Location via proxy:   [ UP ]  
[Report a bug]   [Manage cookies]                

Jiménez - Cómo Sostener La Incertidumbre

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 3

Como sostener la incertidumbre.

Lecciones desde la práctica de la psicoterapia

Juan Pablo Jiménez

Los psicoterapeutas nos vemos a menudo en situaciones en que no sabemos que hacer
frente a nuestras/os pacientes. Desesperados, nos consultan por problemas reales o
neuróticos, y nosotros, como sus terapeutas, sentimos la urgencia de aportar con una
solución… que no tenemos, sea porque no podemos cambiar la realidad externa o porque
las respuestas que se nos ocurren suelen ser ya conocidas por el paciente. El problema está
en otra parte. Son situaciones extremas, de intensa carga emocional, en la que la
desesperación y la angustia amenaza con paralizarnos también a nosotros como terapeutas.
En estos tiempos de pandemia y cuarentena, tan especiales como extraños, pareciera que
esta situación extrema se cierne sobre todos, nos envuelve de capitán a paje, ricos y pobres,
con segunda vivienda en el campo o la playa, con vivienda precaria o, simplemente, sin
vivienda. En otra columna conté que en las sesiones (virtuales) de psicoterapia surge
reiteradamente la pregunta: “¿Cuánto durará esto? ¿Cuándo volveremos a la normalidad?”
Es la misma pregunta que reverbera en las reuniones de supervisión (virtuales) con nuestras
alumnas y alumnos del diplomado en psicoterapia de la Corporación Salvador: “Profe, ¿qué
le podemos decir a nuestras pacientes, cuando nosotros mismos estamos en la misma
situación, confinados desde hace semanas, en un espacio reducido con nuestras familias?
Hemos aprendido que tenemos que ‘contener’ a nuestras/os pacientes, pero, ¿qué significa
contener en estos momentos?” Son preguntas llenas de inquietud, una vaga y persistente
ansiedad nos impregna, a veces nos sentimos mejor, a veces peor. La pregunta se vuelve a
formular en el círculo de médicos y de investigadores; con avidez, leemos los informes
científicos y las interpretaciones de quienes saben más que nosotros. Sin embargo, no
logramos tranquilizarnos. Hay demasiadas interpretaciones contradictorias. Cada país ha
elegido estrategias diferentes, entonces, no hay ninguna segura. Grandes dudas han surgido
acerca de las cifras reales de fallecidos y contagiados, no sólo en Chile. Una alumna
interviene: “Una paciente me dijo que quienes trabajamos en la Salud Mental estamos en
la primera línea; pero, ¿en la primera línea de qué?”, pregunta. Me queda dando vuelta esa
afirmación y concluimos que estamos en la primera línea de la incertidumbre. Sí, de la
incertidumbre de no saber que nos deparará el mañana: ¿Nos enfermaremos?,
¿moriremos?, ¿morirán nuestros padres, nuestros seres queridos?, ¿cuánto durará esto?
¿qué pasará después con la crisis económica? Además, seguro volverá la efervescencia
social que llevó al estallido del 18 de octubre. Hacemos esfuerzos por tener certezas. El
confinamiento y la inmovilidad hace que el tiempo vivenciado se nos diluya y que los días
pasen casi como en la película “El día de la marmota”. Un amigo me escribe: “Mucho tiempo
enjaulado. Y falta tanto, tanto… no aguanto más”. Aristóteles pensaba que la única manera
que tenemos de medir el tiempo es a través del movimiento local y de los cambios. Pero,
en esta situación nada parece cambiar mucho.
Dije que hemos visto a predicadores repitiendo la antiquísima explicación frente a las
catástrofes: “Dios nos está castigando”. Otros optan por hacerse los lesos (‘no hay peor
ciego que el que no quiere ver’). Los más ilustrados buscamos explicaciones científicas que
se demuestran insuficientes. Hemos visto también a intelectuales hablando desde el podio
del que “sabe más”, o a autoridades de salud descalificándose mutuamente. La verdad es
que todos los intentos de lograr certezas terminan fracasando. Y necesitamos certezas para
estar tranquilos. Esta parece ser la razón del aumento reciente de la popularidad de algunas
autoridades; necesitamos creer que ellos sí saben guiarnos en esta pandemia.
En la conversación con las alumnas surgió la imagen del cuadro de Pieter Brueghel el Viejo,
“La parábola de los ciegos” (1568), que es una interpretación pictórica de la frase de
Jesucristo en Mateo 15:14 que dice “Dejadlos: son ciegos que guían a ciegos. Y si un ciego
guía a otro ciego, los dos caerán en el hoyo” El cuadro retrata a seis ciegos que caminan
unos delante de los otros. Un guía, también ciego, los precede y cae en un agujero. Los otros
irán detrás. La expresión de los ciegos muestra perplejidad e incertidumbre y el intento
angustiado de aguzar el oído frente al peligro que se siente inminente.
Esta parábola nos advierte que todos corremos un enorme riesgo, también las autoridades.
Entonces, ¿cómo contener la incertidumbre? Con las alumnas concluimos que podemos
estar ciegos, pero que no estamos sordos. Contener es entonces escuchar. Escuchar con
humildad, tratando de colocarse en el lugar del otro. Científicos, alcaldes, líderes de la
comunidad, todos, necesitamos ser escuchados. ¿Podremos entablar conversaciones que
nos permitan sostener la incertidumbre sin tratar de resolverla prematuramente?. Si no lo
hacemos, corremos el riesgo de caernos en un hoyo donde nos espera mucho dolor y
sufrimiento.
Freud dijo que el psicoanálisis es una profesión imposible. En situaciones extremas y de
intensa emocionalidad los terapeutas debemos (tratamos de) seguir pensando (“Si puedes
mantener la cabeza en su sitio cuando todos a tu alrededor la pierden…”, Rudyard Kipling
1895).
En un taller que suelo conducir sobre la persona del terapeuta, planteo habitualmente la
siguiente pregunta: ¿Qué hacen Uds. cuando no saben que hacer frente su paciente? Desde
luego es una pregunta que busca que los participantes en el taller piensen más allá de lo
que habitualmente lo hacen La consigna los coloca en una situación de incertidumbre que
reproduce la sensación de impotencia que es pan, sino de todos los días, del trabajo como
terapeuta, al menos es bastante frecuente. Normalmente los divido en grupo para que
reflexionen en común para después compartir el resultado. Las respuestas más frecuentes
son: “Consulto con alguien que sabe más”, “superviso el caso”; “estudio”, “comparto con
colegas mis dudas”. Una vez, sin embargo, un grupo de tres terapeutas venidas desde
Concepción planteó una respuesta insólita. Dijeron: “Una vez a la semana nos juntamos y
encomendamos a los pacientes a sus ángeles de la guarda para que los cuiden, porque
nosotros sentimos que no podemos ayudarlos en esta situación”. Risitas disimuladas,
silencio en el auditorio (a los psicoterapeutas nos gusta creernos parte de una casta
heredera de la ilustración y nos averguenza reconocer en público creencias religiosas o
esotéricas). Yo elegí esa respuesta y la devolví al grupo replicando: ¿Cuál creen que es el
efecto de lo que hacen las colegas de Concepción sobre su capacidad de seguir sosteniendo
la incertidumbre y la impotencia que les provocan sus pacientes? Finalmente estuvieron de
acuerdo en que reconocer que no tenemos todas las respuestas y actuar en consecuencia
frente a la demanda desesperada por respuestas es lo que nos permite seguir pensando,
acompañando al otro. Así, lentamente la mente del paciente se irá desarrollando hasta
poder contener la angustia que provoca la impotencia frente a la incertidumbre, pues los
psicoterapeutas (por paradójico que suene) no estamos ahí para dar respuestas, sino para
crear las condiciones para que los pacientes puedan pensar sus propias respuestas. Crear
las condiciones para que la mente del otro se desarrolle, demanda que suspendamos el
juicio, que entendamos las razones del otro, que tratemos de pensar en conjunto y, sobre
todo, que el otro sienta realmente que estamos juntos, en el mismo bote.

Si...
Si puedes mantener la cabeza en su sitio cuando todos a tu alrededor
la pierden y te culpan a ti.
Si puedes seguir creyendo en ti mismo cuando todos dudan de ti,
pero también aceptas que tengan dudas.
Si puedes esperar y no cansarte de la espera;
o si, siendo engañado, no respondes con engaños,
o si, siendo odiado, no incurres en el odio.
Y aun así no te las das de bueno ni de sabio.

Si puedes soñar sin que los sueños te dominen;


Si puedes pensar y no hacer de tus pensamientos tu único objetivo;
Si puedes encontrarte con el triunfo y el fracaso,
y tratar a esos dos impostores de la misma manera.
Si puedes soportar oír la verdad que has dicho,
tergiversada por villanos para engañar a los necios.
O ver cómo se destruye todo aquello por lo que has dado la vida,
y remangarte para reconstruirlo con herramientas desgastadas.

Si puedes apilar todas tus ganancias


y arriesgarlas a una sola jugada;
y perder, y empezar de nuevo desde el principio
y nunca decir ni una palabra sobre tu pérdida.
Si puedes forzar tu corazón, y tus nervios y tendones,
a cumplir con tus objetivos mucho después de que estén agotados,
y así resistir cuando ya no te queda nada
salvo la Voluntad, que les dice: "¡Resistid!".

Si puedes hablar a las masas y conservar tu virtud.


O caminar junto a reyes, sin menospreciar por ello a la gente común.
Si ni amigos ni enemigos pueden herirte.
Si todos pueden contar contigo, pero ninguno demasiado.
Si puedes llenar el implacable minuto,
con sesenta segundos de diligente labor
Tuya es la Tierra y todo lo que hay en ella,
y —lo que es más—: ¡serás un Hombre, hijo mío!

Rudyard Kipling (1895)

También podría gustarte