Location via proxy:   [ UP ]  
[Report a bug]   [Manage cookies]                

Capítulo II ¿Por Qué Se Puede Criticar, Pero Jamás Ignorar El Positivismo?

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 85

Capítulo II

¿Por qué se puede criticar,


pero jamás ignorar el positivismo?
1. Las bases epistemológicas del positivismo:
su trascendencia en la investigación científica y en la educación

Con relativa frecuencia algunos investigadores presentan proyectos en los


cuales declaran no utilizaran hipótesis, pues de ese modo argumentan su
pretensión de evadir el método positivista, al plantear que son propias de
esta postura filosófica, sin tomar en consideración que Comte rechazaba las
hipótesis, al considerarlas una construcción metafísica.

Tal criterio ignora que las hipótesis en la investigación fueron formuladas


mucho antes que apareciera el positivismo. Aristóteles las consideraba un
“principio de la demostración”, pero al igual que los postulados, no son
de absoluta credibilidad. Platón las definía como algunos planteamientos
de los matemáticos, especialmente de los geómetras, en el sentido de una
117
suposición que necesitaba una validación suficientemente fundamentada
para que pueda dar lugar a una tesis.

Tanto Newton como Kant1 las manejaron con criterios muy diferentes, pero
tenían plena conciencia de su validez, independientemente de que en oca-
siones no se atrevieran a formularlas, como hizo el primero al no pretender
algún tipo de hipótesis sobre las causas de la gravedad que había estudiado.
Sin embargo, el filósofo alemán se arriesgó a formular una hipótesis sobre
el origen del sistema solar, que luego el matemático francés Laplace trataría
de fundamentar, de ahí que se le reconozca con el nombre de hipótesis
Kant-Laplace.

1. “Si se quiere que la imaginación no desvaríe, sino que cree bajo la estrecha
vigilancia de la razón, es necesario que haya primero algo completamente seguro y
no inventado o producido por la simple opinión. Este algo es la posibilidad del objeto
mismo. Desde esta perspectiva, es perfectamente legítimo recurrir a la opinión en lo
que a la realidad de dicho objeto se refiere. Ahora bien, si tal opinión no ha de ser
infundada, tiene que ir ligada, como fundamento explicativo a lo efectivamente dado
y, por ello mismo, cierto. Es entonces cuando la opinión se llama hipótesis”. Kant,
Enmanuel. Crítica de la razón pura. Madrid, Editorial Alfaguara,1996, pp. 608-609.
Para qué sirve la epistemología a un investigador y un profesor

Muchas veces cuando se les pregunta a este tipo de opositores al positivis-


mo si conocen suficientemente las bases epistemológicas de dicha filoso-
fía para poder criticarla, vacilan o, a lo sumo, las identifican por algunos
de sus rasgos aislados, tales como: el empirismo o la preferencia por los
análisis cuantitativos, etc. Esto evidencia que no siempre tienen una cabal
comprensión de lo que un enfoque positivista implica. A veces hasta lo
confunden con la carga axiológica de carácter favorable que significa una
valoración positiva, o el optimismo con el que se debe emprender una tarea
denominando tal actitud “positivismo”, que por supuesto nada tiene que
ver con la corriente filosófica en cuestión.

El término positivo existía mucho antes de que Augusto Comte formulara


los fundamentos del positivismo. Este se ha limitado, como es comúnmente
utilizado, a indicar la existencia de un hecho, de algo dado, fáctico, induda-
ble, seguro, empíricamente observable en contraposición a algo especulati-
vo, ideal o metafísico, lo que condujo a Leibniz a anteponer las “verdades
positivas” a las “verdades metafísicas”.2

Esta concepción dio lugar a que el pensador francés considerase como


inservible cualquier formulación teórica que no pudiese validarse empí-
ricamente. Así la filosofía tendería a desaparecer y a ser sustituida por las
ciencias particulares. Es sabido que tal vaticinio ni se ha cumplido, ni se
cumplirá jamás, pues la especificidad del objeto y los métodos de la filoso-
118 fía, si bien guardan alguna relación con los de las ciencias, son muy propios
de ella y en ningún momento será posible que las hijas asuman plenamente
el rol holístico y existencial de su ancestral madre. Al respecto Domingo
Araya sostiene: “Pienso que la filosofía es uno de los mejores remedios con-
tra la estupidez humana y uno de los pocos bienes que no se extingue con
la muerte sino que, por el contrario, sirve para asumirla y, en cierto modo,
vencerla”3.

En la Ilustración tomó auge el concepto de ciencias positivas, considerando


entre ellas a la física, la mecánica, la astronomía, la química, la biología,
etc. Por lo tanto, no siempre la utilización del término positivo ha conlle-

2. “La verdad moral es llamada veracidad por algunos, y la verdad metafísica la toman
vulgarmente los metafísicos por un atributo del ser, pero es un atributo bien inútil y
casi vacío de sentido. Contentémonos en buscar la verdad en la correspondencia de
las proposiciones que están en el espíritu con las cosas de que se trata. Es verdad
que he atribuido también verdad a las ideas diciendo que las ideas son verdaderas
o falsas; pero yo lo entendía de la verdad de las proposiciones que afirman la
posibilidad del objeto de la idea. Y en este mismo sentido se puede decir también
que un ser es verdadero, es decir la proposición que afirma su existencia actual o
por lo menos posible”. Leibniz, Wilhelm. Nuevo tratado sobre el entendimiento
humano. Ciencias Sociales, La Habana, 1968, p. 344.
3. Araya, Domingo. Didáctica de la filosofía. Cooperativa Editorial Magisterio,
Bogotá, 2003, p. 7.
Pablo Guadarrama González

vado identificarse necesariamente con las bases epistemológicas del posi-


tivismo.

El uso del término positivo en Comte, y demás positivistas, no está referido a


una determinada postura axiológica, sino epistemológica, que implica con-
cebir toda la realidad, incluyendo la social, conformada por hechos consta-
tables, empíricamente observables y medibles. Por tal motivo el sociólogo
francés Emile Durkheim, identificado con esta filosofía, argumentaba que
al igual que las ciencias naturales en las sociales “(…) nuestro método es
objetivo. Está dominado enteramente por la idea de que los hechos sociales
son cosas y deben ser tratados como tales”4. Por tal motivo añade que “Ante
todo es independiente de toda filosofía”.5

Aunque el positivismo se nutrió de elementos cuyos antecedentes pueden


remontarse incluso hasta el pensamiento antiguo, sus fuentes primordiales
fueron más recientes y cristalizaron en la filosofía moderna con las polémi-
cas sobre el método, especialmente entre el empirismo de Francis Bacon,
con su teoría de ídolos,6 que pretendía superar los errores que produce
el conocimiento sensorial7, y el racionalismo de Renato Descartes, quien
también le otorgó un lugar especial al papel de las matemáticas para el
conocimiento de la realidad8.

Algunas de las raíces de los planteamientos de Comte se pueden encontrar


en el empirismo agnóstico de David Hume, fundamentado en su teoría de 119
los hábitos que genera la percepción de los fenómenos y las creencias que

4. Durkheim, Emile. Las reglas del método sociológico. Editorial Ciencias Sociales,
La Habana, 1972, p. 167.
5. Ídem, p. 165.
6. “Los ídolos y conceptos falsos que se han apoderado de la inteligencia humana,
en la que ya han echado profundas raíces, no sólo bloquean el espíritu de tal
modo que el acceso de éste a la verdad resulta muy difícil, sino que, además, aún
suponiendo que la mente haya conseguido forzar la entrada, reaparecerán aquéllos
en el momento de construir las ciencias, sirviendo de obstáculo; a no ser que los
hombres, una vez prevenidos, se defiendan contra ellos todo cuanto sea posible”.
Bacon, Francis. “Nuevo Órgano”. Antología de historia de la filosofía. Filosofía
moderna. Buch Sánchez, Rita. Editorial Félix Varela, La Habana, 2011, p. 158.
7. “El entendimiento humano es a manera de un espejo que no refleja de igual
manera los rayos de las cosas, el cual confunde su propia naturaleza con la de las
cosas mismas, y de este modo la tuerce y la corrompe”. Bacon, Francis. “Nuevo
Órgano”. Antología de historia de la filosofía. Filosofía moderna. Buch Sánchez, Rita,
Editorial Félix Varela, La Habana, 2011, p. 158.
8. “Las ciencias matemáticas eran las que más me agradaban, por la certeza
y evidencia de sus razonamientos; pero no comprendía todavía su verdadera
aplicación, y al pensar que no servían más que a las artes mecánicas, me admiraba
de que sobre tan firmes y sólidos fundamentos no se hubiera edificado algo de
mayor trascendencia que esas artes mecánicas.” Descartes, Renato. Obras de
Renato Descartes. Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 1971, p. 6.
Para qué sirve la epistemología a un investigador y un profesor

se derivan de ellos, como única fuente de validez cognitiva a través de la


verificación empírica. Para el filósofo inglés, el papel de la ciencia se reduce
a transponer, aumentar o disminuir las ideas que han sido copiadas de las
impresiones9, por supuesto subjetivas, del investigador. Como plantea Rita
Buch: “Queda claro entonces, que para Hume “nuestras percepciones son
nuestros únicos objetos”. El idealismo subjetivo lo conduce inevitablemen-
te hacia el escepticismo10 y el agnosticismo”11.

Según este criterio funcionalista lo importante no es la búsqueda de las cau-


sas de los fenómenos, sino simplemente la constatación de las secuencias
de los acontecimientos producidos por el hábito o la costumbre de observar
la sucesión de los mismos. Esto, según su criterio, no significa en modo al-
guno una relación causal y necesaria, sino solamente un afianzamiento de
creencias, no en el sentido religioso, sino epistémico. Como plantea José
Brito: “La metodología científica e incluso la simple cordura indican que
las verdades no son absolutas, pero son más sólidas, justificadas y útiles
que las creencias que se le oponen”.12

A partir de tal postura empirista y subjetivista ante la pregunta sobre si co-


nocía las causas por las cuales funcionaban la máquina de vapor inventada
por James Watt, Hume respondió que eso no le interesaba, pues lo más
importante no eran las causas, sino la utilidad de ese invento o sea que la
locomotora tirara de los vagones.
120
Resulta significativo que Aristóteles señalara que el verdadero conocimien-
to consiste precisar las causas de cualquier fenómeno, cuando sostenía: “Y
así los que dirigen las obras son superiores a los operarios en saber, no por
su habilidad práctica, sino por poseer el don de la teoría y el conocimiento
de las causas de los hechos.”13

9. Hume. David. An Enquiry Concerning Human Understanding. The Open Court


Publishing co, Chicago, 1927, p.16.
10. “A la edad de dieciocho años leí la Lógica de Mill, pero sus razones para aceptar
la aritmética y la geometría me dejaron profundamente insatisfecho. Aún no había
leído a Hume, pero me parecía que el empirismo puro (que yo estaba dispuesto
a aceptar) debía llevar al escepticismo más que al apoyo otorgado por Mill a las
teorías científicas consagradas”. Russell, Bertrand. “Atomismo lógico” en Positivismo
lógico. Fondo de Cultura Económica, 1965, p. 37.
11. Buch Sánchez, Rita. “Empirismo y subjetivismo”, en Colectivo de autores.
Filosofía política y dialéctica en materialismo y empiriocriticismo. Editora Política,
La Habana, 2014, p. 26.
12. Brito Albuja, José Guillermo. “Límites del constructivismo”. En Pedagogía
conceptual. Desarrollos filosóficos, pedagógicos y psicológicos. Magisterio, Bogotá,
1999, p. 102.
13. Aristóteles. Metafísica política. Estudios Instituto del Libro, La Habana, 1968, p.
35.
Pablo Guadarrama González

El escepticismo moderno de Hume y Comte en lugar de dar continuidad a


esa trayectoria de optimismo epistemológico que ha caracterizado a los más
valiosos y auténticos14 pensadores de la filosofía universal, que constituyen
su gran mayoría, prefirieron adoptar aquellas posturas agnósticas de secto-
res minoritarios como los seguidores de Pirrón de Elis, como es el caso de
Aristócles cuando planteaba: “No debemos confiar en los sentidos ni en la
razón, sino permanecer sin opinión, sin inclinarnos hacia una parte o hacia
la otra, impasible”.15

Similar postura escéptica asumiría también Sexto Empírico al sostener: “No


existiendo ninguna representación que sea criterio de verdad, tampoco será
criterio la razón. Pues ella es guiada por la representación, y es natural: ya
que ante todo debe aparecérsele lo juzgado, y nada puede aparecer sin la
sensibi­lidad irracional. Entonces, ni el sentido irracional ni la razón pueden
ser criterio de verdad.”16

Sin embargo, se debe diferenciar este tipo de escepticismo conducente al


agnosticismo, −esto es, considerar que el hombre es incapaz de conocer el
mundo− de otra postura que como la de Descartes o Marx, que consideran
a la duda solamente como una etapa inicial imprescindible para alcanzar el
conocimiento, luego de la valoración de la experiencia y la argumentación
lógica requerida, de verdades por supuesto siempre relativas.

La duda siempre será una herramienta epistémica indispensable para cual- 121
quier investigador científico, pues en primer lugar este está obligado a po-
ner en duda todos los planteamientos existentes alrededor del objeto a ana-
lizar, a partir del conocimiento lo más amplio posible del estado del arte
existente hasta ese momento. Pero tampoco debe asumir prejuiciadamente,
que todo lo planteado por los investigadores que le han antecedido es abso-
lutamente falso. Simplemente debe dudar, esto es suspender temporalmente
cualquier tipo de juicio considerándolo como necesariamente verdadero y
luego de sus análisis pertinentes asumirlo como tal.

14. “Auténtico debe ser considerado aquel producto cultural, que se corresponda
con las principales demandas del hombre para mejorar su dominio sobre sus
condiciones de vida, en cualquier época histórica y en cualquier parte, aun cuando
ello presuponga la imitación de lo creado por otros hombres. De todas formas la
naturaleza misma de la realidad y el curso multifacético e irreversible de la historia
le impone su sello distintivo. La cultura auténtica es siempre específica y por
tanto histórica. Debe ser medida con las escalas que emergen de todos los demás
contextos culturales, pero, en primer lugar, con las surgidas del mundo propio”.
Guadarrama, Pablo. “Autenticidad”. Diccionario del pensamiento alternativo. Hugo
E. Biagini y Arturo A. Roig (Directores), UBA, Buenos Aires, 2009, p. 58.
15. Aristócles, “Eusebio,” en Mondolfo, Rodolfo. El pensamiento antiguo. Editorial
de Ciencias Sociales, La Habana, 1971, p. 145.
16. “Sexto Empírico, A. M., VII, 165.” en Mondolfo, Rodolfo. El pensamiento
antiguo. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1971, p. 152.
Para qué sirve la epistemología a un investigador y un profesor

Ese tipo de escepticismo es el que deben fomentar los profesores entre sus
estudiantes, pues dudar de todo, incluso de lo que estos plantean, debe
conducir a fomentar una mentalidad crítica entre ellos y superar la mentali-
dad simplemente receptiva de una enseñanza bancaria criticada por Paulo
Freire17.

Hiperbolizar el papel de la experiencia y la verificación empírica condujo


a Hume al absurdo de plantear que la costumbre de que siempre que se
ponga una olla de agua al fuego esta se caliente, no excluye la posibilidad
de que en alguna circunstancia la misma acción de lugar a que, por el con-
trario, el agua se enfríe. Por lo que solo experimentándolo una y otra vez no
habría certeza absoluta de que se produzca un efecto u otro.

En este empirismo y escepticismo de Hume, de base subjetivista18, descan-


san algunos de los pilares funcionalistas posteriores del positivismo, el uti-

17. “El educador democrático no puede negarse el deber de reforzar, en su práctica


docente, la capacidad crítica del educando, su curiosidad, su insumisión. Una
de sus ta­reas primordiales es trabajar con los educandos el rigor metódico con
que deben «aproximarse» a los objetos cognoscibles. Y este rigor metódico no
tiene nada que ver con el discurso «bancario» meramente transferidor del perfil
del objeto o del contenido. Es exactamente en este sentido cómo enseñar no se
agota en el «tratamiento» del objeto o del contenido, hecho superficialmente, sino
que se extiende a la producción de las condiciones en que es posible apren­der
122 críticamente. Y esas condiciones implican o exigen la presencia de educadores y de
educandos creadores, instigadores, inquietos, rigurosamente curiosos, humildes y
persistentes. Forma parte de las condiciones en que es posible aprender críticamente
la presuposición, por parte de los educandos, de que el educador ya tuvo o continúa
teniendo experiencia en la producción de ciertos saberes y que estos no pueden
ser simplemente transferidos a ellos, a los educandos. Por el contrario, en las
condiciones del verdadero aprendizaje, los educandos se van transforman­do en
sujetos reales de la construcción y de la reconstruc­ción del saber enseñado, al lado
del educador, igualmente sujeto del proceso. Sólo así podemos hablar realmente de
saber enseñado, en que el objeto enseñado es aprehendido en su razón de ser y, por
lo tanto, aprendido por los educandos.” Freire, Paulo. Pedagogía de la autonomía y
otros textos. Editorial Caminos, La Habana, 2010, p. 24.
18. “ (…) ya que nada se halla siempre presente al espíritu más que las percepciones,
y ya que todas las ideas se derivan de algo que se ha hallado antes presente a él,
se sigue que es imposible para nosotros concebir o formarnos una idea de algo
específicamente diferente de las ideas e impresiones. Fijemos nuestra atención sobre
nosotros mismos tanto como nos sea posible; dejemos caminar nuestra imaginación
hasta los cielos o hasta los últimos límites del universo; jamás daremos un paso más
allá de nosotros mismos ni jamás concebiremos un género de existencia más que
estas percepciones que han aparecido en esta estrecha esfera. Este es el universo
de la imaginación y no poseemos más ideas que las que allí se han producido. Lo
más lejos que podemos ir hacia la concepción de los objetos externos, cuando se
los supone específicamente diferentes de nuestras percepciones, es formarnos una
idea relativa de ellos sin pretender comprender los objetos con que se relacionan.
Generalmente hablando, no debemos suponerlos específicamente diferentes,
sino solamente atribuirles diferentes relaciones, conexiones y duraciones.” Hume,
Pablo Guadarrama González

litarismo y el pragmatismo. Basta detenerse ante esta formulación suya: “la


costumbre, por tanto, es la gran guía de la vida humana. Es este solo prin-
cipio el que convierte a nuestra experiencia en algo útil para nosotros (…)
(la cursiva es nuestra. PGG). Sin la influencia de la costumbre, ignoraríamos
por completo cualquier cuestión de hecho que estuviese más allá de lo que
está inmediatamente presente a la memoria de los sentidos”. 19

Con la intención de salvar de algún modo el prestigio de Hume en la histo-


ria de la filosofía de la ciencia, Losee plantea que “aunque el escepticismo
de Hume fue considerado como una amenaza para la ciencia por aquellos
que no se consideraban satisfechos con un conocimiento «meramente pro-
bable», el propio Hume estuvo muy dispuesto a confiar en el testimonio de
la experiencia pasada. A nivel de la práctica, Hume no fue un escéptico”20.

En verdad, no basta confiar en el testimonio de la experiencia pasada, si


no se extraen las conclusiones teóricas adecuadas sobre la determinación
causal de los sucesos experimentados. Puede existir, como en el caso de
Hume, una contradicción evidente entre la actitud práctica y la teórica.
Esto demuestra que un empirismo estrecho puede servir muy bien a las
posiciones del subjetivismo y el idealismo filosófico, pero eso no es lo más
importante, sino constituirse en un serio obstáculo para que los investiga-
dores confíen en la posibilidad de alcanzar verdades, aun cuando estas
sean relativas, históricas y concretas, distantes de cualquier tipo de verdad
absoluta, la cual parece está reservada al terreno de la fe religiosa. Pero eso 123
sería ya otro asunto.

La pregunta crucial sería —con cierto carácter utilitario, aun cuando preci-
samente de lo que se trate es de resquebrajar las bases epistemológicas del
utilitarismo—, ¿para qué sirve conocer las posiciones más comunes deriva-
das del empirismo?

Si en estos pocos años transcurridos del siglo XXI, tras los descomunales
avances de la ciencia y la tecnología los investigadores y profesores se afe-
rraran a las posiciones del empirismo, no solo podrían regresar a los debates
epistemológicos ya superados de los siglos XVII y XVIII −cuando el conoci-
miento experimental no siempre encontraba una explicación teórica, por-
que la tecnología avanzaba a un ritmo mayor que la ciencia, situación que

David. Tratado sobre la naturaleza humana. Biblioteca de Autores Clásicos, Edición


Electrónica, Servicio de Publicaciones, Diputación de Albacete, 2001. http://23118.
psi.uba.ar/academica /carrerasdegrado/psicologia /informacion_adicional/
obligatorias/034_historia_2/Archivos/Hume_tratado.pdf
19. Hume, David. An Enquiry Concerning Human Understanding. http://www.
gutenberg.org/files/9662/9662-h/9662-h.htm.p.45.
20. Losee, John. Introducción histórica a la filosofía de la ciencia. Alianza editorial,
Madrid, p. 116.
Para qué sirve la epistemología a un investigador y un profesor

se iría invirtiendo en el siglo XIX21−, lo cual no sería lo más perjudicial, sino


que traería consecuencias prácticas muy graves en la formación científica
de las nuevas generaciones de profesionales.

Ello daría lugar a formar una mentalidad en los investigadores y en los es-
tudiantes limitada a solo confiar en aquello que puedan directamente ex-
perimentar, creándoles la duda de si sus “impresiones” están debidamente
justificadas y se corresponden de algún modo con el devenir real de los
procesos del mundo objetivo.

Es difícil presuponer que, al nivel de la conciencia cotidiana, un peatón que


intente cruzar una concurrida avenida con la luz del semáforo encendida
en color verde para dar prioridad en la vía a los autos, tras escuchar el cla-
xon de advertencia de peligro de algunos de ellos y el silbato del policía
de tránsito, no se detenga inmediatamente al borde de la acera antes de
decidirse a cruzar la calle, aun cuando sea por la cebra.

De seguro la rápida interconexión representativa de vivencias anteriores


le ordenarán casi de manera inconsciente quedarse inmóvil en un seguro
lugar de la calle. Esa sería una reacción tan biológicamente espontánea que
hasta en los animales se puede observar.

Otro asunto resulta cuando se trata de las posibles inferencias teóricas que
124 un investigador o un estudiante pudiera establecer en un laboratorio al ob-
servar los resultados de algunos experimentos orientados a determinar mag-
nitudes en las transformaciones de ciertos objetos bajo los efectos de altas
temperaturas, presión, humedad, etc.

Un exacerbado culto al empirismo podría conducirlo a la absurda conclusión


de tener que repetir innumerables veces el mismo experimento, en las mismas
condiciones, para tener siempre la seguridad de que se va a producir el efecto
alcanzado en el experimento inicial. Si la ciencia hubiese mantenido tanta
perplejidad y expectativa de incertidumbre ante los posibles resultados de la
experimentación, seguramente no hubiera avanzado tanto.

21. “A pesar de la aportación de la máquina de vapor, no puede pretenderse que la


ciencia fuera un factor importante al efectuar­se el decisivo cambio de la producción
manual a la producción mecánica, que tuvo lugar en el último cuarto del siglo
XVIII. Este nuevo método de producción mostró ser, por otra parte, una gran
fuerza impulsora del conocimiento científico. En el siglo XIX la situación empezó
a cambiar. La ciencia comenzó a ser el agente principal de los progresos técnicos.
Su integración plena en el mecanismo productivo se realizó en el siglo XX.” Bernal,
John D. Historia social de la ciencia. Península, Barcelona, Tomo I, 1968, p. 388.
Pablo Guadarrama González

La ciencia ha demostrado que existen numerosos fenómenos estocásticos,


que no necesariamente se revelan siempre en cada constatación empírica
que se experimente. Pero eso no significa en modo alguno que no se ma-
nifiesten como regularidades, tendencias o leyes del mundo objetivo, que
pueden ser estudiados y conocidos a través de métodos probabilísticos, per-
mitiéndole al hombre un mejor dominio de determinados nexos tanto en la
naturaleza como en la sociedad.

Por fortuna Kant intentaría salvar el entuerto del empirismo al sostener que:
“si es verdad que todos nuestros conocimientos comienzan con la experien-
cia, todos sin embargo no proceden de ella”22.

Una creciente confianza en la posibilidad del conocimiento efectivo de las


relaciones del mundo natural, social y del propio pensamiento humano,
sustentada no solo en experiencias, sino también en la argumentación ló-
gica y en la fundamentación teórica de sus conquistas científicas, se ha ido
alcanzando sobre todo en los últimos siglos con la aparición de la ciencia
moderna −caracterizada por una cada vez mayor utilización de sus avances
en las matemáticas y otras ciencias eminentemente teóricas, en lugar de fiar
todo a la verificación empírica− puede salvar al investigador de las redes
del empirismo y el agnosticismo.

El positivismo dio continuidad a aquella tradición empirista que indudable-


mente había desempeñado un papel favorable en la gestación de la ciencia 125
moderna al enfrentarse a las limitaciones de la lógica formal aristotélico-es-
colástica, la cual no obstante los valores epistémicos que a su vez contenía,
había castrado durante siglos la aceleración del conocimiento científico. Su
acentuado deductivismo que desconfiaba del conocimiento experimental,
al presuponer como premisa la existencia de verdades absolutas, producto
de un predominio de la fe sobre la razón, comenzó a resquebrajarse cuan-
do Galileo, Copérnico, Kepler, Newton, etc., comenzaron a dar pasos de
gigantes en el progreso científico, en parte avalados por la lógica inductiva
cultivada por Francis Bacón.

No se debe subvalorar la importancia del empirismo en el despegue y desa-


rrollo de la ciencia moderna, pero también es menester señalar sus limita-
ciones. A la vez se hace necesario justipreciar la significación del raciona-
lismo cartesiano en esa labor. Otra sería la historia del progreso científico si
el empirismo se hubiese impuesto de forma total y no hubiese cedido terre-
no a nuevas formas de lógica y en especial al desarrollo de las matemáticas.

22. Kant, Enmanuel. Crítica de la razón pura. Editorial Ciencias Socia­les, La Habana,
1973, p. 33.
Para qué sirve la epistemología a un investigador y un profesor

Cuando Pascal sostenía que la naturaleza estaba construida matemática-


mente, Descartes proponía enumerarlo todo, Spinoza, a partir el criterio de
que el hombre forma parte indisoluble de la naturaleza pretendía explicar
la ética según el orden geométrico23 o Leibniz desarrollaba el cálculo infi-
nitesimal, tal vez extrapolaban los alcances del conocimiento matemático,
pero no cabe duda que a la vez sentaban las bases indispensables para que
la ciencia paulatinamente abandonase el lugar secundario que inicialmente
ocupaba en relación con los avances de las tecnologías y fuese tomando
el protagonismo que fundamentalmente desde mediados del siglo XIX de
forma acelerada ocuparía hasta nuestros días.

Una mayor propensión hacia tales criterios sobredimensionadores de los


factores cuantitativos se observaría con el auge del positivismo y el utilita-
rismo. En ese sentido, Stuart Mill llegó a sostener que “las verdades de la
aritmética son aplicables a la valoración de la felicidad, lo mismo que a
todas las otras cantidades susceptibles de medida.”24

Tal hiperbolización del conocimiento matemático conduciría no solo a sub-


estimar el enfoque metodológico cualitativo en la investigación científica,
pues muchos de los fenómenos y procesos tanto del mundo natural, como
del social y especialmente del pensamiento no son reducibles a criterios
matemáticos. Cabe recordar al respecto una idea de Hume, reformulada
por Einstein, según la cual “en la medida en que las leyes de la matemática
126 se refieren a la realidad no son seguras, y, en la medida en que son seguras,
no se refieren a la realidad.”25

La hiperbolización del área de acción eficiente de las matemáticas en todas


las esferas de la realidad natural y social condujo a un inquieto seminarista
a preguntarle a su profesor, un sacerdote dominico, que explicaba la racio-
nalidad y precisión con que estaba construido el universo, ¿cuál software
había utilizado Dios para crear el mundo con tanta exactitud?.

En cierta forma el positivismo de Comte −quien como filósofo nunca olvi-


daría su condición de matemático−, intentaría lograr un adecuado aprove-
chamiento tanto del empirismo como del racionalismo. No hay que olvidar
que esta filosofía surge en la misma época posterior a la Ilustración que

23. “Es imposible que el hombre no sea una parte de la Naturaleza y que no pueda
padecer otras mutaciones que las que puedan entenderse por su sola naturaleza
y de las cuales sea causa adecuada”. Spinoza, Baruch. Ética demostrada según el
orden geométrico. Fondo de Cultura Económica, México, 1958, p. 178.
24. Stuart Mill, John. El Utilitarismo, pdf http://www.ateismopositivo.com.ar/
John%20Stuart%20Mill%20-%20El%20Utilitarismo.pdf
25. Einstein, Albert. “Geometry and Experience” en: Sidelights on Relativity, Nueva
York, E.P. Dutton co, 1923, p.28.
Pablo Guadarrama González

está tomando fuerza el eclecticismo −según el cual se recomienda tomar


lo mejor de diferentes doctrinas, aunque estas se contradigan entre sí− en
diversas formas, lo mismo en su variante francesa con Victor Cousin, que
con la alemana de Karl Christian Krause, la cual a través de sus discípulos
españoles, tendría también determinada acogida en algunos países latinoa-
mericanos, en particular en Argentina26.

Estas diversas formas de eclecticismo intentarían conciliar el racionalismo,


el espiritualismo y el romanticismo, que tomó fuerza en la primera mitad
del siglo XIX, por lo que no tendrían ningún pudor en conciliarse lo mismo
con la filosofía religiosa que por entonces intentaba recuperarse a través del
neotomismo y a la vez con el positivismo, al punto que en España se llegó
a elaborar una especie de krausopositivismo.

Cierta postura ecléctica se puede apreciar en Comte, no solo en ese intento


de conciliar el empirismo con el racionalismo, sino de promover el culto
a la ciencia para enfrentarse a las filosofías metafísicas, pero finalmente
cayendo en sus redes con su teoría de los tres estadios del desarrollo de
la humanidad y con su intento de generar un nuevo tipo de religión, en su
caso rindiéndole culto a los científicos.

Al renunciar al conocimiento de las causas de los fenómenos tanto natura-


les como sociales, Comte no escapaba del escepticismo y el agnosticismo
propios del empirismo de Hume y Berkeley, aderezado con otros ingredien- 127
tes sensualistas aportados por Condillac.

El sensualismo que tenía también antecedentes en la antigüedad con De-


mócrito y Epicuro, entre otros, alcanzó un mayor cultivo en la filosofía mo-
derna en Inglaterra y Francia. De acuerdo con esta concepción las sensa-
ciones constituyen no solo la única fuente del conocimiento, sino que ellas
en sí proporcionan todo el saber posible, al punto de considerar, según
Condillac, que “debemos llegar a la conclusión de que con un solo sentido,
el entendimiento tiene tantas facultades como con los cinco sentidos (…) la
sensación abarca todas las facultades del alma”27.

El fenomenalismo agnóstico de Comte lo llevó a plantear que “en el esta-


do positivo, el espíritu humano, reconociendo la imposibilidad de obtener
nociones absolutas, renuncia a buscar el origen y el destino del universo y

26. “El racionalismo moderado de nuestro krausismo, en abierto contraste tanto con
el racionalismo agresivo de muchos de los últimos espiritualistas románticos que
integraban las élites gobernantes, como el no menos agresivo de los positivistas que
les sucedieron luego, le llevó a un cierto entendimiento con los grupos católicos sin
quebrar por eso la tradición liberal argentina”. Roig, Arturo Andrés. Los krausistas
argentinos. Editorial José M. Cajica, Puebla, México, 1969, p. 38.
27. Condillac, Etienne Bonot de. “Tratado de las sensaciones”, en Marías, Julián, La
filosofía en sus textos. Labor, Barcelona, 1963, T. II, p. 588.
Para qué sirve la epistemología a un investigador y un profesor

a conocer las causas intimas de los fenómenos, para aplicarse únicamente


a descubrir, mediante el empleo bien combinado del razonamiento y de
la observación, sus leyes efectivas, es decir, sus relaciones invariables de
sucesión y de semejanza”28.

No es difícil derivar las posibles posturas que pueden asumir investigadores


actuales en caso de aceptar las tesis agnósticas del pensador francés. Estas
implican renunciar a la búsqueda de las causas que determinan la concate-
nación universal de los fenómenos y limitarse simplemente a constatar sus
efectos, como puede también derivarse de las siguiente afirmación: “por
lo que precede vemos que el carácter fundamental de la filosofía positiva
consiste en contemplar todos los fenómenos como sujetos a leyes naturales
invariables, cuyo descubrimiento preciso y reducción al menos número po-
sible, son el fin de todos nuestros esfuerzos, considerando como absoluta-
mente inaccesible para nosotros y vacía de sentido, la indagación de lo que
se llaman causas, sean primeras sean finales no tenemos en modo alguno
la pretensión de exponer las causas generadoras de los fenómenos, puesto
que jamás haríamos nada más sino retrasar la dificultad; queremos, por el
contrario, analizar con exactitud las circunstancias que las han producido
y relacionar las unas con las otras mediante las relaciones normales de su-
cesión y de semejanza” 29.

Comte no dudaba que existieran leyes del mundo natural y social. Sin em-
128 bargo, sentaba el precedente de lo que luego se consideraría por empiriocri-
ticistas y convencionalistas como “principio de economía del pensamiento
al plantear: “(…) el carácter fundamental de la filosofía positiva consiste
en captar todos los fenómenos como sujetos a leyes naturales invariables,
cuyo descubrimiento preciso y reducción al menos número posible son la
meta de nuestros esfuerzos (…)”30. Con extraordinario acierto propuso la
creación de una física social o sociología, independientemente de que es-
tableciera o no con argumentos válidos algunos de sus fundamentos, estas
formulaciones constituyen aportes de su obra.

Otro merito indudable del pensador francés fue haber sometido a crítica
todo tipo de filosofía especulativa apriorística o metafísica y concebir el
método en las ciencias como un producto a posteriori de la observación de
los hechos. Esto se aprecia cuando sostenía:

“el método no es susceptible de ser estudiado separadamente de las in-


vestigaciones en que se emplea, o, por lo menos, esto no es más que un

28. Comte, Auguste. “Curso de filosofía positiva”. En: Lecciones de historia de la


filosofía. Universidad de la Habana, Editorial Pueblo y Educación, La Habana, s.f.
p. 226.
29. Íbidem, p. 230.
30. Comte, Augusto. La filosofía positiva. Editorial Porrúa S. A., México, 1979, p. 36.
Pablo Guadarrama González

estudio muerto, incapaz de fecundar el espíritu que se entrega a él. Todo


lo que puede decirse de real, cuando se contempla en abstracto se reduce
a generalidades tan vagas que no podrían tener influencia alguna sobre el
régimen intelectual. Cuando ha quedado bien establecido en tesis lógica
que todos nuestros conocimientos deben fundamentarse en la observación,
que debemos proceder tan pronto desde los hechos a los principios, y tan
pronto desde los principios a los hechos (…).” 31

Es posible inferir las consecuencias prácticas de una formulación agnóstica


y fenomenalista como la anterior, que concibe las leyes, no como relacio-
nes objetivas, estables, esenciales y necesarias entre los procesos naturales
y sociales, sino solo como vínculos superficiales de sucesión y semejanza.
Aquel investigador científico que se deje arrastrar por tal tipo de funciona-
lismo, evidentemente no podrá llegar muy lejos en la búsqueda científica.

Esa postura agnóstica y de culto a los efectos y renuncia a la búsqueda de la


causa referida solo al efecto de la máquina de vapor pudo encontrar mejor
caldo de cultivo en aquella época, cuando aún se desconocían los descu-
brimientos de Robert Boyle y Edme Mariotte, respecto a la conversión de los
gases, y todavía no estaban formulados los principios de la termodinámica.

Incluso, es comprensible que posteriormente, en la etapa final de la Revolu-


ción Industrial, a mediados del siglo XIX, Federico Engels haya podido, con
cierta razón en ese momento, que una necesidad en la industria empujaba 129
más que diez universidades juntas. Esto era cierto en esa época cuando las
ciencias aún se mantenían a la zaga de la tecnología, pero no lo sería des-
pués cuando se invirtió esa relación.

Este aserto comenzaría muy pronto a desmoronarse cuando a fines del siglo
XIX la ciencia iniciaría una aceleración en su protagonismo que superaría
finalmente el ritmo de desarrollo de la tecnología. De modo que se iniciaría
una etapa en la que a muchos descubrimientos científicos no se les encon-
traría una aplicación práctica inmediata.

Así la geometría no euclidiana de Rieman y Lobachevesky —para algunos


considerada entonces una aberración, al sostener que por un punto situado
al margen de una línea paralela cruzaban infinitas paralelas— tuvo que
esperar por los avances de la teoría de la relatividad de Einstein, e incluso
a los vuelos espaciales, para que pudiese verificarse empíricamente. Esta
exigencia tan común al criterio positivista, no aceptaba sin verificación que
el espacio no es rectilíneo, como presuponía Newton, sino curvilíneo. La
teoría se había adelantado demasiado a la verificación empírica.

31. Comte, Augusto. Curso de filosofía positiva, edi. cit., p. 241.


Para qué sirve la epistemología a un investigador y un profesor

Einstein fue muy cuestionado durante algún tiempo porque no era posible
“medir” o “comprobar” su concepción espacio−temporal, que implicaba
concebir como curvilíneos los rayos solares. Pero tras muchos experimentos
en el polo norte, el desierto de Arizona y Australia durante eclipses lunares
se pudo finalmente verificar lo acertado de su teoría sobre dichos rayos y el
espacio en general.

Por tal motivo, el célebre físico alemán afirmaría que no hay nada más
práctico que una buena teoría, pues estaba convencido teóricamente de tal
carácter curvilíneo de los rayos, porque de lo contrario su teoría se hubiera
desmoronado. A la vez sostenía que para el investigador científico tan im-
portante es el conocimiento como la imaginación.

Razones ideológicas diferentes, pero con fundamento epistemológico su-


ficiente, hicieron afirmar a Lenin que no hay práctica revolucionaria sin
teoría revolucionaria.

Cuántas veces se escucha a ciertos investigadores, ante determinadas si-


tuaciones experimentales con nuevos resultados de productos o procesos,
plantear que no les interesa tanto conocer las causas de su origen o desa-
rrollo, sino su eficacia y eficiencia.

Algo similar ocurriría si un médico formulase un medicamento a un pa-


130 ciente a partir solamente de su posible eficaz efecto en el tratamiento de
una enfermedad, pero ignorando tanto su composición bioquímica como
el comportamiento específico que este fármaco puede producir en el or-
ganismo humano, así como las razones que producen su efecto positivo y
posibles consecuencias.

Del mismo modo, si un ingeniero civil desconoce las causas producidas por
la fatiga de una viga metálica en un puente y se limita a probar empírica-
mente la exitosa funcionalidad de algunas aleaciones para asegurar la for-
taleza y durabilidad en la construcción de aquellas, puede llegar a producir
un efecto contraproducente a la larga por dicho desconocimiento.

La actividad docente también puede poner en peligro la adecuada forma-


ción científico-técnica de las nuevas generaciones si los profesores se limi-
tan a sugerir a los estudiantes esforzarse solamente para alcanzar fugaces
resultados funcionales en los procesos, sin prestar la necesaria atención a
las causas que los provocan. Tal funcionalismo reedita las posturas positi-
vistas.

Una actitud funcionalista que solo se preocupe por el comportamiento apa-


rencial y efectivo de determinadas relaciones fenoménicas, no es lo más
usual en la ciencia ni en la academia. Sin embargo, reaparecen en ocasio-
nes algunas de sus expresiones en la práctica investigativa de ciertos pro-
Pablo Guadarrama González

fesionales, interesados especialmente en el procedimiento (know how) de


determinadas tecnologías, sin interesarse demasiado por las causas y nexos
esenciales que producen tales fenómenos.

Del mismo modo ha proliferado en los últimos tiempos, −impulsados por


políticas educativas de fundamentos neoliberales−, la concepción de al-
gunos profesores según la cual, les interesa más el desarrollo de “compe-
tencias” y “habilidades” en sus estudiantes, motivados más por actitudes
pragmáticas, que por la búsqueda de razonadas explicaciones causales.

La trascendencia del conocimiento teórico y su posible utilidad práctica,


cuando está adecuadamente fundamentado, se impulsó a fines del siglo
XIX. Por esa época Bertrand Russell comentaba que cuando él quería poner
en aprietos a algún colega matemático, después de escuchar y observar sus
argumentaciones lógicas en el tablero, plasmadas en complicadas ecuacio-
nes, le preguntaba para que servía todo aquello. Generalmente provocaba
una insegura respuesta, aun cuando él sabía por lo regular, que aquellos
axiomas estaban debidamente fundamentados. Estos debían en algún mo-
mento futuro revelar su utilidad práctica, tal como la historia de las distintas
correlaciones, entre el acelerado protagonismo de la ciencia en compara-
ción con el de la tecnología desde fines del siglo XIX hasta la fecha lo ha
demostrado.

Un rasgo característico del devenir de la epistemología en los últimos si- 131


glos ha sido que el creciente papel de la ciencia ha conducido a que la
perspectiva positivista llegase a hiperbolizar sus posibilidades, al punto de
considerarla capaz de dar solución pragmáticamente a todos los problemas
humanos.

La hiperbolización del papel de la ciencia ha conducido con frecuencia a


subestimar o minimizar el papel del arte y la literatura, del mismo modo que
de la religión, en la actitud de ser humano para enfrentar la vida y por tanto
también la muerte. ¿Qué puede resolver una persona con una explicación
acuciosamente científica cuando tiene conocimiento sobre su enfermedad
terminal? ¿En esta situación es más efectiva la ciencia o la fe religiosa?

Algo similar sucede con la dimensión estética de la percepción de la rea-


lidad, en la que jamás la ciencia podrá suplir al arte, como sostenía José
Martí.

El pensador cubano desplegó su distanciamiento respecto al positivismo


en diferentes planos, tanto en el ideológico y en el sociopolítico como, de
forma imbricada, en el epistemológico y el estético. Pero quizá fue en el
análisis del contenido de las expresiones artísticas donde reveló más sus
diferencias con el positivismo, como se aprecia en los siguientes juicios al
respecto:
Para qué sirve la epistemología a un investigador y un profesor

El positivismo daña el arte por cuanto niega lo que lo constituye espe-


cialmente, y si no lo niega terminante, como el positivismo dogmático.
¡Con que es necesario ser positivista para ser abnegado, para ser no-
ble, para ser bueno, para ser héroe, para ser mártir! ¡Con que el posi-
tivismo fulmina anatemas, decreta excomuniones, flagela a los déspo-
tas, y crea un nuevo infierno! ¡Con que, en nombre de la libertad del
pensamiento se condena a los que tienen la osadía de pensar de un
modo distinto al del fundador de la filosofía positivista! ¡Oh, mártires
de todos los derechos, soldados de todas las libertades, desterrados
que habéis comido pan amargo. Alzaos de vuestras tumbas, salid de
vuestros hitos, venid a nuestras playas a registrar nuestros espíritus en
el libro fulminador y sancionador de los adversarios positivistas. Así
desfiguran las más puras ideas; así se comprometen las mejores haza-
ñas científicas; así se crean realistas exagerados, creando exagerados
positivistas. Así no se sirve a la evolución que se solicita: el amor es lo
único fructífero, el de la templanza el único lenguaje; nunca ha sido
el otro curador de llagas, ni imparcial juez, ni útil acercador de las
escuelas.32

De tal modo, Martí se enfrentaba a la pretensión omnisciente del positi-


vismo, que no tomaba en consideración de manera adecuada otros com-
ponentes vitales e irracionales de la condición humana que constituyen
también fermentos indispensables de la actividad intelectual del hombre.
132
Su entrañable amigo, Enrique José Varona33, positivista consagrado, con
quien polemizó y a quien tanto admiró, destacaba en 1896 la importancia
de los factores emotivos en la obra martiana al plantear: “Martí vio más
hondo que todos los suyos, porque sentía más hondo. La grandeza de su
ideal explica la profundidad de su mirada. Y su entusiasmo, fortalecido por
el dolor y el trabajo, le sirvió más que a otros su ciencia”.34

El hecho de que Martí le otorgara a la actividad emotiva y volitiva del ser


humano una dimensión y una fuerza que el positivismo no había considera-
do equilibradamente con el papel de la razón, no significó en modo alguno
que no le otorgara a esta última un justo lugar en la actividad humana.
Por el contrario, la consideró siempre un componente sustancial de toda
construcción humana y, en especial, de la justicia, por su indispensable
función epistemológica, que jamás podría ser sustituida por la voluntad de
la imaginación: “No ha de fundarse con la imaginación lo que ha de resistir

32. Martí, José. Obras Completas. Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 1975, T.
XIX, p. 425.
33. Véase: Guadarrama, Pablo y Tussel, Edel. El pensamiento filosófico de Enrique
José Varona. Editora Ciencias Sociales, La Habana, l987.
34. Varona, Enrique José. “José Martí y su obra política”, Discurso del 14 de marzo
de 1896, en Letras Cultura en Cuba. La Habana, Editorial Pueblo y Educación,
1889, p. 52.
Pablo Guadarrama González

luego los embates de la razón. La razón es una piqueta: la imaginación otra


mariposa”.35

Se debe tener bien presente la recomendación de Einstein, según la cual en


la investigación científica tan importante como el conocimiento y la infor-
mación es la imaginación.

Si bien el paradigma positivista, de estirpe empirista, propugnaba que las


principales funciones o tareas de la investigación científica eran: la des-
cripción, la explicación (concebida muy fenoménicamente y de modo de-
terminista) y la predicción en correspondencia con la tesis de Comte “ver
para prever”, tales exigencias epistemológicas comenzaron a manifestar sus
limitaciones desde fines del siglo XIX, pero fundamentalmente a inicios del
siglo XX A partir de ese momento se impulsó el desarrollo de las ciencias
sociales (sicología, economía, sociología, antropología, historia, etc.) y a la
vez que se resquebrajaba el cuadro determinista de las ciencias naturales
tanto con los avances de la biología, como de la física cuántica, la bioquí-
mica, la lógica, etc.

Una mejor concepción sobre el ser humano, sus componentes bio-sico-


sociales y la complejidad de sus relaciones fue rompiendo con visiones
reduccionistas que lo habían considerado bien como un ser eminentemente
religioso, económico, político, jurídico, social, simbólico, comunicativo,
etc. A partir de entonces se revelarían otras valiosas consideraciones de 133
lo humano. Se enfatizaría más en la condición axiológica, ética, estética,
erótica, comunicativa, interpretativa etc., por lo que sin abandonar la nece-
saria explicación —con el lastre racionalista que había caracterizado hasta
ese momento a la concepción sobre la condición humana— se añadirían
la comprensión y la interpretación (determinación hermenéutica) como
otros elementos imprescindibles para una mejor consideración del proceso
evolutivo humano, desde sus primeras reconocibles manifestaciones hasta
nuestros días.

Uno de los mayores méritos del discurso positivista se evidenció en sus re-
flexiones sobre la evolución de todo el universo y en particular de la socie-
dad humana. En esa concepción se destacó Herbert Spencer, a quien Char-
les Darwin dedicaría su libro sobre El origen de las especies, al considerarlo
como el verdadero descubridor de la teoría universal de la evolución.

En los presupuestos de su filosofía sintética, como la denominó, Spencer


partía del criterio de que: “en el universo en general, y en detalle, tiene
lugar una redistribución constantemente renovada de la materia y del

35. Martí, José, op. cit., T. XXI, p. 234.


Para qué sirve la epistemología a un investigador y un profesor

movimiento”.36 A partir de ese criterio planteaba que la evolución es un


proceso de integración y redistribución de cambios permanentes en que lo
homogéneo indefinido se trasforma en heterogéneo definido. Tal intuición
dialéctica le llevaría a ser reconocido como uno de los más significativos
representantes de la postura positivista.

Su concepción agnóstica, que le condujo a establecer una frontera inex-


pugnable entre el sujeto y el objeto en el proceso del conocimiento, tal vez
impidió que sus ideas alcanzasen un reconocimiento más amplio.

De igual manera sus profundas reflexiones sociológicas estuvieron limita-


das por el enfoque darwinista social que lo caracterizó y que tipificó el po-
sitivismo decimonónico. Sus ideas al respecto se caracterizaron por consi-
derar que a través de la educación y la cultura era posible un mejoramiento
de las diferencias “naturales” existentes entre los hombres. En ese sentido,
se distanció de las tesis radicalmente racistas de otros que pensadores como
Nietzsche, Gobineau o Glumpowitz, que llegaron a ser esgrimidas por po-
líticas misantrópicas como el fascismo.

El ideario sociopolítico de Spencer estaba orientado desde el liberalismo


contra el socialismo, pero a su vez debe ser diferenciado de las actuales
posiciones neoliberales justificadoras de la ley de la jungla en la esfera
socioeconómica.
134
Una reacción justificada contra el empirismo y el reduccionismo positi-
vista, y en especial frente a esa nueva presunta religión de la ciencia, tan
cuestionada incluso por algunos de sus seguidores en el siglo XX como
Karl Popper, desató a nivel mundial, y en particular en América Latina, una
ofensiva antipositivista37.

No resulta exagerada tal denominación de religión si se considera que en


Francia, Brasil y Chile se crearon iglesias positivistas, algunas de las cuales
se conservan, en las que en lugar de dioses o santos se veneran destacados
científicos.

El positivismo llegó, en algunos casos, a convertirse en filosofía oficial en


países como Brasil y México, en instrumento ideológico de justificación
del liberalismo en el mejor de los casos, y hasta de dictaduras, como la de

36. Spencer, Herbert. Resumen de la filosofía sintética, en Lecciones de historia de


la filosofía. Universidad de la Habana, Editorial Pueblo y Educación, La Habana, s.f.,
p. 347.
37. Véase: Guadarrama, Pablo. Positivismo en América Latina. Universidad Nacional
Abierta a Distancia, Bogotá, 2001. Antipositivismo en América Latina. Universidad
Nacional Abierta a Distancia, Bogotá, 2001. Positivismo y antipositivismo en América
Latina. Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 2004, http://biblioteca.filosofia.cu/
php/export.php?format=htm&id=231&view=1
Pablo Guadarrama González

Porfirio Díaz, imbuido en las consignas de “orden y progreso”. Este último


era concebido solamente dentro del orden establecido y la evolución se
propugnaba precisamente para impedir los cambios cualitativos y la revo-
lución.

Más allá de las consideraciones ideológicas que lo llevaron a tambalearse,


debido al auge del ideario socialista tras la Revolución Socialista de octubre de
1917 en Rusia, así como por el auge del fascismo que aplastó cualquier forma
de pensamiento democrático, hubo suficientes argumentos epistemológicos
para derribar el protagonismo del positivismo. No obstante sus valiosos apor-
tes en la crítica a los residuos de la escolástica y a las nuevas manifestaciones
del eclecticismo, el espiritualismo y el pensamiento metafísico que trataban de
recuperar espacios en el transito del siglo XIX al XX, los nuevos avances tanto
de las ciencias sociales como de la física cuántica, especialmente con la teoría
de la relatividad, el indeterminismo y la incertidumbre, pusieron en crisis las
obsoletas posiciones epistemológicas del positivismo.

Muchos de los que antes habían simpatizado con el positivismo paulati-


namente se percataron de su raigambre determinista, empirista, fenome-
nalista, subjetivista, reduccionista y agnóstica, entre otros rasgos que lo
caracterizaron.38Luego se observó cierta metamorfosis en el positivismo,
pero manteniendo muchos de sus rasgos epistemológicos, con la aparición
del empiriocriticismo, el pragmatismo y la filosofía analítica. Aun en la ac-
tualidad estas diversas expresiones del positivismo prevalecen o reverdecen 135
con relativa frecuencia en múltiples ámbitos académicos y científicos.

En estos inicios del siglo XXI no es difícil encontrar suficientes argumentos


para criticar las bases epistemológicas y por supuesto también ideológicas
del positivismo —que no son objeto especial del presente análisis—.

38. “La reacción frente al positivismo no se limitó a su expresión comteana


y spenceriana, sino también a sus nuevas formas, como el pragmatismo, el
empiriocriticismo y el positivismo lógico. Esta generación mantendría un
distanciamiento crítico contra cualquier filosofía que hiperbolizara el papel de la
lógica y en general del racionalismo. Fueron comunes las críticas a las abstracciones
y a cualquier tipo de ontologización de los conceptos. Esta postura crítica de las
conquistas de la actividad racional sirve para demostrar que la incapacidad teórica
del irracionalismo que estaba fundamentada en el criterio de no comprender
totalmente la fuerza de los sistemas de abstracción humanos. No comprendía que
en definitiva la esencia de lo humano, si bien no puede ser reducida a un concepto,
tampoco puede ser reducida a la negación de lo conceptual”. Guadarrama, Pablo.
“Razones del positivismo y el antipositivismo sui géneris en América Latina”.
Cuadernos americanos. Universidad Nacional Autónoma de México, México, D.F
2011, Año XXV, Vol. 3, No. 137, p. 149.
Para qué sirve la epistemología a un investigador y un profesor

Pero habría que preguntarse: ¿Será posible que un matemático como Comte
o un ingeniero como Spencer— para solo mencionar a los más conspicuos
representantes del positivismo, dado que hubo muchos otros cultivadores
del mismo en todas las latitudes desde la física, la medicina, la biología, la
sicología, la sociología, etc.,— que incursionaron tan prolíficamente en la
filosofía no hayan dejado algunas ideas valiosas para la posteridad? ¿Cuál es
la razón de que se critique tanto al positivismo desde diversas posturas epis-
temológicas y, sin embargo, una y otra vez investigadores y profesores se
vean obligados a retomar el análisis de sus presupuestos, aunque sea para
criticarlos ante la imposibilidad de ignorarlos?. Parece que algunos granos
racionales, como diría Lenin, o núcleos duros según Lakatos deben existir
y sobrevivir en las perspectivas epistemológicas de estas posturas filosófica
que tanta repercusión han tenido en la vida científica y pedagógica desde
su aparición hasta el presente.

Nadie puede negar el valioso papel de la observación y la experiencia en


todo proceso cognoscitivo, así como el de las mediciones, enumeraciones,
clasificaciones, jerarquizaciones, etc., que el positivismo supo heredar y
desarrollar de manera fructífera tanto de la tradición racionalista cartesiana
como de la empirista baconiana, impulsando los métodos cuantitativos que
tanto han contribuido al desarrollo de las ciencias contemporáneas.

Muchos de los que han compartido inicialmente las tesis del positivismo,
136 cuando las han abandonado continúan reconociendo múltiples valores de
esta postura epistemológica, como es el caso del uruguayo José Enrique
Rodó, quien plantearía:

La iniciación positivista dejó en nosotros, para lo especulativo como


para la práctica y la acción, su potente sentido de relatividad; la jus-
ta consideración de las realidades terrenas; la vigilancia o existencia
del espíritu crítico; la desconfianza para las afirmaciones absolutas; el
respeto de las condiciones de tiempo y lugar; y la cuidadosa adapta-
ción de los medios a los fines; el reconocimiento del valor del hecho
mínimo y del esfuerzo lento y paciente en cualquier género de obra;
el desdén de la intención ilusa, el arrebato estéril, de la vana anticipa-
ción39.

Hoy nadie pone en duda los aportes de los métodos cuantitativos y en par-
ticular de las valiosas informaciones que se derivan de la adecuada utili-
zación de las estadísticas, aunque por supuesto teniendo siempre presente
que sus resultados no son enteramente confiables, si se tiene siempre pre-
sente aquella idea de Mark Twain y la de Lenin. Para el notable escritor nor-
teamericano existía la verdad, la mentira y las estadísticas, para el líder ruso

39. Rodó, José Enrique. Obras completas. Introducción general de Emir Rodríguez
Monegal. Aguilar, Madrid, 1957, p. 505.
Pablo Guadarrama González

las estadísticas pretenden probarlo todo, pero en verdad eso no siempre lo


logran, sino se manejan adecuadamente40.

En la actualidad puede resultar relativamente sencillo y necesariamente


justificado criticar el enfoque epistemológico positivista, pero si resulta ab-
solutamente imposible ignorar su papel en el desarrollo de la filosofía y la
evolución del conocimiento científico.

Algunos fundamentos existirán que expliquen por qué razón esta perspec-
tiva epistemológica no solo surgió, sino que fue adoptando diversas expre-
siones posteriores en el utilitarismo, el pragmatismo, el empiriocriticismo,
el positivismo lógico, lingüístico, etc. Numerosos investigadores científicos
y no solo filósofos se han identificado con estas expresiones, y aún sobre-
viven en algunos ámbitos, especialmente anglosajón. Si fuese una postura
epistemológica totalmente absurda difícilmente hubiese encontrado adep-
tos entre filósofos, científicos y profesores, quienes normalmente se desta-
can por no poseer un bajo coeficiente de inteligencia.

Por esa misma razón habrá que preguntarse ¿Acaso no existen también ra-
zones suficientes para que el enfoque positivista, con sus diversas formas de
manifestarse no tiene aún y tendrá posibilidades de revitalizarse? De ahí que
resulte imprescindible para investigadores científicos y profesores conocer
sus bases epistemológicas para en caso de que lleguen a compartirlas, al
menos lo sea conscientemente. 137

2. ¿Qué huella han dejado el utilitarismo y el pragmatismo


a la investigación científica y la praxis pedagógica?

Se suele afirmar que todos somos algo pragmáticos o utilitaristas en nuestras


actividades cotidianas, dada la incuestionable intención de obtener algún
tipo de provecho que subyace en cada una de ellas.

Por supuesto, todo dependerá de lo que se entienda por una actitud prag-
mática. Si se trata de considerar la práctica como pragma, derivada de ese
vocablo griego que tiene múltiples definiciones, entre las que se destaca la
de “conveniencia”, resultara algo muy diferente a concebirla como praxis.
Este último puede concebirse como aquella actividad que realiza el hombre
para transformar la naturaleza, la sociedad y su propia actividad espiritual
en condiciones históricas específicas, pero con la intención de que al co-

40. “La estadística debe dar, no columnas arbitrarias de cifras, sino la ilustración en
cifras de los distintos tipos sociales del fenómeno que se estudia, tipos que la vida
ha perfilado netamente o está en manos de perfilarlos”. Lenin, V. I, “La jornada y el
año de trabajo en la provincia de Moscú”, en Obras Completas. Editorial Cartago,
Buenos Aires, 1960, T. XVIII, pp. 255-256.
Para qué sirve la epistemología a un investigador y un profesor

rresponderse plenamente con sus circunstancias sirvan a otras también para


mejorarlas.

Estas dos distinguibles concepciones de la práctica en la filosofía contem-


poránea han dado lugar a posturas filosóficas muy divergentes, e inclu-
so contradictorias, como el pragmatismo y el materialismo histórico, entre
otras,. El primero entiende la práctica, en tanto que pragma, como aquella
actividad individual orientada hacia la obtención de un exitoso resultado
o fin provechoso, en el caso del segundo la práctica, como praxis41, porta
usualmente una connotación eminentemente social −no necesariamente
utilitaria, lo cual no debe significar que rechace el valor y la utilidad de
la acción humana cuando se trata de un hecho propiamente cultural42−, y
de dialéctica acción transformadora entre el sujeto y el objeto, de la cual
ambos resultan enriquecidos.

En el caso de aferrarse al razonamiento de concebir lo práctico solo como


beneficioso, lo cual no resulta siempre válido,43 es posible entonces llegar a
la muy cuestionable conclusión según la cual, no solo todos los seres vivos,
sino también hasta el mundo inorgánico asumen una postura pragmática, si

41. “Ahora bien, para que se enriquezca el con­cepto marxista de praxis será preciso
todavía que lo objetivo y lo subjetivo se correlacionen no sólo en esa forma —o sea,
138 como unidad de la necesidad histórica objetiva y de la acción real cons­ciente de los
hombres—, sino como unidad en el interior mismo de la acción real, de la praxis
misma; es decir, como actividad objetiva y subjetiva a la vez”. Sánchez Vásquez,
Adolfo. Filosofía de la praxis. Grijalbo, Barcelona, 1980, p. 141.
42. “La cultura expresa el grado de control que posee la humanidad en una forma
histórica y determinada sobre sus condiciones de existencia y desarrollo. Ese
dominio se ejecuta de manera específica y circunstanciada, por lo que puede ser
considerada de manera auténtica cuando se corresponde con las exigencias de
diverso carácter que una comunidad histórica, pueblo o nación debe plantearse”.
Guadarrama, Pablo. Lo universal y lo específico en la cultura. (Coautor Nikolai
Pereliguin). Ciencias Sociales, La Habana, 1989, p. 26; Guadarrama, Pablo. Cultura
y educación en tiempos de globalización posmoderna. Editorial Magisterio, Bogotá,
2006, p. 40.
43. “La ciencia, como modo específico de la práctica y de la conciencia social,
siempre queda supeditada a unos propósitos prácticos determinados. Pero de
ningún modo la práctica social se limita a la mera satisfacción de las necesidades e
intereses materiales productivos de los hombres. Si es verdad que ninguna ciencia
puede ser considerada como pura, no por eso se puede decir que toda ciencia sea
«aplicada»; tal distinción arbitraria y ambigua es un rótulo que no esclarece nada;
resulta de una vieja confusión, nacida ella misma de una situación social compleja.
El que tantos autores antiguos, griegos en su ma­yoría, tuvieran cierta idea de la
ciencia, no permite concluir que, tal como se practicaba entonces, corres­pondiera
a esta concepción. Según se suele considerar, los griegos serían excelentes teóricos
pero muy malos observadores”. Magalhaes, V. De–Vilhena. Desarrollo científico y
técnico y obstáculos sociales al final de la antigüedad. Editorial Ayuso, Madrid, 1971,
p. 35.
Pablo Guadarrama González

se considera que su conducta está determinada por la búsqueda de un fin


útil o provechoso.

Nadie puede dudar de que los animales se protegen para evitar algún mal
o se comportan en correspondencia con la obtención de algún beneficio,
bien sea de alimentación o abrigo, individual o para su especie. Lo mismo
podría argumentarse en lo referido al movimiento de una planta en su orien-
tación hacia los provechosos rayos del sol, o hasta en el caso del recorrido
de las aguas de un río en la “búsqueda” de la salida de sus aguas al mar,
si se llegase a compartir el hilozoísmo (hile=materia y zoo=animal), con-
cepción según la cual toda la naturaleza, tanto orgánica como inorgánica,
se encuentra animada, como suponían no solamente algunos pensadores
griegos, como Anaxímenes, sino muchas otras culturas de la humanidad.

Tales concepciones teleológicas (telos=fin, objetivo o propósito) pueden en-


contrarse ya en la antigüedad y en el medioevo cuando se llegó a sostener
que los cuerpos buscan sus lugares “naturales” o que la naturaleza “tiene
miedo al vacío”, como se argumentó al pretender explicar la causa del
movimiento del pistón en el émbolo de la máquina de vapor. Por supuesto
que la ciencia moderna abandonó tales criterios al museo de las incompe-
tencias epistemológicas de la humanidad.

Sin embargo, este criterio finalista reaparece frecuentemente en la concien-


cia cotidiana de quienes consideran la existencia de un destino fatal que 139
rige el devenir de todos los fenómenos del mundo natural o de la vida de las
personas, criterio este según el cual cada quien está predeterminado para
una actividad específica e incluso tiene predestinado el lugar y momento
en que va a morir. Pareciera que aquella concepción teleológica, dejada
atrás por la ciencia y la filosofía modernas −que con suficientes argumentos
racionales la han cuestionado− ha quedado relegada al lugar íntimo de la
fe religiosa de cada quien.44

Hegel se cuestionaba, muy racionalmente, que resultaría algo absurdo sus-


tentar la existencia de los árboles de alcornoque por la simple necesidad de
producir tapas de corcho para las botellas de vino. Del mismo modo que
resultaría un poco contraproducente pensar que los ratones existen porque
deben ser comidos por los gatos, y en el caso de estos, a su vez, se justifi-
que su existencia porque deben ser perseguidos por los perros, los cuales

44. “No hay fines que de-finan; ni fin último y único que fini­quite todo proceso, y
llegando a tal Fin, so­brevenga la paz eterna. Hay simples finales: estaciones que
el hombre comienza por inventar y construir en las que, inventadas y hechas,
descansa, y aun goza de una etapa del viaje; pero siempre le llegará, al hombre
en cuanto actual, el momento de sentirse encerrado, de-finido: de-limitado por lo
mejor hecho, por lo mejor «sido»”. García Bacca, Juan David. Elogio de la técnica.
Anthropos, Barcelona, 1987, pp. 60-61.
Para qué sirve la epistemología a un investigador y un profesor

existen porque los ciegos necesitan lazarillos que les sirvan para orientarse
al caminar.

Tales concepciones teleológicas alejan al investigador científico de la inda-


gación sobre las causas que producen los fenómenos y lo inducen a orien-
tarse solamente hacia el descubrimiento de sus fines o destinos, en corres-
pondencia con el criterio aristotélico de la existencia de causas finales45. De
acuerdo con tal criterio, se presupondría tal vez que la destrucción de un
puente se produciría porque estaba predestinado a caerse en un fatalmente
determinado momento. Por tanto, en correspondencia con tal criterio fina-
lista sobre el supuesto “destino” de las cosas y las personas, no sería necesa-
rio entonces preocuparse por el adecuado mantenimiento de sus vigas para
evitar su oxidación, consecuente fatiga y deterioro.

Algo similar ocurriría si un antropólogo llegase a la nefasta conclusión de


que una determinada lengua o cultura aborigen estuviese destinada por ley
inexorable a desaparecer ante el empuje “civilizatorio” y, en especial, de
la amenazante globalización, concebida como fatal proceso ante el cual
no se pueda asumir ninguna actitud para resguardar tal identidad étnica o
cultural.46

También sería el caso de un sociólogo que llegase a plantear que determi-


nado grupo de personas necesariamente llegaran a convertirse en delin-
140 cuentes por la sencilla razón de vivir y desarrollarse en un barrio marginal
donde sean frecuentes los delitos y la violencia.

En tales casos la investigación científica no tendría sentido alguno, pues se


partiría de la errónea concepción de que no se puede torcer el rumbo del
presunto “destino” de los procesos y las personas. Sería mejor que este tipo
de investigadores, con tales ideas pesimistas, se dedicasen a otras activida-
des que no tengan que ver con la investigación científica, porque en lugar
de beneficiar el progreso social lo obstaculizan.

Lo mismo sucedería con los maestros y profesores que asumiesen fatalmen-


te que sus estudiantes están destinados exclusivamente a desempeñar labo-

45. “Las otras causas lo son a la manera del fin y el bien de las demás, pues final
quiere significar esto: el mayor bien y el fin de los demás seres. Y en nada cambia
ello, llámese el bien lo que lo es o lo simplemente parece serlo”. Aristóteles.
Metafísica, Edición citada, p. 123.
46. “No es adecuado concebir a los procesos de globalización como expresión de
una ineludible fatalidad cultural, tampoco de un determinismo ciego de carácter
social, aunque el carácter objetivo de su existencia pueda prestar a confusión a
quienes la conciban como un designio ante el cual no queda nada que hacer, sino
solamente resignarse a sus efectos”. Guadarrama, Pablo. Cultura y educación en
tiempos de globalización posmoderna. Editorial Magisterio, Bogotá, 2006, p. 56.
http://biblioteca.filosofia.cu/php/export.php?format=htm&id=2181&view=1
Pablo Guadarrama González

res como empleados de servicio doméstico, o a lo sumo, a ser operarios de


algún tipo de maquinaria, pero jamás aspirar a una formación profesional
superior y mucho menos a desarrollarse como investigadores científicos,
dada la extraordinaria dependencia tecnológica y mercantil de los países
latinoamericanos respecto a los países desarrollados. En tal situación es mu-
cho mejor que abandonen su praxis pedagógica, porque lejos de beneficiar
el progreso educativo de su país, seguramente lo afectarían.

Marx se enfrentó audazmente a la fatalista tesis en boga en su época, pero


que aún subsiste entre algunas posturas pedagógicas y filosóficas, según la
cual el hombre siempre es un producto de las circunstancias, emanada del
empirista inglés John Locke, quien se opuso a la teoría cartesiana sobre las
ideas innatas47 y sostenía que el niño al nacer era como una hoja en limpio
(Tabula rasa). Ante ella, Marx antepuso su revolucionaria concepción antro-
pológica −superadora de cualquier actitud contemplativa, como había sido
común a casi todo el materialismo anterior a él−48, en la perspectiva desde
un humanismo práctico49 y concreto.

47. “(…) los hombres, con el solo empleo de sus facultades naturales, pueden
alcanzar todo el conocimiento que posee sin ayuda de ninguna impresión innata,
y pueden llegar a la certeza sin tales nociones o principios innatos”. Locke, John.
Ensayo sobre el entendimiento humano. Fondo de Cultura Económica, México, D.F.,
1956, p. 22. 141
48. “[III] La teoría materialista de que los hombres son producto de las circunstancias
y de la educación, y de que por tanto, los hombres modificados son producto de
circunstancias distintas y de una educación modificada, olvida que son los hombres,
precisamente, los que hacen que cambien las circunstancias y que el propio
educador necesita ser educado. Conduce, pues, forzosamente, a la sociedad en
dos partes, una de las cuales está por encima de la sociedad (así, por ej., en Robert
Owen)”. Marx, Carlos. Tesis sobre Feuerbach. https://www.marxists.org/espanol/m-
e/1840s/45-feuer.htm
49. “Por humanismo práctico –término utilizado por Marx en sus trabajos
tempranos como La sagrada familia y los Manuscritos económicos y filosóficos de
1844, así como los de humanismo concreto, humanismo positivo y humanismo
culto que diferenciaba del humanismo real de Feuerbach–, entendemos una postura
de compromiso activo, militante y arriesgado con la defensa de la dignidad de
determinados grupos humanos, que se diferencia del humanismo abstracto que
se limita a simples declaraciones filantrópicas, que no trascienden más allá de
cierta misericordia o postura piadosa ante indígenas, esclavos, siervos, proletarios,
mujeres, niños, minusválidos, etc. Un humanismo práctico debe distanciarse del
antropocentrismo que ha caracterizado generalmente a la cultura occidental
y tomar en consideración la imprescindible interdependencia entre el hombre y
la naturaleza”. Guadarrama, Pablo. “Humanismo y marxismo”. Marx Vive, IV.
Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, 2006, pp. 209-226; Marx y el marxismo
crítico en el siglo XXI. Colectivo de autores. Camilo Valqui Cachi y Cutberto Pastor
Bazán. (Coordinadores). Ediciones EON-Universidad Autónoma de Guerrero,
México, DF, 2011, pp. 313-332. http://es.scribd.com/doc/90507863/Cmilo-v-C-El-
Marxismo-Critico
Para qué sirve la epistemología a un investigador y un profesor

Reaccionó ante aquel fatalismo antropológico sustentando que las circuns-


tancias son humanamente modificables por el hombre, por lo que el propio
educador también necesita ser educado y no considerarse miembro de una
sempiterna élite perfecta. Es en esa misma ocasión cuando acentuaba el
valor de la praxis como actividad social, crítica, renovadora, en la que no
sólo debe modificar progresivamente el objeto, sino ante todo lo que es más
esencial el sujeto, pero no en un plano eminentemente individual como
preconiza el pragmatismo, sino en el social, que en definitiva ha posibili-
tado y sigue propiciando el permanente proceso de humanización del ser
humano frente a los poderes alienantes.

Una cierta actitud fatalista y teleológica subyace por lo regular detrás de


las posturas pragmáticas y utilitaristas, que, como continuidad de la pers-
pectiva positivista, tomaron auge en el siglo XIX con Jeremy Benhtam, John
Stuart Mill, Charles Anders Peirce, William James y John Dewey, así como
recientemente con Richard Rorty y Susan Haack, entre otros. Sin embargo,
algunos de los antecedentes del utilitarismo y el pragmatismo pueden en-
contrarse desde fines del siglo XVII en el empirismo de David Hume.

Algunas razones deben existir que justifiquen por qué el empirismo y el


agnosticismo propios de una concepción positivista han reaparecido y con-
tinúan manifestándose bajo nuevas formas hasta el presente.

142 El presupuesto pragmático lógicamente revela cierta postura agnóstica al


pretender negar o al menos obviar la validez de la causalidad en la con-
catenación universal de los fenómenos e inducir a la cómoda actitud de
renunciar a la búsqueda de sus causas, y en su lugar estimular solamente el
placer de descubrir sus fines, funciones, y sobre todo la utilidad, satisfac-
ción o felicidad que estos nos producen. Todo lo anterior se fundamenta en
la sugerente y no menos razonable —lo que no presupone necesariamente
su total validez— concepción de Jeremy Bentham, según la cual el hombre
siempre busca en su actividad la mayor felicidad posible.

Este criterio lo compartió John Stuart Mill, al fundamentar las bases antro-
pológicas del utilitarismo cuando sostenía que: “toda acción se realiza con
vista a un fin y parece natural suponer que las reglas de una acción debe
tomar todo su carácter y color del fin al cual se subordinan50. Por supuesto
que todo dependerá también de lo que se considere como una acción. Aun
cuando este acto se limitase a la sociedad humana, presupone desestimar o
cuando menos subestimar el papel determinante de los nexos causales de
tales relaciones e interesarse mucho más por el efecto utilitario que por las
razones que las produjeron.

50. Stuart Mill, John. El utilitarismo. Capítulo I, segundo párrafo. http://www.


antorcha.net/biblioteca_virtual/filosofia/utilitarismo/2.html
Pablo Guadarrama González

Una postura confluyente con el pragmatismo y el utilitarismo es también


el voluntarismo, pues al compartir puntos de partida subjetivistas llegan a
considerar que la realidad es una construcción de voluntades que se realiza
gracias a la vehemencia de sus actores. De ahí que Wells con razón sosten-
ga que: “El voluntarismo es el producto final lógico del método pragmático.
(…) Esta doctrina considera que si uno cree lo que quiere creer con suficien-
te tenacidad, aquello se convierte en un hecho existente para nosotros. El
voluntarismo es el producto final lógico del método pragmático.”51

Por supuesto que la voluntad desempeña un papel extraordinario no solo


en la vida política y social en general, sino en la praxis investigativa y peda-
gógica, por lo que de su adecuada estimulación puede depender el mayor
o menor éxito de la labor científica o educativa. Pero constituye una hi-
perbolización considerar que la construcción de la realidad es un produc-
to exclusivamente de sí misma, sin tomar en consideración adecuada los
factores materiales, sociales, económicos, etc., que pueden favorecerla u
obstaculizarla.

El empirismo ha embargado al utilitarismo y al pragmatismo. Por tal motivo


el análisis experimental ha tratado de imponerse en ellos, como se eviden-
cia en Stuart Mill al plantear:

El método comparativo es el que mejor nos proporciona la comproba-


ción de la superioridad cualitativa; y la regla para medirla con relación 143
a la cantidad, es la preferencia que sienten los que tienen mejores
oportunidades de experiencia, junto con los hábitos de la reflexión y
propia observación. Siendo éste, según la opinión utilitarista, el fin de
los actos humanos, es también necesariamente su criterio de morali-
dad. Podemos, pues, definirlo como el conjunto de reglas y preceptos
de humana conducta por cuya observación puede asegurarse a todo
el género humano una existencia como la descrita en la mayor exten-
sión posible; y no sólo al género humano, sino hasta donde la natura-
leza de las cosas lo permita a toda la creación consciente52.

Por lo tanto, se supedita la determinación de las causas como criterio de


verdad básicamente a aquellos “que tienen mejores oportunidades de expe-
riencia, junto con los hábitos de la reflexión y propia observación”. Lo que
nuevamente hace recordar al empirismo de Hume.

Al considerar que “el fin de los actos humanos es la moralidad” también


extralimita el terreno de esta última “no solo al género humano” sino algo
más allá de sus reconocidos límites, al mundo natural. Esta concepción

51. Wells, Harry. El pragmatismo filosofía del imperialismo. Editorial Platina, Buenos
Aires, 1964, p. 32.
52. Stuart Mill, John. El Utilitarismo, edi. cit. p. 6.
Para qué sirve la epistemología a un investigador y un profesor

presupone adoptar la muy cuestionable postura de admitir la existencia de


leyes morales en el mundo animal y natural en general.

Extrapolar comportamientos del mundo social al natural se observó también


en el darwinismo social spenceriano, con algunas consecuencias racistas
que se derivaron de él, no obstante la justificada intención holista y sistémi-
ca que animaba a este tipo de reduccionismo epistemológico.

Nada tiene de extraño el vínculo del utilitarismo con la ideología del libe-
ralismo, dada la confluencia exaltadora del individualismo subyacente en
ambas concepciones, no obstante las apariencias altruistas propugnadas
por este pensador inglés.

Para el utilitarista John Stuart Mill, “preguntarse por los fines es preguntarse
qué cosas son deseables. La doctrina utilitarista establece que la felicidad
es deseable, y que es la única cosa deseable como fin; todas las otras cosas
son deseables sólo como medios para ese fin”53.

Eso significaría que el científico o el profesor solo deben esperar del fin de
sus actividades productos deseables. Y en cierto modo esto podría justificar-
se pero ¿cuántas veces la cruda realidad les plantea a investigadores y edu-
cadores que los resultados de sus proyectos no coinciden con sus deseos
iniciales? Esto no debe conducirle a desechar los resultados alcanzados en
144 su labor investigativa, por inesperados o adversos a sus pretensiones de
partida que resulten, deban desecharse por considerar erróneamente que
no puedan contribuir de algún modo a algunas de las formas de la práctica
social, o incluso, extraordinariamente al enriquecimiento del saber.

La misma actitud de búsqueda de la verdad en articulación con el criterio


de utilidad ha estado presente en la génesis del pragmatismo, especialmen-
te en uno de sus primeros propulsores, el físico norteamericano Charles
Anders Peirce, cuando a fines del siglo XIX trató de esclarecer el proceso de
conformación de las ideas claras.

Su mayor preocupación no era la conquista de algún tipo de verdad,


por relativa que esta fuese, sino renunciar de hecho a toda posibilidad
de lograrla, por lo que proponía conformarse con la consolidación
de algunas “creencias”. A su juicio: “La realidad, como cualquier otra
cualidad, consiste en los efectos sensibles peculiares que producen las
cosas que forman parte de ella. El único efecto que tienen las cosas
reales es causar una creencia, pues todas las sensaciones que excitan
emergen de la conciencia bajo la forma de creencias. Por lo tanto, el
problema es: cómo distinguir la creencia verdadera (o creencia en lo
real) de la creencia falsa (o creencia en la ficción). Ahora bien…las

53. Ibidem. p. 15
Pablo Guadarrama González

ideas de verdad y falsedad en su pleno significado, pertenecen exclu-


sivamente al método experimental de establecer la opinión… 54

Nadie duda de las buenas intenciones de este pensador al tratar de evitar


confusiones muy comunes en el manejo de los conceptos y la búsqueda de
claridad y distintividad de las proposiciones, tarea en la que se destacaría
posteriormente el neopositivismo. Preocupación que con anterioridad ha-
bían formulado Descartes, Bacon55, Saint Simon y otros pensadores en la
afanosa búsqueda de ideas claras y distintas para alcanzar la verdad.

Una de las propuestas de Peirce resultaría muy valiosa al plantearse la ne-


cesidad de mejorar el instrumento de pensar, esto es el perfeccionamiento
de la lógica. Para él: “La auténtica primera lección que tenemos derecho a
pedir que nos enseñe la lógica es la de cómo esclarecer nuestras ideas. Es
una de las más importantes, sólo despreciada por aquellas mentes que más
la necesitan. Saber lo que pensamos, dominar nuestra propia significación,
es lo que constituye el fundamento sólido de todo pensamiento grande e
importante”56.

Indudablemente constituye una valida preocupación de Peirce insistir en


la necesidad de determinar con precisión la significación y sentido de las
palabras. Por tal motivo Merrell destaca sus aportes al nacimiento de la
semiótica57.
145
Pero el gran problema que se observa en Peirce es que al cuestionarse todos
los presupuestos de la lógica hasta su época y en especial las dificultades
que se le presentan al sujeto en la búsqueda de la creencia, que para él
es más importante que la verdad, sostiene que: “la irritación de la duda
excita la acción del pensamiento, que cesa cuando se alcanza la creen-
cia; de modo que la sola función del pensamiento es la producción de la

54. Peirce, Charles. A. The Phiposophy of Peirce, Selected Writting. Ed. Justus
Buchler, New York, 1940, p. 36.
55. Bacon combatió abiertamente desde una lógica inductiva con bases empíricas el
dogmatismo de la escolástica que había absolutizado la evidencia como criterio de
verdad. “Francis Bacon”. Colectivo de autores dirigido por Oiserman, T. Geschichte
der Dialektik 14. Bis 18. Jahrhundert, Dietz Verlag, Berlin, 1979, T. II, p. 99.
56. Peirce, Charles S. Cómo esclarecer nuestras ideas. Traducción castellana y
notas de José Vericat (1988) http://www.unav.es/gep/HowMakeIdeas.html Epígrafe
6, p. 3.
57. “Es de singular importancia que Peirce, como filósofo, hubiera dedicado tanto
tiempo a la meditación del signo en su sentido general en vez del signo según
alguna definición relativamente estrecha. Y es notable que Peirce haya luchado
toda su vida, a menudo con pasión, por llegar a la comprensión más profunda
posible acerca del signo, sobre todo con respecto a la problemática de lo que es la
significación, es decir, el proceso en que los signos se vuelven otros signos”. Merrell,
Floyd. Semiótica de C.S. Peirce. Universidad del Zulia, Maracaibo, 1998, p. 8.
Para qué sirve la epistemología a un investigador y un profesor

creencia”58. Por supuesto que el término creencia se utiliza aquí en el mis-


mo sentido que Hume, esto es, muy distante de su raigambre religiosa. Pero
aun así, vale la pena reflexionar si el investigador científico y el profesor
deben consagrar su vida solo a la conformación de creencias, en lugar de ir
en búsqueda de verdades, por relativas que estas sean.

Peirce consideraba que “toda la función del pensamiento es la de producir


hábitos de acción”,59 por lo que aquellas ideas, en correspondencia con su
postura pragmática, que no estuviesen en el pensamiento relacionadas con
tales hábitos de acción no tendrían ninguna relevancia. De esto se puede
derivar la paradójica concepción según la cual las ideas que solo inciden
en la gestación de nuevas ideas, cuya trascendencia a la esfera del mundo
“práctico” no se pudiese constatar de manera inmediata, podrían ser cues-
tionadas como inútiles en el discurso pragmatista.

No se debe olvidar que Peirce planteaba tales criterios en la segunda mitad


del siglo XIX, cuando precisamente se estaba produciendo el trascendental
viraje en que el protagonismo de la tecnología y el empirismo, alcanzado
durante el auge de la Revolución Industrial, recién comenzaba a trasladarse
a las ciencias y por tanto, a la reflexión teórica, como lo evidenciaría el
desarrollo de la geometría no euclideana y la física cuántica.

También en Fichte la acción había sido considerada como algo vital en la


146 filosofía, pero sobre bases totalmente subjetivistas a partir de llamada “teo-
ría de la ciencia” cuyo único asidero era el “Yo”, sin ningún nexo con la
realidad objetiva, como se revela en esta afirmación: “Según la teoría de la
ciencia, está toda conciencia determinada por la conciencia de sí, es decir,
todo lo que se presenta en la conciencia está fundado, dado, producido, por
las condiciones de la conciencia de sí, y un fundamento de ello exterior a
la conciencia de sí no lo hay en absoluto”60. ¿Puede acaso un investigador
serio asumir como presupuesto tal fundamento subjetivista de dicha “teoría
de la ciencia” fichteana para arribar a conclusiones apoyadas en verdades?

En la perspectiva subjetivista de Peirce existen muchas coincidencias con


esta concepción eminentemente subjetiva de la acción humana. La concep-
ción de la acción y la actividad que debe subsumirla, esto es, la práctica,
tendría para Peirce una connotación muy especial, ya que su fundamento
radicaría en lo tangible, en lo empíricamente percibible y ”práctico”.

58. Peirce, Charles S. Cómo esclarecer nuestras ideas. Traducción castellana y


notas de José Vericat (1988) http://www.unav.es/gep/HowMakeIdeas.html p. 4.
59. Ibidem, p. 6
60. Fichte, Johang Gottlieb. “Primera y segunda introducción a la teoría de la ciencia”
en Antología Historia de la Filosofía. Filosofía Clásica Alemana. Buch Sánchez, Rita.
Directora Académica. Editorial Félix Varela, La Habana, 2012, T. V., p. 94.
Pablo Guadarrama González

­ ué puede suceder si un investigador científico se deja seducir por el si-


Q
guiente criterio pragmático propugnado por Peirce: “Para desarrollar su
significación tenemos simplemente que determinar, por tanto, qué hábitos
involucra. Ahora bien, la identidad de un hábito depende de cómo puede
llevarnos a actuar, no meramente bajo las circunstancias que probablemente
se darán, sino bajo las que posiblemente puedan darse con independencia
de lo improbables que puedan ser. Lo que el hábito es depende de cuándo
y cómo nos mueve a actuar. Por lo que respecta al cuándo, todo estímulo a
la acción se deriva de la percepción; por lo que respecta al cómo, todo pro-
pósito de la acción es el de producir un cierto resultado sensible. Llegamos,
así, a lo tangible y concebiblemente práctico como raíz de toda distinción
real del pensamiento, (la cursiva es nuestra, P. G.) con independencia de lo
sutil que pueda ser; y no hay ninguna distinción de significación tan afinada
que no consista en otra cosa que en una posible diferencia de la práctica.”61.

En caso de aceptar tal presupuesto el investigador y el profesor inexorable-


mente se conducirán al callejón sin salida de un empirismo estrecho, que
ha de impedirle elevar el imprescindible vuelo teórico demando siempre
por la genuina actividad científica.

“Pretendiendo ser muy práctico, −plantea con acierto Mario Alfaro− se po-
dría llegar a considerar el conocimiento científico con desdén y hasta con
cierto desprecio con lo cual se estaría haciendo un flaco favor a la cien-
cia y se obviaría la rigurosidad con que deben ser analizados los proble- 147
mas, y en lugar de refutar, contrastar, verificar, etc., simplemente actuaría,
con lo cual se hace daño a la cultura, pues se sembraría el germen de la
improvisación.”62

La ciencia para constituirse propiamente exige un nivel teórico de elabora-


ción. De lo contrario se pueden acumular muchas experiencias y hasta re-
cordar sucesos que pueden reproducirse con una gran exactitud, pero esta
condición no le otorga a tales rememoraciones automáticamente el estatus
de teoría científica, para ello se exigen una adecuada formulación y argu-
mentación lógica, que posibilite demostrar la validez de los enunciados que
se infieran de las experiencias acumuladas, que por supuesto no tienen que
ser de manera necesaria de un solo investigador aislado.

Cuando se supedita el conocimiento científico a la “significación” de los


“hábitos de acción”, como plantea Peirce, pareciera que la cuestión resulta

61. Peirce, Charles S. ¿Cómo esclarecer nuestras ideas?, (1878), Traducción


castellana y notas de José Vericat (1988) http://www.unav.es/gep/HowMakeIdeas.
html p. 7.
62. Alfaro, Mario. “El pragmatismo: ¿Virtud o debilidad?,” en Roy Ramírez, Edgar.
(Compilador) Tras el termino tecnología y otros ensayos. Editorial Tecnológica de
Costa Rica, 1995, p. 140.
Para qué sirve la epistemología a un investigador y un profesor

muy simple. En ese caso solo se trataría de tomar nota sobre la sucesión
de acontecimientos en el proceso investigativo y por reiteración sucesiva
se convertiría en una usual costumbre, que debe ser reconocida como la
verdad. Pudiera entonces el lector reflexionar sobre ¿cuáles implicaciones
tendría en su área de trabajo investigativo o en su praxis pedagógica si se
considerase satisfecho de alcanzar la verdad con simplemente sistematizar
un conjunto de hábitos a los cuales les encontrara “significación” en su
labor, sin importarle mucho su trascendencia teórica, ni la posibilidad de
formular teorías sobre sus posibles tendencias de desarrollo, regularidades
o leyes del área del conocimiento objeto de su atención?

Algunos pudieran sostener que lo importante es que se logren los objetivos


inmediatos y prácticos deseados en la investigación, sin tener que preocu-
parse demasiado por la trascendencia teórica de los descubrimientos cientí-
ficos. Ante lo cual correspondería formularse el siguiente cuestionamiento:
¿hubiera llegado la humanidad al nivel de desarrollo tecnológico y al nivel
de vida promedio actual si hubiera renunciado a la búsqueda de las causas
de los fenómenos del mundo natural y social, y se hubiera conformando
con la constatación empírica de la efectividad de los hábitos y costumbres
de determinados investigadores? Si se añade la pregunta central del presen-
te libro: ¿para qué sirve la epistemología en al investigador científico y el
profesor? Algún sentido tendrá conocer tales posturas utilitaristas y pragmá-
ticas bien sea para evitarlas o para asumirlas, si lo desea que sea, al menos,
148 sobre bases conscientes.

No se puede desestimar la incidencia ideológica subyacente en una postura


pragmática, la cual ha conducido a algunos investigadores a considerar el
pragmatismo como la filosofía del imperialismo yanqui63.

Con independencia de que haya sido o no reconocida como una filosofía


oficial de los Estados Unidos de América, −incluso mucho antes de que se
formularan las bases epistemológicas de esta filosofía− no cabe duda de
que son innumerables los ejemplos de la política expansionista de ese co-
loso del Norte coincidentes con el pragmatismo.

Una vez lograda la independencia de Inglaterra, los gobernantes de los Es-


tados Unidos de América no apoyaron las de las colonias iberoamericanas
porque algunos de sus líderes como Jefferson, consideraron que no existían

63. “Desde esta concepción iniciada por Peirce, la formulación técnica del pragmatismo
fue bien adaptada para servir los propósitos rapaces de la clase capitalista en la era
del imperialismo”. Wells, Harry. El pragmatismo filosofía del imperialismo. Editorial
Platina, Buenos Aires, 1964, p. 45.
Pablo Guadarrama González

condiciones para que en caso de que esta también de pudiera lograrse, re-
sultase provechosa a los intereses norteamericanos.

Cuando habían logrado cierta madurez y consolidación como país no solo


compraron la Louisiana a Francia, la Florida a España y Alaska a Rusia, sino
que elaboraron la Doctrina Monroe. Paulatinamente se fueron adueñando
de partes de territorios de países latinoamericanos cercanos como México,
Panamá, Cuba y Puerto Rico y de otros, o algo más distantes, como Alaska,
Hawái, Guam, etc.

En los últimos años, sin necesidad de anexarse otros territorios, ha podido


instalar bases militares en todo el orbe para proteger sus intereses estratégi-
cos y por medio de justificaciones −como la existencia de terroristas de Al
Khaeda en Afganistán, la existencia de armas de exterminio masivo en Irak
o el bombardeo de la población civil por las fuerzas de Gadafi en Libia− ha
logrado sus objetivos de dominación neocolonial y control de los recursos
energéticos de esos países.

Bien es sabido que en todos los anteriores casos los gobiernos norteameri-
canos han tenido actitudes complacientes o incluso propiciadoras de dic-
tadores, pero cuando les ha interesado han dado un pragmático vuelco a
sus respectivas políticas y los han convertido no propiamente en enemigos,
pero al menos en gobiernos “algo” criticables por sus violaciones de los
derechos humanos, etc. 149

Son múltiples los ejemplos como en los apoyos a las dictaduras de Batista,
Somoza, Rojas Pinilla, Trujillo, Pinochet, Videla, etc. Luego aparecen las
excusas imprescindibles ante los errores cometidos, la falta de información
suficiente, etc., −como haría el presidente George W. Buch respecto a la no
existencia de armas de exterminio masivo en Irak, que le había servido para
intervenir en ese país− pero ya algo tardíamente pues los hechos han sido
consumados y los objetivos utilitariamente alcanzados.

Pareciera así tener la razón la utilitaria tesis de Goebels, según la cual una
mentira repetida mil veces se convierte en verdad, que todos coinciden en
considerar epistemológicamente falsa, pero que ideológica y pragmática-
mente sí funciona con éxito. Eso, al parecer, para determinados intereses es
lo más importante.

El utilitarismo y el pragmatismo no solo han dejado una significativa huella


epistemológica e ideológica en el terreno de la filosofía y la política, espe-
cialmente entre los que comparten la maquiavélica concepción de que “el
fin justifica los medios,” sin que esto signifique que el autor de El príncipe
sea reconocido como el antecedente principal de estas corrientes epistemo-
lógicas. Ahora bien, no cabe la menor duda de que, analizadas algunas de
sus ideas estrictamente en relación con posibles semejanzas con las de au-
Para qué sirve la epistemología a un investigador y un profesor

tores más recientes impulsores del utilitarismo y el pragmatismo, el célebre


florentino evidencia cierto aire de familia.

Especialmente el pragmatismo y el utilitarismo han dejado huellas en el te-


rreno de la investigación científica tanto en las ciencias naturales y técnicas,
como se puede apreciar en el físico Peirce, aunque es en el terreno de las
ciencias sociales como la sicología, la pedagogía y la sociología donde se
ha evidenciado mejor su impronta.

El sicólogo norteamericano William James no dudó en considerarse un con-


tinuador de la tradición empirista al proclamarse como un defensor de un
“empirismo radical” que, a su juicio, “indudablemente, en este campo de
la verdad son los pragmatistas, y no los racionalistas, los más genuinos de-
fensores de la racionalidad del Universo.”64

De ahí que su empirismo se mostrase no tan radical como declaraba, pues


consideraba que: “En el momento en que el pragmatismo pregunta esta
cuestión comprende la respuesta: ideas verdaderas son las que podemos
asimilar, hacer válidas, corroborar y verificar; ideas falsas, son las que no.
Esta es la diferencia práctica que supone para nosotros tener ideas verdade-
ras; éste es, por lo tanto, el significado de la verdad, pues ello es todo lo que
es conocido de la verdad”.65 Pasaba de esa forma por alto que no son sola-
mente las ideas verdaderas las que se pueden asimilar, pues, con frecuencia
150 también las mentiras resultan fácilmente creíbles, por supuesto, e intentan
hacerse válidas. Otra cuestión es que en realidad lo sean.

Al insistir en la corroboración y la verificación de las verdades le iría prepa-


rando el terreno, en esta crucial cuestión, al positivismo lógico del Círculo
de Viena. Sin embargo, su empirismo no le haría ignorar, como sucedió
luego con los neopositivistas, que el camino de la ciencia no debe ser de-
jado exclusivamente a la verificación empírica. De ahí su aseveración de
que “Los procesos que se verifican indirectamente o sólo potencialmente,
pueden, pues, ser tan verdaderos como los procesos plenamente verifica-
dos. (…) Pero no son los hechos los únicos artículos de nuestro comercio.
Las relaciones entre ideas puramente mentales forman otra esfera donde se
obtienen creencias verdaderas y falsas, y aquí las creencias son absolutas o
incondicionadas”66, lo que no significa que necesariamente lo sean.

Para su pragmático juicio lo más importante es que “Actúan como actuarían


los procesos verdaderos, nos proporcionan las mismas ventajas y solicitan

64. http://www.antorcha.net/biblioteca_virtual/filosofia/pragmatismo/6.html
65. James, William. “Concepción de la verdad según el pragmatismo”. Nicolás,
Juan y Frapoli, Marías José, Editores. Teorías contemporáneas de la verdad. Tecnos,
Madrid, 2012, p. 536.
66. Ibidem, p. 539
Pablo Guadarrama González

nuestro reconocimiento por las mismas razones”.67 Sin embargo, insiste en


que “Todo esto en el plano del sentido común de los hechos, que es lo úni-
co que ahora estamos considerando”,68 lo cual en definitiva es lo que más le
interesaba sustentar. Debe recordarse que la Escuela de Port Royal también
había colaborado en erigir las bases del empirismo moderno con su “lógica
del sentido común” (common sense).

Al dar continuidad al común criterio de los positivistas de tratar de diluir el


contenido de la filosofía en la ciencia, James plantea:

El pragmatismo es un método de la filosofía. La filosofía es una rama


de la ciencia positiva, es decir, una ciencia teórica de investigación
que inquiere lo que es el hecho en contraposición a las matemáti-
cas puras, que pretende meramente saber lo que se sigue de ciertas
hipótesis, que no hace observaciones, sino que se contenta con la
experiencia que afluye a todo hombre durante su vida. El estudio de
la filosofía consiste pues, en la reflexión cuya guía estriba en mantener
constantemente a la vista su propósito y el propósito de las ideas que
analiza, ya posean estos fines la naturaleza y usos de la acción y del
pensamiento.69

Como puede apreciarse intenta reducir la filosofía a un método utilitario en


función de servir al hombre en la vida social.
151
Por supuesto que resulta válido concebir a la filosofía como una concep-
ción que sea útil y por tanto pueda ser utilizada como medio de perfeccio-
namiento social. Precisamente en la medida en que esta pueda contribuir
a un mejor proceso de búsqueda y reflexión a investigadores y profesores
resultará más valiosa su contribución epistémica, pero lo que resulta con-
trovertible es que se valore su significación solo por la utilidad práctica
desde una perspectiva experimental, como pretende el pragmatismo.

Es cierto en parte, como plantea Elsa Martínez Ortiz, que “En la educa-
ción pragmática las ideas deben relacionarse con sus consecuencias prác-
ticas y responder a problemas sociales. La educación progresista acentúa
el aprendizaje a través de la acción y deja de considerar al niño como un
puro recipiente pasivo de la educación”70. Esta concepción coincide con
las ideas y propuestas pedagógicas de Paulo Freire en sus críticas a lo que
llamó educación bancaria. Pero también es cierto que hace mayor énfasis
en el beneficio individual que en el social, como lo revela esta idea de John

67. Idem.
68. Idem.
69. James, William. Pragmatismo. Buenos Aires, Aguilar, 1975, p. 66.
70. Martínez Ortiz, Elsa. Pragmatismo y american way of life. Editorial Torres
Asociados, México, 2003, p. 48.
Para qué sirve la epistemología a un investigador y un profesor

Dewey: “Una filosofía que ha elevado el puesto de autoridad suprema, las


necesidades e iniciativas de los individuos que buscan el logro personal”71.

Tal criterio utilitarista se observa mucho mejor cuando sostiene:


La educación pragmática debe tender a buscar el máximo beneficio,
quiere en su mayor parte descubrir cómo hacer cosas con la máxima
posibilidad de éxito”72. Sin embargo, tal vez algo avergonzado de las
consecuencias que pueden derivarse de fomentar en las nuevas ge-
neraciones tal actitud individualista previene del utilitarismo “Debe
protegerse al niño de algunos de los aspectos rudos y excesivamente
utilitarios de la civilización moderna. 73

A la filosofía y la pedagogía de orientación pragmatista no le interesan tanto


la explicación −y mucho menos la correspondencia de estas con la reali-
dad objetiva− como la comprensión intersubjetiva74 con los riesgos de es-
cepticismo y agnosticismo que esta concepción conlleva. “La comprensión
consiste en saber cómo funcionan las cosas y cómo hacerlas”.75 No interesa
tanto el por qué o las causas de los procesos, sino el cómo.

La comprensión constituye también un instrumento epistémico que contri-


buye a una concepción más integral de la realidad, porque permite tomar
en consideración otros componentes que necesariamente forman parte de
la condición humana, como la emotividad, la voluntad, la dimensión espi-
152 ritual, ética, estética, etc. Este hecho ha dado lugar a que algunos filósofos,
como Ernst Cassirer,76 consideran que el hombre es ante todo un ser sim-
bólico.

Es lógico que para una mejor valoración de la actividad humana tales di-
mensiones de su espiritualidad resultan indispensables, pues el ser humano
no se reduce a su actividad lógica o racional. Sin embargo, limitar la fun-
ción de la investigación científica a la simple habilidad para alcanzar un
fin, o sea saber cómo lograrlo, sin tener necesidad de conocer las causas
que lo determinan, resulta nefasto para el progreso científico. Tomar en
consideración solo los resultados y no los procesos que deben conducir
metodológicamente a alcanzarlos atenta contra la investigación científica.

71. Dewey, John. El hombre y sus problemas. Buenos Aires, Editorial Paidos, 1961,
p. 58
72. Dewey, John. La ciencia de la educación. Editorial Losada, Buenos Aires, 1941,
p. 16.
73. Dewey, John. La educación de hoy. Editorial Losada, Buenos Aires, 1965, p. 20.
74. “Si hemos de dar una explicación apropiada a la objetividad, debemos renunciar
a toda forma de representacionismo; debemos apelar a las prácticas justificatorias
intersubjetivas (o mejor sociales).” Bernstein, Richard J. El giro pragmático. Anthropos-
Universidad Autónoma Metropolitana, México, 2013, p. 119.
75. Dewey, John. El hombre y sus problemas, edi. cit., p. 58.
76. Véase: Cassirer, Ernst. Filosofía de las formas simbólicas. México, FCE, 1979.
Pablo Guadarrama González

En una ocasión, una vez concluida una práctica de laboratorio, un colega


le preguntó a un estudiante cómo había podido cumplir exitosamente con
la tarea asignada. Su respuesta fue que no sabía exactamente que proce-
dimiento utilizó pues había experimentado varias conexiones de los com-
ponentes electrónicos hasta que uno por casualidad le dio resultado, pero
lamentablemente no tomó nota de cada paso del método utilizado, por lo
que no podía ofrecerle una información fidedigna sobre cómo lograr el
resultado exigido.

Es claro que el colega quedó muy desanimado, pero también debió así sen-
tirse el propio estudiante que había cumplido exitosamente la tarea, pues
en caso de que tuviese que repetirla, ni el mismo podría hacerlo de forma
adecuada de nuevo. ¿Puede la ciencia basarse en tales criterios de casua-
lidades o de resultados exitosos, sin conocer el método que conducen a
alcanzarlo? La ciencia, en verdad, debe desarrollar más los métodos con
toda la rigurosidad necesaria, pues los resultados siempre son circunstan-
ciales, condicionados históricamente y jamás absolutos, a lo sumo incluyen
un núcleo duro de verdades que deben ser completados luego por otros
investigadores.

El parentesco de James con el positivismo lógico, motivó el intento de uno


de sus seguidores, Alfred Ayer, por defenderlo, al aducir que su perspectiva
utilitarista de la verdad se debía básicamente a un problema de su forma de
expresión y no a su contenido conceptual. Como si en filosofía y en la cien- 153
cia pudiese desdoblarse fácilmente lo que se expresa de lo que realmente
se quiere expresar en cualquier tema.

Si el pragmatismo ha tenido influencia de un modo u otro en la vida cientí-


fica, filosófica y pedagógica de algunas instituciones y países, como Estados
Unidos de América, deben existir razones que lo justifiquen y hayan hecho
atractivo. De otro modo no se explicaría su acogida. A la vez se debe pensar
que no todos los efectos de esa perspectiva epistemológica deben ser con-
siderados negativos.77

77 “De una actualidad bastante sorprendente, tales consideraciones no se


quedan para Dewey en un ámbito puramente teórico; en 1896 funda en Chicago una
es­cuela-laboratorio en la que el trabajo de los alumnos se organiza en función de
los intereses y necesidades característicos de cada edad. Más tarde, en colaboración
con Kilpatrick, experimenta y formaliza su «método de proyectos» que designa la
acti­vidad espontánea y coordinada de un grupo restringido de alumnos dedicado
metó­dicamente a la ejecución de un trabajo, que constituye una totalidad, elegido
libre­mente por los niños; estos poseen así la posibilidad de elaborar un proyecto
en común y ejecutarlo compartiendo la misión. Estimulando, pues, la iniciativa
responsable de cada uno en el seno del grupo, este método derrumbaba los planes
de estudios tradicionales, influyendo mucho en el sistema escolar americano”. Ginet,
Dominque. “El grupo en pedagogía”. Avanzini, Giy. Coordinador. La pedagogía en el
siglo XX. Narcea SA. Editores, Madrid, 1987, pp. 194-195.
Para qué sirve la epistemología a un investigador y un profesor

En primer lugar, cabe destacar que como heredero del positivismo, el prag-
matismo mantuvo la misma actitud crítica ante cualquier postura metafísica
y especulativa característica de su antecesor. Incluso, aunque algunos de
sus propugnadores, como el propio James, eran fervientes religiosos, supie-
ron eficazmente diferenciar los respectivos campos de acción de la filoso-
fía, la ciencia y la religión. Esto motivó cierto nivel de credibilidad también
en círculos intelectuales laicos donde las conquistas del pensamiento mo-
derno estaban bien consolidadas.

Una de las razones elementales de la favorable recepción del pragmatismo


puede radicar en el propio sentido del acto epistemológico, pues nadie
debe dudar de que el hecho de conocer la verdad, en cualquier circuns-
tancia, resulte de extraordinaria utilidad, del mismo modo que conocer la
falsedad. De aquí que sea comprensible la afirmación de James

La importancia para la vida humana de poseer creencias verdaderas


acerca de hechos, es algo demasiado evidente. Vivimos en un mundo
de realidades que pueden ser infinitamente útiles o infinitamente per-
judiciales. Las ideas que nos dicen cuáles de éstas pueden esperarse,
se consideran como las ideas verdaderas en toda esta esfera primaria
de verificación y la búsqueda de tales ideas constituye un deber pri-
mario humano. La posesión de la verdad, lejos de ser aquí un fin en
sí mismo es solamente un medio preliminar hacia otras satisfacciones
154 vitales.78

Las derivaciones pragmáticas de este enunciado, James trata de justificarlas


cuando afirma: “Si me hallo perdido en un bosque, y hambriento, y en-
cuentro una senda de ganado, será de la mayor importancia que piense que
existe un lugar con seres humanos al final del sendero, pues si lo hago así y
sigo el sendero, salvaré mi vida. El pensamiento verdadero, en este caso, es
útil, porque la casa, que es su objeto, es útil. El valor práctico de las ideas
verdaderas se deriva, pues, primariamente de la importancia práctica de sus
objetos para nosotros. Sus objetos no son, sin duda alguna, importantes en
todo momento.”79 Sin duda, en ese caso como en otros similares un signo
o señal de la existencia de algo o alguien que nos pueda ayudar resulta de
vital importancia, pero de ahí a inferir una absoluta igualdad entre verdad y
utilidad existe un gran trecho.

James insiste en el valor práctico de la verdad, y es cierto que esta resulta


útil y práctica pero considerar que algo que no nos resulte útil o agradable
no es verdadero, resulta realmente insostenible desde el punto de vista ló-

78. James, William. “Concepción de la verdad según el pragmatismo”. En Nicolás,


Juan y Frapoli, María José (Editores). Teorías contemporáneas de la verdad. Tecnos,
Madrid, 2012, pp. 536-537.
79. Idem, p. 537.
Pablo Guadarrama González

gico, −como se infiere de su consideración sobre la verdad, al considerar:


“Se puede decir de ella que es útil porque es verdadera o que es verdadera
porque es útil. Ambas frases significan exactamente lo mismo, a saber: que
se trata de una idea que se cumple y que puede verificarse. Verdadera es el
nombre para la idea que inicia el proceso de verificación; útil es el califica-
tivo de su completa función en la experiencia”−80 puede conllevar no solo
a graves errores en la actividad científica y pedagógica, sino también en la
vida cotidiana.

¿Cuántos experimentos, entrevistas, encuestas, instrumentos metodológi-


cos, etc., aplica un investigador con la incertidumbre inicial de la posibili-
dad de validar o no la hipótesis principal de su proyecto? ¿Tendrá este que
aceptar la condición de verdadera o falsa de la conclusión que extraiga de
tales ejercicios experimentales por el hecho de que satisfagan su agrado o
no le resulten útiles? Se debe tener muy presente que también el fracaso
puede resultar muy útil y que de los errores en ocasiones se aprende más
que de los resultados exitosos.

De manera muy inteligente James, quien estaba al tanto de los aportes de la


axiología a fines del siglo XIX e inicios del siglo XX, incluiría en sus reflexio-
nes sobre la verdad el tema del valor. Este tema fue adquiriendo carta de
ciudadanía en el seno de corrientes de corte irracionalista y fideísta (fide=fe)
como se apreció en la filosofía de la vida, la fenomenología, el existencia-
lismo, la hermenéutica, etc., pero resulta significativo que una tendencia 155
heredera del empirismo y el positivismo, como el pragmatismo, en el caso
de James, le otorgara cierta atención al tema axiológico. Esto se pone de
manifiesto cuando sostiene:

De esta circunstancia el pragmatismo obtiene su noción general de


la verdad como algo esencialmente ligado con el modo en el que
un momento de nuestra experiencia puede conducirnos hacia otros
momentos a los que vale la pena de ser conducidos. Primariamente,
y en el plano del sentido común, la verdad de un estado de espíri-
tu significa esta función de conducir a lo que vale la pena. Cuando
un momento de nuestra experiencia, de cualquier clase que sea, nos
inspira un pensamiento que es verdadero, esto quiere decir que más
pronto o más tarde nos sumiremos de nuevo, mediante la guía de tal
experiencia, en los hechos particulares, estableciendo así ventajosas
conexiones con ellos.81

El mismo se percató de que “Esta es una explicación bastante vaga, pero es


conveniente retenerla porque es esencial”82.

80. Ibidem.
81. Idem, pp. 537-538.
82. Idem, p. 538.
Para qué sirve la epistemología a un investigador y un profesor

¿Qué inferencia puede elaborar un investigador científico o un profesor de


la siguiente tesis conclusiva de James: “La verdad en la ciencia es lo que
nos da la máxima suma posible de satisfacciones, incluso de agrado, pero
la congruencia con la verdad previa y con el hecho nuevo es siempre el
requisito más imperioso.”83

La respuesta puede parecer sencilla, pero en realidad no lo es, pues cual-


quier investigador o profesor no está exento de caer consciente o incons-
cientemente en estas confusas redes del utilitarismo y el pragmatismo.

¿Puede resultar aceptable desde el punto de vista genuinamente científico a


un investigador aceptar un resultado de un experimento como válido senci-
llamente porque le resulte agradable? ¿Es conveniente que profesores trans-
mitan a sus estudiantes este criterio? Si la ciencia y la docencia se rigiesen
por tales criterios subjetivistas sus resultados serían nefastos y sus avances
muy cuestionables.

Adam Schaff se plantearía el siguiente cuestionamiento:

Para el pragmatismo, ¿la verdad tiene carácter objetivo o subjetivo?


¿Qué posición adopta el pragmatismo ante el problema del carácter
abso­luto y relativo de la verdad? Las respuestas a estos interrogantes
tienen un significado decisivo ya que la definición de la verdad resume
156 esencial­mente la posición de un sistema filosófico en el dominio de
la gnoseología y en el de la ontología. El intento de los pragmatistas
de eludir y excluir estas respuestas en sus escritos choca con un gra-
ve obstáculo en la consecuente confusión conceptual, confusión que
antes hemos señalado como una característica esencial de la doctrina.
Sin temor a exagerar se puede decir que el pragmatismo es un esfuer-
zo por unificar, o por lo menos de recoger todas las doctrinas idealistas
contemporáneas de la verdad, pero con la pretensión de mantenerse
en el terreno del “realismo” y de la definición clásica de la verdad.84

El pragmatismo de James estuvo emparentado también con el empiriocriti-


cismo y el convencionalismo al coincidir de algún modo con las tesis de la
“economía del pensamiento,” según la cual el investigador debe tratar de
alcanzar la verdad lo antes posible, economizando procesos mentales sin
importarle mucho la coincidencia o no de sus conclusiones con la realidad.
Este enunciado partía de una premisa falsa al considerar que “todas las co-
sas existen en géneros y no singularmente”,85 lo que a su juicio justificaría
evadir una posible “verificación completa”. Por supuesto que tal criterio le

83. Ibidem.
84. Schaff, Adam. La teoría de la verdad. Editorial Lautaro, Buenos Aires, 1964, p.
286.
85. James, William. “Concepción de la verdad según el pragmatismo”, edi. cit. p.
542.
Pablo Guadarrama González

establecería al conocimiento científico un obstáculo insalvable, justificador


del escepticismo y agnosticismo, al no reconocer la adecuada correlación
dialéctica entre lo singular, lo particular y lo universal. En correspondencia
con ese endeble presupuesto epistemológico de la economía del pensa-
miento –pero desde un distanciamiento crítico del empirismo al desconfiar
de la capacidad cognitiva de las sensaciones86− Henry Poincaré planteaba:
“El célebre filosofo vienes Mach, dijo que el papel de la ciencia es producir
economía de pensamiento de la misma manera que la máquina produce
economía de esfuerzo. Y esto es muy justo. La importancia de un hecho se
mide entonces por su rendimiento, es decir, por la cantidad de pensamiento
que nos permite economizar.”87 Evidentemente se sacrifica la objetividad de
la verdad por la comodidad de obtener de asumir un enunciado de la forma
más rápida y sencilla posible con independencia de su correspondencia o
no con la realidad.

No en balde este criterio cayó en descrédito muy rápidamente y no encon-


traría respaldo en la mayoría de los miembros de la comunidad científica
internacional. Sin embargo, nunca faltan las excepciones y en la actualidad
no faltan quienes proponen estimular este pragmático criterio en las insti-
tuciones educativas, a partir de la idea que la competitividad del mundo
informatizado y globalizado exige el desarrollo de competencias.88 Ese es el
caso de Alberto Martínez Boom, quien plantea: “En este sentido, la llamada
revolución de la información y el surgimiento de las nuevas tecnologías
cambiaron radicalmente las relaciones entre países y dentro de los países, 157
modificando el papel del Estado. A la intensificación de las comunicacio-
nes y las revoluciones tecno­lógicas se sumaron procesos de complejización
de la vida urbana. Los cambios en las formas de acumulación de capital

86. “Nuestro espíritu es enfermizo como lo son nuestros sentidos; se perdería en


la complejidad del mundo si esta complejidad no fuera armoniosa. No vería los
detalles sino lo mismo que un miope y estaría obligado a olvidar cada uno de ellos
antes de examinar el siguiente, puesto que sería incapaz de abarcarlos todos. Los
únicos hechos dignos de nuestra atención son los que introducen el orden en esta
complejidad y la rinden por lo tanto accesible”. Poincaré, Henry. Ciencia y método.
Editorial Espasa-Calpe, Argentina S.A, Buenos Aires, 1944, p. 27.
87.Poincaré, Henry. Ciencia y método. Editorial Espasa-Calpe, Argentina, 1944, p.
26.
88. “En efecto, las competencias aparecen como una forma de saber cuándo se les
identifica como un medio para el aprendizaje. Esto significa que ellas expresan una
cierta capacidad, una habilidad y unas destrezas inherentes a la naturaleza humana.
Tal reconocimiento impone asumir el trabajo escolar como el momento donde la
anticipación tiene lugar, aunque exige los instrumentos que la hagan posible. No se
trata, como algunos creen, que a la escuela se llega sin saber, sino que allí se hace
todo lo que esté al alcance para que cada uno, desde su historia, pueda descubrir,
con la ayuda del profesor, lo mejor de sí. De igual forma, toda competencia es saber
si reconocemos que cada sujeto es el producto de lo que vive y experimenta en
su entorno”. Zambrano Leal, Armando. Didáctica, pedagogía y saber. Magisterio,
Bogotá, 2005, p. 215.
Para qué sirve la epistemología a un investigador y un profesor

produjeron procesos de reordenamiento político y territorial, redefiniendo


la función y el papel de los Estados. Tal conjunto de transformaciones, es-
tablece para la educación nuevos vínculos con la sociedad, obligando a la
escuela a reformular por completo su función histórica, su organización y
las prácti­cas educativas, generando nuevos códigos y paradigmas desde los
cuales se pretende definir una nueva visión. De esta manera la edu­cación
contribuye cada vez más a una economía del pensamiento, que significa
un aumento en la productividad en términos económicos y una mayor su-
misión en términos políticos”.89

No parece que sea necesario comentar la última frase. Cada quien podrá in-
ferir, según su criterio, en relación a que poderes se debe plegar “una mayor
sumisión en términos políticos”.

Aunque se pensase que el llamado principio de la “economía del pensa-


miento” ingenuamente algunos consideren que es una teoría obsoleta y
desaparecida del espectro epistemológico y pedagógico actual, la cruda
realidad lo desmiente, pues siempre se mantiene latente y reaparece cuan-
do menos se espera. Analizar los argumentos con ejemplos concretos que
contribuyan a enfrentar el susodicho “principio”, sigue y seguirá siendo
tarea de científicos y docentes.

“En conclusión: −plantea Schaff, Adam− el principio de la economía del


158 pensamiento se basa en los fundamentos idealistas generales de la filosofía
del empiriocriticismo que a su vez se levanta en última instancia sobre los
supuestos del idealismo subjetivo. Limitar el criterio de verdad a la esfera
de la mente individual implica necesariamente la negación de la realidad
objetiva y de la teoría de la verdad objetiva, argumento válido tanto para la
interpretación psicológica que remite a un sentimiento de satisfacción o de
desagrado.90

Algo muy diferente a dicho principio es concebir el valor epistémico de la


duda. No se debe confundir su significativa importancia como preámbulo
necesario para dar inicio al proceso cognoscitivo, como puede apreciarse
en la duda metódica de Descartes, la historicidad91 dialéctica del conoci-

89. Martínez Boom, Alberto. De la escuela expansiva a la escuela competitiva. Dos


modos de modernización en América Latina. Anthropos, Bogotá, 2004, p. 202.
90. Schaff, Adam. La teoría de la verdad. Editorial Lautaro, Buenos Aires, 1964, p.
214.
91. En ocasiones se hacen imprecisas traducciones de la palabra Gechichtlichkeit
en alemán como historicismo en lugar de como debe ser historicidad, pues si este
último enfatiza el devenir dialéctico de la realidad que del mismo modo debe
expresarse en los conceptos, el de historicismo no lo hace tanto pues enfatiza más
el momento o la circunstancias, de ahí su nexo con el circunstancialismo, como se
observa en Ortega y Gasset al sostener “Yo soy yo y mi circunstancia”.
Pablo Guadarrama González

miento92 en Hegel o en Marx, a diferencia del escepticismo, que conduce a


dudar lo mismo de las información que ofrecen las sensaciones que de las
conclusiones que extrae la razón, como recomendaba Arístocles: “No de-
bemos confiar en los sentidos ni en la razón, sino permanecer sin opinión,
sin inclinarnos hacia una parte o hacia la otra, impasibles”93.

Por otra parte, el convencionalismo fue propuesto por el físico francés Hen-
ry Poincaré, según el cual cuando los científicos no tienen una verdad sos-
tenible sobre algún fenómeno, deben reunirse en congresos o convenciones
y llegar a algún acuerdo por mayoría o consensuado que se acepte como
verdad, hasta que no se demuestre lo contrario. ¿Puede realmente la ciencia
avanzar a partir de tal criterio “democrático”? Por supuesto esta concepción
parece confundir la construcción de verdades científicas con los acuerdos
que se logran en una reunión de cualquier otro gremio, sindicato o partido
político.

En definitiva, James concebía el proceso de construcción de verdades como


algo convencional similar a lo que sucede con las leyes del mercado y el
valor de las monedas:

La verdad descansa, en efecto, en su mayor parte sobre su sistema de


crédito. Nuestros pensamientos y creencias pasan en tanto que no
haya nadie que los ponga a prueba, del mismo modo que pasa un
billete de banco en tanto que nadie lo rehúse. Pero todo esto apunta 159
a una verificación directa en alguna parte sin la que la estructura de
la verdad se derrumbe como un sistema financiero que carece de res-
paldo económico. Ustedes aceptan mi verificación de una cosa, yo la
de otra de ustedes. Comerciamos uno con las verdades del otro, pero
las creencias concretamente verificadas por alguien son los pilares de
toda la superestructura.94

En este caso es mejor que el lector extraiga al respecto sus propias conclu-
siones sobre la validez epistemológica o no de tal planteamiento, y llegar
a sus propias conclusiones si es adecuado o no para el intercambio de
opiniones científicas.

El pragmatismo alcanzaría una de sus más acabadas elaboraciones, espe-


cialmente en el plano pedagógico, en el instrumentalismo de John Dewey,

92. “Cuando hablamos de historicidad no queremos decir lo mismo que relativismo


y, por ende, escepticismo. Nos referimos, más bien, a la condición positiva de todo
conocimiento humano en situación”. Araya, Domingo. Didáctica de la historia de la
filosofía. Magisterio, Bogotá, 2011, p. 26.
93. Mondolfo, Rodolfo. El pensamiento antiguo. Editorial Ciencias Sociales, La
Habana, 1971, T. II, p. 145.
94. James, William. “Concepción de la verdad según el pragmatismo”, edi. cit., p.
539.
Para qué sirve la epistemología a un investigador y un profesor

donde, sin duda dejó una herencia más significativa,. Continuador de la


tradición empirista en la búsqueda de la “asertabilidad garantizada” como
condición de la verdad, reveló dicha postura en la siguiente afirmación:
Según mi teoría –si es lícito tomarla como ejemplo de la doctrina ins-
trumentalista– si bien es necesario inferir algo para llegar a una aser-
ción garantizada, sin embargo, este algo inferido no aparece nunca
como tal en la aserción, es decir, en el conocimiento. El material in-
ferido debe ser verificado y probado. Los medios de prueba que se
requieren para conferir a un elemento inferencial algún derecho a ser
conocimiento en lugar de conjetura, son los datos proporcionados
por la observación, y sólo por la observación.95

La construcción del conocimiento para el pensador norteamericano debe


realizarse por un proceso incesante no solo de verificación, sino de vali-
dación empírica en que los datos obtenidos aporten mayor información en
relación con el conocimiento anterior. De ahí que plantea:

Además, como he dicho a menudo en mi Lógica, para que los datos


(proporcionados por la observación) tengan algún valor con respecto
a obtención del conocimiento, es necesario que sean nuevos, o sea
diferentes de los que precedentemente habían sugerido el elemento
inferencial. Es importante que sean experimentados en el mayor nú-
mero posible de condiciones diferentes, de modo que los datos debi-
160 dos a orígenes diferenciales puedan completarse uno con otro. Según
mí teoría, tanto la necesidad de la distinción como de la cooperación
de los objetos inferenciales y observacionales, resulta del análisis de
la investigación científica; esta necesidad es, como se mos­trará más
adelante con mayor detalle, el corazón de toda mi teoría según la cual
el conocimiento es aserción garantizada.96

Como puede apreciarse, su mayor insistencia radica no en la inferencia ló-


gica o en la validación teórica, sino “que sean experimentados en el mayor
número posible de condiciones diferentes”. Así pone de manifiesto la típica
desconfianza que el enfoque empirista revela usualmente ante los procesos
deductivos y su culto desmesurado a los procesos inductivos, en los cuales
la acumulación cuantitativa de experiencias, al parecer, se constituye en
único y exclusivo criterio de verdad.

¿En qué situación angustiante tendrá que verse un investigador científico si


permanentemente tuviese que estar pendiente de una incesante repetición
de experimentos u observaciones ante la posibilidad de que se produjese
alguno de estos fallos, el cual, según tal criterio empirista estrecho, podría

95. Dewey, John. El hombre y sus problemas. Editorial Paidos, Buenos Aires, 1952,
p. 293.
96. Idem.
Pablo Guadarrama González

hacer derrumbar todo el andamiaje de la construcción teórica de un pro-


yecto investigativo?. Precisamente ese sería uno de los lados débiles del
empirismo, el pragmatismo y del verificacionismo que Popper, así como la
reacción postpositivista, se encargarían de desmontar.

No cabe duda de que el discurso instrumentalista de Dewey resulta se-


ductor, pues su ambigüedad y carácter tautológico que se expresa con fre-
cuencia, puede confundir al lector, como cuando afirma: “solo constituyen
conocimiento las creencias verdaderas.”97Tal planteamiento puede atrapar
a algún incauto. Pero un acucioso análisis lógico y epistemológico, espe-
cialmente semiótico, puede contribuir a descubrir las falacias de su teoría
sobre las “creencias verdaderas”, que no difieren mucho de la concepción
de James al respecto .98

Su confluencia con el pragmatismo, aun cuando haya declarado que: “yo


he llamado instrumentalista a mis teorías de las proposiciones”99, se pone
de manifiesto al sostener que: “las proposiciones son verdaderas cuando
son instrumentos o utensilios de una acción exitosa, hasta que haya es-
tablecido exactamente qué es, en mi teoría, una proposición.”100 En otro
momento revela claramente la raigambre utilitarista de su postura episte-
mológica al afirmar : “las proposiciones no son aquello sobre lo cual inda-
gamos,” y que, en la medida en que encontramos necesario o conveniente
indagar sobre ellas –como es casi fatal que ocurra en el curso de la inves-
tigación–, no investigamos acerca de su verdad o falsedad, sino en torno a 161
su conveniencia y a la eficacia de su objeto respecto del problema que se
está tratando.”101

Cualquiera puede dejarse confundir por su definición de lo que considera


son las proposiciones, del mismo modo que los seguidores de la escuela
nueva se sintieron embriagados por las presuntas aspiraciones de su modelo
pedagógico que propugnaba la conformación de un alumno mejor prepa-

97. Ibidem, p. 289.


98. “Nuestra creencia en la ver­dad misma; por ejemplo, que tal verdad existe, y
que nuestro intelecto y la verdad están dispuestas uno para otro, ¿qué es sino una
aseveración apasionada del deseo en el cual se mantiene nuestro sistema social?
Deseamos conseguir una verdad; de­seamos creer que nuestras investigaciones,
estudios y disputas deben conducirnos cada vez más hacia ella, y en esta línea
luchan unidas nuestras existencias mentales. Pero, si un escéptico nos interrogara
cómo cono­cemos todo esto, ¿encontraría nuestra lógica una respuesta a mano?
No; seguramente que no. Es una volición contra otra: nosotros nos dirigimos a la
vida buscando una verdad o una presunción que la vida no tiene ningún interés en
presentarnos”. James, Guillermo. La voluntad de creer, Editorial Tor, Buenos Aires,
s.f, pp. 21-22
99. Dewey, Jhon. El hombre y sus problemas, Edi. Cit., p. 292.
100. Ibidem, p. 294
101. Ibidem, p. 297
Para qué sirve la epistemología a un investigador y un profesor

rado para las exigencias del voraz mercado capitalista, el que se supone, lo
cual no es siempre cierto, que se rige por la ley de la oferta y la demanda.

Una mayor confusión se produce si se acepta su análisis de que “En el


sentido operativo y conductista de correspondencia –sen­tido que tiene
paralelos precisos en la experiencia común– sostengo que mi tipo de teoría
es el único que puede tener derecho a llamarse teoría de la verdad como
correspondencia.”102

Por supuesto que todo dependerá de lo que se entienda por tal correspon-
dencia, pues si se presupone que se trata en su caso de correspondencia
de las ideas con la realidad objetiva se caería en un craso error, pues no es
precisamente a este tipo de correspondencia al que se refiere, sino todo lo
contrario. Según sus propias palabras:

Mi teoría entiende la co­rrespondencia en sentido operativo, que se ex-


tiende a todos los casos, excepto al caso único epistemológico de una
supuesta relación entre un sujeto y un objeto; es decir, en el sentido
de un responder, tal como la llave responde a las condiciones impues-
tas por la cerradura, o como dos correspondientes se responden; o
sea, en general, tal como una réplica es una respuesta adecuada a una
pregunta o una crítica: en síntesis, como una solución responde a los
requerimientos de un problema.103
162
Evidentemente se está ante una concepción de la correspondencia mucho
más afín con el discurso neopositivista de concebirla entre “enunciados
protocolarios” (Schlick) que en el sentido tradicional aristotélico.

No en balde entre el discurso pragmatista y el neopositivista, lo mismo


en sus versiones del positivismo lógico que en el semántico o lingüístico,
existen más puentes intercomunicadores que abismos o fisuras, como se
apreciará posteriormente.

El neopragmatismo ha aparecido en el horizonte de la producción episte-


mológica contemporánea y ha reverdecido desde fines del siglo XX hasta
nuestros días en las ideas de Richard Rorty y Susan Haack, entre otros, bus-
cando nuevos argumentos que le justifiquen en el cada vez más complejo
mundo de la investigación científica y filosófica.

Rorty se burla desde su agnosticismo de aquellos que buscan la verdad y los


califica como “anticuados pedantes encantadores”, pues a su juicio es inútil
ir a la búsqueda de “verdades objetivas,” 104 por lo que considerar como

102. Ibidem, p. 300


103. Idem.
104. Rorty, Richard. “Are assertions claims to universal validity”, en Gutiérrez, Carlos,
Pablo Guadarrama González

verdadero a algún tipo de enunciado “no es más que darle una palmadita
retórica en la espalda” al investigador, ya que para él no hay una única ver-
dad en una relación fenomémica específica, sino muchas verdades y ese ha
sido el gran dilema intelectual de Occidente: “sustituir un amor a la verdad
por un amor a Dios.”105

Según Nicolás y Frapoli: “Para Rorty la verdad es relativa a cada sociedad,


y decir de alguna proposición que es verdad no es, en su opinión más que
constatar, que se ajusta a los estándares de justificación vigentes en la so-
ciedad que se trate, (…) para Rorty puede haber muchas verdades distintas
e incompatibles. La verdad para Rorty es siempre relativa a contextos e
intereses”106.

Tal postura subjetivista es propia de todos aquellos que se orientan en el


llamado “giro pragmático” que por lo general comparten una perspectiva
intersubjetivista107, o lo que es lo mismo, convencionalista de la realidad.

En consonancia con Rorty, pero también con notables diferencias, Susan


Haack plantea que: “El primer paso es señalar que el concepto de verdad
está interna­mente relacionado con los conceptos de creencia, evidencia e
investi­gación. Creer que p es aceptar p como verdadero. La evidencia de
que p es la evidencia de que p es verdadero, una indicación de la verdad de
p. E investigar si p es investigar si p es verdadero; si usted no está in­tentando
obtener la verdad usted no está en realidad investigando”108. 163

Ya con anterioridad se cuestionó por qué razón la ciencia no debe trabajar


con ningún tipo de creencias, con independencia del tipo que sea, y resulta
funesto equipararlas a las verdades. Y por supuesto el criterio de la evi-
dencia ha sido muy fuertemente cuestionado desde la Antigüedad cuando
numerosos pensadores se han percatado que esta por lo general conduce
a erróneas conclusiones, como pensar que la luna y el sol giran alrededor
de la Tierra.

B. El trabajo filosófico de hoy en el continente hoy. Memorias del XIII Congreso


Interamericano de Filosofía. Universidad de Los Andes, Bogotá, 1995, pp. 71-82.
105. Rorty, Richard. Contingencia, ironía y solidaridad. Paidos, Barcelona, 1991, p. 42.
106. Nicolás, Juan y Frapoli, María José. “Introducción. La verdad en el centro
de la actividad filosófica”. Nicolás, Juan y Frapoli, Marías José. (Editores). Teorías
contemporáneas de la verdad. Tecnos, Madrid, 2012, p. 42-43.
107. “Si hemos de dar una explicación apropiada a la objetividad, debemos
renunciar a toda forma de representacionismo; debemos apelar a todas las
prácticas justificatorias intersubjetivas ( o mejor sociales)”. Bernstein, Richard. El giro
pragmático. Anthropos-Universidad Autónoma Metropolitana, Siglo XXI, Madrid,
2013, p. 119.
108. Haack, Susan. “El interés por la verdad: qué significa, por qué importa”. (1995).
Nicolás, Juan y Frapoli, Marías José. (Editores). Teorías contemporáneas de la
verdad. Tecnos, Madrid, 2012, p. 55.
Para qué sirve la epistemología a un investigador y un profesor

De manera que es imprescindible ser suficientemente cuidadoso al aceptar-


se las declaraciones autocalificadoras de cualquier pensador. Se debe tener
presente aquella sugerencia de Marx según la cual no se debe caracterizar
ni a una sociedad ni un hombre por lo que piensan de sí mismo, sino por
las relaciones reales que expresan. Lenin luego aconsejaría que los filósofos
no deben clasificarse por las etiquetas que ostentan, sino por los problemas
reales que resuelven o al menos se plantean.

Si el utilitarismo y el pragmatismo han encontrado condiciones favorables


especialmente en los dos últimos siglos para proliferar, a partir del desplie-
gue del empirismo en la filosofía moderna, se deben tener presentes no solo
los factores epistemológicos que los propiciaron, como ciertos avances en
la ciencia y en la tecnología, factores ideológicos emanados de la constitu-
ción en la modernidad de la sociedad capitalista, en la cual el culto al éxito
y la utilidad se han convertido en primera condición de las exigencias del
mercado y de la vida moderna.

Uno de estos factores ha sido el auge que fue tomando desde el pensamien-
to posterior a la Ilustración las críticas a las potencialidades de la razón y el
culto al papel de las emociones, la voluntad, las pasiones, etc., que impulsó
el romanticismo y la filosofía de corte existencialista y vitalista que tendrían
en Kierkgegaard, Schopenhauer y Nietzsche fervoroso cultivo.

164 En ese mismo sentido de confluencia con el irracionalismo se orientaría el


utilitarismo y el pragmatismo al criticar lo que consideraban como intelec-
tualismo, que en esencia era una postura de enfrentamiento crítico no solo
al racionalismo, sino a cualquier actitud que tratase de otorgar el merecido
lugar que le corresponde a la razón en el desarrollo humano, que en modo
alguno minimiza el papel de los intereses y el éxito en el desarrollo del co-
nocimiento, pero tampoco hiperboliza al constituirlos como único criterio
de verdad.

Al respecto Carlos Maldonado acertadamente plantea “El dilema de la razón


no se resuelva por tanto de cara a los intereses, sino por el contrario, éstos
configuran el referente que nos indica la necesidad y la importancia de la
razón, como aquello frente a lo cual la razón llega a hacerse necesaria”.109
Y como conclusión indica: “Contra algunas posibles malinterpretaciones y
facilismos actuales hay que decir que la razón es la capacidad misma de
hacernos humano en el más elevado y digno de los sentidos”.110

109. Maldonado, Carlos. “La posibilidad de la razón” en En Gutiérrez, Carlos,


B. El trabajo filosófico de hoy en el continente hoy. Memorias del XIII Congreso
Interamericano de Filosofía. Universidad de Los Andes, Bogotá, 1995, p. 712.
110. Idem, p. 714.
Pablo Guadarrama González

En sus propuestas de unión de la filosofía y la ciencia, privilegiando esta


última en detrimento de la primera, se puede apreciar la raigambre positi-
vista del pragmatismo al coincidir con la utopía abstracta de que la filosofía
desaparecerá devorada por las ciencias:
(…) este movimiento se afanó sobre todo por la unión de la lógica y el
método científico. Estos empiristas fueron tan variadamente radicales
en sus intereses sociales y en sus creencias políticas, que sería absur-
do considerarlos como ideólogos de algún problema social particular.
El único interés que ellos realmente compartieron y que dio unidad
pragmáticas a sus polémica fue la unión de la filosofía y la ciencia; la
filosofía debía someter sus problemas a la formulación y la verificación
experimentales, y la ciencia debía convertirse metodológicamente en
autoconsciente o filosófica.111

La otra cuestión muy debatible es que con independencia de que hayan


o no desempeñado de manera consciente funciones como ideólogos, se
pueda sostener que sus propuestas epistemológicas estuviesen descontami-
nadas de intereses sociales.

Como puede apreciarse,si un investigador científico o un profesor desco-


noce los presupuestos epistemológicos del utilitarismo y el pragmatismo es
muy fácil que de una forma inconsciente coincidida con ellos, por lo que
resulta mejor conocerlos para criticarlos, o asumirlos al menos consecuen-
temente. 165

Alberto Martínez Boom con suficientes razones plantea que:

“Si hasta ahora la enseñanza ha sido tan pobremente conceptualizada


desde urgencias pragmáticas, instrumentales empíricas; si su destino
ha sido la eficiencia, el rendimiento, el logro, y su única relación estu-
diada la que amarra el aprendizaje como interacción maestro-alumno,
es preciso buscar nuevas conceptualizaciones que parta ya no de la
transmisión de contenidos, del conocimiento, de la erudición, del sa-
ber hacer, sino del acontecimiento complejo.”112

De ahí que este autor proponga:

Repensar la enseñanza en dirección hacia el pensamiento es abrir


un espacio para la creatividad, la estética y la ética. Es a partir de la
consideración de la enseñanza como posibilitadora del pensar como
se redefine su dimensión cultural, lingüística, cognoscitiva, artística, y

111. Schneider, Hebert, W. Historia de la filosofía norteamericana. Fondo de Cultura


Económica, México, 1950, p. 535.
112. Martínez Boom, Alberto. “La enseñanza como posibilidad del pensamiento”
en Zuluaga, Olga Lucia, Echeverry, Alberto, Martínez, Alberto y otros. Pedagogía y
epistemología. Magisterio, Bogotá, 2011, p. 210.
Para qué sirve la epistemología a un investigador y un profesor

es situando la enseñanza en disposición hacia el pensamiento como


maestro-alumno, escuela y saber, que adquirirían sentido y lugar es-
pecífico.113

Es un hecho que el pragmatismo, el utilitarismo y el instrumentalismo ha


permeado la investigación científica y la praxis pedagógico-educativa de
los últimos tiempos y nadie puede dudar que lo han hecho con eficacia y
eficiencia por un lado, pero por otro han ido conformando a un profesio-
nal individualista, robotizado, sesgado en su concepción de la naturaleza,
la vida, la sociedad y distante de concebir la indispensable solidaridad y
el “humanismo práctico”, que reclama el futuro humano si es que aspira
a sobrevivir. De lo contrario el pragmatismo, fomentado por la ideología
neoliberal puede convertirse, si no lo está haciendo ya, en un temible boo-
merang que pondrá en peligro la existencia de tirios y troyanos.

La humanidad ha ido experimentando nuevos ensayos sociales de convi-


vencia y parece que no han resultado muy exitosos, ni el “socialismo real”,
ni el “capitalismo real”, por lo que tendrá que ensayar nuevas formas de
compromiso con el entorno ecológico y social, labor en la cual investiga-
dores científicos y profesores desempeñan una labor esencial. No serán los
únicos protagonistas de esta tarea, pero sin ellos no se podrá emprender.

3. ¿Cómo evitar caer en las posiciones del empirismo neopositivista,


166 el relativismo, el convencionalismo y el agnosticismo?

El empirismo y el sensualismo –caracterizados por otorgar un mayor valor


en el proceso cognitivo a la experiencia y las sensaciones, en detrimento de
la significación de la razón− tuvieron antecedentes remotos en la antigüe-
dad, como en el caso de las eidolas de Demócrito.114 Sin embargo, su mayor
desarrollo se alcanza en la filosofía moderna, donde no faltaron posiciones
como las de Pascal, en las que se ponía en duda la capacidad cognitiva
tanto de las sensaciones como de la razón.115 Está claro que concepciones

113. Ibidem, p. 311.


114. Si bien es cierto que resulta algo ingenua la idea de que las eidolas (ídolos),
según Demócrito y Epicuro constituyen partículas o especie de átomos volátiles,
con distintas formas y pesos que emanan de los objetos e impresionan nuestros
sentidos al ser percibidas, en realidad no está muy distante de la verdad en cuanto a
la sensación gustativa, olfativa o auditiva. Mucho más insostenible es la concepción
de Anaxágoras según la cual tales partículas, a las que llamó homeomerías, eran
similares al todo.
115. “El hombre es algo lleno de error que le es natural y que no puede desaparecer sin
la gracia. Nada le muestra la verdad. Todo le engaña. Estos dos principios de verdad:
la razón y los sentidos, además de faltar, cada cual por su parte, de sinceridad, se
engañan recíprocamente. Los sentidos engañan a la razón con las apariencias falsas;
y este mismo fraude que hace a la razón lo reciben de ella a su vez. Ella se venga:
Pablo Guadarrama González

escépticas de este talante no son favorables para el avance de la ciencia y


la docencia.

Desde el sensualismo resultó muy valiosa la crítica de John Locke a la teoría


cartesiana sobre las ideas innatas,116 porque al presuponer que el niño al na-
cer ya viene al mundo con ideas grabadas en su mente, no solo resulta con-
trovertida la cuestión sobre el origen de ellas, sino que también minimiza el
papel de la experiencia y, en general, el proceso individual de construcción
del conocimiento. Si se parte de tal premisa, ni el investigador ni el profesor
tendrían mucho que hacer, pues se supondría que todo el conocimiento ya
está de algún modo preelaborado.

Sin embargo, la tesis opuesta sustentada por el filósofo inglés no deja de ser
menos controvertible. Según ella:

Todas las ideas vienen de la sensación o de la reflexión. Supongamos,


entonces, que la mente sea, como se dice, un papel en blanco, limpio
de toda inscripción, sin ninguna idea. ¿Cómo llega a tenerlas? ¿De
dónde se hace la mente de ese prodigioso cúmulo, que la activa e
ilimitada imaginación del hombre ha pintado en ella, en una variedad
casi infinita? ¿De dónde saca todo ese material de la razón y del co-
nocimiento? A esto contesto con una sola palabra, de la experiencia:
he allí el fundamento de todo nuestro saber, y de allí es de donde en
última instancia se deriva. Las observaciones que hacemos acerca de 167
los objetos sensibles externos, o acerca de las operaciones internas
de nuestra mente, que percibimos, y sobre las cuales reflexionamos
nosotros mismos, es lo que provee a nuestro entendimiento de todos
los materiales del pensar. Estas son las dos fuentes del conocimiento
de donde dimanan todas las ideas que tenemos o que podamos natu-
ralmente tener.117

Considerar que solo de la experiencia emana todo el conocimiento humano


conduce a otro error, en el cual la función de la razón queda minimizada,
cuando no ignorada.

Algo peor se presenta cuando el empirismo y el sensualismo implican el


subjetivismo más refinado. Tal es el caso de Berkeley al plantear que

las pasiones del ánimo turban los sentidos y les dan impresiones falsas. Cada cual
miente y engaña como le viene en gana”. Pascal, Blaise. “Pensamientos”. Buch, Rita
M, Directora Académica. Antología. Historia de la Filosofía. Filosofía Moderna, t. III.
Editorial Félix Varela, La Habana, 2011, p. 191.
116. “(…) descubrimos que esos primeros principios del conocimiento y de la
ciencia no son innatos, supongo que ya no habrá ninguna otra máxima especulativa
que pueda aducir con mejor derecho a semejante pretensión”. Locke, John. Ensayo
sobre el entendimiento humano. Fondo de Cultura Económica, México, 1956, p. 40.
117. Ibidem, p. 83.
Para qué sirve la epistemología a un investigador y un profesor

todos los cuerpos que componen la maravillosa estructura del univer-


so, sólo tienen sustancia en una mente; su ser (esse) consiste en que
sean percibidos o conocidos”.118

Ante tal concepción, mucho menos tienen que hacer el investigador y el


profesor. Locke al menos reconocía la existencia de algunas propiedades
objetivas de los fenómenos, a los que denominó “cualidades primarias”, y
a las engendradas por la subjetividad “secundarias.119

No cuestionaba el reconocimiento ontológico del mundo, mientras que


Berkeley lo diluía todo en sensaciones conducentes al subjetivismo y el
solipsismo.

El sensualismo tendría una de sus máximas expresiones en Condillac, quien


reduce todo el conocimiento a la información que ofrecen las sensacio-
nes.120 Ello lo lleva a plantear: “Hemos dicho ya que las ideas de los objetos
sensibles no son, en su origen, más que las sensaciones representativas de
estos objetos. Pero en la Naturaleza no existen sino individuos; entonces

118. George Berkeley. “Principios del conocimiento humano”. Buch, Rita M,


Directora Académica. Antología. Historia de la Filosofía. Filosofía Moderna, t. III,
Editorial Félix Varela, La Habana, 2011, p. 280.
168 119. “A esas cualidades llamo cualidades originales o primarias de un cuerpo,
las cuales, creo, podemos advertir que producen en nosotros las ideas simples de
la solidez, la extensión, la forma, el movimiento, el reposo y el número.
Pero, en segundo lugar, hay cualidades tales que en verdad no son nada en los
objetos mismos, sino potencias para producir en nosotros diversas sensaciones por
medio de sus cualidades primarias, es decir, por el bulto, la forma, la textura y el
movimiento de sus partes insensibles, como son los colores, sonidos, gustos, etc.
A estas llamo cualidades secundarias”. Locke, John. Ensayo sobre el entendimiento
humano, edi. cit., pp. 113-114.
120. “Todos nosotros podemos observar que no conocemos los objetos sensibles si
no por las sensaciones que recibimos de ellos: son las sensaciones las que nos los
representan. Si adquirimos la seguridad de que cuando tales objetos están presentes
no los vemos más que en las sensaciones que «actualmente» nos causan, no estaremos
menos seguros de que cuando aquéllos se hallan ausentes, no los vemos sino en
el «recuerdo» de las sensaciones que nos causaron. Todos los conocimientos que
podemos tener de los objetos sensibles no son, entonces, en principio, y no pueden
ser más que «sensaciones». Consideradas las sensaciones como representantes de los
objetos sensibles, se llaman «ideas»; expresión figurada que significa lo mismo que
«imágenes». A medida que distinguimos sensaciones distintas, distinguimos también
especies de ideas; y estas ideas, o son sensaciones actuales, o recuerdo de las que
recibimos. Cuando las adquirimos mediante el método analítico descubierto en el
capítulo anterior, se fijan con orden en el espíritu, conservan allí el mismo orden que
les dimos y podemos representárnoslas fácilmente, con igual limpieza que hubimos
de adquiriríais. Si en vez de alcanzarlas por este método, las acumulamos como al
azar, existirán en gran confusión y permanecerán de esta manera”. Condillac. Lógica
elemental. Editorial Tor, Río de Janeiro, s.f., pp. 28-29.
Pablo Guadarrama González

nuestras primeras ideas no son otra cosa que individuales, ideas de tal o
cual objeto”.121

Esto significaría limitar toda posibilidad de construcción de ideas generales


que no sean aquellas que se forman a partir de las sensaciones, por lo que
la capacidad racional queda minimizada.

Tal concepción encontraría severas críticas desde la antigüedad, no solo


desde del materialismo filosófico, sino también desde los representantes
del idealismo como Platón, para quien en su diálogo Teetetes plantearía en
boca de su maestro:

Socrates – La ciencia no reside en las sensaciones sino en el razona-


miento sobre las sensaciones, puesto que, según parece, solo por el
razonamiento se puede descubrir la ciencia y la verdad, y es imposible
conseguirlo por otro rumbo

Teetetes – así parece.122

El empirismo adquirió carta de ciudadanía de mayor envergadura con el ad-


venimiento del positivismo. A partir de ese momento esta postura epistemo-
lógica comenzaría a tomar nuevas expresiones, pero mantendría su raigam-
bre en esencia empirista, como en el caso del pragmatismo y el utilitarismo.
169
Las investigaciones científicas cada vez más influidas por el enfoque positi-
vista, especialmente en las ciencias sociales, pero también en las naturales
y técnicas, han otorgado prioridad a los procesos empíricos de recolección
de datos, su clasificación, manejo estadístico, etc.,123 y han subvalorado los
enfoques de tipo cualitativo. Tales criterios todavía mantienen cierto pre-
dominio en algunos ámbitos académicos, aunque también han sido muy
cuestionados con justa razón.

121. Ibidem, p. 36.


122. Platón. “Teetetes o de la ciencia”, en Obras completas. Ediciones Florida
251-Ediciones Anaconda, Buenos Aires, t. I, 1946, p. 693.
123. “La formación del investigador no puede restringirse al dominio de algunas
técnicas de recolección, registro y tratamiento de datos. Las técnicas no son
suficientes ni constituyen en sí mismas una instan­cia autónoma del conocimiento
científico. Estas tie­nen valor como parte de los métodos. El método, o el camino
del conocimiento, es más amplio y com­plejo. A su vez, un método es una teoría
de cien­cia en acción que implica criterios de cientificidad, concepciones de objeto
y de sujeto, maneras de es­tablecer esa relación cognitiva y que necesariamente
remiten a teorías de conocimiento y a concepciones filosóficas de lo real. Esas
diversas concepciones dan soporte a los diversos abordajes utilizados en las
construcciones científicas y en la producción de conocimientos”. Sánchez Gamboa,
Silvio. “Investigación educativa: El enfoque epistemológico”, en Jean Combessie,
Hugo Cerda, Myrian Willes. Investigación educativa e innovación. Un aporte a la
transformación escolar. Mesa Redonda-Magisterio, Bogotá, 1998, p. 62.
Para qué sirve la epistemología a un investigador y un profesor

A finales del siglo xix, aparecio en Austria el empiriocriticismo, con Richard


Avenarius y Ernst Mach, entre otros, cuyas ideas principales confluirían con
el subjetivismo, el fenomenalismo y el agnosticismo, propios del positivis-
mo. Otra de sus expresiones en Rusia fue el empiriomonismo de Aleksandr
Bogdanov.

El empiriocriticismo –postura supuestamente crítica a la experiencia pura,


al proponer una neutralidad de los elementos de la experiencia con res-
pecto a lo físico y lo psíquico− estuvo atado también al empirismo por
hiperbolizar la significación de las sensaciones. Las consideraría como los
“elementos del mundo”, especie de ladrillitos constitutivos de la realidad,
que en lugar de imágenes de esta las concebían como símbolos, razón sufi-
ciente para la aguda crítica de Lenin124 al subjetivismo y al agnosticismo de
esta postura filosófica. Tales actitudes escépticas se revelarían también en el
convencionalismo de Henry Poincaré.

El convencionalismo tuvo expresiones tempranas entre los sofistas, quienes


al considerar que el lenguaje era una convención deducían erróneamente
que toda verdad era también una especie de acuerdo entre personas que
admiten la validez de un enunciado, del mismo modo que en un determi-
nado idioma se designa con una palabra un objeto o proceso. Tal postura
relativista encontró temprana crítica, incluso entre idealistas como Platón,
al enjuiciar a los sofistas.
170
Imagine por un instante cuáles serían las consecuencias de que un investi-
gador, al observar algún objeto a través de un microscopio u otro instrumen-
to, arribe a la conclusión de que lo que tiene ante sus ojos no es más que un
producto de su creación subjetiva, por lo que no debe confiar demasiado
en las conclusiones elaboradas al respecto. Del mismo modo, si un profesor
fomenta entre sus estudiantes tal criterio, ¿podrán la ciencia y la tecnología
avanzar por caminos seguros?

Lo mismo se puede pensar en el caso de considerar que las teorías formu-


ladas por los científicos no necesariamente deben tener un racional fun-
damento objetivo, sino solo la aceptación de sus criterios por recíproco
acuerdo consensuado, de manera que lo importante no es que sus ideas
coincidan con la realidad, sino que no se contradigan lógicamente entre sí,
como sostienen los convencionalistas, al estilo de Poincaré, o los cultivado-

124. “Partiendo de las sensaciones se puede ir por la línea del subjetivismo, que
lleva al solipsismo («los cuerpos son complejos o combinaciones de sensaciones»)
y se puede ir por la línea del objetivismo, que lleva al materialismo (las sensaciones
son imágenes de los cuerpos, del mundo exterior). Para el primer punto de vista, −
el agnosticismo, o yendo un poco más lejos, el del idealismo subjetivo− no puede
haber verdad objetiva. Para el segundo punto de vista, es decir, el del materialismo, es
esencial el reconocimiento de la verdad objetiva”. Lenin, Vladimir I. “Materialismo y
empiriocriticismo”, en Obras completas. Editorial Cartago, Buenos Aires, 1969, p. 125.
Pablo Guadarrama González

res del positivismo lógico o neopositivismo, desarrollado en muchos casos


por físicos y matemáticos, como ocurrió en el Círculo de Viena.

Para este físico y filósofo francés, tanto la geometría euclideana como la


no euclideana no eran axiomas a priori, ni hechos experimentales, ni des-
cripciones de estos, sino simplemente convenciones125 aceptadas de común
acuerdo por los investigadores.

Algo muy diferente es considerar, como sugiere Luis Villoro, que “Tanto
en la ciencia como en la sabiduría intervienen el saber y el conocimiento
personal, pero su relación es diferente. En la primera predomina el saber,
en la segunda, el conocer. La ciencia consiste en un conjunto de saberes
compartibles por una comunidad epistémica determinada: teorías, enun-
ciados que las ponen en relación con un dominio de objetos, enunciados
de observación comprobables íntersubjetivamente; todo ello constituye un
cuerpo de proposiciones fundadas en razones objetivamente suficientes”.126
Pues en este caso, el filósofo mexicano deja claro que tales saberes com-
partibles por una comunidad epistémica determinada no solo deben ser
comprobables ínter subjetivamente, sino que a su vez deben estar fundados
en razones objetivamente suficientes. Esto lo distancia de cualquier tipo de
convencionalismo.

Por supuesto que la aceptación de la validez de alguna teoría por la co-


munidad científica internacional constituye un elemento significativo en el 171
proceso de los logros parciales de la ciencia, aun cuando siempre existe la
posibilidad de que esa misma comunidad en caso de que fundamentados
argumentos racionales sugieran cuestionarla. Pero eso no significa que la
construcción del saber científico dependa de la simple decisión consensua-
da de un grupo de investigadores que así lo acuerden, como si se tratase
de propuestas políticas, jurídicas o sociales que exigen consenso para su
aprobación.

Algunas razones existirán para que en su época, cuando se les preguntaba


la opinión a los filósofos sobre Poincaré, respondían que debía ser un buen
físico, y cuando se les preguntaba a los físicos, eran del criterio de que de-
bía ser un buen filósofo.

El empirismo de corte neopositivista, si bien tuvo un inusitado auge a prin-


cipios del siglo xx −cuando una serie de descubrimientos científicos, como
el del campo electromagnético, las partículas elementales, que condujeron
a la necesidad de elaborar la física cuántica; la teoría de la relatividad,
etc.,− comenzó a perder credibilidad por las críticas, incluso de algunos de

125. Véase: Poincaré, Henry. La science et l’hypothese. Ernest Flammarion Editour,


Paris, 1902, parte II, cap. III. http://gallica.bnf.fr/ark:/12148/btv1b86263141/f9.image
126. Villoro, Luis. Creer, saber, conocer. México, Siglo XXI Editores, 1982, p. 222.
Para qué sirve la epistemología a un investigador y un profesor

sus miembros, al principio de verificación y al culto desmedido al papel de


la lógica y el lenguaje en la construcción del saber científico.

El principio de verificación establece que ningún enunciado científico debe


ser considerado válido si no es empíricamente verificado. Como se sabe,
esto no es necesario que sea así;127 el avance de la ciencia se hubiera retra-
sado mucho si toda teoría hubiera tenido que ser verificada empíricamente
de manera inmediata. En la actualidad se elaboran teorías científicas que no
tienen posibilidad de ser comprobadas en la práctica, pero eso no significa
que por tal razón ya sean falsas.

El empirismo aún no ha desaparecido de la arena filosófica y científica in-


ternacional. Por el contrario, reaparece frecuentemente como amenazante
hidra recordatoria de la importancia de la experiencia en la construcción
del conocimiento científico. Una y otra vez aflora de modos y denomina-
ciones diferentes para indicar que las bases epistemológicas sobre las que
se sustenta no son tan frágiles como se piensa, sino relativamente sólidas;
de ahí que con frecuencia encuentre nuevos seguidores.

El relativismo, que ha existido de diversas formas desde tiempos de Cratilo


−el discípulo de Heráclito que le replicaba a su maestro que no dos veces,
sino ni siquiera una vez nos podemos bañar en el mismo río, pues de igual
modo que este renueva constantemente sus aguas, nuestro cuerpo también
172 constantemente está cambiando−, reaparece con frecuencia en nuevas co-
rrientes epistemológicas y son numerosas sus posibilidades de desembocar
en el agnosticismo.

Al relativismo también se le reconoce otra de sus fuentes en la afirmación


del sofista Protágoras, según la cual el hombre es la medida de todas las
cosas. Por supuesto, tomar como principio de validación al hombre depen-
derá de lo que se entienda por tal, pues este en abstracto no existe, sino en
circunstancias histórico-concretas. Este argumento conllevaría a dar validez

127. “Según esto, una proposición contingente es significativa si y sólo si puede


ser verificada empíricamente, es decir, si y sólo si existe un método empírico para
decidir sobre su verdad o falsedad. De no ser posible su verificación estaríamos
frente a una pseudo-proposición carente de significado. Pero este criterio de
verificación presenta una dificultad cuando se lo considera desde la filosofía de
la ciencia; difi­cultad que fue advertida por el propio Carnap lo que, en opinión de
algunos, permite pensar en el em­pirismo lógico como una versión más moderada del
positivismo lógico. El problema estriba en que las leyes o hipótesis científicas, por su
carácter de proposiciones universales, no pueden ser conclusivamente verificadas a
través de un conjunto finito de enunciados particulares y, en consecuencia, habría
que relegarlas al reino de las pseudo-proposiciones sin sentido”. Jaramillo, Juan M.
“Desarrollos recientes en la filosofía de la ciencia: tres momentos significativos”,
en Praxis Filosófica. Departamento de Filosofía, Universidad del Valle, Cali, No. 4,
agosto, 1993, pp. 71-72.
Pablo Guadarrama González

a cualquier enunciado, lo mismo en la ciencia que en la filosofía, el arte,


etc., desde una perspectiva muy circunstancial y, por tanto, relativa.

Todo dependerá del criterio que se asuma respecto al carácter relativo de


las verdades, pues el hecho de que en la ciencia no se deben admitir ver-
dades absolutas porque siempre tendrán un contenido relativo, no significa
compartir el criterio relativista, y en definitiva agnóstico, según el cual no
existe ningún asidero seguro para las verdades científicas, por lo que, a lo
sumo, deben ser consideradas solo probables. Tal postura se observa en el
siguiente planteamiento: “Ni la ciencia es la misma verdad, ni la verdad lo
es todo. ¿Dónde entonces radica la pretendida verdad de la filosofía, de la
religión, del arte o de otros saberes aceptados por la humanidad? Aparte
de su eventual coherencia, su temporalidad le imprime necesariamente el
modesto carácter de un saber posible y quizás probable.”128

En primer lugar, en este autor se evidencia una seria confusión al considerar


en un mismo plano la verdad para la ciencia y lo que las distintas religiones
normalmente consideran como verdad suprema o absoluta, aparte de su
errónea extrapolación del arte o otras formas del saber, en las cuales esta
no desempeña un papel similar, como sucede en la ciencia. Habría que
cuestionarse si la verdad es válida de manera similar en esos otros terrenos,
incluso en el de la filosofía.

El hecho de que una de sus disciplinas, como la epistemología, tenga entre 173
sus objetos precisamente dilucidar el contenido de la verdad, no le otorga
ya de antemano una patente de corso para ofrecer veredictos inapelables
sobre lo que debe ser considerado verdadero.

De tal forma se subestiman o ignoran los granos de verdad objetiva que


existen siempre en cualquier verdad, por relativos que sean sus enunciados,
pues si se corresponden, aunque sea parcialmente, con la porción de la
realidad que constituye su objeto de conocimiento, sus enunciados serán
objetivos y por tanto válidos como verdad. Por fortuna, el relativismo no ha
tenido gran acogida en la comunidad científica internacional,129 pero siem-

128. García, Luis E. “La verdad como probabilidad”, en Gutiérrez, Carlos, B. El trabajo
filosófico de hoy en el continente. Memorias del XIII Congreso Interamericano de
Filosofía. Universidad de Los Andes, Bogotá, 1995, pp. 709-710.
129. “Los relativistas epistémicos han causado mucho revuelo en las últimas décadas
pero no han convencido a todo el mundo ni mucho menos. La visión tradicional del
progreso científico sigue siendo compartida por la inmensa mayoría de las personas
cultivadas o semicultivadas en todas partes del mundo (y por cierto que no solo en
los países euroamericanos, como pretenden algunos románticos tercermundistas) y
ella es la opinión compartida por casi todos los científicos practicantes de cualquier
país, que nunca han oído hablar de Kuhn o no les importa un comino lo que
haya dicho. Para todas estas personas está claro que el desarrollo de la ciencia
ha conducido a un aumento del conocimiento objetivo y que ello, a su vez, ha
Para qué sirve la epistemología a un investigador y un profesor

pre constituye una posible amenaza ante la cual investigadores y profesores


deben estar prevenidos.
Con optimismo epistemológico Aristóteles −para quien la verdad no se
aplica a las cosas, a los hechos, sino a las proposiciones o enunciados
que pretenden describir la realidad−130 plantearía: “(…) nunca se alcan-
za la verdad del todo, ni nunca se está totalmente alejado de ella. Cada
filósofo dice algo nuevo sobre la naturaleza, y luego cada uno de los
demás no dice nada nuevo o añade muy poco a lo de aquel; pero del
conjunto de todas estas cosas se llega a ciertos resultados apreciables.131

La confianza en la posibilidad real de conocer los fenómenos del mundo


afloraría con frecuencia en el filósofo griego. Si no hubiera sido así, qué
sentido habría tenido escribir un libro de lógica, Organon, con el objetivo
de orientar correctamente el proceso del pensamiento y evitar algunos erro-
res que con frecuencia se comenten, así como dedicar su vida no solo a la
reflexión filosófica, sino a educar a las nuevas generaciones −en la que se
destacó su discípulo Alejandro Magno− en el espíritu de enriquecer cons-
tantemente el conocimiento humano.

Otra cuestión es la interpretación que hizo la escolástica durante la Edad


Media del pensamiento del estagirita −muy diferente a la que hizo el aristo-
telismo árabe−, en la que el valioso fermento epistemológico que contenía
fue puesto en función de tratar de demostrar una verdad revelada y absolu-
174 ta, subordinada a la teología, y con ello se opacaba su enorme potenciali-
dad filosófica y científica.

El lastre de esa postura se mantuvo en el Renacimiento, e incluso llega hasta


la actualidad, cuando se considera que el verdadero conocimiento solo ra-
dica en Dios,132 por lo que el del hombre siempre ha sido, es y será limitado.
Así se observa en la llamada doctrina de la docta ignorancia, preconizada
por Nicolás de Cusa, quien sostenía:

“Por lo tanto, la inteligencia que no es la verdad, nunca comprende con


precisión la verdad, de tal modo que ella no puede ser comprendida más

promovido un aumento en el poder tecnológico y en las capacidades terapéuticas”.


Moulines, Ulises. “¿Existe progreso genuinamente científico?”, en Gutiérrez, Carlos B. El
trabajo filosófico de hoy en el continente. Memorias del XIII Congreso Interamericano
de Filosofía. Universidad de Los Andes, Bogotá, 1995, p. 26.
130. Aristóteles. “De la interpretación”, en Obras completas. Aguilar, Madrid, 1967,
p. 132,
131. Aristóteles. Metafísica y política. Editorial Estudios, La Habana, 1968, p. 67.
132. “(...) todo conocimiento viene subordinado y sirve a la teología, ciencia de
Dios, por lo cual toma ejemplos y usa términos de todo género de conocimientos”.
San Buenaventura. “Reducción de las ciencias a la teología”, en Eduardo Torres.
Antología del pensamiento medieval. Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 1975,
p. 510.
Pablo Guadarrama González

precisamente por el infinito. (…) nosotros no sabemos otra cosa sobre la


verdad sino que ella misma es incomprensible tal como es con precisión, ya
la verdad, necesidad absoluta que no puede ser ni más ni menos, aparece a
nuestra inteligencia como una posibilidad de ignorancia”.133

De este planteamiento se desprende que la verdad nunca se logra en reali-


dad, sino solo su posibilidad.

Una vez más se evidencia que del escepticismo al agnosticismo solo hay un
paso, y este no es muy largo. Por eso el investigador científico y el profesor
deben estar muy atentos a la zancadilla que les puede anteponer el relati-
vismo y el escepticismo, para no caer en el solipsismo134 y el agnosticismo,
posturas que de diferente modo niegan la posibilidad de que el hombre
conozca la realidad objetiva. Un criterio coincidente con tales formas de
subjetivismo se incrementó en la filosofía moderna cuando se enfatizó la
función del lenguaje en el conocimiento humano.

Nadie duda del trascendental papel que el lenguaje desempeña para el de-
sarrollo no solo de la ciencia y la filosofía, sino para todo tipo de relación
entre los hombres, como sostiene Edgar Morin:

El hombre se ha hecho en el lenguaje, que ha hecho al hombre. El


lenguaje está en nosotros y nosotros estamos en el lenguaje. Estamos
abiertos por el lenguaje, encerrados en el lenguaje, abiertos a los otros 175
por el lenguaje (comunicación), cerrados a los otros por el lenguaje
(error, engaño), abiertos a las ideas por el lenguaje, cerrados a las
ideas por el lenguaje. Abiertos al mundo y apartados del mundo por
nuestro lenguaje; en conformidad con nuestro destino, estamos en-
cerrados por lo que nos abre y abiertos por lo que nos encierra. Pro-
blema hu­mano universal con variaciones y modulaciones infinitas.135

Sin embargo, hiperbolizar su significación puede conducir, como de hecho


ha ocurrido, a hacer depender la apropiación de la realidad por parte del
hombre básicamente del lenguaje. Esto se evidenciaría luego en el positi-
vismo lingüístico, pero dicho criterio tendría antecedentes ya en el sofista

133. Nicolás de Cusa. “Docta ignorancia”, en Julián Marías. La filosofía en sus textos.
Editorial Labor, Barcelona, 1963, t. 1, p. 763.
134. “El idealismo subjetivo gnoseológico, que reduce todos los objetos, como
objetos de conocimiento, a contenidos de conciencia, y el idealismo metafísico, que
niega la existencia o, mejor dicho, la subsistencia, del mundo externo, conducen al
solipsismo. Éste puede definirse como la radicalización del subjetivismo, como la
teoría –a la vez gnoseológica y metafísica– según la cual la conciencia a la que se
reduce todo lo existente es la conciencia propia, mi «yo solo» (solus ipse)”. Ferrater
Mora, José. Diccionario de Filosofía. Editorial Ariel, Barcelona, 1994, p. 3341.
135. Morin, Edgar. El método. La humanidad de la humanidad. La identidad
humana. Cátedra, Madrid, 2001, p. 42.
Para qué sirve la epistemología a un investigador y un profesor

Gorgias, y en la filosofía moderna con Etienne de Condillac y Tomas Hob-


bes. Para este último: “Verdad y falsedad son atributos del lenguaje, no de
las cosas, y donde no hay lenguaje no existe ni verdad, ni falsedad”.136 Por
supuesto que tal criterio resulta válido para toda actividad humana, pues
sin lenguaje no puede construirse ni ciencia, ni filosofía, ni literatura, ni
religión, etc., y no solo para el caso de la verdad. Pero esta idea no debe
conducir en modo alguno al criterio de que el logro de la verdad depende
única y exclusivamente del lenguaje, sin tomar en debida consideración
todas las demás formas prácticas de relación y apropiación de la realidad
que el hombre desarrolla.

Condillac realizó un análisis del lenguaje que puede ser considerado un


antecedente de la semiótica −del mismo modo que lo fue el venezolano
Andrés Bello,137 con anterioridad a Peirce− al plantearlo como un sistema
de símbolos determinantes en la construcción del conocimiento.

La hiperbolizacion del papel de la lógica y del lenguaje en el proceso del


conocimiento alcanzó una de sus máximas expresiones en el neopositivismo,
desarrollado en el llamado Círculo de Viena. De ahí que en una primera forma
se conociera como positivismo lógico y luego como positivismo lingüístico.
Debe considerarse que esta corriente filosófica en cierta medida trataba de
reivindicar el pensamiento ilustrado frente a las corrientes irracionalistas, vo-
luntaristas y nihilistas que fueron tomando fuerza en Europa desde fines del
siglo xix.138
176
Wittgenstein parte del subjetivista criterio inicial139, luego abandonado
por el propio autor, según el cual “los límites de mi lenguaje son límites

136. Hobbes, Tomas. Leviatán. Fondo de Cultura Económica, México, 1982, p. 261.
137. Véase: Scocozza, Antonio. El maestro de América. La filosofía del entendimiento
de Andrés Bello. Universidad Católica de Colombia-Universidad de Salerno-Editorial
Planeta, Bogotá, 2011.
138. “Podría decirse, por ejemplo, que el Círculo de Viena no sólo estaba
comprometido con un ejercicio técnico filosófico –la formulación de las doctrinas
epistemológicas y semánticas del positivismo lógico–, sino con la defensa de la
Ilustración en contra de las diversas formas del irraciona­lismo, rasgo conspicuo de
la Viena de la posguerra que halló expresión en el fascismo clerical de Dollfuss,
así como en el nazismo”. Callinicos, Alex. Contra el posmodernismo. Una crítica
marxista. El Ancora Editores, Bogotá, 1993, pp. 96-97.
139. “Wittgenstein es el verdadero creador de la teoría, tan cara a los neopositivistas,
del «análisis lógico del lenguaje» destinada a ocupar el lugar de la filosofía. También
es el autor de la teoría de la carencia de significado de todas las proposiciones
universales que no se pueden reducir a proposiciones elementales. La demostración
de esta tesis tenía que ser la refutación defi­nitiva de toda metafísica; sin embargo, en
realidad sirve para poner a la filosofía neopositivista ante cuestiones tan escabrosas
como ésta: “¿hay una realidad objetiva?”. Esta proposición, para Wittgenstein,
simplemente ca­rece de sentido”. Schaff, Adam. La teoría de la verdad. Editorial
Lautaro, Buenos Aires, 1964, p. 324.
Pablo Guadarrama González

de mi mundo”,140 así como la intención de encontrar en determinadas


proposiciones los fundamentos de todo saber científico y filosófico, como
intentó Bertrand Russel con su propuesta de un “atomismo lógico”,141 con el
objetivo de perfeccionar la lógica y el lenguaje de la ciencia.
A juicio de este filósofo y matemático inglés:

En la práctica, el lenguaje es siempre más o menos vago, ya que lo que


afirmamos no es nunca totalmente preciso. Así pues, la lógica ha de
tratar de dos problemas en relación con el simbolismo: 1.º Las condi-
ciones para que se dé el sentido mejor que el sinsentido en las com-
binaciones de símbolos; 2.º Las condiciones para que exista unicidad
de significado o referencia en los símbolos o en las combinaciones de
símbolos. Un lenguaje lógicamente perfecto tiene reglas de sintaxis
que evitan los sinsentidos, y tiene símbolos articulares con un signifi-
cado determinado y único.142

Por esa razón coincidió inicialmente con Wittgenstein al tratar de crear un


lenguaje perfecto, exclusivo para la ciencia, en el cual se evitaran las im-
precisiones.143

Nadie debe subestimar el valor de la intención de alcanzar una mayor ri-


gurosidad en el discurso científico, en la precisión del contenido de cada
concepto que se utilice y en especial de cada palabra como signo, tenien-
do siempre en consideración su diferencia epistémica en relación con las 177
imágenes.144

140. Wittgenstein, Ludwig. Tractatus logico-philosophicus, 5.6, https://es.scribd.


com/doc/169728736/Tractatus-Logico-Philosophicus-Ludwig-Wittgenstein-Alianza-
pdf, p. 111.
141. “El mundo está totalmente descrito si todos los hechos atómicos se conocen,
unido al hecho de que éstos son todos los hechos. El mundo no se describe por el
mero nombrar de todos los objetos que están en él; es necesario también conocer
los hechos atómicos de los cuales esos objetos son partes constitutivas. Dada la
totalidad de hechos atómicos, cada proposición verdadera, aunque compleja, puede
teóricamente ser inferida. A una proposición (verdadera o falsa) que asevera un hecho
atómico se le llama una proposición atómica. Todas las proposiciones atómicas
son lógicamente independientes unas de otras”. Russell, Bertrand. “Introducción” a
Ludwig Wittgenstein. Tractatus logico-philosophicus. www.philosophia.cl / Escuela
de Filosofía Universidad ARCIS.
142. Idem.
143. “No es que haya lenguaje lógicamente perfecto, o que nosotros nos creamos
aquí y ahora capaces de construir un lenguaje lógicamente perfecto, sino que
toda función del lenguaje consiste en tener significado y sólo cumple esta función
satisfactoriamente en la medida en que se aproxima al lenguaje ideal que nosotros
postulamos”. Idem.
144. “Está fuera de duda que la imagen nunca puede igualar enteramente al modelo;
pero una cosa es la imagen y otra el símbo­lo, el signo convencional. La imagen
supone necesaria e inevita­blemente la realidad objetiva de lo que «se refleja».
Para qué sirve la epistemología a un investigador y un profesor

Ha sido bien reconocido el aporte de algunos neopositivistas al enriqueci-


miento de la lógica, la semiótica e incluso de las matemáticas; tal es el caso
de Russell en la teoría de conjuntos. Pero algo diferente ha sido cuando se
ha hiperbolizado el papel de la lógica en detrimento de otros componen-
tes imprescindibles del proceso cognitivo. De ahí que Albert Einstein haya
sostenido: “El objeto de toda ciencia, sea natural o psicológica, consiste
en coordinar nuestras experiencias de modo que el todo forme un sistema
lógico”.145

La preocupación fundamental de los neopositivistas ha sido el problema


metodológico146 −este hecho es valioso, sin duda, siempre y cuando se tome
en consideración que la actividad científica no debe limitarse a asuntos
solamente del método− así y depurar el lenguaje científico de la mayor
cantidad posible de imprecisiones. Por supuesto que resulta muy necesaria
esa labor, pero otro asunto −tan debatible que, de hecho, fue cuestionado
incluso por ellos mismos− es pensar que el logro de la verdad se alcan-
za simplemente por la adecuada correlación de proposiciones lógicas147 o
que la ciencia se reduce al lenguaje.148 Las proposiciones son consideradas

El «signo convencional», el símbolo, el jeroglífico son nociones que introdu­


cen un elemento completamente innecesario de agnosticismo”. Lenin, Vladimir I.
Materialismo y empiriocriticismo, en Obras completas. Editorial Cartago, Buenos
Aires, 1960, p. 233.
178 145. Einstein, Albert. El significado de la relatividad. Editorial Planeta, Barcelona,
1985, p. 51.
146. “Las corrientes neopositivistas han centrado sus criterios de demarcación en el
método, descuidando la conformación de los principios racionales que posibilitan
la teoría; en consecuencia, conceptualizar el conocimiento, por medio de la
construcción racional, permite una forma de establecer la coherencia y la necesidad
en las ciencias”. Londoño, Carlos. Dialéctica constructivista de las ciencias.
Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia, Tunja, 1992, p. 61.
147. “De lo que se trata no es de una utilización de contenidos sino de una
transferencia de métodos, de transferir a la filosofía los métodos analíticos de la
ciencia. En su versión exagera­ da, el concepto de filosofía científica, al menos
como lo manejaron los neopositivistas, reduce la filosofía a anci­lla scientiarum,
negándole, por lo tanto, toda posibilidad de áreas específicas de estudio, lo cual
haría que la filosofía consistiera, como lo expresa Carnap, en «el análisis lógico de
las proposiciones y conceptos de la ciencia empí­rica». La esencia de esta filosofía es
pues el análisis y no la síntesis, lo que quiere decir que como pensamiento teórico
no se propone ofrecer grandes esquemas concep­tuales que pretendan darnos una
interpretación del mun­do, sino únicamente el análisis del lenguaje con el cual las
ciencias construyen sus discursos sobre los diferentes aspectos de la realidad. Y en
cuanto es una filosofía que quiere imitar a la ciencia en su método, renuncia a toda
pretensión totalizante, para limitarse a actitudes aproximativas, de tanteo”. Sierra
Mejía, Rubén. Apreciación de la filosofía analítica. Universidad Nacional, Bogotá,
1987, pp. 22-23.
148. “El aspecto pragmático de la ciencia nos muestra que, aunque
la ciencia es un lenguaje, no es sólo un lenguaje. No es un mero
columbarium mediante el cual encasillamos la multiplicidad en la unidad, la
Pablo Guadarrama González

como artificiosos “protocolos”, en los que se trata de evitar cualquier tipo


de error o incoherencia entre sus elementos constitutivos, con independen-
cia de que se correspondan o no con la realidad.

Russell partía del controvertido criterio según el cual “El mundo se com-
pone de hechos: hechos que estrictamente hablando no podemos definir,
pero podemos explicar lo que queremos decir admitiendo que los hechos
son los que hacen a las proposiciones verdaderas o falsas”.149 Por supuesto
que todo depende de lo que se entienda por “hechos”; pero, independien-
temente de su mayor o menor objetividad, es que se plantee la posibilidad
de explicarlos sin que se admita la de definirlos, lo cual sin duda constituye
un verdadero contrasentido. Porque ¿de qué forma se puede explicar algo
si no está debidamente definido el contenido conceptual de lo que se pre-
tende explicar?

Los presupuestos epistemológicos del llamado “atomismo lógico” descan-


san sobre bases eminentemente subjetivas, por lo que resulta difícil que un
científico pueda elaborar una teoría con suficiente objetividad asumiéndo-
los. Esto se observa en la siguiente formulación:

La materia, tradicionalmente, tiene dos de aquellas propiedades “cla-


ras” que identifican a una construcción lógica; primera, que dos tro-
zos de materia no pueden ocupar el mismo sitio al mismo tiempo; y
segunda, que un trozo de materia no puede estar en dos lugares al 179
mismo tiempo. La experiencia en la sustitución de construcciones por
inferencias nos hace dudar de algo tan claro y exacto. No puede uno
dejar de sentir que la impenetrabilidad no sea un hecho empírico,
derivado de la observación de las bolas de billar, sino que es algo ló-
gicamente necesario. Ese sentimiento está totalmente justificado, pero
no lo sería si la materia no fuese una construcción lógica. Un número
enorme de acontecimientos coexisten en toda pequeña región de es-
pacio-tiempo; cuando hablamos de algo que no es una construcción
lógica, no encontramos propiedades tales como la impenetrabilidad,
sino, por el contrario, una imbricación interminable de los aconteci-

contingencia en la necesidad, la pluralidad en la universalidad o el cambio en el


principio que lo rige. Para que sea útil a la sociedad en los fines pragmáticos de dominio
del azar y la contingencia, la ciencia debe someter al veredicto de la experiencia sus
lenguajes teóricos. Si la ciencia fuera sólo un lenguaje bien hecho, no haría falta ni la
investigación de hechos, ni la experimentación, ni sería útil a la técnica. En el capítulo
dedicado a la ciencia en la sociedad, expliqué que la ciencia moderna ha tenido el
grado de expansión que ha tenido –no comparable a ninguna otra cultura– por el
interés técnico que tiene para la sociedad industrial. Este interés técnico obedece a
la necesidad de renovar continuamente sus métodos de producción para hacerlos
competitivos. Para la sociedad moderna y tardo moderna, la ciencia no es sólo un
lenguaje bien hecho, es un poder”. Rojas Osorio, Carlos. La ciencia como lenguaje.
Universidad Nacional Heredia, Costa Rica, 2006, p. 233.
149. Idem.
Para qué sirve la epistemología a un investigador y un profesor

mientos en una parte del espacio-tiempo, por pequeña que sea di-
cha parte. La razón por la que la materia es impenetrable estriba en
que nuestras definiciones así la hacen. Hablando a grandes rasgos, y
simplemente para dar una idea de cómo ocurre esto, podemos decir
que un trozo de materia es todo cuanto ocurre en cierto trayecto del
espacio-tiempo, y que nosotros construimos los trayectos llamados
trozos de materia de tal modo que no se intersequen (sic) entre sí.
La materia es impenetrable porque es más fácil enunciar las leyes de
la física si hacemos nuestras construcciones de tal manera que se ga-
rantice la impenetrabilidad. La impenetrabilidad es una consecuencia
lógicamente necesaria de la definición, aunque sea empírico el hecho
de que dicha definición sea conveniente. Los trozos de materia no fi-
guran entre los ladrillos con que está hecho el mundo. Los ladrillos son
acontecimientos, y los trozos de materia son porciones de la estruc-
tura a los que hallamos conveniente prestar atención por separado.150

Primero, considera que “la impenetrabilidad” no “es algo lógicamente ne-


cesario”; segundo, que “la materia” es ante todo “una construcción lógi-
ca”; tercero, lo que se obtiene como hecho científico o “átomo lógico” es
una “una imbricación interminable de los acontecimientos en una parte del
espacio-tiempo”; cuarto que “la razón por la que la materia es impenetra-
ble estriba en que nuestras definiciones así la hacen”, y finalmente llega a
la insostenible conclusión de que “la materia es impenetrable porque es
más fácil enunciar las leyes de la física si hacemos nuestras construcciones
180
de tal manera que se garantice la impenetrabilidad. La impenetrabilidad
es una consecuencia lógicamente necesaria de la definición (…)”. Existen
argumentos más que suficientes para dudar de que tales presupuestos le
sirvan a un investigador científico o a un profesor para formar a las nuevas
generaciones profesionales en un adecuado espíritu propulsor de la ciencia,
la tecnología y el mejoramiento de la sociedad.

No es de extrañar que tanto Russell como Wittgenstein finalmente se cues-


tionaran sus primeras elaboraciones teóricas en el terreno de la filosofía
de la ciencia, aunque la condición de científico en el caso del primero le
haya conducido con honestidad epistémica a concederle mayor valor a la
búsqueda de la verdad en este terreno que en el de la filosofía.151 Ha sido

150. Russell, Bertrand. “Atomismo lógico”, en A.J. Ayer (compilador). El positivismo


lógico. Estudios, La Habana, 1967, p. 43.
151. “¿Qué hemos de considerar como datos en filosofía? ¿Qué es lo que
consideraremos que tenga la mayor probabilidad de ser verdadero, y qué es lo
que debe ser rechazado si entra en conflicto con otra evidencia? Me parece que
la ciencia tiene mucho mayores probabilidades de ser verdadera que cualquier
filosofía propuesta hasta ahora (sin exceptuar la mía, por supuesto). En la ciencia
hay muchos asuntos con los que la gente concuerda; en filosofía no hay ninguno.
Por lo tanto, aunque todas las proposiciones de una ciencia puedan ser falsas, y es
prácticamente cierto que hay algunas que son falsas, haremos muy bien en construir
Pablo Guadarrama González

frecuente que muchos seguidores del neopositivismo hayan continuado


enalteciendo las tesis de ambos pensadores hasta la actualidad, sin prestar
demasiada atención a sus respectivas autocríticas. Por eso es conveniente
conocerlas y valorarlas, pues reaparecen con frecuencia tanto en el terreno
de la investigación como de la docencia.

El empirismo alcanzaría una de sus máximas expresiones en el físico aus-


tríaco Moritz Schlick, quien inicialmente fue un propulsor del llamado
“principio de verificación” como único método de validación del cono-
cimiento científico, hasta que la fuerte oposición que encontró entre sus
correligionarios le hizo reconsiderar sus criterios al respecto. A su juicio:

Dondequiera que haya un problema con sentido siempre se puede,


en teoría, encontrar el camino que lleva a su solución. Porque se de-
muestra en la práctica que el señalamiento de este camino coincide
en el fondo con el señalamiento del sentido de la pregunta. El re-
corrido práctico de ese camino puede ser dificultado, naturalmente,
por circunstancias de hecho, por ejemplo, por capacidades humanas
deficientes. El acto de verificación en el que desemboca finalmente
el camino seguido para la resolución del problema siempre es de la
misma clase: es el acaecimiento de un hecho definido comprobado
por la observación, por la vivencia inmediata. De esta manera queda
determinada la verdad (o la falsedad) de todo enunciado de la vida
diaria o de la ciencia. No hay, pues, otra confirmación de las verdades 181
que no sea la observación y la ciencia empírica.152
El enunciado que se asume como punto de partida es perfectamente
aceptable en toda investigación científica, pues son muchos los que
consideran, como Henry Bergson, que una pregunta bien formulada es la
mitad de la respuesta, o como Jean Paul Sartre, para quien las preguntas
válidas son la que llamó “culpables”, o sea, aquellas que el que las formula
presupone la adecuada respuesta.
Sin embargo, considerar que “No hay, pues, otra confirmación de las verda-
des que no sea la observación y la ciencia empírica” significa retrotraer la
investigación científica a sus primeras etapas de desarrollo e ignorar todos
los logros que se han producido en el terreno de los avances teóricos del
saber científico y especial de los estudios probabilísticos, estocásticos, etc.

En esa misma tónica empirista se expresaría su colega Rudolf Carnap al


sostener: “Hemos establecido con anterioridad que el sentido de una pro-

nuestra filosofía fundándonos en la ciencia, porque el riesgo de errar en filosofía es


seguramente mayor que el que existe en la ciencia. Si pudiésemos tener la esperanza
de alcanzar la certeza en filosofía, la cosa sería distinta, pero, por todo lo que puedo
ver, esa esperanza sería quimérica”. Ibidem, pp. 52-53.
152. Schlick, Moritz. “El viraje de la filosofía”, en A.J. Ayer (compilador). El positivismo
lógico. Estudios, La Habana, 1967, pp. 61-62.
Para qué sirve la epistemología a un investigador y un profesor

posición descansa en el método de su verificación. Una proposición afirma


solamente todo lo que resulta verificable con respecto a ella. Por eso una
proposición, cuando dice algo, sólo puede enunciar un hecho empírico.
Algo que estuviera en principio más allá de lo experimentable no podría ser
dicho, ni pensado, ni planteado”.153

Se debe tener presente lo sostenido al respecto por Engels: “El empirismo


de la observación, por sí solo, no puede nunca ser una prueba suficiente de
la necesidad”.154 Entiéndase esta última como la concatenación universal
entre los fenómenos, o lo que es lo mismo, la expresión del determinismo
dialéctico, que dista crucialmente del teleológico o fatalista.

Si se desea una justa valoración del empirismo en la historia de la ciencia y


la filosofía, se le debe reconocer un mérito esencial: haber arremetido con-
tra toda metafísica y formulación apriorística o especulativa. Esa es la razón
por la cual Albert Einstein –quien inicialmente también mantuvo algunos
contactos con los miembros del Círculo de Viena− tomó distanciamiento
crítico de algunas de sus tesis esenciales, como del apriorismo, y sostuvo:

La única justificación de nuestros conceptos y sistemas de conceptos


reside en el hecho de que son útiles para representar el complejo de
nuestras experiencias; pero fuera de ello no poseen otro título de legi-
timidad. Estoy convencido de que ha sido perjudicial la consecuencia
182 que han tenido en el progreso del pensamiento científico, el empeño
de los filósofos de sacar fuera del dominio del empirismo ciertos con-
ceptos fundamentales, trasladándolos así de este dominio, que está
bajo nuestro control, a las alturas intangibles de lo apriorístico. Admi-
tiendo que el universo de ideas no puede ser deducido de la experien-
cia por un método lógico, sino que, por el contrario, es una creación
de la mente humana, sin la cual no es posible la Ciencia, aun así re-
sulta que este universo de ideas es tan dependiente de la naturaleza
de nuestras experiencias como la forma de los vestidos que usamos es
dependiente de la forma de nuestros cuerpos. Esto es particularmente
aplicable a nuestros conceptos de tiempo y espacio, a los cuales los
físicos se han visto obligados, por los hechos, a hacerlos descender
del Olimpo de lo a priori, con el objeto de modificarlos de modo que
puedan prestar servicios útiles.155

153. Carnap, Rudolf. “La superación de la metafísica mediante el análisis lógico del
lenguaje”, en A.J. Ayer (compilador). El positivismo lógico. Edit. Estudios, La Habana,
1967, p. 82.
154. Engels, Federico. Dialéctica de la naturaleza. Editorial Grijalbo, México, 1961,
p. 194.
155. Einstein, Albert. El significado de la relatividad. Planeta-Agostini, Barcelona,
1961, pp. 52-53.
Pablo Guadarrama González

No obstante, es necesario develar cierto matiz pragmático que se despren-


de de esta afirmación del gran físico alemán. Como sostenía José Martí, el
sol también tiene manchas, los desagradecidos solo ven las manchas, los
agradecidos solo la luz.

El extraordinario mérito que hizo que Einstein sea reconocido por su teoría
de la relatividad es suficiente para ocupar un lugar entre los más descollan-
tes de la historia universal de la ciencia. Sin embargo, lo más meritorio es
que, no obstante sus profundas argumentaciones y convicciones de la vali-
dez de varias teorías sobre las que había partido, con envidiable modestia
expresó: “En mi opinión, la teoría presentada aquí es la más simple teoría
relativista de campo, y es perfectamente posible. Pero esto no significa que
la naturaleza no pueda obedecer a una teoría de campo más complicada”.156

Cuando Einstein llegó a Estados Unidos de América, el presidente de la


Sociedad de Físicos de ese país le comentó que allí había cientos de físicos
que estaban trabajando para demostrar que su teoría de la relatividad era
falsa. Su respuesta fue muy diáfana: para qué eran necesarios tantos en esa
labor, si con uno solo que lo lograra ya era suficiente. Aun hoy en día otros
tantos lo siguen intentando, pero el “núcleo duro” de dicha teoría, diría
Lakatos, sigue siendo válido.

Una concepción confluyente con la justipreciación de la experiencia puede


encontrarse en Stephen Hawking, uno de los grandes físicos contemporá- 183
neos, cuyas formulaciones sobre la teoría del big bang tienen sus fundamen-
tos más sólidos en familias de teorías, pero sin desdeñar la experiencia.157

156. Ibidem, p. 215.


157. “Hasta la llegada de la física moderna se acostumbraba a pensar que todo el
conocimiento sobre el mundo podría ser obtenido me­diante observación directa, y
que las cosas son lo que parecen, tal como las percibimos a través de los sentidos.
Pero los éxitos espectaculares de la física moderna, que está basada en conceptos,
como por ejemplo los de Feynman, que chocan con la experiencia coti­ diana,
han demostrado que no es así. Por lo tanto, la visión ingenua de la realidad no
es compatible con la física moderna. Para tratar con esas paradojas, adoptaremos
una posición que denomi­namos «realismo dependiente del modelo», basada en
la idea de que nuestros cerebros interpretan los datos de los órganos senso­riales
elaborando un modelo del mundo. Cuando el modelo explica satisfactoriamente
los acontecimientos tendemos a atribuirle, a él y a los elementos y conceptos que lo
integran, la calidad de realidad o verdad absoluta. Pero podría haber otras maneras
de construir un modelo de la misma situación física, empleando en cada una de
ellas conceptos y elementos fundamentales diferentes”. Stephen Hawking y Leonard
Mlodinow. El gran diseño. Crítica, Barcelona, 2010, p. 13.
Para qué sirve la epistemología a un investigador y un profesor

Con el mismo criterio de Einstein, de enfrentamiento crítico a cualquier


teoría científica apriorística, ha planteado:
Puede parecer que la física cuántica mine la idea de que la naturaleza
está regida por leyes, pero no es ese el caso, sino que nos lleva a acep-
tar una nueva forma de determinismo: dado el estado de un sistema
en un cierto momento, las leyes de la naturaleza determinan las pro-
babilidades de los diversos futuros y pasados en lugar de determinar
con certeza el futuro y el pasado. Aunque esto resulta desagradable
para algunos, los científicos debemos aceptar teorías que concuerden
con los experimentos y no con nuestras nociones preconcebidas.158

Lo anterior sirve para comprender que los grandes científicos no han des-
deñado la experiencia en sus formulaciones teóricas, pero a la vez no han
caído en la trampa del empirismo, pues si bien en los primeros estadios
de la ciencia moderna se justificaba que la dimensión descriptiva y expe-
rimental constituyera un sólido asidero para enfrentarse a todas las teorías
seudocientíficas y especulativas, eso no significa que en su desarrollo con-
temporáneo continúe teniendo similar validez y significación.

El empirismo no siempre ha servido a los investigadores para establecer


una adecuada correlación entre la realidad objetiva y los factores subje-
tivos, como la voluntad en la construcción del conocimiento. De ahí que
Noam Chomsky sostenga: “Tanto la observación como la experimentación
184 indican que un factor fundamental para el aprendizaje satisfactorio viene
dado por el elemento de acción voluntaria y exploración voluntariosa del
contexto”.159 Por tal motivo, debe estar muy presente esta adecuada correla-
ción en el acto pedagógico.

Veamos ahora las ideas de Schlick respecto a las relaciones entre la ciencia
y la filosofía, a partir del controvertible criterio según el cual si se analiza
tal vínculo es porque se presupone que no se identifican, ni la filosofía debe
ser concebida como una ciencia más. A su juicio:

Toda ciencia (en cuanto referimos esta palabra al contenido y no a los


dispositivos humanos para llegar a él) es un sistema de conocimientos,
esto es, de proposiciones empíricas verdaderas. Y la totalidad de las
ciencias, con inclusión de los enunciados de la vida diaria, es el siste-
ma de los conocimientos. No hay, además de él, ningún dominio de
verdades «filosóficas». La filosofía no es un sistema de proposiciones,

158. Ibidem, p. 83.


159. Chomsky, Noam. Sobre democracia y educación. Paidós, Barcelona, 2006, p.
170.
Pablo Guadarrama González

no es una ciencia. Pero entonces, ¿qué es? Bueno, desde luego no


es una ciencia, pero, no obstante, es algo tan significativo y de tan-
ta importancia que en adelante puede ser honrada, cual en tiempos
pasados, como la Reina de las Ciencias. Porque no está escrito en
ninguna parte que la Reina de las Ciencias tenga que ser ella misma
una ciencia. La característica positiva del viraje del presente se halla
en el hecho de que reconozcamos a la filosofía como un sistema de
actos en lugar de un sistema de conocimientos. La actividad mediante
la cual se descubre o determina el sentido de los enunciados: esa es
la filosofía. Por medio de la filosofía se aclaran las proposiciones. Por
medio de la ciencia se verifican. A esta última le interesa la verdad de
los enunciados, a la primera lo que realmente significan; la actividad
filosófica de dar sentido cubre la totalidad del campo del conocimien-
to científico. Esto fue correctamente conjeturado cuando se dijo que
la filosofía proporcionaba a la vez la base y la cima del edificio de la
ciencia. Pero era un error suponer que la base estaba formada por pro-
posiciones filosóficas (las proposiciones de la teoría del conocimien-
to) y coronada por una cúpula de proposiciones filosóficas (llamadas
metafísica).160

Al presuponer que toda ciencia debe ser considerada como “un sistema de
conocimientos, esto es, de proposiciones empíricas verdaderas”, ya estable-
cía un presupuesto de validación eminentemente empirista.

Más allá de coincidir o no con la opinión de que la filosofía sea una ciencia, 185
la cuestión de excluirla de la posibilidad de que desde su seno se puedan
alcanzar verdades pone en entredicho a miles de pensadores que desde la
antigüedad, no solo grecolatina, sino en otras latitudes, han elaborado ideas
filosóficas con indiscutible presunción de alcanzar algunas verdades.

Vetar de antemano la posibilidad de que la filosofía alcance verdades im-


plica pensar que solo las filiales súbditas, es decir, las ciencias particulares,
son capaces de conquistarlas verdades; así la filosofía quedaría predestina-
da a nunca alcanzarlas.

Resulta difícil aceptar, con un razonamiento lógico elemental, que mien-


tras las ciencias estuvieron bajo el regazo de su “reina madre” podían cose-
char verdades, pero al lograr su independencia y conformación impidieron
que su progenitora pudiese continuar conociéndolas.

Sostener que la filosofía es solo “un sistema de actos en lugar de un sistema


de conocimientos”, sin precisar de qué tipo de actos se trata, constituye un
planteamiento minimizador de la potencialidad epistémica que siempre ha
caracterizado el saber filosófico, con independencia de que se le considere
o no propiamente una ciencia.

160. Schlick, Moritz. El viraje de la filosofía, edi. cit., p. 62.


Para qué sirve la epistemología a un investigador y un profesor

Reducir el conocimiento científico simplemente a una adecuada conca-


tenación de “proposiciones protocolares”,161 a una especie de artificiosa
articulación lógica de palabras y oraciones, como llegaron a considerar los
neopositivistas, constituye una especie de burla a la labor de esforzadas
generaciones de científicos y minimiza en gran medida la labor de un pro-
fesor en cualquier disciplina, al presentarlo como una especie particular de
traductor.

De acuerdo con ese endeble criterio, para Rudolf Carnap: “En el caso de
muchas palabras, específicamente en el de la mayoría de las palabras de la
ciencia, es posible precisar su significado retrotrayéndolas a otras palabras
(«constitución», definición) (…).”162

No se debe menospreciar la importancia de un uso adecuado del lenguaje,163


y en especial de las palabras en el discurso científico, como Francis Bacon
recomendaba para evitar errores.164 Pero algo muy diferente es limitar el
contenido epistémico del saber científico o filosófico a una mera cuestión
filológica o semiótica. Llegar a pensar que todos los problemas científicos
se resuelven con una adecuada utilización de las palabras, es lo mismo que
creer que los graves problemas de la situación socioeconómica de los pue-
blos se resuelven con bellos discursos de sus gobernantes.

186
161. “Llamamos solamente proposiciones a las que tienen en sí verdad o falsedad”.
Aristóteles. Órganon escritos de lógica. Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 1975,
p. 69.
162. Carnap, Rudolf. “La superación de la metafísica mediante el análisis lógico del
lenguaje”, edi. cit., p. 68.
163. “Diríamos que el lenguaje, además de ser inicio y nacimiento de la existencia,
es el sustento donde la vida se perpetúa, aún después de la muerte, pues las
palabras sobreviven a sus portadores: autores, pensadores, líderes. Así también,
es en la palabra y su lenguaje donde sobreviven oralmente las culturas que no
poseen escritura, y también se extiende el poder y la influencia de los mandatos y
pensamientos remotos, los que se graban en la persona o en la sociedad según la
intensidad con la que se dieron, y si son interpretativos de la condición humana aún
más, como es el caso de los mitos, leyendas y arquetipos. Es entonces la palabra la
marca de la experiencia individual y colectiva de una sociedad”. Bojorque, Miriam.
Lectura y procesos culturales. Lenguaje en la construcción del ser humano. Palabra
Magisterio, Bogotá, 2004, p. 89.
164. “Por consiguiente, el empleo indebido e inadecuado de las palabras pone de
manera extraña dificultades al entendimiento. Ni las definiciones ni las explicaciones
con que los hombres doctos acostumbran a protegerse y defenderse en algunos
asuntos, pueden, en modo alguno, restituir la cosa a su verdadera situación. Sino
que las palabras coaccionan, sin duda, al entendimiento, y todo lo perturban, y
arrastran a los hombres a innumerables controversias y comentarios sin sentido”.
Bacon, Francis. “Nuevo Organo”. Buch, Rita M, Directora Académica. Antología.
Historia de la Filosofía. Filosofía Moderna, t. III. Editorial Félix Varela, La Habana,
2011, p. 159.
Pablo Guadarrama González

El hecho de que esta corriente se conozca como positivismo lógico se fun-


damenta en la alta significación que le atribuyó a la lógica, en especial a
la lógica matemática, como criterio para alcanzar la verdad, aunque con
frecuencia pusieran en duda la posibilidad de lograrla.

En un debate al respecto, retrotrayéndose a Nietzsche –para quien no exis-


ten verdades, sino solo interpretaciones–, Schlick le replicó a Carnap que
de aceptarse la validez de la proposición de que la verdad no existe, habría
al menos que reconocer esta verdad. Por lo tanto, esta existía.

Ante tales planteamientos hiperbolizadores de la función de la lógica para


el logro del conocimiento científico, Carlos Rojas Osorio plantea: “En gene-
ral, en las teorías racionalistas de la verdad se ha insistido en la coherencia
lógica como concepto definitorio de la verdad. Esta tesis me parece insufi-
ciente, porque una teoría puede ser muy coherente lógicamente (e incluso
matemáticamente) y, sin embargo, no resistir la evidencia empírica. Lo que
sí puede afirmarse es que la coherencia lógica es una condición de todas las
teorías filosóficas o científicas, formales o factuales.”165

Las posibles repercusiones negativas en el ámbito educativo que pueden


derivarse de tales criterios se observan en quienes reducen el proceso del
conocimiento científico a una simple relación coloquial, como en el si-
guiente planteamiento:
187
(…) la ma­yor parte de nuestro conocimiento proviene de nuestro in-
terior, no del medio ambiental, a pesar de que el medio ambiental
suele realizar una contribución nada desdeñable (para empezar, no
hay crecimiento, ni físico ni mental, sin el «alimento» adecuado). Si
esta hipótesis es cierta, tal como parece, sólo puede significar que el
término «aprendizaje», en muchas de sus acepciones (así como el
término «enseñanza» en necesaria reciprocidad con el «apren-
dizaje»), puede aplicarse al conocimiento resultante del de-
sarrollo o crecimiento mental tan solo de forma coloquial, del
mismo modo en que decimos que el sol «se pone» (…). 166

Por supuesto que tal postura no debe conducir a otro lugar que no sea el
subjetivismo. Cada investigador y profesor está en la obligación de tomar
algún tipo de actitud, bien sea de conformidad o de crítica al respecto. Lo
que sí resulta improcedente es expresar indiferencia ante tal crucial dilema
epistemológico.

165. Rojas Osorio, Carlos. La ciencia como lenguaje, Colección Prometeo, No. 35.
Universidad Nacional de Costa Rica, San José, 2006, p. 151.
166. Peregrin Otero, Carlos. “Introducción”, Noam Chomsky sobre democracia
y educación. Escritos sobre las instituciones educativas y el lenguaje en las aulas.
Paidós, Barcelona, 2006, p. 24.
Para qué sirve la epistemología a un investigador y un profesor

Sería ingenuo pensar que las posturas subjetivistas extremas son cuestión
del pasado, y que ya no es posible encontrarlas en el pensamiento contem-
poráneo. Lamentablemente no ocurre así. Son múltiples las ocasiones en
las que reaparecen de diverso modo, como puede observarse en este plan-
teamiento desconocedor de la objetividad del tiempo: “Mis recuerdos están
en un orden. El modo como los recuerdos están ordenados es el tiempo. El
tiempo se da, consiguientemente, en estrecha relación con los recuerdos. El
tiempo es casi la forma en que tengo los recuerdos”.167

No sorprendería si estas ideas fueran de un poeta, pero al tratarse de un fí-


sico matemático como Friedrich Weissman, también cultivador del empiris-
mo lógico, resultan preocupantes por su marcado agnosticismo,168 en caso
de que encuentren acogida entre investigadores y profesores en la actuali-
dad. De tal subjetivismo solo puede derivarse poner en duda la objetividad
de la realidad y, por supuesto, del conocimiento científico.

La filosofía analítica contemporánea es continuadora de la tradición neopo-


sitivista en correspondencia con su concepción internalista, que pretende
estudiar todo el devenir del conocimiento científico por móviles endóge-
nos, y sin contaminación con factores exógenos, más acentuadas por los
externalistas, tales como las circunstancias históricas en las que se han for-
mado y desarrollado los investigadores. Por lo que no le faltan razones a
Rubén Sierra Mejía para sostener:
188
Cuando comparamos la filosofía analítica con otras ten­dencias filosó-
ficas contemporáneas que también se ocu­pan de problemas episte-
mológicos, lo primero que llama la atención es la ausencia de interés
histórico que se obser­va en ella. Efectivamente, no encontramos en
los filósofos analíticos una preocupación por el desarrollo histórico de
la ciencia, o por los principios que rigen ese desarrollo. Los problemas
que conforman el corpus de sus teorías no pertenecen al campo de
lo «histórico», pues esos problemas son todos de naturaleza sincróni-
ca.169

167. Weissmann, Friedrich. Ludwig Wittgenstein y el círculo de Viena. Fondo de


Cultura Económica, México, 1973, p. 86.
168. “En filosofía no se puede descubrir nada. No lo acababa de entender y pequé
contra ello. La falsa concepción de la que quisiera tratar a este propósi­to es pensar
que podríamos llegar a algo que hoy aún no ve­mos; que podríamos encontrar algo
totalmente nuevo. Esto es un error. En verdad, poseemos ya todo, por cierto presente­
mente, y no debemos esperar nada. Nos movemos en el recinto de la gramática de
nuestro lenguaje corriente y esa gramática ya existe. Por lo tanto, lo tenemos todo y
no tenemos por qué esperar nada del futuro”. Ibídem, p. 161.
169. Sierra Mejía, Rubén. Apreciación de la filosofía analítica. Universidad Nacional
de Colombia, Bogotá, 1987, p. 16.
Pablo Guadarrama González

A partir de una justificada crítica a las filosofías de orientación metafísica,


como fue rasgo común del positivismo primigenio al considerarlas espe-
culativas porque admiten la posibilidad de alcanzar verdades absolutas,170
eran incapaces de cualquier tipo de verificación. Al respecto Hans Rei-
chenbach, desde lo que denomina “filosofía científica”, plantea: “(…) la
filosofía científica se rehúsa a aceptar cualquier clase de conocimiento del
mun­do físico como absolutamente seguro. Los principios de la lógica y de
las matemáticas representan el único te­rreno en que puede alcanzarse la
certeza; pero estos principios son analíticos y vacíos. La certeza y la vacie-
dad son inseparables: la síntesis a priori no existe”.171 Detrás de ese cuestio-
namiento crítico a la posibilidad de alcanzar alguna clase de conocimiento
del mun­do físico como absolutamente seguro, se esconde en realidad el
criterio de negar verdades en las cuales se pueda confiar, o lo que es lo
mismo, propone cederle terreno al escepticismo y el agnosticismo.

Cada una de las anteriores concepciones epistemológicas de una forma u


otra desemboca en el agnosticismo, o sea, el criterio según el cual no es
posible conocer el mundo, pues todo se limita a simples acuerdos conven-
cionales o lingüísticos establecidos por los hombres como suposiciones,
pero que no significan algún tipo de reflejo subjetivo de la realidad objetiva.

Detrás de las críticas a la teoría del reflejo −algunas de ellas razonables,


cuando este es considerado como una actividad pasiva del sujeto ante la
presencia del objeto− se esconden posiciones agnósticas que no toman en 189
debida consideración la dialéctica correlación entre el carácter relativo de
la verdad y los contenidos objetivos que esta encierra.

Si bien es cierto que el hombre jamás podrá conocer de una vez y por todas
la infinita totalidad de fenómenos existentes en el mundo, esto no implica
que parcialmente no vaya apropiándose cada vez de mayores parcelas de la
realidad antes desconocida. La prueba fehaciente de este hecho lo ofrece la
práctica a través de sus múltiples expresiones172 y la validez de una filosofía
de la praxis que extraiga adecuadas conclusiones de este proceso.

Los extraordinarios avances científicos y tecnológicos alcanzados a través


de toda la historia de la humanidad, y en especial de manera acelerada en
los últimos siglos, son más que suficientes para desacreditar a cualquier
escéptico, agnóstico o incrédulo epistémico.

170. “La filosofía especulativa quería certeza absoluta”. Reichenbach, Hans. La


filosofía científica. Fondo de Cultura Económica, México, 1975, p. 312.
171. Idem.
172. “(…) la relación sujeto-objeto no se puede comprender científicamente, sin
la intelección de la práctica”. Pupo, Rigoberto. La práctica y la filosofía marxista.
Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 1986, p. 14.
Para qué sirve la epistemología a un investigador y un profesor

4. El falsacionismo del racionalismo crítico, y su


enfrentamiento al empirismo y el historicismo

Las concepciones epistemológicas se han desarrollado en la historia en una


especie de conflicto pendular, según el cual en unos momentos prevalece
una corriente, bien sea empirista, sensualista, materialista, externalista, etc.,
y como reacción ante ella se produce la contraria, que trata de fundamentar
las que se le oponen, esto es, racionalistas, idealistas, internalistas, etc. En
ese sentido se ubica la teoría del racionalismo crítico y el falsacionismo de
Karl Popper, frente al empirismo y el verificacionismo de los neopositivistas.

Sin embargo, el hecho de que este se haya distanciado del Círculo de Viena,
con el cual en un inicio tuvo algunas aproximaciones, no significa que lo
haya hecho de una forma radical, pues en su concepción epistemológica se
revelan algunas huellas de su influencia, en especial en cuanto al conven-
cionalismo.173

Su crítica a la inducción, como punto de partida del conocimiento, lo llevó


a plantear que la validez de una teoría científica no debe fundamentarse en
la constatación empírica que ofrece la verificación, pues el hecho de que
un experimento falle no debe significar la invalidez de toda una teoría.174
Esto es cierto, pues es necesario conocer primero las causas por las cuales
190 no tiene éxito algún tipo de validación empírica, antes de arribar a la con-
clusión de que la teoría que lo sostiene es inapropiada.

Podría pensarse que su propuesta del criterio de falsabilidad es una especie


de la otra cara de la misma moneda donde se encuentra la verificabili-

173. “Popper tomó en serio el criterio convencionalista. Observó que siempre es


posible lograr el acuerdo entre una teoría y los datos de la observación. Si unos
determinados datos resultan incompatibles con las consecuencias de la teoría, cabe
adoptar un buen número de estratagemas para salvar la teoría. Pueden rechazarse
de plano los datos o se puede dar cuenta de ellos, bien sea incorporando hipótesis
auxiliares o bien modificando las reglas de correspondencia. Estas estratagemas
pueden introducir un abrumador grado de complejidad en el seno de un sistema
teórico. A pesar de todo, siempre es posible eludir los elementos de juicio falsadores
mediante estos elementos. De acuerdo con Popper el método empírico adecuado
ha de exponer permanentemente a una teoría a la posibilidad de ser falsada”. Losee,
John. Introducción histórica a la filosofía de la ciencia. Alianza, Madrid, 2000, p.
180.
174. “Una prueba científica o un experimento, no es otra cosa que la definición
de condiciones bajo las cuales una teoría podría ser falsa, que efectivamente no se
dan. Los experimentos propiamente no verifican (absolutamente) las teorías, sino
que permiten (provisionalmente) considerarlas como válidas, en tanto no se den
otros hechos que contradigan las predicciones posibles a partir de la citada teoría”.
Hernández-Pacheco, Javier. Corrientes actuales de la filosofía. II. Filosofía social.
Tecnos, Madrid, 1997, p. 17.
Pablo Guadarrama González

dad, pero no es del todo así, pues es algo más flexible. No exige que todo
enunciado científico tenga necesariamente que ser falseado para aceptar su
validez, sino que admita la posibilidad de serlo.

No deja de tener razón al cuestionarse la ciega aceptación de teorías cien-


tíficas que pretenden presentarse como el non plus ultra del conocimiento
de una parcela de la realidad, sin dejarse someter a la posibilidad de ser
enjuiciadas críticamente y por tanto falseadas. Sin embargo, detrás de esa
idea de enfrentarse a cualquier tipo de aceptación de verdades absolutas en
la ciencia también pueden subyacer el escepticismo y el relativismo.

Según tal criterio, una teoría es verdadera si se pueden crear las condiciones
para ser refutada por la demostración de los hechos empíricos, aunque no
es necesario que esto en verdad ocurra, sino simplemente cuando se admi-
te, de forma racional, como posibilidad.

No reconoce la racionalidad como un patrimonio exclusivo de los filósofos,


y mucho menos de aquellos que se consideran superdotados para revelar
la verdad.175 A su juicio: “(…) el conocimiento científico es el resultado del
aumento del sentido común; en grande; sus problemas son los de este pero
ampliados”.176

Su crítica al empirismo lo llevó a enfrentarse al historicismo. Según su crite-


rio: “Entiendo por «historicismo» un punto de vista sobre las ciencias socia- 191
les que supone que la predicción histórica es el fin principal de estas, y que
supone que es alcanzable por medio del descubrimiento de los «ritmos» o
«modelos» de las «leyes» o las tendencias que yacen bajo la evolución de la
historia”.177 Así caracteriza a aquellas concepciones que presuponen un de-
venir fatal de la sociedad hacia una meta preconcebida como paraíso final
de la humanidad. Ante tal visión cerrada propuso una “sociedad abierta” a
las posibilidades de desarrollo.

175. “Algunos filósofos han hecho una virtud de hablarse a sí mismos, tal vez porque
piensan que no hay nadie con quien merezca la pena hablar. Pero temo que la
costumbre de filosofar en este plano algo eminente sea un síntoma de la decadencia
de la discusión racional sin duda alguna, Dios se habla principalmente a sí mismo,
porque no tiene a nadie que valga la pena de hablar, pero un filósofo debería
saber que no es más divino que los demás hombres”. Popper, Karl. La lógica de la
investigación científica. Edit. Tecnos, Madrid, 1973, p. 18.
176. Ibidem, p. 22.
177. Popper, Karl. Miseria del historicismo. Edit. Alianza-Taurus, No. 477, Madrid,
1981, p. 17.
Para qué sirve la epistemología a un investigador y un profesor

Su propuesta consiste en aplicar métodos científicos para la comprensión


del desarrollo de la sociedad por medio de una ingeniería social,178 en lugar
de atenerse a filosofías de la historia que por tu carácter metafísico condu-
cen a interpretaciones dogmáticas y fideístas. A su juicio:
Lo que sí debemos al método científico es la conciencia de nuestras
limitaciones: no ofrecemos pruebas allí donde nada puede ser pro-
bado, ni pretendemos ser científicos donde todo lo que puede darse
es, a lo sumo, un punto de vista personal. No tratamos tampoco de
reemplazar los viejos sistemas filosóficos por otro nuevo, ni de agregar
absolutamente nada a todos esos volúmenes llenos de sabiduría, a esa
metafísica de la historia y del destino que se estila en la actualidad.
Procuramos, más bien demostrar que esa sabiduría profética resulta
perjudicial, y que la metafísica de la historia obstaculiza la aplicación
de los métodos rigurosos, aunque lentos, de la ciencia a los problemas
de la reforma social.179

Tal oposición a cualquier concepción cerrada y unilateral del desarrollo


histórico estaba condicionada por su justificada crítica al nazismo −del cual
de cierto modo fue víctima−, dada su aspiración a construir el imperial III
Reich, y también al estalinismo, por su sesgada interpretación del marxismo
y el comunismo, como presunto paradisíaco país de Jauja.

Aunque tuvo simpatías hacia el marxismo y el socialismo,180 sus críticas


estuvieron dirigidas, al igual que al psicoanálisis, por el hecho de que
192
algunos de sus seguidores –especialmente los cultivadores del marxismo-
leninismo, gestado por el estalinismo, que en muchos aspectos difería de
las ideas del autor del materialismo histórico, y ello motivó las reacciones
del antimarxismo–181 les considerasen teorías infalibles. Ante tales consi-

178. “El ingeniero social no se plantea ninguna interrogante acerca de la tendencia


histórica del hombre o de su destino, sino que lo considera dueño del mismo, es
decir, capaz de influir o modificar la historia exactamente de la misma manera en
que es capaz de modificar la faz de la Tierra”. Popper, Karl. La sociedad abierta y
sus enemigos. Ed. Paidós, Barcelona, 1982, p. 121.
179. Popper, Karl. La sociedad abierta y sus enemigos. Ed. Paidós, Barcelona, 1982,
p. 16.
180. “Uno de los puntos en los cuales siento simpatía por los marxistas es su
insistencia en que los problemas sociales de nuestro tiempo son urgentes y que
los filósofos deben enfrentarse con los mismos; que no debemos contentarnos con
interpretar el mundo, sino que debemos ayudar a cambiarlo. Siento gran simpatía
por esa actitud... creo que lo mejor que podemos hacer como filósofos es abordar
los problemas pertrechados con las armas de una crítica de los métodos”. Popper,
Karl. Conjeturas y refutaciones. El desarrollo del conocimiento científico. Edit.
Paidós, Buenos Aires, 2.a edición, 1983, pp. 403-404.
181. Véase: Guadarrama, Pablo. Marxismo y antimarxismo en América Latina.
Universidad INCCA de Colombia, Bogotá, l990. Ediciones El Caballito, México-
Editora Política, La Habana, México, D.F., 1994; Editorial El Perro y la Rana, Caracas,
tomos I y II, 2015.
Pablo Guadarrama González

deraciones, su “racionalismo crítico” no podía admitir tales defensas de


verdades absolutas.

En verdad, Marx no planteó una visión cerrada de la historia que de ma-


nera fatal terminase en la sociedad comunista. Por el contrario, concibió el
comunismo como una crítica dialéctica permanente al orden existente,182
o sea, a la sociedad capitalista. Capítulo aparte son las interpretaciones
teleológicas que se fueron elaborando luego por algunos de sus seguidores,
especialmente durante el estalinismo.

Resulta muy meritorio en Popper su optimismo epistemológico, la confian-


za en la posibilidad del uso de la razón para el conocimiento del mundo,183
con independencia de los cuestionamientos que hace respecto al poder de
la ciencia, en relación con lo cual se le formulan algunas críticas.184

Popper era consciente de que al asumir como presupuesto fundamental de


su teoría la fortaleza de la razón −de ahí que considerase su filosofía como
«racionalismo crítico»– no dejaba también de ser cuestionable, y al respec-
to planteaba:

La actitud racionalista se caracteriza por la importancia que asigna al


razonamiento y a la experiencia. Pero no hay ningún razonamiento
lógico ni experiencia alguna que puedan sancionar esta actitud ra-
cionalista, pues sólo aquellos que se hallan dispuestos a considerar el 193
razonamiento o la experiencia y que, por lo tanto, ya han adoptado
esta actitud, se dejarán convencer por ellos. Es decir, debe adoptarse
primero una actitud racionalista si se quiere que una argumentación
o experiencia dadas tengan eficacia, y esa actitud no podrá basarse,

182. Véase: Marx, Carlos. La ideología alemana. Editora Política, La Habana, 1965.
183. “El conocimiento de la realidad se basa en cuatro puntos para Popper: 1) se acepta
la existencia del mundo real, material, independiente de las experiencias subjetivas,
2) La existencia de ese mundo real no puede ser demostrada subjetivamente pero
se acepta, por la fortaleza de sus argumentos, el realismo que afirma la existencia
del mundo real no subjetivo; 3) Los conocimientos son intentos de los sujetos para
descubrir el mundo real; 4) Los sujetos nunca podremos estar ciertos de que nuestro
conocimiento es verdadero, pero en algunas ocasiones nos podemos dar cuenta de
que el conocimiento que se tiene de la realidad va aumentando”. Artigas, Mariano.
Karl Popper. Búsqueda sin término, Editorial Magisterio Español, S.A., Madrid, 1979,
p. 107.
184. “Sostiene Popper: «La pureza de la ciencia pura es un ideal, el que acaso
quepa considerar inalcanzable, pero por el que la crítica lucha y ha de luchar
ininterrumpidamente». Esa ciudadela científica cerrada, en la cual Popper quiere
se­guir depurando el conocimiento para exigir títulos de noble­za, me parece una
bastardía. La pregunta más bien es si ¿la ciencia representa el conocimiento humano
en toda la riqueza y complejidad? El culto a la cientificidad más parece propio de
la religión que de una posición intelectual y crítica”. Botero, Darío. Discurso de la
no-razón. Produmedios, Bogotá, 2006, p. 83.
Para qué sirve la epistemología a un investigador y un profesor

en consecuencia, ni en el razonamiento ni en la experiencia. (Y esta


consideración es completamente independiente del problema de si
existen o no argumentos racionales convincentes en favor de la adop-
ción de la actitud racionalista) (…) Pero esto significa que todo aquel
que adopte la actitud racionalista lo hará porque ya ha adoptado pre-
viamente, sin ningún razonamiento, algún supuesto, decisión, creen-
cia, hábito o conducta que caen dentro de los límites de lo irracional.
Sea ello lo que fuere, podríamos darle el nombre de fe irracional en
la razón.185

En cierta medida no deja de ser válido ese posible cuestionamiento de la


potencialidad de la razón, que por tanto debe hacerse extensivo a la filoso-
fía y a la ciencia.186 Pero, si se pone en duda tal potencialidad, se estará a
la vez cuestionando una de las vigas fundamentales sobre las cuales se ha
construido una herramienta tan esencial a la filosofía187 y a la ciencia, sino
a todo el andamiaje de las civilizaciones. Ante la posible admisión de la ra-
cionalidad de un argumento escéptico de tal envergadura no quedaría otro
argumento, no menos racional, que el de Voltaire al dudar de la existencia
de los escépticos.

185. Popper, Karl. La sociedad abierta y sus enemigos. Editorial Paidós, Buenos
Aires, 1957, p. 414.
186. “Llegados a este punto podemos aventurar unas consideraciones finales sobre
194 el papel de la ciencia y del método científico en las apreciaciones de racionalidad.
Creo que, en principio, podemos descartar la versión trascendental del método
científico como modelo general del ejercicio de la racionalidad en el sentido de
reflejar la (presunta) estructura misma del uso de la razón, parafraseando a Ortega,
“¿quién es esa moza?”. También habremos de renunciar a otra pretensión filosófica
clásica que atribuye al método científico una determinación positiva fuerte de
nuestras posibilidades de justificación epistémica. Pues, por una parte, ningún código
conocido de normas o valores epistémicos llega a constituir una determinación
suficiente o necesaria del desarrollo mismo de la ciencia o, más en general, del
conjunto de las prácticas justificables en el seno de una comunidad científica o
en el marco de una disciplina. Por otra parte, el método científico tampoco es una
condición suficiente o necesaria de la racionalidad epistémica en cualquier contexto
cultural; no es determinante en el sentido de que, por ejemplo, bastaría que una
proposición estuviera lógica o metodológicamente justificada para que su asunción
fuera racional, ni en el sentido de que la asunción de toda proposición que no
estuviera lógica o metodológicamente justificada, sería irracional, por encima o
al margen de cualquier otra consi­deración. Y, en fin, no sólo no contamos ahora
sino que seguramente nunca po­ dremos contar con una explicitación efectiva
de las condiciones suficientes y nece­sarias que —se supone— deberán regir la
racionalidad epistémica en todo momento y en cualquier circunstancia”. Luis Vega.
“Popper y la racionalidad científica (elementos para una discusión)”, en González,
Moisés (compilador). Filosofía y cultura. Editorial Siglo XXI de España Editores S.A.,
Madrid, 2003, p. 562.
187. Véase: Guadarrama, Pablo. “La eficaz función crítica de la filosofía.” En
J.A. Nicolás, S. Wahnón, J.M. Romero Cuevas (eds.), Crítica y Hermenéutica. Ed.
Comares, Granada, 2018.
Pablo Guadarrama González

Si el investigador científico y el profesor desconfían de la potencialidad


epistémica de la razón, pueden conducir a la paradoja de tener que cuestio-
narse la fundamentada racionalidad del propio inquisidor argumento. En tal
situación se puede caer en una aporía similar a las de los antiguos sofistas,
que no conduce a ninguna solución. En ese caso es imprescindible acudir
al sentido común, que demuestra el incuestionable progreso de la ciencia
y la tecnología a lo largo de la historia, fundamentado básicamente en el
adecuado uso de la razón.

Algo diferente ha sido el proceso de la historia de la filosofía, en que pue-


den apreciarse concepciones de corte irracionalista y cuestionadoras del
valor de la razón desde diversas perspectivas, ya sean religiosas, voluntaris-
tas, vitalistas, existencialistas, etc. Sin embargo, tales críticas no han podido
ejecutarse sin la utilización de ese valioso instrumento epistémico que es
la razón.

Para Popper, la realidad solo se puede representar por medio de enuncia-


dos. Las teorías son enunciados, por lo que deben ser consideradas como
conjeturas, pero que no deben ser comprobadas necesariamente de forma
empírica, sino a través de la contrastación deductiva. Así el hombre se va
acercando a la verdad, por medio de la demarcación lógica y la falsación o
contrastabilidad con otras teorías más endebles.

El conocimiento científico no se inicia en el momento de la constatación 195


empírica de un fenómeno, aunque este sea imprescindible, sino a partir de
la formulación de problemas, entendido este término en su sentido origina-
rio, es decir, como un dilema en el cual se presentan diversas posibilidades
de solución.

Al respecto declara:

Mi tesis, como ya he indicado, sostiene que no empezamos por obser-


vaciones, sino siempre a partir de problemas, o a partir de una teoría
que ha pasado por serias dificultades, es decir, una teoría que ha crea-
do y decepcionado determinadas expectativas. (…) Por tanto, pode-
mos decir que nuestro conocimiento aumenta a medida que pasamos
de viejos problemas a problemas nuevos por medio de conjeturas y
refutaciones, por la refutación de nuestras teorías o, más en general,
de nuestras expectativas.188

Lamentablemente el empleo inadecuado del término problema, al utilizarse


comúnmente para denominar cualquier tipo de dificultad, ha conducido a
investigadores y profesores a denominar problema cualquier tipo de enun-
ciado, sin tomar en debida consideración si este encierra o no una conflicti-

188. Popper, Karl. El mito del marco común. En defensa de la ciencia y la racionalidad,
Paidós Básica, Barcelona, 1997, p. 100.
Para qué sirve la epistemología a un investigador y un profesor

vidad de alternativas de posible solución. Lo peor es cuando el investigador


cree que con la simple formulación de una pregunta, por ingenua o simple
que esta sea, ya se está en presencia de un problema metodológico para el
proyecto de una investigación científica.

Con frecuencia algunos consideran que con preguntas como las siguientes
ya está formulado el problema de investigación: “¿Es posible solucionar la
situación del transporte en la ciudad?” o esta otra “¿Cómo se puede incre-
mentar la productividad en la fábrica?”. En lugar de plantear diversas alter-
nativas de solución, como por ejemplo, para el primer caso, por medio de
la construcción de un metro aéreo o subterráneo, la ampliación del sistema
de ómnibus, establecer horarios diferenciados de trabajo en empresas o
instituciones, o la construcción de ciclovías; y para el segundo, proponer
un mejoramiento de la distribución de las áreas productivas y de almace-
namiento, la renovación de las maquinarias obsoletas o la superación en la
calificación de los operarios. Alguna de esas alternativas debe considerarse
como posible hipótesis para la solución del problema metodológico, que
no debe confundirse con la situación problemática que se debe mejorar.

El tal sentido, la propuesta de Popper –según la cual la investigación cientí-


fica se desarrolla básicamente por la triada: problema, conjetura, refutación
(crítica)– no deja de tener validez. Pero, cuestión aparte es coincidir con
él en que el conocimiento científico avanza mediante la elaboración de
196 hipótesis a priori, pues en verdad las hipótesis nunca están distanciadas de
alguna forma de la realidad empírica, por lo que jamás son propiamente
anteriores a la experiencia.

Para Popper “(…) las teorías son redes que lanzamos para apresar aquello
que llamamos «el mundo»: para racionalizarlo, explicarlo y dominarlo. Y
tratamos de que la malla sea cada vez más fina”.189 Pero considera que
nunca es posible tener la plena seguridad de que el conocimiento sea ver-
dadero de forma absoluta, pues es siempre conjetural e hipotético.190 Pro-
pone que para una mejor aproximación a la realidad se debe acudir a una
proposición infinita de teorías, −en la medida en que en algunas de estas
se pueda argumentar racionalmente su falsabilidad−, sin tener que acudir
necesariamente a la experimentación para demostrar su validez en el cono-
cimiento del mundo.

189. Popper, Karl. La lógica de la investigación científica. Edit. Tecnos, Madrid, 1973,
p. 57.
190. “Nunca podemos considerar que una teoría particular es absolutamente cierta:
toda teoría puede tornarse problemática por muy bien corroborada que pueda
parecer ahora. Ninguna teoría científica es sacrosanta o está más allá de la crítica
(…), ninguna teoría puede ser tenida por algo acabado”. Popper. Karl. Conocimiento
objetivo. Editorial Tecnos, S.A., Madrid, 1974, p. 324.
Pablo Guadarrama González

Según su criterio: “(…) la tarea del científico no es descubrir la certeza


absoluta, sino en descubrir teorías cada vez mejores (…) capaces de some-
terse a contrastaciones cada vez más rigurosas (que nos guían, por tanto, y
nos develan siempre nuevas experiencias iluminándolas). Pero esto quiere
decir que dichas teorías han de ser falsables: la ciencia progresa median-
te su falsación”.191 Luego, para verificar las teorías –que considera como
conjeturas hasta tanto sean refutadas− propone su contrastabilidad a través
de la deducción, en lugar de la inducción, pues piensa que trasladar con-
clusiones emanadas del análisis de casos concretos conduce al error. Sin
duda, este planteamiento no deja de ser una forma de absolutización de la
racionalidad y, en cierta medida, una subvaloración de la experiencia.

Para él, la falsación no significa solo la función de negar, sino aprender de


los errores,192 sin importar cuántas veces se fracase, y esto exige la formu-
lación de nuevas hipótesis que contribuyan a la posible validación de la
nueva teoría.

El investigador científico debe saber diferenciar los aportes y las limitacio-


nes que plantea el racionalismo crítico popperiano. De eso se percataron al-
gunos de los continuadores de su obra, como Thomas Kuhn e Imre Lakatos,
quienes hicieron lo posible por enriquecer sus propuestas epistemológicas.

Kuhn sometió a análisis crítico la validez epistémica tanto del verificacio-


nismo como del falsabilismo de Popper, pues, a su juicio, ambas posturas 197
no escapan del mismo paradigma: “Considero a éstos como realizaciones
científicas universalmen­te reconocidas que, durante cierto tiempo, propor­
cionan modelos de problemas y soluciones a una comunidad científica”,193
que ambas posturas pretenden cuestionar.

Según Kuhn, para que haya un verdadero avance en la ciencia debe pro-
ducirse una revolución epistemológica que cambie radicalmente la manera
de pensar y concebir aquella parcela de la realidad objeto de estudio. A su
juicio, los investigadores solo aceptan que una teoría ha sido refutada o fal-
sada cuando comienzan a observar anomalías en su concepción, aceptada

191. Ibidem, p. 325.


192. “Evidentemente, siempre es posible salvar una teoría falsa mediante hipótesis
auxiliares (como las de los epiciclos). Pero no es este el camino progresivo de las
ciencias. La reacción adecuada frente a una falsación es buscar teorías nuevas que
parezcan ofrecernos una visión mejor de los hechos. A la ciencia no le interesa decir
la última palabra, si eso significa cerrar nuestra mente a experiencias falsadoras,
sino que le interesa más bien aprender de nuestra experiencia, es decir, de nuestros
errores”. Popper, Karl. Conocimiento objetivo. Editorial Tecnos, S.A., Madrid, 1974,
pp. 324- 325.
193. Kuhn, Thomas S. La estructura de las revoluciones científicas. Fondo de Cultura
Económica, Bogotá, 1992, p. 13.
Para qué sirve la epistemología a un investigador y un profesor

como “ciencia normal”,194 y aparece otra teoría más coherente y aceptable


o “creíble” por la comunidad científica internacional, como una nueva eta-
pa de la ciencia normal, que viene a sustituir la anterior en crisis. En tales
casos:
(…) la ciencia nor­mal suprime frecuentemente innovaciones funda­
mentales, debido a que resultan necesariamente subversivas para
sus compromisos básicos. Sin embargo, en tanto esos compromisos
conservan un elemento de arbitrariedad, la naturaleza mis­m a de
la investigación normal asegura que la innovación no será su-
primida durante mucho tiempo. A veces, un problema normal, que
debe­ría resolverse por medio de reglas y procedimien­tos conocidos,
opone resistencia a los esfuerzos reiterados de los miembros más
capaces del gru­po dentro de cuya competencia entra.195

Según su criterio: “Para ser aceptada como paradigma, una teoría debe pa-
recer mejor que sus competidoras; pero no necesita explicar y, en efecto,
nunca lo hace, todos los hechos que se puedan confrontar con ella”.196

Thomas Kuhn consideró que entre el pensamiento conservador de la ciencia


normal y el divergente innovador de la revolucionaria se producía una ten-
sión esencial, pero esta se manifestaba más como un fenómeno psicológico
y sociológico que propiamente epistémico. Así lo reconocía al plantear:
“muchas de mis generalizaciones versan sobre la sociología o psicología
198 social de los científicos”.197

A pesar de que las propuestas epistemológicas de Kuhn dan continuidad


de algún modo al racionalismo, y en particular al popperiano, resulta muy
cuestionable que su fórmula no exija la adecuada argumentación racio-
nal para demostrar su validez y se conforme simplemente con el hecho de
“parecer mejor”, lo que evidencia el subjetivismo de tal concepción, aun
cuando sea consensuado entre una comunidad determinada de científicos.

Kuhn no se distancia demasiado del convencionalismo ni del pragmatismo.


Esto puede apreciarse al plantear:
Los paradigmas obtienen su status como tales, debido a que tienen
más éxito que sus competidores para re­solver unos cuantos problemas
que el grupo de profesionales ha llegado a reconocer como agu­dos.
Sin embargo, el tener más éxito no quiere decir que tenga un éxito

194. “(…) «ciencia normal» significa inves­tigación basada firmemente en una o más
reali­
zaciones científicas pasadas, realizaciones que al­ guna comunidad científica
particular reconoce, durante cierto tiempo, como fundamento para su práctica
posterior”. Ibidem, p. 33.
195. Ibidem. pp. 26-27.
196. Ibidem, p. 44.
197. Barber, Bernard. La ciencia y el orden social. Barcelona, Ariel, 1972, p. 298.
Pablo Guadarrama González

completo en la resolu­ción de un problema determinado o que dé resul­


tados suficientemente satisfactorios con un nú­mero considerable de
problemas.198

El eficaz manejo del instrumental epistemológico que él propone con el


concepto de paradigma se dirige a facilitar su comprensión para que los
investigadores lo utilicen imbuidos del criterio pragmático para la construc-
ción del conocimiento científico. Esto puede apreciarse cuando plantea:

Al enfocar la atención sobre un cuadro pequeño de problemas re-


lativamente eso­téricos, el paradigma obliga a los científicos a inves-
tigar alguna parte de la naturaleza de una manera tan detallada y
profunda que sería inima­ginable en otras condiciones. (…) durante
el periodo en que el paradigma se aplica con éxito, la profesión
resolverá problemas que es raro que sus miembros hubieran podi-
do imagi­n arse y que nunca hubieran emprendido sin él. 199

Según su opinión:
(…) una de las cosas que adquiere una comunidad científica con un
paradigma, es un criterio para seleccionar problemas que, mientras
se dé por sentado el pa­radigma, puede suponerse que tienen solu-
ciones. Hasta un punto muy elevado, ésos son los únicos problemas
que la comunidad admitirá como cien­t íficos o que animará a sus
miembros a tratar de resolver.200
199
Es evidente que de nuevo el convencionalismo aflora en la teoría de las “re-
voluciones científicas”201 del físico e historiador de la ciencia norteameri-
cano, independientemente de los múltiples elementos válidos que encierra
su teoría.

Lakatos, con razón, se distancia de Kuhn al considerar:


El valor cognoscitivo de una teoría nada tiene que ver con su influen-
cia psicológica sobre las mentes humanas. Creencias, convicciones,
comprensiones... son estados de la mente humana. Pero el valor cien-
tífico y objetivo de una teoría es independiente de la mente humana
que la crea o la comprende. Su valor científico depende solamente del
apoyo objetivo que prestan los hechos a esa conjetura.202

198. Kuhn, Thomas S. La estructura de las revoluciones científicas, edi cit., pp. 51-52.
199. Ibidem, p. 53.
200. Ibidem, p. 71.
201. “Los episo­ dios extraordinarios en que tienen lugar esos cambios de
compromisos profesionales son los que se denominan en este ensayo revoluciones
científicas. Son los complementos que rompen la tradición a la que está ligada
la actividad de la ciencia normal”. Ibídem, p. 27.
202. Lakatos, Imre. La metodología de los programas de investigación científica.
Alianza Universidad, Madrid, 1989.
Para qué sirve la epistemología a un investigador y un profesor

La propuesta de Lakatos concibe el desarrollo de la ciencia como una suce-


sión de programas emprendidos por diversos investigadores, en los cuales,
aunque algunos de sus elementos –dentro del “cinturón” de propuestas que
abarcan– pueden ser falsados, otros mantienen su validez en una especie
de “núcleo duro” o “centro firme”, que devienen pilares o puntos de partida
para nuevas investigaciones.

Para este matemático húngaro:

La ciencia no es sólo ensayos y errores, una serie de conjeturas y re-


futaciones. «Todos los cisnes son blancos» puede ser falsada por el
descubrimiento de un cisne negro. Pero tales casos triviales de ensa-
yo y error no se catalogan como ciencia. La ciencia newtoniana, por
ejemplo, no es sólo un conjunto de cuatro conjeturas (las tres leyes de
la mecánica y la ley de gravitación). Esas cuatro leyes sólo constituyen
el «núcleo firme» del programa newtoniano. Pero todos los programas
de investigación que admiro tienen una característica común. Todos
ellos predicen hechos nuevos, hechos que previamente ni siquiera ha-
bían sido soñados o que incluso habían sido contradichos por progra-
mas previos o rivales.203

Está claro que, para él, no todos son iguales, pues “en un programa de in-
vestigación progresivo, la teoría conduce a descubrir hechos nuevos hasta
200 entonces desconocidos. Sin embargo, en los programas regresivos las teo-
rías son fabricadas sólo para acomodar los hechos ya conocidos”.204

“En contra de Popper −sostiene− la metodología de los programas de in-


vestigación científica no ofrece una racionalidad instantánea”,205 aunque
coincide con él en que “el distintivo del progreso empírico no son las veri-
ficaciones triviales”.206

Fue común a estos tres filósofos de la ciencia el enfrentamiento crítico al


empirismo, pero esto no significó que subvaloraran el papel de la experien-
cia en el conocimiento científico. De hecho, de algún modo le apostaban
también como criterio de verdad, pero en sus justas proporciones. Como
consecuentes racionalistas ponían mayor énfasis en la significación de las
teorías para el enriquecimiento del saber científico. De ahí que Lakatos
plantease: “Hay que tratar con benevolencia a los programas en desarrollo;
pueden transcurrir décadas antes de que los programas despeguen del suelo
y se hagan empíricamente progresivos”.207

203. Idem.
204. Idem.
205. Idem.
206. Idem.
207. Idem.
Pablo Guadarrama González

Aun cuando en ese aspecto coincidiesen, se diferenciaron sustancialmente,


pues como sostuvo Lakatos: “La historia de la ciencia refuta tanto a Popper
como a Kuhn; cuando son examinados de cerca, resulta que tanto los expe-
rimentos cruciales popperianos como las revoluciones de Kuhn son mitos;
lo que sucede normalmente es que los programas de investigación progre-
sivos sustituyen a los regresivos”.208

Cada uno de ellos aportó valiosas perspectivas propias respecto al proceso


de la investigación científica; en la actualidad un investigador y un profesor
podrán estar o no total o parcialmente de acuerdo con ellas, pero lo que sí
resulta inadecuado es ignorarlas.

La misión del investigador científico y del profesor en la actualidad no debe


reducirse a consagrarse a profundizar en los conocimientos de su área dis-
ciplinar exclusivamente, sin otorgar debida atención al análisis de los pre-
supuestos epistemológicos que deben servir de fundamento a su labor pro-
fesional. A fin de hacer más efectiva su tarea, debe someter a juicio crítico,
con las nuevas herramientas que le brindan los avances actuales de la cien-
cia y la filosofía, estas perspectivas, que engendradas desde el positivismo,
el pragmatismo, el convencionalismo y el racionalismo crítico han estado
siempre presentes en los debates científicos, filosóficos y pedagógicos con-
temporáneos. Algunas razones epistémicas deben justificar el hecho de que
hayan aparecido esas concepciones, se hayan remodelado y de diferentes
formas se mantengan o reverdezcan entre muchos investigadores y profeso- 201
res de todo el orbe.

208. Idem.

También podría gustarte