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Reino B

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Samuel se aleja hacia Guilgal siguiendo su camino.

Pero Samuel vuelve a


enfrentarse con Saúl para anunciarle el rechazo definitivo de parte de Dios.
Saúl, el rey sin discernimiento, pretende dar culto a Dios desobedeciéndolo.
Enfatuado por el poder, que no quiere perder, se glorifica a sí mismo y
condesciende con el pueblo, para buscar su aplauso, aunque sea oponiéndose a
la palabra de Dios. Samuel se presenta y le dice: “Escucha las palabras del
Señor, que te dice: Voy a tomar cuentas a Amalec de lo que hizo contra Israel,
cortándole el camino cuando subía de Egipto. Ahora ve y atácalo. Entrega al
exterminio todo lo que posee, toros y ovejas, camellos y asnos, y a él no le
perdones la vida”. Amalec es la expresión del mal y Dios quiere erradicarlo de la
tierra. La palabra de Dios a Saúl es clara. Pero Saúl es un necio, como le llama
Samuel, ni escucha ni entiende. Dios entrega en sus manos a Amalec. Sin
embargo Saúl pone su razón por encima de la palabra de Dios y trata de
complacer al pueblo y a Dios, buscando un compromiso entre Dios, que le ha
elegido, y el pueblo, que le ha aclamado. Perdona la vida a Agag, rey de Amalec,
a las mejores ovejas y vacas, al ganado bien cebado, a los corderos y a todo lo
que valía la pena, sin querer exterminarlo; en cambio, extermina lo que no vale
nada. Entonces le fue dirigida a Samuel esta palabra de Dios: “Me arrepiento de
haber constituido rey a Saúl, porque se ha apartado de mí y no ha seguido mi
palabra” (1S 15,1-10).

Samuel va a buscar a Saúl. Cuando Saúl le ve ante sí, le dice: “El Señor te
bendiga. 66

Ya he cumplido la orden del Señor”. El orgullo le ha hecho inconsciente e


insensato, creyendo que puede eludir el juicio del Señor. Pero Samuel le
pregunta: “¿Y qué son esos balidos que oigo y esos mugidos que siento?”. Saúl
contesta: “Los han traído de Amalec. El pueblo ha dejado con vida a las mejores
ovejas y vacas, para ofrecérselas en sacrificio a Yahveh, tu Dios”. Samuel no se
deja engañar y le replica: “¿Acaso se complace Yahveh en los holocaustos y
sacrificios como en la obediencia a su palabra? Mejor es obedecer que sacrificar,
mejor la docilidad que la grasa de los carneros. Por haber rechazado la palabra
de Yahveh, El te rechaza hoy como rey”. Samuel, pronunciado el oráculo del
Señor, se da media vuelta para marcharse, pero Saúl se agarra a la orla del
manto, que se rasgó (Lc 23,45). El manto rasgado es el signo de la ruptura
definitiva e irreparable, como explica Samuel, mientras se aleja: “El Señor te ha
arrancado el reino de Israel y se lo ha dado a otro mejor que tú” (1S 1,12-28; Os
6,6; Am 5,21-25; Mt 27,51).

b) David ungido rey


Dios, el Señor de la historia, encamina los pasos de Samuel hacia David:
“Yo te haré saber lo que has de hacer y ungirás para mí a aquel que yo te
indicaré”. Samuel se dirige a Belén y los ancianos de la ciudad le salen al
encuentro. Samuel les tranquiliza: “He venido en son de paz. Vengo a ofrecer un
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sacrificio al Señor. Purificaos y venid conmigo al sacrificio”. De un modo
particular, Samuel purifica a Jesé y a sus hijos y les invita al sacrificio. Jesé
tiene siete hijos. Pero sólo seis de ellos se presentan ante Samuel. El más
pequeño se halla en el campo pastoreando el ganado. Samuel, que aún no sabe
quién será el ungido, comienza llamando al hermano mayor, a Eliab. Se trata de
un joven alto, de impresionante presencia. Samuel, al verle, cree que es el
elegido de Dios: “Sin duda está ante Yahveh su ungido”. Pero el Señor advierte
a su profeta: “No mires su apariencia ni su gran estatura, pues yo le he
descartado”. La mirada de Dios no es como la mirada del hombre. El hombre
mira las apariencias, pero Yahveh mira el corazón. Los criterios de Dios no
coinciden con los criterios humanos.

Siguen pasando ante Samuel los seis hijos de Jesé, uno detrás de otro.
Todos son descartados. Samuel pregunta a Jesé: “¿No tienes otros hijos?”. Jesé
responde: “Sí, falta el más pequeño que está pastoreando el rebaño”. “¡Manda
que lo traigan!, exclama Samuel. ¡No haremos el rito hasta que él no haya
venido!”. El muchacho, el menor de los hermanos, es también el más pequeño,
tan insignificante que se han olvidado de él. Pero Dios sí le ha visto. En su
pequeñez ha descubierto el vaso de elección para manifestar su potencia en
medio del pueblo. Es un pastor, que es lo que Dios desea para su pueblo como
rey: alguien que cuide de quienes El le encomiende. Mejor la pequeñez que la
grandeza; mejor un pastor con un bastón que un guerrero con armas. Con la
debilidad de sus elegidos Dios confunde a los fuertes (1S 16,1-11).

Corren al campo y llevan a David ante el profeta. La voz del Señor le dice:
“¡Es el elegido! ¡Anda, úngelo!”. Samuel toma el cuerno y lo derrama sobre la
cabeza rubia de David. Con la unción, el espíritu de Yahveh, que había
irrumpido ocasionalmente sobre los jueces, se posa para permanecer sobre
David (1S 16,12-13; CEC 695). Es el espíritu que se ha apartado de Saúl,
dejándole a merced del mal espíritu, que le perturba la mente (1S 16,14).
Celebrado el sacrificio, Samuel se vuelve a Ramá y David regresa con su
rebaño, donde se prepara a su misión de rey de Israel. Como pastor aprende a
cuidar de los hombres que le serán confiados, cuidando ahora de las ovejas y
corderos. Yahveh, que escruta al justo, examina a David en el pastoreo. Así el
Señor aprecia el corazón de David con el ganado: “Quien sabe apacentar a cada
oveja según sus fuerzas, será el que apaciente a mi pueblo”. Así Yahveh “eligió a
David su servidor, le sacó de los apriscos del rebaño, le tomó de detrás de las
ovejas, para pastorear a su pueblo Israel, su heredad. El los pastoreaba con
corazón perfecto, y con mano diestra los guiaba” (Sal 78,70-72).

Saúl, ya rechazado por Dios, y David, ya ungido para sustituirlo, son dos
figuras unidas y contrapuestas. Sus vidas y sus personas seguirán unidas por
mucho tiempo. Saúl, con su inestabilidad emocional, cae en depresiones al borde
de la locura. Oscilando como un péndulo entre momentos de lucidez y
disposiciones de ánimo oscuras, queriendo agradar a Dios y a los hombres, sólo
logra indisponerse con todos. David, aún un muchacho, se presenta en la corte
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