El Mandril de Madame Blavatsky
El Mandril de Madame Blavatsky
El Mandril de Madame Blavatsky
EL MANDRIL
DE MADAME
BLAVATSKY
HISTORIA DE LA TEOSFÍA
Y DEL GURÚ OCCIDENTAL
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
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Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
ÍNDICE
Agradecimientos ...................................................................................... 4
Notas ........................................................................................................ 5
Introducción: El color turquesa ................................................................ 6
1. La fuente y la clave ........................................................................ 10
2. Maloney y Jack .............................................................................. 31
3. Noticias de ninguna parte .............................................................. 52
4. Problemas ...................................................................................... 72
5. Sucesión apostólica........................................................................ 90
6. Segunda generación ..................................................................... 109
7. Muchachos y dioses ..................................................................... 129
8. Ahrimán y Lucifer ....................................................................... 147
9. Juegos de guerra .......................................................................... 164
10. Viajes ........................................................................................... 185
11. Aventuras ..................................................................................... 205
12. Clases de vida .............................................................................. 225
13. Calamidades................................................................................. 245
14. El fin del sendero ......................................................................... 261
15. Vidas privadas ............................................................................. 276
16. Pecadores ..................................................................................... 288
17. Los gurús en la guerra.................................................................. 301
18. Terminaciones ............................................................................. 325
19. Regreso ........................................................................................ 344
20. Del sistema a la fuente ................................................................. 358
21. Climaterio .................................................................................... 370
Conclusión: El mandril triunfante ........................................................ 383
Bibliografía .......................................................................................... 391
Indice de nombres ................................................................................ 402
3
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
AGRADECIMIENTOS
He contraído deudas de gratitud con muchas personas mientras escribía este li-
bro. Algunas me han pedido permanecer en el anonimato. Entre las que no, estoy
agradecido a la difunta Elizabeth Bennet, Charles Clasen, el difunto Michael
Franklin, Seymour Ginsburg, sir Lees y la honorable lady Mayali, Bili Thomson y
Lesley Wilson.
Mis gracias en particular a James Moore, que sin reparos ha compartido con-
migo su profundo conocimiento de Gurdjieff y la Obra, y a Andrew Rawlinson,
que generosamente me enseñó los borradores de sus trabajos aún no publicados
sobre los maestros espirituales. Entre otras muchas cosas, le debo la expresión
«gurú occidental».
También he recibido ayuda e información de la Sociedad Aetherius, la Socie-
dad Antroposófica, la Iglesia Universal y Triunfante, la Fundación Internacional
Emisario, la Llama Eterna, la Gran Hermandad Blanca, el Centro Krishnamurti de
Brockwood Park y la Sociedad Teosófica.
La señorita Lilian Storey, bibliotecaria de la Sociedad Teosófica, ha sido parti-
cularmente amable, igual que el personal de la Biblioteca de Londres, del Museo
Británico y de la Oficina Pública de Registros. También estoy agradecido al Insti-
tuto Warburg, la Biblioteca Williams de la Universidad de Londres y la Biblioteca
de la Universidad de Middlesex.
Mi correctora, Vicki Harris, cuya capacidad y encanto hicieron que el largo
texto fuera menos oneroso, sólo es responsable de sus aciertos. El soberbio índice
ha sido preparado por el decano en esta materia, Douglas Matthews, de la Biblio-
teca de Londres. Dan Franklin, que encargó este libro, trabajó pacientemente en
sus varias versiones y me alentó en cada etapa de la obra, figura en la dedicatoria
del libro.
4
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NOTAS
Abreviaturas
5
INTRODUCCIÓN
EL COLOR TURQUESA
1
D. Icke, The Truth Vibrations, Aquarian Press, 1991.
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2
Sun, 29 de marzo de 1991.
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UNO
LA FUENTE Y LA CLAVE
1
El inicio de la carrera de Prince está recogido en su libro de 1842, The Charlinch Revival.
Véase también A. Huxley, The Olive Tree, Chatto & Windus, 1936, y J. Montgomery, Abodes of
Love, Putnam & Co., 1962.
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prédica de Prince hedía a metodismo, un credo que para la mentalidad de casi to-
dos los anglicanos estaba relacionado con los políticos revolucionarios.
Amonestados repetidamente por el obispo a causa de sus excesos, Starkey y
Prince abandonaron Charlinch y luego la propia Iglesia de Inglaterra. Al cabo de
un tiempo se establecieron en el cercano pueblo de Spaxton y fundaron allí una
comunidad religiosa independiente, conocida como la Agapemonés o Morada del
Amor. La financiaron sus seguidores más ricos, principalmente mujeres, entre
ellas las cuatro hermanas Nottidge, tres de las cuales se casaron con discípulos de
Prince. Aunque la familia de estas mujeres se las arregló para meter en un asilo a
la cuarta hermana antes de que siguiera la suerte de las otras tres, era tal el poder
de persuasión de Prince que logró liberarla para que al cabo del tiempo se uniera a
sus hermanas.
El dinero acudió generosamente a la comunidad y Prince no tardó mucho en
poseer una fortuna que superaba el millón de libras en valores de hoy. Construyó
una gran casa de campo en Spaxton para los Hermanos y Hermanas de su comu-
nidad y vivió allí sin privaciones, con una sala de billar, carrozas y varios lacayos.
Anunció que estaba unido al Espíritu Santo y, por consiguiente, era inmortal; hizo
que sus seguidores se dirigieran a él como «Bien amado» y recibió sin sorprender-
se cartas encabezadas por «Dios nuestro señor».
La doctrina fundamental de la Agapemonés era la redención del cuerpo por el
amor. Según Prince, esta posibilidad no la procuraba el cristianismo convencional,
que mortificaba la carne en beneficio del alma siguiendo el modelo del sacrificio
de Cristo. Pero Dios había revelado a Prince que Jesús, lejos de ser Su última pa-
labra sobre el tema de la redención, era sólo una en medio de una larga serie de
avatares, que empezaban con Adán y Noé y culminaba en el mismo Prince. Cada
uno de esos avatares había sido elegido para consolidar una etapa decisiva en la
evolución del plan divino. La tarea de Cristo había terminado en la agonía de la
crucifixión, pero al Bien Amado se le había conferido un destino más amable.
Porque, así como el Espíritu Santo se había introducido en Prince otorgándole el
don de la inmortalidad, del mismo modo Prince tenía el encargo de extender esta
bendición sobre los demás.
Primero de todo la extendió sobre la Hermana Zod Paterson, con quien públi-
camente consumó su divina unión en un sofá de la sala de billar de Spaxton, en
presencia de la congregación de Hermanos y Hermanas. Aunque el Bien Amado
había anunciado previamente la ceremonia sin dar detalles, no reveló su naturaleza
ni el nombre de la afortunada muchacha, y lo que sucedió sorprendió algo a la
comunidad. Prince tranquilizó a sus discípulos diciendo que, bajo la nueva dispen-
11
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
2
Hay una extensa lileraruta sobre la religión y disidencia victorianas. De especial importancia
para este tema son W. S. Smith, The London Heretics, Dodd, Mead, 1968; O. Chadwick, The Secu-
larization of the European Mind in the Nineteenth Century, Cambridge University Press, 1975.
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divinidad, ¿por qué no iba a poseerla Prince? Si Jesús era único, también lo era
Prince. Y si el apóstol Pedro pudo fundar una iglesia, ¿por qué no iba a fundarla el
Bien Amado?
Tales problemas de plausibilidad y autoridad son tan viejos como la Iglesia
misma. Cuando se introdujo la revelación, las formas creadas para encarnarla os-
curecieron inevitablemente el impulso que les dio el ser. Surgieron los grupos y
las discusiones sobre la interpretación de la doctrina. Esto siempre se complica
con cismas entre corporativistas como el obispo de Bath y Wells, que exigía la
sumisión a la autoridad institucional, y personas carismáticas como Prince, que
proclamaba la validez de su revelación y contestaba a las objeciones diciendo que
Jesús también había sido perseguido. Tales disputas se agravan después por las
batallas entre los universalistas que buscan una doctrina común y aquellos que
insisten en la prioridad de la relación individual de cada uno con Dios.
Pero el siglo XIX trajo nuevas y serias dificultades. Las dudas sobre el cristia-
nismo mantenidas desde hacía tiempo y las disputas sobre el rango institucional se
intensificaron con el creciente prestigio y autoridad de las ciencias naturales y la
complicación cada vez mayor de la exégesis bíblica. Mientras la tecnología inva-
día el sentido sacramental de un mundo creado y sustentado por el poder divino,
los estudiosos modernos en textología e historia, basándose en disciplinas tales
como la filología y la etimología, desmitificaban la Biblia y humanizaban la figura
del mismo Cristo. El cristianismo quedó reducido en consecuencia a poco más que
una interesante historia tribal con una moral influyente, más o menos encarnada
en las instituciones cristianas legales y políticas. Jesús, en semejante contexto, no
aparecía como el único Cristo, sino como un influyente maestro entre otros mu-
chos, como Buda, Sócrates, Confucio, Manú y Lao Tse. Algunos de estos maes-
tros eran míticos, otros eran figuras históricas envueltas en un caparazón mítico
que la erudición contemporánea hacía desaparecer gradualmente, un proceso que
sugería que el propio cristianismo pudiera ser una especie de ficción, una narrativa
trascendente que podría dar todavía significación a la «historia» individual de ca-
da persona, sin que fuera verdad en ningún sentido objetivo. Este debilitamiento
de la exclusiva autoridad divina de Cristo abrió una brecha de dudas lo suficien-
temente amplia para que por ella se colara una buena cantidad de Princes.
Ninguna de estas circunstancias niega necesariamente la validez de la expe-
riencia cristiana, excluye la posibilidad de la vida espiritual o milita contra la exis-
tencia de las iglesias establecidas como tales, pero todas juntas sí que perturban
estos tres aspectos señalados. Debido a esto, los resurgimientos religiosos del si-
glo XIX se caracterizaron a menudo por la tendencia a identificar la «verdadera»
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Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
Una fuente poderosa pareció durante un tiempo que iba a dar la clave del mis-
terio más profundo de todos. El hambre espiritual insatisfecha que afligió a tantos
victorianos hizo que éstos fijaran su principal atención, y de modo obsesivo, en
los ritos y protocolos de la muerte, estimulados por la incertidumbre acerca de la
naturaleza —e incluso la existencia— de la vida de ultratumba. Este apetito fue
satisfecho de modo repentino y sorprendente en 1848 por la familia Fox, de Hy-
desville, Rochester, Nueva York, cuando las dos hijas de la casa —Katherine, de
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Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
nueve años, y Margaret, de trece— empezaron a recibir lo que ellas decían que
eran mensajes de espíritus, en forma de sonidos de golpes y golpecitos 3.
Las hermanas Fox interpretaban estos mensajes y contestaban a ellos de la
misma manera, mediante un sencillo código, convocando a sus comunicantes al
mandato de «Escucha, señor Pata de Cabra, haz como yo». La frase melodramáti-
ca y la alusión al diablo de estas palabras podía haber alertado a los observadores
de la posibilidad de un fraude, pero Katherine y Margaret pronto tuvieron un pú-
blico numeroso y embelesado. Las hermanas se comunicaban regularmente con
sus espíritus amigos que espetaban noticias apocalípticas acerca del despertar de
una nueva era, el tipo de noticias que encontraba un público predispuesto en la
América milenarista, sensible a cualquier clase de nueva escatología. Hubo escép-
ticos tan poco amables que sugirieron que los mensajes de los espíritus no eran
más que el crujido subrepticio de los dedos de las manos y pies de Margaret y
Katherine, pero tales críticos fueron desdeñados o acallados por la mayoría que
necesitaba creer en el origen sobrenatural de los fenómenos de Hydesville. Pronto
las dos chicas se hicieron célebres en toda la nación. P. T. Barnum las contrató
para hacer demostraciones en público; Horace Greely, director del New York Tri-
bune, las invitó. Y empezó la moda de las sesiones espiritistas.
La sesión ofrece una nueva versión de la sagrada comunión, en la cual la evi-
dencia sustituye a la fe, y los espíritus que se manifiestan, al pan y al vino. Fue
sobre todo muy popular entre las sectas protestantes de la costa Este de EE.UU.,
carentes como solían estar de cualquier satisfacción sensual en su religión y se-
dientas de cualquier señal de las obras de la divina gracia, por extravagante que
fuera. No es por casualidad que Hydesville estuviera en medio del famoso distrito
«superardiente» del Estado de Nueva York, calificado así por el número extraor-
dinario de modas religiosas que lo invadieron a principios del siglo XIX. El espiri-
tismo se mezcla fácilmente con el milenarismo cristiano. Aunque la mayoría de
los mensajes eran triviales, se tenía la esperanza de que fueran el preludio de noti-
cias de verdadera importancia procedentes del Otro Mundo. Habiendo confirmado
su existencia mediante las muchachas Fox, se esperaba que ese mundo trajera
mensajes que desvelaran hechos de la vida después de la muerte, de la inmortali-
dad y quién sabe si del futuro de la humanidad.
3
Los relatos más legibles de las hermanas Fox se encuentran en R. Pearsall, The Table Rap-
pers, Michael Joseph, 1972, y E. W. Fornell, The Happy Medium: Spiritualism and the Life of
Margaret Fox, University of Texas Press, 1964.
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Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
Los encuentros aislados con fantasmas y duendes ya eran corrientes. Los espí-
ritus amigos dijeron a las hermanas Fox que llevaban ya más de medio siglo tra-
tando de «comunicarse». Lo novedoso del movimiento de Hydesville fue cómo se
convirtió en una moda y la rapidez con que adquirió tonos sociales, morales e in-
cluso políticos. Fenómenos que hasta entonces se habían considerado casuales y
siniestras, ahora parecía que establecían anuncios proféticos de un futuro radiante
en el cual los vivos compartirían con el tiempo los gozos del País del Verano, el
paraíso espiritual. Curiosamente, el infierno jugaba un papel insignificante en las
sesiones. Los fantasmas ya no se veían como espíritus descontentos o errantes,
sino como mensajeros naturales o heraldos. El espiritismo, por tanto, alentó la
creencia en la hermandad espiritual que vigilaba el destino humano.
El espiritismo, echadas sus raíces en América, colonizó Europa con rapidez.
En la estela del fracaso de las revoluciones políticas de 1848 —el mismo año de
los fenómenos de Hydesville— se convirtió enseguida en parte de una síntesis
«alternativa» en la que estaban el vegetarianismo, el feminismo, la reforma del
vestidos la homeopatía y toda la variedad de disidencias sociales y religiosas. Mu-
chos radicales ingleses estuvieron a favor, siendo el más famoso Robert Owen, el
socialista utópico, industrial y fundador de Nueva Armonía, y varios miembros de
su familia. Para entonces Owen tenía más de ochenta años y era objeto de la sátira
de la prensa. Pero el espiritismo también se popularizó en los círculos literarios,
siempre abiertos a la experimentación, y tuvo una perdurable influencia en Bulwer
Lytton en Inglaterra, Elizabeth Barrett Browning en Italia y Victor Hugo en Fran-
cia. Cuando Harriet Beecher Stowe visitó Europa en 1853, las sesiones de espiri-
tismo eran la última moda.
Si la sesión espiritista ocupó el lugar de la comunión, el médium ocupaba el
lugar del sacerdote, y los supuestos médiums abundaron. Se creía que las mujeres,
por su propia naturaleza, eran más sensibles para comunicarse con los espíritus,
sobre todo si no habían recibido educación e incluso si eran algo subnormales.
También se decía que la falta de poder intelectual despejaba el canal y facilitaba
que los mensajes se «comunicaran» en un nivel más profundo. El éxito interna-
cional, sin embargo, estuvo reservado para un hombre: Daniel Douglas Home
(1833-1886), que gustaba de llamarse a sí mismo, con alguna justicia, Médium de
las Testas Coronadas de Europa4. Aunque Home pretendía ser el nieto ilegítimo
4
Home era un profesional. Casi todos los médiums eran aficionados, actuaban en pequeña es-
cala en los suburbios y atendían a una clientela de clase media y baja emancipada de las formas
convencionales de la religión, pero no del sostén emotivo que proporcionan. Había un amplio
campo para la superchería, a menudo de la peor clase, y los falsos médiums eran descubiertos —
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Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
del décimo conde de Home, pasó su infancia en Norteamérica, donde hizo de ce-
lebrado muchacho-médium durante el auge de Hydesville. Hombre agradable,
elocuente y algo afeminado (sus enemigos apuntaban a algo peor que el afemina-
miento), tuvo defensores y detractores en igual número y con igual pasión. Uno de
sus patrones, el entusiasta investigador psíquico y pederasta lord Adare, juraba
que había visto a Home flotar horizontalmente, salir por una ventana de un primer
piso, cortar una flor de un rododendro cercano y volver a entrar en la habitación
por otra ventana. Algunos achacaron la visión a la credulidad de Adare y al poder
persuasivo de Home.
Cuando visitaba Europa en 1855, Home actuó delante de Thackeray, los
Browning, Charles Dickens y Bulwer Lytton. Robert Browning, como Dickens, le
profesó una apasionada antipatía, quizá por el entusiasmo de Elizabeth, y lo cari-
caturizó como el fraudulento «Mr. Sludge [Aguas Negras], El Médium». A pesar
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de esto, Home ganó mucho dinero. Fue mimado por la aristocracia de Inglaterra,
Francia y Alemania, donde impresionó incluso al rey de Prusia. Su siniestra as-
cendencia sobre la emperatriz Eugenia mientras estaba embarazada del príncipe
imperial llegó a ser tan grande que el ministro de Asuntos Exteriores de Napoleón
III amenazó con expulsarlo de París.
cuán aprensivo el corazón, cuán totalmente indigna la concepción de que, bajo la Di-
vina Economía, el gran privilegio del progreso, al cual el hombre debe todo lo que
siempre ha sido o será, se le niegue la Ciencia del Alma inherente en cada persona5.
5
R. D. Owen, The Debatable Land Between This World And The Next, sin pie de imprenta,
1S72, p. 46.
6
Resúmenes de la vida y obra de Swedenborg pueden hallarse en los textos citados en la ante-
rior nota 4. Véase también S. Toksvig, Emmanuel Swedenborg, Scientist and Mystic, Yale Univer-
sity Press, 1948, e 1. Johnson, Emmanuel Swedenborg, Nueva York, 1971. Casi todas las obras
religiosas importantes de Swedenborg han sido traducidas al inglés y hay una recopilación de car-
18
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tas en A. Acton, The Letters and Memorials of Emmanuel Swedenborg, Pen- -silvania, Bryn
Athyn, 1948.
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gía. De moda en París durante la década de 1870, fue barrido por la Revolución
para resurgir en la década de 1820, llegando a Gran Bretaña en 1837. El mesme-
rismo, además de estar enraizado en las ideas de Swedenborg sobre «afinidad», se
basa en la pretensión de que los cuerpos están rodeados y bañados de una fuerza o
fluido magnético (las dos palabras se emplean indistintamente) que el sanador (a
menudo conocido como el «sensible») puede detectar y dirigir según su deseo con
fines terapéuticos.
De acuerdo con Mesmer, la enfermedad está causada por obstáculos al libre
flujo del fluido, obstáculos que el sensible puede eliminar mediante pases magné-
ticos hechos con un hierro imantado o (en el caso de practicantes expertos) con las
manos e incluso con la nariz. A menudo las curas obligaban a poner en trance al
paciente, en cuyo transcurso tenía que obedecer órdenes e incluso predecir el futu-
ro, si bien los críticos observaron que las sesiones curativas estaban acompañadas
de convulsiones histéricas del paciente y acababan de manera caótica. Las preten-
didas profecías en estado de trance provocaron las inevitables especulaciones so-
bre la relación que había entre el mesmerismo y la clarividencia. Después de la
muerte del maestro, muchos discípulos afirmaron que estaban en comunión psí-
quica con él.
Con independencia de la plausibilidad de semejantes afirmaciones, muchos
pacientes, por lo demás escépticos, testificaron el valor terapéutico del mesmeris-
mo, entre ellos Charles Dickens y la popular escritora Harriet Martineau, que si-
guió con provecho una cura mesmerista por recomendación de Bulwer Lytton. El
significado de la fuerza o fluido mesmérico en el contexto religioso es su indefini-
da situación entre los mundos físico y espiritual, y los poderes especiales y exi-
gencias éticas que han de poseer quienes lo practican. Los sensibles no deben po-
seer tan sólo una poderosa mirada magnética, afinada por la concentración y el
autocontrol; también es obligado que tengan el carácter moral y la tenacidad de
propósito que dan al practicante el necesario sostén para su fatigoso trabajo.
El mesmerismo encajó bien con la moda de la frenología —o «fisiología cere-
bral» para darle su nombre más elevado— que pretende el análisis de las faculta-
des y desórdenes mentales mediante el tacto del cráneo. El doctor John Elliotson,
que encabezó el resurgimiento del mesmerismo en Inglaterra, fundó en 1824 la
Sociedad Frenológica Británica y escribió regularmente en la revista que unió en
su título a ambos movimientos: The Zoist, «Publicación de la Fisiología Cerebral
y del Mesmerismo», fundada en 1843. Junto con la clarividencia, la frenología y
el mesmerismo formaron un poderoso trío que preparó el camino del psicoanálisis,
una «ciencia» del siglo XX, en la cual el analista hace el papel del sensible.
21
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8
Para la Ciencia Cristiana, véase 5. Gottschalk, The Emergence of Christian Science in Ame-
rican Life, University of California Press, 1973.
22
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9
La fuente principal para Harris sigue siendo H. Schneider y G. Lawton, A Prophet and a Pil-
grim, Being the Incredible History of Thomas Lake Harris and Laurence Oliphant: Their Sexual
Mysticisms and Utopian Communities Amply Documented to Confound th’~ Skeptic, Columbia
University Press, 1942.
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[Harris] me intimidó más que cualquier otro hombre que hubiera conocido y, como
necesitaba que me intimidaran, permanecí con él hasta que su tiranía me produjo el
efecto deseado… Tenía que domarme, y se eligió a Harris como el instrumento ade-
cuado, porque nunca me he encontrado con un tirano peor y más irracional10.
Harris era un psicólogo astuto que nunca buscó discípulos y no dejaba que los
candidatos ricos entraran en el Uso si no estaban dispuestos a mendigar la admi-
sión y a someterse absolutamente a su voluntad. Insistía también en que los espo-
sos compartieran el lecho sin hacer el amor, porque eso facilitaba la llegada de los
respectivos homólogos celestiales. Era tan fuerte su garra tiránica que, cuando
murió en 1906, los pocos discípulos que le quedaban se negaron a creer que su
Padre los hubiera abandonado y permanecieron vigilando el cadáver hasta que
empezó a descomponerse. Entre los vigilantes estaba la señorita Waring, quien, en
medio de grandes protestas, se había casado con Harris después de la muerte en
1895 de la segunda esposa, y gastó el resto de su fortuna procurando a Harris el
mejor estilo de vida en California.
Harris y Prince tienen muchos rasgos en común. Fueron autócratas que funda-
ron comunas donde satisfacían sus deseos en nombre de la religión; parece, sin
embargo, que creían auténticamente en que habían encontrado la clave de los mis-
terios cósmicos al conseguir la inmortalidad y la luz mediante la unión mística con
el amado. Aunque adoptó una forma grosera y física, esta doctrina tiene acusadas
afinidades con las enseñanzas del hinduismo y el budismo que, en el siglo XIX,
empezaban a difundirse lentamente por Europa, y es característico cómo afectó a
la investigación occidental, desde la filología hasta el estudio de la religión. El
trascendentalismo y el unitarismo, por ejemplo, son importantes sectas cristianas
influidas por las doctrinas védicas sobre la unidad de todas las cosas creadas y la
única realidad del espíritu. Ambas creencias influyeron en Prince y en Harris.
Buscando un cristianismo renovado, los dos hombres introdujeron hasta donde
pudieron sus doctrinas mientras permanecían nominalmente dentro de la fe.
Quedó para otros el dar un paso adelante en el proceso que liberaría al gurú
occidental de las ligaduras de la doctrina cristiana mediante un magisterio basado
en otras tradiciones religiosas. Como veremos, el más importante de ellos fue He-
lena Blavatsky, de quien nos ocuparemos en los capítulos siguientes. Pero otro
10
Laurence Oliphant, citado en Rosamund D. Owen, My Peribus Life in Palestine, Allen &
Unwin, 1928, p. 28.
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Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
maestro significativo que marcó esta dirección fue Laurence Oliphant, discípulo
de Harris11. Partiendo de unos comienzos convencionales, Oliphant moldeó bajo
la influencia de Harris una extraordinaria síntesis de cristianismo e islamismo que
atrajo incluso a la reina Victoria. Su relación con Harris fue también un modelo de
trato entre los gurúes occidentales y sus acólitos.
Nacido en el seno de, una familia escocesa de la clase alta y educado en la
iglesia evangélica, Oliphant fue una brillante figura en la sociedad londinense,
contando entre sus amigos íntimos al príncipe de Gales. Antes de ser miembro del
Parlamento en 1865, hizo una extraordinaria carrera en los negocios, la literatura,
la diplomacia y la intriga internacional, en cuyo transcurso fue consejero de varios
primeros ministros, como lord Palmerston y lord John Russell 12.
Oliphant conoció a Harris en 1860. Como había de relatar en Masollam, su
novela sobre este encuentro publicada en 1886, mucho después de enemistarse
con Harris, el primer encuentro con éste le produjo una gran impresión. Al princi-
pio, trató de seguir las enseñanzas de Harris mientras hacía su vida normal, pero
pronto vio claro que aquello no era posible. Harris exigía una entrega absoluta e
incondicional; lo que ofrecía a cambio era disciplina, autoconocimiento y —al
menos en lo que se refería a Oliphant— una genuina vida «nueva». Después de
visitar la comuna, Oliphant decidió abandonar su brillante carrera y unirse a Ha-
rris en El Uso, adonde fue a establecerse en 1867.
¿Qué motivó semejante cambio de personalidad? Las razones oficiales se ex-
plican en otra de las novelas de Oliphant, Piccadilly, publicada en 1865, cuando
decidía qué hacer con respecto a Harris. La novela, aparentemente una sátira de la
11
Véase A. Taylor, Laurence Oliphant, Oxford University Press, 1982, y M. Oliphant, Me-
moir of Laurence Oliphant and of Alice Oliphant, his Wife, William Blackwood & Son, 1891.
12
Entre las aventuras de Oliphant figuran: Asistente del conde de Elgin cuando este noble fue
gobernador general de Canada; formo parte de la primera misión británica al Japón (en la cual
varios miembros del grupo fueron asesinados a golpes de hacha por fanáticos antioccidentales);
tomó parte en la expedición de 1857 contra los chinos (también capitaneada por Elgin), durante la
cual se incendió el Palacio de Verano como represalia por la negativa china a permitir el escanda-
loso comercio de opio del gobierno británico; interfirió en los planes de Napoleón III para unificar
Italia; informó de la guerra francoprusiana desde el cuartel general alemán; intervino en una doce-
na de intrigas menores, financieras y diplomáticas, en los Balcanes y Europa Central; en la cons-
trucción de los ferrocarriles en Oriente Medio; en la financiación de un cable submarino transatlán-
tico; en conspiraciones contra el Imperio Otomano; en los intentos de arreglo para la sucesión
española. Y, la tarea más ambiciosa, el establecimiento de una patria judía en Palestina. Fuera del
cerrado círculo de la alta sociedad, Oliphant adquirió fama como periodista y autor de libros de
viajes y novelas.
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Hacia finales del siglo XIX se veía cada vez con mayor claridad que en Occi-
dente existía una enorme y constante apetencia generalizada por formas nuevas y
exóticas de creencias religiosas que complementaran o incluso sustituyeran a las
formas ortodoxas del cristianismo. Swedenborg había mostrado un posible camino
hacia la unión de la ciencia y la religión. Mesmer y los espiritistas habían mostra-
do otro al abrir la puerta del mundo de los espíritus. El interés por las cosmologías
orientales y el ocultismo creció rápidamente, y a menudo atrajeron a quienes an-
helaban sobre todo un cambio radical social y político. Pero no eran sólo nuevas
doctrinas lo que se necesitaba. La época clamaba por sacerdotes carismáticos y,
cuando no los encontraba, los políticos y los escritores ocupaban su lugar. Hubo
poderosos maestros al margen de las iglesias establecidas, como Prince, Harris y
Oliphant, pero sólo pusieron en práctica sus doctrinas novedosas en pequeña esca-
la. Sin embargo, la Ciencia Cristiana y los Mormones probaron que había espacio
para nuevas religiones de masas, y que incluso las mujeres podían llegar a ser pro-
fetisas importantes en aquella era chauvinista. Todo lo que faltaba, por lo tanto,
era que apareciera un individuo que uniera a la autoridad personal de Harris y
Prince y al atractivo de Eddy, una nueva doctrina que sintetizara los elementos
procedentes de todas las alternativas radicales, y la era del gurú occidental podría
comenzar.
30
DOS
MALONEY Y JACK
Olcott nació en 1836 en una familia que afirmaba ser descendiente de los pe-
regrinos1. Tras una estricta formación presbiteriana, lo que él llama «dificultades
financieras» (circunstancia habitual en las biografías de los teósofos) lo obligaron
a interrumpir sus estudios y dedicarse a la agricultura en Ohio. Allí se convirtió en
un agricultor experto y publicó varios libros sobre el tema, entre ellos un tratado
sobre el sorgo y una de sus variedades africanas (sustitutivos de la caña de azúcar)
que alcanzó las siete ediciones. Declinó la invitación del gobierno griego para
ocupar una cátedra de agricultura científica en Atenas y, en lugar de eso, fundó la
Escuela Agrícola Westchester. Fracasó en esta aventura y, en 1859, trabajó como
responsable de la sección agrícola del New York Tribune, pero también tuvo que
interrumpir esta carrera, esta vez por culpa de la Guerra Civil, que hizo de él un
oficial de transmisiones del ejército de la Unión.
Dado de baja por invalidez, fue comisionado especial del Ministerio de la Gue-
rra, con el rango de coronel, para investigar a los especuladores y tuvo tanto éxito
en su tarea que, cuando Abraham Lincoln fue asesinado en 1865, Olcott fue de-
signado como uno de los tres miembros de la comisión investigadora de la muerte
del presidente. Dejó esta tarea al final de las hostilidades y, con recomendaciones
del ministro de la Guerra y del fiscal general del Estado, estudió abogacía en Nue-
va York, donde estableció su despacho poco antes de 1870.
En cualquier medida, se trataba de una interesante, variada y rápida carrera,
pero fue seguida por el desengaño. Aunque razonablemente próspero, su despacho
de abogado no era de los más importantes; tampoco fue feliz en su matrimonio, a
pesar del nacimiento de cuatro hijos. Olcott terminó por divorciarse de su mujer y
buscó consuelo y diversión en el espiritismo. Cuando se dedicó a la agricultura en
Ohio se interesó por el «Otro Mundo», frecuentó a los masones y se aficionó algo
al mesmerismo y a la curación espiritual. Ahora leía la prensa espiritista de Nueva
York.
Aburrido de su trabajo en un día monótono de 1874, Olcott se fue a comprar el
Banner of Light al quiosco de la esquina cercana a su oficina. El Banner, un popu-
lar periódico espiritista, contaba una historia acerca de las manifestaciones psíqui-
cas que ocurrían en una granja perteneciente a la familia Eddy, en Chittenden,
Vermont, donde aparecían espíritus en número extraordinario. Después de una
relativa disminución de su popularidad durante la década de 1860, el espiritismo
1
La fuente principal para Olcott es la autobiografía del coronel, OId Diary Leaves, 4 vols.,
TPH Adyar, 1895-1935. H. Murphet, Hammer on the Mountain: The Life of Henry Steele Olcott,
TPH Adyar, 1972 (repite, complementa y a veces corrige los hechos recogidos en la autobiografía
del coronel, aunque con pocas interpretaciones).
32
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
2
Para un relato detallado de lo ocurrido en la granja de Eddy, véase R. Pearsall, op. cit.
33
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
Olcott quedó trastornado. Por un lado, todo el asunto —incluidos los fríos la-
bios de alguien invisible en la oscuridad que le besaba la mejilla— le pareció con-
vincente. El beso era positivamente frío y húmedo, como corresponde a una cari-
cia espectral. Por otro lado, estaba dispuesto a no dejarse embaucar, y volvió va-
rias veces a la granja para comprobar sus primeras impresiones. Una de estas ve-
ces, el 14 de octubre de 1874, cuando visitaba la casa de la granja, conoció a Ma-
dame Blavatsky. Había venido, le dijo ella, con la intención de conocerlo, atraída
a Vermont por los artículos de Olcott en el Graphic, del mismo modo que la pri-
mera visita de él había sido provocada por el Banner. Es característico de la ener-
gía, espíritu emprendedor y tenacidad de propósito de Blavatsky que, apenas re-
cién llegada a América, hubiera hecho el esfuerzo de visitar Chittenden con el fin
de conocer y hacer amistad con Olcott. El encuentro resultó fructífero.
Si la vida y antecedentes de Olcott habían sido claramente vulgares, no podía
decirse lo mismo de Helena Petrovna Blavatsky. Su padre, el barón Von Hahn,
pertenecía a la pequeña nobleza germanorrusa que constituyó la mayor parte de la
elite administrativa y militar de la Rusia decimonónica. Su madre, una novelista
romántica, pertenecía a una familia de mayor nobleza, los Dolgorouky. A pesar de
su condición aristocrática, los Hahn llevaron una vida ajetreada. El barón era sol-
dado y tenía que trasladarse frecuentemente con su regimiento. Madame Von
Hahn lo seguía con sus hijos, cuya vida aún fue más agitada cuando murió ella.
Helena, nacida en 1831, sólo tenía once años cuando perdió a su madre. Aun
cuando a partir de entonces pasó casi todo el tiempo con sus abuelos, la prole de
los Von Hahn creció errante, con más emociones que seguridad3.
Helena fue una niña rebelde e imaginativa en un mundo confuso y exótico,
como contó a uno de sus biógrafos:
3
La fuente principal para la primera parte de la vida de Blavatsky es ella misma, en especial
su correspondencia con A. P. Sinnett. Otra fuente a menudo citada sobre sus primeros treinta años
es el volumen póstumo de memorias de su primo el conde Witte. Se cree que el libro es una falsifi-
cación, aunque Endersby (véase más abajo) afirma que Witte escribió realmente unas memorias
que luego fueron alteradas por agentes zaristas.
Entre las biografías, J. Symonds, Madame Blavatsky, Odhams, 1959, es con mucho la más vi-
vaz y divertida, aunque decae al final. La mejor guía de lo que se conoce sobre los hechos munda-
nos es probablemente el volumen tendencioso de Victor Endersby, The Hall of Magic Mirrors,
Carlton Press, 1969. El libro de Endersby se basa en la extensa investigación del sobrino nieto de
Blavatsky, Boris de Ziiko. Pero véase también R. S. Hutcn, «Helena Blavatsky desvelada», The
Journal of Religious History, 11, núm. 2 (1980).
34
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
¿Mi infancia? Cuidada y mimada por un lado, castigada y endurecida por otro. En-
ferma y casi moribunda hasta los siete u ocho años, sonámbula; poseída por el demo-
nio. Gobernantas, dos. Niñeras, no sé cuántas, muchas… Una era medio tártara. Los
soldados de mi padre cuidaban de mí… Viví en Saratoga, donde el abuelo fue gober-
nador civil; antes de eso, en Astrakán, donde ejercía su dominio sobre miles, entre
ochenta y cien mil kalmucos budistas4.
Fue ferviente lectora y escritora y llegó a ser una pianista más que competente,
pero se aburría fácilmente. Su hermana, más adelante, contaba:
Helena acostumbraba a soñar en voz alta y nos contaba sus visiones, evidentemente
nítidas, vívidas, como si las hubiera palpado… Le encantaba que los niños nos reunié-
ramos alrededor de ella, a la caída de la tarde, y después de llevarnos al gran museo
oscuro, nos hechizaba con sus historias fantásticas. Luego nos contaba las historias
inconcebibles que le ocurrían cada noche, aventuras inauditas en las que ella era la he-
roína. Cada uno de los animales disecados del museo le había contado sus confiden-
cias y la historia de sus anteriores encarnaciones o existencias 5.
Cuenta también su hermana que Helena perdió después sus poderes de elo-
cuencia e inventiva. Es evidente que, al decirlo, Madame Jelihovsky bromeaba,
mentía o quería ser discreta. Porque, aunque Helena se hizo perezosa al llegar a la
edad madura, siguió siendo una narradora persuasiva, cuyo poder para fascinar a
los demás con sus formidables extravagancias permaneció intacto hasta el final de
su vida. Este poder procedía de la necesidad que tuvo en su infancia de crear un
mundo propio y a su medida y que entonces consiguió que los demás aceptaran;
esto también la hizo absorbente y egoísta.
Es díficil establecer los hechos de la vida de Helena von Hahn antes de llegar a
América. Parece comprobado que se casó con Nikifor Blavatsky, vicegobernador
de Ereván, en el Cáucaso, el 7 de julio de 1848, cuando ella tenía diecisiete años y
él apenas pasaba de los cuarenta, y también que huyó de él unas semanas más tar-
de. Pero, a partir de ese momento, el mito y la realidad se confunden en la biogra-
fía de Blavatsky. Como suele suceder, a medida que pasaban los años y ella volvía
a contar la historia de su primer matrimonio, la diferencia de edad se acrecentaba,
y el general terminaba por ser un viejo rijoso que perseguía a una niña apenas pu-
bescente. Lo que es indudable es que el matrimonio fue un fracaso y que en octu-
4
The Letters of H. P. Blavatsky to A. P. Sinnett, T. Fisher Unwin, 1925 (BL), p. 149.
5
V. Jelihovsky, The Truth About Madame Blavatsky.
35
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
bre de 1848 Helena huía de su reciente marido. Su padre aceptó acogerla de nuevo
y envió criados para que la atendieran, pero algo convenció a Helena de que no
quería padre ni esposo. A bordo de un vapor que la llevaba por el Mar Negro, de
regreso a su casa, burló a sus acompañantes y se embarcó con destino a Constan-
tinopla en busca de la libertad, un acto caprichoso que prefiguraba toda su vida.
Hasta llegar a América veinte años más tarde, la vida de Blavatsky (tal como
la contó a sus amigos y pretendidos biógrafos) está llena de anécdotas suficiente-
mente exageradas como para provocar la incredulidad sin dejar de ser del todo
creíbles. Reaparece periódicamente en Rusia para visitar a su hermana y, entretan-
to, viaja por Europa, Asia y las Américas. Cómo atendió a su sustento no está muy
claro, aunque es posible que recibiera dinero de su padre y parece que trabajó de
médium itinerante. También se dice que actuó de amazona en un circo, que hizo
una gira por Serbia como pianista, que en París importó plumas de avestruz y que
fue decoradora de interior de la emperatriz Eugenia.
Pudo o no pudo tener amantes, como el barón aleman Meyendorf, el príncipe
polaco Wittgenstein y el cantante de ópera húngaro Agardi Metrovitch. Todos
estos nombres estuvieron ligados al de ella, aunque hubo veces en que ella negaba
estas relaciones, mientras que en otras daba a entender que eran ciertas, equívoco
al que se prestaba únicamente cuando sus enemigos la tachaban de promiscua. El
principal objetivo de éstos era Metrovitch, a quien Blavatsky había salvado de la
muerte cuando, contaba ella, lo encontró moribundo en un callejón (de El Cairo o
Constantinopla, según la versión que se prefiera). Es posible que tuviera un hijo
de este hombre, aunque la prueba médica, citada por la propia Blavatsky, lo nie-
ga6.
6
El historial ginecológico de HPB es tan sorprendente como todo lo referido a ella. En 1885,
atacada por sus enemigos de la Sociedad Teosófica, que la acusaban de promiscuidad entre otras
cosas, fue examinada por un tal doctor Leon Oppenheim, que diagnosticó anteflexio uteri. Como
prueba de sq virginidad, envió el informe del doctor Oppenheim a Olcott con un comentario típico:
«Aquí tienes tu nuevo certificado estúpido con tus sueños de virgo intacta en una mujer que tiene
las tripas, la matriz y todo lo demás fuera, resultado de una caída del caballo… Y eso que el médi-
co miró y examinó tres veces, y dice loque dijeron los profesores Bodkin y Pirogoff en Pskoff en
1862. No he podido tener nunca relaciones -con un hombre porque me falta algo y en su lugar hay
una especie de pepinillo retorcido…» (citado en Symonds, op. cit., p. xx).
Al mismo tiempo escribió a Sinnett (a quien se envió una copia del certificado) diciendo que
el doctor había descubierto «retorcimiento congénito del útero» (el subrayado es de ella), añadien-
do de paso «siempre había creído que el útero era la “vejiga”». BL, p. 177.
Endersby afirma que Blavatsky era hermafrodita. Otros insinúan que era lesbiana o travestida.
El asunto se complica por la existencia espectral de su «pupilo» Yuri, que figuraba en el pasaporte
36
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
Una de las jactancias favoritas de Blavatsky era que había viajado sola por el
Tibet y había vivido allí más de siete años. El significado de semejante pretensión
reside en la creencia tradicional según la cual siete años es el período de aprendi-
que se concedió a HPB para que viajara por Rusia en 1862. Yuri, que murió joven, era hijo de un
amigo.
37
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
zaje de los candidatos que buscan la iniciación en los misterios esotéricos. Blava-
tsky alcanzó la celebridad por esto, pues no sólo había sido «elegida» para llegar
al mayor nivel de iniciación en la jerarquía secreta permitida a los seres humanos,
sino que debía sus conocimientos a determinados «maestros himalayos» con quie-
nes había estudiado en sus hogares montañosos.
Dio la casualidad que dos oficiales del ejército británico destinados en la zona
atestiguaron después de la muerte de Blavatsky que habían visto u oído de una
mujer blanca que viajaba sola por las montañas del Tibet en 1854 y 1867 respecti-
vamente7. Esto es muy improbable. Incluso después de la expedición de
Younghusband en 1903, el Tibet seguía cerrado a todos, salvo a unos pocos viaje-
ros, cuyos movimientos estaban estrechamente vigilados por las misiones china,
rusa y británica que patrullaban las fronteras y alertaban de la presencia de espías
militares en la región8. Y si hubo semejante viajera blanca nunca fue identificada
positivamente como Blavatsky. Pero quizá el argumento de mayor fuerza que
puede oponerse a la idea es uno de orden práctico: que la maciza y robusta Blava-
tsky, corta de resuello y carente de discreción, pudiera escalar montañas en condi-
ciones climáticas adversas, al tiempo que permanecía oculta a los ojos de aveza-
dos observadores, es imposible de imaginar.
Reales o imaginados, los viajes de Blavatsky al Tibet cobraron una considera-
ble significación, porque el simbolismo romántico y religioso de aquel país au-
mentaba a finales del siglo XIX en proporción directa a su comprobada lejanía. El
proceso experimentó curiosos giros. En 1894, N. A. Notovitch, compatriota de
Blavatsky, pretendía en La desconocida vida de Jesucristo que Jesús había pasado
varios años en el Tibet aprendiendo las doctrinas del budismo esotérico, que luego
había transmitido a sus apóstoles en forma codificada. La idea de que el fundador
7
Se menciona a los dos oficiales en W. A. Carrithers, An Open Letter to the Author of «Pries-
tess of the Occult», s.f. Según Carrithers, el comandante Cross, que había sido administrador del
Dalai Lama, informó que los nativos le hablaron de una mujer blanca que viajaba por el norte del
Tibet en 1867. Murray testificó (después de la muerte de HPB) que detuvo a Blavatsky cuando
intentaba entrar en el Tibet en 1867.
8
El 12 de diciembre de 1903, el coronel (más tarde sir) Francis Younghusband cruzó la fronte-
ra tibetana con un grupo de soldados británicos y una escolta de gurjas y sijs. Iban acompañados
por diez mil porteadores, siete mil mulas y cuatro mil yacs. El 3 de agosto de 1904, Younghusband
entró en la ciudad de Lhasa en misión diplomática ante el Dalai Lama. Para las autoridades britá-
nicas, y sobre todo para el jefe de Younghusband, el virrey lord Cuzzon, fue un momento decisivo
de la larga lucha entre los imperios ruso y británico por el dominio del Asia Central. La Historia
está bien contada en P. Hopkirk, The Great Game, On Service in Central Asia, Oxford University
Press, 1991.
38
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
del cristianismo hubiera viajado por Asia Central9, ligándolo de esta manera con
las tradiciones budista e hindú, iba a atraer a quienes, como la misma Blavatsky,
soñaban con un sincretismo de las creencias importantes en una sola religión de
sabiduría universal, así como a quienes, por razones más siniestras, querían des-
vincular a Jesús de sus orígenes judíos. Fue también sintomático cómo se desplazó
el centro de gravedad religioso hacia el este. Los mapas europeos de la Edad Me-
dia ponían a Jerusalén en el centro espiritual del mundo. Hacia 1900 ese honor
recaía en Lahsa. Las sagas casi inmortales de Shangri-La en Horizontes perdidos
(1933), de James Hilton, se basan en una mitología bien establecida.
Como veremos, la popularidad de semejante mitología se debió en gran parte a
la obra de la misma Blavatsky, aunque el primer encuentro que ella tuvo con el ser
a quien llamaba Maestro Morya no tuvo lugar en el salvaje Himalaya, sino en mi-
tad de los terrenos urbanos de la Gran Exposición de Londres, en julio de 1851.
Decía ella que había tenido muchas visiones de Morya antes de 1851, pero éste
fue su primer encuentro con él «en carne» (o en cualquier cosa que pudiera ser su
carne, tratándose de una criatura que podía desmaterializarse a capricho). Ésa, al
menos, es la interpretación que ella hizo de una anotación en su diario que dice:
«Nuit mémorable. Certaine nuit par un clair de hune qui se couchait á —
Ramsgate, 12 Août [31 de julio en nuestro calendario] 1851— lorsque je rencon-
trai le Maître de mes Rêves»10. Cuando un acólito que revisaba los papeles de
Blavatsky treinta años más tarde dio con este pasaje, su maestra le explicó aque-
llas palabras como una descripción de su encuentro con Morya, diciendo que el
cambio de lugar era intencionado, por si el diario caía en manos hostiles. Ramsga-
te es ciertamente una elección inspirada si lo que pretendía era desviar el interés.
En cuanto a la ambigüedad de la frase «Maître de mes Rêves», los lectores pueden
hacer con ella lo que gusten.
Pero, ¿quién era el Maestro Morya? Según Blavatsky, pertenecía a la Gran
Hermandad Blanca de Maestros o Mahatmas. Estos Hermanos, Maestros o
Mahatmas (que de las tres maneras los llama Blavatsky) eran Adeptos o Iniciados,
seres cuyo riguroso aprendizaje esotérico y absoluta pureza les conferían poderes
sobrenaturales. Inmortales e inmateriales, los Maestros podían habitar cuerpos
materiales o semimateriales según su voluntad (esto no estaba muy claro) y poseer
poderes que les permitían moverse por todo el universo ejerciendo sus habilidades
9
No era una idea nueva en absoluto. Véase J. Webb, The Harmonious Circle, Thames & Hud-
son, 1980, pp. 526-27.
10
C. Wachtmeister, Reminiscences of Madame Blavatsky and the Secret Doctrine, Londres,
impresión privada, 1893.
39
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
11
Sobre Shamballa, véase R. Guenon, The Lord of the World, trad. C. Shaffer, Olga de
Nottbeck, Anthony Cheke y Anthony Blake, Coombe Springs Press, 1983. El libro de Guenon
apareció en 1927.
Marco Pallis describe el reino de Shamballa (o Shambala) como «una leyenda, corriente en los
países lamaístas». Pallis también habla de la posible identidad de Shamballa con Agarttha, un lugar
al parecer inventado por el ocultista francés St Yves d‟Alveydre. Véase M. Pallis, «Fuentes de
Ossendowski» en Studies in Comparative Religion, vol. 15, núms. 1 y 2, invierno/primavera de
1983, pp. 30-41.
40
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
41
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
12
E. B. Lytton, Zanoni.
13
No hay ninguna buena biografía moderna de Bulwer Lytton. La más usada sigue siendo V.
Lytton, The Life of Edward Bulwer, first Lord Lytton, by His Grandson, 2 vols., Macmillan, 1913.
42
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
sin embargo, que era muy posible que la ciencia vahidara con el tiempo ciertos
poderes ocultos, como la percepción extrasensorial y la profecía.
En pos de esta idea, participó en experimentos mágicos con su amigo el cura
secularizado francés Eliphas Lévi (1810-1875)14. Lévi, cuyo nombre real era Alp-
honse-Louis Constant, había iniciado el resurgimiento del ocultismo en Francia.
Enseñaba la existencia de una «doctrina oculta» que unifica todos los sistemas
mágicos y religiosos; sus escritos beben profusamente en fuentes orientales, $ci-
bre todo en las escrituras hindúes. El resultado fue una mezcla de orientalismo y
ocultismo que apasionó primero a Bulwer y después a Blavatsky: a ambos les lla-
mó poderosamente la atención la !eoría de Lévi que dice que los transmisores de
la doctrina secreta ~on Adeptos longevos poseedores de poderes mágicos.
Zanoni, la novela de Bulwer, trata de un pintor y sus encuentros con dos per-
sonajes que, siendo humanos, son inmortales. El héroe de Una extraña historia es
un joven médico que, por negarse a creer en la existencia del alma, recibe el casti-
go de verse implicado terriblemente en las aventuras de un asesino despiadado que
va en busca del elixir de la vida. En ambas novelas se describen inusitados pode-
res mentales que permiten a sus poseedores dominar a los demás con la fuerza de
la voluntad. La inmortalidad y el elixir de la vida eran temas manidos en la novela
romántica de la época. Balzac, Charles Maturin, Eugéne Sue y E. T. A. Hoffmann
se sirven de ellos en sus novelas fantásticas. La diferencia es que Bulwer teje estos
temas en un tupido tapiz de alusiones eruditas a las tradiciones ocultistas y filosó-
ficas, dándoles un aire de autoridad no del todo espurio.
Zanoni empieza con una referencia a los Rosacruces, con casi toda seguridad
la principal fuente occidental moderna en la que se basa la mitología del Maestro
14
Alphonse-Louis Constant (1810-1875) se educó en un seminario, que abandonó para con-
vertirse en discípulo del Mapa (alias de Louis Ganneau, que se autoproclamó divino el 15 de agos-
to de 1838. Ganneau predicaba, entre otras cosas, el comunismo y el evangelio andrógino, de aquí
su nombre «Mapa», primeras silabas de mamá y papá). Lévi, también socialista y swedenborgiano,
se hizo mago practicante y ocultista después del fracaso de la revolución de 1848 que él había
apoyado. Despreciado en Francia, pasó a Londres, donde entabló amistad con Bulwer Lytton;
ambos mantuvieron correspondencia sobre materias ocultistas. Lévi evocaba a los espíritus sobre
el tejado de una tienda de Regent Street en presencia de lord Lytton. La biografía más conocida —
y muy partidista— es de P. Chacornac, Eliphas Lévi: Rénovateur de l’Occultisme en France, Cha-
cornac Fréres, 1926. Pero véase el excelente esbozo de R. Lee Wolif, Strange Stories, Boston,
Gambit, pp. 260-64, y F. King, Ritual Magic, Neville Spearman, 1970, pássim.
Blavatsky, que consideraba a Lévi ocultista teórico y no adepto practicante (véase BL, p. 62),
conoció a sus dos principales discípulos: el barón Spedalieri, a quien vio en Marsella en 1884, y
Frau Gephardt, una temprana entusiasta de la Sociedad Teosófica en Alemania.
43
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
15
Sobre el rosacrucismo véase T. Tates, The Rosacrucism Etenment, Arkana, 1986. Puede ver-
se un breve y excelente estudio de la doctrina rosacrucista en R. Lee Wolff, op. cit., pp. 163-66.
44
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
dójicamente relacionada con la Ilustración, esta orden secreta se extendió por toda
Europa y pronto fue considerada como una peligrosa fuerza revolucionaria.
Detrás de los masones reales y de los Rosacruces inventados, está la mitología
de los Caballeros del Temple, una orden militar y religiosa que jugó un papel im-
portante en las Cruzadas antes de que la monarquía francesa la destruyera en
1312. La cruel persecución de los templarios por el rey Felipe el Hermoso y sus
ministros (seguramente motivada por la envidia que despertaba el poder y las
grandes riquezas del Temple) fue apoyada por los partidarios del papa, que acusa-
ron a la orden de haberse convertido en una sociedad secreta y de prácticas ocul-
tistas, perversión sexual, rebelión política y contactos heréticos con el Islam. Todo
eso implicaba que los caballeros trataban de crear un estado dentro del estado con
el fin de derrocar la monarquía.
A los templarios, objetos de la imaginación ocultista desde entonces, se les
atribuye también una «doctrina secreta». Se cree que cada caballero, en el momen-
to de su muerte, transmite un secreto —o más bien, parte de el secreto- a un ini-
ciado. Por lo tanto, el conjunto de estos iniciados posee el conocimiento de una
sabiduría esotérica que puede desvelar los misterios del universo; pero esto sólo
podrá hacerse cuando todos los herederos junten y compartan sus respectivos co-
nocimientos. Mediante el secreto, los iniciados preservan su poder y preparan el
camino para su futuro gobierno del mundo o incluso del cosmos.
45
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
duras penas cosiendo monederos y limpiaplumas hasta que le llegó una pequeña
herencia de su padre. Cuando conoció a Olcott ya había gastado la herencia en una
granja avícola improductiva, con la cual Blavatsky, como un esperanzado P. G.
Wodelouse, creyó que iba a hacer una fortuna, si bien no tenía la más mínima idea
de cómo criar animales o hacer negocios y lo único que sabía del dinero era cómo
gastarlo.
Años más tarde, quienes la conocieron antes de hacerse famosa, entre ellos co-
nocidos esporádicos en hostales y pensiones, anotaron sus impresiones, y es fácil
ver por qué la recordaban sin dificultad. Uno la comparó con Stalin por la sensa-
ción de poder que daba, otro la recordaba fumando hachís, un tercero la calificaba
de poco atractiva y un cuarto describía a los diaki (pequeños espíritus elementales
o duendes) que constantemente gastaban bromas a su supuesta dueña, como atarla
a la cama una noche mientras ella dormía16.
Su aspecto físico era difícil de olvidar. Aunque al principio no era muy gruesa,
llegó a pesar más de cien kilos a fuerza de comer grasas, como su plato favorito de
huevos flotando en mantequilla, y era bastante robusta. Tenía el cabello castaño
claro, «rizado como el de una negra o una oveja merina»17, y unos ojos magnéti-
cos que se describen indistintamente de azules, gris azulados o celestes. Los ele-
vados pómulos, la cara ancha y maciza y la nariz aplastada completaban el aspecto
exótico que le prestaban sus vestidos raídos y fantásticos. Cuando se encontró por
primera vez con Olcott llevaba una camisa roja Garibaldi. En su vida posterior le
gustaba llevar ropas desahogadas que disimulaban su figura, siendo su vestido
preferido una especie de bata de franela roja. Como fumaba sin parar, llevaba sus
adminículos de fumar en una bolsa hecha con la piel de la cabeza de un animal
colgada del cuello. Los dedos solía llevarlos cubiertos de anillos, algunos con pie-
dras auténticas y, en conjunto, parecía un paquete brillante y mal hecho. Era indi-
ferente al sexo, aunque hablaba de él sin tapujos; más aficionada a los animales
que a las personas; llana de maneras, sin pretensiones, escandalosa, caprichosa y
un tanto ruidosa. Se mostraba habitualmente de buen humor, vulgar, impulsiva y
afectuosa, y no se molestaba por nadie ni por nada.
Era, en suma, la mujer adecuada para un aburrido. Olcott, que había perdido el
rumbo de su vida. Una vez arreglado su encuentro con él en Chittenden, Blavatsky
procedió a demostrar sus poderes y presentó en las sesiones su propio elenco de
espíritus materializados, entre los cuales estaban su tío, dos siervos rusos, un co-
16
Symonds, op. cit., pp. 32-37.
17
Citado en Symonds, op. cit., p. 36.
46
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
18
Salvo indicación en contra, el resto de este capítulo se basa en el relato detallado de los
acontecimientos por Olcott en ODL, vol. 1 y People from The Other World, American Publishing
Company, 1875.
47
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
La joven Katie había producido una impresión tan fuerte en uno de los clientes
de los Holmes, el anciano de 73 años Robert Dale Owen19, que le dio algunas jo-
yas valiosas a cambio de un mechón de su dorado cabello. Cuando la joven se
desvaneció al final de la sesión, las joyas también se desvanecieron, pero no el
mechón de cabello. El escándalo surgió pocos días después cuando W. C. Leshie,
espiritista y contratista de los ferrocarriles, fue a ver a Owen. Acusó de fraude a
los Holmes y presentó algunas de las joyas como prueba, proclamando que la fan-
tasmagórica Katie King era en realidad Eliza White, un ama de casa de buen ver
que había estado aconchabada con los Holmes, pero que ahora estaba dispuesta a
confesar todo y a vender su embarazosa historia a la prensa.
Los motivos de Leshie en aquel asunto no están muy claros, pero la notoriedad
del anciano admirador de Katie hizo quela historia ocupara las primeras páginas
de los periódicos locales. Robert Dale Owen era hijo de Robert Owen, que tam-
bién fue ganado al espiritismo por una médium americana en los años cincuenta,
cuando ya era octogenario. Después de las revelaciones de Leshie, Owen, al prin-
cipio, trató de conservar su fe en el espiritismo y adujo que los evidentemente
fraudulentos Holmes eran una excepción en el habitual proceder honrado de los
médiums espiritistas. Luego cambió de parecer y dijo estar encantado cuando Ol-
cott se ofreció para investigar el asunto con la intención de reivindicar a los Hol-
mes.
Ignorando a Eliza White y al plomizo W. C. Leslie, Olcott empezó su investi-
gación al final de 1874, procurando que las sesiones se hicieran con el máximo
rigor. Para impedir el fraude, la señora Holmes, que era la médium, se introducía
en un saco que se ataba, cosía y sellaba con cera. Esto se hacía delante del públi-
co, después de lo cual se la encerraba en un armario, con el coronel golpeando los
paneles para demostrar su solidez. Incluso en estas condiciones, la mujer seguía
produciendo fenómenos, o eso es lo que decía el coronel. Por más que se esforza-
ba Olcott en introducir nuevás pruebas, la señora Holmes las superaba todas y
pronto estuvo él convencido de la buena fe de la médium. Pero, ay, esto sucedió
19
Robert Dale Owen era hijo de Robert Owen y, como su padre, radical de algún relieve. Pu-
blicó con éxito escandaloso un libro sobre control de la natalidad, defendiendo la igualdad de se-
xos y el amor libre. En su distinguida carrera pública fue representante en el Congreso y embaja-
dor en Nápoles. Fue en Nápoles, después de la muerte de un hijo, donde conoció a Daniel Dunglas
Home. De vuelta a Estados Unidos, escribió Footfalls on the Boundary of Another World, que
todavía observa una cierta cautela con respecto al espiritismo, pero cuando conoció a los Holmes,
Owen ya estaba listo para entregarse. Véase más adelante Rosamund Dale Owen, op. cit.
48
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
demasiado tarde para la señora Holmes, que sucumbió a la tensión que le produjo
aquel asunto y moría no mucho después en un asilo de lunáticos.
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Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
chas casas, en el caso de Blavatsky tenía otro significado, sus vínculos con un
Oriente generalizado que, a su vez, simbolizaba los misterios de la religión viva:
la sabiduría espiritual aún viva en Asia pero cada vez más inaccesible a los occi-
dentales.
Pero aún más sorprendente era su colección de animales disecados: la cabeza
de una leona encima de la puerta, monos vigilantes en los resquicios, pájaros en
cada rincón, lagartos sobre los estantes, una lechuza gris y una serpiente. La estre-
lla de la colección era sin duda un enorme mandril con gafas, de pie, vestido con
cuello de puntas, chaqueta de mañana y corbata, que llevaba bajo el brazo el ma-
nuscrito de una conferencia sobre El origen de las especies. La aparición del libro
de Darwin en 1859 había provocado una avalancha de historietas de monos en la
prensa, y el mono seguía siendo el poderoso símbolo del continuado debate sobre
la evolución. Etiquetado como el profesor Fiske, un famoso académico darwinia-
no, el mandril de Madame Blavatsky simbolizaba la postura de ella en este debate
como inflexible antidarwinista.
Era una atrevida imagen la elegida, pero también, retrospectivamente, algo
arriesgada. El mandril representa evidentemente la Necedad de la Ciencia como
opuesta a la Sabiduría de la Religión; quien únicamente Conoce (o cree que cono-
ce) como opuesto a quien Es; Darwin contra Blavatsky. Pero junto a este altanero
desprecio hacia el darwinismo (y lo que Blavatsky llamaba «ciencia materialista»
en general) está implícito el mensaje de que quien piensa como Darwin no es me-
jor que un mandril, es decir, es bruto, ladino, necio, vulgar, codicioso, grosero y
embustero. Exactamente las mismas acusaciones que se hacían contra Blavatsky.
Y mientras el siglo transcurrido desde su muerte ha visto la canonización de Dar-
win como santo secular, el mismo período ha relegado a Blavatsky al práctico
olvido. Si se la recuerda por algo es como ejemplo de gurú fraudulento. En la ale-
goría moderna de la Sabiduría y la Necedad, ella hace el papel del Necio.
Pero en su tiempo tuvo poderosos seguidores. Y todavía hay quienes argumen-
tan que si Helena Blavatsky es un caso escandaloso, es sólo porque las calumnias
sobre su reputación son los signos de la gracia: los estigmas que todos los grandes
mártires han de soportar. Esta interpretación de los hechos, que configura a Blava-
tsky como santa y heroína moderna, se basa en un conocido esquema histórico.
Según este esquema, la humanidad occidental se ha apartado de la religión durante
los siglos XVIII y XX bajo la influencia de la ciencia que prometía crear el paraí-
so en la tierra. Pero ésa era una falsa promesa, porque la ciencia nunca puede res-
ponder totalmente a las necesidades humanas. Dadas las imperfecciones del cris-
tianismo, demostradas en su batalla con el materialismo, era necesario que alguien
50
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
mostrara el camino a seguir denunciando los engaños de los darwinistas, que re-
presentan el ideal falso del progreso, y de los cristianos, que creen en falsos mitos
de la salvación. Los seguidores de Blavatsky argumentan que el ataque a aquéllos,
con sus enormes intereses creados, tenía que provocar una violenta respuesta: de
aquí los ataques personales a su ídolo.
Se había pensado que el espiritismo ofrecía un camino entre las alternativas
frustrantes de la pseudociencia y la pseudorreligión, facilitando una auténtica
ciencia espiritual. Pero hacia 1875, cuando Olcott publicó su relato sobre los suce-
sos de Chittenden y Filadelfia, el resurgimiento del espiritismo en América empe-
zó a perder fuerza y se hizo evidente que la promesa original del movimiento nun-
ca se cumpliría. Sus limitaciones eran claras para todos, salvo para los más com-
prometidos. Si bien la danza musical de los espíritus podía ser una diversión, no
arrojaban mucha luz sobre la vida de ultratumba. Las sesiones fueron un espec-
táculo, un misterio o un consuelo para los afligidos, pero no tenían un objetivo
claro ni doctrinas positivas ni ritos apropiados ni organización coherente. Se nece-
sitaba algo más. Ese «algo» fue lo que intentó aportar Helena Blavatsky.
51
TRES
El 3 de marzo de 1875, el coronel Olcott recibió una carta. Escrita en tinta do-
rada sobre un papel verde doblado dentro de un sobre negro, venía de un tal Bey
Tuitit que vivía en Luxor, Egipto, siendo Luxor la sede de la Gran Hermandad
Blanca a la cual pertenecía el Bey Tuitit. Invitaba al coronel a que fuera su discí-
pulo, supervisado por Madame Blavatsky, quien ya conocía el ofrecimiento por-
que se le había ordenado que entregara la carta a Olcott con su nota explicativa.
Además, parece que el corresponsal del coronel no envió la carta por correo desde
Egipto, sino que la «precipitó» en la habitación de HPB.
La precipitación es una forma de escritura automática por medio de la cual un
Maestro puede transmitir sus pensamientos, bien con ayuda de un amanuense bien
—in extremis— directamente sobre el papel. El mensaje de Olcott fue el primero
de los muchos dirigidos a toda clase de personas que, en rin momento u otro, es-
tuvieron relacionadas con su compinche, y estas cartas jugaron un papel importan-
te para hacerla célebre. Al principio se citaban como prueba de que los Maestros
existían, pero hubo quien dijo que Blavatsky las había escrito ella misma o había
hecho que otros las escribieran. Algunas veces, las entregó a su destinatario la
propia HPB, actuando como cartero espiritual. Otras, aparecían inopinadamente
sobre una mesa, caídas del techo o incluso se manifestaban en trenes en marcha,
aparentemente sin ayuda de un agente humano. Muchas fueron escritas en mo-
mentos de crisis, casi siempre ordenando a los receptores que hicieran lo que Bla-
vatsky les dijera.
En su nota explicativa a Olcott (escrita a pesar de que se veían cada día) la
compadre le decía que había tratado de persuadir al Bey Tuitit para que conven-
ciera al coronel de la existencia de la Hermandad mediante un despliegue de pode-
res ocultos. Incluso le había sugerido que empleara un nuevo tipo de pergamino
«en el cual el contenido aparece cada vez que pones los ojos en él, y desaparece
tan pronto como dejas de hacerlo». Pero la Hermandad estaba por encima de unos
trucos tan baratos, dijo ella, y Olcott tenía que contentarse con papel ordinario. Sin
embargo, estaba segura de que su compinche entendería el significado del mensaje
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
y le advirtió: «Ve con cuidado, Henry, antes de meter la cabeza en esto… Todavía
estás a tiempo de rechazar la conexión. Pero si conservas la carta que te he envia-
do y consientes en la palabra Neófito, estás aviado, hijo mío»1. Le recordó tam-
bién sus difíciles siete años de iniciación. Pero el coronel estaba impaciente por
estar aviado, y aceptó la oferta sin ninguna duda.
Olcott empezó a recibir entonces una riada de cartas de otro Hermano, el Bey
Serapis, que no tenía mucho que decir sobre el tema de la iniciación esotérica,
pero le daba muchos consejos sobre el trato que debía dar a Blavatsky y sus pro-
blemas. Todo el mundo sabe que la mujer puede ser difícil, decía Serapis, y que
no se preocupa de su propia seguridad; pero era única, tenía una misión especial
en el mundo y había que cuidarla a toda costa, incluso si para cuidarla el coronel
tenía que sacrificar otros intereses, como los de su mujer y sus hijos. En cualquier
caso, no debía temer por ellos y añadía Serapis: Ya cuidaremos de ellos. Y, con el
tiempo, así fue. Los muchachos encontraron trabajo y la señora Olcott recibió una
sustancial pensión alimentaria y más adelante volvió a casarse. De modo que todo
salió a pedir de boca.
Blavatsky ciertamente necesitaba que alguien cuidara de ella. Cuando volvie-
ron a Nueva York después de la investigación de Katie King, los compinches vi-
vieron en apartamentos adyacentes, lo cual no impidió que HPB estuviera casada
durante un breve tiempo con otro hombre. Los motivos de este matrimonio son tan
oscuros como todo lo demás en los años de madurez de Blavatsky. Quízá buscaba
en su nuevo marido un socio para sus planes, o puede que Blavatsky se hubiera
sentido atraída verdaderamente por él. Lo más probable es que buscara algo de
seguridad. Si fue así, el matrimonio fue un desastre desde el principio. El geor-
giano Michael Betanelly era un desterrado como ella, pero inadecuado como es-
poso por muchas razones, entre otras que era mucho más joven que ella, además
de ser insolvente y probablemente un granuja. Por otro lado, la nueva señora Be-
tanelly era bígama, porque el general Blavatsky aún vivía.
Pronto se arrepintió de la boda y las cartas de Serapis empezaron a implorar al
coronel que salvara a su compinche del nuevo esposo. Para empeorar las cosas,
Blavatsky se hirió en una pierna, que se hinchó y la «mortificaba». Un médico, el
doctor Pancoast, recomendó la amputación, pero ella se curó sola aplicándose una
cataplasma de cachorro de perro, tal como recomienda Francis Bacon en su Histo-
ria Vitae et Mortis, basándose en que los perros poseen un gran calor terapéutico.
1
Symonds, op. cit., p. 67.
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Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
Una de las rivales de Blavatsky era su amiga Emma Hardinge Britten, una fa-
mosa médium neoyorquina que aquel mismo año había publicado un libro titulado
Art Magic. Britten explica en el prefacio que ella no es realmente la autora del
libro, sino la escriba del Chevahier Louis, un Adepto o ser espiritual parecido a los
Maestros de Blavatsky. El propósito del chevalier es comunicarse con los pocos
que quieran entender su mensaje. Este exclusivismo lo subrayaba Britten anun-
ciando que sólo distribuiría el libro entre estudiantes serios, y el Banner of Light
dio cuenta de que la señora Britten se había negado a vender ejemplares a «gentu-
cilla» que para ella no tenía ningún valor2.
2
Symonds, op. cit., p. 84.
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Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
Uno, que ha estado cara a cara con un Adepto auténtico, cuando ve el rostro de este
holgazán afeminado, se ve obligado a sospechar que o la señora Britten, faute de
mieux, ha mostrado un retrato fraudulento del autor real, o que el libro no ha sido es-
crito por ningún «Chevalier Louis…» 3
3
ODL, vol. 1, p. 286.
4
Sobre Smith y los mormones, véase M. Ruthven, The Divine Supermarket, Chatto & Windus,
1989, pp. 55-91.
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5
El zapatero remendón de Silesia Jacob Böhme (1575-1624) desarrolló una elaborada filoso-
fía para dar cuenta de la presencia del mal en un mundo creado por un Dios topoderoso y benevo-
lente. Extraído del lenguaje de la alquimia, dio a su obra el nombre de «teosofía»: estudio de la
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Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
«verdad» y «ciencia» para estos primeros teosofistas no tienen nada que ver con
las normas racionales de objetividad, precisión, distanciamiento y neutralidad que
caracterizan la verdad y la ciencia concebidas en el siglo XIX. Por un lado, Olcott
y Blavatsky pretendían obrar con estas normas; por otro lado, trataban de restaurar
el sentido del misterio, desaparecido del mundo moderno por la insistencia de
tales normas.
Mientras se esforzaban por resolver los propósitos de la nueva sociedad, el de-
seo de Olcott de introducir la sabiduría oriental en Occidente encontró su expre-
sión práctica en otra novedad. Uno de los primeros miembros de la Sociedad Teo-
sófica fue el barón de Pahm, un aristócrata europeo en apuros que vivió en una
pensión hasta que el coronel y su compañera le ofrecieron una habitación en el
apartamento de ellos. Delicado de salud, el barón murió pronto y dejó todos sus
bienes a Olcott con el ruego de que su cuerpo fuera quemado.
Aunque común en Asia, la cremación era casi desconocida en Europa y en
América. En 1873 se formó una Sociedad de Cremación en Nueva York, y otra en
Gran Bretaña al año siguiente, pero todavía no se había incinerado a nadie. El co-
ronel ingresó en la sociedad de Nueva York cuando se formó y vio la oportunidad
de matar dos pájaros de un tiro si procedía a la incineración con su propio ritual
teosófico. La combinación despertó un enorme interés y proporcionó a ambas so-
ciedades un comienzo fulgurante.
Hubo que vencer muchas dificultades y no fue la menor encontrar un método
adecuado para quemar el cadáver. No existía ningún crematorio y tampoco era
cuestión de erigir una pira pública a la manera hindú. Además, el ayuntamiento de
Nueva York no las tenía todas consigo, y mientras discutía eón Olcott, el cuerpo
embalsamado del barón permanecía insepulto. Al final, los miembros de la Socie-
dad de Cremación se asustaron también y decidieron que no querían comprometer
su causa por asociarse con la dudosa Madame Blavatsky y su nueva religión.
Cuando rehusaron participar en aquello, Olcott se vio obligado a construir su pro-
pio horno de arcilla. Tuvo un éxito sorprendente: el cuerpo embalsamado ardió
fácilmente y contribuyó a popularizar el nuevo sistema.
Los funerales causaron más problemas que la incineración. El rito de una igle-
sia establecida estaba fuera lugar, por lo cual el coronel alquihó una sala y preparó
una liturgia ecuménica y unos rezos apropiados, pero la ceremonia se convirtió en
una farsa. El público que acudió se rió abiertamente del ritual y el escándalo au-
sabiduría divina. Böhme ejerció una profunda influencia en las corrientes filosóficas y en la filoso-
fía mística. Véase además S. Hobhouse, Jacob Böhme, His Life and Teaching, Londres, 1950.
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exótico y menos accesible? ¿O era sólo otro capricho, como cuando huyó Blava-
tsky de los siervos de su padre en 1848? Por muy enterada que estuviera del mapa
cósmico, su sentido de la geografía terrenal fue siempre escaso. A menudo, sus
propias historias de viajes imaginarios la habían llevado simultáneamente a partes
del mundo muy distantes entre sí. Daba igual la India que Egipto.
Más preocupado por los aspectos prácticos. Olcott vio posibilidades financie-
ras en la mudanza. Sus planes ambiciosos para obtener dinero, como invertir en
las minas de plata venezolanas, se ampliaron hasta formar agrupaciones indias de
negocios, aunque ninguna se llevó a cabo. Puso entonces todo su empeño en obte-
ner un pasaporte diplomático y una vaga hicencia para promover las relaciones
culturales y comerciales indonorteamericanas, que consiguió de la administración
del presidente Hayes, lo cual dio motivo a HPB para escribir una carta a un amigo
diciendo que su compinche «abriga esperanzas de entrar en Bombay con el sello
del gobierno estampado en el culo»6. Siempre confiado, el coronel estaba seguro
de contar con el apoyo del mundo espiritual, creencia que se confirmó cuando,
como él mismo cuenta, «aparecieron» mil dólares en su cuenta bancaria, de forma
muy parecida a como se precipitaban las cartas de Serapis en sus habitaciones 7.
Pero, cualquiera que fueran las razones prácticas, los dos compadres insistían
en que los Maestros les habían dicho que tenían que salir para la India. Y, además,
habían ordenado que salieran de Nueva York el 17 de diciembre de 1878, so pena
de un desastre oculto inminente si desobedecían. El desastre los amenazaba cier-
tamente en la forma material de los acreedores impacientes, pero para quienes
toman los acontecimientos terrenales como signos de las intenciones divinas,
aquello era suficiente. Una tarde de otoño, cuando leía en su habitación, Olcott fue
visitado por un extranjero alto y moreno, que resultó ser uno de los Maestros
Ocultos o Hermanos, que esta vez no venía de Luxor, sino del Himalaya. Olcott
ya tenía contacto habitual con el Maestro Morya, a quien alude en su diario como
«papá». Este extranjero, tocado con un turbante ámbar y vestido de blanco, puso
una mano en la cabeza del coronel y le dijo que estaba a punto de alcanzar el mo-
mento crítico de su vida con la gran tarea que él y HPB tenían que hacer por la
humanidad. Dejándole el turbante como recuerdo —su fotografía aparece en las
memorias de Olcott— el extranjero se desvaneció tan bruscamente como había
aparecido.
6
En una carta del 5 de diciembre de 1878, citada en H. Murphet, op. cit.
7
Olcott recoge en ODL que un «hindú impresionante» depositó el dinero antes de desvanecer-
se.
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63
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
viajar por el país, visitando lugares sagrados y maestros. Entre sus nuevos conoci-
dos figuraba el swami Dayananda Sarasvati, de Arya Samaj, que enseñaba la prác-
tica del yoga y los poderes que produce, como la levitación, la ocupación de otros
cuerpos, la prolongación de la vida y la transformación de la materia. El swami,
sin embargo, puso cuidado en distinguir entre tan importantes materias y los tru-
cos que tanto divertían a los europeos. Hacer que las cosas desaparezcan, por
ejemplo, no depende de una profunda práctica religiosa, sino de la destreza de las
manos: es una habilidad, no una ciencia. No se debe abusar en ese sentido de los
poderes del yoga, aunque cualquier yogui podría hacer fácilmente esos trucos si lo
desea para un propósito particular.
Pero HPB estaba dispuesta a establecerse como maestra por derecho propio y
proclamó públicamente su condición, precisamente mediante una serie de demos-
traciones de destreza manual. Cuando los compinches regresaron de sus viajes, a
finales de diciembre de 1880, y se establecieron en una nueva casa, Crow‟s Nest
[Nido del Cuervo], en una zona más salubre de Bombay, estas demostraciones ya
estaban en curso. Consistían en que apareciera un broche en un macizo de flores,
encontrar una taza de té y provocar música en el aire. Había una demanda cons-
tante de tales «fenómenos» en los círculos angloindios a los que HPB iba teniendo
acceso. Pero muchos decían que eran precisamente lo que el swami Dayananda
había denunciado como tamasha, es decir, engaños o trucos. Quizá la distinción
del swami entre fenómenos producidos por auténticos medios ocultos y los conju-
ros vulgares era difícil de entender para los europeos.
Con el tiempo, los fenómenos, igual que las cartas precipitadas, se convirtieron
en el centro de dolorosos debates dentro de la Sociedad Teosófica, admitiendo la
mayoría de los partidarios de Blavatsky que algunos de sus trucos eran realmente
eso, trucos, pero insistiendo también que otros eran fenómenos genuinamente
ocultos, y que era imposible trazar la frontera entre los dos. La cuestión, mante-
nían ellos, no era si Blavatsky era una charlatana, sino saber si algunas veces era
lo bastante necia como para comprometer sus verdaderos poderes con demostra-
ciones vulgares para complacer al público. La actitud de ella al final de su vida era
sugerir unas veces que había una distinción entre lo falso y lo verdadero, atribu-
yendo lo falso a su propia naturaleza humana y lo verdadero a la orientación de
los Maestros; otras veces, decía, la misma duda de algunos de los trucos formaba
parte de un plan más vasto. Cuál era ese plan, nunca lo dijo, y sus afirmaciones
siempre quedaban en el aire por alguna incómoda evidencia. El broche en el maci-
zo de flores, por ejemplo, resultó que había sido empeñado por su propietaria en
Bombay de donde HPB lo había redimido.
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Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
Hume y los Sinnett necesitaban confiar en su nueva amiga, pero pronto se die-
ron cuenta de las dificultades que les creaba. «Aunque estoy desesperadamente
inclinado a creer en ocasiones que usted es una impostora —escribía Hume a Bla-
vatsky en 1881— creo que la amo más que ninguno de ellos8.» Era una reacción
habitual, y dio pie a un mote —la Old Lady [Vieja Señora]— que HPB aceptó
inmediatamente, refiriéndose a ella misma en su correspondencia como la «OL»,
haciendo gustosamente el papel de una vieja amiga irracional, caprichosa e impre-
visible, aunque fascinante, inclinada a meter a los demás en líos innecesarios.
También se complació en atormentar a estos dos ingleses correctísimos, criti-
cándolos abiertamente a sus espaldas e —imprudentemente— entre ellos, descri-
biendo a Hume en una carta a Sinnett como «un Júpiter que, cual cabrero, se ofre-
ce al dios Hermes para enseñarle las últimas maneras… Un pobre yerbajo seco
rodando cuesta abajo por la pirámide de Queops»9. Sinnett era mordazmente des-
preciado como un bobo. Siempre satírica con las pretensiones de los gobernantes
británicos de la India, Blavatsky alternaba su humor, unas veces proclamando la
superioridad de su cuna con respecto a la de la reina Victoria, otras jugando con la
idea de convertirse en ciudadana británica y hacerse llamar «Señora Pitorreo o
Pelodecarnero»10. También le gustaba el reto que sus amigos representaban. El
inglés de sentido común, observaba ella, «cree más en los rusos que en los Her-
manos»11, sin embargo tienen un apetito «insaciable» por comprobar los fenóme-
nos psíquicos. Aunque orgullosos de su escepticismo, son ilimitadamente crédulos
de cualquier cosa, una vez convencidos de su existencia por la «evidencia».
A juzgar por sus cartas, está claro que Sinnett y Hume también gozaron con la
afición de Blavatsky por la intriga: la compleja correspondencia entre ellos tres (y
entre HPB y Patience Sinnett) está cargada de cotilleos y del constante juego con
la idea de que HPB fuera, después de todo, un fraude. Ella niega tales acusaciones
desde todos los ángulos, ellos siempre las traen a colación. Los nuevos amigos
adoptaron también el tono irreverente de ella. «Si no existieran —le escribía Hu-
me—, ¡qué gran novelista sería usted! Porque lo cierto es que usted crea unos
personajes muy convincentes. Cuando nuestro querido y antiguo Jesucristo, quiero
decir K.H., aparece de nuevo en escena, es nuestro actor favorito…»12
8
BL, p. 305.
9
BL, p. 33.
10
BL, p. 100.
11
BL, p. 28.
12
BL, p. 305.
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13
Estas anotaciones están minuciosamente recogidas en la edición de las cartas por A. T. Ba-
ker, lo cual da emotividad a la lectura, sobre todo por el inglés popular que emplea Blavatsky. Su
afición por las frases propias de jóvenes escolares, se revela en expresiones como «vaya bola»,
«bobadas», «tonterías» y «fantasmadas». Al general Blavatsky lo desdeña secamente como «el
viejo calzonazos». Entre sus expresiones favoritas aparecen también «con la sangre hirviendo»,
«me puso como un trapo», «por Dios», «vaya vida», «meter los morros en», «no me hables de la
ciencia», «¡por la sagrada sombra!», «mucho cuento», «uno de estos días», «me importa una hi-
ga», «te vas a enterar», «chorradas», «ese tonto del culo», «¿quién, en nombre de Dickens…?»,
«bestial», «un buen follón», «tirada en la estacada», «listo» y «concreto». Este lenguaje colorea en
ocasiones los mensajes de los Maestros produciendo un efecto hilarante. Véase Blavatsky Letters y
Mahatma Letters, pássim.
14
BL, p. 6
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aparece con toda la gloria de su belleza kalmuka en las cenas de gala del Gobernador
y de Carmichael; ¡HPB cortejada por los aide-decamps! La vieja Upasika [otro mote
de HPB] del brazo de miembros del Consejo, hinchada, con vestido de cola y medias
de seda, con una peste a brandy con soda que mataría a un yac tibetano 16.
Quizá Blavatsky sabía que el escándalo es un sistema como otro cualquiera pa-
ra que los demás te recuerden. En su caso parece que le dio buenos resultados, en
tanto prosperaba la Sociedad Teosófica, a pesar de las desilusiones de algunos
como Hume. Descubrió también que enfadar a los angloindios no le causaba nin-
gún daño ante la población nativa: por cada europeo que la abandonaba, ganaba
diez indios para su causa. Y quizá también tuvo la intuición de que el escándalo
era una parte importante de su coraza como maestra y figura pública. De haber
encajado en la situación, habría pasado desapercibida: usada convenientemente, la
controversia podía ser provechosa, creando permanentemente a su alrededor una
atmósfera electrizante de expectación. Para su desgracia, sabía crear la controver-
sia, pero no manejarla.
15
BL, p. 306.
16
BL, p. 45.
68
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69
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todo a Ceilán, donde la teosofía estaba alcanzando una gran popularidad, en buena
parte debida al entusiasmo del coronel por el budismo.
Los compinches hicieron una visita de dos meses a la isla en mayo de 1880.
Casi desde la llegada, Olcott se comportó como un nativo, vistió como un brah-
mán, con sandalias y dhoti, y se amoldó a las costumbres locales. Siete fueron las
sucursales cingalesas de la Sociedad que llegaron a inaugurar, y Olcott empezó a
abrazar la causa budista en contra de las misiones cristianas, que dominaban la isla
con la imposición de sus propias reglas. Sólo los matrimonios cristianos gozaban
de legalidad en Ceilán. Toda la educación estaba bajo la hegemonía cristiana —
805 escuelas cristianas frente a 4 budistas— y las ayudas gubernamentales a las
escuelas dependían de la enseñanza de la Biblia. Como se exigían las calificacio-
nes oficiales para acceder al funcionariado, todo empleo en el gobierno estaba
vedado a los no cristianos.
Los budistas cingaleses protestaron durante algún tiempo contra este estado de
cosas. En la década de 1860, las protestas pasaron a los hechos, y cuando Olcott y
Blavatsky llegaron a Ceilán y «tomaron el pansil» (una forma de confirmación
budista), sellaron su identificación con las fuerzas rebeldes. En Kandy les mostra-
ron la más sagrada de sus reliquias: el diente de Buda montado en oro. HPB, sin
ningún tacto, lo describió como del tamaño de un colmillo de cocodrilo. Olcott,
diciendo que obviamente el diente databa de cuando Buda se encarnó en un tigre,
fue más diplomático. También presidió reuniones públicas a favor de la igualdad
entre budistas y cristianos, promovió el desarrollo de un sistema escolar budista
cuyas calificaciones sirvieran para el funcionariado y, cuando fue a Londres, de-
fendió ante el Foreign Office la causa de los sacerdotes budistas cingaleses. Em-
pleando sus excelentes dotes de organizador, fundó un Comité de Defensa Budis-
ta, enseñando a los bonzos cómo actuar eficazmente en política para el reconoci-
miento de sus derechos. Quizá lo más notable fue su publicación en 1881 de un
Buddhist Catechism en inglés, que alcanzó numerosas ediciones y aún hoy se si-
gue imprimiendo.
Las consecuencias fueron impresionantes. En la década de 1960, cuando se
nacionalizó el sistema educativo en Ceilán, la Sociedad Teosófica Budista tenía
más de cuatrocientas escuelas, con muchos antiguos alumnos ocupando puestos
importantes. Los esfuerzos de Olcott consiguieron uno de los primeros y más no-
tables triunfos sociales de la Sociedad: tener un influjo formativo en el naciona-
lismo cingalés.
Fueron logros auténticos y de hondo calado, y quizá constituyan el monumen-
to más duradero de la teosofía. Como es lógico, el nombre de Olcott es recordado
70
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
en la isla, en cuya capital hay una calle con su nombre. En 1967, con motivo del
sesenta aniversario de su muerte, las autoridades emitieron un sello postal con-
memorativo y el Primer Ministro cingalés afirmó que «la visita del coronel Olcott
a este país es un hito en la historia del budismo en Ceilán»17.
17
Citado en Murphet, op. cit.
71
CUATRO
PROBLEMAS
1
Sobre los inicios de la ST, véase J. Ransom, A Short History of the Theosophical Society,
TPH Adyar, 1938. Puede encontrarse un resumen de la historia en B. F. Campbell, Ancient
Wisdom Revived, University of California Press, 1980. Si no se dice otra cosa, los miembros que
figuran aquí y en el resto del libro están tomados de Ransom, que es también la fuente de los obje-
tivos teosóficos.
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
La situación empeoró a causa de la confusión que había con respecto a los ob-
jetivos e identidad de la Sociedad Teosófica. Desde su fundación, la Sociedad se
había fijado tres propósitos básicos, definidos en 1896 como,
73
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
2
Sólo existe la biografía en dos volúmenes de E. Maitland Anna Kingsford: Her Life, Letters,
Diary and Work, George Redway, 1896.
74
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
aficionada a la caza y a otros deportes, mimada por sus padres primero y por su
esposo después. También tuvo sus propias ocupaciones y fue un encuentro casual,
cuando se dedicaba a sus asuntos, lo que‟cambió su vida. Conoció a una espiritista
mientras hacía campaña a favor de los derechos de propiedad de la mujer casada.
La mujer le dio un ejemplar de Human Nature, una publicación espiritista que,
cosa habitual entonces, contenía también artículos sobre la reforma del vestido,
recomendando el abandono del corsé, las crinohinas y los zapatos estrechos de la
época media victoriana y la adopción de ropa más sana y cómoda. La señora
Kingsford se adhirió inmediatamente a los dos movimientos, convirtiéndose en
una entusiasta espiritista y reformista del vestido. Así empezó un largo compromi-
so con la religión alternativa y las buenas causas que solían acompañarla.
Físicamente frágil y exquisitamente bonita, Annie se vio perseguida por una
enfermedad psicosomática. A pesar de nacerle una hija, parece que vivió casi
siempre como amiga de su marido, que le permitió un grado poco habitual de li-
bertad, ya que no se opuso a que se convirtiera al catolicismo y fuera propietaria y
directora de un periódico londinense, el Lady’s Own Paper. Este periódico, que
apoyaba las causas radicales de la propietaria, tardó poco en arruinarse por falta de
anuncios adecuados (excluía a la mayoría de anunciantes por razones ideológicas),
lo cual dio libertad a la señora Kingsford para dedicarse a sus ideales por otros
medios.
El sufragio femenino y los derechos de propiedad de la mujer pasaron pronto a
un segundo término, aunque nunca dejaron de interesarle, y se entregó apasiona-
damente a los animales y al espiritismo. Anna (llamada así desde entonces) dedicó
el resto de su corta vida a la religión y al movimiento contra la vivisección de los
animales, participando en este último incluso de manera criminal. Para llegar más
lejos‟ en el bienestar de los animales decidió hacerse médico. Para una mujer, esto
significaba hacer los estudios preliminares en la Universidad de Londres y luego
acabar la carrera en la facultad de medicina de París, único lugar de Europa donde
se admitían mujeres.
Entre tanto, conoció y mantuvo una larga correspondencia con Edward Mai-
tland, de mucha más edad, que encontró en ella una mezcla de musa y amante
(aparentemente platónica). Aunque por sus fotografías parece un tipo aburrido,
Maitland era muy enamoradizo: en su Vida de Anna, alude coquetamente a sus
tempranas relaciones con varias «nobles damas». Pero incluso prescindiendo de
las descripciones que hace de la cabellera dorada de Anna, de sus largas pestañas
75
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
3
Maitland, op. cit., vol. 2, p. 229.
4
Maitland, op. cit., vol. 2, p. 125.
76
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
5
Maitland, op. cii., vol. 2, p. 291.
6
Marie de Pomar, hija del conde de Pomar, casó con el decimocuarto conde de Caithness en
segundas nupcias de éste en 1872. Fue nombrada duquesa de Pomar por derecho propio en 1879
por el papa León XIII. Su casa en Niza era el Palais Tirenty.
77
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
78
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
7
BL, p. 66.
8
«Cristocéntrico» y «cristológico» son términos usuales en los círculos esotéricos, para hacer
la distinción entre Jesús como personaje histórico y su transformación por el espíritu de Cristo.
79
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
80
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
como los ocultistas orientales contra los místicos occidentales. Este conflicto pro-
vocaría dentro de la Sociedad numerosos cismas en los años siguientes. Mientras
HPB despreciaba a Kingsford como una simple médium, en el libro de Anna su
rival aparece como una ocultista, y los ocultistas ocupan el lugar inferior de la
escala religiosa, sólo en contacto indirecto con el mundo espiritual.
Poco antes de su muerte, Anna Kingsford soñó que se encontraba con HPB en
el paraíso budista. Blavatsky fumaba como siempre uno de sus apestosos cigarri-
llos, pero sólo lo hizo después de pedir humildemente permiso al patrón de Anna,
Hermes (cuya presencia en el paraíso budista no explica). La escena es adecuada-
mente simbólica. La separación entre las creencias occidentales y orientales —una
separación que curiosamente evoca el cisma de las iglesias cristianas muchos si-
glos antes— fue la primera pero no la última rebelión de quienes pensaban que la
teosofía se acercaba excesivamente a Oriente y abandonaba la tradicional fe cris-
tiana. No era, de acuerdo con sus críticos, señal de universalismo religioso, sino
de entrega total a una creencia extraña.
81
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
82
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
15
Sobre la SPR, véase A. Gauld, The Founders of Psychical Research, Routledge & Kegan
Paul, 1968.
83
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
16
Citado en Symonds, op. cit., p. 221.
84
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
da. Los miembros del consejo advirtieron la jugada (¿qué importaba después de
todo algunas acusaciones más de fraude contra HPB?) y al poco tiempo Emma y
Alexis se vieron obligados a irse de Adyar con las manos vacías, no sin que antes
Lane Fox diera un puñetazo a Coulomb delante de un policía que había sido lla-
mado para dirimir la disputa, por lo cual fue multado con diez libras.
Entre tanto, las cartas entre los Maestros y sus agentes humanos volaron en to-
das direcciones. En ese momento, HPB perdió el control de la correspondencia
entre la Hermandad y el mundo. Primero el Maestro KH escribió a Hartmann di-
ciéndole que no expulsara a los Coulomb. Luego el Maestro Morya le dijo lo con-
trario. Olcott recibió una carta anónima que en principio parecía que la dirigía
Hartmann a Madame Coulomb, acusando a Blavatsky de fraude y que luego resul-
tó que era una falsificación, pero ¿de quién y con qué propósito? La misma HPB
escribió a cada uno o cada uno dijo que así había hecho ella, apoyando cualquier
postura que adoptasen y excusándose por todas las acusaciones presentes, pasadas
y futuras. Pareció que sus creaciones, tanto las divinas como las humanas, se le
habían escapado totalmente de las manos.
Pero lo peor estaba por venir y, una vez más, fueron las cartas la causa de los
problemas. Hasta aquel momento, el escándalo había quedado dentro de las pare-
des del grupo de Adyar. Esto cambió cuando Emma, expulsada de aquel paraíso,
vendió su colección de cartas, que supuestamente le había escrito HPB, al enemi-
go encarnizado de Blavatsky, el reverendo Patterson, rector de la Universidad
Cristiana de Madrás y editor del Christian College Magazine. Fieramente hostil a
la teosofía y a su postura abiertamente anticristiana, Patterson estaba buscando
algo que desacreditara a la Sociedad. Calculando el tiempo a la perfección, publi-
có el primer grupo de cartas en septiembre de 1884, justo en el momento en que
Richard Hodgson, el investigador designado por la SPR, empezaba a ocuparse de
las acusaciones vertidas contra la teosofía.
Blavatsky y Olcott estaban todavía en Londres arreglando el asunto Kingsford.
Allí fueron entrevistados por la SPR y no volvieron a Adyar hasta diciembre de
1884. Hodgson, pues, tenía el campo libre para entrevistar a quien quisiera en la
India. No le importaba la existencia o no existencia de los Maestros. Su plan de
trabajo era investigar los fenómenos relatados por Blavatsky y sus seguidores:
campanas astrales, música, cuerpos móviles, cartas precipitadas y todo lo demás.
Su informe preliminar, publicado al final del año y basado sobre todo en el testi-
monio de Madame Coulomb, fue inevitablemente condenatorio. Todos los fenó-
menos fueron rechazados, tanto los debidos a deliberadas falsificaciones y enga-
ños de Blavatsky como las alucinaciones y malentendidos por parte de los testi-
85
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
gos, especialmente Olcott, que fue calificado (en un lenguaje más educado) como
viejo necio y crédulo. Inclinado a aceptar la opinión de Blavatsky sobre Olcott
como «gaita hinchada de vanidad»17, Hodgson describió a la propia Blavatsky
como «ni boca de profetas escondidos ni vulgar aventurera; creemos que se ha
ganado el título por el que siempre será recordada de la impostora más cumplida,
ingeniosa e interesante de toda la historia»18.
Pero la crítica que más la enfureció fue la insinuación de Hodgson de que ella
podía haber estado trabajando pagada por los «intereses rusos» 19. Era ésta una
sospecha extendida entre los funcionarios del Raj, alimentada por las suaves aun-
que imprudentes críticas de HPB al régimen colonial, su aparente apoyo a la inde-
pendencia india y su insistencia en que, a pesar del duro trato que daba a los pri-
sioneros políticos, el gobierno ruso era más liberal en materias sociales que su
homólogo británico. Cuando Olcott le rogó que declarara sin ambages su lealtad a
la reina, escribió a Sinnett y a otros negando que tuviese alguna diferencia con los
británicos, pero continuaron las sospechas, que alcanzaron el nivel más absurdo
cuando una página de uno de sus manuscritos vertidos en una extraña lengua, fue
robada por Emma Coulomb y vendida a la Universidad Cristiana de Madrás, que
la entregó a la policía de Calcuta como probable código de espionaje. Después de
estudiar la página durante varios meses, la policía no sacó nada en claro, lo que no
era de extrañar, pues estaba escrita en senzar, el idioma en que supuestamente
dictaban los Maestros a Blavatsky.
Más adelante, Hodgson retiró su insinuación de que HPB fuera una espía rusa,
pero el resultado de su informe levantó un alboroto dentro de la Sociedad Teosófi-
ca. Todo el mundo acusó a todo el mundo. HPB decía que Emma Coulomb había
adulterado sus cartas. También acusó a Hartmann de mentir e intrigar y le dijo a
Sinnett que no se fiaba de Olcott. Olcott reprochó las indiscreciones a su compin-
che. Lane Fox y Hartmann echaron la culpa del escándalo a la incompetencia de
los miembros indios del consejo de administración, y los indios echaron la culpa a
los europeos por su falta de confianza.
17
BL, p. 95.
18
R. Hodgson, «Informe del Comité nombrado para investigar los fenómenos relacionados
con la Sociedad Teosófica», Society for Psychical Research, diciembre de 1885.
19
Las cartas de Blavatsky están llenas de negativas indignadas de haber criticado alguna vez al
gobierno británico de la India. Las acusaciones de espionaje eran moneda corriente en la India y
más raras en Inglaterra. Sin embargo, el 3 de mayo de 1889, la Pali Mali Gazette afirmó tajante-
mente que HPB y su amiga Olga Novikoff eran espías rusas.
86
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
20
Hodgson, op. cit.
87
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
Temo que pronto tendrás que decirme adiós, al Cielo o al Infierno, no lo sé. Esta vez
ha sido demasiado, sin duda una enfermedad de los riñones, con toda la sangre que se
hace agua, con úlceras que aparecen en los lugares más insospechados y escondidos,
la sangre o lo que sea formando bolsas à la kangoroo, más otras lindezas y etcéte-
ras… Puedo durar un año o dos… pero puedo estirar la pata en cualquier momen-
to…21
En 1884 era «un limón viejo y exprimido, moral y físicamente, que sólo sirve
para limpiar las uñas del Old Nick con…»22 y
hecha pedazos, desmigajada como una galleta de barco, y todo lo que puedo hacer es
recoger y reunir mis voluminosos fragmentos, encolarlos y llevar esta ruina hasta Pa-
rís…23
21
BL, p. 37.
22
BL, p. 135.
23
BL, p. 77.
88
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
Su enfermedad se agravaba por una obesidad tan grotesca que a veces apenas
podía moverse. Cuando tuvo que embarcar en Madrás, la combinación de enfer-
medad y grasas, obligó que para subir a bordo tuviera que ser izada en una silla
atada a una cuerda y a una polea.
Como este episodio en la India, casi toda la vida de HPB es una brillante co-
media, tal como se refleja tácitamente en el tono de sus cartas, pero pudo tener
graves consecuencias para quienes confiaron en ella. En 1886, mientras Blavatsky
gozaba de un relativo lujo en Alemania, Olcott recibió una carta de Koot Hoomi
refiriéndose a uno de sus más fieles seguidores, Damodar K. Mavalankar, un jo-
ven brahmán que había dejado a su esposa para dedicarse fervientemente a la So-
ciedad. Parece que, en su pasión por la teosofía, había participado sin darse cuenta
en los fraudes de Blavatsky, cuando ella lo utilizó para precipitar cartas.
Avergonzado por su participación en el escándalo, Damodar emprendió un
viaje para encontrar por sí mismo a los Maestros en las elevadas cumbres del Sik-
kim. Los últimos tramos de su viaje los hizo solo. Según la carta de Koot Hoomi,
Damodar había conseguido su objetivo a pesar de las enormes penalidades, y es-
taba dispuesto a someterse a la iniciación como Adepto. Lo cierto es que no había
sido visto más por ojos humanos, y cuando se encontró un cadáver, Olcott sugirió
que era «una Maya» o ilusión, «para que pareciera que el peregrino había sucum-
bido»24.Pero hubo quienes hicieron notar que el cuerpo congelado que se descu-
brió en el sendero montañoso, no lejos de donde Damodar fue visto por última
vez, llevaba su ropa. El biógrafo más reciente de Blavatsky responde a esta evi-
dencia con há interesante suposición de que Damodar se había cambiado de ropa
para ir más abrigado y adaptarse al clima montañoso.
24
ODL, vol, ji, p. 214.
Damodar, brahmán nacjdo de padres acomodados en 1857 (su sobrino llegaría ser más adelan-
te speaker en la cámara baja del parlamento indio) fue un joven nervioso, tuvo visiones y, según
Olcott, físicamente era «tan frágil como una muchacha» (ODL, vol. u, p. 212). Convertido a la
teosofía por su lectura de isis desvelada, renunció a su esposa y a su parte de la fortuna familiar
para ingresar en la Sociedad. Damodar fue un hombre sumamente excitable que, al parecer, estuvo
implicado en la falsificación de cartas de KH. También causó problemas en el recinto de Adyar
durante las ausencias de Blavatsky y Olcott, por lo que no es raro que, en junio de 1886, Koot
Hoomi escribiera a Olcott que Damodar debía ser castigado por sus indiscreciones (ODL, vol. u, p.
213). Sea como sea, la pena de muerte por su sincera aunque errónea intromision parece excesiva,
y la actitud de Olcott indebidamente cruel. Para más sobre este episodio, véase 5. Eek, Damodar
and the Pioneers of the Theosophical Society, TPH Madrás, 1965.
89
CINCO
SUCESIÓN APOSTÓLICA
1
No es la primera vez que fue amenazada. Poco antes de abandonar la India, un supuesto che-
la teosófico, Mohammed Murad Ali Beg, antiguo oficial de caballería de un maharajá de segundo
orden, se volvió loco y atacó a Blavatsky con una espada. Por fortuna no le causó ningún daño.
2
Todas las citas de este párrafo están tomadas de la carta de Olcott a Blavatsky, reimpresa en
BL, p. 333.
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
«hay un proverbio que dice que necio es el pájaro que arruina su propio nido. No
hagas que el tuyo sea inhabitable».
No era una huésped fácil y muchas de sus estancias terminaron con lágrimas.
Sus acompañantes en los viajes no le ayudaron mucho. Eran una muchachá irlan-
desa, medio boba, que diariamente tenía visiones de los Maestros, el hindú dimi-
nuto que después se volvería loco en Alemania y un tercero, un hermoso brahmán
llamado Mohini Mohandas Chatterjee (1858-1936), causante del mayor de los
problemas cuando se enredó con una tal señorita Leonard que desnudó sus senos
ante él cuando paseaban juntos por un bosque cercano a París.
La señorita Leonard no fue la única que se enamoró de Mohini. Blavatsky, que
detestaba el sexo con su característico apasionamiento, escribió a la señora Sinnett
que
Hay otras en el grupo, y no una, sino cuatro, que arden de pasión feroz y escandalosa
por Mohini, con la voracidad de los viejos gourmands por la comida artificiosa, como
el queso podrido de Limburg con gusanos dentro que cosquillea sus saciados palada-
res, o la que sienten esos viejos inicuos de «Pall Mall» por la fruta prohibida, ¡vírge-
nes de diez años! ¡¡Oh, bestias inmundas!! cuánta puta sacrílega e hipócrita 3.
Los indios resultaron sexualmente fascinantes para más de una europea con in-
clinaciones teosóficas. Parece que una muchacha llegó a aprender uno o dos tru-
cos de los mayores y envió cartas a Mohini, como si fueran de un Maestro, invi-
tándolo a usar su cuerpo como le placiera. HPB también disparó cartas enloqueci-
das, llamando Mesalina y esposa de Putifar a la señorita Leonard, hasta que los
abogados de la dama la amenazaron con una querella por libelo. Luego se descu-
brió que Mohini había escrito más de una carta comprometedora a la señorita
Leonard, y HPB se vio obligada a retractarse bajo la amenaza de un proceso judi-
cial. Furiosa por la ley británica del libelo y por la estupidez de sus seguidores, se
quejó a Sinnett: «Una solterona demasiado erótica se enamora de un hindú acho-
colatado con ojos de cabrón, y uno de los resultados es que… una tercera persona
—yo misma— inocente en toda la disputa, de principio a fin, sale de la refriega
aplastada»4.
Mohini terminó por causarle tantos problemas como la igualmente deliciosa
Anna Kingsford, incitando a HPB a compararlos con don Juan y santa Teresa.
Evidentemente ella sabía más de las aventuras del brahmán de lo que daba a en-
3
BL, p. 123.
4
BL, p. 182.
91
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
Jamás en mi vida había visto aparecer semejante chaparrón de cartas privadas desti-
nadas a permanecer secretas. Las mías a Hubbe y a los Gebhardt, a Hoffman y a
otros; ¡mi carta al LL., que pretendía evitar una crisis en nuestras sucursales, la envía
la señora Cavelh a un periódico de N.Y.! La de Leadbeater a Sinnett o a la señorita
A.; y ahora la tuya a Madame de Morsier… 6
5
BL, p. 328.
6
Idem.
7
El relato fervientemente partidista de Constance Wachtmeister sobre sus años con HPB pue-
de encontrarse en HPB and the Present Crisis in the Theosophicai Society, Londres, 1895, y en
Reminiscences of Madame Blavatsky and the Secret Doctrine, Londres, 1893, de donde se ha sa-
cado este episodio.
92
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
8
Estos episodios —y muchos otros— están vívidamente narrados en Solovieff, A Priestess of
Isis, trad. de W. Leaf, Longman‟s Green, 1895.
9
BL, p. 103. Lo llama Judas en la misma carta.
10
BL, p. 77.
11
BL, p. 78.
93
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
la señorita Arundale y a dos amigos suyos como «la Urna teosófico ética y sus dos
chelas como asas»12.
Se alojó primero con la popular novelista Mabel Collins, en un suburbio del
sur de Londres, y siguió trabajando en su nuevo libro. El manuscrito era un caos.
Bertram Keightley, secretario de la logia de Londres, y su tío Archibald (las dos
«asas» de la urna) habían acordado actuar de editores, pero se desesperaron cuan-
do se vieron ante un montón desordenado de papeles garrapateados de un metro
de altura. Emprendieron su tarea llevándose a Blavatsky a la casa de ellos, en el
17 de Lansdowne Road, Holhand Park, donde podrían vigilarla mejor.
En Lansdowne Road recibió a numerosos visitantes distinguidos, entre ellos a
W. B. Yeats, que más adelante la comparó con una campesina irlandesa, sagrada,
triste y astuta al mismo tiempo. Yeats se tomaba muy seriamente el resurgimiento
de la sabiduría oriental y estaba interesado en una amplia gama de «ciencias» eso-
téricas, como la queirosofía (quiromancia), dinámica celeste (astrología), cromo-
patía (curación mediante los colores) y pohigráfica (una forma de escritura auto-
mática). Conocedor de la teosofía por Esoteric Buddhism de Sinnett, y aunque
dudaba de la existencia objetiva de los Maestros, lo convirtió en miembro Mohini
Chatterjee, que llegó a Dublín en 1885 «con una pequeña maleta en la mano y
Mario el epicuro en el bolsillo»13. Mohini, que volvería a Irlanda al año siguiente
para pronunciar una conferencia en la Sociedad Hermética recientemente formada
por Yeats14, le dijo al poeta que los «orientales» tenían un sentido de la verdad
distinto al de los europeos, afirmación en la que Yeats no percibió ninguna ironía,
quizá porque encontró seductor al joven brahmán15.
Yeats comentó después lo difícil que fue para quienes conocieron a Mohini li-
brarse de su hechizo. Siempre sensible al encanto y a la belleza, el poeta prefería a
Mohini y a Kingsford antes que a HPB, a quien consideraba menos intuitiva y más
divertida que ellos, aunque la usó como modelo del personaje de la señora
Allingham en su novela The Speckled Bird, en la que también aparece Anna
Kingsford. Anna quedó igualmente encantada con Mohini. Un hombre que podía
12
BL, p. 200.
13
W. B. Yeats, Collected Works, Stratford on Avon, 1908, vol. VII, p.192.
14
Esta sociedad, que se reunió por vez primera el 16 de junio de 1885, parece que fue inde-
pendiente de la Sociedad Hermética de Kingsford, fundada el 22 de abril del año anterior.
15
Yeats, op. cit. El texto completo de la cita que hace Yeats de Mohini dice: «A los orientales
se nos enseña a explicar cuidadosamente los principios, pero no se nos enseña a observar, recordar
y describir un hecho. Nuestro sentido de lo que es la veracidad es completamente distinto al de
ustedes».
94
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
95
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
que la teosofía es (teóricamente) abierta, racional y democrática. Yeats, que equiparaba la magia
con la imaginación y veía la poesía como el medio de encarnar el escondido orden cósmico, llegó a
entender esto enseguida.
96
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
Críticas], una revista dirigida por W. T. Stead19. Este, un periodista que se hizo
muy popular defendiendo las buenas causas, como el socialismo y la reforma so-
cial, era un hombre agresivo y emotivo, dolorosamente obsesionado con el peca-
do. Era aficionado a la escritura automática y a la fotografía de los espíritus, pero
no fue hasta después de la muerte de una muchacha americana, a quien había co-
nocido en la Pasión de Oberammergau, Suiza, que su afición por el espiritismo se
convirtió en pasión. Cuando la muchacha muerta, Julia Ames, empezó a enviar
mensajes desde la Zona Fronteriza (el limbo espiritista, «Borderland» en el origi-
nal inglés) a una amiga suya en Illinois, ésta contactó con Stead, y él entonces
trató de ponerse en contacto con Julia. El resultado fue Cartas de Julia, publicado
en 1897. Cuando el hijo de Stead, Willie, murió en 1908, también empezó a co-
municarse con su padre; y cuando Stead se ahogó en el naufragio del Titanic en
1912, envió a su vez mensajes a su hija Estelle, ferviente espiritista.
Stead contaba entre sus amigos a H. G. Wells, George Bernard Shaw y casi to-
dos los primeros fabianos, un grupo de intelectuales y reformistas entre los que se
encontraba Annie Besant, a quien encargó la crítica de La doctrina secreta para la
Review of Reviews. La consecuencia fue espectacular. Después de referirse al libro
en términos elogiosos, Besant fue a conocer a la autora, y de resultas del encuen-
tro se convirtió a la teosofía.
Figura pública, bien conocida más allá de los círculos radicales, la señora Be-
sant20 era una heroína tímida, parecida a aquella otra Annie teosófica, la señora
Kingsford. Son muchos los paralelismos entre ellas. Como Kingsford, Annie Be-
sant, de soltera Wood, era de sangre mezclada, más irlandesa que inglesa. Nacida
en 1847, idealista, atractiva y de fuerte voluntad, Annie Wood procedía también
de una distinguida familia de la City, aunque el padre era de una rama segundona
y pobre. El señor Wood murió joven, dejando a la familia en una situación apura-
da y a Annie con una necesidad permanente de orientación masculina; pero tuvo
la fortuna de ser acogida por una solterona rica y culta, amiga de su madre viuda.
Esta señora convenció a la señora Wood para que Annie viviera con ella, y la con-
secuencia fue una excelente aunque idiosincrática educación.
19
La biografía canónica es de F. Whyte, The Life of W. T. Stead, Jonathan Cape, 1925. Otras,
más recientes, son: A. Taylor, Annie Besant, Oxford University Press, 1992, y W. 5. Smith, op. cit.
20
Este relato de los primeros años de Annie Besant se basa principalmente en su propia Auto-
biography, TPH Madrás, 1908. La más reciente es de Ann Taylor (véase nota anterior). La señora
Taylor, que se basa extensamente en la correspondencia inédita de Besant, dedica una parte sus-
tancial de su excelente libro a sus años teosóficos.
97
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
La joven Annie estaba llena del anhelo de servir a la humanidad mediante al-
guna clase de glorioso martirio, anhelo que también persiguió a Anna Kingsford.
Había sido profundamente religiosa de niña, pero tras el fracaso de su matrimonio
con el antipático señor Besant, un severo pastor anglicano, las crecientes dudas
religiosas y la infeliz vida doméstica la hicieron abandonar su fe y la parroquia de
su esposo en Lincolnshire a la edad de 27 años.
Con una pensión del vicario de 110 libras anuales, una suma comparativamen-
te alta para una esposa separada en el siglo XIX, Annie se introdujo en los círculos
radicales de Londres, donde conoció y se hizo amiga de Charles Bradlaugh, diri-
gente de la Sociedad Secular Nacional21. Bradlaugh era famoso por sus campañas
a favor de causas de todo tipo, y pronto todos creyeron que Annie Besant era su
amante, basados en la idea de que los librepensadores deben ser practicantes del
amor libre. Parece que ése no fue el caso. Intelectualmente radical, republicano y
ateo, Bradlaugh era moral y socialmente conservador, incluso mojigato. Aceptaba
las distinciones sociales de su época y se esforzaba por adaptar su acento provin-
ciano a las normas de la clase media. Sostenedor de los más elevados principios
éticos, creía firmemente en las instituciones parlamentarias y rechazaba por igual
la injusticia dominante y la revolución violenta. En su vida privada era educado y
amable, cuidando en todo momento de una esposa alcohólica, y luego de su her-
mano alcohólico (quien, sin embargo, se convirtió en cristiano evangélico, como
para llevarle la contraria).
Bradlaugh era un brillante orador público, incansable e implacable, capaz de
llenar todas las salas en donde hablaba. Todos sus oponentes reconocían su habili-
dad en el debate. Bajo su tutela, la diminuta Annie Besant adquirió el poder de la
elocuencia y el placer de dirigir grandes multitudes. Bradlaugh y Besant llevaron a
cabo diversas campañas reformistas, pero su cause célébre superó todos los temas
de interés —libertad de prensa, censura, derechos de la mujer y ateísmo— en un
caso que despertó la atención de la Inglaterra victoriana. En 1876, un librero fue
detenido por vender literatura obscena, Los frutos de la filosofía, un texto de título
equívoco sobre control de la natalidad. El libro había sido reimpreso varias veces
en Inglaterra y EE.UU. desde su primera aparición en 1833, pero el librero añadió
algunos diagramas aclaratorios, y se consideró que traspasaban los límites de la
21
Sobre Bradlaugh, véase H. B. Bonner, Charles Bradlaugh: A Recora of His Life and Work
by His Daughter, T. Ficher Unwin, 1895. Hay una biografía más reciente: D. Tribe, President
Charles Bradlaugh MP, Elek, 1971. Pero véanse también las obras citadas de Taylor y Smith en la
anterior nota 19.
98
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
decencia para caer de lleno en la ilegalidad. El editor original de esta tirada fue
procesado y multado.
Bradhaugh y Besant se vieron implicados en el caso cuando reeditaron Los
frutos de la filosofía después del primer juicio. Pronto se vieron en el banquillo,
desde donde pronunciaron inútiles discursos gargantuescos en su defensa. Aunque
apelaron y la condena quedó aplazada —ambos tenían el gusto y el talento de liti-
gar— la sentencia condenatoria inicial de Annie dio la oportunidad al señor Be-
sant de asegurarse la plena custodia de los dos hijos y Annie perdió su pensión.
En los años que siguieron pasó del secularismo al socialismo, de la misma
forma que pasó de Bradlaugh a Shaw y a Edward Aveling. Annie era una mujer
femenina y atractiva, cuya belleza y modo de hablar suave y encantador en priva-
do contrastaba con su feroz presencia pública. Era también muy sensible a la in-
fluencia masculina, y es imposible separar sus convicciones cambiantes de sus
afectos cambiantes. Aveling era un monstruo de egoísmo y crueldad; para fortuna
de la señora Besant, traspasó su afecto a Eleanor, la hija de Karl Marx, que termi-
naría suicidándose por la crueldad de Aveling. Shaw era más amable, pero no me-
nos escurridizo. Se habló algo de matrimonio, pero el tema se dejó de lado. Parece
que Annie también se enamoró de Stead.
Fue G. B. Shaw quien describió la vida de Annie Besant en términos teatra-
22
les . Pensaba que la veía en una serie de papeles gloriosos, uno tras otro, oportu-
namente según se cansaba del anterior. Es una visión cruel aunque acertada, si
bien hay que añadir que el mismo Shaw siempre actuaba para la galería, aun
cuando sólo hubiera un espectador y éste fuera la propia Annie. Fue también Shaw
quien hizo el más vivo y emotivo retrato de Annie, como Rama, en su comedia
Arms and the Man [Las armas y el hombre]. En ocasiones con ingenua franqueza,
y en otras con teatralidad, Rama admite sus dudas sobre sus ideales románticos,
por más que los defienda —una admisión poco probable en Annie—. Pero la «voz
trémula» que Rama emplea para expresarse está tomada ciertamente de Annie,
quien, bastante modesta fuera del escenario, encarnaba un personaje más comple-
jo, más seguro y quizá más sospechoso cuando se presentaba ante el público y se
transformaba y arrastraba a la audiencia. Pero Shaw veía a ambas mujeres since-
ras, apasionadas y enternecedoras.
Hay, sin embargo, una diferencia decisiva entre Annie y su personaje de fic-
ción. Mientras Rama en sus momentos más reales puede distinguir entre las ilu-
siones de los sueños románticos y su identidad verdadera, hay bastantes elementos
22
Véase Taylor, op. cit., pp. 261-62.
99
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
que prueban que Annie no podía. Cuando abrazaba una causa, se identificaba to-
talmente con ella, lo cual explica su capacidad para pasar con tanta facilidad de
una a otra, aun cuando fueran completamente opuestas.
Los ideales de la teosofía y del socialismo fabiano no estaban muy alejados.
Ya hemos visto la frecuencia con que los políticos radicales de la época sentían
una fuerte inclinación religiosa. Robert Owen y su hijo fueron espiritistas y políti-
cos radicales. La segunda esposa de Laurence Oliphant, Rosamund Dale Owen,
fue miembro fundador del grupo del que surgieron los fabianos. También a Shaw,
al final de su vida, le complacía presentarse como hombre religioso. Es cierto que
no tenía tiempo para la parafernalia del cristianismo, al que consideraba como una
superstición primitiva. Pero si creía que la religión convencional es bárbara, la
falta de religión es mucho peor: un mero arrastrarse en el desagüe cósmico. Según
Shaw, el Hombre no puede y no debe vivir sin un sentido finalista. No se trataba
de una mera preferencia personal. Nunca moderado, Shaw pensaba que «la civili-
zación necesita la religión como una cuestión de vida o muerte» 23. Estaba de
acuerdo con Blavatsky en que el propósito que una vez facilitó la creencia en Dios
había sido destruido por una combinación de materialismo y darwinismo. Pero esa
destrucción, creía, era sólo el preludio de la aparición de una fe nueva y racional.
23
G. B. Shaw, Back to Methuselah. Aunque creía en la evolución, Shaw rechazaba la teoría de
Darwin, respetando a su autor, porque despoja al universo de mente y propósito, lo cual quita sig-
nificado a la existencia. Aunque autoproclamado racionalista, Shaw no se detiene a considerar la
posibilidad de que la vida pueda efectivamente no tener significado. En lugar de eso, prefiere la
idea de Lamarck de desarrollo con un propósito, que él combina con la noción nietzscheana de
voluntad para dar lugar a lo que llama «la religión del vitalismo metafísico».
Esta teoría se expone en el acto de Don Juan de Man and Superman, parodia de comedia ro-
mántica, en el cual Shaw presenta la fuerza de la vida como deseo sexual. La misma idea se pre-
senta desde un punto de vista diferente en las cinco obras que constituyen la secuencia de Back to
Methuselah, publicada por primera vez en 1921. La perpetuación de las especies da paso aquí a la
longevidad personal. En una curiosa devolución de cumplido a la Hermandad de los Maestros,
Shaw sugiere que la duración media de vida de setenta años es demasiado corta para los estadistas
y pensadores que han de tomar las decisiones a largo plazo para la supervivencia de las especies.
Esto sólo podrá darse cuando el ser humano viva al menos trescientos años. Hoy mueren cuando
son todavía niños: en consecuencia, se comportan como niños. Pero algunos llegarán a vivir miles
de años y, en la última obra de la secuencia, Shaw imagina lo que será el mundo cuando esto ocu-
rra.
La longevidad era un tema común en esta época, quizá porque se estaba erosionando rápida-
mente la creencia popular en- la inmortalidad del alma y la población empezaba a vivir más años
(aunque pocos vivieron tanto como el mismo Shaw).
100
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
24
Symonds, op. cit., p. 247.
101
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
que ocuparía el puesto emotivo de la madre y del padre, del esposo y de los hijos
en su nueva vida infeliz de conversa.
Cuando se encontraron durante la primavera de 1889 en Lansdowne Road, la
señora Besant quedó profundamente afectada. Visitó a HPB con su amigo Herbert
Burrows, que fue durante un período la influencia masculina en la vida de Annie.
Colaboró al principio con Besant y Bradlaugh en varias causas reformistas y luego
se sintió atraído hacia la religión, como tantos contemporáneos, por la muerte de
su amada, en este caso su esposa. Entró en la Sociedad Teosófica en 1888, y ani-
mó a Annie a que lo siguiera. Probablemente jugó un papel más significativo en
su conversión que todo lo que ella leyera en Esoteric Buddhism.
La señora Besant recoge en su Autobiografía que, aunque Ma-dame Blavatsky
les habló con energía y brillantez, «no mencionó una palabra de ocultismo, nada
de misterios» hasta que los visitantes se levantaron para marcharse. Entonces miró
a Annie a los ojos y dijo con «palpitación anhelante» en su voz: «Oh, querida se-
ñora Besant, cuánto nos gustaría que estuviera entre nosotros»25. Fue un golpe
magistral psicológico.
Tan fuerte fue la impresión que le causó Blavatsky que, cuando le mostró el
informe Hodgson para que hiciera su propio juicio, no sólo aplaudió la franqueza
de Blavatsky, sino que rechazó el informe sin más, tan convencida estaba de la
absoluta honradez de su anfitriona. Sin embargo, dar a conocer su conversión exi-
gió un gran coraje. La prensa, que desde hacía tiempo había adivinado la afición
de Annie por la publicidad y una cierta frivolidad en su adopción de una causa tras
otra, tuvo un día de triunfo. Aunque sólo fuera porque su nueva fe implicaba la
retractación pública de una de sus causas más famosas: la contraconcepción. Koot
Hoomi se había pronunciado en contra de ella, y la doctrina oficial de la Sociedad
era que el control de la natalidad servía simplemente para alentar la permisividad
de las pasiones animales que impiden que el hombre se eleve por encima de su
propia naturaleza.
Más preocupantes fueron las suceptibilidades de sus amigos, especialmente
Bradlaugh y Shaw26. Al principio siguió formando parte de la ejecutiva de la So-
ciedad Fabiana y asistió al Congreso Internacional de los Trabajadores celebrado
en París en 1889, dejando sólo las reuniones para unirse a Blavatsky, que pasaba
sus vacaciones cerca de Fontainebleau. Como era habitual con las mujeres, Shaw
25
Annie Besant, Autobiography, p. 311.
26
Para la actitud hostil de Bradlaugh hacia HPB y la teosofía y, por consiguiente, hacia la
conversión de Annie, véase su escrito en Nationai Reformer del 2 de noviembre de 1884.
102
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
103
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
28
Para un relato favorable a Judge, véase 5. Eek y B. de Zirkoff, William Quan Judge, Theo-
sophical Pioneer, TPH Wheaton, 1969.
104
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
más rica y también contaba con la ventaja de la publicidad de The Path, la revista
de la sección estadounidense. En The Path, Judge se presentaba como guardián
espontáneo del espíritu de Blavatsky, en contraste con la pedestre preocupación
del coronel por las organizaciones e instituciones. Reveló que la misma Blavatsky
se había rebelado contra semejante corporativismo, el cual, según él, estaba impi-
diendo la misión espiritual de la Sociedad, apartándola así de sus propósitos origi-
nales. De este modo, Judge hacía una clara distinción entre el papel de HPB como
espíritu orientador de la Sociedad y el lugar inferior de Olcott como administra-
dor. Esta comparación, que infravaloraba la labor decisiva de Olcott en los prime-
ros días, formó parte del proceso de canonización de Blavatsky que se llevó a ca-
bo después de su muerte y sería imitada durante los años siguientes por los líderes
de los grupos escindidos. Con una rapidez sorprendente, los rasgos poco favora-
bles de HPB fueron sustituidos por una imagen mística y maternal: la maestra
inspirada cuya existencia era toda la razón de ser de la Sociedad Teosófica. A par-
tir de ahora, defender el legado de HPB fue una función vital en las filas de la So-
ciedad.
Judge contaba también con el ferviente apoyo de Annie, con la que había he-
cho una gran amistad durante su viaje por América. Cuando volvió a Londres a
finales de mayo de 1891 y supo que HPB había muerto durante su ausencia y que
le había legado la presidencia de la Sección Esotérica, Annie ya estaba preparada
para escuchar las reticencias de Judge acerca de la presidencia de Olcott. No hacía
mucho que Blavatsky había creado una especie de gabinete interior con miembros
del consejo de la Sección Esotérica, con ella misma como Cabeza Visible (las
Cabezas Invisibles eran los Maestros). El consejo de la SE, elegido por Blavatsky,
lo componían las figuras más poderosas de la Sociedad. Por lo tanto, su cuerpo
directivo de facto estaba a menudo en conflicto tanto con el consejo de la sección
nacional como con el Consejo Supremo. Judge propuso a Annie que disolviera el
consejo de la SE, nombrándose ellos Cabezas Visibles, lo cual pondría el poder en
manos de los dos y, a la larga, en las de él solo.
Olcott que, naturalmente se opuso, no carecía de un plan astuto. Algunos años
antes, Sinnett y Hume persuadieron a Blavatsky en un momento de debilidad para
que firmara una orden deponiendo al Presidente, una orden que Olcott, al volver
poco después de uno de sus viajes, obligó a revocar a HPB. Fue esa situación em-
barazosa la que lo animó en primer término a sacarla de la India. Ahora que estaba
muerta no iba a renunciar a su poder y, menos aún, a favor de Judge, por más que
pareciera que los Maestros se oponían a Olcott, porque empezaron a aparecer car-
tas de la Hermandad en apoyo de Judge, que afirmaba tener comunicación directa
105
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
con los Maestros. Incluso llegó a aparecer una nota entre los papeles de Annie que
decía «El plan de Judge es correcto», y esta nota, como todas las cartas, iba con el
sello del Maestro Morya. Al principio, Annie tomó partido por Judge. Tan impre-
sionada estaba por estos mensajes y su autenticidad, que perdió la cabeza. El 30 de
agosto de 1891, mientras pronunciaba su discurso de despedida en la National
Secular Society, reunida en la vieja guarida de Bradlaugh, nada menos que la Sala
de la Ciencia, anunció en presencia de Olcott que HPB seguía precipitando cartas
desde el Otro Lado.
Pero Olcott sabía más del asunto. Había acudido apresuradamente a Londres
para cónseguir el apoyo de Annie antes de que Judge la pusiera en su contra y
resolvió desenmascarar al jefe de la sección americana. Para empezar, Judge
siempre había pedido al coronel que intercediera ante los Maestros. ¿Cómo es que
ahora podía comunicarse directamente con ellos? Pero lo peor es que el «sello del
Maestro Morya» era uno que el propio Olcott había encargado en el Punjab en
1883 y se lo había regalado a Blavatsky, desapareciendo misteriosamente de sus
efectos personales unos años después. Ante el fraude evidente, el presidente orde-
nó a Judge que pusiera fin a su campaña. Judge respondió amenazando con cortar
los fondos americanos. También insinuó que si Olcott revelaba el asunto de las
cartas de Judge, los miembros de la Sociedad podían quedarse sorprendidos cuan-
do supieran los orígenes del sello del Maestro Morya, que todos, con el apoyo
tácito de Olcott, creían auténtico.
La refriega continuó, alcanzado su momento más absurdo cuando Judge con-
venció a Annie de que Olcott tramaba envenenarla. Luego, en junio de 1892, Jud-
ge y Besant intentaron persuadir a Olcott para que dimitiera, con lo cual Judge
hubiera sido presidente. Cuando el Maestro Morya escribió a Olcott ordenándole
que retuviera la presidencia, el Maestro Koot Hoomi escribió a Judge animándolo
a deponer al coronel. Olcott, acusado de relaciones inmorales, terminó por dimitir
a favor de Judge, pero luego revocó la dimisión. La Sección Europea llamó a Jud-
ge para que presidiera la Sociedad, pero también instruyó a Olcott para que per-
maneciera en su puesto. Annie dudaba entre los dos hombres, y sólo se puso en
contra de Judge cuando fue a la India en noviembre de 1893 y se convenció de
que Olcott, después de todo, tenía razón. Se puso entonces a perseguir a Judge
acusándolo de fraude y de haber falsificado las cartas de los Maestros para hacerse
pasar por quien no era, y convenció a Olcott para que convocara un comité judi-
cial de la Sociedad y probara las acusaciones.
Una vez más, Olcott volvió a Londres en julio de 1894 para presidir el comité.
Pero los miembros terminaron por no entrar en el asunto al admitir la alegación de
106
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
Judge de que como había actuado de forma privada, es decir, no como jefe de la
Sección Americana, no tenían jurisdicción sobre el caso. Para mayor confusión,
afirmaban que no había base para referirse a los mensajes que Judge hubiera reci-
bido supuestamente de los Maestros, porque la creencia o no en estos seres eran
materia de conciencia individual y no era doctrina positiva de la Sociedad. Dis-
puesto a conseguir la paz, Olcott estuvo de acuerdo, anunciando que la suspensión
de Judge como vicepresidente quedaba también suspendida. El resultado de este
juicio fue una situación absurda, por la cual la misma existencia de la Hermandad
de Maestros, en cuyas revelaciones se fundaba la Sociedad, quedaba puesta en
duda. Como comentó alguien con ingenio: «A partir de ahora cualquier teosofista
es libre de enviar mensajes de los Mahatmas, y ninguno está autorizado a probar
su autenticidad»29, lo cual era exactamente lo opuesto a los objetivos originales de
la Sociedad.
Todo este escándalo fue un regalo para la prensa, tanto más cuanto que los
mensajes magistrales que ahora Besant decía que Judge había falsificado, eran las
mismas cartas que ella había presentado en su conferencia de 1891 en la Sala de la
Ciencia como prueba de la correspondencia póstuma de Blavatsky con ella. Con-
trariados, furiosos unos con Besant y otros con Judge, algunos miembros de la
Sociedad Teosófica aportaron detalles jugosos a los periódicos. La Westminster
Gazette publicó una serie de artículos bajo el título de «Isis desveladísima» que
suponía un completo desenmascaramiento de la Sociedad. Stead defendió a Annie
y Judge se defendió a sí mismo, pero no hubo manera de poner freno a la marea de
artículos satíricos, dibujos y pantomimas chistosas.
Así se reveló la decisiva debilidad de la organización. Por un lado, apenas uni-
da por los más vagos ideales sociales y espirituales, por otro, dividida por rivali-
dades personales so pretexto de la investigación ocultista. En los años que siguie-
ron a la muerte de Blavatsky, la Sociedad se escindió una y otra vez, mientras sus
dirigentes se alternaban, unas veces acusándose de fraude y otras retirando tales
acusaciones, un absurdo que alcanzó su cima en los esfuerzos de Annie para re-
conciliarse con Judge, rebajando sus acusaciones de falsificación a «haber dado
una forma material equivocada a mensajes recibidos psíquicamente»30. Semejante
concesión ayudó bien poco. Besant y Judge terminaron por expulsarse mutuamen-
te de la dirección de la Sección Esotérica.
29
Westminster Gazette, 29 de octubre de 1894.
30
A. Besant, The Neutrality of the Theosophical Society, impreSión privada, 1894, p. 13.
107
SEIS
SEGUNDA GENERACIÓN
Cualesquiera que fuesen las razones teosóficas para su cambio de rumbo, hubo
fuerzas más poderosas que motivaron el alejamiento entre Annie Besant y Judge y
la alianza de ella con Olcott. Advertida por Judge de no ir a la India, su primera
visita en 1893 fue como una revelación: el principio de una relación amorosa que
iba a consumir el resto de su larga vida. Aquí, por fin, en el sufrimiento del pueblo
y en la grandiosidad de sus antiguas religiones, había causas dignas para sus aspi-
raciones. Annie, que nunca subestimó sus propios poderes, convencida de su ca-
pacidad para responder a los retos que la India le presentaba, se vio reforzada por
el recibimiento que tuvo. A su llegada a Colombo a mediados de noviembre, fue
saludada por Olcott y un impresionánte número dé budistas y altos funcionarios
británicos, y sus siguientes viajes por el subcontinente parecieron una gira real.
Después de la 18 Convención Teosófica, que tuvo lugar en Madrás después de la
Navidad, Olcott la llevó a visitar todas las logias indias, donde pronunció frecuen-
tes discursos, convirtiendo la convención y el viaje en una gira de conferencias
Besant, con auditorios de hasta seis mil personas, igual al número de afiliados a la
Sección de EE.UU. Esta bienvenida delirante despertó en ella todo el celo misio-
nero que en otras ocasiones había puesto en los detalles mundanos de la contra-
concepción y la reforma de la escuela parroquial.
Irónicamente, su popularidad se basó en un malentendido que Annie compartía
con la mayor parte de su público: no saber distinguir entre la religión hindú y el
nacionalismo hindú. Predicando la liberación espiritual con las palabras de un
credo nativo, la señora Besant les dio la impresión de que los incitaba a la rebelión
política, y fue una impresión que ella no se molestó mucho en corregir. El go-
bierno imperial y la Sociedad se alarmaron. La teosofía había estado implicada
oficiosamente en movimientos nacionalistas del subcontinente desde la llegada de
los Fundadores, pero no había contado con figuras políticas de relieve. El trabajo
de Olcott en Ceilán era periférico, y A. O. Hume, aunque íntimamente ligado a la
formación del partidó del Congreso, había abandonado la Sociedad antes de que el
movimiento independentista se hubiera puesto en marcha. Pero como heredera
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
elegida por Blavatsky y famosa agitadora política, Annie era un caso muy diferen-
te.
La corte del virrey estaba al tanto de la ascendencia irlandesa de la señora Be-
sant y de su pasado radical, con discursos favorables a la independencia irlandesa
y, aún peor, a la reforma del Imperio Indio1. Lo último que el gobierno necesitaba
en la atmósfera permanentemente volátil de la política india era una cruzada blan-
ca favorable a la independencia. El nerviosismo estaba justificado. Los periódicos
nacionalistas, conocedores de la política de Annie, impresionados por su historial
como agitadora y halagados por su prohinduismo, saludaron a Besant como a una
salvadora, invitándola a dirigir una campaña contra el gobierno colonial. Hubo
ocasiones en que la prensa la trató como a una divinidad, un avatar de la diosa
madre india.
La situación se complicó aún más porque, por radical que fuese, Annie tam-
bién formaba parte de la elite dominante, aunque sólo fuera por su condición de
inglesa de la clase media-alta en la India, y por su influencia política en viejos
amigos que ahora eran figuras consagradas en el Partido Liberal Británico, como
el vizconde Haldane, futuro ministro de Justicia. Estas conexiones políticas y so-
ciales iban a crear serias dificultades al Virrey y a sus colaboradores y ella no du-
dó en explotarlas.
También Olcott estaba preocupado. Sin que tuviera que ver con las molestias
que Annie causaba al gobierno, tenía que considerar la delicada cuestión de las
relaciones interreligiosas. Por más que la teosofía se desentendiera en gran medi-
dad del islam y del cristianismo, profesaba una supuesta neutralidad religiosa. De
hecho, el mismo Olcott encontró alivio a sus problemas con HPB y Judge en una
campaña para promover un budismo ecuménico en todo Oriente. El coronel soña-
ba con unificar el budismo del norte y del sur en una doctrina común. Con este
propósito, viajó hasta Japón, donde conoció al primer ministro y cenó en el Peers
Club en 1889 y, de nuevo, en 1891. Pero, a pesar de sus propios prejuicios (y de
una campaña personal para ayudar a los intocables, cuyo fin era alejar a los hin-
dúes de las castas altas), fue inflexible en que la teosofía fuera un movimiento
religioso y social y no un partido político, y advirtió a la señora Besant de ir con
más cuidado.
Como era habitual en Annie, también hubo un hombre en este caso. Poco antes
de hacer su primer viaje a la India, asistió, en representación de Olcott, al Parla-
mento Mundial de las Religiones, celebrado en Chicago en 1893. Viajó a América
1
A. Taylor, op. cit., pp. 270-72.
109
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
con uno de los otros delegados teosofistas, Gyanandra Nath Chakravarti, brahmán
y profesor de matemáticas, que se alojó en Avenue Road cuando llegó de Adyar.
Brillante orador, hindú ardiente y atractivo, Chakravarti cautivó a Annie tanto
como Mohini a la señorita Leonard y a la señora Kingsford. La señora Besant co-
mentó con sus amigos que por fin había encontrado a su propio gurú. Tan prenda-
da quedó del profesor que proclamó que la hija de Chakravarti era la reencarna-
ción de la recientemente fallecida Madame Blavatsky2. Su presencia en la India
fue sin duda un factor clave en su decisión de ignorar el consejo de Judge y visitar
el país. Sabedor de la susceptibilidad de Annie, Judge acusó a Chakravarti de hip-
notizarla. En realidad, el hermoso brahmán era sólo el último de una larga serie en
la que habían figurado Bradlaugh, Stead, Aveling, Shaw, Burrows y quizá tam-
bién el propio Judge.
Enemistada con Judge por su cambio de lealtades y con Olcott por sus activi-
dades políticas, Annie se encontró aislada. No residió en Adyar, sino en Benarés,
donde compró una casa con el dinero de un amigo. Annie tenía la virtud de sacar
dinero y atraer a riáos benefactores, lo cual resultaría decisivo para que terminara
dominando la Sociedad. Pasaba los inviernos en Benarés y volvía a Inglaterra en
primavera. En verano y otoño hacía extensas giras de proselitismo en el extranje-
ro. Bajo su influencia, Benarés se convirtió en la sede de la Sección India, y Adyar
permaneció como sede internacional. Mientras Olcott dirigía la Sociedad y traba-
jaba para el budismo, Annie construía la Sección Esotérica, de la cual era ahora
sin disputa la Cabeza Visible. También empezó a estudiar sánscrito, y fundó en
Benarés un centro docente, llamado significativamente Universidad Central Hin-
dú, donde al programa nativo se le dio un giro teosofista occidental al incorporar
las ciencias y los conocimientos prácticos. La universidad fue sufragada por los
Maharajás de Cachemira y Benarés y por suscripciones populares, que aumenta-
ron espectacularmente cuando el gobierno la acusó de alentar el nacionalismo
hindú3.
En la década que transcurrió entre su establecimiento en Benarés en 1896 y la
muerte de Olcott en 1907, Annie Besant dividió su tiempo entre la teosofía, la
reforma social y la política. Esto fue causa de continuos conflictos, especialmente
con los miembros más antiguos de la Sociedad. Muchos teosofistas, furiosos antes
2
Stead creyó que Chakravarti había hipnotizado a la señora Besant (véase su Borderland, vol.
II p. 170). Los periodistas norteamericanos que asistieron al Parlamento Mundial de las Religiones
quizá dieron una versión más cercana a la verdad cuando afirmaron que Chakravarti dormía en el
umbral del dormitorio de ella.
3
B. Das, The Central Hindu Coilege and Mrs Besant, Divine Life Press, 1913.
110
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
4
Después de la Primera Guerra Mundial, la acaudalada Alice Cleather viajó a la India y China
en busca de sabiduría. Fue intrigante despiadada y autora prolífica de panfletos indignantes, como
H.P. Biavatsky: Her Life and Work for Humanity, Calcuta, 1922; H.P. Blavatsky: The Great Be-
trayal, Calcuta, 1922; Buddhism: The Science of Life, Pekín, 1928, y The Pseudo-Occultation of
Mrs. A. Bailey, Manila, 1929.
5
La vida de Tingley ha sido hábilmente contada por E. A. Greenwalt, que también explica do-
cumentalmente el orto y ocaso de Point Loma en California Utopia: Point Loma 1897-1942, Point
Loma Publications, 1978.
111
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
resultados. Cuando otro huérfano que cuidaba huyó de su lado, Tingley se dedicó
con mayor fruto a obras caritativas en prisiones y hospitales, y luego al espiritis-
mo.
En 1888 celebró su tercer matrimonio, esta vez con Philo Tingley; pero el en-
cuentro que cambiaría su vida no tuvo lugar hasta 1894, cuando conoció a Wi-
lliam Quan Judge mientras se ocupaba de una cocina para obreros huelguistas en
Nueva York. Se hizo teosofista casi de inmediato. Infeliz en su vida privada, Tin-
gley encontró en la teosofía la respuesta a sus poderosas necesidades espirituales,
maternales y filantrópicas. También reconoció con Judge que ambos se necesita-
ban mutuamente. Él le facilitó el respaldo institucional que ella necesitaba para
sus ambiciosos planes y ella le dio su apoyo moral. Los diarios de Judge sugieren
incluso que los poderes psíquicos de Tingley lo pusieron en contacto con HPB, un
arma de enorme importancia en la guerra con Adyar.
Cuando se conocieron, el Vicepresidente ya tenía una salud precaria y le que-
daban pocos años de vida. Cuando al año siguiente se escindió de Adyar, arras-
trando a casi seis mil miembros tras él, Tingley era la colega en quien más confia-
ba y a la muerte de Judge en marzo de 1896, se hizo con el control inmediato de la
Sociedad Americana. Tuvo una fuerte oposición, pero Tingley reclamó el derecho
a la sucesión apostólica de HPB, aduciendo que, si bien nunca había conocido a
Blavatsky, ésta había preguntado una vez en una carta a Judge si ya había apareci-
do su chela6. ¿Y quién podía ser ese chela —preguntaba Tingley— sino ella mis-
ma? También informó que el difunto Judge se comunicaba con ella desde el Otro
Lado, y que su mensaje era uno muy simple: Todos sus antiguos seguidores de-
bían obedecer a Tingley. Las palabras de Judge fueron llevadas a los fieles por
August Neresheimer, un comerciante de diamantes de Nueva York que durante un
tiempo fue prácticamente un esclavo de Tingley, creando un modelo que se repeti-
ría muchas veces en los siguientes treinta años.
Tingley reforzó luego su posición preparando una audiencia con uno de los
Maestros mientras hacía una visita de proselitismo a la India. Los otros miembros
de su facción —sobre todo su principal rival, Ernest Hargrove— querían estar
presentes en la audiencia, pero Tingley no tenía la menor intención de que nadie
gozara de sus exclusivos privilegios. Una mañana, mientras estaban acampados
cerca de Darjeeling, cuando Hargrove se despertó se encontró con que su líder
6
Citado en C. Ryan, H.P. Blavatsky and the Theosophicai Movement, Point Loma Press, 1937,
p. 343.
112
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
7
Sobre Gottfried de Purucker (1874-1942), véase Greenwalt, op. cit., pp. 194-96. H. N. Stokes
desdeña los extensos escritos de Purucker con el calificativo de «torrente de palabrería teosofista».
8
New York Heraid, 5 de abril de 1897.
113
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
cida en Point Loma, en la costa californiana, cerca de San Diego, era la más elabo-
rada y más próxima a Hollywood que a Jerusalén.
Inaugurada solemnemente con un vasto congreso en abril de 1899, acompaña-
do de ritos religiosos, conferencias, exposiciones, representaciones teatrales y la
colocación de una primera piedra traída de Irlanda, la comunidad ocupó un magní-
fico promontorio sobre el Pacífico. Este lugar romántico pronto se cubrió de edifi-
cios igualmente románticos, y las cúpulas islámicas, los templos hindúes, las puer-
tas egipcias y los teatros griegos salpicaron la ladera del promontorio siguiendo
los dictados caprichosos de Tingley. La teoría era que la religión tenía que refle-
jarse en la arquitectura universal. El trabajo constructivo facilitó una actividad
terapéutica a la creciente comunidad de residentes, cuyo bienestar cultural y esté-
tico tenía para Tingley la misma importancia que su desarrollo espiritual. El teatro
wagneriano de Bayreuth era su modelo, y la Madre Púrpura tenía clara la noción
wagneriana de una síntesis artística de la música, la poesía, el movimiento y las
artes plásticas que abarcara toda la experiencia espiritual. El teatro como sacra-
mento fue el centro de las actividades en Point Loma, con Katherine Tingley co-
mo directora, celebrante y protagonista estelar.
También satisfizo Tingley su antigua pasión por alimentar y dirigir a los jóve-
nes. Los niños estuvieron especialmente atendidos en Point Loma, con escuelas
que reflejaron el interés de Tingley por los nuevos métodos educativos. Una vez
más, su experiencia teatral fue de utilidad. El teatro, la música, el yoga y la danza
figuraban en el programa de enseñanza, con el acento puesto en los conocimientos
prácticos, la creatividad y la meditación. Hacia 1910, las escuelas de Point Loma
atendían a más de trescientos alumnos, algunos niños díficiles y delincuentes aje-
nos a la comunidad. Pero nada era libre ni fácil en estas escuelas. Aunque no ha-
bía castigo corporal, la disciplina era estricta y los niños tenían que trabajar y co-
mer en silencio. Sin embargo, el sistema fue bien aceptado por padres e hijos. La
ayuda médica a Cuba después de la guerra hispano-norteamericana de 1898 dio a
Tingley la idea, de traerse algunos huérfanos cubanos a su escuela, y luego esta-
bleció instituciones similares —conocidas como escuelas Raja Yoga— en la mis-
ma Cuba, que fueron supervisadas por una inglesa partidaria de Judge, Nan Her-
bert, hija del destacado político inglés Auberon Herbert. Tingley fundó también
hogares para niños pobres e incluso, más adelante, en 1919, una Universidad.
Uno de los centros de mayor prestigio fue la Escuela de la Antigüedad, donde
se mezció la más seria investigación arqueológica con la fantasía teosófica. Por lo
menos, un estudioso que trabajaba en Point Loma, William Gates, fue un distin-
guido especialista de los jeroglíficos mayas que esperaba que la escuela le sirviera
114
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
de base para sus investigaciones. Tingley lo apoyó, pero su interés en el asunto era
de otra índole. Volviendo al original punto de partida de Blavatsky, había decidido
que la egipcia era una civilización más antigua que la india y era un centro ocultis-
ta más importante, creencia que casaba bien con su determinación de minimizar la
influencia de Adyar.
También adoptó ideas caprichosas sobre los primeros asentamientos america-
nos y las migraciones raciales. Las excavaciones mayas y de otros lugares de
América probarían, según ella, que la civilización «americana» era la más antigua
del mundo, y antigüedad en este caso se equiparaba a significado esotérico. Según
una opinión teosófica, derivada de los escritos de Blavatsky sobre razas radicales,
California podía convertirse en el centro de la civilización mundial (y en conse-
cuencia de la evolución cósmica) y esto dio a la comunidad de Point Loma un
sentido especial. Pero como todo lo demás en la utopía de Tingley, el riguroso
trabajo de la Escuela de la Antigüedad empezó bien, pero terminó por esfumar-se,
quedando únicamente como centro de los elaborados rituales a los que Tingley era
cada vez más aficionada.
La comparación con Adyar, también un extenso y hermoso recinto cercano al
mar, es inevitable, y Tingley sale bien de ella. Sus escuelas florecieron durante
algún tiempo, sus métodos educativos tuvieron alguna influencia fuera de Point
Loma, y la comunidad que allí se educó fue sorprendentemente amplia, variada y
dinámica mientras duró. Además de los edificios, había extensos jardines y abun-
dantes cultivos frutales, regados por un notable sistema de irrigación ideado ex-
presamente para el lugar. La comunidad se vio tan ligada a la fruticultura que in-
trodujo nuevos métodos y variedades y estableció sus propios laboratorios agríco-
las. Adyar no podía compararse con nada de esto, ni con el ambicioso programa
industrial que incluía el tejido y teñido de telas, la fabricación de tejas y una im-
prenta privada.
Pero la apariencia no respondía a la realidad. La pasión de la Madre Púrpura
por los grandiosos y novedosos proyectos superaba su capacidad para financiarlos;
casi todas las actividades que impulsó consumían más dinero del que producían; y
sus planes solían durar tan sólo mientras alguien los pagaba. A pesar de todos los
esfuerzos e inversiones en agricultura, la comunidad no era autosuficiente en ali-
mentos e incluso la explotación de frutas no era rentable, agravado el caso por el
enorme gasto que suponía el riego de los bellos pero inútiles jardines. El cierre de
casi todas las logias de la Sociedad de Tingley trajo ganancias a corto plazo, pero
fue un desastre a la larga porque acabó con la principal fuente de ingresos, lo cual
115
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
aquella caprichosa Corte Oriental suya en Point Loma… Lo aguanté algún tiempo.
Llevaba largas togas y sombreros ridículos en su presencia y trataba de participar en
las estúpidas ceremonias pensando que tenían algún sentido. Pero pronto aprendí que
tendríamos que arrastrarnos a cuatro patas en presencia de la señora Tingley… 9
Cuando estalló la Primera Guerra Mundial, las cosas iban ya de capa caída.
Habían cerrado las escuelas de Cuba, había fracasado el intento de fabricar seda
en Point Loma, hubo que reducir los jardines por falta de recursos y la construc-
ción se había paralizado casi por completo. La Madre Púrpura aún aguantó otros
9
Jerome Anderson en San Francisco Chronicie, 25 de marzo de 1902. Debo esta referencia a
Greenwalt.
116
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
quince años, sostenida por la creencia en sí misma y quizá aún más por la feroz y
«bella contienda» que mantenía con Annie Besant pero, a los pocos años de su
muerte, la comunidad se vio obligada a cerrar. Era evidente que la energía y el
impulso de Tingley habían construido Point Loma, pero esas mismas virtudes fue-
ron también la causa de su destrucción.
Entre tanto, Annie Besant había encontrado un nuevo sostén. Su relación con
Chakravarti estuvo minada por la incapacidad de Annie para compartir el acen-
drado nacionalismo del brahmán y por estar casado. Como Katherine Tingley, la
señora Besant necesitaba un hombre que fuera esposo e hijo y ninguno de los dos;
pero su personalidad era más sensible y vulnerable que la de la Madre Púrpura y,
por consiguiente, sus necesidades eran más complejas. Tingley, si no dominaba a
los hombres los rechazaba. Besant necesitaba colaborar con su compañero: some-
terse a él en algunos aspectos mientras conservaba la iniciativa en otros. Le gusta-
ba sobre todo controlar los acontecimientos mientras la otra persona le facilitaba
el marco ideológico que daba sentido a tales acontecimientos. La respuesta a sus
plegarias la encontró en C. W. Leadbeater10.
Según su propio relato, Charles Webster Leadbeater nació en / 1847, el mismo
año que Annie Besant y Katherine Tingley11. Era de cuna aristocrática; su apellido
procedía de la familia normanda Le Bátre. Tras una infancia acomodada, su padre,
director de una empresa de ferrocarriles, lo llevó en 1859 a Suramérica junto con
su hermano Gerald. Los muchachos pasaron allí una época extraordinaria: ayuda-
ron a capturar a un cajero infiel en una locomotora de alta velocidad, descubrieron
un tesoro inca y sufrieron ataques de los indios en el interior del Brasil.
Sobrevivieron a los ataques de los indios, pero fueron capturados por unos re-
beldes que exigían que se unieran a su bando. El señor Leadbeater rechazó la pro-
puesta aduciendo que un inglés no podía participar en tales asuntos y, cuando es-
capó a la jungla, los rebeldes mataron a Gerald y torturaron a Charles, quemándo-
le los pies. A pesar de este trato cruel, el joven Charles supo resistir gracias al es-
píritu de su hermano que lo animó a no ceder a las exigencias de los rebeldes.
Luego, su padre y un fiel criado negro lo rescataron. Los tres persiguieron a los
rebeldes y derrotaron a su líder, el general Martínez, en un combate con espadas.
Martínez fue ajusticiado por un pelotón de fusilamiento y los Leadbeater condeco-
10
Hay una excelente vida de Leadbeater: The Elder Brother: A Biography of Charles Webster
Leadbeater, Routledge & Kegan Paul, 1982, de Gregory Tillett.
11
La autobiografía fantasiosa de Leadbeater está desparramada en memorias y conversaciones
anotadas por los discípulos. Pero véase en particular Saved by a Ghost. A True Record of Adventu-
re in Brazil…, Bombay, oficina de The Theosophist, 1911.
117
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
12
La creencia en que Cristo está realmente presente cuando el pan y el vino se transforman en
carne y sangre.
118
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
acudiendo a las sesiones del señor Eglinton, cuyo control o espíritu guía, Ernest,
aceptó llevar sus mensajes. Leadbeater dejó una carta sellada dentro de varios
sobres, y pocos días después le devolvieron los sobres con el sello intacto y nin-
guna carta dentro, sólo un mensaje que decía, con unas u otras palabras, que el
Maestro Koot Hoomi tenía su carta y le respondería a su debido tiempo.
Como la respuesta prometida no llegaba, Leadbeater se atrevió a consultar di-
rectamente a HPB, la cual, sin tardanza, consiguió que los Maestros pusieran una
carta en el correo de Kensington en la que decían al joven cura que no desespera-
se. Le decían, además, que había sido admitido como Iniciado y que, como favor
especial, no tendría que seguir la prueba acostumbrada de los siete años. En lugar
de eso, estaba autorizado a cumplir su período de aprendizaje acompañando a
Blavatsky en su viaje a Adyar. Cuando Leadbeater fue a Londres para ofrecer per-
sonalmente sus servicios, HPB, agradecida, precipitó otra carta de Koot Hoomi en
la que le ordenaba que embarcara inmediatamente para la India. Renunció a su
puesto de cura, arregló sus asuntos y tomó un barco para Egipto. En El Cairo se
reunió con Blavatsky y continuó el viaje con ella hasta Adyar.
Su aprendizaje resultó más difícil de lo que esperaba. Aunque Koot Hoomi fue
lo suficientemente amable para transmitir otro mensaje en el que instruía a HPB
que «dijera a Leadbeater que estoy satisfecho con su celo y devoción» 13, e incluso
el Maestro Dwaj Khul se materializó delante de él mientras clasificaba papeles en
el camarote de HPB, Blavatsky era una severa dueña, lo trataba más o menos co-
mo a un esclavo y lo sometía a las pruebas más desagradables. En una ocasión lo
hizo desfilar a lo largo de toda la cubierta y delante de todos los pasajeros, abraza-
do a un orinal rebosante.
Como le había pasado a Olcott anteriormente, Leadbeater quedó seducido por
Ceilán, donde causó sensación que fuera el primer sacerdote cristiano que se con-
vertía al budismo. También visitó Birmania formando parte del séquito del coro-
nel. Pero sus primeras semanas en Adyar las pasó comiendo trigo hervido y
aprendiendo del Maestro KH a ser clarividente, y fue tan considerado que le ense-
ñó la técnica en sólo cuarenta y dos días. Después de eso, los Maestros ya no se
alejaron de Leadbeater y lo visitaban diariamente. Esto causó un ligero roce con
HPB, que estaba resuelta a mantener sus derechos exclusivos a las comunicacio-
nes magistrales.
13
C. W. Leadbeater, How Theosophy Carne te Me, TPH Adyar, 1930, p. 62.
119
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
Más adelante Leadbeater pintaría la vida en Adyar de color de rosa. Pero sus
cartas cuentan una historia muy diferente14. Estaba abandonado y solo, ignorado o
al servicio de los otros residentes, entre los que había unos pocos europeos que
habían quedado después del escándalo de los Coulomb. Debió ser un alivio cuan-
do lo enviaron a Ceilán en 1886. Permaneció allí tres años, viviendo en una po-
breza abyecta, dirigiendo un semanario anticristiano llamado el Buddhist y sir-
viendo los intereses de Olcott de colonizar Ceilán para la teosofía.
Durante su estancia en Ceilán, Leadbeater conoció a un hermoso muchacho
llamado Curupumullage Jinarajadasa, de quien se enamoró tanto que intentó
arrancarlo de sus vigilantes padres llevándolo a nado hasta un barco surto en el
puerto de Colombo. Los familiares pudieron retener al muchacho en el último
momento, amenazando a Leadbeater con un revólver y una acción judicial; pero
después de asegurarles que sólo le movían los intereses del muchacho y que que-
ría llevarlo a Inglaterra para darle la mejor educación posible, la familia cedió y
dejó que la pareja se marchara15.
Vuelto a Inglaterra en 1889, Leadbeater se convirtió en tutor oficial del hijo de
Sinnett y de otro muchacho teosófico, George Arundale, sobrino de Francesca
Arundale, la antigua anfitriona de HPB. Enseñó a los dos, junto con Jinarajadasa,
hasta que un escándalo puso fin a la situación. No se conocen bien las causas del
escándalo. Unos dicen que Sinnett no podía pagar un tutor a su hijo, pero otros
hablaron de inmoralidad. Fuera cual fuera la razón, el resultado fue que Leadbea-
ter y su pupilo cingalés se retiraron a vivir en una discreta pobreza. El asunto tam-
bién enfadó a HPB. Originalmente su protectora, hacía tiempo que miraba con
escepticismo a un seguidor cuyas pretensiones de poderes psíquicos amenazaban
su propia autoridad. Dado el sentido grosero del humor de Blavatsky y su afición
por los juegos de palabras, parece más que probable que su actitud la resumiera
entregándole un ejemplar de La voz del silencio, dedicado significativamente a W.
C. Leadbeater.
En 1890, cuando conoció a Annie Besant, cambió su suerte. Cuesta definir la
atracción que hubo entre ellos. Ciertamente no fue sexual. Como uno de sus críti-
cos observó, sólo les unía la afición a los chicos y al pudín de tapioca. Para Lead-
beater las mujeres eran tan repulsivas que le costaba trabajo darles la mano y sólo
podía permanecer en una habitación con una mujer si ésta era Annie. A pesar de
14
C. Jinarajadasa, The «K.H.» Letters to C.W. Leadbeater, TPH Adyar, 1941, pássim.
15
Leadbeater explicó después que había reconocido en el muchacho el espíritu de su difunto
hermano Gerald. Jinarajadasa (1875-1953) se graduó en el St John‟s College de Cambridge, se
casó con una inglesa en 1916 y fue presidente de la ST en 1945.
120
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
eso poseía un gran encanto físico, incluso magnetismo, para las mujeres. Hombre
alto, corpulento, irradiando salud y confianza, sus ojos azules, barba cerrada y voz
sonora contribuían a que diera la impresión de gran vitalidad. Un admirador dijo
de él más tarde que caminaba como un gran león. Sólo sus dientes largos y pun-
tiagudos, que recordaban los de un vampiro, estropeaban la sensación de vigoroso
bienestar.
Su ilimitada autoconfianza influyó en parte en su ascendencia sobre Annie,
que emocional e intelectualmente era más insegura de lo que aparentaba. Los fac-
tores decisivos fueron probablemente la sugestionabilidad de ella y los consecuen-
tes efectos de los poderes psíquicos de él, que tanto molestaban a HPB. Aunque la
señora Besant tenía difusas visiones de los maestros, no podían compararse con
las versiones en tecnicolor de Leadbeater, que serían la materia prima de la litera-
tura teosófica durante las siguientes cuatro décadas.
Pegado a las faldas de su nueva protectora, Leadbeater se convirtió en el pro-
tagonista de los escritos y conferencias de la Sociedad. La influencia de Annie no
fue la única razón de su éxito. Tenía talento, era aplicado y tenaz en el trabajo y
sabía amoldarse a las situaciones. Pero si alcanzó la cima de la Sociedad, a pesar
de la serie de escándalos que habrían arruinado a otro, fue por el apoyo incondi-
cional de Annie. Lo que Olcott había sido para Blavatsky, Maitland para Kings-
ford y Judge para Tingley, fue Leadbeater para Besant. Cada una de esas relacio-
nes fue diferente, desde el compadrazgo entre Olcott y Blavatsky a la atracción
erótica de Maitland por Kingsford, pero la electricidad producida por las variacio-
nes de la combinación hombre/mujer, sometimiento/dominación, fue decisiva para
su triunfo.
En 1895, Leadbeater y Jinarajadasa se fueron a vivir a la sede de la logia de
Londres, en la casa de Annie Besant de la Avenue Road, y Leadbeater se convirtió
en secretario adjunto de la Sección Europea. También empezó a escribir y a publi-
car de modo prolífico. Su primer libro, El plano astral, ya había aparecido el año
anterior en circunstancias insólitas. Ordenó a Jinarajadasa, que era ahora su ama-
nuense, que pusiera en limpio el texto del libro que había escrito en el dorso de
unos viejos sobres, porque el Maestro Koot Hoomi le había pedido el manuscrito
para depositario en los Archivos de la Gran Hermandad Blanca. Según KH, El
plano astral era «un hito en la historia intelectual de la humanidad»16. Así que
Jinarajadasa puso el manuscrito debajo de un montón de libros que había en el
16
O así lo afirmó el mismo Leadbeater, según recoge Jinarajadasa en su prefacio a las últimas
ediciones de El plomo astral.
121
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
viejo costurero de la madre de Leadbeater, que hacía las veces de oficina postal
astral. A la mañana siguiente, el fajo de papeles había desaparecido y el autor in-
formó a su asombrado amanuense que los había entregado personalmente al
Maestro mientras dormía.
La energía de Leadbeater era fenomenal. Continuó escribiendo y publicando e
hizo viajes misioneros a América, Europa y Asia, de tal modo que Olcott lo dis-
tinguió varias veces con sus alabanzas en sus comunicados presidenciales a los
congresos teosóficos. También encontró tiempo para los fines de semana psíqui-
cos, retirándose a una casa rural con Annie, Jinarajadasa y Ji, el gato de Jinaraja-
dasa. Annie reveló después que sus dotes psíquicas, hasta entonces limitadas, au-
mentaron notablemente de la noche a la mañana cuando conoció a Leadbeater, y
aquellos fines de semana dieron su fruto en varios libros escritos conjuntamente
bajo la guía espiritual.
Esos libros abarcan un extenso campo. Leadbeater y Besant reescribieron la
geología y la historia del mundo, investigaron por medios ocultos los continentes
de la Atlántida y Lemuria y las razas antiguas de la humanidad. Cuando expusie-
ron la verdadera historia de la cristiandad, revelaron que Cristo era un Iniciado
egipcio nacido el año 105 a.C. En Química ocultista se adentraron en los secretos
del átomo y describieron la estructura de cada molécula. No fue un trabajo fácil.
Aunque los autores hicieron varios descubrimientos químicos mientras estaban
sentados en un banco de Finchley Road, como es frecuente en la investigación
científica, no tenían los materiales apropiados a mano, y Leadbeater tuvo que ha-
cer varias visitas astrales a las cajas de cristal de los museos donde se alojaban los
metales y minerales más raros. Pero siguieron luchando juntos y Jinarajadasa ayu-
dó en lo que pudo. De la contribución del gato no ha quedado nada registrado.
El descubrimiento psíquico más extraordinario y trascendental de Leadbeater
tiene que ver con las vidas pasadas. HPB no hace mención de la reencarnación en
isis desvelada, pero juega un papel determinante en La doctrina secreta, que era el
principal punto de partida de su obra ocultista. En 1894, con la ayuda de los siem-
pre agradecidos Maestros, se embarcó en la búsqueda trascendental de las histo-
rias pasadas de los miembros de la Sociedad. Empleó la psicometría, que es la
técnica de adivinar las propiedades de una cosa mediante el mero contacto con
ella. La cosa podía ser un objeto en posesión de una persona —un mechón de ca-
bellos, por ejemplo— o algo obviamente menos tangible, como un sueño. Hay
aquí un vínculo con el psicoanálisis, que trabaja con materiales parecidamente
tenues y se fundamenta en terrenos igualmente dudosos. El equivalente teosófico
122
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
17
La carta aparece ampliamente citada en Tillett, op. cit., y en The Evolution of Mrs Besant
por los editores de Justice, Madrás, 1918.
123
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
motivó la caída de Judge. Como dijo un muchacho: «Creo que lo peor de todo es
que me hiciera creer que aquello era teosófico»18.
Annie, al principio, rechazó las acusaciones, pero los enemigos internos de la
Sociedad sospecharon que Leadbeater ejercía una siniestra y oculta influencia en
la señora Besant. Recordaron la apasionada defensa que hizo ella en otro tiempo
del control de natalidad, y se preguntaron si apoyaba conscientemente la mastur-
bación como medio para limitar el crecimiento de la población. Ante la abundante
evidencia en contra de Leadbeater, Annie le retiró su apoyo incondicional y acep-
tó que quizá hubiera dado algún consejo imprudente, pero se negó a condenarlo.
Desafiada para que explicara cómo sus poderes ocultos no la habían advertido de
las actividades de Leadbeater, hizo la desafortunada comparación con la ocasión
en que HPB invitó a Oscar Wilde a ingresar en la Sociedad, antes de que las rela-
ciones del escritor con muchachos fueran del dominio público. Si los poderes de
Blavatsky no le habían servido entonces, preguntaba la señora Besant, ¿cómo iban
a ser más efectivos los míos ahora?19 Quienes la escuchaban ignoraron la pregunta
retórica, pero tomaron nota del resultado del asunto Wilde.
Annie Besant se encontraba en una situación embarazosa. Durante años, de
noche y en sus cuerpos astrales, ella y Leadbeater habían visitado regularmente a
los Maestros. Estas visitas tenían una gran importancia, porque las principales
decisiones de la Sociedad habían requerido la sanción magistral garantizada por
estas entrevistas. Annie se había referido con frecuencia a ellas. Pero, según la
doctrina teosófica, sólo los puros de corazón, mente, espíritu y cuerpo podían lle-
gar a ser Iniciados, y sólo los Iniciados podían visitar a los Maestros. En efecto, la
iniciación era una condición elevada que exigía una salud perfecta, tanto física
como mental, una vida absolutamente pura, total desprendimiento, caridad, com-
pasión, veracidad, coraje e indiferencia ante el mundo físico. Si Leadbeater no era
puro, no podía ser un Iniciado, y si no era un Iniciado, las visitas a los Maestros
podían ser un engaño. ¿Qué hacer entonces de los vívidos recuerdos que Annie
tenía de sus visitas conjuntas?
En este momento, una limpiadora de hotel descubrió una carta codificada, di-
rigida por el antiguo cura de Bramshott a uno de sus pupilos. Cuando se descifró
la carta, apareció el siguiento texto:
18
Idem.
19
Debo este pasaje a Taylor, op. cit., p. 283.
124
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
Mi muy querido muchacho… Dos veces a la semana es permisible, pero pronto des-
cubrirás lo que produce mejor efecto… Las manifestaciones espontáneas no son
deseables y deben combatirse. Si te viene sin ayuda, has de frotarte más a menudo,
pero no demasiado, o no te vendrá bien. La sensación alegre es tan placentera. Mil be-
sos, querido…20
20
Citado en A. Nethercot, The Last Four Lives of Annie Besant, Hart-Davis, 1963, p. 96.
125
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
coronel aceptó agradecido la oferta y se fue con las dos mujeres a Adyar, donde
ambas se convirtieron en entusiastas teosofistas y la señora Russak se puso inme-
diatamente a mejorar las instalaciones con su propio dinero.
Habiendo condenado a Leadbeater y expulsado a sus seguidores, entre ellos al
fiel Jinarajadasa, Olcott lamentaba ahora su acción precipitada. La Hermandad de
Maestros, unánimemente, lo animó a que se arrepintiera. Koot Hoomi, Morya y
Serapis acudieron a su lecho de enfermo, unas veces en privado y otras en presen-
cia de Annie, la señora Russak y la señorita Renda. Los Maestros le ordenaron que
perdonara a Leadbeater, e incluso le dictaron una carta que es una obra maestra de
prevaricación y vaguedad. También sugirieron que nombrara a Annie como suce-
sora, cosa que hizo.
Las dos decisiones provocaron protestas, sobre todo la segunda. Annie tenía
enemigos encarnizados dentro de la Sociedad. También se dijo a Olcott que no
tenía que elegir al sucesor: la constitución de la Sociedad sólo le permitía propo-
ner un candidato. Enseguida escribió otra carta en nombre de los Maestros, cam-
biando el nombramiento por la propuesta. No importó mucho. Olcott moría seis
meses más tarde y se fijó la elección de presidente para cuatro meses después, el
28 de junio de 1907.
Annie era la evidente ganadora, por más que no contara con el apoyo de A. P.
Sinnett, el eterno vicepresidente, que tuvo el control de la Sociedad durante el
interregno. Sinnett, resentido por la ascendencia de Annie y su propio eclipse,
expulsó prácticamente a Annie de Adyar cuando declaró que «estaba engañada
por los Poderes Oscuros», 21 en clara alusión a Leadbeater. No sirvió de nada. An-
nie Besant era por entonces el personaje más poderoso de la Sociedad y contaba
con la bendición de Olcott en su lecho de muerte Prudentemente prometio que no
rehabilitaria a Leadbeater antes de dos años, y sólo si los miembros lo solicitaban
y si Leadbeater se retractaba de sus anteriores enseñanzas sexuales. Fue elegida
presidenta por aplastante mayoría. La Sociedad contaba con trece mil miembros
en todo el mundo (sin contar, por supuesto, a los teosofistas de Point Loma); An-
nie obtuvo casi diez mil votos.
En un último espasmo de rebeldía, la Sección Británica rechazó la readmisión
de Leadbeater en 1907 pero, al final del año, su fiel amiga y nueva presidenta per-
suadió al Consejo General de la Sociedad para que lo rehabilitara por las mismas
21
Citado en Tillett, op. cit., p. 93. Sinnett también negó que fueran Maestros los visitantes es-
pectrales del lecho de muerte del coronel, insinuando la indebida influencia de Annie en la carta de
perdón de Olcott a Leadbeater.
126
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
razones que a Judge, aprobando una moción que reafirmaba la libertad de expre-
Sión y conciencia, lo que de hecho permitía que Leadbeater dijera e hiciera lo que
le viniera en gana. Tras esta rehabilitación, muchos miembros, y todos los de la
Logia Sydney de Australia (la más numerosa después de la deserción de los parti-
darios de Judge), dimitieron como protesta. Incluso A. P. Sinnett y Herbert Bu-
rrows, viejo amigo de Annie, decidieron seguir su propio camino, al igual que G.
R. 5. Mead, antiguo secretario de Blavatsky. La nueva presidenta no se inmutó.
Quería hacer de la teosofía el más destacado movimiento ecuménico religioso y
social del mundo y puso manos a la obra.
127
SIETE
MUCHACHOS Y DIOSES
1
Véase C. W. Leadbeater, The Masters and the Path, TPH Adyar, 1925.
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
San Cristóbal, los Servidores de los Ciegos, la Liga Imperial de Servicios del Pen-
samiento Moderno, la Orden de la Paz Mundial, la Hermandad de las Artes, la
Liga de la Oración, la Liga de la Redención, la Liga de la Investigación Humana,
una docena de escuelas budistas y el Banco Teosófico de Finlandia.
El resultado del entusiasmo fundacional de Annie, junto al interés de Leadbea-
ter por los sacramentos, órdenes y vestiduras, fue un aumento descomunal de la
parafernalia teosófica. Aunque en sus primeros escritos (como en los de Anna
Kingsford) puso el acento en la interioridad y advirtió de la necedad de tomar la
apariencia como realidad, Annie Besant no descuidaba su propia apariencia y go-
zaba vistiendo las galas de las diversas órdenes teosóficas que ella y Leadbeater
habían fundado. Con el paso de los años, ambos se volvieron aún más locos con
las ceremonias y uniformes, cargos y condecoraciones.
Leadbeater se sintió igualmente libre para hacer predicciones de inminentes
maravillas. HPB, desenfrenada con sus fenómenos, siempre se mostraba circuns-
pecta cuando tenía que hacer profecías de acontecimientos espirituales importan-
tes, diciendo que «Ningún Maestro de Sabiduría del Este aparecerá o enviará a
nadie a Europa o América… hasta el año 1975»2, en cuya época ella, con toda
seguridad, ya no estaría viva. Su autonombrado discípulo no estaba de acuerdo y
no temía desafiar la autoridad de Blavatsky cuando le convenía. Creía —decía
él— que el Señor Maitreya —un ser a quien identificaba vagamente con Cristo—
estaba a punto de «manifestar» el comienzo de una nueva era y que Leadbeater
estaba vigilante a la espera del vehículo de esa manifestación: el nuevo Mesías o
Maestro del Mundo3. Esto le dio la oportunidad de probar para este papel a una
serie de muchachos atractivos. A uno —Hubert van Hook — se le preparó como
futuro salvador.
Era el más indicado. El padre de Hubert, el doctor van Hook, de Chicago, ha-
bía sido el más ferviente defensor americano de Leadbeater durante el proceso de
1906, y en noviembre de 1909 la señora Van Hook llevó al joven Van Hook a
Adyar para hacerse cargo de su misión, pues requería la proximidad de Leadbea-
ter, que tenía que supervisar cada uno de sus movimientos. Pero cuando los Van
Hook llegaron a Madrás con la señora Russak en noviembre de 1909, los sucesos
se habían adelantado y Hubert se vio obligado a compartir sus lecciones con un
2
H. P. Blavatsky, Preliminary Memorandum, citado en Tillett, op. cit.
3
A. Besant, The Coming of the World Teacher, TPH Adyar, 1925, y C. W. Leadbeater, Why a
Great World Teacher?, Sydney, OSE, 1915. Ambos emplean indistintamente los términos Mesías
y Maestro del Mundo.
129
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
muchacho que lo había suplantado antes de que llegara. Porque Leadbeater había
encontrado otro vehículo que le parecía más prometedor.
La historia del descubrimiento de Krishnamurti ocupa la parte central de la mi-
tología teosófica. Es como sigue: Poco después de febrero de 1909, cuando Lead-
beater regresó a Adyar desde Europa, Annie se ausentó en un largo viaje a Lon-
dres, dejando en su lugar a Leadbeater. Sus dos ayudantes, Ernest Wood y Johann
van Manen, acostumbraban a bañarse en el mar al atardecer, y Leadbeater los
acompañaba en ocasiones, aunque siempre permanecía en la playa mientras los
otros nadaban. Entre sus poderes psíquicos figuraba la capacidad de percibir el
aura, el campo coloreado de fuerzas magnéticas que, según Mesmer, acompaña a
cada objeto, aunque es invisible a simple vista. Una tarde de la primavera de 1909,
Leadbeater observó el aura extraordinaria que rodeaba a uno de los muchachos
indios que chapoteaban en el agua. El chico estaba sucio y despeinado. También
había llamado la atención de algunos testigos, entre ellos Wood, que ya lo había
ayudado en sus trabajos escolares en casa, pues era casi bobo, lo cual hace creíble
que Leadbeater no cediera a sus preferencias de pederasta sino que se atuviera a su
visión interior. Fuera como fuera, se encaprichó del muchacho y a los pocos días
Leadbeater anunció a sus seguidores que este niño estaba destinado a ser un gran
maestro, incluso más sabio que la propia señora Besant.
Jiddu Krishnamurti era hijo de Jiddu Narianiah, funcionario jubilado y fervien-
te teosofista, que vivía muy pobremente en los aledaños del complejo de Adyar.
Leadbeater le pidió a Narianiah que un sábado le trajera a Krishna (como se le
conocía). El muchacho y su nuevo protector se sentaron juntos en un sofá y Lead-
beater puso su mano en la cabeza de Krishna mientras investigaba las vidas pasa-
das del muchacho. Las investigaciones se prolongaron durante varios sábados, y
Leadbeater escribiría después a Annie, entonces en Europa, que Krishna tenía
«una serie de vidas mejores incluso que las de Hubert, aunque no creo que sean
tan sensacionales»4. Convencido de que el muchacho era de verdad el avatar del
Señor Maitreya, Leadbeater se hizo cargo enseguida de Krishna. Lo frotaron, lim-
piaron y fue sometido a un estricto régimen higiénico y educativo dentro del com-
plejo. También se puso ocultamente a prueba con el Maestro Koot Hoomi, a quien
Krishna visitaba cada noche en su cuerpo astral para recibir quince minutos de
instrucción.
4
Las cartas de Leadbeater a Annie Besant sobre este tema se publicaron en The Theosophist
durante el mes de junio de 1932, de donde se ha tomado esta cita.
130
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
Debrett, anuario de la nobleza del Reino Unido. (N. del T.)
5
E. Wood, Ciairvoyant Investigations by C. W. Leadbeater and the Lives of Aicyone, impre-
sión privada, 1947. Véase también el Theosophicai Journai, enero-febrero de 1965, donde se habla
del tema.
131
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
6
E. Wood, op. cit.
132
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
7
Leadbeater a Besant, 1909, citado en M. Lutyens, Krishnamurti: The Years of Awakening
(KTYOA), John Murray, 1975, p. 33.
133
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134
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
8
El episodio está vívidamente narrado en KTYOA.
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Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
patriota monárquica incondicional, que veía Londres como el centro del universo,
sin importarle lo que pensara la Hermandad de los Maestros del Himalaya. A pe-
sar de sus aventuras ocultistas y de sus opiniones progresistas, era una mujer sin
imaginación, suficientemente convencional como para querer que Krishna se gra-
duara en Oxford y se sintiera a gusto entre la buena sociedad europea, curiosos
requisitos para un futuro Mesías. Por consiguiente, en el proceso de prepararlo
para su papel futuro, arrancó al muchacho de sus raíces.
Pero este desarraigo nunca fue completo ni podía serlo. Krishnamurti ocuparía
su sitio entre los millones de personas sacadas de su ambiente, pero nunca se en-
contraría a gusto en otro. Había perdido a su madre; ahora iba a perder a su padre,
su familia y su país. En el futuro no pertenecería a nada ni a nadie, libre por ente-
ro, sin lazos ni obligaciones. Esta condición sería la fuente de su enorme autoridad
moral y espiritual. También fue la fuente de una gran malicia y de indecibles su-
frimientos.
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Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
le decepcionaron las reuniones, pues le pareció que estaban obsesionados por los
detalles mezquinos de la Sociedad cuando ella lo que buscaba era inspiración.
Pero la señora Besant, ataviada con un vestido blanco y suelto, haciendo juego
con su cabello blanco y rizado, revivió con su discurso todo su entusiasmo; a par-
tir de aquel momento y durante casi veinte años, Emily Lutyens se dedicó a la
teosofía en cuerpo y alma.
A pesar de su devoción por Annie, fue Krishnamurti quien atrajo su atención,
y el día en que por primera vez la mujer de treinta y seis años vio en la estación de
Charing Cross al muchacho de dieciséis, surgió un amor a primera vista. Sus fi-
bras maternales se estremecieron ante aquella frágil y exótica figura que llevaba
sobre sus hombros el destino espiritual de la humanidad —y de ella misma—.
Pero si su amor era romántico y maternal, había también en él un poderoso ele-
mento erótico, aunque tuvieron que pasar años antes de advertirlo. No era feliz
con su esposo, un hombre de mundo, ingenioso y encantador, pues sus gustos e
intereses eran tan dispares, que sólo fue una fiel esposa y, a veces, apenas eso.
Krishnamurti era moreno, exótico, vulnerable, hermoso, poderoso, exigente y ge-
neroso al mismo tiempo.
Había también una especie de seguridad en este amor. Como potencial Maes-
tro, Krishna estaba sometido a una abstinencia total derivada de la pasión sexual y
para el futuro Maestro del Mundo no había posibilidad de amor o matrimonio. Las
mujeres, por ló tanto, podían dedicarse a él completamente sin ningún riesgo, o
eso parecía. Inspiraría esta pasión confusa, mezcla de adoración, dependencia y
protección, en muchas mujeres a lo largo de sesenta años. Annie Besant fue la
primera en sentirla, Emily Lutyens la segunda.
El sentimiento fue recíproco. Krishna enseñó una vez a lady Emily una página
que había cortado del Daily Mirror. Mostraba la imagen de un muchachito senta-
do en el banco de un parque, soñando que estaba en el regazo de su madre.
Krishnamurti sintió que él era aquel muchacho. Tenía entonces cerca de diecisiete
años.
A pesar del disgusto de Leadbeater, desde un principio las mujeres de más
edad desempeñaron un papel importante en la vida teosófica de Krishna. Además
de Annie y Emily, dos recientes conversas de lady Emily ayudaron a guiarlo en
los primeros años. Lady Muniel Brassey, otra señora tiránica de la teosofía, estaba
separada de su marido lord De La Warr y fue descrita por Emily como una perso-
na «más bien aficionada a dirigir la vida de los demás»9. Krishna no fue una ex-
9
E. Lutyens, Candles in the Sun, Hart-Davis, 1957, p. 78.
137
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138
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11
KTYOA, p. 100.
139
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Arundale dijera que el lema del Temple, Lux Veritatis, debiera traducirse por
«Looks Very Silly» [«parece muy tonto», pronunciado en inglés lux verisili]12.
Es asombroso cómo podían interesarse los líderes de la Sociedad por las cosas
más triviales. Cuando Annie Besant no estaba preparando entrevistas con el Rey
del Mundo, andaba preocupada por el tono exacto de la cinta azul que exigía para
los miembros de la Orden de la Estrella de Oriente. Le costó dieciocho meses en-
contrar tres mil yardas del color adecuado en París, informando de esto a lady
Emily en una carta que muestra con exactitud la combinación de entusiasmo, sen-
tido de los negocios, carácter dominante y candidez de la Presidenta:
Por favor, pon a mucha gente a cortarla, la que haga falta, en trozos de un cuarto de
yarda. Luego pide a Krishnamurti que magnetice todos los trozos juntos. Que cada
secretario-a de correspondencia reçiba cuantas yardas necesite, a razón de una yarda
por cada cuatro miembros. Cóbrales un 25% sobre el coste de la cinta, que ya te noti-
ficaré; se ha de vender a los miembros a un penique el cuarto de yarda. Esta cinta sólo
puede llevarse con las insignias de los tres grados13.
Edwin, el marido de Emily, que se sentía aturdido por la total entrega de su es-
posa a los aspectos más estrafalarios de la teosofía, observó que no le gustaban
«las cintas magnetizadas, fueran azules o de cualquier otro color»14. No sintió más
entusiasmo por el Temple de la Rosa Cruz. Tampoco lo sintieron los veteranos
teosóficos. Aunque Annie le dio su cautelosa bendición, Leadbeater negó la suya
simplemente porque el Temple se había fundado sin contar con él. En 1914 ocu-
rrió lo inevitable, que el Maestro Koot Hoomi ordenó la disolución del Temple,
naturalmente, por medio de Leadbeater.
Para entonces Wedgwood ya había emigrado a Australia y cambiado su fideli-
dad de la Rosa Cruz a la Orden Comasónica, en la que alcanzó un alto rango. La
comasonería era otro vástago teosofista, fundado en Francia en 1893. Los coma-
sones resaltaban los elementos ocultistas y rituales de la masonería. También ad-
mitieron a las mujeres. Inveterada participante en todo, Annie Besant fue uno de
los primeros miembros y alcanzó rápidamente el cargo de Muy Ilustre y Muy Po-
deroso Gran Comandante de la Jurisdicción Británica; por su parte, Leadbeater se
12
CITS, p. 39.
13
CITS, p. 43. Leadbeater le dijo a Annie que éste era el lado oscuro del aura del Señor Mai-
treya.
14
Idem. Sir Edwin odiaba la teosofía. Escribió a su esposa: «No quiero perderte, querida, en
esas vastas tinieblas…» (CITS, p. 38).
141
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15
Leadbeater a Besant, citado en Extracts from letters from C.W. Leadbeater to Annie Besant
1916-1923, ed. C. Jinarajadasa, TPH Adyar, 1952.
16
Isis Unveiled, vol. u, p. 54.
142
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17
C. W. Leadbeater, Australia and New Zealand: The Home of a New Sub Race, Sydney,
Theosophical Society, 1915.
18
N. H. Stokes, O.E. Library Critic, 25 de junio de 1919.
143
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19
Das, op. cit.
20
A. Cleather, H.P. Biavatsky: The Great Betrayal.
144
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21
Stokes, op. cit.
145
OCHO
AHRIMÁN Y LUCIFER
Hay un mito teosófico referido a los seres conocidos como Señores de la Faz
Oscura, ángeles del mal, cuyo papel cósmico consiste en extraviar a la humanidad.
Vagamente presagiados por los primeros teosofistas como las «Fuerzas Oscuras»,
que libran una guerra encarnizada con la Gran Hermandad Blanca de los Maes-
tros, estos Señores recibieron una entidad positiva de un miembro de la segunda
generación de la Sociedad, el filósofo austriaco Rudolf Steiner (1861-1925). Stei-
ner dio a los principales enemigos de la humanidad los nombres de Lucifer y Ah-
rimán, encarnaciones del espíritu de la soberbia y del espíritu del materialismo 1.
Ahrimán tienta a los humanos para que rechacen lo espiritual, induciéndolos a
confiar únicamente en los reinos de la mente y los sentidos, haciéndolos caer por
consiguiente en la contradicción del espíritu que niega al espíritu. Es la deidad que
preside la ciencia y la tecnología modernas y de todos cuantos describen al Hom-
bre como no más ni menos que animal. Lucifer, el portador de la luz, seduce más
sutilmente a la humanidad para que sobrevalore sus poderes espirituales; la per-
suade de que puede trascender las limitaciones humanas con su propio esfuerzo.
Domina la literatura, la filosofía y el arte modernos.
Fue fácil para los teosofistas llegar a la conclusión de que quien estuviera en
desacuerdo con ellos, por bien intencionado que fuera, trabajaba al servicio de las
Fuerzas Oscuras. La acusación terminaría por caer sobre el mismo Steiner, cuando
rechazó la teosofía para favorecer a la nueva sociedad creada por él. Fue un rebel-
de inverosímil: pequeño, tranquilo, formal, asceta visionario, estudioso obsesiva-
mente aplicado y formado en la tradición idealista alemana. Pero aunque dirigió
por poco tiempo la Sección Alemana y se habría convertido en un teosofista des-
1
R. Steiner, The Ahrimánic Deception, trad. M. Cotterell, pp. 3-15; Three Streams in Human
Evolution, trad. C. Davy, y The Influence of Lucifer and Ahrimán, trad. D. 5. Osmond. Hay cientos
y, posiblemente, miles de referencias a los poderes de Ahrimán y Lucifer desperdigadas por las
demás obras voluminosas de Steiner.
Todos los textos de Rudolf Steiner, salvo que se indique otra cosa, están tomados de las edi-
ciones de Rudolf Steiner Press.
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
2
Todas las biografías de Steiner son igualmente aburridas. Probablemente la mejor sea la de 5.
C. Easton, Rudolf Steiner: Herald of a New Epoch, The Anthroposophic Press, 1980. Si no se dice
otra cosa, las páginas siguientes se basan en la autobiografía de Steiner Mein Lebensgang, traduci-
da por R. Stebbing como Rudolf Steiner, An Autobiograpy, The Anthroposophic Press, 1977. Este
libro trata de la vida del autor desde los primeros años del siglo. Para unos recuerdos personales de
alguien que trabajara con Steiner, véase F. Rittelmayer, Rudolf Steiner Enters My Life, Christian
Community Press, 1954. Para la relación entre la vida y la obra de Steiner, véase también A. P.
Shepherd, A Scientist of the Invisible, Hodder & Stoughton, 1954.
Hay una vasta literatura alemana sobre Steiner, demasiado amplia para citarla aquí, casi toda
de seguidores de Steiner o de él mismo. Los lectores en inglés pueden consultar los catálogos de la
Rudolf Steiner Press en Gran Bretaña y de la Anthroposophic Press en EE.UU., además de las
excelentes bibliotecas antroposóficas de Londres y Nueva York.
147
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
tarde, se convirtió en el adulto que habría querido ser Wordsworth: uno que nunca
perdiera el sentido de lo que hay más allá y es de alguna manera inmanente, del
mundo visible, un reino celestial accesible al ojo espiritual. Este ojo habitualmente
se cierra con la madurez y sólo permanece abierto en unos pocos. Cuando Steiner
se dio cuenta de que pertenecía a la minoría privilegiada, decidió dedicar su vida a
enseñar a los demás cómo cultivar la facultad de la visión espiritual, por lo cual
sorprende que no llegara a ser un poeta wordsworthiano, sino un filósofo kantiano
que cultivó la nacionalidad, el distanciamiento y la objetividad.
Steiner fue un pensador lento, cuidadoso y pedante, cuyas virtudes naturales se
vieron favorecidas por su educación en la tradición académica alemana. Adoraba a
su padre, que anhelaba el triunfo de su hijo: equiparando el progreso con la tecno-
logía ferroviaria, quiso que su hijo estudiara ciencias en la universidad. Y lo hizo
el muchacho, pero la batalla para hacer de él un ingeniero estaba perdida desde
años antes, cuando descubrió a los grandes clásicos alemanes de la literatura y la
filosofía en la biblioteca del médico de su pueblo, una figura excéntrica que diag-
nosticaba a los pacientes situados en el andén desde el tren en marcha.
Goethe, Schiller y Lessing —los autores básicos de la tradición literaria— nu-
trieron la experiencia visionaria de Steiner con su elevado idealismo moral y su
sentido de un mundo interno trascendente. Pero el primer momento crucial de su
desarrollo espiritual le vino a la edad de quince años, cuando reflexionaba sobre
su descubrimiento de que, para la mayoría de la gente, este «mundo interior» no
parece que tenga existencia real, salvo como algo fantástico o imaginario. Esto lo
llevó a preguntarse sobre la relación que hay entre el mundo común que los otros
veían y su propia experiencia visionaria, que él percibía como si fuera igual o más
real que el mundo ordinario. ¿Imaginaba meramente sus visiones?, se preguntaba,
¿o poseían la realidad que a él le parecía? Y si era esto último, ¿qué conclusiones
podía sacar de aquel hecho?
Haciéndose tales preguntas, Steiner se vio arrastrado instintivamente a una an-
tigua controversia filosófica y religiosa, la que dirime la relación entre apariencia
y realidad, y encontró que sus problemas ya estaban formulados filosóficamente
en la obra de Kant. Intentando refutar el juicio escéptico de Hume de que la mente
humana no posee un conocimiento cierto del mundo, Kant afirmó lo contrario
pero, al hacerlo, se vio obligado a postular una teoría de dos mundos: el de los
fenómenos y el de los noúmenos. El mundo fenomenológico es el de las aparien-
cias que los órganos de percepción, regulados por el entendimiento, presentan a la
mente como realidad. Pero detrás de este mundo hay un reino de realidades últi-
148
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
mas o noúmenos —a las que Kant llama «las cosas en sí»— que la mente no pue-
de conocer nunca.
Esta fórmula sugirió a Steiner la posibilidad de dar una solución a su proble-
ma. Pensó que Kant tenía razón al postular la existencia del noúmeno, pero que se
equivocaba al decir que nunca puede conocerse. Porque Steiner estaba convencido
de que sus visiones espirituales eran la percepción de la última realidad y recha-
zaba la creencia de Kant en que no podemos experimentar las cosas en sí mismas.
Otros habrían quedado satisfechos dejando así el tema, pero el intelectual Steiner
(que sí había heredado de Kant la apasionada creencia en la importancia del cono-
cimiento y su indagación) necesitaba una explicación de cómo podían percibirse
tales visiones si no era mediante los órganos sensoriales ordinarios. Y necesitaba
una teoría filosófica que diera cuenta de la relación entre los fenómenos y los
noúmenos.
Cuando acudió a la universidad creía disponer ya de algunas respuestas preli-
minares e ineludibles a sus preguntas. Había llegado a la conclusión, primero, que
el mundo espiritual es real, no ilusorio; segundo, que el único modo de entenderlo
y aprender de él, es observarlo muy de cerca, como un científico observa el mun-
do material; tercero, que los únicos límites a tales observaciones son los límites de
nuestros órganos de percepción, y cuarto, que, por lo tanto, deben existir unos
órganos especiales de percepción espiritual que están simplemente atrofiados en
los individuos. Steiner imaginaba que estos órganos eran equivalentes mentales
del apéndice. La conclusión lógica era que la ortodoxia vigente del materialismo,
que explicaba que todo conocimiento es el producto de los órganos de percepción
físicos, tenía que estar equivocada.
Sometió estas opiniones a severas pruebas basadas en sus estudios científicos
en la Universidad Técnica de Viena, donde el materialismo estaba de moda y la
influencia dominante la imponía Ernst Haeckel, un darwinista australiano3. Steiner
no podía aceptar la teoría materialista de la evolución. Menos habitual es que re-
chazara las teorías mecánicas del calor y la luz en física y por la misma razón: que
ninguna de estas teorías tenía en cuenta las realidades espirituales. Era una postura
extremista, ya que hasta los cristianos más comprometidos solían admitir las teo-
rías mecanicistas diciendo que Dios bien podría haber creado tales mecanismos..
Pero la aceptación de una distinción entre el espíritu y la materia llevaba consigo
toda una serie de problemas filosóficos, que Steiner resolvió concluyendo que
como todo lo creado procede del espíritu y, por consiguiente, el espíritu tiene prio-
3
Ernst Haeckel (1834-1919) expuso sobre todo la teoría de la selección sexual.
149
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
ridad, el espíritu estaba presente en todas las cosas. Por la misma razón rechazó
las teorías epistemológicas en vigor: en el reino de lo espiritual, el conocimiento y
la experiencia son una misma cosa.
Combatió el reto del materialismo acudiendo a otra influencia formativa de su
vida intelectual y espiritual: Goethe. Pero no el Goethe poeta y dramaturgo, sino
el científico y filósofo. Goethe le sirvió para resolver los problemas planteados
por Darwin y Haeckel. La óptica antinewtoniana de Goethe (generalmente des-
acreditada) proponía una teoría de la luz como medio entre lo sensible ylo hiper-
sensible, y su noción de la metamorfosis de la planta concibe que las formas infe-
riores evolucionan hacia formas superiores mediante la acción de alguna fuerza
espiritual o hipersensible. La pasión que dominaba a Goethe era la totalidad y la
unidad. Quiso encontrar una razón que uniera los mundos separados de los fenó-
menos y los noúmenos de la filosofía kantiana, y la encontró en la idea de la me-
tamorfosis espiritual, una noción que tiene afinidades con la teoría evolutiva de
Lamarck, que dice que hay un propósito creativo en el universo y que las distintas
especies son una ilusión producida en un flujo siempre cambiante por la brevedad
de la vida humana4.
Para Steiner, como para Shaw, la metamorfosis era la cara aceptable de la evo-
lución y le hizo decir (en una conferencia pronunciada en 1905) que no discutía el
neodarwinismo, sino sólo sus explicaciones materialistas. Según Steiner, lo que
Haeckel y sus colegas no tenían en cuenta era el milagro de Cristo5. La raza hu-
mana, dotada en su origen de clarividencia, había ido perdiendo este poder en un
proceso involutivo a medida que transcurría el tiempo, es decir, ligada a los cuer-
pos materiales, hasta que la intervención directa de Cristo en los asuntos humanos
desde el mundo espiritual reestableció el camino ascendente de la evolución. Por-
que la evolución, tal como Steiner entendía el término, conileva necesariamente
un aumento del conocimiento y de la visión espiritual. No hay nada semejante a
una evolución puramente material: el mismo hecho de que algo evolucione impli-
ca (y es prueba de) la presencia del espíritu, de un propósito y, al menos, de una
conciencia naciente.
La atracción que Steiner sintió por Goethe se debió en parte al rechazo que hi-
zo éste del misticismo nebuloso y de la subjetividad en favor de un pensamiento
claro y del estudio objetivo de los fenómenos hipersensibles. Aquí, de nuevo,
4
R. Steiner, A Theory of Knowledge Implicit in Goethe’s World Conception, trad. O. D. Wan-
namaker.
5
R. Steiner, Aspects of Human Evolution, trad. R. Stebbing, y The Karma of Materiaiisrn,
trad. R. Everett.
150
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
Steiner invoca la idea de ciencia. Sus encuentros con los espíritus, pensaba él, eran
conocimientos percibidos por sus órganos espirituales, tan válidos como cualquier
otro órgano. De acuerdo con esto, rechazaba el espiritismo por arbitrario e irracio-
nal. La meditación que practicaba para desarrollar sus encuentros con el mundo
espiritual aumentaban la efectividad de sus órganos psíquicos, al igual que se hace
con los órganos materiales. De esta manera, Goethe hizo posible que Steiner viera
la ciencia no como un obstáculo para el desarrollo espiritual, sino como una con-
tribución al mismo.
Steiner creía que Goethe había sido influido profundamente por el rosacrucis-
mo y otras tradiciones esotéricas ocultas desde el Renacimiento. Esta creencia
llegó a convencerlo de que el camino correcto para que avanzasen los europeos no
estaba en el sendero oriental de la teosofía, sino en lo que él llamaba el esoterismo
occidental, una fórmula muy parecida a la de Anna Kingsford. Ese esoterismo
había sido dominante en tres períodos: en los días de Pitágoras y Platón, en el Re-
nacimiento y en nuestra época, la que se inicia a finales del siglo XIX. En las de-
más épocas había sido una corriente soterrada. La teosofía no era más que un
signo de este resurgimiento.
Tras dejar la universidad en 1884, Steiner fue tutor en Viena de los cuatro hi-
jos de Pauline y Ladislas Specht. Uno de ellos era un niño atrasado de diez años
con hidrocefalia. Steiner vivió en estrecha intimidad con la familia durante seis
años, y la experiencia de enseñar a este muchacho le ayudó a desarrollar la teoría
de la educación curativa, que fue el fundamento de sus escuelas y la base de su
pedagogía espiritual. Steiner vio que la capacidad de concentración y absorción
del niño estaba gravemente limitada y que antes de aprender cualquier cosa tenía
que prepararlo para recibirla. Esta preparación llevaba más tiempo que el proceso
de aprendizaje. La relación establecida entre los dos contrasta con la enseñanza de
Leadbeater a Krishnamurti, otro niño considerado atrasado por mucha gente, in-
cluso por él mismo. Steiner, por desgracia, es desesperadamente impreciso al des-
cribir sus métodos, aunque parece que consistían sobre todo en ganarse la con-
fianza del muchacho para conseguir una relación estrechamente personal con él.
Las lecciones decisivas que sacó Steiner de su experiencia fueron, primera, que el
maestro debe entender las relaciones entre cuerpo, mente y alma, y segunda, que
cada niño es diferente. Quizá sean lecciones que cualquier buen educador aprende
enseguida, aunque tienen un valor especial en una época de aprendizaje memorís-
tico, cuando la antigua pedagogía humanista se había perdido sin que fuera susti-
tuida por una teoría educativa igualmente coherente y extensa.
151
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
En sus seis años con los Specht, Steiner trabajó muy unido a Pauline, cuya in-
fluencia fue decisiva en los progresos de su hijo y en los de Steiner. Toda la vida
de éste estuvo ligada a una serie de mujeres fuertes que lo apoyaron, empezando
con la esposa de su profesor en Viena, y aunque le gustaba insistir en la absoluta
distinción entre su propio desarrollo y el privilegio de sus revelaciones espiritua-
les, está claro que ambos están interrelacionados. Cada etapa de su carrera está
asociada a una mujer diferente.
En 1890 se dispuso a dejar Viena y emigrar a Weimar para trabajar en el ar-
chivo de Goethe, invitado por el gran duque de Sajonia. El gobierno sajón estaba
preparando la edición de las obras completas de Goethe y eligió a Steiner para que
cuidara de los escritos científicos. En Weimar no sólo encontró un rico circulo
social y cultural, sino a la tercera mujer de su vida, Anna Eunicke. En 1897 siguió
a la señora Eunicke, para entonces viuda, a Berlín, en cuya casa se hospedó, vi-
viendo del periodismo y de sus conferencias.
Se casaron en 1899. Era ella una mujer sencilla y maternal, siempre solícita
con Steiner, preparando pasteles y tartas para tentar al ascético erudito. Steiner fue
durante toda su vida un hombre cortés, reservado y de porte convencional, no pa-
sando su excentricidad de las chalinas que usaba y de la simplicidad ocasional de
unos modales que revelaban sus orígenes proletarios6. Aunque más tarde tuvo
protectores y seguidores aristocráticos, no se encontraba a gusto en los salones.
Quienes lo encontraban simpático y carismático observaron que seguía siendo
curiosamente poco mundano, incluso después de codearse cuarenta años con la
buena sociedad. Steiner era un campesino, y de ello sacaba gran parte de su fuer-
za. Pasó su primera madurez entre los intelectuales de Viena, Weimar y Berlín,
donde frecuentó salones y cafés durante un tiempo, pero siempre procuró distan-
ciarse de ellos, fiel a sí mismo y sin hacer concesiones. Este apartamiento y senti-
do de la diferenciación puede hacerlo parecer presumido o totalmente entregado a
su trabajo, depende del punto de vista.
Más o menos en la época de su boda con Eunicke, Steiner empezó a enseñar
en la Escuela Universitaria Masculina de Trabajadores de Berlín, establecida por
Wilhelm Liebknecht, antiguo camarada de Marx y uno de los fundadores del SPD,
el partido socialdemócrata alemán. El propósito de la escuela era llevar la educa-
ción superior al proletariado, y Steiner impartió clases de filosofía y literatura.
6
Hay muchos retratos favorables de sus admiradores, como A. Steffen, Meetings With Rudolf
Steiner, Verlag für Schone Wissenschaft, 1961; F. Rittelmayer, op. cit.; y Gunter Wachsmuth, The
Life and Work of Rudolf Steiner, Whittier Press, 1955 (por otra parte, un libro intolerablemente
tedioso del principal lugarteniente de Steiner).
152
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
7
Sobre Von Sievers, véase el poco inspirado Marie Steiner von Sievers: Feliow Worker with
Rudolf Steiner, de M. Savitsch, trad. J. Compton-Burnett, Rudolf Steiner Press.
153
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
En los diez años siguientes las relaciones de Steiner con la señora Besant fue-
ron difíciles. Aunque reconocían sus diferencias doctrinales, mantuvieron relacio-
nes amistosas. Annie visitó Berlín en 1904 y Steiner le sirvió de intérprete. Entre-
tanto, Olcott reiteraba la política de tolerancia de todas las opiniones en el seno de
la Sociedad. Pero Steiner se sintió ofendido por el escándalo de Leadbeater en
1906 y le desagradaron las tendencias orientalistas de Annie, mientras que ésta
empezó a recelar de las ambiciones de Steiner en la Sociedad. Hubo también con-
flictos entre Steiner y muchas logias alemanas, que sintieron disminuir su inde-
pendencia y no estaban interesadas en el aspecto esotérico del misticismo cris-
tiano. Mientras Olcott vivió se mantuvo la paz, pero en el Congreso Teosófico de
mayo de 1907, celebrado tres meses después de la muerte del coronel y en el que
Annie se presentó para sucederlo, se hizo evidente que la ruptura era inevitable.
El congreso tuvo lugar en Munich, lo preparó Steiner y aprovechó la ocasión
para dejar clara su postura con respecto a la teosofía. Adornó la sala de la confe-
rencia con los sellos descritos por san Juan en el Apocalipsis y çon bustos de sus
héroes, los filósofos idealistas alemanes Hegel, Fichte y Schelling. No había rastro
de los Maestros ni de ninguna de las deidades hindúes favorecidas por Annie. Al
contrario: el acontecimiento central del congreso fue una representación del Sa-
grado Drama de Eleusis, de Edmond Schuré, traducido por Marie von Sievers y
adaptado por Steiner8. El mensaje era muy claro: Steiner había decidido centrar la
teosofía en Occidente.
El intento de Schuré era recrear los Misterios Griegos. La adaptación de Stei-
ner impregnó el texto de símbolos rosacruz, y la representación causó revuelo.
Steiner fue acusado de apropiarse de la Sociedad para favorecer sus creencias
neocnistianas. Por otro lado, la alarma de Steiner se acrecentó al observar el culto
a la personalidad de la nueva presidenta. Annie, diplomáticamente, guardó silen-
cio en público, pero hizo saber su opinión en privado. De momento, acordaron que
cada cual siguiera a su manera, pero en 1910 la separación era un hecho.
La ruptura se vio favorecida por la querella presentada por el padre de
Krishnamurti contra Besant. Steiner y sus amigos compartían la opinión de Naria-
8
Edmond Schuré, el autor enormemente prolífico e influyente de The Great Initiates, Rider,
1912.
154
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manera coherente. El erudito orientó cada aspecto de la vida, desde el color de las
auras al color de los armarios de cocina, influyendo en sus seguidores desde su
vida espiritual hasta la comida.
9
Si no se indica otra cosa, las páginas siguientes se basan -en las obras de Ouspensky In
Search of the Miraculous (ISOTM), Arkana, 1987; el «Fragmento autobiográfico», apéndice de su
A Further Record, Routledge & Kegan Paul, 1986, pp. 299-303; The Strange Life of Ivan Osokin,
Stourton Press, 1947, y A New Model of the Universe, Alfred A. Knopf, 1934. Para la historia de la
antroposofía en Rusia, véase N. Berdyaev, Drearn and Reality, Greenwood Press, 1950. Sobre la
teosofía en Rusia, N. Zernov, The Russian Religious Renaissance of the Twentieth Century, Lon-
dres, 1963. Lo mejor sobre las relaciones entre Ouspensky y Gurdjieff es J. Webb, op. cit.
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gía inadecuada. Sus soluciones a estos problemas, sin embargo, fueron radical-
mente diferentes a las de Steiner.
Ouspensky nació en1878, en el seno de una familia culta de la clase media-alta
de Moscú. Sus padres, un administrador de tierras y una pintora, murieron durante
su infancia y fue educado por su abuela. De niño fue perezoso, soñador, y sólo
trabajaba en lo que le gustaba. Su educación formal terminó cuando fue expulsado
de la escuela aproximadamente a los quince años y continuó privadamente, estu-
diando filosofía, física y matemáticas, los únicos temas que le interesaban. Su
falta de escolaridad quizá influyó posteriormente en su propia insistencia por co-
nocer las reglas exactas que gobiernan la existencia humana.
El retrato de su niñez, en su novela La extraña vida de Ivan Osokin, y el relato
de su adolescencia en otro libro, En busca de lo milagroso, sugieren una persona-
lidad marcada por las contradicciones. Ouspensky fue a la vez perezoso e inquie-
to, escéptico y crédulo, vigoroso intelectualmente e inseguro, voluntarioso y sumi-
so, pensador lógico y soñador, gregario y solitario, autocrítico y distante, pero
sediento de aplausos y buena compañía: intelectual flâneur, esclavo dominante y
sibarita ascético. Su apariencia física era la de un hombre pequeño pero robusto,
de cabeza maciza, cuello de toro, labios finos y ojos penetrantes. Amaba a los
gatos y al vino, vestía con meticulosidad, de día cultivaba los modales de un pro-
fesor y de noche los de un bohemio. Le obsesionaba la experiencia del déjá vu, y
sus dos intereses intelectuales eran las matemáticas y el misticismo que, al pare-
cer, le ofrecían la posibilidad de encontrar las claves para el entendimiento com-
pleto de las cosas, fuera mediante los números, fuera mediante las visiones. Am-
bas disciplinas poseían el atractivo de un relativo secreto y se expresaban en un
lenguaje reservado a unos pocos.
Ouspensky estudió la cuarta dimensión con la esperanza de explicar el origen
de la sensación de «haber estado allí antes». Conocía bien la literatura fantástica
sobre el tema, tan popular en su tiempo, como la novela de E. A. Abbott Planilan-
dia (1884) y las famosas obras científicas de C. W. Hinton 10. Planilandia es un
lugar habitado por seres bidimensionales que considerarían cualquier incursión
desde el mundo tridimensional como milagrosa. Por extensión, puede conjeturarse
que los seres tridimensionales —como los humanos— considerarían a una criatura
de la cuarta dimensión de la misma manera. Ouspensky desarrolló la idea en su
primera y precoz publicación, La cuarta dimensión, postulando a partir de las tres
dimensiones la existencia de una cuarta, una quinta, y quizá algún número más.
10
An Episode of Fiatland, Swan Sonnenschein & Co., 1911.
158
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
11
El propio relato de Ouspensky del desarrollo de estas ideas en In Search of the Miraculous,
A New Model of the Universe y A Further Record sigue siendo lo mejor. Pero véase también
Webb, op. cit., pp. 109-17.
12
Sobre esta opinión de Nietzsche, véase A. R. Orage, Frederick Nietzsche, the Dionysian
Spirit of the Age, Londres y Edimburgo, 1906, y Consciousness, Animal, Human and Superhuman,
TPH Benarés, 1907.
159
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
Pero, una vez más, el problema para Ouspensky era cómo continuar. Nietzsche
no podíá ayudarlo más que las matemáticas en la tecnología espiritual y psicológi-
ca. Y es en este momento cuando descubre la teosofía. En 1907, mientras trabaja-
ba de periodista en un diario de Moscú, La Mañana, fue llenando el cajón de su
mesa con publicaciones teosóficas, como los libros de Sinnett (El mundo oculto) y
Steiner (La Atlántida y Lemuria). Encargado de escribir artículos sobre la situa-
ción política europea, se refugiaba constantemente en la lectura secreta de lo ocul-
to.
Las tendencias milenaristas y ocultistas de la teosofía encajaban perfectamente
en la atmósfera de frenético desastre escatológico que dominaba en Rusia en las
primeras décadas de este siglo. Muchos intelectuales y escritores se sentían atraí-
dos por ella, como Biok, Pasternak, Berdyaev, Soloviev, Rozanov, Florensky,
Merezhkovsky y, más notoriamente, Bely y Skriabin 13. Ouspensky pertenece a la
generación nacida entre 1870 y 1900, moldeada y a veces destruida por la Revolu-
ción, cuyo advenimiento casi todos habían esperado que ocurriera veinticinco
años antes de 1917. En efecto, fueron contemporáneos de Ouspensky quienes hi-
cieron la Revolución, que estalló cuando Ouspensky tenía treinta y nueve años. La
mayor parte de los que la sobrevivieron marcharon al exilio o perecieron en las
purgas de Stalin.
Aquellos hombres no esperaban que la revolución tomara necesariamente una
forma política. La herencia de Gogol y Dostoievski aún estaba viva: ambos habían
previsto la transformación apocalíptica del país en una vasta comunidad religiosa
mediante la renovación de la ortodoxia. Como Ouspensky, Andrei Bely (1880-
1934) estaba fascinado por la relación entre ciencia y misticismo, pero vio como
resultado más probable de los acontecimientos contemporáneos la horda bárbara y
no la revolución progresiva, como explica en su novela Petersburg escrita enton-
ces. El compositor Alexander Skriabin (1872-1915) estaba más cerca de la tradi-
ción de Gogol y Dostoievski. Ardiente aunque ignorante teosofista, puso su fe en
la música y esperó el final del mundo, quizá porque deseaba acompañarlo e inclu-
so precipitarlo con la ejecución de su obra maestra, un «Misterio» teatral, que
afortunadamente permaneció inacabado.
Ouspensky adoptó un punto de vista más moderado. Para él, el encanto de la
teosofía consistía en una cosmología sistemática que le permitía amoldar los
fragmentos de la cuarta dimensión matemática, la teoría nietzscheana de la recu-
13
Sobre ocultismo ruso, véase J. Webb, The Occult Establishment, Open Court Publishing,
1976.
160
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
161
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
cial a la fuente, cada una de ellas, por sí misma, no podía ser la fuente. Lo cual
planteaba otro problema: ¿cómo reconocer la fuente o la escuela, una vez encon-
trada?
En 1913 reanudó sus viajes a Oriente, y esta vez visitó Adyar, donde tuvo el
privilegio de alojarse en el piso superior de la antigua casa de HPB, con los
miembros de la Escuela Esotérica. Como todo lo demás en la Sociedad, el edificio
estaba dispuesto jerárquicamente: los líderes vivían encima del taller, los ayudan-
tes íntimos en las alas y los de menor categoría desperdigados a ras de tierra en
casitas, algun~ poco más que chozas. En 1913, Adyar se había convertido en el
prototipo de una próspera comuna contemporánea: una mezcla de eremitorio y
posada donde los visitantes adecuados que iban camino de Madrás podían alojar-
se. Ouspensky reconoció en lo que oyó de la Escuela Esotérica Teosofista un páli-
do reflejo de lo que estaba buscando.
En Adyar conoció al conde Herman Keysenling, un filósofo místico alemán
que buscaba lo mismo que él14. Si bien reconocieron el valor de la teosofía como
primer movimiento que abrió las religiones orientales a Occidente, tanto Keyser-
ling como Ouspensky llegaron a la conclusión de que lo que buscaban no estaba
en la Sociedad y que la única alternativa era seguir buscando en otra parte. Pero la
coincidencia en esto y en otros temas pronto se vino abajo, porque mientras pro-
cedían a buscar su destino espiritual en Oriente, los acontecimientos políticos se
sucedían con rapidez en sus países de origen. A los pocos meses de su primer en-
cuentro, los dos hombres se encontraron en los bandos opuestos de la mayor gue-
rra de la historia.
14
Sobre Keyserling, véase más adelante capítulo 12.
162
NUEVE
JUEGOS DE GUERRA
1
Para las opiniones de Leadbeater sobre la guerra: The Greaz War, TPH Adyar, s.f., y The
Theosophist, enero de 1915.
2
R. Steiner, The Karma of Untruthfulness, vol. i, trad. J. Collis.
3
R. Steiner, Destinities of Individuals and of Nations, trad. A. R. Meuss.
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
debajo del de sus parientes sajones (también en cómico contraste con la opinión
británica que tildaba a Eduardo de alemán honorario).
Con independencia de lo que puedan decir sus apologetas, los numerosos es-
critos de Steiner sobre política europea antes de la guerra aprueban tácitamente las
versiones más suaves de tan demenciales ideas. Su visión mística de los destinos
nacionales como parte de un plan cósmico impiden que se distinga su fervor por la
cultura teutónica de las formas más groseras de patriotismo. Por ejemplo, hizo
suya la opinión de Hegel y Fichte de que los alemanes son por naturaleza más
filósofos que los demás pueblos europeos. Esta pretensión se basa en la supuesta
superioridad de la filosofía como actividad humana; lo cual hace de los alemanes
la nación más grande de Europa.
Steiner sigue también a sus maestros cuando enumera las distintas «tareas»
históricas de las naciones, añadiendo la provocativa teoría de que cada nación está
guiada desde arriba por un arcángel que es algo así como el espíritu popular de la
nación. El príncipe Max de Baden, último canciller del imperio alemán, le pidió
un ejemplar de sus conferencias sobre este tema4. Según este razonamiento, a las
demás naciones europeas se les asignaba el desarrollo de ciertos «aspectos» de la
humanidad, como contribución a la evolución del mundo, una interesante idea
degradada por la trivialidad de la conclusión a la que llega Steiner cuando dice
que a los italianos se les ha dado sentimiento, a los franceses pensamiento, a los
ingleses conocimiento, etcétera. Por supuesto, sólo los alemanes reúnen todas es-
tas cualidades en grado sumo.
Cuando estalló la guerra, Steiner se estableció en Suiza, donde se casó con
Marie von Sievers en diciembre de 19145. Durante el conflicto mantuvo una apa-
rente neutralidad, contemplando la guerra desde una perspectiva cósmica e histó-
rica y rezando por los combatientes de todos los bandos; lo cual no impidió que
viajara y pronunciara frecuentes conferencias en Alemania y Austria, donde la
neutralidad pública, por supuesto, era inconcebible. Fue también consejero y ami-
go de la familia del jefe del Estado Mayor alemán, Helmut von Moltke, una rela-
ción que hace difícil pensar en su imparcialidad. Tanto si le gustó a Steiner como
si no, la antroposofía se identificó con los objetivos bélicos alemanes, de la misma
manera que la teosofía se identificó con la causa aliada. Aunque hubo unos pocos
4
Entre estas conferencias figuran «La evolución del alma alemana», «El poder perdurable y
creativo del espíritu alemán», «El poder rejuvenecedor del alma popular alemana», etc.
5
Mi fuente para los últimos veinte años de Steiner es 5. C. Easton, Rudolf Steiner: Heraid of a
New Epoch, The Anthroposophic Press, 1980. Véase cap. 8, nota 2.
164
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
6
R. Steiner, The Tension between East and West, trad. B. A. Rowley.
7
Sobre la controversia de los arios y sus ramificaciones, véase M. Olender, The Languages of
Paradise, Harvard University Press, 1992.
165
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
8
En H. 5. Chamberlain, The Foundation of the Nineteenth Century, John Lane, 1911.
166
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
co nos dice por qué los Señores de la Faz Oscura revelaron voluntariamente sus
estratagemas a un enemigo.
Desde un punto de vista práctico era inconcebible, por supuesto, que Leadbea-
ter tomara parte en la batalla, pero había algo útil que podía hacer. Desde su forta-
leza de Australia, el obispo aceptó noblemente que su cuerpo astral patrullara el
frente con el fin de guiar a las almas de los muertos en el camino a la otra vida,
como una especie de mayordomo estigio. Aunque sucedió oportunamente en
1914, esto era ya una actividad teosófica reconocida, e incluso había otra organi-
zación de la Sociedad dedicada específicamente a esta tarea: los Ayudantes Invi-
sibles9. Emily Lutyens era una Ayudante entusiasta, aunque su pacifismo y su
negativa a odiar al enemigo la puso en un apuro al estallar la guerra, porque la
opinión de Leadbeater era que los Ayudantes debían asistir en primer lugar a los
espíritus aliados. El obispo aborrecía a los pacifistas y terminó por sacar a Emily
Lutyens de la dirección del Herald of the Star, aduciendo que ella simpatizaba en
demasía con los alemanes. Aquel periódico, dijo su portavoz Jinarajadasa, debía
declararse «comprometidamente del lado de la Hermandad», es decir, de los alia-
dos10.
Krishnamurti, que durante la Segunda Guerra Mundial se revelaría al público
como impenitente y absoluto pacifista, en 1914 se encontró en una difícil situa-
ción. Estaba dispuesto a luchar y tenía la edad para hacerlo, pero Annie no permi-
tió que se alistara en ningún tipo de servicio, no porque pudieran matarlo, sino
porque vivir del rancho militar habría supuesto comer carne, y su vocación (por no
mencionar su brahmanismo) exigía que fuera estrictamente vegetariano. Esto no
impidió que su atrevido hermano sirviera por breve tiempo como ciclista de la
unidad de la Cruz Roja en Flandes, pero Annie también puso fin a eso, y los her-
manos se pasaron casi todo el tiempo de la guerra haraganeando en Londres o en
el campo.
Annie no fue el único obstáculo que encontraron en su afán por ayudar. Aun-
que colaboró en la limpieza del Endsleigh Palace Hotel cuando se decidió que
sirviera de hospital durante la guerra, no se permitió a Krishna que trabajara en él
9
La idea de las patrullas espirituales parece haber surgido en la época moderna entre los mes-
meristas, quienes afirman que durante la guerra de Crimea, su fundador estaba demasiado ocupado
en orientar a las almas de los soldados muertos para dedicarse a otras cosas. Pero Leadbeater ya
había escrito sobre los Ayudantes Invisibles en 1896. Véase Invisible Heipers, TPH Londres, y de
Steiner, Between Death and Rebirth, trad. E. H. Goddard y D. 5. Osmond. Una ventaja añadida a
ser muerto en la guerra era que el alma podía renacer en un teosofista.
10
CITS, p. 86.
167
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
a causa de su color. Se creyó que los pacientes no aceptarían que los cuidara un
indio, sobre todo uno que pretendía ser el Mesías. Lo que hacía que Krishna pare-
ciera exótico y atractivo a los ojos de los aristócratas con inclinaciones espirituales
podía resultar inaceptable para los heridos de las clases bajas. Krishna y Nitya
estaban bastante acostumbrados al ridículo y a la discriminación racial. Aunque
les incomodaba, cuando se producía algún incidente desagradable lo resolvían con
una impresionante diplomacia. Lady Emily, que compartía con la reina Victoria su
pasión por todo lo que fuera indio, pasó dificultades para dominar sus sentimien-
tos.
La interferencia de Annie, combinada con la extrañeza de su entorno, la con-
ducta excéntrica de sus guardianes ingleses y la tensión de vivir con arreglo a su
alto destino, hicieron que Krishnamurti se sintiera confuso y deprimido. Mientras
la lucha continuaba y él se consumía al verse apartado, la vida ordinaria —si así
pudiera llamársela— resultaba imposible. Como otros civiles, se sentía profunda-
mente afectado por las hostilidades por más que no participara. Como Proust es-
cribiera en aquel tiempo, la gente vivía en la guerra como los místicos decían que
vivían en Dios. Absorbía toda su atención, sin dejarles más energías para las de-
más cosas11.
Irónicamente, el fin del conflicto empeoró aún más las cosas. El caos econó-
mico y político estuvo acompañado por un vacío emocional enorme. La energía de
los individuos y de sociedades enteras, durante tiempo dedicada a una lucha a vida
o muerte, no tenía ahora objetivo alguno. Había la necesidad de la reconstrucción
—social y política, física y financiera, humana y personal— pero la pregunta que
todos tenían en la cabeza era: ¿Qué es lo que queremos reconstruir de un sistema
que hace muy poco nos ha llevado a semejante catástrofe? ¿No sería mejor cons-
truir un mundo nuevo? Y si fuera así, ¿cómo hacerlo? Un mundo nuevo es, por
definición, algo desconocido. No existía ningún modelo. Todo el mundo trabajaba
en la oscuridad.
La teosofía y la antroposofía iban a aprovecharse del hambre espiritual surgida
al final de la guerra y de la sensación vaga de que las antiguas religiones e institu-
ciones políticas estaban definitivamente desacreditadas. Las dos organizaciones
tuvieron una rápiçla expansión en la década de 1920, creando al mismo tiempo
movimientos juveniles. Pero el mismo apetito produjo también otra ola de maes-
tros espirituales alternativos, más en deuda con la teosofía de lo que les gustaba
admitir, que amenazaban con sustituir las vagas generalidades de su doctrina con
11
Citado en G. Painter, Marcel Proust: A Biography, vol. u, Chatto & Windus, p. 223.
168
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
algo más vigoroso. Esta nueva ola vino una vez más de lo que se conocía vaga-
mente como «Este», pero prefirió la energía del islamismo místico militante a la
suave síntesis de hinduismo y budismo con que había soñado Ma-dame Blavatsky.
Estos nuevos maestros hirieron en lo más vivo el Occidente de Europa. Era
como si la violencia de la guerra, cesada ahora en los campos de batalla, hubiera
resurgido en la vida privada. Freud había empezado ya a trazar la ruta psíquica de
esa violencia y su represión12. La guerra, según él, no era el resultado de un acci-
dente militar o de un error político, sino una matanza de masas deseada incons-
cientemente por todas las naciones, incapaces de responder a las exigencias de su
propia moral y sus códigos sociales. Ahora tenían que aclararse las implicaciones
religiosas de sus deseos inconscientes. La era del dulce Jesús estaba llegando a su
término.
12
Véase el ensayo sobre la guerra en la Pelican Freud Library, vol. XXII, Penguin, 1983, p.
48.
13
Véase la excelente biografía de Richard Buckle sobre Diaghilev.
169
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
170
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
14
Otros han considerado que la relación directa entre Blavatsky y Gurdjieff fue mucho más le-
jos. Véanse sobre todo dos artículos en el American Theosophist de Seymour Gingsburg: «Contri-
bución de Gurdjieff a la Teosofía», AT 75, núm. 11, diciembre de 1987, pp. 406-10, y «HPB, Gur-
djieff y la Doctrina Secreta», en el número anterior. Agradezco que el señor Gingsburg haya que-
rido mantener conmigo una correspondencia sobre este tema y por dejarme consultar un ejemplar
de «Gupta-Vidya: Anunciado por Blavatsky, traído por Gurdjieff», conferencia que leyó en el
Centro Histórico Teosofista en julio de 1989. También le agradezco al señor Gingsburg que me
haya señalado el pasaje de A Study of Gurdjieff’s Teaching, 1957, de Kenneth Walker, discípulo
durante mucho tiempo de Gurdjieff. Walker se refiere a una carta de HPB que predice que «el
próximo gran maestro de las ideas orientales en Europa será un instructor de danzas orientales»
(Walker, p. 152). Ni yo ni el señor Gingsburg hemos podido localizar esa carta.
15
El historiador de los primeros años de la vida de Gurdjieff se enfrenta con el mismo proble-
ma que el historiador de los primeros cuarenta años de la vida de Blavatsky: la única fuente es el
propio biografiado. Por consiguiente, a menos que se indique lo contrario, las páginas siguientes se
basan en Gurdjieff, Meetings With Remarkable Men (MWRM), trad. A. R. Orage, Arkana, 1985.
Para la vida de Gurdjieff, J. G. Bennett, Gurdjieff: Making a New World, Londres, 1973, es un
recuerdo vivaz y emotivo de un discípulo controvertido; pero sin duda la mejor biografía es la más
reciente: J. Moore, Gurdjieff, The Anatomy of a Myth, Element, 1991, con la que este libro está en
gran deuda. Útiles también son: J. y E. Bennett, Idiots in Paris: Diaries of J.G. Bennett and Eliza-
beth Bennett 1949, Coombe Springs Press, 1980, y la de C. 5. Nott, de apabullante título:
171
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
Teachings of Gurdjieff: Journal of a Pupil. An Account of Sorne Years with G.I. Gurdjieff and A.R.
Orage in New York and at Fontainebleau-A von, Routledge & Kegan Paul, 1961.
16
Citado por J. G. Bennett en Gurdjieff: Making a New World.
172
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
si bien Gurdjiefffils no explica por qué el éxito en los negocios exige necesaria-
mente el engaño, lo cual no debe sorprender en vista de su propia experiencia.
Más importante es que su padre fuera también un ashoj, o poeta y narrador,
conocedor de memoria de una gran cantidad de poesías, entre ellas la antigua epo-
peya de Gilgamesh. Esto facilitó al hijo un vínculo palpable con el remoto pasado,
mucho más valioso que la perdida y fabulosa fortuna. También le sugirió, según
cuenta, la continuidad de la tradición cultural, que interpretó en términos religio-
sos como la conservación de la antigua sabiduría en fórmulas y rituales contempo-
ráneos éuyos significados han caído en el olvido. No podemos saber si incluía
efectivamente en sus recitales la historia de Gilgamesh, tal como luego afirmaría
Gurdjieff. Puede ser uno de los momentos en que su fantasía se sobreponía a los
hechos. Como en el caso, de Blavatsky, poco importa. Lo que importa es el papel
que Gurdjieff quería que su padre representara en su mitología: el del noble salva-
je rousseauniano en contacto con los manantiales más profundos de la vida.
Este papel explica también el mayor legado del padre al hijo, según nos cuenta
éste: un severo régimen doméstico que enseñó al muchacho a cuidar de sí mismo
en el mundo hostil de los adultos. Los madrugones y los baños fríos formaban
parte de la rutina diaria, con duros castigos a la desobediencia. Las bromas del
viejo señor Gurdjieff parecen haber sido despertar al muchacho poniéndole un
sapo en la cama u obligarlo a asir una serpiente venenosa mientras el padre termi-
naba el almuerzo, severidades que el hijo recordaba después con emocionado
agradecimiento. Estos métodos brutales los reproduciría más adelante con sus
propios seguidores.
No es de extrañar que el joven Gurdjieff resultara sobre todo un golfo calleje-
ro, tosco y espabilado, que sabía cuidar mejor que nadie de sí mismo. Como todas
las ciudades de la región, Kars y Alexandropol estaban divididas según las dife-
rencias de clase, costumbres y religión y el muchacho fue sensible en grado sumo
a tales diferencias. Porque, a pesar de jactarse de su elevado linaje, creció en la
pobreza y tuvo que aprender pronto a hacer lo que tuviera a su alcance, desde re-
mendón a hipnotizador, adquiriendo una serie de habilidades manuales que más
tarde impresionarían profundamente a los intelectuales de clase media que se
reunieron con él.
Casi toda su educación la adquirió por su cuenta, aunque afirma que pasó al-
gún tiempo en la escuela coral de Kars, hasta que un día el deán de la catedral le
dijo al padre que se llevara al muchacho y lo educara en casa, porque la enseñanza
de la escuela no estaba a la altura de un alumno tan brillante. El deán fue entonces
su tutor oficioso, inculcándole diez principios (la exactitud en los números es muy
173
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
17
Para un relato detallado de este período, véase P. Hopkirk, op. cit. Sobre la posible identifi-
cación de Gurdjieff con un agente tibetano, véase J. Webb, The Harmonious Circle, op. cit., pp.
52-73. Webb investiga exhaustivamente las pruebas.
18
Abdullah (1881-1945) fue, probablemente, medio ruso, medio afgano. Aventurero y fanta-
sioso, publicó su autobiografía, My Nine Lives (Hurst & Blackett) en 1934.
174
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
viaje vital arquetípico. Como figuran bajo seudónimos, nunca sabremos si existie-
ron realmente.
El foco de atención del libro pasa de Egipto al Asia Central y al norte de la In-
dia cuando Gurdjieff conoce a un cierto padre Giovanni, antiguo sacerdote cris-
tiano, pero entonces establecido en una orden monástica islámica de Kafinistán,
una de las cuatro órdenes desperdigadas entre el Pamir y las montañas del Hima-
laya. El padre Giovanni se refiere a los ritos y doctrinas de una «Hermandad
Mundial», y no aclara si sus miembros —él es uno— son o no los mismos Maes-
tros de la Sabiduría.
El relato de los años de Gurdjieff en el desierto evoca los fantasiosos cuentos
de Blavatsky sobre su juventud. La única diferencia es que, mientras la aristócrata
HPB tuvo que esforzarse por pasar desapercibida y apenas se molestó en que su
narración pareciera verosímil, los orígenes más humildes de Gurdjieff y su lugar
remoto de nacimiento le ayudaron a pasar desapercibido hasta que quiso atraer la
atención del público con historias bien apoyadas en el detalle circunstancial de
costumbres y lugares. Dicho esto, es obviamente demasiado fácil decir que un
período vacío de la vida de uno se ha pasado en retiro místico o se ha dedicado al
aprendizaje ocultista, sobre todo si no hay quien pueda contradecirlo. Y aunque lo
hubiera, siempre puede decirse que los testigos no vieron lo que sucedía «real-
mente», dado que lo oculto, por definicióii, está escondido a la vista de la gente.
Se trata de una argumentación bastante corriente. Lo que importa, se nos dice, no
es la apariencia, sino la realidad, no los fenómenos, sino su interpretación, no el
relato, sino su intencionalidad. No hay manera de refutar semejantes afirmaciones,
aunque la osadía de algunos para mantenerlas da mucho que pensar.
Los discípulos de Gurdjieff, cuando más tarde intentaron describir las dificul-
tades de su enseñanza, varían en su interpretación del mapa y la búsqueda, unos
tomándolos por realidades, otros como parábolas o metáforas. Él mismo mantuvo
una ambigüedad burlona sobre el tema, y algunos seguidores llegan a decir que
semejante ambigüedad es una especie de prueba para distinguir al sabio del necio
mediante su capacidad de interpretación. Aquellos que disciernen la verdad en los
cuentos fantásticos del Maestro prueban así que tienen derecho a ella. Quizá por
eso no sea sorprendente que Gurdjieff se refiriera a sus discípulos como ovejas a
las que había que esquilar.
175
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
mera vez en la autobiografía del inglés Paul Dukes 19, y en un ensayo anónimo
titulado «Atisbos de Verdad»20. Dukes, estudiante de música en el conservatorio
de Moscú, que luego sería agente secreto británico, había leído La doctrina secre-
ta y asistido a sesiones de espiritismo. Su profesor de piano lo introdujo en la teo-
sofía y, después de interesarse por varias sectas esotéricas, conoció a Gurdjieff y
se convirtió en su primer discípulo extranjero. Dukes y el autor de «Atisbos de
Verdad» describen encuentros parecidos con el Maestro, el primero en una casa de
campo en las afueras de Moscú, el segundo en una calle gris cercana a la estación
Nikolaevski de la ciudad, donde fueron convocados secretamente.
Al llegar al lugar de la cita, fueron guiados por oscuros pasajes hasta unas ha-
bitaciones mal iluminadas adornadas con profusión de alfombras y chales, con los
techos entoldados como tiendas a la manera oriental y con objetos del mismo ori-
gen en las paredes. El autor anónimo describe una de las lámparas, con la pantalla
de cristal en forma de flor de loto, y un armario con iconos y esculturas de marfil
de Moisés, Mahoma, Buda y Cristo: el panteón de los Maestros Ocultos. Enfrente
de la última puerta, mirando fijamente al visitante con ojos penetrantes, pero amis-
tosos, un hombre silencioso, de mediana edad, estaba sentado con las piernas cru-
zadas en una otomana y fumando una pipa de agua. Dukes encontró al Maestro
jugando al ajedrez con un misterioso huésped barbudo, de pómulos acusados y
ojos oblicuos. Gurdjieff hizo entonces un ejercicio de respiración y canto, ento-
nando la Plegaria del Señor, de tal modo que indujo una especie de suave corrien-
te eléctrica en Dukes.
El episodio sugiere un paralelismo con Thomas Lake Harris, que será más no-
table en años posteriores, cuando la ascendencia de Gurdjieff sobre sus discípulos
se hace absoluta, pero muchas de estas escenas nos llevan directamente a Bulwer
Lytton vía Blavatsky, y muestran claramente que en este momento Gurdjieff cul-
tiva la imagen indiscriminada de un «misterioso» oriental, a la manera del Fu
Manchú de ficción y de la HPB real. Más adelante se deshará de los accesorios
teatrales y aprenderá a causar efecto mediante la fuerza de su personalidad, aun-
que conservará su debilidad por las alfombras. El teatro fue importante en la vida
de Gurdjieff en más de una manera. Siempre estaba representando. Si esto provo-
caba dudas en quienes estaban con él, también era fuente de fascinación. Y a pesar
del diletantismo de su escenografía, la enseñanza de Gurdjieff ya tenía un lado
19
P. Dukes, The Unending Quest, Cassell, 1950.
20
Reimpreso en G. 1. Gurdjieff, Views from the Real World, Arkana, 1984.
176
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
serio. Enseñó ejercicios de respiración y canto a Dukes, que siguió tomando lec-
ciones de él durante varios años.
El encuentro de Ouspensky con Gurdjieff fue menos prometedor. Cuando re-
gresó en 1914 de sus viajes a Moscú, poco después de iniciarse la guerra, volvió a
su trabajo de periodista. Al ver el anuncio de La lucha de los Magos, lo incluyó
como noticia en su periódico, pero hasta la primavera siguiente no se conocieron,
cuando los presentó un amigo común, el escultor Mercourov (que quizá fuera
primo de Gurdjieff).21
Se conocieron la primavera de 1915 en un café barato de Moscú, donde Ous-
pensky vio a
un hombre de aspecto oriental que había dejado atrás la juventud, de bigote negro y
ojos penetrantes, que me causó asombro porque parecía que iba completamente dis-
frazado… con la cara de un rajá indio o de un jeque árabe… 22
21
Escultor de monumentos, Mercourov (1881-1952) prosperó bajo el régimen comunista. Tan-
to Gurdjieff (MWRM, p. 71) como Thomas y Olga de Hartmann (Our Life with Mr Gurdjieff, Ar-
kana, 1992, p. ix) parece que se refieren a esta relación.
22
ISOTM, p. 7.
23
ISOTM, p. 7.
177
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
hombre poseía un aura de dignidad y poder innatos que superaba el disgusto fasti-
dioso de Ouspensky por lo que en otro habría tomado por charlatanería: el modo
teatralmente misterioso, las alusiones a los poderes ocultistas, la jactancia. Pero le
pareció imposible distinguir las fuerzas de las flaquezas, y Ouspensky se preguntó
si la misma teatralidad del hombre no era una especie de testimonio de su autenti-
cidad, basándose en que ningún tramposo medianamente inteligente caería en se-
mejantes tonterías. Más tarde llegó a la conclusión de que los criterios de juicio
habituales no podían aplicarse a Gurdjieff, que sus engaños formaban parte de una
estrategia deliberada y compleja para probar a los demás, y que la fuente del poder
de Gurdjieff descansaba en última instancia en su naturalidad y sencillez.
Sin embargo, cuando abandonaron el café para conocer al pequeño grupo de
seguidores de Gurdjieff, que estaban en un deslucido piso encima de una escuela
municipal, Ouspensky quedó asombrado ante la disparidad entre la grandiosa des-
cripción que el maestro le había hecho de sus importantes discípulos y la abatida
banda de desesperados allí reunida. Cuando Ouspensky preguntó a esta gente qué
les enseñaba el maestro, respondieron vagamente refiriéndose a un sistema de
ideas, a trabajos en grupo y a «trabajar en uno mismo», incapaces de responder
nada más. Gurdjieff también dejó claro que esperaba que los discípulos pagaran
bien por sus servicios (sin especificar qué servicios eran), argumentando que
quien no paga por algo no sabe valorarlo.
Esta escena deprimente aumentó las dudas de Ouspensky. Sabía muy bien que
Gurdjieff trataba de impresionarlo. Como periodista ducho, familiarizado con el
esoterismo y miembro de la intelectualidad petersburguesa, sería una valiosa presa
para el desconocido Gurdjieff. También le pareció claro que aquellos discípulos
no tenían el dinero que andaba buscando Gurdjieff. Ouspensky se preguntó si no
iba a ser utilizado como señuelo. Pero, a pesar de sus recelos (¿es posible que esta
figura desaseada y jactanciosa, inclinada a los trucos baratos, posea realmente las
credenciales ocultistas que afirma?), aceptó a Gurdjieff como maestro. Porque las
reservas racionales de Ouspensky fueron barridas por una sensación extraordina-
ria: la presencia de Gurdjieff hacía que este intelectual, habitualmente serio, nece-
sitara reír, gritar y cantar «como si hubiera escapado de la escuela o de algún ex-
traño encierro»24. Pronto empezó a acudir diariamente para ser instruido por Gurd-
jieff.
En estas reuniones vio claramente que «trabajar en uno mismo» era mucho
más que aprender el «sistema» de Gurdjieff, el cual, de todas formas, era imposi-
24
ISOTM, p. 11.
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Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
ble que pudiera entenderlo Ouspensky: cada vez que creía dominarlo, siempre
había más. El mismo Gurdjieff decía que esto era deliberado, que sería un error
rebajar el valor del entendimiento haciéndolo más fácil. También exigía y obtenía
una sumisión absoluta de sus discípulos, y mientras más abyectamente obedecían,
con mayor agresividad y arbitrariedad los trataba. Ouspensky descubrió lo que
esto significaba cuando fue a San Petersburgo en el invierno de 1915 con el pro-
pósito de formar un grupo que pusiera en práctica los principios de Gurdjieff. Su
maestro acudía a la ciudad desde Moscú para dar charlas cada quince días, dejan-
do que Ouspensky organizara la asistencia y el lugar de reunión, muchas veces en
el último minuto, mientras él bebía en un café u organizaba una venta de alfom-
bras. A veces dejaba en suspenso a su atribulado lugarteniente, no desvelando
hasta el último momento si iba a dar o no la charla. Para el disciplinado Ous-
pensky aquello debió ser un tormento. A pesar de todo, gracias a sus relaciones,
consiguió poco a poco un grupo de entre treinta y cuarenta discípulos. Algunos se
entregaron inmediatamente a Gurdjieff, otros fueron aves de paso.
Pero, ¿qué hacían estos discípulos? Casi todo el tiempo lo pasaban escuchando
a Gurdjieff, que exponía la cosmología y la psicología descritas por Ouspensky en
su libro sobre estos años, En busca de lo milagroso. El sistema de Gurdjieff im-
presionó a su nuevo alumno por las cualidades que él mismo había estado buscan-
do: detalle, extensión, conexión y totalidad. Parecía como si Gurdjieff tuviera lite-
ralmente una explicación para cada cosa y pudiera demostrar siempre cómo una
cosa se relacionaba con otra. Pero aún más importante fue la formación práctica
que ofrecía. Para explicar a Ouspensky por qué no había podido encontrar seme-
jante enseñanza en otro sitio, Gurdjieff le dijo que desde la apitigüedad, los indios
habían tenido el monopolio de la filosofía espiritual, los egipcios el de la teoría
espiritual y los persas y mesopotámicos el de la práctica espiritual. La región del
«Turquestán», de la cual se proclamaba hijo, era por consiguiente la patria de la
práctica espiritual, y el mismo Gurdjieff el heredero de la tradición25.
Para probarlo, empezó a asignar tareas a los discípulos. Estas tareas —que
comprendían el «trabajo en uno mismo» del que ya habían hablado a Ous-
pensky— incluían los ejercicios de canto y respiración descritos por Dukes y una
serie de movimientos destinados a coordinar las aptitudes mentales, espirituales y
físicas. Los ejercicios serían vitales en la enseñanza de Gurdjieff y marcan la rup-
tura diferenciadora con la teosofía. El núcleo de la doctrina de Gurdjieff se ocupa
de la integración de todas las fuerzas vitales con el fin de establecer la armonía
25
ISOTM, p. 15.
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entre ellas y con el orden cósmico, de modo que cada individuo pueda aprender a
Ser. Esta idea atrajo poderosamente al intelectual Ouspensky, que hasta entonces
había buscado el ideal teosófico del conocimiento esotérico como camino de la
iluminación espiritual. Pero el verdadero conocimiento, de acuerdo con Gurdjieff,
es una función del ser. Lo que el hombre conoce está en relación directa con su
ser. Distinguiendo entre el ser esencial y la identidad superficial o personalidad,
Gurdjieff preparaba sus ejercicios para debilitar el poder represivo de las caracte-
rísticas adquiridas y restaurar así el sentido fundamental del ser, bloqueado u os-
curecido por esas características.
Los ejercicios no se viéron favorecidos por la inquietud creciente que vivía
Rusia. Las dificultades hogareñas, la manifiesta incompetencia de las autoridades
civiles y militares y la horrible matanza de la guerra provocaron revueltas en
Moscú. La débil confianza en el gobierno terminó por derrumbarse. En efecto,
parecía extraordinario que en aquellas circunstancias alguien pudiera interesarse
por la actividad esotérica, cuando sólo permanecer vivo y asegurarse el propio
futuro era más peligroso cada día. Pero fue precisamente este peligro el que des-
pertó el interés por la enseñanza de Gurdjieff. Porque había alguien que podía
explicar el terrible caos en el que la vida se precipitaba y —quizá más importan-
te— alguien que podía elevarse por encima de él.
Gurdjieff, como Steiner, atribuía la guerra a poderes ocultos —más específi-
camente a la hostil influencia planetaria—26 pero también decía que, como eran
fuerzas ocultas, no había nada que pudieran hacer los individuos, fueran campesi-
nos o ministros del gobierno, para arreglar la situación. Las cosas ocurren 27. En la
mayoría de los casos, los hombres se comportan como máquinas o sonámbulos,
corriendo ciegamente hacia el desastre. Dadas las circunstancias, la manera lógica
de vivir es ignorar el caos y no tratar de salvarse como si hubiera un orden esta-
blecido. Sólo liberándose uno del curso arbitrario de los acontecimientos se puede
tener alguna esperanza de desarrollarse espiritualmente mediante la experiencia de
ser o de afectar esos acontecimientos. Para apoyar esta doctrina consoladora (y
fatalista) invitaba a sus discípulos a depositar toda la confianza en él. Su conducta
podía parecer a veces arbitraria, pero era sólo porque su lógica estaba oculta a sus
ojos. Dada la completa ausencia de otro apoyo al que acudir, no había razón para
que no confiaran en Gurdjieff.
26
ISOTM, p. 24.
27
ISOTM, p. 21.
180
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los que aceptaron esta premisa, aunque nunca pudo liberarse de las dudas residua-
les de intelectual y aceptar la autoridad sin cuestionársela.
En el verano de 1916, los miembros principales del grupo se retiraron para un
período de estudio intensivo a una casa de campo finlandesa que pertenecía a uno
de los miembros. En esta época, los principales discípulos de Gurdjieff eran el
matemático A. A. Zaharoff; el doctor Stjoernval, especialista en enfermedades
mentales, convertido (según su esposa) en esclavo devoto del Maestro; uno de los
pacientes de Stjoernval; Sophia Grigorievna, amiga de Ouspensky, y Madame
Ostrowska, una prostituta polaca, convertida en amante de Gurdjieff.
La atmósfera en Finlandia fue tensa. El grupito de Gurdjieff sufrió el chismo-
rreo, la histeria y la claustrofobia que suelen afligir a tales grupos, incluso en
tiempos normales, sobre todo cuando se está bajo el liderazgo de una figura ca-
rismática que puede o no puede saber lo que está haciendo. La guerra, que iba
muy mal para Rusia, sólo podía empeorar las cosas. Había escasez de comida y
viajar era cada vez más difícil. Pero fueron precisamente estas condiciones las que
sirvieron para concentrar las mentes de los discípulos de Gurdjieff, sobre todo de
quienes, como Ouspensky, estaban dispuestos a ayunar y practicar los ejercicios
de concienciación prescritos por el maestro. El resultado fue que todos se volvie-
ron muy sugestionables y el mismo Ouspensky se encontró en contacto mental
directo con su maestro, oía la voz de Gurdjieff dentro de su cuerpo y contestaba en
voz alta a las preguntas que los demás discípulos no habían oído formular a Gurd-
jieff.
Según cuenta el propio Ouspensky, Gurdjieff le hizo saber por este medio que
su mejor discípulo tenía ahora que rendirse o marcharse. No podía seguir por más
tiempo ligeramente apartado de la obra. Desafiar e incluso expulsar a los discípu-
los iba a convertirse en una de las estratagemas habituales de Gurdjieff, en fre-
cuente y repetida secuencia, lo cual constituiría uno de los aspectos más siniestros
de su trato. Empezaba por seducir a sus seguidores, luego los subordinaba y, fi-
nalmente, los expulsaba, a menudo sin razón aparente. Muchos, incapaces de vivir
sin apoyarse en Gurdjieff, suplicaban regresar, lo cual permitía a algunos por bre-
ve tiempo, pero, al final, el propio Gurdjieff se libraba de todos los discípulos im-
portantes o creaba una situación insostenible para que ellos mismos se fueran. En
esta ocasión, Ouspensky se fue de Finlandia y regresó a San Petersburgo, donde
continuó durante varias semanas en comunicación telepática con Gurdjieff o, al
menos, eso es lo que creyó. El episodio, sin entrar en su naturaleza y circunstan-
cias, marcó la completa sumisión de Ouspensky a su maestro.
182
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
183
DIEZ
VIAJES
en que todos, salvo los más pobres, tenían criados. Habían aprendido a cortar leña,
cocinar, cuidar el huerto y limpiar, siguiendo el culto toistoyano de las tareas ma-
nuales voluntarias como método de mejorar la moral. Ahora los trabajos iban en
serio. La elevación espiritual y la supervivencia eran la misma cosa.
Gurdjieff necesitaba dormir poco e impuso el mismo régimen de sueño a sus
discípulos, quienes, con suerte, dormían cinco horas cada noche. Cuando no traba-
jaban en el huerto o regateaban la escasa comida en los mercados, a los que iban
en rápidos paseos, volvían a la casa para practicar movimientos y ejercicios respi-
ratorios. La austeridad estaba puntuada —y acentuada— por ocasionales rasgos
indulgentes, cuando el Maestro recompensaba a sus devotos con un descanso en el
trabajo o con una comida deliciosa, algo cada vez más raro en medio de las priva-
ciones de un país que se deslizaba hacia la anarquía. En tiempos mejores, las co-
midas se convertían en el centro focal de la vida gurdjieffiana. El Maestro, mezcla
de jefe de tribu y autócrata victoriano, presidía la mesa, repleta de exóticas vian-
das y grandes cantidades de brandy, alternando las burlas y las amenazas e igno-
rando a sus inferiores. El prolongado ritual del festín, intercalado de complicados
brindis, reforzaba entre los discípulos la sensación de que su maestro era una figu-
ra divina que dispensaba sabiduría, ingenio y justicia, los preservaba del mal y
conjuraba la abundancia de la nada.
En agosto de 1917, Gurdjieff y la mayoría de sus seguidores se trasladaron de
Essentuki a Tuapse, un lugar de veraneo en la costa del Mar Negro. Ouspensky
volvió a la capital para ver si podía salvar alguna propiedad y a otros discípulos.
La situación política y militar cambiaba a cada momento ylo más probable es que
Gurdjieff se trasladara a la costa para no quedar atrapado en el interior. Pero una
vez llegado a Tuapse le dijo a los Hartmann que intentaría ir caminando hasta la
segura Persia, lo cual implicaba un trayecto largo y peligroso a través de la zona
de guerra. Dijo también que se ganaría la vida picando piedras en el camino.
¿Quién quería irse con él? Zaharoff y los Hartmann, ahora mesmerizados por
Gurdjieff e incapaces de valerse por sí mismos, aceptaron acompañarlo. Los de-
más se quedaron.
Guiados por Gurdjieff, el grupito se adentró en el país durante días, lacerándo-
se los pies y destrozándose los vestidos en los senderos montañosos, para encon-
trarse al final en otro pueblo cercano al mar Negro y no lejos de Tuapse: prácti-
camente habían caminado en círculo. Tan pronto como llegaron a la costa, Tho-
mas de Hartmann cayó enfermo de tifus y Gurdjieff hizo llamar a Ouspensky y a
los Stjoernval para que se unieran al grupo. Hartmann se recuperó, pero la guerra
civil había empezado a asolar el Cáucaso; para escapar de ella, Gurdjieff mantuvo
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qué lado tenía que enseñar cada vez que los detenían en el camino, este extraño
juego no podía salir siempre bien. La única solución era escapar de Rusia, lo cual
implicaba volver a atravesar las montañas hasta el Mar Negro. Con el tren inutili-
zado, la única manera de hacerlo era poner el equipaje en los carros y echar a an-
dar.
Tuvieron que atravesar los frentes en varias ocasiones, cargados con el equipa-
je, salvando montañas empinadas y frondosos bosques, comiendo setas y bayas
silvestres durante el día y acampando de noche en las tiendas facilitadas por las
autoridades bolcheviques de Essentuki. En el camino, «descubrieron» unos dól-
menes —no está claro si Gurdjieff ya conocía su existencia— justificando, si al-
guien preguntaba, la intención original de la expedición arqueológica.
Por fin, en octubre de 1918, llegaron a Sochi, en el Mar Negro, deslizándose
cuesta abajo por las empinadas laderas que rodeaban la ciudad «sobre el culo», en
palabras de Gurdjieff. Una vez más habían hecho un viaje en círculo. Tomaron
habitaciones en el mejor hotel y aquella misma noche, después de la cena, Gurd-
jieff le pidió a Olga de Hartmann que cantara el aria de las campanas de Lakme,
como si todo fuera de lo más normal. Para Olga fue algo sin importancia después
de los sufrimientos pasados.
A los pocos días el grupo empezó a dispersarse, no se sabe si por voluntad de
los miembros o por indicación de Gurdjieff, que se quedó solamente con Julia
Ostrowska, los Stjoernval y los Hartmann. Pero Sochi no era más seguro que otros
lugares. Aunque la ciudad no estaba amenazada por los bolcheviques, sí lo estaba
por los georgianos recién independizados y el ejército blanco. En enero de 1919,
el reducido grupo reanudó su viaje, esta vez a bordo de un barco que los llevó a
Poti, para continuar luego a Tbilisi, la capital de Georgia, donde Gurdjieff, de
acuerdo con su relato en Encuentros con hombres notables, había trabajado en los
ferrocarriles treinta años antes. En Tbilisi encontró refugio en casa de unos primos
y pronto se puso a trabajar en su antiguo oficio de comerciante de alfombras, con
el dinero que le prestó el hermano de su suegro, que daba la casualidad que era el
arzobispo de la diócesis. El doctor Stjoernval se dedicó a su profesión de médico y
los Hartmann se entregaron a la música, Thomas en el conservatorio y Olga en la
ópera, donde inmediatamente interpretó el papel de Micaela de Carmen. Hizo el
papel a pesar de una incipiente tuberculosis, que curó enseguida bajo la dirección
de Gurdjieff, comiendo tocino y durmiendo al relente en la veranda.
El incorregible líder inició al mismo tiempo negociaciones con el gobierno
georgiano para establecer el primero de sus «institutos» y que iba a marcar la pau-
ta de la siguiente década. Los días de los grupos ad hoc se habían terminado: Gur-
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djieff quería ahora una escuela apropiada y el reconocimiento oficial. Como había
pasado su vida fijando precios y regateando, llevó las negociaciones con deleite, y
su experiencia con la escurridiza administración georgiana le fue de gran utilidad
en sus posteriores contactos durante la década de 1920 con los gobiernos francés,
alemán, británico y estadounidense para proyectos más ambiciosos. Al cabo, los
georgia-nos, al parecer halagados por la afirmación de Gurdjieff de que ayudaría a
convertir su capital en un centro de la cultura mundial, le dieron un edificio en
Tbilisi, en el cual estableció el pomposamente llamado Instituto para el Desarrollo
Armonioso del Hombre. El instituto cerró al poco tiempo por falta de interés pú-
blico, a pesar de un folleto insultantemente optimista, por no decir deshonesto,
que anunciaba que ya estaba funcionando en las capitales más importantes del
mundo, como Bombay, Kabul, Alejandría, Nueva York, Chicago, Moscú, Cristia-
nía… y Essentuki2.
Detrás del fraude del prospecto había un programa educativo basado en la teo-
ría gurdjieffiana de la personalidad, según la cual el hombre posee tres centros: el
físico, el emocional y el intelectual. El propósito de sus ejercicios —y en este
momento era más terapeuta que maestro ocultista— era conseguir el equilibrio
entre estos tres centros mediante el movimiento y el autoconocimiento.
Según afirmaba Gurdjieff, que era aficionado al número tres, hay tres métodos
tradicionales para despertar al alma de su letargo y favorecer el aumento de la
conciencia: el método del faquir, que se concentra en el centro físico; el método
del monje, que se concentra en el centro emocional, y el método del yogui, que se
concentra en el centro intelectual. Pero todos estos métodos consiguen un desarro-
llo unilateral. En su Wanderjahre por Asia Central, Gurdjieff asegura haber estu-
diado un Cuarto Método, mediante el cual se pueden desarrollar armónicamente
los tres centros3. Si se le objetaba que la armonía parecía un objetivo improbable
en un hombre que siempre estaba en el ojo del huracán y nunca dudaba en provo-
car conflictos, Gurdjieff contestaba que lo que normalmente parece armonía es en
realidad letargo, y que la verdadera armonía no es la ausencia de discordia, sino la
concordancia de las fuerzas dinámicas.
Pero aunque Gurdjieff no tuvo éxito con su instituto, continuó ejerciendo de
maestro de danza. La escenografía y la iluminación de la Carmen de Olga Hart-
mann era de Alexandre Salzmann, cuya esposa, Jane, se convirtió rápidamente en
2
Se cita este prospecto en ISOTM, pp. 380-81.
3
Sobre el Cuarto Método, véase P. D. Ouspensky, The Fourth Way, Routledge & Kegan Paul,
1957, y ISOTM, pp. 48-51, 312-13.
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Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
una de las discípulas más entusiastas de Gurdjieff. Nacido en 1874, Salzmann era
como un comodín, un vagabundo que, además de su talento artístico, se interesaba
por el ju-jitsu, la curación y el ocultismo. Amigo de Kandinsky, había sido guar-
dabosque, inventor y monje benedictino. Su esposa, mucho más joven, (nació en
1889), era bailarina y había estudiado con Emile Jaques-Dalcroze en la Escuela de
Euritmia de Hellerau, cerca de Dresde4. Cuando Gurdjieff llegó a Tbilisi, ensaya-
ba con sus alumnos una representación de las danzas da!crozianas. Profundamente
impresionada por el nuevo amigo de su esposo, puso su clase bajo su dirección
para representar las Danzas Sagradas, practicadas desde antiguo pero nunca vistas.
La función tuvo lugar en el Teatro de la Ópera de Tbilisi el 22 de junio de 1919.
Entretanto, Olga de Hartmann fue enviada de viaje. Aquella primavera, Dmi-
tri, el hermano de Gurdjieff, llegó a Tbilisi procedente de Essentuki, donde su
madre y hermana sobrevivían a duras penas a las purgas, plagas y hambrunas. La
mayor parte de sus pertenencias habían sido vendidas o confiscadas, pero aún
quedaban unas pocas alfombras de Gurdjieff y las miniaturas de Olga, y ésta, una
de las lugartenientes de mayor confianza de Gurdjieff, fue enviada a que atravesa-
ra la zona de guerra para traérselas. Más tarde, ella vería el viaje, así como todos
los sacrificios que le había exigido Gurdjieff, como una prueba, la misma opinión
que sobre las aventuras del Cáucaso tuvieron retrospectivamente todos los discí-
pulos que permanecieron fieles.
En Essentuki, el menos crédulo Ouspensky también demostraba sus dotes para
la supervivencia. A los pocos días de la marcha de Gurdjieff, la guerra civil se
apoderó de la ciudad, y las condiciones se deterioraron rápidamente cuando los
ejércitos rojo y blanco lucharon en el territorio y las incursiones de los cosacos
aterrorizaban a la población. Respondiendo a la situación con talante gurdjief-
fiano, Ouspensky requisó un aula de la escuela local, donde puso todos los libros
que pudo encontrar, la llamó biblioteca oficial del soviet de Essentuki y, para dar
fe del hecho, colocó una bandera sobre la puerta. Esto le proporcionó un puesto
oficial que pudo salvar la poca vida que aún quedaba en su famélico cuerpo, aun-
que los libros le sirveron de poco a la hora de comer o vestirse. En uno de los ar-
tículos que publicó en un diario inglés, describiendo las condiciones de aquel
momento en Rusia, decía que «estoy todavía vivo porque mis botas, mis pantalo-
nes y el resto de ropa —toda “veterana”— aún se aguantan. Cuando terminen su
4
Sobre Jaques-Dalcroze y la euritmia, véase después, en pp. 200-201.
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Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
existencia, supongo que terminará la mía»5. Su amigo Zaharoff no tuvo tanta for-
tuna y murió de viruelas en Novorossysk en noviembre de 1919.
En junio de aquel año, después de casi diez meses de sufrimientos y muchas
pretensiones de victoria por ambos bandos, Essentuki fue brevemente «liberada»
por Denikin, el general al mando de los ejércitos blancos, y Ouspensky pudo es-
capar como asesor del comandante Pinder, jefe de la misión económica británica
en el ejército de Denikin. Pinder había sido avisado de las condiciones y circuns-
tancias de Ouspensky por un amigo inglés, A. R. Orage, que había publicado las
seis «Cartas desde Rusia» de Ouspensky en la revista New Age entre septiembre y
diciembre de 1919. Tan fluida era la situación militar en el Cáucaso que el mismo
Pinder fue capturado y encarcelado poco después por las tropas rojas, y cerca eS-
tuvo de ser ejecutado; pero los dos hombres pudieron escapar después y se retira-
ron hacia el oeste a través del Mar Negro.
En marzo de 1920, Ouspensky ya se encontraba seguro en Constantinopla.
Gurdjieff, entretanto, había renunciado oficiab mente al Instituto para el Desarro-
llo Armonioso del Hombre e incluso abandonó otro proyecto de ballet. No había
tiempo para la danza y consideró seriamente su huida de Georgia, donde la situa-
ción empeoraba rápidamente. Pinder, nombrado agregado cultural británico del
efímero gobierno georgiano, pasó fugazmente por Tbilisi, donde compartió una
botella de whisky Johnny Walker con el Maestro6, pero no pasó mucho tiempo sin
que ambos hombres salieran a toda prisa de la capital. Los compañeros de Gurd-
jieff vendieron sus propiedades, invirtiendo el dinero en alfombras exóticas;
Hartmann se despidió con un recital de piano y otra vez emprendieron viaje hacia
el Mar Negro y el puerto de Batum. Allí tuvieron una difícil salida. Los barcos
iban abarrotados de refugiados y era casi imposible obtener plazas. Mientras ne-
gociaban para obtener los camarotes, los soldados les robaron casi todo lo que
llevaban. Aún les quedó dinero para pagar los billetes, y el 7 de junio de 1920,
Pinder y Gurdjieff, con unos treinta seguidores del último, casi todos del mismo
Tbilisi, se las arreglaron para llegar a la relativamente segura Constantinopla.
Ouspensky y su temido maestro estaban, una vez más, juntos. Nunca volverían a
Rusia.
La capital turca rebosaba de refugiados y los representantes oficiales de las
grandes potencias esperaban el colapso final del Imperio Otomano. Turquía había
5
P. D. Ouspensky, Letters from Russia, Arkana, 1992.
6
Debo este detalle a la lectura de los artículos de Nott por James Moore. Véase Moore, op.
cit., p. 382.
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estado al lado de Alemania durante la guerra y era la legítima presa de los aliados
victoriosos. Francia y Gran Bretaña tenían misiones militares en Constantinopla
para cuidar de sus intereses. En teoría, estas misiones pretendían favorecer la esta-
bilidad de una región de por sí explosiva, pero en realidad se dedicaban al espio-
naje y a la agitación política en propio beneficio. La Rusia meridional, Turquía y
los Balcanes estaban sumidos en el caos desde el fin de la guerra, y parecía como
si todo el Asia Central fuera a desmembrarse entre las potencias vencedoras, los
colonialistas imperiales y los más sutiles manipuladores de las «esferas de in-
fluencia». Además de la guerra civil rusa, que se extendía por toda Crimea, el
Cáucaso y se adentraba en Asia, había las luchas étnicas por todo el imperio de-
sintegrado. En la misma Turquía, aunque el último sultán seguía en el trono, no
pasaría mucho tiempo sin que se proclamara la república.
Gurdjieff, que afirmaba haber visitado Constantinopla en su juventud, para in-
vestigar los derviches como parte de su búsqueda de la verdad7, se estableció en
Pera, un barrio de la ciudad, donde encontró a la comunidad de rusos blancos
arruinados que se reunían en los cafés, entre ellos a Ouspensky. Su antiguo discí-
pulo vivía en una pensión de la isla Prinkipo, manteniéndose él y la familia de
Madame Ouspensky con las clases que daba de inglés y matemáticas. La ciudad
rebosaba de exiliados zaristas. En el otoño de 1920, el derrotado ejército blanco se
retiró al Bósforo y más de cien mil personas engrosaron el éxodo de Rusia a Tur-
quía, formando una ciudad dentro de la ciudad.
Si bien acarreó consecuencias trágicas para los otros, fué una buena noticia pa-
ra Gurdjieff. Se ganó la vida como sanador y comerciante y emprendió de nuevo
el proyecto de establecer un instituto, iniciando las complicadas negociaciones de
costumbre para conseguir un local. Lo consiguió en el otoño de 1920, dando con-
ferencias y organizando ensayos de las danzas sagradas en una habitación vecina.
Era más fácil conseguir discípulos que habitaciones. Ouspensky, que le había pre-
parado el terreno en Constantinopla, pudo ver que escapar de Gurdjieff no era tan
fácil como había pensado. Ouspensky ya estaba trabajando en el Sistema, con más
de veinte discípulos que se reunían en el Club Ruso Blanco. A pesar de sus rece-
los, entregó obedientemente su grupo al Maestro, volviendo durante un tiempo a
su antigua tarea de cuidar de los discípulos de Gurdjieff.
También trabajaron juntos en el inacabable libro La lucha de los Magos, escri-
biendo versos para la escena y componiendo canciones inspiradas en la música de
7
Moore supone que Gurdjieff visitó la ciudad en 1885 y 1889. Dado el gran antagonismo tur-
co-armenio, Gurdjieff, que era griego-armenio, debió encontrarse en una situación delicada.
192
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
los tekkes (monasterios de derviches, de los cuales había más de 250 sólo en
Constantinopla). Thomas de Hartmann también colaboró con las Luchas, termi-
nando los esbozos musicales de Gurdjieff. En los meses de Tbilisi, el Maestro lo
puso en contacto con la música popular armenia y georgiana y ahora absorbía las
influencias derviches. Pero la alianza de Ouspensky con Gurdjieff no duró mucho.
Se fue separando gradualmente de su maestro y en el verano de 1921 salió para
Londres, doce meses después de la llegada de Gurdjieff.
Pero no importó mucho,. Para entonces, Gurdjieff ya tenía nuevos amigos y
discípulos, y no sólo de la comunidad rusa blanca. Muchos lo encontraron intri-
gante, por no decir siniestro, y supo destacar en una ciudad tan llena de exotismo.
Uno de sus antiguos conocidos en la ciudad era el sobrino del sultán, el príncipe
Mehmet Sabeheddin8. Más tarde, Sabeheddin diría a un amigo común que conocía
a Gurdjieff desde 1908, lo cual es posible, dada la probada implicación de ambos
hombres en asuntos turbios de toda clase. Incluso pudieron conocerse en la
Dashnakzutiun, la feróz sociedad secreta armenia que luchaba contra la domina-
ción turca. Aunque miembro de la familia reinante, Sabeheddin era un intrigante
polftico, relacionado con la oposición de los Jóvenes Turcos al sultanato e impli-
cado en conspiraciones contra el régimen. Por una de estas causas fue juzgado y
condenado a muerte in absentia en 1913. Durante la guerra vivió casi siempre en
Europa. Fue perdonado en 1918 al subir al trono su tío Mehmet VI. Vuelto a
Constantinopla, se alojó en Kuru Chesme, un palacete imperial sobre el Bósforo.
Fue allí donde Gurdjieff cenó con él en enero de 1921. Hombre de baja estatu-
ra, de complexión delicada, melancólico, vestido con fez y levita, Sabeheddin
estaba en la cuarentena. Dividía sus intereses entre la religión oriental y la política
occidental. Conocedor superficial de la teosofía y la antroposofía, había manteni-
do correspondencia con Rudolf Steiner y Edmond Schuré, además de haber estu-
diado el misticismo islámico, el budismo y el cristianismo. Pero parece probable
que tales intereses, aunque sinceros, fueron esporádicos; todo lo referido al infor-
tunado Sabeheddin apunta a diletantismo. Hizo culto de Jesús y la Virgen María,
pero su pasión por lo inglés era de la misma naturaleza.
Inglaterra estaba representada ampliamente en la lista de invitados de aquella
noche. El capitán Bennett era un huésped asiduo en Kuru Chesme 9. Bennett llegó
8
Sabeheddin era nieto de sultán y sobrino de otros tres, entre ellos del último, Mehmet VI
Vahdettin (cuyo reinado terminó en 1922) y del famoso Abdul Hamid II (reinó 1876-1909), cuyas
políticas represivas aceleraron el ocaso del Imperio Otomano.
9
J. G. Bennett, Witness, Ornen Press, Tucson, 1974. Las páginas siguientes se basan en el re-
lato de Bennett, que presenta unos hechos diferentes a los recogidos en los archivos del Foreign
193
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
Office (sobre todo los archivos PRO de la serie 371), de lectura sorprendente. En ellos se acusa a
Bennett de contrabando de hachís, de simulación de una mina de oro, de fomentar la rebelión y de
comprometer al controlador de la Casa Real de la Moneda. No son los únicos archivos en los que
aparece. Los gobiernos griego y turco disponían de una extensa documentación sobre Bennett
durante la década de 1920. El 3 de marzo de 1928 fue acusado de intento de soborno en el registro
de tierras del puerto griego de Kavalla.
194
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195
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
196
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10
Mary Lilian, lady Rothermere (1875-1937), fue la esposa separada del primer vizconde Rot-
hermere, cofundador del imperio periodístico Harmsworth. Fue protectora generosa de Ouspensky
y Gurdjieff.
197
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
198
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
farsas en la vida de Gurdjieff, cuando convenció a los Dom para que anularan los
alquileres existentes y se los asignaran a él. Neill y sus colegas amenazaron con
acciones legales; los propietarios cambiaron de opinión, alegando que Gurdjieff
los había hipnotizado; y hubo un pleito ante los tribunales que perdió Gurdjieff.
La acusación de hipnotismo era corriente, dando a entender que poseía desacos-
tumbrados poderes persuasivos, cualquiera que fuera su naturaleza, lo cual quedó
probado por el hecho de que algunos de los dalcrozianos de Hellerau quedaron tan
impresionados por Gurdjieff, que abandonaron a Dalcroze para seguirlo y conver-
tirse en discípulos suyos para el resto de sus vidas.
No están claras las razones por las que Gurdjieff desistió de quedarse en Ale-
mania después del fracaso de su tentativa en Dresde. La profunda inestabilidad del
país pudo ser una de ellas, aunque Gurdjieff ya estaba habituado a la inestabilidad
e incluso, como hemos visto, le gustaba. En febrero de 1922 cruzó el Canal para
inspeccionar Londres, donde Ouspensky ya se había acomodado, sin duda congra-
tulándose por la distancia que había puesto entre él y su fastidioso maestro. Pero
Inglaterra no fue del gusto del Maestro, lo que era igual, porque, a pesar de los
mejores desvelos de lady Rothermere y del apoyo de varios ciudadanos influyen-
tes, el ministro del Interior prohibió que el grupo de Gurdjieff se estableciera en
Londres, aunque luego indicara que Gurdjieff solo podía quedarse si lo deseaba.
Los informes de espionaje que pasaron por el despacho de Bennett en Constanti-
nopla se habían filtrado hasta Londres y ni siquiera sirvieron los esfuerzos del
propio Bennett, que ya había vuelto de Turquía.
Esto debió ser un alivio para Ouspensky, que ya pensaba en irse a América si
Gurdjieff se quedaba en Gran Bretaña. Porque, aunque Ouspensky cayó en su
acostumbrado papel de subordinado, preparando las reuniones de Gurdjieff en el
centro teosófico de Warwick Gardens y llenándolas con sus propios discípulos,
mientras Olga de Hartmann o Pinder traducían y tomaban notas, Gurdjieff no du-
dó en atacarlo. Ouspensky —dijo en un acto público-se había apropiado abusiva-
mente de las ideas de Gurdjieff y las había malinterpretado. No tenía ningún dere-
cho a establecer-se como maestro de nada, si no era de sus propias teorías, y lo
mejor que podía hacer era someterse una vez más al Maestro. Y en cuanto al pú-
blico, tenía que elegir entre el falso profeta y el verdadero.
La escenografía de esta confrontación fue tan clásicamente gurdjieffiana que,
más tarde, muchos de los que la presenciaron se preguntarían si Ouspensky y su
maestro no estaban aconchabados; pero parece improbable que Gurdjieff se acon-
chabara con nadie. En los años que siguieron, los discípulos de Gurdjieff conoce-
rían bien su magnetismo personal y su mezcla de amenazas y elocuencia persuasi-
199
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
13
Hay una biografía de Orage por P. Mairet. Véanse también P. Selver, Orage and the New
Age Circle, Allen & Unwin, 1959, y W. Martin, The New Age under Orage, Manchester Universi-
ty Press, 1967.
14
H. Jackson, «A. R. Orage: recuerdos personales», en The Windmiii, 1948, vol. 3, núm. 11.
15
Holbrook Jackson, nacido en Liverpool y autodidacta en gran medida, publicó su obra más
celebrada, The Eighteen Nineties en 1913. Sigue siendo una guía útil de muchos aspectos de la
literatura de aquel período. Escribió también biografías de Edward FitzGerald, George Bernard
Shaw y William Morris.
200
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
16
Holbrook Jackson en The Windmill, op. cit.
17
Orage, op. cit.
18
La surafricana Beatrice Hasting, alias de Emily Alice Haight, nació en 1879. Se convirtió en
apasionada defensora de Blavatsky y escribió varios panfletos furiosos contra Hodgson, la SPR y
Emma Coulomb. Véase J. Carswell, Lives and Letters, Londres, 1978.
19
Sobre Mitrinovic, véanse Selver, op. cit., y J. Webb, op. cit.
201
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
202
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
de gravedad cambió una vez más. Igual que Blavatsky lo había llevado hacia
Oriente, desde Egipto al Himalaya, ahora se resituaba hacia Occidente, desde el
Extremo Oriente al Oriente Medio y Asia Central.
Gurdjieff, ya lanzado el guante a Ouspensky y a sus discípulos, se retiró al
continente. Como Alemania e Inglaterra no lo aceptaban, decidió probar en Fran-
cia y el 14 de julio de 1922 llegó a París. Tres meses más tarde empezaba un fa-
moso experimento de manera de vivir.
203
ONCE
AVENTURAS
1
Elizabeth Lutyens, The Goidfish Bowl, Cassell, 1972, p. 35. La joven Betty Lutyens, por
amor a su madre, trató de digerir la teosofía, pero la encontró repugnante. Resuelta a romper con
su familia, quiso ser música profesional y recibió lecciones de composición de un maestro teosófi-
co llamado Foulds, cuyo World Requiem le fue dictado por san Miguel. Este hombre la implicó en
prácticas ocultistas, con tan malas consecuencias, que Betty sufrió a sus diecisiete años una depre-
sión nerviosa.
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
de visita en casa. Más adelante sintió una pasión más poderosa por Nitya, a quien
encontraba menos divino que su hermano, pero mucho más atractivo 2.
En el exótico salón de lady Emily, con paredes negras y suelo pintado,, dise-
ñado por sir Edwin, los hermanos se sentían a gusto. Aunque inclinada al senti-
mentalismo y la exageración, Emily dio a los jóvenes el afecto que sin saberlo
había negado a sus propios hijos. Cuando sir Edwin estaba en casa, el ambiente
era más animado. Aunque respetaba las creencias de su esposa, no tenía tiempo
para el «sentimiento dominical» que ella cultivaba3. Y, a pesar de su disgusto por
la teosofía, siempre fue amable con los muchachos indios. A sir Edwin le gustaba
la compañía y llenaba la casa de amigos siempre que podía. Hombre franco y afi-
cionado a las bromas, odiaba las copas de pie alto, los cuchillos de pescado, las
flores cortadas, las pantallas de seda, las alfombras suntuosas, la playa, las estadís-
ticas, las uñas pintadas, los muebles colocados en diagonal… y, por supuesto, el
fervor religioso4.
La actitud irreverente de Edwin se reflejaba en el cuarto de los niños, donde
éstos saludaban invariablemente la llegada de Krishnamurti cantando:
205
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
cia, en parte porque ella misma se dejaba influir fácilmente por los demás —
especialmente por Leadbeater— y siempre estaba dispuesta a seguir los consejos
que le daban sobre Krishna, y en parte porque estaba demasiado comprometida
con sus causas favoritas para ocuparse de los problemas individuales. Al final de
su vida, Krishna llamaba a Annie «Amma» —madre— y, personalmente, siguió
queriéndola, pero doctrinalmente ya estaban alejados.
El principal problema consistía en sus relaciones con los demás, sobre todo
con las muchachas de su misma edad. Aunque se daba por seguro que Krishna-
murti permanecería soltero, lo normal es que hubiera varias chicas compitiendo
por sus favores y él estaba dispuesto a corresponder. A estas muchachas se las
conocía irónicamente con el nombre de gopis, por las lecheras de la mitología
hindú que tradicionalmente servían a Sri Krishna, y por lo menos de una de ellas
se afirmaba que era la reencarnación de HPB, lo que presumiblemente hizo que la
aventura fuera más aceptable.
Sus frustraciones, dudas y sufrimientos se agravaron por la manía de Leadbea-
ter de favorecer las pretensiones de nuevos protegidos. El principal contendiente
fue Desikacharya Rajagopalacharya 6. Raja, como comprensiblemente prefería que
lo llamaran, era hijo de un distinguido teosofista hindú, de elevada casta. El mu-
chacho, inteligente y excepcionalmente hermoso, había nacido en 1900, pertenecía
a la elite de la Sociedad y asistió a la escuela teosófica de Benarés con Yaga Shas-
tri, cuya hermana Rukmini se casaría más tarde con George Arundale. Aunque
Leadbeater se marchó a Australia poco después de descubrir a Raja en 1913, si-
guió interesado por el muchacho, que parecía un candidato mucho más idóneo
para mesías que Krishna. En 1920, Raja llegó aLondres y se alojó con la señorita
Dodge, de quien fue su protegido. Ella sufragó sus años en Cambridge y más tarde
hizo un legado económico a su favor7.
Esto, inevitablemente, fue causa de problemas. Los triunfos académicos de Ra-
ja contrastaron con los fracasos de Krishnamurti, que ahora tenía que compartir
las candilejas con su rival. Aún peor, se encontró en la dolorosa situación del he-
6
Para los primeros años y orígenes de Rajagopal, véanse las memorias de su hija R. R. Sloss:
Lives in the Shadow with J. Krishnamurti, Bloomsbury, 1991, pp. 40-45.
7
Según recoge su hija, eran «aún más» de las 500 libras anuales asignadas a Krishnamurti.
Véase Sloss, op. cit., p. 47. La señorita Dodge también tuvo que pagar los salarios de los encarga-
dos de la sede central de la ST en Londres. Un desastre según Emily Lutyens, porque hizo que la
gente buscara un empleo lucrativo en lugar de trabajar para la causa, sobre todo cuando un repre-
sentante de las Trade Unions entró en la Sociedad e insistió en que se pagaran los salarios estable-
cidos por los sindicatos (CITS, p. 34).
206
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
redero a punto de ser desposeído. Ante esta amenaza, Krishna y Nitya (que ya
habían aceptado al recién llegado como compañero de piso) adoptaron sus supues-
tos papeles de alumnos de escuela pública inglesa, burlándose del nombre de Raja
y llamándole blinker, sinónimo educado de bloody, que significa «puñetero». Qui-
zá entendieron entonces cómo se había sentido el desposeído Hubert van Hook
cuando Leadbeater le prohibió que tocara las pertenencias de Krishna para evitar
sus malas vibraciones.
Los hermanos no fueron los únicos en sentirse desplazados por la aparición de
Raja. Casi tan pronto como lo descubrió, Loadbeater no sólo afirmó que Raja ha-
bía sido san Bernardo de Clairvaux en una encarnación anterior, sino que tenía
que seguir a Krishna como encarnación de Buda en el planeta Mercurio en una
futura existencia, un anuncio que incomodó sobremanera a George Arundale, a
quien ya se le había prometido el puesto. El enfado de Arundale (un joven duro,
viril, que llegó a oficial del ejército durante la guerra) es típico del ambiente histé-
rico que el impredecible Leadbeater creaba entre su rebaño, alentando las rivali-
dades mezquinas con sus descarados favoritismos y empleando un sistema de ho-
nores que tenía a todos en vilo, preguntándose quién sería el siguiente en ascender
en el Sendero o quién sería depuesto de su lugar cósmico.
Este juego de amenazas caprichosas alcanzaba los niveles más altos de la So-
ciedad, sin que Annie o Krishna se salvaran. En 1914, en una ocasión absurda,
cuando el circo teosófico se retiró a Taormina de vacaciones espirituales —una
especie de versión de lujo del Essentuki de Gurdjieff, con tenis y charadas en lu-
gar de labores domésticas y ejercicios espirituales— el grupo lo formaron Krish-
na, Nitya, George Arundale y su tía Francesca, la doctora Mary Rocke y lady
Emily. Como era costumbre, todos estaban en un estado de histeria incipiente, a la
espera de que sucedieran grandes acontecimientos el 11 de enero, aniversario de la
primera iniciación de Krishna.
La tarde del día 10, Krishna anunció que esperaba que sucediera algo aquella
noche. Se fueron a la cama, convencidos de que iban a visitar a los Maestros y
avanzarían algunos pasos en el Sendero, y a la mañana siguiente nadie supo decir
lo que había pasado realmente, así que telegrafiaron al Obispo Leadbeater para
que lo aclarara. Pero Krishna, poco antes, había escrito a su maestro insinuándole
que necesitaba más independencia y por esa razón Leadbeater todavía estaba mal-
humorado8. Esto quizá explique por qué su telegrama de respuesta decía que nada
8
La carta se menciona en TLADOK, pp. 19-20.
207
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
había sucedido a nadie en Taormina, pero que varios de sus discípulos indios ha-
bían ascendido aquella noche. El grupo pasó de la euforia al desencanto.
Este mismo ambiente se mantuvo en mayor o menor grado durante la guerra, y
Krishna se desplazó por toda Inglaterra rodeado de una extraña mezcla de guardia
pretoriana, grupo doméstico permanente y circo itinerante. El círculo de amigos,
mentores, admiradores y parásitos que componían este fluctuante séquito estaba
formado por el grupo de Taormina más los hijos de lady Emily, Muriel De La
Warr, la señorita Dodge y un variable elenco de actores secundarios. La señorita
Dodge solía permanecer en Wimbledon a causa de su gravísima artritis, y Krishna
y su hermano la acompañaban a menudo, bajo la severa mirada de lady De La
Warr. Al término de la guerra, las figuras dominantes de este círculo eran George
Arundale y Emily Lutyens, entablándose una lucha por la ascendencia entre ellos,
que se complicó cuando Arundale cortejó sin éxito a Barbara, la hija de Emily. La
lucha alcanzó su clímax en 1915, cuando Arundale prohibió a Emily que visitara a
Krishna, que residía entonces en Bude, Cornwall, intentando matricularse de nue-
vo, por la inquietud que causaba en el muchacho. Reprochando su sentimentalis-
mo, Arundale escribió a su rival que «has usado a Krishna más para tu propia
conveniencia y satisfacción que para cualquier otro propósito… has estorbado el
trabajo del Maestro haciendo hincapié en la naturaleza más baja de Krishna…», y
la censuraba por el modo egoísta con que había causado tales «torbellinos» de
emoción, interfiriendo en el progreso oculto del muchacho9.
Aunque dolida por estas acusaciones, Emily Lutyens reconoció la parte de
verdad que había en ellas, por más que fueran exageradas, y se apartó algo de, su
amado muchacho, aunque, de hecho, había ganado su batalla con Arundale; éste,
deprimido por el rechazo de Barbara, furioso por su degradación de Mercurio y
preocupado con su nuevo puesto de Secretario General de la Sección Británica,
empezó a perder interés por Krishnamurti. Pronto le asaltó la duda de si el nuevo
Mesías merecía que le dedicara todo su esfuerzo. Después de todo, Arundale tenía
que jugar su propio y destacado papel en el glorioso futuro del cosmos, un papel
que no exigía que se entrometiera en los asuntos de señoras maduras ni de mesías
cándidos. Pero, al cabo del tiempo, Emily se dio cuenta de que también ella había
perdido a Krishna y, según pasaron los años, fue evidente que nadie poseía a este
extranjero misterioso y retraído. Muchos que se creyeron amigos íntimos de él
terminaron por descubrir que las cosas no eran como parecían.
9
Arundale a Emily Lutyens, 18 de enero de 1915. Citada en CITS, p. 74.
208
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
Por fortuna para lady Emily, ésta se distrajo interesándose por la independen-
cia del gobierno indio, causa que hizo suya siguiendo las huellas de su heroína
Annie Besant. A Annie le fue bien quedarse atrapada en la India al estallar la gue-
rra. Incapaz de resistirse a los atractivos de la vida pública, cada vez estuvo más
implicada en la política nacionalista india. Como de costumbre, afirmaba que sus
actividades políticas eran la respuesta a un mandato divino. En medio de su pleito
con Narianiah en 1913, el Señor del Mundo le había pedido que trabajara para el
autogobierno indio. Y aceptó entusiasmada. El momento era excelentemente opor-
tuno. Había ganado la última apelación al Consejo Privado de su pleito y podía
dedicarse plenamente a otros asuntos. Su nueva misión estaba clara, y absorbió su
atención durante la siguiente década.
Seguidora entusiasta de su jefa, lady Emily organizó imprudentes reuniones de
la Liga Independentista en su casa de Londres, mientras su esposo sir Edwin esta-
ba en Delhi proyectando la nueva capital imperial. Una vez más tuvo que ser re-
prendida. Animada por un artículo del Times que denunciaba sus reuniones, quedó
alicaída cuando la señora Besant, molesta por la publicidad hostil y la posibilidad
de una rival, le ordenó que se apartara de la política, no por el bien de Annie, por
supuesto, sino para evitar problemas a sir Edwin.
Krishnamurti también tuvo que someterse a la señora Besant. Por mucho amor
y admiración que inspirara, la necesidad de Annie de hacer las cosas a su manera
hizo de ella una figura temible, incluso para sus asociados más cercanos. Si bien
continuaba reverenciando a Krishna como a una divinidad y se inclinaba ante su
autoridad espiritual, en todos los asuntos prácticos no hacía más que amenazarlo
por su propio bien. Esta combinación de coerción y benevolencia hacia Krishna, la
repetían de diferentes formas otros poderosos personajes de su vida —Leadbeater,
Arundale, lady De La Warr— muchos de ellos confundidos, además, por la nece-
sidad de respetar a un muchacho a quien consideraban instintivamente como un
inferior desde el punto de vista social y racial. La consecuencia inevitable era una
dolorosa sensación de irrealidad que sólo servía para acentuar el sentimiento de
Krishnamurti de vivir por su cuenta.
La situación no mejoró en la posguerra, con la tendencia de Annie a tratar a
Krishna, ahora ya un adulto, unas veces como a un dios y, al momento siguiente,
como a su propio ayudante. Este proceso empezó formalmente cuando ella regresó
a Europa en junio de 1919, e inició una larga y extenuante serie de reuniones que
tanto le complacían. Arrastró al Maestro Mundial en su estela, obligándolo a ha-
209
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
blar en público y animándolo a que aprendiera francés para que pudiera dirigirse a
las multitudes en París. Estas reuniones fueron una agonía para el tímido mucha-
cho, pero fueron el inicio de un modelo de charlas y viajes incesantes que ocupa-
rían el resto de su vida. Tuvo sus compensaciones. Muchas de las giras se com-
plementaban con prolongadas vacaciones en Suiza e Italia en compañía de Nitya y
selectos teosofistas. Pero incluso las vacaciones resultaban vejatorias. Normal-
mente adoptaban la forma de reuniones de charlas y meditación, durante las cuales
Krishna mantenía intensas discusiones con sus compañeros de vacaciones, con
intervalos de tenis o golf. Sus compañeros lo acosaban con inacabables peticiones
de charlas en grupo y consultas privadas sobre su condición espiritual, y pasaba el
tiempo en un estado de febril excitación espiritual.
Esta excitación estaba inducida en parte por el simple hecho de la proximidad
de Krishna y, en parte, porque todos los participantes, incluido el mismo
Krishnamurti, buscaban acortar el camino de la bienaventuranza espiritual. En los
primeros tiempos de la teosofía, HPB había insistido en que el aprendizaje era
largo y‟arduo, aunque ella solía hacer excepciones con sus favoritos. El Período
de Prueba —primera etapa de la iniciación— duraba siete años y las etapas si-
guientes dependían del avance espiritual. Leadbeater había acelerado las cosas
considerablemente, sobre todo desde la llegada de Krishnamurti. Hacia la década
de 1920, el movimiento teosofista estaba en permanente estado de entusiasmo
milenarista, con sus líderes en busca de nuevos honores y aventuras espirituales a
cada momento. La fiebre espiritual la compartían millones de personas, afligidas
por sus hijos, cónyuges y hermanos, esperando que se demostrara que se podía
sobrevivir de alguna otra forma. El espiritismo volvió a popularizarse y contribu-
yó a la expansión de la Sociedad Teosófica. Parecía como si la gran ambición de
HPB estuviera a punto de hacerse realidad.
Pero no fue únicamente la teosofía. Los años de entreguerras vieron un aumen-
to enorme de proselitismo de masas en todo el hemisferio occidental, mientras que
líderes carismáticos, desde Iiitler y Mussolini hasta Frank Buchman y Amy Sem-
ple MacPherson, trataban de conseguir apoyos para sus diferentes caminos de sal-
vación10. La década fue también época de movimientos juveniles. El descubri-
miento decimonónico del «niño» dio paso al descubrimiento del adolescente en el
siglo XX. Los líderes politicos y religiosos empezaron a ver la importancia de
10
Frank Buchman fundó el Grupo Oxford, relanzado luego como Rearme Moral. Afirmando
la realidad de la providencia divina, enseñó los cuatro principios: honradez, pureza, generosidad y
amor. Amy Semple MacPherson fue una evangelista norteamericana cuya carrera terminó en adul-
terio y escándalo.
210
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
influir en los jóvenes, tanto más cuanto que la nueva generación había sido diez-
mada por la guerra. La cultura juvenil se presentaba por tanto como un renaci-
miento simbólico y como una realidad práctica. Surgieron asocia~ ciones de todo
tipo mientras prosperaban las ya existentes. Algunas, como los Exploradores y las
Muchachas-guía, la Brigada de los Muchachos y la YMCA [Young Men Christian
Association = = Asociación de Jóvenes Cristianos] se dedicaron al ejercicio y a la
formación del carácter. Ensalzaban la lealtad al grupo, la castidad y las habilida-
des prácticas, pero también promovían la solidaridad nacional y la reforma social.
Aunque muchos de los niños adscritos eran de la clase media, muchos más proce-
dían de las zonas urbanas deprimidas. Las nuevas asociaciones celebraban reunio-
nes semanales y campamentos de verano, permitiendo que millones de niños de
los suburbios respiraran por primera vez aire puro. Otros movimientos, como las
Juventudes Hitierianas, las Juventudes Comunistas y varias sociedades de la Liga
de las Naciones, emplearon los mismos métodos para inculcar doctrinas políticas.
Durante un breve período de tiempo, la Sociedad Teosófica pareció estar a la van-
guardia de esos movimientos, pero al cabo resultó una ilusión. Aunque el número
de miembros jóvenes aumentó considerablemente después de la guerra, esto se
debió al atractivo personal de Krishnamurti y al entusiasmo generalizado por los
movimientos humanitarios. Pero los líderes de la teosofía estaban cada día más
alejados de sus propios seguidores. También envejecían. Al terminar la guerra,
Annie Besant tenía setenta y dos años y Leadbeater, sesenta y cinco. Habían teni-
do el control efectivo de la Sociedad durante casi veinte años.
Algunos decían que Annie estaba perdiendo su garra al mismo tiempo que
aumentaba su afición por los uniformes extravagantes y las ceremonias ocultistas.
Pero, a pesar de todas sus chifladuras, conservaba su toque populista y entendió
instintivamente que Krishna era su nuevo y principal activo. El muchacho no era
en estos años un orador válido, pero su propia incapacidad, combinada con su
juventud, cortesía y su oscura y profunda mirada, tenían un poderoso efecto. No
había en él ninguna demagogia, ningún lenguaje campanudo de misionero; se tra-
taba de una figura espiritual que hablaba serenamente de una verdad que llevaba
dentro. Por añadidura, parecía y actuaba como una estrella de cine, el nuevo fe-
nómeno de la época, pero sin la vulgaridad de una estrella del cine.
En 1921 se ofreció a Krishnamurti una oportunidad magnífica para mostrar su
talento ante una audiencia mundial. El barón Phihp van Pallandt, aristócrata ho-
landés, ofreció a la Sociedad su propiedad en Ommen, Holanda. Holanda se esta-
ba convirtiendo en un importante centro teosófico y el Castillo Eerde, una man-
sión exquisita del siglo xvii, rodeada de foso y con dos hectáreas de terreno, podía
211
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
ser una excelente sede para la elite de la Sociedad, mientras que el terreno podía
emplearse para reuniones multitudinarias de la Orden de la Estrella de Oriente.
Durante toda la década de 1920, la Sociedad celebró cada año encuentros interna-
cionales en Ommen —conocidos como Campamentos de la Estrella— a los que
acudían con frecuencia miles de personas, con mayoría de jóvenes que dormían
bajo lonas, mientras los dirigentes de más edad dormían cómodamente en los apo-
sentos tapizados del castillo o en casetas especialmente construidas en el terreno.
En los campamentos se mezclaba la educación religiosa, el idealismo político
y la alegría juvenil con la manía de la posguerra por la autosuperación y la vida
sencilla. El ambiente era en ocasiones electrizante. Había conferencias, discusio-
nes y otras actividades teosóficas, pero los momentos culminantes se producían
bajo la luz de las estrellas, junto al fuego del campamento, con las charlas de
Krishna. Estas charlas fueron el comienzo efectivo de su carrera como maestro
público y le enseñaron cómo manipular a una multitud. Mientras los acampados se
sentaban en círculo a su alrededor, Krishna esperaba en silencio, a veces durante
varios minutos, hasta que le venía la inspiración y los oyentes estaban dispuestos.
Luego empezaba a hablar. Su casi contemporáneo Hitler usaba exactamente la
misma técnica, con efectos muy distintos, en sus discursos mitineros de Nurem-
berg, esperando silencioso a que subiera la tensión.
A diferencia de Hitler, Krishnamurti nunca levantaba la voz, y el efecto de sus
palabras no causaba el frenesí de la multitud, sino que la elevaba a un estado de
exaltación individual. A menudo iniciaba las charlas en tono dubitativo, acalorán-
dose a medida que avanzaba en el tema. No ensayaba ni usaba apuntes, aunque a
veces desarrollaba un título anunciado de antemano, volviendo siempre a los
mismos temas: compasión por todos los seres vivientes, sinceridad, autoconoci-
miento y necesidad de que cada individuo encuentre su propio camino hacia la
iluminación. Lo que decía afectaba poderosamente al público porque parecía en-
carnar a la perfección sus propios ideales. En acusado contraste con los histrióni-
cos Besant y Leadbeater, aquel joven menudo, sin pretensiones, modestamente
vestido, de voz serena, no adoptaba poses sino que hablaba desde el corazón.
Había murmuraciones comprensibles entre los grandes de la teosofía con res-
pecto al contenido de las charlas que iba claramente en contra de la insistencia de
la Sociedad en un sendero jerárquico, con un período de prueba, etapas de inicia-
ción, etcétera; pero la mayor parte del público escuchaba atentamente cada pala-
bra. Curiosamente, nunca dos personas coincidían después en lo que hubiera dicho
Krishnamurti; y cuando se hacían copias escritas de lo hablado, lo que había pare-
cido sumamente lúcido e inspirado en la charla, el lector lo encontraba confuso y
212
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
oscuro. Algunos opinaban que toda la magia estaba en el momento, otros que ra-
dicaba en la personalidad de Krishnamurti, y una minoría creía que él estaba po-
seído por el espíritu de Dios cuando hablaba.
Lo que era evidente es que, sin dirigirse específicamente a los individuos, per-
suadía a cada oyente de que la charla era sumamente importante para él o para
ella. El resultado era que muchos de los más entusiastas seguidores de Krishna
creían haber oído decir exactamente lo contrario de lo que había dicho. Quizá sea
ésta la definición de carisma: que cada persona pueda vestir su objeto con sus pro-
pios sueños. Porque, de manera curiosa, el hermoso joven que insistía tan fervien-
temente en la necesidad de sinceridad, transparencia y honradez, era tan criatura
de una ilusión teatral como la misma Annie Besant. Pero si la actuación de ella era
calculada y la de él involuntaria; esto precisamente hacía que fuera mucho más
poderosa. La multitud obtenía de ambos algo que no estaba a la vista, ni siquiera a
la de los mismos oradores, lo que quedaba vívidamente ilustrado en las ocasiones
en que el normalmente recatado Krishnamurti, antes de iniciar su charla, encendía
el fuego del campamento de Ommen, con un gesto solemne de autoridad espiritual
completamente ajeno a sus modales habituales.
Como en muchos grandes actores, el fenómeno tenía algo que ver con la cons-
titución emocional y psicológica de Krishnamurti. Su constante ruego a los demás
para que se vaciaran de todos los prejuicios e ilusiones le venía en parte de las
doctrinas hindúes aprendidas en su niñez, pero en parte se debían a su propia in-
clinación natural y a su curiosa vacuidad, que tantos habían notado en él de mu-
chacho. Años más tarde, una persona cercana a él observaría que el Maestro del
Mundo, que hacía tiempo había abandonado sus representaciones teosóficas, reac-
cionaba frente a otros individuos como un espejo, reflejando y devolviéndoles sus
propios estados psíquicos11, pero la figura solitaria que hablaba a las multitudes en
Ommen ya era en cierto sentido la creación de una audiencia en permanente espe-
ra de él desde el descubrimiento de Leadbeater junto al río Adyar en 1909.
11
I. Smith, Truth is a Pathiess Land, TPH Madrás, 1989, p. 15.
213
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
12
TBY, pássim. Según Mary Lutyens, Krishnarnurti se sentía atraído particularmente por una
tal Helen Knothe, una pasión que se consideró aceptable porque se creía que Helen era la reencar-
nación de HPB.
214
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
de la futura raza raíz del Pacífico Sur que habría de sustituir a la hasta ahora do-
minante raza raíz de los arios europeos. Había bastantes miembros de la sociedad
matriz en California para continuar la buena obra de preparar el camino para esta
raza nueva, entre ellos el secretario local George Warrington, que se ocupó de
alojar a los hermanos en el clima saludable del valle Ojai, en las montañas cerca-
nas a Los Ángeles.
Después de las habituales molestias de un viaje en barco, donde, además, los
pasajeros blancos rechazaban compartir con gente de color las comodidades del
barco y preferían que estuvieran encerrados a buen recaudo en el cuarto de calde-
ras, la apertura de California causó una profunda impresión en Krishnamurti. Los
Angeles, aunque no estaba ni mucho menos libre de prejuicios raciales, respiraba
un aire de mayor libertad que Australia y Europa.
El valle de Ojai, entonces casi deshabitado, a unos ciento treinta kilómetros de
la costa, era un paraíso de colinas y naranjales, de aire vigorizante y clima seco en
verano. Los hermanos se alojaron en una casa que pertenecía.a Mary Gray, una
terraniente del lugar. Incapaces de valerse por sí mismos, cuidó de ellos la hija del
señor Warrington, pero la salud de Nitya empeoraba con la progresión de la tu-
berculosis pulmonar y necesitaban más ayuda. Ésta la facilitó Rosalind Williams,
cuya familia vivía en otra de las casas de la señora Gray en Montecito. Aunque
Rosalind no era teosofista, su hermana Erma lo era. Erma, que fue quien presentó
a su hermana a Nitya y Krishna, aseguraba que la relación de su familia con la
teosofía se remontaba a los primeros días. Su abuelo, Carl Waldo, un noble ale-
mán exiliado y establecido en Buffalo, donde hizo una fortuna con coches, estuvo
en 1876 en el funeral de Nueva York que Olcott organizó para su compatriota el
barón de Palm. Waldo no se convirtió entonces a la teosofía, pero el vínculo per-
sonal con Blavatsky influyó al menos en uno de sus descendientes, y Erma ingresó
en la Sociedad.
Rubia, de ojos azules y con diecinueve años recién cumplidos, Rosalind era
una muchacha atractiva y animosa, apasionada por los deportes, amante de los
animales y sin ninguna inclinación especial por la vida espiritual, lo cual debió ser
un alivio para los hermanos, hartos del régimen absurdo de Leadbeater en Austra-
lia. La naturalidad y la vivacidad de Rosalind los atrajo y pronto rivalizaron por
ganarse la atención de la muchacha, que pasaba el día con ellos y dormía en la
casa vecina de la señora Gray. Mientras Krishna meditaba y Nitya se recuperaba,
ella limpiaba y cocinaba para ellos. Y, para relajarse, los tres leían poesía y pasea-
ban por el valle.
215
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
Tan fuerte fue la afinidad con Rosalind que los dos hermanos escribieron a
Leadbeater preguntándole si ella podía ser la madre de ellos reencarnada. El Obis-
po tuvo sus dudas, porque aquella señora había muerto dos años después del na-
cimiento de Rosalind. Pero quizá eso fuera lo más conveniente, porque la mater-
nidad espiritual evitaría pasiones más ardorosas, y parecía que allí se daba una
atracción especial entre Nitya y su nueva amiga. Fuera por esta atracción (como
Erma creía) o fuera (como parece más probable) que todos los factores frustrantes
de su vida se hicieron intolerables por la proximidad de todo lo incalcanzable re-
presentado por Rosalind, más el temor a perder a su hermano (muerto o casado
con ella), el caso es que Krishna enfermó y tuvo que permanecer en Ojai casi un
año.
La enfermedad parece que fue psicosomática en su origen, pero sus síntomas
recurrentes, conocidos en su círculo como el Proceso, jugarían un papel decisivo
en su vida a partir de entonces. Tal como figuran en el escrito que ambos herma-
nos enviaron a Annie Besant, Leadbeater, la señorita Dodge y lady Emily, en estos
síntomas se mezclaba el dolor físico con la experiencia mística13. Al principio
duraron varios días, luego continuaron intermitentemente durante meses, y se repi-
tieron a lo largo de la vida de Krishnamurti siempre que estaba sometido a estrés.
La enfermedad se manifestaba habitualmente con una sensación de debilidad y
dolor en el cuello, que gradualmente se extendía por la columna vertebral. Al au-
mentar el dolor, Krishna perdía a ratos la conciencia. Al despertar, experimentaba
alternativamente la sensación de abandonar su cuerpo y unirse con toda la crea-
ción, y una violenta repugnancia por la suciedad que lo rodeaba. También sufría
de fotofobia y tenía una sensación de calor sofocante, escondiéndose en rincones
oscuros y negándose a abandonar la casa. El único alivio para estos síntomas lo
experimentaba cuando Rosalind le acunaba la cabeza sobre su regazo.
Tras varios días, durante los cuales la tensión en la casita alcanzó niveles inso-
portables, el Proceso culminó en un momento de confusión forsteriana. El señor
Warrington, Nitya y Rosalind, estaban sentados en la veranda, al fresco de la no-
che. Krishna, que había pasado todo el día quejándose de la suciedad de la casa, al
final pudo ser convencido para que se uniera a ellos. Se sentó un poco apartado de
los demás y se puso a cantar mantras. Mientras cantaba, Nitya, que dijo haber sen-
tido un poder creciente en la casa, fue cada vez más consciente de una presencia
específica y Rosalind repetía una y otra vez: «¿Lo ves?». Cuando Krishna se le-
13
Documentos reproducidos en KTYOA. Véanse también Sloss, op. cit., pp. 58-60, y Tillett,
op. cit., pp. 205-7.
216
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217
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
218
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
señora, cuando conoció la fama de Leadbeater, juró que, cuando estuvo en su ca-
sa, lo había visto meter muchachos desnudos en su cama.
Martyn, que efectivamente financiaba la Logia de Sidney, no estaba tan dis-
puesto a creer en rumores que amenazaban con destruir la Sociedad en Australia,
aunque un muchacho describió sus propias experiencias con Leadbeater. Pero
Martyn tuvo que admitin la verdad cuando visitó EE.UU. en 1919. Allí conoció a
Hubert van Hook, ahora un hombre joven. Resentido por el trato injusto de Lead-
beater, Hubert acusó abiertamente al Obispo de fraude y pederastia. Martyn se
trasladó a Londres aquel otoño y oyó peores cosas de Wedgwood, el amigo de
Leadbeater, rumores que confirmó Annie. Después de unos recientes escándalos
sexuales que afectaron a cuatro sacerdotes de la Iglesia Católica Liberal,
Wedgwood huyó a Holanda para librarse de la prisión en Gran Bretaña. Era impo-
sible que Wedgwood fuera un iniciado, decía Annie, y tenía que ser expulsado de
la Sociedad; encargó a Martyn que dijera a Jinajaradasa, Uelegado Jefe de la Sec-
ción Esotérica de Australia, que lo echara.
Jinarajadasa, lógicamente, consultó el asunto con su viejo maestro, y Leadbea-
ter acudió en ayuda de Wedgwood. En diciembre de 1919, el aturdido Jinarajadasa
telegrafió a Annie: «Martyn informa que tú dices que W no es un iniciado. Lead-
beater afirma que estuviste presente en su iniciación»14. Era el viejo dilema: si
Annie procedía contra Wedgwood, estaría negando la verdad de su propia expe-
riencia ocultista. Como era Leadbeater quien definía lo que era esa experiencia,
sólo quedaba una salida. Al cabo de una semana contestó a Jinarajadasa: «La de-
claración del Hermano es suficiente. Anulo anterior mensaje enviado»15.
Es difícil decir cuál era el estado de ánimo de Annie en aquel momento. Aun-
que todavía vigorosa y en plena posesión de sus facultades, ya era una anciana de
setenta y cuatro años, en la última etapa de una vida plena y con frecuencia agota-
dora. Seguramente estaba cansada de los miserables e inacabables dramas de su
amigo. Aunque no diera crédito a los otros, tuvo que preguntarse por la enorme
indiscreción de Leadbeater. No sólo se había relacionado con Wedgwood; seguía
rodeado de niños y jóvenes guapos, aunque, como Nitya escribió con ironía a su
amigo italiano Ruspoli, «ahora ha abandonado su costumbre de antes y habla con
todas las viejas feas»16. Fue todo lo que hizo Leadbeater. Se seguía negando a
estrechar la mano de las mujeres, o a permanecer a solas con una (excepto con
14
Citado en Letterfrom Mr T.H. Martyn to Mrs Besant, editada y publicada por H. N. Stokes,
1921, p. 2.
15
Idem.
16
Citado en KTYOA, p. 140.
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17
Véase nota 14 arriba.
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Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
de dos horas. Cuando lo interrogaron, dijo a la policía que había estado buscando
a un amigo que conocía de una vida anterior. Este amigo «iba por mal camino» y
la misión de Wedgwood era salvarlo.
En la convención, Leadbeater fue acusado de todo, desde ventriloquismo a pe-
derastia, que, según se afirmaba, no usaba tanto para su placer como para revestir-
se de poderes astrales. Como de costumbre, rechazó las acusaciones, pero la hosti-
lidad subió de tono. Cuando Leadbeater, apoyado por Annie, se negó a dimitir, la
consecuencia inevitable fue la división de la sección australiana y muchas dimi-
siones de la Sociedad en todo el mundo. Para vengarse de los rebeldes que no ha-
bían acatado su autoridad, Annie anuló la licencia de la Logia de Sydney y casi
todos sus miembros respondieron yéndose con Martyn para fundar una sociedad
independiente. Dada la importancia de la contribución financiera de Martyn, fue
un duro golpe para la sociedad matriz. Los que quedaron ingresaron en la nueva
Logia Blavatsky de la señora Besant.
Leadbeater, ignorando orgullosamente todas estas dificultades, puso su aten-
ción en construir cerca de la bahía de Sydney un gigantesco anfiteatro griego, do-
tado de escenario, biblioteca y sala de té. El complejo se inauguró en una ceremo-
nia en la cual el Obispo actuó en el papel estelar, pronunciando las siguientes pa-
labras:
En el nombre de todos los Budas, del pasado y del futuro, en el nombre del
Gran Maestro de la Sabiduría, y en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu
Santo, revuelvo esta tierra18.
18
Australian Star News, 11 de enero de 1927, p. 67.
221
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19
TBY, p. 180.
20
TBY, p. 158.
21
E. Lutyens, op. cit.
222
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
Leadbeater contaba cuentos maravillosos, que eran lo único que rompía la mono-
tonía y los celos de la mansión; en parte porque ser elegido como acompañante del
Obispo era una señal honorífica, y en parte porque no tenían ninguna otra cosa
que hacer. La imaginación de Leadbeater era, en efecto, tan caprichosa como
siempre. Un día, según Mary Lutyens, señaló una gran roca en el parque que se
había enamorado de uno de los muchachos de la mansión que se había sentado en
ella22.
Edwin Lutyens pensó que la monotonía del régimen del Obispo era mala para
sus hijas, describiéndolo como «sin permiso para ninguna diversión, una especie
de sensación de estar todo el día en la iglesia y una solemnidad de corte real»23,
pero quizá lo mejor fuera que lady Emily estuviera en Australia con Leadbeater,
dadas las hazañas en Europa de su antiguo colega Wedgwood. Ahora expulsado
de la Sociedad y perseguido por la policía por delitos que incluían abuso de drogas
y sodomía, Wedgwood abandonó Iiiglaterra a toda prisa y se reí ugió por breve
tiempo con Gurdjieff en Fontainebleau, antes de establecerse con sus servidores
en París, donde se entregó a la promiscuidad y las drogas. Cuando se le acabó el
dinero, pidió ayuda a la paciente Annie, que lo puso en contacto con los teosofis-
tas holandeses. Pero éstos no tardaron en perder la paciencia y en cerrar la bolsa, y
Wedgwood se vio obligado a pagar sus facturas con la cocaína que pasaba de ma-
tute en la cabeza de su báculo episcopal.
22
TBY, p. 117; el mismo Leadbeater expuso la teoría en un artículo titulado «Conciencia pro-
funda», publicado después en el Liberal Catholic, octubre de 1947.
23
CITS, p. 157.
223
DOCE
CLASES DE VIDA
1
Para la idea de escuela en Ouspensky y Gurdjieff, véase ISOTM, pp. 222-31, 240-54, 285-86.
Véase también Ouspensky, A Further Record, pássim.
225
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
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Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
uno mismo lo hacía inevitable, procurando otra fuente de paradojas a quienes cul-
tivaban las doctrinas religiosas orientales, que postulan la renuncia a la propia
personalidad como primer paso hacia la iluminación. Irónicamente, ésta era una
de las primeras etapas del Sendero teosófico, aunque Krishnamurti fue el único
teosofista de renombre que intentó cumplirla.
2
No hay una buena biografía de Keyserling y poco interés en su obra. Los hechos biográficos
se han tomado de M. Gallagher Parks, Introduction to Keyserling, Jonathan Cape, 1934. Hay un
extenso comentario sobre la teosofía en Keyserling, Reisetagebuch emes Philosophien, trad. de J.
H. Reece como Travel Diary of a Philosopher, Cape, 1919. Sobre su filosofía, véase Keyserling,
Schopferische Erkenntnis, trad. de T. Duerr como Creative Understanding, Cape, 1929. Gallagher
Parks, op. cit., ofrece también un útil comentario sobre el desarrollo de las ideas de Keyserling.
Véase también R. Landau, God is My Adventure, Unwin, 1964.
3
Casi desconocido en los países de habla inglesa, el filósofo de lengua alemana Rudolf Kass-
ner (1873-1959) desarrolló, como Keyserling, una teoría semimística de la totalidad. Kassner, que
prefería los mitos a los conceptos, las cosas a las ideas, la poesía al teorema, creyó que la realidad
sólo se podía aprehender efectivamente mediante lo concreto. Influyó, entre otros, en Rilke, Valéry
y Yeats.
227
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
fenómenos, que puede ser intuido aunque nunca totalmente expresado. Este valor
o significado es la realidad fundamental, común a todas las culturas.
Keyserling se interesó muy de cerca por la Sociedad, sobre todo después de su
visita a Adyar en 1913. Se sentía profundamente atraído por la filosofía oriental,
especialmente por el budismo, que comparó favorablemente con las filosofías
materialistas de Occidente. Al mismo tiempo, como Steiner, advertía que no se
adoptaran los modos orientales e insistía en que debíamos buscar un camino hacia
adelante en nuestras propias tradiciones espirituales y filosóficas. Sin embargo,
creía que los orientales podían enseñarnos dos verdades vitales, verdades que,
sorprendentemente, se parecen mucho a las doctrinas filosóficas idealistas apren-
didas por Keyserling en su época universitaria.
Primera: El entendimiento —la percepción del significado— trasciende a las
palabras. Al igual que nuestra respuesta a la música, no podemos expresarla con el
lenguaje. La poesía más elevada participa de este sentido, aunque, precisamente
por esa razón, esa poesía es intraducible. Los occidentales, que conceden más im-
portancia a la expresión que al entendimiento, niegan esto: piensan que lo que no
puede ser expresado en palabras no ha sido —o quizá no pueda ser— entendido.
Segunda: la doctrina de que la verdad como conocimiento es subjetiva. Pero los,
occidentales ven la verdad como un hecho objetivo, y necesitan expresarla como
forma de conocimiento. Las formas últimas del Conocimiento occidental son la
ciencia y la tecnología, y mientras el pensamiento occidental esté más dominado
por estas formas de conocimiento, más marginadas quedarán otras ideas de lo que
pueda ser la verdad.
Según Keyserliñg, las dos ideas —que el entendimiento existe más allá de las
palabras y que la verdad es subjetiva— se dan conjuntamente en las filosofías
indias, en la noción de que el pensamiento no es meramente un medio para expre-
sar la realidad; es la realidad. Para los occidentales, el pensamiento es un medio
para un fin —el dominio del mundo material— que lo aleja del entendimiento del
mundo espiritual o incluso hace que ignore su existencia.
Keyserling compartía con Yeats la creencia de que el error de la teosofía esta-
ba en su intento de acercar la religión y la ciencia occidental, la verdad de la sabi-
duría subjetiva y la verdad del hecho objetivo. Este intento tenía como consecuen-
cia inevitable que se quisiera alcanzar la realidad interior desde fuera, lo espiritual
desde lo material. Que se buscara el conocimiento, no el ser. Aquí, Keyserling
coincide con su contemporáneo, el filósofo Martin Heidegger, que se acerca a
estas cuestiones por el camino de la filosofía académica. Ambos comparten la
228
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
229
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
4
Para el Goetheanum, véase R. Steiner, The Arts and Their Mission, trad. de L. Monges y V.
Moore. También H. Biesantz, A. Klingborg y otros, The Goetheanum: Rudolf Steiner’s Architectu-
ral Impulse.
5
R. Steiner, The Cycie of the Year as Breathing Process of the Earth, trad. de B. D. Betteridge
y F. E. Dawson,
230
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
tual de la humanidad es parte de ese proceso. Steiner creía que, en la era moderna,
la humanidad había perdido la unidad espiritual, estética y cognitiva que ahora
añoraba. En su opinión, todos los objetos, desde una cuchara hasta un edificio,
deben contribuir a la restauración de esa unidad por todos los medios disponibles.
El proyecto del Goetheanum pretendía expresar la relación orgánica del Hom-
bre con la naturaleza y el propio papel del edificio como centro de energía espiri-
tual. Por lo tanto, todos los aspectos del edificio tenían que ser funcionales y ex-
presivos a la vez. En contra de las absurdas pretensiones de singularidad en la
visión de Steiner, había claros indicios de Art Nouveau en la decoración y en ras-
gos secundarios de la estructura, como las columnas y marcos de las ventanas,
todos distintos en sus detalles. Pero bajo esta ornamentación subyace la convic-
ción de Steiner de que las formas artísticas deben fluir de la necesidad espiritual
interna si quieren ser elevadas y significativas, en el modo que debe ser siempre el
arte alemán. Por tanto, todo lo relacionado con el edificio estaba hecho para fluir,
encarnando la teoría goethiana de la metamorfosis, según la cual todas las cosas
orgánicas cambian y evolucionan permanentemente, y la percepción de Steiner de
las auras o líneas de fuerza que, creía él, rodean a las criaturas vivas. El rasgo bá-
sico del diseño fue, pues, la ausencia de la línea recta allí donde era posible. Todo
estaba decorado. Incluso los cristales de las ventanas, las paredes y los techos es-
taban pintados de acuerdo con la teoría de los colores de Goethe, con los diversos
matices indicando los estados del alma y produciendo efectos psicológicos y espi-
rituales dif erentes. Los materiales del edificio, incluido el cristal, fueron fabrica-
dos especialmente, y los pigmentos fueron extraídos exclusivamente de plantas.
La exigencia de las curvas creó considerables problemas, sobre todo cuando
hubo que coronar el edificio principal con las dos cúpulas de madera, de diferentes
tamaños e intersecantes (una era mayor que la cúpula de San Pedro). Como las
cúpulas se cruzaban, no se podían reforzar con las habituales nerviaciones internas
de sostén y hubo que buscar un nuevo métqdo, de modo que una sostuviera a la
otra. Pero estos problemas de ingeniería se subordinaron a la mayor importancia
de los múltiples propósitos del edificio. El espacio bajo las cúpulas, con capacidad
para más de dos mil personas, era al mismo tiempo sala de conferencias y lugar de
reunión de los congresos antroposóficos, según el modelo teosófico. Había tam-
bién secciones de viviendas y amplios estudios y talleres y, como la sede de Point
Loma, el Goetheanum fue pronto, además de un templo, un centro social, artístico
y educativo, a medida que las actividades a que se había destinado la construcción
fueron sustituidas por otras una vez terminado el edificio. Porque Steiner, como
Gurdjieff, era terapeuta y mago. Su objetivo era la integración en una unidad de
231
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
todos los aspectos de la vida. De esta manera la evolución espiritual del individuo
podría contribuir a la evolución de la comunidad. El Goetheanum, por tanto, fue
ideado para que fuera, literalmente, un proyecto cósmico.
Sin duda que esta folie de grandeur le debe algo a Wagner. Cuando decidió es-
tablecerse en Suiza, después de que las autoridades de Munich le negaran el per-
miso para construir, Steiner, hablando con los donantes del terreno en Dornach, se
refirió a su deseo de establecer allí un nuevo Bayreuth, y poco después asistió a
una representación de Parsifal en el teatro de Wagner. Parsifal es la ópera donde
la teoría del Gesamtkunstwerk, u obra de arte total, se aplica al mito del Grial.
Causó una profunda impresión en Steiner, que ya estaba interesado en el drama
como camino del entendimiento religioso y como celebración sacramental de ese
entendimiento. Algo parecido había visto en el intento de Edmond Schuré para
recrear los rituales órficos en un escenario contemporáneo. Partiendo de las ideas
de Wagner y Schuré, y combinándolas con su propia doctrina, escribió los Miste-
rios, que se convertirían en el centro focal de la actividad de Dornach y han conti-
nuado en el repertorio antroposófico hasta nuestros días.
Estas piezas teatrales, donde se expone la evolución espiritual de unos mismos
personajes a lo largo de cuatro escenas (la quinta no se llegó a escribir), reúnen las
artes del habla, del movimiento, del color y del diseño, en una síntesis wagneriana
complementada por la euritmia6. La euritmia steineriana (distinta de la de Dalcro-
ze) se define como habla y canto visibles; se basa en la idea de que no sólo nos
afecta el sentido de las palabras, sino también su sonido. Este sonido se produce
como ondas invisibles que perturban el aire, y las ondas se pueden traducir en
formas visibles, parecidas a las líneas naturales de fuerza encarnadas en la pintura
y escultura steinerianas. Pero las palabras también significan algo, por lo cual las
formas pueden emplearse simultáneamente para expresar significados.
Como Gurdjieff, Steiner creía que los ritmos de la danza formaban parte de —
y, por lo tanto, revelan— los orígenes del cosmos. Y las danzas de aquel antiguo
templo, hoy perdidas o degeneradas hasta resultar irreconocibles, expresan esto y
la relación del hombre con aquel cosmos. Todo en la creación está rítmicamente
modulado: la calamidad de la vida moderna es que hemos perdido nuestro sentido
de los ritmos naturales, los del mundo y los de nuestros cuerpos. Recuperarlos
mediante la danza —un arte en el cual intervienen todas las facultades humanas—
nos enseña algo de cosmología y cosmogonía. Y porque también es el arte que
agudiza nuestro sentido del espacio y del tiempo (y la relación entre ellos), la dan-
6
R. Steiner, An Introduction to Eurythmy, trad. de G. Hahn.
232
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
El sentido destacado del Ser —como opuesto a la mera existencia— fue tam-
bién el objetivo de la escuela más conocida de la época, situada en el Cháteau du
Prieuré des Basses-Loges. Fue allí donde Gurdjieff estableció la nueva versión de
su Instituto para el Desarrollo Armonioso del Hombre en octubre de 1922, ini-
ciando (en sus propias palabras) «uno de los períodos más locos de mi vida» 7 y,
podía haber añadido, de la de cualquier otra persona.
En acusado contraste con el torbellino de líneas art-nouveaux de Steiner, el
castillo es una mansión austera, aunque elegante, cuyas ventanas equilibradas y
decoración elaborada expresan el ambiente jerárquico y mundano de la Francia
del siglo xvii. Incluso así, Gurdjieff lo convertiría en su propia versión del Goet-
heanum. A unos cuarenta kilómetros de París y situado en un gran parque de
Avon, cerca de Fontainebleau, está rodeado de una alta muralla de piedra; se ac-
cede a él por unas puertas que dan a un patio con una fuente. Primero en alquiler,
Gurdjieff terminó por comprarlo por setecientos mil francos que pagó la viuda de
mattre Labori, el abogado que defendió a Dreyfus.
Los terrenos de la propiedad alcanzaban unas 180 hectáreas. La casa, aunque
de sólida estructura y lujosamente amueblada, con bellos salones e invernadero,
no se habitaba desde 1914, las habitaciones estaban sucias y casi abandonados los
jardines. Gurdjieff se instaló en Auteuil y empezó a trabajar enseguida, poniendo a
algunos discípulos a limpiar el castillo mientras otros se dedicaban a las danzas
sagradas, utilizando el Instituto Dalcroze de París para sus ensayos. Éstos se hicie-
ron después en un hangar de aviones abandonado, que fue desmontado y reerigido
en los terrenos del castillo, equipado con estufas, una fuente, ventanas con crista-
les coloreados y una tarima revestida de bellas alfombras alrededor de la sala. El
suelo de este edificio —conocido como Casa Estudio— se hizo aplanando y se-
cando la tierra sobre la cual descansaba la estructura; las paredes se decoraron con
7
MWRM, p. 285.
233
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
dibujos y textos, como un enorme muestrario exótico. Tenía capacidad para tres-
cientas personas.
Las acostumbradas mentiras y trampas empezaron de inmediato, con un nuevo
prospecto del instituto en el que se decía que el número de miembros en todo el
mundo era de cinco mil, que disponía de personal residente experto en todas las
áreas concebibles y un departamento médico en el cual los pacientes podían seguir
tratamientos de psicoterapia, hidroterapia, magnetoterapia, electroterapia, dietote-
rapia y dulioterapia8. La realidad es que el personal lo formaban Gurdjieff y sus
discípulos más antiguos: Stjoernval, los Hartmann y los Salzmann; el programa
del instituto era más bien un refrito exótico de la doctrina teosófica y los ejercicios
sufíes, y el número total de asociados apenas rebasaba los 150. Pero como la di-
vergencia entre apariencia y realidad era uno de los temas más serios del Maestro,
quizá estas mentiras fueran verdad.
De los más o menos 150 discípulos, cuarenta llegaron a residir en el Prieuré
(aunque el número fluctuaba considerablemente), creando una extraña mezcla,
con casi la mitad de ellos procedentes de Rusia y Europa Oriental y la otra mitad
de las clases medias-altas inglesas. La mayoría de los orientales eran eslavos y
armenios y casi ninguno hablaba francés o inglés. En 1923 vinieron a unirse a
ellos desde Georgia los miembros supervivientes de la familia de Gurdjieff. Ya
que no otra cosa, el contingente oriental puso el necesario color exótico al institu-
to. Apartados de los demás, pocos aprendieron francés y, cuando el Maestro pe-
riódicamente los ponía de patitas en la calle, no sabían qué hacer. Cuando no era
así representaban sus danzas sagradas y vivían de su generosidad.
Treinta años antes, la mayoría del contingente inglés habría estado por la teo-
sofía y, en efecto, muchos de ellos eran miembros descontentos de la Sociedad
que buscaban una doctrina más rigurosa y una disciplina personal más estricta.
Habían acudido al lugar adecuado. Porque Gurdjieff ofrecía precisamente lo que
le faltaba a la teosofía: dureza, dificultad, ilusión, novedad y la singular mezcla de
control compasivo y libertad estimulante que sigue cuando alguien abandona la
vida cómoda y se somete a la voluntad de otro.
Sobre todo, Gurdjieff facilitaba exactamente lo que. muchos teosofistas, disci-
plinados o no, habían buscado inútilmente desde siempre: el contacto con un
Maestro de Sabiduría; un ser que, aunque no fuera uno de los Hermanos Inmorta-
les, estuviera en directa comunión con ellos o con lo que quisiera decir Ouspensky
cuando se refería a la Fuente. Pero la autoridad de Gurdjieff sólo procedía en parte
8
Citado en THC, pp. 234-35. La «dulioterapia» era la «terapia eslava».
234
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
9
La descripción que sigue de la vida en el Prieuré se basa en F. Peters, Boyhood With Gurd-
jieff, Wildwood House, 1976; y OLWMG.
235
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
Los discípulos que cocinaban y limpiaban las habitaciones tenían que trabajar
duro. Para preparar el desayuno, el cocinero tenía que levantarse a las cuatro y
media para encender los fogones, llenar las carboneras, hacer el café y tostar el
pan. Inmediatamente después del desayuno, había que poner a hervir a fuego lento
soperas de veinticinco litros y dejar limpias las cocinas. Mientras unos discípulos
cocinaban, otros cultivaban el huerto, cuidaban el gallinero o mataban un pollo,
cortaban leña, pulían muebles y suelos y hacían reparaciones en la casa.
En acusado contraste con las tendencias espirituales y desencarnadas de la teo-
sofía, que desdeña la existencia humana y la considera una desafortunada necesi-
dad en el esquema de las cosas, la Obra10, como se la llegó a conocer, ponía el
acento en el trabajo físico y en los proyectos comunales. Mientras los seguidores
de Keyserling se entregaban al diálogo aristocrático y los de Steiner buscaban a
Dios en el arte y las buenas obras, los discípulos de Gurdjieff vivían en un frenéti-
co y agotador trabajo, reuniones de grupo y ejercicios psicológicos que pretendían
despertar al alma de su letargo. Era esto, y no sus elaboradas doctrinas, lo que
atraía a los miembros del contingente inglés, hastiados casi todos ellos de la vida
de la clase alta británica. Estos hombres y mujeres venían del mundo cómodo sati-
rizado en las novelas de Aldous Huxley, D. H. Lawrence y E. M. Forster: un
mundo donde los criados hacían todo para sus amos, salvo sus funciones corpora-
les, y los amos, por tanto, languidecían espiritualmente.
A. R. Orage fue uno de los primeros discípulos en llegar al Prieuré. Vio su
aventura como una heroicidad. Al dejar Inglaterra para ir al Prieuré, dijo a su fiel
secretaria de la Little Review que «iba en busca de Dios») 11. Cuando llegó al casti-
llo sin más equipaje que su deseo en el corazón y un ejemplar milagrosamente
apropiado de Alicia en el País de las Maravillas en el bolsillo, quedó sorprendido
al comprobar que la búsqueda de Dios consistía en cavar cada día un agujero sin
propósito alguno.
Cuando Orage se quejó al Maestro de la depresión y el cansancio causados por
semanas de trabajar sin sentido, Gurdjieff le dijo que dejara de gimotear, volviera
al trabajo y cavara con más fuerza. Orage, casi exhausto y a punto de rebelarse,
obedeció y, cuando parecía que no iba a poder más, superó la barrera del dolor y
10
Los seguidores de Thomas Lake Harris emplearon el mismo término para referirse a los tra-
bajos espirituales. Probablemente se deriva de la «Gran Obra» de la alquimia, por la cual los meta-
les básicos se transmutaban en oro.
11
Webb, op. cit., p. 231.
236
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
empezó a sentir una profunda satisfacción en una tarea que ya no era agotadora,
en el trabajo bien hecho y en obedecer a la voluntad de su amo12.
Imponer tareas imposibles no era la única manera de Gurdjieff para crear con-
flictos. Le encantaba insistir en el régimen insoportable, humillar a sus discípulos
en público e incluso alentar las riñas entre ellos. Se suponía que todo esto era parte
de una gran estrategia terapéutica y de un tratamiento de choque que tomaba ofi-
cialmente la forma de ejercicios mentales, emocionales y espirituales.
Los ejercicios, que ocupaban gran parte del día de quienes no hacían labores
domésticas o agrícolas, iban desde simples penalidades, como el cavar de Orage, a
tareas complicadas y confusas. A las señoras de la buena sociedad, que no habían
trabajado un solo día en sus vidas, las ponía a pelar patatas o a escardar un macizo
de flores con una cucharilla de té mientras aprendían algunas palabras tibetanas o
memorizaban el código Morse. A otros les ponía complicados ejercicios de arit-
mética mental mientras ejecutaban determinados movimientos. Un médico de
Harley Street era el encargado de encender la caldera, había escritores que cocina-
ban y cortaban leña, un eminente psiquiatra apilaba estiércol o fregaba el suelo de
la cocina. El lugar poseía el ambiente de un internado salvaje gobernado por un
director demente aunque genial, y a casi todos los discípulos les gustaba… duran-
te un tiempo.
La personalidad se tenía en cuenta a la hora de asignar una tarea. Gurdjieff ig-
noraba la distinción habitual entre lo importante y lo trivial, entre lo serio y lo
cómico. A los individuos encargados de hacer un trabajo se les decía que lo hicie-
ran en la mitad del tiempo acostumbrado, después en la cuarta parte. A otros se les
ponía a trabajar en grupo con personas que aborrecían. A los intelectuales se les
prohibía leer y a las almas sensibles se les ordenaba que limpiaran establos y ma-
taran animales. El principio pedagógico básico era la contradicción: haz lo que
aborreces, cualquier cosa que parezca odiosa. Haz lo imposible; luego, haz más; o
trabaja en dos tareas imposibles al mismo tiempo.
Los ejercicios se basaban en dos principios. Primero, la necesidad de sufrir vo-
luntaria y conscientemente, que Gurdjiefl decía que había que soportar para des-
pertar a la realidad y permanecer despiertos. Pero pocos individuos pueden lograr-
lo por sí solos. Por lo tanto, venía el segundo principio: ese sufrimiento debe infli-
girlo un maestro a quien se deba obediencia absoluta. De aquí la necesidad de la
«escuela». Sin fe en el maestro, decía Gurdjieff, no hay prueba de una voluntad
12
No todos estuvieron de acuerdo. Denis Saurat, que visitó a Orage en el Prieuré, quedó horro-
rizado por su estado. Véase D. Saurat, La Nouvelle Revue Française, xli, 242, noviembre de 1933.
237
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
real de sufrir. Como hemos visto, Ouspensky ya se había rebelado contra esta re-
ceta en diversas ocasiones. Otros quedaban perplejos cuando Gurdjieff señalaba
maliciosamente que la inclinación de sus discípulos a obedecerlo, por caprichosas
que fueran sus órdenes, demostraba que necesitaban y merecían su sufrimiento. La
rebelión se premiaba a veces con el destierro, otras veces con el anuncio de que a
la larga el rebelde había hecho algunos progresos, había aprendido a valerse por sí
mismo.
Los efectos de esta enseñanza eran variados. Las damas de la buena sociedad
encontraban a veces que, efectivamente, se sentían más conscientes durante un día
o dos, pero el efecto desaparecía en cuanto regresaban a París o Londres, cosa que
solía ocurrir cuando el Maestro las insultaba según tenía por costumbre. Porque
Gurdjieff no sólo creía que debía dificultar la vida de sus discípulos, sino que él
mismo debía ser difícil. No tenía tiempo, decía, para gente frívola, aunque no ha-
cía ascos cuando recibía el dinero de ellos: «esquilar sus ovejas», eran sus pala-
bras.
Los estudiantes serios pensaban que hacían progresos espirituales bajo esta
tortura, pero eso era sólo al principio. Gurdjieff siempre encontraba nuevas pena-
lidades para ellos, llevándolos bajo su férula hasta el límite e incluso más allá. No
había posibilidad de relajarse. El lema era vigilancia constante, esfuerzo constan-
te, lucha constante. El periodista Carl Bechofer Roberts, colega de Orage, que
había conocido a Ouspensky y a Gurdjieff cuando fue corresponsal en la guerra
civil rusa, describe al Maestro acuciando constantemente a sus discípulos ingleses
con las palabras «corriendo» y «más rápido»13. Si ésta era la estrategia del Cuarto
Método, también era un darwinismo espiritual que se había vuelto loco.
En su forma extrema, es indudable que la enseñanza de Gurdjieff tuvo serias
consecuencias para quienes fueron incapaces de resistir o escapar del Maestro y se
produjeron crisis nerviosas e incluso hubo sospechas de suicidio entre sus discípu-
los14. Pero estas consecuencias daban la medida de su poder. Puede decirse, por
supuesto, que las crisis y los suicidios hubieran ocurrido siempre, que, en tales
casos, son precisamente los neuróticos y vulnerables quienes se sienten atraídos
por un hombre semejante. Una vez bajo su hechizo, muchos discípulos, los más
débiles y crédulos, pensaban que Gurdjieff poseía poderes divinos. Explicaban
cuanto sucedía atribuyéndolo a su voluntad. Cuando, por ejemplo, los liberaba de
13
C. Bechofer Roberts, «Los filósofos del bosque», Century Magazine, cviii (1), mayo de
1924, p. 73.
14
J. G. Bennett insinúa varias veces tales rumores sin aportar pruebas, p.e., Witness, p. 121.
Pero véase Webb, op. cit., pp. 333-35.
238
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
una tarea penosa que les había impuesto, era como si una deidad benévola hubiera
intervenido en sus vidas. Alguno llegó incluso a achacar a su brujería que funcio-
nara el motor de un coche en no muy buen estado.
15
Daily Mirror, 19 de febrero de 1923; Daily News, 15-20 de febrero de 1923, y New State-
man, XX (516), 3 de marzo de 1923.
239
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
error de pensar que la agresividad de ambos daría lugar a una afinidad entre
ellos— visitaron el castillo en enero de 192516. Aborrecieron cada minuto pasado
en él. Lawrence calificó el Prieuré de «lugar corrompido, falso, inseguro» lleno de
gente «que representa un espectáculo bochornoso»17. Lo único que sorprende de
esta reacción es que alguien hubiera esperado que Lawrence y Gurdjieff iban a
llevarse bien: eran rivales y no almas gemelas. Otros compartieron el escepticismo
de Lawrence, aunque pocos lo expresaron con el lenguaje violento de Wyndham
Lewis, que dijo del propietario del Prieuré que era un «estafador psíquico levan-
tino». Bechofer Roberts, más temperado y divertido, describió a los ingleses del
Prieuré como «Micawbers místicos [esperando] pacientemente que ocurriera algo
sobrenatural»18.
Quien esperaba con casi absoluta certeza que ese «algo» fuera la muerte fue la
más famosa residente del castillo, Katherine Mansfield, que murió allí. Mansfield
fue a Fontainebleau por consejo de Orage, que había publicado los primeros rela-
tos de ella en el New Age. Cuando llegó al castillo estaba gravemente enferma de
tuberculosis y sabía que le quedaba poca vida. Durante todo el año anterior, tal
como escribió a Dorothy Brett, estuvo esperando un milagro, un médico que la
curara. Al mismo tiempo, sospechaba que necesitaba curar algo más que el cuer-
po, como si, al final de su vida, empezara a identificar su propia curación con la
del mundo. Por lo menos, quería un médico en quien pudiera creer, que fuera sim-
pático y comprensivo, no un mero clínico, un hombre poderoso más que un hom-
bre hábil.
Su primer candidato fue el doctor ruso Manoukhin, que trataba a sus pacientes
con rayos X dirigidos al bazo. Fue su amigo Serge Koteliansky quien le recomen-
dó a Manoujin, y Mansfield, que sentía debilidad por los rusos, lo tomó por una
especie de Chejov:
tierno, prudente y poderoso. Fue a París en 1922 para verlo y el médico le
prometió que la curaría. A pesar de que informó de la buena noticia a su marido,
Middleton Murry, Mansfield escribió en su diario que no las tenía todas consigo.
Por una parte, veía al médico como a una buena persona, pero, por otra, lo consi-
deraba un impostor sin escrúpulos. Empezó su tratamiento, pero, al mismo tiem-
po, consultó a un médico en Inglaterra.
16
M. D. Luhan, Lorenzo in Taos, Secker & Warburg, 1933, p. 128.
17
En carta a Violet Schiff, 20 de septiembre de 1922, Biblioteca Británica. Debo esta referen-
cia a J. Moore, op. cit., p. 188.
18
Roberts, op. cit., p. 76.
240
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
¿Por qué eres tan trágica? No sirve de nada. Sólo para fastidiarte. Si sufres, aprende a
entender tu sufrimiento, pero no te rindas a él. La parte tuya que vive en mí ha de mo-
rir y, entonces, nacerás tú. ¡Acaba de una vez con la muerte! 20
Mansfield hizo cuanto pudo para revivir en el Prieuré, a pesar de que poco
después la trasladaron del Ritz a un pequeño dormitorio que daba al corredor ge-
neral del piso superior, con el suelo de madera desnudo y una tosca mesa. (Volvió
al Ritz en diciembre, cuando su agravamiento se hizo evidente.) Para aumentar las
dificultades, Gurdjieff cambió la rutina de los residentes, anunciando que, en ade-
lante, el trabajo diario de mantenimiento de la casa se haría por la noche. Mans-
field tuvo que lavar zanahorias en agua fría a medianoche y compartir la parca
comida de los demás discípulos, un cambio brutal con respecto a su régimen de
los anteriores meses: «Comes lo que te dan y se acabó»21.
Todos participaban rotativamente en la cocina y en todos los quehaceres de la
casa. El castillo se gobernaba como una auténtica comuna y las tareas inútiles —
como el cavar de Orage— eran, pensaba ella, la excepción. Había que cultivar
19
Webb, op. cit., p. 246.
20
I. Baker, Katherine Mansfieid: The Memories of LM, Michael Joseph, 1971, p. 218.
21
Idem, p. 223.
241
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
242
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
243
TRECE
CALAMIDADES
1
Para detalles de esta campaña, véase Easton, op. cit., pp. 270-309.
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
2
S. Prokofieff, Rudolf Steiner and the Founding of the New Mysteries, trad. P. King, Rudolf
Steiner Press.
245
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
do sus planes con altos dignatarios políticos en Munich y Berlín, entre ellos el
entonces canciller del Imperio Alemán príncipe Max de Baden, y parece que sus
escritos sobre el tema llegaron a manos del último emperador austriaco, Carlos VI,
aunque no es probable que leyera lo que en cualquier caso llegaba tarde y era de-
masiado fantástico para salvar su dinastía.
El fundamento del pensamiento de Steiner era el Triple Orden Social o Man-
comunidad, acerca de la cual escribió un libro en 19193. Fundaba la organización
política y social en la división del organismo humano en tres partes, pensamiento,
sentimiento y voluntad, que se corresponden con las esferas de la cultura, la poli-
tica y la economía. De la misma manera que el pensamiento, el sentimiento y la
voluntad están ineludiblemente interrelacionados en el ser humano, la cultura, la
política y la economía lo están en el estado.
Se trata de una idea ya conocida, pues la Mancomunidad Triple es una variante
de la antigua manera de concebir el estado en los mismos términos que el cuerpo
humano. Pero mientras los teóricos antiguos tienden a equiparar al gobernante con
la cabeza y a las demás clases con otras partes y órganos del cuerpo, Steiner afir-
ma que en la era moderna de lo que él llama el alma consciente hay que aplicar
una analogía menos jerárquica. Los términos de esta analogía se establecieron,
según Steiner, durante la Revolución Francesa, pero fueron confundidos por sus
protagonistas. «Libertad, Igualdad y Fraternidad» es, en efecto, el lema adecuado
para la era moderna, pero sólo si se tiene en cuenta que cada componente del lema
pertenece a una esfera distinta de la existencia.
El estado ideal de Steiner implica la libertad cultural, la igualdad política y la
fraternidad económica, es decir, el cooperativismo. Las comunidades que aplican
el valor equivocado a la esfera equivocada (como los ingleses, con su pasión por
la libertad política, o los comunistas, que buscan la igualdad económica) no en-
cuentran el camino espiritual, que sólo aparece cuando las tres esferas están co-
rrectamente relacionadas. Grosso modo, el esquema de Steiner reduce el papel del
estado a la aplicación de los derechos políticos y pone el mayor acento en la im-
portancia del esfuerzo individual y el asociacionismo voluntario, una curiosa se-
mejanza con el conservadurismo que aparecerá más tarde en el siglo XX.
Esta estructura tripartita, que también es la base del sistema de medicina «cu-
rativa» de Steiner, fue más elaborada por su creador y seguidores, pero su impor-
tancia en el presente contexto es que existe de alguna manera. Lejos de dar la es-
3
Para el Triple Orden Social, R. Steiner, The Renewal of the Social Organism, trad. E. Bowen
Wedgwood y R. Marriott.
246
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
4
R. Steiner, Deeper Insights into Education, trad. de R. Querido. Véase también Francis Ed-
munds, Rudolf Steiner Education, Rudolf Steiner Press, 1985.
247
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
gracias a su poder de clarividencia, revivió las ceremonias druidas que luego in-
corporaría sin esfuerzo a su síntesis esotérica. Inevitablemente, tuvo una experien-
cia similar al año siguiente en Titangel, cuando yendo de Torquay al País Occi-
dental, encontró el aire saturado de humedad lleno de seres espirituales que hacían
resplandecer las gotas de lluvia. La luz astral le mostró el lugar donde había esta-
do el castillo e incluso le facilitó la visión de. Merlín y los Caballeros sentados en
la Tabla Redonda, cada uno con el apropiado signo del zodiaco sobre su cabeza.
Más adelante, compararía la corte artúrica con los Caballeros del Grial, dando a
entender que la Sociedad Antroposófica seguía las huellas de aquéllos.
El nuevo Goetheanum se inauguró el día de Navidad de 1923, menos de dos
meses después de que Hitler hiciera el primer intento de hacerse con el poder con
el putsch de Munich del 8 de noviembre. Se terminó cinco años después de la
muerte de Steiner y sigue siendo hoy el centro de la antroposofía. La estructura
original de madera fue sustituida por cemento, lo cual supuso una mejora en cier-
tos aspectos, porque el cemento es más apropiado que la madera para las líneas
fluidas del arte steineriano. Pero Steiner ya tenía sesenta y tres años y estaba tan
enfermo que apenas podía digerir la comida y le costaba mucho alimentarse. Pasó
la mayor parte de sus últimos meses en su habitación, escribiendo una autobiogra-
fía y dictando a Wachsmuth cartas y conferencias. No quiso que lo trataran con la
medicina ortodoxa.
Como pionero de la terapia holística, dispuso su propia farmacopea 5. También
fundó una escuela de medicina antroposófica. Una de las primeras estudiantes fue
Ita Wegman, la mujer que estuvo más cerca de él en los últimos meses de su vida.
Como Mesmer y Baker Eddy, Steiner sostenía que la raíz de una enfermedad gra-
ve no es orgánica sino espiritual. Tiene dos causas principales. La primera es el
mal karma. Quince años antes había rechazado las Vidas de Alción de Leadbeater,
hasta -el punto de ser una de las razones de su salida de la teosofía y, a pesar de
eso, Steiner dio sus propias lecciones sobre relaciones kármicas, en las çuales
trazó la sucesión de las civilizaciones en las que se reencarnan los diferentes espí-
ritus, aunque sin caer en el esnobismo y favoritismo de Leadbeater. También des-
tacó el papel de Cristo el Sanador al modificar la cadena de encarnaciones 6. Aun-
que la doctrina del karma (la responsabilidad por los delitos del pasado) parece
estar en contradicción con la creencia de que Cristo murió una vez y por todas
5
F. Huseman, The Anthroposophical Approach to Medicine, 3 vols., trad. de P. Luborsky y B.
Kelly.
6
R. Steiner, Karmic Relationships in Esoteric Studies, 8 vols., trad. de O. Adams, C. Davey y
D. 5. Osmond, 1972-1983.
248
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
para redimir nuestros pecados, Steiner dice que la contradicción es sólo aparente:
nosotros pagamos efectivamente por el pasado, pero Cristo interviene para evitar
que nuestras malas obras se conviertan en una especie de cuenta de crédito a favor
de Ahrimán, pues de otra manera Ahrimán aplastaría al mundo con la marea de
energía etérica negativa que surgiría de las pasadas iniquidades. Nuestro «pago»
puede tomar la forma de enfermedad mental y/o física.
Pero la segunda causa posible de enfermedad grave es la aparición de un nue-
vo estadio en la evolución espiritual, que puede ir acompañado de síntomas tales
como el «proceso» de Krishnamurti, una señal de su avance a lo largo del Sende-
ro. Y así es como Steiner vio su propia enfermedad: morir no es más que dar un
simple paso para el Traspaso del Umbral, como dicen los antroposofistas. Y lo dio
el 30 de marzo de 1925, catorce semanas después de que Hitler saliera de la cár-
cel.
249
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
7
Estos episodios figuran en Peters, op. cit., p. 64 (bicicletas) y pp. 59-60 (dinero de bolsillo).
250
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
8
Para las relaciones entre Orage y Gurdjieff, véanse sobre todo Moore, op. cit. y A. Alpers,
Life with Katherine Mansfield, Cape, 1980.
9
Sobre la influencia de Orage y Gurdjieff en los escritores norteamericanos, véanse Z. Gale,
Preface to a Life (1926); G. Munson, The Dilemma of the Liberated (1930); J. Toomer, Essentials
(1931), y E. Wilson, «Consecuencias literarias del Crash», reproducido en The Shores of Light
(1953).
251
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
las teorías educativas de Steiner y del filósofo norteamericano John Dewey. Frank
era un visionario que estudiaba misticismo y religiones orientales; él y su amigo
Gorham Munson conocieron la obra de Ouspensky por el poeta Hart Crane, un
breve visitante de la Obra. Frank, Munson y Crane se habían ocupado de la inter-
pretación mística de la historia de América, en la cual América aparece como un
lugar ideal, donde la regeneración espiritual, imposible en el viejo mundo, es una
posibilidad real. Pensaron que Gurdjieff podía ser el agente de esta renovación
espiritual. Otros escritores, como Zona Gale, Kenneth Burke, Schuyler Jackson,
Carl Zigrosser y Muriel Draper (en cuyo estudio se hicieron muchas reuniones), se
mostraron más reservados, aunque sus obras muestran trazas de la influencia de
Gurdjieff. Herbert Croly, director del New Republic, también siguió la Obra du-
rante un tiempo, pero seguía buscando el viejo grial que uniera la ciencia y la reli-
gión y el ejemplo de Gurdjieff no le fue de gran ayuda.
Croly fue un conservador, una figura pública, preocupado por la renovación
social. En el otro extremo del espectro político estaban Jane Heap y su amiga
Margaret Anderson. Heap y Anderson eran las directoras de la influyente Little
Review. Esta revista radical, fundada por Anderson en 1914 —año dorado de las
revistas literarias— se ocupó al principio de temas políticos y literarios con una
clara orientación izquierdista. Pero cuando Anderson conoció a Heap en 1916, se
ocupó más de temas morales y religiosos. Bajo la influencia de Gurdjieff, los te-
mas públicos desaparecieron totalmente para dar paso a temas privados. Heap era
la personalidad más fuerte, ayudó a Anderson cuando tuvo dificultades y, más o
menos, se hizo cargo de la revista después de la Primera Guerra Mundial. Sus
vínculos con el Prieuré se reforzaron cuando los sobrinos de Anderson, Tom y
Fritz Peters, se alojaron allí después del divorcio de sus padres. El interés de Heap
por el Prieui~é se vio estimulado aún más por su amistad con Georgette Leblanc,
antigua amante de Maeterlinck, convertida en devota seguidora de Gurdjieff. Las
tres amigas fueron las líderes de un grupo lesbiano de la Obra que funcionó en
París durante las décadas de 1930 y 1940 10.
Quizá el miembro más interesante de este círculo de escritores e intelectuales
norteamericanos fue Jean Toomer, una mestiza ma— daptada, cuya única novela
publicada, Cane (1923), causó bastante conmoción. Durante varios años, Toomer
fue la más ferviente seguidora de Gurdjieff, que la empleó para que consiguiera
dinero y prosélitos para la Obra. Mabel Luhan fue una fuente de dinero. Se intere-
10
G. Leblanc, La Machine á Courage, 1947; M. Anderson, The Unknowable Gurdjieff,
Routledge & Kegan Paul, 1962.
252
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
saba por cada nuevo proyecto, charlando vivazmente mientras su marido indio de
aquel momento, Tony, permanecía sentado en silencio. El fracaso de su intento
para que D. H. Lawrence se interesara por Gurdjieff no mermó en nada su entu-
siasmo, en par-te porque estaba encaprichada de Toomer.
Gracias a Toomer, la siempre generosa Mabel llegó a ofrecer su famoso ran-
cho de Taos como lugar para un instituto de Gurdjieff, más 15.000 dólares para
dotar una fundación. Gurdjieff, como era en él característico, rechazó el rancho,
pero cogió el dinero para financiar la publicación de las obras literarias que decía
iba a escribir. Poco después decidió aceptar el rancho, pero ya no estaba en oferta.
Aunque uno de los últimos y más chiflados seguidores de Ouspensky estableció
un instituto en México, es difícil imaginarse a Gurdjieff rodeado de cactus.
Casi todos estos contactos fueron facilitados por Orage, que se quedó como
maestro por su propia cuenta en EE.UU. cuando Gurdjieff regresó a París. Aunque
enseñaba las ideas de Gurdjieff, lo hacía a su manera. Por su carácter, intelectual
autodidacta, apasionado del orden y la coherencia, Orage estaba más cerca de
Ouspensky que de Gurdjieff. De la misma manera que Ouspensky había ordenado
las ideas de Gurdjieff en un sistema de relaciones lógicas con una jerarquía de
conceptos, Orage convirtió la obra de su maestro en un esquema claramente defi-
nido y lo expuso a su grupo 11. Pero, por otra parte, Orage se asemejaba a su maes-
tro en el poder hipnótico de su personalidad y en su tendencia a dominar a los de-
más, fuera por encanto o a la fuerza, aunque le faltaba la grosería del maestro.
Fueron Orage y Ouspensky quienes interpretaron a Gurdieff para el gran público
en la década de 1920.
El papel de Orage iba a ser decisivo cuando los breves días de gloria del Prieu-
ré se vieron interrumpidos de una manera típicamente violenta. En julio de 1924,
poco después de su regreso de América, Gurdjieff tuvo un extraño accidente en la
carretera de París a Fontainebleau. Gurdjieff conducía igual que vivía 12. Siempre
que decidía ir de excursión, se elegía a los acompañantes, se atiborraba el coche
de equipaje y comidas exóticas, y salían para Vichy o Niza a velocidad de vértigo
con Gurdjieff al volante. Se negaba a reducir la marcha cuando lo indicaban las
señales de tráfico o a tener en cuenta la cantidad de gasolina que hubiera en el
depósito. Cuando se quedaba sin gasolina, cosa que siempre ocurría, uno de los
acompañantes tenía que caminar hasta un taller y traerse a un mecánico, porque el
11
Éste es el esquema descrito por el discípulo de Orage, Charles Daly King, en The Oragean
Version (1951).
12
Peters, op. cit., pp. 126-30.
253
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
conductor insistía que se trataba de una avería. Si pinchaba una rueda, se cambia-
ba, pero la rueda pinchada no se reparaba. Cuando las dos de repuesto estaban
inservibles, los siguientes pinchazos había que arreglarlos en route. Cada camino
equivocado, cada avería, exigía una parada para que los pasajeros bajaran y discu-
tieran lo que había que hacer, mientras Gurdjieff dirigía la operación o esperaba
sentado en silencio presenciando la discusión. Cuando llegaban a su destino, inva-
riablemente con todos los hoteles cerrados, ordenaba que alguien llamara al direc-
tor del mejor hotel, a quien Gurdjieff encantaba invitándolo a una copiosa y com-
plicada cena, haciendo brindis interminables y dando propinas excesivas a los
camareros con cualquier pretexto. A los pocos días, el grupo atiborraba de nuevo
el coche y se repetía todo el proceso en el viaje de regreso a Fontainebleau.
En esta ocasión, Gurdjieff viajaba solo. Las circunstancias del accidente nunca
se aclararon ni se aclararán, pero su misma oscuridad es parte importante de la
mitología de Gurdjieff. Era costumbre que, a mitad de semana, el Maestro fuera a
París, donde tenía un piso, dejando el Prieuré a cargo de su fiel y devota señorita
Ethel Merston, una inglesa de origen portugués y alemán-judío, que más adelante
sería discípula de Sri Ramana Maharshi13. Gurdjieff solía llevar en estos viajes a
Olga Hartmann, como acompañante-secretaria, pero el 5 de julio de 1924 volvió
de París solo, disponiendo que Madame de Hartmann regresara en tren a pesar del
calor agobiante del verano. No le dio ninguna explicación de esto, pero los segui-
dores de Gurdjieff estaban acostumbrados a respetar todos sus, caprichos sin pre-
guntar, que es lo que ella hizo. Ni explicó por qué le pidió al mecánico del Prieuré
que revisara con especial cuidado el coche antes de salir, o por qué aquel mismo
día tomó la curiosa medida de conceder poderes legales a Olga14.
Aquella noche se le encontró tendido, bajo una manta, al lado de la carretera y
cerca del coche estrellado, con la cabeza sobre un cojín y, al parecer, gravemente
herido y conmocionado. Por qué estaba allí y no en el coche destrozado, o sim-
plemente despedido a un lado, no se supo nunca. Hay quienes suponen que un
amable viandante he puso el cojín y la manta mientras iba en busca de ayuda.
Otros dicen que un automovilista culpable había puesto cómodo a Gurdjieff antes
de salir huyendo para evitar su responsabilidad en el accidente. Pero otros, entre
ellos el crédulo policía que lo encontró, atribuyeron al Maestro poderes sobrenatu-
rales para arrastrarse en un esfuerzo titánico desde el coche y acomodarse bajo la
13
E. Merston, Talks With Sri Ramana Maharshi, Tirvannamalai, 1963. Véase también Moore,
op. cit., pp. 357-58.
14
Peters, op. cit., pp. 8-12, y OLWMG.
254
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
manta antes de derrumbarse. El mismo Gurdjieff comentó después que «este mal-
trecho cuerpo físico mío se estrelló contra el grueso tronco de un árbol cuando iba
en un automóvil a noventa kilómetros por hora»15.
Llevaron al Maestro al castillo, aparentemente moribundo. Sin su voluntad que
les guiara, muchos residentes del Prieuré cayeron en el desánimo y la apatía. Otros
continuaron sus trabajos, como Fritz Peters, que se había tomado a pecho el man-
dato de Gurdjieff de hacer el trabajo pasara lo que pasara. A sus once años, Fritz
era un niño difícil y solitario; cobró afecto por el propietario del Prieuré en el bre-
ve tiempo de conocerlo y se tomaba todo cuanto él decía con la mayor seriedad.
La tarea que tenía encomendada era segar la enorme extensión de césped del casti-
llo en el menor tiempo posible. Cuando llevaron a Gurdjieff a la casa después del
accidente, Fritz siguió cortando hierba con renovada energía. Se había ordenado
que Gurdjieff permaneciera descansando en absoluto silencio y Madame de Hart-
mann pidió al chico que dejara de segar por el ruido que hacía. Se negó: sus órde-
nes eran cortar la hierba, y es lo que haría sin importar lo que ocurriera. Madame
de Hartmann le advirtió de las posibles consecuencias para el paciente, cuya vida
peligraba si continuaba el ruido; pero Fritz no estaba dispuesto a ceder. Ya domi-
naba su tarea y pronto podría cortar toda la hierba en sólo tres días, tal como Gur-
djieff le ordenó al principio. Hubo un nuevo contratiempo cuando Gurdjieff, que
se iba recuperando, le dijo que tenía que reducir el tiempo de la siega de tres días a
uno. Pese a la nueva dificultad, logró hacerlo. Tal era la influencia de Gurdjieff en
aquellos que lo amaban16.
Sin embargo, hubo quienes se preguntaron si el accidente no había sido una
treta preparada de antemano17. Sospechaban que Gurdjieff, por razones persona-
les, había simulado el accidente y exagerado sus heridas. Pero, si fue así, ¿con qué
propósito? La respuesta puede estar en los acontecimientos que siguieron. El nor-
malmente activo y bullicioso Prieuré quedó en silencio y casi paralizado, con los
discípulos inquietos por lo que les habría ocurrido si el Maestro hubiera muerto.
La realidad es que se recuperó con sorprendente rapidez, un milagro de menor
importancia que él atribuyó a su fuerte constitución y a sus poderes espirituales.
Pero, antes de su completa curación, los discípulos, aún afectados por la apa-
rente vulnerabilidad de su hasta entonces invencible maestro, vieron confirmarse
sus temores de manera inesperada. En septiembre de 1924, Gurdjieff anunció la
15
J. O. Bennett, Gurdjieff, p. 41.
16
Peters, op. cit., pp. 6-8, 11-13.
17
Toomer y Ouspensky creían que Gurdjieff era ajeno al «accidente», aunque debió haber al-
guna otra razón para que ocurriera. Véase también Webb, op. cit., pp. 293-98.
255
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
Aunque el Prieuré siguió funcionando varios años más, sus días de gloria ha-
bían terminado. Señal de ello es que desapareció de las primeras páginas de la
prensa popular con la misma rapidez con que había aparecido. Tras la masiva ex-
pulsión de 1924, se volvió a implantar el principio de comuna cuando ingresaron
unos pocos discípulos. Pero con independencia de lo que significara para ellos,
para Gurdjieff el instituto sólo tenía un interés secundario: un lugar donde los dis-
cípulos sufrían y merodeaban con la esperanza de alcanzar algunas migajas del
banquete esotérico. La atención de Gurdjieff había pasado de la enseñanza a la
escritura.
También influyó en el cambio la crisis económica de la década de 1920. Y
quizá también la muerte de la madre de Gurdjieff, ocurrida en el Prieuré en 1925,
y el cáncer y la muerte de su compañera Madame Ostrowska en 1926. Ambas le
habían animado a que se alejara de su misión pública y llevara algún tipo de vida
privada. Todos en el Prieuré observaron la desolación del maestro por estas pérdi-
das, aunque nada le impidió que, durante la larga y dolorosa enfermedad de Ma-
dame Ostrowska, tuviera un hijo con otra mujer.
También EE.UU. le afectó. La escritura y EE.UU. están indisolublemente li-
gados a la carrera de Gurdjieff durante la segunda mitad de la década de 1920.
Fueron escritores norteamericanos quienes patrocinaron sus ideas y financiaron
sus escritos, y muchos de ellos visitaron el Prieuré. En contacto con tantos escrito-
res, era inevitable que Gurdjieff, siempre dispuesto a aprender de sus experiencias,
se volviera también escritor. El cambio de la enseñanza a la escritura, o mejor
dicho, de enseñar personalmente a enseñar escribiendo, supuso una nueva orienta-
ción, dado su anterior hábito de adaptar su enseñanza a los individuos, porque la
e~critura sólo puede ocuparse de la doctrina general y no de los casos particulares.
Tampoco casaba con su prohibición a Ouspensky y otros de no falsificar su men-
saje al ponerlo por escrito. Es probable que esperara cosas más elevadas de su
propia obra.
256
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
18
Peters, op. cit., p. 95.
19
Webb, op. cit., p. 346.
20
Moore, op. cit., p. 232.
257
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
ruptura total llegó el día en que ella se negó a abandonar a su marido, gravemente
enfermo, para hacer un trabajo sin importancia que Gurdjieff insistía en que hicie-
ra21.
Al final, también el fiel Orage fue despedido. La lealtad de Orage había sido
probada hasta el límite con las continuas exigen--cias perentorias de dinero por
parte de Gurdjieff, su deliberada grosería con los sensibles discípulos norteameri-
canos, tan delicamente cultivados por Orage, y su costumbre de humillarlo tanto
en privado como en público. Fritz Peters recuerda una ocasión en el Prieuré,
cuando fue llamado a la habitación de Gurdjieff y encontró al Maestro como un
poseso, gritando furiosamente a un pálido y tembloroso Orage 22. Hizo una pausa
momentánea para agradecer con una sonrisa encantadora el café que le había traí-
do Fritz, y luego siguió gritando. El episodio hizo que el muchacho se diera cuenta
de las dotes de actor de Gurdjieff, lo mismo que había observado Ouspensky una
década antes. Sin duda, Orage aprendió bien la lección, porque, a pesar de su has-
tío, envió regularmente sus cheques en dólares, aunque, hacia 1929, no sabía si
podía seguir tolerando aquel acoso constante.
Jessie Dwight, que ya era su esposa, sí que no podía. Jessie, que detestaba a
Gurdjieff, pensaba por su cuenta, y esto precipitó la ruptura. Como exigía la sumi-
sión total, Gurdjieff no podía permitir rivales que absorbieran la atención de sus
discípulos. Además, nunca dejó que sus lugartenientes lo abandonaran por propia
voluntad y prefería provocar la ruptura como señal de su propia autoridad. Vuelto
a EE.UU. en el invierno de 1930, pidió de pronto que los discípulos de Orage fir-
maran un documento en el que repudiaban a su maestro y su enseñanza. Orage —
decía el papel— había caído en el mismo error que Ouspensky: su Sistema nada
tenía que ver con Gurdjieff. Era demasiado complicado, demasiado intelectual,
demasiado listo. Pero ni siquiera esta jugada espectacular forzó la ruptura. Las
diversas reacciones de los discípulos pasaron a un segundo término cuando Orage,
que regresó apresuradamente de sus vacaciones en Inglaterra, resolvió la situación
firmando voluntariamente el documento, es decir, repudiándose a sí mismo23.
Magnífico y absurdo como gesto, apenas pasó de eso, pues fue el final de la re-
lación entre ellos, hecha efectiva el 13 de marzo de 1931, la última vez que se
vieron. Orage volvió a la teosofía y al periodismo y, aunque fundó otra revista
21
OLWMG, p. 155.
22
Peters, op. cit., pp. 28-29.
23
Gurdjieff, Lifels Real Only Then: When «1Am», Arkana, 1989, p. 121.
258
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
literaria, el New English Weekly, adoptó la teoría económica del Crédito Social 24
que también obsesionaba a Ezra Pound, y colaboró con revistas ocultistas, el fue-
go se había extinguido. Murió en 1934. Aun así, su familia no escapó del largo
brazo del Maestro. Cuando, después de la Segunda Guerra Mundial, Jessie Dwight
visitó a Gurdjieff en París, quizá con la esperanza de que le explicara su conducta
con su marido, Gurdjieff le contó la historia de un hombre brillante, demasiado
inteligente para captar las verdades sencillas y la hizo llorar 25.
24
Teoría económica propuesta por el comandante C. H. Douglas (1879-1952) basada en la ne-
cesidad de controlar los precios.
25
Webb, op. cit., p. 372.
259
CATORCE
El año 1931 también fue de cambio para Krishnamurti. Marcó la ruptura deci-
siva entre el pasado y el futuro al descubrir que ya casi no podía recordar su infan-
cia y juventud y, sobre todo, su iniciación en la Sociedad Teosófica. Sus amigos
íntimos, a quienes confió el descubrimiento, creyeron que se trataba de un olvido
selectivo y en ocasiones lo sorprendieron refiriéndose a personas y acontecimien-
tos de los años que decía haber olvidado. Fuera fingida o genuina, cabían pocas
dudas de lo que significaba aquella amnesia: Krishnamurti cambiaba su reticente
tolerancia hacia la teosofía por un abierto rechazo. Fue éste un proceso doloroso, y
no sólo para sus antiguos amigos. Desde sus catorce años, el papel y el carácter de
Krishna habían sido moldeados por la Sociedad y sus dirigentes y, consecuente-
mente, su sentido de identidad estaba estrechamente ligado a su relación con la
teosofía. La crisis de una significaba necesariamente la crisis de la otra.
Olvidar el pasado fue una manera de eludir los problemas de Krishnamurti. Pe-
ro alejarse de ellos creaba otros. Desde su primera visita a California en 1923,
Ojai fue cada vez más su hogar, en cuanto esto era posible en un hombre en cons-
tante movimiento y que pasaba largas temporadas en Europa y la India. En 1931,
Ojai se convirtió en su base permanente y lo siguió siendo durante casi treinta
años. Desde ese momento, el Atlántico y el Pacífico lo separarían de sus antiguos
protectores. Con Leadbeater en Australia y Annie Besant cada vez más delicada
de salud en Adyar o en Londres, el Maestro del Mundo pudo llevar una vida pro-
pia en Norteamérica.
No hubiera encontrado un lugar mejor. El clima iba bien para la tuberculosis
de Nitya y el paisaje le recordaba al de la India. El vacío cultural de California
propiciaba también entera libertad para tomar cualquier dirección o no tomar nin-
guna: su mente podía estar tan vacía como el desierto; Y la soledad de las monta-
ñas le ayudaba a escapar de las antiguallas cada vez más extravagantes de la teo-
sofía europea.
Los problemas entre Krishna y sus protectores se venían- gestando desde hacía
tiempo. Su desencanto se produjo tras la Primera Guerra Mundial, con los escán-
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
1
G. S. Arundale, A Fragrnent of Autobiography, Adyar, Kalakshetra, 1940; Personal Memo-
ries of G.S. Arundale, TPH Londres, 1967.
261
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
para la etapa final hacia la divinidad, y a Annie, Wedgwood y los Arundale se les
prohibía que comieran huevos2.
A sus setenta y ochos años, la siempre sugestionable Annie Be-sant estaba
firmemente bajo la influencia de Arundale y, en la inauguración del campamento
de Ommen en agosto de 1925, por sugerencia de él, proclamó no sólo los nombres
de siete apóstoles nuevos (elegidos, por supuesto, entre la elite teosófica), sino
también la fundación de una Religión Mundial con Nuevos Misterios (sin especi-
ficar) y una Universidad Mundial, descrita por Arundale como la reencarnación de
la Universidad de Alejandría3. Nada se dijo de la localización, financiación, per-
sonal docente o habilitación de la universidad. Sin duda, los Maestros se ocupa-
rían de los detalles prácticos y había suficiente cordón azul para los diplomas. Sin
embargo, el presidente se refirió misteriosamente a los Señores de la Faz-Oscura,
que volvían a sus viejos trucos y que, al parecer, querían impedir estos nuevos
proyectos gloriosos e incluso la llegada del Maestro del Mundo.
La señora Besant marchó después a Hungría, de nuevo por orden de Arundale,
en busca del castillo del Conde, acompañada por un grupo formado por George y
Rukmini, Wedgwood y el amiguito polaco de Wedgwood. Arundale había sido
instruido por el mismo conde para que localizara su castillo abriendo al azar una
guía de ferrocarriles. Establecido de esta manera el destino del viaje, el grupo se
puso en marcha. A lady Emily Lutyens y a la señorita Bright, una antigua amiga
de Annie, se les dijo que esperaran instrucciones para reunirse con ellos, y en los
días que siguieron la ilusión y nerviosismo no dejaron pegar ojo a las dos mujeres.
Una semana más tarde, volvieron los viajeros, que no habían pasado de Innsbruck.
Lady Emily nunca había visto a Annie tan agitada y ésta le dijo que las Fuerzas
Oscuras los habían derrotado4, pero también dijo a otro amigo (que había declina-
do ir con el grupo) que él había sido el único sensato de todos.
Leadbeater, naturalmente, estaba disgustado con estos curas turbulentos y con
sus actos, la mayoría de los cuales había prohibido explícitamente en una ristra de
airados telegramas enviados desde Australia, pero Wedgwood y Arundale estaban
ahora fuera de su control. Y no fue el único en enfadarse. Cuando anunciaron los
apóstoles y su propia cuarta iniciación, Krishnamurti ya estaba dispuesto a rebe-
larse contra lo que para él eran mentiras interesadas y cínicas. Se le pidió que con-
2
CITS, p. 32.
3
La señora Besant iba a ser la rectora de la Universidad del Mundo, y Arundale, director. Que
Annie propusiera a Wedgwood como director de estudios, da idea de lo que pensaba de él. Ver
KTYOA, p. 214.
4
CITS, p. 135.
262
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
firmara las iniciaciones de Huizen desde Ojai, donde estaba en aquel momento, y
se negó en redondo. Ocupado como estaba con la salud de Nitya, no tenía tiempo
para tales sutilezas5.
El problema para Krishna era cómo decírselo a Annie, a quien seguía amando
tiernamente. No se atrevía a disgustarla. Quizá se daba cuenta también de la pre-
sión a que estaba sometida por sus consejeros. Sediento de poder, Arundale había
dicho a Annie que era deseo del Maestro que ella renunciara a la presidencia de la
Sociedad en favor de él. Al mismo tiempo, Wedgwood, consciente de la oposición
de Krishna a estos planes, le susurraba a Annie que ni siquiera el Maestro del
Mundo era inmune a las influencias malignas de las Fuerzas Oscuras.
Krishna permaneció impasible ante esta campaña en su contra, aunque, cuando
llegó a Inglaterra en compañía de Raja y Rosalind Wilhiams en octubre de 1925,
vio que había dolido a lady Emily. También estaba enfadada por su rechazo de los
apóstoles y las iniciaciones, en todo lo cual creía ella fervientemente, y dudaba s
era prudente dar tan malas noticias a la señora Besant. A pesar de su ira, Krishna-
murti no se atrevió a hablar con Annie cara a cara. Según un informe, persuadió a
un funcionario de la nueva Universidad Mundial para que le diera la noticia mien-
tras esperaba en un coche fuera de la casa de la señora Besant, método duramente
censurado por críticos posteriores que lo aprovecharon para presentar a Krishna-
murti como deshonesto, débil y evasivo. Al oír que Krishna no aceptaba los sedi-
centes apóstoles ni las iniciaciones, es probable que Anule sacara la lógica conclu-
sión: que su protegido también rechazaba toda la panoplia de los Hermanos, sus
mensajes psíquicos y, por lo tanto, la misma jerarquía teosófica: toda la estructura
de creencias sobre la cual había construido su vida. Era digerir demasiado, y lady
Emily dijo después a Krishna que no creía que la señora Besant hubiera entendido
realmente la mala noticia6. Pero otros observaron que Annie se puso enferma des-
pués de la visita y, a partir de aquel momento, entró en un perceptible y rápido
declive.
Krisna no tuvo tantos reparos en exponer su opinión a Wedgwood y Arundale,
y éstos, a su vez, le insinuaron que estaba arruinando sus posibilidades dentro de
la Sociedad, insinuación que lo ofendió aún más y confirmó sus sospechas. Siguió
siendo circunspecto con Annie, y cuando la vio le sugirió que Arundale era bie-
nintencionado aunque estaba errado. Como ella persistía en referirse a los apósto-
les en las reuniones públicas, Krishna decidió porúltimo que debía hablar con ella
5
KTYOA, p. 236.
6
CITS, p. 137.
263
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
264
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
de un telegrama de Ojai que decía que Nitya tenía la gripe y pedía a sus amigos
que rezaran por él, y del ominoso presagio de un violento temporal a la entrada del
Canal de Suez, el grupo era optimista, pero el 14 de noviembre, poco después de
que George comunicara a Krishna la promesa del Maestro, llegó al baro la noticia
de la muerte de Nitya.
Krishnamurti quedó destrozado. Su hermano no sólo había sido su único
vinculo con la niñez, sino también la única persona con quien había podido hablar
con franqueza y confianza sobre la extraordinaria vida que le había tocado en
suerte. Constantemente rodeado de admiradores, en especial mujeres, Krishna era,
sin embargo, un solitario. La muerte de Nitya acentuó su soledad. Aunque tuvo
otros consejeros y aunque no tardó en decir que Nitya, junto con el resto de su
pasado, no era más que un recuerdo nebuloso, nunca más volvió a intimar con otra
persona.
A pesar de la conmoción inicial, sus amigos obervaron que se tomaba el golpe
con calma. Y, a largo plazo, el desastre no destruyó la creencia de Krishna en su
gran destino. El hecho de que la Hermandad de Maestros no hubiera cumplido su
promesa de proteger a su hermano reafirmó su desconfianza en Arundale y la sos-
pecha de que los Maestros no eran lo que afirmaba la teosofía; pero no debilitó su
creencia en la realidad de los poderes espirituales y en su preferencia por elegirlo
a él. Por el contrario, la muerte de Nitya pareció reforzar su confianza en su pro-
pio destino al cortar su último lazo con su época preteosófica, lo cual, a la vez, le
permitía desligarse de la misma teosofía. El 28 de diciembre, a las pocas semanas
del funeral de su hermano, hablando en la convención de Adyar, tuvo un indicio
de lo que podía ser su destino. Al referirse al Señor Matreya, pasó de pronto de la
tercera a la primera persona y, en lugar de decir «él», dijo «yo». Todos los presen-
tes se dieron cuenta instintivamente de que algo decisivo había ocurrido, que no
era Krishna quien hablaba, sino el Señor Matreya dentro de él7.
O casi todos. Wedgwood y Arundale parece que sólo vierqn un atractivo joven
indio que hablaba con su habitual modo titubeante. Fueron la minoría. Incluso
Leadbeater, que había llegado desde Sydney con su pompa episcopal y un séquito
de setenta personas, ignoró intencionadamente a Wedgwood y Arundale en la
convención, diciendo a Krishna: «Por lo menos tú eres un Arhat» 8. Tenía toda la
razón para estar furioso con sus antiguos amigos, que no sólo se habían divinizado
oficialmente con cinco iniciaciones espurias, sino que se burlaban groseramente
7
La señora Besant narra este momento en The Theosophist, enero de 1926.
8
Citado en Tillett, op. cit., p. 220.
265
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266
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
dad y dudando de su propio papel, ahora que Krishna estaba preparado para asu-
mir su misión (así lo creía ella), volvió a pensar en abandonar la presidencia.
Leadbeater le aconsejó que no lo hiciera. No estaba dispuesto a ceder todo su po-
der al Maestro del Mundo ni admitía la posibilidad de que Arundale fuera elegido
presidente. No era voluntad del Maestro —le dijo a Annie— que dejara ahora su
pesada carga, y Annie se inclinó ante este mandato9.
Krishnamurti, también, afirmaba que estaba cansado de la lucha y hablaba con
lady Emily de convertirse en un sannyasi, un santón errante que renuncia al mun-
do para meditar en temas espirituales10. Al joven, tan nervioso, la idea de renun-
ciar a todo le atraía tanto como a Wedgwood y a Arundale las pasiones mundanas.
Pasaba su tiempo en Ojai, sobre todo en invierno, escribiendo poesía y dedicado a
la contemplación. No había contenido alguno en su contemplación. Al contrario,
dejaba su mente en blanco, un espacio vacío en el cual los poderes universales
pudieran obrar su voluntad11. Krishnamurti pensaba cada vez más de él mismo no
como individuo sino como un recipiente, uno cuya tarea en el mundo no fuera
enseñar, sino ser un medio para los demás, un espejo donde se miraran para des-
cubrir su propia verdad. Esto lo alejó aún más de la Sociedad: si ellos habían he-
cho de él lo que era, entonces no sería nada. Sólo le faltaba un paso para dejar de
ser Vehículo Teosófico y convertirse en recipiente universal.
9
KTYOA, pp. 236 y 266.
10
KTYOA, p. 245.
11
Opinión manifestada con frecuencia por el mismo Krishnamurti. Véase también I. Smith,
op. cit., pássim.
12
Sloss, op. cit., pp. 200, 249, 303, 317. Esta auora dedica una entrada del índice a este tema.
267
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
13
La imagen de la llama es repetitiva. Emily Lutyens lo cita diciendo en 1927: «Soy la llama,
he unido la fuente y el final» (CITS, p.161).
14
«El Maestro del Mundo está aquí» fue también el título de una charla de la señora Besant
dada en 1927 en el campamento Ommen. Hay alguna confusión en si el Maestro del Mundo estaba
siempre «aquí», en el sentido de haber usado a Krishna como vehículo a lo largo de su vida, o si
había llegado en un momento preciso. Hay también dudas sobre lo que «aquí» significa realmente:
¿meramente en posesión de la conciencia de Krishna o manifestado públicamente como tal? La
señora Besant confunde aún más el tema al anunciar la aparición del Maestro del Mundo de varias
maneras y ocasiones.
268
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
eran, pero el dolor de Annie fue mucho más profundo. No era la nueva autoridad
de Krishnamurti lo que temía, ni mucho menos, sino su insistencia en que los
Maestros y el Sendero eran cosas del pasado.
Leabeater adoptó una opinión mucho más sutil, a pesar de la airada queja de
Jinarajadasa por la conducta ingrata de Krishna 15. Leadbeater no sólo aceptó las
palabras de Krishna como prueba de que era realmente el Maestro del Mundo,
sino que lo trató con una nueva reverencia. Prefirió explicar sus diferencias con
Krishnamurti restando importancia al Maestro y haciendo la distinción entre el
sendero místico, seguido por Krishna, y el sendero ocultista abierto a los Inicia-
dos.
Quizá semejante casuística era excesiva para Annie Besant, que siempre había
sido más fuerte en retórica que en lógica. Incapaz de tan sutiles distinciones, con-
tinuó amando a Krishna como individuo en privado y a reverenciarlo como un
gran maestro espiritual en público. Reconocida la defección de Krishna y aceptan-
do que cada individuo debe seguir su propio camino, procedió a inventar todavía
más órdenes y organizaciones. Así, el mismo año en que cerraba la Sección Esoté-
rica en todo el mundo, basándose en que no había necesidad de ella ahora que el
Maestro del Mundo estaba aquí para cumplir su misión, la mujer que una vez se
había opuesto tajantemente al sacerdocio, reformó la Orden de la Estrella para
acomodarla a las nuevas necesidades del Maestro del Mundo, y en un sermón pro-
nunciado en el templo católico liberal de Adyar, anunció la fundación del Día de
la Madre del Mundo y la organización y revista de la Madre del Mundo.
La Madre del Mundo era ya el colmo del absurdo teosófico. Viéndolo así, los
periódicos pronosticaron el inminente nacimiento de un Padre del Mundo, un Be-
bé del Mundo y una Tía Abuela del Mundo. Annie y George destinaron el papel
de Madre del Mundo a Rukmini Arundale, de quien se decía que era la represen-
tante de la Madre en la Tierra, probablemente porque, a pesar de sus iniciaciones y
honores, todavía no ocupaba un puesto suficientemente importante en la Sociedad.
Consciente del ridículo que había provocado, Rukmini abandonó pronto y en si-
lencio la aventura, y más tarde explicaría a uno de los biógrafos de Annie Besant
que todo el asunto había sido un malentendido16. Lady Emily sí se lo tomó en se-
rio, lo cual es curioso si se tiene en cuenta que luego admitió que había descuida-
do a sus seis hijos, pero quizá la anomalía dé la medida de cómo la teosofía había
15
Jinarajadasa olvidaba que sólo pocos meses antes había aceptado la pretensión de que todo
cuanto importaba en la Sociedad y en la Iglesia Católica Liberal era prepararse para la llegada del
Maestro del Mundo.
16
Tillett, op. cit., p. 311. Pero también Nethercot, op. cit., pássim.
269
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
absorbido por completo su vida. Esta vez fue con el Templo de la Rosacruz, el de
siempre, pero mejorado: como ella era madre, podía tomar parte. Escribió un libro
titulado La llamada de la Madre y quiso poner en marcha la liga de la maternidad.
Se imaginó a sí misma como una madre abadesa al frente de una orden sagrada,
con la ventaja adicional de «llevar una especie de hábito de monja que me sentara
bien, de modo que no tuviera que preocuparme más por mis vestidos» 17. No pudo
ser. Después de un número de la revista Madre del Mundo con unos pocos artícu-
los de Annie y Leadbeater, se olvidó todo el asunto.
En medio de su confusión, Annie todavía sabía sacar dinero. Dispuso giras de
conferencias en EE.UU. para Krishnamurti y ella, cobrando hasta mil dólares por
charla. También se deleitó recorriendo Europa en un pequeño aeroplano, dando
charlas en cada escala18. A pesar de las luchas internas, el dinero seguía entrando
en la Sociedad mediante donaciones, legados, suscripciones, venta de publicacio-
nes e inversiones prudentes. Tanto Annie como Krishna atraían a admiradores
ricos dispuestos a gastar su dinero en los gastos diarios o en proyectos ambiciosos,
como escuelas. En 1927, la Sociedad poseía doscientas hectáreas en Ojai; casas en
Wimbledon; escuelas, colegios y otros terrenos en Inglaterra, EE.UU. y la India,
además de la creciente propiedad de Adyar. El mismo Krishnamurti ganaba mu-
cho dinero. Aunque afirmaba que había rechazado una oferta de 5.000 dólares
para representar el papel de Buda en una película muda (oferta que le hizo presu-
mir al final de su vida que hubiera podido ser una estrella del cine), sus escritos
empezaban a producirle grandes beneficios, tantos, que se decidió que había que
tomar las medidas financieras adecuadas para encauzar el flujo de dinero. Se tra-
taba también del futuro de Krishnamurti. Aunque disponía de la renta anual de
500 libras de la señorita Dodge, que cubría sus necesidades personales, no era
suficiente para pagar sus viajes por todo el mundo o la inversión necesaria para
publicar sus charlas y poesías.
El problema lo resolvió Rajagopal, su antiguo rival y ahora íntimo amigo,
además de consejero y administrador después de la muerte de Nitya. Hombre de
talento, graduado con brillantez en Cambridge, se hizo cargo gradualmente de la
Orden de la Estrella de Oriente y de los diversos negocios y empresas editoriales
que surgieron de las charlas que daba el Maestro del Mundo. También organizaba
17
CITS, pp. 135-36.
18
Sobre la extraordinaria energía de Annie en su ancianidad, véase A. Taylor, op. cit., pp. 322-
25.
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19
Sobre las finanzas de Krishnamurti, véanse KTYOA y Sloss, op. cit., pássim. La información
referida a la compleja organización financiera de KWINC está disponible en los registros del Con-
dado de Los Angeles y en los archivos de la Fundación Krishnamurti de EE.UU.
271
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
los animales cada vez más abundantes, o jugaba con Radha. Las lujosas vacacio-
nes del pasado dieron paso a una vida más espartana aunque todavía idílica.
Pero Krishnamurti también pudo seguir su trabajo en Ojai. La soledad del valle
favorecía la meditación y la escritura, al tiempo que su proximidad a Los Ángeles
le permitía alguna vida social. También era el lugar ideal para campamentos de
verano al estilo de Ommen. El pequeño terreno comprado por Besant se había ido
agrandando y la Sociedad ya poseía una propiedad de tamaño medio en el valle, y
allí celebró la Orden de la Estrella su reunión anual en 1928. Los campamentos de
Ojai se abrieron al público en 1930. Su importancia aumentó en 1931, año en que
el castillo Eerde fue devuelto al barón Van Pallandt, que se había casado y tenía
un heredero. Aunque los campamentos continuaron en Ommen hasta 1939, Ojai
era ahora el foco de atención de Krishnamurti.
Fueron muy oportunos los arreglos financieros que se habían hecho, porque la
ruptura entre Krishna y la Sociedad era inminente. En 1928 hubo una reunión tu-
multuosa en Ommen, en la cual Krishna amenazó con disolver la Orden de la Es-
trella si sus dirigentes insistían en tener el monopolio de la verdad. A pesar de eso
y de las crecientes disputas en el seno de la Sociedad, Anule aceptó en público la
doctrina de Krishna sobre la diversidad de la verdad, aunque, irónicamente, el
texto de la Bhagavadgita que eligió para cerrar su discurso («La humanidad viene
a mí por muchos caminos») señala expresamente la metáfora teosofista del Sende-
ro, que Krishna negaría al año siguiente.
20
Casi todo el discurso está reproducido en CITS, pp. 172-74 y KTYOA, pp. 272-75.
272
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21
CITS, p. 75.
273
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22
CITS, pp. 186-88.
274
QUINCE
VIDAS PRIVADAS
1
Véase capítulo 11, nota 10.
2
Para la Peace Pledge Union [Unión en Defensa de la Paz], véase capítulo 17.
276
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
3
Con esto no se dice que Hitler no tuviera tiempo para temas espirituales. Por el contrario, es
bien conocida su afición por el ocultismo y sus consultas a astrólogos oficiales en los últimos años
de su régimen antes de tomar decisiones importantes. Otros dirigentes nazis estaban en relaciones
con escuelas ocultistas de diversos tipos: Hess, durante algún tiempo, cultivó el steinerismo y Ro-
senberg estaba interesado en Gurdjieff. En general, la mitomanía de los nazis puso de relieve las
connotaciones arias del reciente ocultismo europeo. Wagner facilitó un útil punto focal para ambas
partes. La pasión de Hitler por Parsifal rivalizaba con la de Steiner, aunque sacó conclusiones
diferentes, porque para él la ópera no era la representación simbólica del misticismo cristiano sino
la celebración del sacrificio por una alta causa racial.
4
Webb, op. cit., p. 389.
5
Moore, op. cit., p. 249.
277
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
por una bagatela era la victoria característica del impulso sobre la prudencia, tam-
bién daba a Gurdjieff la oportunidad de presentar lo ocurrido como otro salto
triunfante sobre lo desconocido. Al desprenderse del castillo de esta manera apa-
rentemente humillante, demostraba su capacidad para sacar provecho espiritual de
la adversidad imprevista y del sometimiento a las circunstancias materiales, exac-
tamente lo que enseñaba a los demás.
Aunque menos espiritual, lo más probable es que estuviera aburrido y cansado.
Los discípulos que le quedaban observaron que había perdido la forma física y
emocional: obeso, envejecido, aburrido, apático y con frecuencia irritable. La edad
era un problema, el dinero otro, pero el principal enemigo era con casi toda segu-
ridad el tedio. Gurdjieff necesitaba a sus discípulos, tanto como ellos a él, para
combatir la monotonía de la vida. Pero, ahora, hasta la escenificación de lo inespe-
rado se había vuelto repetitiva.
Pero todavía alentaba el viejo fuego. Una mujer americana, desconocida para
el Maestro, sintió que incluso su mirada desde una mesa vecina del restaurante
excitaba su «centro sexual» como nunca, un incidente que satisfacía sobre todo su
afición a ofender el pudor de los norteamericanos6. En otra ocasión, un grupo de
ricos y respetables neoyorquinos que comían con Gurdjieff, se sintió escandaliza-
do al oírle un recital de sus historias más obscenas, generosamente adornadas con
palabras de cuatro letras. Sin embargo, poco a poco, los comensales sucumbieron
a su poder de sugestión y se entregaron a una orgía bajo la batuta de Gurdjieff,
que la interrumpió brutal y humillantemente con una arenga sobre la esclavitud
que el instinto sexual ejerce sobre todos los norteamericanos7.
El episodio de la orgía es característico de la necesidad sádica de Gurdjieff de
mantener a sus discípulos constantemente alborotados y, en general, de épater les
bourgeois. A mediados de los treinta, una noche que tenía que viajar en tren de
Nueva York a Chicago con su antiguo discípulo Fritz Peters, casi vuelve loco al
pobre joven, primero al pedirle que atrasara la salida del tren para poder despedir-
se de la habitual muchedumbre que le deseaba buen viaje, luego despertando a
todo el mundo en el tren con su ruidoso avance por el pasillo mientras buscaba su
cabina. Una vez en ella, el Maestro siguió hablando, fumando, bebiendo y co-
miendo quesos apestosos durante casi toda la noche, causando tanto alboroto que
el mozo y el revisor amenazaron con echarlo del tren en la siguiente parada. Con-
vencido por fin de meterse en la cama, llamó varias veces al mozo con diversas
6
Peters, Gurdjieff Remenbered, Wildwood House, 1976, p. 228.
7
Peters, op. cit., pp. 202-6.
278
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
8
Peters, op. cit., pp. 207-10.
9
Peters, op. cit., pp. 186-91.
279
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
10
Frank Lloyd Wright, Wisconsin State Journal, 3 de noviembre de 1951, sección 2. También
R. C. Twombly, «Vida orgánica…», Wisconsin Magazine of History, Invierno de 1974/1975.
11
Peters, op. cit., pp. 219-28.
280
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
pero seguramente esta vez se dio cuenta de que los hados no estaban a su favor.
En lugar de aceptar lo que los posteriores prisioneros de los campos de concentra-
ción llamaron hospitalidad de Stalin, volvió a la aburrida seguridad de su piso en
París.
Desechados los viajes americanos y los sueños rusos, París siguió siendo el
centro de las actividades de Gurdjieff, donde, como si fuera un imán, atrajo a un
grupo de norteamericanos. Vivía en un apartamento diminuto de la calle Labie,
pasando casi todo el tiempo en sus cafés favoritos. Su primera publicación tuvo
lugar en 1933, un horrible panfleto titulado El Heraldo del Bien venidero, que fue
efectivamente el heraldo de varios libros importantes. Trabajó en ellos en su «ofi-
cina» del Café de la Paix, donde contemplaba el mundo desde una banqueta, be-
biendo cantidades enormes de café y armañac y, como en una parodia de lujo
proustiano, regalando a los camareros montones de caramelos y fruta azucarada
(una costumbre de toda su vida). Algunas veces atendía a sus discípulos en el café.
Abandonó el modelo de las reuniones numerosas y los complicados ejercicios
gimnásticos y se limitó a enseñar a individuos y grupos pequeños, en particular a
un francés que fue seguido de inmediato por su más leal lugarteniente, Jeanne de
Salzmann, y una pandilla pequeña, aunque influyente, de extranjeros, encabezada
por Jane Heap. Carente del atractivo del Prieuré, este período de enseñanza íntima
fue quizá su logro más valioso.
Jeanne Matignon de Salzmann vivía en Sévres con un grupito de discípulos, en
una versión en miniatura del Prieuré. Puso sus discípulos a disposición de Gurd-
jieff, al igual que hicieran antes Ouspensky y Orage. La relación de Gurdjieff con
Madame de Salzmann se reforzó después de la muerte del marido, a pesar del des-
agradable y oscuro episodio en el que Gurdjieff rechazó brutalmente a su viejo
camarada, negándose a visitarlo durante su enfermedad final. Esta historia es un
curioso paralelismo de su reláción con Madame Ouspensky, que mejoró especta-
cularmente después de la muerte del marido. Aunque la causa de su riña con
Salzmann se desconoce, debió de ser tan virulenta que en su fantástico libro Los
cuentos de Belcebú, Gurdjieff llama salzmanino12 a un gas letal que invade el uni-
verso.
Con todo, fue Salzmann quien terminó por romper las barreras entre Gurdjieff
y los franceses, cuando le presentó a principios de los años treinta a René Daumal.
Durante su corta vida, Daumal fue uno de los más entusiastas seguidores de Gurd-
jieff, pero el encuentro tuvo una significación que excedió lo personal. Hasta el
12
Moore, op. cit., p. 229.
281
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
final de la década, casi todos los discípulos de Gurdjieff habían sido norteameri-
canos y británicos. En los años siguientes y, sobre todo, después de la muerte de
Daumal, se convirtió en la propiedad celosamente guardada de los intelectuales
parisinos que hasta entonces lo habían despreciado.
Nacido en 1908, Daumal se ganaba mal la vida haciendo traducciones. En
1928, con unos amigos, entre ellos el novelista Roger Vailland13, fundó la revista
literaria Le Grand Jeu, dedicada al ideal mallarmeano de buscar lo Absoluto me-
diante la poesía. Los fundadores de la nueva revista proclamaron su creencia en
milagros y publicaron un manifiesto casi existencialista, en el cual afirmaban que
todo debe ponerse en cuestión en cada momento. En efecto, cuando se trata de lo
Absoluto no puede haber medias tintas. Daumal se sintió atraído especialmente
por el rigor de su nuevo maestro. Su novela inacabada, Mont Analogue recuerda a
Encuentros con hombres notables del propio Maestro. La novela —si se la puede
llamar así— trata de un grupo de exploradores que buscan una montaña desde
cuya cima el universo parece totalmente diferente. Escalar la cumbre exige un
esfuerzo sobrehumano: la recompensa es una nueva perspectiva ciertamente
inimaginable. La obra de Daumal sintetiza así el ocultismo del Asia Central con
los sublimes vapores del simbolismo francés, un parnasianismo a gran escala.
Salzmann y Daumal le llevaron dos grupos franceses interrelacionados. Un
contingente de norteamericanas expatriadas estaba dirigido por Jane Heap y Mar-
garet Anderson, ahora pertenecientes a un círculo lesbiano en el que figuraban las
escritoras Djuna Barnes y Janet Flanner14, sus amigas Solita Solano y Louise Da-
vidson, y Georgette Leblanc, una figura de los prerrafaelitas que se movía con
igual soltura en el mundo esotérico y entre la gente demi-mondaine. La influencia
de Gurdjieff sobre estas mujeres apoya la opinión de quienes afirman que su poder
consistía en gran medida en su magnetismo sexual. En cualquier caso, no fue cier-
tamente su encanto viril, en el sentido normal del término, lo que les afectó.
La novelista norteamericana Kathryn Hulme se unió al grupo Heap-Anderson
en 193315. Hulme había conocido a Gurdjieff años antes, cuando viajaba por Fran-
cia como acompañante de una rica modista. Conoció a Barnes y Flanner en una
reunión con Jane Heap, que ahora pasaba mucho tiempo en París y, a su vez, Heap
13
Más adelante marxista y autor de por lo menos una novela de mérito, The Law [La LoiJ,
trad. de P. Wiles, Eland Books, 1985.
14
La novelista norteamericana Djuna Barnes (1892-1982) publicó su única novela famosa,
Nightwood, en 1936. Janet Flanner (1892-1978) escribió desde 1925 y durante cincuenta años su
sección «Carta de París» en el New Yorker bajo el pseudónimo de Génet.
15
La novelista norteamericana Kathryn Hulme.
282
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
16
K. Hulme, Undiscovered Country, Muller, 1967, p. 74.
283
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
17
M. Anderson, op. cit. Todas las citas de este párrafo están tomadas de ese librito.
284
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
18
Para una narración vivaz de la vida de Gurdjieff en esta época y, especialmente, de su cele-
bración de la Navidad, véase Hulme, op. cit., pp. 85-133.
285
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
ejercía tal atracción sobre quienes lo rodeaban y creaba para ellos un universo tan
completo donde vivir, que, para sus devotos, alejarse de él significaba una trage-
dia. Conseguía que el resto del mundo —la demás gente, el pasado, la vida ordina-
ria— pareciera irreal, mientras que su propia presencia estaba impregnada de la
intensidad visionaria de lo verdaderamente auténtico. Al mismo tiempo, era la
vida de Hulme con Gurdjieff la que, en otro sentido, le parecía a menudo irreal,
por estar tan alejada de aquel otro mundo al cual ambos sabían que terminaría por
volver.
El resultado era que Gurdjieff —deliberadamente o no— hacía que sus discí-
pulos fueran dependientes al incorporarlos a su vida; luego despreciaba su depen-
dencia mientras les exigía lealtad absoluta. Era, pues, maestro liberador y padre
posesivo, dios creador y demonio destructivo. Esto podía provocar conflictos into-
lerables entre los discípulos: bajo su presión, todos, salvo los más fuertes, tendían
a desplomarse, sobre todo después de separarse de lo que Hulme llama el campo
magnético de Gurdjieff. Cuando esto ocurría, las consecuencias podían ser bruta-
les. Wendy dejó la Obra después de caer gravemente enferma en EE.UU., dejando
que Kathryn Hulme volviera sola a París en 1938. Su maestro reaccionó borrando
el recuerdo de su antigua admiradora. Después de tratar una vez del asunto con
Hulme, el Maestro se limitó a añadir:
«Y de ella, no hablaremos más»19. Aunque molesta por su lealtad a los dos y
por la crueldad de Gurdjieff, Hulme no dudó en preferir su maestro a su vieja
amiga. Cuando abandonó París en 1939 y se vio separada de él por la guerra y el
Atlántico, se sintió como si la hubieran expulsado del paraíso.
19
Hulme, op. cit., p. 162.
286
DIECISÉIS
PECADORES
La persona de quien sobre todo «no hablaba» Gurdjieff en estos años era, por
supuesto, Ouspensky. También él estaba excluido del paraíso, en permanente exi-
lio de la felicidad que había atisbado en 1915 1. Prosperó en otros aspectos, a me-
dida que aumentaban sus seguidores en el período de entreguerras, pero su melan-
colía aumentó con los años. Iniciaba grupos, fundaba casas en el campo, daba con-
ferencias, pero todo era lo mismo. Era el problema de haber formulado un siste-
ma: ¿qué puede hacerse sino repetirlo? Y aunque ahora llevaba una vida cómoda,
incluso lujosa, le faltaba el elemento que proporcionaba Gurdjieff: el riesgo.
A Ouspensky tampoco le gustaban los ingleses. En efecto, encarnaban su pro-
blema. Aunque, después de las calamidades pasadas en Rusia y Turquía, gozaba
de la vida fácil y ordenada de la clase media inglesa, le parecía deprimente la vida
muelle y la falta de curiosidad intelectual. En uno de sus libros, Ouspensky obser-
va que el sentido de la vida estriba en la búsqueda de un propósito, no en el propó-
sito en sí. Para él, la búsqueda se había terminado. Respondió al fracaso con la
aceptación agradecida de la indiferencia inglesa y buscó en la botella un alivio
para la monotonía de su vida.
Tampoco le ayudó su esposa. Aunque abandonó a Gurdjieff en 1929 para re-
unirse con él en Inglaterra, a mediados de la década de 1930 hacían vidas inde-
pendientes y Madame Ouspensky ya era maestra por derecho propio. Según mu-
chos discípulos, era más parecida por su carácter a Gurdjieff que a su marido:
fuerte, de espíritu generoso y modales dominantes. En el otoño de 1935, Sophia
Grigorievna dejó Londres y se estableció en una casa rural, Lyne Place, Virginia
Water, que los fines de semana se convertía en una especie de Prieuré, donde los
residentes se unían a los discípulos que venían de Londres los sábados y trabaja-
1
Hay indicios de que el exilio de Ouspensky no fue como parece. Algunos discípulos fanta-
searon que él y Gurdjieff estaban de acuerdo en dar la impresión de estar separados para provocar
una tensión creativa entre sus seguidores. Esto se apoya en el hecho de que Ouspensky siguió
visitando el Prieuré hasta su ruptura final con Gurdjieff en 1931.
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
ban en la casa y el jardín bajo la dirección de una castellana cuya lengua viperina
era temida y obedecida.
Al principio, Ouspensky prefirió quedarse en la ciudad, aunque terminó por
acostumbrarse a vivir como un señor rural, porque Virginia Water no era-todavía
el suburbio que es hoy. En 1939, más de cien personas se reunían los fines de se-
mana en Lyne para asistir a conferencias y coloquios 2. Ouspensky pudo por fin
satisfacer su pasión por los animales, caballos y gatos en especial. Pero, a pesar
del régimen espartano de Madame Ouspensky, se fue hundiendo cada vez más en
la depresión. El aburrimiento era ciertamente una de las causas, la bebida, otra;
pero, como demostrarían los acontecimientos posteriores, sólo eran los síntomas
de su enfermedad. El problema real era el sentimiento creciente de confusión y
fracaso, que la serena seguridad de su esposa sólo podía exacerbar.
Porque Ouspensky siempre había vacilado entre el deseo apasionado de creer
en la enseñanza de Gurdjieff y el escepticismo inevitable acerca de la misma. Ha-
bía ocultado al público su indecisión tras la frialdad de sus modales. Pero ahora
sus dudas empezaban a extenderse. Se preguntaba si el mismo Sistema, que duran-
te tanto tiempo había sido su base sólida, no era tan dudoso como su transmisor.
Al principio no dio a conocer sus dudas, pero proyectaron su sombra al final de su
vida, una sombra acentuada por su esposa. Después de tantos años de reverenciar
y resistirse simultáneamente a Gurdjieff, se encontraba en una situación similar
vis-úvis Madame Ouspensky, difícilmente una compañera agradable a su edad. Se
pasaba mucho tiempo en la sala de estar, a solas o con sus discípulos sentados en
respetuoso silencio, consumiendo cantidades increíbles de vino blanco y vodka,
recordando el pasado y criticando mordazmente los defectos de sus discípulos.
2
Bennett, op. cit., p. 173.
288
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
secreta, escondida, aparte. Como vio Blavatsky, su transmisión —que debe ser
inteligible para el acólito, aunque oculta a la mirada profana— está, por lo tanto,
llena de dificultades. Quizá la peor de estas dificultades sea el intento de convertir
la enseñanza ocultista en una misión pública, un intento que lo más probable es
que se vea comprometido por malentendidos y acusaciones de fraude. Nadie luchó
más seriamente —o más cómicamente— con este problema que el capitán J. G.
Bennett, antiguo miembro del Servicio Secreto británico, que luego combinó es-
trafalariamente las funciones de maestro espiritual e ingeniero de minas. La vida
de Bennett encarna el principio de Gurdjieff de que el hombre auténticamente
espiritual no se retira del combate para sumirse en la contemplación, sino que bus-
ca las oportunidades de autoobservación y sufrimiento intencional en todas las
circunstancias que se le presentan. Pero, aunque Bennett llevó una vida que puede
considerarse pública en dos sentidos, llegando a ser una figura prominente en los
negocios y en la religión alternativa, y aunque era encantador, educado y gregario
en sus modales, él se tomaba a sí mismo como una figura esencialmente privada e
incluso torturada, para quien los caminos paralelos de su vida encarnaban el dolo-
roso dilema de tener que elegir continuamente.
Después de dejar el servicio, Bennett pasó los primeros años de la década de
1920 pidiendo la devolución de las extensas tierras de la depuesta familia real
osmanlí, incluidas las de las ocho viudas del sultán, cuyas propiedades, confisca-
das por el nuevo gobierno republicano turco, cubrían grandes superficies de la
costa mediterránea3. Gran parte de esta costa estaba ahora bajo el control o la in-
fluencia de los británicos. Como antiguo representante del gobierno británico y
profundo conocedor del Oriente Medio de la posguerra, donde los negocios esta-
ban dominados por los sobornos y la política por los agentes secretos, Bennett
reunía las condiciones idóneas para el trabajo. Lo persuadió para que se hiciera
cargo del asunto el dentista de la familia real, un apasionado realista que lo tuvo
una tarde de 1921 en el sillón de operaciones durante casi dos horas, con el pretex-
to de sanarle un absceso, mientras lo convencía para que ayudara a la numerosa
familia del sultán y del depuesto y corrupto príncipe a recuperar sus propiedades.
Bennett tomó como socio para esta empresa —que de tener éxito les reportaría
una gran fortuna— al financiero y hombre de negocios John De Kay, amigo de la
señora Beaumont y del príncipe Sabeheddin. El plan era que Bennett se ocupara
3
Witness, pp. 85-170, es la fuente principal de las páginas que siguen. Este perfil de la carrera
de Bennett me lo confirmó la señora Elizabeth Bennett antes de morir. Sin embargo, los archivos
del Foreign Office dan una imagen muy diferente. Véase PRO FO 370, pássim.
289
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
4
William Jennings Bryan (1860-1925) se presentó a tres elecciones presidenciales como can-
didato demócrata, en 1896, 1900 y 1908. Bennett se refiere a una: No he podido establecer cuál.
290
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
5
Archivos del FO, expediente 12179.
291
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
mo que habían formado parte del Imperio Turco y ahora estaban bajo control bri-
tánico. Pero fue demasiado tarde. La combinación de fraude y socialismo no le
granjeó las simpatías de la administración conservadora norteamericana. Llegado
a Inglaterra, fue detenido y encarcelado a petición de las autoridades americanas y
fue extraditado a EE.UU. para ser juzgado. Aunque el caso acabó por ser sobre-
seído por falta de pruebas, De Kay se pasó muchos meses en prisión y su socio no
volvió a verlo. La reclamación del príncipe quedó aplazada en espera de que Ben-
nett pudiera encontrar nuevos respaldos para formar otra compañía.
Esto fue sólo el principio de sus dificultades. Bennett estaba ahora escaso de
dinero, aún más que si nunca hubiera conocido a De Kay, inclinado a hacer extra-
vagantes promesas de apoyo ecónomico que luego no cumplía. Siguió la reclama-
ción de los herederos turcos en Grecia (donde se casó con la señora Beaumont en
1925). Allí, convencido por sus asociados de que obtendría un rápido reconoci-
miento de las pretensiones del príncipe si prometía desarrollar algunas zonas de
las tierras reclamadas, se unió a Nico Nicolopoulos, que ya había trabajado para él
y para Compton Mackenzie en el Servicio Secreto británico. Nicolopoulos, un
muchacho atractivo, dado a las mentiras, las bravatas y actos de verdadero valor,
se ofreció a ayudar reuniendo las ampliamente dispersas escrituras de propiedad
de la tierra, casi toda ella repartida entre numerosos propietarios de parcelas.
Nicolopoulos no fue muy escrupuloso en sus métodos y sucedió lo inevitable.
En marzo de 1928, Bennett fue detenido y encarcelado, acusado de falsificar las
escrituras. Pudo arreglárselas para escapar de la fétida celda donde fue encerrado
con asesinos y prostitutas tomando yodo para fingir apendicitis (Bennett cuenta
que tuvo que tomarlo dos veces, porque el médico de la prisión no lo advirtió la
primera vez). Nicolopoulos, que también fue encarcelado, murió en la prisión, sin
duda a causa de los malos tratos. Bennet fue sometido a juicio, y aunque salió
libre por falta de pruebas, la dilación sufrida puso fin a su trabajo para Abdul Ha-
mid Estates Inc.
Pero este absurdo episodio fue también el inicio de la larga carrera minera de
Bennett. Durante el juicio lo visitó un tal Dmitri Diamandopoulos, un ingeniero
que le explicó que él, Bennett, era víctima de una conspiración política. Diaman-
dopoulos, que había quedado impresionado por la conducta de Bennett ante el
tribunal, era dueño de una mina de carbón bituminoso en las montañas, a un cen-
tenar de kilómetros al oeste de Salónica, pero no tenía el capital necesario para
explotarla. Le ofreció a Bennett el cincuenta por ciento de participación a cambio
de su ayuda financiera para extraer el carbón. Bennett aceptó. Una vez salido de la
cárcel regresó a Inglaterra y se asoció con James Douglas Henry, ingeniero de
292
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
293
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
nes del Prieuré, donde las moscas eran dueñas de la cocina y el médico que trataba
a Bennett tenía las manos sucias. Después de cubrir la cocina con papeles mata-
moscas, pensó que había que tomar medidas más enérgicas y se llevó a su amigo a
París para que se recuperara.
Bennett abandonó a Gurdjieff y empezó a asistir en Londres a las reuniones de
Ouspensky. Fue poco antes de que Ouspensky, en 1924, dijera a sus discípulos
que tenían que elegir entre él y Gurdjieff, afirmando que, aunque Gurdjieff era un
hombre extraordinario con grandes posibilidades, estas posibilidades podían ser
tanto para el bien como para el mal. Parece que Ouspensky había cambiado de
parecer desde que hablara con la señora Beaumont unos meses antes, porque aho-
ra dijo a sus discípulos que los dos lados de Gurdjieff, el bueno y el malo, estaban
en guerra y que la batalla podía decidirse en cualquiera de los dos sentidos. Mien-
tras duraba, debían alejarse de Gurdjieff.
Bennett siguió este consejo y fue un miembro destacado del grupo de Ous-
pensky en la década de 1920. En West Kensington, se esforzó en la conciencia
objetiva, el autorrecuerdo y el trabajo en sí mismo, y soñó con establecer un insti-
tuto propio que investigara la quinta dimensión. Como hemos visto, fundar institu-
tos era una epidemia. Bajo la influencia de Bennett, hasta De Kay hablaba de es-
tablecer una escuela llamada Intellectus et Labor para promover los ideales de la
II Internacional Socialista (y, presumiblemente, los servicios secretos alemanes).
El polifacético Bennett, que nunca hacía las cosas a medias, estudió también sáns-
crito y recibió lecciones de pali, el idioma de las escrituras budistas, de la esposa
de un distinguido erudito oriental, una tal señora Rhys Davies, que decía ser la
reencarnación de una monja budista.
Los negocios afectaron su vida espiritual cuando descubrió, al regresar a Lon-
dres, después del juicio de 1929 en Grecia, que Ouspensky había roto sus relacio-
nes con él. La causa fue un telegrama que Ouspensky le envió mientras esperaba
el juicio, que decía «Simpatía para Bennett bajo las 96 leyes», refiriéndose a la
teoría de Gurdjieff sobre las limitaciones planetarias bajo las cuales viven los
hombres. La policía griega encontró este mensaje siniestro cuando registró la casa
de Bennett y, sabedora sin duda de su trabajo en el servicio secreto, lo entregaron,
junto con otros papeles, a la embajada británica. El resultado fue que el Foreign
Office llamó a Ouspensky y lo sometió a un interrogatorio sobre su posible simpa-
tía por los socialistas británicos y los bolcheviques rusos, que para muchos del
Foreign Office eran lo mismo. Desconcertado y furioso, excomulgó inmediata-
mente al ausente Bennett. Y no sería la última vez.
294
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
295
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
6
Bennett, op. cit., pp. 173-74, 189.
296
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
lind, una vez madre, con el esposo ausente y una hija a la que Krishna trataba co-
mo suya, estaba preparada —o al menos así se cuenta— para convertirse en aman-
te de Krishna. Fueron castos en los primeros días de su amistad, vigilados por una
prensa siempre en busca de la noticia sensacional del mesías negro y la «bomba
rubia». Ahora las circunstancias favorecían la situación. Si hubo una aventura, se
mantuvo con facilidad en secreto en la pequeña y alejada comunidad de Ojai, aun-
que algunos de los antiguos amigos de Krishna y la familia de Rosalind tenían sus
sospechas. Pero Krishna siempre había necesitado el apoyo y la amistad íntima de
las mujeres y muchos pensaron que ahora se trataba de la versión repetida de sus
relaciones con Annie, Emily y otras.
Si Krishna y Rosalind fueron amantes, ellos y Raja mantuvieron una situación
ciertamente delicada durante treinta años. Y es difícil ver cómo los tres concilia-
ron semejante situación con la misión pública de Krishna. Porque, aunque
Krishnamurti ya no era teosofista, existía el supuesto tácito de que nunca se casa-
ría —mucho menos que fuera adúltero- para cumplir con su destino espiritual. Al
menos es lo que continuaban creyendo sus seguidores. La hija de Raja dispensa a
sus padres de cualquier responsabilidad en cuanto a engaño deliberado. Para ella
no hay la menor duda de que el culpable fue Krishna. Y aunque rinde tributo al
amoroso cuidado que él tuvo con ella de niña, lo pinta como un monstruo de fal-
sedad y egoísmo que sometía a todos a su voluntad y decía cualquier mentira para
salvar su reputación.
Estos defectos afectaron a todo en su vida, desde lo trivial a lo serio. Por ejem-
plo, cuando Krishna no acudía a un acto que Raja había organizado para él, Raja
era el culpable. Se podría achacar semejante conducta a distracción o candidez,
pero, ¿qué pensar de cuando Rosalind quedaba embarazada de Krishna, que no
sólo le decía que debía abortar, sino que, además, dejaba que ella arreglara los
abortos por su cuenta? Radha también acusa a Krishna de grave deslealtad con
Annie Besant, con Leadbeater y con la Sociedad Teosófica, contrastando esta trai-
ción con el permanente respeto de su padre por el pícaro y anciano Obispo y sus
buenas relaciones con Adyar. En el libro de Radha, Krishnamurti es un Harold
Skimpole místico, una especie de santo infantil para los de fuera mientras Raja y
Rosalind soportaban su vanidad, su fantasía y sus mentiras patológicas, sin rega-
tear un ápice de lealtad al hombre que traicionaba a los dos.
Cuesta de creer este relato, aunque sólo sea porque los Rajagopal difícilmente
pueden ser excusados por permitir durante casi treinta años la situación que su hija
describe, a menos que fueran venales, perezosos, estúpidos o increíblemente cán-
didos, defectos que ninguno de los dos tenían. Tenían además múltiples posibili-
297
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
298
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
Los veranos, la familia de Ojai solía permanecer en Peter Pan Lodge, Carmel,
donde conocieron, entre otros, a los escritores Robinson Jeffers, Rom Landau y
Lincoln Steffens. También hicieron amigos en Hollywood, sobre todo entre la
comunidad de emigrados, cuyo número aumentó con la persecución nazi y la
amenaza de guerra en Europa. Muchos de los emigrados trabajaban en la industria
del cine: los novelistas Christopher Isherwood y Aldous Huxley y la estrella de la
pantalla Louise Rainer fueron amigos suyos. Otros, como el filósofo Bertrand
Russell y los Mann (Thomas) fueron amistades pasajeras. Krishnamurti también
entabló amistad con nativos y nacionalizados, como Anita Loos y Greta Garbo,
alcanzando sus relaciones hasta Nuevo México, desde donde Frieda Lawrence
escribió comparándolo con su marido7.
Casi toda la gente que conocía aceptaba instintivamente la reputación de
Krishnamurti como maestro espiritual. Se sentía a gusto entre los famosos, habi-
tuado como estaba desde hacía tiempo a las contrariedades y ventajas de su propia
fama. Sabía lo que era ser una rareza, y la costa oeste estaba llena de personas
que, de grado o por fuerza, eran rarezas. Gradualmente, las charlas, los escritos y
las apariciones públicas convirtieron su notoriedad en estrellato. En 1939 había
alcanzado la curiosa condición de ser famoso porque era una estrella, y era una
estrella porque era famoso. Pero el precio del estrellato es una dislocación doloro-
sa y dañina entre la timidez del individuo y la manera de verlo los demás, entre la
vida privada y el personaje público. A medida que pasaron los años, el abismo
entre la imagen de santidad de Krishnamurti y la realidad de su pecado, comoquie-
ra que se interprete, se haría cada vez mayor.
7
Frieda Lawrence a Rosalind Rajagopal, citada en Sloss, op. cit., p. 182.
299
DIECISIETE
1
M. Random, Les puissances du dedans, Luc Dietrich, Lanza del Vasto, René Daumai, Gurd-
jieff, Denoël, 1966.
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
2
Ambos expresaron estas opiniones de manera consistente desde el principio de la década de
1920 hasta sus respectivas muertes.
3
Me ha sido imposible encontrar los orígenes de esta frase. Describe la doctrina enseñada por
Krishnamurti desde la fecha aproximada en que dejó la Sociedad Teosófica.
4
Para emociones negativas, véase P. D. Ouspensky, op, cit., pp. 19-48.
301
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
más como un santo moderno (y, efectivamente, fue esta percepción la que iba a
enfurecer a los Rajagopal). Incluso Ouspensky, muy impresionado por este hom-
bre más joven, sacó la misma conclusión la única vez que se vieron. Así,
Krishnamurti conseguía desprenderse de su ascendencia teosófica y se mostraba
como un destacado maestro espiritual por derecho propio. Su declarado pacifismo
era, por lo tanto, un asunto de interés público.
La objeción de conciencia era una opción honorable aunque impopular. Los
combatientes respetaron el pacifismo sincero, incluso una vez iniciada la guerra.
Lo que no podían respetar ni perdonar era el rechazo a tomar partido moral.
Krishnamurti no encontraba diferencia práctica entre el imperialismo británico y
el alemán5. Había experimentado muy de cerca las formas más crudas del racismo
y la diferencia de clases entre los británicos y creía que lo que los nazis hacían era
sólo la manifestación brutal de lo que los demás europeos sentían en sus corazo-
nes.
Aunque todavía tenía seguidores europeos, los antiguos amigos que ahora es-
taban comprometidos con la guerra pensaron que su exilio americano —para no
hablar de su vida regalada y protegida en casas de campo y hoteles de lujo, vigila-
do por una guardia pretoriana de mujeres ricas— lo hacía insensible a la maldad
singular y horrible del nazismo. Por una vez estaba obligado a ver que se trataba
de una guerra entre el bien y el mal, por comprometido y relativo que fuera el
«bien».
Emily Lutyens fue de esta opinión6. Le costaba entender la amplitud del punto
de vista filosófico de Krishnamurti: que, al final, no hay diferencia entre el bien y
el mal, que toda experiencia mundana es una ilusión o maya. Los observadores
menos tolerantes —especialmente los indignados con Auden, Isherwood y los
expatriados británicos que vivieron en EEUU, durante la guerra— fueron más
lejos, diciendo que el pacifismo, como la emigración, era simplemente el modo
fácil de eludir una difícil opción. Otros dijeron que el absurdo de negarse a distin-
guir a los fascistas de la gente decente era el resultado inevitable de estar ocupado
con tonterías ocultistas. Aun así, Krishnamurti encontraría al mejor defensor de su
teoría y práctica pacifista a la puerta de su casa californiana, en el más brillante y
famoso escéptico europeo de su época.
5
En TLADOK, pp. 92-93, la señorita Lutyens cita varias cartas inéditas sobre el tema.
6
Idem, p. 94.
302
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
7
Sobre Huxley, véase el maravilloso libro de Sybille Bedford: Aldous Huxley: A Biografy, Al-
fred A. Knopf/Harper & Row, 1974.
8
Un tejido de relaciones que hacen probable que fuera pariente lejano del Obispo Wedgwood.
303
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
Tengo largas discusiones con De La Warr y otros muchachos sobre el tema de la teo-
sofía, que aparentemente apasiona a los chicos de mente más rigurosa y reflexiva.
Tengo que ir con cuidado: no es bueno ser demasiado violento. Señalé los errores
científicos e históricos en que incurre la señora Besant y que tanto abundan en sus li-
bros, y traté de separarlos de los aspectos meramente supersticiosos. Salvo las tonte-
rías de los cuerpos astrales, jerarquías espirituales, reencarnaciones, etc., la teosofía
parece ser una religión bastante buena; sus principios básicos son que todas las reli-
giones contienen alguna verdad y que debemos ser tolerantes, cosas que precisamente
conviene alentar en una fortaleza anglicana como ésta. Me parece que un poco de teo-
sofía juiciosa sería algo excelente10.
9
N. Annan, Leslie Stephen, The Godless Victorian, University of Chicago Press, 1984, pp.
232-33.
10
Aldous Huxley a Leonard Huxley, 12 de noviembre de 1917. Reproducida por D. Grover-
Smith en The Letters of Aldous Huxley, Chatto & Windus, 1969, pp. 136-37.
304
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
11
Véanse el panfleto de Huxley What Are You Going To Do About It? The Case For Cons-
tructive Peace, Chatto & Windus, 1936, y su An Encyclopaedia of Pacifism, Chatto & Windus,
1937.
12
Para Dick Shepherd y la Unión en Defensa de la Paz, véase S. Morrison, I renounce War:
The Story of the Peace Pledge Union, Shepherd Press Ltd, 1962. La Promesa o Juramento viene
reproducida en Bedford, op. cit. pp. 317-18.
305
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
13
O. Heard, «Un profeta conmovedor», en The Kenyon Review, 1965.
306
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
14
Véase el capítulo final de Those Barren Leaves, Chatto & Windus, 1925.
15
Do What You Wili, Chatto & Windus, 1929, p. 3.
307
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
16
Sloss, op. cit., p. 170.
308
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
309
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
19
Ramakrishna, un santón, considerado por muchos devotos hindúes como un avatar, pasó su
vida en un templo cercano a Calcuta. Tras su muerte en 1886, sus discípulos formaron la orden
monástica Ramakrishna, a la que pertenecía Prabhavananda.
310
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
20
La descripción que sigue de la vida en Ivar Avenue se basa en C. Isherwood, My Guru and
his Disciple, Eyre Methuen, 1980.
311
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
312
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
21
Idem, p. 74.
22
Citado en Bedford, op. cit., p. 453.
313
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
23
Isherwood, op. cit., p. 96.
24
Idem, p. 122.
314
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
25
Grover-Smith, op. cit., p. 963.
26
Isherwood, op. cit., p. 204.
27
Idem, p. 222.
315
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
316
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
317
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
28
Idem, p. 202.
318
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
29
Isherwood continuó viendo regularmente al Swami en Trabuco y Los Angeles, y su viejo
maestro siguió presionándolo para que volviera al monasterio y se trajera consigo a Don. Is-
herwood se negó, pero sí escribió dos libros acerca de sus experiencias, una manera de mantener la
fe: Ramakrishna and his Discipies (1965) y el delicioso My Guru and his Discipie.
30
Grover-Smith, op. cit., p. 608.0
31
Idem, p. 818.
319
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
32
Sobre estos experimentos, véase Bedford, op. cit., pp. 602-3, 618-19, 726-34, 754-55; L. A.
Huxley, This Timeless Moment: A Personal View of Aldous Huxley, Farrar, Straus & Giroux, 1968.
320
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
allí donde se daba esa cultura. Lo paradójico es que los escritos ascéticos de Hux-
ley sobre religión en estos años ayudaron involuntariamente a promover el uso
ilegítimo de drogas a medida que las actitudes «liberadas» de la Nueva Era pasa-
ban a formar parte de la cultura generalizada. Estas actitudes dan por supuesto que
existe un vínculo directo entre la iluminación y el placer. Y se pensó que era úni-
camente este vínculo el que las drogas tenían que proporcionar. Pero Huxley sabía
bien que las fronteras entre los extremos del dolor y del placer y el verdadero es-
tado de bienaventuranza son díficiles cuando no imposibles de trazar: confundir
un estado con otro es un riesgo harto conocido de la vida religiosa. Es una razón
por la que se nos previene contra el hedonismo en esa vida, y el hedonismo fue el
santo y seña de la cultura de la Nueva Era en los años de la mitad del siglo 33.
La postura de Huxley con respecto al hedonismo está resumida en una de sus
novelas menos leídas, Tras de varios veranos, publicada en vísperas de la Segun-
da Guerra Mundial34. Es, aparentemente, una sátira en su primer estilo, pero, de
hecho, es una parábola. La trama se ocupa de la búsqueda de la vida eterna. Po-
niendo del revés la teoría de Shaw en Vuelta a Matusalén, el tema irónico del libro
es que la longevidad no es la solución a los problemas de la vida, porque sólo
puede comprarse a un precio prohibitivo.
Bajo el patronazgo de un multimillonario aterrorizado por la muerte, el doctor
Obispo experimenta técnicas de prolongación de la vida. Después de muchas
pruebas, llega a la conclusión de que el secreto hay que buscarlo en las entrañas de
la carpa. Por otro lado, el erudito Jeremy Pordage, investigando en una colección
de documentos guardados en un absurdo castillo del millonario (inspirado en San
Simeón de Heart), descubre que el conde Gonister, un libertino del siglo XVIII
33
Huxley procedió a una exploración directa de la vida espiritual en tres libros creados en la
década de 1940. La novela Time Mus! Have a Stop (1944) no tuvo éxito. El intento de Huxley de
retratar en Bruno Rontini a un hombre cuya bondad se origina en su iluminación religiosa conven-
ció a pocos lectores, aunque el autor gozó más escribiendo este libro que en casi todos los demás
suyos.
Grey Eminence (1941), de mayor éxito, trata de lo que le ocurre a un hombre que aspira a la
santidad y termina dedicado a la política. La moraleja es que los propósitos más elevados no valen
la pena sin caridad y un sentido personal de lo divino.
Inspirado en los textos orientales favorecidos por los teosofistas, The Perennial Philosophy
(1946), examina la naturaleza de la realidad, la experiencia individual de Dios y las maneras de
relacionar esa experiencia con la vida diaria. Muy consciente de que podía ser comparado con
«otra señora Eddy», Huxley quiso dejar muy claro que The Perenniai Philosophy no intenta fundar
una nueva religión, sino exponer lo mejor que se ha pensado y escrito sobre religión.
34
A. Huxley, After Many a Summer, Chatto & Windus, 1939.
321
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
que quería prolongar su vida de placeres, llegó a la misma conclusión que Obispo
doscientos años antes. Se obligó a comer hígado crudo de carpa para conseguir su
objetivo pero, a pesar de ello, murió.
Las dos líneas de la novela se unen cuando Obispo, de visita en Inglaterra con
su patrón, aprovecha la oportunidad para inspeccionar la mansión desierta del
conde Gonister. En lo más profundo de las bodegas encuentra a un par de criaturas
de aspecto simiesco, increíblemente inmundas, que resultan ser el conde y su
amante. En efecto, han sobrevivido mucho más de lo natural, escondidos de posi-
bles curiosos en la bodega y mantenidos por el legado de un testamento que el
conde hizo cuando fingió morir (para escapar de las consecuencias de su vida pe-
caminosa).
Aunque no se nos dice si lamenta el resultado de sus experimentos, el conde ha
pagado un precio desproporcionado por su longevidad, porque ha vuelto al estado
de hombre primitivo y el urbano aristócrata se ha convertido en un chimpancé
chillón y copulador, con sólo la andrajosa cinta de la Jarretiére [la orden de caba-
llería de la Liga] como señal de sus orígenes humanos. No es éste el resultado
espiritual de la longevidad que propone Shaw. Por el contrario, aquí la evolución
ha seguido el camino inverso. Para este hombre-mono confinado en su bodega, la
existencia ha frustrado sus propios propósitos, limitándose exclusivamente a la
gratificación de los deseos que, en otra época, fueron su lujoso adorno. Al menos
en este caso, el conocimiento se ha convertido en enemigo del ser.
Tras de varios veranos fue sólo el primer signo del creciente interés de Huxley
por la idea de la regresión, que culmina en Mono y esencia, publicada diez años
más tarde, en 1949. Esta extraña novelita se ocupa de un tema tristemente repetido
desde entonces: el período posterior al holocausto nuclear. En una parodia fantás-
tica de un guión hollywoodiense (que convirtió la fantasía en realidad cuando se
rodó El planeta de los simios), Huxley imagina una época en la costa oeste de
EE.UU. cuando
Y a pesar del final en el que los dos amantes escapan del cruel régimen de los
monos, que ahora dominan la tierra, es un libro sombrío, incluso violento. Un ob-
jetivo es la falsa religión —la adoración de Belial— criticada ferozmente como
35
A. Huxley, Ape and Essence, Chatto & Windus, 1948, p. 33.
322
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
323
DIECIOCHO
TERMINACIONES
1
P. D. Ouspensky, A New Modei of the Universe, pp. xv-xx.
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
Piensa en algo alegre. Hay muchas cosas en el sistema. Elige cualquier tema y compa-
ra cualquiera de tus dudas individuales, cómo pensabas antes y cómo piensas ahora, y
verás que has mejorado en una cosa y en otra y en una tercera. 2
2
Ouspensky, A Further Record, p. 69.
325
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
ahora que Rusia parecía cerrada para siempre, Inglaterra le ofrecía la única parte
libremente disponible de su pasado y en él se refugiaba: si no se había vuelto in-
glés, por lo menos Inglaterra era el lugar que conocía como hogar. O quizá se li-
mitaba a escapar de EE.UU., un país aún menos simpático que Inglaterra.
Porque, a pesar de sus viajes a Oriente en busca de la iluminación espiritual,
Ouspensky seguía siendo un europeo, un ruso occidentalizado impregnado de las
tradiciones de la filosofía germánica, que en su época representaba lo más elevado
de la cultura europea. Por más que se desviara de la enseñanza religiosa europea,
su Sistema estaba expresado en términos occidentales. Pero ahora aparecía un
serio interrogante sobre la parte del mundo que había hecho de él lo que era: si era
civilizada todavía y no digamos si era el lugar adecuado para la evolución espiri-
tual del planeta. Después de dos guerras catastróficas, Europa se desangraba mo-
ribunda por las heridas que ella misma se había infligido. El regreso a ella de
Ouspensky, cuando podía haberse quedado fácilmente en EE.UU., era un regreso
al hogar, pero también era la aceptación de la derrota.
No era el único pesimista. En la época en que regresó Ouspensky, J. O. Ben-
nett estudiaba seriamente la posibilidad de trasladar su propia comunidad religiosa
desde el sur de Londres a Suráfrica. Bennett veía el período de posguerra a la luz
de su teoría de crisis cíclicas3. Creía que Europa se acercaba al final de un ciclo de
vida. Las guerras mundiales eran señales de los espasmos de muerte de una era 4.
Pero no todo estaba perdido. Por pesimista que fuera en teoría, Bennett era opti-
mista por temperamento. Había una posibilidad de sobrevivir, pensó, pero sólo si
los europeos se alejaban resueltamente del materialismo de los años recientes y
emprendían el verdadero camino espiritual. Había, por lo tanto, no sólo la posibi-
lidad de salvar a Europa, síno también a la humanidad, ahora amenazada de ex-
terminio por los medios fabricados por el hombre. Si esto se lograba, los seres
humanos demostrarían que habían adquirido con los recientes sufrimientos la sa-
biduría para avanzar por el camino evolutivo en dirección a la iluminación espiri-
tual. La Era de Acuario estaría entonces al alcance de todos.
El problema con este proceso de cambio era que no sólo exigía evitar la des-
trucción del mundo, sino también la aparición de líderes espirituales del mayor
calibre. Tales líderes, como sabía Bennett, no se encuentran entre la gente ordina-
ria. Tanto Gurdjieff como Ouspensky le habían hablado de la existencia de una
3
Publicado por Hodder & Stoughton en cuatro volúmenes como The Foundation of Natural
Philosophy, 1956; The Foundation of Moral Philosophy, 1961; Man and his Nature, 1966, y His-
tory, 1968.
4
Bennett, op. cit., pp. iii-vi.
326
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
hermandad oculta que dirigía los asuntos humanos, y Gurdjieff había dado a en-
tender que él era un miembro de esa hermandad o, al menos, estaba en contacto
con ella. El objetivo de la Obra y del Sistema era que cada uno fuera digno de
estar en comunión con los Hermanos o, quién sabe, llegar a ser uno de ellos. Ben-
nett se preguntaba ahora si él mismo no estaba en el camino de alcanzar semejante
destino.
En Vuelta a Matusalén, Shaw había expuesto la posibilidad de la inmortalidad
humana (o algo muy parecido) y su absoluta necesidad si la humanidad quería
cumplir con su propósito evolutivo. Fue ésta la doctrina que Bennett empezó a
exponer al mismo tiempo que sus escritos adquirían un tono creciente de milena-
rismo, un tono que se iría extendiendo entre los maestros espirituales a medida
que se acercaba el final del siglo XX. La creencia en la inminencia de un gran
cataclismo de orden cósmico —fuera una guerra nuclear o una catástrofe ecológi-
ca— dio un nuevo sesgo al impulso de fundar comunidades autosuficientes. Tales
comunidades servirían no sólo para crear un nuevo tipo de ser humano: en el caso
de un cataclismo mundial serían la única posibilidad de continuar la existencia y
ser los refugios necesarios para que los pocos hermanos escondidos pudieran re-
generar la raza o presidir el surgimiento de una nueva. De cualquier forma, pare-
cía como si la evolución del mandril de Madame Blavatsky estuviera a punto de
acelerarse. Pero, ¿sería hacia adelante o hacia atrás, como Huxley había conjetu-
rado en Tras de varios veranos? Aunque el Bennett profeta esperaba lo peor, el
práctico hombre de negocios no podía creer que no hubiera nada que hacer, y co-
mo autonombrado salvador se vio a sí mismo en el momento de la catástrofe ac-
tuando en un papel estelar.
Ouspensky no compartía el optimismo de su antiguo discípulo. No es que no
viera futuro alguno para la humanidad; es que, simplemente, ya no le importaba 5.
Nunca tuvo mucho tiempo para los seres humanos. Ahora que se sentía viejo, en-
fermo y cansado, su principal placer consistía en hacer largos viajes en automóvil
a lugares relacionados con su pasado, habitualmente de noche y acompañado de
varios gatos. Sin duda prefería los gatos a los humanos y, en efecto, su propia na-
turaleza siempre había sido felina: solitaria, recelosa, fiera y ágil. Raramente
abandonaba el coche al llegar a su destino y prefería mirar por la ventanilla mien-
tras acariciaba a sus gatos en el asiento trasero. Dada la compañía humana que
tenía (su esposa se había quedado en EE.UU.), se entendía el porqué de su con-
5
Sobre los últimos meses de la vida de Ouspensky, R. Collin, The Mirror of Light, Londres,
1959, pássim, y Webb, op. cit., pp. 439-60.
327
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
ducta. En una ocasión, al volver de uno de estos viajes, pasó el resto de la noche
en el coche, mientras una discípula permanecía afuera, de pie, al lado de la venta-
nilla y con el brazo levantado, como si lo bendijera. Un gato nunca habría hecho
algo tan estúpido.
Ouspensky estaba ahora demasiado enfermo y cansado para siquiera ver esto.
Era también vago e indeciso hasta extremos alarmantes. Tras resistir durante breve
tiempo la tristeza y monotonía del régimen de posguerra en Inglaterra, decidió
regresar a lo que, después de todo, era el lujo americano. Pero en el último mo-
mento, ya en el puerto de Southampton para abordar su barco, cambió de opinión.
La indecisión era sólo el signo externo de algo más serio. Quizá su desesperación
personal, su pesimismo político y su disgusto por el racionamiento de la posguerra
favorecieron su tendencia natural a la duda, hasta hacerle sospechar que toda su
vida había sido un fracaso. Si éste era el caso, le daba igual permanecer en Lon-
dres o irse a Nueva York.
Aunque personalmente alejado de Gurdjieff (después de la guerra rechazó una
invitación para visitarlo en París)6, Ouspensky había seguido confiando en la en-
señanza durante treinta años, seguro de que su maestro estaba —o había estado
alguna vez— en contacto con alguna profunda fuente espiritual. Ahora ya no esta-
ba tan seguro. Mientras sus discípulos continuaban creyendo en la existencia de
semejante fuente, Ouspensky había dejado de creer. Nadie puede decir cómo o por
qué ocurrió esto: si cambió de ideas o si sus dudas de toda la vida se reafirmaron a
medida que su cuerpo lo traicionaba y se debilitaba con la edad y los años de em-
briagarse con Cháteau Yquem. Cualquiera que fuera la causa, había perdido la fe
en Gurdjieff y en el Sistema, tan completamente como la había encontrado treinta
años antes en San Petersburgo.
Sí el proceso fue doloroso para el maestro, para los discípulos resultó catastró-
fico, sobre todo después de haber estado sometidos al régimen férreo de Ous-
pensky. Al final de una serie de seis reuniones en Londres, a las que asistieron
más de trescientas personas —la totalidad de los miembros de la Sociedad Histó-
rico-Psicológica, como la había bautizado Ouspensky antes de la guerra—7 con-
6
Moore, op. cit., pp. 290-91.
7
El número de miembros de esta sociedad se fijó en trescientos. Sus objetivos eran:
(i) el estudio de los problemas en la evolución del hombre y en particular la idea de psico-
transformación;
(ii) el estudio de las escuelas psicológicas en los diversos países y diferentes épocas histó-
ricas, y el estudio de sus influencias en el desarrollo moral e intelectual de la humanidad;
328
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
testó a las preguntas con la ayuda de una intermediaria. Hasta entonces las reunio-
nes se habían desarrollado con normalidad. La audiencia se mantuvo en total si-
lencio durante los largos minutos que el maestro tardó en subir penosamente al
estrado con ayuda de un bastón, y luego empezó la serie de preguntas respetuosas
al evidentemente hostil Ouspensky.
La intermediaria rechazó la mayoría de preguntas tachándolas de «incompren-
sibles», un cambio sorprendente con respecto a otras reuniones, donde las pregun-
tas baladíes solían contestarse con respuestas enigmáticas. Ouspensky declinó
responder a casi todo y cuando las preguntas sobre la Escuela, la Fuente y el Sis-
tema agotaron su paciencia, anunció que no había sistema, que el lenguaje que
había estado empleando durante décadas no tenía sentido, que no existía ninguna
escuela ni ninguna fuente, y que la única manera de seguir adelante era que cada
persona se mirara por dentro y decidiera qué era lo que realmente quería. Buscar
los orígenes de la sabiduría, vino a decir, había sido la ilusión alentada por Gurd-
jieff. Si querían salvar algo del naufragio de los pasados veinte años, los discípu-
los debían abandonar la extenuante vida del Sistema y dedjcarse al autoconoci-
miento. No había otra cosa8.
La inevitable comparación con la defección pública de Krishnamurti sólo sirve
para destacar lo triste del momento. Porque para Krishnamurti fue la liberación y
para Ouspensky fue la amarga aceptación de la derrota. Había dedicado toda su
vida a una búsqueda que nunca debió iniciar. ¿O habrá que pensar que había olvi-
dado sus propios orígenes? Porque el mismo Ouspensky había declarado años
antes que la búsqueda espiritual se justificaba por sí misma. Dicho en palabras de
Eliot, en Cuatro Cuartetos, publicado cuatro años antes de la muerte de Ous-
pensky e influido por el Sistema: «En mi final está mi comienzo»9.
Pese a esto, algunos seguidores de Ouspensky —apoyándose en la autoridad
del maestro— creyeron que éste se preparaba en aquellos días para una prueba
329
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
10
Sobre Collin, véase J. Collin-Smith, «Amado karox., en Astrological Journal, vol. XIII,
núm. 4, otoño de 1971; A. Logan (pseudónimo de Joyce Collin-Smith), Answering Gods, Tlapam,
Ediciones Sol, 1951.
11
Toc H: sociedad formada para preservar el espíritu de camaradería de la Primera Guerra
Mundial, llamada así por los nombres de los firmantes, que emplearon las iniciales del primer
lugar de reunión, Talbot House.
330
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
12
Sobre sus últimos días, véase J. Collin-Smith, op. cit., pássim; Webb, op. cit., pp. 454-60.
331
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
rentando que abandonaba su magisterio. Collin fue aún más misterioso cuando
afirmó que las últimas semanas de Ouspensky habían sido parte de un psicodrama
místico representado en provecho de los discípulos. Según esta interpretación de
los hechos, al renunciar a su propio magisterio, sometiéndose así a la humillación
y desespero, Ouspensky repetía la pasión de Jesucristo, mostrando a los ojos de
ellos su doctrina del sufrimiento intencionado y de conciencia objetiva. De esta
manera, prescindía de toda ayuda para poder alcanzar la suprema experiencia espi-
ritual del sacrificio absoluto.
Al parecer, sólo unos pocos seguidores de nivel relativamente alto aceptaron la
explicación obvia: que Ouspensky estaba enfermo, cansado y desilusionado, que
su humor estaba estragado por la bebida y que el dolor, el aburrimiento, el miedo
a la muerte y una honestidad residual aunque amarga y a veces autodestructiva le
habían hecho ver la futilidad del trabajo de su vida. Kenneth Walker, que había
trabajado en el Prieuré con Gurdjieff, hasta que lo rechazó para irse con Ous-
pensky, es de esta opinión, a pesar de lo cual se muestra confuso con respecto al
final de la carrera de Ouspensky, sintiéndose de algún modo personalmente res-
ponsable, como si él y los demás hubieran permitido que el maestro se abandonara
a la pereza o la estupidez. Rodney Collin prefirió la versión colorista que compara
a Ouspensky con Cristo. Pero, al comprobar todas estas interpretaciones, se han de
tener en cuenta el carácter y la situación del intérprete, y el mismo Collin estaba
ya en el camino de un final melodramático que superaría por su extrañeza al de
Ouspensky.
13
Para Maurice Nicoll, véase B. Pogson, Maurice Nicoli, A Portrait, Londres, 1961.
332
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
ciones con él, enviándole a París un rollo de seda y un talón de 3.000 dólares co-
mo prueba de su buena voluntad. Para ella, la solución de los problemas de los
antiguos discípulos era muy sencilla. Les dijo con claridad que cerraran Lyne Pla-
ce y transfirieran su lealtad a Gurdjieff en Francia 14.
Durante la guerra, Gurdjíeff desapareció virtualmente del panorama y sólo sa-
bían de él René Daumal, Jeanne de Salzmann y sus seguidores. Pero, en 1949, año
de su muerte, gozaba otra vez de estima y prosperidad. Fue literalmente un super-
viviente. Sobrevivió a Ouspensky y a muchos de sus propios seguidores, muertos,
enloquecidos o caídos en el camino. También superó. el declive catastrófico de su
propia reputación en los círculos religiosos alternativos durante los años treinta y
—lo más notable— las serias sospechas de colaboracionismo con los alemanes
durante la guerra, cuando él y su cocina parecían boyantes a pesar del riguroso
racionamiento. Sin duda obtuvo algunos de sus lujos del pequeño círculo de fieles
que quedaron, otros en el mercado negro y, aún más, de los soldados americanos
que llenaron París después de la liberación en 1944, pero queda por saber cómo
tuvo acceso a aquel mercado, de dónde sacó el dinero para pagar sus provisiones y
cuáles fueron sus contactos con los guardianes de los almacenes de las fuerzas
ocupantes.
Gurdjieff decía bromeando que las exquisiteces de su despensa venían del pla-
neta Karatas15. Menos fantástica es la versión de que tuvo crédito en las tiendas
parisinas —entre ellas la prestigiosa épicene Hédiard— diciendo que poseía un
pozo petrolífero en América, cuyos beneficios volverían a fluir cuando acabara la
guerra. Esta historia la confirman varios discípulos de la posguerra. Y cuando lle-
gó el momento de pagar, ya tenía afortunadamente a sus discípulos americanos a
mano para saldarlas16.
En la época en que los antiguos discípulos de Ouspensky fueron a verlo, las
cosas ya habían empezado a mejorar, y de nuevo fue EE.UU. el que vino en su
ayuda, mediante Kathryn Hulme y Fritz Peters. Hulme estaba en Europa trabajan-
do para la UNRAA17. Estando en París en junio de 1946, se presentó en el piso de
Gurdjieff con paquetes de cigarrillos, una botella de vodka y su nueva amiga belga
Chouka, una ex monja, cuya orden adivinó Gurdjieff misteriosamente. Peters, que
todavía estaba en el ejército americano, llegó en un estado de derrumbamiento
14
K. Walker, Venture With Ideas, Jonathan Cape, 1951, pp. 134 y ss.
15
Hulme, op. cit., p. 256.
16
Webb, op. cit., p. 470.
17
Agencia de Ayuda y Rehabilitación de Naciones Unidas [United Nations Relief and Rehabi-
litation Agency].
333
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
334
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
do VII y, como muchos de su círculo, habían perdido en los casinos gran parte de
su fortuna, que incluía el Claridge‟s Hotel. Ahora, anciana y retirada, vivía en la
pestilente y semiabandonada casa de Coombe en compañía de una criada italiana,
siete perros chow-chows y veintidós gatos. Su sordera casi total dificultó las ne-
gociaciones pero, al final, los Bennett obtuvieron un alquiler «mientras durara la
guerra» y empezaron a trabajar en la casa. Mejor dicho, pusieron a los discípulos a
trabajar en ella, porque ya tenían previsto que la comunidad de Coombe siguiera
las líneas del Prieuré y de Lyne, con una enseñanza espiritual unida al compañe-
rismo y a las duras tareas físicas. Para financiar la operación, Bennett persuadió a
la BCURA para que se mudara de Fulham a Coombe.
A cambio de su trabajo, Bennett se hacía cargo del gasto espiritual equivalente
en reuniones veraniegas en Gales y Lake District, llevando a sus discípulos en
coches movidos por gasógeno, un invento de BCURA. En los días del raciona-
miento de la gasolina, esto era un lujo considerable. En el primero de estos viajes,
Bennett tuvo la visión de un rayo cegador donde leyó: «La Orden Universal y…
cómo el Amor y la Libertad lo redimen todo»21, un futuro que le pareció digno de
las siglas de sus nombres. Deseoso de traducir este confuso espectáculo en algo
más preciso, Bennett se sintió incitado a convertirse en escritor, garrapateando con
tal energía y extensión que terminó agotado y cayó enfermo con impétigo. Pero
fue un momento crucial. Durante los siguientes treinta años lo inundó todo con
una enorme cantidad de libros, folletos, conferencias y ensayos, exponiendo su
versión del Sistema. El principal producto de su gran visión fue El universo dra-
mático, explicación exhaustiva del cosmos en cuatro tomos.
A pesar del traslado satisfactorio a Coombe Springs y de su nueva carrera co-
mo escritor, Bennett tuvo problemas. Hasta que Coombe no estuvo listo para resi-
dir, sus discípulos se reunían los fines de semana en un lugar extraordinario, en
medio de Londres, donde un miembro, Primrose Codrington, tenía una casa es-
condida detrás de Onslow Square, con casi media hectárea de terreno. Allí, el gru-
po cultivó verduras y gallinas en el huerto bombardeado, y Bennett empezó a dar
a conocer sus enseñanzas espirituales y sus escritos, que se empleaban como te-
mas de discusión en las reuniones. También editó un primer librito, Valores, en
1942.
Esto era inaceptable en todo punto por Ouspensky, que había prohibido expre-
samente la publicación o enseñanza pública del Sistema en una forma que no fue-
ra la suya. Bennett había cometido también el crimen aún mayor de ignorar la
21
Bennett, op. cit., p. 187.
335
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
336
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
repetía el Padrenuestro mil veces al día, añadiendo la frase Fiat voluntas tua.)
Después de este encuentro con Jesús, permaneció tres días en éxtasis, lo cual fue
muy inoportuno, porque al día siguiente tenía que dar una conferencia sobre «El
carbón y la industria química» en el Instituto de Ingenieros Químicos. Aunque
Bennett advirtió la hostilidad de la audiencia, afirma que el público se vio invadi-
do por una ola de afecto cuando empezó a hablar y que el auditorio se llenó de
amor divino. Por desgracia, esta efusión no afectó a sus jefes y, pocas semanas
después de la conferencia, fue invitado a despedirse de la BCURA. La asociación
trasladó sus oficinas a Leatherhead y Bennett pudo disponer de Coombe para sus
propios planes.
No se detuvo en su maniaca carrera. Su pasión por las organizaciones encontró
su expresión en un nuevo laboratorio de investigación privado, la Compañía de
Plásticos del Carbón y en el Instituto para el Estudio Comparado de Historia, Filo-
sofía y Ciencia. El laboratorio se dedicó a la obtención de plásticos a partir de la
descomposición del carbón y el instituto a la investigación psicoquinética. El labo-
ratorio encontró el apoyo financiero de una importante empresa industrial, Powell
Duffryn, y esto sirvió para mantener otras actividades en Coombe, donde la co-
munidad de residentes y visitantes alcanzaba ya más de doscientos miembros. En
este período, Bennett escribió también una obra de teatro sobre el incendio de la
catedral de Chartres, se embarcó en un tratado de geometría de la quinta dimen-
sión y escribió un informe sobre cómo aumentar la productividad científica en las
universidades.
Cuando los viajes al extranjero fueron posibles después de 1945, Bennett deci-
dió ver las posibilidades de establecer una comunidad fuera de Inglaterra. De visi-
ta en Suráfrica, obtuvo una audiencia con el general Smuts, que le aconsejó que no
fuera tan pesimista con respecto al futuro. Es evidente que Smuts pensó que su
huésped estaba de alguna manera alejado de la realidad, una opinión que confirma
el testimonio del propio Bennett de que los ricos amos blancos no sienten más que
afecto y amistad por sus trabajadores negros. Luego compraría una granja en Su-
ráfrica, pero su grupo permaneció en Inglaterra.
Fue una visita a Madame Ouspensky en el verano de 1948, la causa de su vuel-
ta al camino. Estando en EE.UU. por sus negocios del carbón, hizo un viaje a
Franklin Farms, donde la austera Sophia Grigorievna, que ahora padecía la enfer-
medad de Parkinson, le dijo bruscamente que, fuera a ver a Gurdjieff a París si
quería más instrucción espiritual. El mandato lo impactó con la fuerza de lo inevi-
table. De regreso a Inglaterra, encontró a su esposa agonizante, víctima de una
enfermedad misteriosa, pero la llamada de la sabiduría espiritual fue tan poderosa,
337
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
que los dos salieron inmediatamente hacia París para encontrarse con Jeanne de
Salzmann, que haría de intermediaria con el Maestro.
22
Bennett, op. cit., p. 238.
23
Idem.
24
Caruso, op. cit., pp. 291 y ss.
338
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
los de Bennett en Coombe Springs para que vinieran a París. Hicieron el viaje
unos sesenta, y casi todos volvieron los siguientes fines de semana, toda una odi-
sea, dadas las condiciones de Europa después de la guerra. Kenneth Waiker tam-
bién fue a París y convenció a muchos discípulos ingleses de Ouspensky de que
hicieran lo mismo. Los banquetes y los brindis empezaron de nuevo y se restaura-
ron todos los viejos esquemas. Hubo que comprar una mansión (esta vez el Châ-
teau de Voisins, cerca de Rambouillet), se inició un instituto y volvieron a repre-
sentarse las danzas sagradas. Gurdjieff propuso también otra visita a Nueva York,
donde escenificaría un nuevo espectáculo para financiar la publicación de su obra
magna Cuentos de Belcebú a su nieto, el libro que había estado escribiendo desde
finales de los años veinte.
Con la vuelta de estos proyectos visionarios aparecieron los viejos problemas y
animosidades. Incluso Bennett comenta que algunos discípulos no pudieron resis-
tir el feroz régimen de alabanzas y abusos alternados y los dramas rituales de la
humillación pública a los que Gurdjieff los sometía. Se dice que algunos recién
llegados se desmoronaron después de encontrarse con el Maestro y unos pocos
tuvieron que ser atendidos en el hospital (aunque no se especifica la enferme-
dad)25. Volvieron a escucharse las historias siniestras de suicidios y locuras en el
Prieuré, a lo que los seguidores del Maestro respondían sensatamente que quienes
acudían a pedir ayuda a Gurdjieff era precisamente porque sus enfermedades,
mentales o físicas, estaban tan avanzadas que nadie había podido tratarlos. ¿Qué
tenía de raro que algunos se derrumbaran, agotados por su mal?
Con independencia de la verdad o falsedad de los rumores, su efecto en el con-
tingente de Coombe Springs fue devastador. El antiguo talento del Maestro para
crear enfrentamientos entre unos y otros era tan poderoso como siempre y los dis-
cípulos rápidamente se dividieron en dos partidos, a favor y en contra de Gurd-
jieff. Incluso los entusiastas experimentaron lealtades encontradas, dudando entre
dos maestros, porque Gurdjieff era despiadado con Bennett y sus pretensiones,
alabándolo un día, insinuando que lo consideraba su joven heredero otro, para
someterlo a una pública humillación al tercer día. Pero era tanta su autoridad que
convenció a los Bennett de la necesidad de este tratamiento, aunque sólo fuera,
como ya había ocurrido anteriormente con Jeanne de Salzmann y Sophia Ous-
pensky, porque Gurdjieff había conquistado a la esposa con mayor efectividad aún
que al esposo.
25
Elizabeth Bennett confirmó esta observación en una conversación con el autor, pero no qui-
so citar ejemplos.
339
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
Bennett comenta algo que todos observaron: que, por mucha atención que
prestaran, nunca había dos discípulos que estuvieran de acuerdo en lo que había
dicho Gurdjieff exactamente26. Era lo mismo que se decía a menudo de Krishna-
murti. En el Prieuré, Gurdjieff tenía prohibido que nadie tomara notas de las char-
las, aunque, al salir, muchos estudiantes se apresuraban a escribir lo que habían
oído y luego lo publicaban. Esto sólo contribuía a crear confusión, aunque Bennett
y otros creyeron que tales malentendidos eran la prueba del poder del maestro: el
que nunca fuera lo mismo para dos personas tenía que significar que hablaba indi-
vidualmente a cada uno.
Elizabeth Mayall cuenta una ocasión en que llevó a una amiga con un proble-
ma para que viera al Maestro27. Se sentaron a almorzar un largo rato, durante el
cual Gurdjieff no dijo una sola palabra a su amiga. Sólo al final la miró fijamente
y pronunció unas palabras en un idioma incomprensible. Ya en la calle, mientras
caminaban, Mayall empezó a excusarse por lo ocurrido, hasta que se dio cuenta de
que su amiga estaba radiante. Gurdjieff, le dijo, había resuelto su problema (del
cual no había hablado) a pesar de no entender el lenguaje que Gurdjieff había em-
pleado.
En octubre de 1948, Gurdjieff hizo su último viaje a EE.UU. Es probable que
en esta época le gustara hacer el tonto porque sí. Asomado a la ventanilla y diri-
giéndose al grupo que fue a despedirlo a la estación en París, éstas fueron sus pa-
labras: «Antes de mi vuelta espero con todo mi ser que cada uno de vosotros haya
aprendido la diferencia que hay entre sensación y sentido»28, una petición absurda
que, sin embargo, los confundió. En Nueva York hubo las habituales comidas de
locura, cocinadas en una estufa de alcohol en la habitación que ocupaba el Maes-
tro en el Wellington Hotel (donde cocinar estaba rigurosamente prohibido). A los
discípulos norteamericanos que ensayaban las danzas sagradas les dijo que se mo-
vían como «gusanos en la mierda»29, y a Frank Lloyd Wright, entonces gravemen-
te enfermo, le ordenó que tomara armañac con pimienta para su vesícula biliar30.
Más seriamente, Gurdjieff se enfrentó con los discípulos norteamericanos de
Ouspensky, denigrando al antiguo maestro de ellos como intelectual vacío y trai-
dor que había muerto como un perro en la cuneta por su terquedad en no someter-
26
Bennett, op. cit., p. 240.
27
En una conversación con el autor.
28
Bennett, op. cit., p. 249.
29
R. de Ropp, Warrior’s Ways, George Allen & Unwin, 1980, p. 199.
30
Moore, op. cit., 303.
340
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
se a él31. Pero esto no impidió que fuera a Mendham a visitar a Madame Ous-
pensky, donde ella le mostró el manuscrito de Ouspensky sobre los primeros años
pasados juntos, Fragmentos de una enseñanza desconocida. Para mayor ironía, la
escrupulosa objetividad de Ouspensky, que acababa de ser calificada por su maes-
tro en Nueva York de academicismo estéril, fue vindicada en Mendham unas se-
manas después: Gurdjieff aprobó el libro para que se publicase como un relato fiel
de su enseñanza en la década posterior a 1915.
Al mismo tiempo seguía adelante con Cuentos de Belcebú para su nieto y or-
denó a Bennett, que lo había seguido a EE.UU., que escribiera una carta invitando
a los discípulos a comprar un ejemplar de la primera edición por cien libras 32. La
carta se leyó en la sobremesa de un almuerzo, y en la misma ocasión Bennett fue
nombrado albacea literario para Inglaterra, el autor francés René Zuber para Fran-
cia y el periodista escocés lord Pentland para EE.UU. Ya había hecho las mismas
promesas a Fritz Peters y a otros. Es evidente que a Gurdjieff le encantaba cam-
biar de opinión para tomar el pelo a sus herederos.
De vuelta a París en abril de 1949, se embarcó de nuevo en la ronda de al-
muerzos en los cafés, excursiones en coche por el campo y largas cenas, mientras
Bennett, en Londres, daba una serie de conferencias públicas sobre su maestro.
Gurdjieff empezó a negociar para otro Prieuré, esta vez el hotel de estación en La
Grande Paroisse sobre el Sena; planificó un segundo viaje a EE.UU.; pensó en
conseguir discípulos en «la India holandesa», y visitó las cuevas de Lascaux con
Bennett. Pero su salud declinaba a ojos vistas.
El 14 de octubre sufrió un colapso en una clase de danza y, aunque pareció re-
puesto a los pocos días, Elizabeth Mayall, que se lo encontró en una frutería com-
prando una cantidad enorme de plátanos, vio por primera vez en Gurdjieff a un
anciano. Incluso los discípulos que habían presenciado su lento declive y sabían lo
que era de esperar, estaban asombrados por su rápido deterioro. El mismo Gurd-
jieff les había dicho una vez (quizá medio en broma) que nunca los abandonaría.
Pero, dos semanas más tarde, el 29 de octubre, murió en el hospital norteameri-
cano de Neuilly.
Los días que siguieron a su muerte estuvieron plagados de rumores contradic-
torios: que los órganos internos del Maestro habían quedado reducidos a nada; que
se había oído respirar al cuerpo después de muerto; que realmente no había muer-
to, sino que se había ido a algún sitio dejando un cadáver en su lugar. Pese a todo
31
Bennett, op. cit., pp. 251-54.
32
El texto de esta carta aparece en Witness, pp. 253-54.
341
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
esto, el funeral se celebró en la iglesia ortodoxa rusa de París y acudió mucha gen-
te, y quedó claro que Gurdjieff había gastado la última broma de su carrera. El
cuento se había acabado.
Pero, en otro sentido, fue sólo el comienzo. Pocos días antes de su muerte,
Gurdjieff recibió las galeradas de Belcebú. El número de discípulos aumentaba
considerablemente, como nunca antes, y su reputación iba en alza. Siempre pro-
ducto de la ilusión, Gurdjieff el hombre estaba ahora dispuesto para dejar paso a
Gurdjieff el mito33.
33
Observación que debo a James Moore.
342
DIECINUEVE
REGRESO
ron estando acompañadas, como desde el principio de los años veinte, por una
interminable serie de vacaciones lujosas. Krishnamurti siguió alternando la India,
Europa y América con estancias frecuentes en casa de amigos acaudalados. Hubo
momentos en que la lista de sus compromisos era más parecida a la Agenda de
Jennifer que a la de un gurú. También siguió contando con la ayuda de mujeres
ricas y poderosas.
Se reanudaron los ipítines de masas en todo el mundo. En 1982, Krishnamurti
se dirigió a una audiencia de tres mil personas en el Carnegie Hall de Nueva York.
Tuvieron lugar en Europa reuniones regulares siguiendo el modelo de los campa-
mentos Star. Aunque no pudo soportar volver a Ommen tras su uso como campo
de concentración durante la guerra, en 1961 un patronato se encargó de financiar
conferencias en Saanen, Suiza. Dedicó más tiempo a los poderosos de las finanzas
y la política y se vio a menudp con Nehru y su hija Indira Gandhi, que sucedió a
su padre como primera ministra de la India en 1966. Las fundaciones de Krishna-
murti tuvieron el respaldo de magnates: Gerard Blitz, fundador del Club Medite-
rranée, fue su consejero financiero durante un tiempo. Los capitales manejados
aumentaron espectacularmente en el período de posguerra, cuando los idealistas
que se beneficiaron del auge de la posguerra buscaron fundaciones caritativas
donde poner su dinero. Aunque es imposible hacer cálculos sin tener acceso a la
contabilidad, las donaciones a KWINC supusieron con seguridad millones, posi-
blemente decenas de millones de dólares. Es difícil explicar eómo ocurrió esto.
Muchos maestros espirituales reciben numerosas donaciones, aunque raramente a
esta escala y con tanta continuidad, porque apenas hubo pausa en el flujo de dine-
ro desde la primera aparición pública de Krishnamurti antes de la Primera Guerra
Mundial hasta su muerte en 1986. Quizá su relación durante toda su vida con los
ricos y poderosos había creado el aura intangible de aceptación social que hizo
que fuera polo de atracción de grandes donaciones: era agradablemente poco
mundano, pero inspiraba confianza por su sofisticación y refinamiento.
Además, nunca hacía preguntas embarazosas sobre el origen del dinero para
sus empresas o cómo se administraba, afirmando que era indiferente a estos asun-
tos. No por eso dejó de seguir inaugurando los costosos edificios de las escuelas y
campamentos Krishnamurti y, aunque técnicamente poseía pocos bienes, vivía
como un hombre rico. A sus críticos, entre los que había antiguos amigos íntimos,
como Emily Lutyens, les preocupaba que se hiciera dependiente de aquella vida
lujosa y, aún peor, que se alejara de todos salvo de los ricos y privilegiados.
Krishna afirmaba que aquel lujo era accidental, que podría pasarse fácilmente
sin él, que vivía casi todo su tiempo como cualquier persona, que sólo aquellos
344
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
que confunden las apariencias externas con las realidades internas podían cometer
el error de suponer que él gozaba de la riqueza en beneficio propio. Lo que impor-
ta con respecto a la propiedad es la actitud hacia ella, no su presencia o ausencia.
Comiendo y bebiendo muy poco, durmiendo sólo muy pocas horas y meditando y
enseñando durante muchas, vivía como asceta en palacio, indiferente al entorno.
Por lo menos, es lo que decía. Una puesta de sol o un amanecer tenían más impor-
tancia para él que un bello salón. Un cínico podría decir que el goce de las puestas
de sol ya es un lujo complicado. Pero Krishnamurti insistía, como Gurdjieff, que
uno debe aceptar la vida que le viene permaneciendo alejado: mortificar la carne
puede ser tan vicioso como mimarla.
Cuesta creer que Krishnamurti fuera indiferente al lujo. Lo cierto es que goza-
ba con lo que había, dando por sentado que sus devotos cuidarían de él facilitando
casas, coches y vacaciones de alto nivel, como así fue. Al mismo tiempo se ocu-
paba de actividades sencillas. Cuando la fundación de Saanen le compró un gran
Mercedes, lo limpiaba y pulía cada vez que regresaba de un viaje, por corto que
fuera. Fiel a la formación recibida de Baillie-Weaver, compraba sus trajes en Hun-
tsman, de Savile Row, donde había multitud de complementos, y se cortaba el
pelo en Bond Street. Pero siguió gozando de las tareas domésticas, como había
hecho en Arya Vihara. Cuando estaba en Malibú con su amiga Mary Zimbalist 1, y
luego en la casa nueva que ella le construyó en Ojai, se le podía ver limpiando una
tetera o la encimera de la cocina, cargando el lavavajillas o regando el jardín.
Pero si el modelo externo de su vida seguía siendo muy parecido, aunque con
más lujo, en privado hubo mayores cambios. La relación triangular con Rosalind y
Rajagopal, que había dominado su vida californiana, iba llegando a su fin en me-
dio de amargas recriminaciones; se sentía cada vez más atraído por la India e in-
cluso por la teosofía. Y, lo más importante, empezó a tener una idea diferente
acerca de lo que sucedería con su obra una vez que muriera.
Estos tres cambios estaban entrelazados de modo complejo y han sido interpre-
tados de manera distinta por quienes estaban cerca de él. Su hija adoptiva Radha
Rajagopal ha sugerido que el alejamiento de Krishna de sus padres fue una trai-
ción personal presagiada por toda su vida en común, en la cual Krishna había he-
cho el papel de niño mimado, usando a los demás para satisfacer su necesidad de
sexo, seguridad y dinero2. Con independencia de sus virtudes, ella cree que era un
1
TLADOK, p. 156. La señora Zimbalist, viuda de un productor de cine, fue el principal apoyo
de Krishnamurti desde 1964 hasta la muerte de él.
2
Tema importante del libro de la señora Sloss Lives in the Shadow with J. Krishnamurti. Las
páginas que siguen contrastan su relato con el de Mary Lutyens en su biografía de Krishnamurti en
345
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
dos volúmenes (The Years of Awakening y The Years of Fulfilment) y con su biografía abreviada
The Life and Death of Krishnarnurti.
3
Sloss, op. cit., pp. 203-9 y 275-78.
346
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
347
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
distanciarse del señuelo de los ricos, con frecuencia demasiado inclinados a consi-
derar a sus protegidos como criaturas de su propiedad.
Es evidente que este razonamiento no puede aplicarse a las relaciones persona-
les; hay, además, una flagrante contradicción entre la relación de Krishna con Ro-
salind (tal como la cuenta Radha) y la percepción pública de su castidad, que
Krishna alentaba tácitamente. El amor sexual no excluye la espiritualidad ni la
santidad, aunque podría sostenerse que el abuso de confianza y la hipocresía que
implican el adulterio sí lo excluye. Pero incluso en esto nos movemos en terreno
movedizo. Quienes, por ejemplo, reverencian a Gurdjieff, no ven su crueldad y
deshonestidad manifiestas como defectos en el sentido corriente de la palabra,
sino como aspectos de una personalidad demasiado compleja para que puedan ser
juzgados de modo convencional. Aducen que el gurú es una fuerza natural: como
un volcán o un iceberg, él (o ella) puede causar daños accidentales en el cumpli-
miento del papel que se le ha asignado, pero es absurdo que se le eche la culpa.
El problema de tales afirmaciones es que los gurús están, por su propia natura-
leza, a salvo de todo juicio. Si un gurú es una fuerza de la naturaleza, quizá lo más
razonable sea apartarse de su cainino. Pero en un terreno más mundano, quizá lo
que realmente iniporta son tres temas, aspectos o apartados. Primero, la buena fe
de Krishna con respecto a sus seguidores; segundo, su conducta con los amigos, y
tercero, la relación de su conducta con sus enseñanzas. Dada la insistencia del
propio Krishnamurti en la responsabilidad del individuo consigo mismo, su énfa-
sis en la importancia vital de la honestidad y la íntima identificación de sus indivi-
dualidades públicas y privadas con la misión pública del maestro, es casi imposi-
ble desenredar o desligar los tres aspectos. Todo lo que puede decirse es que el
mismo Krishnamurti promulgó los valores morales mediante los cuales se puede
juzgar su conducta. Si Radha Rajagopal dijo la verdad, el veredicto es condenato-
rio en los tres apartados.
348
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
4
Según la señora Sloss, Rosalind tenía celos de Nandini y atacó a Krishnamurti por haber te-
nido una aventura con ella. Esta amistad la describe la hermana de Nandini, Pupul Jayakar, en su
Krishnamurti, Harper & Row, 1986. Este libro añade un tercer punto de vista a los de Sloss y
Lutyens al acentuar los aspectos hindúes de la vida del protagonista.
5
Véase Time, 16 de enero de 1950. Sloss cita pasajes de este artículo en op. cit., p. 218.
6
Sobre la teoría educativa de Krishnamurti, véanse sobre todo «Para los jóvenes» en The
Krishnamurti Reader, cd. M. Lutyens, Penguin, 1970; Education and the Significance of Life,
Victor Gollancz, 1955,pássim, y The Beginning of Learning, Victor Gollancz, 1975.
349
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
350
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
9
Véanse, por ejemplo, las conversaciones recogidas en The Impossible Question, Victor Go-
llancz, 1972, y The Beginning of Learning, donde la determinación de Krishnamurti por imponer
sus opiniones bajo el disfraz de «diálogo» no puede ignorarse. Esto, por supuesto, no niega el
interés que pueda tener lo que dice.
Hay momentos en estas conversaciones en los que Krishnamurti recuerda sorprendentemente a
Ouspensky por el tono y la doctrina. Los lectores que deseen proseguir la comparación pueden
consultar The Krishnamurti Reader y de Ouspensky, A Further Record.
10
Estas conversaciones dieron su fruto en la influyente obra de David Bohm, profesor de física
teórica en la Universidad de Londres y amigo de Albert Einstein. El libro de Bohm, Wholeness and
the Implicate Order, Routiedge & Kegan Paul, 1980, hace continuas referencias a las ideas de
Krishnamurti.
351
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
11
La historia la cuenta M. Lutyens en el segundo volumen de su biografía, The Years of Ful-
filment.
352
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
la visión interna espiritual, porque ésta depende de la clara percepción de las cosas
como son, no como han sido o nos hubiera gustado que fueran.
Desde hacía tiempo afirmaba que apenas podía recordar su propio pasado.
Ahora desarrolló esa reacción negativa y la convirtió en una doctrina positiva,
predicando la necesidad de la liberación psicológica y espiritual mediante la in-
tención resuelta de captar el ahora del momento, lo cual puede empezar a liberar
al individuo del vínculo de la historia y el deseo. En términos que recuerdan al
misticismo cristiano e hindú, habló de entrar en la Casa de la Muerte —la muerte
del pasado— que es también la Casa de la Liberación.
Visto con la perspectiva de hoy, que el propio Krishnamurti hubiera luchado
—que luchara todavía— con el deseo, es evidente y así se desprende de sus poste-
riores charlas, en las cuales se extiende con alguna frecuencia sobre el tema del
sexo. En «La urgencia del cambio», por ejemplo, comenta cómo:
El sexo juega un importante papel en nuestras vidas porque quizá sea la única expe-
riencia profunda de primera mano de que disponemos... Este acto, por ser tan bello,
nos habitúa y por ello nos esclaviza. La esclavitud es la exigencia de su continua-
ción.., Uno está tan asediado —intelectualmente, en la familia, en la comunidad, por
la moral social, por las sanciones religiosas— que sólo queda esta relación poseedora
de libertad e intensidad. Por eso le damos tanta importancia… En la liberación de la
mente de las ataduras de la imitación, la autoridad, la conformidad y los mandamien-
tos religiosos, el sexo tiene su propio sitio, pero no debe consumir todo. De aquí uno
deduce que la libertad es esencial para el amor.
353
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
Krishna de Ojai, pudieron ser las causas inmediatas, como afirma Mary Lutyens,
pero con independencia de las causas que lo precipitaron, los poderes legales que
concedió a Raja serían el punto focal de más de treinta años de enconados litigios.
Aparte de los antagonismos personales, el problema surgió de la negativa de
Krishna a tener nada que ver con los asuntos económicos de sus fundaciones, que
había dejado enteramente en manos de Raja. Algunos años antes, aunque él no
recuerda haberlo hecho, Krishna incluso había dimitido de su puesto en el consejo.
Es comprensible que Raja, con un consejo de administración condescendiente
durante más de treinta años, estuviera habituado a ejercer su autoridad absoluta
sobre KWINC. Por más que Krishna quisiera marginarlo en otros aspectos, Raja
era el soberano en su dominio.
Los años de irritación que Raja achacaba a la irresponsabilidad y egoísmo de
Krishna, exacerbados por su ruptura con Rosalind, llegaron a su punto máximo, y
a Krishna se le negó su readmisión en el consejo cuando lo solicitó. Raja, que
afirmaba estar harto de hacer de niñera de su amigo, también se negó a organizar
sus viajes fuera de EE.UU. y empezó a cuestionar sus gastos. Krishna, por su par-
te, decía a sus amigos que Raja había cerrado los fondos de América, haciéndolo
depender de los amigos y de los ingresos de las fundaciones inglesas.
La situación era confusa porque no todos los fondos de las fundaciones aso-
ciadas a KWINC procedían de los derechos de autor; estaban también las grandes
donaciones de los seguidores ricos de Krishnamurti, algunos de los cuales estaban
preocupados por el creciente poder de Raja y sus fricciones con Krishna. Había
ido creándose una complicada red de compañías y contabilidades y únicamente
Raja tenía acceso a toda la información. Sin embargo, a pesar del empeoramiento
de la relación entre ellos, Krishna continuó volviendo regularmente a Ojai, hasta
1961, año en que Raja y Rosalind se divorciaron.
Entre 1961 y 1965, presionado por Rosalind, Krishnamurti permaneció en In-
dia y Europa, alejado de Ojai, y en 1968 salió formalmente como socio de
KWINC, y estableció la primera Fundación Krishnamurti independiente, con la
escritora Mary Cadogan como secretaria. Pronto empezaron los pleitos entre
KWINC y la Fundación Krishnamurti, pleitos que recordaban las disputas por la
propiedad de cuarenta años antes entre Krishnamurti y la Sociedad Teosófica.
Todo se resolvió ante los tribunales en 1974, cuando Raja garantizó a Krishna-
murti una pensión, la ocupación de su casa mientras viviera y el control de sus
derechos de autor con anterioridad a 1968; pero en los años siguientes hubo más
procesos legales, motivados por acusaciones y contraacusaciones, que sólo termi-
naron tras la muerte de Krishnamurti en 1986. Rosalind y Raja le sobrevivieron.
354
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
Aparte de esto, los últimos veinte años fueron tranquilos. El frágil Krishna-
murti resultó ser sorprendentemente resistente. Continuó dando sus charlas por
todo el mundo. Buena parte de su vida fue inevitablemente repetitiva y bastante
contradictoria. Poco antes de su muerte se empezó el lujoso edificio del. Centro
Krishnamurti en Brockwood. Iba a dedicarse al estudio de su obra. No obstante,
entre las normas de la Fundación Krishnamurti incluyó la orden de que nadie po-
día constituirse en autoridad de su «enseñanza». Aún no tenía decidido si algo
podía transmitirse.
Su incertidumbre se puso de manifiesto con motivo del encargo de su biografía
oficial a su antigua amiga Mary Lutyens. Si bien la tarea principal consistía en
hacer un fiel relato de la vida de Krishna, Lutyens estaba lógicamente interesada
en interpretar los hechos a la luz de sus largas charlas con el propio Krishnamurti,
interés comprensible si se tiene en cuenta la confusión de Lutyens con respecto a
la naturaleza de la experiencia espiritual. Aunque ella no dudaba de que su amigo
le contaba realidades, le costó mucho entender sus descripciones y lo que signifi-
caban. No facilitó la tarea el hecho de estar relatando un drama en el cual ella y su
familia habían participado como protagonistas.
Mientras se esforzaban por aclarar el problema de qué había traído a los Maes-
tros de la Sabiduría a un primer plano —la necesidad de una fuente de autoridad y
autenticidad—, la exploración de Mary puso nervioso a Krishna. ¿De dónde viene
la sabiduría espiritual? ¿Cuál es su propósito? Krishnamurti había enseñado con
frecuencia que no hay fuente, que los Maestros son una ilusión, que cada concien-
cia está sola en el universo con sus propias reflexiones; sin embargo, en sus cua-
dernos y conversaciones se refería una vez y otra al poder que lo poseía, un poder
que había reconocido en su juventud y experimentado repetidamente en la cima de
su fama teosófica en forma de visitas de los Maestros y, después, en formas menos
tangibles.
Lutyens creyó adivinar lo que él entendía por «el poder» un día en Bro-
ckwood, al salir por la puerta abierta de la sala de estar y sentir una extraordinaria
presencia palpitante que surgía del lugar en el que acababa de estar hablando con
su personaje12. Otros testificaron experiencias parecidas. Era este poder el que
parecía ser la fuente no sólo de la enseñanza de Krishnamurti, sino de su mismo
ser, aunque distinto en ambos casos. Reconociendo semejante poder, Krishna sos-
tenía que su mente era el vacío clásico —un recipiente a través del cual pasaba el
12
Este episodio y otros parecidos se describen en The Years of Fulfilment.
355
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
poder—13 que los siglos habían estado preparando para su ser único, al que se
refería habitualmente en tercera persona.
Pero la manera de resolver estas contradicciones —y la manera de resolverlas
el mismo Krishnamurti— es localizar la fuente espiritual dentro del individuo.
Ésta ha sido la solución de los místicos de todas las épocas, desde los antiguos
budistas y los cristianos medievales hasta Aldous Huxley, el amigo de Krishna-
murti. Y lo que es más significativo, también aparece en las doctrinas hindúes del
Advaita Vedanta, que identifica el alma como un aspecto de esa realidad absoluta
a la cual aspira. Krishnamurti repetía siempre que los individuos deben trazar su
propio destino. Diciendo esto, resucitaba una antigua doctrina, como, según él,
debía hacer la teosofía. Escuchando la voz de su yo profundo, es posible que
Krishnamurti estuviera regresando al ascetismo de sus antepasados hindúes.
13
Para una explicación detallada de lo que esto significa en la práctica, véase TLADOK, pp.
159-168.
356
VEINTE
1
Debo esta observación a una conversación con James Moore.
358
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359
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ciones de su padre2. Leon tenía una fuerte personalidad que dominaba fácilmente
a Roles: a medida que las dos sociedades estrechaban sus vínculos, las teorías
económicas de la SES se fueron subordinando a la enseñanza espiritual. La SES se
convirtió en una organización religiosa y el socio dominante en la relación. Aun-
que la escuela ofrece regularmente un curso 3 de «filosofía práctica» que se impar-
te en horas nocturnas (lo que hace pensar a casi todo el mundo que se trata de cla-
ses sobre historia ática y política), lo que enseña realmente es una versión propia
de la cosmología de la Obra.
La SES dio un paso más en dirección a la síntesis espiritual alternativa cuando
MacLaren y Roles conocieron al Maharishi Mahesh Yogi en el primer viaje de
éste a Inglaterra en 1960. Impresionado por el Maharishi, Roles presidió al año
siguiente un grupo de la Study Society que viajó a la India, donde se encontraron
con el Shankaracharya, gurú y colega del Maharishi, seguidor del místico y maes-
tro indio del siglo VIII Shankara. Este difundió la doctrina del Advaita Vedanta,
que enseña que Dios es lo Absoluto y que los hombres son potencialmente uno
con Dios, pero no lo saben. Como la manifestación de lo Absoluto en la materia
oscurece esta verdad fundamental, la tarea de la humanidad es redescubrir lo Ab-
soluto para conseguir así la unidad con él.
Roles quedó convencido inmediatamente de haber encontrado por fin en el
Shankaracharya la fuente de la enseñanza de Gurdjieff y Ouspensky. De regreso a
Londres habló con los miembros de la escuela: «Han terminado todas vuestras
preocupaciones. Sólo tengo cuatro días de edad. Nací el pasado jueves» 4. Junto
con el Maharishi, Roles y MacLaren fundaron otra escuela para enseñar Medita-
ción Trascendental. Parecía como si las tradiciones sufíes de Gurdjieff y las tradi-
ciones hindúes que habían contribuido a dar forma a la teosofía estuvieran a punto
de unirse en una gran síntesis; pero las relaciones entre los tres hombres se dete-
rioraron pronto a causa de las disputas sobre el dinero que llegaba en grandes can-
tidades. Tampoco pudieron ponerse de acuerdo acerca de cómo sintetizar el méto-
do del Maharishi y la enseñanza Gurdjieff/Ouspensky patrocinada por el SES y la
Study Society. Las disputas filosóficas ocuparon el centro de la lucha por el poder.
A finales de la década de 1960, los tres hombres seguían caminos diferentes y
cada uno presidía una organización completamente distinta.
2
Para una detallada historia reciente de la escuela, véase el excelente aunque algo sensaciona-
lista libro Secret Cult, Lion Publishing, 1984, de P. Hounam y A. Hogg.
3
Regularmente aparecen grandes carteles en las estaciones del metro londinense.
4
Hounam y Hogg, op. cit., p. 42.
360
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
5
Sobre las finanzas de la escuela, Hounam y Hogg. op. cit., pp. 47-49.
361
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
362
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
están bajo los líderes de grupo, que tienen autoridad para exigir más o menos de
sus subordinados. Los líderes de grupo son instruidos por los ayudantes de Ma-
cLaren. Como la Obra, la SES es obsesivamente jerárquica: los de mayor rango
están sometidos absolutamente a MacLaren, quien supuestamente está sometido al
magisterio del Shankaracharya. Y, al igual que Gurdjieff, MacLaren actúa alterna-
tivamente como maestro severo, poder misterioso, padre amantísimo, líder caris-
mático y autócrata lejano.
La necesidad de la Medida se funda en la creencia de MacLaren en que los
hombres están en la tierra para servir a lo Absoluto, aunque por lo general no es-
tán preparados para hacerlo. Lo Absoluto se manifiesta en todo el cosmos median-
te las leyes naturales identificadas por la SES, pero con demasiada frecuencia
queda oscurecido por la ignorancia y la indiferencia humanas, que son, por lo tan-
to, responsables del pecado que empantana nuestras vidas y la evolución de la
creación. La función de la SES es iluminar la ignorancia y disipar la indiferencia.
La observación de las reglas de la Medida clarifica el papel de las leyes naturales
en el universo, favoreciendo así el bienestar de lo Absoluto que, a su vez, mantie-
ne la vida de lo virtuoso. Quienes siguen la Medida tienen la esperanza de llegar a
formar parte del Círculo Interno de la Humanidad, un grupo que evidentemente
está tomado de la Hermandad Teosófica de Maestros. En él aparecen figuras co-
nocidas del panteón teosofista, como Buda, Moisés, Jesús, Sócrates y Lao Tse y
deidades menos conocidas, como MacLaren y Francis Roles.
Para tener acceso al Círculo Interno uno debe reconocer en primer lugar la de-
cisiva distinción gurdjieffiana entre el yo esencial y la personalidad; en segundo
lugar que el yo esencial refleja lo Absoluto, a menos que esto lo impida la perso-
nalidad; tercero, que el objetivo de la vida es la comunión directa entre el yo esen-
cial y lo Absoluto, y cuarto, que el yo esencial debe cultivarse por lo tanto a ex-
pensas de la personalidad. MacLaren también coincide con Gurdjieff en que la
mayor parte de la actividad humana —efectivamente, la mayor parte de la exis-
tencia que se manifiesta mediante la «personalidad»— es inútil: un mero «fertili-
zante para la Luna», como decía Gurdjieff. Si deseamos lograr un nivel más ele-
vado sirviendo a lo Absoluto, debemos hacerlo mediante la meditación, la autoob-
servación y el sufrimiento intencional. Estas técnicas se enseñan en clases noctur-
nas, conferencias de fin de semana y escuelas de verano en casas de campo, donde
el orden del día es el trabajo duro y ejercicios en grupo al estilo del Prieuré. En las
escuelas de verano hay una estricta segregación de sexos, comida racionada y un
largo día (se empieza a las cuatro treinta) cuidadosamente dividido en actividades
supervisadas.
363
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
Tras todo esto es fácil ver los conocidos términos y valores cristianos. Lo Ab-
soluto es Dios; el tutor personal, el director espiritual; el yo esencial, el alma; la
personalidad, nuestra flaqueza humana; la meditación, la oración; el sufrimiento
intencional, la mortificación de la carne, y MacLaren, el papa infalible. Las seme-
janzas con las formas más severas del cristianismo se hacen más nítidas en la mo-
ral cerrada de la escuela. Es la enseñanza de Gurdjieff despojada de su vitalidad y
de su humor anárquico. La vida sometida a la regla de la Medida de MacLaren
implica abstinencia sexual, confesión, penitencia pública, obediencia y confor-
mismo social hasta un extremo que haría dudar al mismo Calvino. La observancia
de la ortodoxia puede adoptar formas curiosas. Como MacLaren admira a Leonar-
do da Vinci y a Mozart, éstos son los artistas oficiales de la SES. Como le gusta el
clarete, los miembros andan desesperados buscando las mejores cosechas. Des-
truir la personalidad en favor de la «esencia» puede parecer sospechosamente
condicionante.
Los miembros que se apartan del camino están expuestos a la enorme presión
de compañeros y tutores, que los llaman para que se expliquen y luego les impo-
nen castigos. A una mujer se la obligó a lavar platos durante toda la noche… para
calmar sus nervios8. Los alumnos son sumamente vulnerables a la presión de los
propios compañeros porque el compromiso con la escuela tiende a aislarlos de sus
relaciones con la familia y los amigos. En casos graves, se sabe que MacLaren ha
mantenido con los rebeldes una charla privada, algo considerado más alarmante
que el propio castigo. La SES no es un culto en el sentido de la Cientología o la
secta de la Luna, pues no retiene a nadie contra su voluntad, pero la oveja negra,
una vez expulsada, queda totalmente rechazada, al estilo de Gurdjieff.
El orden y el ascetismo de la SES resultan sorprendentes dado el estilo de vida
de MacLaren, que responde exactamente a lo que el hombre de la calle entiende
por gurú occidental. Vive lujosamente, con un ejército de chóferes y secretarias
pendientes de cada uno de sus deseos. Exige el respeto servil de todos los alumnos
de la SES y, cuando recibe, da audiencia como un poderoso potentado. Fuma sin
cesar y bebe el mejor clarete. Reside en sus mansiones de Oxfordshire y Hamps-
tead, viste camisas de seda y trajes elegantes, aunque esto no oculta la figura de un
anciano encorvado (nació en 1911), barrigón y con rasgos lupinos. Es, sin embar-
go, un orador dominante y persuasivo dotado de una bella voz.
Pero quizá el rasgo más peculiar de la SES sea su relación con ,el Partido Li-
beral británico. Leon MacLaren y su padre Andrew fueron laboristas hasta 1943,
8
Hounam y Hogg, op. cit., p. 16.
364
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
cuando Andrew, al ver que no había esperanzas de que su partido adoptara las
ideas reformistas de Henry George, se salió de él. Su hijo lo imitó y ambos ingre-
saron en el Partido Liberal.
Otrora la mayor fuerza política de Gran Bretaña, el partido de Gladstone y
Lloyd George sólo tenía entonces unos pocos parlamentarios. Y aunque MacLaren
fracasó como candidato liberal en dos elecciones, hizo buenos amigos en el parti-
do. A finales de la década de 1970, una docena de miembros de la SES eran cono-
cidos liberales, entre ellos Roger Pincham, anterior presidente del partido.
Aquello, que significaba la infiltración en una organización política importan-
te, fue inevitable que se convirtiera en noticia, sobre todo porque el Partido Libe-
ral estuvo implicado en una serie de escándalos durante la década de 1980 que
culminaron con el procesamiento de su líder, Jeremy Thorpe, acusado de conspi-
ración para el asesinato. La prensa estaba interesada por cualquier indicio que
apuntara a otro cadáver en el armario.., y de la SES emanaba cierto tufillo. El se-
ñor Pincham tuvo que negar públicamente que hubiera nada siniestro en la rela-
ción Partido Liberal-SES y esto pareció serenar los ánimos. Cuando los periodis-
tas entrevistaron al señor Pincham en presencia de Wyn Hugh-Jones, secretario
general del Partido Liberal, el señor Hugh-Jones se mostró muy relajado. Su único
momento de alarma vino cuando Pincham admitió ante los periodistas que él creía
en la levitación9.
365
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
366
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
mundana mientras lo escribía, pero si hay en él una voz espectral es con seguridad
la del malicioso Leadbeater. Collin regurgita el antiguo batiburrillo teosófico de
los ciclos planetarios, el surgimiento y ocaso de pueblos y civilizaciones, los eo-
nes cósmicos, las reencarnaciones y los signos astrológicos. El material apenas se
sostiene por la obsesión del autor con la armonía y la teoría de Ouspensky de las
escuelas esotéricas, reinterpretada por Collin en ciclos de 165 años del planeta
Neptuno que gobierna sus reapariciones. Collin sacaba la consecuencia de que uno
de esos ciclos estaba a punto de alcanzar su clímax, coincidiendo con el climaterio
de su propia vida.
No fueron éstas las únicas cosas que recuerdan a Leadbeater en La teoría de la
influencia celestial. Es evidente la influencia creciente del espiritismo. Esto se
debe en gran medida a la relación de Collin con una médium mexicana que no
sólo le «transmitió» las voces de Gurdjieff y Ouspensky, sino que simuló sus mo-
dos y apariencias, sin, por supuesto, haberlos conocido. Cuando los Collin visita-
ron Europa y el Medio Oriente, pasando por Irán, Siria y Turquía (donde se en-
contraron con J. G. Bennett, entregado allí a su propia misión ocultista), llevaron a
la médium con ellos, y siguieron la orientación de sus voces espiritistas en su bús-
queda de las escuelas esótéricas.
La mujer era una devota católica y la escuela esotérica a la que fueron llevados
por las voces resultó ser la Iglesia Católica11. Collin no se paraba en barras. Una
vez que supo que la iglesia era lo que había estado buscando tanto tiempo, volvió
a México y empezó a prepararse para la santidad o el martirio: hizo peregrinacio-
nes, mortificó la carne y, sin especificar cuál, predijo la inminencia de un gran
acontecimiento. También tenía demasiado trabajo, porque, a pesar de la desilusión
de muchos discípulos europeos por su conversión al catolicismo místico, era eso
lo que se necesitaba para interesar a la audiencia suramericana, y surgieron nuevos
grupos por todo el continente.
En mayo de 1956 Collin viajó a Lima para visitar a uno de estos grupos. Es-
tando allí, hizo una peregrinación a Cuzco. Ya.con la salud quebrantada, sufrió la
falta de presión de la cabina del avión y dijo estar enfermo cuando aterrizó en
Cuzco. A pesar de eso, se dirigió a la ciudad y aquella tarde se cruzó con Modes-
to, un muchacho cojo que mendigaba. Se encariñó con él y el chico debió de que-
dar sorprendido cuando Collin se ofreció a lavarlo. Luego Collin le dio zapatos y
ropa, y dijo estúpidamente a la multitud de pobres que enseguida vino a rodear al
rico extranjero que era deber de ellos cuidarse los unos a los otros. A cambio de la
11
Webb, op. cit., pp. 490-91.
367
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
12
Citado en Webb, op. cit., p. 496.
368
VEINTIUNO
CLIMATERIO
El año de 1956 fue crucial para la política occidental. La crisis de Suez y la in-
vasión de Hungría amenazaron la estabilidad mundial e intensificaron la Guerra
Fría. La población en general, aterrorizada por la perspectiva de un holocausto
nuclear, se preguntó si estos acontecimientos eran el principio del fin. Los ocultis-
tas los interpretaron como portentos del próximo climaterio, aunque no estaban de
acuerdo sobre su naturaleza. Parecía que un momento decisivo de la historia espi-
ritual estaba a punto de ocurrir. Pero, ¿qué forma tomaría? ¿Iba a ser el fin del
materialismo dialéctico en el bloque soviético y del materialismo consumista en el
mundo capitalista? ¿La aniquilación de la raza humana y el surgimiento de un
nuevo orden?
Ciertamente ocurrieron grandes cosas en el terreno espiritual. Rodney Collin
murió en 1956 prediciendo prodigios y acontecimientos no especificados;
Krishnamurti tuvo un encuentro ecuménico con el Dalai Lama a poca distancia del
recinto teosófico de Adyar, y J. G. Bennett descubrió una religión más. Fue tam-
bién el año en que Su Eminencia el Arzobispo Metropolitano Sir George King,
Doctor en Ciencias, Gran Maestro de la Orden de San Pedro y Presidente del Co-
legio de Ciencias Espirituales de Inglaterra, fundó la Iglesia de Aetherius 1.
Dos años antes, una mañana soleada de mayo, el señor King (así llamado en-
tonces), de treinta y dos años de edad, practicaba yoga tranquilamente en su piso
de Fulham cuando, súbitamente, oyó decir al Maestro Cósmico Aetherius: «¡Pre-
párate! ¡Vas a convertirte en la Voz del Parlamento Interplanetario!»2. Aetherius,
1
Puede encontrarse una biografía detallada del doctor King en «La Sociedad Aetherius: Breve
introducción», The Aetherius Society, 1984. «La Teología de Aetherius» por el reverendo doctor
R. Lawrence, BA. The Aetherius Society, 1980, presenta un compendio de la doctrina e historia de
la sociedad. Este documento reconoce específicamente a Madame Blavatsky como la mujer que ha
hecho posible la moderna historia ocultista.
Quiero aprovechar esta oportunidad para agradecer al doctor Lawrence su cortés respuesta a
mis peticiones.
2
R. Lawrence, op. cit., p. 19.
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
que hablaba desde Venus, dio a continuación instrucciones al señor King para la
fabricación de los Radiadores de Energía Espiritual. Estas máquinas las emplean
las gigantescas naves espaciales que flotan por todo el universo para infundir espi-
ritualidad en los seres humanos, y su poder se almacena en Baterías de Energía
Espiritual inventadas por el mismo señor King.
Las doctrinas de la Iglesia de Aetherius, que han sido descritas por uno de sus
obispos como «un brillante concepto… demasiado avanzado para algunas mentes
religiosas»3, se basan en muchas creencias y ponen el énfasis en la unidad de Re-
ligión, Ciencia, Este y Oeste. En particular, reescriben el concepto teosófico de los
Maestros Ocultos con términos de tecnología espacial avanzada. El señor King
llama a los Maestros seis adeptos o Guerreros de la Luz. Viajando por el espacio
para combatir a los Poderes Oscuros, estos Guerreros han hecho dos visitas impor-
tantes a la Tierra en los años recientes: en la llamada por King Misión Extraterres-
tre de 1965, y en la Operación Karmaluz de 1967-1969. Los ovnis, popularizados
en la década de 1950, son también signos de su presencia.
A fin de estimular futuras visitas desde el espacio exterior y para reforzar sus
efectos, la Iglesia de Aetherius promueve los Empujones Espirituales: días en fe-
chas mágicas en que los creyentes, reunidos en lugares sagrados, concentran sus
plegarias. El señor King, que también es sanador espiritual, vive ahora en Califor-
nia, pero su iglesia sigue estando organizada desde Fulham Road, 757, Londres
SW6. En 1980 fue nombrado caballero por la Casa Real Bizantina, un honor que,
según su asistente, está «reconocido por las Cortes Italianas»4.
La ecuación del viaje espacial con la intervención divina ha producido también
el Movimiento Raéliano5. Afirma tener ahora cincuenta mil miembros en todo el
mundo y se originó cuando un periodista francés, llamado Claude Vorilhon, alias
Raél, fue visitado por un extraterrestre el 13 de diciembre de 1973. Este ser se
presentó como miembro del Elohim y «padre del espacio» y, evidentemente, era
otro avatar de los Maestros Ocultos. Se llevó a Raél a su propio planeta y le expli-
có que los seres humanos fueron creados por primera vez allí, añadiendo que él y
sus compañeros deseaban establecer una embajada en la Tierra, desde la cual for-
marían con el tiempo un gobierno mundial, una moneda mundial y un idioma
mundial. Mientras eso llegaba, enseñó a Raél las técnicas para «Despertar la Men-
te mediante el Despertar del Cuerpo» y lo animó a que lo transmitiera a otros. De
3
Idem, p. 20.
4
Idem, p. 20.
5
Para los raélianos, véase E. Barker, New Religious Movements, HMSO, 1989, pp. 200 y ss.
370
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
acuerdo con esto, Raél fundó centros de «Meditación Sensual» en todo el mundo,
cuyos miembros llevan un medallón de seis puntas y aprenden a ser conscientes
sensualmente. Por ese privilegio han de pagar el diez por ciento de sus ingresos.
Como demuestra este fárrago, lo que anunciaron los portentos de 1956 no fue
el fin del mundo ni el advenimiento de una nueva época, sino nada menos que la
aparición cataclísmica de la Nueva Era de hecho y de derecho. Y no apareció un
solo maestro del Este, sino docenas de ellos. Porque fue a mediados de la década
de 1950 cuando los vástagos de la teosofía empezaron a multiplicarse en cantida-
des enormes, mezclándose con nuevos cultos y creando nuevos métodos. La Igle-
sia de Aetherius y el Movimiento Ra~liano son solament‟e dos entre otros muchos
grupos repletos de seguidores, y la multiplicación continúa a buen ritmo, sobre
todo en la costa occidental de EE.UU.
Curiosamente, la Sociedad Teosófica sólo ha experimentado un modesto re-
surgimiento, a pesar del creciente y desorbitado interés por todo el ocultismo en
los pasados cuarenta años. Quizá se ha hecho demasiado respetable, dado que se
ha demostrado que el escándalo es un ingrediente necesario para el éxito. La So-
ciedad sigue funcionando en todo el mundo desde su sede en Adyar, pero la edad
media de sus miembros es bastante elevada, sus actividades son respetables y ape-
nas se habla de ella. Los días apasionantes y escandalosos de Blavatsky, Besant y
Leadbeater han quedado muy atrás y los miembros hoy combinan el estudio de la
sabiduría esotérica con empresas humanitarias de todo punto dignas y valiosas.
Con la dignidad ha aparecido la domesticidad y una cierta lasitud. Domadas las
ambiciones, la Sociedad está ahora más cerca del Women‟s Institute que de las
Naciones Unidas o la Iglesia Católica.
Si se puede decir que la teosofía ha dominado sus pasiones, de la Obra hay que
decir que funciona con una discreción que es obsesiva. Los escándalos de los años
de Gurdjieff hace tiempo que se han olvidado y los guardianes de la tradición de
las clases elevadas han sido reemplazados cada vez más por la brigada del anorak
y las sandalias. Aunque la Sociedad Gurdjieff existe en Inglaterra y el Instituto
Gurdjieff en Francia, no son fáciles de encontrar. -Nunca hacen propaganda ni
proselitismo. Continúan las clases y las danzas sagradas, pero varios miembros me
han dicho que no importa que la Obra muera por falta de nuevos discípulos. Gurd-
jieff fue enviado a este planeta en una misión espiritual que ya ha cumplido. De-
pende de los demás la interpretación de esa misión. Si no saben hacerlo, es pro-
blema de ellos, y no va a solucionarse prostituyendo la enseñanza de un modo
engañoso para conseguir popularidad.
371
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
6
Barker, op. cit., pp. 179 y ss. El grupo celebra reuniones regulares en Londres, Manchester y
Bristol. Mi agradecimiento a Paul Massey, su director, por contestar a mis preguntas sobre la Lla-
ma Eterna.
7
Omraam M. Avainhof, Sexual Force and the Winged Dragon, Editions Prosveta. Prosveta
publica docenas de títulos en varios idiomas de Omraam.
8
Las breves biografías oficiales del señor y la señora Prophet y un resumen de sus doctrinas
pueden encontrarse en E. C. Prophet: Teachings of the Ascended Masters, Summit University
Press, Montana, 1989. Para una lista completa de sus publicaciones, litografías, casetes, etc., los
372
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
lectores pueden solicitar el lujoso catálogo ilustrado de la Summit University Press a Box A, Li-
vingstone, MT 59047-1390.
9
Otro vástago teosófico, tambien conocido como Orden Suprema de Acuario y la Escuela
Preiniciática de Medio-Gegnian, con base en San Luis, Missouri.
373
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
nus. La señora Prophet aparece en este panteón como Gurú Ma, la Madre Univer-
sal que un día se unirá a su primer esposo como Maestra Ascendida. Las publica-
ciones cubren todos los temas, desde la curación del cáncer a la alquimia, y siem-
pre presentan una imagen dorada de la existencia.
La realidad de la vida comunal del Lighthouse es muy diferente10. El rancho se
gobierna bajo reglas muy estrictas que recuerdan a la Hermandad de la Nueva
Vida de Thomas Lake Harris. El día comienza a las cinco de la mañana (siete días
por semana) con dos horas de rezos y meditación, seguidas del desayuno y un
trabajo agotador, y concluye con una actividad edificante que a veces preside gra-
ciosamente la señora Prophet. La dieta de los residentes es baja en proteínas y
están prohibidos todos los estimulantes, así como el sexo extramarital. La relación
sexual de los matrimonios se limita a treinta minutos dos veces por semana.
A cambio de estos privilegios, los novicios del rancho de Gurú Ma pagan hasta
400 dólares al mes por la comida y el alojamiento. Terminado el noviciado, ceden
irrevocablemente todas sus propiedades a la Iglesia. Y no porque necesiten aho-
rrar: los fieles visten con sencillez, participan en los trabajos de grupo y compar-
ten dormitorios. Por otro lado, la señora Prophet no necesita el dinero. Ocupa apo-
sentos lujosos con su joven esposo y alterna sus vestidos inmaculados de satén
blanco con algún que otro sari rosa y oro y muchos diamantes. Aparenta y se
comporta como una reina y sus seguidores la tratan como a una diosa.
Sin duda lleva la beneficencia en el corazón. Hay estrictas medidas de seguri-
dad en el rancho, los guardas que lo patrullan están bien armados y, a finales de la
década de 1980, la Gurú Ma mandó construir un enorme refugio nuclear para aco-
ger a los creyentes en el holocausto mundial de 1989 profetizado por Saint Ger-
main. Los observadores se preguntan por la necesidad de tantas precauciones en
una comunidad espiritual cuyos miembros entran voluntariamente y a quienes se
dice que los guardas son para mantener alejados a los intrusos y no para impedir la
salida de los residentes. Otros se preguntan por qué la señora Prophet necesita un
búnker si sus seguidores, como ella dice, están a salvo de cualquier contingencia,
pero ella replica que puso su fe en Saint Germain, que se lo mandó construir. Por
desgracia, los enormes tanques de petróleo dedicados a alimentar el refugio se
vaciaron en el río Yellowstone, lo que expuso a la señora Prophet, y no a Saint
Germain, a un proceso legal por polucionar el medio ambiente.
10
Véase «La Madre lo sabe mejor y es lo peor», por A. Pielou, en la revista You, 1 de octubre
de 1989, pp. 16-20.
374
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
Casi en la misma época, una de sus tres hijas abandonó el rancho y acusó a su
madre de lavarle el cerebro, mientras otros miembros de la comunidad denuncia-
ban en la prensa malos tratos y explotación. Los problemas de Gurú Ma se com-
plicaron cuando un fiel seguidor fue sorprendido en el rancho con un enorme ar-
senal escondido de armas ilegales y se probó que la Iglesia Universal y Triunfante
se preparaba para convertirse en zona de guerra. Entre la gente de la zona, ese
descubrimiento les trajo los dolorosos recuerdos de la vecina comunidad Rajnees-
hi, que sólo pocos años antes se había convertido en un campamento fuertemente
armado antes de venirse abajo en medio de un escándalo financiero, cuando sus
líderes, entre ellos el propio Rajneesh, huyeron del país en un avión privado lle-
vándose grandes cantidades de dinero en calderilla.
Pero quizá lo más significativo de la Iglesia Universal es aquel vertido de pe-
tróleo en el río Yellowstone. Como tantos fundadores de comunidades, la Gurú
Ma llevó a sus seguidores lejos de las corrupciones de la civilización a los espa-
cios abiertos de Montana para que llevaran una vida «natural» y, mediante el duro
trabajo, sintonizaran con los ritmos espirituales del universo. Pese a esto, en me-
dio de este paraíso, construyó lo que puede ser emblemático del mayor terror del
mundo moderno: un refugio nuclear alimentado con petróleo.
El vertido es sobre todo una ironía si se tiene en cuenta que, en los últimos
años, la fuerza más nueva y poderosa que da forma a la síntesis espiritual alterna-
tiva es el movimiento ecológico: sus huellas son visibles, tanto en la Iglesia Uni-
versal como en la Gran Hermandad Blanca. La ecología es a los gurús occidenta-
les contemporáneos lo que el vegetarianismo, la ayuda a los animales, la homeo-
patía y la vida sencilla fueron para sus predecesores decimonónicos. Los grupos
de presión ecológicos afirman tener a su favor una filosofía coherente y una nece-
sidad perentoria. Han adoptado también el tono milenarista característico de tantos
maestros independientes. Insisten en que el regreso a la naturaleza es hoy algo
más que un capricho romántico o una práctica espiritual privada: es el tema políti-
co más relevante de nuestro tiempo. La disputa acerca de la evolución, que provo-
có las invectivas antidarwinianas de Blavatsky, está otra vez a la orden del día,
pero ahora lo que está en juego es nada menos que el futuro del planeta. Muchos
maestros y grupos espirituales se han hecho de los Verdes en la pasada década,
señalando que la preservación del planeta es la principal tarea espiritual de la hu-
manidad, en marcado contraste con lo ultraterrenal de las antiguas tradiciones mís-
ticas.
Una consecuencia de este cambio de opinión ha sido la reaparición de la an-
troposofía, que ha surgido inesperadamente victoriosa de las antiguas batallas en-
375
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
11
Este banco forma parte de un grupo de instituciones financieras registrado bajo el nombre de
Mercury Provident plc. La Sociedad Antroposófica británica ya no está en la marginación social y
política. Recientemente empezó negociaciones con el Ministerio de Educación y Ciencia para
registrar su instituto técnico, el Michael Faraday College de Brighton, como la primera universidad
tecnológica «verde», siguiendo una nueva iniciativa del gobierno para promover la educación
técnica y científica. El príncipe de Gales ha mostrado también su interés, visitando granjas funda-
das por la sociedad y apoyando sus formas de medicina alternativa.
376
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
seres superiores —una versión de los Maestros Ocultos— que imparten su sabidu-
ría a los iniciados.
Aunque ponen el acento en la vida espiritual como clave de la reforma del
mundo, la rebautizada Emissary Foundation da hoy menor importancia a los as-
pectos místicos y resalta la importancia de la ecología y la psicología 12. No se
exigen creencias ocultistas a los miembros, cuyo objetivo es la mejora de ellos
mismos y del entorno mediante la «sintonía» entre el individuo, las demás perso-
nas y los ritmos naturales de la tierra. Esa sintonía requiere plegarias, meditación
y reflexión, pero las actividades prácticas también juegan un papel importante. La
fundación dirige numerosos proyectos educativos e impulsa empresas de medicina
alternativa y financieras. No es un culto en ningún sentido. Se anima a los no
miembros a participar en seminarios en el «Arte de Vivir» y el grupo acepta com-
placido a visitantes en sus granjas y ranchos.
Ésta es la cara aceptable de la religión alternativa, pero quizá lo sorprendente
de la fundación sea su liderazgo. Tras la muerte de Meeker en 1954, la dirección
pasó a un seguidor que daba la casualidad que era el jefe de una de las familias
más aristocráticas de Inglaterra. Martin Cecil, que luego sería el séptimo marqués
de Exeter, se había trasladado de Inglaterra a EE.UU. muchos años antes, siguien-
do la antigua tradición de los segundones aristocráticos que buscan hacer fortuna
en el extranjero. Al morir su primo, el sexto marqués, sin sucesión masculina,
heredó el título, aunque la gran casa y los terrenos de Burghley quedaron para las
hijas de su primo. Michael, hijo de lord Exeter, que estaba casado con la hija de
Lloyd Meeker, sucedió a su padre como líder de los Emisarios y como octavo
marqués en 1988, estableciendo un precedente en la aplicación del principio here-
ditario a los movimientos religiosos.
12
El cambio de énfasis puede verse si se compara la biografía de Martin Exeter —One Heart,
One Way, por C. Foster, Foundation House Publications— con los escritos de su hijo, entre ellos
My World, My Responsability, Emissary Foundation International, s.f. Martin Exeter profesa un
misticismo existencialista que subraya la importancia de la comunicación con la fuente del ser y
Michael Exeter se ocupa fundamentalmente de la responsabilidad ecológica.
377
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
nal. Las décadas finales de su vida fueron un viaje acelerado por todas las alterna-
tivas posibles, de gurú en gurú, en busca de la elusiva Fuente, para encontrarse al
final consigo mismo.
Tras la muerte de Gurdjieff, las actividades de Bennett se vieron aún más en-
torpecidas por el grave ataque al corazón sufrido por Winifred en el otoño de
195013. Y peor fue el revés ocurrido tres semanas más tarde, cuando una mañana,
al llegar al trabajo, se encontró con los laboratorios precintados. Aquella tarde, los
periódicos trajeron grandes titulares sobre el espionaje comunista en las institu-
ciones relacionadas con la investigación atómica. Las simpatías políticas de Ben-
nett, su trabajo en la inteligencia militar, su ficha en el Foreign Office, sus activi-
dades como maestro espiritual y la reputación de espía de Gurdjieff resultaban una
mezcla explosiva en la atmósfera de la Guerra Fría a principios de los cincuenta.
Aunque su nombre no apareció en los periódicos, Bennett dimitió de su puesto.
Sin trabajo, se dedicó a Coombe Springs, donde construyó un nuevo alón al es-
tilo de la Casa de Estudio de Gurdjieff. Luego, en 1953, una voz le dijo que busca-
ra en el Este, y allí se fue, a pesar de la vaguedad de la orden. La pregunta era:
¿dónde exactamente? La respuesta obvia era repetir los viajes de Gurdjieff por
Asia Central y el Próximo Oriente. Por recomendación de un noble descendiente
de Mahoma, empezó con una visita al jeque sufí de Damasco Ermin Chikhou. De
camino, pasó por Constantinopla, ahora Estambul; visitó Konya, hogar de Dje-
llaluddin Rumi, fundador de los derviches Mevlevi, y tuvo una visión en la que se
le dijo que no aceptara una oferta de trabajo en Naciones Unidas. Excesivo para
unas vacaciones.
Ermin Chikhou —derviche Nakshibendi— le habló enigmáticamente (dada su
fe) de la inminente segunda venida de Cristo, asegurando que Bennett jugaría un
papel vital en este acontecimiento, como una especie de Juan Bautista del nuevo
Mesías. Por una vez, Bennett no se lo creyó del todo; pero cuando al año siguiente
volvió a Siria, le repitieron lii profecía. Winifred Bennett, que acababa de tener
una grave hemorragia cerebral que la dejó más o menos en estado demencial, se
había quedado en Coombe, y Bennett viajó por Siria e Irak, visitando santones,
con su amiga íntima y futura esposa Elizabeth Mayall. Un jeque de Damasco apo-
yó la profecía de Ermin Chikhou de la segunda venida, mientras otro en Kerind le
dijo lo mismo, añadiendo cortésmente que Bennett y su amiga estaban destinados
por Dios a ser compañeros. Por lo menos, la segunda profecía fue acertada. Pero,
13
El resto de este capítulo se basa en el relato del propio Bennett, Witness, pp. 273-319, com-
plementado por mis conversaciones con Elizabeth Bennett, ya fallecida.
378
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
aunque Bennett viajó extensamente por los desiertos de Turquía y el norte de Per-
sia, visitando los antiguos territorios de Gurdjieff, la Fuente se negó obstinada-
mente a aparecer.
Desilusionado tras sus viajes y luchando con los muchos volúmenes de El uni-
verso dramático, su obra épica-sobre la historia y la naturaleza del cosmos, Ben-
nett se sintió atraído a continuación por una idea nueva de una fuente muy distin-
ta: unos amigos de la Obra le hablaron de Pak Subuh (1901-1987), el indonesio
fundador de Subud14. Obedeciendo a sus voces internas, Bennett fue iniciado en la
nueva práctica espiritual en el annus mirabilis de 1956 por Husain Rofe, un judío
del norte de Londres convertido al islam. Bennett no quedó muy convencido
cuando oyó afirmar a Ro-fe que el Subud sanaba a los moribundos, daba vigor a
los impotentes y hacía posible el vuelo astral, pero perseveró.
Subud es una forma de misticismo islámico, cuyo nombre deriva de tres pala-
bras: susila, budhi y dharma. Susila es el auténtico carácter de un hombre, que
surge cuando actúa de acuerdo con la voluntad de Dios; budhi es la fuerza vital
divina que los hombres llevan en su interior, y dharma significa someterse a la
voluntad divina. Subud es, por lo tanto, aquel sometimiento a Dios que permite el
desarrollo del auténtico individuo que normalmente permanece frenado por consi-
deraciones mundanas. Ese desarrollo puede iniciarse mediante el latihan, palabra
javanesa que significa «formación», que, en este caso, empieza con una especie de
sumisión comunitaria a la presencia de Dios. A la sumisión se le llama «abrirse»,
porque implica vaciar la mente de todas las asociaciones ordinarias para preparar-
se a recibir a Dios. Una sesión latihan, supervisada por un sacerdote Subud puede
durar hasta media hora, en cuyo tiempo los participantes hacen de todo, desde
meditar hasta gritar y hablar en lenguas desconocidas.
La semejanza entre Subud, la Obra y la SES es evidente: despojarse de lo que
Gurdjieff llamaba «personalidad» para permitir la aparición de la «esencia». Pak
Subuh también estaba de acuerdo con Gurdjieff, Bennett y MacLaren en que reti-
rarse del mundo no conduce al crecimiento espiritual: Subud es un método, no una
religión hermética. Pero Subud se aparta radicalmente de la Obra en que exige
sometimiento, no lucha. En este aspecto está más cerca de Krishnamurti que de
Gurdjieff. Tampoco tiene Subud las peculiaridades siniestras del culto de la SES.
No hay disciplina tutorial ni reeducación.
14
Para el Subud y Pak Subuh, véanse Bennett, op. cit., pp. 320-34, y A. B. Paul, Starway to
Subud, Coombe Springs Press, 1965.
379
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
15
Bennett, op. cit., p. 331.
380
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
16
Bennett, op. cit., p. 349.
17
Bennett, op. cit., p. 347.
381
CONCLUSIÓN
EL MANDRIL TRIUNFANTE
En junio de 1962, Bennett recibió una carta de un viejo amigo, Reggie Hoare,
que había sido su colega en la inteligencia militar y discípulo de Ouspensky. Des-
pués de la guerra, había seguido a Bennett, de Ouspensky a Gurdjieff y luego de
Gurdjieff a Subud. En su carta, Hoare explicaba que acababa de conocer a un
hombre que decía haber sido enviado a Occidente por una escuela esotérica de
Afganistán. Como lo creía, invitaba a cenar a Bennett para que conociera a su
nuevo descubrimiento.
El visitante, llamado Idries Shah, se presentó como mensajero de «los Guar-
dianes de la Tradición». Enseñó después un documento, titulado Declaración del
Pueblo de la Tradición1, y explicó que los Guardianes pertenecían a una jerarquía
invisible que lo había escogido a él para transmitir su sabiduría a los individuos
apropiados. Ahora andaba buscando discípulos y ayudantes europeos y cartas de
presentación para ricos y poderosos, cuya ayuda necesitaba para transformar el
mundo. Con este propósito había fundado la SUFI: Society for Understanding
Fundamental Ideas [Sociedad para la Comprensión de Ideas Fundamentales].
Para empezar, Bennett desconfió y no le gustó aquel hombre, que fumaba con-
tinuamente y se esforzaba demasiado por ser agradable. Pero, a la mitad de la
reunión, de pronto, sin poder explicarse las razones, se dio cuenta de que Shah
decía la verdad: era un emisario auténtico de la Hermandad Oculta descrita por
Gurdjieff. Más tarde, buscó la confirmación de su intuición en la plegaria. La res-
puesta fue equívoca y, aunque Bennett decidió ayudar a Shah, pensó que lo pru-
dente sería preguntar por sus antecedentes.
El relato que hizo Shah de sus orígenes es una imagen brillante, en la que apa-
rece emparentado con los reyes sasánidas, Abraham, Mahoma y el duque de Ha-
milton2. El duque aparece en la historia a causa de una leyenda, según la cual el
1
Este manifiesto —Declaration of the People of the Tradition, Octagon Press, 1966 y 1974—,
se reproduce en Bennett, op. cit., pp. 356-58.
2
La carrera de Shah ha sido documentada por el profesor ElwellSutton, cuyo relato sigo.
Véase L. P. Elwell-Sutton «Sufismo y pseudosufismo», Encounter, vol. xliv, núm. 5, mayo de
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
1975, pp. 9-17. Pero véase también J. Moore, «Neosufismo: El caso de Idris Shah», Religion To-
day, que pone cuidado en distanciar a Gurdjieff de Shah. Ambos autores rechazan la pretensión de
Shah de representar la enseñanza sufí en Occidente.
383
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
*
Halal, árabe, «de acuerdo con la ley religiosa» = carne preparada de la manera prescrita por
la ley del islam. (N. del T.)
3
PRO, FO 371, 1946, AS/4439/46. También Moore, op. cit., p. 7, donde la acusación está más
documentada.
4
El señor Shah no ha podido contestar a mis cartas.
384
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
5
Bennett, op. cit., p. 360.
6
Para este punto véase N. Saunders, Alternative London, Nicho-las Saunders, 1970, p. 109.
7
Bennett, op. cit., p. 362.
385
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
honra hasta pueden ser, efectivamente, medios para esa salvación. Gurdjieff había
insistido en el vínculo que hay entre los trastornos y el alimento espiritual. Si los
seres humanos necesitan terapias de choque para despertarse de su letargo, ¿qué es
un hombre superior, sino aquel que sabe administrar su propio tratamiento?
Una vez estuvo convencido Bennett de la buena fe de Shah, los administrado-
res fueron pronto disuadidos y el nuevo propietario tomó posesión de Coombe.
Las consecuencias fueron todas las que habría deseado Gurdjieff. Lo primero que
hizo Shah fue expulsar a Bennett y a sus viejos discípulos de su propia casa,
prohibiéndoles la entrada sin su expreso permiso. Lo segundo fue vender la pro-
piedad a una promotora inmobiliaria al año siguiente por cien mil libras y con este
dinero se compró una mansión en Langton Green, cerca de Tunbridge Wells,
Kent8.
La donación de Coombe es quizá el episodio único y más extravagante de toda
la extravagante historia contada en este libro. Esta transacción de propiedad revela
el atractivo de los movimientos espirituales alternativos mejor que cualquier ar-
gumento metafísico. Sin ninguna evidencia sólida que lo respaldara (¿cómo podía
haberla?), la pretensión de Shah de ser el representante de los «Pueblos de la Tra-
dición», ysu insistencia en que venía del Monasterio Sarmoung, descrito en un
libro de Gurdjieff, pero nunca localizado, le proporcionó un bello beneficio9. Pero,
8
Para la venta de Coombe, véanse Bennett, op. cit., pp. 359-63, y Elwell-Sutton, op. cit., pp.
14-15.
9
Después de su triunfo en Coombe podía esperarse que Shah se relajara. Nada de eso. Tuvo
una favorable acogida en la prensa y Bennett no fue el único personaje distinguido en quedar con-
vencido de su genio. Su brillante vida internacional está recogida en L. Courtland, The Diffusion of
Sufi Ideas in the West, Boulder, Colorado, 1972.
A partir de la década de 1960, Shah ha establecido una poderosa red de seguidores, influyentes
en la prensa y los medios literarios, siendo los más famosos los poetas Robert Graves y Ted
Hughes y la novelista Doris Lessing.
Shah llegó incluso a persuadir a Robert Graves para que prestara su nombre a una nueva ver-
sión del Rubáiyát de Omar Khayyam, en colaboración con su hermano, el general Omar Ali Shah.
Esta traducción se basaba supuestamente en un manuscrito hasta entonces desconocido en Occi-
dente. Shah nunca mostró el manuscrito y, como dice Moore, el libro de Graves pronto fue acusa-
do por los eruditos de «una nulidad al cubo; una “traducción” (que no era tal traducción, sino copia
de un comentario victoriano) de “Jan Fishan Khan MS” del siglo XII (que nunca existió): de un
poema en estrofas compuestas de Khayyam (que él no escribió)». Moore, op. cit., p. 6.
La señorita Lessing no sólo rechazó mi invitación a comentar la enseñanza de Shah: su res-
puesta a mi carta me prohíbe específicamente que mencione en mi libro que ella se ha negado a
contestarme. Pero véase Doris Lessing, «Un elefante en la oscuridad», Spectator, 18 de septiembre
de 1964.
386
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10
Bennett, op. cit., p. 376.
387
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11
Mi agradecimiento a Andrew Rawlinson del Departamento de Estudios Religiosos de la
Universidad de Lancaster por dirigir mi atención a Gary Chicoine y por facilitarme información
sobre él y el raro ejemplar de su panfleto.
12
Sadguru Swami Narayan Avadhoot, Adiguru Dattatreya and the Non Sectarian Central Spi-
ritual School, Coombe Springs Press, s.f., p. 13. Sadguru Swami Narayan Avadhoot es, por su-
puesto, Gary Chicoine. También trata con el mayor desprecio a Idries Shah.
388
Peter Washington, El Mandril de Madame Blavatsky
389
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77, 91-2, 98, 106; viajes misione- sa, 191-2; sale de Rusia para Tur-
ros, 75~ abraza el budismo, 75-6, quía, 192-4; describe a Gurdjieff,
87, 112, 203; en Ceilán, y Anna 195; conoce a Bennett, 196-7, 289-
Kingsford, 75-6, 112, 203; disputas 91; en Inglaterra, 197, 199-200,
con Emma Coulomb, 84, 90; criti- 281-82; y el descontento teosofista,
cado por la Society for Psychical 203; y sus métodos de enseñanza,
Research, 87; aconseja a Blavatsky 224-5, 350; ataques de Dunning,
que no acuda a los tribunales, 90-1; 239; y la espiritualidad individual,
y las exigencias de dinero de Bla- 269; afirma que Gurdjieff está lo-
vatsky, 92; sobre Mohini Chatter- co, 269; relaciones con la esposa,
jee, 96; conflicto con Judge, 107- 282-83; depresión, 282; relaciones
10; Annie Besant y, 111-114; y con los discípulos, 282-86, 322;
Tingley, 118; elogia a Leadbeater, sobre las dos caras de Gurdjieff,
123; y la expulsión de Leadbeater, 290; sobre la Segunda Guerra
127-8; y Marie Russak, 127-8; Mundial 297, sobre Krishnamurti.
nombra a Besant como sucesora, 297; en Nueva Inglaterra, 3 18-20;
128; muerte, 128; y Steiner, 156; y pesimismo y dudas, 318-20, 322-3;
el funeral de De Palm, 214; Gente excomulga a Bennett, 319, 329;
del otro mundo, 67 regreso a Inglaterra, 320, 321;
Oliphant, Alice (de soltera le Stran- abandona el Sistema, 322-3; y Co-
ge), 37 llin, 324, 359; muerte, 324, 349;
Oliphant, Laurence, 35-6, 82, 103, Gurdjieff abusa, 333; fama póstu-
203, 380; Masollam, 35; PiccadiI- ma, 349-51; La cuarta dimensión,
ly, 35; Sympneumata, 37 160; Fragmentos de una enseñan-
Oliphant, Maria, Lady, 36 za desconocida, 334, 349; En bus-
Oliphant, Rosamund Dale (de soltera ca de lo milagroso, 159, 179; La
Owen), 37, 103 extraña vida de Ivan Osokin, 159;
Ommen, Holanda: Castillo Eerde, Tertium Organum, 196, 248
212,258,263; campamentos, 267; Ouspensky, Sophia Grigorievna:
reunión de 1925, 263; devolución relaciones con Ouspensky, 182; re-
de castillo a Van Pallandt, 267 laciones con Gurdjieff, 276, 282,
Orage, Alfred Richard: y Ouspensky, 326, 332-4; enseñanza, 282-3, 286;
191; y Gurdjieff, 200-11, 261; en y Bennett, 290-2, 330; en EE.UU.,
el Prieuré, 233-5, 239; y Katherine 318, 321, 347; y Janet Collin, 324;
Mansfield, 239; promueve a Gurd- desconfía del rechazo de Ous-
jieff en EE.UU., 248, 253, 350; ca- pensky del Sistema, 325; y la fama
rácter, 250; ruptura con Gurdjieff, póstuma de Gurdjieff, 351
254; muerte, 255 Owen, Robert, 25, 54, 103
Orden de la Estrella de Oriente Owen, Robert Dale, 26, 54, 103
(OES; anteriormente Orden del Owen, Rosamund Dale, véase Ohp-
Sol Naciente), 136, 141, 143, 157, hant, Rosamund
211, 260, 264, 267 Oxford, Grupo, 268
Osmond, doctor Humphrey, 315
Ostrowska, Julia, 181, 188, 253 Pallandt, barón Philip van, 210, 267
Ouspensky, Peter Damien: ideas y Paim, Josef Ludwig Heinrich, barón
doctrinas, 158, 232, 297, 349-50, de, 66, 214
360; antecedentes, 158; relaciones Pancoast, Dr. Seth, 59, 64
con Gurdjieff, 173, 178-87, 193-4, Parlamento Mundial de Religiones,
199, 235, 250, 252, 289; ruptura Chicago (1893), 113
con Gurdjieff, 184, 250, 278, 314, Pasteur, Louis, 82
316-7, 345; en la Guerra Civil Ru- Paterson, Hermana Zoe, 20
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Lalita), 306
Wyndham, Sr. y Sra. Percy, 82
Yeats, William Butler, 49, 99, 106,
198. 226
Young, Brigham, 62
Zaharoff, A. A., 181, 187, 191
Zalk, Louis, 339
Zigrosser, Carl, 248
Zimbalist, Mary, 338
Zoist, The (periódico), 29
Zuber, René, 334
417