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Conjuro: Duendes

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*1 MÉJICO: 1821.
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En la o ficina de D. Alejandro Vaí#s.
*.

Carta de un religioso liberal d aun amigo suyo,

que le -pide su dictamen sobre el papel titulado

Bosquejo de los fraudes, &c.

buen amigo: Y a dije á V d . en mi ant erior el concep­


t o que formé del follet o t it ulado: Bosquejo de los fraudes,
i>c. ¿Para qué quiere V d . mas? M e pide las razones en que
lo fundo: y o no creo de la sincera amist ad que V d . me p r o ­
fesa, sea su designio burlarse de m í , poniéndome en ocasión
d e disparar: lo que infiero es, quiere divertirse coto m i s p r o ­
ducciones malas, ó buenas; y en obsequio de la amist ad v o y
á darle gust o.
M e dice V d . que lo que mas ha picado su curiosidad
es la siguient e proposición de mi cart a. »S¡ y o impugnara
est a producción infeliz, me desent endería de los muchos er­
rores que cont iene, y solo me empeñaría en manifest ar al p ú ­
blico, hast a la evidencia, la suma pobreza é ignorancia del a u ­
t or, y que t odo su mérit o consist e en haber t enido bast ant e
at revimient o para ridiculizar las cosas mas sagradas, y hacer
despreciable á los ojos del pueblo crist iano el sacerdocio."
Insist e V d . que le choca llame al aut or ignorant e, pues
aunque en general su producción se reput a por impía, no se
niega al aut or la valent ía y erudición, y ser un enemigo p o -
2.

deroso. Asi será pues se dice; mas y o n o retrocedo de lo que


afumé, y ahora añado mas: que á su crasa ign oran cia, jun ta
dicho autor un a in tolerable pedan tería. Daré mis pruebas: si
con ven cieren habré con seguido satisfacer á V d . , y si n ó, ten ­
drá la bon dad de alumbrar mi ign oran cia, y cederé en el
momen to pues soy d ó c i l , y n o amo sin o la verdad.
Solo el párrafo con que prin cipia su discurso este va-4
n o declamador, me dará todas las pruebas que n ecesito parí
sosten er mi aserción . E l arran que sin duda es formidable, J
capaz de po n er espan to á los n iños, y á todos aquellos qu#
n o leen mas obras magistrales sin o los periodos, y algun o»
librillos ligeros de los in n umerables que in festaron la Europa
el siglo pasado. » E l fan atismo de los sacerdotes, (dice en ton o
de oráculo) y la ign oran cia de los pueblos, habia erigido en
artículos de f e , y n aturalizado en casi toda la Europa las
máximas de la tiran ía." Supon e á esta hermosa parte del g l o ­
bo cubierta de las tin ieblas mas den sas, y que parecían deber
ser etern as, cuan do hácia el fin del siglo diez y siete el j a -
bio L o c k e público el gobierno civil. Esta fué la aurora del
gran dia, pues asegura que en ton ces empezó la filosofía á
ilustrar el derecho público. Después siguió Mon tesquieu, c o ­
m o , si dijéramos, salió el sol; pero por desgracia turbio y
eclipsado, pues con fiesa el autor que el espíritu de las leyes
ten ia errores aun que brillan tes: con todo, en ton ces fué c u a n ­
do todas las n acion es reflexion aron sobre los prin cipios, y la
n aturaleza de los' diversos gobiern os.
V i n o en seguida un hombre (aqui sin duda llegó el
sol al zen it) c u y o destin o fué combatir por espacio de sesen ta
años toda» las preocupacion es civiles y religiosas, derrama
n -
_ •
»

3-
do la luz sobre todas las formas, y haciéndola circular en
todos los espíritus, arrancó de raiz el despotism o, libertan­
do á la hum anidad del yugo de la superstición. Por lin (se­
gún el progreso natural cam ina ya el dia hácia la noche, y
asi este nuevo lum inar seria algún com eta) un defensor intré­
pido de los derechos de la naturaleza y de la razón, un ora­
dor filósofo, cuyas ideas nos parecieron paradoja!; porque las
grandes verdades eran aun extranjeras entre nosotros, rasgó
con m ano atrevida el velo [m isterioso con que los frailes y
los tiranos habian cubierto la cuna de las instituciones civi­
les: el género hum ano reconoció y recobró sus título?, y ca­
da ciudadano los leyó con arrebato en el pacto social»
Aunque he dicho á V d . que prescindo de las im pie­
dades de este autor, y solo voy á probar su ignorancia, m e
perm itirá haga de paso esta reflexión. Es evidente que V o U
taire y Rouseau, á quienes se prodigan tan exhorbitantes ala­
banzas, fueron los enem igos m as crueles que com batieron el
cristianism o en el siglo pasado. N o es menos cierto, que por
la lectura de sus obras, que se ha hecho bástente com ún, y
por los innum erables folletos en que se han vertido sus erro­
res, es general la noticia de ellos, á lo m enos en cierta es­
pecie de gentes. Ahora bien, cuando estos lean en el Bos­
quejo: que los dos grandes corifeos de la incredulidad tuvie­
ron el glorioso destino de com batir las preocupaciones reli­
giosas: que derram aron 6 hicieron circular la luz en todo*
los espíritus: que libertaren á la hum anidad del yugo de la
superstición: que fueron defensores intrépidos de los derechos
de la razen; y que en fin, si sus ideas parecieron m uchas
veces paradojas, fué porque las grandes verdades eran extran-
2
li­
geras entre nosotros; de estos b e l l o s a n t e c e d e n t e s naturalm en­
te inferirán, que la religión cristiana es obra de la política»
y tan falsa c o m o las otras sectas: que no hay providencia,
sino que todo está s u j e t o al f a t a l i s m o : que la revelación es
s u p e r f l u a , pues la r a z ó n basta p a r a todo: que los m i l a g r o s n o
s o l o son falsos, sino i m p o s i b l e s ; y en fin, que Jesucristo fué

un loco á lo divino, pues m editando dem asiado en la divi­


nidad perdió el juicio y dio en la m ania extravagante de

que era D i o s : porque Voltaire y Rouseau enseñaron todo


esto, y c om b a t i e r o n c o m o preocupaciones religiosas las ver­
d a d e s contrarias. Y com o el f o l l e t o es para q u e l o lea todo
el p u e b l o , que no es t e ó l o g o , y en él n i n g u n a advertencia

se h a c e acerca d e l e s errores de aquellos h o m b r e s , la conse­

c u e n c i a es i n e v i t a b l e , y producirá el efecto que tal vez se


desea, es decir la s e d u c c i ó n de m uchos. Con todo, la junta
d e censura de Palm a l l a m a á está p r o d u c c i ó n escrito lumino­
so, y asegura, q u e el a u t o r no alaba los errores d e los im ­
píos, sino s o l a m e n t e sus i d e a i políticas::: Am igo: ¿donde se
habrá ido y a la b u e n a fe? Pero este no es el asunto que

m e propuse tratar. Voy á entrar en él..


Asienta el a u t o r del Bosquejo: q u e la Europa estuvo
en profundas tinieblas acerca d e l derecho público, hasta fines
del siglo diez y siete, y que los prim eros rayos de luz se
debieron á l o obra de Locke: que en seguida v i n i e r o n Mon»
tesquieu, Voltaire, y Juan Jacobo R o u s e a u , los cuates per­
feccionaron la em presa, d e s t e r r a n d o las m áxim as de la tiranía
que el f a n a t i s m o de los sacerdotes había erigido en artículos
d e fe, y rasgando el velo m isterioso con que los frailes ha­

bían cubierto la c u n a d e las i n s t i t u c i o n e s civiles..


y-
C o n que si y o demuestro que mucho antes, pero mas
particularmente en los dos siglos que precedieron inmediata­
mente á L o c k e y demás personajes, enseñaron y sostuvieron
con el mayor empeño y sabiduría, l os sacerdotes y l os f r a i -
l es, y esto no err foll etos despreciabl es y obscuros, sino en
obras magistral es y púb
l icas que vol aban por toda Europa,
que l a soberania residia esencial mente en l os puebl os, y no
en l os reyes: que estos l a recibían de aquel l os con el pac­
to y condición indispensab
l e de no ejercerl a, sino para su
beneficio y util idad, y que de l o contrario, podian d e p o n e r ­
l os, y aun hacerl es guerra, por ser superiores al Rey: que
l as naciones eran l ibres para establ ecer l a forma de gobierno
que l es pareciera, y mudarl o cuando su util idad l o requirie­
se: si enseñaron ademas, que en l a práctica es mejor gobier­
no l a monarquia templ ada, ó moderada (como nuestra sábia
Constitución l a l l ama) que l a absol uta, y en fin, que no s o ­
l o es m e j o r , sino necesario, que l as naciones se gobiernen
por l eyes, y n o por el arbitrio de l os príncipes, pues a u n ­
que sean buenos y sabios, siempre se puede sospechar p r o ­
ceden movidos de al guna pasión: si estas y otras muchas c o ­
sas, que son l o mas sub
l ime del derecho p ú bl i c o , l o ma s
exquisito del l iberal ismo, y l os sól idos principios y cimien­
tos sobre que se han l evantado Jas nuevas instituciones, l at
enseñaron de v o z y por estrito l os sacerdotes y l os frail es,
muchos años antes que Locke naciera, y esto l o pruebo con
evidencia; quedará demostrado que el autor del Bosquejo es
ün ignorante, y que su arrogante introducción es una r i d i ­
cul a pedantería. A q u i están l os testigos.
El cél ebre Padre Francisco Suarez, D o c t o r y Maestro
6.
de la escuela jesuítica, murió el año de mil seiscientos diez-
y siete, como quince antes que naciera Loclce: este sabio v a -
ron en su Tratado de las leyes, tan estimado de los ingleses*
n o obstante el odio que tienen á su instituto, asienta: que-
la potestad civil, y de consiguiente la de hacer leyes, por
su naturaleza no pertenece á algún hombre particular , sino a
la multitud, lib. 3. de Lege humana cap. 2. núm. 3 . Esta
conclusión, dice, es común y cierta, y cita por ella á S a n ­
to Tomas, el Derecho romano, Castro, Soto, Ledesma, Co-
varrubias, y Navarro. L a sobredicha potestad, afirma en el
cap. 4. siguiente, cuando se halla en algún Príncipe j usta y
legítimamente, ha manado por principios del pueblo y co­
munidad; ni puede ser j usta si le falta este origen. Y añade,
»t esta es la sentencia común de los j uristas y canonistas," de
los cuales cita al Panormitano, Santo Tomas, V i c t o r i a , y otros..
Allí mismo desata las obj eciones que sacan de la Escritura
los enemigos de la soberanía del pueblo.
En el tratado tercero de Chántate disp 13. sectio-
ne 8. tratando de la sedición, enseña la doctrina siguiente-
»La guerra de la república contra el Príncipe, no es i n t r í n ­
secamente mala, con tal que tenga las condiciones de toda
guerra j usta:" esta conclusión solo habla del Príncipe tirano.
Explica después- dos especies de tiranos: primera, los que usur­
pan la potestad, n o recibiéndola en algún modo del pueblor
segunda, los que teniéndola legítima, abusan de ella en daño
de la comunidad que se la dio. Dej ando los primeros que n o
me hacen »1 caso., de estos segundos, que llama tiranos de
régimen ó gobierno, afirma: que ningún particular 6 comu­
nidad imperfecta, tiene derecho para deponerlos, y que lo

contrario condenó el conci li o de Constanza; pero si endo toda la


repúbli ca puede hacer la guerra á semejantes ti ranos, y esta
no es sedi ci ón. L a causa es porque entonces toda la r e p ú ­
bli ca es superi or al R e y ; pues habi éndole dado la potestad de
gobernar, se enti ende que se la di o con la preci sa condi ci ón
de regi r políti ca y no ti ranamente, y haci endo lo contrari o
puede ella deponerlo. ¡Ingeni o feli z! que de una mi rada p u ­
do abrazar objetos tan di stantes: y con un solo golpe des­
truyó la ti rani a y toda sedi ci ón popular con cuantos pre­
textos puedan i magi narse para sostenerla. Hasta el nombre de
pacto que se di ó por título á la obra de Juan Jacobo, se
ha'la en Suarez lib. j. de Lege humana, cap. 4. mím. /-
V e aqui sus palabras: » T a m b i é n es prueba que el pri nci pa­
do vi ene de los hombres, el que la potestad del R e y es
mayor, ó menor, según el pacto ó convenci ón hecha entre
él y el r ei n o . " ¿Se puede deci r cosa mas li beral y contra­
ir a al despoti smo? Así es como este sacerdote y rel
iig oso,
er
iig ó en artículos de fe las máxi mas de h ti rani a, y cubri ó
con velo mi steri oso la cuna de las i nsti tuci ones ci vi les.
Pasemos á Belarmi no, cardenal, sacerdote, reli gi oso de
la compañía como el antecedente, su contemporáneo, y que
mur
i ó tambi én antes del nac
imi ento de Locke. Este sabi o
controversi sta en la controversi a 2. lib. j . de Laicis. cap.
6~. asi enta lo pri mero, que la potestad políti ca consi derada en
sí mi sma vi ene de Di os, porque es c o m o consecuenci a de la
naturaleza humana, cri ada para la soci edad. Segundo, que es­
ta potestad resi de esenci almente en el pueblo, y esto por de­
recho di vi no. Tercero, que las vari as formas de gobi erno son
<íe derecho de gentes, pues depende de la multitud, estable-
s.
cer l o q u e mas le c o n v e n g a , alterarla y vanarla cuando le
parezca justo. Mas adelante en el cap. 7. respondiendo á
un argumento d e los a n a b a p ti s t a s , demuestra, q u e la s u j e ci ó n
p o l í ti c a no destruye la il bertad del hombre, y sí la despó­
ti c a , á la cual llama p r o pi a y verdadera s e r vi d u m b r e . En
segui da nos da u n a i dea la mas s u bil m e del s e r vi li s m o , y
d e l li berali smo. « Di fi e r e , di c e , la s u j e ci ó n servi l d e la p o l í ti c a ,
en q u e el servi l vi v e y trabaja para o t r o ; el il beral para sí:
el servi l es r e gi d o no por su c o m o di d a d , si n o por la d e su
Señor, mas el ci u d a d a n o es gobernado para su bi e n , y no
del que lo g oi
b erna. Fi n a l m e n t e , di c e , se llama P r í ni
c pe
p o l íi
t co el q u e di ri j e s u g o bi e r n o á la u ti li d a d del pueblo,
y it r a n o el q u e l o o r d e n a á la p r o p i a . " Aun el n o m b r e de
Señor lo hace p e c u li a r de los it r a n o s . Y esta es la razón
porque las C o r t e s no qu
i eren que al R e y se dé el título
de Señor. ¿Han di c h o mas y mejores cosas los ú l ti m o s i
l ­
berales?
En el cap. 10. d e l mi s m o il b r o arrui na hasta los ci ­
mi e n t o s , el i
s stema de ari
b t r ai
r edad, probando ser no solo
m e j o r , si n o cas
i necesari o, regi rse los pueblos por leyes, y
no por el a r bi ti
r o del P r í n ci p e , y produce una á una \x
razones de c o n v e ni e n ci a que los il berales alegan, para que
las l e y e s se h a g a n en Cortes. En el il b r o p ri m e r o de Ro­
mano Pontífice cap. 3. as
i enta esta p r e p oi
sic ón: «Des­
p u é s d e c o r r o m pi d a la n a t u r a l e z a h u m a n a por el p e c a d o , n<
olo es mas ú ti l , si no ó p it m a , sumamente deseable y prefe
i
r ble la monarquía templada con las otras formas de gob
i er
no, que la a b s o l u t a . " Lo gasta todo en probarla, h a ci e n d f

vari as c o m bi n a ci o n e s , y aunque no se l e o c u r ri ó la d e fe
9-
representación naci onal, di ce cosas que se le acercan mucho;
de suerte que me atrevo á sostener, que con solo? los p ri n ­
ci pi os del derecho públi co sembrados en las obras de estos
dos sabi os reli gi osos, y la noti ci a de la hi stori a, hubi eran p o ­
di do los grandes i ngeni os de nuestras Cortes const
i tuyentes
produc
i r la subli me Consti tuci ón tan perfecta como sali ó, a u n ­
que no hubi esen exi sti do los cuatro personajes de que habla
el Bosquejo.
Empalagaría á V d . is qui si era hablar de los otros
doctores que vi vi eron en los si glos di ez y se
i s y di ez y si e ­
te: nombraré solo á los pri nci pales, advlrti endo antes, que
todos fueron sacerdotes, la mayor parte reli gi osos, y su d o c ­
tri na en cuanto á la soberanía es la mi sma de los dos s o ­
bredi chos. El Cardenal Cayetano en su tratado de Totes-
tute Papae, Alfonso de Castro lib. i. de Lege jtoenali, cap.
i. Dom
i ngo Soto lib. i. de Justitia et jure, cuest.. J.
art. j. Ledesma 2. par. cuest. 18. Di ego Covarrubi as tw
Pract. cap. 1. Navarro (su propi o nombre Azpi lcueta) in
cap. novic. de Judiáis. Juan Di edron lib. 1. de Libértate
christiana, cap. i¡. Todos estos hombres, los mas celebres
de sus ti empos, algunos cardenales y ob
i spos, otros c o n d e ­
corados con los pri meros empleos ci vi les, y con la pri vanza
de los reyes, doctores en las uni versi dades de Pari s, Oxford^
Deli nga, Salamanca, Alcalá, Coi mbra, y Lovai na, ensenaron
en ellas de palabra, y publ
i caron por escri to la soberanía
del pueblo, y demás consecuenci as que fluyen de este lumi noso
pri nci pi o, con la notable ci rcunstanci a que todos muri eron,
y sus obras fueron aplaudi das en toda Europa antes que n a ­
ci era Locke.
10.

Y después de todo esto, ¿tiene atrevimiento el autor


del Bosq uejo para afirmar, q ue la Europa yacia en las mas
densas tinieblas de la ignorancia acerca del derecho público»
y q ue los primeros rayos de luz se debieron al gobierno
civil de Locke: q ue el fanatismo de los sacerdotes habia eri­
gido en artículos de fe las máximas de la tiranía: y q ue
los frailes tenían cubierta con un misterioso voto la cuna de
las instituciones civiles ? Es necesaria mucha paciencia para
sufrir tan crasa ignorancia y arrogante pedantería ¿ Y este es
el enemigo temible por su valentía, elocuencia, y erudición?
N o crea V d . , amigo mió, q ue con lo dicho es mi
designio, rebajar un solo punto de la justa gloria, q ue Locke
y los demás filósofos se hayan adq uirido, por la luz q ue
añadieron al derecho público. A todo hombre aunq ue haya
tenido la desgracia de ser incrédulo, se deba hacer justicia,
y lo contrario es un celo reprensible. Y o también alabo en
dichos escritores sus talentos, sus luces, y muchas cosas exce­
lentes q ue hay en sus obras; lamentando al mismo tiempo
sus errores, y extravíos. Pero cuando se trata de vindicar el
honor del sacerdocio, tan indignamente ultrajado con la nota de
fanático y protector de la tiranía; es necesario hacer paten­
tes los eq uívocos, é ignorancia del autor del Bosq uejo, y q ue
todos sepan q ue no obstante haber sido grandes hombres los
q ue nos opone, en realidad no fueron originales, porq ue lo
sustancial de sus sistemas y a lo habían enseñado los d o c t o ­
res católicos q u í les precedieron, y por decirlo de una vez,
l o tomaron de ellos.
Por otra parte, mi q uerido amigo, aq ui entre los dos
q ue nadie nos o y e , v o y á hacer á V d . una pregunta. ¿No
ir.
! e parece una man¡3 insensata la de estos cscritorcillos, el
empeño que toman en hacer bajar nues tras nuevas ins titucio­
nes mas bien de los impíos , que de los católicos ? Si nues tra
Cons titución es para un pueblo tan ortodoxo como el es pa­
ñol, s
¿ e la hará mas recomendable quien le diga es tá s aca­
da de las obras de los incrédulos , á quienes s iempre mira
con des confianza como á enemigos de la religión, ó el que
le haga ver que cuanto ella contiene es la doctrina de los
; célebre
s doctore
s católicos , y muchos de ellos obis pos
y pais anos s uyos ? Pero el odio al clero, y des eo de h u m i ­
llarlo, los ciega de tal s uerte que des conocen s u mis mo in-
y aquella prudencia carnal que Jes ucris to alabó en los
hijos de es te s iglo.
E n lo demás , ; quien s eria capaz de s eguir al autor
del Bos quejo por el caos intrincado de todos s us extraviós e
Si y o hubiera de emprenderlo me es taña es cribiendo carta
s ,
ha
s ta que la llegada del planeta opaco me dejas e á obs cu­
ras . Pero no dudo que los s abios teólogos harán patentes
s us errores , calificando s us propos iciones con aquel tino, exac­
titud, y rigor teológico que tanto encomienda Bos uet, y que
en el dia es abs olutamente neces ario, para evitar reproches :
« í ti qiti ex adverso est vere.itur, ni'iil habens malura di-
cers de nobis.
Pero antes de concluir, quis iera preguntar al au^or del
Bos quejo, ¿qué fin s e propus o en el es pantos o cuadro que
trazó de los exces os del clero? Si fué el de ins pirar á los
pueblos el odio de s us pas tores y minis tros , lo ha des em­
peñado á medida de s u des eo. Pero nó, pues as egura está
muy lejos de querer degradar en algo su augusto carácter^
y que no solicita sino la reforma de los abusos; aunque
allí m ism o supone inocente el clero actual de las m aldades de
sus antecesores. ¿Será esto hipocresía? Y o no m e m eto á de­
cidirlo. Mas si el clero presente no es culpable de los desór­
denes pasados, ¿ por qué se le echa encim a un m uladar de
inm undicia? Pues no hay duda en que la odiocidad que re­
sulta de la pintura caerá sobre los que viven, no sobre los
que ya no existen.
Mas aun cuando fueran ciertos todos los crím enes, y
nada hubiera exagerado, ni alterado, se le responderia lo m is­
m o que un sabio á Voltaire en caso semejante. »> El gobierno
quiere se le presenten proyectos de reform a, no sátiras atro­
ces." ¿Querrán las Cortes que con pretexto de m anifestarlos
abusos, se hable con la m ayor desvergüenza y ridiculez del
purgatorio, de las indulgencias, de los altares previlegiados,
y de otros objetos respetables com o lo hace este autor te­
m erario? Quien tal pensare haria á nuestro augusto congreso
la m as atroz injuria, pues era suponerlo desnudo no solo de
la piedad, sino de la m oderación filosófica.
Finalm ente, están reputados por escritores de m ala fe,
aun entre los filósofos, todos aquellos que en sus descripcio­
nes reúnen cuidadosam ente las som bras, y se desentienden de
las luces que debían interpolar, para que el juicio del expec-
tador saliese recto y verdadero. N o citaré á San Pablo, ni á
San Agustín, sino al Presidente de Montesquieu, cuya auto­
ridad no puede ser sospechosa al autor del Bosquejo, aplican­
do al clero, lo que dice de la religión: estas son sus pala­
bras: »> Se arguye m al contra la religión, form ando un largo
catálogo de todos los m ales que ha producido, si no se ha-
,3-

ée también otro de los bienes que ha hecho. >S¡ y o quis iere


referir todos los males que han res ultado al mundo de las le­
ye s civiles , de la monarquía y del gobierno republicano,
diria cos as es pantos as ."
A m i g o , no puede dudars e que la libertad de impren­
ta produce grandes ventajas ; pero como en es ta vida ningún
bien hay que no tenga s u contrario; nos ha s ucedido lo m i s ­
m o que en lo fís ico acontece los años abundante s de lluvias
en que las cos echas s on copios as , y los ganados s e multipli­
can y engordan ; pero las aguas cenagos as producen e n j a m ­
bres de mos quitos , cuyos aguijones y zumbido fatigan á los
vivientes . Es to es lo que nos pas a, pues aunque los hombres
s ens atos nos nutren é ilus tran con producciones s abias , es tos
es critorcillos aéreos no ces an de incomodamos con s u ruido
y piquetes .
Yo n o s é que nombre darle s ; pero interinamente, y
s olo mientras V d . bus ca u n o técnico, que los difina con p e r ­
fección, y que s ea griego c o m o los de las ciencias , piens o
llamarlos , duendes. Les hallo mucha analogia con es tos ave-
chuchos , pues s egún me contaban de niño, cayeron del c i c ­
lo, y n o habiendo llegado á la tierra, s e quedaron en la
región media, y des de alli hacen diabluras tan ridiculas coma
pes adas á los hombres .
As í es tos s emis eres ambiguos , ni del todo cris tianos ,
ni del todo impios , n o s e ocupan s ino en traves uras malig­
nas , impugnando y ridiculizando cuanto s e les pone delante,
aunque s ea lo mas s agrado. E l conjuro para defenders e de
ellos , es el azote de la razón: y as i acons ejo á V d . no d e ­
je de la mano es ta di s ciplina, s in temor de que el gobiern»
le reconvenga, pues la prohibición de los azetes solo habla
con los niños del linage humano, y no con estos vampiros,
que aun no se sabe á que especie de animales pertenecen.
Amigo mío, he concluido mi carta, pues ya es pre­
ciso despachar al criado de V d . que hace cinco dias la espera.
Ella estará llena de defectos, porque el tiempo ha sido po­
co, y muchas mis ocupaciones: V d . como amigo y sabio
los disculpará benignamente, y la Verá como un nuevo tes­
timonio de la sinceridad con que lo ama, y desea complacer
su amigo.

F. O. S.

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