Básicos de Terapia Familia
Básicos de Terapia Familia
Básicos de Terapia Familia
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LA VARITA MÁGICA
Se puede utilizar esta técnica con las familias que acuden a consulta
acompañadas de niños pequeños. Cuando la familia llega, luego de la
presentación y del encuadre, en lugar de que el terapeuta se dirija a los
padres, se puede dirigir a los niños presentes y entregarles una varita mágica,
con la cual pueden pedir tres deseos sobre cosas que les gustaría que
cambien en su familia.
Como varita mágica se puede usar un trozo de madera, ya sea con el color mismo de la
madera o pintándolo. También se puede buscar en las tiendas de artículos para las fiestas
de niños. Esta técnica se aplica al inicio de la consulta con los niños, no requiere de
preparación particular y solo toma unos quince minutos realizarla. Luego, se trabaja el resto
de tiempo con los elementos que han surgido durante su ejecución.
La técnica de la varita mágica es, por un lado, una forma de comenzar el proceso incluyendo
a los niños desde el inicio, dándoles un tiempo y un espacio necesario para permitir que
expresen lo que están viviendo en la familia; y por otro lado, es una manera de ayudarlos a
que se conviertan en los protagonistas positivos de la consulta, cuando a menudo, sucede
que las personas acuden a pedir ayuda, porque uno o varios niños son las “ovejas negras”
de la familia.
Recuerdo a Jaimito que al preguntarle sobre sus tres deseos mencionó uno
solo: “cambiarse a sí mismo”. Pese a que no fue muy expresivo en su
definición del cambio, ya que no logramos obtener más información, esta
frase nos ayudó a entender que el niño no se sentía aceptado por lo que era.
Esto permitió movilizar y sensibilizar mucho a los padres respecto a la vivencia
de Jaimito.
Entonces, la varita mágica permite el acceso a una información que, a menudo, no es
tomada en cuenta por los adultos. En las manos del terapeuta está la oportunidad de hacer
algo con ella, dando voz a los niños y acercándose a su vivencia. Esto ayuda a mantenerse
atentos, no sólo a los niños actuales, sino también a los niños que viven en cada adulto con
el que el terapeuta se encuentra, ya que luego de años de trabajo en esta área, se comparte
la idea de Edith Tilmans, con respecto a que los niños tienen las llaves de los cuartos
obscuros de sus padres.
Entonces, los niños serán los mejores coterapeutas, si se aceptan sus orientaciones y su
guía, expresadas a través de sus movimientos, de su comportamiento, de aquello que dicen
(incluso que gritan), pero también indican con sus silencios y miradas.
LA SILLA VACÍA
Llega desde el psicodrama, como muchas de las técnicas analógicas. Para esta
técnica se utiliza una silla en la cual “se sienta” de manera imaginaria una
persona, un sentimiento, una parte de sí mismo.
La silla vacía permite externalizar (según lo entiende el modelo narrativo) lo
que la persona está viviendo en sí misma o en la relación con alguien más. En
la práctica, se utilizan algunas variantes de esta técnica, que vienen
desarrolladas a continuación, tomando en cuenta que no son todas las
posibilidades ni constituye tampoco la única forma de usarlas, ya que
depende mucho de la creatividad de la persona que realiza la intervención.
En la relación con alguien más: se entiende por esto, la modalidad de usar la
silla vacía para invitar (de manera metafórica) a una persona para poder
hablar con ella. La persona invitada puede ser una madre, un padre, una
hermana o hermano, un esposo/a, y al traerlo a un espacio seguro, el
consultante habla con dicho “invitado” sobre aquello que no se pudo decir en
su momento, ya sea por temor a las reacciones de la persona en cuestión o
por angustia y temor de entrar en conflicto, o también por algo tan real como
la muerte.
A continuación, se describen otras posibles utilizaciones de la silla vacía.
Con un sentimiento: también se puede usar la silla vacía para “sentar” a algún
sentimiento o una parte de sí mismo, como sucede en el ejemplo que viene a
continuación:
Jaime, de 35 años, con el cual hicimos un proceso terapéutico que tuvo una
primera parte, donde él avanzó mucho en la comprensión de sus relaciones y
que terminó satisfactoriamente para ambas partes.
Luego de algún tiempo, él volvió con una nueva demanda y realizamos una segunda
parte, donde él deseaba desarrollar su parte afectiva, que sentía que se había
quedado pequeña. Para hacerlo le propuse usar la silla vacía, con lo cual estuvo de
acuerdo (inducción).
Para llevar a cabo el ejercicio, le pedí que describiera cómo era su parte afectiva en
ese momento. Jaime me dijo que era una niña de 8 años, que llevaba un vestido rojo
y tenía el pelo rubio con largas trenzas y ojos verdes. Jaime decidió llamarla:
Afectividad. Le pedí que se imaginara a Afectividad sentada en la silla frente a él y
que conversara con ella. Durante esta conversación, Jaime le preguntaba qué era lo
que sucedió para que se quedara tan chiquita.
Luego intercambiamos asientos y Jaime en el asiento de Afectividad se responde a sí
mismo, que se quedó pequeña, porque él prestaba mucha atención a su parte
racional, que era una señora grande y gorda que lo había acompañado durante
mucho tiempo, pero que había opacado a Afectividad, debido a que Racionalidad
era la única que le había permitido sobrevivir a los eventos de su historia cargada de
pérdidas y abandonos. Que si Afectividad hubiera crecido en ese momento, no
hubiera permitido que Jaime sobreviviera, porque siendo tan niña y frágil, hubiera
muerto, pero que siendo pequeña y quedándose como tal, Jaime pudo sobrevivir.
Volviendo a su silla, Jaime, que continúa su diálogo con Afectividad, le pide
que crezca, que él quiere verla grande y promete cuidarla y escucharla cada
vez que ella tenga algo que decir. Volviendo a la otra silla, Afectividad
responde que ella también quiere crecer, porque sabe que Jaime va a
protegerla y escucharla. Con este acuerdo, Jaime, al volver a su silla manifiesta
que está muy contento por esto (ejecución de la técnica).
Cuando comentamos la técnica (cierre), Jaime señaló la importancia que tuvo para
él, el hecho de entrar en contacto con esta parte suya que se quedó tan pequeña y
que estaba muy contento de que hubiese decidido crecer.
Durante el proceso terapéutico que duró unas tres sesiones más, vimos como
Afectividad iba creciendo lentamente. Nos despedimos cuando Afectividad estaba ya
de adolescente y empezaba los cuestionamientos y “rebeldías”, pero Jaime seguía a
su escucha y manifestando que estaba seguro que Afectividad seguiría su
crecimiento, pero que podía verla crecer solo, por lo que nos despedimos. Espero
que ahora Afectividad haya crecido tanto como él.
Entonces, usando la silla vacía, es posible hablar con una parte de sí mismo.
Esto permite una redefinición personal de ciertos aspectos que pueden estar
deteniendo el crecimiento o incluso, a veces, confundiendo a la persona y que
no permiten que avance. Al poner en una silla estas partes y entablar un
diálogo, se puede entrar en contacto con ellas y reconocer su existencia como
parte constitutiva del ser, ya que muchas veces han sido olvidadas, relegadas,
reprimidas o como en este ejemplo, se quedaron pequeñas, porque fue una
estrategia de sobrevivencia, adecuada en un tiempo determinado, pero que
ya no es válida en el contexto actual.
LOS RITUALES TERAPÉUTICOS
Se entiende por rituales terapéuticos, la ejecución de actos o acciones que tienen un
fin específico al interior del proceso de intervención. En el libro La Familia: El desafío
de la diversidad, su autora, Adelina Gimeno (1999: 153) retoma la definición de Van
der Hart (1983) sobre los rituales en general:
Un acto simbólico, o mejor, una serie de actos simbólicos, que deben desarrollarse
de un modo determinado y que suelen estar acompañados de fórmulas verbales…
Pero el ritual no es un mero acto formal. Su relevancia estriba precisamente en su
significado, en cuanto que trata de ir más allá de la realidad cotidiana con el fin de
hacerla especial, dotándola de un contenido que la trasciende.
Los rituales cumplen varias funciones;
Adelina Gimeno (1999: 154 y ss.) sostiene
que facilitan el cambio, ya que permiten
una transición de una etapa a otra (como
lo que se planteó con María, cuyo
ejemplo se describió en la técnica de la
silla vacía) y facilitan el desarrollo
personal, ayudando a cada individuo a
asumir más fácilmente las tareas de la
siguiente etapa evolutiva.
La realización del ritual, requiere una preparación en la que se solicita que la familia lleve a
consulta, los siguientes elementos:
Una carta redactada en diferentes términos, dependiendo de la ocasión.
• Velas: generalmente dos: una de cualquier color para quemar el pasado simbolizado por la carta
y una amarilla para mirar hacia el futuro.
• Otros elementos, como flores y recuerdos.
• Incluso, para hacer más especial el momento, se puede conseguir música especial o un poema
en particular.
LAS METÁFORAS
Andolfi (1984: 133), menciona lo siguiente con respecto al tema de hablar con
metáforas:
Recuerdo una vez a Edith que retomó el síntoma de una paciente, una niña de
tres años que había sufrido quemaduras graves en todo el cuerpo, por lo que
su piel estaba muy dañada y luego de hablar sobre la situación de la familia
que era emigrante en Bélgica, Edith mencionó que la “piel” de toda la familia
estaba afectada por el cambio de país.
Como instrumento del terapeuta: el terapeuta puede usar la metáfora para
dar mensajes al consultante o puede usarlo como una connotación positiva.
Por ejemplo, puede afirmar que ve a alguien “creciendo como una planta al
comienzo de la primavera” o “saliendo de un duro invierno” o como “roble
frente a una tormenta”
Evita el desarrollo de defensas: a menudo las personas pueden cerrarse
debido a reproches o acusaciones dadas por los miembros de la familia, pero
el uso de la metáfora puede evitar esto, debido a su alto nivel de
condensación y a la capacidad de integrar varios elementos en su descripción.
Así por ejemplo, en lugar de decir a una persona que es “terca y cerrada”, el
terapeuta puede decir que es “como una caja fuerte, de la cual se ha olvidado
la combinación”.
Asigna significados a las conductas y acciones de los consultantes: se pueden
condensar elementos que caracterizan a las personas y a las relaciones que
mantienen. Florence Calicis por ejemplo, comentaba que una vez uno de sus
pacientes le había dicho: “vea doctora, mi situación es como que hubieran
puesto el motor de un Mercedes Benz en un escarabajo”, con lo cual es fácil
imaginar la carga soportada por esta persona.
Facilita la comprensión del problema: la metáfora, por sus características,
permite que el problema sea visualizado de otra forma, lo cual contribuye a
que los miembros de la familia se sientan implicados en lo situación que están
viviendo. Por ejemplo, se puede decir que la persona “está pasando por una
tormenta”, o “ha salido de un infierno”
Para esto recuerdo otra metáfora
usada por Edith, para hablar de las
dificultades que tenía un niño para
comunicarse con sus hermanos. Edith
mencionó: “parece que unos niños son
aves que son seres del aire, mientras
que otro es un pez, que es un ser del
agua y hablan diferentes lenguajes,
¿cómo se puede hacer para que lleguen
a entenderse?”
Las esculturas
Las esculturas ponen en evidencia las relaciones familiares utilizando el
cuerpo como vehículo de expresión, pero de una manera que da una visión
global de lo que está pasando en la familia, creando de esta forma una
totalidad, puesto que los miembros de la familia pueden verse a sí mismos
como parte de algo que va más allá de cada uno de ellos
El niño puso a su padre, sentado en una silla en una esquina de la habitación,
leyendo el periódico; la madre estaba en otra esquina ocupada en sus
quehaceres de la cocina y las hermanas estaban jugando a las muñecas en
otra esquina, sentadas en el suelo. El niño relató que cuando se acercaba al
padre, éste le decía “ve donde tu madre, estoy ocupado”; cuando iba donde la
madre, ésta le decía: “estoy ocupada, ve con tus hermanas” y finalmente
cuando iba con sus hermanas, éstas le decían: “no molestes, ándate de aquí”,
con lo cual, el niño reiniciaba su peregrinar, moviéndose del padre a la madre
y de ésta a las hermanas, haciendo un recorrido en círculos y yendo de un
lado para otro, sin encontrar un lugar para él.
REFERENCIAS
Aracil, J. (1987) Dinámica de Sistemas, Alianza Universidad, num. 58. Madrid,
tercera edición.