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FENOMENOLÓGICAS
SOBRE LA CULTURA
Ensayos críticos
2018
CONTENIDO
PRÓLOGO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11
decurso que nos lleva desde el mundo de la vida hasta las primeras síntesis
que dan cuenta de mi tender hacia las cosas, más allá de mi concepción
natural de la realidad.
FENOMENOLOGÍA Y EDUCACIÓN
polo objetivo (Sánchez Ortiz de Urbina, 2011: 7-32). Este nivel de interme-
diación aparece constituido por fantasías perceptivas o apercepciones de
fantasía. La apercepción implica la identidad de lo sintetizado y la fantasía
supone la transoperatividad en lo transposible. Las fantasías perceptivas
son fantasías con transoperaciones en la pasividad y conectan con el ni-
vel originario superior de las fantasías libres. Por otro lado, en tanto que
apercepciones, conectan con el nivel inferior de los objetos compartidos
operatoriamente.
La resonancia (Resonanz) o transpasibilidad (Maldiney, 1991) de ar-
mónicos desde el nivel intencional inferior asegura la unidad y normali-
dad de la conciencia. Tal resonancia o transpasibilidad, en los términos de
Henri Maldiney, resonancia en este caso de la arquitectónica -resonancia
interna por la que, en cada nivel dado, resuenan como harmónicos todos
los anteriores- será la responsable de la unificación intencional de la serie
fenomenológica (Álvarez Falcón, 2011). Esta unificación ha significado la
articulación no eidética, arquitectónica, de todos los niveles intencionales,
implicados por la transpasibilidad resonante. En consecuencia, en todos
los niveles tiene que seguirse dando, en su fondo más primitivo, el sentido
originario que los anima. La virtualidad en esta escala significa que hay
efectos virtuales de algo que no ha tenido lugar efectivamente. En nuestro
nivel originario, la virtualidad produce transpasibilidad.
Al desplegarse los diversos niveles de correlación en implicación mutua,
transpasibilidad, la estabilidad estrictamente intencional de lo objetivo ase-
gura la trascendencia. Estos niveles deben superar los estratos en los que
se juega sólo lo posible. La necesidad puramente intencional nos llevará
a lo transposible que será, en este caso, lo absolutamente novedoso, lo
inesperado. Si bien lo posible está ligado a lo eidéticamente necesario por
el juego de la probabilidad; sin embargo, lo transposible va más allá de las
probabilidades y se abre a lo imprevisible, a lo imprevisto, a lo impensado,
a lo fortuito y a lo sorprendente.
El empobrecimiento del sentido, en la transposición del hiato brutal
que separa el dominio de lo transposible del dominio de la identidad, de la
posibilidad, se ve compensado con la necesaria “reduplicación” del sentido
por la incorporación de la eidética de origen no intencional. Lo eidético
La filosofía fenomenológica como una ampliación pedagógica
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cimiento. A ello habrá que añadir todas las dificultades que la filosofía ha
demostrado para dar una justificación de dicho principio. La proposición
“Toda intuición en que se da algo originariamente es un fundamento de de-
recho del conocimiento” encierra un obstáculo solamente explicable desde
el imperativo “a las cosas mismas”. El esfuerzo de transmitir esta proposi-
ción universal y afirmativa se ha hecho efectivo en una especie de práctica
de la fenomenología. La necesidad pedagógica de esta transmisión y sus
insuficiencias teóricas han dado paso a una lectura pragmática, motivada
por el adelanto del mundo de la vida sobre su propia tematización y sobre su
sistemática contextualización en un corpus doctrinal que todavía hoy está
haciéndose. Aquí radica el doble sentido pedagógico de la fenomenología:
en el hacer, exhibe los recursos prácticos del aprendizaje y de sus posibilida-
des; en el decir, precisa de recursos pedagógicos para su propia enseñanza
y transmisión. Este doble sentido, en la práctica y en la teoría, no puede
ser reducido a un empirismo o a un racionalismo, pese al impedimento de
su propia sistematización.
La virtud interrogativa de la fenomenología nos conduce a una cuestión
radical y última: ¿Dónde está la supuesta “práctica” de la fenomenología?
Tras más de cien años de la publicación de Ideen zu einer reinen Phänome-
nologie und phänomenologischen Philosophie, en un contexto presente y
coetáneo, esta cuestión parece ser urgente. Por un lado, debe responder a
los nuevos contextos; por otro lado, afecta al sentido de la andadura efectiva
de la filosofía fenomenológica. Conforme van apareciendo las fechas cente-
narias de la obra de Husserl, se están publicando sus manuscritos esteno-
grafiados. Una conmemoración de los escritos canónicos de la Husserliana
debe ir siempre acompañada de un esfuerzo por transmitir y dar sentido al
análisis descriptivo, a la metodología y al principio de experiencia. Sobre
estos tres ejes ha de discurrir la comprensión de una posible y cuestionable
epistemología. ¿Es precisa una lectura pragmática de la obra de Husserl?
Bajo esta pregunta descansará siempre un prejuicio.
Una determinada concepción de la subjetividad y del ser humano tiende
hacia un empirismo, en apariencia contradictorio, y hacia un positivismo
que pretende presentarse como no reduccionista. Ambas posturas adole-
cen de falta de fundamentación teórica, si bien, ambas son comprensibles
La filosofía fenomenológica como una ampliación pedagógica
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Debe estar animado siempre por un “sentido” que lo vivifica. Sin el sentido
humano, que se hace y se deshace en el territorio originario de la Phantasia,
el mundo de objetos correspondería a una intersubjetividad automática.
En la escala fenomenológica hay una gran distancia entre la intenciona-
lidad que da lugar a síntesis objetivas, identidades sintéticas y las tran-
soperaciones que se ejercen en lo transposible, donde la intencionalidad
ha ido perdiendo su gravedad. En lo posible, la temporalidad continua de
presentes, la espacialidad de distancias y las significaciones delimitadas,
convergen en objetos identificados intersubjetivamente, y en este proceso
de constitución, las operaciones correspondientes pueden ser canceladas.
En lo transposible no existe posibilidad alguna de identidad, el desajuste
excluye que los operadores sean sujetos egoicos y que las síntesis lo sean
de identidad. Hay una comunidad de singulares en interfacticidad y un
hacerse de sentidos esquemáticos en equilibrio. El arte es un ejemplo de
esta instancia de intermediación.
Este factor de mediación aparece entre la formación de sentidos y la
formación de objetos, entre lo estético y lo objetivo, para fomentar la in-
teracción de los polos de ese arco inmenso de experiencia que es la expe-
riencia humana. Articula lo desajustado con lo identificado, promoviendo
el ejercicio de lo que Husserl llama “reducción” de lo natural y que ahora
podemos llamar “hipérbasis” o “epokhê hiperbólica”, que es el movimiento
por el que la humanidad suspende el naturalismo, invirtiéndolo. Bloqueada
la solución de su comprensión, el esfuerzo por entender su literalidad fuerza
la ampliación de la “capacidad de sentido” que posea el experimentador,
y ese hacerse de nuevos sentidos englobantes constituye la experiencia.
Sabemos que esta cuestión fue planteada hace cien años por Husserl
en un texto, probablemente del año 1918 (Husserl, 1980). Es una inves-
tigación de sólo veinte páginas, seguidas de cinco apéndices aclaratorios,
en la que Husserl perfila su novedosa idea de la fantasía perceptiva. Este
texto se contextualiza en los problemas expuestos en el curso del semestre
de invierno de 1905. Hoy lo podemos ver publicado como complemento
del volumen XXIII de la Husserliana, el dedicado a Phantasia, conciencia
de imagen y recuerdo. Según el análisis de Husserl, no sólo hay fantasías
puras, es decir, síntesis puramente esquemáticas, sin identidad, que par-
La filosofía fenomenológica como una ampliación pedagógica
Pág. 35
análisis descriptivo, que podría ser más último, sin más intento de siste-
matización. La descripción fenomenológica expuesta nos advierte de un
modo de aprendizaje en el que intervienen los mismos elementos que en
las explicaciones clásicas. Erwin Straus es un ejemplo del cambio de escala
que se estaba produciendo en ese momento. La fenomenología tematiza el
contacto ingenuo con el mundo para finalmente otorgarle un estatuto filo-
sófico, tal como Merleau-Ponty aludía en su comprensión de lo impensado
y de esta “no-filosofía” (Merleau-Ponty, 1996).
La “mirada fenomenológica” es esa práctica que surge de una virtud
interrogativa y que se presenta como aprendizaje efectivo en el mundo de
las operaciones, de los objetos, de las acciones y de los horizontes. De este
modo, el sentido más primitivo de la educación se somete a juicio. A su vez,
tal escollo compromete al pensamiento y cuestiona la propia filosofía. La
ampliación pedagógica es una inevitable consecuencia del devenir de las
ideas, y la fenomenología “arrastra” necesariamente esta ampliación en
el mismo orden de su razonamiento. Debemos rendirnos a la conjunción,
palpable y ostentosa, entre los dinamismos de nuestra experiencia y su
tematización. Ésta es la revolución y el desarrollo de un pensamiento que
renuncia a la didáctica a favor de su firme y último ejercicio. En adelante
deberemos cuestionarnos esta conclusión y sus consecuencias en una con-
cepción futura de la filosofía y de su papel en el conjunto de los saberes.
BIBLIOGRAFÍA
Esto quiere decir que, si bien es cierto que todos los actos son expresables,
no por ello están en función de significación o, en otras palabras, actos
expresados son actos que dan significación, pero no todo acto de significa-
Significación y expresión de los objetos culturales
Pág. 47
Pero como no se puede negar que el sentido del enunciado unitario reside en
el total acto de mentar, que le sirve de base en el caso dado –ya se exprese
o no plenamente en las palabras por virtud de las significaciones generales
de éstas–, tenderemos que confesar, según parece, que la percepción presta
alguna contribución al contenido significativo del juicio, haciendo intuiti-
va la situación objetiva que expresa judicativamente el enunciado (1999b:
611-612).
Para designar con más exactitud ‘como qué’ sea conocido lo conocido, la
reflexión objetiva apunta a la significación misma (al ‘concepto’ idéntico),
en lugar de apuntar al acto de significar; y el giro en que se habla del conocer
expresa así la aprehensión de la misma situación unitaria desde el punto de
vista del objeto de la intuición (o del objeto del acto impletivo) y en relación
con el contenido significativo del acto significativo. En una relación inversa,
se dice también, aunque las más de las veces en una esfera más estrecha, que
el pensamiento ‘concibe’ la cosa, es el ‘concepto’ de la cosa. Notoriamente,
después de esto que acabamos de exponer, puede designarse como acto
identificador, no sólo el cumplimiento, sino también el conocer –que no es
sino otra palabra–. (1999b: 623).
Las significaciones como tales no residen en los objetos culturales, sino más
bien, residen en el acto de significarlos. La significación de objetos cultura-
les es un acto del sujeto correspondiente. Ahora bien, el acto de percepción
es ya intencional y contribuye en algo a la significación (aunque hay signi-
ficación sin percepción), pero hay que recordar que tiene como ingrediente
un contenido sensible, que en sí mismo no es intencional. Cuando percibo
un objeto cultural, una obra de arte, puedo valorar el acto y darle un senti-
do intencional cambiándole la significación. El dar sentido y significación
a un acto no reside en la expresabilidad del acto. Sin embargo, en el juicio
estético o juicio valorativo, reside algo de la significación. La significación
es independiente de toda representación, pero cambia en el modo del dar
sentido intencional valorativo. De lo sensible surge la valoración como una
capa “animadora” que le da sentido intencional y significación, pues las
vivencias intencionales en general (y esto incluye o no excluye a las va-
loraciones) se presentan como unidades en virtud de la operación de dar
sentido, como dijimos antes.
Se antoja en este punto una descripción de la esfera pasiva conformada
por la afectividad, pues ya antes de toda determinación activa de la con-
ciencia, ya tiene un contenido cognitivo, pues sobre esta capa totalmente
pre-predicativa, actúa la determinación valorativa que se puede constituir
de la habitualidad a la tradición y de ahí destacar la plenitud de caracteres
de significación en las que nos movemos, ya que dichos caracteres se depo-
sitan en los objetos culturales, que se constituyen como tales por la dación
de sentido que se realiza desde las funciones de la voluntad, esto es, desde la
función que la cultura asigna a esos objetos que tienen que ver con medios
en virtud de las valoraciones.
Finalmente, los objetos culturales son para Husserl objetos espirituales
“en parte reales y en parte ideales, configuraciones del ‘espíritu objetivo’”
(1997: 287). Ejemplos de esto serían todas las cosas que tienen un sentido
espiritual comprehensivo, las cosas de la vida corriente en el interior de la
cultura, los objetos de uso, las obras de arte. Así, el arte es visto por Husserl
como un fenómeno cultural y es el objeto de estudio de la estética. Pero
en sentido estricto es el arte una región del “orbe” espacio-temporal en su
totalidad, de la naturaleza como tal, es decir, el arte abarca una pequeña
Significación y expresión de los objetos culturales
Pág. 57
parte, pero significativa, de los objetos que nos encontramos en el “orbe” es-
pacio-temporal, de todo lo “mundano” en general. De hecho, lo “mundano”
como tal, no abarca todos los objetos individuales en general y en especial
no abarca lo que denominamos obras de arte y tampoco los instrumentos
(útiles) y cualquier objeto que tenga que ver con valores, bienes y finalida-
des, no abarca como tal a los objetos culturales. “La palabra, la oración, el
texto literario entero (el drama, el tratado) tiene su contenido espiritual,
su ‘sentido’ espiritual” (1997: 285), son, por tanto, culturales. Otra vez, la
naturaleza en sentido amplio no incluye obras de arte ni valores que son,
sin embargo, objetos de conocimiento y ciencia posible. El arte, ciertamente
pertenece al campo de las realidades trascendentes (espacio-temporales)
y es el correlato de la estética. Husserl habla en repetidas ocasiones de
diversas actitudes que puede tomar el sujeto, existe la actitud teórica, la
práctica y la axiológica.
A nosotros nos interesa esta última ya que es en esencia la que, en el
más amplio sentido, valora lo bello e inclusive lo feo. Obviamente, hablar
de actitudes remite al sujeto respectivo. Cada actitud está determinada por
las vivencias de conciencia que Husserl denomina actos dóxicos, esto es,
objetivantes o ponentes. Como es de suponer, cada actitud es distinta a
las demás y, precisamente, la diferencia radica en el modo como los actos
dóxicos son ejecutados, ya sea en función cognoscitiva o valorativa. Hay un
saber estético que, de alguna manera sobre la base de la experiencia con
obras de arte, pretende saber qué es eso que llamamos arte como fenómeno
de la cultura que hace su aparición fenoménica en la conciencia y que puede
ser descrito como tal.
BIBLIOGRAFÍA
Maurice Merleau-Ponty
INTRODUCCIÓN
1 Es necesario tener presente que a fin de establecer un contraste entre ambos, Merleau-Pon-
ty se apoya en la diferenciación husserliana entre “pasividad originaria” y “pasividad se-
cundaria”. Mientras que el cuerpo natural está siempre ahí para la conciencia como algo
constituido de antemano, el cuerpo cultural se muestra como el resultado de actos de
espontaneidad. Pero la diferencia no es como en Husserl, una consecuencia de oposición
entre asociaciones que tienen lugar en el ámbito de la síntesis pasiva y asociaciones que
dependen de operaciones activas del yo. Más bien cuerpo natural y cuerpo cultural se
entrelazan con diferentes niveles en el desarrollo dialéctico de modo que se relativizan los
conceptos de alma y cuerpo.
Una perspectiva fenomenológica de la cultura
Pág. 65
EL FENÓMENO DE LA EXPRESIÓN
una cadena de presentes que son retenidos conjuntamente por las deforma-
ciones y transformaciones. Las fundaciones son verdaderas en la medida en
que abren y vuelven a ordenar campos de experiencia de saber y de acción.
Con la noción de reasunción aplicada a toda apropiación creadora, ya sea
individual o social, Merleau-Ponty pone de manifiesto que en la historia los
estrenos sólo son accesibles a través de una reasunción (reprise).
Para Merleau-Ponty tanto el arte como la filosofía no son fabricaciones
arbitrarias del mundo de la cultura, sino “[...] contacto con el Ser precisa-
mente en tanto que creaciones. El Ser es lo que exige de nosotros creación
para que nosotros lo experimentemos” (1964b: 251). Así, estamos en con-
diciones de afirmar que la fenomenología de la cultura merleaupontyana,
se elabora a la luz de un pensamiento pensante, esto es, de un pensamiento
que al igual que el lenguaje operante tiene por tarea llevar a la expresión
un sentido latente:
2 Cf., Merleau-Ponty, 1998: 83-92. En este texto se encuentran citados los principales pá-
rrafos del texto de Husserl que acaparan el interés de Merleau-Ponty.
Graciela Ralón de Walton
Pág. 76
CONCLUSIONES
BIBLIOGRAFÍA
Tiene que sobrevenir una crisis poderosa en la vida cotidiana para que se
suscite la idea de que puede empezar a ser cambiada la actitud general en
la que estamos. Tiene que surgir un instante, mejor dicho, un estado, en el
que de manera imprevista se nos hace claro que la vida transcurrida has-
ta entonces fue vivida desde una actitud empobrecida por alguna carencia
esencial, de tal modo que este repentino descubrimiento ya no nos permita
seguir sosteniendo aquella misma forma de vivir con perfecta comodidad,
con la total despreocupación a la que estábamos habituados. Vivíamos antes
tranquilos; algo ha sucedido que ha interrumpido esa inercia y nos ha hecho
ver que nos encontrábamos, seguramente sin saberlo, en una situación bas-
tante miserable, que en el fondo era insostenible (2004:11).
Pues bien, esta “carencia esencial” que empobrece la vida bien la podemos
identificar con la ausencia de convicciones firmes, de un sistema básico de
creencias en la vida como causa de desorientación y naufragio dentro de su
horizonte cultural. La falta de verdad y la ausencia de creencias auténticas
son muestra de la profunda crisis filosófica y cultural en que vivimos, y
sobre la cual María Zambrano medita constantemente en sus obras. En la
presentación que hace Mercedes Gómez Blesa en Las palabras del regreso,
cita estas palabras clave que María Zambrano expone en Hacia un saber
sobre el alma en la que se constata lo que venimos diciendo. En efecto:
[…] al fallarnos las creencias lo que nos falla es la realidad misma que se nos
adentra a través de ella. La vida se nos vacía de sentido y el mundo, la reali-
dad, se desliza, se hace fantasma de sí misma. Por eso estamos solos, es una
soledad sin igual. Por eso estamos inquietos e inactivos. Nos es imposible
la acción, una acción auténtica que brote del fondo de nuestra persona…
(Zambrano, 2005: 96).
Crisis de la cultura y esperanza en María Zambrano
Pág. 83
menología y parece dejarse llevar más bien por los prejuicios en contra de
Husserl y la fenomenología, como lo habría hecho también Ortega, Zubiri,
Gaos, entre otros (Cf. San Martín: 2015). Hasta cierto punto es natural,
porque finalmente esa era la imagen de Husserl que se enseñaba y trasmi-
tía, un Husserl muy cercano a Descartes, solipsista, idealista, entre otras
cosas. Si bien no nos parece apropiado reprocharle a Zambrano esta mala
recepción de Husserl, una recepción casi de oídas, porque su propósito no
era hasta donde sabemos hacer fenomenología, las cosas cambian un poco
cuando vemos que Husserl es su sombra también, porque ha influido en
Ortega a espaldas de Ortega y, a través de esta vía, ha influido en Zambrano
más de lo que ella misma pudo apreciar. Una lectura atenta de sus Escritos
sobre Ortega, nos muestra lo cerca que estaba Zambrano de su maestro y
pendiente de sus publicaciones y sus cursos.
Expuesto esto cabe cuestionarse: ¿dónde se deja ver esa influencia de
Husserl en Zambrano? Aclaremos primero el sentido de la fenomenología.
La fenomenología intenta acceder al sentido de la experiencia partiendo,
por decirlo con Ortega, del dato primero del universo, y éste no es otro que
la vida. La experiencia de la vida, en todo su sentido y no sólo en sentido
filosófico, científico o de la vida de la conciencia, es la fuente del sentido y de
la validez de la experiencia. No hay nada que pueda considerarse con senti-
do y que no aparezca como correlato de la vida. Y esto aplica para cualquier
cosa, siempre desde el punto de vista de la fenomenología trascendental.
Por ello, la crisis de la que habla Zambrano fenomenológicamente es una
crisis vivida en carne propia; no se trata de una abstracción, más bien se
trata de la crisis del hombre mismo que la vive y la padece. En este sentido
es que se refiere Zambrano a la crisis en Hacia un saber sobre el alma, pues
lo que le interesa es “la experiencia peculiar de la crisis” (Zambrano, 2005:
94). Experiencia peculiar, propia, no abstracta ni ajena a la vida, porque el
sentido de la crisis, cualesquiera que éste sea, lo es desde y para un sujeto
o para una comunidad o, como es en este caso, para una cultura. Aquí es
donde cobran validez las palabras de Ma. Dolores Illescas cuando afirma
que “[…] la fenomenología nos ha mostrado que todo lo que para mí es, todo
lo que tiene algún contenido y validez de ser o, con otras palabras, todo lo
que tiene para mí algún sentido del tipo que sea, lo tiene justamente por
Cintia C. Robles Luján, María del Carmen García Aguilar
Pág. 86
Zambrano que “[…] el hombre es una extraña criatura que no tiene bastante
con nacer una sola vez: necesita ser reengendrado” (2000: 63). Allí mismo
anota: “Toda cultura viene a ser consecuencia de la necesidad que tenemos
de nacer nuevamente” (2000: 63). El problema es que la cultura en la que se
despliega nuestra vida es una cultura a la cual se le han acabado las creen-
cias básicas en las cuales se sostenía y al ser así camina el hombre sin punto
de referencia, está solo, desamparado en medio del desierto y exiliado.
A pesar de todo es la esperanza el fondo último de la vida. Pero ¿a qué
se aferra la esperanza? A un nuevo nacimiento, a una renovación. Como
parte de esta crítica de la razón o reforma del entendimiento, el proyecto
de la razón poética en su génesis y despliegue, no busca otra cosa más que
recuperar aspectos olvidados y humillados del ser humano y de la razón,
pero por ello mismo de la cultura y la historia que aún se continúa narrando
en su inherente perennidad.
BIBLIOGRAFÍA
Roberto F. Menéndez
Universidad de Oviedo
España
W. Dilthey
E. Husserl
INTRODUCCIÓN
DILTHEY
Desde esta perspectiva, Dilthey apunta a una psicología como ciencia fun-
damental: una ciencia descriptiva de las vivencias, encaminada a servir
como instrumento para su crítica de la razón histórica (cf. Gabilondo, 1988:
108-112). No sería, en este sentido, una psicología como ciencia positiva
1 “Vivencia” es la traducción que propuso Ortega para el término “Erlebnis”, el cual, a juicio
de Gadamer, Dilthey elevó por primera vez a categoría filosófica (Gadamer, 2005: 97). So-
bre la propuesta de traducción de Ortega, hay que consultar el trabajo titulado El concepto
de sensación, dentro del primer volumen de las Obras completas, Taurus / Fundación
Ortega y Gasset, Madrid, 2004.
Dialécticas de la experiencia (Dilthey, Husserl, Ricoeur)
Pág. 97
particular, sino una psicología dentro del corpus de las ciencias del espíritu
y en la que se tenga en cuenta al individuo dentro del tronco histórico de
la sociedad (Dilthey, 1980: 76). Es preciso reconocer que esta psicología
descriptiva, que a veces Dilthey llama gnoseología, fue esbozada en varios
momentos de su obra, sin llegar a desarrollarse plenamente. Podemos de-
cir, a su vez, que cuando Husserl, bajo el nombre de fenomenología, desa-
rrolló con un método más propio esta ciencia descriptiva de las vivencias
de conciencia, Dilthey ya había dado un nuevo paso en su tarea de funda-
mentación. Nuestro primer autor acabará por rechazar, en gran parte, el
análisis directo de las vivencias como método para la construcción de las
ciencias históricas. El cambio se debe a una nueva consideración: aquella
que atiende a las expresiones de la vida, es decir, a las objetivaciones que se
encuentran en obras poéticas, relatos históricos, formas religiosas, etcétera.
En este sentido, y a través de un proceso tortuoso de muchas idas y vueltas,
Dilthey desplazará el peso de una psicología a una hermenéutica, o lo que
es lo mismo, de la descripción a la comprensión.
Dilthey parte de un sujeto que, aunque se individualiza en la cultura,
tiene unas potencialidades básicas que le caracterizan. Hereda así la univer-
salidad del sujeto trascendental kantiano, destacando sin embargo aquellas
categorías que sirven a la comprensión de la vida histórica. Partimos de la
legitimidad de este acceso privilegiado que es el de la experiencia interna,
pero la meta es la comprensión del ser histórico. En este contexto, Dilthey
enuncia una célebre sentencia: “la primera condición para la posibilidad de
la ciencia histórica reside en el hecho de que yo mismo soy un ser histórico,
y que el mismo que investiga la historia es el mismo que la hace” (Dilthey,
1978: 305).2 Tenemos aquí anunciado el vínculo entre la particular psicolo-
gía de Dilthey, basada en el privilegio del sentido interno, y la hermenéutica
que trata de comprender el mundo histórico como expresión y resultado
de la vida humana. Psicología, por un lado, historia por el otro, Dilthey
buscaba lo que hoy podríamos llamar una fenomenología del ser histórico
o una fenomenología de la historicidad. En su caso, el curso de las inves-
tigaciones le condujo del interés primero por el estatuto privilegiado de la
vivencia interna a una atención centrada en las manifestaciones de la vida y
3 Como hemos advertido, los vaivenes de Dilthey en este sentido serán continuos. Entre una
plena legitimidad dada a la experiencia interna y aquella que se da a la comprensión de
las obras en las que el espíritu se ha objetivado, cabe siempre una alternancia. Un pasaje
donde se aprecia esta posibilidad conciliadora es el siguiente: “Las ciencias del espíritu
descansan en la relación entre vivencia, expresión y comprensión. Por eso su desarrollo
depende tanto del ahondamiento de la vivencia como de la orientación creciente al agota-
miento de su contenido, y está condicionado, a la vez, por la extensión del comprender a
toda objetivación del espíritu y por la aprehensión cada vez más completa y metódica de
lo espiritual dentro de las diferentes manifestaciones de la vida” (Dilthey, 1978: 153).
4 “El arte representativo ensancha el ámbito estrecho de vivencia en que se halla encerrado
cada uno de nosotros, eleva la conexión contenida en la percatación oscura y rápida a la
esfera clara y ligera de la reproducción, nos muestra la vida tal como se refleja a capacidades
captadoras más poderosas que las nuestras y la traslada a una lejanía distante de la conexión
de nuestra propia acción, con lo cual podemos colocarnos frente a ella en una situación más
libre. Así se amplía inmensamente el horizonte de nuestra existencia gracias a las creaciones
de muchos grandes genios, que se completan unos a otros” (Dilthey, 1978b: 317).
Dialécticas de la experiencia (Dilthey, Husserl, Ricoeur)
Pág. 99
HUSSERL
8 Renato Cristin relata lo siguiente: “En junio de 1922, y después de haber pronunciado
algunas conferencias en Londres y en Cambridge, Husserl volvió a Friburgo. Una anécdota
cuenta que Heidegger, que fue a recibirlo a la estación, le preguntó cautelosamente cómo
le había ido con tales conferencias. Seguidamente, y hablando de los temas allí tratados,
lo interrogó acerca de la manera en que había presentado la cuestión de la historia en el
seno de la teoría fenomenológica. A lo que Husserl respondió: ‘Ah, sí, la historia. ¡Se me
había olvidado!’” (Cristin, 2000: 25). Sobre la cuestión de la presencia / ausencia de una
filosofía de la Historia en Husserl, cf. Ricoeur, 2004: 19-26.
Dialécticas de la experiencia (Dilthey, Husserl, Ricoeur)
Pág. 103
9 Este es el caso del trabajo de José M. G. Gómez-Heras sobre el a priori del mundo de la
vida. Afirma el autor: “Situado el hombre en el mundo de la vida como ámbito originario
de las vivencias de la conciencia y homologado el mundo de la vida con el mundo de la
historia ha surgido inevitablemente la pregunta por las estructuras constituyentes de la
subjetividad trascendental… La ciencia empírico-positivista sobre la historia aporta datos
y erudición. Pero la consideración fenomenológica del acontecer no puede quedar ahí.
Ni siquiera se puede aceptar como solución satisfactoria la fijación de leyes referidas a la
frecuencia con que determinados fenómenos se reiteran y que reflejarían “constantes” de
los fenómenos históricos. De los datos solamente se extrae generalización de datos, y de la
empiria generalización empírica. Es preciso avanzar hasta las estructuras de la conciencia
trascendental y a las condiciones de posibilidad del mundo histórico. Para ello resulta
inevitable superar el modo estático de la fenomenología, y funcionar con un concepto
dinámico de la misma. Se trata de pasar del horizonte del mundo como ser inmutable al
horizonte del mundo como acontecer histórico. En cuyo caso, se plantea la pregunta sobre
las estructuras de la subjetividad trascendental posibilitantes del devenir. Se llega así al
descubrimiento de que la historicidad entre a formar parte de los elementos constituyentes
de la subjetividad” (Gómez-Heras, 1989: 87-88). Pese a lo prometedor de esta declaración,
que anticipa una investigación genética, Gómez-Heras se mantiene en este trabajo en la
órbita de la Crisis y recae en el tipo de investigación que se interroga por el telos de la
historia y por el destino de Europa.
Roberto F. Menéndez
Pág. 104
Este mundo circundante no contiene meras cosas, sino objetos de uso (ves-
tidos, enseres domésticos, armas, herramientas), obras de arte, productos
literarios, utensilios para las ceremonias religiosas o judiciales (sellos, co-
llares de dignatarios, insignias de coronación, símbolos eclesiásticos, etc.);
y contiene no solamente personas singulares: las personas son más bien
miembros de comunidades, de unidades personales de orden superior que
tienen su vida en cuanto todos, se mantienen persistiendo en el tiempo pese
al ingreso o salida de personas singulares, tienen sus contexturas comunita-
rias, sus ordenamientos morales y jurídicos, sus modos de funcionamiento
en la colaboración con otras comunidades y con personas singulares, sus
dependencias de circunstancias, su alterabilidad regulada, su modo de de-
sarrollarse o de mantenerse constantes en el tiempo según las circunstancias
determinadas del caso (Husserl, 2005: 227-228).
Dialécticas de la experiencia (Dilthey, Husserl, Ricoeur)
Pág. 105
Nos interesa llevar la atención hacia un aspecto que ha sido poco tratado en
Husserl. El problema del mundo de la vida, y dentro del mismo, la cuestión
de la intersubjetividad, han sido y son todavía hoy motivo de muchos estu-
dios e investigaciones. Sin embargo, el problema de los objetos, en tanto de
unidades objetivas animadas por una configuración espiritual, ha quedado
en un segundo plano.
El otro, en Husserl, es siempre el alter ego, es decir, aquella perso-
na que descubro delante de mí, con un cuerpo que se asemeja al mío. El
problema de la intersubjetividad se elabora a partir de la relación entre el
ego y el alter ego, entre el yo y el otro. Ahora bien, cuando se consideran
las obras de arte o los objetos de la cultura, nos enfrentamos a formas de
subjetivación en la que se diluye la confrontación entre el yo y el otro. En
estos casos, a la experiencia subjetiva se le superpone una particular alte-
ridad, la de un otro imaginario y anónimo, como pueda ser, por ejemplo,
la del narrador de una novela. El lector, en este caso, se inviste de la voz
narrativa para poder entrar el mundo de ficción, en la que en un segundo
momento se encontrará con otros figurados por la ficción: los héroes y, en
general, los personajes de la aventura. Previo a esta experiencia de los otros
imaginarios –a los que el lector aprende a ver gracias a las descripciones
del narrador– se produce una identificación con el narrador mismo, con su
voz y su mirada. Esta identificación, discreta, no supone la contraposición
con otro que hace frente, sino la asimilación de una alteridad que se hace
propia, una alteridad que toma prestados los rendimientos intencionales
del lector para constituir un mundo irreal.
Husserl utiliza la expresión “objetos espiritualizados”: se refiere con ello
a aquel tipo de objetos que no pueden ser considerados como meras cosas
artificiales y ausentes de vida, pero que tampoco pueden ser entendidos
como sujetos dotados de un sentimiento de identidad y de una perspectiva
de primera persona. La experiencia de los mismos, no obstante, es parte
fundamental en la constitución del mundo espiritual:
Cuando leo las “páginas y renglones” de este libro o leo en este “libro”, capto
las palabras y oraciones, están ahí delante cosas físicas: el libro es un cuerpo,
las páginas son páginas de hojas de papel, los renglones son ennegrecimien-
Roberto F. Menéndez
Pág. 106
tos e impresiones físicas de ciertos sitios de estos papeles, etc. ¿Capto esto
cuando “veo” el libro, cuando “leo” el libro, cuando “veo” que está escrito
lo que está escrito, que está dicho lo que está dicho? Estoy ahí obviamente
en una actitud enteramente distinta. Tengo en verdad ciertas “apariciones”,
la cosa física, los sucesos físicos en ella, aparecen, están ahí en el espacio
en determinada orientación a “mi” centro de aprehensión, esto es, delante
de mí, a la derecha, a la izquierda, etc., exactamente tal como si yo en mi
experimentar estuviera dirigido a lo corpóreo. Pero precisamente no estoy
dirigido a esto. Veo lo cósico en la medida en que me aparece, pero “vivo
comprehensivamente en el sentido” (Husserl, 2005: 283-284).
Podemos definir estos objetos como aquellos que son capaces de ponerse
en suspenso como “cosas” para construir, mediante un pacto y un présta-
mo del lector, un mundo irreal con un espacio y un tiempo propios. Para
nuestros intereses es preciso destacar que, dentro de estos mundos irreales,
los objetos espiritualizados necesitan construir un sujeto de experiencia,
es decir, un polo subjetivo desde el cual entrar a ese mundo.10 Tal sujeto de
experiencia, irreal, tiene a su vez sus propias condiciones de experiencia,
que valen para ese mundo. En síntesis: los objetos espiritualizados, tal y
como los entendemos, no sólo proyectan un mundo, sino unas condiciones
para que sea posible hacer experiencia de ese mundo. Si bien hay unas
condiciones de partida que el sujeto debe cumplir –por ejemplo, saber leer
en el idioma en que está escrito el libro–, tales objetos llevan consigo unas
condiciones que se actualizan en el acto mismo en el que tales objetos se
viven. Abro el Quijote y leo: “En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no
quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza
en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor”. En este caso, la
posibilidad de seguir las peripecias del personaje pasa por realizar un pacto
con el narrador de la novela; me dejo investir de su capacidad para seguir a
Don Quijote, escuchar sus conversaciones con Sancho, acceder a sus pen-
samientos, etcétera. Lo que tocará estudiar, respecto de todos los objetos
que pueden ser considerados bajo la rúbrica de los objetos espirituales,
Está claro que este análisis, así sea todavía insuficiente, se aplica en primer
lugar a toda obra espiritual, a toda obra de arte y a todas las cosas que
tengan un sentido espiritual comprehensivo, un significado espiritual. Na-
turalmente, se aplica por tanto, mutatis mutandis, a todas las cosas de la
vida corriente en el interior de la esfera de la cultura, de la esfera actual de
la vida (Husserl, 2005: 287).
RICOEUR
Para apuntar en esta dirección, hay que destacar que la vía larga que
Ricoeur propone lleva a una teoría de la refiguración. El sujeto no sólo ve
reflejado su mundo y a sí mismo en las obras de ficción. A través del acto
de lectura hay un proceso de reconfiguración de las condiciones iniciales
desde las cuáles el sujeto comprende. Hay que señalar dos momentos de
este proceso. El primero afecta al propio estatuto del mundo. Ricoeur en-
tiende las obras de ficción como propuestas de mundos posibles. En este
sentido, los textos rompen con la referencia directa al mundo del lector.
Cuando abrimos el Quijote nos transportamos a otra época y a otro lugar y
nos encontramos con personajes que no forman parte de nuestro entorno
cotidiano. Ahora bien, Ricoeur afirma con insistencia que la ruptura de la
referencia directa entre el mundo del texto y el mundo del lector libera la
posibilidad de una referencia de segundo grado por la cual el texto apunta
indirectamente al mundo (2006: 107).
Un segundo momento apunta a la propia refiguración del lector, el cual,
pese a olvidarse de sí mismo en la inmersión en el mundo de la ficción, re-
sulta también apuntado y afectado por el relato. Con este motivo, Ricoeur
no sólo desplaza las intenciones de toda filosofía del conocimiento directo.
Entenderá también que el obligado reconocimiento indirecto supone una
transformación. Se vuelve con ello al punto de partida, pero a través de
una dialéctica de la experiencia que, a juicio de Ricoeur, no acusa en modo
alguno el problema de una circularidad viciosa. Si ha de hablarse de un
círculo hermenéutico, se hará en un sentido productivo, en tanto que la
conjugación entre texto y lector se hace siempre en los términos de una
refiguración.
FENOMENOLOGÍA DE LA HISTORICIDAD
Y GENÉTICA DE LAS HABITUALIDADES
COMO PROLEGÓMENOS A UNA TEORÍA DE
LA IMPREGNACIÓN TRASCENDENTAL
De la misma manera que el mundo del texto sólo es real porque es ficticio,
es necesario decir que la subjetividad del lector sólo aparece cuando se la
pone en suspenso, cuando es irrealizada, potencializada, del mismo modo
que el mundo mismo que el texto despliega. Dicho de otra manera, si la
ficción es una dimensión fundamental de la referencia al texto, también
es una dimensión fundamental de la subjetividad del lector. Como lector,
yo me encuentro perdiéndome. La lectura me introduce en las variaciones
imaginativas del ego (Ricoeur, 2006: 109-110).
Roberto F. Menéndez
Pág. 114
reproducirse, es decir, donde podemos acceder una y otra vez a los mismos
contenidos y a las mismas formas.
Pensamos en los objetos espiritualizados como ensayos de la experiencia
del mundo. Si bien no es posible sumirse indefinidamente en la lectura, si
el lector ha de volver tarde o temprano a su mundo, sí es posible pensar
en un proceso mimético, involuntario, por el cual las formas a las cuales el
lector se expone y de las que se inviste durante la lectura, generen predis-
posiciones más allá de la misma. Ricoeur podría decir que están en juego
variaciones imaginativas de la legibilidad del mundo. La literatura, en este
sentido, sería una fragua en la que se malean y se ponen a prueba las con-
diciones de posibilidad de la experiencia del mundo. Más allá, la conexión
adquirida durante la lectura, en palabras de Dilthey, nos llevaría, de vuelta,
al mundo, a su horizonte interno, donde se albergan escorzos de la reali-
dad no considerados. El sentido en el que queremos avanzar, que es el de
la génesis pasiva de habitualidades, no se trata del ejercicio por el cual el
sujeto se sitúa en el mundo. Más bien, se trata de la experiencia de sentirse
en situación, y de apreciar, en virtud de la historicidad que nos constituye,
la extrañeza de los efectos que la cultura realiza en esta experiencia del
sentirse en el mundo. En último término, y según el espíritu último de la
fenomenología, de lo que se trata, con el ejercicio de las variaciones de la
experiencia subjetiva, es de responder a la pregunta por la posibilidad del
mundo. Aquí la cuestión del conocimiento o la comprensión de sí aparecen
en un segundo plano.
Nos preguntamos, entonces, por las variaciones en la experiencia subje-
tiva del mundo, por el trabajo que la ficción realiza con las formas a priori
de la experiencia. Temporalización, espacialización, categorización y, en
general, esquematización de la experiencia del mundo: más allá, el proce-
so mismo de mimetización de estas formas. Husserl, con el estudio de la
génesis de las habitualidades, se pregunta por la permanencia de formas
intencionales que sobrepasan los objetos que les dan origen. Pongamos un
ejemplo. Después de la descripción inicial de las cualidades físicas de Don
Quijote, el narrador nos habla de su gusto por la lectura. Y nos cuenta lo
que le ocurrió al fantasioso hidalgo:
Roberto F. Menéndez
Pág. 116
11 Dilthey pondrá un ejemplo parecido: “una decisión determina una acción que se extiende
por muchos años; acción interrumpida con frecuencia y largamente por acontecimientos
vitales de otra índole. Pero sin que tenga lugar una nueva decisión en la misma dirección,
aquélla sigue actuando sobre nuestra acción” (1978: 93). Ricoeur, que se mueve más en
el ámbito de la actividad, dedica varios análisis a la promesa (cf. Ricoeur, 1996: 977-981;
1996b: 118-120).
Roberto F. Menéndez
Pág. 120
Apenas avanzadas unas páginas, confirmo, con agrado, que las novelas de
Dostoievski son muy valiosas.12
Con todo, hay otro modo de considerar el problema de las habitualida-
des. No se trata ahora de pensar en juicios de gusto referidos a un autor o
a una obra concreta. De lo que se trata es de pensar en modo en que, en el
ejemplo, el estilo de Dostoievski nos predispone a aprehender el mundo.
Las habitualidades a las que apuntamos no refieren, por tanto, a juicios o
creencias. Hay que considerar que los objetos espiritualizados, más que un
qué, son un desde dónde. Los esquemas que contienen colocan al lector /
espectador en un lugar desde el cual se hace experiencia del mundo. Este
lugar no corresponde con el del autor originario: es el lugar de un quién
anónimo que el lector ocupa y desde el cual se siente en un mundo. Los
esquemas conjugados para poner en relación este quién anónimo y el mun-
do irreal de la obra, permanecen; son aprehendidos como posibilidades
del estar. Es importante insistir en que el pacto por el cual el objeto nos
permite entrar en el mundo comprimido que alberga supone un préstamo
de las actividades fundamentales de la conciencia. No hablamos de obje-
tos, sino de variaciones de la experiencia subjetiva del mundo a través de
esquemas. Estas variaciones acusan tipificaciones cuya permanencia más
allá de los objetos que les son propios tratamos de pensar. Desaparece el
objeto, pero la mención continúa. No es una mención hacia el objeto, sino
hacia el mundo.
La impregnación consiste en la aprehensión y permanencia de los es-
quemas subjetivos anónimos concentrados en los objetos de la cultura.
Decimos que son esquemas subjetivos porque remiten a un índice desde
el cual se abre el mundo y que acompaña en continuación la experiencia
del mismo. En la teoría literaria este índice subjetivo se corresponde con
la enunciación. Decimos que son esquemas anónimos porque pueden ser
apropiados por cualquier sujeto. No refieran a un nombre y/o a un cuerpo
que haga frente; no son, propiamente, parte de las vivencias de un alter ego.
12 Husserl reconoce que estas menciones permanentes pueden modificarse. Como se ha ade-
lantado, la historia de estas menciones habituales corresponde con la historia del yo. Puede
ocurrir, por ejemplo, que el libro elegido sea El jugador y que su lectura no confirme el
estilo que tanto me había gustado del autor.
Dialécticas de la experiencia (Dilthey, Husserl, Ricoeur)
Pág. 121
13 “La experiencia misma, con lo objetivo constituido en ella, puede ser “olvidada”, mas no
por ello ha desaparecido sin dejar huella alguna, sino que solo se ha hecho latente. Por
lo constituido en ella es ahora una posesión habitual, dispuesta en cada instante a ser de
nuevo evocada en forma actual y asociativa” (Husserl, 1980: 133).
Dialécticas de la experiencia (Dilthey, Husserl, Ricoeur)
Pág. 123
16 Landgrebe enlaza en este punto a Husserl con el último Dilthey, aquel que se interesó
por las concepciones del mundo (1972: 31-36). Landgrebe afirma que el mundo de la vida
es siempre un mundo cultural concreto que alberga en sí una visión del mundo. Si la
fenomenología suspende toda construcción –no sólo la científica– es para comprender el
funcionamiento universal de este rasgo del mundo de la vida, el cual, de nuevo, no forma
parte de su carácter empírico, sino de la historicidad que atraviesa y liga al sujeto y al
mundo.
17 “La cultura está constituida fundamentalmente por hábitos culturales, formas habituales
de conocer, preferir y hacer; mas en cuanto hábitos pertenecen, como veremos inmedia-
tamente, al yo, que siempre actúa en esa pasividad secundaria que constituye la cultura.
Mas en ese caso, la cultura afecta, configura, constituye la subjetividad y, por tanto, ésta es
no tanto el sujeto de la cultura como su objeto, porque ella es la cultivada por la cultura”
(San Martín, 2015: 105).
Dialécticas de la experiencia (Dilthey, Husserl, Ricoeur)
Pág. 127
CONSIDERACIONES FINALES
18 Este concepto remite a los análisis privilegiados por Ricoeur al caso del relato. Pensando en
formas más recientes como el cine o las series de televisión, podríamos ampliar el término
y recuperar el concepto de visión de mundo. Podría hablarse también de la musicalidad
del mundo y, de modo más general, de su tonalidad. Aquí se quiere llamar la atención,
de nuevo, sobre la construcción de atmósferas afectivas y de disposiciones narrativas por
parte de la cultura, entendida en sentido amplio.
Roberto F. Menéndez
Pág. 128
BIBLIOGRAFÍA
convicción (Lukács, 1971). En la intimidad del amor cada cual aparece, elige
y se compromete “como en realidad es”, no como tiene que aparentar ser
si las circunstancias lo exigen (Rivas, 2006). Claro, aun la consciencia más
aguda se distorsionará bajo el imperio de fuerzas emocionales que se resis-
ten a cualquier intento de integración (como acontece cuando uno se deja
llevar por la pasión o, peor aún, por el convencionalismo), pero eso no obsta
para que al menos, en principio, sea el amor la experiencia en la que uno
idealmente se ve como es, y se relaciona con el ser amado a partir de ello.
II
que molesten al otro, pero en cualquier caso habrá que esforzarse por man-
tener la unidad sentimental, porque es ahí donde se define el ser propio).
Semejante juego entre la sublimación existencial y la unificación emocional
no tiene otro fin más que desplegar la totalidad del tiempo en cada fase
del proceso o en cada aspecto de una vivencia en concreto, y para ello hay
que recurrir a cuantos elementos le proporcionen la perspicacia o hasta
los recursos materiales a la pareja: el amor no flaqueará si uno previene
cualquier eventualidad con una actitud que cimente la relación, tanto en la
intimidad como de cara al mundo, en el que los demás interactúan en forma
más o menos abstracta (Luhmann, 1985). Este paso de lo sentimental a lo
interpersonal con vista a lo social es la auténtica prueba de fuego del amor,
pues para darlo, los miembros de la relación tienen que deshacerse de sus
ilusiones o de sus limitaciones, porque si no lo hacen se acabará la pareja
y eso es inimaginable. La totalidad del tiempo se vive en la perdurabilidad
del vínculo, merced al sentimiento, pero también en cada faceta del propio
ser (diga lo que diga el sentido común).
Con el fin de realizar el sentido total del amor, el tiempo (según este pri-
mer arquetipo romántico) tiene que proyectarse en un instante original, el
de la percepción inefable e infalible del ser amado tal como es. Por extraño
que parezca, el amor que perdurará debe ser “a primera vista”, pues cual-
quier mediación perceptiva (como la que por fuerza da un trato continuo en
el que podemos tomar una mejor posición) conlleva la posibilidad de que
el sentimiento se desvirtúe, como cuando uno de los amantes descubre en
el otro defectos que no había sospechado. Por ello, la “primera vista” no es
precisamente la del instante de conocimiento casual, sino la del reconoci-
miento íntimo en el que se ve a la persona como nadie más podría hacerlo,
lo cual es aún más decisivo porque se realiza en un medio social que, aun
si se tratara de la familia, responde a ciertas convenciones que, en cambio,
el amor supera en la “primera vista”. Esta exigencia romántica de fidelidad
absoluta a una imagen original se quedaría en el nivel de la ilusión más pe-
destre, o de la alucinación francamente patológica, si no fuese porque se da
por sentado que la personalidad que se ha percibido es lo suficientemente
compleja como para superar cuantas limitaciones puedan salir a la luz con
los avatares del tiempo: el ser amado siempre dejará atrás nuestras expec-
La experiencia del amor en la cultura actual
Pág. 139
tativas y, más aún, nos hará percibir en nosotros mismos estados de ánimo
y actitudes que no hubiésemos sospechado jamás (como la complacencia en
estar a su lado cuando podríamos estar con alguien quizá más ocurrente, o
con alguien cuya novedad despertara nuestro interés). La “primera vista” se
reflejará en todas las sucesivas percepciones que tengamos del ser amado, y
con mucha mayor fuerza en las que brotan del tiempo mismo, que llegado
el caso, pueden ser terribles (pensemos en ver el envejecimiento de quien
amamos y saber que no es sino el reflejo del de uno mismo). De cualquier
forma, el paso del tiempo no mellará el sentimiento, pues éste es original
e inalterable.
Antes de seguir adelante con este andamiaje emocional de lo romántico,
conviene tomar en cuenta que la configuración psicológica de un amor que
ha de durar de por vida podría sugerir una falsa identidad entre la tempo-
ralidad total del sentimiento y la eternidad del amor divino: de acuerdo
con esta estructura existencial, se ama a alguien con esa inquebrantable
fidelidad con la que se ama a Dios, porque en ambos casos, el ser amado
sobrepasa con creces la medida de la propia subjetividad. Sin embargo,
no hay que dejarse engañar por la aparente similitud de lo romántico y lo
divino: el amor a Dios (al menos como se ha configurado desde el punto
de vista cristiano, que es el que, desde cualquier punto de vista, rige aún
el mundo sociocultural) tiene valor porque se consumará, no en el curso
total de la existencia, sino en la eternidad post mortem de la que sólo unos
cuantos dicen tener una supuesta anticipación en vida, mientras que el
amor romántico se informa de principio a fin por el tiempo mismo en el
que la persona amada, sin dejar de mostrar su finitud, la trasciende en la
imagen que ha aparecido “a primera vista”, imagen que renace en cada
nueva percepción que de ella puede uno tener, y que con los años hará
patente, según hemos comentado, el peso de la edad. Por ello, cuando los
amantes dicen que se amarán por siempre o que su amor es eterno, esas
expresiones u otras semejantes apuntan al curso de una existencia que está
permanentemente a merced del tiempo, que trata de totalizarlo justamente
por medio de un sentimiento que únicamente valdrá en la medida en que
se sostenga en el tiempo mismo sin dejarse absorber por él: el amor lo
despierta la “primera vista” de la persona, sí, pero no sería más que una
Gerardo Rivas López
Pág. 140
III
cio), sino porque su duración permitirá que cada uno se mueva con mayor
soltura sin estorbarle al otro. En semejantes circunstancias, el tiempo se
fragmenta de manera infinitesimal porque depende de las necesidades de
cada cual que mutan sin aviso previo, y de la capacidad que se tiene para
satisfacerlas a un ritmo lo suficientemente rápido para no generar frus-
tración, y lo suficientemente lento para no causar mareo. De ahí que haya
que ajustar una y otra vez cada actividad (por ejemplo, salir de vacaciones),
pues la relación se acabará si se estanca o, al revés, si se satura, por lo
que cuando no es dable hallar un mínimo equilibrio será mejor “darse un
tiempo” para “pensar bien las cosas”. Estas expresiones y otras similares
revelan que el tiempo juega un papel singular en la relación, el de límite de
la inventiva personal que mantendrá vivo el interés, no, por supuesto, el
de la otra persona (que tendrá que arreglárselas por su cuenta), sino el de
uno, que frente a algo que no había contemplado tiene que decidir si quiere
seguir adelante o no.
Por el contrario, la duración de una relación que se plantea (o que, mejor
dicho, se planteaba) para toda la vida se asimila sin más a la de la existencia
personal, y puesto que no hay modo de determinar esta última y lo único
que puede hacerse es proyectarla a través del deseo y comprometerse con
ella, la relación se sostendrá sin que los amantes tengan que ocuparse de
llenar cada momento con actividades interesantes o, en el extremo contra-
rio, evitar los aspectos difíciles que se suscitan cuando menos lo piensa uno.
Esta autorregulación la hacen factible las dos funciones fundamentales del
amor romántico de las que ya se ha hablado: la sublimación de lo inmediato
merced a la imagen de una unión de por vida (que organiza la convivencia
en sus aspectos cotidianos) y la armonización de la diversidad emocional
de los amantes (que permite que el sentimiento sobreviva el inevitable des-
gaste que un trato muy prolongado implica cuando uno no sabe manejar
sus emociones). Aquí, cada momento, lejos de ser la piedra de bóveda de
la relación, se inscribe en la continuidad incidental de la existencia por lo
que su valor es relativo: cuenta solamente en la medida en que en él la vida
puede dar un vuelco (se puede conocer a alguien más, por ejemplo) o, lo
que es mucho más decisivo, en la medida en que testimonia la perdurabi-
lidad del amor. A la luz de una identidad total, lo momentáneo carece de
Gerardo Rivas López
Pág. 148
alguien quizá por años pero eso no quiere decir que no haya posibilidad de
encontrar a alguien con quien gozar inclusive más. El sexo, que en una re-
lación de por vida reafirma un sentimiento que tiene valor por sí mismo, en
la experiencia efímera se convierte en el valor por antonomasia pues debe
dar placer y hasta hoy en día lleva a que la pareja se constituya (sobre las
bases que se han mencionado); cuando no es así, hace que la gente deje de
verse sin dramatismo, ya que la añoranza, si se da, será breve o manejable
pues surge a causa de una relación que también buscaba serlo. Es decir, que
la separación es, en el fondo, una fase de reconfiguración emocional que
nos lanza a la búsqueda del placer, y ello si es que el proceso ha durado lo
suficiente como para verlo como tal; si no, simplemente será un encuentro
fortuito que no dejará la mínima huella.
Huelga decir que esta relativización, o más bien, erradicación de lo senti-
mental a favor de lo sexual no debe juzgarse desde un punto de vista mora-
lizante: que las relaciones sexuales se independicen de la relación amorosa
y de la correspondiente integración familiar no es una muestra inequívoca
de libertinaje, aunque tampoco es indicio de una liberación desiderativa.
Si fuera de esta visión moralizante (sea negativa o positiva) uno atiende
al nexo ontológico y cultural de la sexualidad con lo amoroso (en cuanto
estructura de la relación romántica efímera), se verá que el paso de una re-
lación en la que el sexo se da como consecuencia natural de un compromiso
a una relación en la que lo sexual y la exigencia de satisfacción son el factor
que en ocasiones lleva a establecer la pareja, lo cual permite capturar la
raíz individualista del proceso de configuración de lo social, o mejor dicho,
de lo público; pues mientras que lo social se despliega en lo personal del
sentimiento (máxime por medio de un vínculo a largo plazo, cuyo horizonte
eminente es la vida familiar), lo público es el límite insalvable de lo perso-
nal, es decir de lo privado, que en la actualidad se hace público sin aparentes
dificultades porque no tiene importancia fuera del momento de placer. Uno
puede o debe hablar del sexo en cualquier foro o situación para reforzar así
el carácter impersonal del mismo, y la publicidad será mucho más efectiva
si se trata del sexo que se tiene en una relación que lleve un tiempo o que
involucre a gente que dice estar más allá del bien y del mal. Y no es que a
los demás les interese en lo más mínimo quién goza y quién no, o cómo se
La experiencia del amor en la cultura actual
Pág. 151
le hace para conjurar la fugacidad de la relación, sino que lo que cada cual
hace es un índice para que todos regulen su capacidad de hacer lo mismo
cuando llegue el momento, es decir, siempre.
Estas diferencias se ponen de manifiesto en la ambigüedad propia de la
relación como experiencia de integración psicosomática, interpersonal y so-
cioindividual. Tener una relación es, antes que nada, integrarse con alguien
más a través del propio deseo y viceversa, es reflejarse en un modo de ser
que nunca llega a asimilarse por completo al nuestro. Esta doble función de
trascendencia y reconocimiento suele confundirse con el complementarse
uno al otro –absurda supervivencia del mítico andrógino– (Platón, 1986),
mas plantear así el fenómeno es ignorar el dinamismo de la identidad mu-
tua del que se ha hablado líneas atrás. En cambio, tener relaciones es saciar
las necesidades físicas o emocionales, a través de alguien real o imaginario
(no todo tiene que ser utilitarismo o narcicismo puro), al menos junto con
él (si acaso sabe cómo arreglárselas para ello). Hay un mundo de diferencia
entonces en el paso del singular al plural, y es por eso que, por más excitan-
tes que sean “las relaciones”, sólo hay “relación” cuando la persona con la
que la tenemos aparece como tal, como un ser de quien hay que enamorarse
y a quien hay que enamorar para que se quede con nosotros de por vida.
Con esto llegamos a la cuestión de fondo que plantea la estructura
romántica efímera, que no es sino la de la temporalidad propia tanto de
lo personal como de lo amoroso que se oponen a lo social o al menos se
distinguen taxativamente de él según se desenvuelvan en la totalidad de
la existencia y la institucionalidad de la familia o, por el contrario, en lo
momentáneo de un encuentro que se repetirá sólo si se siente placer al
hacerlo. Respecto a esta cuestión, lo que más sorprende en la experiencia
contemporánea o fugaz del amor es, sin lugar a dudas, la tendencia a negar
la finitud del sentimiento, a inscribirlo en un mundo cuya progresión es
ajena al desarrollo reflexivo de la personalidad que aquél supone. Ya que
lo romántico reivindica la intimidad de la pareja por encima de cualquier
institucionalización abstracta de las relaciones interpersonales (como sería
la tradición o el orden natural que ordena con quién debe casarse uno),
el tiempo juega un papel determinante en todos los planos de la relación
porque hay que luchar por mantener vivo un sentimiento que los años
Gerardo Rivas López
Pág. 152
devastarán tarde o temprano. Una consciencia tan aguda del tiempo se-
ría abrumadora si no fuese porque lo romántico la supera con la imagen
ideal de una unidad que durará “hasta que la muerte los separe” y, más
todavía, con la institucionalización del amor por medio del matrimonio y
la familia. Esto, empero, impone una serie de mediaciones emocionales y
sociales demasiado complicadas para la mayoría de la gente, que en cual-
quier forma tiene que habérselas ineluctablemente con la dialéctica que el
sentimiento implica, y con sus necesidades básicas de compañía, ya que no
de amor. Por consiguiente, es preferible hacer a un lado el tiempo, borrarlo
por completo, más que sublimarlo, como lo ha hecho el romanticismo, que
en cuanto expresión poética e ideal ha de diferenciarse una vez más de lo
romántico, es decir, de la estructura sentimental de las relaciones interper-
sonales durante los dos últimos siglos. El romanticismo proyecta el amor
en una temporalidad total, sí, pero con un sentido transcendente como el
del eterno femenino o como el de la lucha histórica que poco o nada tiene
que ver con la inmanencia total de lo romántico (Rivas, 2006).
A falta de esta temporalidad que sublima la existencia individual en lo
histórico o en el curso de una relación que durará tanto como la pareja, la
otra solución que propone lo romántico es la de la fugacidad de la relación
que en un momento realiza el amor por medio del sexo y el placer, que
es lo que punto por punto la distancia del mero libertinaje. Es cierto que
gente que no se conoce y que tampoco se tratará después de tener relacio-
nes –que se han dado por casualidad– puede compartir un sentimiento
realmente poderoso y lo único que pone en juego en el encuentro es su
respectiva necesidad emocional; además, en ese caso no hay manera de
anclar la relación con los valores sociales que fundamentan, en cambio,
un vínculo de por vida; a pesar de ello, la relación pasajera se presenta
como una forma de amor porque supone, como explica Freud (1999), que
la esencia de cualquier vínculo amoroso es un deseo avasallante y anterior
a las determinaciones sociales. Esta condición da a lo efímero del amor
un sentido peculiar y casi ideal, pues muestra que la sanción social es por
completo innecesaria (ni qué decir de la religiosa), ya que lo que vale es la
efusión erótica inmediata y quizá irrepetible que se salva por la posibilidad
de un nuevo encuentro. En otras palabras, lo significativo de la experiencia
La experiencia del amor en la cultura actual
Pág. 153
BIBLIOGRAFÍA
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Paris: Gallimard.
Schenk, H. G. (1979). The mind of the european romantics. A study in
cultural history, Oxford: Universidad de Oxford.
PERFORMANCE
Y FENOMENOLOGÍA
LO EXTRAÑO, EL EXTRAÑAMIENTO
La danzarina se desplaza, ora sobre la punta de los dedos de sus pies, ora
sobre las plantas de sus pies; a veces se cualifica o refina (Not be refined,
aparece dicho en el texto más de una vez) la expresión corporal que parece
estar dada en lo más excelso del ballet clásico, pero otras veces las plantas
de los pies son los soportes para que llegue a plenitud la cadencia de las
caderas de la bailarina.
Al comienzo de la acción sólo aparece en su traje; luego, progresiva-
mente, va desplegando su baile con armas, las cuales son “culminadas”
en sendas banderas rojas. Entre tanto, los mapamundis van dando lugar
no sólo a la exposición de diversas latitudes, meridianos y paralelos, van
desfilando en cascada diversos dirigentes comunistas, se hacen presentes
textos matriciales de las que otrora fueran las promulgaciones comunistas
–pongamos por caso: la Comuna de París–. Muere en trazos de tinta negra
uno y otro, y otro pájaro en pleno vuelo.
Kentrige no propone nada. Antes bien, lo critica todo. Un voceador con
altavoz manual, metálico, habla, canta al otro; el otro “cierra” su escucha
poniendo sobre su cabeza su propio altavoz manual, se oculta al mensaje
del otro, y sin embargo, desde el orificio pequeño le llega el mensaje alte-
rado porque la voz le viene de lo más alto de su cabeza: le viene como si
interrogara por todo y por todos.
Distintos mensajes circundan un tríptico de tres pantallas sobre las
cuales se despliega la acción, pero ésta desborda las márgenes de la pan-
talla-lienzo. Volcados sobre el escenario se encuentran 5 o 6 sillas, más en
la proximidad del espectador que del tríptico-pantalla. Antes de las sillas
está una línea de separación formal entre el espectador y la obra, y esta lí-
Performance y fenomenología
Pág. 159
LO PROPIO, LA APROPIACIÓN
profundidad: ¿lo arcano? ¿Lo que yace allá, sin que lo sepamos del todo,
en la “profundidad”? ¿Una suerte de hondura-superficial? Si este fuera
el caso, se trataría de un oxímoron. No es un oxímoron del tocado, de la
decoración. Es lo que trae y lleva el mundo de la globalización: una suerte
de aparejamiento de todo. A veces queremos ser “dulces” con los “otros”,
o que ellos sean “dulces” con nosotros, y sin embargo, la dulzura tensa,
exige, “estresa”.
Es ahí, sepámoslo o no, pensémoslo o no, donde está lo arcano, lo ar-
quetípico. Está puesto en un arca, viene de muy lejos. Son las formas de
la voluntad de poderío. O tal vez, el descubrimiento de un estar-cerca-
de-los-otros, quererlos, requererlos, requerirlos, y, al mismo tiempo, es
tener-que-aislarse, el urgir la soledad, el aislamiento.
Tribu Candy es el cuerpo en acción, el cuerpo y la acción, el pensar-se,
el pensar-ser; pero es un ser que viene de muy lejos, no se sabe del todo de
dónde. Va-hacia-otra-parte, pero tampoco se sabe a dónde; y queremos
la dulzura de trazas y huellas que se han vivido, y aspiramos a dejar una
suave-huella-a-nuestro-paso: en los otros, para otros. Tribu Candy es la
anamnesis, la razón anamnética; el recuerdo, la recordación. Sí, a veces del
pasado, pero sobre todo, es recuerdo-del-futuro.
Lo propio, mío, en la acción performativa es mi cuerpo, mi rostro; sin
embargo, al entrar en la acción me abandono. Al cabo mi rostro, el mío, es
otro. Hay en mí un otro y sólo lo descubro tras la decoración. Es la expe-
riencia de extrañamiento de lo más mío: mi rostro. Aquél con el cual me
despido de mi casa y voy a presentarme al trabajo; aquél por el cual y con el
cual otros me llaman por mi nombre, el que trasmite mi alegría o mi dolor,
el que aprueba o rechaza el rostro, el cuerpo, la actitud del otro.
Y todo esto viene de muy lejos. Ahí están las esperanzas y las frustracio-
nes de mis mayores. Es la imagen que les lego a aquellos que me suceden
y con quienes he construido una historia, un recuerdo. Pero yo mismo sólo
salgo a la luz como un otro para mí mismo en el abandono. Al cabo, me
descubro. Pero sé que, al enjuagarme, al “limpiarme”, me “recupero”, torno
a la mismidad de lo que sé y de lo que ignoro de mí mismo.
He oído de colegas, filósofos y artistas (escénicos), dispuestos a la de-
coración, al “descubrimiento-encubrimiento”, que prevén su inserción en
Performance y fenomenología
Pág. 163
tica” (2015: 14), que anestesia o que se pone fuera de la estética. Antes bien,
es una suerte de salvación de lo bello porque mueve, porque conmueve,
porque estremece.
Si se puede decir que la subjetividad es lo que es en intersubjetividad, un
yo temporalmente constituido (Hua. VI, §50; Hua. X, §36), ahora hay que
ir a un estrato más radical: el cuerpo. Cierto, él temporaliza y es temporal,
pero igualmente, él espacializa y es espacial. ¿Cómo vive, pues, el yo en el
advenimiento del sentido? Al menos parece que en dos movimientos: en el
fenomenologizar, en el hacer-advenir-el-sentido, en el sentir, por un lado;
pero también en el situarse-como-observador, en el poner-se activamente
en las márgenes del curso de la acción, desinteresado de ella, y dejar fluir no
el ser-de-la-acción (pasividad pura en que emerge activamente el sentido)
en que se constituye el sentido, sino la reflexión-del-ser o sobre-el-ser que
da cuenta de lo constituido en la constitución.
La performance, entonces, tiene al menos tres momentos en que de-
viene como fenomenología: primero, se trata de un movimiento en que se
anticipa, prepara o presentifica la acción, una suerte de fenomenologiza-
ción anticipante, una pre-visión. No alcanza siquiera a ser intuición, mucho
menos percepción.
Un segundo movimiento en que uno, cada yo o sujeto, se funde en la
acción. Se trata como de una fusión entre el fenómeno que se despliega y
el yo que pone en ejercicio sus potencias anímicas, animando la aparición,
despliegue o desenvolvimiento del aparecer, la fenomenidad del fenómeno.
Es un puro despliegue en inmanencia.
Un tercer movimiento se sitúa en las márgenes del yo fenomenologi-
zante, actuante, activo. Es un ponerse ante la situación de emergencia del
sentido. Es el descubrimiento de que el sentido se ha puesto y se pone al
descubierto en la acción, al actuar. Que se fundan ahí, o sientan las condi-
ciones de posibilidad de la reflexión y se reflexione no quiere decir que se
han conquistado los estratos más altos de especulación, de la teoría, de la
reflexión trascendental en la cual se descubre la génesis de la constitución
del sentido y, mucho menos, todo el dispositivo que implica la pregunta por
la validez de lo que se siente, se vive, se piensa, se conoce, etcétera.
Germán Vargas Guillén
Pág. 166
LA PASIVIDAD, LO ORIGINARIO
(DK 88, 89), estar despiertos como si estuviéramos dormidos. Sin embar-
go, este sentido es deconstruido, reconstruido; imaginado, inventado; este
sentido, nova et vetera, queda ahí, originando formas de vida, formas de
comprensión de la vida, eludiendo hundimientos en el sin-sentido, acatan-
do posibilidades, otros-modos-que-ser.
Lo originario y lo originante también se sedimentan, se tornan, una y
otra vez, mismidad, repetición. Entonces todo esto tiene que dar lugar a
nuevos nacimientos; así éstos pasen por nuevas destrucciones y decons-
trucciones. Es la anarquía del sentido, es el tener que volver atrás para
poder comenzar de nuevo. Se trata de un sentido originador de la catástrofe
de la sedimentación para retornar a la posibilidad de ser.
La pasividad es un trasfondo que nos sostiene; es saber sin saber cómo
caminamos, cómo usamos los símbolos de saludo y despedida, cómo agra-
decemos, cómo discernimos un gesto amable de uno hostil. La pasividad
es la manifestación de nuestra personalidad en los gestos, en el rostro,
etcétera. Y ahora se trata de ir más allá de todo lo que se ha vuelto verdad
y ponerlo en cuestión.
Todo ese trasfondo de pasividad se vive como un dato. No recordamos
cuándo aprendimos los valores. Algo nos queda de machismo, de clasismo,
de racismo, y lo aprendimos o nos lo enseñaron sin que nos diéramos cuen-
ta. Ahora regresamos a este trasfondo. Primero tratamos de entender; sin
este primer paso no emprendemos lo restante de la marcha. Luego tratamos
de imaginar cómo sería la vida de otra manera, con otros valores. Al cabo,
los ponemos en escena, entramos al juego de ponerlos en juego. Y en esa
ejecución, entramos en armonía o en resonancia con otros: nos aceptan, nos
toleran, juegan el juego con nosotros. Se nos va la vida en ello. Más o menos,
con diversos grados, creamos comunidad. Hay valores que nos identifican.
También chocamos con los otros. Nos rechazan. No aceptan, ni siquie-
ra toleran lo que aportamos a la escena. Somos parias. Nos señalan y nos
configuran como “otro”. Somos “los demás de los demás”. No nos queda
otra alternativa: o migramos o nos acoplamos.
En todo caso, es la performance de nuestra propia vida: nuestro géne-
ro, nuestra profesión, nuestros pensamientos, parecen trascendentales, in-
cluso trascendentes, porque los vemos como un “afuera”, “utópicamente”;
Germán Vargas Guillén
Pág. 168
COLOFÓN
BIBLIOGRAFÍA
INTRODUCCIÓN
hoy la filosofía sólo podría establecer criterios distintos, criterios suyos pro-
pios –de la genealogía, del pensar rememorativo, de la iluminación de la
existencia, de la fe filosófica, de la deconstrucción, a costa de quedar por
debajo del nivel de diferenciación y fundamentación ya alcanzado, es decir,
de la renuncia a su propia credibilidad (1992: 28).
En los inicios del siglo XX, el interés del pensamiento en el lenguaje se mul-
tiplicó y dio nacimiento al fenómeno denominado “giro lingüístico”, que
para Habermas es el tránsito de la filosofía de la conciencia a la filosofía del
lenguaje. Los distintos aspectos del lenguaje se desarrollan hasta alcanzar
1 En la mencionada obra se establece una relación entre una postura epistémica en que la
verdad la poseen unos cuantos, quienes detentan la práctica científica, y una ausencia de
crítica, misma que Popper quiere mantener como coto a los universalismos, mediante el
uso de la falsación. Véase Popper, 2017.
Habermas y el mundo de la vida como concepto ético-político
Pág. 175
2 La relación entre nuestro autor y Karl Otto Apel pasó por varias etapas, pero es de des-
tacarse la última en la que Apel toma una distancia crítica, y que al mismo tiempo puede
trazar los puntos de encuentro entre ambos autores.
Claudia Tame Domínguez
Pág. 176
Los componentes del mundo de la vida refieren al todo social como una
realidad simbólicamente estructurada. La cultura es un acervo vivo de co-
nocimientos que permite dar cuenta de la realidad, interpretarla e interac-
tuar con ella, y se transmite no sólo a partir de las fuentes documentales,
sino sobre todo, a partir de la lengua que se mantiene viva gracias a las
prácticas comunicativas del habla. Aun cuando la sociedad entendida aho-
ra como ámbito institucional legítimo tenga un sustrato diferente al de la
cultura, estos dos componentes se comunican e influyen recíprocamente.
Lo anterior sin olvidar que los contenidos de las culturas son encarnados en
individuos que los asimilan no sólo como herederos de una tradición, sino
que los transforman cuando son pasados por el tamiz de las estructuras de
la personalidad.
La práctica comunicativa se nutre de la cooperación que está en la base
de la reproducción y transformación de la cultura: “sociedad e individuo
se constituyen recíprocamente” (Habermas, 1992: 104). El individuo sólo
es tal en la medida en que es un sujeto capaz de lenguaje y de acción, y que
mediante sus acciones permite la interpretación y la reinterpretación de la
realidad simbólicamente mediada, que es la sociedad.
La racionalidad comunicativa que es parte del mundo de la vida cons-
tituye un ámbito preteórico, en la medida en que se constituye como un
trasfondo aproblemático, es un conjunto de certezas que pocas veces remite
a una crítica que invalide su certeza. Lo anterior debido a que es imposi-
ble mantener una postura extramundana con relación al lenguaje y a los
contenidos de la cultura, que es vivencial. A decir de Habermas “el mundo
de la vida constituye una red intuitivamente presente y por tanto familiar
y transparente, sin embargo, a la vez inabarcable, de presuposiciones que
han de cumplirse para que la emisión que se hace pueda tener sentido, es
decir para que pueda ser válida” (2014: 186). Es importante destacar que la
ubicación del mundo de la vida como perteneciente al ámbito preteórico, y
su carácter aproblemático y trasparente, corresponde a la existencia de una
Claudia Tame Domínguez
Pág. 180
BIBLIOGRAFÍA
INTRODUCCIÓN
LA INTENCIÓN DE LA FENOMENOLOGÍA
que nos permita acceder a las cosas mismas. Si existe la posibilidad de des-
entrañar el sentido de una realidad, sea cual sea, debemos tomar en cuenta,
en primer lugar, que esa realidad nos tiene que ser dada en cualquier modo
real o posible, y que la tarea del fenomenólogo es describirla como se da y
dentro de los límites en que se da, tal como expresa el famoso principio de
todos los principios que Husserl expone en Ideas I.
Al revisar qué debemos entender por “cultura” nos enfrentamos a una se-
rie de dificultades, pues se trata de un término polisémico y, por ello, no
siempre que hablamos de la cultura lo hacemos en el mismo sentido. La
palabra proviene del latín colere, que significa “cultivar”. Actividades como
la agricultura y la apicultura comparten la misma raíz. En la actualidad, la
palabra “cultura” sigue haciendo alusión al cultivo, cuando hablamos, por
ejemplo, de la necesidad que tiene el hombre de ser culto o de cultivarse, o
inclusive cuando nos referimos al cultivo del arte o de las ciencias, siempre
haciendo referencia a la formación del hombre.
David Sobrevilla (1998: 15-16), además de este sentido directo de la cul-
tura, distingue ocho sentidos figurados, y diferencia entre ellos un sentido
objetivo que se refiere a “la creación de normas, valores y bienes materiales
por el ser humano”, mismo que se opone al concepto de naturaleza –ya que
cultura no es naturaleza– y, adicionalmente, el autor asegura que “la cultura
objetiva puede determinarse de otras formas”, aunque no especifica cuáles.
La cultura, en su sentido histórico, se enfatiza en una determinada época,
como la novohispana, el Barroco o el Renacimiento. Otra de las acepciones
de la cultura se entiende desde un sentido antropológico, el cual se refiere a
la cultura de un pueblo, como los mayas, aztecas, incas, etcétera. Estos dos
últimos forman parte del primero y pueden comprenderse desde un sentido
descriptivo, o bien, normativo. El cuarto modo de entender la cultura es
aquel que se opone a civilización, es decir, la primera es entendida (desde
un enfoque germánico) como “lo espiritual y vivo”, y es opuesto a civiliza-
ción, que sería en este caso lo “material y muerto”. Sobrevilla advierte, no
Rubén Sánchez Muñoz, Jorge Medina Delgadillo
Pág. 186
FENOMENOLOGÍA Y CULTURA
Pues bien, estos “logros y producciones ajenas” son las que podemos
relacionar con el sentido objetivo de la cultura, y entonces decir que es esto
justamente lo que se hereda, lo que se transmite y conserva en el devenir
temporal de las generaciones. La frase de Husserl que afirma que “llevo a
los otros en mí”, o que vivimos “uno en el otro”, tiene un gran significado
para la cultura, al grado de reconocer que somos lo que somos porque otros,
desde el pasado próximo o el pasado más remoto, han configurado a su
modo y trabajado en la constitución de lo que ahora valoramos como sus
logros, los cuales son, al mismo tiempo, nuestros propios logros. El pasado
vive a su modo en nuestro presente; llevo a los otros en mí, afirma Hus-
serl, y los llevo en múltiples formas. Los llevo a través de estos procesos de
“sedimentación y reactivación (o reactualización) de lo que alguna vez fue
vivido originariamente” (Illescas, 2016: 18). El mundo de la vida tiene una
clara dimensión histórica, pero al estar vinculado con una “tradicionalidad
generativa” está vinculado estrechamente con la cultura. Las tradiciones
que se transmiten de generación en generación, preconfiguran cultural-
mente la vida de conciencia de las comunidades –y de los individuos que
las conforman–.
Husserl habla de la “unidad de la conciencia colectiva” y de una “tradi-
ción” que conserva y prolonga esa unidad. No somos sujetos aislados, sino
miembros de una familia, de una nación y de la humanidad, en fin, de la
cultura. Los otros, con su pasado, con las creaciones, valores, costumbres y
tradiciones, forman parte de nuestro mundo circundante y están en contac-
to directo o indirecto con nosotros. Claro está que este trato no se encuentra
en el mismo plano y nivel, como expondremos más adelante.
En su Teoría de la cultura, Javier San Martín arguye que la crítica de
la razón la hace explícita Husserl desde 1929, y luego con mayor énfasis en
1936. La crisis de las ciencias, a su juicio, “reconduce a una crisis mucho
más profunda, a una crisis antropológica, una crisis en el concepto de ser
humano tal y como hemos pensado que debíamos ser, es decir, una crisis
del ideal de cultura que ha constituido a Europa como cultura” (1999: 143).
Aquí hay que reconocer que la teoría de la cultura en Husserl es eurocén-
trica, lo cual dará pie a una serie de críticas y dificultades que trataremos
en otro momento. Lo que estaría en el centro del texto de 1936 sería la
Ideas para una fenomenología de la cultura
Pág. 191
lidad, que puede entenderse de manera genérica como las relaciones que
se dan entre las culturas e, inclusive, este fenómeno sorprendente en el
que de algún modo viven unas culturas dentro de las otras. El caso de la
globalización resulta el mejor ejemplo que puede darse. Así como nosotros
mismos como individuos no vivimos aislados, sino que nuestro vivir es un
convivir, un estar unos con otros, del mismo modo la cultura de cada nación
se mantiene en la convivencia y el intercambio con otras culturas que, por
no ser las propias, son culturas ajenas, extrañas.
Donde originalmente Illescas habla de naciones, cabe la contextualiza-
ción para decir que las culturas existen “en un determinado espacio vital
sobrepersonal: tiene ella una más o menos amplia serie de intercambios de
diferente tipo con otras naciones coexistentes” (Illescas, 2016: 24). En este
sentido puede decirse también que en el nivel de las relaciones intercul-
turales “se da también un ser uno-para-otro en este ámbito de internacio-
nalidad, con lo que se desata, ya sea mediata o inmediatamente, un cierto
proceso de comunitarización espiritual que comprende círculos cada vez
más amplios donde se va forjando una más o menos efectiva continuidad
de vida” (2016: 24).
Es así como el mundo circundante es ya a su modo un mundo de lo co-
nocido y lo desconocido. En la forma cotidiana de vivir tenemos acceso a
lo que nos resulta próximo y lo que nos parece lejano. Si lo próximo puede
identificarse con lo familiar, aunque no de modo exclusivo, lo lejano es
aquello que “resulta extraño e incomprensible”. De acuerdo con Husserl, lo
ajeno o extraño sólo puede pensarse como “análogo a lo propio” (Husserl,
1985: 163). Lo que se da como siendo extraño o incomprensible puede irse
aceptando poco a poco e ir incorporando su validez en nuestro mundo fa-
miliar. Lo primigenio de una cultura extraña no puede ser aprehendido, y la
experiencia que de ella se pueda obtener tiene que ser y es necesariamente
indirecta, y en este orden de cosas Husserl refiere justamente que la expe-
riencia que tenemos de otro mundo –del mundo extraño que puede enten-
derse como cultura extraña– no se da de modo directo. El mundo extraño
es un “mundo práctico”, y es el mundo que vale para esas personas que lo
experimentan; en ese mundo están “otros hombres con otras experiencias,
otras costumbres, otras metas personales, otras convicciones de carácter,
Ideas para una fenomenología de la cultura
Pág. 193
NOTAS FINALES
BIBLIOGRAFÍA
Stefano Santasilia
Universidad Autónoma de San Luis Potosí
México
INTRODUCCIÓN
CONDICIÓN HÍBRIDA
1 Usamos la definición “sistema mundo” en el mismo sentido que la utiliza Enrique Dussel
en su Ética de la liberación, véase Dussel, 1998: 11.
Condición híbrida: el enlace entre sujeto y comunidad
Pág. 201
CULTURA
el hecho de que en la cultura se ‘cree’ algo, porque ésta es ante todo crea-
ción. El acto específicamente cultural es el acto creador, decía Ortega; el
acto específicamente cultural es el acto creador de sentido. Precisamente,
ésta es la razón que nos obliga a no tomar la génesis en sentido ortodoxo
husserliano, porque no es la misma génesis aplicada a la materialidad […]
y la génesis aplicada al sentido […]. Más aún, lo cultural alude siempre a
un comienzo, a una fundación, a una institución, lo que implica que antes
no se daba, que no existía en absoluto, y en segundo lugar y en la misma
medida, que puede dejar de ser. La cultura no es necesaria; lo cultural no
es necesario, es convencional” (1999: 177).
Es así como lo cultural siempre se manifiesta como lo que no es necesa-
rio para la supervivencia, sino para la vida, el máximamente convencional,
pero, a la vez, el máximamente compartido, según una previa fundación del
sentido: “lo cultural, por el contrario, se remite a una instauración nueva
de sentido, a una creación no dada en naturaleza. Lo cultural exige ante
todo una instauración de sentido. Éste es el principio primero de una feno-
menología de lo cultural. Lo cultural tiene una génesis, un comienzo en la
historia humana, en el que es creado, formulado, comprendido, explicitado
por primera vez” (1999: 179). Queda claro que, para que se pueda hablar
legítimamente de cultura, esta instauración necesita de una sedimentación
histórica, o sea, tiene que ser asumida por los otros hombres: “pero esta di-
mensión del sentido no es sino el requisito para el tercer paso fundamental
para la creación cultural, ese sentido debe ser asumido por los demás. Los
demás deben rehacer el acto creador del sentido, entenderlo, comprender-
lo, encuadrarlo en la misma serie de remisiones, de manera que ese sentido
pase al acervo de los sentidos de ese grupo” (1999: 180). Al respecto, para
que algo se vuelva “cultural” necesita una forma de solidaridad; se trata de
una dimensión histórica, pero por el hecho de que necesita de compren-
sión, también racional (cf. Hart, 1992: 643-664; Richir 1988). Así que, a
pesar del valor que puede tener el elemento étnico o tradicional, la cultura
revela siempre una raíz racional que preside la creación e instauración de
cada sentido (muy interesante, como ejemplo histórico de esta concepción
de génesis de la cultura, es la genealogía elaborada por Vico en su Scienza
Nuova -cf. Vico, 2004; Tessitore, 2001; Cacciatore, 1995). Como ya hemos
Stefano Santasilia
Pág. 204
Esa necesidad está fundada en el hecho de que ninguna cultura puede resol-
ver en sí misma todo el potencial de humanidad y por esto necesita siempre
de un diálogo con las otras culturas para profundizar la comprensión de
la existencia. En tal paisaje, según Fornet-Betancourt, no hay posibilidad
de fricción entre universalidad y contextualidad, porque se trata de un
auténtico “demorar críticamente” en el propio tiempo: una actitud crítica
permanente como respeto del abismo generado por la traducción cultural,
respeto hacia la hibridación.
Stefano Santasilia
Pág. 206
entendiendo esta labor en el doble sentido que nos ofrecen los verbos “re-
capacitar” y “capacitar”. Pues, por una parte, se trata de reconsiderar lo que
somos realmente o lo que se ha hecho de nosotros como seres humanos
para ver las deformaciones con voluntad de cambiarlas o, si se prefiere, para
iniciar el giro antropológico de que hablamos justo en el sentido de una in-
versión del tipo humano que cultiva la cultura hegemónica. Y por otra parte
se trata de adquirir nuevas capacidades humanas para ser precisamente
capaces de mejores prácticas humanas. Entendida, pues, en este doble sen-
tido la recapacitación del ser humano es una de las propuestas centrales de
la filosofía intercultural; y es lógico que lo sea no sólo debido a la urgencia
real de plantear una alternativa antropológica al tipo humano generado por
el capitalismo sino también en razón de que la interculturalidad no quiere ni
debe ser una perspectiva abstracta para el uso y el entretenimiento teórico
de pocos, ya que no se plantea como un “deporte” o disciplina para profesio-
nales sino, por el contrario, como una práctica humana que debe encarnarse
en eso que llamamos, a veces sin mucho respeto, “la gente” (2004b: 136s).
BIBLIOGRAFÍA
1 Esto es, en concreto, la Filosofía del derecho de imprenta, y la serie de distintos manuscri-
tos de cursos sobre filosofía del derecho que se poseen a la fecha y que abarcan la actividad
docente de Hegel desde 1817 en Heidelberg, hasta 1831 en Berlín, en esa materia.
El caso de Ayotzinapa y la crisis institucional mexicana
Pág. 211
2 En palabras de Nozick: “los individuos tienen derechos, y hay cosas que ninguna persona
o grupo puede hacerles (sin violar sus derechos). Estos derechos son tan fuertes y de tan
largo alcance, que hacen surgir la pregunta de qué, si es que algo, es lo que el Estado y sus
oficiales pueden hacer” (Nozick, 1999: ix).
3 Piénsese en Montesquieu con su definición de despotismo: “en el Gobierno despótico una
sola persona sin ley y sin norma, lleva todo según su voluntad y su capricho” (Montesquieu,
1985: 48).
Fernando Huesca Ramón
Pág. 212
anclaje que tiene la concepción hegeliana del Estado con situaciones reales
y concretas de la Historia Universal, mismas que muestran que, para efec-
tos de la organización sociopolítica anterior al siglo XVII, no hay tal cosa
como una “repartición de los asuntos del Estado” dada de modo orgánico o
racional,4 sino más bien dada por un amplio, caótico y, a final de cuentas,
disfuncional juego de reglas entre sectores privilegiados y desprivilegiados
de la sociedad que implica, ante todo, tanto la supresión de la libertad
humana a nivel individual como el bloqueo de la participación, de una u
otra manera, del todo de la sociedad en las decisiones de dirección de los
asuntos del Estado; Hegel tiene en mente, con estos temas, principalmen-
te la patencia del sistema feudal,5 no obstante, la crítica sería aplicable a
todo entorno institucional que se asemeje, de una u otra manera, al modus
operandi de lo económico y lo político de esa época de la Historia Universal.
De tal modo debe surgir, naturalmente, la siguiente pregunta: ¿cuál es,
entonces, la apuesta hegeliana definitiva para los efectos de organización
social, económica y política? Una respuesta clara y concisa puede obtenerse
del manuscrito Hotho, donde se lee:
9 El tema de cuándo surge la versión definitiva del concepto de libertad y del concepto de
Estado de Hegel es polémico, sin duda, hasta la fecha. Baste apuntar, para efectos de
historia de las ideas, que solamente a partir del curso de filosofía del derecho de 1817/18
(Hegel: 1983a) se puede encontrar en Hegel una idea desarrollada de la sociedad civil y
de lo económico de ella, de manera que solamente a partir de este momento puede consi-
derarse que el concepto de libertad de Hegel está explicitado en su forma definitiva.
El caso de Ayotzinapa y la crisis institucional mexicana
Pág. 215
10 Naturalmente esta concepción implica una posición revolucionaria a nivel jurídico, por
lo menos en el plano filosófico, en la medida en que pone en cuestión y jaque crítico total
a las categorías jurídico-sociales de esclavo y siervo, o, para decirlo en un término más
global, implica una crítica radical a todo tipo de servidumbre humana, desde lo teórico,
hasta lo familiar y lo político.
Fernando Huesca Ramón
Pág. 216
11 “La pedagogía es el arte de hacer a los hombres éticos; ella considera al hombre como
natural y le muestra el camino, para volverse a alumbrar a sí mismo, para transformar su
primera naturaleza a una segunda naturaleza espiritual, de modo que esto espiritual en él
se convierta en un acostumbramiento” (Hegel, 1979: 302).
El caso de Ayotzinapa y la crisis institucional mexicana
Pág. 217
II
12 La falta, por dar tan sólo una ilustración, de la vida pastoril, para efectos éticos en Hegel, es
fundamentalmente el despliegue incompleto de la complejidad de los conceptos y prácticas
de que es capaz el ser humano; en pocas palabras, una vida mental completa, desde esta
perspectiva, implicaría todo un mundo categorial y no poco contradictorio que rebasa, por
mucho, el horizonte del relativamente tranquilo idilio de la vida pastoril.
Fernando Huesca Ramón
Pág. 218
18 Por policía en Hegel hay que entender, no solamente un determinado aparato guber-
namental de gendarmería oficial, sino todo un entramado institucional que tiene como
meta salvaguardar la consistencia ética de la sociedad civil, lo que implica tanto tareas
regulatorias (sobre todo en un sentido de vigilancia), como tareas fomentadoras de lo
económico de la sociedad civil (por ejemplo, en términos de obras públicas y de diplomacia
comercial internacional); así, en general, se puede entender la tarea de la policía hegeliana
en términos concretos de política pública y política económica.
El caso de Ayotzinapa y la crisis institucional mexicana
Pág. 221
claje sine qua non para la consideración del tema de la soberanía interior
en cuanto a derecho de Estado.
Puesto que en el caso Ayotzinapa, desde nuestra perspectiva, la situación
crítica tiene que ver con temas de acción policial, judicial y gubernamental,
en un sentido municipal, consideramos que podemos centrar nuestra aten-
ción en el tema del poder gubernativo, consignando que, en lo que respecta
al poder legislativo y al poder soberano, sería menester realizar un análisis
más amplio, a escala nacional, como para evaluar, a su vez, la racionalidad
de las instituciones mexicanas en esa materia.
Hegel caracteriza a la función del poder gubernativo en los términos de
“subsunción de las esferas particulares y casos singulares bajo lo universal”
(1973b: 729), de manera que, en términos sencillos, se puede definir la tarea
gubernamental por excelencia como la salvaguarda de lo particular que
tiene su asiento en la sociedad civil, de modo que la protección de la liber-
tad subjetiva (lo que, de nuevo, implica el derecho a la propiedad privada)
puede considerarse como el telos fundamental de este poder.
Sobre esta base teórica es posible establecer un puente entre una consi-
deración hegeliana sobre lo feudal en esta materia, con la situación peculiar
de Ayotzinapa y el estado de Guerrero; un fragmento hegeliano crucial a ese
respecto es el siguiente: “en la Edad Media habían ganado sencillamente
comuna (Kommunen) y corporación (Corporation) una autonomía muy
grande; eran Estados dentro del Estado, como por ejemplo, el clero; eran
algo enteramente independiente, tuvieron propiedad particular y entor-
pecieron, de una manera dura, el ejercicio de fines universales” (1973d:
691). Así, el que estructuras de poder locales (sean gubernamentales o ci-
viles) detenten una “autonomía muy grande”, e incluso una acción “en-
teramente independiente” de un entramado central de instituciones que
es, propiamente hablando, el “Estado”, es un signo de feudalismo, y así,
de insuficiente racionalidad y modernidad en lo que respecta a lo político.
Esta situación de tipo “Estados dentro del Estado” es precisamente lo que
parece ser el caso en Guerrero, donde grupos criminales (en gran medida,
en alguna complicidad con el poder gubernativo) ejercen actividades que
deben ser materia únicamente del aparato estatal; José Luis Piñero afirma:
“[el narcotráfico] cobra impuestos […] designa autoridades, obstaculiza o
El caso de Ayotzinapa y la crisis institucional mexicana
Pág. 223
III
22 Véase Blanco et al. (2010) para una amplia serie de reflexiones en torno al tema de las
drogas que redunda en una argumentación concisa y sólida a favor de la despenalización
parcial o total de la producción, distribución y posesión de drogas. En efecto, en la medida
en que este rubro económico, per se, no conlleva al daño del derecho abstracto hegeliano,
en la medida en que strictu sensu no se atenta contra la vida y propiedad de agente social
alguno al producir, distribuir y consumir drogas, en la medida en que la decisión última
del consumo es estrictamente hablando personal, la despenalización total está plenamente
justificada, en lo filosófico.
El caso de Ayotzinapa y la crisis institucional mexicana
Pág. 225
24 En el sentido de los “merit goods” recuperados por Priddat a lo largo de su obra mo-
nográfica sobre el pensamiento económico hegeliano (Priddat, 1990). Esta concepción
filosófico-política implica, en efecto, no solamente la deseabilidad de obras públicas que
fomenten la esfera económica (como puentes y caminos), sino de instituciones educativas,
culturales, deportivas, artísticas, etcétera, que fomenten la formación en sentido global,
de todos los ciudadanos de un Estado.
25 Este tema del papel de la subjetividad en lo político puede considerarse como uno de los
principales aportes de Hegel a la reflexión política. Su concepto de Estado de derecho, en
ese sentido, puede considerarse como una ampliación del concepto liberal (lockeano-nozic-
keano) en la materia, por el hecho de considerar, no solamente lo objetivo del entramado
legal-institucional que ha de salvaguardad la libertad humana, independientemente de
agendas políticas sean del corte que sean, sino lo subjetivo de la convicción y el status
mental de cada uno de los individuos que constituyen una comunidad política.
El caso de Ayotzinapa y la crisis institucional mexicana
Pág. 227
BIBLIOGRAFÍA
26 Véase el parágrafo §261 de la Filosofía del derecho respecto a la discusión hegeliana sobre
la identidad de derechos y deberes de los ciudadanos de un Estado.
Fernando Huesca Ramón
Pág. 228
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LA CULTURA, SU INTERACCIÓN Y EL
INCREMENTO DEL SER HUMANO
devenir. Algo de esto avizora Platón, y antes que él, los presocráticos, pues
para ellos, la physis humana es metabólica: es una forma susceptible de
“trans-formación”, o más bien, una forma de ser productiva de cambios
formales.
LA TEMPORALIDAD Y LA TRANSFORMACIÓN
BIBLIOGRAFÍA
INTRODUCCIÓN
1 Una versión resumida de este texto fue presentada en el Simposio Universidad y Huma-
nismo, organizado por la Cátedra Fernando Rielo y la Universidad Técnica Particular de
Loja, el 25 y 26 de enero del 2018, en Loja, Ecuador.
Roberto Casales García
Pág. 246
Considerando que en la época de Platón los poetas eran los principales res-
ponsables de la educación, la censura platónica a éstos recae sobre aquellos
que se preocupan más por complacer a su audiencia que por la búsqueda
austera y ardua de la verdad. Así, mientras que este tipo de poetas sólo se
enfocan en adornar palabras, descuidando el arte que imitan a través de
su poesía, un genuino educador busca “producir claramente los más bellos
y mejores cuerpos y almas” (Leyes, 788c). No es raro, en consecuencia,
que Platón describa al primer tipo de poetas como “imitadores de imáge-
nes de la excelencia y de las otras (imágenes) que crean, sin tener nunca
Universidad y mercado: el “humanismo” ante una cultura consumista
Pág. 247
UNIVERSIDAD Y MERCADO
importante del mundo a que el ser humano puede aplicarlos es el ser hu-
mano mismo: porque él es su propio fin último” (Kant, 2016: 119).
Al reconocer la naturaleza relacional de la persona como elemento
constitutivo de la universitas, se advierte el compromiso social que ésta
adquiere, no sólo en el sentido platónico de la educación, es decir, como
formadora de ciudadanos virtuosos, sino también como promotora del bien
común.2 La disolución de esta naturaleza relacional de la persona, sin em-
bargo, responde a una escisión más profunda, a saber, la falta de una visión
unitaria, holística e integral de la persona, cuyo impacto en la educación
universitaria se aprecia principalmente en tres problemáticas: la primera
de ellas, en “la atomización irrefrenable y la especialización ingente de los
conocimientos que el hombre ha logrado sobre la naturaleza del mundo”
(Velázquez, 2004: 9), las cuales tienden a privilegiar la fragmentación del
saber en escenarios aparentemente inconexos. Esta atomización e hiper-
especialización del conocimiento parece oponerse a la apuesta en común
por la unidad del conocimiento que se pretende alcanzar mediante la in-
terdisciplina. Frente a una lectura unitaria, tanto de la persona como de la
realidad que concuerda con nuestra experiencia cotidiana, la hiperespecia-
lización del conocimiento parece orillarnos a creer que alcanzar una cierta
unidad del saber es una empresa irrealizable (Velázquez, 2018a: 10). Esta
prerrogativa de la hiperespecialización, sin embargo, confunde unidad con
unificación al orientar la búsqueda de unidad del saber a la consecución de
un único método “que nos revele cómo cada parte de la realidad no es más
que una variante reductiva a una más simple” (2018a: 11). Si por unidad
del saber se entiende esta reducción metodológica, entonces tenemos que
reconocer que la hiperespecialización está en lo correcto; no obstante, la
unidad que buscamos al hablar de la unidad del conocimiento es de otra
naturaleza.
Apostar por una visión unitaria, tanto de la persona como de la reali-
dad, no debe entenderse bajo el crisol de estas formas reduccionistas, sino
2 Algo semejante debe ocurrir con las Academias y los Centros de Investigación, cuya bús-
queda de la verdad, tal y como sostiene Leibniz en su Memoire pour des personnes esclai-
rees et de bonne intention, no puede ser ajena al bien común (Klopp, X: 21; véase también:
Casales, 2018b: 125-128).
Universidad y mercado: el “humanismo” ante una cultura consumista
Pág. 251
Queridos amigos, toda universidad tiene por naturaleza una vocación comu-
nitaria, pues es precisamente una universitas, una comunidad de profesores
y alumnos comprometidos en la búsqueda de la verdad y en la adquisición
de competencias culturales y profesionales superiores. La centralidad de la
persona y la dimensión comunitaria son dos polos igualmente esenciales
para un enfoque correcto de la universitas studiorum. Toda universidad
debería conservar siempre la fisonomía de un centro de estudios “a medida
del hombre”, en el que la persona del alumno salga del anonimato y pueda
cultivar un diálogo fecundo con los profesores, que los estimule a crecer
desde el punto de vista cultural y humano… De este enfoque se derivan
algunas aplicaciones relacionadas entre sí. Ante todo, es verdad que sólo
poniendo en el centro a la persona y valorando el diálogo y las relaciones
interpersonales se puede superar la fragmentación de las disciplinas deri-
vada de la especialización y recuperar la perspectiva unitaria del saber. Las
disciplinas tienden naturalmente, y con razón, a la especialización, mientras
que la persona necesita unidad y síntesis (Benedicto XVI, 2007).
No puede negarse que uno de los más grandes triunfos del siglo XX es el ejer-
cicio de la libertad. Los intentos de hacer comunidades y personas libres son
uno de los más grandes logros de ese siglo, no obstante, en éste, los peligros
por afrontar tienen iguales dimensiones: libertad en el consumo, libertad en
la moral, libertad sexual, libertad con respecto a las obligaciones del Estado
y la comunidad, libertad en la religión; más hablan de un liberarse de, que
de una libertad para. Esta pretendida “decisión libre” parece muchas veces
el espejismo de creer ser uno mismo al tomar decisiones, cuando más bien
se vive manipulado a las fuerzas del mercado. Cuántos hombres no viven
presa de su incapacidad de decidir, o de sus tomas de decisión erróneas. En
muchas de las manifestaciones de libertad contemporáneas, el sujeto pare-
ciera gritar “quiero ser yo, pero no sé cómo hacerlo”. Pareciera que nadie le
ha dicho a este hombre que también está dentro de sus opciones, dentro de
todo este mercado publicitario, el no escoger nada, sino elegirse a sí mismo:
el consumo no es una obligación, la decisión por cómo vivir sí lo es. Ésa es
Universidad y mercado: el “humanismo” ante una cultura consumista
Pág. 255
la paradoja del siglo en que vivimos, era de la libertad en la que debemos to-
davía liberar al hombre; ésa es la función de la educación: liberar al hombre,
¿de qué? De sus miedos, de la pérdida de sí mismo, de su incapacidad de no
querer aprender, y si una escuela no contribuye al movimiento de liberación
de la humanidad, ésta solo está atrofiando al hombre (Mansur, 2016: 76-77).
El modo de vida en el que han nacido los jóvenes de hoy, hasta el punto que
no conocen otro, es una sociedad de consumidores y de la cultura del “aquí
y ahora”, inquieta y en perpetuo cambio. Una sociedad que promueve el
culto de la novedad y las oportunidades azarosas. En semejante sociedad y
Roberto Casales García
Pág. 256
semejante cultura, nos aparece como brillante la excesiva cantidad que hay
de todo, tanto objetos de deseo como objetos de conocimiento, al igual que
la velocidad aturdidora con que llegaron los nuevos objetos y desaparecen
los viejos (2017: 44).
Un mundo donde impera la inmediatez, como ocurre con esta cultura lí-
quida, es un mundo donde todo es desechable e incierto, incluyendo el
futuro de las personas y las relaciones interpersonales (Bauman, 2005:
11-12). Ante la incertidumbre que se genera con esta cultura líquida no es
raro que la carencia de referentes sólidos y de principios firmes se exprese
con mayor fuerza en el ideal de la “ligereza” que subyace al universo del
consumo de nuestra época. En efecto, esta lógica hiperindividualista del
mercado promueve e incita a “aprovechar” los placeres fáciles e inmediatos,
“sustituyendo la conminación por la seducción, el deber rigorista por el he-
donismo y la solemnidad por el humor”, presentándose “como un universo
aligerado de todo peso ideológico, de todo espesor de sentido” (Lipovetsky,
2016: 10). Al someter la educación universitaria a esta lógica del mercado
también se la subordina a la inmediatez y a la ligereza, cosa que se puede
apreciar con facilidad en la tendencia a reducir los créditos y las horas efec-
tivas de estudio en los distintos programas académicos que ofertan estas
instituciones. Los consumidores, en efecto, prefieren doctorarse en la mitad
del tiempo y con las mayores comodidades posibles.
Los efectos de la inmediatez y de la ligereza, sin embargo, no se limitan
a las mallas curriculares reducidas y a los títulos express que privilegian
este tipo de industria, sino que también podemos observar algunos estragos
o síntomas de esto en los distintos actores de la educación superior, tanto
educadores como educandos. En el caso de los educadores o académicos,
esta tendencia se hace patente tanto en la soberbia, la arrogancia y la lucha
entre pares cada vez más presente en las academias, como en la aceleración
de la producción académica universitaria, donde se privilegia la cantidad
sobre la calidad y el ensanchamiento del currículum sobre la profundidad
de las investigaciones. Bajo esta óptica de la inmediatez y la ligereza, en-
contramos académicos que privilegian la fama y el reconocimiento de su
labor, concentrando toda la atención sobre sí mismos, por encima de las
Universidad y mercado: el “humanismo” ante una cultura consumista
Pág. 257
3 Tal y como sugiere Medina al analizar la idea de “Universidad” de Benedicto XVI, la bús-
queda sincera de la verdad reclama para sí una apertura al logos, la cual no sólo nos habla
de una apertura a otros modelos de racionalidad, es decir, a la interdisciplina, sino también
a una valoración de la alteridad, i.e., al logos del otro (Medina, 2013: 116-117).
Roberto Casales García
Pág. 258
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CONSIDERACIONES SOBRE
NATURALEZA Y CULTURA:
POSESTRUCTURALISMO, IDEALISMO
TRASCENDENTAL Y ROMANTICISMO
INTRODUCCIÓN
realismo, para hacer emerger una región única con dos polos: el subjetivo
(nóesis) y el objetivo (nóema). Esta región pura del ego debía, finalmente,
presentar un terreno de inmanencia, refractario a toda oposición entre el
yo y el mundo, es decir, refractario a toda trascendencia.
Pero la fenomenología fue siempre más potente por su llamado “a las
cosas mismas” (zu den Sachen selbst) que por sus resultados, e incluso que
su propio punto de partida: a saber, el ego y sus cogitaciones. El llamado a
las cosas mismas debe ser comprendido como el esfuerzo siempre renovado
por reconducir los objetos de la actitud natural al terreno originario de su
donación, pero también, y de manera todavía más radical, el reconducir
todo lo constituido (todo lo dado, lo hecho) al proceso de su constitución, de
su origen. Es por ello que ni naturaleza ni cultura pueden ser reconocidos
como campos originarios o ámbitos irreductibles, sino que la inteligibilidad
de ambos términos depende de su relación recíproca, que a su vez remite al
origen de dicha relación por medio de la operación de la diferencia.
La pregunta por el origen no conducirá, entonces, a un primer principio
positivo, sino a un principio de temporización (o de diferencia) en el cual lo
que cuenta es el constante brotar-desaparecer o ir a la presencia y desapa-
recer de las cosas, y no la permanencia, propia de una sustancia o de una
subjetividad idealista. Este movimiento en el cual la presencia es solamente
un momento del tránsito y no el terreno absoluto puede ser llamado el jue-
go de la diferencia. Aquí no hay elementos positivos preexistentes al juego,
sino que el juego produce tanto sus elementos como las diferencias entre
ellos, que determinan, a su vez, su valor. Es por ello que esta diferencia de
diferencias debe ser llamada archi-diferencia o, como lo propone Derrida
en Márgenes de la filosofía: différance.
Que el cuasi-principio más originario (la diferencia) tenga su origen en
la lingüística, quiere decir que la diferencia naturaleza-cultura es mera-
mente cultural. Sin embargo, puesto que la diferencia debe dar origen a la
diferencia naturaleza-cultura, debe ser anterior también a la cultura, sin por
ello conducir a ninguna naturaleza. La paradoja es entonces esta: el princi-
pio que permite superar la oposición naturaleza-cultura toma su fuente en
el modelo del lenguaje, pero para que éste no sea un mero instrumento cul-
tural debe adquirir una dimensión metafísica. Entonces vuelve a surgir la
Consideraciones sobre naturaleza y cultura
Pág. 269
El problema del lenguaje […] nunca como en la actualidad ocupó como tal el
horizonte mundial de las investigaciones más diversas y de los discursos más
heterogéneos por su intención, su método y su ideología […]. Esta inflación
del signo “lenguaje” […] indica, cómo a pesar suyo, que una época históri-
co-metafísica debe determinar finalmente como lenguaje la totalidad de su
horizonte problemático. Debe hacerlo no sólo porque todo lo que el deseo
había querido arrancar al juego del lenguaje se encuentra retomado en él,
sino también porque simultáneamente el lenguaje se halla amenazado en su
propia vida, desamparado, desamarrado por no tener ya límites (1998: 11).
Arturo Romero Contreras
Pág. 272
¿Cómo debemos leer esta cita? En cierta época (la nuestra) el lenguaje se
torna el horizonte absoluto de todo cuestionamiento científico y filosófico,
en general. Eso no quiere decir necesariamente que el lenguaje se torne
el tema explícito. La absoluta inflación del signo “lenguaje” significa que
éste ha perdido todo límite, toda referencia, volviéndose la cosa misma
del pensar. Más aún, todo intento de hablar del lenguaje, en tanto que no
puede hacerse sino dentro del lenguaje mismo, produce una circularidad
que niega toda exterioridad: “no hay afuera del texto” (1998: 227).
La innegable verdad de esta frase proviene de un señalamiento sobre la
filosofía de la presencia (la metafísica). Privilegiar la presencia sobre una
temporalidad radical significa privilegiar la simplicidad, sea en la forma de
la unidad, de la totalidad o de la transparencia. La inflación del lenguaje
conduce así al concepto de “escritura” o “texto”, el cual representa la “man-
cha” en la pureza del ser, el desvío en la inmediación, la pérdida respecto
al origen; en suma, todo aquello que introduce un aplazamiento perpetuo
de la plenitud. El “sentido” tiene siempre un precio que pagar y éste es
paradójico, pues lo que lo hace posible (el lenguaje), lo hace también impo-
sible: el sentido, siempre aplazado, acaba por fallar, llega demasiado tarde
o demasiado temprano. Es por ello que todo pensamiento de la “agencia”
del sujeto y de la cultura como autoconstitución, debe primero confrontar-
se con aquella limitación estructural (la prohibición de la plenitud). Pero
si el pensamiento derridiano parece ofrecer una crítica demoledora de la
metafísica, plena de consecuencias, poco a poco se revelará que en su his-
toria nada podría haber sido de otro modo, que no hay ningún rumbo que
corregir, que la represión de la escritura y la diferencia es estructuralmente
necesaria. De ahí que la única lección posible de un pensamiento de la
escritura parezca ser la aceptación de una condición.
Pero preguntemos ahora, más concretamente: ¿qué relación hay entre
lenguaje y texto? El texto es precisamente el lenguaje desamarrado, sin
límites. El texto no produce ninguna interioridad, ninguna subjetividad en
el sentido tradicional del término, sino que debe entenderse como absoluta
“exterioridad”, sin origen ni finalidad, puro “juego” abierto. El texto no
tiene otro, porque él es el juego de lo mismo y lo otro.
Consideraciones sobre naturaleza y cultura
Pág. 273
2 La gran pregunta que surge, desde luego, es si esta condición de posibilidad es tanto nece-
saria como suficiente. Se puede contestar rápidamente: si bien la diferencia entre fonemas
o significantes es condición absoluta de posibilidad de que se oigan y no se confundan, eso
Consideraciones sobre naturaleza y cultura
Pág. 275
no explica todavía la existencia de la lengua como sistema, o mejor dicho, como estructura,
y mucho menos la conceptualidad en cuanto tal.
Arturo Romero Contreras
Pág. 276
PROBLEMAS DE LA NATURPHILOSOPHIE
3 Schelling: “sería por ello imposible considerar la naturaleza como algo incondicionado, si
fuese posible reconocer en el concepto de ser la huella oculta de la libertad” (Ibid., p. I, 3,
113).
4 Vid. Graham Priest (2002).
5 Vid. Rosenbluth et al. (1943).
6 Vid. Maturana y Varela (1973).
Consideraciones sobre naturaleza y cultura
Pág. 281
Dios mismo precisa de un fundamento para poder ser […], tiene por lo tanto
en sí una naturaleza que, aunque le pertenece, sin embargo es distinta de
él. La voluntad del amor y la voluntad del fundamento son dos voluntades
distintas que existen cada una para sí, pero la voluntad del amor no puede
resistir contra la voluntad del fundamento ni tampoco anularla, pues en este
caso tendría que contraponerse a sí misma, ya que el fundamento tiene que
actuar para que el amor pueda ser, y además debe hacerlo independiente-
mente de él para que el amor exista realmente (1989, p. 203).
dientes y, con ello, la posibilidad del no-amor. Casi podría decirse que la
posibilidad del amor es la ausencia de Dios.
La independencia entre Dios y el hombre toma entonces asiento en la
naturaleza: si ella es contracción, es realidad, y así, principio de individua-
ción. Esta realidad es lo que impide, según Schelling, que Dios se revele
según una mera necesidad lógica. El amor, escribe Schelling: “no es ni en
la indiferencia ni en los opuestos ligados que necesitan ese vínculo para ser,
sino que el secreto del amor es […] que une a aquellos que podrían ser cada
uno para sí y que sin embargo no lo son ni pueden ser el uno sin el otro”
(1989: 282s). Se trata de un concepto de diferencia que no es ni oposición
ni identidad, ni un diferir, en el sentido de la différance. Levantando la
corteza teológica podemos ver que la relación ética en general (yo-tú), que
Schelling llama amor, necesita de la independencia de los involucrados y
dicha independencia supone no sólo un principio de individuación, sino de
consistencia, insistencia y persistencia, que sólo puede proveer la natura-
leza. El pensamiento derridiano pretende ser eminentemente ético cuando
supone la relación con lo absolutamente otro. Pero la diferencia pensada
como différance, es decir, sin independencia, sino entregada al mero diferir
y postergar, no puede ser el sostén de ninguna responsabilidad concreta.
Aquí resulta evidente que una reflexión sobre el nexo intersubjetivo y la
cultura en general es inseparable tanto de la concepción de la naturaleza,
como de su relación recíproca.
Finalmente, esto nos conduce al concepto mismo de lo trascendental,
que, de manera peculiar, sigue operando en el pensamiento derridiano.
Para Derrida, como hemos visto, no existe un movimiento “‘horizontal’
entre significantes o diferencias”, sino que tanto las diferencias como su
posición y su movilidad dependen de un juego general que las determina
verticalmente, es decir, de forma trascendental. Recordemos cómo insiste
Derrida, una y otra vez, en que la diferencia es la condición de posibilidad
de toda conceptualidad, y con ello de todo pensamiento, y de todo suje-
to y de toda cultura. Que el origen sea libre, para Schelling, quiere decir
que no existe ningún dominio trascendental absoluto sobre las cosas. Pero
Schelling también introduce la idea de potencias, donde el devenir deja de
ser plano, o de ocurrir en el mismo plano. Así, lo que podría contar como
Arturo Romero Contreras
Pág. 284
Hay que llamar la atención sobre el hecho de que Derrida sigue tanto a Hus-
serl como a Heidegger en la prioridad del tiempo sobre el espacio, porque
aquél mantiene la prioridad de lo posible sobre lo real. El absoluto filosófi-
co, llamado “escritura” a propósito del signo, toma su sentido más íntimo
de la estructura del tiempo, entendido como retardamiento. Aunque Derri-
da mismo afirma que la différance implica “hacerse-espacio [devenir] del
tiempo [espaciamiento] y hacerse-tiempo del espacio [temporalización]”
Consideraciones sobre naturaleza y cultura
Pág. 285
BIBLIOGRAFÍA
2 Ver “Dossier” sobre el realismo especulativo en la revista Collapse III (2007, 2012).
Mario Teodoro Ramírez
Pág. 292
3 Para observar la suposición humanista de la fenomenología, ver por ejemplo el breve en-
sayo de Husserl, “La filosofía como autorreflexión de la humanidad”, incluido en Husserl,
1973. Ver también de Husserl, 2002.
Los límites de la fenomenología y el giro ontológico en el concepto de cultura
Pág. 293
5 A este trío de pensadores dedicó Gilles Deleuze magníficos y reconocidos ensayos mono-
gráficos. Véase Deleuze, 1971a, 1971b y 1987.
Mario Teodoro Ramírez
Pág. 296
Semejante: siempre más y menos a la vez, pero nunca igual” (2005: 260).
Ante ello, la noción lineal y progresiva (teleológica) del proceso temporal
queda cuestionada.
Para Deleuze, el devenir no es sólo un movimiento en el tiempo, sino
también en el espacio, pues no sólo se deviene hacia delante, también se
deviene hacia los lados, incluso hacia atrás (involuciones). Puesto que no
hay identidades ni sustancias, queda un plano ontológico constituido única-
mente por devenires (el devenir se dice desde ahora en plural), relaciones,
multiplicidades, conexiones e interconexiones, agenciamientos, transfor-
maciones y cambios continuos que atraviesan todo lo existente. La fórmula
básica del devenir es (como verbo en infinitivo), para Deleuze (y Guattari), el
devenir-otro, es decir, el movimiento hacia lo diferente, hacia lo otro: deve-
nir animal, devenir mujer, devenir brujo, etcétera, se dice en Mil mesetas. Si
bien puede considerarse que eso otro hacia lo que se deviene no es algo real,
sino algo imaginario o simbólico (no nos convertimos en eso otro de hecho),
sí puede considerarse al movimiento (al devenir) como algo real: nos move-
mos hacia… y en este movimiento se encuentra lo importante. Algo cambia
en nosotros, algo se produce en el que deviene. Deleuze precisa dos cosas
respecto al objeto de un devenir: 1) no es “un” ente sino una multiplicidad
(el “animal” que le importa es el animal de manada, de enjambre), y 2) por
ende, ese objeto es algo que a su vez se encuentra en devenir, en movimiento.
Por ejemplo, el protagonista de Danza con lobos está en un devenir-indio
Sioux, pero lo propios indios están atravesados a su vez por diversos deve-
nires: devenir-búfalo, devenir-estepa o, al fin, devenir-nevada: una línea de
fuga quizá mortal para escapar de sus infames persecutores blancos.
Los devenires son, entonces, perfectamente reales: constituyen la rea-
lidad de lo que somos. Somos relaciones constantes, atrapamientos, ane-
xiones y conexiones. No existe el ente como una cosa aislada. Todo ser está
siempre entramado en multiplicidad de relaciones variables y cambiantes.
Es a lo que Deleuze y Guattari llaman los “agenciamientos”: las formas de
interconexión más o menos constantes que definen a un ser. No hay límites
para las conexiones, para las relaciones, para los encuentros. La concepción
de la realidad como un conjunto de entes separados debe ser totalmente
abandonada. La realidad consiste en una multitud de conexiones, y éstas
Los límites de la fenomenología y el giro ontológico en el concepto de cultura
Pág. 297
pueden ser bien dadas o bien creadas, imprevisibles. “El centauro del nor-
te” era inseparable de su caballo y de su sombrero, el que parecía correr
tras de su cabeza… La idea de los agenciamientos múltiples da cuenta del
holismo ontológico deleuziano, que nos parece la concepción más influ-
yente de su pensamiento en el nuevo realismo. Tal concepción lleva a una
visión dinámica y plural de la realidad, a la vez que unitaria o, más bien,
trascendiendo todas las consabidas dicotomías: la de Ser y ente, cosa y ac-
cidente, ser y devenir, sujeto y objeto, cuerpo y alma, naturaleza y cultura.
En términos más concretos y prácticos, nos interesa la última dicotomía,
es decir, la manera como la ontología deleuziana de los agenciamientos
permite superar la tradicional oposición naturaleza-cultura, o bien, pensar
esta dualidad en términos menos sustanciales e identitarios y más móviles,
dinámicos e interactivos. La dicotomía queda superada desde los principios
más generales de inmanencia y univocidad ontológicas, de acuerdo con los
cuales Deleuze orienta su pensamiento desde sus estudios sobre Spinoza,
el príncipe de los filósofos (1971b). “Inmanencia” quiere decir que todo
tiene que ver con todo y que todo expresa, por ende, que no hay necesidad
de ninguna muleta trascendente y de ningún espiritualismo apriorístico.
El espíritu, el pensamiento, es parte del Ser, es “atributo” de la Sustancia.
El filósofo mexicano residente de Nueva York, Manuel DeLanda, ahora
vinculado al nuevo realismo en la variante de “nuevo materialismo” creada
por él, ha trabajado desde hace años en una recuperación de la filosofía
deleuziana para la construcción de una ontología materialista, que permita
interpretar los desarrollos científicos de nuestro tiempo bajo una teoría
no simplemente epistemológica (DeLanda, 2002, 2010 y 2016). DeLanda
recupera particularmente el concepto deleuziano-guattariano de “agencia-
miento”, que traduce o convierte en la palabra “ensamblaje” (assemblage)
y que presenta como el concepto básico para definir la materialidad de
todo lo real. Todo es ensamblaje, es decir, un conjunto de relaciones y
conexiones que poseen, como conjunto o totalidad, propiedades “emer-
gentes”, es decir, propiedades irreductibles que sólo pueden decirse del
todo relacional y de ninguna manera de las partes que los conforman. Si
bien DeLanda retoma intuiciones del estructuralismo y la teoría de siste-
mas, rebasa claramente estas perspectivas teórico-metodológicas en cuanto
Mario Teodoro Ramírez
Pág. 298
6 Caso que a su vez toma Deleuze de su amigo de la infancia, el escritor Michel Tournier,
quien lo refiere narrativamente en su novela Viernes y los limbos del pacífico.
Los límites de la fenomenología y el giro ontológico en el concepto de cultura
Pág. 299
7 De acuerdo con Latour, “lo social no puede ser considerado como un tipo de material o
dominio y [propongo] cuestionar el proyecto de dar una ‘explicación social’ de algún otro
estado de cosas. Si bien ese proyecto ha sido productivo y probablemente necesario en el
pasado, en gran medida ha dejado de serlo gracias al éxito de las ciencias sociales. En la
actual etapa de su desarrollo, ya no es posible inspeccionar los ingredientes precisos que
entran en la composición del dominio social” (2008: 14).
Mario Teodoro Ramírez
Pág. 300
ONTOLOGÍA DE LA CULTURA
En síntesis, y para concluir, podemos apuntar los cuatro rasgos que ad-
quiere el concepto de cultura (o de pos-cultura, o de trans-cultura) desde
el realismo especulativo y el nuevo materialismo.
Mario Teodoro Ramírez
Pág. 302
esto implica, de alguna manera, que ésta no es “una” cultura más. Desde
esta concepción, el resto de las culturas son consideradas como sistemas de
representaciones que responden más a condiciones subjetivas, imaginarias
o simbólicas que a una capacidad para comprender y relacionarse con la
realidad. Contra esta postura se ha esgrimido en el pensamiento antropoló-
gico y filosófico del siglo XX la tesis del relativismo cultural, el cual, si bien
reconoce la pluralidad de culturas, sigue teniendo un concepto básicamente
epistemológico y antrópico de “cultura”. El relativismo cultural niega a toda
cultura la posibilidad de tener una comprensión objetiva de la realidad: esto
en verdad no existe, ni siquiera como rasgo de la cultura occidental; por el
contrario, el giro ontológico en antropología y la filosofía del materialismo
especulativo nos permiten invertir la tesis del relativismo y afirmar que
todas las culturas tienen capacidad de verdad, de conocimiento y compren-
sión de la realidad, y que es la realidad, el Ser mismo, quien posee en cuanto
tal una consistencia plural y diversa. La realidad es múltiple y no hay una
sola naturaleza, sino muchas.
4. Desde lo dicho anteriormente, nuestra idea acerca del sentido y la
misión de la cultura (y del ser humano) se ve modificada. Hemos insistido
en que lo humano no es una esfera o un reino autárquico en la multiplicidad
de lo existente. Entramado con todos los reinos y objetos del universo, el ser
humano debe ser pensado más bien como la esfera donde el Ser se revela
para sí mismo, y la conciencia humana debe comprenderse más como una
tarea ontológico-cosmológica que solamente histórico-espiritual. El aforis-
mo de nuestro tiempo no puede seguir siendo “conócete a ti mismo”, sino
simplemente “conoce lo que existe”. Dado que el auto-conocimiento siem-
pre puede ser susceptible de ilusión o auto-engaño (esto es, de ideología),
empezar por el conocimiento del Ser nos dará claves y fundamentos reales
para un conocimiento auténtico y objetivo de nosotros mismos.
Finalmente, cabe aclarar que el “conocimiento del Ser” al que aquí nos
referimos (la Ontología) no tienen un significado científico o cientificista,
sino estrictamente filosófico. Ninguna de las ciencias, ni todas en conjunto
nos proporcionan en verdad un conocimiento del Ser tal cual, tanto por el
carácter fragmentario que tiene el saber científico, como por el hecho de que
la propia ciencia no escapa al principio antrópico y al correlacionismo. El
Mario Teodoro Ramírez
Pág. 306
BIBLIOGRAFÍA
Ricardo Peter
Benemérita Universidad Autónoma de Puebla
México
carácter luminoso, como la luz de una antorcha sobre la pared, sino “opa-
coso”, porque el límite hace sombra; nos referimos a las contradicciones
insuperables del hombre, las notas que jamás podrá eliminar. El hombre
nunca resolverá su desarmonía, el desacuerdo profundo entre lo que siente
y lo que piensa, el conflicto entre su razón y su intuición.
Consecuentemente, tomando como punto de partida la estrecha paren-
tela entre lo antropológico y el límite, hace casi treinta años inicié una re-
flexión filosófica acerca de la incidencia de la problemática del límite en la
realidad humana, la cual se proyecta como la raíz de todas las dificultades,
complicaciones y crisis que sacuden la existencia del hombre. En realidad,
la totalidad de las problemáticas surgen y se imponen al hombre conforme
se relacionan con la problemática primordial del límite.
Al volverse el concepto de límite un punto de partida necesariamente
filosófico, acredité dicha reflexión como Antropología del límite (Peter,
2002). Tengamos presente que este es un término de uso análogo, y por lo
mismo, ambiguo si no se especifica su origen etimológico y su sentido es-
pecífico. En efecto, se puede hablar de límite temporal, espacial, funcional,
físico, astronómico o matemático, sin embargo, el uso que la antropología
del límite hace de este concepto no deriva del latín limes (que se utiliza
para distinguir territorios, espacios físicos, geográficos, cálculos de área),
sino del vocablo griego peras. En este uso, límite significa “privación”, ne-
gación de ser, negación de continuidad o de permanencia. Límite significa
“finitud”, algo contingente, efímero, y por extensión, también imperfección.
No obstante, lo limitado presenta cierta densidad. De hecho, el límite
pesa, abruma debido a su cohesión. De aquí que para poner en marcha la
antropología del límite se recurra a dos acepciones que Aristóteles estable-
ce del concepto peras (límite) en su Filosofía Prima, en la cual determina
el límite como la esencia de algo, es decir, el fundamento de todo lo exis-
tente, de todo lo que es, y señala dos cualidades inherentes: por una parte,
la insuficiencia de eso que es, y por otra, la magnitud de eso mismo que es,
que aun siendo insuficiente posee la cualidad de ser, posee consistencia,
duración, resistencia.
El límite especifica, pues, la realidad insuficiente, y a la par, deja ver la
magnitud, o mejor dicho, la consistencia que ostenta esa realidad insufi-
La teoría del límite en el terreno de la filosofía
Pág. 311
ciente. De esta forma, ser equivale a estar, pero ese mismo hecho de estar
es estar amenazado por la propia contingencia del ser. Por el hecho de que
algo es, en su misma “entraña” lleva su afirmación y, a su vez, su negación,
pues en su esencia es limitado o, como diría Hegel, carga su propio fin;
sin embargo, aun manifestándose precario e insuficiente, el límite aporta
consistencia por el mismo hecho de ser. En este sentido, el concepto de
límite, en el enfoque de la antropología del límite, abraza dos realidades
aparentemente contrapuestas, pero no adversas, pues la consistencia sólo
co-existe como insuficiencia.
En otras palabras, el hombre (debido precisamente a su finitud) se des-
pliega a partir de una realidad que al mismo tiempo que lo afirma y lo salda
a la existencia, presagia igualmente que está destinado a dejar de ser.
En resumen, la realidad está amenazada, pero al mismo tiempo sus-
tentada por el límite, porque su consistencia funda, resiste, persuade. La
consistencia (aspecto que la antropología del límite enfatiza) denota algo
que perdura y que se resiste a dejar de ser. Uniendo los dos significados,
insuficiencia y consistencia, el resultado afianzaba el punto de partida o
principio de la antropología del límite en la afirmación siguiente: el lí-
mite es la consistencia de lo realmente existente y que por ser realmente
existente es necesariamente insuficiente. De hecho, si “lo que es” pierde su
insuficiencia, pierde su consistencia. Dejar de ser equivale a dejar de estar.
Con la unión de los dos significados en la afirmación del límite como
consistencia de la insuficiencia, la antropología del límite aspiraba a se-
ñalar el aspecto afirmativo del concepto de límite. Dejaba claro que todo
lo que se presenta limitado se afirma, se mantiene, se avala a sí mismo, se
asienta en la realidad, se sustenta, se afianza. En otras palabras, lo limitado
“pretende ser”.
De este modo la realidad (todo lo que es), que inicialmente anuncia la
negación de algo debido a que también manifiesta consistencia (lo limitado
dice siempre realidad), denota que ese algo está fundado, es convincente,
persuasivo, porque consistencia indica algo-que-perdura. De esta forma,
la antropología del límite revalora este mismo concepto sin menguar su
función, que es la de producir limitaciones y que, en todo caso, son “limi-
taciones resistentes”.
Ricardo Peter
Pág. 312
Siendo la cultura, el “espacio interior del hombre a través del cual establece
un diálogo entre su mundo interior y el exterior”, se buscó desde la teoría
La teoría del límite en el terreno de la filosofía
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BIBLIOGRAFÍA
Sigmund Freud
simbólica que dinamiza la corporalidad del sujeto quien –sin nunca saber
qué desea– es arrastrado a un cambio profundo: encauzar la insatisfacción
a la toma de consciencia de su falta, como ser dividido por sí mismo y por
el otro, asumiendo las consecuencias que traerá consigo tal descubrimiento
en el medio de la cultura, que es donde se realiza el individuo como sujeto
de saber, contribuyendo a la creación o destrucción de sentido, como ya lo
había demostrado Freud en El malestar de la cultura, en 1929.
periencia sexual cuya realidad abarca algo más complejo que el coito. La
sexualidad no es solamente el contacto genital de un cuerpo con otro, sino
que también es el instante, memento mori, que encara el gran enigma de
nuestro origen y el posible desenlace de lo que somos (Laplanche, 1996: 128).
Siguiendo el programa de un psicoanálisis irreductible a la fenomeno-
logía y a la hermenéutica, Jean Laplanche, en su obra siempre fresca y
competente que exhortó a un retorno sobre Freud (2012: 30), asoció el
primer misterio (el del nacimiento) a la preservación inconsciente de la
escena primitiva de amor-odio entre nuestros progenitores, y al segundo,
aquello en lo que nos transformamos, a una teoría de la seducción genera-
lizada (2001) en la que se cumple el desenlace de ser lo que ya hemos sido
en el deseo de otro.
El psicoanálisis no ha perdido su vigencia. Lo que descubrió Sigmund
Freud hace poco más de cien años posee hoy un valor decisivo para la com-
prensión de lo humano. Freud pudo descifrar al margen del cientificismo,
cercano a la verdad que expresan la literatura o la filosofía, la relación entre
nuestra psique deseante y la existencia de necesidades sexuales evidentes
en lo humano y en la condición animal (2008 v. 7: 123); mas la lucidez del
creador del psicoanálisis se debe, sobre todo, a comprender el horizonte
simbólico que este lazo constituye específicamente en el sujeto, liberándose
así del fin biológico para el cual el sexo es puramente un acto reproductivo.
Luego entonces, cualquier reduccionismo que busque hacer entendible la
experiencia sexual, cuyas bases estén en las ciencias naturales o sociales,
debe declararse insuficiente y ni siquiera aproximado a ese abismo desde
el que mira la individualidad que lucha por reconocerse en su sexualidad.
Recordemos los términos en los que Freud enmarca sus ideas con res-
pecto al tema:
Con tal de dotar al psicoanálisis de un aparato crítico, Freud puso las bases
de una teoría de la sexualidad que modificó la manera de ver el sexo. Sus
conceptos fundamentales de libido y pulsión sexual (2007 v. 7: 123) habrían
de sostener el marco explicativo en el que se convertiría el psicoanálisis, que
desde la célebre obra de La interpretación de los sueños advertía la existen-
cia del ámbito inconsciente de la vida, apoderado de tendencias psíquicas
destructivas. Cabe decir que este esfuerzo ilustrado no desconocerá sus
antecedentes al tiempo que emprenderá una crítica a la visión material de
la sexualidad en aquellos casos cuya existencia concreta era negada, o peor
aún, descrita como enfermedad: el niño masturbador, la mujer histérica, el
joven homosexual (cf. Roudinesco, 2009: 85).
El amplio sentido de la sexualidad fue conquistado por el psicoanálisis.
Así lo expresará Freud:
Nuestras investigaciones –decía Freud en 1911– de la vida sexual nos han en-
señado que existe verdaderamente una “sexualidad infantil”, y que la pulsión
sexual está formada por muchos componentes y atraviesa una complicada
trayectoria de desarrollo […]. El desarrollo cultural impuesto a la humani-
dad es el factor que vuelve necesarias las restricciones y represiones de la
pulsión sexual, demandando sacrificios mayores o menores de acuerdo a la
constitución individual (2007 v. 12: 213).
Los dos tabúes del totemismo, con los cuales se inicia la moral humana,
no poseen igual valor psicológico. Sólo uno de ellos, el respeto al animal
totémico reposa sobre móviles afectivos; el padre ha sido muerto y no hay
ya nada que pueda remediarlo prácticamente. En cambio, el otro tabú, la
prohibición del incesto presenta también una gran importancia práctica.
La necesidad sexual, lejos de unir a los hombres, los divide (2012b: 1839).
Para sostener que el cuerpo acontece más allá de lo biológico, se tendría que
discutir en un nivel teórico más completo el valor epistémico de la inter-
pretación freudiana sobre la sexualidad, acusada injustamente de sexista,
por un lado, y de pansexual, por otro, justo en una época que se siente a la
deriva o poco convencida de defender el derecho a ejercer libremente la se-
xualidad. Tendrán que recuperarse las críticas que se atengan a replantear
los fundamentos freudianos donde la teoría sea insuficiente o francamente
se equivoque. Al respecto, no habrá de pasarse por alto que Freud inició un
recorrido peliagudo del que se han visto beneficiados varios pensadores y
pensadoras al explicar la experiencia sexual modificando al psicoanálisis,
enriqueciéndolo, o en casos lamentables, tergiversándolo.
Una importante excepción es el pensamiento de Didier Eribon, para
quien Michel Foucault daría un paso decisivo en el desarrollo de la discu-
sión sobre la sexualidad en dos de sus obras capitales: La historia de la lo-
cura y La historia de la sexualidad, poniendo en entredicho la explicación
que diera cualquier psicoanalista sobre lo concerniente al sexo.
Para Eribon, hoy un importante defensor de los derechos de los ho-
mosexuales, la “andadura de Foucault” representa una comprometida in-
vestigación crítica de la mano con los nuevos acontecimientos que están
rompiendo las estructuras clásicas del derecho al goce sexual. Con la obra
foucaultiana, sostiene, “se trata de encontrar en la historia, en un pasado
más o menos reciente, los acontecimientos (o advenimientos) que han du-
rado hasta el punto de inscribirse como evidencias en nuestros modos de
pensamiento, en nuestros gestos” (Eribon, 2004: 39.), hasta anunciar la
ruptura y la superación definitiva del psicoanálisis:
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Roudinesco, É. (2010). Nuestro lado oscuro. Una historia de los perversos,
España: Anagrama.
–––– (2010). La familia en desorden, Argentina: FCE.
Este libro se terminó de imprimir en septiem-
bre de 2018 en los talleres de Ediciones del Lirio
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