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Edipo en Freud y Klein-Unid 2

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EL COMPLEJO DE EDIPO EN SIGMUND FREUD Y EN MELANIE

KLEIN

ANDRÉS JULIÁN SANTA OSPINA

UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA
FACULTAD DE CIENCIAS SOCIALES Y HUMANAS
DEPARTAMENTO DE PSICOLOGÍA
MEDELLÍN
2011

1
EL COMPLEJO DE EDIPO EN SIGMUND FREUD Y EN MELANIE
KLEIN

ANDRÉS JULIÁN SANTA OSPINA

Trabajo de grado para optar al título de


Psicólogo

Asesor
EDUARDO MEJÍA LUNA
Psicólogo

UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA
FACULTAD DE CIENCIAS SOCIALES Y HUMANAS
DEPARTAMENTO DE PSICOLOGÍA
MEDELLÍN
2011

2
CONTENIDO

Pág.

INTRODUCCIÓN 7

1. PLANTEAMIENTO DEL PROBLEMA 9

2. OBJETIVOS 14

2.1 OBJETIVO GENERAL 14

2.2 OBJETIVOS ESPECÍFICOS 14

3. JUSTIFICACIÓN 15

4. METODOLOGÍA 19

4.1 MÉTODOS DE TRABAJO 21

4.1.1 Lectura intratextual 21

4.1.2 Lectura extratextual 23

5. SIGMUND FREUD 25

5.1 RECUENTO BIBLIOGRÁFICO 25

5.2. ANÁLISIS DEDISCURSO, SIGMUND FREUD 62

5.2.1 Trama edípica 67

5.2.2 La castración 86

5.2.3 La mujer en el complejo de Edipo 89

5.2.4 Consideraciones 98

6. MELANIE KLEIN 101

6.1 RECUENTO BIBLIOGRÁFICO 101

3
6.2 ANÁLISIS DEL DISCURSO, MELANIE KLEIN 108

6.2.1 El Complejo Edípico 118

6.2.2 El complejo de Edipo en el varón 122

6.2.3 El complejo de castración masculina 126

6.2.4 La sexuación en el varón 129

6.2.5 El complejo de Edipo en la mujer 133

6.2.6 La envidia de pene en la niña 138

6.2.7 El superyó 145

7. EL COMPLEJO DE EDIPO EN SIGMUND FREUD Y EN MELANIE KLEIN 151

7.1 LA SEXUALIDAD EN EL COMPLEJO DE EDIPO 157

7.2 LA IDENTIFICACIÓN 160

7.3 EL SUPERYÓ 163

BIBLIOGRAFÍA 169

4
RESUMEN

El complejo de Edipo destaca especialmente dentro de la teoría psicoanalítica


debido a su importancia para la estructuración psíquica del sujeto. De él hacen
parte logros tan trascendentales como la elección de objeto sexual, las primeras
configuraciones de la identidad (incluyendo la identidad de género) y la
estructuración superyoica.

Más de cien años han pasado desde el nacimiento del psicoanálisis freudiano
y la formulación del complejo de Edipo, ello valida la idea de preguntarse lo que
otros grandes teóricos han contemplado, la importancia que representa para la
intervención clínica en la actualidad y la manera cómo puede leerse en nuestro
contexto social e histórico.

Por tanto, la pretensión de esta investigación de tipo documental es ayudar al


esclarecimiento y comprensión de la evolución histórica del complejo de Edipo.
Utilizando la metodología de análisis crítico interpretativo sobre los discursos de
Sigmund Freud y Melanie Klein, se trabajará para dar respuesta a las siguientes
cuestiones básicas: ¿Cómo evoluciona el complejo de Edipo en ambas teorías,
¿cuál es la lógica interna de cada teoría y cómo ésta permite entender el complejo
edípico, ¿qué lugar ocupa el complejo edípico dentro del esquema de
organización psíquica que cada uno de dichos autores propone?, y ¿cuál es la
relación entre ambas teorías a la luz del complejo de Edipo?.

5
PALABRAS CLAVES: COMPLEJO DE EDIPO, SIGMUND FREUD, MELANIE
KLEIN, SEXUACIÓN, IDENTIFICACIÓN, COMPLEJO DE CASTRACIÓN,
SUPERYÓ, DIFERENCIACIÓN SEXUAL.

6
INTRODUCCIÓN

La unidad de análisis elegida para la presente investigación es el complejo de


Edipo, en las teorías de Sigmund Freud y Melanie Klein; una elección basada en
la importancia que éste representa para las teorías psicoanalíticas, desde sus
inicios hasta la actualidad. El complejo de Edipo guarda una estrecha relación con
los logros más importantes en la senda de la organización psíquica, al mismo
tiempo se presenta como uno de los ejes del proceso psicodiagnóstico y foco de
interés dentro de la intervención clínica.

Con el objetivo de ayudar a esclarecer la evolución del complejo edípico a lo


largo de más de cien años de historia psicoanalítica, se propone esta investigación
de tipo documental en los discursos de Sigmund Freud, padre del psicoanálisis, y
Melanie Klein, una de las primeras psicoanalistas especializadas en la
intervención clínica infantil.

La propuesta básica de investigación estará basada en el método analítico, el


cual propone la descomposición de la unidad objeto de estudio en sus elementos
constitutivos para obtener un conocimiento mayor y más profundo de la misma. En
este caso se trata de la descomposición de los discursos, o como también podrían
llamarse, sistemas de contenidos a través de dos momentos prácticos de estudio
denominados lectura intratextual y lectura extratextual.

El cuerpo temático de la investigación da inicio con el proceso de la lectura


intratextual en la obra de Sigmund Freud. Para ello se seleccionan en orden
cronológico los escritos que más aportan a la comprensión del complejo de Edipo;
seguidamente se hace lectura de ellos y se exponen la forma como tal concepto
aparece y evoluciona. Como resultado de este primer proceso de lectura se

7
delimita un sistema de contenidos y expone la lógica interna de la teoría a la luz
del complejo edípico. De manera subsiguiente, el mismo proceso de lectura es
aplicado a la teoría de Melanie Klein, obteniendo de ella la misma comprensión y
resultados.

El paso final, denominado, lectura extratextual, implica la utilización de los


mencionados sistemas de contenidos para analizar la relación existente entre los
discursos de Freud y Klein entorno al complejo de Edipo. Como resultado del
proceso de lectura intratextual, se espera la obtención de las unidades que
permiten definir el complejo de Edipo en ambos autores y luego utilizarlas, en lo
que sería una comprensión extratextual, para delimitar los puntos compartidos,
diferentes o complementarios.

8
1. PLANTEAMIENTO DEL PROBLEMA

Hablar de complejo de Edipo es hacer referencia a un estadio en la


organización psíquica del sujeto, planteado inicialmente por el discurso freudiano y
que se reconoce como uno de los constructos teóricos más representativos del
psicoanálisis a lo largo de su historia. En términos generales, es un conglomerado
de experiencias que compromete una multiplicidad de dimensiones psíquicas y, de
acuerdo con Freud, responsable de los logros más representativos en la infancia
temprana.

El complejo edípico destaca especialmente dentro de la teoría psicoanalítica


debido a su importancia para la estructuración psíquica del sujeto. De él hacen
parte logros tan trascendentales como la elección de objeto sexual, las primeras
configuraciones de la identidad (incluyendo la identidad de género) y la
estructuración superyoica.

Elegir un objeto de deseo sexual significa asumir específicamente un objeto


privilegiado responsable de ofrecer gratificación sexual al sujeto, constituye un
paso esencial pues permite pasar del autoerotismo o satisfacción con el propio
cuerpo, al establecimiento de un vínculo con otro.

Igualmente, la conformación de una identidad propia, refiere a la constitución


de la representación de sí mismo o autopercepción, la cual es posibilitada por la
incorporación en el propio Yo de rasgos y cualidades de aquellos objetos que son
erigidos por el sujeto como fuentes de identificación, correspondientes a lo que el
sujeto quisiera parecerse.

9
Finalmente, el otro asunto que desvela la importancia estructurante del
complejo edípico se relaciona con el superyo. Según Freud, es indispensable que
el sujeto introyecte el sistema normativo cultural para poder inscribirse y ser
reconocido como parte de la sociedad; las tendencias pulsionales del sujeto deben
ser limitadas y condicionadas a los preceptos culturales, sometiéndose a los
mecanismos convenidos para su satisfacción. Si tal código normativo no se
consolida como una parte de la estructura psíquica del sujeto, es imposible el
establecimiento de vínculos sociales sanos donde se dé un trato ético al deseo
propio y al de los demás.

El complejo de Edipo puede suscitar amores y odios por igual. Amor en


aquellos maravillados con el carácter novedoso y osado de sus postulados, y odio
en muchos círculos conservadores, como la religión o la educación, que tal vez no
compartan la idea de una sexualidad infantil tan activa. A pesar de ello, queda
claro que cualquier sujeto en formación, académica o clínica, interesado en la obra
psicoanalítica, bien sea freudiana o postfreudiana, deberá reconocerle y manejarle
adecuadamente, pues es en gran parte gracias a éste que el psicoanálisis ocupa
un lugar tan destacado en la historia, en la educación y en la cultura popular *.

Muchos han sido los años transcurridos desde el nacimiento de la propuesta


freudiana, muchas han sido las mentes deslumbradas o aterradas por la idea del
complejo edípico, mucha la adhesión o el rechazo que ha podido suscitar, y
muchos han sido los cambios socio-culturales que han ocurridos desde finales del
siglo XIX hasta nuestros días. Todo esto valida la idea de preguntarse por la
evolución del complejo de Edipo, de cuestionarse lo que otros grandes teóricos

*Es cada vez más notoria la manera cómo el complejo de Edipo es nombrado y utilizado por toda
clase de personas y en diferentes áreas, por ejemplo, políticos, escritores, comunicadores, artistas
y personas del común.

10
han expresado, la importancia que representa para la intervención clínica, y la
manera cómo podría leerse en nuestro contexto social e histórico.

El complejo de Edipo ha sido uno de los grandes estandartes de las teorías


psicoanalíticas, ha sobrepasado los linderos de la propuesta freudiana y se ha
hecho extensivo a los aportes teóricos y clínicos de otras grandes personalidades
del psicoanálisis. Las décadas subsiguientes al posicionamiento del psicoanálisis
freudiano, verán la aparición de grandes personajes interesados en reinterpretar el
vasto mundo de experiencias infantiles que hacen parte del complejo edípico.

Melanie Klein, una de las primeras figuras femeninas en el panorama


psicoanalítico, dedica numerosos trabajos al estudio del complejo edípico y al
lugar que ocupa en el proceso de organización psíquica; en ella se da prioridad al
papel de la angustia y la agresividad (cuya fuente es básicamente endógena),
además se preocupa por esclarecer los procesos de identificación y diferenciación
sexual. A diferencia de otros psicoanalistas de su época, Melanie Klein centra sus
trabajos clínicos en la intervención con niños, motivo por el cual se le reconoce
una apreciación más directa y verosímil de las vivencias edípicas.

Del mismo modo, Jacques Lacan incorpora nuevos elementos teóricos para
hacer una lectura diferente de los hallazgos freudianos; al utilizar los conceptos
lingüísticos de Saussure y la dialéctica de Hegel, Lacan reformula muchos de los
más importantes asuntos metapsicológicos y clínicos del psicoanálisis. Premisas
como el inconsciente estructurado como un lenguaje, el estadio del espejo, la
interacción entre los registros real, simbólico e imaginario y el papel del
significante en la organización psíquica, proponen una dinámica particular en la
trama edípica; de acuerdo con lacan la importancia del complejo edípico reside en
que permite pasar del estadio del espejo (identificación especular, imaginaria,
idealizada) a la inscripción en el registro simbólico, es decir, asumir la castración,

11
renunciar a las aspiraciones de ser el falo y aceptar la ley del padre para
convertirse en un sujeto de la cultura. Un proceso que se basa en los movimientos
del significante “falo” y en cuál de los personajes del Edipo lo tiene o carece de él.

Al citar antecedentes más contemporáneos se hace vívida la vigencia del


complejo edípico dentro de las teorías psicoanalíticas modernas. Althea Honer,
(1994) una de las grandes figuras de lo que hoy día se denomina psicoanálisis
relacional, retoma y reinterpreta la dimensión vincular del complejo para clarificar
la naturaleza del proceso clínico con pacientes neuróticos. En su libro Treathing
the neurotic patient in brief psycotherapy (1994), se encarga de presentar de una
manera ordenada y sintética las más importantes consideraciones freudianas
entorno al complejo de Edipo, al tiempo que lo utiliza para ilustrar los principales
conflictos evolutivos de las neurosis y de acuerdo a ellos plantear unos objetivos
terapéuticos.

Aunque sea basta la bibliografía y las personas interesadas en el complejo de


Edipo, aún es real la necesidad de seguir estudiándolo y hacer lo posible por
profundizar cada vez más en su conocimiento. Siendo conscientes de lo
complicado que resulta comprender históricamente el complejo edípico, surge el
interés de esclarecer un pequeño espectro de todas las cuestiones antedichas;
Con el objetivo de conocer más a fondo la evolución teórica del complejo edípico,
surge el interés por estudiar comparativamente las propuestas de Sigmund Freud
y Melanie Klein.

En vista de esto, la pretensión que convoca a la elaboración de este trabajo,


es realizar un análisis crítico interpretativo de la teoría del complejo de Edipo tanto
en Sigmund Freud como en Melanie Klein, exponiendo en principio la coherencia
interna de cada una, para más adelante analizarlas comparativamente y encontrar
sus puntos de confluencia y disenso.

12
Tal estudio estaría encaminado a la resolución de las siguientes cuestiones
básicas: ¿Cómo evoluciona el complejo de Edipo en ambas teorías, ¿cuál es la
lógica interna de cada teoría y cómo ésta permite entender el complejo edípico,
¿qué lugar ocupa el complejo edípico dentro del esquema de organización
psíquica que cada uno de dichos autores propone?, y ¿cuál es la relación entre
ambas teorías a la luz del complejo de Edipo?.

13
2. OBJETIVOS

2.1 OBJETIVO GENERAL


Analizar el complejo de Edipo en las teorías de Sigmund Freud y Melanie
Klein, abordándolo desde una perspectiva cronológica, evolutiva, lógica y
comparativa.

2.2 OBJETIVOS ESPECÍFICOS


 Exponer, de manera cronológica, la aparición y evolución del complejo
de Edipo en las teorías de Sigmund Freud y Melanie Klein.

 Analizar la lógica interna y el lugar que ocupa el complejo edípico en el


modelo del desarrollo psíquico en ambos autores.

 Identificar puntos de confluencia y divergencia existentes entre las


teorizaciones freudianas y kleinianas sobre el complejo de Edipo.

14
3. JUSTIFICACIÓN

La formación como psicólogo general, y específicamente como psicólogo


clínico, implica la adquisición y manejo adecuado de los principales conceptos
respecto a la organización psíquica del sujeto; lo que convierte al complejo edípico
en uno de los más importantes focos de interés, pues abarca las dimensiones
vinculares, sexuales, pulsionales e identificatorias de la organización psíquica
temprana.

Es un período de la infancia temprana donde quedan asentados los cimientos


de lo que será la vida adulta en los aspectos mencionados. Por tal motivo, es
indispensable que cualquier estudiante en formación, cuyos intereses teóricos y
prácticos estén asentados en el psicoanálisis o en alguno de sus derivados, posea
un manejo y un conocimiento sólido del complejo de Edipo antes de pretender
intervenir sobre la dimensión psíquica del sujeto.

Al mismo tiempo, la aplicación de una metodología como el análisis crítico


interpretativo permite que como estudiante universitario se ponga a prueba el
conocimiento adquirido en diversas metodologías de investigación. Un trabajo de
este talante realmente desafía las cualidades del investigador, especialmente en
aspectos como el manejo de la información y la interpretación de los resultados.

La injerencia del complejo edípico sobre el desarrollo psicológico del sujeto es


innegable, y al mismo tiempo tan conspicua que termina delimitando los objetivos
del analista en la intervención clínica. El conflicto edípico se convierte en el
hallazgo más significativo del trabajo terapéutico de Freud con sus pacientes
histéricas, y desde entonces la especialidad de la intervención psicoanalítica serán
los pacientes neuróticos, frente a los cuales se pretende rastrear la historia edípica

15
y encontrar la causa primordial de los síntomas actuales. Premisas que siguen
aplicándose de diferentes formas en la actualidad y forman parte de diversas
propuestas clínicas, verbigracia, el método analítico y las psicoterapias breves o
focalizadas*.

Ser el padre del psicoanálisis y el primero en hablar de complejo edípico


justifica, de entrada, que Freud sea el referente teórico primordial para un estudio
de esta naturaleza. Empero, existe un motivo menos trascendental aunque más
pragmático relacionado con la distribución conceptual de la bibliografía freudiana.

Sólo el empeño por leer, intratextualmente, el complejo edípico planteado por


Freud puede convertirse en un problema mayúsculo para cualquier principiante
presto a conocer su trabajo, pues al revisar cronológicamente sus principales
publicaciones, se observa que la teoría edípica va consolidándose de manera
progresiva al tiempo que se nutre, complementa y corrige con el paso de los años,
agravándose con el hecho de que Freud no presentara un escrito dedicado por
completo al complejo de Edipo en los momentos más maduros de su teorización.

Gracias a ello nos topamos con un cúmulo, no menor, de escritos que abordan
la cuestión edípica de manera parcial o tácita; al tiempo que se echa de menos la
existencia de un escrito que contenga de manera completa, condensada y clara
los principales asertos freudianos con relación al complejo de Edipo. Algo que
definitivamente convierte el proceso de aprendizaje en una tarea engorrosa y
complicada para un sujeto en búsqueda de la formación psicoanalítica.

*En las psicoterapias breves o focalizadas el complejo de Edipo es determinante para el proceso
psicodiagnóstico de los pacientes neuróticos, y es un paso indispensable para plantear los
objetivos terapéuticos.

16
El segundo gran referente teórico corresponde al discurso de Melanie Klein, y
una vez más las razones no son fortuitas. La pregunta por el complejo de Edipo
kleiniano queda bien justificada al recordar que fue ella, precisamente, una de las
primeras psicoanalistas dedicadas por completo al estudio e intervención clínica
con niños; logrando así comprender de manera muy directa el basto mundo de las
fantasías y los conflictos infantiles.

Es cierto que nuestro conocimiento del complejo edípico existe gracias a los
estudios y aportes de Freud, sin embargo, hay que advertir que el trabajo clínico
de éste nunca estuvo focalizado o especializado en el tratamiento infantil. No es
un secreto, ni siquiera para el propio Freud, que su método psicoanalítico
presentaba ciertas particularidades que al final restringían su campo de
intervención; así pues, era menester que los sujetos susceptibles de ser
analizados presentaran cierto nivel evolutivo en el lenguaje, por ser un método
centrado en la palabra, y un monto mínimo de introspección. De ahí que el
psicoanálisis mostrara una eficacia reducida en los niños y en sujetos
mentalmente discapacitados.

Por el contrario, Melanie Klein dedica su carrera al trabajo con los niños y a
encontrar las formas no verbales como en ellos se expresa el inconsciente.
Resulta pues, especialmente interesante estudiar la teorización edípica de una de
las psicoanalistas infantiles más reconocidas; muchos conocen el complejo de
Edipo por medio de los relatos verbales de sujetos adultos, empero el trabajo
kleiniano puede garantizarnos una mayor fidelidad en sus apreciaciones, debido a
su profundo y directo conocimiento de la fantasía y los conflictos propios de la
etapa edípica.

Así queda justificada la importancia de un análisis crítico interpretativo del


complejo edípico; su relevancia se hace expedita al descomponer la investigación

17
en cada uno de sus elementos, es decir, el objeto de estudio (complejo de Edipo),
los referentes teóricos (Sigmund Freud – Melanie Klein) y el modelo metodológico
(que permite consolidar los conocimientos y poner a prueba los recursos del
investigador).

18
4. METODOLOGÍA

El procedimiento metodológico que delimitará el desarrollo de esta


investigación corresponde a un análisis crítico interpretativo o análisis sistémico de
contenidos. El análisis como método investigativo se basa en la descomposición
de un objeto de estudio en sus elementos constitutivos y puede abordarlo de una
forma descriptiva, exploratoria y comprensiva.

El fenómeno de investigación o unidad de análisis que se acoge mediante el


presente estudio es el complejo de Edipo en las teorías de Sigmund Freud y
Melanie Klein, tratándose de una investigación esencialmente teórica que
pretende seguir la huella de tal unidad de análisis a través de ambos discursos.

Al tratar de entender un fenómeno u objeto de investigación a partir de sus


elementos constitutivos, el análisis crítico interpretativo propone varios momentos
lógicos en la construcción del conocimiento.

MOMENTO DE VER: es en esencia, el primer contacto del investigador con el


objeto de estudio. Se fundamenta en la recolección o descripción de la información
susceptible de ser analizada.

Durante este primer momento se hará una revisión bibliográfica de las obras
de Sigmund Freud y Melanie Klein, recopilando los escritos que más aportan al
entendimiento del complejo de Edipo, al tiempo que se expondrá la manera cómo
evoluciona el concepto en los diferentes momentos de la teorización.

19
MOMENTO DE COMPRENDER: se trata de organizar, sistematizar e integrar
la información obtenida de manera lógica y coherente. Es un nivel de conocimiento
más profundo, pues implica una construcción de sentido y la delimitación de un
sistema de contenidos para la comprensión del fenómeno.

Este paso corresponde a una reorganización de la información obtenida de las


fuentes primarias. Se expondrán y presentará de manera lógica la teorización
respecto al complejo edípico realizada por Sigmund Freud y Melanie Klein; la
cuestión fundamental será extraer el sentido de ambos discursos interrogando las
teorías desde sus propias palabras y argumentos, todo ello con el fin de discernir
la lógica interna y el papel en la estructuración subjetiva que cada uno asigna al
complejo de Edipo.

Como resultado, aparecerán los sistemas de contenidos, es decir, todos


aquellos conceptos asociados que permiten validar, justificar o definir el complejo
de Edipo, igualmente dichos sistemas de contenidos serán tomados como
categorías de análisis para la elaboración de una interpretación comparativa entre
ambas teorías.

MOMENTO DE INTERPRETAR: corresponde al trabajo hermenéutico del


investigador, reflexiona y propone conclusiones sobre el fenómeno, confirmando o
rechazando las hipótesis de investigación. Deja como resultado una nueva
teorización o conocimiento acerca del fenómeno.

Este paso hace referencia al análisis y reflexión entorno a los sistemas de


contenidos. En rigor implica realizar una doble hermenéutica, pues se trata de
interpretar lo interpretado, o sea, construir una interpretación diferente de los
fenómenos psíquicos ya interpretados por Freud y Melanie Klein.

20
Es aquí donde tiene lugar la construcción de un conocimiento nuevo y donde
el investigador se incluye como sujeto para revelar sus conclusiones acerca del
fenómeno. Se retomarán las categorías emergentes de análisis para determinar la
relación que existe entre las teorías freudiana y kleiniana, es una interpretación
comparativa que permitirá saber si ambas conceptualizaciones del complejo
edípico son iguales disímiles o complementarias.

4.1 MÉTODOS DE TRABAJO

Una vez clarificados los momentos lógicos de la investigación, a saber, la


observación, la comprensión y la interpretación, llega la hora de puntualizar los
pasos concretos que han de ejecutarse para llevar a buen término un estudio de
este tipo. Al tratarse de una investigación puramente teórica y de análisis de
discursos, es viable asumir los pasos metodológicos como un proceso de lectura.
Lectura que presenta diversos niveles de complejidad y profundidad.

4.1.1 Lectura intratextual: Se considera como el primer momento de una lectura


analítica y abarca los momentos de ver y comprender. Su intención básica es
auscultar el texto en busca de lo que realmente dice, tratando de suprimir, en tanto
sea posible, toda influencia extratextual; Su importancia radica, esencialmente, en
que avala al lector para tomar una posición ética frente al texto. Es improcedente,
desde todo punto de vista, lanzar críticas o mostrar adhesión ante argumentos que
resultan ajenos, situación que ha de tramitarse mediante la lectura intratextual,
pues como resultado de ella se espera un conocimiento mayor y más organizado
del texto, avalando así cualquier tentativa crítica hacia él.

21
Lacan, citado por Juan Fernando Pérez en su texto Elementos para una teoría
de la lectura1, propone unos tiempos lógicos propios de toda indagación, los
cuales coinciden con los objetivos de la lectura intratextual. 1) El tiempo para ver;
corresponde a la información inicial que surge con la primera apreciación del
objeto a indagar, aquí surgirían, de manera muy global, nuestras primeras
hipótesis acerca del discurso presentado por los textos, las cuales han de ser
confirmadas o descartadas más adelante. 2) El tiempo para comprender;
corresponde a un momento de interrogación y cuestionamiento del texto, donde se
ponen a prueba las hipótesis ya formuladas, se pasa de un conocimiento general a
un conocimiento más detallado y riguroso. 3) El tiempo de concluir; se relaciona
con la obtención de un saber, más o menos certero, luego del momento de
discusión con el texto.

Mediante la lectura intratextual se pretende abarcar todo el proceso de


recopilación y comprensión de los conceptos freudianos y kleinianos acerca del
complejo edípico. Lo que implica utilizar las siguientes herramientas de trabajo:

 Lectura de las fuentes primarias de información. A través de las obras de


Freud y Klein seleccionar los textos más importantes para el abordaje del
complejo de Edipo y hacer una lectura cronológica del concepto, todo ello
con el fin de rastrear su evolución dentro de cada propuesta teórica.

 Síntesis y resumen de las tesis principales extraídas de cada una de las


lecturas. Para esto habrán de realizarse fichas de reseña bibliográfica
donde se consigne información pertinente para un análisis posterior,
verbigracia, autor, nombre y tipo de texto, editorial, año, resumen y palabras
claves, entre otros.

1 PÉREZ, Juan Fernando. Elementos para una teoría de la lectura (lectura e interpretación). Spi.

22
 Presentación y exposición del sistema de contenidos. Presentar mediante
un escrito la argumentación de la lógica edípica en las teorías de Freud y
Klein. Esclareciendo además los sistemas de contenidos que servirán como
unidades de análisis comparativo.

4.1.2 Lectura extratextual: La lectura extratextual puede asumirse como un


segundo momento de la lectura analítica, en el cual se da continuidad a la relación
dialéctica establecida con los textos o autores, pero dando lugar a la crítica, la
interpretación y la reflexión. Se denomina lectura extratextual debido a que se
permite hacer referencias externas para asumir el proceso de lectura; referencias
entre las que puede contarse, por ejemplo, el marco conceptual e idiosincrásico de
quien lee, el momento histórico, los preceptos culturales, teorías y discursos
diferentes, entre otros.

El interés fundamental que se acoge en este punto de la investigación sería


analizar la relación existente entre las teorías de Freud y Klein a la luz del
complejo de Edipo. Consiste en retomar ambos sistemas de contenidos y hacer
una lectura de ellos basándose en referencias extratextuales, es decir, interpretar
los postulados kleinianos en base a la teorización freudiana y viceversa.

Luego de seguir la huella de los discursos, de encontrar su lógica interna y de


hacer emerger un sistema de contenidos, será momento de utilizar unidades de
análisis para realizar un cruce de información que permita establecer conclusiones
respecto a la relación existente entre ambas teorías.

Para una mayor claridad respecto a la lógica y los procedimientos


metodológicos se ofrece el siguiente esquema conceptual:

23
ANÁLISIS CRÍTICO INTERPRETATIVO / ANÁLISIS SISTÉMICO DE
CONTENIDOS
Investigación de tipo cualitativo que aborda su objeto de estudio en una forma
exploratoria, descriptiva, comprensiva e interpretativa

LECTURA INTRATEXTUAL LECTURA EXTRATEXTUAL

Auscultar el discurso buscando lo que Profundiza en la relación dialéctica


realmente dice. Permite tomar una posición con el discurso utilizando distintas
crítica clases de referencias extratextuales

MOMENTO DE MOMENTO DE MOMENTO DE INTERPRETAR


VER COMPRENDER
Reflexión e interpretación del
Primer Construcción de investigador. Se ponen a prueba las
acercamiento con el sentido y delimitación hipótesis y se extrae un nuevo
objeto, recolección del sistema de conocimiento
de información contenidos

Lectura, fuentes Presentación de Utilización del sistema de


Primarias. sistema de contenidos para establecer la
Síntesis, contenidos, relación entre los discursos
resúmenes Delimitación
unidades de análisis

24
5. SIGMUND FREUD

5.1 RECUENTO BIBLIOGRÁFICO

La realización de una lectura intratextual, tratando de rastrear las aserciones


freudianas acerca del complejo de Edipo, nos muestra, de manera preliminar,
ciertas particularidades que es necesario tener en cuenta para afrontar el proceso
de lectura de una manera más clara.

La primera de tales particularidades se relaciona con la naturaleza misma de


la teoría psicoanalítica, pues sus cualidades críticas y reflexivas hacia sí misma
hacen que sus postulados tengan una gran dinámica, cambiando y actualizándose
con el paso del tiempo; siendo plausible encontrar grandes diferencias entorno a
un mismo concepto a través de los diferentes momentos de su teorización.

Por otro lado, encontramos las particularidades propias de nuestra unidad de


análisis, el complejo de Edipo; destacándose la forma en que Freud lo aborda a lo
largo de su desarrollo teórico. La obra psicoanalítica freudiana está plagada de
textos donde es factible encontrar referencias acerca del complejo de Edipo aun
cuando sus títulos o tópicos principales, en primera instancia, no lo sugieran; en
realidad el complejo de Edipo ocupa un lugar tan trascendental en el modelo de
desarrollo freudiano que, en múltiples ocasiones, resulta imposible prescindir de él
para dar cabida a diferentes clases de procesos psíquicos.

25
Así ocurre, por ejemplo, en el texto psicología de las masas y análisis del yo 2,
el cual refriere principalmente a temas como la naturaleza de las masas, el
comportamiento del sujeto en ellas, el líder y la sugestión, pero también deriva en
consideraciones de sumo valor para el esclarecimiento de los procesos edípicos;
es así como en el mismo texto, y como parte de las aserciones referidas a la
identificación, se alude a la existencia de una suerte de complejo de Edipo dual,
donde coexisten dos objetos catectizados libidinalmente y dos objetos modelo de
identificación, madre y padre respectivamente.

Lo anterior pretende mostrar cómo la importancia que representa el complejo


de Edipo para el desarrollo psíquico le permite tener una participación en la obra
psicoanalítica bastante amplia y dispersa, aspecto que influye con notoriedad en
los empeños de leer y entenderlo intratextualmente. En congruencia con estas
mismas singularidades, es evidente que la obra freudiana carece de textos que
abarquen por sí solos la mayoría de aspectos comprendidos en el proceso
edípico; en su lugar se encuentra una multiplicidad de escritos referidos al
complejo de Edipo, los cuales exponen de manera aislada algunos asuntos claves
para su comprensión; por tanto una lectura cabal ha de ser posible únicamente
revisando cada uno de ellos, tratando de encontrar su relación, sus hilos
discursivos y la complementariedad reciproca que permita el advenimiento de un
nuevo sentido, imposible de lograr analizándolos de forma independiente.

Tenemos entonces tres asuntos claves, intrínsecos a la obra freudiana que


influyen en el trabajo intratextual propuesto, a saber, la evolución propia del
psicoanálisis, la multiplicidad de textos alusivos parcialmente al complejo de
Edipo, por último, y en concordancia con lo anterior, la falta de un texto que

2 FREUD, Sigmund. Psicología de las masas y análisis del yo. En: __________. Obras
completas. Buenos Aires : Amorrortu, 1921. V.18

26
comprenda, aunque sea de manera general, todas las dimensiones abarcadas en
la comprensión freudiana del complejo de Edipo.

Por tales motivos, resulta de vital importancia rastrear, con la mayor precisión
posible tales textos e identificar sus tópicos edípicos de mayor relevancia.
Consideramos el orden cronológico una buena herramienta para seleccionar la
información, esta es la lista de los escritos freudianos que habremos de estudiar:

 (1896), Nuevas puntualizaciones sobre las neuropsicosis de defensa


 (1905), Tres ensayos de teoría sexual
 (1906), Mis tesis sobre el papel de la sexualidad en la etiología de las
neurosis
 (1914), Introducción del narcisismo
 (1923), El yo y el ello
 (1923), La organización genital infantil (una interpolación en la teoría de la
sexualidad)
 (1924), El sepultamiento del complejo de Edipo
 (1925), Algunas consecuencias de la diferencia anatómica entre los sexos
 (1931), Sobre la sexualidad femenina

1896, NUEVAS PUNTUALIZACIONES SOBRE LAS NEUROPSICOSIS DE


DEFENSA

Existen antecedentes básicos acerca del complejo de Edipo en este escrito,


los cuales surgen de las aserciones freudianas entorno a las neurosis de defensa.
Es consabido que la teoría psicoanalítica se hace fecunda, esencialmente, a
través de los avances en la práctica clínica con pacientes neuróticos, dando lugar

27
así a la comprensión de grandes procesos psíquicos, entre los cuales aparece,
lógicamente, el complejo de Edipo.

Nuevas puntualizaciones sobre las neuropsicosis de defensa es un texto, por


entero, referido al entendimiento de los estados histéricos y obsesivos, donde
Freud trata de esclarecer principalmente sus mecanismos etiológicos, desvelando
así, algunos de los principios básicos de la sexualidad infantil y del complejo de
Edipo.

Concretamente, el aporte al esclarecimiento del complejo de Edipo, que surge


de la pesquisa etiológica entorno a las neurosis de defensa, se refiere a ciertas
características especiales que toma la sexualidad humana durante los periodos de
la infancia temprana; de esta manera, Freud advierte que la relación del sujeto con
sus progenitores se ve imbuida por ciertas vivencias de tipo incestuoso.

Un número vasto de los pacientes analizados por Freud relatan, al estar bajo
la aplicación del método clínico, alguna clase de acercamiento sexual perpetrada
por un adulto hacia ellos durante el periodo de la infancia, reconociéndose,
mayoritariamente, a uno de los padres como el responsable, o en ausencia de
éstos a figuras cuidadoras como las nodrizas.

Tal vivencia, las más de las veces de carácter incestuoso, parece relacionarse
con el trauma psíquico responsable por la aparición de los mecanismos neuróticos
en la vida adulta (esencialmente la represión). Aunque el recuerdo de esta
experiencia no parece concordar, por entero, con la realidad de los hechos, pues
Freud encuentra bastante dudoso que tales abusos dirigidos hacia los infantes
pudieran gozar de tanta generalidad; plantea en consecuencia, que en el origen de
tales experiencias sexuales traumáticas se encuentra el mecanismo de la fantasía,
es decir, que existen de manera ilusoria y pueden tener una relevancia anímica

28
para el sujeto, tal como si hubiesen ocurrido realmente. Así las cosas, es viable
reconocer que Freud desvirtúa la posibilidad de un hecho real tras los recuerdos
relatados por sus pacientes, no obstante, adjudica a tales fantasías una gran
relevancia e insidia en la organización psíquica; principalmente nos muestran el
inicio de uno de los conflictos más marcados durante el periodo edípico, a saber,
la posibilidad de incurrir en una relación incestuosa; algo que opera para sujetos
de ambos sexos.

En conclusión, se reconoce en este texto y en las aserciones antedichas, un


aporte de la más alta relevancia para la teoría freudiana, pues se empieza a
concretar un conocimiento claro acerca de la sexualidad infantil y del complejo de
Edipo.

1905, TRES ENSAYOS DE TEORÍA SEXUAL

La lectura preliminar de este texto, ubicado en un momento joven de la historia


psicoanalítica, nos muestra cómo Freud continúa en la búsqueda de los factores
etiológicos responsables por las manifestaciones psíquicas de la vida adulta. El
elemento novedoso consiste, entonces, en no referirse exclusivamente al campo
de las neurosis de defensa, sino también tratar de elucidar el papel de la
sexualidad en las perversiones. La realidad respecto a este escrito freudiano, nos
muestra una teorización más bien escasa respecto al complejo de Edipo.

En general, es posible encontrar numerosas elucubraciones referidas a la


organización pulsional en distintos momentos de la vida psíquica del sujeto,
clarificándose así la naturaleza del acaecer sexual en etapas, tales como, oral,
anal y genital. Lo anterior, sería aplicado al desarrollo psíquico esperado para la
mayoría de los sujetos, es en sí aproximarse al planteamiento de un modelo de

29
organización psíquica; no obstante Freud es prolijo al analizar rutas alternativas
que tales componentes sexuales pueden tomar, dando lugar a las llamadas
perversiones. Es así como se exponen amplias aserciones respecto a
desviaciones e inversiones en algunos de los componentes de la actividad sexual
infantil y de la pulsión, verbigracia, el objeto, la meta o la fuente anatómica que la
sustenta.

Dicho esto, cabe afirmar que las alusiones directas a los procesos edípicos
son en realidad pocas, si se tiene en cuenta la extensión e importancia del texto
para la formulación de un modelo posible de desarrollo psíquico. Sin embargo, es
viable encontrar en medio de los tópicos ya citados afirmaciones relacionadas con
el complejo de Edipo, ya sea por que se expliquen procesos que le anteceden y
formen parte de su prehistoria, o por que acaezcan como derivados de él.

Inicialmente, es válido reconocer una relevancia en este texto para el


entendimiento del complejo de Edipo, debido al simple hecho de dar legitimidad al
origen temprano de la actividad sexual en la vida psíquica de todo sujeto. Parece
bastante improcedente tratar de entender los impulsos incestuosos hacia alguna
de las figuras parentales sin un previo reconocimiento del componente sexual
inmanente al psiquismo humano. Entonces, los impulsos incestuosos y la eclosión
del placer genital que caracterizan la trama edípica son entendidos, en esencia,
como una manifestación particular de una función sexual ya existente, respecto a
la cual Freud nos alecciona bastante en este escrito.

Freud describe aquí la naturaleza de la sexualidad preedípica y de la


sexualidad edípica, dejando claro que en esta última se emplazan las bases de la
sexualidad adulta. Claro está que se muestra mucho más generoso para con el
estudio de los estados preedípicos del desarrollo, pues dedica bastantes líneas al
esclarecimiento de los objetos, metas y fuentes erógenas de las etapas oral y

30
anal; no obstante clarifica, aunque no de manera muy extensa, la necesidad en
todo sujeto de abandonar la parcialidad pulsional y el autoerotismo, para dar
cabida a una sexualidad aprontada al servicio de la reproducción y bajo el primado
de los genitales como principal fuente erógena; asimismo, hace parte del esquema
básico de la sexualidad madura el reconocimiento de un objeto externo de amor y
satisfacción, contrario al autoerotismo más primitivo. Logros que se inician con el
ingreso del sujeto en el conflicto edípico.

De otro lado, encontramos muestras importantes de una teorización acerca de


las diferencias sexuales y psíquicas entre hombre y mujer, un asunto que incide
de manera decisiva en el desarrollo y evolución del complejo de Edipo. La premisa
fundamental que dirige los asertos freudianos a este respecto se refiere al carácter
bisexual que evidencian, tanto el niño como la niña, durante la primera época
infantil, y que sólo habrá de resolverse cuando cada uno despliegue, de modo
dominante, las particularidades de su sexo, lo que se supone ocurre en el periodo
de la pubertad.

Tal carácter bisexual es tratado de manera superficial por Freud, habrá de


detallar más a este respecto en textos ulteriores. Es claro al reconocer que en los
momentos primigenios de la infancia no son perceptibles diferencias importantes
en la sexualidad del varón y la niña, en ambos parece existir, más bien, una
correspondencia en cuanto al objeto, las manifestaciones sexuales y autoeróticas;
además una fluctuación entre metas sexuales activas y pasivas.

Freud denomina también este periodo de marcada prevalencia bisexual como


una fase masculina, donde las cualidades erógenas de ambos (niño-niña) se
centran en un órgano externo y de características fálicas. Tales condiciones
afectan principalmente el desarrollo de la mujer, pues según esto, la pequeña niña
está bastante cerca de ser un niño dispuesto bisexualmente, ya que su zona

31
erógena rectora, el clítoris, se homologa anatómica y funcionalmente al glande del
varón; e igualmente ocurre con las prácticas autoeróticas y masturbatorias que
éste auspicia. Las propiedades netamente femeninas de su sexualidad habrán de
evidenciarse en momentos posteriores de la estructuración psíquica.

Dos asuntos importantes hacen que este escrito tenga un lugar destacado
para comprender los fundamentos psicoanalíticos y los antecedentes del complejo
edípico. El primero de ellos se relaciona con la consolidación de la sexualidad
infantil como agente etiológico primordial para las neurosis de angustia y la
neurastenia, hecho mediante el cual se abandonan las explicaciones basadas en
preceptos neurofisiológicos y neuroquímicos. En segundo lugar, se encuentra el
esclarecimiento que brinda acerca de la prehistoria edípica, acerca de aquellas
particularidades psíquicas que nos permiten comprender la manera cómo el sujeto
llega hasta el complejo de Edipo; Además, nos muestra los elementos psíquicos
que deberán rastrearse durante transformación de lo preedípico a lo edípico, por
ejemplo, el objeto de amor, la fuente erógena, y la diferencia entre los sexos

1906, MIS TESIS SOBRE EL PAPEL DE LA SEXUALIDAD EN LA ETIOLOGÍA


DE LAS NEUROSIS

Como parte de los estudios preliminares realizados por Freud, este texto
enfatiza en la búsqueda de los elementos etiológicos presentes en las neurosis de
defensa, especialmente en la relación posible entre las vivencias sexuales
infantiles y los fenómenos psíquicos de la vida adulta. En esencia, el texto se
muestra como un apoyo a las tesis anteriores de Freud respecto a las neurosis de
defensa y a la sexualidad infantil; por el hecho de ser un texto posterior nos
muestra una mayor claridad y ciertas rectificaciones respecto a lo planteado en
ideas pretéritas.

32
Es así como Freud, mantiene su posición respecto al origen de los síntomas
histéricos; la utilización con sus pacientes del método catártico, introducido por
Breuer, le permite reafirmarse en sus conclusiones respecto a la etiología sexual
de la histeria. Los comportamientos típicos que expresan tales pacientes, por
ejemplo, las conversiones, son manifestaciones específicas de la función sexual,
marcadas desde la época misma de la infancia.

En trabajos anteriores, Freud consideró las vivencias sexuales infantiles,


responsables por la aparición de las neurosis de defensa, como una suerte de
traumas psíquicos perpetrados abusivamente por una figura adulta, y cuyo monto
afectivo podría anudarse a un recuerdo o vivencia actual para expresarse
nuevamente en el acaecer psíquico del sujeto. Ahora Freud corrige una parte de
estas consideraciones, replanteando específicamente su carácter traumático. Así
pues, afirma que la fantasía de seducción por parte de un adulto no es más que un
intento del sujeto por dar cabida o defenderse del impacto psíquico generado por
los recuerdos de sus propias prácticas sexuales espontáneas, es decir, los actos
masturbatorios. Por tal motivo, el planteamiento inicial de traumas sexuales, donde
el sujeto se muestra como una victima de las pretensiones indecorosas de un
adulto, es reformulado y se pasa más bien a hablar de un infantilismo de la
sexualidad, donde son las tendencias sexuales intrínsecas al sujeto, ya sean
provocadas o espontáneas, las responsables por la forma en que se exprese la
sexualidad adulta.

Con esto, queda clarificada la naturaleza intrínseca de las fantasías de


seducción infantil, es el propio sujeto quien despliega los intereses sexuales hacia
sus figuras cuidadoras, particularmente alguno de los padres, o relaciona sus
prácticas masturbatorias con éstas, aunque desfiguraciones defensivas
posteriores lo hagan parecer distinto. Un aporte valioso para el esclarecimiento de
los impulsos incestuosos propios del complejo de Edipo.

33
1914, INTRODUCCIÓN DEL NARCISISMO

Como su nombre lo indica, nos encontramos frente a un texto referido, en


esencia, al asunto del narcisismo, donde se analiza su origen, evolución e
injerencia en el desarrollo sexual, incluyendo también su papel en diversas
configuraciones psíquicas, tales como, la neurosis y la esquizofrenia.
Básicamente, se trata de apreciar el narcisismo como un asunto clave dentro del
desarrollo psíquico de todo sujeto, intentando dilucidar, al mismo tiempo, el punto
en el que sus posibles desviaciones habrán de dar lugar a estados psíquicos
alterados, como es el caso de la esquizofrenia.

Es un escrito condensado, pues en él es posible hallar referencias a temas


complejos diferentes al narcisismo, y que expande los límites conceptuales del
psicoanálisis al esbozar las propuestas que Freud habrá de refinar en
publicaciones más tardías; así por ejemplo profundiza la relación entre el yo y los
objetos externos, la relación entre libido yoica y libido de objeto, e introduce el
término de ideal del yo, fundamento de lo que en el texto El yo y el Ello pasará a
denominarse como superyó3.

En términos generales, existe una similitud entre este escrito y Tres ensayos
de teoría sexual, reseñado en líneas anteriores. Ambos aluden a procesos y
elementos intrínsecos al desarrollo psíquico, tratando adicionalmente, de
esclarecer su papel otros estados psíquicamente alterados. En el caso de tres
ensayos de teoría sexual, hablamos de un análisis entorno a los estadios
pregenitales de la sexualidad tanto en la neurosis como en las perversiones; ahora

3STRACHEY, James. Introducción del narcisismo: nota introductoria. En: FREUD, Sigmund. Obras
completas. Buenos Aires : Amorrortu, 1914. V.14

34
bien, en introducción del narcisismo nos encontramos con elucidaciones acerca
del narcisismo (primario) como proceso de vital importancia dentro del modelo de
organización psíquica freudiana, relacionado básicamente con el autoerotismo,
también como elemento clave para entender los mecanismos operantes en los
estados esquizofrénicos, donde se habla de un narcisismo secundario.

Tal como queda expuesto, el asunto del narcisismo parece relacionarse


principalmente con el objeto de la pulsión; así las cosas, hablar de narcisismo es
hacer referencia a un interés pulsional dirigido exclusivamente hacia el propio Yo
(objeto), contrario a lo que ocurre cuando la pulsión está orientada hacia un objeto
externo, ajeno al propio Yo. Por esta misma vía, el objeto de la pulsión,
encontramos un aporte valioso al esclarecimiento de la diferenciación sexual entre
el hombre y la mujer; según los planteamientos freudianos en este texto, es lícito
hacer un distingo sexual donde interfiere de manera puntual el asunto del
narcisismo. Señala entonces, dos posibles caminos para la elección de objeto,
correspondiendo a los objetos más primitivos en el desarrollo, a saber, uno mismo
(autoerotismo) y la persona inicialmente responsable por la nutrición y el cuidado.

De este modo, el varón habrá de elegir un objeto basándose en el


apuntalamiento anaclítico; es decir, tomando como modelo el objeto satisfactor de
las necesidades básicas de supervivencia (madre o sustituto) y promotor de sus
primeras experiencias eróticas. De otro lado, existe una mayor tendencia de parte
de las mujeres, aunque no ocurra siempre, a conservar una gran parte del
narcisismo primario en su elección de objeto adulta, tendiendo más hacia metas
sexuales autoeróticas; buscando así su satisfacción en: 1) lo que ella es o lo que
ella fue; 2) lo que ella querría ser; y finalmente, 3) Una persona que fue parte de
ella misma, en última instancia un hijo.

35
Tal distingo comporta particularidades en el talante sexual y vincular tanto en
el hombre como en la mujer. La elección objetal del hombre, basada en el
apuntalamiento anaclítico, implica una sobreestimación de tal objeto y un
empobrecimiento de la libido Yoica, es así cómo se hace proclive al
enamoramiento y a mostrar actitudes complacientes para con la persona amada.
Caso contrario ocurre con esta clase de mujeres, en quienes existe un predominio
del carácter narcisista de la pulsión y encuentran la complacencia sexual en sí
mismas; sus intereses parecen, más bien, centrarse en la esperanza de ser
amadas por otro, no en amar a otros, vinculándose así con aquel hombre capaz
de colmar en alguna medida sus necesidades.

Una explicación adicional para esto podría encontrarse en la naturaleza de sus


respectivos órganos sexuales. Es notorio que al pene le corresponde una función
penetrativa, viable de entenderse también como completar o llenar algo en el otro;
mientras que el órgano genital de la mujer se ve relacionado con fines receptivos,
una expectativa por recibir algo de otro. Como quiera que sea, tales ideas son un
complemento que no aparece en esta muestra de la obra freudiana, aparecerán
más detalles al respecto en textos venideros.

1923, EL YO Y EL ELLO

Es un escrito que aparece en un momento tardío de la obra freudiana,


mostrando una gran madurez conceptual y claridad argumentativa. Es válido
calificarlo como un texto retrospectivo, en tanto procura recapitular algunos de los
postulados psicoanalíticos más insignes con el fin de esclarecerlos,
compendiarlos, ampliarlos o revisarlos. Básicamente se hace una revisión de
textos anteriores y de asuntos conflictivos ya aparecidos en el psicoanálisis, todo
ello con el fin de proponer un nuevo modelo de organización psíquica.

36
Aquí los intereses de Freud parecen estar aprontados en dar a conocer, en
modo directo pero profundo, la manera cómo el psicoanálisis concibe la
organización psíquica del sujeto, abordándola desde una perspectiva ontogénica,
filogenética, estructural y dinámica. Tales son los motivos por los que termina
abordando un variadísimo conjunto de temáticas, por ejemplo, los estratos del
aparato psíquico, la pulsión, el narcisismo, la técnica psicoanalítica, la sexualidad,
los vínculos primordiales, las identificaciones, el complejo de Edipo, e incluso
alteraciones como las neurosis y la melancolía.

Resulta claro que exponer y delimitar cada uno de los estratos que conforman
el aparato psíquico puede convertirse en una tarea dispendiosa, más aún si se
aborda desde sus dimensión etiológica y dinámica, razón por la cual el texto
presenta diversos giros temáticos que facilitan una comprensión cabal del
psicoanálisis freudiano, incluyendo el complejo de Edipo.

De otro lado, puede afirmarse que a pesar de ser un escrito que toca, de un
modo bien consolidado, las principales cuestiones del psicoanálisis, exige en el
lector una preparación previa y una familiaridad con la obra freudiana.
Comenzando con lo que quizás es el punto más determinante en el psicoanálisis,
Freud corrige sus consideraciones aparecidas años atrás acerca del inconsciente;
los primeros trabajos clínicos con pacientes histéricas habían traído como
resultado un esquema de la psique basado en dos partes, una represora y otra
reprimida; los problemas con dicho esquema no tardaron en aparecer, pues pronto
se advirtió que no todo el inconsciente se compone de contenidos reprimidos y la
consciencia no necesariamente se liga con la parte represora. Más adelante, en
La interpretación de los sueños, se plantea una división más estructural de la
psique, donde se reconoce la utilización del inconsciente en sentido descriptivo
(como cualidad) y en un sentido dinámico (como función). En El yo y el ello, se

37
observa cómo la oposición consciente-inconsciente no es la más conveniente para
extraer un modelo estructural del aparato psíquico, por lo que ahora se presenta
un esquema más ambicioso basado en tres entidades: el ello, el yo y el superyó.
Esta es una evolución conceptual interesante que puede comprenderse más
profundamente sólo si se está familiarizado con publicaciones anteriores como los
estudios sobre la histeria (1893-95) y la interpretación de los sueños (1900).

De igual manera ocurre con el tema del yo y el narcisismo, aquí Freud amplía
algunas acotaciones pasadas y propone el ello como gran reservorio de la libido.
La doctrina básica consiste en entender el narcisismo del yo como un proceso
secundario, pues en un principio toda la libido se encuentra almacenada en el ello,
al erigirse las catexis de objeto éste despliega parte de la libido y el yo, todavía en
proceso de formación, trata luego de imponerse al ello como objeto de amor
apoderándose de tales montos libidinales. Lo anterior es un proceso básico para
comprender el nuevo esquema de organización psíquica propuesto por Freud,
pero se llega a conocer mejor al apreciar la evolución conceptual desde textos
como introducción del narcisismo (1914) y más allá del principio del placer (1920).

Pasando a otros asuntos, el aporte al esclarecimiento de la cuestión edípica


aparece como parte de las nuevas aserciones entorno a la formación del superyó,
uno de los ejes del modelo psíquico freudiano. Antes que nada, debe recordarse
que aquí se reafirma y argumenta la premisa básica, tan reiterada en textos
anteriores, de que el superyó es el resultado (y por cierto uno de los más
significativos) del complejo edípico, incluso se califica al superyó como su
heredero. El recorrido bibliográfico por la obra freudiana nos ha dejado muchas
enseñanzas acerca del complejo edípico, muchas entorno a los procesos
pulsionales, muchas entorno al desarrollo sexual, otras referentes al complejo de
castración e incluso a la diferencia entre los sexos; sin embargo, asuntos tan
álgidos como los procesos identificatorios y la organización superyoica las mayoría

38
de la veces eran mencionados de forma inacabada, por lo que el yo y ello se
presenta como el texto definitivo para discernir una de las facetas más difíciles de
asir en el estudio del complejo edípico.

Por último, la bisexualidad infantil se resalta como una condición vigente


durante el discurrir edípico, inclusive tiene una función importante en su
resolución. Producto de la bisexualidad y de las tendencias ambivalentes hacia las
figuras parentales, Freud propone la existencia paralela de un Edipo positivo y un
Edipo negativo o invertido; esto significa que en un sentido el niño inviste
libidinalmente a la madre y se apodera del padre por identificación, y al mismo
tiempo guarda intereses eróticos hacia el padre y toma rasgos identificatorios de
su madre. De acuerdo con los nuevos planteamientos freudianos, tales disyuntivas
habrán de quedar resueltas luego de la disolución del complejo de Edipo,
momento en el que se consolidará un único objeto de amor (madre) y las
identificaciones se condensarán y modificarán para permitir el advenimiento del
superyo, tanto en su faceta de ideal del yo como en su función represora. Una vez
más es importante aclarar que el caso de la niña se ve relegado y en su caso
particular no se entregan muchos detalles, solamente que opera de forma opuesta
al varón.

1923, LA ORGANIZACIÓN GENITAL INFANTIL (UNA INTERPOLACIÓN EN LA


TEORÍA DE LA SEXUALIDAD)

Es un texto que resulta realmente corto, sin embargo, ello no le impide generar
discernimientos de gran importancia en diversos niveles de la teoría psicoanalítica
freudiana, por ejemplo, diferencias concretas entre la organización psíquica del
varón y la niña, los alcances y limitantes del psicoanálisis para el abordaje de
ciertos fenómenos psíquicos, relacionados con el complejo de Edipo, y algunas

39
clarificaciones respecto a la relación entre la sexualidad infantil y el acaecer
psíquico de la vida adulta.

Este último punto se refiere a una significativa corrección que hace Freud de
algunos planteamientos pasados, señalados en su escrito tres ensayos de teoría
sexual. Allí se hace alusión a los nuevos logros que la llegada a la pubertad
propone en el plano sexual, uno de los más trascendentales es el referido al
posicionamiento de los genitales como zona erógena regente y su aprestamiento
para servir a los fines reproductivos. Se reconoce así tales procesos como el paso
último para el logro de una sexualidad verdaderamente adulta; y sólo posible con
la llegada del sujeto a la pubertad, coincidiendo con el despertar pulsional
subsecuente al periodo de latencia.

En este texto se amplía el espectro de influencia de los periodos infantiles


sobre la vida sexual adulta, adjudicándosele logros mayores en el campo de lo
genital. Anteriormente, se reconoció en los periodos infantiles del desarrollo
psicosexual la elección de un objeto único de amor, al cual se subrogan los
intereses tiernos y sexuales del sujeto adulto, una elección que tenía lugar desde
la infancia temprana, tiempo anterior a la llegada del periodo de la latencia. A esto
habrá de sumarse, como se había insinuado, el nuevo reconocimiento de una
afinidad aún mayor entre la genitalidad adulta y el nivel de desarrollo psicosexual
de la infancia; afirmándose entonces que el yugo de los órganos genitales sobre
las zonas erógenas no es un asunto que inéditamente hace su aparición en la
pubertad, sino más bien, tiene antecedentes bien emplazados en la época de la
niñez. Por sí solo a este momento del desarrollo se le reconoce una gran
importancia para la vida psíquica adulta, pues determina el objeto al cual el sujeto
ha de orientar sus intereses pulsionales; pero además, en este momento Freud
afirma la existencia de una suerte de primado genital, descartándola como un

40
logro restrictivamente propio de la pubertad. Hay antecedentes de una genitalidad
en la infancia, aunque dista de ser igual a la genitalidad adulta.

Se da pleno derecho para reconocer en todo infante, niño o niña, un especial


interés, cognitivo y sexual, por los órganos genitales, privilegiándolos sobre las
restantes zonas erógenas; no obstante, existen particularidades que marcan un
claro distingo con la vida sexual adulta. Tanto para la pequeña niña como para el
varón, el órgano genital dotado de relevancia e interés psíquico es el masculino,
una situación denominada por Freud como un primado fálico, para diferenciarlo del
verdadero primado genital de la pubertad.

Con lo anterior llegamos a uno de los puntos álgidos de la teoría psicoanalítica


freudiana, se trata del abordaje de las diferencias psíquicas y sexuales entre el
varón y la niña. Es considerado un asunto álgido debido a que resalta una de las
más llamativas limitantes de la teoría psicoanalítica de la época; se reconoce, por
palabras del mismo Sigmund Freud, el desarrollo sexual de la mujer como un
tópico del cual sólo ciertos aspectos han sido clarificados. Freud afirma que sus
planteamientos respecto a la evolución psíquica de la mujer son en realidad
exiguos, pues en ella se observan conflictos y situaciones propias de su desarrollo
que no tienen correlato en el varón, siendo bastante más complejas y
enmarañadas. Existen una multiplicidad de factores que avalan esta posición en la
teoría freudiana, pero la mayoría de ellos habrán de analizarse en textos
posteriores, tales como, algunas consecuencias psíquicas de la diferencia
anatómica entre los sexos (1925) y 33ª conferencia: la feminidad (1933). Por tales
razones, en lo referente al asunto de la genitalidad y el primado fálico sólo le es
posible referirse al varón, pues no cuenta con un conocimiento suficientemente
profundo del desarrollo de la niña, por lo menos a la fecha de publicación de este
escrito.

41
“Por desdicha, sólo podemos describir estas constelaciones respecto del
varoncito; carecemos de una intelección de los procesos correspondientes en la
pequeña niña”4

Entonces la primacía fálica, en el caso del varón, inicia con aquel momento,
anterior al conocimiento de la diferencia anatómica de los sexos, en el cual su
genital toma una relevancia psíquica nunca antes vista, pues empieza a hacerse
más vívido su poder de excitación y las sensaciones placenteras que provoca. Tan
importante es el papel del genital para la vida psíquica del niño que es natural para
él atribuir la posesión del mismo a las demás personas que le rodean (madre,
padre, etc.), e incluso a objetos inanimados de importancia psíquica.

Hasta ahora no existen grandes conflictos en el sujeto relacionados con su


órgano genital; no obstante, al expresarse también la pulsión de investigación se
verá impulsado por la curiosidad de observar el órgano genital de los demás, quizá
para corroborar sus teorías acerca de él o para compararlo con el suyo tratando
de encontrar en otros la misma potencia sexual que él posee, una situación que sí
promueve la aparición de ciertos conflictos psíquicos del desarrollo.

De manera incoercible, estos intereses investigativos y la convivencia con las


mujeres (ya sea su propia madre, hermanas o compañeritas de juego) habrán de
permitirle conocer la realidad de los hechos. De una u otra manera el niño tendrá
que advertir que su naturaleza genital no es compartida por todos los seres, como
fruto de su experiencia surge la percepción de que las mujeres difieren
significativamente de él en su condición genital; luego de muchas teorías
contempladas para dar cabida a la falta de pene en las mujeres, entre las cuales

4 FREUD, Sigmund. La organización genital infantil (una interpolación en la teoría de la


sexualidad., En: __________. Obras completas. Buenos Aires: Amorrortu, 1923. V.19. p.146.

42
se cuentan por ejemplo, la idea de que el genital femenino es efectivamente un
pene pero aún en desarrollo y que en algún momento habrá de crecer, surge en
el niño una idea trascendental y de inmensa importancia para el entendimiento del
complejo de Edipo, la castración.

En realidad, este parece ser uno de los primeros textos en los que Freud alude
de manera tan clara los móviles a través de los cuales surge en el niño la idea de
la castración; aunque aquí no se hacen explícitas las consecuencias o los
resultados estructurantes que comporta para el desarrollo psíquico. La castración
alude a las ideas que tales encuentros con el genital femenino producen en el
sujeto; luego de diversas tentativas por dar cabida a la ausencia de pene en la
mujer, llega a la conclusión de que ésta efectivamente solía poseer un pene y por
algún motivo le fue removido o arrancado, es decir, fue castrada.

Dos asuntos de gran relevancia para el desarrollo psíquico, y desde luego


para el proceso edípico, son derivados de tal idea de castración. El primero de
ellos refiere al desprecio por el genital de la mujer, y en general por la mujer
misma; surge en el sujeto la idea de que la carencia del genital adecuado, es decir
un pene, sólo es atribuible a personas de inferior condición, o culpables de una
conducta sexual punible, provocadora de tal ablación; se percibe la mujer como un
ser despreciable y de naturaleza inferior. Más adelante, se verá cómo tal misoginia
ayuda al sujeto a apartarse, en un sentido, de la madre y recurrir a la figura
paterna como un objeto plausible de identificación. Asimismo, esta polarización de
la genitalidad, cuyo núcleo es el órgano sexual masculino, habrá de ser superada
durante la época de la pubertad, pues sólo entonces se le dará legitimidad al
genital femenino, reconociéndole una anatomía y fisiología propia y diferente,
teniendo a su vez un papel único en la reproducción al que se anuda el deseo de
concebir un hijo y no el poseer un pene.

43
La otra gran resultante de toda esta situación versa entorno a la posibilidad, en
la fantasía del sujeto, de convertirse también en una víctima de la castración,
surge entonces un temor narcisista por perder el órgano genital y las excelsas
ganancias de placer que éste auspicia. En conclusión, es la puerta de ingreso al
complejo de castración, uno de los procesos fundamentales para la resolución del
complejo de Edipo, pero será menester esperar textos posteriores para conocer en
profundidad la forma en que opera, pues aquí sólo se enuncia, en un sentido lato,
detalles de su existencia y orígenes.

Para concluir, es lícito expresar acerca de este texto, que sin importar la
brevedad de su extensión deja entrever la existencia de procesos sumamente
complejos e importantes para el desarrollo psíquico y sexual del sujeto, también
para la situación edípica. Hablamos de asuntos tan importantes como la
genitalidad, el complejo de castración y las diferencias psico-sexuales entre el
varón y la niña, mostrando esta última las limitantes teóricas de la propuesta
freudiana. Por último, vale aclarar que tales tópicos son desarrollados en este
texto de manera preliminar.

1924, EL SEPULTAMIENTO DEL COMPLEJO DE EDIPO

El primer gran comentario encontrado en este escrito versa entorno al


reconocimiento de la importancia del complejo de Edipo para el desarrollo psíquico
y sexual de cualquier sujeto; se propone entenderlo como un proceso que habrá
de ocurrir de manera natural en algún punto de la senda evolutiva que todos
habrán de recorrer, tan natural como es, por ejemplo, el cambio de dentición. Tan
esperable como es el acaecimiento del complejo de Edipo, lo es su declive o
disolución. Según Freud, este complejo se encuentra destinado a un
sepultamiento, esencialmente bajo la forma de la represión, debido al carácter

44
nocivo de las mociones pulsionales que despierta. Precisamente, son los motivos
que hacen imposible para el sujeto mantenerse en una situación edípica, y los
resultados de aquí sobrevenidos, los tópicos de análisis más importantes del
presente escrito.

Cada vez se tiene una idea más fundamentada acerca del complejo de Edipo,
reconociéndolo como un periodo esencial dentro de la organización sexual en la
primera infancia. Se constituye como un momento predeterminado en el programa
evolutivo, sin embargo, es un fenómeno expresado de manera especial y única en
cada sujeto, de acuerdo con sus particularidades históricas, psíquicas, sexuales.
Las diferencias psíquicas entre los sexos no se hacen expeditas desde el
momento mismo del nacimiento pues ambos se comportan de manera masculina
en el sentido sexual, se hace necesario que las experiencias de la vida y sus
conflictos (pulsionales, vinculares y sexuales) dirijan el sujeto hacia una
estructuración psíquica particular, bien sea la masculinidad o la feminidad. Al igual
que en el texto comentado de manera precedente, la diferencia entre el varón y la
niña será otro de los ejes básicos de análisis, pero ahora referido básicamente al
sepultamiento del complejo de Edipo.

Es viable localizar el punto de partida para el entendimiento del mencionado


declive edípico en las experiencias genitales, con relación a la cual ya se han
presentado ciertas clarificaciones en el texto inmediatamente anterior; resultando
entonces que las frustraciones y temores asociados con el comercio sexual de los
órganos genitales son responsables, en basta medida, de la incoercible caída
edípica. Luego de un simple proceso de lectura, se hace plausible afirmar que el
desarrollo genital es algo que sobrepasa la situación edípica, pues existen
objetivos estructurales, a nivel de la genitalidad, que no se hacen alcanzables con
la culminación del complejo, sino por el contrario es menester esperar hasta la
época de la pubertad, donde ocurre el paso de una primacía fálica a una primacía

45
genital propiamente dicha, se da legitimidad al genital femenino y se le reconoce
su función en el proceso reproductivo.

La convergencia entre el desarrollo edípico y el desarrollo genital caracteriza


un momento decisivo, en el cual prima el interés desmedido por el órgano genital
masculino, involucrando al varón y a la niña por igual. Ya se ha dado a conocer,
gracias a los textos revisados, la multiplicidad de formas en las que el niño puede
exteriorizar tal interés y la manera cómo tiene su génesis el temor o complejo de
castración; y aunque estos grandes sucesos también son tratados aquí, lo ciertos
es que el énfasis es puesto en los vehículos a través de los cuales se llega al
sepultamiento del complejo edípico y los logros psíquicos que sobrevienen,
alusiones que complementan bastante bien las propuestas de escritos pasados.

Dicho esto, encontramos que la confrontación del niño con los genitales
femeninos constituyen el elemento que finalmente resquebraja su incredulidad en
cuanto a la posibilidad de perder el órgano y el placer genital, anteriormente
habían existido ciertas tentativas de amenaza apuntaladas en la castración, la
madre con mucha frecuencia toma una actitud punitiva frente a las prácticas
sexuales de su hijo, invocando así la figura del padre como aquel que habrá de
perpetrar el castigo correspondiente, ya sea directamente sobre el órgano o sobre
la mano pecaminosa que también participa. De cualquier manera, aunque ya
hubiese existido tal amenaza sólo es asumida como tal por el sujeto hasta el
momento en que la confrontación con el genital femenino se la muestre como una
posibilidad real, asociada a sus prácticas sexuales.

Los actos masturbatorios hacia los cuales los padres o figuras cuidadoras
dirigen tales amenazas no son más que la expresión de algo más complejo y
determinante para la vida psíquica del sujeto, la masturbación es sencillamente la
expresión del erotismo y el amor que despierta un objeto. Lo particular de la

46
situación edípica es que tales mociones tiernas y eróticas (genitales) se orientan
hacia las figuras parentales, es decir, son de carácter incestuoso, a diferencia de
las fases evolutivas pretéritas donde se dirigían hacia el propio Yo, o sea eran de
carácter autoerótico. Así las cosas, vemos en este texto alusiones a la
bisexualidad propia de la infancia, expresada de manera bastante vívida durante el
complejo de Edipo; con relación a las mociones incestuosas y a la bisexualidad,
encontramos que el sujeto, durante el periodo edípico, se enfrenta a dos posibles
objetos de deseo, el carácter ambiguo de la sexualidad infantil hace que el sujeto
eventualmente pueda amar al padre y empeñarse en hacerse amar por él, o caso
contrario, amar a la madre tratando de obtener también su amor.

Cualquiera que sea la senda elegida por el sujeto, la heterosexualidad


(amando a la madre) o bien la homosexualidad (amando al padre), terminará
encontrándose con la amenaza latente de la castración, y la ulterior consecuencia
del sepultamiento edípico. No hay más alternativa que la declinación de las
aspiraciones incestuosas intrínsecas al complejo edípico, si sus inclinaciones son
dirigidas a la madre como objeto de amor, será el padre el encargado de perpetrar
la ablación genital que tanto teme, un castigo sobrevenido del intento de usurpar
su lugar; por otro lado, tratar de amar y hacerse amar del padre implica, al mismo
tiempo, ubicarse en lugar de la madre, quien de hecho es asumida con antelación
como un ser castrado, es decir, que tal alternativa implicaría para el sujeto
asumirse como un ser también ya castrado. Por tales motivos, será menester para
el sujeto elegir entre el amor narcisista y el amor de objeto, es decir, decidir entre
continuar amando, de forma incestuosa, a alguna de sus figuras parentales o
conservarse a sí mismo intacto y completo, evitando la castración; se espera
entonces que la elección del sujeto se incline hacia la auto-conservación,
prevaleciendo sus intereses narcisistas sobre el amor de objeto.

Tales sucesos son narrados por Freud de la siguiente manera:

47
[…] Si la satisfacción amorosa en el terreno del complejo de Edipo debe costar
el pene, entonces por fuerza estallará el conflicto entre el interés narcisista en esta
parte del cuerpo y la investidura libidinosa de los objetos parentales. En este
conflicto triunfa normalmente el primero de esos poderes: el yo del niño se extraña
del complejo de Edipo5.

Precisando mejor la manera cómo llega a su capítulo final la escena del


complejo edípico, encontramos una transformación de la representación y el
vínculo con los objetos parentales, donde se hacen expeditos algunos de los
logros psíquicos resultantes. Es así como las aspiraciones incestuosas deben
declinar, a cambio de la conservación intacta de los genitales, dejando entonces
tras de sí la corriente tierna de la pulsión, resultando que el elemento erótico del
vínculo parental cae bajo el influjo de la represión permitiendo conservar la
corriente de amor tierno, es una desexualización que aleja el riesgo existente en
los intereses incestuosos y será el modelo de vínculo a conservar durante la vida
adulta para con sus figuras parentales.

Adicionalmente, encontramos un aporte grande y preciso de tal


desexualización a la organización psíquica, aunque es explicado en este texto de
una manera muy parca, faltando enunciar más profundamente los detalles de su
acaecer. De acuerdo a los postulados freudianos las investiduras libidinosas hacia
los padres son remplazadas por elementos identificatorios que formarán parte del
Yo y el superyó. Es así como la autoridad que representan uno o ambos
progenitores se introyecta como parte del Yo, constituyendo a la vez el núcleo del
superyó, el cual toma su severidad como un rasgo prestado de la figura paterna.

55FREUD, Sigmund. El sepultamiento del complejo de Edipo. En: __________. Obras completas.
Buenos Aires: Amorrortu, 1923. V.19, p.184

48
De esta manera, se protege al Yo de la afrenta narcisista que sería la pérdida
de los genitales y de una eventual reedición de los impulsos incestuosos; logrado
esto, se llegaría al epílogo del drama edípico y al comienzo del periodo de
latencia, cuando se interrumpe el desarrollo sexual hasta la época de la pubertad.

Ciertamente, nos encontramos frente a un texto cuyos aportes al


entendimiento del epílogo edípico son de valor incalculable, sin embargo, también
nos deja un amplio panorama de dudas, algunas ya conocidas (como el desarrollo
psíquico de la mujer) y otras nuevas, como la manera en que dichas mociones
incestuosas se moldean en procesos identificatorios, que pasan a formar parte del
Yo y del superyó, y los elementos que para tales identificaciones son tomados
específicamente del padre y específicamente de la madre.

Todo lo dicho anteriormente corresponde al proceso típicamente considerado


para el varón; aquí al igual que ocurre en el texto anteriormente referenciado, se
reconocen puntos de convergencia y disenso entre la senda evolutiva del varón y
la niña, determinados en esencia por factores psico-sexuales. Freud se empeña
en afirmar nuevamente que el desarrollo edípico de la pequeña niña comprende
una trama más compleja y en gran parte desconocida para su psicoanálisis.

Es un hecho que para la niña también existe un complejo de Edipo, y como


parte de éste, una organización fálica, un complejo de castración, un superyó y un
periodo de latencia, sin embargo, la dinámica de tales procesos psíquicos es
bastante disímil en ella, pues el elemento que se encuentra en el núcleo de la
disolución del complejo de Edipo, es decir el órgano genital, dista mucho de ser
igual al del varón, lo mismo ocurre con su posición psíquica frente a él.

49
Al parecer el protagonismo de la zona erógena genital es el principal
desencadenante de las diferencias evolutivas entre el varón y la niña. Para la niña
el órgano equiparable al pene del varón es el clítoris, que se comporta de tal
manera durante la primera infancia, provee iguales sensaciones erógenas y se ve
implicado protagónicamente en los actos masturbatorios. La relación de la niña
con su genital se torna conflictiva luego de la confrontación con el órgano del
varón. Gran desilusión y desconcierto nacen en la pequeña niña al advertir la
diferencia de tamaño entre su genital y el pene del niño. Primero, su actitud a este
respecto es bastante positiva, pues opera la premisa de que algún día ella se hará
poseedora de un genital igualmente digno, es lo que se conoce como complejo de
masculinidad, o como ha de llamarse en otros textos, envidia fálica; más adelante
surge la idea de que efectivamente alguna vez lo tuvo pero le fue arrebatado, es
decir, fue castrada.

La diferencia que cambia el rumbo de la situación edípica en la niña respecto


al varón, es el complejo de castración. Vemos que la castración no es percibida
por la niña como una amenaza, es en sí un hecho consumado, lo que excluye de
su desarrollo el motivo más poderoso para el declive de la trama edípica. En este
escrito se pone de manifiesto la dificultad freudiana para colegir las
particularidades del desarrollo edípico de la niña, pues es ciertamente poco lo que
se argumenta con relación a su recorrido evolutivo luego de la inoperancia del
complejo de castración (en la forma reconocida para el varón). Lo que indica una
falta de claridad justo en el momento en que la niña empieza a conocer y
desplegar su verdadera feminidad, justo en el momento en que deja de ser un
varón dispuesto bisexualmente.

A pesar del oscuro panorama planteado por Freud para la niña, alcanzan a
vislumbrarse ciertos hechos claros en el desarrollo de la mujer. El primero de ellos
se relaciona con el declive del complejo de masculinidad de la pequeña niña, las

50
esperanzas de poseer algún día un pene como el varón están destinadas al
fracaso debido a su imposibilidad; es necesario entonces una transformación de
sus aspiraciones sexuales, la resignación por la falta de pene será compensada
con el deseo de un hijo, es decir, el deseo de engendrarle un niño a su padre.

De otro lado, Freud reconoce la existencia de mecanismos alternos para la


estructuración superyoica, que habrían de tenerse en cuenta para tratar de
discernir la manera cómo la niña se las arregla con este asunto, pues es conocido
que en ella el temor de castración es inoperante; infortunadamente, las
clarificaciones acerca de tales mecanismos no se encuentran en este texto,
quedando así inconclusas la manera cómo se lleva a término en el desarrollo
femenino un logro edípico de tal magnitud.

1925, ALGUNAS CONSECUENCIAS DE LA DIFERENCIA ANATÓMICA


ENTRE LOS SEXOS

De manera preliminar, es decir, como un anticipo a la llegada del núcleo


temático del texto encontramos una suerte de compendio relativo a los elementos
edípicos más relevantes en sus escritos anteriores, algo que resulta en demasía
útil para elaborar una idea concreta acerca de los elementos constitutivos del
complejo de Edipo. A modo de compilación, se alude a procesos y situaciones que
permiten hacer una delimitación más clara de las fronteras entre el complejo de
Edipo y las restantes fases de ordenamiento psíquico.

Se hace plausible, de esta manera, enumerar ciertos elementos distintivos de


la situación edípica, todos ellos enunciados de alguna forma en los textos ya
estudiados. Como punto de partida, se reconoce un objeto de amor constante en
el sujeto, pues precede la entrada en el complejo de Edipo y se mantiene luego de

51
su disolución; su particularidad a este nivel del desarrollo es la investidura libidinal
que ahora recae sobre él, trayendo como resultante que el vínculo con alguna de
las figuras parentales se vea interceptado por la búsqueda de descargas
placenteras sobre el órgano genital.

Como un segundo el elemento, aparece la rivalidad del sujeto con otro de los
objetos parentales. El vínculo con el objeto primordial, que ahora combina las
vertientes tierna y erótica de la pulsión , pretende una suerte de exclusividad que
torna, al mismo tiempo, agresiva la representación de aquellos otros objetos que
intervienen en él; un ejemplo de lo anterior se encuentra en la relación con el
padre, quien como resultado de compartir, en cualquier medida, el objeto de deseo
de su hijo (madre) promueve en éste último el surgimiento de fantasías cuyo
contenido es la eliminación y sustitución del rival (padre), a quien además se le
presume un mayor poderío genital.

El tercer elemento que aparece, el complejo de castración, puede definirse


como un derivado de los dos anteriores. Como ya se ha señalado en textos
anteriores, éste resulta del temor por la pérdida de los genitales y el placer que de
ellos se obtiene; el epílogo del complejo de Edipo tiene su fundamento
precisamente aquí, donde la amenaza exhorta al sujeto a tomar una penosa
decisión, pues debe renunciar a sus aspiraciones pulsionales para conservarse a
sí mismo indemne, completo y evadiendo el destino de la castración.

Nuevamente, aparece el tema del complejo de Edipo femenino, un asunto de


larga data dentro de las disertaciones freudianas. Freud muestra una convicción
férrea entorno a dichos elementos edípicos y su injerencia en la organización
psíquica del varón; no obstante, el panorama respecto a la niña es bastante
incierto. Resulta contradictorio que, pese al extenso trabajo clínico con pacientes
histéricas, sea precisamente el complejo de Edipo femenino una de los más

52
grandes escollos del psicoanálisis freudiano, motivo por el cual nos encontramos
frente a un escrito que dedica extensas líneas al esclarecimiento de los asuntos
más intrincados y difícil de la evolución edípica en la mujer.

Antes que nada, es importante advertir que tratar de extrapolar las premisas
evolutivas del complejo edípico del varón a la niña resulta ser una idea destinada a
fracasar, una conclusión a la que nos permite llegar Freud a través de este escrito.
Hemos partido, en procura de clarificar los elementos constitutivos del complejo de
Edipo, recordando la existencia de un objeto investido por la libido genital, cuya
procedencia se sitúa en fases precedentes del desarrollo, haciendo parte de su
prehistoria; tal objeto se encuentra en el discurrir edípico de la pequeña niña, pero
no se corresponde con el objeto primordial al cual sus impulsos libidinales solían
ceñirse en el momento preedípico. Lo anterior es una consecuencia de la
mudanza objetal que forzosamente la niña ha realizado, siendo éste el primer gran
conflicto descrito como típicamente femenino y sin un correlato en el proceso del
varón.

Como se ha consignado en escritos freudianos anteriores, la madre constituye


para todo sujeto el objeto primordial de deseo y por tanto resulta lógico para el
varón conservarlo durante su transición edípica, pues es plenamente congruente
con sus aspiraciones preedípicas y le facilitará el acoplamiento a su rol cultural de
género, correspondiéndole amar a una mujer. A la luz de las afirmaciones
anteriores, vemos que la realidad femenina es bastante disímil, surgiendo la
pregunta por los motivos y circunstancias bajo las cuales la pequeña niña resigna
su objeto materno primordial, erigiendo en su lugar al padre.

La confrontación con el genital del sexo opuesto es considerada por Freud


como un agente generador de conflicto y promotor del desarrollo psíquico; en el
caso del varón, se evidencia en la manera cómo se da tramite al epílogo del

53
complejo edípico, pues la apreciación del genital femenino convierte la castración
en una posibilidad real, más cercana que nunca. Contrariamente, en el caso de la
niña se observa un significado bastante dispar de la misma situación, advertir la
diferencia genital del varón delimita, más bien, lo que puede ser el inicio de una
sexualidad verdaderamente femenina, pues la inconformidad con su clítoris la
exhorta a mudar su órgano protagónicamente erógeno por uno nuevo, la vagina.

Anhelar y envidiar el genital del varón trae para la pequeña niña una
multiplicidad de resultantes psíquicas que trascienden los empeños fallidos por
igualarle sexualmente (complejo de masculinidad). Básicamente, el texto nos
remite a la cicatriz psíquica que subsigue a la herida narcisista de saberse a sí
misma castrada. La posición del niño y la niña frente al genital amputado es
durante cierto tiempo similar, ya que es visto por ambos como algo despreciable y
de inferior condición, desde luego cada uno de ellos habrá de lidiar con tal
situación de una forma particular, pues mientras que al varón le sirve para
reafirmarse en su condición de privilegio sobre la mujer, esta última queda sólo
con una gran afrenta derivada de la herida narcisista por su carencia de pene.
Existe un momento vital, que da fundamento al desprecio por lo femenino, se trata
del instante en que pasa de atribuir la condición castrada a un castigo, por
cualquier suerte de acción sexual indecorosa, a reconocerla como una condición
universal de la mujer; De manera subsiguiente, el vínculo materno se ve
seriamente trastocado, pues es en efecto la madre a quien se responsabiliza por
la supuesta desgracia del ser femenino.

El proceso de castración, tanto en el niño como en la niña, se ha diseccionado


con fines intelectivos en dos dimensiones esenciales, a saber, el objeto y el
órgano. Se ha dado a conocer una descripción independiente de ellas, no
obstante, la realidad psíquica y la dinámica edípica ponen en un primer plano la
intrincada relación e influencia recíproca que les es propia. El texto presenta la

54
incógnita del cambio de objeto necesario para que la niña llegue a un complejo de
Edipo verdaderamente femenino, uno de los procesos críticos a esta altura de su
desarrollo; y una respuesta aproximada a tal interrogante es descubierta al
rastrear su acaecer genital, situación que se convierte en un ejemplo de la
mencionada relación entre la dimensión objetal y la dimensión genital.

Existen avances en la transición objetal de la niña motivados por sucesos


referidos al acontecer genital, así se evidencia en el hecho que el desasimiento de
la ligazón madre y el ulterior afloramiento de un vínculo tierno hacia ella sean
resultados atribuidos, en gran medida, a la envidia de pene en la mujer. Es notable
cómo la niña, imaginariamente, encuentra en su madre a la única responsable por
el infausto destino de su inferioridad genital; De acuerdo con Freud, el
descubrimiento de la desventaja genital promueve el afloramiento, entre otras
cosas, de los sentimientos de rivalidad y celos hacia un tercero (triangulación), a
quien supone la madre ama más, situación que a su vez genera una motivación
mayor a alejarse de ella en el sentido erótico, pero conservando la vertiente de
amor tierno. Realmente, son escasas las explicaciones freudianas referidas a tal
asunto, sin embargo, la introducción al tema de la transformación del vínculo con
la madre, nos da lugar para recordar la naturaleza del conflicto que comporta.

A lo largo de este recorrido investigativo por la obra psicoanalítica freudiana


nos hemos percatado de la apertura de numerosas interrogantes respecto al
proceso de Edipo en la mujer, los cuales nos remiten, casi por entero, a procesos
sin correlato en la organización psíquica del varón, procesos correspondientes,
preponderantemente, a la diferencia anatómica entre los sexos; por fortuna ahora
nos encontramos frente a un texto que pretende responder, en tanto es posible, a
las cuestiones femeninas más relevantes, iluminando a la vez para nosotros el
difuso panorama del complejo edípico en la mujer.

55
En adición, es viable apelar a una de las premisas freudianas orientadas al
esclarecimiento de las particularidades sexuales del hombre y la mujer en el
discurrir edípico; “mientras el complejo de Edipo del varón se va al fundamento
debido al complejo de castración, el de la niña es posibilitado e introducido por
este último” 6.

Ha quedado claro en escritos anteriores la manera cómo el complejo de


castración promueve, en el caso del varón, la resolución de la trama edípica. Y de
manera complementaria, aquí las apreciaciones freudianas se orientan a mostrar
el papel inverso que cumple la castración en el recorrido edípico de la mujer,
siendo esto una de las diferencias más significativas entre los sexos. La castración
en la mujer aparece como un acto ya consumado y perteneciente, más bien, a la
prehistoria edípica, pues la exhorta al abandono de su posición y aspiraciones
masculinas para dar paso al verdadero despliegue de su sexualidad femenina.

Por tal motivo el complejo de Edipo positivo en la niña, amando al padre y


rivalizando con la madre, se presenta como una formación secundaria a su
complejo de masculinidad; gracias al influjo de la castración el carácter masculino
presente en la sexualidad preedípica de la niña se verá inhibido y, en
consecuencia, se abandonará las aspiraciones de metas activas y el placer
clitorideo.

Por último, en referencia a este texto cabe distinguir sus empeños por
mostrarnos las condiciones básicas que han de cumplirse para considerar el
complejo edípico femenino, se requiere pues de una metamorfosis sexual, cuyos
elementos claves son el objeto, la zona erógena y el deseo. Resulta un escrito de

6FREUD, Sigmund. Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia anatómica entre los sexos.
En: __________. Obras completas. Buenos Aires: Amorrortu, 1925, V.19, p. 275.

56
suma importancia debido a la manera cómo nos esclarece el papel del complejo
de castración femenina en el cambio de objeto, en la ruptura de la ligazón-madre y
en la transformación del vínculo con ella. Infortunadamente, las restantes
dimensiones de la transformación sexual femenina, es decir, el órgano y el deseo,
siguen conformando una región confusa en el mapa edípico de la mujer.

1931, SOBRE LA SEXUALIDAD FEMENINA

Es preciso, previo a cualquier puntualización referente al contenido mismo de


este escrito hacer mención a su lugar dentro de la obra freudiana. Aquí al igual
que en el texto anterior, Algunas consecuencias de la diferencia anatómica entre
los sexos, encontramos empeños cada vez más elaborados por esclarecer las
particularidades edípicas de la niña. Hemos sido testigos del interés cada vez
mayor de Freud por conocer el desarrollo sexual de la mujer durante el complejo
de Edipo, de hecho es posible percibir un cambio significativo en las tendencias
temáticas de sus escritos más recientes, cabe recordar como en los primeros
textos retomados para nuestro estudio encontramos propuesta referidas, en
esencia, al complejo edípico del varón, a su prehistoria e influencia en el desarrollo
psíquico general, mientras que el panorama de la niña era parcamente aludido. En
escritos posteriores, donde protagónicamente se analizaba el caso del varón, el
complejo edípico de la mujer fue ganando un lugar cada vez de mayor
importancia, aunque para entonces Freud le hiciese mención con el fin de declarar
las limitaciones de su teoría para abordarlo, pues desde momentos muy
tempranos ha sido enfático en considerarlo como un proceso significativamente
más conflictivo e intrincado, en contraste con el varón. Cuanto más se amplía la
lista de texto revisados más claramente notamos la manera cómo se impregnan
de un contenido femenino; al toparnos con textos como Algunas consecuencias de
la diferencia anatómica entre los sexos comienza a hacerse evidente la naturaleza

57
de esta evolución, pues nos presenta una posición bastante equilibrada entre el
interés por el desarrollo edípico del varón y el de la niña. Ahora bien, el paso
siguiente en tal evolución ocurre en medio de nuevos escritos dedicados por
completo al desarrollo edípico de la mujer, en ellos Freud pretende esclarecer las
particularidades del ser femenino y dar respuesta a los interrogantes que ella abre
en su modelo teórico.

El escrito del cual estamos haciendo lectura se muestra plenamente


congruente con las anteriores consideraciones, puesto que toma como unidad
básica de análisis el complejo edípico de la mujer, igualmente su ordenamiento
temático es bastante similar a los textos que dentro de la teoría freudiana le
anteceden; es así como se amplía y profundiza en tópicos ya conocidos, tales
como, la entrada y salida del complejo de Edipo, la bisexualidad, el cambio de
objeto y de órgano, la ambivalencia y el superyó.

Teniendo como referente principal los patrones vinculares del sujeto femenino,
se resaltan dos momentos básicos para entender su transición edípica. El
momento inicial se conoce como complejo de Edipo negativo, al cual le sigue un
segundo tiempo denominado complejo de Edipo positivo, ambos delimitados por la
frontera de la castración.

En los escritos precedentes, se han encontrado referencias a ciertos logros


indispensables para hablar de un verdadero complejo de Edipo femenino, los
cuales abarcaban diferentes dimensiones psíquicas, el objeto, el deseo y el
órgano sexual. En el momento de este escrito, las nuevas aserciones freudianas
organizan la información de manera tal que se permite hablar de un proceso base
de transición entre un complejo de Edipo negativo inicial y un complejo de Edipo
positivo; la propuesta freudiana respecto a la evolución edípica femenina se

58
muestra entonces mucho más refinada, pues presenta una claridad conceptual
semejante a la que antes se ha visto para el varón.

Para Freud, es innegable la existencia de un entramado edípico dentro de la


organización psíquica de la niña, el cual se espera comporte un núcleo conflictivo
y consecuencias similares a las del varón. Con base en esto, tal entramado será
correspondiente con una erotización (catexis) del objeto parental del sexo opuesto
mediatizada por el placer genital, y la existencia, de forma concomitante, de una
rivalidad con el objeto parental del mismo sexo; son pues elementos inmanentes al
complejo de Edipo identificables en sujetos de ambos sexos, a pesar de que
existan diferencias en la manera cómo son vividos por el niño y la niña.

El complejo negativo de la niña es sólo una manera más refinada de nombrar


los procesos de la prehistoria edípica, puesto que comprende y articula una
diversidad de conceptos referidos, en esencia, a los momentos preedípicos de la
organización sexual, entre los que encuentran la sexualidad clitoridea, la ligazón-
madre y el complejo de masculinidad. La caracterización de la niña durante este
Edipo negativo nos muestra una disposición psíquica muy similar a la del varón, la
cual se expresa en el plano sexual donde existe una preferencia por la metas
sexuales activas y predominio del clítoris como zona de privilegio erógeno;
asimismo, en el plano de los vínculos predomina el amor hacia el objeto madre,
sustentado en el apuntalamiento anaclítico, coexistiendo junto a una rivalidad
hacia el objeto padre, pues es percibido como un obstáculo en la relación con la
madre.

Lo anterior no constituye, realmente, una novedad patente de este escrito,


más bien es algo de lo que ya hemos tenido noticia desde la juventud de la teoría
freudiana, a este nivel lo más valioso resulta ser el marcado interés por el proceso
transicional hacia el Edipo positivo, un interés originado en la necesidad de

59
esclarecer de una buena vez el devenir edípico del sujeto femenino. Por tal motivo
los principales apartados que aquí encontramos se refrieren, tal como el escrito
anterior, al señalamiento de cuestiones como el cambio de objeto (de la madre al
padre) y el cambio de órgano (del clítoris a la vagina). Contrariamente al texto
algunas consecuencias de la diferencia anatómica entre los sexos, aquí los
asuntos conflictivos del proceso transicional del Edipo femenino no constituyen la
unidad básica de análisis, pues el principal interés parece estar puesto en mostrar
sus factores etiológicos; por lo que se observa una buena relación de
complementariedad entre los dos escritos.

Corresponde ahora particularizar los motivos promotores de tales cambios en


la mujer. Existen agentes motivadores de la transición que operan
específicamente sobre la dimensión objetal y otros que operan en el plano
erógeno (órgano); el caso de la castración es bastante especial, pues extiende su
influjo sobre ambas dimensiones psíquicas y se convierte en el principal motor que
empuja hacia el conflicto edípico, propiamente dicho.

En principio, habrá de referirse a los motivos que auspician la ruptura de la


ligazón-madre y el surgimiento del padre como objeto de amor; a este respecto
Freud señala, con particular claridad, el reproche de la niña hacia su madre por
haberla hecho un ser incompleto, o sea con un genital inferior al del varón, como
una de las principales fuerzas que mueven a la ruptura, desde luego tales
reproches son subsecuentes a la confrontación de la niña con los genitales del
sexo opuesto y su eventual complejo de masculinidad.

Con la entrada de la niña en el complejo de castración reaparecen situaciones


mucho más primitivas que tornan el vínculo con la madre en algo aún más hostil y
lleno de reproches. Entre ellas se encuentra, por ejemplo, la frustración por el
destete o la sensación de no haber sido suficientemente nutrida, los reproches

60
hacia la madre por forzarla a compartir su amor con un tercero, y por la coerción
de los actos masturbatorios, un placer en principio incitado por ella pero luego
sancionado.

En lo relativo a la mudanza de órgano, Freud se muestra menos enfático; aquí


hemos de conformarnos con saber que ésta ocurre como un derivado del complejo
de castración. La relación entre el cambio de órgano y el complejo de castración
es un tópico tratado por Freud en escritos anteriores, lo cierto es que aquí no
encontramos muchos comentarios nuevos o complementarios; no obstante,
tropezamos con algunas descripciones entorno a la manera cómo la transición
objetal influye en la mudanza del órgano sexual; ya se nos ha despejado el
panorama respecto a la ruptura de la primitiva ligazón-madre y el drama que le es
propio, pues parte de una multiplicidad de frustraciones, influye en el cambio de
órgano debido al daño que tales sucesos producen en la función sexual de la niña;
la forma atropellada como tiene lugar el extrañamiento respecto de la madre
termina por atrofiar sus aspiraciones sexuales, que para entonces son de carácter
masculino, así se evoluciona hacia la búsqueda de los recursos propiamente
femeninos, entre los que sobresale la supresión de la masturbación clitoridea y su
ulterior paso al placer vaginal.

Un asunto de larga data dentro de la propuesta teórica freudiana, y que aquí


sobresale de manera particularmente vívida es el complejo de castración;
importantes clarificaciones hemos conocido entorno a su origen e insidia dentro
del desarrollo del varón y de la niña, lo que ahora se complementa con nuevos
planteamientos entrono al esclarecimiento de las vías posibles para la resolución
de los conflictos psíquicos que genera. Si hablamos del varón, se nos hace
expedita la homosexualidad como un derivado alternativo del complejo de
castración, relacionada con el menosprecio por el genital femenino, y en general

61
hacia la mujer, situación que se comprende como una inhibición de la catexis en el
sentido heterosexual.

Ahora bien, al hablar de la pequeña niña Freud nos presenta una gama más
amplia de posibilidades, existiendo tres vías diversas para la resolución del
conflicto psíquico del complejo de castración. La primera de ellas comporta, como
es denominado por Freud, un extrañamiento universal respecto de la sexualidad;
resulta pues que el trauma de la confrontación con el genital masculino es tal, que
la niña renuncia a su propio placer fálico y a la sexualidad. La segunda de estas
alternativas se relaciona con la sujeción a la posición masculina pregenital, la
pequeña niña retiene la esperanza de ser recompensada algún día con un órgano
igual al del varón, a lo que se une el sentimiento de ser un sujeto masculino. La
tercera y última posibilidad alude al verdadero despliegue de la feminidad, es
decir, una elección de objeto heterosexual (padre) y unas metas sexuales
congruentes con la anatomía de sus genitales (concebir un hijo), es en sí lo que
Freud considera como la verdadera resolución del complejo edípico.

5.2. ANÁLISIS DEL DISCURSO, SIGMUND FREUD

Una vez realizada la lectura cronológica del complejo edípico en la obra


freudiana, mostrando sus orígenes y evolución, se hace menester el paso a un
nivel de entendimiento mayor, a través del cual sea posible la asunción de una
postura crítica frente a este discurso. Es así cómo se llega a un segundo momento
de lectura, más analítico por cierto, donde se articulan y agrupan conceptualmente
los elementos edípicos que revelan los anteriores asertos. Metodológicamente,
adviene un segundo tiempo en la lectura intratextual de este autor, el momento de
comprender.

62
Aquellos estados que Freud consideraba como neuróticos ocupan un lugar de
suma trascendencia para el desarrollo histórico del psicoanálisis Freudiano. Así
pues, la neurosis merece llevar el estandarte de la condición impulsadora de los
primeros avances psicoanalíticos, ya que fue ésta el terreno de estudio más fértil y
posibilitadora de discernimientos que, más adelante, habrían de extrapolarse a
otras clases de configuraciones psíquicas.

La afinidad que desde un principio existió entre las neurosis y el psicoanálisis


se expresa en las siguientes palabras de Freud:

“El psicoanálisis gana cada vez más partidarios como procedimiento


terapéutico porque consigue en favor de los enfermos más que cualquier otro
método de tratamiento. Su campo de aplicación son las neurosis leves -histeria,
fobias y estados obsesivos-; además, deformaciones del carácter, inhibiciones y
anormalidades sexuales, donde obtiene considerables mejorías y hasta
curaciones. Su influjo sobre la dementia praecox y la paranoia es dudoso”. […]7

Así las cosas, el rastreo histórico y analítico realizado por Freud a través del
lenguaje de sus pacientes neuróticos, le permite llegar hasta un momento de la
infancia temprana de particular valor para la estructuración psíquica del sujeto. Es
un complejo particularizado por el enrutamiento de las pulsiones en la vía del
incesto y el parricidio, es decir, un deseo de poseer sexualmente al padre del sexo
opuesto y ser nombrado de manera preferente por éste, sumado a un deseo de
derrotar y desplazar al padre del mismo sexo por considerarlo como un rival que
obstaculiza la satisfacción pulsional. De igual modo, encontramos, con referencia

7 FREUD, Sigmund. Psicoanálisis. En: __________. Obras completas. Buenos Aires: Amorrortu,
1926, V.20, p. 252

63
a tal complejo y a la relación con estas dos figuras, procesos tan vitales como la
identificación, integración, separación, diferenciación y mecanismos defensivos
(especialmente de represión).

Estos procesos que ocurren en la infancia temprana, corresponden al


complejo de Edipo, término empleado por Freud para denominar un momento en
la organización psíquica de todo sujeto donde acaecen procesos de una
trascendencia tal, que determinarán las directrices de la organización psíquica
durante la vida adulta. Freud decide otorgar su nombre a este complejo debido a
las similitudes que encuentra, en su naturaleza, con la tragedia griega de Sófocles
Edipo rey. En un solo párrafo escrito por Freud se sintetizan los principales
sucesos de tal tragedia de la siguiente manera:

“Me refiero a la saga de Edipo rey y al drama de Sófocles que lleva ese título.
Edipo, hijo de Layo (rey de Tebas) y de Yocasta, es abandonado siendo niño de
pecho porque un oráculo había anunciado a su padre que ese hijo, todavía no
nacido, sería su asesino. Es salvado y criado como hijo de reyes en una corte
extranjera, hasta que, dudoso de su origen, recurre también al oráculo y recibe el
consejo de evitar su patria porque le está destinado ser el asesino de su padre y el
esposo de su madre. Entonces se aleja de la que cree su patria y por el camino se
topa con el rey Layo, a quien da muerte en una disputa repentina. Después llega a
Tebas, donde resuelve el enigma propuesto por la Esfinge que le ataja el camino.
Agradecidos, los tebanos lo eligen rey y lo premian con la mano de Yocasta.
Durante muchos años reina en paz y dignamente, y engendra en su madre, no
sabiendo quién es ella, dos varones y dos mujeres, hasta que estalla una peste
que motiva una nueva consulta al oráculo de parte de los tebanos. Aquí comienza

64
la tragedia de Sófocles. Los mensajeros traen la respuesta de que la peste cesará
cuando el asesino de Layo sea expulsado del país”8.

Sería inadecuado tratar de realizar un calco puro de las vivencias


estructurantes de la infancia temprana a la tragedia de Edipo rey. Empero, existe
puntos convergentes que permiten colegir las razones de tal analogía. La
dimensión tópica podría ser ubicada en la existencia de sus tres personajes
principales: hijo, madre y padre, mientras que el elemento dinámico
correspondería a la posibilidad existente, dentro de la fantasía del sujeto, de
incurrir en el parricidio al tiempo que otro de los padres se consolida como objeto
de satisfacción sexual (incesto). Existiendo así, una agresivización de los afectos
hacia una de las figuras parentales y una sexualización de los afectos hacia la
otra.

En adición, la vivencia psíquica del sujeto implica para él, tramitar los avatares
de la angustia y el deseo, los cuales se encuentran en el propio núcleo del
complejo de Edipo, determinando su paso por él y la posterior asunción de sujeto
en falta, inscrito en la Ley, definida como: “la norma fundamental, la prohibición del
incesto que se instaura como articulador esencial de los intercambios societarios y
en la Ley fundamental del Edipo”9. Así, Freud plantea que como resultado de este
entramado de pulsiones, afectos y ansiedades, tienen lugar tres eventos de gran

8 FREUD, Sigmund. La interpretación de los sueños. En: _________. Obras completas. Buenos
Aires: Amorrortu, 1900. V.4, p. 270.

9 GIRALDO, María Cristina. La madre ante la Ley, En: Notas de Seminario sobre Edipo, El
complejo de castración como Ley. Medellín : s.n., 1997. p. 2.

65
valor para la estructuración psíquica del sujeto: el complejo de castración, la
elección de objeto sexual y la organización del Superyó*.

Tempranamente, en el desarrollo histórico del psicoanálisis fue reconocida por


Freud una relación estrecha entre el complejo de Edipo, y la sexualidad infantil,
con algunas alteraciones de la vida adulta, especialmente con las psiconeurosis,
ya que los cuadros sintomatológicos observados en sus intervenciones clínicas lo
remiten a agentes genésicos de la primera infancia que comprometen sucesos de
intercambio sexual entre el sujeto y otro10. Así el autor, estudia las neurosis
resaltando la histeria y la obsesión como sus principales exponentes.

Al realizar su trabajo clínico con mujeres histéricas, Freud encuentra relatos


concomitantes que revelan la existencia de un padre con lascivos deseos e
intenciones en sus recuerdos infantiles.

[…] “Dicho de otro modo, la causa última es siempre la seducción de un niño


por parte de un adulto. (Cf. «La etiología de la histeria» (1896c). Además, el
suceso traumático eficiente tiene lugar siempre antes del período de la pubertad,
por más que el estallido de la neurosis se produzca luego de ésta”11

El relato expresado por las pacientes de Freud durante sus sesiones de


análisis siempre trasegaba, aunque muchas pudieran ser sus inflexiones, hasta la
presencia de una figura paterna que entrañaba intención de acercamiento sexual
* Cada uno de ellos será ampliado más adelante.

10FREUD, Sigmund. La sexualidad en la etiología de las neurosis, En: __________. Obras


completas. Buenos Aires : Amorrortu, 1898. V.3
11 STRACHEY, James. Nuevas puntualizaciones sobre las neuropsicosis de defensa: nota
introductoria. En: FREUD, Sigmund. Obras completas. Buenos Aires : Amorrortu, 1896, p. 160.

66
hacia éstas. La sospechosa reiteración de tal historia dentro de sus pacientes
aboca a Freud a un cuestionamiento de su verosimilitud, así advierte que más allá
de la existencia de un padre con pretensiones sexualmente indecorosas para con
sus hijas, se encuentra un deseo inconsciente de ellas, son fantasías
inconscientes de poseer sexualmente al padre que se reprimen y desfiguran para
evitar la censura Yoica.

[…] “era poco creíble que acciones perversas realizadas en perjuicio de niños
gozaran de tanta generalidad, en especial teniendo en cuenta que en todos esos
casos debía verse en el padre el causante de tales acciones12”.

Lo anterior derivaría en uno de los grandes hallazgos para el psicoanálisis, el


haber dilucidado la existencia de fantasías inconscientes en los sucesos anímicos
de todo sujeto constituyó la puerta de entrada para el descubrimiento de la
sexualidad infantil y del complejo de Edipo; ejes centrales de la estructuración y
desarrollo psíquico del ser humano.

5.2.1 Trama edípica: Aunque los antecedentes psicoanalíticos más remotos


acerca del complejo de Edipo se encuentren emplazados en estudios referidos a
la mujer (por su relación con la histeria), la evolución de los postulados Freudianos
matizará su estudio con otras tonalidades, pues como se verá más adelante, el
análisis más prolijo dentro de este enfoque corresponderá al complejo de Edipo en
el varón.

En primera instancia, se hace menester identificar a los personajes que se


encuentran dentro de este complejo. Encontramos entonces un triángulo
conformado por: el hijo, la madre y el padre, cada uno con un lugar y unas

12 Ibíd.

67
funciones específicas. El primero de éstos es el gran protagonista de la trama,
pues prácticamente todos los hechos que aquí ocurren se encuentran en su
fantasía inconsciente, es decir, que no se trata de un acaecer objetivo y
plenamente observable, sino más bien, de una serie de representaciones al
interior de la organización psíquica del sujeto.

Si bien hablar acerca del complejo de Edipo vuelve una necesidad mencionar
a sus tres personajes, lo cierto es que hay un desarrollo preedípico donde se
muestra la manera en que cada uno de ellos hace su aparición en la trama. Así se
develan antecedentes importantes para comprender la naturaleza de los conflictos
edípicos.

La obra psicoanalítica freudiana nos otorga una comprensión de la evolución


psicosexual desde los primeros momentos de vida del sujeto. Para entonces, el
infante humano aparece como un ser absolutamente indefenso y dependiente de
otro para subsistir; a diferencia de otra clase de animales, el humano no nace con
capacidad alguna para encontrar su propio alimento ni suministrarse las
condiciones básicas que le aseguren una subsistencia, por el contrario, es
completamente indispensable que un otro lo acoja y satisfaga sus necesidades
básicas de supervivencia, tales como, alimento y abrigo. Entre su parco repertorio
de estrategias adaptativas, el infante humano cuenta únicamente con reflejos o
respuestas motrices innatas que sumadas a las necesidades por satisfacer, lo
harán proclive a la vinculación con otro sujeto humano. Tal punto es explicado por
Freud así:

[…] “El organismo humano es al comienzo incapaz de llevar a cabo la acción


específica. Esta sobreviene mediante auxilio ajeno: por la descarga sobre el
camino de la alteración interior, un individuo experimentado advierte el estado del
niño. Esta vía de descarga cobra así la función secundaria, importante en extremo,

68
del entendimiento {Verständigung; o «comunicación}, y el inicial desvalimiento del
ser humano es la fuente primordial de todos los motivos morales”. 13

Debido a la inmadurez psíquica del infante humano en un momento tan


arcaico de su evolución, no sería viable hablar de una situación edípica propia,
constituida por el hijo, la madre y el padre; antes de esto, existiría una relación
dual conformada sólo por dos de ellos. De manera precedente a cualquier clase
de relación interpersonal del sujeto con otro, se encuentra el vínculo primordial con
la madre, apuntalado inicialmente en la satisfacción de necesidades fisiológicas.
Es un interés plenamente orgánico aquel que lleva al niño a relacionarse con su
madre, aunque más adelante ésta inundará el plano psíquico y emocional del
sujeto tomando una relevancia desmedida, hasta el punto de llegar a sentirse, en
ciertos momentos, fusionado con ella.

Como bien sabemos, en la teoría Freudiana el elemento primario ha estudiar


en procura de un seguimiento de la organización psico-sexual, corresponde a la
pulsión. Y es precisamente en términos pulsionales que se describe tal relación
primaria con la madre.

Una erotización de la zona oral y del objeto (madre) encargado de diezmar la


tensión corpórea sobreviene a la satisfacción de las necesidades alimenticias, así
se constituye el primer vínculo establecido por el sujeto con otro. Según Freud, la
pulsión sexual se apuntala en el mecanismo fisiológico de la alimentación; es así
cómo el niño pretende, en un primer momento a través de la alimentación,
asegurarse su supervivencia y disminuir la tensión displacentera del hambre, sin
embargo, la continua experiencia de gratificación se disocia de la necesidad de

13FREUD, Sigmund. Proyecto de psicología. En: _________. Obras completas. Buenos Aires:
Amorrortu, (1950 [1895]), V.1, p.362.

69
alimentación, llevando al sujeto a buscar el pecho materno principalmente para
procurarse una obtención de placer.

[…] “El quehacer sexual se apuntala {anlehnen} primero en una de las


funciones que sirven a la conservación de la vida, y sólo más tarde se independiza
de ella.”14

El primer vínculo del sujeto es vivido bajo una fantasía de omnipotencia y total
satisfacción; la afinidad del sujeto con su objeto de deseo es tal, que siente no
necesitar absolutamente nada más, pues dicho objeto cumple a cabalidad con
todas sus exigencias y expectativas, le calma el hambre, le protege del ambiente y
lo contiene en sus estados de ansiedad y estrés. Respecto a este objeto de deseo,
el sujeto entra en una fantasía donde la seguridad, la contención y el
sostenimiento son vividos como un estado de homeostasis semejante al
experimentado dentro del vientre materno, es decir, un estado donde todas las
necesidades, orgánicas y psíquicas, están cubiertas.

Así pues, la existencia del niño gira exclusivamente entorno a su objeto de


deseo y éste constituye su mundo, es decir, que las únicas representaciones que
tiene el niño hasta ahora acerca de su entorno son las que dicho objeto le enseña.
Por ejemplo, si el objeto materno le transmite al niño una sensación de seguridad
y estabilidad, el no podrá menos que vincularse sanamente en una relación
mediatizada por las mismas características, caso contrario a lo que ocurriría si tal
objeto materno estuviera ausente o no fuera suficientemente estable.

14 FREUD, Sigmund. Tres ensayos de teoría sexual. En: __________. Obras completas. Buenos
Aires: Amorrortu, 1905, V.7, p. 165.

70
Se reconoce, precisamente, la función materna a través de cualidades
semejantes, es decir, en el hecho de dar un lugar al niño en el mundo por medio
de la forma en que se relaciona con él, y adicionalmente, darle a conocer su
propio cuerpo por medio de los cuidados y las sensaciones que le propicia al
tocarlo, proporcionándole así un acervo de representaciones psíquicas (donde se
incluye la percepción de sí mismo) con las cuales ha de enfrentar el entorno.

Es lícito reconocer una influencia recíproca entre la relación primaria y el


desarrollo pulsional. Las necesidades pulsionales, nacidas de las necesidades
orgánicas, mueven al sujeto hacia la búsqueda de un objeto procurador de
satisfacción (madre). Al mismo tiempo, el vínculo materno primordial promueve
cambios a nivel pulsional y sexual, la madre, por medio del contacto físico, signa el
cuerpo del niño con estímulos a partir de los cuales se originan las zonas
erógenas, entendidas por Freud como regiones privilegiadas para la obtención de
gratificaciones sexual.

Tal es el caso de la pulsión y la zona erógena oral. Las repetidas experiencias


placenteras que tiene el sujeto al alimentarse del pecho materno hacen ganar a la
boca un lugar psíquico relevante, pues se constituye como un órgano que permite
dar calma a las necesidades de tipo orgánico y psíquico. Se erige entonces la
boca como la primera zona erógena del cuerpo, un primer paso promovido por la
relación con el objeto materno hacia el descubrimiento del potencial erótico
existente en el propio cuerpo.

[…]“Su primera actividad, la más importante para su vida, el mamar del pecho
materno (o de sus subrogados), no pudo menos que familiarizarlo con ese placer.
Diríamos que los labios del niño se comportaron como «una zona erógena, y la
estimulación por el cálido aflujo de leche fue la causa de la sensación placentera.

71
Al comienzo, claro está, la satisfacción de la zona erógena se asoció con la
satisfacción de la necesidad de alimentarse" […]15

El posicionamiento de esta primera zona de privilegio sexual es sólo el inicio


de un proceso más complejo llamado autoerotismo, donde el propio cuerpo ha de
convertirse en el máximo auspiciante del placer sexual. Con el avance del
desarrollo psicosexual del sujeto la naturaleza autoerótica irá cambiando,
ampliándose su territorio erógeno a otras zonas del cuerpo, tales como, la región
anal y la región genital.

En síntesis, encontramos dos condiciones psíquicas importantes en estos


momentos del desarrollo previo al complejo de Edipo. La primera de ellas se
refiere al plano vincular del sujeto, donde sostiene una relación de exclusividad y
fusión con su objeto materno; y por otro lado, encontramos en el plano pulsional
una sexualidad polimorfa y autoerótica, es decir, dispersa en distintas regiones del
cuerpo (boca, ano, genital) y orientada hacia la autogratificación, lo que implica
encontrar en sí mismo la mayor fuente de placer sexual, dándole a al propio
cuerpo un trato eróticamente similar al que correspondería para un objeto sexual
externo.

Con el arribo al complejo de Edipo el panorama respecto a estos tópicos se


torna bastante diferente. En el plano sexual y pulsional, se describe el paso del
autoerotismo y la multiplicidad de zonas erógenas a la genitalidad, es decir, que
toda la energía pulsional, anteriormente dispersa en varias partes del cuerpo, se
focaliza ahora en una zona erógena prevalente (genital), dando lugar a un nuevo y
más intenso tipo de placer sexual. En el plano vincular, empieza el reconocimiento

15 Ibíd., p. 164.

72
de un tercer personaje, el padre; una figura activa que interviene en la relación
primordial madre-hijo.

El sujeto y la madre deberán empezar a reconocer un tercero, con el cual se


deberá compartir las prebendas que otrora se proporcionaban mutuamente. El
niño percibe una figura adicional que irrumpe en su relación con la madre, a quien
ella debe erogar parte de la atención, el afecto y los cuidados que anteriormente
sólo eran para él. Por tal motivo, el infante despliega hacia esta nueva figura una
relación agresiva mediada por sentimientos de ira, humillación, impotencia,
frustración y envidia, entre otros.

La erotización de la madre es tan intensa y completa para el sujeto, tanto


hombre como mujer, que cualquiera que se oponga entre ellos dos es
representado como una gran amenaza y como un rival. Empieza así para el sujeto
una disputa con el padre por la consecución de un lugar de privilegio frente a la
madre, donde se busca tanto poseerla para la satisfacción sexual, como ser
nombrado por ésta de una manera preferencial y ser premiado con un amor
exclusivo.

Hablar del padre es aludir al responsable de poner límites al deseo de la


madre y del hijo. Según Freud, existe una tendencia natural e inagotable del sujeto
hacia la obtención de satisfacción sexual, es decir, de recibir todo aquello que
genere alguna suerte de placer; es entonces mucho más vívida esta disposición
en el infante del periodo preedípico, pues existe un objeto que le patrocina una
gratificación inmediata, sin anteponer ninguna clase de condición.

[…] “existe un propósito fundamental en el mecanismo del aparato psicológico


humano. Este propósito es la búsqueda de la emoción placentera y la huida del

73
dolor. De ahí, según Freud, el organismo está regulado automáticamente por un
principio de placer” […]16

Este afán, intrínseco a la condición humana, resulta ser en demasía


pernicioso, ya que de no ser proscrito llevaría a la aniquilación del objeto en pro de
la satisfacción del sujeto. Aparece así, la ingente necesidad de que un tercero, o
sea el padre, limite mediante su norma de las tendencias sexuales del niño hacia
su objeto materno, del mismo modo que restringe el placer narcisista, procurado a
la madre por medio de un hijo, quien se ha hecho fecundo en su propio cuerpo y
se muestra menesteroso de ella para continuar subsistiendo.

El complejo de Edipo se constituye como un sistema de relaciones con una


influencia recíproca entre cada uno de sus suscritos, pero es valido en este punto
hacer hincapié en el gran valor de la función materna. Aparte de ser la primera
figura llamada a socorrer al niño en su condición de indefensión y encargada de
proveerle un sostenimiento básico de sus necesidades orgánicas, es la principal
mediadora en el establecimiento y sostenimiento de la relación del padre con el
niño. Éste último se encuentra a merced de su madre, no sólo en la dimensión
física sino también en cuanto a lo psíquico. Igualmente, en dependencia del deseo
materno se encuentra la vinculación o no vinculación con el padre y las
características bajo las cuales ésta podría efectuarse, de tal suerte que las
primeras experiencias estructurantes en la fase preedípica quedan direccionadas
por las características psíquicas, en su mayoría inconscientes, de la madre al
filtrarse en la relación con su hijo.

Dando por sentada la inclusión del hijo por parte de la madre en una relación
donde se promocionen los desarrollos preedípicos ya aludidos, ella deberá,

16 MULAHY, Patrick. Edipo: mito y complejo. S.l. : Librería “el Ateneo”, 1953.

74
igualmente, permitir al padre el ingreso en la relación con el hijo. El padre tendrá la
posibilidad de un acceso en el vínculo de satisfacción recíproca entre hijo-madre
únicamente con la permisión de esta última. De la misma forma en que se
supedita al deseo materno el establecimiento del vínculo psicosexual más
primigenio en el niño, se supedita también la posibilidad del padre para ingresar
como actor en el complejo de Edipo y los alcances de las funciones que le son
propias. El padre se encontrará anulado o mancillado en su papel como coartador
si la madre no lo acepta como tal o se lo presenta así a su hijo, si ella no reconoce
su función asumiendo su autoridad y los límites a la satisfacción narcisista el niño
tampoco lo hará, pues como ya se ha mencionado él sólo conoce el mundo que su
madre le permite ver.

Es claro para Freud que el complejo de Edipo presenta una dinámica diferente
dependiendo del sexo del sujeto, es decir, que tanto el varón como la niña
deberán enfrentarse a conflictos y retos psíquicos específicos; Aunque al mismo
tiempo es enfático al sugerir que las vivencias edípicas iniciales son vividas de la
misma manera por sujetos de ambos sexos. Ello significa que la posición
preedípica de total dependencia y el sentimiento oceánico (de fusión),
característico de la relación del sujeto con su primer objeto sexual, se encuentra
presente tanto en el varón como en la niña; a este respecto siempre encontramos
que la madre se erige, en primera instancia, como objeto exclusivo de deseo y de
un amor dependiente, pues el sujeto (niño o niña) se satisface con la madre, tanto
en sus necesidades básicas como en el placer sexual.

Las convergencias entre el varón y la niña a lo largo del desarrollo psicosexual


se hacen expeditas en tal relación de complacencia narcisística establecida con su
objeto materno primordial, aunque igualmente la perfecta homeostasis de tal
relación se verá socavada por la aparición del padre, una tercera figura sobre la
cual recae la responsabilidad de la separación de los dos primeros actores.

75
Hace su aparición el padre, constituyéndose para ambos casos en un rival que
se interpone en la relación madre-hijo, frustrando la gratificación que cada uno de
ellos obtiene de la simbiosis. La evolución pretérita a este momento, coincide en el
niño y la niña, por ejemplo, en el estado de inmadurez inicial, en la erogenización
del propio cuerpo resultante del contacto con la madre, en la sexualidad polimorfa
propia de la existencia de múltiples zonas de privilegio erótico, y en la rivalidad con
un tercero que se antepone y limita la relación de exclusividad con la madre. A
partir de aquí, donde el reconocimiento de un triángulo relacional nos demarca la
entrada al complejo de Edipo, las vías por las que ha de trasegar el desarrollo
sexual y pulsional en el niño y en la niña serán divergentes entre sí.

La descripción freudiana de tal situación se expresa en los siguientes


términos:

[…] “la mujer llega a la situación edípica normal positiva luego de superar una
prehistoria gobernada por el complejo negativo. De hecho, en el curso de esa fase
el padre no es para la niña mucho más que un rival fastidioso, aunque la hostilidad
hacia él nunca alcanza la altura característica para el varoncito. Hace mucho que
hemos resignado toda expectativa de hallar un paralelismo uniforme entre el
desarrollo sexual masculino y el femenino”.17

5.1.2 Sexuación : Pasemos ahora a apreciar el proceso edípico descripto por


Freud para el caso del varón. La primera gran sentencia que con relación a él
encontramos se refiere a una mayor facilidad en el proceso, comparándolo con el
caso de la niña, tal como se muestra en la permanencia del mismo objeto sexual

17 FREUD, Sigmund. Sobre la sexualidad femenina. En: _________. Obras completas. Buenos
Aires: Amorrortu, 1931, V.21, p. 228.

76
femenino, y en la existencia de un único órgano genital que sustente la sexualidad,
no sólo durante el complejo de Edipo sino también durante la vida sexual adulta.

Ya se ha mencionado el hecho de que la entrada en la situación edípica


acarrea un cambio en la distribución erógena del cuerpo, puesto que las zonas
parciales privilegiadas para la obtención de placer deben ser subrogadas para dar
cabida al primado genital; tanto en el caso del niño como de la niña, tal paso debe
ser efectuado, con el inconveniente para esta última, de verse forzada a realizar
también un cambio de objeto sexual, es decir de hacer un desvío pulsional hacia la
figura del padre, mientras que el niño siempre conserva su objeto. Según Freud,
esta es una razón para considerar el complejo de Edipo en el varón menos
traumático y enmarañado que el de la niña

[…] “El caso es diverso para la niña pequeña. También la madre fue, por
cierto, su primer objeto; ¿cómo halla entonces el camino hasta el padre? ¿Cómo,
cuándo y por qué se desase de la madre? Hace tiempo hemos comprendido que
la tarea de resignar la zona genital originariamente rectora, el clítoris, por una
nueva, la vagina, complica el desarrollo de la sexualidad femenina. Ahora se nos
aparece una segunda mudanza de esa índole, el trueque del objeto-madre
originario por el padre, no menos característico y significativo para el desarrollo de
la mujer. No alcanzamos a discernir todavía de qué manera ambas tareas se
enlazan entre sí.”18

Es necesario recordar que la elección primordial de un objeto sexual tiene su


génesis en el apuntalamiento sobre las funciones de autoconservación, es decir,
que el objeto satisfactor de necesidades básicas (madre o sustituto) es convertido
en la fuente de gratificación pulsional y en el referente para las elecciones de

18 Ibíd., p. 227

77
objeto a lo largo de toda la vida. El advenimiento de la genitalidad implica una
metamorfosis en la forma de encontrar la gratificación pulsional y en la zona
erógena que la sustenta, sin embargo, para el niño el objeto signado con la
responsabilidad de gratificarle sexualmente será siempre el mismo de la fase
previa al complejo de Edipo y a la genitalidad, lo cambiará por uno nuevo, pero
con iguales características (femenino), únicamente cuando el complejo de
castración así lo imponga.

[…] “Para el varón, la madre deviene el primer objeto de amor a consecuencia


del influjo del suministro de alimento y del cuidado del cuerpo, y lo seguirá siendo
hasta que la sustituya un objeto de su misma esencia o derivado de ella” […] 19

Retomando el plano sexual de la organización edípica, encontramos que,


tanto para el niño como para la niña, durante la fase pregenital del desarrollo,
existe un placer sexual erogado entre las diferentes regiones erógenas del cuerpo,
es una sexualidad bien distribuida y, como versan las palabras de Freud,
polimorfa. Esto implica una diversidad de maneras plausibles en la consecución de
una gratificación pulsional, verbigracia, lo oral, relacionado con la incorporación, y
lo anal, referido al placer de controlar. Con la llegada de la genitalidad, toda la
fuerza pulsional confluye en una zona exclusiva, encargada a partir ahora de
reunir de una sola vez toda la cuantía de placer posible otrora disuelta en varias
regiones del cuerpo; el hecho de que haya una nueva forma y una nueva zona
para la satisfacción no implica una aniquilación plena de las anteriores, pues
durante el resto de la vida existirán lastres de la sexualidad pregenital, seguirán
expresándose aunque con menos relevancia y declinadas ante el primado de los
genitales.

19 Ibíd., p. 230.

78
Por tanto, una sobrevaloración y una atención excesiva recaen en el órgano
de tan excelso e inédito potencial sexual, recientemente descubierto. El pene será
investido de una gran energía psíquica y los demás serán juzgados y
discriminados por el niño de acuerdo con la posesión o carencia de éste. Dentro
de la representación psíquica del niño, un ser de tan magna naturaleza como su
madre no puede menos que poseer un órgano como el suyo, aunque más valioso
y poderoso. Las vivencias del niño en la relación con su madre, hacen que ella sea
representada a la manera de un ser omnipotente e ideal, capaz de proveerle las
más gratificantes experiencias, de ahí que no pueda más que poseer un órgano
tan especial como el suyo.

Sentados estos precedentes, encontramos el descubrimiento de los genitales


femeninos como un evento vital que da un empuje al sujeto hacia la evolución
edípica. El contacto del niño con otras personas, ya sean de su misma edad o
incluso con su propia madre terminará, tarde o temprano, en un descubrimiento y
confrontación con la diferencia sexual anatómica. Gran desilusión y desconcierto
surgen en el pequeño niño al observar otros seres desfavorecidos con la carencia
de un órgano tan significativo, más aún, cuando inclusive un ser tan ideal como su
madre queda incluida en tal grupo.

En un primer momento, pese a los abrumadores indicios de una posible


pérdida de su órgano favorito, el niño no encuentra la falta de éste en otros,
incluyendo a su madre, como un riesgo para la integridad de su satisfacción
genital, ocurrirá más bien, una resignificación de tal experiencia cuando sea
activado el complejo de castración, generando un temor narcisista a la pérdida del
órgano que lo llevará a la inscripción en un código normativo. El significado de

79
ésta será recobrado, con toda su intensidad, para reforzar la amenaza de
castración20.

Como resultado, encontramos que el amor abnegado y puro del niño hacia su
madre deja de ser tal y se torna en ambivalencia. Por un lado, se conserva la
erotización hacia ella fruto de los cuidados y las atenciones brindadas
anteriormente, pero por otra parte, tiene lugar un sentimiento de desprecio y
rechazo debido a la afrenta narcisista recibida por su carencia de órgano. La
decepcionante y confusa realidad que embarga al niño, se convierte así en una de
las fuerzas motivadoras para fijar su atención en el padre.

El significado preponderante asignado por el niño al órgano genital, crea una


fantasía donde su madre, al igual que él, ha sido privilegiada. Luego de la
confrontación con los hechos reales y del descubrimiento de la deshonrosa
naturaleza materna, no queda más que focalizar el interés en otra figura cercana
que, presuntamente, posee una condición genital más poderosa, incluso que él
mismo y que la madre, hablamos entonces del padre.

De la misma manera, que existe una relación de naturaleza ambivalente entre


el niño y su madre, la relación con el padre nace bajo esta misma estela de
conflicto. La ambivalencia hacia el padre ocurre bajo las formas de la admiración y
el amor y la rivalidad junto con el temor. Las tendencias eróticas, otrora dirigidas
hacia la madre, por suponerle una disposición genital privilegiada, son
transmutadas ahora al padre, de ahí que también se le erotice y se le demande
amor; empero, como los intereses sexuales hacia la madre aún persisten, el niño

20FREUD, Sigmund. Algunas consecuencias psíquicas de las diferencias anatómicas entre los
sexo. En: __________. Obras completas. Buenos Aires : Amorrortu, 1925. V.19

80
encontrará en su padre un fastidioso rival con quien es forzado a compartir el amor
materno, promoviéndose así los deseos de eliminarlo.

[…] “La relación del muchacho con el padre es, como nosotros decimos,
ambivalente. Junto al odio, que querría eliminar al padre como rival, ha estado
presente por lo común cierto grado de ternura. Ambas actitudes se conjugan en la
identificación-padre; uno querría estar en el lugar del padre porque lo admira (le
gustaría ser como él) y porque quiere eliminarlo.” […]21

En adición a esto, existe una condición propia del sujeto que promueve la
relación ambivalente hacia las figuras parentales, la bisexualidad infantil. Según
Freud, no es válido plantear la existencia de una sexualidad basada en el par de
oposición masculino y femenino en la etapa pregenital del desarrollo psicosexual,
debido a que el sujeto terminará organizado en alguna de esas posiciones una vez
haya atravesado el complejo de Edipo. En realidad, sería más plausible apelar a la
oposición entre pasivo y activo para denominar la naturaleza sexual del sujeto
antes del paso por dicho complejo.

El legado de la teoría freudiana nos ha descrito la existencia, en el varón, de


una preferencia por las metas sexuales activas, mientras que las pasivas
corresponderían a las inclinaciones propias de la niña. Sin embargo, sólo la
sexualidad adulta, masculina y femenina, traerá consigo una especial afinidad del
sujeto con alguna de tales formas. La sexualidad que antecede la declinación del
complejo de Edipo se califica como bisexual, debido a que el sujeto, ya sea varón
o mujer, alterna constantemente entre las metas pasivas y las metas activas.
Freud aduce esta posición con afirmaciones como:

21
FREUD, Sigmund. Dostoievsky y el parricidio. En: __________. Obras completas. Buenos Aires:
Amorrortu, (1928 [1927]), V.21, p. 181.

81
[…] Estamos habituados a usar «masculino» y «femenino» también como
cualidades anímicas, y de igual modo hemos trasferido el punto de vista de la
bisexualidad a la vida anímica. Decimos entonces que un ser humano, sea macho
o hembra, se comporta en este punto masculina y en otro femeninamente. Pero
pronto verán ustedes que lo hacemos por mera docilidad a la anatomía y a la
convención. No es posible dar ningún contenido nuevo a los conceptos de
masculino y femenino. Ese distingo no es psicológico; cuando ustedes dicen
«masculino», por regla general piensan en «activo», y en «pasivo» cuando dicen
«femenino» […]22

El despliegue de intereses activos en la relación con ambas figuras paternas,


permite colegir la bisexualidad inmanente dentro de todo sujeto. Como bien
sabemos, tal condición se expresa, en la relación con la madre, partiendo de la
ligazón afectiva originada en el apuntalamiento de la satisfacción de necesidades
básicas, por ejemplo, el alimento y el abrigo. De otro lado, la génesis de la
atracción del niño por su padre estriba en los procesos de identificación.

De manera concomitante a la erotización de la figura materna, existe una


fascinación del niño con su padre que lo exhorta a erigirlo como su ideal, por tal
motivo desea emularlo y parecerse a él en una amplia gama de aspectos. Para
este momento, existen dos lazos afectivamente representativos para el niño, en el
primero se encuentra la madre (objeto de amor) y en el segundo el padre (objeto
de identificación). Durante el tiempo que precede la llegada al núcleo del complejo
de Edipo, las representaciones psíquicas de estas dos figuras y de la relación con
el sujeto existen sin interferirse ni perturbarse entre sí, son experiencias separadas

22 FREUD, Sigmund. Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis, 33ª conferencia: la


feminidad. En: __________. Obras completas. Buenos Aires: Amorrortu, (1933 [1932]), V. 22,
p.106.

82
vividas por el sujeto desintegradamente. Freud advierte que la ocasión para el
advenimiento del complejo de Edipo normal se encuentra, precisamente, en la
confluencia de la catexis objetal primordial hacia la madre y la identificación con la
figura paterna23.

En el preciso instante en que acaece tal confluencia, el niño empieza a percibir


la presencia amenazante del padre, en el sentido de interferir en su relación con la
madre, de tal forma que el proceso identificatorio, hasta ahora desplegado hacia el
padre empieza a tener un matiz hostil donde priman los deseos de eliminarlo y
ocupar su lugar. Cabe anotar, que la percepción del padre como ideal no se
subroga completamente a los impulsos tanáticos del niño, por el contrario,
permanecen en la ambivalencia que típica acompaña la situación edípica.

Lo dicho anteriormente, permite introducir un tópico insignia dentro del


abordaje freudiano del complejo de Edipo, se trata de la elección de objeto sexual
y la identificación, en el sentido de la identidad de género. Puesto que estos dos
logros son resultado de la relación del sujeto con las figuras parentales, es de vital
importancia apreciar lo que ocurre con cada uno de ellos durante el complejo de
Edipo.

En el caso del varón, existe un complejo de Edipo simple y positivo, aspectos


constantes durante toda su evolución, es decir, encontramos una erotización del
objeto materno, donde la corriente de amor tierno y el deseo sexual están unidos,
y un objeto paterno, quien es admirado como un ideal pero también odiado como
un rival. A diferencia del caso de la niña, este modelo permanece hasta el final.
Sin embargo, si se advierte las injerencias de la condición bisexual, descrita por

23FREUD, Sigmund. Psicología de las masas y análisis del Yo. En: __________. Obras completas.
Buenos Aires: Amorrortu, 1921, V.18.

83
Freud como propia del sujeto, y la relación ambivalente hacia las figuras
parentales, sustentada en la falta de madurez y organización psíquica, pasan a un
primer plano consideraciones adicionales que hacen viable el entendimiento de
una forma del complejo de Edipo más completa. Es ahora más completa y
compleja debido a que se considera la presencia de un proceso identificatorio y
erótico hacia cada una de las figuras parentales, es decir, hay una identificación y
una catexis de objeto concomitantes hacia ambos, padre y madre.

El erotismo hacia la figura materna, como ya se ha mencionado, se sustenta


en el cuidado que ella hace del sujeto, corresponde a la elección de objeto por
apuntalamiento anaclítico. Asimismo, es indispensable que el infante se identifique
con su madre, en el sentido de introyectar sus cuidados y hacerlos parte del
sistema representacional del aparato psíquico, así más adelante el niño contará
con un objeto constante en su representación, aunque físicamente esté ausente.

En lo referente a la figura paterna, hemos visto que por un lado es un ser


odiado con quien el niño rivaliza por el amor materno, no obstante, también es la
figura convocada por el sujeto para ser su ideal y modelo a imitar, es así como
también surge una catexis de objeto hacia el padre. Por tanto, es válido considerar
la existencia de dos objetos catectizados libidinalmente junto a dos objetos de
identificación. El mismo Freud lo anuncia de la siguiente manera:

[…]«Uno tiene la impresión de que el complejo de Edipo simple no es { ... } el


más frecuente { ... }. Una indagación más a fondo pone en descubierto, las más de
las veces, el complejo de Edipo más completo, que es uno duplicado, positivo y
negativo, dependiente de la bisexualidad originaria del niño». Por ejemplo, el

84
varoncito se comporta como tal y como una niña, y entonces realiza dos
identificaciones y dos investiduras de objeto. 24

La salida del complejo de Edipo implica el posicionamiento y privilegio de


alguna de las dos identificaciones y de alguna de las investiduras de objeto, es
una disposición general para el caso del varón y de la niña; de tal forma que se
dará una resolución a dos asuntos básicos para la configuración psíquica adulta:
la elección de un solo objeto sexual y la definición de la identidad de género. Se
espera entonces que en el varón la identificación con el padre reemplace la
investidura de objeto hacia él, pero conservando la relación de objeto hacia la
madre. Contrariamente, deberá ocurrir una primacía de la identificación con la
madre, en la situación normal de la niña, y donde la relación de objeto ha
imponerse sea la paterna25.

Proponer afirmaciones de este talante no implican un paso seguido a la


sexualidad de carácter adulto, sino más bien, significa que las elecciones hechas
en el momento edípico, en los planos referidos, trazarán los esquemas básicos de
la sexualidad una vez sea reactivada en la pubertad.

En conclusión, se reconoce en este punto la entrada al núcleo del complejo


edípico, caracterizado por la presencia de los cinco elementos enunciados, el
sujeto, la catexis materna, la catexis paterna, junto a la identificación materna y la
identificación paterna. Acompañados de afectos ambivalentes (amor-odio) hacia
cada uno de ellos. Por supuesto, tal núcleo deberá ir declinando progresivamente,

24 FREUD, Sigmund. Sobre la versión castellana, donde Ello era Yo debo devenir: una lectura
posible de el Yo y el Ello. El sepultamiento del complejo de Edipo. Spi.

25FREUD, Sigmund. El Yo y el Ello. En: __________. Obras completas. Buenos Aires: Amorrortu,
V.19, 1923.

85
de forma que sean posibles los logros estructurantes del complejo de Edipo, a
saber, el reconocimiento de las figuras parentales como personas reales y no
como los sujetos de su fantasía (des-agresivización del padre/des-sexualización
de la madre), la integración de las representaciones objetales y del afecto hacia
ellas (superación de la ambivalencia), la consolidación de un único objeto sexual y
de un solo objeto de identificación, y la estructuración del Superyó. Logros que se
harán efectivos, en gran parte, por la llegada y asunción del complejo de
castración.

5.2.2 La castración : Una primera acepción de la palabra castración nos deja


entenderla, literalmente, como la extirpación o inutilización de los órganos
genitales. Claro está el complejo de castración, al cual se alude como motor de los
logros edípicos más significativos, entraña una asociación bastante cercana con
dicha acepción, pero no en su totalidad. La afinidad se hace plausible a la luz de la
fantasía de pérdida que experimenta el sujeto, aunque no esté referida
directamente a su órgano genital, sino más bien a las posibilidades de placer por
él auspiciadas.

Se ha expresado la forma en que la entrada en el complejo de Edipo resalta,


de una manera particularmente vívida, la complacencia y la enorme valoración del
niño por su órgano genital, es el punto nodal de toda la gratificación pulsional y el
eje de la estructuración de la sexualidad adulta. Contrario a lo que podría
pensarse, no existe una plena seguridad en el niño de poder continuar disfrutando
de manera semejante, pues surgen dos hechos que lo ponen de frente a una
posible pérdida, a saber, el descubrimiento de los genitales femeninos y la
reprensión, por parte del adulto, a sus acciones masturbatorias.

Existe un hecho puntual encargado de funcionar como activador del complejo


de castración y de precipitar la salida del complejo de Edipo, se trata de la

86
sofocación violenta del narcisismo que acompaña la reprensión parental del
onanismo26. De hecho encontramos, las más de las veces, una aversión cultural
expresada en las figuras cuidadoras, hacia las acciones autoeróticas que
acompañan al niño durante su acaecer sexual, él no conoce o es consciente de
los edictos culturales para la ganancia de placer, estos serán introyectados más
adelante junto a un sistema más vasto de referentes normativos (consciencia
moral). Así pues, no existe para el pequeño motivo alguno de vergüenza en el
placer procurado por su propio cuerpo; la masturbación, ahora centrada en la
genitalidad, se torna una forma de placer tan legítima como la succión alimenticia
del pecho materno o la retención y evacuación de los contenidos intestinales.

Enojo, desconcierto y frustración son algunas de las consecuencias derivadas


de la respuesta parental frente a la masturbación infantil, sin embargo, tal
acontecimiento se encuentra dotado de una gran valía estructurante y
organizadora, pues el conflicto sexualidad-educación aproxima al sujeto a los
avatares propios de la organización psíquica adulta, donde se hace necesario un
reconocimiento de normas y restricciones a las tendencias pulsionales propias.

Por otro lado, hablar de un descubrimiento de la realidad genital del ser


femenino, representado para el pequeño niño en compañeras de juego, hermanas
o su propia madre, es hacer referencia a una confrontación directa con la
posibilidad de la pérdida de órgano, o sea, la castración. Ya se ha hecho mención
a la fantasía, de elevado valor narcisístico, en la que el niño se siente privilegiado
con un órgano fuente inagotable del más sublime placer (primacía genital),
proyectando una condición de idéntica naturaleza a sus seres libidinalmente
significativos, es decir, el padre y la madre; así pues, el descubrimiento, por

26FREUD, Sigmund. Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia anatómica entre los sexos.
En: __________. Obras completas. Buenos Aires: Amorrortu, 1925. V.19

87
ejemplo, de la falta de pene en ésta última toma la forma de una angustiante
amenaza para las posibilidades futuras de satisfacción genital, pues si ha ocurrido
con la madre, un destino no menos infausto puede esperar para sí mismo.

Cabe decir que la primera experiencia del sujeto frente a un genital distinto al
suyo no es por sí misma capaz de generar la angustia de castración que lo llevará
a la resolución del complejo de Edipo. Inicialmente, este descubrimiento suscita
poco interés para el pequeño niño, es como si no viera nada o desmiente lo que
llega hasta su sistema perceptivo, incluso puede concebir una razón plausible para
ello que no le lleve a sentirse considerablemente turbado27. No obstante, cuando
la amenaza de castración recaiga sobre él con toda su fuerza este recuerdo será
reactivado y resignificado, develando la condición inerme en que se encuentra
frente a la posible afrenta narcisística de la pérdida genital.

Lo anterior lleva al niño a renunciar a los impulsos eróticos hacia la madre y a


una aceptación de la ley paterna. Uno de los aspectos que trae a un primer plano
la importancia representada en el complejo de Edipo, y especialmente el complejo
de castración, es su papel como organizador cultural. Poder introyectar un sistema
normativo que limite las tendencias pulsionales del sujeto, tanto eróticas como
tanáticas, es ciertamente una resultante de la amenaza de castración, la cual lleva
a relaciones más integradas y menos conflictivas, y a la existencia de una ética
frente al deseo, propio y ajeno, lo que ha de transmutarse en los vínculos
interpersonales adultos y en la forma de asumirse dentro de una cultura.

[…] El inevitable destino del vínculo de simultáneo amor a uno de los


progenitores y odio al rival se establece sólo para el niño varón. Y luego es en este
en quien el descubrimiento de la posibilidad de castración, como se prueba por la

27 Ibíd.

88
vista de los genitales femeninos, impone la replasmación del complejo de Edipo,
produce la creación del superyó y así introduce todos los procesos que tienen por
meta la inserción del individuo en la comunidad de cultura 28[…]

5.2.3 La mujer en el complejo de Edipo: En líneas anteriores, nos hemos


referido a un aspecto clave para observar el complejo de Edipo de la mujer en la
teoría freudiana, se trata de su mayor complejidad y dificultad, en comparación
con el caso del varón.

Tales afirmaciones se solventan considerando varios asuntos. Primero,


encontramos el esfuerzo adicional que debe realizar la niña, a diferencia del varón,
en el cambio de su objeto de deseo; inicialmente la madre es quien suscita las
tendencias tiernas y eróticas de todo sujeto, no importando su sexo, mientras la
figura paterna es vista como un desagradable rival con quien se tiene que
compartir las prerrogativas del vínculo materno. Luego el varón subsume sus
inclinaciones sexuales a esta misma condición reteniendo el objeto a lo largo de
toda su vida; no obstante, para la niña el panorama es completamente disímil,
debido a que debe abandonar el objeto materno para sustentar su sexualidad en
el padre, y ulteriormente en otros hombres que sean en algún grado modelos de
éste. El hecho mismo de estar compelida a una transmutación del objeto dificulta
el proceso edípico de la niña, claro que las condiciones bajo las cuales ocurre no
aligeran tal dificultad, puesto que la ruptura de la ligazón-madre acaece bajo el
influjo de la hostilidad.

“En la fase del complejo de Edipo normal encontramos al niño tiernamente


prendado del progenitor de sexo contrario, mientras que en la relación con el de

28 FREUD, Sigmund. Sobre la sexualidad femenina. En: __________. Obras Completas, Buenos
Aires: Amorrortuo, 1931, vol. 21, p. 231.

89
igual sexo prevalece la hostilidad. No tropezamos con ninguna dificultad para
deducir este resultado en el caso del varoncito. La madre fue su primer objeto de
amor; luego, con el refuerzo de sus aspiraciones enamoradas, lo sigue siendo, y a
raíz de la intelección más profunda del vínculo entre la madre y el padre, este
último no puede menos que devenir un rival. El caso es diverso para la niña
pequeña. También la madre fue, por cierto, su primer objeto; ¿cómo halla
entonces el camino hasta el padre? ¿Cómo, cuándo y por qué se desase de la
madre?”29 […]

En adición, el segundo gran hecho propio de la niña, sin un correlato en el


desarrollo del varón, es la mudanza de la zona erógena regente para la
satisfacción, una vez alcanzada la sexualidad genital. Inicialmente, el órgano
femenino equivalente, tanto en capacidad erógena como en relevancia psíquica,
es el clítoris, pero éste deberá verse subrogado por la vagina como resultado del
complejo de Edipo.

“En primer lugar, es innegable que la bisexualidad, que según nuestra tesis es
parte de la disposición {constitucional} de los seres humanos, resalta con mucho
mayor nitidez en la mujer que en el varón. En efecto, éste tiene sólo una zona
genésica rectora, un órgano genésico, mientras que la mujer posee dos de ellos:
la vagina, propiamente femenina, y el clítoris, análogo al miembro viril” […] 30

Por consiguiente, el proceso edípico de la niña se complejiza aún más con


motivo de la bisexualidad, claramente más marcada en ella. Freud considera que,
inicialmente, no existe una diferencia en la configuración sexual, en términos

29 Ibíd., p. 227.
30 Ibíd., p.229.

90
psíquicos, entre el niño y la niña, más bien la definición del objeto sexual, la
identidad de género y las características de las metas pulsionales serán logros
derivados de la situación edípica y del complejo de castración. Por consiguiente, la
niña, en términos de su organización sexual, está más cerca de ser un varón
dispuesto bisexualmente que un sujeto caracterizado como femenino. La niña
pequeña es señalada con tal condición debido a que su elección de objeto inicial
es la madre y despliega hacia ella los mismos intereses eróticos, de exclusividad y
dependencia que el niño. Sumada a esta primera investidura de objeto
homosexual, encontramos que las tendencias pulsionales de la niña están
concentradas en un órgano equiparable al pene del varón, el clítoris.

Se reconoce la vagina como la principal zona erógena en la sexualidad de la


mujer adulta, aunque tal condición, propiamente femenina, no ha sido tal desde el
principio. El descubrimiento inicial de la genitalidad no encuentra precisamente en
la vagina su sustento erógeno, más bien el centro del placer sexual, en el que se
incluyen los actos masturbatorios de elevada valoración psíquica durante la
infancia, corresponde al clítoris. Existe una gran similitud entre la naturaleza del
comercio sexual del niño y la niña durante la etapa inicial del descubrimiento
genital, pues ambos centran sus aspiraciones sexuales en la posesión de un
órgano privilegiado y en el control sobre la excitación que éste proporciona.
Además, la manipulación masturbatoria que cada uno de ellos realiza con su
órgano denota una predilección por metas sexuales activas, algo propio de la
masculinidad. La pequeña niña ha de pasar de tal condición predominantemente
masculina a su posición femenina definitiva, donde el deseo de posesión de
órgano se transformará en el deseo de concebir un hijo.

Tanto para la niña como para el varón, la madre es erigida el primer objeto de
amor, debido al influjo con el que ésta opera en la supervivencia y en la
satisfacción de necesidades de su hijo/a. la diferencia fundamental consiste en

91
que el varón conservará la naturaleza de tal relación hasta que puede hallar un
objeto sustituto similar o derivado de ella. Por el contrario, la niña al término del
complejo de Edipo debe encontrar un objeto de amor completamente nuevo,
correspondiente al varón-padre, para llegar a la consecución de una sexualidad
heterosexual y con el despliegue de unos fines sexuales propios de la feminidad.

La pregunta que tendría lugar en este punto está referida a los mecanismos y
vías por las que ocurren cambios de tanta importancia para el desarrollo
psicosexual de la niña, a través de los cuales pasará de ser un niño de disposición
bisexual (Edipo negativo) al despliegue de su feminidad propiamente dicha (Edipo
positivo).

No es fácil para la pequeña niña desprenderse y abandonar su primer objeto


de amor, pues éste resulta ser, en vasta medida, el provocador de la investidura
libidinal más intensa, pero de igual forma destinada al declive. No quedan
plenamente esclarecidos los motivos por los que ocurre tal extrañamiento de la
madre, pero es lícito reconocer la inexistencia de razones pacíficas y armónicas,
por el contrario, la ruptura de la investidura objeto-madre se da bajo condiciones
que denotan conflictivas bastante importantes. Son múltiples las decepciones,
frustraciones y reproches que surgen en la niña con relación a su madre y
obedecen, en esencia, a los siguientes hechos:

 No dotarla con el único genital correcto


 Interrupción de la lactancia
 Reprensión y prohibición del placer masturbatorio (clítoris)

Existen grandes avances en la organización psíquica relacionados con el


primero de tales hechos. En todos los casos el complejo de Edipo corresponde a

92
un momento de primacía genital, es decir, una sobrevaloración de los genitales
como fuente del placer sexual. En la fantasía de la niña, ella se encuentra en una
posición equivalente a la del varón, no percibe inicialmente diferencia alguna entre
su condición sexual y la del varón, asume su clítoris como un pene, y de hecho
cumple para ella las mismas funciones gratificadoras.

Más adelante, el encuentro inexorable con los genitales del sexo opuesto
confrontará a la niña con la naturaleza de su sexualidad. Surge un sentimiento de
desventaja e inferioridad con respecto al varón, debido a que opera la consigna de
correspondencia entre la longitud o tamaño del órgano y el monto de satisfacción
capaz de conferir, lo que resulta perturbador para la niña teniendo encuentra la
limitada extensión de su clítoris, pues su valoración se supedita a la contrastación
con el varón. La ruptura de la ligazón-madre se ve impulsada por estos
acontecimientos, ya que para la niña no queda más que la atribución de su
desventajosa condición a la mujer que le dio el sexo, haciéndola a semejanza
suya.

Todos estos caminos nos hacen trascender a lo que se conoce como


Complejo de masculinidad en la mujer, donde la niña ha reconocido el órgano que
no tiene, pero con el ferviente deseo de tenerlo. Surgen así aspiraciones de ser
privilegiada con el regalo de un pene como el del varón, lo que eventualmente le
permitiría resarcirse de la afrenta narcisista provocada por la madre.

La envidia de pene, anudada al complejo de masculinidad de la niña inscribe


marcas indelebles en su configuración psíquica, donde la herida narcisista de

93
sentirse en falta la lleva a un constante sentimiento de inferioridad y menosprecio
por el órgano cercenado de la mujer31.

Un gran infortunio rodea estas vivencias sexuales de la niña, pues el órgano


de elevadísima condición, responsable por los grandes montos de satisfacción, es
ahora el culpable de su repudiable condición castrada. Sin embargo, también es
acertado calificar esta situación positivamente, si se piensa en el desarrollo
psíquico venidero; pues el abandono de la posición masculina de la niña, aunque
doloroso resulte, es el conflicto que la exhorta hacia el reconocimiento y
despliegue de estrategias propias de la feminidad.

[…] “podría ser la afrenta narcisista enlazada con la envidia del pene, el aviso
de que a pesar de todo no puede habérselas en este punto con el varón y sería
mejor abandonar la competencia con él. De esa manera, el conocimiento de la
diferencia anatómica entre los sexos esfuerza a la niña pequeña a apartarse de la
masculinidad y del onanismo masculino, y a encaminarse por nuevas vías que
llevan al despliegue de la feminidad32.” […]

Vale reconocer, en síntesis, la existencia de tres hechos particulares del


desarrollo psíquico de la niña sin un correlato en el varón, y que conforman el
proceso completo de mudanza de la posición masculina a la posición femenina.

1. El cambio de objeto de deseo, donde se abandona la catexis hacia el objeto


materno y surge la catexis hacia el objeto paterno.

31FREUD, Sigmund. Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia anatómica entre los sexos,
En: __________. Obras completas. Buenos Aires : Amorrortu, 1925. V.19.
32 Ibíd., p. 274.

94
2. La declinación del clítoris como zona genital regente, y el posicionamiento de
la vagina como centro erógeno del comercio sexual.

3. Relacionado íntimamente con el punto anterior, se encuentra la


transformación de las metas sexuales, referida al abandono del deseo de ser
dotada con un pene a engendrar un hijo.

En palabras de Freud esto se diría así:

[…] ahora la libido de la niña se desliza -sólo cabe decir: a lo largo de la


ecuación simbólica prefigurada pene = hijo- a una nueva posición. Resigna el
deseo del pene para remplazarlo por el deseo de un hijo, y con este propósito
toma al padre como objeto de amor. La madre pasa a ser objeto de los celos, y la
niña deviene una pequeña mujer.33 […]

Sólo en este punto, cuando la niña ha entrado en un complejo de Edipo


positivo (Padre-objeto de amor / Madre-rival), asumiendo una posición
libidinalmente femenina (zona erógena vaginal-deseo de concebir un hijo), se
puede afirmar el inicio pleno del complejo de Edipo en la mujer.

Uno de los hechos que reviste mayor relevancia, en claro contraste con el
devenir edípico del varón, es el papel que cumple la amenaza de castración; se
observa así, que ésta es el motivo por el cual el niño desiste en sus empeños
eróticos hacia la madre, identificándose y asumiendo al mismo tiempo la ley
paterna. Por el contrario, el complejo de Edipo en la mujer tiene su inicio con la
amenaza de castración, que en realidad no es una amenaza sino un hecho
consumado; se hace visible la forma en que la confrontación con los genitales del

33 Ibíd.

95
sexo opuesto y la coerción parental de la masturbación clitoridiana provocan el
posicionamiento del objeto-padre y llevan a las tendencias pulsionales propias de
la sexualidad femenina adulta.

[…] “En cuanto al nexo entre complejo de Edipo y complejo de castración, se


establece una oposición fundamental entre los dos sexos. Mientras que el
complejo de Edipo del varón se va al fundamento debido al complejo de
castración, el de la niña es posibilitado e introducido por este último. Esta
contradicción se esclarece si se reflexiona en que el complejo de castración
produce en cada caso efectos en el sentido de su contenido: inhibidores y
limitadores de la masculinidad, y promotores de la feminidad. La diferencia entre
varón y mujer en cuanto a esta pieza del desarrollo sexual es una comprensible
consecuencia de la diversidad anatómica de los genitales y de la situación
psíquica enlazada con ella; corresponde al distingo entre castración consumada y
mera amenaza de castración”34.

Uno de los mecanismos más influyentes para la resolución del complejo de


Edipo, tanto en el caso del varón como en el de la niña, es la represión. La
explicación detallada de tal mecanismo resulta una tarea en demasía laboriosa y,
aunque es un asunto importante, no corresponde plenamente a los intereses que
ahora nos convoca. Sin embargo, puede decirse que es la salida más sana ante la
amenaza de castración; la condición inerme del niño para enfrentar una situación
de peligro tan grande no le deja más alternativa que la represión de los impulsos
pulsionales, tanto los incestuosos como los agresivos.

34 Ibíd., p. 275.

96
Por otro lado, para la niña el papel de la represión se torna diferente, puesto
que no ocurre el mismo temor que en el niño ante la castración. Ciertamente, la
posición de la niña frente a la castración dista mucho de parecerse a la del varón,
pues en ella no hay temor a la pérdida, desde el inicio de su complejo de Edipo ya
se ha enfrentado a la peor de todas.

Lo anterior trae notables consecuencias para ella, ya que la falta de temor


ante la castración la lleva a introyectar la ley, y a hacerla parte de su estructura
psíquica, de una manera más lenta y menos radical que en el varón. De acuerdo a
la teoría Freudiana, la forma en que ocurre la estructuración superyoica en la
mujer, corresponde a una introyección lenta y progresiva de la ley por efecto de la
represión. La naturaleza de esta estructuración es utilizada por Freud para
concebir ciertas particularidades psíquicas de la mujer; resulta así que el Superyó
femenino es, en esencia más lábil que el del hombre, lo que a su vez implica una
mayor docilidad de carácter y facilidad para servir al otro, algo viable de
entenderse como una particular afinidad hacía los intereses filantrópicos.

“En la niña falta el motivo para la demolición del complejo de Edipo. La


castración ya ha producido antes su efecto, y consistió en esforzar a la niña a la
situación del complejo de Edipo. Por eso este último escapa al destino que le está
deparado en el varón; puede ser abandonado poco a poco, tramitado por
represión, o sus efectos penetrar mucho en la vida anímica que es normal para la
mujer. Uno titubea en decirlo, pero no es posible defenderse de la idea de que el
nivel de lo éticamente normal es otro en el caso de la mujer. El superyó nunca
deviene tan implacable, tan impersonal, tan independiente de sus orígenes
afectivos como lo exigimos en el caso del varón”35 […]

35 Ibíd., p. 276.

97
5.2.4 Consideraciones: Hasta ahora hemos logrado llevar a buen término dos
etapas de nuestro recorrido académico por la obra freudiana. En un primer
momento, hemos pasado por la observación de nuestro objeto de investigación,
contextualizándolo cronológicamente y tratando, a su vez, de dilucidar su origen,
evolución e injerencia dentro del modelo de organización psíquica freudiano. En el
segundo momento, construimos una ilación conceptual y lógica del proceso
edípico descrito por Freud, respetando aún el principio de neutralidad al cual nos
impele nuestro marco metodológico, hemos tratado de lograr un nivel de lectura
más profundo reorganizando los conceptos freudianos para engendrar una
comprensión nueva y más detallada. Sentado esto, nos abocamos ahora al tercer
paso, correspondiente al momento de concluir; es aquí donde habrán de hacer su
aparición las categorías de análisis susceptibles de comparar y contrastar con los
postulados edípico de Melanie Klein.

Como resultado del estudio de la teoría freudiana ha sido posible la


identificación de ciertas categorías de análisis, o dicho en otros términos,
elementos indispensables para considerar un autentico complejo de Edipo. Es
importante resaltar que dichos elementos operan en distintos niveles de la
configuración edípica, es así como encontramos, por ejemplo, procesos que
advienen como resultado de su disolución, y que expresam una importancia única
en el desarrollo psíquico; igualmente hayamos procesos responsables de su
evolución, pues operan dinamizando los conflictos edípicos y llevando al sujeto
hacia diferentes movimientos psíquicos.

Empecemos entonces reconociendo resultados que universalmente se


esperan una vez alcanzado el epílogo del drama edípico, la elección de objeto y la
estructuración del Superyó. El primero de tales logros psíquicos se relaciona con
la elección de un objeto al cual la pulsión habrá de anudarse desde ahora y

98
durante el resto de la vida; es asimismo el objeto llamado a despertar la
sexualidad durante la época de la pubertad, donde la madurez física de los
órganos sexuales dará término al desarrollo genital, poniéndolos al servicio de la
reproducción.

El segundo derivado del declive edípico que representa una importancia


capital en la transformación psíquica es la estructuración del Superyó. Ya hemos
mencionado que surge como resultado de la incorporación de la ley paterna en la
organización psíquica del sujeto. De manera sucinta, cabe anotar que es el
componente intrapsíquico que ajusta la actividad pulsional a las formas
contempladas por la cultura para la satisfacción; algo primordial para el
establecimiento de vínculos sociales sanos.

La tercera unidad de análisis se perfila como uno de los procesos más


dinámicos del Edipo. El complejo de castración se caracteriza por movilizar en el
sujeto un sin número de fantasías y ansiedades, que finalmente, lo impelen hacia
la consecución de los logros psíquicos más relevantes del proceso edípico,
enumerados en líneas anteriores. Claro está, que el complejo de castración opera
y tiene una naturaleza disímil en sujetos de distinto sexo, pues es consabido que
en el varón constituye la puerta de salida de la situación edípica, donde los
intereses narcisistas habrán de primar sobre los deseos incestuosos hacia la
madre, llevando así a la represión temporal de la corriente sexual de la pulsión
propia del periodo de latencia.

De otro lado, encontramos el caso de la pequeña niña. En ella la castración


ocupa un lugar y una función diferente, no obstante, conserva su lugar de
universal dentro del complejo de Edipo al mostrarse como un proceso
indefectiblemente necesario dentro de la organización psíquica de los sujetos. El
complejo de castración femenino aparece por razones similares a las del varón, a

99
saber, la confrontación con los genitales del sexo opuesto, pero operando e
influyendo de manera diferente. La niña entra en el auténtico complejo edípico
luego de pasar por el complejo de castración, pues las múltiples frustraciones y
decepciones que en ella genera la abocan al abandono de una posición sexual
masculina, sustentada en el placer clitorideo y en un objeto homosexual (madre).
Luego de ello, la niña podrá entrar a la situación edípica que naturalmente le
corresponde, es decir, amando a su padre, de quien espera engendra un hijo, y
rivalizando con la madre.

100
6. MELANIE KLEIN

6.1 RECUENTO BIBLIOGRÁFICO

Hemos llegado así al momento de adentrarnos en la teoría de Melanie Klein,


sin embargo, antes de dar inicio a nuestra labor de esclarecer la manera como se
hace fecundo el complejo de Edipo debemos puntualizar sobre ciertos asuntos
que relucen desde un acercamiento preliminar.

La simple tarea de rastrear escritos que concuerden con nuestro tópico de


interés develan ciertas características especiales de la teoría kleiniana,
inicialmente cabe hacer mención a la manera como Melanie Klein nos presenta
sus hallazgos edípicos dentro del panorama general de su elaboración teórica, en
tal sentido nos encontramos con escritos bastante concisos y directos que
comportan, al mismo tiempo, un análisis prolijo de todos los asuntos que considera
relevantes para el acaecer edípico; como consecuencia nuestra tarea resultará en
cierto sentido más sencilla, pues bastará con hacer lectura de un único texto para
hacer surgir una idea completa acerca del lugar que ocupa nuestra unidad de
estudio dentro de esta teoría.

La búsqueda y selección del material bibliográfico, que son tareas esenciales


en cualquier empeño investigativo, nos proporciona buenas expectativas en torno
a este primer proceso de lectura, pues dentro del espectro general de la teoría
kleiniana hallamos un texto que de manera muy práctica condensa su
comprensión del complejo edípico, lo que simplifica en gran medida la búsqueda y
compilación de información. El escrito kleiniano al que aludimos lleva por título

101
Estadios tempranos del conflicto edípico36, y será nuestra principal fuente de
información y estudio, pues satisface ampliamente nuestro interés investigativo.

Ahora bien, al hacer una primera lectura de dicho texto notamos que la
situación no es tan simple como inicialmente se hacía ver, no obstante, el hecho
de contar con un texto compilatorio de la comprensión kleiniana del proceso
edípico, es cierto que existe una complejidad y grandeza en esta teoría que nos
plantea un reto investigativo mayor. En realidad, basta una simple lectura rápida
para quedar apabullados frente a la grandeza de las concepciones kleinianas,
siendo tal el grado de elaboración presente en sus escritos que sus argumentos
alcanzan el mismo grado de depuración y profundidad que el de cualquier
psicoanalista de la época. Así las cosas, una comprensión acabada del complejo
edípico kleiniano requiere mucho más que la lectura del texto antedicho, exige
además la revisión de una serie de ideas pertenecientes a múltiples núcleos
conceptuales y que han sido expresados con fines argumentativos diferentes, pero
que de igual manera son imprescindibles para comprender la lógica de la teoría
kleiniana. Con base en esto, habrá momentos en los que será necesario traspasar
los linderos de la lectura propuesta, pues en los planteamientos kleinianos el
complejo de Edipo se asocia con una gran cantidad de procesos y estratos de la
vida psíquica, que requieren al mismo tiempo ser identificados y comprendidos de
manera independiente. Lo anterior queda ejemplificado con el asunto de la
organización psíquica, pues en base a éstas se define la naturaleza de la agresión
y la angustia, punto clave para el entendimiento de la conflictiva edípica y del cual
Melanie Klein se ocupa en escritos diferentes al que hemos elegido como fuente
de estudio.

36 KLEIN, Melanie. Estadios tempranos del conflicto edípico. En: Psicoanálisis del desarrollo
temprano, contribuciones al psicoanálisis. Buenos Aires: Paidós, 1986.

102
Trasegar fuera de los límites de la lectura inicialmente sugerida implica,
además de recurrir a otros escritos kleinianos, buscar referencia en autores
distintos. En concreto, será necesario apelar a los conocimientos y experiencia,
respecto a la teoría kleiniana, de autores como los esposos Bleichmmar y Paula
Heinman; y aunque esto pueda ser visto como un acto ilícito dentro de los edictos
de la lectura intratextual, lo cierto es que serán tenidos en cuenta de la manera
más restrictiva posible, sólo como una fuente de ayuda para contextualizar, dentro
de un mapa teórico tan amplio, la comprensión kleiniana del discurrir edípico.

1928, ESTADIOS TEMPRANOS DEL CONFLICTO EDÍPICO

Luego de tener un primer acercamiento con el texto que condensa la


concepción kleiniana del complejo edípico, no podemos más que expresar la
enorme gratificación que surge al encontrar un escrito que complace de tal manera
nuestros intereses investigativos; y es que realmente estamos frente a una pieza
de la obra kleiniana que aborda el asunto del complejo de Edipo en una forma tan
acabada que pocas dudas nos deja respecto a su naturaleza y dinámica. Al ser el
conflicto edípico uno de los momentos más críticos en la historia infantil de
cualquier sujeto conocemos, de primera mano, la multiplicidad de dimensiones y
procesos psíquicos con los que se asocia y lo difícil que resulta abordarlo a
cabalidad en un sólo escrito; igualmente es posible que un texto pierda el
horizonte al tratar de exponer todas sus dimensiones, dedicando más atención de
la necesaria a asuntos que, aún siendo importantes, es mejor tratarlos de manera
independiente; en el caso de la obra Kleiniana un clarísimo ejemplo de esto son
las etapas de la organización que propone: esquizo-paranoide y depresiva, y la
pulsión de muerte. Por cierto, ni una cosa ni la otra ocurren aquí, pues nos
encontramos frente a un texto sumamente equilibrado que sabe guardar muy bien
los límites conceptuales, por lo que la mayoría de las aserciones que en él

103
encontramos se orientan, justifican y contextualizan en la lógica del
esclarecimiento edípico, evitando así la excesiva argumentación de asuntos
relacionados. Entonces podemos afirmar que al texto no le sobra nada, y al mismo
tiempo pocas cosas le faltan, pues es tanta la claridad conceptual que observamos
en Melanie Klein, que simplemente se permite trascender los límites de su
esquema de objetivos primarios cuando es necesario y forma parte de una bien
definida intencionalidad argumentativa.

Uno de los puntos más especiales que notamos poco tiempo después de
ponernos frente a este texto, se relaciona con la naturaleza temprana que asigna a
cada pieza importante de su propuesta. Entre los primeros grandes asertos
orientados hacia el esclarecimiento del complejo edípico, nos topamos con
expresiones que pretenden justificar un origen primigenio para algunos de los
conflictos más álgidos del desarrollo; basta decir que, según ella, la trama del
Edipo comienza a gestarse hacia finales del primer año de vida, una época
coincidente con la frustración del destete, y siendo la cuota inicial para la ulterior
influencia de las frustraciones anales y genitales. Es así como observamos unas
tendencias generales de la propuesta kleiniana, que desde un comienzo permean
e influyen sobre su teoría edípica. Es de agradecer que Melanie Klein
contextualice desde el principio los límites temporales del complejo edípico, pues
ofrece bases bastante claras para iniciar un proceso de lectura, exploración y
comprensión.

Más especial aún que el apartado anterior, resulta ser la organización temática
que encontramos al observar más profundamente el texto. Decimos que se
percibe al llegar a un nivel más profundo de análisis, puesto que tal ordenamiento
no se hace explícito a través de subdivisiones temáticas, por el contrario, sólo es
perceptible al diseccionar el texto y compendiar la información en un formato más
manejable, por ejemplo, en fichas bibliográficas o de lectura. Notamos así que, en

104
primera instancia, Melanie Klein trata de familiarizarnos con la esencia de su
propuesta teórica y de contextualizarnos en su lectura de los fenómenos edípicos,
esto es llevado a buen término expresando, antes de cualquier otra cosa, el
carácter prematuro de los momentos psíquicos más importantes para la vida de
cualquier sujeto, incluyendo el complejo de Edipo; sin importar la unidad de
análisis en que queramos basar un estudio de la obra kleiniana, es de una
importancia vital saber que la mayor parte de los procesos decisivos en la
organización psíquica ocurren durante los dos primeros años de vida, y es
precisamente a dichos procesos que alude el contenido de las primeras páginas
del texto, describiendo, por ejemplo, los rasgos propios de la pulsión y la angustia,
el origen de la estructura yoica y superyoica, la evolución del vínculo primordial y
las fases del desarrollo psíquico. De modo tal que se completa un conjunto de
referentes conceptuales que deja clara la particularidad y la intencionalidad de su
obra, y muestra, en términos generales, los asuntos que ganarán relevancia para
una comprensión cabal del acontecer edípico.

En medio de todo esto, el superyó ocupa un lugar de especial importancia,


destacándose cada vez por su lugar y función dentro de la organización psíquica.
De acuerdo con Klein, el superyó es una de aquellas instancias que tiene su
génesis en épocas muy prematuras del desarrollo, antecediendo incluso al
complejo de Edipo, y que va madurando con aportes de diversos momentos de la
organización; aunque el punto que encontramos decisivamente importante en este
tiempo de nuestra lectura se relaciona con el papel que cumple este superyó
primitivo en la generación de la angustia, una de las facetas más trascendentales
en el modelo kleiniano y cuyo análisis será un imperativo para nuestro estudio de
los conflictos edípicos.

El segundo momento importante que aparece en el ordenamiento temático del


texto alude a asuntos conectados de manera mucho más directa con el complejo

105
de Edipo, mostrándonos la articulación existente entre los estratos de la vida
psíquica mencionados anteriormente y la dinámica edípica. Inicialmente, fueron
planteadas circunstancias pertenecientes al mundo de lo preedípico, entre las que
se pueden contar las fases oral y anal de la sexualidad y la vinculación a través de
los fines de incorporación, luego en un segundo momento Melanie Klein nos
muestra la forma en que el sujeto evoluciona en los mismos aspectos y las
consecuencias psíquicas que ello comporta; tanto las fuentes erógenas como el
objeto y los fines pulsionales (centrados en la figura materna y en el modelo de
incorporación oral) deberán sufrir una transformación antes del advenimiento
edípico, poniéndose en operación los mecanismos psíquicos propios de cada
sexo, el varón deberá entonces cambiar sus fines pulsionales y su zona erógena,
es decir, centrarse en el placer genital y en los fines de penetración, aunque
conservando para ello el objeto (la madre); mientras tanto, la niña deberá mudar
su zona erógena y su objeto pero conservando sus fines pulsionales, es decir,
debe dejar de amar a la madre y centrar su libido en el padre, pero vinculándose a
través del placer vaginal, cuya meta se remonta a la etapa oral y está centrada en
la incorporación.

Una vez introducido el tema de las diferencias sexuales, el texto comenzará a


tomar un rumbo diferente, pues luego de las anteriores acotaciones el interés
primordial de Melanie Klein será abordar, por separado, el complejo edípico
masculino y femenino. Luego de esbozarse los caminos posibles en que la
sexualidad y los vínculos primordiales pueden transformarse en los sujetos de
cada sexo, en aproximación al complejo de Edipo, el texto continuará siendo fiel a
este mismo enfoque comparativo, tratando de identificar, de una forma tópica y
dinámica, las dimensiones psíquicas asociadas al complejo de Edipo tanto en el
varón como en la niña, de modo tal que desde entonces todo será analizado
separadamente.

106
Melanie Klein reconoce, como parte de una multiplicidad de inflexiones en el
proceso de organización, la existencia de momentos psíquicamente semejantes y
dispares entre el varón y la niña, siendo los conflictos propios del complejo edípico
los promotores principales de la diferencia en el rumbo que cada uno de ellos
tome y en la expresión final de una sexualidad congruente con su anatomía y su
género. De acuerdo con Melanie Klein, existe una fase femenina en el desarrollo
de todo sujeto en la cual no es posible hacer distingos psíquicos entre el varón y la
niña, puesto que en ambos son protagonistas las tendencias de incorporación y
apropiación que nacen en la etapa oral, existiendo además un deseo de órgano
especial dirigido hacia las funciones sexo-reproductivas del cuerpo femenino
(madre). Aunque es poco pertinente desvelar más detalles acerca de estos
sucesos, pues será algo que nos ocupará más adelante, es conveniente decir que
una vez el texto nos ha dado a conocer este asunto sus empeños estarán
orientados a esclarecer los mecanismos por los cuales el niño se hace hombre y la
niña se hace mujer, en el sentido psicológico.

Una vez han sido delimitadas las intenciones argumentativas del texto, es
decir, discriminar la naturaleza edípica en los sujetos de ambos sexos, veremos
cómo Melanie Klein nos describe una multiplicidad de vivencias humanas, en su
mayoría conflictivas, a partir de las cuales se explican los grandes logros de la
organización psico-sexual infantil. Pocas preguntas no resueltas nos deja la teoría
keniana, pues dentro de este escrito se satisfacen, en un alto grado, todo nuestro
apetito intelectual por el complejo de Edipo; En adición, encontramos bastante
gratificante el hecho de que Melanie Klein se ocupe en un sólo escrito de los
asuntos más álgidos del desarrollo psíquico humano en las teorías orientadas
psicoanalíticamente, a saber, el complejo de castración, el superyó, la
identificación y la sexuación, entre otros. Más detalles a este respecto serán dados
a conocer en el paso subsiguiente de nuestra lectura.

107
6.2 ANÁLISIS DEL DISCURSO, MELANIE KLEIN

Referirnos a Melanie Klein o a su obra es, ciertamente, aludir a un asunto


controvertido y bastante polémico dentro del desarrollo histórico del psicoanálisis,
más aún, para aquellas corrientes orientadas hacia la teoría de las relaciones
objetales. Melanie Klein se consideraba a sí misma como una gran adepta y
seguidora de los postulados freudianos, sin embargo el carácter novedoso de sus
propuestas teóricas, fruto del adentramiento en terrenos para entonces poco
atendidos por el psicoanálisis freudiano, como la intervención clínica de niños, le
trajo serios problemas en los principales círculos psicoanalíticos de la época, pues
por la manera en que replantea los sucesos de la evolución infantil fue
considerada como apartada, en muchos aspectos, de los postulados imperantes
dentro de dichos círculos. Así pues, es de conocimiento general el disenso que
sostuvo con otras grandes figuras del psicoanálisis, entre los que pueden contarse
a Anna Freud y Glover, quien propuso expulsarla, junto con sus seguidores, de la
sociedad psicoanalítica británica37.

Los pormenores de dichos conflictos, donde está en consideración su lugar


respecto a la teoría clásica deben ser puestos en un segundo plano, pues
enturbiarían la posibilidad de dar una mirada cabal a la magnitud de su obra y los
aportes que en ella pueden encontrarse. Su quehacer psicoanalítico centrado en
los niños y sus años de experiencia clínica con la población infantil, hacen que sea
imposible, por lo menos para un lector riguroso, no prestarle atención a lo que ella
pueda aportar. Teniendo en cuenta nuestro interés por el complejo de Edipo y el
momento en el que éste tiene lugar (la infancia), resultaría bastante extraño no
prestarle atención a una de las primeras psicoanalistas centradas por completo en

37BLEICHMAR, Norberto y LIEBERMAN, Celia. El Psicoanálisis después de Freud. Barcelona:


Paidós, España, 1997.

108
el trabajo clínico con los niños. Por tanto, Klein se convierte en uno de los
personajes más llamativos a la hora de auscultar en busca de descripciones
acerca del complejo de Edipo, ya que es reconocida por tratar de explicar el vasto
mundo de experiencias psíquicas infantiles.

[…] “Klein comenzó trabajando en análisis con los niños; inició una práctica
original al introducir la técnica del juego infantil para tener acceso a los conflictos y
fantasías de una manera más directa y fácil que la comunicación verbal.” […]38

Con base en lo anterior, especular sobre un posible consenso o divorcio entre


los postulados kleinianos y los freudianos resultaría en ideas visiblemente
sesgadas acerca de la evolución del psicoanálisis de la época. La sola pretensión
de establecer linderos claros entre las propuestas de cada uno de estos autores
se convierte en algo de suma laboriosidad, resulta más procedente restringir
nuestros objetivos e intentar hacer una revisión de la evolución de ciertos
conceptos, en este caso aquellos relacionados con el complejo de Edipo, y del
lugar que ocupan dentro de la teoría Kleiniana. De la misma manera, es
importante analizar las bases sobre las que se cimienta su discurso, tratando de
discernir al mismo tiempo que tantos remanentes freudianos existen en ella.

Al analizar las bases del modelo kleiniano, rápidamente se hace visible un


marcado interés por el desarrollo pregenital y, particularmente, por la dinámica
vincular y sexual que durante éste impera en el sujeto; se le reconoce así por
asignar un lugar muy temprano a muchas estructuras y procesos críticos del
desarrollo psíquico, por ejemplo, el vínculo primordial con los objetos externos
(mediatizado por el conflicto amor-odio), las fantasías inconscientes, los impulsos
agresivos y reparatorios, e incluso los fenómenos enlazados más estrechamente

38 Ibíd., p. 94.

109
al complejo de Edipo como son la formación del Yo y el Superyó, la identificación,
la integración de los objetos y la declinación de las tendencias narcisistas
primitivas para conservar indemnes los objetos parentales. A todas luces,
encontramos que estas inclinaciones están lejos de ser caprichosas o arbitrarias,
por el contrario, se muestran plenamente congruentes con el principal foco de
interés de los estudios kleinianos: los fenómenos psíquicos de las fases
pregenitales.

En concordancia, uno de los asuntos que con más rapidez salta a la vista es el
hecho de que la lógica kleiniana propone una independencia entre el surgimiento
del complejo de Edipo y la primacía genital, indicando así que el posicionamiento
de los genitales como zona erógena regente no determina el ingreso en el
complejo edípico, y aunque sí tiene insidia en la aparición de ciertos conflictos, lo
cierto es que no se trata de una condición indispensable para que este complejo
empiece a ser operativo.

Desde esta perspectiva, llama bastante la atención que el desarrollo psíquico


incluido el complejo de Edipo no se determina, en exclusiva, por los movimientos
de los intereses pulsionales o la zona erógena regente; realmente aquí los
motores del desarrollo psíquico se relacionan con elementos y procesos
identificables desde el momento mismo del nacimiento, por ejemplo, las fantasías
inconscientes, los impulsos agresivos innatos y la angustia. Melanie Klein
considera que incluso desde los momentos más tempranos el sujeto ya cuenta
con las estructuras y procesos psíquicos básicos en los que habrán de sustentarse
los conflictos ulteriores, donde se incluye desde luego el complejo de Edipo. Lo
anterior hace expeditos los intereses particulares de Klein, que como bien
podemos observar, se inclinan sobremanera hacia el desarrollo psíquico temprano
y particularmente hacia aquellos procesos que tienen lugar durante el primer año
de vida.

110
De acuerdo con Melanie Klein, existen mecanismos intrínsecos al sujeto que
se ponen en juego, con los objetos del mundo externo, desde el momento mismo
del nacimiento, y que propulsan el desarrollo psíquico a través de sus diferentes
momentos. Para Melanie Klein la estructura de la mente se conforma de objetos
internos, con relación a los cuales el sujeto despliega sus tendencias pulsionales
(eróticas y agresivas). De tal forma que el conflicto mental que propulsa el
desarrollo se caracteriza por la lucha entre los sentimientos de amor y odio,
tomando como escenario la relación con los objetos internos.

“Klein está interesada en describir el desarrollo psíquico temprano,


principalmente el primer año de vida, pues lo considera como el fundamento de
todo el desarrollo psíquico posterior. Y aunque toma como punto de partida los
planteos básicos de Freud y Abraham, sus observaciones e hipótesis la llevan a
inventar una teoría original del desarrollo psíquico y de la estructura de la mente:
la idea del mundo de los objetos internos” […]39

En concordancia, para Melanie Klein los albores del complejo de Edipo se


sitúan en el primer año de vida del sujeto, resultando considerablemente temprano
en contraste con la teoría Freudiana. Entre algunos de los grandes motores que
patrocinan la entrada en el complejo de Edipo es viable mencionar, por ejemplo,
las frustraciones orales (relacionadas con el destete), las frustraciones anales
(relacionadas con las normas parentales hacia las funciones excretorias) y las
frustraciones genitales.

39 Ibíd.

111
”Frecuentemente me he referido a que el complejo de Edipo comienza a
actuar más temprano de lo que se supone...Llegué a la conclusión de que las
tendencias edípicas son liberadas a consecuencia de la frustración que el niño
experimenta con el destete, y que hacen su aparición al final del primer año de
vida y principios del segundo; son reforzados por las frustraciones anales sufridas
durante el aprendizaje de hábitos higiénicos. La siguiente influencia determinante
en los procesos mentales es la diferencia anatómica entre los sexos.”40

Tal repertorio de fuerzas impulsoras del complejo de Edipo existe


simultáneamente debido a que, para Melanie Klein, el desarrollo psíquico no se
expresa en términos de fases libidinales. Asentir o plantear una gradación en la
evolución de la libido, donde existan fases sucesivas que impliquen la superación
o logro de ciertos objetivos de antes continuar con el siguiente, no constituye algo
típico en la propuesta Kleiniana, más bien es proclive a pensar que desde los
momentos más prematuros del desarrollo psíquico existen en el sujeto, de una
manera concomitante, tendencias pulsionales de diferente orden, o sea,
tendencias orales, anales y genitales. De tal manera que el hecho de encontrarse
en un momento de organización psíquica donde el sujeto experimente tendencias
predominantemente orales, no implica que las demás tendencias (anales y
genitales) permanezcan fuera de su contingente psíquico, pues desde este punto
de vista, todas se encuentran mezcladas desde los momentos más tempranos. Al
mismo tiempo, el ingreso en el complejo de Edipo no coincide necesariamente con
una primacía de los impulsos genitales; por el contrario, según Klein, el complejo
de Edipo es tan temprano que inicialmente se expresa bajo el influjo de los
impulsos orales y anales.

40 KLEIN, Estadios tempranos del conflicto edípico, Op. Cit., p.37

112
“Melanie Klein, está interesada en estudiar los periodos preedípicos del
desarrollo mental, cambia bien pronto el concepto de fases libidinales al afirmar
que en los niños pequeños observa una mezcla de pulsiones orales, anales y
genitales que se superponen desde las primeras relaciones con el objeto.”41

Por lo tanto, cabe preguntarnos, si para Melanie la evolución de la pulsión no


se constituye como el eje de la estructuración psíquica, ¿entonces en que se basa
su modelo de desarrollo?

Para aproximarnos a la formulación de una respuesta, es imprescindible


mencionar que los movimientos de la organización psíquica planteados por
Melanie Klein dependen de mecanismos muy disímiles a los planteados por el
psicoanálisis de aquella época. De acuerdo con su propuesta, el elemento más
insidioso y determinante en el proceso de estructuración psíquica es la angustia,
cuya expresión e influencia irá cambiando durante diversas etapas.

[…] “la angustia existe desde el comienzo de la vida, es el motor esencial que
pone en marcha el desarrollo psíquico y al mismo tiempo es el origen de toda
patología mental […]42

No obstante, el hecho de disentir en este punto, es cierto que para Melanie


Klein la angustia conserva una naturaleza innata, tal como ocurre con Freud y la
pulsión, lo que da al mismo tiempo un carácter instintivista a su modelo de
desarrollo; y aunque la angustia se desate principalmente por causas intrínsecas
al sujeto depende también de otros elementos y condiciones para poder operar.
Hablar acerca de la angustia implica, forzosamente, aludir a la agresividad y a la

41 BLEICHMAR, Norberto y LIEBERMAN, Celia. El Psicoanálisis después de Freud. Barcelona:


Paidós, España, 1997, p. 104.
42 Ibíd., p. 94.

113
envidia, pues aparte de ser mecanismos psíquicos circunscritos a la pulsión de
muerte y responsables por la generación de la angustia, también se constituyen
como dos pilares fundamentales en la teoría kleiniana.

Dicho esto, es importante clarificar que Melanie Klein hace preponderar las
tendencias agresivas o impulsos sádicos inherentes a todo sujeto dirigidos hacia el
objeto (esencialmente hacia la madre). Y a pesar de restar importancia a las fases
libidinales de Freud, sí reconoce la existencia de ciertas inclinaciones en la
corriente sádica de la pulsión (pulsión de muerte) dependientes de una zona
erógena específica y del apuntalamiento en necesidades orgánicas; por tal motivo
es común encontrar en ella alusiones a tendencias sádico-orales y sádico-análes.

Es cierto que la teoría kleiniana, al igual que la teoría freudiana, fundamentan


sus respectivos modelos en entidades psíquicas inmanentes al sujeto, no
obstante, también involucra decisivamente la dimensión social. Melanie Klein es
conocida como una de las grandes precursoras de la teoría de las relaciones
objetales, en la cual ocupa un papel primordial los vínculos emocionales del
sujeto, siendo éstos el escenario donde habrán de expresarse y ponerse en juego
las ya aludidas proclividades innatas. Es claro que Klein da prioridad en su
esquema a las fuerzas pulsionales, principalmente a aquellas asociadas a la
pulsión de muerte (agresión, celos, envidia), pero resaltando el componente
vincular al afirmar que los grandes conflictos del desarrollo ocurren por los
tropiezos en la interacción con el otro, primordialmente la madre. De hecho, las
relaciones de objeto son tan significativas para este modelo teórico, que incluso se
reconoce una tendencia natural de todo sujeto hacia el establecimiento de
vínculos afectivos con otros, calificándosele también como un proceso innato.

114
[…] “Mi hipótesis es que el niño tiene un conocimiento innato inconsciente de
la existencia de la madre… y este conocimiento instintivo es la base de la primera
relación del bebé con la madre” 43

A manera de recapitulación, es propio mencionar que los edictos kleinianos


referentes a la evolución psíquica humana están centrados en los tres elementos
que hemos citado. Inicialmente está la agresividad constitucional, cuya expresión
se da bajo la forma de fantasías inconscientes; la angustia, resultado de la misma
agresividad; y por último el vínculo afectivo con los objetos parentales
(inicialmente con la madre), constituyéndose como una suerte de escenario para
los principales conflictos del desarrollo. Desde luego, todos estos elementos
deberán ser auscultados para tratar de entender los sucesos edípicos.

Una vez citados los componentes básicos de la propuesta kleiniana, llega el


momento de conocer la manera como cada uno de ellos interactúa y problematiza,
es decir, que debemos pasar del análisis tópico al análisis dinámico. Entonces la
secuencia de hechos sería así:

Existe una agresividad o tendencias sádicas naturales en el sujeto (fuerzas


destructivas que operan dentro de sí mismo, reforzadas por factores externos
como el trauma del nacimiento y la insatisfacción de necesidades físicas); y
pueden expresarse bajo formas orales (devorar el pecho materno) o formas anales
(atacar el pecho materno con excrementos). Tales impulsos sádicos innatos están
apuntados y dirigidos hacia otro (correspondiente, en primera medida, al pecho de
la madre y no a una persona real). Como todo ocurre en un vínculo intersubjetivo,
el sujeto no puede más que, secundariamente, estar a la espera de una retaliación

43 KLEIN, Melanie. Citada en: BLEICHMAR, Norberto y LIEBERMAN, Celia. El psicoanálisis


después de Freud, México: Paidós, 1997, p. 140.

115
por parte del objeto. Aquí es donde precisamente surge la angustia, del temor a
las consecuencias del despliegue sádico (agresivo) emprendido contra el objeto,
expresándose en fantasías de ser envenenado, devorado o aniquilado por el
mismo.

No se debe hablar de agresividad únicamente en lo referente a la pulsión de


muerte, por el contrario, encontramos que para Klein la vertiente erótica de la
pulsión también se tiñe de agresividad, en tanto la búsqueda de satisfacción
puede en constantes ocasiones derivar en fantasía sádicas hacia el objeto. Existe,
tanto para el varón como para la niña, una curiosidad sexual combinada con
sadismo como contenido primario, por tal motivo el sujeto desea penetrar el
cuerpo de la madre para tener acceso a sus contenidos gratificantes, al cual
atribuye heces, penes y bebes. Queda claro así que sin importar la vía pulsional
donde aparezcan los impulsos agresivos, ya sea desde lo erótico o lo sádico,
siempre terminarán siendo generadores de angustia, y es preciso para nuestros
intereses seguir la evolución de esta ruta durante los sucesos del complejo de
Edipo.

Todo lo anterior, hace expedito un agitado y complejo funcionamiento del


aparato psíquico, desde sus más prematuros momentos. Claro está, que los
elementos ya aludidos: pulsiones, angustia, objeto y defensas, muestran un
funcionamiento particular muy bien delimitado por Melanie Klein. La parte
dinámica más trascendental de todo esto hace referencia al conflicto psíquico
entre lo sádico y lo erótico, que experimenta el sujeto desde los momentos más
tempranos de su vida. Y es directamente este conflicto lo que impulsa y pone a
prueba el desarrollo psíquico del sujeto.

En las fantasías infantiles, el cuerpo de la madre y sus contenidos son


destruidos (como ya se ha dicho por tendencias sádicas o eróticas), dando lugar a

116
una angustia profunda. En los momentos iniciales del proceso de organización
psíquica el poder de la angustia y la agresión es tal que, en aras de su
autoprotección, el sujeto se ve compelido a la utilización de mecanismos
defensivos, la proyección, la disociación, la idealización, la identificación
proyectiva y la reparación. Melanie Klein propone la existencia de dos posiciones
(concepto considerado más dinámico que el de etapa) en la organización psíquica
de la infancia temprana: la posición esquizoparanoide y la posición depresiva, las
cuales comportan características particulares entorno a la naturaleza de la
ansiedad, el conflicto psíquico libido-destrucción, las relaciones de objeto y los
mecanismos defensivos imperantes. Por supuesto, el complejo de Edipo deberá
ser ubicado en algún punto de estas dos posiciones

Melanie Klein describe sus posiciones psíquicas de la siguiente manera:

Posición esquizoparanoide
 Angustia persecutoria, correspondiente al temor sentido por el Yo de ser
atacado por el objeto.
 Relación de objeto parcial, existen dos objetos separados e independientes: un
pecho materno idealizado y un pecho materno persecutorio.
 Mecanismos de defensa intensos y omnipotentes; utilizados por el Yo como
protección ante la angustia persecutoria.

Posición Depresiva
 Ansiedad depresiva; sentimientos de culpa y temor por el daño ocasionado al
objeto amado con los impulsos sádicos.
 Relación con un objeto total; hay aumento en los niveles de integración, dando
como resultado un vínculo entre el Yo y la madre, tanto en sus aspectos
buenos como malos.

117
 La reparación pasa a ser el mecanismo de defensa principal; las necesidades y
el bienestar del objeto (tanto interno como externo) son más importantes que
los intereses narcisistas.44

6.2.1 El Complejo Edípico: Una de las condiciones que, clásicamente, se ha


utilizado para discernir el complejo de Edipo en el desarrollo del sujeto es la
existencia de una triangulación, o incursión de un tercer personaje en la relación
que inicialmente era de exclusividad entre el sujeto y la madre. Desde luego, en
Melanie Klein la triangulación edípica empieza a vislumbrarse muy tempranamente
(en el primer año de vida), y bajo condiciones muy particulares.

Algunos de los primeros motivos encontrados para sugerir la entrada


temprana en el complejo de Edipo se relacionan, según Klein, con el conjunto de
frustraciones a las que se ve sometido el sujeto por parte del objeto. Entre las
frustraciones más primitivas, cabe mencionar aquella originada por el destete de la
madre, (aproximadamente hacia el final del primer año de vida), coincidente con
unas fuentes pulsionales predominantemente orales y anales. Tales tendencias
psíquicas se caracterizan por fantasías de entrar al pecho o al cuerpo materno
para morder, rasgar o robar sus contenidos, la frustración sobre estas fantasías
(fruto del destete) y los intentos por diezmar la angustia persecutoria llevan al
sujeto a poner su atención, trasladando también los intereses orales, en un nuevo
objeto: el pene del padre. Estos movimientos psíquicos, descritos por Melanie
Klein, hacen expedita una triangulación edípica tan prematura que tiene lugar en
un periodo de predominancia pregenital.

44 BLEICHMAR, Norberto y LIEBERMAN, Celia. El Psicoanálisis después de Freud., Barcelona:


Paidós, 1997.

118
Es importante resaltar que, según las ideas kleinianas, existe un acervo de
elementos psíquicos que sustentan la aparición temprana de conflictos de gran
calibre, incluyendo la nombrada triangulación. Tal es el caso del Yo y los
mecanismos defensivos que le son propios.

[…] “existe un Yo incipiente desde el nacimiento, capaz de experimentar


angustia, de sentir un conflicto entre pulsiones de amor y odio en el vínculo con los
objetos primarios y de poseer mecanismos de defensa” […]45

El pensamiento relacionado con la existencia de un Yo incipiente desde el


inicio de la vida, marca un estilo muy particular en la teoría de Melanie Klein, pues
constituye un gran adelanto en la conformación de una estructura cuyo desarrollo
depende, en gran parte, del paso por el complejo de Edipo. Se reconoce un gran
aporte edípico a la construcción de la estructura Yoica, así lo muestran los logros
eventuales en la integración psíquica, por ejemplo, la elección de un modelo de
identificación y la adquisición de mayores recursos para el afrontamiento de
conflictos y el control de los impulsos intrínsecos.

Otro de los aspectos importantes, que han de ser resaltados para el


entendimiento del complejo edípico en Melanie Klein, se relaciona con la
diferencia entre los sexos. Encontramos así aspectos comunes en el desarrollo
psíquico, tanto en el varón como en la niña, y facetas en las cuales hay marcadas
diferencias y una senda distinta para cada uno de estos casos.

Los primeros momentos del desarrollo son muy similares en todo sujeto, sin
importar su sexo (hombre o mujer), las necesidades y condiciones primordiales
son, en esencia, iguales. Existe pues un organismo frágil (en el plano físico y

45 Ibid., p.114

119
psíquico) y absolutamente dependiente de otro para sobrevivir; esto se traslada a
la relación con la madre, con quien hay un estado de dependencia máxima
(debido a la inmadurez del Yo) y unas tendencias innatas (conocimiento
inconsciente) hacía la vinculación afectiva. El niño se satisface en sus
necesidades básicas por medio del objeto materno, correspondiente en primera
medida al pecho; tales experiencias de gratificación tienen el poder de llamar a la
acción uno de los mecanismos primordiales del aparato psíquico, la fantasía
inconsciente. En este punto, los parcos recursos psíquicos del sujeto hacen que la
percepción real de los objetos y del propio Yo sea bastante sesgada, por lo cual la
fantasía tiene un mayor florecimiento y protagonismo.

El sujeto no puede más que profesar un amor desmedido hacia su objeto de


gratificación, lo desea vorazmente en sus momentos de necesidad y surge la
fantasía de una posesión omnipotente cuando alcanza su satisfacción. Todas
estas experiencias resultan en una idealización del pecho materno, es lo más
grande que jamás ha conocido, por lo cual entra en sintonía con él, erigiéndolo al
mismo tiempo como objeto de identificación.

Lo anterior es válido para la vertiente erótica de la relación objetal, a la cual


debe adicionársele una vertiente de agresión que se expresa con igual
vehemencia. Tal como ocurre en los momentos de satisfacción, el hambre o las
situaciones de dolor son adjudicadas al pecho materno, convirtiéndose por tanto
en un objeto completamente malo; surgen así, fantasías en las que el sujeto lo
ataca y lo destruye, le proyecta también su dolor tratando de conservar en sí
mismo los rasgos buenos antes introyectados. Como la agresión y la frustración
proyectada al objeto vuelven al sujeto en forma de retaliación, éste no puede más

120
que sentirse atacado y perseguido (angustia persecutoria), percibiendo que existe
algo malo dentro de sí.46

El análisis de la propuesta kleiniana avala la posibilidad de plantear la


existencia de dos elementos que actúan a manera de comodines, es decir, que se
encuentran presentes a lo largo de todo el proceso de desarrollo psíquico, tanto
del niño como de la niña, atravesándolo por completo e influyendo de manera
fundamental en el rumbo que éste tome. Se habla entonces de las tendencias
agresivas y el superyó (causante de la angustia), como dos elementos esenciales,
existentes desde el comienzo de la vida y como aquellos que nos dan la
posibilidad de leer el momento en que, psíquicamente, se encuentra el sujeto.
Asimismo, las tendencias agresivas y la angustia predominante pueden ser leídas
como una fiel radiografía de los procesos psíquicos generales del sujeto. Por
supuesto, no permanecen incólumes al desarrollo, por el contrario se transforman
y deben alcanzar cierto nivel de madurez esperado*.

Tanto el varón como la niña se encuentran, en primera medida, en un periodo


de predominancia de las pulsiones orales y anales (pregenital)**. Los fines
primordiales hacia a los que se orienta la pulsión se refieren a la incorporación, o
sea, no únicamente la ingestión de alimento materno indispensable para la
subsistencia, sino también, a la incorporación en lo psíquico de la nueva oleada de
experiencias a las que se enfrenta. Para estos momentos, la sexualidad del sujeto

46 HEINMANN, Paula.Nuevas direcciones en psicoanálisis, Buenos Aires: Paidós, 1972.


* Las tendencias agresivas ya han sido aludidas, más adelante se profundizará en la estructura
superyoica.
** Es improcedente, desde el punto de vista kleiniano, trazar un límite preciso entre lo pregenital y
lo genital, pues se propone la excitación y el conocimiento de todas las zonas erógenas desde
los periodos más tempranos. Aquí la distinción hecha corresponde, más bien, a momentos en los
que ciertas tendencias pulsionales se expresan con más fuerza y predominan sobre las demás.

121
se aboca hacia los fines de recepción (relacionados con lo oral), pero muy pronto
también lo hará hacia los fines de posesión (relacionados con lo anal).

La relación idílica con la madre pronto es coaccionada por los momentos de


frustración, sabiendo que las experiencias gratificantes promueven la expresión de
la corriente erótica de la pulsión, no es más que esperable la aparición de
tendencias sádicas en la pulsión con motivo de las experiencias frustrantes. Así
las cosas, empieza a tener lugar el conflicto protagónico dentro del desarrollo
psíquico, la lucha entre el amor y odio hacia el objeto. Por supuesto, tales
fantasías de ataques sádicos no permanecen impunes, sino que ponen en acción
una estructura que arremete contra el sujeto, con una fuerza también sádica. Y así
el superyó empieza su operación como generador de las más terribles angustias
persecutorias en el sujeto.

Hasta este punto, aproximadamente, se extiende el camino compartido entre


el varón y la niña; un panorama en el cual encontramos un contingente de
dimensiones psíquicas en interacción y una dinámica, que siendo en ocasiones
armónica y en ocasiones conflictiva, puede asumirse como general a todos los
sujetos. Las formas en que tanto el hombre como la mujer resuelvan los avatares
del desarrollo, por ejemplo, sus tendencias innatas, sus vínculos afectivos y la
angustia, los llevará por el camino de la estructuración masculina y femenina
respectivamente.

6.2.2 El complejo de Edipo en el varón: En la teoría de Melanie Klein se


consideran ciertas diferencias entre la sexualidad, típicamente masculina y
típicamente femenina. La primera de estas, se adscribe a los fines de penetración
mientras que la segunda se relaciona con los fines receptivos. La diferenciación
psíquica entre los sexos es un logro que se dice aparece de manera tardía, no se

122
da por sentada desde el comienzo de la vida, más bien, se requiere de ciertos
sucesos previos para llegar a ella.

De acuerdo con Melanie Klein, existe un periodo más antiguo, valido tanto
para el niño como para la niña, que antecede la consolidación de un sujeto
psíquicamente masculino o femenino. Recibe el nombre de fase femenina, pues
durante su curso la sexualidad de todo sujeto se inscribe en los fines receptivos y
de incorporación, a lo que ha de aunarse la identificación primordial con el objeto
materno.

El conflicto principal durante la fase femenina del desarrollo empieza a tomar


fuerza luego de que aparecen las primeras frustraciones con el objeto materno.
Las frustraciones orales vividas por el niño, sumadas a las frustraciones anales a
las que comienza a enfrentarse (fruto de los preceptos educativos acerca de la
higiene), promueven el distanciamiento de la madre. Por consiguiente, el niño
llega al punto de sadismo máximo, correspondiente a la fusión de las tendencias
anales y sádicas (nivel sádico-anal), donde la violencia contra el objeto aflora con
mucho mayor ímpetu que antes. Aparecen entonces, fantasías orientadas desde
lo anal, a través de las cuales el niño toma posesión del cuerpo materno,
penetrándolo, rasgándolo en pedazos, devorándolo y destruyéndolo 47.

Teniendo en cuenta la existencia concomitante de diferentes regiones


erógenas desde momentos muy tempranos del desarrollo, se encuentra un
elemento adicional que magnifica la gravedad de los anteriores conflictos. Las
tendencias genitales hacen su aparición exhortando al sujeto a ver a su madre
como un objeto de amor y planteándole nuevas formas de excitación, ahora con

47 KLEIN, Melanie. Estadios tempranos del conflicto edípico. En: Psicoanálisis del desarrollo
temprano: contribuciones al psicoanálisis, Buenos Aires: Paidós, 1986.

123
más injerencia de su órgano genital; al mismo tiempo, las tendencias pulsionales
destructivas se ponen en operación a través de los impulsos sádico-orales y
sádico-anales, oponiéndose de plano a la corriente erótica de la pulsión. Es aquí
donde se hace más claro el mencionado conflicto amor-odio hacia el objeto, y
donde también es viable situar un inicio aproximado del complejo de Edipo en el
varón.

Se ha mencionado que para este momento los límites entre la sexualidad


pregenital y genital son realmente difusos, ambas tienen una relevancia psíquica
por lo que se oscila entre una posición y otra. Hay un nuevo interés en la madre
(orientado desde lo genital), especialmente en sus órganos reproductores, en sus
características y funciones; no obstante, aún existe un lastre que amarra al niño a
la pregenitalidad, por lo que las heces (fuente de satisfacción) son equiparadas
con los bebés (provenientes de los órganos genitales maternos).

El niño experimenta, con relación a su madre, uno de los sentimientos


agresivos más destructivos posibles en cualquier ser humano, la envidia*. Existe
en el varón un deseo frustrado de órgano especial, que lleva a la envidia por el
cuerpo de la madre, pues desea tener en sí mismo los órganos relacionados con
la maternidad (vagina, vientre, pecho); por tal motivo arremete, en su fantasía,
contra tales aspectos buenos del objeto, o sea, su capacidad para la reproducción,
para concebir y alimentar bebés.

En palabras de Klein sería así:

* Se dice que la envidia es la forma más insidiosa de agresión, debido a que se dirige contra los
aspectos buenos del objeto y no contra los malos. El hecho de tratar de acabar con lo bueno del
objeto, simplemente por no tenerlo en sí mismo, terminará también por empobrecer los aspectos
buenos del Yo. Más detalles en: Klein, Melanie (1984). Envidia y gratitud: emociones basicas del
hombre. Paidos Argentina.

124
[…] “las tendencias a robar y destruir están en relación con los órganos de la
concepción, el embarazo y el parto, que el niño piensa existen en la madre y
además con la vagina y los pechos, fuente de la leche, que son codiciados como
órganos de receptividad y abundancia desde la época en que la fase libidinosa es
puramente oral”. 48

Este deseo frustrado por la posesión de los órganos especiales de la


maternidad genera en el niño, de una manera defensiva, una sobrecompensación
intelectual con su órgano masculino. La unificación del deseo femenino (frustrado)
de concebir un hijo y el impulso epistemofílico permiten que el niño desplace al
campo intelectual su desventaja masculina. Surgen entonces, una sobrevaloración
narcisista del pene y un sentimiento de superioridad sobre la mujer que le permite
diezmar los efectos nocivos de su falta.

De manera paralela al anhelo por las cualidades del objeto materno, aparece
algo que podría ser nombrado como la primera relación afectiva triangular. Se
presenta en el niño un deseo dual hacia los bebés que supone existen en el
cuerpo de su madre. Por una parte, pretende tenerlos para él, robándolos y
arrancándoselos a ella; aunque de otro lado, estos mismos bebes son en cierta
medida reconocidos como un segundo objeto que amenaza con un posible
desplazamiento del lugar ocupado con respecto a su madre, surgen así los celos,
sentimiento típico de un conflicto edípico entre tres actores (triangular). De aquí
surgen motivaciones adicionales para atacar el cuerpo donde reside tal amenaza.

48 KLEIN, Melanie.Estadios tempranos del conflicto edípico. En: Psicoanálisis del desarrollo
temprano: contribuciones al psicoanálisis. Buenos Aires: Paidós, 1986.

125
En adición, la idea de la triangulación edípica temprana se apoya también en
el conocimiento que existe del objeto paterno. Claro está, el exiguo sentido de
realidad del sujeto sólo le permite verlo de una manera muy distorsionada (por la
naturaleza de sus fantasías inconscientes), es más, lo percibe dentro del cuerpo
de la madre o fusionado con ella, pero en definitiva, conoce de él*.

Se hace notoria también la existencia de deseos, por parte del niño, hacia esa
primera representación de la figura paterna. Se expresa aquí el componente
homosexual de la bisexualidad, a la que para entonces se ciñe el sujeto. Tales
deseos inician en la época pregenital y se hacen extensivos al periodo genital,
existe un interés por succionar, tragar, incorporar por vía oral y anal el pene del
padre, en lo que se presenta como una homologación de los fines receptivos
pretéritamente desplegados hacia la madre. No obstante, existe una versión de los
deseos hacia el padre más activa y apuntalada en la genitalidad, donde se
fantasea con la penetración de su propio pene en el cuerpo de éste, incluyendo su
boca, ano y genital49. Asimismo, la evolución de tales despliegues eróticos lleva al
niño más adelante a desear concebir un hijo del padre, una idea que apoya
vívidamente el concepto de una fase femenina del varón.

6.2.3 El complejo de castración masculina: El complejo de castración en el


varón es otro de los tantos sucesos situados por Klein en momentos primitivos del

* Un ejemplo claro subyace en las siguientes aserciones: “En el Edipo de los primeros meses de
vida las fantasías del niño sobre el coito de los padres se construyen con los objetos parciales.
No son los padres, como objetos totales, los que constituyen la escena primaria, tal como sucede
en la teoría freudiana. Para Klein la escena primaria transcurre, en la fantasía del niño, dentro del
cuerpo de la madre; el bebé ubica el pene del padre dentro del cuerpo materno”. Parte de:
Bleichmmar, Norberto. Leibermann, Celia. (1997). El psicoanálisis después de Freud. Cap. V.
pag. 108.

49 HEINMANN, Paula. Nuevas direcciones en psicoanálisis, Buenos Aires: Paidós, 1972.

126
desarrollo psíquico, tanto es así, que sus inicios pueden rastrearse hasta la
primera relación con el objeto materno. Sumado al temor por el castigo (Superyó
primitivo) que viene después del ataque al cuerpo de la madre, existe una angustia
a la mutilación o desmembramiento del propio cuerpo, significado último de la
castración50. La madre es asumida como un objeto castrante, pues cercena y
mutila el cuerpo del niño mediante la manipulación de las heces; éstas tienen un
valor erótico y son consideradas por el niño como una parte preciada de su cuerpo
(homologada a los bebés que desea concebir), y no puede más que sentirse vacío
y mutilado cuando su madre lo despoja de ellas mediante los actos de asepsia.
Ocurre entonces, que el objeto materno es el primero en perpetrar una suerte de
castración contra el niño, pues le quita una parte de sí mismo de gran importancia
erótica.

Este prematuro complejo de castración es generador de una ansiedad


traumática (relacionada con la severidad del superyó); a pesar de ello, cabe anotar
que como agente promotor de la angustia cuenta con ayuda adicional de la
castración paterna. Los ataques sádicos perpetrados, en la fantasía del sujeto,
contra el cuerpo de la madre implican también causar daños al pene del padre
pues se los supone fusionados, o más bien, es este último quien reside en el
vientre materno. De la misma manera que existen dos objetos entre los cuales
erogar los impulsos sádicos, existen dos objetos (madre – padre) desde los que se
percibe una amenaza de castración. La fase femenina en el desarrollo del niño se
caracteriza por la fuerte angustia de castración proveniente de dos distintos
flancos, avalando así al superyó para arremeter con total vehemencia contra el
sujeto, devorando, desmembrando y castrando.

50 KLEIN, Melanie, Estadios tempranos del conflicto edípico, Op. Cit.,

127
“Este temor a la madre es tan abrumador que está unido a él un intenso temor
a ser castrado por el padre. Las tendencias destructivas cuyo objeto es el vientre
están también dirigidas con toda su intensidad sádica oral y anal contra el pene
del padre, que se supone situado allí. Es en este pene que se centra en esta fase
el temor a la castración por el padre. De este modo la fase femenina se
caracteriza por la ansiedad, en relación con el vientre de la madre y el pene del
padre, ansiedad que somete al niño a la tiranía de un superyó que devora,
desmembra y castra, y que está formado por la imagen del padre y la madre.”51

Las anteriores consideraciones kleinianas nos muestran, durante la fase


femenina del desarrollo en el varón, la existencia de una ansiedad de castración
relacionada y semejante a los temores persecutorios y al superyó sádico, pues
expresa fantasías como ser mutilado, devorado o desmembrado. Más adelante, la
maduración psíquica subsecuente al paso por la genitalidad traerá un complejo de
castración y un superyó orientados desde lo paterno, caracterizándose por una
menor severidad y por no apuntar a la aniquilación del sujeto, pues
contrariamente, comporta riesgos menos radicales para el sujeto, por ejemplo, ser
devaluado o perder la capacidad para obtener placer sexual y la expresión de
afecto.

Paula Heinmann en su análisis de la teoría kleiniana lo expresa de la siguiente


manera:

“Después del establecimiento de la organización genital, su ansiedad principal


es la de la castración por su padre. Ésta posee cualidades tanto depresivas como
persecutorias; no solo es el miedo a ser privado de un órgano y la capacidad de

51 Ibíd., p. 44.

128
placer sexual, sino también el miedo de perder los medios de expresar amor,
impulsos creativos y reparadores.” […]52

6.2.4 La sexuación en el varón: Hasta este punto, ha quedado claro que la


madre es el objeto primordial de vinculación afectiva de todo sujeto, vinculación
que determina, en gran medida, las relaciones futuras, incluso durante la etapa
adulta. La madre es el objeto primario satisfactor de necesidades y auspiciante de
las primeras experiencias psíquicas estructurantes del sujeto. Inicialmente, es
sobre esta figura que recaen los procesos psíquicos de gran envergadura, tales
como, la satisfacción sexual, la contención y la identificación, entre otros. Es claro
también que la evolución psíquica impele al sujeto, cada vez con mayor fuerza, a
abandonar la exclusividad de la relación con la madre, reconociendo y
relacionándose a su vez con una segunda figura (el padre). La más grande
inquietud que surge es la posibilidad de colegir qué tanto de esa primera relación
materna se hace extensivo a la relación con el padre, los lastres existentes o las
novedades presentes con el ingreso en una triangulación edípica.

La búsqueda o el reconocimiento del padre por parte del sujeto se presenta


como un proceso multicausal, y de hecho en su génesis se hallan diversos
sucesos de vital importancia estructural, por ejemplo, la percepción de una madre
castrante y las tendencias eróticas genitales. Como ya se ha dicho, en cierto
momento del desarrollo temprano el niño se ve impelido a abandonar la posición
oral y anal para dar paso a la genitalidad, es aquí donde se descubre la verdadera
naturaleza de su órgano genital, que es penetrativa y no receptiva. El
descubrimiento de la incongruencia entre su órgano, diseñado para penetrar, y el

52 HEINMANN, Paula. Nuevas direcciones en psicoanálisis, Buenos Aires: Paidós, 1972.p. 46.

129
genital materno, apto para la recepción, desencadena la falla de la madre para
continuar siendo el objeto identificatorio del varón. En vista de tales circunstancias,
no queda otro camino que recurrir al padre, para ver que se puede encontrar en
él*. El padre tiene un importantísimo papel dentro del desarrollo del varón, no
precisamente por coaccionarle en sus impulsos sexuales exhortándolo a la
renuncia y a la represión, sino más bien, por permitirle organizar muchos asuntos
psíquicos conflictivos que proviene del vínculo con el objeto primordial.

Uno de los conflictos capitales a esta altura del desarrollo se relaciona con la
lucha entre la pregenitalidad y la genitalidad, lo que implica fluctuar entre ambas
posiciones en un movimiento de avance y retroceso. Las múltiples frustraciones, la
angustia de castración materna y su falla como objeto de identificación para el
varón, estimulan la marcha hacia la genitalidad, donde se descubre la verdadera
naturaleza de su órgano genital (penetración) y aparece más claramente la función
del padre.

En concreto ocurre, en lo que ha de llamarse conflicto edípico, que las


angustias relacionadas con la fase femenina llevan al niño a buscar la
identificación con la figura paterna. Por supuesto, tal empuje identificatorio no es
concretado exitosamente desde el inicio, pues existe también una ansiedad de
castración relacionada con el padre, la cual entorpece el paso definitivo a la
primacía genital. Así las cosas, la angustia de castración materna empuja al niño
hacia una posición genital, mientras que la angustia de castración paterna ejerce
una fuerza opuesta que lo pone devuelta en la pregenitalidad.

* Es de aclarar que tales sucesos no son la primera experiencia de conocimiento de la figura


paterna, ya desde antes es reconocido el pene del padre por el sujeto, sólo que existe dentro del
cuerpo materno. Ahora empieza a haber una mayor consciencia de separatividad entre los objetos
primordiales, primer paso en el reconocimiento de los padres como personas reales, no como los
objetos de la fantasía.

130
Melanie Klein lo reconoce en las siguientes palabras:

“La ansiedad asociada con la fase femenina conduce al niño a la identificación


con el padre, pero este estímulo de por sí no suministra una firme base para la
posición genital, ya que lleva a la represión y sobrecompensación de los instintos
anales-sádicos, y no a superarlos. El temor a la castración por el padre refuerza la
fijación a nivel sádico anales” [...]53

En adición, puede decirse que la figura paterna es la llamada a facilitar la


resolución de tales avatares, ayudando al sujeto en el paso definitivo hacia la
genitalidad. El desarrollo psíquico plantea como objetivos fundamentales el logro
del reconocimiento de ambas figuras parentales como separadas e
independientes, no como objetos fantasiosamente fusionados en un solo cuerpo;
asimismo, la estructuración psíquica y elección sexual implican el establecimiento
de un vínculo particular, tanto con el padre como con la madre, atribuyendo y
tomando de ellos lo que debidamente corresponde.

Finalmente, para el varón la consecución de una organización sexual


aproximada a la adulta será posible, únicamente, a través de la superación exitosa
de la fase femenina y la primacía pregenital. Primordialmente, se resalta el papel
de la identificación paterna como facilitador de tal éxito; es reconfortante para el
sujeto reconocerse y reconciliarse, por medio del padre, con su genital
imposibilitado para reproducirse y satisfacer a la manera femenina; se trata
entonces de superar la afrenta ocasionada por la carencia de órganos sexuales
femeninos y consolidarse en su posición masculina, donde los fines pulsionales
receptivos pasen a un segundo plano y se dé prelación a los fines penetrativos,

53 KLEIN, Melanie. Estadios tempranos del conflicto edípico, Op. Cit., p.48

131
ahora en plena congruencia con la naturaleza de su pene y avalados por el
sentido de masculinidad procedente de la identificación paterna.

Concluyendo todo esto, cabe afirmar que dentro de la organización psico-


sexual del varón se hace imperativa una transición desde el objeto materno hacia
el objeto paterno, originada por fallas en los procesos identificatorios; empero, se
debe anotar que todo ocurre dentro de una crisis psíquica más generalizada que
compromete, al mismo tiempo, el paso de la pregenitalidad a la genitalidad, es
decir, la organización erógena y los fines pulsionales. Aunque como ya se ha
dicho, aquí toma protagonismo el padre y su función organizadora, pues es
asumido por el varón como un objeto viable de identificación y coherente con su
naturaleza sexual, motivo por el cual permite que tal transición llegue a buen
término.

Dicho esto, no cabe más que preguntarse por el lugar que ocupará el objeto
materno una vez han sido resueltos tales conflictos. Es una pregunta que de
nuevo nos lleva a resaltar el gran valor de la función paterna; la función
organizadora e integradora del padre sobre los conflictos psíquicos hace que éstos
no sean tan lesivos para la relación con la madre, permitiéndole conservarse como
objeto primitivo de amor, el cual ha de mantenerse a lo largo la vida. Lo cierto es
que la madre habrá de permanecer en su lugar como objeto de amor, tal como lo
ha sido desde el inicio, sólo que ahora permitirá que el sujeto despliegue sus
impulsos libidinales en un vínculo más sano, libre de la ambivalencia que surgía
con motivo de las fallas identificatorias.

“El niño al sentirse impelido a abandonar la posición oral y anal por la genital,
pasa a los fines de penetración asociados con la posesión del pene. Así cambia,

132
no sólo su posición libidinosa, sino también su fin, y esto le permite retener su
primitivo objeto de amor”. […]54

La importancia atribuida por Klein a estos procesos psíquico se hace notar, no


sólo en la organización y estructuración sana, sino también en la patológica, pues
afirma que la existencia de trastornos neuróticos y sexuales puede originarse en la
lucha no resuelta entre lo genital y lo pregenital y la no superación de la fase
femenina.

6.2.5 El complejo de Edipo en la mujer: Como bien se ha visto, es imperativo a


la hora de estudiar la teoría de Melanie Klein referirse a las diferencias evolutivas
entre los sexos; pues llega el momento en que todo sujeto deberá encaminarse
hacia la estructuración masculina o femenina, lo que implica enfrentarse y resolver
conflictos psíquicos muy particulares. Desde luego, durante los momentos más
primitivos del desarrollo, anteriores a su organización sexual femenina, la niña
debe lidiar con los mismos asuntos conflictivos que el varón, a saber, la fluctuación
entre las tendencias homosexuales y heterosexuales, y entre los objetos
libidinales y destructivos, respecto a los cuales experimenta también grados
similares de ansiedad. 55

La ruta compartida entre el niño y la niña pertenece a la denominada fase


femenina, donde predomina una sexualidad de corte receptivo (muy acorde con
las disposiciones orales) y una relación, casi exclusiva con la madre (aunque
existe un conocimiento del padre, pero se le cree fusionado con ella). A pesar de
que en los asuntos psíquicos sea sumamente difícil, además de improcedente,

54 Ibíd., 37 -38.
55 HEINMANN, Paula.Nuevas direcciones en psicoanálisis. Buenos Aires: Paidós, 1972.p. 47

133
plantear límites exactos, es lícito en este caso situar un umbral aproximado de
diferenciación psíquica entre los sexos que coincide con las frustraciones
maternas primordiales asociadas al destete y los hábitos de higiene, y las
tendencias hacia la primacía genital, las cuales llevan hacia el conflicto
pregenitalidad-genitalidad.

Existe en la niña un reconocimiento muy temprano de su órgano genital, pues


como se ha anotado, hay una confluencia de los diferentes tipos de pulsiones,
cada una de ellas apuntaladas en una zona erógena específica. No obstante, la
eclosión de la genitalidad trae consigo un reconocimiento más profundo de todo el
aparato genital y las funciones que le son propias; correspondiéndole a éste un fin
receptivo que viene haciéndose extensivo desde el periodo oral.

Tal como se muestra en caso del varón, la primera relación de la pequeña


niña es casi exclusiva hacía su madre, y como derivados de dicha relación
encontramos el conflicto entre los impulsos de amor y odio, la identificación con la
madre, la envidia hacia la madre por sus órganos fértiles capaces de engendrar
hijos, celos hacia los bebés residentes en el vientre materno, y temores de
castración y superyoicos. Desde luego, el trámite más delicado y decisivo será la
manera como la niña se las apañe con dichos asuntos y la posición que asuma
frente a ellos, encaminándose así hacía su organización sexual femenina.

El proceso transicional desde la predominancia pregenital hasta la primacía


genital es reconocido por Klein como uno de los momentos más álgidos dentro del
desarrollo temprano de la niña, de ahí que sea preciso revisarlo para poder
comprender el tránsito hacia su organización sexual femenina. Del mismo modo
que ocurre con el varón, el desarrollo sexual de la niña sólo puede completarse
satisfactoriamente por medio del desplazamiento de la libido oral y anal a la
genital, siendo además un proceso fundamental para impulsar al sujeto hacia la

134
búsqueda de la segunda figura parental, es decir, para el logro de la verdadera
triangulación edípica.

No obstante, el vínculo primordial de todo sujeto con la madre pronto habrá de


verse turbado de diferentes maneras. Quedó dicho en líneas anteriores, que la
identificación inicial del varón con su madre se ve impedida para sostenerse en su
naturaleza totalizante, son ciertos aspectos incongruentes entre el cuerpo de ésta
y el del niño los que le llevan a buscar una nueva figura de identificación más
coherente con las condiciones anatómicas y fisiológicas de sus órganos genitales;
en última instancia es un traslado en la figura de identificación sexual o de género.
Caso contrario ocurre con la niña, quien sí encuentra una similitud y un mayor
ajuste entre sus órganos sexo-reproductivos, de los cuales hasta ahora empieza a
descubrir su verdadero potencial, y el cuerpo de su objeto primario de
identificación. No solamente hay una identificación sexual solventada por la
condición femenina de la madre, sino que también, hay una justificación para el
deseo de engendrar y concebir hijos, algo que no existe en el varón. Así se
muestra como el naciente interés genital pone, tanto a la niña como al varón, en
posiciones muy distintas frente a sus figuras parentales y frente a sí mismos.

En concordancia con lo anterior, cabe precisar que el paso a la genitalidad en


el desarrollo de la niña se muestra como un proceso más complejo, en
comparación con el varón. La pequeña niña no sólo tiene que superar las
tendencias pregenitales, sino también, debe lidiar con la dualidad de su órgano
sexual. El placer genital del niño, una vez ha alcanzado su plena consolidación, se
le reconoce como focalizado y concentrado en un único punto, el pene; caso
contrario ocurre con la niña, quien posee dos puntos genitales de igual valoración
erótica, el clítoris y la vagina. La apertura hacia la genitalidad femenina
inicialmente se encuentra bajo el influjo de estas dos zonas del órgano genital,
hallándose un placer de diferente tipo en cada una de ellas; así pues, el clítoris se

135
relaciona con el placer masturbatorio y la fantasía de poseer un pene externo,
mientras que la vagina se encuentra vinculada con un placer propiamente
femenino, asociado con la posesión e incorporación del pene en el propio cuerpo
con el fin de concebir un niño.

“las fantasías asociadas a impulsos vaginales tienen un específico carácter


femenino. La niña pequeña desea recibir e incorporar el paterno, y adquirirlo como
posesión interna, y de aquí pronto arriba el deseo de recibir un niño de él. Estos
deseos, en parte por ser frustrados, alternan con el deseo de poseer un pene
externo.” 56

Tales deseos, principalmente aquellos relacionados con la posibilidad de la


concepción de niños, ponen a la niña en una posición aparentemente ventajosa,
pues cuenta con un equipamiento sexo-reproductivo, en esencia, con las mismas
posibilidades que el de su madre, y por tanto en un movimiento fantasioso termina
sintiéndose en pleno derecho de ocupar su lugar, situación que promueve aún
más la rivalidad y la hostilidad en su relación.

Esta sensación de ventaja inicial, que lleva a la ilusión de satisfacerse


plenamente en sus impulsos sexuales (incorporación), tratando de emular a la
madre, se convierte en una frustrante desilusión al no poder gratificarse de la
manera anhelada. Es claro que un organismo inmaduro como el de la pequeña
niña se encuentra inhabilitado para cumplir las funciones sexuales y reproductivas
de una mujer adulta, no obstante, para la niña la responsabilidad en la frustración
de sus anhelos sexuales recae en la madre, quien la ha dejado insatisfecha al
acaparar para ella el pene del padre y los bebés. Hecho que contribuye, de igual

56 Ibíd.

136
manera, al alejamiento de la madre y al aumento en los impulsos agresivos hacia
ella.

Hasta este punto se han acentuado las particularidades en el desarrollo del


varón y de la niña, sin embargo, cabe señalar un punto de confluencia entre
ambos, anudado a las anteriores aserciones. Se hace notorio como las primeras
tentativas de gratificación apuntaladas en la genitalidad y que expresan puros
deseos femeninos caen, incoerciblemente, en la frustración. En el caso del varón
sería por la incongruencia entre éstos y la naturaleza de su genital, mientras que
para la niña tal situación obedece a la negligencia y avaricia de la madre, quien
acapara para sí misma el pene del padre. Es una situación similar para ambos
constituida como uno de los primeros pasos hacía la organización sexual
definitiva, la cual es resuelta por cada uno a su manera.

Ante tal afrenta perpetrada por la madre, la niña sólo puede experimentar los
más profundos sentimientos de envidia y celos, acrecentando así las motivaciones
para la hostilidad hacia ella. Los celos son el significado de las intensiones de
desplazar y ponerse en el lugar de la madre, logrando así el acceso al pene del
padre y a los bebés que gracias a él es viable engendrar; por otro lado, la envidia
expresa una mayor sevicia en la relación con la madre, pues al no poder
apropiarse de los rasgos deseables del objeto no queda más opción que arremeter
contra ellos, destruyéndolos en la fantasía, sin importar que al mismo tiempo los
pierda para sí misma.

A pesar de estos fracasos y de la frustración en el logro de una satisfacción


sexual completa, el proceso identificatorio de la niña con el objeto primario
promueve una valoración de su órgano genital, si es valioso el de su madre, por su
capacidad reproductiva, también ha de serlo el suyo, además no se debe olvidar
que sí existen satisfacciones genitales, aunque no alcancen la magnitud de las

137
expectativas. La envidia y los celos, estimulantes de los ataques sádicos contra el
cuerpo de la madre, originan en la niña el temor por su propia integridad física,
pues se espera una retaliación, por parte del objeto, semejante en proporciones a
la agresión desplegada. Presiente así, que su genital ha de ser mutilado,
envenenado, ensuciado y aniquilado, con el subsecuente robo de su propio pene
interno y niños, tal como ella lo ha hecho fantasiosamente con su madre. 57

6.2.6 La envidia de pene en la niña: tomemos como punto de partida el principal


conflicto, relacionado con los órganos sexo-reproductivos, que tiene lugar durante
la denominada fase femenina del desarrollo. Ante el exabrupto que resulta el
intento de emular las capacidades sexuales y reproductivas de la madre, la única
alternativa plausible sería la búsqueda de nuevos horizontes identificatorios; tales
exigencias transicionales son resueltas por el varón mediante las nuevas
posibilidades de identificación que le ofrece la figura paterna, es así como
secundariamente a la frustración de sus impulsos femeninos el varón descubre el
verdadero valor de sus órganos masculinos, ajustándose a un carácter pulsional
penetrativo; el niño erige una sobreestimación, desde lo racional
(sobrecompensación), de su pene externo, transformando así la desventaja de su
imposibilidad para acceder a las funciones maternas en la ventaja de tener un
órgano sexual sobresaliente y completo, capaz de proveer además enormes
montos de gratificación.

El hecho de tener un órgano genital real al cual trasladar los nuevos intereses
sexuales, ayuda al niño a superar el estrago de la frustración de la fase femenina.
Sin embargo, el panorama es bastante disímil para la pequeña niña, pues su
clítoris, órgano en el que se sustentarían los impulsos sexuales de corte

57 Ibíd.

138
masculino, difiere bastante del pene masculino. El fracaso en la satisfacción
sexual femenina lleva a la niña, tal como ocurre con el varón, a desarrollar un
falismo secundario; los intereses sexuales primitivos en la mujer están inicialmente
sustentados en el deseo femenino de incorporar el pene paterno y engendrar
bebés, mientras que la búsqueda fálica aparece como un fenómeno reactivo o
secundario a la frustración e insatisfacción del deseo propiamente femenino.

En ella también surge un interés especial por el órgano genital masculino


como fuente de gratificación sexual, empero la posibilidad de escapar a tal
conflicto vía identificación paterna termina convirtiéndose, contrariamente, en una
nueva gran frustración, ya que las diferencias más que evidentes entre su clítoris y
el pene del padre la ponen de frente a una nueva y dramática incompatibilidad.

Primero que nada, la insatisfacción con el clítoris llega a la niña al contrastar el


tamaño. Su conocimiento sexual inconsciente le muestra la reducida existencia de
su órgano, y aunque esto no es un directo indicador del monto de placer a
proporcionar, sí genera una devaluación de su condición sexual. Asimismo, existe
un hecho adicional que contribuye a tales sentimientos en la niña, se trata de los
actos masturbatorios; para infortunio suyo y contrariamente a lo ocurrido con el
varón, se reconoce la insuficiencia del clítoris para tramitar el ingente monto de
excitación que la embarga. Melanie Klein lo explica de la siguiente manera:

[…] “En las niñas, sin embargo, la masturbación no proporciona una descarga
tan adecuada para esos montos de excitación como proporciona en los niños. De
ahí que la falta acumulada de gratificaciones proporciona otro motivo para que
existan más complicaciones y disturbios en el desarrollo sexual femenino.” […]58

58 KLEIN, Melanie.Estadios tempranos del conflicto edípico, Op. Cit., p.49

139
A expensas de todas estas vicisitudes sexuales, la niña desarrolla una envidia
fálica (de pene). Melanie Klein considera acertado el planteamiento de una envidia
fálica en la niña, y nos lo expone como un fenómeno secundario al fracaso de
unas tentativas de organización femenina iniciales. Desde un principio existió en la
niña un reconocimiento y un interés por el pene paterno, durante la fase femenina
se lo quería incorporar en el propio cuerpo y utilizarlo para obtener los bebés que
éste es capaz de engendrar, sin embargo, aquí la representación y las intensiones
respecto a tal órgano paterno cambian en su naturaleza. De ser aquel medio que
complementa satisfaciendo unos deseos netamente femeninos (de incorporación),
pasa ahora a verse como un órgano al que se desea igualar en lo referente a la
satisfacción que puede proveer como sujeto masculino.

La situación de la niña respecto a su anatomía genital, la sexualidad y el


vínculo con los objetos primordiales es realmente confusa y embargada por la
incertidumbre. Mientras que el varón posee un pene real y notoriamente visible,
que le permite reponerse de la afrenta narcisista surgida por la insatisfacción de
los primeros deseos femeninos, e igualmente, saberse a la altura del padre,
considerándose en pleno derecho para rivalizar con él; la niña por el contrario,
carente de estos valiosos recursos, ha quedado únicamente con un deseo
insatisfecho de maternidad y con un anhelo, cuya consecución resulta poco
probable, de alcanzar una satisfacción por la vía masculina de su sexualidad,
último recurso apelado para redimirse de su desventaja y encontrar un órgano
viable para la satisfacción.

La niña cae también en el juego racionalista del varón, donde se intenta


compensar la frustración femenina por medio de la sobrevaloración del pene,
consagrándolo como el órgano máximo para la ganancia de placer. En el varón
realmente funciona, pues tal fantasía le ayuda a consolidar su identidad
masculina, sexualidad y objeto de amor. Sin embargo, a la niña tales ideas la

140
llevan a una especie de callejón sin salida, ya que en lugar de amortiguar el
impacto vivido con su ser femenino, termina valorando y albergando esperanzas
fallidas de satisfacción en un órgano o condición ajena. Esto es lo que podríamos
entender, desde la perspectiva kleiniana como envidia fálica de la mujer, algo que
ella misma reconoce como inacabado dentro de la teoría psicoanalítica, pero de
enorme importancia para el desarrollo psíquico.

[…] “Mi opinión es que la envidia de pene es una compleja trama de la que
sólo ciertos hilos han sido generalmente reconocidos.”59

Ya que hubo un fracaso en sus tendencias heterosexuales, no queda más que


el recurso de la homosexualidad, recordando la condición bisexual de la niña. Así
nace el interés por alcanzar una satisfacción de carácter masculino, es decir, por
medio de su equivalente del pene y con unos fines penetrativos. Se ha hecho
mención al fracaso de la niña para la satisfacción de estos nuevos intereses,
mostrando así que su sexualidad se encuentra en un limbo, en una
indeterminación entre lo masculino (clítoris) y lo femenino (vagina), por lo tanto, la
manera como resuelva esta coyuntura del complejo de Edipo marcará las
directrices sexuales por el resto de su vida.

El despliegue sexual y el vínculo afectivo de la niña hacia sus figuras


parentales se tiñen de conflicto, pues ambos resultan ser frustrantes e
insatisfactorios. De esta manera, se muestran con mayor intensidad los reproches
hacia la madre. A la rivalidad inicial, motivada por el acaparamiento materno del
órgano sexual de satisfacción (pene) y de los bebés, ha de sumársele los

59 HEINMANN, Op. Cit., p.43

141
reproches por concebirla como un ser incompleto e incapaz de rivalizar en su
anatomía sexual con el padre o con hermanos, en caso de haberlos.

Los impulsos agresivos contra el objeto materno tienen un origen multicausal,


pues surgen a partir de diferentes factores, verbigracia, las frustraciones orales,
anales y genitales; asimismo se expresa de múltiples maneras, tal es el caso de la
voracidad, los celos y la envidia. Aparte de promover el desarrollo y poner a
prueba los recursos psíquicos de la niña, todo este resentimiento y agresividad
hacia el objeto materno tiene una función práctica adicional, ya que evita el
desbordamiento de la ansiedad al controlar los efectos lesivos del superyó sádico;
puede decirse que presta la justificación perfecta para actos agresivos
desplegados por el sujeto, disminuyendo así la culpa y la ansiedad por una
eventual retaliación.

Los reproches de la niña contra su madre, a quien se proyecta toda la


responsabilidad de todas sus frustraciones sexuales, por ejemplo, concebirla como
un ser incompleto y además acaparar el pene paterno, le sirven como una
justificación para sustentar sus impulsos sádicos y darlos como una respuesta
esperable para alguien en su condición. Podría decirse también que la
victimización y su declaración de ser un sujeto incompleto, perjudicado por el otro
(madre) le permite redimirse de su papel activo en las fantasías sádicas, así se
deshace, en parte, de su responsabilidad en las agresiones contra el cuerpo de la
madre.60

Así las cosas, se hace menester resaltar la función organizadora y


estructurante subyacente en el objeto paterno, pues la relación de la pequeña niña
con éste se ve menos cargada de angustia y agresividad, no dejando de

60 Ibíd.

142
reconocer también la existencia, poco marcada, de una rivalidad (por la posesión
del pene).

Inicialmente, en un periodo correspondiente a la fase femenina del desarrollo,


el reconocimiento de la figura paterna se encuentra supeditada a la función del
pene en el acto sexual. Más adelante, en lo que se conoce como la fase fálica de
la niña, predominarán mecanismos como la idealización y la admiración profunda,
tanto es así, que se convierte en un objeto al que se desea imitar, tratando de
igualar su potencia sexual y la capacidad para tramitar, por medio de sus valiosos
genitales, grandes montos de excitación. Con tales afirmaciones no se niega la
existencia también de ciertos montos de agresión hacia el padre, pero sería más
bien un remanente de la relación positiva y negativa (ambivalente) hacia la madre.

La relación de la madre determina en gran medida la relación posterior con el


padre, pues éste último se presenta como una especie de redentor, llegado a su
vida para redimirla de sus desventajas y proveerle todo lo que le ha sido
arrancado por la madre. De la misma manera, si los niveles de angustia y agresión
con respecto a ésta no encuentran la manera de ser tramitados y se perpetúa el
sadismo en los vínculos objetales, la relación con el padre y con el resto de los
hombres será igual.

Es claro que la angustia ha estado desde el principio de la vida vincular del


sujeto, y en el caso especial de la niña ha ocupado el papel protagónico en la
generación de todos estos conflictos edípicos, por lo que no ha de resultarnos
extraño que también sea la angustia la principal partícipe en su resolución. La
resolución del complejo edípico temprano guarda una correspondencia con la
posición esquizo-paranoide, implicando así una transformación en la naturaleza de
la angustia; a esta altura los intereses narcisistas han perdido gran parte de su
fuerza psíquica, el yo siente menos angustia por las retaliaciones del objeto y en

143
su lugar aparece la culpa y el temor por la conservación intacta de los objetos
(frente a los cuales se siente dependiente), de ahí que surja la reparación como
mecanismo defensivo. Es un proceso madurativo en el cual los mecanismos de
defensa (ante la angustia) dejan de ser omnipotentes, enfocándose más bien en la
reparación y protección de los objetos.

Si se quiere hablar de una salida exitosa a todas las trabas que el proceso
edípico pone a la niña, debe necesariamente hablarse de una reconciliación e
integración con el objeto materno, lo cual será posibilitado principalmente por la
angustia; los sentimientos de culpa y el fuerte temor por su propia integridad,
situaciones todas originadas por los ataques sádicos hacia el objeto materno,
llevan a la niña a intentos de sobrecompensación hacia la madre*, se pretende
entonces reparar los daños ocasionados y se despliega hacia ella una relación
amorosa y tierna. Tal satisfacción de los deseos amorosos, por vía materna, le
permite reconciliarse con ella y habilitarla nuevamente para ser su objeto de
identificación sexual, por tanto, la identificación con el cuerpo materno que otrora
fue generadora de ansiedad e insatisfacción se conserva, pero ahora con una
mayor definición respecto a su posición sexual.

Los nuevos conocimientos e integraciones que surgen como resultado de las


vicisitudes edípicas también acarrean cambios en la forma de vincularse con el
padre. Los mecanismos de idealización y admiración hacia él disminuyen, en el
sentido de su papel como objeto de identificación de género, pues la niña ya se ha
reconciliado con su madre y vuelve a erigirla en tal función; no obstante, el
reconocimiento de la función sexual paterna se mantiene bajo su conocimiento,
ahora es un hecho claro para ella que el objeto llamado para completarle y

* Lo que se constituye como una muestra clara del avance hacia la posición esquizo-paranoide, a
la que le son propios los mecanismos defensivos de tipo reparatorio.

144
satisfacerle sexualmente es el padre. Asimismo, es el objeto para amar y ser
amada.

En palabras de Melanie Klein sería así:

[...] “Más tarde, cuando obtiene una gratificación completa de los impulsos
amorosos, se une a esta admiración la inmensa gratitud que se deriva de la larga
frustración. Esa gratitud halla su expresión máxima en la capacidad femenina para
una completa y duradera sumisión a un solo objeto amado, especialmente para el
primer amor.”61

A manera de conclusión, cabe destacar que en lo relativo al proceso de


estructuración sexual la mujer conserva y perpetúa los fines de incorporación que
le eran propios desde el principio de su vida; inicialmente se trata de la
incorporación del alimento y el pecho materno por la vía oral, con la disolución del
complejo edípico tales fines se reorientarán hacia el objeto paterno, es decir, a
incorporar el pene por vía genital, lo que habrá de constituirse como el modelo de
su sexualidad adulta. También es importante recordar que el complejo de Edipo
trae consigo grandes logros en la vida erógena y vincular de la pequeña niña, tales
como, el traslado del amor erótico desde la figura materna hacia la figura paterna,
y el paso definitivo de la sexualidad pregenital a la sexualidad genital.

6.2.7 El superyó: La teoría kleiniana nos ha sorprendido al plantear que el


acaecer psíquico de la infancia más temprana se encuentra intervenido por
conflictos de gran complejidad, relacionados incluso con las primeras tendencias

61 KLEIN, Melanie. Estadios tempranos del conflicto edípico. Op. Cit., p.52

145
edípicas, y de los que hacen parte componentes estructurales como el Yo. Ahora
bien, la lectura de los postulados de Klein nos revela, además, la existencia de un
Superyó, que no obstante su condición primitiva, influye de manera decisiva en la
dinámica psíquica tanto en el periodo preedípico como durante el núcleo de la
trama edípica.

Melanie Klein da por sentada la génesis de la estructura superyoica en las


identificaciones con los objetos parentales, aunque para ella tales elementos
identificatorios no se originan o adscriben, de forma exclusiva, al complejo de
Edipo, más bien corresponden a diferentes momentos y estratos de la vida mental.
Según ella, existe un superyó primitivo, propio de la etapa pregenital, que no
espera la conclusión del conflicto edípico para formarse como resultado de la
introyección de la ley paterna, por el contrario, afirma que el superyó se constituye,
en primera instancia, como derivado de las identificaciones más tempranas con el
objeto materno en pleno predominio de las tendencias a la incorporación oral.

El hecho de ubicar un superyó en momentos de tanta inmadurez, hace que


sea lícito atribuirle ciertas características especiales, por ejemplo, una excesiva
severidad contra el Yo que se origina en la naturaleza contradictoria de las
identificaciones con el objeto materno, pues éste oscila entre la bondad y la
severidad; es un superyó proveniente de un objeto materno distorsionado por la
fantasía inconsciente y deformado por los mecanismos defensivos que operan en
el vínculo primordial.

En concordancia, se observa como el superyó del periodo pregenital se hace


operativo a través de los sentimientos de culpa que subyacen a los ataques oral-
sádicos y anal-sádicos desplegados hacia el objeto materno. Como resultado de
las frustraciones libidinales, el niño experimenta un deseo imperioso por destruir el
objeto castrante, ya sea mordiéndolo, cortándolo o devorándolo; la intensidad de

146
este deseo es tal, que a manera de mecanismo defensivo debe ser proyectado por
el Yo hacia el exterior, es decir que ahora el objeto se percibe como amenazante y
dispuesto a perpetrar iguales acciones sádicas contra el sujeto62; precisamente de
tal representación objetal sesgada, el superyó pregenital alimenta su sadismo y
así arremete contra el yo aplicando una fuerza que puede incluso llegar a ser
canibalística.

No obstante, la existencia de un superyó que antecede la entrada en la


genitalidad, es claro que aún requiere un largo proceso y mucho desarrollo para
llegar a su configuración final. Es un componente psíquico notoriamente severo e
implacable, pues se encuentra escindido por los rasgos contradictorios
observados en el objeto identificatorio (idealizado y a la vez persecutorio). La
dualidad es algo presente en el superyó desde el momento de su génesis,
empero, uno de los logros que el desarrollo psíquico confiere a esta estructura es
el de convertirse en una unidad integrada. La severidad del superyó debe ir
declinando progresivamente, gracias al predominio de los rasgos buenos del
objeto (que serán parte del ideal del Yo) la angustia persecutoria irá perdiendo su
fuerza, dejando de ser necesaria la utilización de defensas tan primitivas, como la
escisión o la identificación proyectiva, para dar paso a las defensas depresivas y a
la posibilidad de integrar las dos representaciones de objeto y verlo como uno sólo
(con sus aspectos buenos y malos).

Una de las ideas más llamativas de la teoría kleiniana se encuentra a la hora


de pensar el superyó a través del proceso edípico. Desde esta perspectiva, se
muestra una dirección de influencia que va desde el superyó primitivo hacia el
proceso edípico, es decir, propone una inversión en ambas instancias, siendo así

62 Ibíd., p. 39.

147
el superyó el responsable por la definición y desenlace del complejo edípico, así
como del desarrollo del carácter y del Yo63.

La relación primordial de todo sujeto con sus objetos está cargada de enormes
montos de angustia, a lo que también ha de sumársele los impulsos sexuales, tal
es el sadismo existente en dicho vínculo que el sujeto incluso llega a temer por su
propia integridad física, presiente que puede ser devorado, mutilado o aniquilado.
Es precisamente esta clase de angustia la que se relaciona con el superyó
temprano, caracterizado por la severidad de sus ataques contra el Yo. Se le
atribuye una gran fuerza impulsora dentro del complejo de Edipo debido a las
crisis de angustia que produce, tales amenazas hacen mover al sujeto a la
búsqueda de nuevos objetos, zonas, fines pulsionales y mecanismos de defensa.
Así, por ejemplo, la angustia persecutoria con el objeto materno hace que el sujeto
recurra a una figura alternativa, el padre; de la misma forma, la angustia de
castración lo hace cambiar en sus fines o fuentes pulsionales; por último, durante
los capítulos finales del proceso edípico, cuando ya han aflorado los mecanismos
de defensa reparatorios, el temor por perder alguno de los padres y su deseo por
conservarlos indemnes motiva la renuncia a sus tendencias sádicas.

La formación y organización del superyó también deberá trazar un camino


especial en cada sujeto dependiendo de su sexo, hombre – mujer. Tal como
ocurre con otros procesos edípicos de gran envergadura existe una
caracterización propia del Superyó, típicamente masculino y típicamente femenino;
tal situación obedece a la naturaleza de las ansiedades que cada uno de ellos
experimenta y a la manera como ésta influye en las demás dimensiones psíquicas.

63 BLEICHMAR, Norberto y LIEBERMAN, Celia. El Psicoanálisis después de Freud, Barcelona:


Paidós, España. 1997.

148
En lo tocante a la organización superyoica del varón, puede afirmarse que se
hace fecunda, principalmente, a partir del objeto paterno, por tanto, la naturaleza
del superyó masculino procede de la relación con el padre. La angustia donante
de los principales elementos para la configuración superyoica es la angustia de
castración paterna, la cual hace su aparición luego del paso a la genitalidad y de la
superación del complejo femenino del varón. Melanie Klein lo tipifica como una
instancia menos severa que su ancestro pregenital, incapaz de generar una
angustia persecutoria o canibalística, esto gracias a que en la identificación con el
padre los montos de angustia son menores y se orientan hacia un órgano concreto
y reconocido plenamente por el sujeto. El pene sobrevalorado por el varón le hace
ser consciente de lo que posee y de lo que puede llegar a perder, generándose así
una angustia de castración bastante intensa pero que no llega a ser aniquiladora.

En el caso de la pequeña niña, la organización superyoica se adscribe a


sucesos disímiles a los típicamente masculinos. Klein nos muestra como el
superyó de la niña proviene, principalmente, de los rasgos introyectados del objeto
materno, por lo que cae en plena lógica la atribución de una mayor severidad y
agresividad. Tales cualidades, se hacen admisibles si se reconoce el mayor monto
de angustia procedente de la relación con la madre. Se ha dilucidado la manera en
que la niña entra en conflicto con su madre, motivada por los celos, la envidia, la
frustración y los reproches, llegando a desplegar ataques sádicos hacia el cuerpo
de ésta, los cuales ulteriormente habrán de dar lugar a la angustia persecutoria.

A diferencia del varón, los avatares de la niña en su organización erógena,


caracterizado por el no reconocimiento de un órgano genital concreto y visible,
donde se oscila entre el placer clitoridiano y vaginal, dan lugar a un temor de
castración más generalizado, que inclusive puede orientarse hacia todo el cuerpo.
El varón está en pleno conocimiento de la parte de su cuerpo candidata a la
castración, por otro lado, la niña cuenta con una idea difusa de lo que puede

149
perder, pues hasta el momento no ha ocurrido la consolidación genital y sólo ha
recibido frustraciones en sus tentativas de hacerlo; por consiguiente, la niña se ve
embargada por una angustia de castración más crónica y de difícil tramitación,
fruto de la alta longevidad que en ella tiene el periodo pregenital, y por tanto la
severidad superyoica que le es propia.

Por supuesto, ideas tan llamativas es mejor recibirlas en palabras de la misma


gestora:

[…] “El curso seguido por la angustia de castración del varón en lo que se
refiere al pene, que existe visiblemente, es sin embargo, diferente; puede
calificarse como más aguda que la ansiedad más crónica de la niña relativa a sus
órganos internos; con los que está necesariamente menos familiarizada. Pero
tiene que producir diferencia el que la ansiedad del varón esté determinada por el
Superyó paterno y la de la niña por el superyó materno.” 64

64 KLEIN, Melanie. Estadios tempranos del conflicto edípico, Op. Cit., p.39

150
7. EL COMPLEJO DE EDIPO EN SIGMUND FREUD Y EN
MELANIE KLEIN

Las tentativas por comparar y contrastar dos teorías diferentes pueden


considerarse, desde cierto punto de vista, improcedentes; esto debido al alto
riesgo que existe de calificar o hacer crítica de una teoría basándose en
preceptos, ideas y concepciones pertenecientes a otra o que, simplemente, le son
ajenos. Por tanto, debemos proceder de manera especialmente cauta para no
caer en el error de sesgar el análisis de alguna de las teorías al extrapolar ideas
externas a ellas; por tal motivo es necesario reconocer y tener presente que un
análisis de este tipo toma como punto de partida la disparidad, una disparidad que
surge al saber que cada uno de estos discursos posee su propio objeto de estudio
y su propia manera de abordarlo, sus propios objetivos, sus propios métodos y sus
propios representantes. Dicho esto, sólo nos queda mencionar que nuestra tarea
fundamental será analizar en un sentido comparativo, aunque de una forma muy
responsable, las propuestas teóricas que frente al complejo de Edipo ambos
autores nos presentan; desde luego, evitando tanto como sea posible la
desestimación, la exaltación o filiación subjetiva hacia alguno de ellos. Nuestros
empeños se orientan, más bien, a observar, identificar y comparar de la manera
más neutral posible los elementos inmanentes al complejo de Edipo que, desde
ambas perspectivas, se proponen, resaltando de paso la manera cómo están
relacionados y su influencia en el desarrollo psíquico.

Inicialmente, la lectura de las teorías freudiana y kleiniana, en lo que respecta


al complejo de Edipo, ahuyenta cualquier duda entorno a la importancia que
comporta para el desarrollo psíquico temprano. Melanie Klein y Freud coinciden en
afirmar que durante el periodo edípico ocurren cambios, en diversas dimensiones

151
psíquica, de gran injerencia en la organización sexual, tal es el caso de los
procesos identificatorios, la transición sexual (en lo referente al objeto, al órgano y
a los fines pulsionales), la transformación de las tendencias agresivas y la
asunción de un sistema normativo propio. Desde ambos enfoques, se da plena
legitimidad al complejo de Edipo como uno de los momentos más determinantes
para la vida psíquica adulta, pues se espera que a su término el sujeto, tanto
hombre como mujer, haya adquirido una organización psíquica que, en esencia,
ha de mantenerse por el resto de su vida. En ambas teorías el complejo edípico se
compone de asuntos tan trascendentales como la elección de un objeto de amor,
de un objeto identificatorio (de género), e igualmente la consolidación de la
genitalidad y de unos fines sexuales acordes a ésta.

Si bien existen puntos de consenso respecto al lugar que ocupa el complejo


de Edipo en la organización psíquica y a los actores que intervienen en él, también
debemos considerar la existencia de marcadas disparidades, principalmente
referidas a la temporalidad, a los momentos que vive el sujeto dependiendo de su
sexo y a la dinámica de sus conflictos. De hecho, es fácil colegir la manera cómo
los aspectos dinámicos, es decir los movimientos de los protagonistas, empiezan a
hacer flagrantes las diferencias entre Freud y Klein a la hora de concebir este
complejo; por ejemplo, desde ambas propuestas se admite que en las
dimensiones identificatoria y sexual deberán alcanzarse ciertos logros antes de la
disolución edípica, logros que habrán de ocurrir en el escenario de los vínculos
con las figuras parentales, sin embargo la manera específica como interactúa el
sujeto con dichas figuras y los retos vinculares que ha de afrontar para la
consecución de tales logros se plantean de forma muy disímil por ambos autores.

Tanto en Melanie Klein como en Sigmund Freud, se describen ciertos rasgos


propios del complejo de Edipo, gracias a los cuales recibe su nombre. Debemos
recordar que los primeros antecedentes freudianos al respecto tienen lugar en

152
medio de sus observaciones clínicas, donde encuentra en el discurso de sus
pacientes histéricas la alusión a conflictivas análogas a los hechos narrados en la
tragedia escrita por Sófocles, correspondientes, en esencia, a un conflicto del
sujeto con sus padres, en el cual tienen cabida sentimientos y tendencias
primitivas como el incesto y el parricidio. Situación reconocida en pleno también
por Melanie Klein, en sus aserciones relativas al andamiaje básico del complejo de
Edipo.

Dentro de ambas teorías se admite que el complejo de Edipo es un momento


de la vida psíquica en el cual intervienen, durante su trama principal, los mismos
tres personajes, a saber, el hijo, la madre y el padre. Igualmente, las dos teorías
centran su atención en la experiencia particular del sujeto y en el modo como
afronta los retos de este periodo en procura de conseguir los logros antedichos.
En general, vemos como coinciden en resaltar de modo especial la dimensión
sexual, donde habrá de elegirse un objeto para amar y ser amado; la dimensión
identificatoria, donde se espera la consolidación de la identidad de género por
medio de una figura modelo de identificación; y finalmente, encontramos un
elemento del que ninguno podría prescindir: el superyó.

En síntesis, queda claro que en principio existen bastantes paridades referidas


a los aspectos teóricos generales, como la importancia del complejo edípico en la
organización psíquica y los logros esperados al momento de su conclusión; sin
embargo, la manera específica como dichos logros se hacen plausibles para el
sujeto, y las vicisitudes que habrán de sortear tanto el varón como la niña, hacen
parte de experiencias y conflictos de distinto orden.

Entre los aspectos teóricos generales es viable tomar como punto de partida la
pulsión. Si empezamos con Freud, basta simplemente con recordar que uno de los
ejes fundamentales del modelo freudiano, donde se incluye el complejo de Edipo,

153
corresponde a los diversos movimientos de la pulsión; En esencia, Freud trata de
hacer una lectura de los cambios que aparecen en la vertiente erótica de la
pulsión, de modo tal que son los intereses sexuales del sujeto los principales
impulsores del desarrollo psíquico, y desde luego, son aquellos que dan lugar a
los conflictos propios del acontecer edípico. Desde el punto de vista freudiano el
sujeto se mueve en términos de placer y displacer, es decir, se mueve entre la
ganancia de satisfacción y la evasión del sufrimiento, por lo que durante el
complejo de Edipo sus impulsos estarán orientados a la consecución de montos
de placer sexual cada vez más elevados (como los que posibilita el órgano genital)
y la renuencia a perder los estados de gratificación ya alcanzados (como ocurre al
tener que compartir el objeto de deseo con la figura paterna rival, y la posibilidad
de perder el órgano genital).

Por otro lado, Melanie Klein espera que la disolución del complejo de Edipo
deje como resultado unos logros psíquicos muy similares a los que propone el
modelo freudiano, aunque desde su lógica los movimientos y conflictos que
intervienen son, por mucho, diferentes. Respecto a los postulados kleinianos, es
válido aclarar se concibe el complejo de Edipo tomando la misma unidad básica
de análisis, o sea, la pulsión. El foco de interés kleiniano está detentado,
primordialmente, en la pulsión y las tendencias intrínsecas al sujeto, base de la
que también parte la teoría freudiana, sin embargo, lo más trascendental para ella
a la hora de trazar las directrices de la transformación edípica es la vertiente
agresiva de la pulsión, no la vertiente erótica.

Las tendencias agresivas son intrínsecas al sujeto y empiezan a hacerse


operativas desde las primeras configuraciones vinculares, su principal aporte es
plantar la semilla para la generación de la angustia, la cual como ya sabemos
dinamiza el desarrollo psíquico al desbordar las capacidades de afrontamiento del
sujeto, conduciéndolo así hacia los principales conflictos psico-sexuales. Antes de

154
considerar la angustia o cualquiera de sus implicaciones, debe advertirse que el
elemento primordial aquí son los ataques sádicos fantasiosamente desplegados
hacia la figura materna, responsables de la primera gran angustia de aniquilación.
A pesar de todo esto, la corriente erótica de la pulsión, que tanta importancia tiene
para Freud, sigue ocupando un papel fundamental, pues las intelecciones
kleinianas sobre el complejo de Edipo nos hablan de un sepultamiento que sólo
será posible a través de un acto de amor puro hacia los objetos, al final de todo el
sujeto deberá declinar sus pulsiones sádicas para conservar a sus padres unidos
e indemnes, lo que ha de llamarse un acto puro de amor.

Así queda claro que para Melanie Klein la angustia es el elemento más
trascendental al tratar de comprender el acaecer psíquico infantil, incluyendo
desde luego el paso por el complejo de Edipo. Es cierto también que para Freud la
angustia no constituye el eje central en su modelo de organización psíquica, pues
como se ha reiterado, él supedita los movimientos del sujeto, principalmente, a la
pulsión sexual; aquí el papel protagónico de la angustia queda reservado al
sepultamiento del complejo edípico, donde desata la transición definitiva para su
conclusión al promover la represión sobre los impulsos incestuosos y parricidas
(angustia de castración).

Lo anterior es parte de un repaso que, de manera muy general, nos muestra


algunos de los principales elementos a considerar a la hora de estudiar y
comparar el complejo de Edipo en ambos autores, correspondiendo a aspectos
teóricos a los que cada uno asigna grados de importancia diferente o son
enfatizados de manera especial. Pasando de lo general a lo específico,
encontramos unidades de comparación bastante interesantes, asuntos que
parecen ser coyunturales desde cada una de estas propuestas; tal es el caso de
las diferencias entre los sexos, algo a lo que tanto Freud como Klein dedican gran
interés y sobre el cual les resulta inevitable reflexionar.

155
Las palabras de Freud no son escasas al momento de teorizar acerca de la
diferencia psíquica y sexual entre los sexos, y es aún más prolijo para referirse al
desarrollo edípico del varón, para infortunio de quienes pretendemos auscultar su
obra, no es igual en el caso de la niña. Para entonces, una de las grandes
limitaciones del psicoanálisis se hace flagrante a través de la organización
psíquica de la niña, según el mismo Freud, su comprensión del complejo de Edipo
femenino presenta un panorama lleno de incertidumbre, que aún en los tiempos
finales de su obra quedó sin esclarecer; ello obedece a que en la mujer aparecen
ciertos conflictos específicos relacionados con el cambio de objeto sexual, la
castración (que es para ella un hecho ya consumado) y la envidia de pene
(condición que no tiene correlato en el varón). Como ya hemos ampliado en los
apartados dedicados a Freud, es él mismo quien reconoce los límites que a este
respecto presenta su teoría, mostrándonos además poco prometedoras
expectativas, siendo probablemente los conflictos propios de la mujer el punto más
obscuro en su esquema de organización psíquica. Luego de todo lo anterior, la
consecuencia más negativa que sobreviene es la repentina falta de argumentación
respecto al superyó femenino, pues a diferencia de lo que ocurre con el varón,
Freud se conforma con decir, en pocas palabras, que es considerablemente
menos severo debido a la inoperancia del complejo de castración, y que por el
momento no hay nada más que su psicoanálisis pueda esclarecer. Es una
situación en verdad lastimosa, pues deja espacios vacíos para el entendimiento de
un componente estructural decisivo para la estructuración del sujeto femenino.

En el otro lado de la balanza, algo bastante interesante resulta después de


interrogar a Melanie Klein sobre la relación entre el complejo de Edipo y la mujer.
Luego de nuestro recorrido por su teoría, es válido concluir que en muchos
aspectos ella construye sobre los espacios vírgenes dejados por Freud, por lo que
aporta al psicoanálisis un profuso esclarecimiento de los asuntos más

156
problemáticos del desarrollo femenino; Por supuesto, tales afirmaciones no deben
asumirse como indicativos de una relación de complementariedad de la teoría
kleiniana respecto a la teoría freudiana, donde Melanie Klein pretendería dar
legitimidad a los postulados freudianos aclarándole sus puntos oscuros, se trata
más bien de unas propuestas novedosas y originales, que de manera
independiente, terminan ayudando en tal función. Contrario a Freud, Melanie Klein
es bastante clara al referirse al complejo de Edipo femenino, y como hemos, visto
decanta de muy buena manera sus conflictos, su evolución sexual y vincular, la
transformación de sus tendencias innatas y, en un lugar especial, el superyó.

7.1 LA SEXUALIDAD EN EL COMPLEJO DE EDIPO

La dimensión sexual del desarrollo es uno de los apartados que mejor permite
la elaboración de un análisis comparativo, pues es considerada de manera
protagónica en cada uno de estos modelos de desarrollo, así que no es extraño
encontrar términos compartidos, por ejemplo, zonas erógenas, objetos sexuales,
impulsos incestuosos y castración. Al momento de trazar paralelos entre la
manera cómo Freud y Klein conciben la sexualidad dentro de su lógica
descubrimos puntos clave de concordancia y de disenso; desde ambos enfoques,
se dice que en principio no existe una diferencia psíquica reconocible entre sujetos
de distinto sexo, es decir, que durante los momentos más arcaicos del desarrollo
la sexualidad tanto del varón como de la niña se circunscribe al mismo objeto de
deseo, a la misma zona erógena y a los mismos fines pulsionales. La idea básica
compartida es que existe una indeterminación sexual al principio de la vida, por lo
que los patrones psíquicos y vinculares son los mismos, sin importar si se ha
nacido con pene o con vagina, y sólo a través del paso por el complejo de Edipo
empezarán a aflorar los rasgos de género específicos, que traerán como resultado
un sujeto sexualmente masculino o femenino.

157
La existencia de una condición sexual en principio compartida por hombres y
mujeres constituye un punto de convergencia entre ambos autores, aunque al
observar más profundamente, notamos que las similitudes no se extienden más
allá, puesto que las etapas sexuales primitivas que cada uno describe son
disímiles. Basta recordar que para Freud la sexualidad del varón y de la niña se
circunscribe a unos fines netamente masculinos; el niño, desde el principio, se
adscribe al modelo sexual que conservará durante el resto de su vida, un
esquema compuesto por la predilección hacia las metas activas (de penetración) y
deseando un objeto de características femeninas. Lo mismo ocurre con la niña,
quien se encuentra en una forma de placer clitoridiano (sustentado en un órgano
equiparable al pene del varón, y por ende filial de las metas activas) y
desplegando todo su erotismo hacia el objeto materno, el más primordial para
cualquier sujeto.

Los hallazgos de la teoría kleiniana muestran una situación similar, pero


presentada de manera inversa. No es para ella una naturaleza masculina lo
encontrado, en sujetos hombres y mujeres, durante los momentos precedentes al
complejo de Edipo, sino por el contrario, existe un ajuste más cercano al esquema
femenino de sexualidad. La lógica sexual de Melanie Klein, previa al
posicionamiento genital, circunda entorno a unos fines de incorporación en asocio
con las tendencias orales, inicialmente todo se trata del alimento pero con el
tiempo habrá de extenderse a distintas esferas de la vida psíquica. Incorporación
es un término relacionado con la adquisición en sí mismo de elementos externos;
así por ejemplo contamos como actos de incorporación, la apropiación de los
cuidados y los primeros rasgos identificatorios del objeto materno. De igual modo,
la atención y erotización del sujeto se dirige al cuerpo de la madre, enfatizando en
los órganos sexo-reproductivos, a saber, la vagina, el útero y los pechos, lo que

158
predice el anhelo infantil por emular a la madre en su capacidad para la
concepción de bebés y para albergar el pene paterno.

Aquí a diferencia de los edictos freudianos, es la niña quien conserva su


naturaleza sexual receptiva y de incorporación (acorde con su disposición genital)
a lo largo de toda su vida; no obstante, es afín a la idea freudiana de la necesidad
de una mudanza de objeto, pasando de desear a la madre a desear al padre. El
estilo predecible y directo de la transformación sexual del varón es dejada de lado,
puesto que es él quien debe realizar las mudanzas psíquicas más complejas,
siendo menester el paso de unos fines femeninos (de incorporación) a los fines
penetrativos, en correspondencia con su anatomía y fisiología genital.

A pesar de haber invertido las condiciones sexuales primigenias, mostrando


un transcurrir más directo para la mujer, donde ella conserva sus fines sexuales,
Melanie Klein concuerda con Freud al afirmar que el proceso edípico de la niña es
más enmarañado y complejo que en el varón. Tal realidad, que ambos reconocen,
se sustenta en la idea de una ambivalencia genital presente en la niña, es decir, el
hecho de poseer dos zonas erógenas genitales de igual valor gratificante. El
clítoris, relacionado con impulsos masculinos, y la vagina, referida a impulsos
propiamente femeninos, cuyo predominio es necesario para consolidar una
sexualidad adulta. Claro está, que la condición ambivalente no se restringe
únicamente a los órganos genitales, puesto que existen durante este periodo
fluctuaciones entre el amor a la madre y el amor al padre, moviéndose al mismo
tiempo entre la homosexualidad y la heterosexualidad.

En síntesis, para Freud existe una fase masculina originaria, mientras que
para Melanie Klein, la sexualidad primordial es de carácter puramente femenino,
en un periodo que denomina complejo femenino, y que incluye por supuesto al
varón.

159
7.2 LA IDENTIFICACIÓN

Otro de los puntos relevantes respecto al Edipo, corresponde a los procesos


identificatorios. Para ambos discursos es un hecho consabido que la identidad de
género definitiva ha de ocurrir en el sujeto por vía del objeto parental del mismo
sexo, lo que en rigor quiere decir que la madre debe erigirse como el modelo
identificatorio para su hija, prestándole los rasgos que la posicionarán en su
género femenino; lo mismo habrá de ocurrir con la figura paterna en el caso del
varón. La identificación no refiere, exclusivamente, a los rasgos psíquicos
adquiridos de acuerdo al género del sujeto; alude también a procesos primitivos
existentes desde tiempos más remotos del desarrollo. Desde ambas propuestas
se reconoce la existencia de una suerte de identificación primitiva, que toma como
objeto, en todos los casos, a la madre y que incluso antecede a la identificación de
género resultante de los procesos edípicos. Se trata de una identificación con el
más primordial de los objetos: la madre; cualquier sujeto, sea hombre o mujer,
deberá indispensablemente establecer una sintonía con dicho objeto parar hacer
propios sus cuidados y establecer un vínculo de comunicación recíproca con él.

Ahora bien, Melanie Klein extiende el papel identificatorio con la madre más
allá del tiempo y los sucesos psíquicos preedípicos. Durante la denominada fase
femenina de su propuesta, la madre se posiciona como un objeto de identificación
aún más complejo; tanto el niño como la niña experimentan enormes montos de
fascinación por las capacidades sexo-reproductivas de la madre, dando lugar así a
un deseo de igualarla y ponerse a su mismo nivel, pues esperan incorporar para sí
el pene paterno (aspecto sexual) y los bebés que guarda el cuerpo de la madre
(aspecto reproductivo). El varón deberá aguardar el paso por el complejo de
Edipo, que sin grandes trabas le permitirá hacer una mudanza en el objeto de

160
identificación e incorporar los rasgos masculinos de su padre. Sin embargo, la niña
luego de una tortuosa relación con la madre habrá de conservarla en su función
identificatoria, aunque antes debe reconciliarse con ella y reponerse del dolor
narcisista que ha sufrido (madre castrante), aumentando así los niveles de
integración y abriendo paso a los mecanismos de defensa reparatorios.

Ya sabemos que las características del vínculo identificatorio primordial entre


el varón y su madre son, por mucho, similares a las de la niña, así se entiende
desde el discurso de ambos autores. A pesar de ello, Melanie Klein hace
declaraciones más prolijas entorno a la manera como la evolución del vínculo va
transformando esta situación inicial. Según nos cuenta, en el caso del varón tal
identificación está destinada a fracasar, pues su cuerpo es incapaz de igualar o
competir sexo-reproductivamente con el de su madre, y es por ello que el varón
deberá pasar por una mudanza de objeto identificatorio. Tal como van las cosas,
podría pensarse que la niña cuenta con una ventaja sobre el varón, pues al final
ella conserva el mismo objeto de identificación; sin embargo, la consolidación
identificatoria, al igual que la sexual, resulta ser un proceso mucho más simple y
fluido en el varón. La figura paterna provee al varón un nuevo modelo para emular
y resignificar, de una manera más positiva, el trauma por haber nacido con un
pene y carecer de los órganos sexo-reproductivos femeninos, vagina, senos y
útero.

En el caso de la niña, tal como ocurre con su consolidación genital, la


situación resulta más compleja, ya que en primer lugar se distancia de la madre
reprochándole por la inmadurez de unos genitales infantiles que le hacen sentir
inferior, lo que al mismo tiempo implica rechazarla como modelo identificatorio;
luego recurre a la figura paterna, respecto a quien también habrá de experimentar
una gran decepción, al notar que él posee un órgano genital imposible de igualar
con su pequeño clítoris e incongruente con su realidad anatómica. Finalmente, las

161
dificultades de esta nueva tentativa identificatoria la harán retornar a la madre,
momento en el que la erige como su único objeto de identificación; algo que tiene
lugar sólo cuando la disminución en los montos de hostilidad y angustia hacia ella
lo permitan, dando lugar al establecimiento de un vínculo de amor tierno.

Concluimos así, que al hablar del varón ambos autores coinciden en


reconocer una identificación primordial con el objeto materno, y aunque Melanie
Klein profundiza más en la función de esta última en cada uno de los sexos, lo
cierto es que en todos los casos será un asunto viable de resolver con la aparición
de la figura paterna, al posicionarse como la nueva figura identificatoria. En el caso
de la niña se admite la existencia de una identificación primordial hacia la madre y,
tal como ocurre con el varón, coexistiendo junto a la catexis de objeto; la niña
deberá arreglárselas durante las primeras etapas de su desarrollo para encontrar
un nuevo objeto de amor (heterosexual) y conservar el proceso identificatorio
hacia la madre, asumiendo para sí misma los rasgos propios de un ser femenino;
la verdadera dificultad para ella consiste en mantener una relativa independencia
entre ambos procesos, evitando que la hostilidad responsable por el desasimiento
de la catexis de objeto permee el vínculo identificatorio que debe conservarse.

Las fallas percibidas por el sujeto en la función materna demarcan el inicio de


la transformación del vínculo primordial. Freud afirma que el principal conflicto, en
una época ya asociada al complejo de Edipo, tiene que ver con la reprensión de
los actos sexuales y con su responsabilidad en concebir a la niña como un sujeto
anatómicamente inferior. Melanie Klein, comparte las anteriores consideraciones
freudianas, pues dedica extensas palabras a describir su idea de la madre
castrante, cuyo papel es coartar los impulsos intrínsecos del sujeto, ya sea que se
asocien con la pulsión de muerte o con la pulsión sexual; lo especial aquí es que
ella amplía el pensamiento psicoanalítico a este respecto, pues profundiza y
estudia de una manera más detallada las fallas maternas en su función

162
identificatoria. Recordemos que los planteamientos freudianos en cuanto a la
ruptura de la ligazón-madre no implican, necesariamente, un menoscabo del
vínculo identificatorio, pues la niña y su madre comparten el infausto destino de la
castración, es decir, existe una desgracia que las identifica a ambas y les da el
mismo lugar de inferioridad frente a la anatomía del varón, o al menos así se
asume desde la perspectiva femenina.

Melanie Klein admite la existencia de fallas maternas en ambas dimensiones


del vínculo, a saber, la sexualidad y la identificación. La primera de tales fallas se
ve imbuida en el conflicto debido al acaparamiento que hace la madre de los
bebés y el pene paterno, privando a la niña de los objetos que supone
responsables por la satisfacción sexual y dejándola con unas expectativas no
resueltas. En segundo lugar tenemos el plano identificatorio, donde la madre es
responsable por el delito de no otorgarle el genital correcto, pues en lugar de
poseer un órgano real que le haga sentir en capacidad de rivalizar con el varón,
únicamente le queda un deseo de maternidad insatisfecho, incierto, confuso y por
demás muy intenso.

7.3 EL SUPERYÓ

Finalmente, en lo tocante a otro de los ejes básicos de análisis: el superyó,


nos encontramos con una posición muy particular en cada uno de ellos.
Empezando con la propuesta freudiana, se destaca la aparición del superyó como
un derivado del sepultamiento edípico, es decir, que tiene lugar como resultado de
la angustia de castración que experimenta el sujeto en el vínculo paterno;
concluyéndose por tanto que la estructura superyoica propia de la teoría freudiana
toma como modelo al padre, pues es éste el representante de la ley. En los
planteamientos kleinianos nos topamos con un superyo bastante disímil, en

163
aspectos que incluyen su origen, su evolución, y la severidad que puede desplegar
hacia el sujeto. Desde este enfoque encontramos un superyo pregenital y que
antecede la llegada al complejo de Edipo, no aparece como resultado del epílogo
edípico, por el contrario, su formación obedece a procesos identificatorios de
diversos momentos y es su influencia sobre la vida psíquica lo que mueve al
sujeto hacia tal fase del desarrollo. El superyó kleiniano es el principal generador
de angustia, siendo así responsable por las crisis que movilizan al sujeto hacia los
conflictos típicos del complejo edípico.

Las elucubraciones freudianas entorno al complejo de Edipo muestran una


similitud entre la naturaleza del superyó masculino y el superyó femenino, pues
ambos provienen del vínculo paterno. Sin embargo, las características descritas
para cada uno de estos casos son, por mucho, diferentes; ya hemos sido
partícipes del severo proceder intrínseco a la estructura superyoica masculina,
justificado en la amenaza de mutilación sexual que recae sobre el sujeto. Por otro
lado, se reconoce la ausencia de una angustia de castración en la pequeña niña, o
por lo menos ausente en el sentido masculino, que evidencia una condición
castrada real de la mujer y no una amenaza, derivando según Freud, en una
organización superyoica más lábil y permisiva que en el hombre, existiendo
además una imprecisión en cuanto a la manera como ocurre y los motivos por los
que se origina.

Melanie Klein comparte con Freud su opinión acerca del superyó masculino,
concuerda con él al admitir que el origen de la organización superyoica del niño se
relaciona con la angustia de castración paterna, aunque primitivamente también
haya experimentado las angustias persecutorias del superyó pregenital (materno).

En adición, ambos autores proponen para el caso de la pequeña niña un


complejo de castración que no se hace operativo por medio de la figura paterna,

164
aunque Melanie Klein va más allá de tal premisa al afirmar que la niña también
conserva en su ordenamiento psíquico definitivo un superyó de tipo materno,
considerado más sádico y punitivo. En esta misma, lógica se conciben las
prácticas sobrecompensatorias femeninas, relacionadas con una búsqueda de la
perfección física a través del maquillaje, la decoración y el ejercicio; igualmente,
asuntos tan típicamente femeninos como la inconformidad consigo misma, la
rivalidad, la competitividad y la envidia hacia otras mujeres, es el resultado de tal
severidad superyoica.

Por último, es nuestro deber acotar que, en lo referente al superyó, existen


paridades y diferencias que denotan una relación dual entre ambas teorías; a
pesar de todo debe resaltarse que las diferencias parecen tener un peso mayor,
puesto que apuntan a los asuntos más esenciales. Auscultando en los escritos
freudianos notamos un vínculo de extrema proximidad entre el complejo de Edipo
y la estructuración superyoica; de manera contraria Melanie Klein se empeña en
declarar la relación existente entre los estados preedípicos y el superyó, es una
relación sustentada en sus estudios clínicos, donde encuentra angustias y
sentimientos de culpa severos asociados a las etapas oral-sádica y anal-sádica.
Dicho sea de paso, que un cambio de este talante en la forma de concebir el
origen del superyó comporta también un cambio en su manera de influir sobre el
psiquismo del sujeto; es así como el superyó pregenital del planteamiento
kleiniano se caracteriza por unos niveles mucho más elevados de sadismo y
severidad, cuya insidia se magnifica por la condición inmadura y desintegrada de
los mecanismos psíquicos.

Más allá de las similitudes, diferencias, contradicciones, aciertos y desaciertos


de ambas propuestas teóricas, lo cierto es que el valor bruto que subyace en cada
una de ellas es incalculable. Freud fue conocido por su seriedad y férrea
convicción a la hora de defender su pensamiento, por lo que trató de contener los

165
límites de su psicoanálisis hasta el final de sus días, haciendo respetar conceptos
como la sexualidad infantil, el inconsciente, la pulsión y el método clínico, entre
otros.

La muerte del creador del psicoanálisis permitió que sus fronteras teóricas se
desdibujaran para dar paso a incontable número de vertientes y ramificaciones
que hoy son difíciles de calcular. Aunque el mapa de las vertientes psicoanalíticas
del siglo XX puede parecer abigarrado, también es cierto que existen figuras que
lograron destacarse especialmente, tal es el caso de J. Lacan, M. Klein, A. Freud y
H. Hartmman. Las polémicas y discusiones respecto a qué teoría o autor está por
encima de los demás o entorno a quién es más freudiano terminan, las más de las
veces, enrareciendo el ámbito académico y desviando la atención de asuntos más
importantes como los aportes al conocimiento y la resolución de los conflictos
humanos.

Ninguna de dichas teorías está exenta de inconsistencias, contradicciones y


puntos cuestionables, ni siquiera el psicoanálisis freudiano. Algunos de los más
importantes principios epistemológicos nos exhortan a pensar las teorías o
discursos (ya sean exactos o humanos), en términos de sus posibilidades para ser
rebatidas, cuestionadas, corregidas y transformadas, pues de lo contrario, estarían
más cerca de ser un dogma. Dicho esto, es necesario tomar como ejemplo la
actitud autocrítica de Freud respecto a sus consideraciones teóricas y prácticas,
donde no existe temor en reconocer equivocaciones del pasado, donde no existe
recelo en expresar las inconsistencias y donde hacer manifiestas las
imposibilidades propias constituye el primer paso para inspirar a otros a construir
sobre lo no construido o concluir lo inacabado.

En este orden de ideas, vale recordar que las teorías no pueden permanecer
incólumes al paso del tiempo, más aún si su objeto de estudio se centra en

166
fenómenos sociales o humanos que evolucionan de manera impredecible. Ya han
transcurrido más de cien años desde el nacimiento del psicoanálisis, por lo que
cabe cuestionarse su validez con relación a los acontecimientos contemporáneos.

En los círculos psicoanalíticos y psicológicos actuales se habla, por ejemplo,


de una declinación progresiva del nombre del padre, es decir, una resignificación
de la función paterna motivada por los cambios en las configuraciones familiares,
los roles sociales y de género, y la relación del sujeto con la norma, algo que pone
en cuestión la vigencia de una teoría claramente paternalista. Asimismo, las
particularidades económicas, sociales y políticas mandan al traste los ideales
clínicos requeridos para la consecución de la verdadera cura analítica; resulta
difícil concebir intervenciones terapéuticas de alto costo y de larga duración en un
entorno con serias dificultades económicas (pobreza, desempleo) y con un
sistema de salud al borde del colapso.

Con el fin de evitar las comprensiones y utilizaciones anacrónicas del


psicoanálisis, se vuelve necesario trascender las barreras del pensamiento
freudiano y estar prestos a escuchar lo que otros grandes pensadores se han
cuestionado. Se dice que en la actualidad no existe un solo psicoanálisis y es
tanta la difusión que han tenido los principios freudianos que, hoy día, buscar
criterios de unificación (teóricos y técnicos) se convierte en una tarea imposible, lo
que convierte el psicoanálisis en una suerte de torre de Babel en la que se hablan
lenguajes diferentes. Aquí es donde notamos la importancia de Melanie Klein,
quien aparece como otra de las grandes figuras, para poner el psicoanálisis a
hablar en el lenguaje de las emociones humanas.

Entre los puntos más destacados del pensamiento kleiniano pueden citarse, el
lugar de las emociones en los procesos de estructuración psíquica (amor, odio,
angustia), los principios de análisis infantil y el enfoque en los procesos

167
preedípicos, entre otros; y es gracias a ellos que ocupa un lugar privilegiado en la
historia del psicoanálisis. En ella puede resaltarse la creatividad y la convicción
para mantenerse firme en sus descubrimientos, aun cuando fuera abiertamente
atacada en algunos círculos psicoanalíticos.

El valor neto que subyace al pensamiento kleiniano se centra precisamente en


construir sobre lo no construido por Freud. Ella fue una de las primeras en
expandir las fronteras teóricas y clínicas del psicoanálisis al estudiar directamente
el mundo de las fantasías infantiles, una de las grandes limitaciones de la época,
respetando criterios tan ortodoxos como el uso de la transferencia y el estudio de
los fenómenos inconscientes. Asimismo, muchos de sus empeños estuvieron
centrados en colegir un modelo de estructuración psíquica en la mujer, donde
fuera posible comprender cómo nacían, se expresaban y concluían fenómenos
coyunturales descriptos por Freud, por ejemplo, la castración, la organización
erógena, la identificación, el superyó, entre otros.

Más que tratar de poner calificativos a la perspectiva kleiniana, más que tratar
de decir si es o no es una teoría psicoanalítica, más que tratar de darle un valor
proporcional a su filiación con los postulados freudianos, lo verdaderamente
importante es tratar de asumir una posición constructiva que permita reconocer la
valía de sus aportes, dilucidar su lógica interna para comprender mejor los motivos
detrás de sus planteamientos, y finalmente, poder tomar una decisión
fundamentada respecto a qué elementos se pueden utilizar o descartar. Siempre
teniendo en cuenta que Melanie Klein también hace parte de la historia del
psicoanálisis.

168
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