad que corresponde a los sujetos. Además, se identificarán las principales
psicopatologías que están presentes con mayor frecuencia en los sujetos que han
cometido un delito, así como las alteraciones psicológicas que normalmente conllevan
exención o disminución de la responsabilidad penal y aquellas que no suponen la
aplicación de circunstancias modificativas de la responsabilidad penal.

Palabras clave: Trastorno mental. Enfermedad mental. Violencia. Delito.


Imputabilidad. Responsabilidad penal.

1
Correspondencia: opintado001@ikasle.ehu.eus

International e-Journal of Criminal Science


Artículo 2, Número 13 (2019) http://www.ehu.es/inecs
ISSN: 1988-7949
Abstract

This paper focuses on analyzing the criminal responsibility that is given to people who
suffer a mental disease and, as a result, have commited a criminal act. It also focuses on
the character of the assessment of imputability of people who, without suffering a
chronicle mental disase, commit a crime being under the effects of toxic substances,
probably having a severe addiction to them. The empiric study is going to be carried out
though the review of a set of sentences from the year 2010 and 2018, all of them issued
in the Basque Country. Since this sentences, the arguments given by the judging body
have been analyzed at the time of pronounce itself over the degree of imputanility that
belongs to these subjects. Moreover, psychopathologies which with a higher frecuence
are present in subjects that have committed a crime are going to be identified, as well as
the psychological alterations that normally bring with it exemption or decrease of
criminal responsibility or that ones that aren`t suppose the application of modifying
circumstances of criminal responsibility.

Key words: Mental disorder. Mental disease. Violence. Crime. Imputability. Criminal
responsibility.

1. Introducción
La Organización Mundial de la Salud (OMS, 2017a) define la salud mental como un estado
de bienestar en el que las personas son conscientes de sus capacidades, son capaces de afrontar
las tensiones que surgen en su vida cotidiana, de trabajar de manera productiva y de contribuir a
su entorno. De acuerdo con esta definición, la salud no solo supone ausencia de afecciones o
enfermedades, sino que requiere un estado de absoluto bienestar físico, mental y social.
Partiendo de esta base, se podría decir que un sujeto como Ted Bundy -condenado a muerte y
ejecutado en la silla eléctrica por asesinar a 36 mujeres-, se ajusta a las directrices proporcionadas
por la OMS y que, por lo tanto, goza de salud mental. Es decir, Ted Bundy, se licenció en la
Universidad de Washington, participó en actividades comunitarias e incluso fue premiado por la
Policía de Seatle por salvar la vida de un niño y, a su vez, cometió actos terribles. La salud mental
requiere la presencia de una serie de síntomas, entre los que son dignos de mención los siguientes:

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ISSN: 1988-7949
actitudes positivas hacia uno mismo, estrategias de afrontamiento adecuadas, autonomía y control
de situaciones y, por último, una percepción correcta de la realidad. Las actuaciones de un
psicópata como Ted Bundy son compatibles con todos los síntomas mencionados. Ahora bien, a
pesar de ajustarse a las directrices proporcionadas, en ningún caso se podría afirmar que posee
una correcta salud mental, al presentar indudables déficits en la misma (San Juan y Vozmediano,
2018).
Esta concepción de la salud mental ha recibido numerosas críticas. Entre las principales se
encuentra la del sociólogo Erving Goffman, que defiende la idea de que la enfermedad mental no
puede ser definida como un conjunto de síntomas fácilmente acotables, sino como una
incorrección situacional que revela una desconexión con las normas sociales. Siguiendo esta
perspectiva se puede afirmar que conceptos como salud y enfermedad mental están construidos a
partir de las interacciones sociales y evolucionan en función del contexto cultural e histórico.
Partiendo de esta base, que una persona sea considerada enferma mental no solo depende de las
alteraciones psicológicas que padezca, sino también de las actitudes que la sociedad adopte en
relación a las mismas. En este sentido, lo que puede considerarse una conducta “normal” en una
sociedad, puede tipificarse como un delito en otra, al igual que ocurre entre diferentes épocas (San
Juan y Vozmediano, 2018).
En definitiva, la concepción de enfermedad mental no ha sido constante a lo largo del tiempo
e incluso hoy en día dicha concepción difiere de unos lugares a otros. Como consecuencia, el
tratamiento de los enfermos mentales ha experimentado una importante evolución en las últimas
épocas. Históricamente, la enfermedad mental se relacionaba íntimamente con las prácticas
demoniacas, siendo estos enfermos encerrados en hospitales psiquiátricos al considerar que su
presencia desprendía un gran peligro para el resto de los ciudadanos. Actualmente, a pesar de que
sigue existiendo un cierto desconocimiento sobre la enfermedad mental, se ha superado el
tratamiento que recibían estas personas y se ha apostado por una intervención. Exactamente igual
ha ocurrido en el ámbito jurídico, en el que la evolución de la enfermedad mental se ha visto
reflejada en los preceptos de los distintos textos penales que ha habido a lo largo de la historia
(San Juan y Vozmediano, 2018; Echeburúa 2018).

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Íntimamente ligada al desconocimiento que existe en torno a la enfermedad mental se halla la
hipótesis psicopatológica. Esta hipótesis, basada en la creencia popular de que la mayor parte de
la criminalidad es protagonizada por enfermos mentales, es el recurso más utilizado por la
sociedad de cara a comprender determinadas conductas que son concebidas como inexplicables
por la crueldad que desprenden. Las personas son incapaces de concebir cómo un sujeto
aparentemente normal o que no padece un trastorno mental de relevancia clínica tiene la
capacidad de cometer actos tremendamente desviados, de modo que tienden a justificarlos con el
padecimiento de una enfermedad mental. Es decir, la sociedad necesita entender esos
acontecimientos y la única manera de alcanzar esa comprensión es mediante el establecimiento
de una relación causal entre delito y psicopatología. Sin embargo, se trata de una creencia errónea,
ya que la mayoría de los enfermos mentales jamás llevarán a cabo actos delictivos ni se
comportarán de forma violenta. De hecho, los trastornos mentales que suelen ir acompañados de
conductas agresivas son muy concretos y estas solo se manifiestan durante periodos de tiempo
muy limitados (San Juan y Vozmediano, 2018; Echeburúa, 2018; Fuentes, 2012).

2. Objetivos de la Investigación
El presente trabajo ha puesto su foco de atención en la responsabilidad penal que se les atribuye
a aquellas personas que padecen un trastorno mental y, como consecuencia del mismo, han
cometido un acto delictivo. Es preceptivo en estos casos evaluar las competencias intelectivas y
volitivas del afectado en el momento de los hechos. También ha sido motivo de interés la
naturaleza de la valoración de imputabilidad de personas que, sin padecer un trastorno mental
crónico, cometen un delito estando bajo los efectos de bebidas alcohólicas u otras sustancias
tóxicas, pudiendo tener una grave adicción a las mismas. Para ello, se han analizado los
argumentos aportados por el órgano juzgador a la hora de pronunciarse sobre el grado de
imputabilidad que corresponde a estos sujetos. Este estudio se ha llevado a cabo a través de la
revisión de un total de 73 sentencias comprendidas desde el año 2010 hasta el año 2018, todas
ellas dictadas por el correspondiente órgano juzgador en el País Vasco.

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A partir de este conjunto de sentencias, se van a identificar las psicopatologías que con mayor
frecuencia están relacionadas con la violencia y, en consecuencia, con la comisión de conductas
delictivas. También se van a analizar las alteraciones psicológicas que normalmente conllevan
exención o disminución de la responsabilidad penal, así como aquellas que no suponen la
aplicación de circunstancias modificativas de la responsabilidad. En función de la plenitud o
limitación de las capacidades mentales del sujeto en el momento de los hechos, se podrá acordar
su absolución y, con ello, la imposición de una medida de seguridad; la disminución de su
condena; o incluso se podrá declarar su plena imputabilidad, siendo sometido a la pena privativa
de libertad correspondiente.

3. Método y Procedimiento
Las sentencias utilizadas para llevar a cabo este estudio han sido recogidas a través de la página
web del Centro de Documentación Judicial (Cendoj). Se trata de un órgano técnico del Consejo
General del Poder Judicial que se encarga de publicar jurisprudencia oficial.
Para acceder a la jurisprudencia referida, se han realizado dos estrategias de búsqueda
diferentes en las que se han utilizado una serie de filtros muy similares. En la primera búsqueda,
se han señalado las opciones de “jurisdiccional penal”, indicando que el tipo de resolución sean
“sentencias” y que hayan sido dictadas en el “País Vasco”. En el apartado de texto libre, se han
introducido las palabras clave “enfermedad mental imputabilidad”. De esta selección, se han
obtenido un total de 385 sentencias, de las cuales el buscador Cendoj solo permite tener acceso a
200. En la segunda búsqueda, se han introducido exactamente los mismos datos que en la anterior,
“jurisdicción penal”, “sentencias” y “País Vasco”, cambiando las palabras añadidas en el texto
libre por “trastorno mental imputabilidad”. En este caso, ha ocurrido lo mismo que en la búsqueda
anterior. De la selección efectuada, se han encontrado un total de 530 sentencias, de las cuales
únicamente se ha podido tener acceso a 200. El buscador de jurisprudencia Cendoj, a pesar de
almacenar una gran cantidad de documentación judicial, establece la limitación de poder
recuperar un máximo de 200 documentos, no pudiendo acceder al resto de sentencias relacionadas
con la materia de estudio.

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De las dos búsquedas realizadas, “enfermedad mental imputabilidad” y “trastorno mental
imputabilidad”, se han obtenido un total de 400 sentencias. La mayoría de las sentencias obtenidas
en estas dos búsquedas han resultado ser las mismas, de modo que el número de la muestra se ha
visto reducido. A pesar de ello, con la utilización de estos dos filtros también se han encontrado
nuevas sentencias, haciendo posible incrementar la muestra. Una vez seleccionadas las sentencias,
se ha procedido a descartar aquellas en las que el órgano jurisdiccional se pronunciaba sobre un
recurso de apelación interpuesto. También han sido suprimidas aquellas sentencias en las que
quien padecía un trastorno mental era la víctima en vez del sujeto acusado. Por último, se han
eliminado aquellas sentencias sobre procesos penales en los que no ha habido peritaje a efectos
de valorar el grado de imputabilidad del acusado. Tras aplicar los correspondientes filtros, el
estudio cuenta con un total de 73 sentencias.
En suma, las sentencias que han sido seleccionadas para este estudio tienen una serie de
criterios comunes. En todas ellas, el órgano juzgador decide sobre la imputabilidad de personas
que han cometido conductas delictivas teniendo un trastorno mental o una alteración psicológica,
en función del estado en el que sus facultades mentales se encontraran al tiempo de los hechos.
La investigación realizada no se ha centrado en una psicopatología determinada, de modo que se
han analizado diferentes tipos de trastornos mentales de distinta naturaleza, así como sus
implicaciones en el ámbito forense.
Una vez seleccionadas las sentencias, se ha procedido a realizar un vaciado de información de
las mismas. Para dicha tarea, la información extraída de cada una de ellas ha sido introducida en
un cuestionario realizado al efecto en la plataforma “Google Forms”. Este cuestionario consta de
una serie de apartados referentes a los datos que son de interés de cara a la investigación requerida.
En primer lugar, de cada sentencia se ha extraído su “Id Cendoj”, es decir, el número que cada
una de ellas tiene asignado, el “juzgado (sede)” donde se ha llevado a cabo el proceso penal, el
“ponente” que se ha pronunciado al respecto y la “fecha” en la que se ha dictado la sentencia.
Una vez extraída esta información, se ha procedido a recolectar los datos referentes al delito
juzgado, indicando el “tipo de delito” que se ha cometido, el “tipo de fallo” que ha sido dictado,
pudiendo ser absolutorio, sobreseído o condenatorio y la “condena” correspondiente. En los casos

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en los que se haya juzgado más de un delito, se ha escogido el de mayor gravedad, así como la
condena más gravosa.
Por otro lado, cuando el sujeto acusado haya sido declarado absuelto al considerar sus
facultades anuladas como consecuencia de su enfermedad mental, se ha indicado la eximente
completa aplicada, así como la medida de seguridad impuesta. También se han recogido de cada
sentencia las circunstancias modificativas de la responsabilidad penal que se hayan podido
imponer en cada caso, es decir, las “atenuantes y agravantes” recogidas en los artículos 21 y 22
del Código Penal.
En lo referente al sujeto acusado, se ha seleccionado de cada sentencia su “sexo”, “edad” y
“nacionalidad”. También se ha considerado de interés conocer si el sujeto padece “problemas de
consumo”, así como el “tipo de problema” que pueda tener. De la víctima se ha extraído la misma
información: “sexo”, “edad” y “nacionalidad”.
Otra cuestión importante ha sido el tipo de “enfermedad mental” que posee el acusado,
indicando si el diagnóstico tuvo lugar antes o a raíz del proceso penal.
Por último, a efectos de obtener información sobre el grado de imputabilidad que corresponde
a cada sujeto, se han seleccionado aquellas sentencias en las que se mencione la existencia de un
“informe pericial”, ya sea a instancia de parte (privado) o solicitado por el juzgado (público).
También ha resultado de interés el hecho de si se ha personado o no en el juicio oral el terapeuta
del acusado o un testigo experto con el fin de pronunciarse acerca del diagnóstico del sujeto,
mediante la elaboración de un “informe documental”.

4. Resultados
Este estudio ha tomado como muestra un total de 73 sentencias comprendidas desde el año
2010 hasta el año 2018 que han sido dictadas en el País Vasco por el órgano jurisdiccional
competente. En todas las sentencias se discute sobre la posible responsabilidad penal atribuible al
autor del delito, siendo este un sujeto que padece un trastorno mental y que, como consecuencia
del mismo, ha llevado a cabo la conducta delictiva. También es debatida la posible imputabilidad

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de sujetos que, sin padecer un trastorno mental crónico, cometen un delito encontrándose bajo los
efectos de bebidas alcohólicas u otras sustancias tóxicas.
Siendo 73 las sentencias analizadas, prácticamente todas ellas han sido dictadas por la
Audiencia Provincial de la capital de provincia correspondiente (Vitoria, Bilbao o San Sebastián).
Es decir, del total, 71 sentencias han sido competencia de este órgano juzgador. De esas 71
sentencias, 45 han sido juzgadas en la sede de Bilbao, 21 en San Sebastián y 5 en Vitoria. El
hecho de que la Audiencia Provincial de Bilbao haya dictado un mayor número de sentencias
resulta previsible dado que su población es superior a la de Vitoria o San Sebastián. Las sentencias
restantes solamente han sido dos, siendo competencia cada una de ellas de distinto órgano
jurisdiccional. Por un lado, el Juzgado de Violencia sobre la Mujer de Bilbao y, por otro lado, el
Juzgado de lo Penal de Vitoria.
Dentro del ámbito de la Audiencia Provincial, en ocasiones, y teniendo en cuenta el tipo de
delito cometido, puede intervenir el Tribunal del Jurado. En el presente estudio, en un total de 11
sentencias se ha pronunciado este órgano colegiado, todas ellas referentes a delitos contra las
personas recogidos en los artículos 138 y siguientes del Código Penal (del homicidio y sus
formas).

Figura 1. Tribunal del Jurado.

Una vez analizado el órgano juzgador que ha intervenido en cada sentencia objeto de estudio,
cabe hacer mención al tipo de fallo con el que se ha dado por finalizado el proceso penal en cada
caso. Del total de 73 sentencias, 66 han concluido con la condena del autor del delito, es decir,

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con un fallo condenatorio, mientras que solamente en 7 sentencias se ha acordado la absolución
del acusado.

Figura 2. Tipo de fallo: absolutorio o condenatorio.

La absolución del sujeto acusado se acuerda cuando en él concurre una de las circunstancias
susceptibles de eximir la responsabilidad penal recogidas en el artículo 20 del Código Penal. Son
circunstancias que reciben el nombre de eximentes completas. La condena del acusado, por el
contrario, se acuerda cuando en él no concurre ningún tipo de atenuante o cuando, a pesar de
concurrir en él alguna de las atenuantes previstas en el artículo 21 del Código Penal, no reúnen
todos los requisitos para ser apreciadas como susceptibles de eximir por completo la
responsabilidad penal.

Figura 3. Duración de la condena en meses.

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Por lo que respecta a las circunstancias modificativas de la responsabilidad penal, han
concurrido un total de 54 atenuantes y 32 agravantes.

Figura 4 y 5. Circunstancias atenuantes y agravantes de la responsabilidad criminal aplicadas.

A través de estas sentencias se ha obtenido un total de 73 delitos, correspondientes a diferentes


tipologías y que, por ende, vulneran diferentes derechos fundamentales. De esos 73 delitos
recogidos, gran parte de ellos se engloban dentro del homicidio y sus formas (23 delitos) y dentro
de la tipología de delitos contra la salud pública (22 delitos). Con menor incidencia, pero
igualmente relevantes, son los delitos de lesiones que han sido registrados un total de 11, así como
11 delitos que vulneran la libertad e indemnidad sexuales. Por último, los delitos restantes se han
englobado bajo el epígrafe “otras tipologías delictivas” y constituyen un total de 6.

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Figura 6. Total de delitos cometidos atendiendo a su tipología.

Dentro de los 23 delitos integrados en la categoría “Del homicidio y sus formas” se han
encontrado diferentes tipos delictivos: 9 asesinatos, 5 asesinatos en grado de tentativa, 3
homicidios y 6 homicidios en grado de tentativa. De estos resultados se puede deducir que el
delito de asesinato, ya sea consumado o en grado de tentativa, es el que con más frecuencia es
juzgado en un proceso penal contra personas que padecen algún tipo de trastorno mental. El
número de homicidios y asesinatos llevados a cabo en grado de tentativa también resulta
significativo.
Los delitos contra la salud pública también han estado muy presentes en el estudio, con un
total de 22 casos, coincidiendo todos ellos en su modalidad de tenencia preordenada al tráfico de
drogas.
En cuanto al delito de lesiones, han sido 11 los casos en los que se ha ejecutado un delito de
este tipo, de los cuales 3 han sido catalogados como maltrato en el ámbito familiar.
Por otro lado, en lo referente a delitos contra la libertad e indemnidad sexuales, han sido
cometidos un total de 11, de los cuales 1 es tipificado como delito de agresión sexual a menores
de 16 años, 3 como delito de violación, 4 como delito de abuso sexual a menores de 16 años, 2
como delito de abuso sexual y 1 como delito de pornografía infantil. Esta clasificación de delitos

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sexuales permite identificar que, del total, 6 de ellos son cometidos siendo el sujeto pasivo una
persona menor de edad.
Por último, dentro del epígrafe “otras tipologías delictivas” han sido integrados aquellos
delitos que, por ser baja su incidencia, no resultan especialmente llamativos de cara a la extracción
de posibles conclusiones respecto al tema de estudio, entre los que se encuentran los siguientes:
2 delitos de apropiación indebida, 1 delito de detención ilegal, 1 delito de incendio, 1 delito de
malversación y 1 delito de violencia de género.

Tabla 1
Total de delitos cometidos, incluyendo su frecuencia y porcentaje

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En cuanto a los autores de los delitos, resulta significativo que, de 73 imputados en total, 66
sean hombres y 7 mujeres, con una edad comprendida entre los 19 y 76 años, teniendo como
media 37 años. El 98,3% de los imputados no superan los 57 años de edad, mientras que el
porcentaje restante corresponde a un único sujeto que cuenta con 76 años. Por lo que respecta a
su nacionalidad, 42 sujetos son españoles, 6 son de Latino América, 2 de África, 1 de Rumanía y
otro de Portugal. De los restantes, es decir de 20 sujetos, no se dispone información acerca de su
nacionalidad. Por otro lado, en cuanto a la persona denunciante, en 48 casos se trata de una
persona conocida para el autor del delito. En los restantes, se trata de alguien desconocido, es
decir, aquellos casos de delitos en los que quien interpone la denuncia es un agente de la autoridad.
No hay desequilibrio en cuanto al sexo, habiéndose registrado 24 hombres y 24 mujeres. De las
25 personas restantes no se dispone información. Por lo que respecta a la edad, tienen de media
28 años, siendo la víctima más joven una recién nacida y la más anciana una mujer de 93 años.
En cuanto a la nacionalidad, solo se dispone información de 17 víctimas, de las cuales 15 son
españolas, 1 latino americana y otra portuguesa.
De esos 73 imputados, 53 presentan algún tipo de problema relacionado con el consumo de
bebidas alcohólicas u otras sustancias tóxicas. Concretamente, 25 manifiestan abuso de tóxicos,
15 dependencia a tóxicos y 13 adicción a tóxicos. Se ha apreciado una ingesta conjunta de alcohol,
cannabis y cocaína, siendo este patrón de consumo el que ha predominado entre los consumidores.

Figura 7. Tipo de problema derivado del consumo de tóxicos.

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Esta investigación se ha centrado en el estudio de un conjunto de sentencias en las que se
discute sobre la posible responsabilidad penal atribuible a personas que han cometido un delito
padeciendo un trastorno mental. Por esta razón, resulta imprescindible identificar aquellas
psicopatologías que con mayor frecuencia están presentes en sujetos que han llevado a cabo algún
tipo de conducta ilícita. En este sentido, de los 73 sujetos que han cometido un delito, y sin
considerar aquellos casos en los que el acusado sufre algún tipo de problema con el consumo de
tóxicos, 55 padecen alguna de las siguientes enfermedades mentales:

Figura 8. Enfermedad mental del imputado atendiendo a la clasificación del DSM-V.

Entre los 55 sujetos mencionados se han identificado un total de 64 enfermedades mentales.


Esto significa que hay casos, concretamente 9, en los que existe comorbilidad entre dos trastornos
mentales.

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Tabla 2
Diagnósticos entre los que existe comorbilidad
COMORBILIDAD
Esquizofrenia paranoide (22) Discapacidad intelectual (2) Trastornos de la personalidad (2)

Trastornos de la personalidad (21) Trastorno depresivo (3) Discapacidad intelectual (1)

Discapacidad intelectual (3) Trastorno de pedofilia (1)

Del total de sujetos que padecen una enfermedad mental, 22 de ellos presentan alguno de los
trastornos ubicados dentro del DSM-V como “Espectro de la esquizofrenia y otros trastornos
psicóticos”. Concretamente, todos ellos han sido diagnosticados de esquizofrenia paranoide. En
cuanto a los trastornos de la personalidad, un total de 21 sujetos han recibido este diagnóstico. De
los trastornos que se engloban dentro del epígrafe “Trastornos de la personalidad”, no destaca
entre los sujetos ninguno en especial, estando presentes una gran variedad de los mismos, entre
los que se encuentran: trastorno antisocial de la personalidad, trastorno límite de la personalidad,
trastorno mixto de la personalidad y trastorno inespecífico de la personalidad. Por lo que respecta
a los “Trastornos neuro-cognitivos”, un total de 4 sujetos han manifestado un trastorno neuro-
cognitivo leve. Por otro lado, son 3 los sujetos que presentan un “Trastorno del neuro-desarrollo”,
específicamente, una discapacidad intelectual leve. Los “Trastornos del estado de ánimo” también
han estado presentes en el estudio, con un total de 2 sujetos diagnosticados de trastorno depresivo.
Dentro de los “Trastornos relacionados con traumas y factores de estrés” se han encontrado 2
sujetos, coincidiendo en el diagnóstico de un trastorno de adaptación. Por último, entre los
“Trastornos parafílicos” se ha identificado un sujeto con un trastorno de pedofilia.
Además de la comorbilidad existente entre los diagnósticos mencionados, también está
presente en más de la mitad de los sujetos que padecen una enfermedad mental un consumo de
tóxicos. Es decir, del total de sujetos que padecen uno de los trastornos mentales citados, 35
presentan a su vez algún tipo de problema con el consumo de bebidas alcohólicas u otras

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sustancias tóxicas. En definitiva, en más de la mitad de los sujetos que tienen diagnosticado un
trastorno mental existe un patrón desadaptativo de consumo que necesariamente repercute de
manera negativa en la evolución y desarrollo de dicho trastorno. La relación existente entre el
consumo de tóxicos y el padecimiento de un trastorno mental se ha plasmado en la siguiente tabla:

Tabla 3
Tipo de problema derivado del consumo de tóxicos atendiendo a la enfermedad mental del imputado
Enfermedad mental Dependencia a tóxicos Abuso de tóxicos Adicción a tóxicos TOTAL
Esquizofrenia paranoide 2 11 1 14
Trastorno de la personalidad 4 6 3 13
Deterioro cognitivo 2 - - 2
Discapacidad intelectual 1 1 - 2
Trastorno depresivo 2 - - 2
Trastorno de adaptación 2 - - 2
TOTAL 13 18 4 35

Una de las enfermedades mentales más presentes entre los autores de los delitos ha sido la
esquizofrenia paranoide, con un total de 22 sujetos. Los delitos cometidos por estos sujetos han
sido reflejados en la siguiente figura:

Figura 9. Delitos cometidos por sujetos con esquizofrenia paranoide.

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Por lo que respecta a los trastornos de la personalidad, también han estado muy presentes entre
los sujetos objeto de estudio. Los delitos perpetrados por estos sujetos han sido los siguientes:

Figura 10. Delitos cometidos por sujetos con un trastorno de la personalidad.

Los sujetos diagnosticados de los trastornos mentales restantes, es decir, trastornos del neuro-
desarrollo, trastornos neuro-cognitivos, trastornos depresivos, trastornos relacionados con
traumas y factores de estrés y los trastornos parafílicos han protagonizado un total de 12 delitos.
Por lo que respecta a los sujetos con discapacidad intelectual, 2 de ellos han llevado a cabo un
delito sexual y 1 un delito contra la salud pública. En cuanto a los sujetos con deterioro cognitivo,
3 de ellos han cometido un delito de abuso sexual, siendo una de las víctimas un menor de edad,
mientras que el restante ha perpetrado un delito de lesiones, concretamente, un delito de maltrato
en el ámbito familiar. Por otro lado, los sujetos con trastorno depresivo han protagonizado 1 delito
de violencia de género y 1 delito de lesiones, siendo la víctima en ambos casos un familiar. Los
sujetos con trastorno de adaptación han cometido 1 delito de malversación y 1 delito contra la
salud pública. Por último, el sujeto diagnosticado de pedofilia ha llevado a cabo un delito contra
la libertad e indemnidad sexuales.
Por lo que respecta a la responsabilidad penal atribuible a cada uno de estos sujetos, cabe
mencionar la necesidad de un informe pericial que se manifieste al respecto, es decir, que emita
una valoración sobre el estado en el que las capacidades mentales del sujeto se encontraban al
tiempo de cometer el delito. Por esta razón, todas las sentencias que han sido seleccionadas como

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muestra de este estudio han tratado sobre procesos penales en los que se han realizado peritajes
con la finalidad de informar al juez sobre el estado del sujeto y facilitar su decisión respecto a su
imputabilidad. De las sentencias se han extraído un total de 77 informes periciales, de los cuales
41 son públicos, es decir, ordenados por el órgano juzgador al equipo psico-social del juzgado y
6 son privados, es decir, a instancia de parte. En los restantes, no se especifica su procedencia.
Del total de informes públicos, 39 han sido tenidos en cuenta por el juez al pronunciarse sobre la
imputabilidad del acusado. Por lo que respecta a los informes privados, han sido valorados para
dictar el fallo de la sentencia 4 de ellos. Por último, en cuanto a los informes en los que no se
especifica su procedencia, todos ellos han sido tenidos en cuenta por el juez. Además de los
informes periciales emitidos por los expertos correspondientes, también han intervenido en 24
casos los terapeutas de los acusados, aportando en el juicio oral un informe sobre la historia clínica
de los mismos.
Tal y como se ha señalado anteriormente, han sido 7 las sentencias que han finalizado con un
fallo absolutorio, teniendo todas ellas en común la enfermedad mental del acusado, tratándose de
sujetos diagnosticados de esquizofrenia paranoide, de los cuales 4 presentan a su vez abuso de
tóxicos. De esos 4 sujetos que además de padecer esquizofrenia paranoide consumen tóxicos, 2
tienen diagnosticado un segundo trastorno mental, concretamente, uno de ellos tiene un trastorno
de la personalidad y otro presenta una discapacidad intelectual. En estos supuestos de
inimputabilidad se han impuesto un total de 7 medidas de seguridad, consistiendo en su
internamiento en un centro para someterse al tratamiento psiquiátrico correspondiente.
Por lo que respecta a los fallos condenatorios, han sido 66 las sentencias que han concluido
con la condena del acusado. En primer lugar, se va a proceder a analizar la responsabilidad penal
atribuida a los sujetos con el diagnóstico de esquizofrenia paranoide.

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Figura 11. Circunstancias modificativas de la responsabilidad penal aplicadas a sujetos con esquizofrenia
paranoide.

Del total de sujetos que padecen este trastorno mental, a 10 se les ha atenuado su condena
mediante la aplicación de la eximente incompleta del artículo 21.1 en relación con el 20.1 del
Código Penal, de modo que han sido declarados como semi-imputables. De estos 10 sujetos, 6 de
ellos presentan simultáneamente un consumo abusivo de tóxicos. De esos 6 sujetos que además
de padecer esquizofrenia paranoide consumen tóxicos, 1 de ellos tiene diagnosticada una
discapacidad intelectual. A 7 de estos sujetos, además de la correspondiente pena privativa de
libertad, se les han impuesto las siguientes medidas de seguridad: 6 medidas de internamiento y
1 medida de libertad vigilada. Por lo que respecta a la grave adicción, ha sido 1 el sujeto que ha
visto reducida su condena por concurrir en él esta atenuante, tratándose de un sujeto que, además
de estar diagnosticado de esquizofrenia paranoide, presenta un evidente consumo perjudicial de
tóxicos, en concreto, dependencia. Han sido 2 los sujetos con este diagnóstico a los que se les ha
aplicado la atenuante por analogía de alteración psíquica, presentando a su vez abuso de tóxicos
y dependencia. Por último, no se les ha aplicado ningún tipo de atenuante a 2 de los sujetos
diagnosticados de esquizofrenia paranoide al considerar que sus facultades mentales se
encontraban completamente conservadas al tiempo de cometer los hechos. De estos 2 sujetos, 1
de ellos también tiene diagnosticado un trastorno de la personalidad y manifiesta una adicción a
tóxicos.

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En segundo lugar, se va a proceder a analizar la responsabilidad penal atribuida a los sujetos
diagnosticados de un trastorno de la personalidad:

Figura 12. Circunstancias modificativas de la responsabilidad penal aplicadas a sujetos con un trastorno de la
personalidad.

De los 21 sujetos con este diagnóstico, 6 de ellos han sido declarados semi-imputables, es
decir, se les ha aplicado una eximente incompleta. De esos 6 sujetos, 3 tienen diagnosticado un
segundo trastorno mental, coincidiendo en un trastorno depresivo. Además, de esos 6 sujetos, 4
presentan problemas con el consumo de tóxicos, en concreto, 2 dependencia y 2 abuso de tóxicos.
En cuanto a las medidas de seguridad impuestas, 2 de los sujetos han sido sometidos a una medida
de internamiento y 1 a tratamiento psiquiátrico.
En cuanto al resto de atenuantes, a 2 de los sujetos se les ha aplicado la atenuante de grave
adicción. Además, a 1 de ellos se le ha aplicado también la atenuante por analogía de alteración
psíquica, por presentar simultáneamente una discapacidad intelectual. Los sujetos restantes, es
decir 3, han visto reducida su condena por concurrir en ellos una circunstancia analógica de
alteración psíquica. Todos estos sujetos presentan algún tipo de problema con el consumo de
sustancias tóxicas.
Finalmente, han sido 10 los sujetos con este diagnóstico a los que no se les ha aplicado ningún
tipo de atenuante, al considerar que sus facultades mentales se encontraban intactas al tiempo de

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cometer los hechos e independientemente de presentar 2 de ellos abuso de tóxicos, 1 dependencia
y 1 adicción.
A los sujetos diagnosticados de los trastornos mentales restantes, se les han aplicado las
siguientes atenuantes:

Tabla 4
Circunstancias modificativas de la responsabilidad penal aplicadas a sujetos con los diagnósticos mencionados

En definitiva, de los 4 sujetos con deterioro cognitivo, a 1 de ellos se le ha aplicado una


eximente incompleta y se ha acordado su sometimiento a una medida de internamiento y a 3 se
les ha aplicado una atenuante por analogía de alteración psíquica. Los sujetos con discapacidad
intelectual son 3, de los cuales 2 han visto reducida su condena por concurrir en ellos una
atenuante por analogía de alteración psíquica y 1 por presentar una grave adicción a tóxicos. De
los 2 sujetos con trastorno depresivo, solo a 1 de ellos se le ha atenuado su condena, al concurrir
en él una eximente incompleta. De los 2 sujetos con trastorno de adaptación, solo a 1 de ellos se
le ha rebajado su condena aplicándole una atenuante analógica. Por último, al sujeto con trastorno
de pedofilia no se le ha aplicado ninguna atenuante.
Una vez analizados todos los datos referentes a aquellos sujetos que padecen alguno de los
trastornos mentales mencionados, cabe hacer referencia a los 18 sujetos restantes que, a pesar de

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no manifestar ninguno de los diagnósticos anteriores, presentan diferentes problemas con el
consumo de bebidas alcohólicas u otras sustancias tóxicas. Concretamente, 7 de ellos presentan
abuso de tóxicos, 9 adicción a tóxicos y 2 dependencia.
Los delitos cometidos por estos sujetos han sido los siguientes: 12 delitos contra la salud
pública, 1 asesinato, 2 asesinatos en grado de tentativa, 1 homicidio en grado de tentativa, 1 delito
de lesiones y 1 de delito de apropiación indebida.
En cuanto a la responsabilidad penal atribuida a estos sujetos, a 1 se le ha aplicado una
eximente incompleta, a 10 se les ha atenuado su condena mediante la apreciación de la atenuante
de grave adicción, a 4 se les ha aplicado la atenuante por analogía de toxicomanía y a 3 no se les
ha aplicado ningún tipo de atenuación.

5. Discusión
Como se ha ido señalando a lo largo del trabajo, si bien no es cierto que la mayoría de los
pacientes psiquiátricos sean violentos, existen diversas psicopatologías que guardan una cierta
relación con la conducta violenta, siendo esta relación más estrecha cuando existe comorbilidad
con otros trastornos mentales o con el consumo de bebidas alcohólicas u otras sustancias tóxicas.
Este estudio se ha centrado en analizar un conjunto de sentencias comprendidas desde el año
2010 hasta el año 2018, todas ellas dictadas por el correspondiente órgano juzgador en el País
Vasco. A partir de este análisis, se han identificado los trastornos mentales que con mayor
frecuencia han estado presentes entre los sujetos que han cometido un hecho delictivo. En palabras
de Echeburúa (2018), entre las principales psicopatologías que se hallan asociadas a
comportamientos violentos se encuentran los trastornos psicóticos, el alcoholismo y
toxicomanías, los trastornos depresivos, las parafilias, las reacciones postraumáticas, la
discapacidad intelectual, las demencias y los trastornos de la personalidad. Este dato se
corresponde con los resultados obtenidos en este estudio, en el que, de los 73 sujetos analizados,
22 están diagnosticados de esquizofrenia paranoide, 21 de trastorno de la personalidad, 18 de
alcoholismo o toxicomanía, 4 de demencia, 2 de trastorno depresivo, 3 de discapacidad
intelectual, 1 de trastorno de pedofilia y 2 de trastorno de adaptación.

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No todos los sujetos analizados tienen diagnosticado un solo trastorno mental, existiendo en
más de la mitad de los casos comorbilidad con otros trastornos o con un consumo de sustancias
tóxicas, lo que ha incrementado el riesgo de que desarrollen conductas violentas.
En este sentido, una enfermedad mental grave, como puede ser en determinados casos la
esquizofrenia, solamente es susceptible de explicar un pequeño porcentaje de la criminalidad
violenta, viéndose en la mayoría de las ocasiones en las que estas conductas ocurren vinculada a
otro trastorno mental, como puede ser a un trastorno de la personalidad, o a un consumo de
tóxicos. Lo mismo ocurre con los sujetos que padecen un trastorno de la personalidad, en los que
el riesgo de conductas violentas se incrementa cuando existe comorbilidad con otros trastornos
como la discapacidad intelectual o con el consumo de tóxicos (Esbec y Echeburúa, 2016b). Esto
puede contemplarse en el presente estudio, en el que el diagnóstico de esquizofrenia se presenta
en algunos casos junto con un trastorno de la personalidad o una discapacidad intelectual,
viéndose de esta manera potenciada la peligrosidad criminal de estos sujetos. Igualmente, entre
los sujetos con un trastorno de la personalidad, se encuentra en diversos supuestos un segundo
diagnóstico, concretamente, un trastorno depresivo o una discapacidad intelectual.
Por lo que respecta al consumo de tóxicos, la mayoría de los sujetos diagnosticados de alguno
de los trastornos mencionados presentan un consumo perjudicial, predominando la ingesta
conjunta de alcohol, cannabis y cocaína. Cuando esto ocurre, es decir, cuando una persona ingiere
estas sustancias al mismo tiempo, se produce un efecto desinhibidor sobre su conducta que
conlleva una reducción de su capacidad de juicio y un aumento de la frecuenta de conductas que
se caracterizan por la impulsividad y explosividad con la que son llevadas a cabo (Esbec y
Echeburúa, 2016a).
Tal y como afirma Echeburúa (2018), el consumo de alcohol y drogas se relaciona en muchas
ocasiones con algunos trastornos mentales, funcionando como un disparador de múltiples
conductas delictivas, especialmente en personas con trastornos de la personalidad, psicosis
crónicas, trastornos del control de los impulsos, trastornos del estado de ánimo y parafilias. Por
lo que respecta a los trastornos de la personalidad, concretamente al grupo B (trastorno antisocial,
límite, histriónico y narcisista de la personalidad), son los que con mayor frecuencia se relacionan

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con el consumo de sustancias tóxicas, siendo este un claro desencadenante de las conductas
violentas. Esto se ve reflejado claramente en el resultado obtenido a través de la revisión de las
sentencias, según el cual, de 21 sujetos con un trastorno de la personalidad, 13 presentan un
consumo perjudicial de tóxicos que incide de manera negativa en la evolución de su trastorno.
Carrasco y Maza (2010) también se han manifestado sobre la influencia que el consumo de
tóxicos ejerce sobre los sujetos que padecen trastornos mentales, siendo un claro potenciador del
comportamiento violento. En este sentido, estos autores han afirmado que uno de los factores
susceptibles de provocar que una persona diagnosticada de esquizofrenia se comporte de forma
violenta es el consumo de sustancias psicotrópicas, ya que puede desencadenar una de las
situaciones de mayor riesgo de conductas violentas de todos los diversos trastornos psíquicos. El
riesgo de violencia se incrementa aún más cuando, además de existir comorbilidad entre
esquizofrenia y consumo de drogas, los sujetos afectados no toman la medicación prescrita para
controlar la sintomatología psicótica (Garrido, 2003). Según el estudio realizado, de los 22 sujetos
diagnosticados de esquizofrenia, 14 consumen sustancias tóxicas, lo que ha podido provocar que
estos sujetos experimenten un curso de su enfermedad deteriorante.
De la misma manera ocurre con quienes padecen una discapacidad intelectual o un trastorno
depresivo que, si bien no es muy frecuente que estos sujetos cometan delitos, el riesgo se
incrementa cuando existe comorbilidad con un consumo de tóxicos o con un trastorno de la
personalidad, tal y como ocurre entre los sujetos analizados.
En definitiva, la patología dual juega un papel fundamental en el desarrollo de los
comportamientos violentos, siendo el consumo de drogas uno de los predictores de violencia más
consistentes entre los sujetos con trastornos mentales (Muñoz, 2014).
Más de la mitad de los sujetos diagnosticados de esquizofrenia paranoide han llevado a cabo
un hecho delictivo violento. Esto se corresponde con la evidencia empírica, según la cual, los
sujetos que padecen esta enfermedad mental protagonizan en la mayoría de las ocasiones (66,7%)
delitos de sangre. Debido a las alucinaciones e ideas delirantes que experimentan, actúan de forma
automática y protagonizan actos que se caracterizan por su violencia, absurdez e irracionalidad.
Además, es habitual que estos sujetos ejerzan la violencia sobre algún familiar cercano, en este

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sentido, cabe mencionar que 6 sujetos con esta patología han cometido un asesinato contra uno
de los padres, tanto consumado como en grado de tentativa- (Leganés, 2010).
Entre los sujetos con trastorno de la personalidad, también han predominado notablemente los
delitos violentos, destacando el delito de homicidio y de lesiones.
También adquiere interés el número de delitos contra la salud pública que se han llevado a
cabo, siendo los que han predominado junto con el homicidio y sus formas. Sus autores son
sujetos con problemas con el consumo de tóxicos (presentando en su mayoría una adicción), que
se han implicado en este tipo de actos con la finalidad de procurarse la sustancia requerida.
Por lo que respecta a los trastornos del neuro-desarrollo, el riesgo de conductas violentas es
mayor cuando la discapacidad intelectual que padece el sujeto es moderada o leve, dado que puede
experimentar graves dificultades para inhibirse. Entre los factores que son susceptibles de
provocar actos violentos, se encuentran la necesidad de ser aceptados por el grupo de referencia
y la tendencia a afrontar sus deficiencias psicológicas de manera impulsiva. Los delitos que más
predominan en estos sujetos son los que vulneran la libertad e indemnidad sexuales (San Juan y
Vozmediano, 2018; Echeburúa, 2018). Atendiendo al presente estudio, todos los sujetos
coinciden en el padecimiento de una discapacidad intelectual de tipo leve lo que, sumado a otro
trastorno mental o al consumo de sustancias tóxicas, ha provocado que se desarrollen este tipo de
conductas. Además, de los 3 sujetos analizados con esta psicopatología, 2 han cometido un delito
sexual.
Resulta igualmente relevante que, de 4 sujetos diagnosticados de demencia, 3 hayan llevado a
cabo un delito sexual -siendo una de las víctimas un menor de edad-, y 1 un delito de lesiones,
tratándose de hechos cometidos contra personas conocidas o familiares. No es muy frecuente que
sujetos con demencia lleven a cabo conductas violentas. A pesar de ello, algunos individuos
experimentan anomalías en la expresión de sus emociones, lo que les puede llevar a manifestar
estallidos de ira hacia algún familiar o comportamientos descontrolados o desinhibidos en el
ámbito sexual (abusos sexuales a menores o cuidadores) (Echeburúa, 2018).
La responsabilidad penal atribuible a cada sujeto se valora atendiendo al sistema biológico-
psicológico o mixto por el que se rige el Derecho Penal español. Teniendo como base este sistema,

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el órgano juzgador, a la hora de valorar la imputabilidad de un sujeto que ha cometido un delito,
atiende no solo al origen de la alteración mental (criterio biológico), sino también al efecto que
tal alteración produce sobre sus facultades intelectivas y volitivas (criterio psicológico). En este
sentido, la inimputabilidad de un sujeto se acordará cuando, además de tener diagnosticado un
trastorno mental, se demuestre que su padecimiento ha afectado a sus capacidades mentales,
impidiéndole comprender la ilicitud de su conducta o actuar conforme a la misma (Muñoz y
García, 2015).
Atendiendo a la jurisprudencia del Tribunal Supremo, el estado en el que se encontraba el
sujeto en el momento de los hechos debe ser demostrado en el juicio oral a través de las
correspondientes pruebas practicadas. Cobra especial importancia la prueba pericial realizada por
los expertos, que deberá ser ponderada de forma racional y motivada por el órgano jurisdiccional.
Los informes periciales deben realizarse cuando los hechos acaban de producirse, dado que es el
mejor momento para determinar el estado en el que se encuentran las capacidades mentales del
autor del delito como consecuencia de su trastorno mental. Esto no siempre se cumple, de modo
que, en ocasiones, no se puede conocer con exactitud el desajuste psicológico manifestado por el
sujeto al tiempo de cometer el delito. Precisamente, este es uno de los problemas que se ha
planteado en algunas de las sentencias analizadas en las que, debido al tiempo transcurrido entre
los hechos y el examen psiquiátrico, se manifiesta la imposible determinación del grado de
afectación de sus facultades mentales. No obstante, a pesar de la importante labor encomendada
a los expertos, quien tiene potestad para pronunciarse sobre la imputabilidad de un sujeto es el
órgano juzgador, de modo que la función de quien realiza el peritaje se debe limitar a emitir datos
empíricos que le ayuden al juez a tomar una decisión. Además de la prueba pericial, también son
de gran interés para la valoración del caso la declaración del acusado, de los testigos y la prueba
documental. Una vez valorada toda la información extraída de las pruebas practicadas en el juicio
oral, el órgano juzgador se pronunciará al respecto, declarando la imputabilidad, semi-
imputabilidad o inimputabilidad del sujeto acusado (Al-Fawal, 2013).
En definitiva, que el fallo sea condenatorio o absolutorio va a depender del estado en el que
las facultades mentales del sujeto se encuentren al tiempo de cometer el delito. De este modo, en

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función de si el sujeto conserva plenamente sus capacidades o si, por el contrario, se encuentran
mermadas, ya sea parcial o completamente, el órgano jurisdiccional se pronunciará sobre la
responsabilidad penal atribuible al mismo, pudiendo acordar su absolución, la disminución de su
condena o su plena imputabilidad (Vázquez, 2005).
Atendiendo al presente estudio, han sido 7 las sentencias que han finalizado con un fallo
absolutorio, teniendo todos los sujetos acusados en común el diagnóstico de esquizofrenia
paranoide. En estos casos, el órgano juzgador ha tomado la decisión de dictar su absolución al
encontrarse al tiempo de cometer el delito bajo los efectos de un brote psicótico y, por ende, con
sus facultades mentales completamente anuladas, no pudiendo comprender su conducta ni
comportarse de acuerdo a esa comprensión. Cuando esto ocurre, es decir, cuando el sujeto carece
de inteligencia y voluntad, no puede ser declarado responsable a efectos penales, de modo que no
puede verse sometido a una pena privativa de libertad, sin embargo, se le aplicará una medida de
seguridad que elimine su peligrosidad criminal.
El diagnóstico de esquizofrenia conduce normalmente a la inimputabilidad total del sujeto.
Ahora bien, el Tribunal Supremo se ha pronunciado al respecto en diversas sentencias, indicando
que para que la esquizofrenia conlleve la inimputabilidad del sujeto no basta con el simple
diagnóstico, siendo necesaria la existencia de un nexo causal entre el delito cometido y su
enfermedad mental. En este sentido, resulta imprescindible la valoración del efecto que el
trastorno mental provoca en la responsabilidad penal, atendiendo no solo al diagnóstico, sino
también a las consecuencias psicológicas que dicho trastorno ha tenido en el delito cometido
(Esbec y Echeburúa, 2016b).
Las 66 sentencias restantes han concluido con un fallo condenatorio, lo que supone la
imputabilidad del acusado y, por ende, su sometimiento a una pena privativa de libertad o su
declaración como semi-imputable, al concurrir en él una circunstancia susceptible de reducir su
condena.
El órgano juzgador ha venido aplicando a un total de 19 sujetos la circunstancia modificativa
de la responsabilidad criminal de eximente incompleta, al considerar que sus capacidades
intelectivas y volitivas se encontraban parcialmente mermadas al tiempo de cometer los hechos

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delictivos. Es decir, a pesar de no tener completamente anuladas sus facultades mentales, estos
sujetos se hallan en un estado, como consecuencia de su trastorno mental, que les impide actuar
con plena voluntad y conocimiento. En definitiva, el órgano juzgador opta por aplicar esta
atenuación de la condena cuando no ha quedado probado que en el momento de ejecutar los
hechos el acusado se encontrara en un estado de absoluta incapacidad. La aplicación de una
eximente incompleta supone la declaración del sujeto como semi-imputable, pudiendo quedar no
solo sometido a una pena privativa de libertad, sino también a una medida de seguridad.
Por lo que respecta a la atenuante de grave adicción, han sido 14 los sujetos los que han
apreciado una reducción de su condena por concurrir en ellos esta circunstancia. Se trata de
supuestos en los que la grave adicción del sujeto motiva su conducta criminal, experimentando
una ligera alteración de su conciencia y voluntad.
También se ha aplicado en un total de 16 sujetos la atenuante por analogía, tanto de alteración
psíquica como de toxicomanía, al tener al tiempo de cometer los hechos sus facultades mentales
levemente afectadas, sin llegar a cumplir los requisitos exigidos para la apreciación de una
eximente incompleta. Es decir, en estos casos, la incidencia en la voluntad y en la capacidad de
entendimiento del sujeto es de menor intensidad que la exigida en la eximente incompleta.
Cabe señalar que, en ocasiones, a pesar de tener el acusado diagnosticado alguno de los
trastornos mentales mencionados, el órgano juzgador no ha apreciado ningún tipo de atenuante,
al considerar que su padecimiento no guarda relación alguna con el hecho delictivo cometido.
Concretamente, 18 han sido los sujetos a los que no se les ha aplicado atenuante alguna, al
encontrarse sus facultades mentales intactas al tiempo de cometer el delito.
Tal y como se ha podido observar en el apartado referente a los resultados, el hecho de tener
un mismo trastorno mental no implica que la responsabilidad penal atribuible a cada sujeto deba
ser la misma. Por ejemplo, en el presente estudio han sido analizados 22 sujetos con esquizofrenia
paranoide, de los cuales 7 han sido absueltos, 10 han sido declarados semi-imputables, 1 ha visto
atenuada su condena por su grave adicción, 2 por concurrir en ellos una atenuante analógica de
alteración psíquica y 2 han sido declarados imputables, es decir, no se les ha aplicado ningún tipo
de atenuación. Exactamente igual ha ocurrido en el resto de casos en los que diferentes sujetos

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comparten un mismo diagnóstico, pudiendo verse cada uno de ellos sometido a diferente grado
de imputabilidad, atendiendo a una exhaustiva evaluación individual. En este sentido, cobra
especial importancia la tarea encomendada a los peritos, quienes asumen la responsabilidad de
valorar el estado mental en el que se encontraba el sujeto al tiempo de cometer el delito y, en base
a la cual, el órgano juzgador tomará una decisión acerca de la imputabilidad del mismo.
A la hora de valorar la imputabilidad de una persona no solo se tiene en cuenta su diagnóstico,
sino también una gran variedad factores que pueden haber incidido en su conducta. Además, de
la misma manera que ha sucedido en algunos de los casos analizados, puede existir comorbilidad
entre diferentes trastornos mentales o con un consumo abusivo de tóxicos, lo que también influye
sobre la responsabilidad penal. Como se puede apreciar, no existe un criterio universal y estable
que sirva de base para determinar el grado de imputabilidad de un sujeto que ha cometido un
delito estando aquejado de un trastorno mental. Es decir, no hay establecido un tratado en virtud
del cual, determinadas psicopatologías sean directamente inimputables o imputables. Por esta
razón, a pesar de tener el mismo diagnóstico, cada caso es distinto a los demás, de modo que
resulta imprescindible una valoración individualizada a efectos de determinar la responsabilidad
penal (San Juan y Vozmediano, 2018).
A pesar de la inexistencia de un criterio permanente que sirva de base para determinar la
imputabilidad y de las diferentes situaciones en las que pueden encontrarse sujetos con un mismo
trastorno mental, hay ciertas psicopatologías que con mayor frecuencia conllevan una exención o
disminución de la condena, como puede ser el caso de la esquizofrenia paranoide. De hecho, de
los sujetos analizados, la absolución solamente ha correspondido a sujetos con este diagnóstico,
siendo también los que con mayor frecuencia han sido declarados semi-imputables. Otras de las
psicopatologías que, al igual que la esquizofrenia, han estado muy presentes entre los sujetos
analizados han sido los trastornos de la personalidad. En estos casos, se entiende que salvo que el
trastorno sea grave o se encuentre asociado a otras patologías relevantes, no dará lugar a una
exención completa o incompleta de la responsabilidad, pudiendo acordarse únicamente una
atenuación simple, siempre y cuando exista una relación entre el trastorno y el hecho cometido
(Al-Fawal, 2013). Precisamente, partiendo de esta base, el órgano juzgador ha declarado a casi la

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mitad de los sujetos con un trastorno de la personalidad imputables, mientras que los casos de
eximente incompleta se han visto justificados por la comorbilidad con otras patologías o con el
consumo de sustancias tóxicas.
El resto de los trastornos mentales analizados, han estado presentes en una muestra de sujetos
muy reducida -discapacidad intelectual (3), deterioro cognitivo (4), trastorno de pedofilia (1),
trastorno de adaptación (2), trastorno depresivo (2)-, de modo que no se han podido obtener
conclusiones significativas acerca de su incidencia en la responsabilidad penal, siendo esta
determinada a partir de la valoración de cada caso.
En definitiva, el órgano juzgador se pronunciará sobre el grado de imputabilidad atribuible a
cada sujeto una vez realizada una valoración exhaustiva de cada caso, atendiendo a las
circunstancias personales del sujeto y analizando la incidencia del trastorno sobre su voluntad y
capacidad de entendimiento.

6. Conclusiones
De la realización de este estudio se desprenden una serie de conclusiones dignas de mención:
La enfermedad mental supone una alteración de tipo emocional, cognitivo y/o comportamental
que conlleva una afectación de procesos psicológicos básicos como la emoción, la percepción, el
pensamiento, la conducta, el aprendizaje, el lenguaje, etcétera., lo que produce malestar en la
persona y dificulta su adaptación al espacio socio-cultural en el que vive. Dependiendo de la
persona, tal padecimiento se puede manifestar de una manera diferente, teniendo mucha
importancia en su evolución el tratamiento. Sus causas pueden ser muy variadas, influyendo en
su aparición una combinación de factores biológicos, genéticos, psicológicos, emocionales,
psicosociales, cognitivos, ambientales y sociales (OMS, 2017b).
La concepción de enfermedad mental no ha sido constante a lo largo del tiempo e incluso hoy
en día dicha concepción difiere de unos lugares a otros. Esto se debe a que conceptos como salud
o enfermedad mental están construidos a partir de las interacciones sociales y evolucionan en
función del contexto cultural e histórico. Como consecuencia, el tratamiento de los enfermos

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mentales ha experimentado una importante evolución en las últimas épocas, tanto en el ámbito de
la psiquiatría como en el jurídico (San Juan y Vozmediano, 2018).

6.1. Trastornos mentales y conducta violenta


Algo importante que se extrae del análisis es que la recurrente creencia de que el delito está
íntimamente unido a los trastornos mentales es errónea. Esta creencia ha llevado a la sociedad a
tener la concepción de que solo el padecimiento de una enfermedad mental puede justificar actos
que no tienen una explicación lógica por la violencia y crueldad que desprenden. Esto se
corresponde a lo que se conoce como hipótesis psicopatológica. Además, la evidencia empírica
muestra que el enfermo mental entra en conflicto con la ley con mucha menor frecuencia que el
resto de la población, siendo la mayoría de los delitos protagonizados por personas que no
padecen ningún tipo de enfermedad mental. Por último, cabe destacar que los trastornos mentales
que suelen conllevar conductas agresivas y desviadas son muy concretos y estas solo se
manifiestan durante periodos de tiempo muy limitados (Fuentes, 2012; San Juan y Vozmediano,
2018).
Si bien no es cierto que la mayoría de los pacientes psiquiátricos sean violentos, existen
diversas psicopatologías que guardan una cierta relación con la conducta violenta. Ahora bien, el
hecho de que un trastorno mental constituya un factor de riesgo delictivo no significa
necesariamente que la persona que lo padezca vaya a ejecutar actos delictivos, sino que existe un
mayor riesgo de que desarrolle este tipo de conductas. Además, no todos los diagnósticos se
encuentran vinculados de la misma forma a la conducta violenta, pudiendo incidir múltiples
factores en la aparición de la misma (Esbec, 2003).
La realidad muestra que entre las psicopatologías que con mayor frecuencia pueden verse
involucradas en comportamientos violentos se encuentran la discapacidad intelectual, la
demencia, la depresión, los trastornos disruptivos, los trastornos relacionados con sustancias, los
trastornos de la personalidad y el espectro de la esquizofrenia y otros trastornos psicóticos
(Echeburúa, 2018).

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Siendo estos los trastornos mentales más propensos a desarrollar conductas violentas en los
sujetos que los padecen, de la revisión realizada de las sentencias se ha concluido que, entre dichos
diagnósticos, la esquizofrenia paranoide y los trastornos de la personalidad son los que
predominan entre la población psiquiátrica implicada en este tipo de actos.

6.2. Comorbilidad: gran influencia en el desarrollo de conductas violentas


Entre los factores que pueden influir en el desarrollo del comportamiento violento, juega un
papel fundamental la comorbilidad con otros diagnósticos o con el consumo de sustancias tóxicas.
De hecho, el consumo de alcohol y drogas se ha convertido en uno de los predictores de violencia
más consistentes entre los sujetos con trastornos mentales (Carrasco y Maza, 2010; Echeburúa,
2018). Esta realidad se ha visto reflejada en el presente estudio, en el que más de la mitad de los
sujetos analizados han manifestado un consumo abusivo de alcohol y drogas. También ha
resultado relevante el hecho de que gran parte de los consumidores hayan presentado una ingesta
conjunta de tóxicos, predominando la combinación de alcohol, cannabis y cocaína. Por otro lado,
también adquiere interés la comorbilidad que se ha producido entre diferentes trastornos mentales,
específicamente, entre la esquizofrenia paranoide, la discapacidad intelectual, los trastornos de la
personalidad y los trastornos depresivos.

6.3. Tipología delictiva en función del trastorno mental


Los delitos que han predominado en este estudio han sido los correspondientes al homicidio y
sus formas, además de los que atentan contra la salud pública, constituyendo más de la mitad de
los hechos delictivos cometidos. Una realidad digna de mencionar es que la mayoría de los delitos
de homicidio y sus formas han sido protagonizados por sujetos con esquizofrenia paranoide o con
un trastorno de la personalidad. Entre ellos, destacan los delitos llevados a cabo por los sujetos
con esquizofrenia, caracterizados por una violencia inusitada y por el predominio de asesinatos.
No hay que olvidar que quienes padecen este diagnóstico no suelen ser conscientes de la
desconexión que experimentan de la realidad y que actúan motivados por imperiosas fuerzas
internas, una combinación de factores que puede provocar en el sujeto actos muy peligrosos y

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violentos (Echeburúa 2018; Leganés, 2010). También resulta significativo el número de delitos
contra la salud pública que se han llevado a cabo, siendo sus protagonistas sujetos con problemas
con el consumo de tóxicos (presentando en su mayoría una adicción), que se han implicado en
este tipo de actos con la finalidad de procurarse la sustancia requerida.

6.4. Trastornos mentales y responsabilidad penal


La responsabilidad penal de estos sujetos se valora atendiendo al sistema biológico-
psicológico o mixto que rige en el Derecho Penal español. Partiendo de esta base, el órgano
juzgador valora la imputabilidad atendiendo no solo al origen de la alteración mental (criterio
biológico), sino también al efecto que tal alteración produce sobre sus facultades intelectivas y
volitivas (criterio psicológico) (Muñoz y García, 2015). En definitiva, la imputabilidad se
determina en función del estado en el que se encuentra el sujeto al tiempo de cometer la conducta
delictiva, debiendo tener en cuenta no solo el origen de su trastorno o anomalía crónica, sino
también cómo ese padecimiento interfiere en su conducta y en su vida cotidiana (Vázquez, 2005).
Es importante recalcar que, de todos los sujetos analizados en el estudio, la absolución de la
condena ha correspondido a individuos con el diagnóstico de esquizofrenia paranoide, al
considerar que se hallaban bajo los efectos de un brote psicótico al tiempo de cometer el delito.
También han sido los sujetos que en mayor medida han sido declarados semi-imputables y que,
por ende, han visto reducida su condena al no encontrarse en plenas condiciones en el momento
de la ejecución de los hechos. Por el contrario, la reducción de la condena no ha sido tan frecuente
en sujetos con un trastorno de la personalidad. De hecho, el órgano juzgador ha declarado a casi
la mitad de estos sujetos como imputables, mientras que los pocos casos de eximente incompleta
han sido justificados por la comorbilidad con otras patologías o con el consumo de sustancias
tóxicas.
Es cierto que existen determinados diagnósticos -esquizofrenia paranoide- que son más
propensos a extinguir o reducir la responsabilidad penal de quienes los padecen por su incidencia
sobre su estado mental, así como diagnósticos que suelen conllevar la imputabilidad total del
sujeto por no afectar en absoluto a sus facultades -trastornos de la personalidad-. A pesar de esta

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evidencia, cobra especial importancia la inexistencia de un criterio universal y estable que sirva
de base para determinar el grado de imputabilidad, en virtud del cual determinadas patologías
sean directamente inimputables o imputables. Con esto se quiere subrayar la idea de que, aunque
haya varios sujetos diagnosticados de un mismo trastorno mental, el estado en el que se pueden
encontrar en el momento de la comisión de los hechos delictivos puede ser muy diferente, lo que
va a conllevar diferentes grados de imputabilidad, tal y como se ha podido apreciar en el presente
estudio. La gran variedad de supuestos (todos ellos diferentes) que pueden verse involucrados en
un proceso penal es lo que justifica la necesidad de realizar una valoración individualizada de
cada caso a efectos de determinar la responsabilidad penal (San Juan y Vozmediano, 2018).
Otro aspecto que adquiere gran importancia en la valoración de la imputabilidad es la tarea
encomendada a los peritos, quienes asumen la responsabilidad de valorar el estado en el que se
encontraba el sujeto acusado al tiempo de cometer el delito, emitiendo el correspondiente informe
pericial que deberá ser ponderado de forma racional y motivado por el órgano jurisdiccional. Es
especialmente relevante que la prueba pericial sea realizada inmediatamente después de la
comisión de los hechos, ya que es el mejor momento para determinar el estado en el que se
encuentran las capacidades mentales del sujeto. Sin embargo, esto no siempre se cumple, siendo
uno de los inconvenientes más frecuentes a la hora de determinar el estado mental exacto del
individuo. Igualmente, es muy importante que el perito que haya elaborado el informe acuda al
juicio oral para exponerlo, dado que, si no comparece y se persona otro defendiendo una idea
contraria, este último va a tener prominencia sobre el anterior.
En definitiva, a pesar de la función primordial que asumen los peritos, quien tiene potestad
para pronunciarse sobre la imputabilidad de un sujeto es el órgano juzgador, que adoptará una
decisión una vez valoradas todas las pruebas recabadas sobre el mismo, atendiendo a sus
circunstancias personales y a la incidencia del trastorno sobre su voluntad y capacidad de
entendimiento, es decir, tras realizar una evaluación exhaustiva de cada caso (Echeburúa, 2018;
Carrasco y Maza, 2010).

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