Comunicación, Cultura y Sociedad
Comunicación, Cultura y Sociedad
Comunicación, Cultura y Sociedad
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Una vez dominado el pueblo, vaciada o descalificada su cultura, los conquistadores
inician el proceso de aculturación. Por el mismo, se imponen valores culturales que son
presentados como único modelo válido en todas las esferas de la vida del individuo. De este
modo, se sustituye la cultura autóctona por la de los colonizadores, pero no en igualdad de
oportunidades, ya que los dominados generalmente deben trabajar para los primeros,
pudiendo sólo excepcionalmente adquirir el pleno legado de la civilización conquistadora.
Mediante la aculturación, se confunden los factores de identificación de una cultura, y los
miembros de esa comunidad llegan a aceptar su propia cultura como inferior a la impuesta.
Sin embargo, nunca la deculturación es completa; siempre permanecen rasgos
culturales propios resistiendo a la imposición, aun formando parte de una cultura enajenada.
A veces toman la forma de sincretismo cultural o religioso, mediante el cual
aparecen disfrazados u ocultos bajo nuevas formas, elementos culturales o religiosos de
profunda significación para el pueblo sometido. Su reconocimiento es un instrumento
indispensable para la lucha por la liberación de la nación subyugada.
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Catherine Walsh es socióloga, magíster en Educación Bilingüe y doctora en Educación, Sociolingüística y
Psicología Cognoscitiva. Es profesora principal y directora del doctorado en Estudios Culturales
Latinoamericanos de la Universidad Andina Simón Bolívar, sede de Ecuador, donde también dirige el Taller
Intercultural y la Cátedra de Estudios de la Diáspora AfroAndina.
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La interculturalidad, más que el reflejo de una situación existente, es un proceso, una
perspectiva o un proyecto a construir, que consiste no solamente en la convivencia e
intercambio de diferentes expresiones culturales, sino que aspira también a que se
produzca en términos de respeto y valoración de la diversidad y de búsqueda de la
igualdad, lo cual requiere comprender que la cultura hegemónica no es la única. Si
tomamos la definición de la UNESCO, la interculturalidad se refiere a “la presencia e
interacción equitativa de diversas culturas y a la posibilidad de generar expresiones
culturales compartidas, a través del diálogo y del respeto mutuo”.
Esta perspectiva asume también que lo que entendemos por cultura no puede
circunscribirse a compartimentos cerrados, mucho menos estáticos. Ningún grupo social se
encuentra aislado de los demás y la interacción conlleva intercambios, muchas veces
atravesados por relaciones de poder. Este campo de intercambios, entonces, es lo que llevó
a algunas antropólogas y antropólogos a repensar el concepto de cultura para poder
enunciar las relaciones de poder y el componente histórico que atraviesa a las distintas
tramas de significados, sentidos y modos de interpretar el mundo. Estos sentidos y
prácticas a las que llamamos cultura son construidos a lo largo de la historia, y es por eso
que no podemos pensarlos como esencias inmutables que permanecen intactas en el
tiempo. Asimismo, no tienen fronteras impermeables, sino que es en la interacción donde se
van reconstituyendo. La interculturalidad es parte de ese proceso.
Durante años, la interculturalidad y la diversidad étnica de este continente fue
negada y silenciada por los Estados y por gran parte de su población.
¿Qué es la colonialidad?
Desde la organización de la sociedad colonial en América, se fueron construyendo
jerarquías en las poblaciones y en sus respectivos saberes. Así, la sociedad colonial se
estableció a partir de un sistema de castas que separaba a las y los españoles de las
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poblaciones indígenas, negras y mestizas, a la vez que les adjudicaba determinadas
obligaciones. La progresiva construcción de la noción de raza fue consolidando la idea de
que existían diferencias naturales por las cuales la población occidental europea se
presentaba como único sujeto racional, mientras que se inferioriza y margina a las
poblaciones colonizadas. Así, características físicas que diferenciaban a las y los europeos
de los pueblos conquistados se volvieron cruciales para establecer y legitimar las jerarquías
sociales, con la consecuente jerarquización también de los saberes y formas de
conocimiento. La diferencia cultural se instauró de este modo como diferencia colonial, es
decir, como una relación de desigualdad.
Se fue implantando así un patrón de poder que el sociólogo peruano Aníbal Quijano
llamó colonialidad. Para Quijano, las características coloniales de las sociedades
latinoamericanas no son una herencia posible de ser superada por la modernidad, ni
tampoco un sustrato refuncionalizado por otras configuraciones posteriores, sino que
colonialidad y modernidad funcionan como contracaras del patrón mundial de poder
capitalista desplegado a partir de la conquista de América. Este patrón de poder se funda en
la imposición de la idea de la raza como elemento de clasificación social en torno al cual se
reconfiguran las categorías clase y género, opera en todos los ámbitos materiales y
subjetivos, y origina nuevas identidades sociales y geoculturales. Asimismo, impone el
eurocentrismo como única racionalidad válida y como emblema de la modernidad. Esta
perspectiva de análisis sostiene, así, que la diferencia entre colonizador y colonizado
concebida en términos raciales constituye un elemento estructural indispensable dentro del
sistema de dominación. De este modo,
pone en escena la importancia de la
racialización de los grupos sociales aun en
los Estados independientes.
Su persistencia como forma de clasificación
de las poblaciones radica en adjudicar las
jerarquías sociales como diferencias de
naturaleza.
¿Qué sucedió con estas ideas en la Argentina durante la conformación del Estado
nacional?
Desde fines del siglo XIX y comienzos del XX, período de conformación del Estado
nacional argentino, las elites gobernantes construyeron una mirada en torno al territorio
como un espacio despoblado, un desierto necesitado de inmigración. Se produjo entonces
un viraje respecto de las políticas que se habían ejercido con los pueblos indígenas —tanto
en el sur de nuestro país como en el Gran Chaco— durante buena parte del siglo XIX.
Recordemos que, para ese período, la frontera sur de Argentina no se extendía más allá del
sur de la provincia de Mendoza, San Luis, Córdoba y Santa Fe, y el sur de la provincia de
Buenos Aires. Es decir que, si bien el Estado argentino se imaginaba extenso, no tenía sobre
el territorio un control efectivo. La cartografía operaba como parte de ese imaginario que
pretendía apropiarse del territorio de La Pampa y la Patagonia pero sin poder hacerlo en el
marco de la incipiente organización nacional. Esa extensa frontera con las poblaciones
indígenas durante la primera mitad del siglo XIX fue escenario de intensos intercambios
económicos y culturales. Allí se establecieron algunos grupos indígenas a los que se llamó
indios amigos, con los cuales se comerciaban diferentes artículos y que funcionaron como
mediadores que tenían un margen de negociación con el Estado.
La llamada “campaña del desierto” (1879- 1885) fue una campaña de exterminio,
anexión territorial y sometimiento de sus poblaciones lanzada sobre los territorios de la
Pampa y la Patagonia. Más tarde (1885- 1938), la denominada “conquista al Gran Chaco”
(“desierto verde”) fue acompañada de políticas asimilacionistas, que se basaron en la
imposición de pautas culturales occidentales. En ambos casos, se instituyó la adopción del
castellano en las escuelas y en ámbitos de uso público, en detrimento de los otros idiomas,
así como la absorción de las historias de las comunidades a una supuesta historia nacional.
Tanto las campañas concebidas a partir de la idea de exterminio como las políticas
asimilacionistas buscaron acabar con las diferencias culturales existentes en pos de una
cultura nacional homogénea, caracterizada como blanca y descendiente de aquella
inmigración europea. Recién décadas más tarde comenzó a contemplarse una herencia
indígena como componente de la Nación argentina, pero concebida como elemento
folklórico, que habría permanecido intacta a lo largo de los siglos. Así, las maestras de las
áreas rurales fueron encomendadas, en la década de 1920, a recolectar canciones, poemas
y relatos de las comunidades indígenas a la manera de coleccionistas en busca de piezas de
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museo. De este modo, se le negaba a la cultura indígena su carácter histórico, concibiendo
solamente su existencia en tanto elemento del pasado, pero rechazando su agencia política
en el mundo actual. El paradigma de la interculturalidad propone hacer visible esa
diversidad cultural y lingüística existente al interior de la nación, pero también visibilizar la
matriz de poder que genera desigualdad entre la cultura nacional convertida en
hegemónica y las que quedaron relegadas al rol de la otredad o invisibilizadas. Esto implica
necesariamente desestabilizar la cultura hegemónica.
Visualizamos el video “Pueblos originarios, programa cero”, del Canal Encuentro para
aproximarnos a los temas de la clase de hoy.
Actividad grupal
➢ Lean la noticia titulada “Aprobaron la restitución de los restos de cuatro yaganes a su
comunidad en Chile” publicada en Télam y la noticia titulada “El Museo de La Plata
devolverá en junio a los Mapuches el cráneo del cacique Juan Calfucurá”, publicada
por el Observatorio de los Derechos de los Pueblos Indígenas y campesinos de la
Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires.
Luego de leerlas, conversen a partir de las siguientes preguntas y redacten un texto que
resuma lo charlado.
¿Por qué piensan que estos restos humanos fueron exhibidos en el Museo de La Plata?
¿Qué sentidos o significados piensan que transmite la exhibición de esos restos? ¿Qué
significado tenían para la idea de nación argentina? ¿Piensan que es importante la
restitución de restos? ¿Por qué?