Alianza A
Alianza A
Alianza A
ALIANZA
La alianza parte de Dios, que toma la iniciativa. Dios llama a Moisés para
comunicarle las cláusulas de la alianza: “Al tercer mes después de la salida de
Egipto, ese mismo día, llegaron los hijos de Israel al desierto de Sinaí. Partieron
de Refidim, y al llegar al desierto de Sinaí acamparon en el desierto. Allí
acampó Israel frente al monte. Moisés subió hacia Dios. Yahveh le llamó desde
el monte, y le dijo: Así dirás a los hijos de Israel: Ya habéis visto lo que he hecho
con los egipcios, y cómo a vosotros os he llevado sobre alas de águila y os he
traído a mí. Ahora, pues, si de veras escucháis mi voz y guardáis mi alianza,
vosotros seréis mi propiedad personal entre todos los pueblos, porque mía es
toda la tierra; seréis para mí un reino de sacerdotes y una nación santa. Estas
son las palabras que has de decir a los hijos de Israel” (Ex 19,1-6).
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En el Sinaí Dios se presenta a Israel proclamando: “Yo, Yahveh, soy tu
Dios”. Sus acciones salvadoras le permiten afirmar, no sólo que es Dios, sino
realmente “tu Dios”, tu salvador, el “que te ha liberado, sacándote de la
esclavitud”. La alianza es pura gracia de Dios. El pueblo, que ni siquiera es
pueblo, no puede presentar título alguno que le haga acreedor a la alianza con
Dios: “Tú eres un pueblo consagrado a Yahveh tu Dios; él te ha elegido a ti para
que seas el pueblo de su propiedad personal entre todos los pueblos que hay
sobre la haz de la tierra. No porque seáis el más numeroso de todos los pueblos
se ha prendado Yahveh de vosotros y os ha elegido, pues sois el menos
numeroso de todos los pueblos; sino por el amor que os tiene y por guardar el
juramento hecho a vuestros padres” (Dt 7,6-8).
El Decálogo, las diez palabras de este Dios rico en amor, son diez palabras
de vida y libertad, expresión del amor y cercanía de Dios. La primera palabra
del Decálogo es el “Yo” de Dios que se dirige al “tú” del hombre. El creyente, que
acepta el Decálogo, no obedece a una ley abstracta e impersonal, sino a una
persona viviente, conocida y cercana, a Dios, que se presenta a sí mismo como
“Yahveh, Dios misericordioso y clemente, tardo a la cólera y rico en amor y
fidelidad, que mantiene su amor por millares, que perdona la iniquidad, la
rebeldía y el pecado, pero no los deja impunes” (Ex 34,6-7). “La primera de las
Diez Palabras recuerda el amor primero de Dios hacia su pueblo... Los
mandamientos propiamente dichos vienen en segundo lugar... La existencia
moral es respuesta a la iniciativa amorosa del Señor... La Alianza y el diálogo
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entre Dios y el hombre... se enuncian en primera persona (Yo soy el Señor) y se
dirigen a otro sujeto (tú). En todos los mandamientos de Dios hay un pronombre
personal en singular que designa al destinatario. Al mismo tiempo que a todo el
pueblo, Dios da a conocer su voluntad a cada uno en particular” (CEC
2061-2063).