Reino B
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Samuel va a buscar a Saúl. Cuando Saúl le ve ante sí, le dice: “El Señor te
bendiga. 66
Siguen pasando ante Samuel los seis hijos de Jesé, uno detrás de otro.
Todos son descartados. Samuel pregunta a Jesé: “¿No tienes otros hijos?”. Jesé
responde: “Sí, falta el más pequeño que está pastoreando el rebaño”. “¡Manda
que lo traigan!, exclama Samuel. ¡No haremos el rito hasta que él no haya
venido!”. El muchacho, el menor de los hermanos, es también el más pequeño,
tan insignificante que se han olvidado de él. Pero Dios sí le ha visto. En su
pequeñez ha descubierto el vaso de elección para manifestar su potencia en
medio del pueblo. Es un pastor, que es lo que Dios desea para su pueblo como
rey: alguien que cuide de quienes El le encomiende. Mejor la pequeñez que la
grandeza; mejor un pastor con un bastón que un guerrero con armas. Con la
debilidad de sus elegidos Dios confunde a los fuertes (1S 16,1-11).
Corren al campo y llevan a David ante el profeta. La voz del Señor le dice:
“¡Es el elegido! ¡Anda, úngelo!”. Samuel toma el cuerno y lo derrama sobre la
cabeza rubia de David. Con la unción, el espíritu de Yahveh, que había
irrumpido ocasionalmente sobre los jueces, se posa para permanecer sobre
David (1S 16,12-13; CEC 695). Es el espíritu que se ha apartado de Saúl,
dejándole a merced del mal espíritu, que le perturba la mente (1S 16,14).
Celebrado el sacrificio, Samuel se vuelve a Ramá y David regresa con su
rebaño, donde se prepara a su misión de rey de Israel. Como pastor aprende a
cuidar de los hombres que le serán confiados, cuidando ahora de las ovejas y
corderos. Yahveh, que escruta al justo, examina a David en el pastoreo. Así el
Señor aprecia el corazón de David con el ganado: “Quien sabe apacentar a cada
oveja según sus fuerzas, será el que apaciente a mi pueblo”. Así Yahveh “eligió a
David su servidor, le sacó de los apriscos del rebaño, le tomó de detrás de las
ovejas, para pastorear a su pueblo Israel, su heredad. El los pastoreaba con
corazón perfecto, y con mano diestra los guiaba” (Sal 78,70-72).
Saúl, ya rechazado por Dios, y David, ya ungido para sustituirlo, son dos
figuras unidas y contrapuestas. Sus vidas y sus personas seguirán unidas por
mucho tiempo. Saúl, con su inestabilidad emocional, cae en depresiones al borde
de la locura. Oscilando como un péndulo entre momentos de lucidez y
disposiciones de ánimo oscuras, queriendo agradar a Dios y a los hombres, sólo
logra indisponerse con todos. David, aún un muchacho, se presenta en la corte
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