El Mito Impensable Del Mestizaje en América Central - Marta Elena Casaús Arzú
El Mito Impensable Del Mestizaje en América Central - Marta Elena Casaús Arzú
El Mito Impensable Del Mestizaje en América Central - Marta Elena Casaús Arzú
ISSN: 0377-7316
anuario.iis@ucr.ac.cr
Universidad de Costa Rica
Costa Rica
Resumen
Este artículo analiza el predominio del positivismo racialista en las élites
intelectuales centroamericanas entre 1900 y 1930 para conocer el modo en que
los imaginarios nacionales estuvieron permeados por las ideas de la eugenesia
y del blanqueamiento de la nación en tres de los cinco países de la región. Este
pensamiento hegemónico obstaculizó la formación de una nación homogénea, al
tiempo que dificultó la creación de una nación mestiza, debido a que los imaginarios
nacionales de las élites estuvieron mucho más orientados a la idea de blanquear la
nación y de invisibilizar o exterminar a los pueblos indígenas. Este proyecto de nación
eugenésica puede explicar en parte las masacres y genocidios que se produjeron en
contra de los pueblos indígenas en El Salvador y en Guatemala a lo largo del siglo XX.
Abstract
The article analyzes the predominance of the racial positivism in the Central
American intellectual elites between 1900 and 1930 to know how the national
imaginaries in three out of the five countries that formed the region were influenced
by the ideas of eugenics and the whitening of the nation. This hegemonic thought
hindered the formation of a homogeneous nation, as well as the creation of a mestizo
nation, because the national imaginaries of the elites were much more focused on
the idea of whitening the nation and of hiding or exterminating the indigenous
population. This project of a eugenic nation could partly explain the massacres and
genocides that occurred against the indigenous population in Guatemala and El
Salvador during the XX century.
Antecedentes
América Central es una región que cuenta con múltiples pueblos indígenas y
afrodescendientes. Los primeros se sitúan especialmente en el altiplano y las tierras
altas, mientras que los afrodescendientes en las costas del Atlántico y del Pacífico. El
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fuertemente influidos por las teorías del darwinismo social, especialmente por auto-
res como Gustav Le Bon (1841-1931), Hippolyte Taine (1828-1893), Arthur de Gobineau
(1816-1882), Ernest Renan (1823-1892), y Francis Galton (1822-1911) (Moreno, 1984; Barre-
ra, 1979; Horsman, 1985).
¿Cuáles son los autores europeos que más influyeron en el pensamiento de
sus homólogos latinoamericanos en relación con el mestizaje y a la visión del indio
americano? ¿Cuáles fueron los postulados más relevantes sobre los que fundamenta-
ron sus teorías racialistas? En primer lugar, se encuentra la idea de la jerarquización
de las razas en función de las características físicas y morales de los grupos raciales,
en donde el color de la piel, sin duda, jugó un papel relevante. El hombre blanco eu-
ropeo sirve como punto de referencia para la jerarquización racial. Si bien estas ideas
no son exclusivas del positivismo, porque el pensamiento ilustrado ya las sostenía,
especialmente autores como De Pauw y Buffon (Todorov, 1991),3 para estos autores
el color de la piel estaba directamente relacionado con la barbarie o la civilización
y lo determinaban la alimentación y el clima. Es la nueva ciencia del positivismo la
que va a conferir un carácter de cientificidad a estas ideas basadas en la aplicación
del darwinismo a las teorías sociales. Se trata de lo que Todorov llama “racialismo
vulgar” y Hale (1991) “racismo decimonónico”, cuyos máximos exponentes fueron
Taine, Gobineau, Le Bon y Renan. Lo interesante de estos autores es que atribuyen
características morales y psicológicas a las razas. Así, para Renan “las razas infe-
riores están constituidas por los negros del África, los indígenas de Australia y los
indios de América (...) las razas superiores, como la blanca y la aria, además poseen
la belleza y la cultura”. Para Le Bon, entre las razas superiores solo pueden “figurar
los pueblos indoeuropeos” (Todorov, 1991: 135).
En segundo lugar, se parte del supuesto de que las razas inferiores no son
perfectibles por ser genéticamente inferiores. No se pueden civilizar dado que sus
genes y su carácter están predeterminados, pierden sus energías vitales y tienden
a desaparecer. De nuevo, Renan, Taine y Le Bon expresan su pesimismo al afirmar
que “la experiencia demuestra que todo pueblo inferior que queda en presencia de
un pueblo superior, está condenado fatalmente a desaparecer bien pronto” (Todo-
rov, 1991: 144).
El determinismo pretendidamente científico fue consagrado por los dos po-
sitivistas de diferente rango antes citados –Taine y Le Bon–, quienes tuvieron una
amplia difusión en América Central. El primero basaba su determinismo racial en
el clima como elemento que predeterminaba la jerarquización racial y creía que no
era superable aunque se produjera un cambio de ambiente y de clima. Le Bon iba
aún más lejos, acercándose a los presupuestos de Gobineau, cuando consideraba
que la inferioridad estaba determinada por la raza: “La raza lo decide todo (…) es la
constitución mental de las razas de donde se deriva su concepción del mundo y de
la vida” (Le Bon, 2000).
En tercer lugar, la degeneración de las razas es inevitable y la única solución
para forjar una nación es su hibridación. En este aspecto, Gobineau da una vuelta de
tuerca al determinismo racialista de los anteriores autores positivistas al considerar
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que las hibridaciones pueden provocar una civilización superior. En su libro La des-
igualdad de las razas humana (1967), consagra estos presupuestos para toda la historia de
la humanidad y para la formación de las naciones. En su organicismo asocia el cuerpo
humano a las naciones, y la nación –al igual que la civilización– resulta de la absor-
ción de la heterogeneidad: “la civilización no es otra cosa que una feliz mezcla”. Pero
esta ha de ser controlada para evitar cruzamientos con razas inferiores, ya que solo
mediante el cruce con razas superiores o medias se logra superarla, “formando aquello
que es civilizable en nuestra especie” (Graham, 1990: 10, citando a Goubineau).4
Si para Gobineau la raza se convierte en el motor de la historia, para Galton
(1909) en su libro Herencia y Eugenesia, la eugenesia es la única forma de mejorar la raza,
y para Nordau (1895)5 esta degeneración de la raza se extiende y permea la literatura y
las manifestaciones artísticas, siendo responsable de la decadencia del fin de siglo. Por
esta razón es que lleva los planteamientos de Lombroso hasta sus últimas consecuen-
cias cuando afirma que la degeneración no afecta solo a los criminales, a las prostitutas
y a los dementes, sino que está estrechamente vinculada con el arte y los artistas de
fines de siglo.
En cuarto lugar, muy imbricado con las teorías citadas, surgen dos propuestas
que derivan del racialismo: el degeneracionismo somático y cultural de los pueblos y la
eugenesia o mejora de la raza como la única vía para afrontar el determinismo genético
y la degeneración de razas y pueblos. Francis Galton, planteaba los principios darwinia-
nos sobre la degeneración de las especies y su capacidad de adaptación y los aplicaba
a los pueblos y a las civilizaciones cuando planteaba la necesidad de hacer mejoras
genéticas y experimentos que permitieran la supervivencia de las razas puras: “la eu-
genesia es la ciencia que trata de todos los factores que mejoran las cualidades innatas
de una raza; también de aquellos que desarrollan hasta el máximo su superioridad”
(Galton, 1909: 165). A su juicio, la ciencia eugenésica debía conseguir mejorar el stock
de esa población e impedir cruces que resultasen nefastos y que degenerasen al resto.
El antecedente de este planteamiento genetista se encuentra en los teóricos
degeneracionistas que habían publicado su teoría un año antes de El origen de las
especies (1859). El primero en utilizar el concepto fue el alienista Benedict Augustin
Morel, en su Tratado sobre la degeneración (1857), para referirse con ello a “una desvia-
ción enfermiza de la especie humana, una mutación patológica vinculada al siste-
ma nervioso y que afectaba al carácter y personalidad de los individuos” (Álvarez
Peláez, 2007: 210, citando a Morel). Cincuenta años más tarde, otro degeneracionista
seguidor de Morel, Valentín Magnan, en 1882, definía la degeneración como un es-
tado patológico que se transmite por herencia y que genera una progresiva degene-
ración y decadencia de la raza humana. Frente a esta progresiva degeneración física
y mental, el único remedio era evitar cruzamientos con otros seres patológicamente
enfermos o degenerados o exterminar a la especie inferior. El degeneracionismo era
una corriente que prendió de modo especial entre los médicos, higienistas y psiquia-
tras de la época y que se confundió en cierto modo con la eugenesia, aunque el sur-
gimiento y planteamientos de origen fueran diferentes (García González y Álvarez
Peláez, 1999; Morel, 1857; Magnan, 1891).
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india y de su determinismo moral y psicológico, ya que este caso sirve como punto de
referencia para el resto de la región.
Guatemala
Todos los autores de la Generación de 1920 aparecen muy influenciados por
las teorías degeneracionistas francesas, no en balde muchos de ellos habían sido
formados en Francia o habían pasado largas temporadas de su vida en París, como
Samayoa Chinchilla, Miguel Ángel Asturias, Federico Mora y David J. Guzmán.
En todo ellos, la influencia de Gobineau, Taine y Le Bon se deja sentir en la idea de
que la fusión de razas es el principal motivo de la caída de la civilización occidental
al provocar la degeneración de la especie. El problema radica en que estas razas
mixtas no eran fértiles ni positivas, sino que ya estaban degeneradas, y que la fusión
de ambas produjo una degradación mayor porque las razas se adulteraron debido
a la alteración de las sangres, lo que provocó una progresiva degeneración (Young,
1995; Huertas, 1987).8
Es muy clara la influencia de las teorías racialistas en todos ellos, especialmen-
te en considerar que el nacimiento y muerte de una civilización viene provocada desde
el momento en que se inicia la hibridación. No porque esta sea negativa en sí misma,
sino por el hecho de que provoca adulteración de la raza y alteración de las sangres,
lo que indudablemente conlleva a la decadencia de la civilización.9 Como bien dirían
estos autores, la degeneración de una nación se produce por el cruzamiento de san-
gres como resultado de esta atracción fatal; fruto de esta confusión racial se produce el
atraso y la inferioridad de las razas y de algunos pueblos como el africano, americano
o asiático (Young 1995; Banton, 1987; Todorov, 1991, Hale 1991).10
Miguel Ángel Asturias interpreta la degeneración de la raza indígena desde
otra óptica. Él se pregunta si los indígenas mejoran o se degeneran con el tiempo, y
llega a la conclusión, por sus estudios fisiológicos, anatómicos y psicológicos de que
“En rigor de verdad, el indio psíquicamente reúne signos indudables de degeneración;
es fanático, toxicómano y cruel”. Considera que, por su etiología, “resulta evidente la
decadencia de la raza indígena”. Entre las múltiples causas que enumera, la mayor
parte son de índole económico y social: la mala alimentación, la falta de higiene, el
trabajo excesivo, el casamiento prematuro, las enfermedades, el alcoholismo y, lo que
va a ser punto central de su tesis, la falta de cruzamiento (Asturias, 1923). Es este pun-
to, siguiendo a Le Bon, Renan e Ingenieros, el que le lleva a afirmar que el principal
problema de los indios ha sido la falta de cruzamiento: “Los indios se han gastado
ellos mismos, su sangre no ha hecho a través de incontables generaciones, sino girar en
un círculo (...) Hace falta sangre nueva, corrientes renovadoras que resarzan la fatiga
de sus sistemas, vida que bulla pujante y armoniosa.” A juicio de Asturias, este es el
verdadero problema: “el estancamiento en que se encuentra la raza indígena, su inmo-
ralidad, su inacción, su rudo modo de pensar, tienen origen en la falta de corrientes
sanguíneas que le impulsen con vigoroso anhelo hacia el progreso” (Asturias, 1923: 7
y 9; Naranjo, 1998).11
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En este párrafo aparecen todos los tópicos acerca de los indígenas: haragán,
degenerado, huraño, irredimible, un elemento decorativo y, lo que es más grave para
la construcción del estereotipo y del prejuicio racista, el carácter absoluto e inamovible
de estas cualidades.
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El Salvador
El Salvador no escapa a las teorías eugenésicas y degeneracionistas propias del
siglo XIX y del pensamiento racial spenceriano, las cuales se manifiestan en buena
parte de sus intelectuales como David J. Guzmán y Francisco Galindo, y que tienen
mucho que ver con la idea de hacer desaparecer al indio, de convertirlo en mestizo o
de mejorar la raza.
David J. Guzmán procede de una familia de políticos y terratenientes añileros
de San Miguel; es hijo de Ana Martorell y del General Joaquín Eufrasio Guzmán. Rea-
lizó la totalidad de sus estudios en la ciudad de Guatemala en la Universidad de San
Carlos, donde adopta los principios básicos del pensamiento liberal europeo a través
de los teóricos del liberalismo como Quesnay, Turgot, Smith, Hobbes, Locke. Posterior-
mente, estudia en Francia, en donde sus ideas se vieron influenciadas por el darwinis-
mo social y el degeneracionismo francés, especialmente por las ideas de Gustave Le
Bon, con sus postulados fundamentales sobre la desigualdad de las razas, y por Gobi-
neau, con su modelo determinista del medio ambiente y la degeneración racial. Todos
estos pensadores influirán en las líneas de investigación y en los proyectos higienistas
que realizará a lo largo de su vida profesional (Hernández, 2009; López Bernal, 2009).
David J. Guzmán considera que el indígena:
Es un ser pasivo en el estado civil y social de nuestra sociedad á pesar de estar plenamente reha-
bilitado por las leyes de la República. Es necesario que el espíritu realmente liberal y humani-
tario de nuestras instituciones penetre por todos lados en el hogar del indígena, instruyéndole,
sacándole de la apatía, y si es posible haciéndole desaparecer gradualmente en la masa de la
civilización actual que es por una parte la suerte reservada á los vestigios espirantes (sic) de
otras civilizaciones ya muertas y por otra la gloriosa misión encomendada al apoyo paternal de
los gobiernos liberales e ilustrados (Guzmán, 1883: 507).
Las teorías del exterminio o desaparición parcial del indio tienen mucha simi-
litud con las de Carlos Samayoa Chinchilla en Guatemala, o las de Manuel de María
Peralta, Felipe Molina o Joaquín Bernardo Calvo en Costa Rica (Soto Quirós, 2008a) y,
sin duda, van a eclosionar en la matanza de 1932.17
Esta idea temprana de exterminio del indio o de la desaparición del mismo
se va a ir recreando en las élites políticas e intelectuales del país en la medida en
que la economía cafetalera se desarrolla, las tierras de las comunidades indígenas
pasan a manos de los ladinos y terratenientes, y las comunidades indígenas se
rebelan y se enfrentan a esta situación de despojo. No es casual que a lo largo del
siglo XIX hubiera más de 45 sublevaciones indígenas en El Salvador, casi todas
ellas en los departamentos de Nahuizalco, Izalco, Santa Ana y Cojutepeque, y
que la movilización rural e indígena de 1931, que precedió a la insurrección de
1932, tuviera un carácter marcadamente indígena, en donde se intensificaron el
racismo local y los tópicos en contra de la población indígena (Tilley, 2005; Gould
y Lauria, 2008).
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Los ladinos o mestizos son de una constitución fuerte y sana; activos, inteligentes de
perseverancia notable en todo lo que emprenden. Son los que ejercen las artes mecánicas, las
industrias liberales y los oficios domésticos. Su color trigueño oscuro que caracteriza su piel
comienza a desaparecer en las sucesivas alianzas con los blancos de la segunda a la tercera
generación, como sucede también con la mezcla del negro, cuya tez obscura desaparece a
la quinta generación. Los mestizos son los hombres de resistencia a todas las intemperies
de nuestro clima cálido, los que ejercen las artes y los oficios, los mejores soldados de la
República. Ilustrados, son los mejores y desinteresados patriotas y un elemento útil al
progreso del país (Guzmán, 1883: 49).
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Los progresos que el país va realizando son poderoso elemento de fusión de razas que actual-
mente pueblan la República. El elemento dirigente de la sociedad es el blanco o criollo, el cual
tiende con medidas de previsión y altruismo, a igualar todas las clases dictando leyes como
la constitución de 1871 y la del 86, que hacen desaparecer las desigualdades de raza, y tien-
den a elevar a la raza desheredada al nivel de ciudadanos de la República liberal progresista
(Guzmán, 1916: 46).
Se estableció así una programática ideológica que fue desarrollada ampliamente por los intelec-
tuales oficiales, quienes ciertamente buscaron invisibilizar la realidad del indígena y el ladino,
creando un modelo civilizatorio de tipo europeo. Lo anterior, ya dentro de las reformas liberales
positivistas, se tradujo en un sistema de instituciones cuya principal divisa parece haber sido
la de crear la infraestructura material e ideológica para neutralizar a estos grandes grupos de
población y asimilarlos como fuerza de trabajo a las estructuras de la economía agroexporta-
dora cafetalera”.
Para Oliva, en El Salvador hubo un claro proyecto social higienista que llegó a
ser hegemónico durante el gobierno liberal de Zaldívar y que se manifestó en leyes que
establecieron el carácter obligatorio del trabajo, en una legislación en materia de edu-
cación y salud de carácter eugenésico, así como en leyes inmigratorias que afectaron
sustancialmente a las poblaciones campesinas y a las tierras ejidales de los indígenas.
Esta política de concentración de la riqueza en un pequeño grupo va a generar una
pauperización del resto de la población y a iniciar una dinámica de violencia gradual,
pero irreversible, cuyo detonante estallará a principios de la década de los años treinta
del siglo XX (Oliva, 2011: 89).
Estas políticas higienistas fueron mucho más comunes de lo que se ha es-
crito hasta el momento en El Salvador, y sin duda contribuyeron a la invisibiliza-
ción de los indios. Posteriormente, se convirtieron en una obsesión para las élites
intelectuales finiseculares, así como en un mecanismo poderoso de justificación
racial que culmina con la matanza de campesinos indígenas en 1932, donde se
considera que fueron asesinados más de 12 000 indígenas, punto a partir del cual
el imaginario nacional empezó recrear el mito de la nación mestiza (Tilley, 2005;
Gould y Lauria, 2008; Alvarenga, 1996).20
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Costa Rica
En Costa Rica, el mito de una raza blanca y de una nación homogénea y ci-
vilizada es uno de los elementos a través de los cuales se va forjar un proyecto de
identidad nacional a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX. Resulta muy inte-
resante el hecho de que en los censos del siglo XVIII, la idea de la existencia de un
alto porcentaje de mestizos en Costa Rica era una opinión generalizada. Iván Molina
habla de que la composición étnica de Costa Rica como mestiza fue común a lo largo
de la Colonia hasta del siglo XVIII en casi todos los compendios de historia o geogra-
fía, y se habla de una presencia mayoritaria de ladinos o mestizos (Molina Jiménez,
2011; Soto Quirós 2008a; Gudmundson, 2010; Putnam, 2002). Sin embargo, en el siglo
XIX, especialmente a partir de 1830, se inicia una nueva construcción de la blancura
de Costa Rica, fruto de los relatos de viajeros y científicos, pero también de los in-
telectuales costarricenses que empiezan a reinventar la existencia de una población
mayoritariamente blanca. Juan Galindo, en el Jornal of the Royal Geographical Society of
London, hablaba de que Costa Rica estaba formada por una mayoría de raza blanca
(125 000 habitantes), de unos 25 000 indígenas, y prácticamente de ningún mestizo
o ladino (Soto Quirós, 2008a). Este imaginario de la blancura se va trasladando de
unos intelectuales a otros, y a este blanqueamiento de la nación se le va añadiendo
una serie de tópicos que le acompañan.
Felipe Molina Bedoya considera que de los 100 000 habitantes, 90 000 son blan-
cos y 10 000 indios, con lo que niega la existencia de mulatos y negros. Él asegura que
esa característica somática es lo que hace que el costarricense sea un pueblo “indus-
trioso, emprendedor, económico, pacífico y hospitalario con los extranjeros” (Molina
Bedoya, 2001: 7). Este imaginario de la blancura cada día se va recreando y se considera
que la blancura de la raza “tica” se debe a que los primeros españoles eran oriundos de
Galicia, población que gozaba de estos rasgos psicológicos, y que es lo que ha permiti-
do la construcción de una nación homogénea en idioma, cultura e instituciones. Como
consecuencia, esto ha generado el progreso y la civilización de Costa Rica frente a sus
repúblicas hermanas con mayores desequilibrios étnicos y mayores conflictos étnico-
culturales (Gudmundson, 1978 y 2010).21
Uno de los presidentes de la república, Juan Rafael Mora, define al pueblo cos-
tarricense en 1856 como “laborioso, honrado, sumiso a las leyes y respetuoso de sus
autoridades”, y estos rasgos se deben a la homogeneidad de su raza (Soto Quirós, 2008a:
242). En consonancia con lo expuesto por Soto Quirós (2008a) y Palmer (1996), el análisis
aquí propuesto considera que para mediados del siglo XIX, sin duda por la influencia
del positivismo racialista, las élites intelectuales costarricenses y la mayor parte de las
élites centroamericanas, así como buena parte del contexto internacional, ya había asu-
mido el mito de Costa Rica como una nación blanca, homogénea y civilizada.
Palmer (1996), uno de los primeros investigadores en abordar el tema de la
influencia del positivismo racialista y de las corriente eugenésicas en Costa Rica,
plantea que el blanqueamiento de la nación ya era una preocupación constante en las
élites intelectuales costarricenses a mediados del siglo XIX, la cual se convierte en una
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“(…) la imagen de Costa Rica siguió siendo blanca y progresista en todos los números de
Repertorio de la década. La Nación era el valle central y a veces Puntarenas (…) la ciudad
de Limón -la ciudad negra- no era mencionada en este contexto. En el mundo de Repertorio
no existían los indígenas costarricenses, aunque muchas veces publicaran poemas y leyendas
indígenas (…) y la población negra de la Costa Atlántica era un problema para la imagen homo-
génea, blanca y progresista de Costa Rica.”
Pakkasvirta coincide con Cruz Molina (1999), otra autora que ha analizado la
indianidad y la negritud en Repertorio Americano, en que hubo muchos intelectuales
que publicaron artículos abiertamente racistas contra los negros, y que García Monge
no se pronunció en ninguna ocasión al respecto, guardando un silencio cómplice. A
juicio de estos autores, esta posición obedecía a la necesidad imperiosa de construir un
imaginario de Costa Rica como país blanco, homogéneo, progresista y pacífico, y cuan-
do se hablaba de “nuestra raza” se estaba hablando de nuestra raza hispana, blanca y
europea, en donde “el otro” era invisibilizado o no tenía cabida.
En este sentido, al igual que piensan los autores anteriormente mencionados,
el mestizaje no tuvo cabida en la construcción del imaginario nacional de Costa Rica,
El Salvador y Guatemala, porque sus élites lo que intentaron fue blanquear la nación
e invisibilizar a la población indígena o afrodescendiente o, en el mejor de los casos,
establecer políticas eugenésicas para mejorar la raza, pero nunca vieron el mestizaje
como la piedra angular para la construcción de la identidad nacional. Si bien en el
caso de Costa Rica sí les funcionó, al ser un área demográficamente vacía y con escasa
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Hágase con el indio lo que con otras especies animales cuando presentan síntomas de degene-
ración. El ganado vacuno importado la primera vez a la Isla de Santo Domingo, por Colón, en
su segundo viaje experimentó grandes decaimientos. Para mejorar el ganado hubo necesidad
de traer nuevos ejemplares [...] ¿Cabe preguntar, por qué no se traen elementos de otra raza
vigorosa y más apta para mejorar a nuestros indios? (Asturias, 1923: 115).
A principios del siglo XX, buena parte de la intelectualidad del país abogaba
por una política eugenésica, de mejora de la raza, por medio de la inmigración de eu-
ropeos (Juárez Muñoz, 1922).29 Esta es una de las razones por las que la pervivencia del
racismo ha sido tan fuerte en Guatemala, porque las élites intelectuales y políticas en
las décadas de 1920 y 1930 apostaron por un modelo de nación eugenésica, racista y ex-
cluyente, en lugar de imaginar una nación homogénea o mestiza, por lo que generaron
un tipo de Estado autoritario, basado en la violencia como principal fuente de control
social (Casaús Arzú, 2001).
Como ha señalado González Ponciano (2004) la conversión de la blancura en
autoritarismo político fue la ruta que los liberales guatemaltecos adoptaron, incluso
con criterios de inmigración selectiva de alemanes, anglosajones y nórdicos para man-
tener el Estado racista y excluyente.30 De esta manera, cuando se produce la segunda
crisis oligárquica en 1963, con la consolidación del Estado autoritario y el reforzamien-
to de la dominación militar oligárquica, pero sobre todo desde finales de la década de
1970 y hasta mediados de la de 1980, puede decirse que el racismo de Estado alcanzó su
máxima expresión. En este momento histórico la oligarquía no fue capaz de legitimar
su dominio a través de un Estado de derecho y recurrió al ejército, al fraude electoral,
a la militarización del Estado y a la represión masiva para mantenerse en el poder.
Fue en este punto cuando el racismo empezó a operar como ideología de Es-
tado, porque proporcionó una estrategia política para la acción y planificó y ejecutó
el racismo directamente desde el Estado y sus aparatos represivos e ideológicos en
contra de los Pueblos Mayas. Fue también durante este período cuando la élite del
poder, los políticos y los militares proyectaron una estrategia de represión selectiva
e indiscriminada que dio paso al empleo de la tortura, la guerra psicológica y todo
tipo de métodos represivos contra la población civil y, especialmente, contra la po-
blación indígena, provocando un auténtico genocidio. Ello explica por qué la alian-
za militar-oligárquica, junto con la tendencia neopentecostal basada en la doctrina
calvinista del más rancio puritanismo representada por Ríos Montt, va a justificar
el exterminio de miles de indígenas: simplemente porque estos “no era sujetos de
gracia, porque son idólatras, pecadores y representan las fuerzas del mal y además
eran comunistas” (Casaús, 2008: 33).
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Si bien estos son los rasgos que configuran cualquier tipo de proceso de ho-
mogeneización que se produce en algunos países de América Latina, cuyo modelo
generalmente es México o Brasil, a continuación se analiza, al hilo de lo que se ha
expuesto anteriormente, cómo se produjeron estos procesos en América Central, to-
mando como ejemplo tres de las cinco repúblicas que parecen las más relevantes
para el presente análisis.
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decir que ello fuera acompañado de un discurso mestizofílico. SiN duda, este un tema
que hasta el momento ha sido escasamente abordado en toda la región (Gould y Lau-
ria, 2008; Casaús Arzú, 2005; Molina Jiménez, 2001, 2011, Rodríguez Dobles, 2010).38
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Notas
1 El racialismo es definido por Todorov como aquel conjunto de doctrinas basadas en las teorías
raciales seudocientíficas que surgen en el siglo XIX, a partir de la aplicación de las teorías de
Darwin al campo social (el social-darwinismo), para explicar la existencia de razas inferiores
y razas superiores, de acuerdo con la teoría de las especies y de la ley de la supervivencia del
más fuerte. Las teorías raciales fueron uno de los principales fundamentos del positivismo
(Todorov, 1991).
2 Por nación homogénea se entiende lo que algunos de los autores de la época de 1900-1930
definían como una nación “racialmente homogénea”, es decir la idea de una homogeneización
racial por la vía del mestizaje, principalmente. También se incluye la acepción de Quijada
(1994) sobre la homogeneidad como un proceso histórico político, propio del liberalismo
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entre 1880-1930, que intenta alcanzar la integración del indígena y hacerlo ciudadano y
miembro de la nación. La homogeneización para Quijada tiene un elemento racial, pero no
es el único, hay otros medios para alcanzarla. La autora distingue entre homogeneización
y mestizaje, pues puede haber homogeneización sin mestizaje. La otra vía puede ser el
blanqueamiento o la asimilación.
4 Gobineau propone una historia de las civilizaciones a través de las mezclas o de las
hibridaciones con razas superiores para evitar la desigualdad de las razas y promover una
civilización superior; de ahí que sus postulados sean el antecedente inmediato de las teorías
degeneracionistas y eugenésicas de la segunda mitad del siglo XIX (Young, 1995; Stepan, 1991;
y Graham, 1990).
5 Estas teorías tuvieron una rápida acogida en Argentina, México y Bolivia, como se puede
observar en los estudios de Ingenieros, Bulnes y Arguedas; de Carlos Samayoa Chinchilla,
Federico Mora y Miguel Ángel Asturias, en Guatemala; de Mauro Fernández Obregón, Manuel
de María Peralta y León Fernández, en Costa Rica; y de J. David Guzmán y Francisco Esteban
Galindo, Salvador Barberena, en El Salvador.
7 Estos autores, posiblemente influenciados por las corrientes teosóficas y espiritualistas basadas
en otras fuentes de inspiración regeneracionistas e hinduistas, y en conceptos como la igualdad
y fraternidad entre las razas y la valorización de todas las culturas, pensaron que se podría
evitar la degeneración de la raza indígena por medio de la educación y de la incorporación
plena a la ciudadanía de los indígenas y de las mujeres. En este sentido, es probable que el caso
salvadoreño posea una cierta peculiaridad en las elites intelectuales proclives a un proceso
nacionalista de valoración del pasado indígena, debido a la enorme influencia de la teosofía en
dicho país (Casaús Arzú, 2005).
9 Tanto para Gobineau como para Taine, existe una estrecha relación entre raza y civilización,
para ambos las razas no vienen determinadas por el medio ambiente o por el clima, como
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pensaría Espinosa Altamirano, sino por la mezcla de sangres: “Los pueblos no se degeneran
más que a consecuencia y en proporción a las mezclas que sufren”... “La vida de una raza está
hecha de una serie infinita de mezclas, y, por ende, de mancillas” (Todorov, 1991: 164).
10 Para Todorov, el pensamiento racialista europeo está muy influido por el cientificismo y el
positivismo de la época, razón por la cual elaboran una teoría acerca de las razas superiores
e inferiores, en función de la teoría del determinismo causal entre lo físico, lo moral y lo
psicológico con una sola jerarquía y escala de valores. Charles Hale analiza este fenómeno para
el caso del pensamiento racial latinoamericano en autores como Bunge, Ingenieros y Gamio.
12 En este párrafo el proyecto eugenésico está muy claro, pues resulta la única forma de
integración a la nación.
13 Este mismo concepto es utilizado por Gamio, quien solicita que se efectúe una política
eugenésica eficaz, basada en los conocimientos antropológicos de los indígenas y de los
emigrantes europeos para “facilitar con criterio eugenésico su cruzamiento con los indios”
(Gamio, 1930: 333-336).
14 Queremos resaltar que durante toda esta época la mejor opción para alcanzar una
homogenización de la población era la eugenesia, y así aparece en la mayor parte de los
autores citados de la década del 20 y del 30. Como opina Nancy Stepan, la meta del movimiento
eugenésico, basada en la idea de la mejora de la raza, más que en la educación, fue un rasgo
común en toda América Latina a partir de la I Guerra Mundial (Stepan, 1991).
15 De este modo Mora, como otros teóricos franceses del degeneracionismo, trataba de definir los
comportamientos patológicos en términos biológicos y ligaba los rasgos somáticos anormales
a la patología mental. De este modo, el degeneracionismo aparecía como una herencia ligada
inevitablemente a la raza y especialmente a la hibridación.
16 Stephen Palmer plantea que esa corriente racialista y eugenésica sí se produjo en Costa
Rica, pero que Guatemala evolucionó en dirección opuesta hacia el mestizaje. Sin embargo,
los trabajos presentados por Casaús Arzú (2005) comprueban que Guatemala y Costa Rica
tuvieron una evolución de su historia intelectual muy similar.
17 Tilley (2005: 172) llega a la conclusión de que en El Salvador se ha negado la matriz del
pensamiento racial del siglo XIX y se ha encubierto con un mestizaje cultural, pero que “la
revuelta en sí, sus slogans, liderazgo y metas, sugieren una `guerra de razas´, con grupos
indígenas asaltando los emblemas del poder ladino”... “La represión subsiguiente indicaba
las mismas dinámicas raciales. Ciertamente el ejército desempeñó un papel asesino en los
primeros días y semanas. Pero el alcance genocida de la matanza (cuya escala no se conoce
con precisión pero que diezmó y devastó a las comunidades indígenas), fue responsabilidad
de grupos civiles ladinos y autoridades municipales que desearon con particular inquina “que
se extermine de raíz la plaga”.
18 López Bernal opina que Guzmán tuvo un proyecto más mestizo que racialista acerca del
indígena. Este análisis coincide con Hernández en que su visión del indio estuvo mucho más
cercana al degeneracionismo y a la eugenesia que al mestizaje biológico-cultural.
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20 Sobre ese tema existe aún mucha polémica en El Salvador debido a que muchos autores
consideran que la política del Martinato, referida al General Maximiliano Hernández
Martínez, una vez que se produjo la matanza de 1932, llevó a cabo, con la colaboración activa
de los intelectuales progresistas como Salarrué, Guerra Trigueros y Gavidia, una política de
apoyo a los indígenas y de visibilización de su cultura, intentando integrarlos a la nación. No
obstante, cabe recordar que la red que unía a estos intelectuales con el General era la teosofía,
y esos vínculos contribuyeron a guardar un absoluto silencio sobre la masacre. No obstante,
esa tesis no explica que el indígena desaparezca de los censos y del imaginario para pasar a ser
un indio petrificado o folklorizado (Lara Martínez, 2011).
21 Según los trabajos de Gudmundson, el mito de la blancura en Costa Rica se recrea con
el positivismo, ya que a mitad del siglo XIX los censos hablaban de un 10 a un 20 % de
afroamericanos, un 15 % de indígenas y el resto se hablaba de mestizos y no de blancos.
Sin embargo, el positivismo racialista blanqueó la nación hasta hacer desaparecer a todos
los grupos étnicos, incluso a los mestizos, como referentes propios de la nueva nación, para
convertirla en una nación blanca. En este caso la homogeneidad se consigue a través del
blanqueamiento, como fue el intento frustrado de Guatemala (Gudmundson, 1978; 2010).
22 Pakkasvirta (1997) plantea que en Centroamérica se crea una nación fragmentada y que hubo
dos proyectos nacionales: el del centro y el de la periferia, costa o altiplano, en donde la nación
fue un imaginario excluyente y casi inexistente.
23 Incluso se llega a pedir que se emitan leyes como en Estados Unidos, prohibiendo que los
negros se sienten en los mismos tranvías que los blancos (Soto Quirós, 2008b).
24 Para Tilley (2005: 11), “La indianidad, en el siglo XIX en América latina, como identidad
distinta, como pueblos reales con culturas vividas y sentimientos reivindicadores, era no
solamente retrógrada, un impedimento al avance y al progreso económico, sino también
sediciosa: un defecto racial atávico en naciones que ahora descansaban en la fusión racial para
justificar su posición en un escenario internacional racializado”. Esta visión es común en el
resto de América Central, al menos para Costa Rica y Guatemala (Palmer, 1996; Casaús Arzú,
2005).
25 Una de las hipótesis que lleva a pensar que en El Salvador el discurso racial fue hegemónico
y la idea del blanqueamiento de la nación también es el genocidio de 1932, el cual contó sin
duda con la complicidad de las elites políticas e intelectuales y la colaboración de la población
ladina, de lo contrario no se hubiera producido. Esta misma opinión es compartida Ching y
Tilley (2008) y Oliva (2011).
26 Ching y Tilley (1998 y 2005) consideran que se produjo un etnocidio físico y estadístico, y que
a partir de allí se reforzó la idea del Salvador como nación mestiza o nación sin indios. Otros
autores que avalan esta hipótesis son Marroquín (1975) y Alvarenga (1996), quienes plantean
que a raíz de la masacre se dio una negación o una invisibilización de la población indígena.
27 Los últimos trabajos de Gudmundson y Wolfe (2010) ponen en duda el proyecto mestizo de
nación para Nicaragua.
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28 Véase el excelente trabajo de Young (1995) en el que se analiza el concepto de “raza” como una
construcción social, política, científica y cultural a partir del positivismo y del darwinismo, y
cómo la raza pasa a ser el elemento central del conocimiento y de la ciencia en el siglo XIX.
29 En casi toda la prensa de la época hay un llamado a la inmigración europea y una invitación
por parte del Estado a concederles tierras y facilidades, ya que se considera que dicha
inmigración “procede de una raza superior y genéticamente más fuerte y vital” (Casaus Arzú,
2005: 110).
30 González Ponciano (2004: 111) opina que “la blancura guatemalteca ha sido una estrategia
cultural eficaz para consolidar el orden socio-racial o sociocultural”. En ese sentido, la
blancura como ideología y los estudios de los otros grupos en su consideración de “no
blancos”, podría ser un buen punto de partida para analizar la historia de Guatemala. En
esta investigación sobre el mestizaje en Centroamérica, a pesar de los enormes esfuerzos que
hacen algunos autores por encontrar un proyecto mestizo de nación en Guatemala, incluso los
más partidarios de que existió un proyecto ladino de nación durante el periodo liberal llegan
a la conclusión, de que el proyecto de blanqueamiento de la nación en Guatemala excluyó
al proyecto mestizo de nación y lo encubrió con un proyecto ladino que estuvo liderado y
dirigido por las elites criollas, las cuales se consideraban blancas y que despreciaron tanto al
mestizo, al ladino, como al indígena.
31 La respuesta sobre el exterminio del indio en una encuesta realizada en 1979 a varios miembros
de la elite económica y política, ambos terratenientes, es muy elocuente: “Yo no encuentro
otra solución más que exterminarlos o meterlos en reservaciones como en Estados Unidos.
Es imposible meterle cultura a alguien que no tiene nada en la cabeza, culturizar a esa gente
es obra de titanes, son un freno y un peso para el desarrollo, sería más barato y más rápido
exterminarlos”. Un joven agricultor de 26 años, que se considera “blanco” opina: “Integrarlos
no sería una solución, tampoco repartirles tierra, ni darles dinero, ni siquiera educarlo merece
la pena. En el fondo yo soy un reaccionario, porque algunas veces me dan ganas de exterminar
a todos los indígenas del altiplano”. Otro empresario opina: “La única solución para esa gente
sería una dictadura férrea, un Mussolini o un Hitler que les obligara a trabajar y a educarse,
o los exterminara a todos”. Estas respuestas son lo suficientemente elocuentes para percibir
el profundo desprecio, temor y odio que un sector de la oligarquía siente y expresa hacia el
indígena, y que sin duda justificaron las prácticas racistas y genocidas entre 1982-85 cuando
tuvieron acceso al poder (Casaús Arzú, 2007: 250).
32 Parece curioso que Euraque, Gould y Hale (2004) omitan a Costa Rica del proceso de
homogeneidad por la vía del mestizaje, dado que es uno de los países en donde más se ha
trabajado el tema y debido a que ningún historiador costarricense se ha atrevido a defenderlo.
33 A juicio de Quijada (2001), la construcción de los Estados nacionales en el periodo ente 1880-
1930, se llevaron a cabo pensando en la homogeneidad, es decir en la fusión del pasado con
el presente y de los pueblos originarios, de los españoles y los criollos y mestizos nacidos en
América para homogeneizar racialmente la nación. Para Quijada, homogeneización y mestizaje
no son sinónimos, ni van inextricablemente unidos. A su juicio, las vías pueden ser varias, a
saber, la del blanqueamiento, la ciudadanización, la integración o la hibridación cultural. En
cualquier caso la homogeneización se resuelve en los discursos y en el imaginario y no en la
realidad o en el éxito o fracaso de las políticas, aunque exista un reflejo en ello.
34 Para estos autores, el mestizaje es la esencia de la mexicanidad, ser mestizo equivale a ser
mexicano y aquí la ideología sí que supone una fusión racial y cultural y la mestizofilia es el
discurso hegemónico.
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35 Hay algunos autores salvadoreños que consideran que este ejercicio de incluir al indígena
como un referente de la nación sí se produjo. López Bernal (2007) considera que fue un mito en
el que participaron cierto grupo de intelectuales como Gavidia y Lardé, pero que no contó con
el apoyo de las esferas oficiales e intelectuales. Lara Martínez (2011) considera que el martinato
tuvo una política a favor de los indígenas en la recreación de la cultura y del folklore de los
indígenas, y que contó con el apoyo de los intelectuales teósofos como Salarrué. Sin embargo,
ello no supone que la mestizofilia haya sido la corriente hegemónica en el país.
36 Alvarega (1996) y Marroquín (1975) creen que a partir de la matanza de los indígenas, estos
por temor a las represalias se dispersaron o compraron apellidos para mimetizarse y evitar las
represalias (Lara Martínez, 2006; Álvarez y Grégori, 2007; López Raimundo, 2011).
37 Son escasos los estudios que hay sobre este tema, por lo que se debería estudiar con mayor
detenimiento esos espacios de sociabilidad de carácter intercultural.
38 El mismo Gould, que en algunas ocasiones defiende la existencia de ese nacionalismo mestizo
en toda la región, en otro libro sobre la matanza de 1932 cuestiona el mito del mestizaje debido
a la enorme resistencia indígena. Parece haber una contradicción entre lo escrito en Memorias
del Mestizaje (2004) y en La rebelión en la oscuridad (2008), en coautoría con Aldo Lauria-Santiago.
39 Sin embargo, que participaran en este tipo de organizaciones de clase no quiere decir que
fueran adalides del mestizaje.
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