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RAMOS, SAMUEL - Más Allá de La Moral de Kant

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ganz1912

SAMUELRAMOS

M A S A L L A D E

LA MORAL
DE E A N T

CUADERNOS DE

MEXICO

PUBLICADOS POR ELIAS NANDINO


CUADERNOS "MEXICO NUEVO '
publicados
por ELIAS NANDINO

No. 1- "SEA UD. BREVE" farsa en


un acto de Xavier Villaurrutia,

No. 2 - POESIAS ESCOGIDAS, de


Salvador Novo seleccionadas
por Elías Nandino

No. 3 - CONVERSACION DESESPE­


RADA Poemas de Rodolfo
Usigli

No. 4 - CAUCE Y ATMOSFERA. Poe­


mas de Carlos Luquín

PRECIO DE SUSCRIPCION:

Por ó números............................ $ 6.oo


Número Suelto ............................ 1.5o
Número atrasado....................... 2 .oo

EN EL EXTRANJERO:

Por ó números.................... Dlls. 2.5o


Por un número..................... o.5o
Numero atrasado................ o.75

DIRECCION;
Uruguay 3 despacho 2
M A S A L L A D E L A. R A L D EK A N T
ganz1912
SAMUEL RAMOS

M A S A L L A DE L

H >
M O R A L DE K A N
(E N S A Y O )

GUADERNOS DE

M E X I C O U E 1' O

PUBLICADOS POR EL IAS NAND1NO


A

A
ganzl912

C
U A L Q U IE R ensayo filosófico en este tiempo, que trate
de comprender la moral a través de los principios de nues­
tra cultura, no podrá evitar un encuentro con el pensa­
miento de Kant que señala a la Etica ciertos lincamientos \ fun­
damentales de los que no podrá apartarse aún colocada fuera
del kantismo. No obstante que la filosofía moral se encuentra
hoy en un terreno muy diverso al que pisó Kant, el estudio de
las tendencias que este le marcó es una disciplina útil para pen­
sar sobre los problemas de la ética con ciertos punios de referen­ l
cia precisos, y orientarse desde luego, en una de las regiones más
confusas de la filosofía. De la concepción kantiana de la mora­
lidad, queda entre otras cosas, su crítica decisiva al empirismo,
lo que ha permitido situar a la Etica en un plano ideal, de donde
ninguna especulación posterior, si es seria y profunda, podrá ha­
cerla descender.
El fenómeno moral se presenta a la conciencia inmediata
del sujeto, como una ¿.vigencia que el mundo plantea a su volun­
tad, o aún también, hace observar Simmel, como una exigencia
que el sujeto impone al mundo cuando, por ejemplo, reclama más
felicidad o más justicia en la vida humana. Ksia forma de la

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MAS A L L A DE LA MO B A L DE K A N T

conciencia moral sugiere desde luego las siguientes preguntas:


¿de donde viene la exigencia? ¿en qué se funda? ¿qué es lo
que la hace valedera? Ciertamente el sujeto encuentra la noción
del deber en su conciencia, pero como un mandato que le viene
de afuera, decretado por una voluntad superior a la suya. Re­
conoce además, cpie no es un deber impuesto a él en particular,
sino que obliga universalmente a todo ser dotado de conciencia.
F.l conocimiento del deber no se obtiene empíricamente como el
de las leyes científicas. Para ello sería preciso seleccionar de
la conducta del hombre, en la totalidad de su existencia, ciertas
acciones típicas que representarían el material empírico de donde
deducir las leyes morales. Más la selección no podría efectuarse
sin poseer un criterio adecuado para discernir en la masa de da­
tos, los que tuvieran cualidad moral de los que no la tuvieran, y eso
implicaría conocer de antemano las nociones éticas que se busca­
ban. Siendo imposible aplicar el método empírico en el campo
de la ética sin acudir a un prejuicio acerca de lo que se desea
saber, resulta de todo punto inadmisible la teoría que hace prove­
nir la ley moral de la experiencia. F.l saber que de ella tenemos,
de acuerdo con la clásica afirmación de Kant, es a-priori. Como
la ley moral expresa "lo que debe suceder” su esencia no puede
equipararse a la de la ley natural que expresa lo que efectivamen­ 1
te sucede. F1 carácter peculiar de aquellas leves consiste en
enunciarse como imperativos dirigidos a la voluntad de los su­ I
jetos para marcar cierta restricción a su conducta.

Kant acertó en señalar la validez a-priori del deber, pero \


se equivocó al atribuirle una esencia racional. Aun cuando se
acepte que el deber tiene una validez universal, la universalidad
no implica necesariamente el origen racional. La fórmula de la
conducta moral consiste para Kant en obrar “ de modo que la
máxima de nuestra acción pueda convertirse en ley universal de
la conducta’’, y la prueba que aduce en favor de su fórmula es
que algunas acciones no pueden ser pensadas universalmente sin
que aparezca una contradicción lógica que bastaría como índice
para calificarlas de inmoralidad. Pero ¿podría surgir la contra- '

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S A M U E L R A M O S

dicción si en la conciencia no existiera el conocimiento previo de


los valores morales? Me parece que si hacemos a un lado cual­
quiera de los supuestos valorativos que anteceden a la reflexión. ^
nada impediría concebir sin contradicción una inmoralidad eri­
gida en ley de la conducta. Para ilustrar su pensamiento Kant
se vale del siguiente ejemplo: No es bueno. — dice— . hacer j
una promesa falsa, porque si quisiéramos una ley universal de
mentir, sería imposible entonces toda promesa. Más no se com­
prende por que los actos que una ley excluye la contradigan has­
ta invalidarla, cuando la acción de excluir lo que le es contrario
es un efecto inherente a la vigencia de toda ley.
Transladar la lógica al campo de la ética para erigirse en
criterio supremo de lo moral no es más que un abuso del inte-
lectualismo. Sin falsear en nada el espíritu del kantismo, puede \

traducirse su máxima del deber diciendo que un acto es moral


cuando su ¡dea satisface a la razón. No sé hasta que punto pue­
da suponerse que, colocado en una pendiente intelectualista, Kant
haya caído en una ilusión al interpretar un hecho de realidad psi­
cológica indudable. Si con el pensamiento convierto cualquiera
inmoralidad en norma genérica de conducta, al instante provoca­
rá en la conciencia un sentimiento de contradicción. Pero el
origen de tal estado subjetivo no debe buscarse en una falta de /
coherencia dentro de la ley supuesta. Por más que su estructu­
ra interna sea perfectamente lógica existe fuera de ella un sen­
tido moral ajeno a la razón, que contradice el contenido de la
ley. Por lo tanto, las máximas del deber propuestas por Kant,
resultan innecesarias ya que si aparentan ser eficaces es porque /
de antemano sabemos por conductos no racionales, qué es lo bue­
no y qué es lo malo.
El deber, que es el sumo valor para Kant. es definido como
“ la necesidad de una acción por respeto a la ley” de suerte que
el filósofo aceptando la consecuencia lógica de su definición, es \
llevado a una actitud rígida y severa que no concede ninguna
virtud moral a los actos realizados espontáneamente por un sen­
timiento congénito de bondad. Es lo que con plena evidencia

— 13 —
MAS A L L A DE LA M O R A L DE K A M I

nos confirma el siguiente pasaje de K a n t: “ Ser benéfico en cuan-


to se puede es un deber; pero, además, hay muchas almas tan
llenas de conmiseración, que encuentran un placer íntimo en dis- j
tribuir la alegría en torno suyo, sin que a ello les impulse nin­
gún movimiento de vanidad o de provecho propio, y que pueden
regocijarse del contento de los demás, en cuanto que es su obra.
Pero yo sostengo que, en tal caso, semejantes actos, por muy
conformes que sean al deber, por muy dignos de amor que sean,
no tienen, sin embargo, un valor moral verdadero y corren pa­
rejas con otras inclinaciones;.. . pues le falta a la máxima con­
tenido moral, esto es. que tales acciones sean hechas, no por in- l
clinación, sino por deber” I
Semejante idea de la moral solo puede tener sentido para t
quien el arquetipo de lo humano es un ser que vive exclusivamen- \
te bajo la norma de la “ razón pura” , manera de pensar que fue, 1
en efecto, una expresión característica de la atmósfera cultural 1
del “aufklarung” , en donde los valores racionales se elevaban has­
ta un rango divino. Todo el sistema ético de Kant gravita so­
bre la convicción de que la dignidad humana radica en su natu­
raleza racional, y como el bien esta destinado a mantener aquel
valor supremo es preciso fundarlo en el respeto a la razón. “ So­
lamente la dignidad del hombre como naturaleza racional, — dice
Kant— , sin considerar ningún otro fin o provecho a conseguir
por ella, esto es, solo el respeto por una mera idea, debe servir,
sin embargo, de imprescindible precepto de la voluntad” .
Se comprenderá que es consecuente con la idea anterior rc-i
ferir el concepto de lo bueno a la voluntad que actúa impulsada!
sólo por consideración al deber. Así lo declara Kant. sin preám­
bulo ninguno, en las palabras iniciales de la Fundamentación de
la Metafísica de las Costumbres. “ Ni en el mundo, ni, en gene­
ral, tampoco fuera del mundo es posible pensar nada que pueda
considerarse como bueno sin restricción, a no ser tan solo una
buena voluntad” . Lo bueno no depende de lo que la voluntad l
realice, ni de su adecuación para el logro de un fin, sino única- ]
mente del principio del querer■ La mira a que se orienta la ac-

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S A M U E L R A M O S

ción y los efectos de ésta, considerados como móviles de la volun­


tad, no pueden dar a la conducta ningún valor moral absoluto.
El carácter moral es aquel que practica el bien, no por inclina­
ción, sino por deber. Es, sin duda, una verdad incontestable
que solo a la voluntad cabe, en rigor, atribuir calidad moral, y
que esta subsiste cuando por obstáculos insuperables no puede
la intención realizar el bien. “ Aún cuando, por particulares en­
conos del azar o por la mezquindad de una naturaleza madrastra,
le faltase por completo a esa voluntad la facultad de sacar ade­
lante su propósito; si, a pesar de sus mayores esfuerzos, no pu­
diera llevar a cabo nada y solo quedase la buena voluntad — no
desde luego como un mero deseo, sino como el acopio de todos
los medios que están en nuestro poder— , sería esa buena volun­
tad como una joya brillante por sí misma, como algo que en sí
mismo posee su pleno valor”. El pensamiento de Kant coinci­
de, en este punto, con el espíritu del cristianismo que hace radi­
car también, el valor moral en la pura intención. ¿Quien no re­
cuerda estas severas palabras del Evangelio: “ cualquiera que
mira a una mujer para codiciarla ya adulteró con ella en su co­
razón” ?
Lo que es inaceptable de la teoría kantiana es que la única '
intención dotada de valor moral sea la de obedecer al deber. El
deber, como se recuerda, tiene una esencia racional, y por lo tan­
to, la buena voluntad equivale a una voluntad sometida a la ra­
zón. El sentido de la filosofía kantiana aparece determinado ,
en todas partes por las valoraciones inconcientes de la vida que ]
se respiraban en el ambiente de su época.

El movimiento racionalista del siglo X V III que se expresa


en la cultura de la Ilustración, fué una lucha intelectual de sen­
tido libertador, que se lanzó a demoler las formas tradicionales
de la política, la religión, la moral, las rutinas sociales que man-

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MAS ALLA DE LA MORAL DE K AN T

tenían al hombre estancado. El liberalismo, como filosofía po­


lítica. defiende, a partir de Locke, el derecho a la libertad indi"!
vidual frente al Estado. Es natural, entonces, que los intelectua-|
les europeos rindan culto a la Razón como un poder espiritual su-1 \
perior al Despotismo, a la Iglesia, y capaz de arrancar al hombro!
de la opresión del andén regime, para colocarlo en un mundo
nuevo donde respirara libremente. Como principio de libertad,
la Razón tiene pues un valor revolucionario que se ensaya pri­
mero en el plano de la realidad histórica, v luego trasciende a la /
esfera de la filosofía, en donde K.ant lo aplica para olar cima al
su sistema de la moralidad. I
Kant considera al hombre, en su relación con el Cosmos, co-1
mo “ ciudadano de dos mundos” , el uno “ sensible” y el otro “in­ S
teligible” . En cuanto que pertenece al primero de esos mundos,
que es el de la naturaleza, su voluntad parece cogida dentro del
engranaje rígido de las causas y efectos. ¿Q ué función puede
desempeñar el deber en este mundo mecanizado? ¿Cuál puede
ser su origen? En una invocación al deber Kant responde así a
la última pregunta: “ No puede ser otra cosa, sino lo que eleva!
al hombre sobre sí mismo (como parte del mundo sensible), y !
lo liga a un orden de cosas que solo el entendimiento puede pen- 1
sar y que, al propio tiempo tiene debajo de sí a todo el mundo 1
sensible, y con el a la existencia empírica del hombre en el tiem- !
po y al conjuto de todos los fines que es lo único moral adecua­
do a esas leyes prácticas absolutas. No es otra cosa que la per­
sonalidad, esto es. la libertad y la independencia del mecanismo
natural; pero la libertad considerada como la facultad de un ser
que está sometido a las leyes peculiares dadas por su propia ra­
zón, esto es, la persona perteneciente al mundo sensible que se
somete a su personalidad como perteneciente al mundo inteligi­
ble; y entonces, no es de admirar que el hombre como pertene­
ciente a ambos mundos, contemple su propio ser, en relación
con su segundo y supremo destino, y a las leves de este último
con el mayor respeto” .

— 16 —
S A M U E I» H A M O S

He aquí pues que el ideal más alto a que debe encaminar­


se la vida moral es la liberación del hombre aprisionado en el
“mecanismo natural” . Este punto culminante de la ética kan­
tiana es tal vez, la parte más sugestiva de todo el sistema, no tan­ \
to por la tesis que contiene, cuanto por un élan emotivo que tiem­
bla entre líneas y hace sentir el anhelo de elevación de un gran
espíritu. ¿Pero de qué sirve esa libertad, si es para empobre­
cer la personalidad, sometiendo nuestro ser entero a la Razón?
En este humanismo abstracto se trasluce el ascetismo pietista /
que constituyó la educación del filósofo alemán durante su ju­
ventud, y a esta influencia religiosa se debe quizá su repugnan­
cia platónica por el mundo sensible y la convicción de que es
preciso fugarse hacia el mundo intelectual. — sacrificando lo que
hay de viviente en- el hombre, su naturaleza sentimental e ins­
tintiva.
í-a necesidad con que la ley moral se impone universalmcn- \
te, no puede apoyarse, — según Kant— . en las tendencias subje- '
tivas del hombre: "que a nadie se le ocurra derivar la realidad
de ese principio de las propiedades particulares de la naturaleza
humana, . . lo que se derive de la especial disposición natural
de la Humanidad, lo que se derive de ciertos sentimientos y ten­
dencias y aun si fuere posible, de cierta especial dirección que
fuere propia de la razón humana y no hubiere de valer necesa­
riamente para la voluntad de todo ser racional, todo eso podrá
darnos una máxima, pero no una le y ; podrá darnos un principio
subjetivo, según el cual tendremos inclinación y tendencia a
obrar, pero no un principio objetivo que nos obligue a obrar, aun
cuando nuestra tendencia,inclinación y disposición natural sean
contrarias. Y es m ás: tanta mayor será la sublimidad, la digni­
dad interior del mandato en un deber, cuanto menores sean las
causas subjetivas en pro y mayores las en contra, sin por ello
debilitar en lo más mínimo la constricción por la ley ni disminuir
en algo su validez”. Asi pues la felicidad, el amor, la utilidad,
el placer, etc, son fines concretos que no pueden servir de base 1
a una lev moral objetivamente válida, l’ara llenar este último re-

— 17 —
MAS A L L A DE LA M O R A L DE K A N T

quisito, la ética debe ser puramente formal, o lo que es lo mismo


hacer abstracción de todo contenido subjetivo. Racionalizar una
cosa, es despojarla de sus cualidades concretas para convertirla \
en una idea, en una forma lógica de sentido universal. Como
para Kant la razón es el sumo valor moral, resulta que la ins­
tancia definitiva para calificar la conducta, desde un punto de
vista ético, es la universalidad; no sería desvirtuar el pensamien­
to kantiano, decir con un poco de exageración, que la universa­
lidad, una forma racional vacía, constituye la nota más caracte­
rística de la moralidad. El contenido de esta es entonces... su
forma, lo que equivale a decir que es una moral sin carne ni san­
gre. Si pues el sistema de ética, cuvos lincamientos más origi­
nales se han querido trazar en estas páginas, nos deja insatisfe­
chos, no obstante su rigor filosófico, es que hay un movimiento
oculto que impulsa a la deshumanización ; es que, desde una óptica ,
moderna, aparecen deprimidos los valores concretos de la vida, \
Kant muestra el ceño de un exigente moralista, establecien­
do una oposición irreductible entre lo que se debe y lo que se
quiere para hacer más “ sublime” el cumplimiento del bien, que | %
asume el aspecto de una obligación desagradable. Considera
necesario, para hacer respetable al deber, que pese sobre nuestra
voluntad, como la carga que pide el camello antes de atravezar
el desierto, en una parábola de Nietzsche llena de ironía. “El u
espíritu poseído de reverencia, — dice Zarathustra— , espíritu 1 \
fuerte y sufrido soporta muchas cargas. ¿Qué es pesado? pre­
gunta el espíritu sufrido, y se arrodilla como el camello y espera
a que le carguen” . Siempre que leo este pasaje pienso en Kant,
cuyo concepto de la obligación nos transporta esta vez del pla­
no teórico de la ética al tema de la moral como acto viviente en
el hombre. Existen dos temperamentos éticos entre los cuales es
muy difícil decidir si uno supera al otro porque ambos parecen
tener su mérito especial. Para el uno la virtud es una fuerza
que está en lucha con potencias adversas en el mismo interior
del sujeto, mientras que para el otro no hay conflicto ninguno,
porque la virtud se desarrolla libremente sin trabas. Cuando un

— 18 —

i i
3 A M IT E t._______ R A M O S

hombre llega a realizar en grado eminente el primer tipo virtuo­


so adquiere un prestigio heroico, no obstante que el esfuerzo pa­
ra vencer el poder del mal indica que su alma es impura. En
cambio, los grandes cristianos, que representan el segundo tipo
de virtud, son admirables por la pureza de corazón, aun cuando
su bondad no tiene el mérito de ser una conquista personal.
Para Kant el conflicto interno proviene de que sólo la razón
merece el titulo de moral. Los demás componentes del ser hu­
mano, el instinto, la voluntad, los sentimientos, son fuerzas cie­
gas e irracionales, y por lo tanto, contrarias a la moralidad. La
conciencia actual provista de nuevas valorizaciones de la vida,
que Goethe y Nietzsche han contribuido a esclarecer, cree en
un nuevo humanismo que reivindica las partes irracionales del
alma excluidas del mundo moral por Kant. y no admite, por tan­
to, que el más alto ideal de virtud consista en cumplir un destino
contrario a la profunda voluntad de la vida. De la entraña de
nuestro tiempo surgen, en lo concerniente a la etica, interrogacio­
nes apasionantes como éstas ¿es acaso posible una moral sin obli­
gación? ¿como integrar en un ideal único las aspiraciones com­
plejas de la naturaleza humana?
( I936)
MA S A L L A DE LA M OR A L DE K A N T

N uevos R umbos de l a E tica

No hay tarea científica nías difícil de practicar con aciertos


que la investigación de los fenómenos anímicos, cuando para ello |
se emplea el método introspectivo. Por más cuidado que se I
ponga en eliminar las causas de error, donde menos se piensa,
puede deslizarse inadvertidamente algún vicio en la observavión
'i - que falsee por completo los resultados. Queremos referirnos i
aquí a un caso especial, en que, por inadvertencia en el punto del
vista del psicólogo, se lia alterado la noción misma de la concien- j
cia. El error ha consistido en estudiar ésta separada de su con-{
torno objetivo, como si fuera un continente autónomo, cuya ac- i
tividad tuviera como fin la propia vida de la conciencia. Este es I
el supuesto de que ha partido la investigación psicológica, dando |
por un hecho la existencia de un mundo subjetivo que no nece­
sita relacionarse con el exterior para ser lo que es. Este prejui- ^
ció parecía confirmarse en la experiencia por el efecto que, en 1
la actitud del espíritu, determina la investigación psicológica.
Cuando la conciencia se observa a sí misma, tiene por fuerza que
desprender su atención de las cosas externas para concentrarla I
hacia dentro. La conciencia refleja resulta pues de un moví- I
\
miento de conversión que la voltea al revés, como, como si fuera i
un dedo de guante. Así proyectada hacia su centro, la concien- \
cia toma el nombre de "introvertida”. Se comprende que esta
actitud es forzada, y todo lo que se diga de la conciencia en tal
estado, no puede aplicarse a la misma conciencia en estado natu­
ral, que la muestra dirigida siempre hacia objetos que están más
alia de sus fronteras. La conciencia natural vive siempre exta-
siada en las cosas externas, sin darse tiempo a percibir su propia \
existencia. La Psicología tradicional liabia lomado una posición
introvertida para comprender los fenómenos del alma, de mane­
ra que, excluyendo la vida representativa, cuya causa se encuen­
tra evidentemente en los objetos externos, se consideraba a la

— 20 —
h a m u e e r a m o s

vida emocional y volitiva como originada por la actividad del


“yo” . Con el conjunto de sentimientos y deseos se circunscribía
una esfera de lo subjetivo, crevcndose que sus leyes formaban
una trama independiente del Cosmos No es remoto que esta
teoría constituya una expresión de la creencia romántica en una
contraposición, a veces trágica entre el “ vo” y el mundo. Tal
vez el motivo inconciente de esta psicología introvertida, baya si­
do la necesidad imperiosa de afirmar la individualidad ante un
temor ilusorio de ser absorvida por el medio externo.
Toda mente que no este dominada por este prejuicio román­
tico comprenderá que es imposible prescindir de los datos obje­
tivos para explicar satisfactoriamente los procesos de la emo­
ción y de la voluntad. Sí. como lo declaramos al principio, la
actitud primordial de la conciencia es vivir proyectada liada algo
que la trasciende, claro es que no podrá definirse un deseo o un
sentimiento sin tomar en cuenta aquellos objetos con los que es­
tán relacionados. No cabe alegar, en este caso, que hay efectos
que se diferencian de sus causas, y bien pueden ciertos procesos
psíquicos adquirir una fisonomía independiente de sus motivos
externos. Tratándose de la voluntad y los sentimientos, una ob­
servación psicológica más fina revela que forman, con sus respec­
tivos objetos, complejos que no pueden ser explicados por una
sola de sus partes. Es lo que enseña Brentano en un ensayo re­
novador sobre la Psicología desde el punto de vista empírico.
Después de hacer una crítica de las defeniciones que se acepta­
ban para caracterizar los fenómenos psíquicos, expone el autor
que no hay creencia sin algo creído, ni esperanza sin algo espe­
rado, ni amor sin algo amado, ni juicio sin algo admitido o re­
chazado ; y entonces concluye, de acuerdo con esta observación
incontestable, que todo fenómeno psíquico es un acto de la con­
ciencia referida a un objeto, subrayando que dicha referencia
es io que da carácter al fenómeno psíquico. Sus diferentes cla­
ses provienen de las maneras diversas que tiene la conciencia de
referirse a los objetos. Si el modo de referencia es el de admi­
tir o rechazar, se trata de un juicio, si es el de amar u odiar, de

— 21 —
MAS A L L A DE LA MORAL D E K AS T

un sentimiento, etc. Entonces el acto de referencia forma con^


su objeto, — que está en la mente como representación— , una
unidad psicológica. Los antecedentes expuestos al principio de es­
te ensayo permitirán apreciar que esta sencilla observación de
Brentano tiene la magnitud de un descubrimiento, y que su
sentido revolucionario, frente a la Psicología tradicional, consis­
te en demostrar que lo subjetivo lleva inmanente lo objetivo. .
Antes de Brentano los investigadores extraviados por un prejuLj
ció subjetivista, veían solamente el lado de la conciencia que está [
más próxima al “ yo” . La originalidad de Brentano está en ha-1 y
ber seguido una dirección contraria, para captar los rasgos pecu-f
liares de la conciencia en su estado natural, viviendo en las co- j
sas.
Un ejemplo hará resaltar mejor la diferencia entre ambas ac­
titudes para la visión psicológica. Supongamos a un individuo
que al escuchar por primera vez una sinfonía de Beethoven, di­
rige su atención a percibir las resonancias emotivas que provoca i
en su “ yo” . Habrá un momento para nuestro oyente en que per-\ \
derá la conciencia de los sonidos y solo advertirá la apariciónI
de un complejo de sentimientos, que, en caso de ser un buen psi-i
cólogo podrá reconocer como expresión de un determinado ca -1
rácter humano. Si se trata, por ejemplo, de la tercera sinfonía l
esos sentimientos corresponden a la vida de un héroe. Pero aún
cuando no llegara a identifican su matiz original, ni a atribuir­
los a un personaje ideal que el músico hubiera querido evocar, ex- \
perimentaría los sentimientos comunes tales como el dolor, el
entusiamo, la alegría, la calma y otros más. Para oyentes de este
tipo, que no son imaginarios, sino que existen realmente entre
los públicos de concierto, la música seria nada más una serie de i
estados emocionales. Si por cualquier circunstancia el mismo su­
jeto es capaz de oír otra vez la música, más atento al hecho so­
noro que acontece fuera de su conciencia, descubrirá con sorpresa
que los valores musicales están en la obra misma, y son indepen­
dientes de las emociones que provocan. En esta ocasión conoce­
rá por primera vez tal o cual obra que ya antes habia oído, y si
tiene la preparación necesaria, se le revelarán las cualidades ori-

— 22 —
s A M IT E L R A M O S

ginales del estilo del compositor. Entonces oirá en verdad a


Beethoven, y no como antes, el rumor de su vida interior. Esta
falsa actitud introvertida es la que lia conducido a la estética de
la “ proyección sentimental”, verdadera suplantación de los valo­
res artísticos por un contenido emocional, derivado del arte,
pero que sólo por una falta de sensibilidad puede confundirse
con aquellos.
La nueva ruta marcada a la Psicología por Brentano h:i te­
nido una repercusión decisiva en la Etica, que para no perder
su autoridad en manos del subjetivismo, tenía que aceptar in­
condicionalmente el apoyo de la razón. Era también el único \
modo plausible de justificar filosóficamente el hecho innegable
de que todo acto moral es resultado de un conocimiento. Los
impulsos ciegos del alma no pueden obtener el calificativo de
moralidad, pues para ello es indispensable que el acto sea efec­
tuado con plena conciencia de un fin valioso por alcanzar. Sien­ \
do la acción moral el prototipo de la conducta voluntaria y cons­
ciente, no podía fundarse en los sentimientos mientras eran con­
siderados como procesos desprovistos del conocimiento de su fin.
Por excepción, durante el siglo X V II, algunos filósofos, entre . /
ellos Spinoza, elevan un poco la jerarquía de los sentimientos
considerándolos como ideas confusas que pueden aclararse a la
luz de la razón. Pero en general, los sentimientos son concebidos
como impulsos ciegos carentes de toda “ intencionalidad”.
La novedad que aportan a la Psicología las observaciones
de Brentano. consiste en establecer que la causa objetiva de los
sentimientos no determina solamente su aparición, sino que afec­
ta sus cualidades y contenidos que antes se hacían depender, prin­
cipalmente, de las condiciones psico-físicas del sujeto. Cada emo­
ción tiene un matiz propio que le viene del modo de referirse a
un objeto con el cual entabla una relación directa de conocimien­
to sin tener que recurrir a la razón. ¿ Cuáles son, — cabe pregun­
tarse, ahora, — los objetos determinantes de la emoción? Inves-
gaciones emprendidas con posterioridad, para esclarecer este pro­
blema, que dejó en pie Brentano, han descubierto que tales obje-

— 23 —
MAS A L L A DE LA M O R A L DE K A N T

tos forman el continente nuevo ele los valores. L a teoría de Bren-


tano sugiere también la existencia de un conocimiento irreducti­
ble a la razón y que es peculiar de los estados emocionales. Pre­ \
cisamente esta ¡dea es la que aplicada al campo de la ética ha
permitido justificar, sobre bases objetivas, el valor moral de cier­
tos sentimientos, antes descalificados por las doctrinas racionalis­
tas. Ahora podemos afirmar, pariodando una frase de Pascal, /
que los sentimientos tienen sus razones que la razón ignora; ta­
les razones son evidencias objetivas que resultan incomprensi- j
bles para el entendimiento lógico. I
Brentano define ciertos principios fundamentales, que son '
la piedra angular de una nueva Etica, en un folleto titulado E l j
origen del conocimiento moral. Para resolver este problema, j \
Brentano autorizado por sus conclusiones psicológicas, sigue un '
nuevo método que consiste en definir un objeto, en este caso el 1
bien moral, partiendo del sentimiento que hace referencia a él. Si
somos capaces de analizar reflexivamente un sentimiento ya vi- ¡
vido, reproduciéndolo con toda fidelidad, sin añadir ningún ele- 'i
mentó nuevo, descubriremos que no está constituido sólo por una
alteración del “ yo” , sino por un movimiento que apunta, como
una flecha ideal, hacia determinado objeto. El método parece muy
sencillo, porque se trata de conocer ciertos hechos de conciencia
que tenemos a la mano, pero lo más natural es desfigurarlos en
la imágen reproducida, introduciendo datos que no pertenecen al
original. Por otra parte, sería preciso observar la vida emocio­
nal en una posición neutral como si se tratara de sentimientos
ajenos, pero generalmente se interponen prejuicios que empañan
la transparencia de la visión. Todo ello sin contar con el esfuer­
zo que requiere colocar a la conciencia en reflexión, por ser una
postura antinatural. Apuntamos estas dificultades no para mos­
trar la imposibilidad del método, pero si para que se comprendan
los cuidados que debe tener el investigador para no ser víctima
de ilusiones. Este método, no solamente aplicado a los sentimien­
tos, sino a toda la extensión de la conciencia, para estudiar la
actividad lógica hasta en sus más ínfimos detalles, es el que ha
servido a Husserl para crear la moderna fenomenología.

— 24 —
s A M u E 1»_______ R A M O S

Si preguntamos qué es el bien en relación con la voluntad


del hombre encontraremos, entre las más categóricas respuestas
del pensamiento moderno, la clásica proposición de K a n t: el bien
es un deber aprendido por la razón e impuesto, a la voluntad co­
mo un mandato. Tanto vale decir que el bien es indiferente a i
que sea apetecido o no por la voluntad. Aún es preciso que el de­
ber se encuentre en conflicto con la voluntad para aquilatar su
pureza. Brentano apartándose de esta manera ele pensar, da por
supuesto que hay una relación entre el bien y la voluntad. Por lo
tanto, el bien debe encontrarse entre lo que el sujeto apetece, y
moverse en el mundo del amor, no en el de la razón. Todo amor \
es amor de algo, pero lo amado no siempre es digno de amor. j
Debe haber — dice Brentano, — un amor justo, cuando el objeto [
es merecedor, por sus virtudes propias, del amor que se le consa­
gra. Un objeto de esta especie es precisamente al que llamamos
bueno. Entonces, “ decimos que algo es bueno, cuando el modo
de referencia que consiste en amarlo es justo. Lo que sea amable
con amor justo, lo digno de ser amado es lo bueno, en el más
amplio sentido de la palabra.” Podríamos añadir, interpretan­
do estas palabras de Brentano, que su sentido no es que “lo jus­
to” sea apreciado por la razón, sino por el sentimiento mismo,
como se desprende con más claridad de este otro pasaje: “de un
amor caracterizado como justo se origina para nosotros el cono­
cimiento de que algo es verdadera e indudablemente buenq en to­
da la extensión que tal conocimiento pueda tener en nosotros” .
Se dirá que estas proposiciones son completamente banales, y que
es imposible extraer, de semejantes simplezas, un nuevo sistema
ético con el tamaño suficiente para ser equiparado a los magnos
sistemas del pretérito. Y sin embargo, lo que ha faltado a la éti­
ca para ser una sólida disciplina filosófica, ha sido el apoyo de
estas evidencias primordiales. Cavando el terreno que sostiene a
las más grandiosas construcciones del conocimiento, se advier­
te que sus cimientos están integrados por verdades tan humildes
que uno se pregunta donde radica su fuerza. Ahora bien, el se­
creto de esta es la evidencia y nada más. j

— 25 —
MAS A L L A DE I* A M O R A L D E K AN T

Una vez definido el bien en general, es preciso tener un


terio para distinguir cuál es entre la pluralidad de lo bueno,
mejor”, e identificar el bien supremo al que se deben subordinar
los fines parciales de la acción. “ El más, — dice Brentano, — no
se refiere a la relación de intensidad entre los dos actos, sino a
una especie particular de fenómenos que pertenecen a la clase
general del agrado y desagrado: los fenómenos de preferencia” , j
Esta preferencia no debe confundirse con la elección realizada j
por medios dialécticos, después de medir el pro y el contra, j
Scheler ha puesto en claro que tales actos de preferir y rechazar
resultan de una intuición en que se nos dá a conocer tanto la
cualidad de un valor, como sil grado de altura en un escala ideal.
La preferencia moral se realiza siempre por medio de ia intui­
ción inmediata, sin previa deliberación intelectual. Se pueden es­
tablecer sin embargo, algunas reglas de preferencia para los ca­
sos en que la superioridad de un bien sobre otro es evidente.
Brentano los clasifica en tres grupos que llama de oposición, de
ausencia y de adición. Pueden considerarse como verdaderos axio­
mas de la ética. El caso primero consiste en preferir algo bueno
y conocido como bueno a algo malo y conocido como malo. El
segundo consiste en preferir la existencia de algo conocido como
bueno a su vio existencia; o la no existencia de algo conocido co­
mo malo a su existencia. El tercer caso consiste ai preferir un
bien añadido a otro, que un sólo bien.
El esbozo de Etica trazado por Brentano, es el esfuerzo mas
serio y más bien logrado de los últimos tiempos para fundar una
moral del amor sobre una noción psicológica de los sentimientos
científicamente establecida. Los nuevos prinicipios éticos permi­
ten dar satisfacción a ciertas tendencias humanistas que recha­
zan toda concepción unilateral del hombre, v desean instaurar
una cultura que comprenda, entre sus valores positivos, a las
potencias irracionales. Este humanismo se ha desarrollado en la
sociedad contemporánea como reacción contra una excesiva ra­
cionalización y mecanización de la vida.
Es incontestable que la actividad moral está condicionada
por un conocimiento especifico, que da al sujeto, a un tiempo. c
s A M TT E X. R A M O S

sentido de lo que quiere y la conciencia de su responsabilidad.


La doctrina de Brentano viene a dar una respuesta insólita al
problema del conocimiento moral, que es la clave para la solu­
ción de los otros problemas éticos. El intelectualismo había he­
cho del conocimiento una función privativa de la razón, y en tan­
to que la moralidad implica un dato cognocitivo, era inevitable
reducirla a la lógica. Pero al descubrir Brentano que la vida emo­
cional lleva en sí su propia facultad de aprehender el mundo obje­
tivo, descubre un camino para explicar el conocimiento moral sin
acudir a la razón. Se trata de un conocimiento intuitivo, cuya
naturaleza es preciso no confundir con la llamada intuición meta­
física, tal como la entiende Bergson, por ejemplo, para el cual
es una especie de sentido irracional que revela el ser absoluto de
las cosas. Los precusores de esta teoría del conocimiento moral
se encuentran entre los moralistas ingleses del siglo X V III, en­
tre ellos Hutcheson que hablaba ya de un “moral sense” . Bren- y
taño es un espíritu realista, muy semejante a Aristóteles, en cu­
yas ideas ha encontrado más de una inspiración para su pensa­
miento filosófico. Su teoría del conocimiento moral ha tenido una X
gran influencia en el desarrollo y constitución de una de las más
recientes disciplinas filosóficas: la ciencia de los valores. Estos
son precisamente los objetos que está destinada a conocer “la in­
tuición emocional” de Scheler. El descubrimiento de los valores
ha revelado la existencia de un nuevo continente, que no perte­ X
nece, como pudiera suponerse, a un orden metafísico, sino a una
realidad próxima a nosotros, como lo puede comprobar la expe­
riencia diaria. Pero eso sí, ante la revelación de los valores, es
forzoso dilatar el concepto de “ realidad” , empequeñecido por los
puntos de vista estrechos del positivismo y naturalismo. Los va­
lores han venido a presentarse a la conciencia como un orden
ideal que, sin embargo, actúa en el “ yo” como una realidad ob­ \
jetiva. lo que ha obligado a rectificar la noción del “ser” y a re­
volucionar todo el capítulo de la ontología. La adhesión a estas
nuevas verdades no es incompatible con el más escrupuloso rea­
lismo, y sólo un prejuicio induciría a considerarlas como
un nuevo fantasma metafísico. Dichas verdades permiten '

— 27 —
MAS A L L A DE LA M O R A L DE K A N T

hoy superar las limitaciones naturalistas de la ética por medio de


una doctrina que arrancando de un terreno realista, satisface, sin
embargo, las más estrictas exigencias filosóficas. Sólo que la fuente
de la convicción se desplaza a regiones del pensamiento que es­ \
tán más allá de la ética, y que es preciso buscar en la epistemo­
logía y la mitología.
Bajo otro aspecto la ética de los valores restituye a los sen-\
t’.miento' ia dignidad moral que antes se les rehusaba y hace po­
sible, sin retroceder a una posición romántica, justificar una mo­ /
ral que emana de la v'ida emocional. “ Id hombre, — dice Ortega
V Gasset,— se apresta a sujetar bajo un régimen riguroso b.
región de los gustos y de los sentimientos que durante los últi­
mos siglos se hallaba ahandonada al capricho. La Etica, la Esté­
tica, las normas jurídicas entran en una nueva fase de su historia
Cuando parecí?, el europeo consumirse en la última extremidad
del subjetivismo y relativismo, surge de pronto la posibilidad de
restaurar las normas trascendentales de lo emocional y se acerca j
el momento de cumplir el postulado que Comte exigía para ha- I
cer entrar de nuevo en caja la vida de los hombres: una sistema- !
tización de los sentimientos’’. En conclusión, las teorías cuyo con- 1
tenido esencial se ha pretendido extraer en este ensayo, harán
comprender cómo, por primera vez en la historia de las ideas, se
hace posible fundar sobre normas objetivas una ética del amor,
que significaba para el racionalismo la sustracción de lo moral
a toda ley, y su abandono al árbitrio de la psicología individual.
( 1936)

S o c io l o g ía de la o b l ig a c ió n m odal

La interpretación biológica de la moral (pie fué formulada


en el siglo X IX , con el criterio científico del “ naturalismo” es
una tesis que hoy está definitivamente desacreditada en el ám­
bito de la filosofía. Tal vez la razón más poderosa que hubo para

— 28
S A M U E L R A M O S

rechazar la ética naturalista fué que en su tabla de valores el


hombre resultaba rebajado al plano de la animalidad y esto ofen­
día el sentimiento de la dignidad humana. Repugnaba conceder
en nombre de la “necesidad natural” una justificación a los ins­
tintos que un prejuicio tradicional ha considerado la encarna­
ción misma del mal. Parecía que en el fondo, la ética natura­
lista. era una doctrina que hipócritamente disimulaba la nega­
ción de la moralidad, y que su verdadero título era el de “ in-
moralismo” . Nietzsche tenía a orgullo llamarse inmoralista,”
pero por distintas razones. Su profunda visión de psicólogo, le
descubrió qne la otra moral, la que se precia de alta y ríe noble
por su abolengo espiritual y religioso, tiene en realidad su di-i-
gen en sentimientos bajos y mezquinos. Sus nuevas tablas de
valores en que exalta el poderío, como vida ascendente, cons­
tituyen, sin duda, una variante de la moral de los instintos, pero
con una dignidad filosófica de que el naturalismo carece en ab­
soluto.
Los tiempos que corren vuelven a ser favorables a una re­
consideración de la moral desde el punto de vista biológico, que i
hoy debe adoptarse para anotar experiencias importantes sieni-j
pre que no se abandone el plano filosófico en que la cuestión de-i
be ser juzgada y se caiga en brazos de un criterio anticuado |
científico naturalista. La historia contemporánea nos muestra por
todas partes el interesante fenómeno de la “ rebelión de los ins­
tintos7' que asume manifestaciones múltiples y variadas. La pro­
pagación de los deportes como educación y como espectáculo,
las nuevas costumbres eróticas, el jazz, el primitivismo en el
arte, el socialismo, el desprecio por la cultura y otros hechos ca­
racterísticos de la vida moderna que sería largo enumerar, son
expresiones diversas de esa conmoción psicológica que se pro­
duce en todos los habitantes del mundo civilizado: la rebelión
de los instintos.

— 29 —
MAS A L L A DE LA M O R A L DE K A N T

Una nueva teoría biológica de la moral ha sido defendida!


recientemente nada menos que por M. Bcrgson ( i ) filósofo es-1
piritualista insospechable de “ inmoralísimo” . ¿Cómo se compagi- ¡
na esta tesis moral con la tendencia general de su filosofía? Es '
que tal vez M. Bergson es menos “metafísico” de lo que se le
supone. Su obra muestra una profunda huella del espíritu de
Comte hoy incorporado a la mentalidad francesa como un sen­
tido realista que existe aún entre los pensadores más distantes
del positivismo. Seria injusto desconocer el abundante material
científico que Bergson ha seleccionado para dar un fundamento
positivo a su filosofía. Las reflexiones de Bergson sobre la éti­
ca pueden sumarse a aquellas tendencias de la filosofía actual
que subrayan el carácter social de la moralidad.

E l O r ig e n de la O b l ig a c ió n

La teoria moral de Bergson descansa en el concepto de qoe


el hombre es, ante todo, un ser social (2). Aún en el aislamiento
Robinsón sigue en contacto con la sociedad por medio de los
útiles que lo mantienen dentro de la civilización. La sociedad
es inmanente al individuo bajo la forma del “yo social” , que mue­
ve la vida práctica del hombre. Sería más propio llamarle el | nos"
otros” que antecede en la conciencia al verdadero “ vo” individual.
Lo que M. Bergson se propone indagar en su último libro
es el fundamento de la obligación moral. ¿Por qué nos sentimos I
obligados? La pregunta no se refiere a ninguna obligación en I
concreto, sino a la obligación como forma general de la morali- 1
dad, o bien para usar la expresión del autor, a “ le tout de 1 |
obligation” . Es en vano tratar de comprender la necesidad de la

1 _ Les deux sources de la Morale et de la Religión. —París, Alean. 1932.


2— Les deux sources, etc. pág. 9.

— 30 —
s __ A M XJ E L R A M O S

obligación como derivándose del respeto a la razón, tal como


Kant lo pretende; o bien por medio de cualquiera otra teoría in-
telectualista, porque todas ellas presuponen la obligación, “ Lo
que hay de propiamente obligatorio en la obligación no viene de
la inteligencia’’. La pretensión de fundar la moral en el respeto
a la lógica — dice Bergson— ha podido nacer entre los filósofos
y sabios acostumbrados a inclinarse ante la lógica en materia
especulativa, e inclinados a suponer que en cualquier materia y
para toda la humanidad la lógica se impone como autoridad so­
berana.
El origen de la obligación moral debe buscarse, entonces,
por otra parle, en el lado de la biología. Tal vez la teoría más
satisfactoria se encuentre refiriendo el sentimiento del deber a
4. una cierta necesidad de la vida. ¿Pero cuál es esta necesidad?
De no aceptar la respuesta que M. Bergson expone en su bri­
llante ensayo, debe reconocerse al menos, que es una de las más
ingeniosas entre las tesis propuestas para resolver el problema
de la obligación.
Un ser no se siente obligado sino cuando es libre, y cada I
obligación, considerada aparte, implica la libertad. La naturaleza l
ha querido que el hombre sea sociable, y para asegurar tal fin \
ha dotado a cada individuo de un instinto que lo mantiene adhe- \
rido a la comunidad. Así, ésta es la que traza a cada sujeto el pro- 1
grama de su existencia entera. La solidaridad social se mantie­
ne gracias a un sistema complicado de costumbres que respon­
den a las necesidades colectivas.
La naturaleza ha establecido en la sociedad nexos muy se­
mejantes a los que se encuentran en cualquier ser organizado. El
instinto gregario que, como hilo invisible, mantiene la unión de
los individuos, es equivalente a la fuerza que une las celdillas
de un organismo. Pero esta cohesión estrecha tiene que rela­
jarse de vez encuando. siempre que es conveniente dejar en li­
bertad al individuo para que use su inteligencia en favor de la
sociedad. La ventaja que, desde el punto de vista individual, re­
presenta la libertad, puede ser, desde el punto de vista gene-

— 31 —
MAS A L L A DE LA M O R A L DE K A N T

ral, un peligro. El individuo libre puede aprovechar su inteligen-y


cía en beneficio propio y desentenderse de los intereses sociales. ;
La conciencia de la obligación está destinada entonces, a contra­
rrestar los impulsos egoístas y aparece solamente en los casos
en que esta emergencia se presenta. L a obligación es, pues, una
fuerza que vigila para que las veleidades individuales no compro­
metan la organización social (3). Si el hombre se conformara
con ser un elemento subordinado a la acción de conjunto, a se­
mejanza de una celdilla respecto a los tejidos, o a la obrera den- .
tro del hormiguero, en vez de una obligación imperaría la nece- I
sidad. La obligación resulta pues, en cierto modo, de la apari- !
ción de la inteligencia cuya acción disolvente en la vida colectiva 1
tiende a contrarrestar (4). A la obligación es inmanente la r e -(
presentación de una sociedad que quiere conservarse. “ Es la ne­
cesidad del todo sentida a través de la contingencia de las partes \
lo que llamamos obligación moral en general’^. (5).

E l respeto de si Mismo

Si bien la inteligencia en unas ocasiones piensa en contra del


instinto social, en otras éste se impone y entonces debe pensar
en defensa del instinto, como si careciera de fuerza propia y
hubiera que pedírsela a la inteligencia. Así, por ejemplo, hará un
razonamiento para establecer que el interés del individuo radi­
ca en trabajar en provecho de la comunidad, y parecerá que la
obligación queda fundada racionalmente. Pero la verdad es que
tal fundamento sería poco convincente si no preexistiera la con­
ciencia de la obligación.

3— Les deux sources, págs. b y 7


4— Id, págs 23 y 24.
5— Id. pág 53"

— 32 —
g A M t r E l i H A M O S

Un hombre puede también justificar la obligación poi al- \


go que tiene la apariencia de un interés del individuo y no de^ la
comunidad. Dice, por ejemplo, que debe acatarse la obligación
por el respeto de si mismo, por un sentimiento de la dignidad
humana. E l hombre que así se expresa se desdobla en dos perso­
nalidades (6). Hay un “ yo” que respeta y otro que es respeta­
do. ¿Cuál es este “ yo” ? ¿En qué consiste su dignidad? N o es
dudoso para Bergson que ese “ yo” , es el “ yo social” . E n la “ men- \
talidad primitiva"’ no existe bien diferenciada una conciencia in- |
dividual y el sujeto vive confundido en el grupo. E n el primitivo i
se comprueba de un modo notable que el “ respeto de sí” coin­
cide en absoluto con el sentimiento de solidaridad entre el indi- ,
viduo y el grupo, es decir, cjue la conciencia de grupo está siem- j
pre presente al individuo aislado. L o mismo puede pensarse de a
una mentalidad superior de tipo civilizado. “ Q ue se piense en lo 1 -
que había de orgullo, al mismo tiempo que de energia moral en |
e l: Civis sum romanas: el respeto de sí en un ciudadano romano \
debía confundirse con lo que llamaríamos hoy su nacionalismo, j
Pero no es necesario recurrir a la historia o a la prehistoria para \
ver que el respeto de sí coincide con el amor propio de grupo” . 1
(7 ). Por lo tanto, debe considerarse siempre el respeto de sí, co- \
mo un sentimiento social. ’ 1

L a S o c ie d a d C e r r a d a

Estas últimas observaciones nos hacen comprender que el f


instinto social contenido en la obligación, no abarca la humani- l
dad en toda su amplitud, sino solamente círculos más limitados, i
como por ejemplo, una nación. A tales grupos Bergson los con- l

6— Les deux sources, págs. 64 y 65.


7 _ Id., pftg. 65.

— 33 —
MAS A L L A DE LA M O R A L DE K AN T

sideró como una “ sociedad cerrada” . El instinto social que ac­


túa a través de la obligación conduce a la solidaridad de grupo,
pero al mismo tiempo a la lucha contra los grupos extraños. La
cohesión social, se debe en gran parte a la necesidad que tiene
una sociedad de defenderse contra las otras v “ es desde luego con­
tra todos los hombres, por lo que se ama a los hombres con quie­
nes se vive”. “La estructura moral original y fundamental del hom­
bre está hecha para sociedades simples y cerradas” . (8).

L as D os Morales

L La moral de la obligación en tanto que no tiene vigencia,


sino para grupos humanos reducidos, no puede constituir la úni­
ca expresión de la moralidad. Por encima de aquella moral so­
cial, hay que colocar otra moral que, rebasando las fronteras de
razas y naciones, tiene un alcance universal; ella es propiamente
A una moral de la humanidad. Se trata de dos morales muy dife­
rentes, no sólo en amplitud, sino también en contenido.
La moral del deber se expresa siempre en preceptos y f°1_
t mulos. La otra moral encarna en hombres excepcionales que apa­
recen en todo tiempo. “Mientras que la primera (moral) es tan­
to más pura y más perfecta cuanto mejor se reduce a fórmulas
impersonales, la segunda, para ser plenamente, debe encarnar en
una personalidad privilegiada que se torna en un ejemplo. La
generalidad de la una proviene de la universal aceptación de una
ley; la otra de la común imitación de un modelo” . (9)-
Esta última moral no se impone a la conciencia como un
imperativo; se presenta más bien como una atracción y una aspi­
ración. Mientras que la primera es una moral social que obliga
respeto a la ciudad, la segunda es una moral humana cuyo con­
tenido es el amor. ( io ) .

8— Les deux sources, pág. 53.


9— Id. pág. 29.
10— Id., pág. 53.
El

S A M U E L R A M O S

E l P a p e l d e l a e m o c ió n e n l a m o r a l

En el origen de las grandes obras de arte, de la ciencia y la


civilización hay siempre una emoción nueva. Al lado de la emo­
ción que es efecto de una representación, hay la que precede a
la representación y aun la contiene virtualmente de manera que
la emoción es su causa, hasta cierto punto. Esta emoción es crea­
ción e intuición. La emoción tiene una parte considerable en la
génesis de la moral, pero se trata de una emoción capaz de cris­
talizar en representaciones y aún en doctrina. La moral traduce
entonces un cierto estado emocional.
En la moral del deber está inmanente la representación de
una sociedad que tiende a conservarse. Por eso sus preceptos tie­
nen la rigidez y la inmutabilidad de la tradición. En la moral de
la aspiración está implícitamente contenido el sentimiento del ’
progreso. Es, pues, una moral flexible y cambiante, cuya emo­
ción es el entusiasmo de una marcha hacia adelante. Profundi­
zando este nuevo aspecto de la moral se descubre su coinciden­
cia con el esfuerzo generador de la vida.
La moral del deber es una aportación de la naturaleza, la
otra del genio humano. Es un “élan d’amour” un esfuerzo de | \
“evolución creadora”. |
Para educarse en esta moral es preciso la unión espiritual,
la imitación de una persona. |
w
Tomando la palabra “biología” en su más amplio sentido, | /
i M. Bergson concluye afirmando que toda moral como obligación j
p o como aspiración es de esencia biológica. i

— 35 —
MAS A L L A DE I» A M O R A L D E K A N X

Ob s e r v a c io n e s c r it ic a s

La teoría moral de Bergson consta, en su trazo esquemáti­


co, de las ideas esenciales que hemos destacado en nuestra sín­
tesis. Considerando aisladamente cada una de esas ideas no po­
dremos estimarlas como una nueva aportación al conocimiento 1
ético, no obstante que traducen, con matices personales, modos de I
pensar que flotan en la atmósfera filosófica de nuestro tiempo l
v tienen por ello el valor de la modernidad. Su crítica al forma­
lismo y al intelectualismo moral, su idea de centrar la moral en
elementos irracionales del hombre como el instinto, la emoción,
el amor; su punto de vista social, e tc ., son conceptos que abun­
dan en la literatura filosófica contemporánea. Si alguna reserva
cabe hacer a las ideas morales de Bergson, cuando se examinan
separadamente, es por la falta de precisión con que están for­
muladas, defecto que, por lo demás, es ya una característica de
toda la filosofía bergsoniana. Es insuficiente la definición de con­
ceptos tales como intuición, emoción, instinto, biología, e tc .. pa­
ra poder comprender el sentido justo de la doctrina moral y pro­
nunciar un juicio acertado respecto a su valor. Quizá el autor
no se propuso presentar un sistema acabado de ética, pues, a juz­
gar por el espacio que le dedica en su último libro, parece que
sólo le interesa ofrecer un bosquejo de ella a través del proble­
ma de la obligación. Afortunadamente, los puntos de coinciden­
cia que tiene el filósofo francés con otros pensadores que se han
ocupado del mismo asunto, permite al lector de buena voluntad
interpretar las ideas de aquél, y. en cierto modo, completarlas
por medio de las orientaciones que señalan otros sistemas pare­
cidos. pero más consistentes y precisos.
La doctrina moral de Bergson tiene, en puntos esenciales,
notables coincidencias con la ética de Max Scheller. si bien éste
ha desarrollado con mayor rigor filosófico y con mayor detalle

— 36 —
S A M U E L r a m o s

y extensión su pensamiento moral. Ambos filósofos sostienen que


el amor es el fundamento del acto moral, pero a Bergson le fal­
ta la idea de los “ actos intencionales” gracias a la cual Brentano
y Scheller han podido encontrar nuevos caminos a la ética. La
conciencia moral es también para Scheller el resultado de una
“intuición emocional” que pone al sujeto en relación con el mun­
do de los valores. Una de las más serias limitaciones de la doc­
trina bergsoniana es el desconocimiento absoluto de la noción de
valor que hoy parece imprescindible en el campo de la ciencia
moral, pero que en la teoría de Bergson no se menciona para na­
da. Otras analogías pueden señalarse entre Bergson y Scheller, i
como el personalismo moral, y aún ciertos aspectos de la doctri­
na del deber, lo que significa que cuando hay ciertas necesida­
des espirituales, reclamando una idea, aparece al mismo tiempo,
en distintos pensadores que no están en mutua comunicación in­
telectual.
Si consideramos ahora la teoría bergosoniana ya no en for­
ma analítica, sino en conjunto, su valor aumenta en varios sen­
tidos. Ciertamente que la doctrina de Bergson no está pensada
con el rigor filosófico de otras doctrinas semejantes, pero en cam­
bio, su “ethos” está más cargado de fuerza de convicción. Desde
luego, en ninguna doctrina ética se había establecido con más
evidencia la correlación que existe entre el deber y la libertad,
de manera que sin arriesgarse por abismos metafísicos, se pue­
de inferir de la obligación como un hecho de conciencia la exis­
tencia de la libertad moral.
Es también importante distinguir en la vida moral, dos es- |
feras diversas, no sólo por su amplitud de radio, sino por el sen­
tido moral de cada una de ellas que no tiene la misma dirección.
Este es un punto que no está desarrollado en la tesis de Bergson,
pero que, sin duda, está implícito en la caracterización que hace
de las dos formas de la moral. La moral fie la obligación, es con­
siderada acertadamente, como una moral social de grupo, y este
grupo puede ser la nación. El filósofo llega aún a identificarla
con el nacionalismo al decir que “ es contra todos los hombres,

— 37 —
MA S A L L A DE LA M O R A L DE KAMI

por lo que se ama a los hombres con quienes se vive” . En efecto,'


el nacionalismo se caracteriza por la reacción de un grupo contra
todos los demás. “Todo ser colectivo supone— dice Julien Benda— ,
una voluntad de asociación y una voluntad de oposición. Un amor
y un odio. ( u ) . Y Bergson agrega que: “la estructura original y
fundamental del hombre está hecha para sociedades simples y cerra­
das” , es decir, para la moral nacionalista. Pero puesto que en esta
moral hay un elemento de odio, cabe dudar si tiene en efecto un va­
lor ético. El nacionalismo es una pasión que M. Benda descompone
en movimientos sucesivos. En el primero el hombre abandona
su egoísmo, abdica de su voluntad de ser una individualidad úni­
ca, separada de todas las otras y afirma sn comunión con todos
los hombres que le son semejantes por la sangre, el idioma, los
intereses, los ideales, la historia, etc. Pero en el segundo movi-'
miento recupera esta voluntad en nombre del grupo al cual perte­
nece. El egoísmo que desaparece en el primer movimiento re­
aparece en el segundo, sobre un nuevo plan. “ El egoísmo, dice
Benda, al hacerse nacional, se convierte en egoísmo “sagrado”. \
En cuanto que el primer movimiento encierra una superación del
egoísmo individual, no se le puede negar un valor ético. En el
fondo, como reconoce Benda. el nacionalismo resulta más bien
del segundo movimiento. Esto rectificaría un tanto el pensamiento
de Bergson y diríamos entonces que el nacionalismo empieza
donde termina la moral social de grupo. Mientras que la ética de
los valores tal como se ha definido en Alemania, tiende a estable­ N
cer el lado objetivo de la moral, constituido por un mundo ideal
de valores y normas, la obra de Bergson insiste en el otro lado
de la vida moral: el lado humano. La moral es, en efecto, la re­
sultante de dos factores, uno legal que a través de la conciencia
nos marca el camino del deber, y otro humano hecho de impul­
sos favorables o contrarios a la realización de fines valiosos.
A l distinguir Bergson un tipo de moral irreductible a la de la
obligación, señala un hecho innegable sobre el cual no se ha insisti-
II— Discours a la Nation Europétnne: La Nouvelle Revue Frar.caise:
Núms 232 y 234— 1933.

— 38 —
S A M U E L R A M O S

do suficientemente, tal vez porque lia sido tan grende la sugestión'


de Kant, que se ha tendido siempre a identificar la moral con el
deber. Parece que esta moral de la aspiración corresponde mejor
con el esfuerzo real de creación en la vida moral histórica, que
la doctrina del ordenamiento inmutable de los valores sostenidos
por Scheller. Es un acierto la relación que establece Bergson en
tre la moral de la aspiración con su anterior doctrina de la “evo­
lución creadora”. Entonces las dos morales no se muestran acor­
des entre s í; muy al contrario, entre ellas existe un conflicto cons­
tante ; y asi es como suceden los movimietnos morales en la his­
toria. Toda reforma moral al nacer va en contra de la moral so­
cial establecida, y aparee, en ese momento, como un movimien­
to inmoral. El espíritu conservador ve siempre a los reformado­
res morales como individuos peligrosos que corrompen las cos­
tumbres. y por eso los antenienses castigaron a Sócrates con la
pena de muerte.

— 39 —
Im p r im ió A n g el C h á p ero
n o v i e m b r e d e 1938
M é x ic o , D . F .
1

CUADERNOS “ MEXICO NUEVO -


publicados
por ELIAS N ANDINO

No. ó • EL QUEBRANTO Novela de


José Revueltas

SEGUIRAN ORIGINALES DE

José Gorostiza
Samuel Ramos
Elias Nandino
Octavio Paz
Neftalí Beltrán

• " '’ l
A. Jt

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