Lowenthal 1996 El Pasado Es Un Pais Extrano Cap 1
Lowenthal 1996 El Pasado Es Un Pais Extrano Cap 1
Lowenthal 1996 El Pasado Es Un Pais Extrano Cap 1
CAPITULO PRIMERO
REVIVIR EL PASADO:
SUEÑOS Y PESADILLAS
sino una fantasía un poco normativa» (Wyatt, «In quest of change», p. 389).
21 Adliss, Frankenstein Unbound, p. 26. (En la versión española, Frankenstein Desencadenado, Barcelona, 1973
deseado en algún momento volver a un tiempo anterior. El pasado al que se vuelve puede que
no siempre satisfaga, pero rara vez nos amenaza con una sorpresa tan desagradable como
aquélla a la que tuvo que enfrentarse el pobre Enoch Soames.
Pese a todo, ya no podemos ni deslizamos hacia atrás rumbo al pasado ni saltar hacia ade-
lante rumbo al futuro. El ayer, a salvo en imaginativas reconstrucciones, queda para siempre al
margen de nosotros; tan sólo hemos atenuado los recuerdos y las crónicas fragmentarias de la
experiencia anterior y lo único que podemos hacer es soñar con escapar de los confines del
presente. Sin embargo, en los últimos años, tales sueños nostálgicos se han convertido casi en
habituales, si acaso no epidémicos.
NOSTALGIA
Cuando yo era un chaval, todo esto eran campos abiertos.
Joven londinense en el túnel del metro de Charing Cross, 198222
22 Citado en el libro de Michael Dineen, «The English village re-born, Observer, 19 de septiembre de 1982, p. 3
23 J. Mordaunt Crook, «Honour and its enemies», TLS, 25 de septiembre de 1981, p. 1102.
24 «There's no business like old business», Punch, 29 nov. 1972, p. 777
25 El hombre de Piltdown fue una supuesta especie de hombre prehistórico cuya existencia se suprimió [sic
¿supuso?] a partir de fragmentos de huesos encontrados en Piltdown (Sussex, Inglaterra) en 1911. En 1953 se
descubriría que eran un fraude. (N. del T.)
26 Caroline McGhie, «Noel Coward played the piano here», Sunday Times, 17 de julio de 1983, p. 39; Robert
Troop, «Making the most of moat and beam», Sunday Times, 27 de marzo de 1983, p. 27
27 Caroline Moorehead, «The nostalgia that didn't get away», The Times, 15 de marzo de 1980; Binyon, Life in
Russia, pp. 140-2; Shipler, Russia, pp. 265, 300; Hedrick Smith, Russians, pp. 249-57; Philippa Lewis, «Peasant
nostalgia in contemporary Russian literature».
vivo. Cada vez fijamos más nuestra atención en «un pasado tan reciente que alguien de tan
sólo 11 años podría verlo quizá como el pasado»28 —señala Russell Baker—; «las manifestaciones
estudiantiles contra la guerra de fines de los años sesenta... se tratan ya con un sentimentalis-
mo... semejante al de algunos fenómenos turbulentos pero gloriosos de un «hace mucho tiem-
po» que ya está muerto; se dice que la ciudad de Calgary ha llevado a cabo un descubrimien-
to arquitectónico de sus venerables edificios de los años sesenta.29 El envejecimiento confiere el
estatus de antigüedad de forma instantánea; tan pronto como deja de verse, el coche de
bomberos se convierte en el emblema de un pasado que ha desaparecido. En torno a 1980 —
decía Bevis Hillier— «la historia estaba siendo reciclada como nostalgia casi al mismo tiempo que
ocurría». Lo cierto es que Hillier retrató el lanzamiento de su libro anterior sobre el tema como
algo que en si mismo era ya un recuerdo nostálgico.30
Imagen 2. Nostalgia de la época Tudor. Casa solariega de Carles Wade en Snowhill, Glouces-
tershire (National Trust)
De igual modo, la nostalgia se ha dilatado en cuanto a su espacio y temática. Un «índice de
nostalgia» danés incluye reliquias de todas las clases que puedan concebirse 31. Henry VIII, Eliza-
beth I, Dad'sArmy, The Onedin Line, Upstairs and Downstairs, The Forsyte Saga, The Pallisers, The
World at War32 celebran un amplio panorama de pasados ingleses. «Las facetas más entusiastas
64, 214-15
32 Esta serie de títulos se refieren a series televisivas, algunas de las cuáles pudieron verse en su momento en
España a través de la pequeña pantalla, por ejemplo Arriba y Abajo, La saga de los Forsyte o el Mundo en
Guerra. (N. del T.)
de nuestro patrimonio» —de las empulgueras medievales al incendio de Londres— están puestas
al servicio de la nostalgia en la «Merrie England» y la Mazmorra de Londres. Good OIdDays, la
«RevistaAmericana de Recuerdos Felices», recuerda con cariño las viejas historias sobre porches,
los cubos de madera de cedro para el agua, los maderos para atar los caballos, las leñeras, los
barcos-teatro, el almirante Dewey, «Casey at the Bat», Bonnie y Clyde; sus lectores coleccionan
los libros de Zane Grey, los catálogos de los almacenes Sears Roebuck, los libros de lectura de
McGuffey33 y las viejas páginas musicales.
Hasta los pasados más triviales tienen sus devotos. «¡Acordaos de Button B! Acordaos de los
quioscos de verdad» —suspira Paul Jennings—. «Acordaos de los trolebuses... acordaos de los
coches con manivelas de arranque».34 El museo de la Smithsonian Institution guarda los dientes
postizos de Washington, los adornos del coche fúnebre de Lincoln, el tabaco de mascar que
llevó Peary al Polo Norte, la barba roja, blanca y azul que lució Gary Sandburg en el Bicentena-
rio de la Independencia americana, las dentaduras negras exportadas para satisfacer la moda
por la Polinesia que se dio en el siglo XIX. Una colección suiza de recuerdos de Sherlock Holmes
incluye una botella de «auténtica niebla londinense, certificada por un transeúnte ya desapare-
cido».35
Las asociaciones íntimas ayudan a vender el pasado. Un anuncio impreso en los tonos sepia
de las fotografías de Frith de fines del siglo XIX ofrece a los clientes «Tu pueblo, tu ciudad, tus
raíces... tu propio y personal pedazo de nostalgia.» El «Imperial Tankard» conmemora para los
británicos «el Imperio que tal vez nunca conocieron, pero también el Imperio que no se les de-
bería permitir olvidar.» La nostalgia despierta el apego hacia tiempos que nos son incomprensi-
bles en la misma medida que hacia cosas que hemos experimentado; pocos de los que acuden
en tropel a las películas de Bogart, de los que escuchan la música de Glenn Miller o dan fiestas
en plan años sesenta son lo bastante mayores como para recordarlas.
¿Qué significados emergen de este enjambre de invocaciones nostálgicas? Muchos parecen
menos preocupados por encontrar un pasado que por anhelarlo, menos impacientes por revivir
un «hace mucho tiempo» imaginario que por coleccionar sus reliquias y celebrar sus virtudes. A
pesar de ello, «viajar hacia atrás cuarenta años a una época en la que era verano todo el año y
los niños asaltaban los vagones que transportaban hielo,... para dar un paseo dominguero como
solíamos hacerlo, con tu sombrilla de seda y tu largo vestido moviéndose dulcemente, y sentarse
en aquellos taburetes de patas de alambre en el salón donde servían soda» es algo más que un
sueño obsesivo de viejo.36 «Casi todos los viejos suelen recordar un tiempo en el que la cerveza
era más barata... y la gente tenía más respeto. Casi todos nosotros recordamos con especial
cariño algunos retazos extraños de nuestras vidas, retazos que a veces no fueron demasiado
agradables en sí mismos».37 De hecho, no importa si aquellos días fueron desgraciados: «la vida
era maravillosa allá por 1900»; un periodista aseguraba recientemente que el folk irlandés más
antiguo surgió en medio de la miseria rural; la campaña de apoyo a la cerveza. «Las cosas son
como solían ser»38 provoca asquerosas asociaciones en torno a la simpatía de los años treinta.39
Hasta los recuerdos horrendos pueden provocar nostalgia. Un londinense, una generación más
tarde, recordaba los bombardeos de la guerra como algo lleno «de felicidad pura, inmacula-
da»; uno sospecha «que es mucha la gente que experimenta esta nostalgia y que querría con
toda ternura recrear las horribles circunstancias de su propia niñez».40
Un pasado que se disfruta de forma nostálgica no tiene por qué tomarse en serio. Los visitan-
tes que montan en el autobús «Máquina del Tiempo» de la London Transport 1925 se imaginan
bailando el Charlestón o comprando una casa por menos de mil libras en Pinner, y reflexionan
«sobre los tiempos en los que cada día parecía como de pleno verano»; la atracción de un au-
tobús de 1940, cuando Gran Bretaña resistía en solitario frente a Hitler, consiste en que «uno
puede soñar tanto como quiera al margen de las ásperas realidades de ese mundo casi olvida-
33 William Holmes McGuffey (1800-1873) fue un educador estadounidense célebre por ser el editor de una
serie de libros de lectura escolares. (N. del T.)
34 Sunday Telegraph, 4 de febrero de 1979, p. 16
35 Tom Zito, «Rummaging throught America's attic», IHT, 11 de abril de 1980; Mavis Guinard, «The case of the
Richard Milner, «Courage cockney taste for nostalgia», Sunday Times, 25 de abril de 1982, p.49
40 Tom Hamsson, Living throught the Blitz, p. 325; Maurice Lescoq, «Leavetaking» (1961), en Moorcock, English
Assassin, p. 1.
do».41 Un viaje por la «India Clásica» al estilo de los Maharajas a lo largo y ancho del Rajasthán,
con la historia de cada salón de los que se visitan realzada por un sirviente vestido a la usanza
de ese período, se convierte en un «proyecto increíblemente nostálgico que devuelve a la vida
los esplendores clásicos». Uno no necesita ir al extranjero para probar lo exótico; aquéllos que
hacen el viaje en tren entre Venecia y Simplón a través del tranquilo condado de Kent reciben
«un Certificado del Orient Express para recordar su nostálgico viaje al opulento pasado». Las
excursiones nostálgicas son a menudo breves, restringidas, sin trascendencia. El «Western» ameri-
cano refleja «un deseo de salirse de la modernidad sin abandonarla del todo; queremos revivir
aquellos apasionantes días de antaño, pero sólo porque estamos absolutamente seguros de
que aquellos días están fuera de nuestro alcance».42
La mayor parte de nosotros sabe que el pasado no fue así en realidad. La vida de entonces
parece más brillante no porque las cosas fueran mejor sino porque nosotros vivíamos más inten-
samente cuando éramos jóvenes; hasta el mundo adulto de antaño refleja la perspectiva de la
niñez. Sintiéndonos incapaces de tener experiencias de la misma intensidad, nos lamentamos
por esa inmediatez que hemos perdido y que hace que el pasado sea incomparable. Esta nos-
talgia puede incluso apuntalar la autoestima, recordándonos que por muy triste que sea nuestra
suerte actual al menos una vez fuimos felices y dignos de consideración. Una infancia que se
recuerda así excluye las peleas familiares, las excursiones campestres dominadas por la espera
en colas para conseguir un merendero mugriento; la «nostalgia es el recuerdo del que se han
llevado el dolor». El dolor es el hoy. Vertemos lágrimas por el paisaje que ya no nos parece como
antes, como pensábamos que era, o como deseábamos que hubiera sido. La nostalgia es a
menudo más de pensamientos pasados que de cosas pasadas, es «un soñar despierto al revés
—como pensar que adorábamos los libros de nuestra juventud— cuando lo que de verdad
amamos es la idea de nosotros mismos jóvenes, leyéndolos». 43 La gente acude en masa a los
lugares históricos para compartir la memoria familiar y comunitaria, e incrementar de este modo
los recuerdos personales. Lo que le agrada al nostálgico no es ya la reliquia sino su propio reco-
nocimiento de la misma, no tanto el pasado en si mismo como las aspiraciones que se supone
que tiene, menos el recuerdo de lo que ocurrió en realidad que lo que en otro tiempo se pensó
que era posible. Alabando los años 1930, cuando la fe en las reformas, la creencia en la partici-
pación política y el sentido del humor sobrevivieron a las adversidades económicas, un sociólo-
go expresa nostalgia por la depresión como período en el que aún era posible sentir que la vida
tenía un objeto.44
Las evocaciones nostálgicas son muy anteriores a nuestro tiempo. Virgilio inmortalizó el pasa-
do heroico y pastoril; Petrarca buscó en la antigüedad un refugio frente a su época desgracia-
da y sin valor;45 un sentimiento agridulce por un pasado arcádico se extendió por la poesía de
los siglos XVI y XVII y por los lienzos de Claude y de Poussin. El final del siglo XVIII expresó nostalgia
no sólo por la antigüedad sino también por los pasados recientes y por las etapas anteriores de
la vida: se lloraba la niñez perdida junto con las escenas perdidas de la niñez. Las evocaciones
de Grasmere por parte de Wordsworth suscitaron en muchísima gente nostálgicas reflexiones
sobre la niñez como tiempo de paz y de plenitud ya inalcanzable, como el poema de Housman:
Froude suspiraba «tan sólo por una semana de mi vieja fe infantil, para volver a la calma y la
paz otra vez, y de este modo morir esperanzado».47
Los grandes cambios experimentados por los tiempos habían hecho que la nostalgia estuvie-
ra omnipresente. La sacudida revolucionaria separó el pasado del presente; después de la gui-
llotina y Napoleón, el mundo anterior parecía alejado de forma irrecuperable; de ahí que mu-
chos redoblaran su cariño por él. La industrialización y la emigración forzosa empujaron a millo-
41 Panfleto del Vintage Bus Service (Servicio de Autobuses Antiguos), «Take a ride in a time machine», c. 1980
42 Roger Rosenblatt, «Look back in sentiment», N. Y. Times, 28 de julio de 1973, p. 23
43 Cross, Poetic Justice, p. 140
44 Robert Nisbet, «The 1930s: America's major nostalgia» (1972), tomado de Fred Davis, Yearning for Yesterday,
p. 10
45 A Tito Livio, 22 de febrero de 1349 (?) en Petrarch's Letters to Classical Authors, pp. 101-2; Peter Burke, Re-
48 William Feaverr, «The intensity of Samuel Palmer's visions», observer, 24 de diciembre de 1978, p. 18; Girourd,
Return to Camelot
49 The Fields Beneath, pp. 174-5
50 Story of Our English Towns, p. 34; pero Ditchfieid añade, «ningún hombre sabio deseará traer a la memoria
ese pasado».
51 Alfred Austin, Haunts of Ancient Peace, pp. 18-19; él se enorgullecía de no pronunciar «nada que no fueran
p. 283. Ver Wiener, English Culture and the Decline of theIndustrial Spirit, pp. 45, 57, 62, 76.
53 Repplier, «Old wine and new» (1896), p. 696
54 Mont-Saint-Michel and Chartres (1912), p. 2
55 Wiener, English Culture, pp. 66, 64, 74, 76. Ver Girouard, Sweetness and Lighs: The «Queen Anne» Move-
Ante aquellos lugares hace mucho perdidos que surgen en su entorno se enternece y se
hunde, mártir de suspiros arrepentidos y trastorno.62
Nada evocaba los Alpes de una forma más vivida que una melodía alpina. Esa música obse-
sionaba a quien la llevaba dentro como «una imagen del pasado a la vez definida e inasequi-
ble». El recuerdo «de la infancia reaparece a través de una melodía, ...y nos convierte en presas
de esta «passion de souvenir».63 El incesante sonar de los cencerros de las vacas en las alturas
alpinas hizo que los suizos fueran especialmente vulnerables al daño que ocasiona oír el sonido
de esquilas. Para protegerse de la nostalgia, a los soldados suizos se les prohibió tocar, cantar y
hasta silbar melodías alpinas.64
La medicación incluía sanguijuelas, purgas, vomitivos y sangrías; para las últimas fases de la
nostalgia Hofer aconsejaba «emulsiones hipnóticas», «bálsamos cefálicos» y opio. Un general ruso
en 1733 descubrió que el terror era eficaz: a los soldados que estaban incapacitados por la nos-
talgia se les enterraba vivos, y después de dos o tres enterramientos la epidemia de morriña
remitía. De todas formas, el hacerse el enfermo pocas veces resultaba sospechoso; la repatria-
ción se consideraba la única cura efectiva. Incluso el ejército francés sitiado en 1793 dio a los
reclutas azotados por la «añoranza» la posibilidad de ir a recuperarse a casa.65
La nostalgia se mantuvo mucho tiempo como una enfermedad orgánica. En 1873 apareció
un tratado médico sobre este mal e incluso recibió un premio. 66 Calificada como un «desorden
contagioso» que podría «extenderse con la velocidad de una epidemia» a través de los centros
de reclutamiento, la nostalgia figuraba en la lista de enfermedades características de la Segun-
da Guerra Mundial del Jefe del Departamento Médico del ejército de los Estados Unidos, y en
Medico-Psychological Phenomenon (1959), citado en Fred Davis, «Nostalgia, Identity and the current nostal-
gia wave», p. 415; Starobinski, «Idea of nostalgia», p. 90. Rousseau y otros, ya en el siglo XIX, aludían a esta
prohibición pero no se ha encontrado ninguna evidencia documental de la misma (Métraux, Ranz des va-
ches, pp. 53-7
65 Hofer, Medical dissertation», p. 389; Starobinski, «Idea of nostalgia», pp. 95-6
66 August Haspel, citado en Starobinski, «Idea of nostalgia», pp. 99-100
una fecha tan tardía como 1946 fue definida por un eminente científico social como una enfer-
medad «psico-fisiológica» posiblemente fatal;67 los psicólogos identificaban la añoranza del
hogar como una aflicción propia de los estudiantes, y los centros de salud universitarios la trata-
ban a la vez que a la gripe y a la hepatitis.68 Pero las connotaciones sociológicas de la nostalgia
han eclipsado ya a la enfermedad mental. Hoy, raras veces asociada con la añoranza del
hogar, la nostalgia se ha convertido estrictamente en un estado de la mente.
La nostalgia, que una vez fuera amenaza o consuelo de una pequeña élite, en la actualidad
atrae o aflige a la mayoría de los estratos de la sociedad. Los buscadores de ancestros investi-
gan en los archivos cuáles fueron sus raíces; millones de personas atestan las casas históricas; las
antigüedades absorben a las clases medias; los recuerdos inundan los mercados de consumido-
res. En otros tiempos, el desafío que suponían las nuevas expectativas aplacaba la morriña que
los estadounidenses sentían a menudo; hoy, sin embargo, «el pasado a muchos les parece una
quilla y, por lo tanto, están intentando meterle un garfio, arrastrarlo de costado y fijarlo en un
lugar».69 Se dice que «una rebelión creciente contra el presente, y un creciente anhelo del pa-
sado» ejemplifican al ánimo de la posguerra. «Nunca antes en toda mi larga vida he oído a tan-
ta gente que deseara haber vivido «a principios de siglo», «cuando la vida era más simple», o
«cuando valía la pena vivir», o simplemente «en los buenos viejos tiempos»» —señala un persona-
je de ciencia-ficción—. «Por primera vez en la historia humana, el hombre está desesperado por
escapar del presente».70
La desconfianza respecto del futuro estimula también la nostalgia actual. No podemos amar
el pasado de un modo tan excesivo como lo amaban muchos en el siglo XIX; sin embargo, nues-
tros recelos en torno a lo que pueda venir son más graves. «Puedo leer tu futuro» —dice un adivi-
no— «o, tal y como tanta gente parece preferir hoy en día, puedo recordar con nostalgia viejas
historias de tu pasado».71 Las perspectivas de ruina económica, de agotamiento de los recursos,
o de Armagedón nuclear hacen del pasado un refugio crucial, y nuestra vuelta atrás es algo tan
generalizado que una autoridad tiene miedo de que «estemos entrando en un futuro en el que
la gente pueda de nuevo morir de nostalgia».72
Más allá de estos rasgos nostálgicos se esconden vínculos con el ayer que son verdadera-
mente patológicos. Algunos se rodean por completo de pasado. Otros ya no son capaces des-
hacerse de nada, como la vieja que salvaba con todo cuidado «trozos de cuerda demasiado
cortos como para poderse utilizar», como el hombre que acumulaba miles de tarros de sus pro-
pios excrementos, o el coleccionista de botellas de polvo que recordaban un antiguo amor con
etiquetas como «Polvo del vestido de R. Polvo junto a la cama de R. Polvo de cerca de la puerta
de la habitación de R.»73 La obsesión nostálgica es la raison d’être del pub de Nigel Dennis para
la «recapitulación espiritual», con sus devotos de la
caligrafía medieval, que confundían al cartero con sus direcciones renacentistas... Al-
gunos llevaban bombines pequeños y curvos y llegaban... en turismos que se habían fa-
bricado en los años 20: bebían su cerveza en viejas tazas tipo moustache. Muchos eran
jardineros, y solamente cultivarían rosas que no hubieran sido vistas en varios siglos... (el
pub) cubría todos los períodos desde el tomista al eduardiano, y no había cosa que más
despreciara que el malestar del presente.
67 Flicker and Weiss, «Nostalgia and its military implications», pp. 386-7; Rumi, «Some notes on nostalgia», p. 7
68 «Homesickness is usual but it doesn't has long», Parents Mag., 20 (Oct. 1945), 178; McCann, «Nostalgia-a
review of the literature» (1941); idem, «Nostalgia: a descriptive and comparative study»» (1943); Fodor, «Varie-
ties of nostalgia» (1950)
69 Eric Sevareld, «On times past», Preservation News, 14:10 (1974), 5
70 Finney, «I'm scared» (1961), pp. 36-7
71 Ed Fischer, viñeta, New Yorker, 15 de marzo. 1976, p. 39
72 Jay Anderson, citado en History News, 38:12 (1983), p. 11
73 Pesetsky, «Hobbyist», p. 42
74 Dennis, Cards of identify, pp. 161-2, 171
75 Francis Hope, «My grandfather's house», New Statesman, 1 de junio de 1973, p. 807
sobre el presente, sobre aquello que quiera decir ser moderno». La modernidad ha perdido su
encanto desde entonces. «Ahora que el presente parece tan lleno de dolor,... la profusión y la
franqueza de nuestra nostalgia... no sugieren solamente una sensación de pérdida y un tiempo
con problemas, sino una abdicación generalizada, una auténtica deserción del presente.» La
frase «Ya no los harán así nunca más» ha desechado su anterior matiz irónico y se ha convertido
en un verdadero lamento.76
En la actualidad, la nostalgia llega incluso a estar planeada. Al igual que Kierkegaard, mira-
mos atrás en medio del goce que produce recobrar el pasado para la memoria y contemplar la
nostalgia por los acontecimientos futuros: una joven se imagina a sí misma convertida en una
abuela que recuerda la infancia de sus hijas que aún no han nacido. 77 «Tan sólo una tarde de
conversación, con el sol filtrándose por la madreselva»: un personaje de Margaret Drabble re-
cuerda haber tenido ese pensamiento tras concebir esa imagen que más tarde le iba a causar
«la más triste y exquisita nostalgia. Ella estaba triste por adelantado y, sin embargo, al mismo
tiempo tremendamente feliz... por saber que... se estaba creando un pasado para sí misma». 78
«¿Te acuerdas de la nostalgia? ¿Te acuerdas de cuando recordabas los años 1950?» —pregunta
un escritor satírico—.
¿Te acuerdas de cuando recordaste tu primer beso? ¿Te acuerdas de cuando recordaste tu
primera clase de baile en el colegio? ¿Te acuerdas de cuando recordaste tu nombre de pila?...
Sí, aquellos eran los años setenta, días inocentes... días más sencillos, cuando todo lo que tenías
que hacer para pasarlo bien era relajarte y recordar las tiendas de malta, el cobro de varios
sueldos y pensiones, los peinados en cola de caballo... Tú das valor al acordarte de cuando
recordabas estos recuerdos... si", te acordabas de todo ello en los años setenta, la Edad de Oro
de la Nostalgia,... los recuerdos atesorados con el mayor fervor de cuantos tú recuerdas haber
recordado... Y ahora aquí está tu propia abuela para decirte cómo dar órdenes.79
Los críticos se mofan de las absurdidades Kitsch de la nostalgia y deploran su manera de
perder los nervios ante los esfuerzos del presente y su falta de fe en el futuro; se la desprecia
como «el paliativo más de moda para los que tienen poca sustancia espiritual». 80 En fecha tan
temprana como 1820, Peacock ridiculizaba al poeta nostálgico que «vive en el pasado,... con
modales bárbaros, costumbres obsoletas y cada vez más supersticiones».81 La tira cómica Punch
ridiculizaba las visiones del futuro que había en las penurias de 1944: «Supongo que más o menos
dentro 30 años» —dice un personaje en la cola de una tienda— «la gente insistirá en describir
esto como los buenos viejos tiempos».82 Para proteger a los visitantes de Williamsburg de su enlo-
quecida afición por el pasado, los guías disfrazados deberían estar desdentados y dispuestos a
admitir que «si de verdad fuéramos gente de aquella América que era colonia inglesa, casi to-
dos nosotros estaríamos muertos a causa de la corta esperanza de vida».83
Se culpa a la nostalgia de alienar a la gente respecto del presente. El mundo de hoy cuando
no es catastrófico o terrorífico se vuelve plano, aburrido y vacío» —señala un crítico— «un tiempo
que lo único que deja hacer a nuestras imaginaciones es sumergirse en el pasado». 84 La enorme
popularidad de la reconstrucción de «paisajes que nunca conocimos pero que habríamos de-
seado tener», es lo que lleva a no querer afrontar los dilemas del presente85.
Si bien, por una parte, la nostalgia es un síntoma de malestar, por otra, tiene también virtudes
compensadoras. El apego a los lugares familiares puede amortiguar el cataclismo social, el
apego a las caras conocidas puede ser necesario para tolerar la vida en sociedad. 86 En la opi-
nión de un sociólogo, la nostalgia reafirma las identidades magulladas por el desorden reciente
cuando «las convicciones fundamentales establecidas acerca del hombre, la mujer, las cos-
tumbres, los modales, las leyes, la sociedad y Dios eran desafiadas, interrumpidas y agitadas»
como nunca antes.87 Como reacción a los trastornos de los años sesenta y los primeros setenta
nos entró la obsesión por los tiempos pasados —sugiere un analista— «al insistir en que hubo un
rales, ver Raymond Williams, The Country and the City, pp. 44-5
86 Rumi, «Some notes on nostalgia», p. 8
87 Davis, «Nostalgia, identity», p. 421
tiempo en el que la vida se podía vivir y, sí, sí, si mirásemos con la suficiente lejanía y firmeza a
alguna cosa justa de nuestro pasado, ésta volvería a ser justa de nuevo». 88
RECUPERAR EL PASADO
¿Es que no es posible —me pregunto a veces— que las cosas que hemos sentido con gran inten-
sidad tengan una existencia propia al margen de nuestras mentes; que esas cosas, de hecho,
todavía existan? Y si es así, no será posible, con el tiempo, que se invente algún aparato por me-
dio del cual podamos tocarlas?... En lugar de recordar aquí un lugar y allí un sonido, pondré una
clavija en la pared y con ella escucharé el pasado... Una emoción fuerte tiene que dejar huella y
no hay más que descubrir cómo podemos volver a vincularnos a ella de nuevo, para así ser ca-
paces de vivir nuestras vidas en su totalidad desde el principio.
Virginia Woolf, «A sketch of the past»89
La atracción que provoca el pasado va más allá del anhelo nostálgico de un pasado que se
imagina o se cambia por otro a capricho. Algunos llegan al punto de especular sobre la manera
de volver a visitar el pasado real. Esos anhelos han sido durante mucho tiempo un punto esen-
cial de la literatura fantástica. Resulta difícil valorar si son muy comunes o no: una encuesta a
528 estudiantes de enfermería en Michigan en 1974 reveló que menos de un tercio pensaba que
merecía la pena cualquier recuperación del pasado histórico. Sin embargo, dos tercios de los
hombres y casi la mitad de las mujeres darían sustanciosas cantidades de dinero por revivir un
año de sus vidas personales, y un número todavía mayor lo daría por recuperar un día o una
hora.90 La extendida creencia en la reencarnación y la fascinación con la vuelta atrás en el
tiempo suscitan un gran interés por la recuperación del pasado.
La idea de un pasado imposible de recuperar a muchos les parece insoportable. Sabemos
que el futuro es inaccesible; pero ¿está el pasado perdido de un modo irrevocable? ¿No hay
forma de volver a capturarlo, de volver a experimentarlo, de volver a vivirlo? Imploramos una
evidencia de que el pasado continúa y, por ello, lo podemos recuperar. Algún poder, algún
mecanismo, alguna fe nos permitirá no sólo conocerlo, sino verlo y sentirlo. Algún día, en algún
lugar, la vida cotidiana de nuestros abuelos, los sonidos rurales del ayer, las conversaciones de
Rousseau, los hechos de los Padres Fundadores de los Estados Unidos, las creaciones de Miguel
Angel y la gloria que fue Grecia91 se volverán a vivir de nuevo.
Muchos coinciden con Virginia Woolf en que «el pasado —como algunos fantasmas inmen-
sos, colectivos— se encuentra aquí más allá de toda posibilidad de exorcismo», haciendo revivir
a los objetos que reciben sus ecos, preparándose para meterse en los cerebros que están de
acuerdo con él92. «Vivimos en... el pasado, porque en sí mismo está vivo... Nada muere para
siempre»93. En una novela, un biógrafo que se halla en busca de fuentes no puede creerse «que
el pasado histórico esté extinguido, ido; lo más seguro es que tan sólo esté en alguna otra parte,
vuelto hacia otro plano de existencia, todavía poblado y activo, disponible bajo la única condi-
ción de que uno pueda alcanzarlo».94 Algunas profesiones y reliquias convencen a los especta-
dores de que el pasado no solamente sobrevive sino que sale a la superficie de nuevo. Joseph
Smith, que fundó la iglesia mormona, convenció a miles de seguidores de que habían vivido
hacía mucho tiempo; desde su temprana juventud se dedicó con frecuencia a describir los
pueblos antiguos y sus formas de comportamiento «con tanta facilidad... como si hubiera estado
toda su vida con ellos».95 Aquéllos que filmaron a Alceo Dossena creando obras de arte «clási-
cas» se convencieron de que reencarnaba el espíritu de la antigüedad, y el falsificador Tom
Keating exclamaba que «los espíritus de los viejos maestros bajaban y se apoderaban de su
88 Hasbany, Irene: considering the nostalgic sentiment», p. 819. La pérdida de confianza en el presente ge-
neró una avalancha de temas, material gráfico y tipografía nostálgicos en la publicidad durante los años
1960 y 1970 (Moriarty y McGann, «Nostalgia and consumer sentiment», pp. 82-5
89 1939, en sus Moments of Being, p. 74
90 Cottle, Perceving Time, Tablas 8-12, 222-4. Los estudiantes, de los que cuatro quintos eran hombres, esta-
ban entre los 17 y los 21 años de edad. De acuerdo con un sondeo de 1965, el 18% de los licenciados de
universidad polacos habrían preferido vivir en el pasado, y muchos de ellos en un pasado muy lejano (Szac-
ka), «Two kinds of past-time orientation», p. 66.)
91 Aquí el autor parafrasea el verso To the glory that was Greece del poema «To Hellen» de E. A. Poe, algo
que para el lector norteamericano debe ser sumamente familiar (N. del T.)
92 Matheson, Somewhere in Time, p. 37
93 Compton-Burnett, A Father and His Fate, p. 164
94 Lively, According to Mark, p. 110
95 La madre de Smith, citado en Silverberg, Mound Buiders, p. 44
trabajo».96
Imagen 3: El poder de atracción del viaje a través del tiemp. “Coche del tiempo” del Jorvik Vi-
king Centre, Cork (Cork Archeological Trustr, Ltd)
96 Hans Cürlis, guión de la película Alceo Dossena, citado en Amau, Three Thousand Years of Deception in Art
and Antiques, pp. 223-5; Guy Rais, «Oíd Masters' spirits took over, says Tom Keating», Daily Telegraph, 2 de
febrero de 1979
97 La Science Fiction Library, North East London Polytechnic, ayudó en gran medida mi repaso. La Encyclo-
pedia ofscience Fiction de Peter Nicholls incluye artículos (los nombres de los autores están entre paréntesis)
sobre: «Adam and Eve», «Alternative worlds», «Origin of man», «Reincarnation» (Brian Stableford); «Atlantis»,
«Pastoral» (David Pringle); «History in SF» (Tom Shippey); «Mythology» (Peter Nicholls); «Time Paradoxes», «Time
travel» (Malcom J. Edwards). Ver también Rose, Alien Encounters, pp. 96-138
98 Citado en Rich, «Ten Thousand children in need of a sponsor».
99 Obispo Nemesio de Emesa, On the Nature of Man, citado en Whitrow, Nature of Time 17
muchas sociedades. Sin embargo, la capacidad de recordar y la posibilidad de acceder a un
pasado histórico —en la mente o en el cosmos— sólo se convirtieron en grandes preocupacio-
nes en los siglos XVIII y XIX.100 Del mismo modo, los poetas románticos y los científicos empíricos se
convencieron de que el pasado persistía en el presente como una realidad que podría ser resu-
citada, aunque ellos no supieran cómo. Haciéndose eco de los estoicos, Thomas Hardy creía
que «una vez que ha ocurrido un acontecimiento, no solamente no puede ser nunca deshecho
sino que entra en un espacioso dominio que contiene todos los tiempos donde sigue sucedien-
do por siempre una y otra vez».101 «Ni una sola cosa en el pasado» —observa un personaje de H.
G. Wells— «ha dejado sus recuerdos sobre nosotros. Algún día tal vez aprendamos a recoger esa
tela de araña olvidada, tal vez aprendamos a entretejer sus hebras otra vez, hasta que se nos
devuelva la totalidad del pasado».102 Fue el deseo el que originó el pensamiento del protagonis-
ta de H. Rider Haggard, cuya imaginación «puso en marcha su rápida lanzadera hacia atrás a
través de las épocas, tejiendo sobre su oscuridad una imagen tan intensa y real que yo casi
nodría pensar por un momento que había triunfado sobre el Pasado, y que los ojos de mi espíritu
habían atravesado el misterio del Tiempo».103
Muchos pensaron que el receptáculo del pasado era la memoria misma. Dado que el pasa-
do daba forma al presente de todos, ninguna impresión transitoria podría ser borrada del cere-
bro; el almacén de la memoria los conservaba a todos de forma permanente. En opinión de De
Quincey, el cerebro era «un palimpsesto natural y poderoso» que amontonaba «eternas capas
de ideas, imágenes y sentimientos. Cada sucesión ha parecido enterrar todo lo que ocurrió con
anterioridad. Y sin embargo, en realidad, ni una sola ha sido suprimida». 104 Para recordar sus
visitas infantiles a los cafés al aire libre de Montpellier, Hazlitt sólo tenía que «abrir con una llave el
cofrecito de la memoria y hacer que los carceleros del cerebro se retirasen. Allí, el lugar de mis
tumbos infantiles vive aún imperecedero, incluso con tonos más frescos». 105
Muchos creían que los residuos de la memoria superaban en duración de las vidas presentes.
Shelley asustó a una madre insistiendo en que su bebé de pocas semanas describiría su existen-
cia anterior ¡seguramente un niño tan joven aún no la había olvidado! 106 Swedenborg y otros
literatos, incluyendo a Coleridge y De Quincey, cuyas visiones estaban inducidas por el opio,
recuperaron pasados con toda profusión de detalles.107 También la fiebre intensifica tales per-
cepciones: en un delirio, George Gissing evocó las calles atestadas, las procesiones, los mármo-
les sepulcrales y los grandes jarrones de la antigua Cretona dos milenios antes, reconstruyendo
«hasta la suma perfección de su intimidad, un mundo que yo sólo conocía a través de fragmen-
tos en ruinas».108
A menudo es el entorno el que se convierte en el almacén de los recuerdos; sin embargo,
uno los recobra solamente mediante la revelación, no mediante el deseo. Proust calificó como
«una tarea vana intentar recobrar» el pasado, que se esconde «más allá del alcance del intelec-
to, en algún objeto material... Depende de la suerte el que nosotros hagamos o no progresos en
cuanto se refiere a ese objeto antes de que nos toque morir.» Un impulso de este tipo fue la
magdalena en Combray, cuyo olor y sabor «lleva con toda claridad, en la minúscula y casi im-
palpable gota de su esencia, la vasta estructura del recuerdo».109
La fe en la recuperación de la memoria impulsó la psicología freudiana. Freud sostenía que
las «impresiones inconscientes no sólo se conservan en la misma forma en la que se recibieron
por primera vez, sino también en todas las formas que han adoptado en sus desarrollos ulterio-
res».
«En teoría cada estado anterior de contenido mnemotécnico se podría asi restaurar de nue-
vo en la memoria».110 Además aunque las ideas de Freud sobre la retención memorística no
fueron siempre consistentes, él a menudo las consideraba dignas de ser reivindicadas. «No sólo
un poco sino todo lo que es esencial desde la niñez se ha remansado en estos recuerdos (de
4
107 Poulet, «Timelessness and Romanticism».
108 Gissing, By the lonian Sea, pp. 82-4
109 Remembrance of things Past, 1:47-8, 51. (En la versión española En Busca del Tiempo Perdido, Madrid,
1966).
110 Psychopathology of Everyday Life (1901), p. 275
pantalla).111 Se trata tan sólo de conocer el modo de extraerla de ellos (de los pacientes) a
través del análisis».112 El psicoanálisis daba crédito a la fe —propia de principios de siglo— en que
los recuerdos eran imperecederos. «Mi idea de la conservación íntegra del pasado» —pensaba
Bergson— «ha encontrado cada vez más su verificación empírica en la masa de experimentos
llevados a cabo por los discípulos de Freud».113 Con Proust, Joyce, y Mann, el almacén de la
memoria inconsciente se convirtió en un reserva temática literaria.
Una confirmación adicional pareció venir de la neurocirugía en los años treinta. Utilizando el
estímulo eléctrico, Wilder Penfíeld pretendió sacar información de la memoria completa y autén-
tica de sus pacientes: «Existe un registro permanente de la corriente de consciencia dentro del
cerebro. Este se conserva con asombroso detalle. Ningún hombre, mediante su esfuerzo volunta-
rio, puede hacer que esa precisión en el detalle vuelva a la memoria. Sin embargo, oculta en las
áreas interpretativas de los lóbulos temporales, hay una llave para el mecanismo que abre el
pasado».114 A pesar de que muy pocas evidencias posteriores apoyan la afirmación de Penfíeld,
el hecho de que su fama perdure explica en gran parte por qué una abrumadora mayoría de
psicólogos cree aún que todos los recuerdos son recuperables en potencia.115
Recuperar los recuerdos acumulados no sólo en los individuos sino en las especies es un sue-
ño compartido por muchos científicos. Dado que la memoria sobrevive a la pérdida de la masa
cerebral a lo largo de la vida, el astrónomo Gustaf Stromberg pensó que podría sobrevivir a la
disolución de las células cerebrales tras la muerte, «para convertirse en una parte cierna del
cosmos».116 Las semejanzas genéticas podrían transferir la memoria desde una mente del pasa-
do a una del presente —como sugería .I.B.S. Haldane117—, una idea adoptada con profusión por
la ciencia ficción. «Las experiencias vitales de nuestros ancestros no demasiado lejanos se reci-
ben como herencia en ciertas células del cerebro, de la misma manera que sus características
se duplican en nuestros cuerpos» —conjetura un escritor—; el hipnotismo podría inducir a un
hombre a revivir episodios ancestrales «como si fueran una parte de su propia experiencia».118 Un
biofísico supone que algunas drogas podrían «permitirnos ver, oír y llegar a ser expertos en cosas
que ocurrieron en el pasado» trayéndonos a la conciencia patrones heredados de los tiempos
primitivos.119 Lejos de estar limitada a la ficción, esta noción anima las «fantasías originales» que
Freud atribuía a experiencias heredadas filogenéticamente que fueron «una vez acontecimien-
tos reales en los tiempos primitivos de la familia humana».120
Una buena parte del pasado que se recupera de forma imaginaria está alentada por la re-
encarnación, una creencia normativa en muchas culturas que es popular aún hoy en la nuestra.
Aunque la reencarnación no tiene por qué conllevar familiaridad con un pasado anterior al
nacimiento, desde Pitágoras y Empédocles en adelante, muchos han exigido «recordar» las
vidas anteriores. El poeta irlandés AE «recordó» sus personas pasadas navegando en galeras
sobre el océano antiguo, viviendo en tiendas de campaña y cámaras palaciegas, tumbándose
en estado de trance en las criptas egipcias; Salvador Dalí «recordaba» vivamente haber sido
San Juan de la Cruz en su monasterio121. Cuando era niña, la arqueóloga Dorothy Eady «reco-
111 El término Screen memory pertenece al psicoanálisis y hace referencia a la memoria que se puede tolerar
y que se usa inconscientemente como pantalla contra recuerdos que podrían resultar penosos si se devol-
viesen a la mente. (N. del T.)
112 «Remembering, repeating and working-throught» (1914), 12:148
113 Bergson, Pensée et le mouvant (1934), p. 1316; ver ídem, Matter and Memory (1896); Lewin, Selected Writ-
ings, p. 405
114 «Some mechanism of conciousness discovered during electrical stimulation of the brain» (1958), citado en
0'Brien, «Proust confirmed by neuro-surgery», pp. 295-7. Ver también Penfield, «Permanent record ofthe stream
of consciousness (1955): «Parece que se puede disponer del registro original... mientras el hombre pueda
mantener su juicio» (p. 69); «no se pierde nada... el registro de la experiencia de cada hombre es completo»
(p. 67).
115 Este punto de vista lo comparte el 84% de los psicólogos y el 69% del público en general (Loftus y Loftus,
«On the permanence of stored information in the human brain» -1980], p. 410)
116 Soul of the Universe, pp. 188-92: «La memoria de un individuo está escrita en una letra indeleble en el
espacio y en el tiempo; se ha convertido en una parte eterna de un cosmos en desarrollo» (p. 191). Kem
(Culture of Time and Space, pp. 41-2) rastrea esta creencia desde el Organic Memory de Henry Maudsley
(1867) y el Life andHabit de Samuel Butler (1877) hasta Bergson y Freud. Esta versión se inmortalizará, por así
decirlo, en el Drdcula de Bram Stoker (1897)
117 Man with two memories, pp. 137-9
118 Long, «Reverse phylogeny», p. 33
119 Du Maurier, House on the Strand, p. 196
120 Freud, Tótem and Taboo (1913), pp. 155-9; Jacobson y Steele, «From present to past», p. 358. Ver también
la teoría del aprendizaje mediante la «resonancia mórfica» de Rupert Sheldrake (New Sciece of fLife [1981]; y
New Scientist, 18 de junio de 1981, p. 766; 28 de abril de 1983, p. 218; 27 de octubre, pp. 279-80)
121 AE, Candle of Vision, pp. 56-65, 143-7; Ben Martin, «Dali greets the world» (1960), citado en Head and
122 Cristopher S. Wren, «The double life of Om Seti», IHT, 26 de abril de 1979, p. 14; Lawrence Lancina, Watch
on the Nile, carta, IHT, 5-6 de mayo de 1979, p. 4
123 Grant y Denys Kelsey, Many Lifetimes (1974); Guirdhan, The Lake and the Castle (1976); idem, Cathars and
Reincarnation (1976); Peter Moss con John Keeton, Encounters with the past (1981); Hubbard, Have You Live
Before This Life?; ídem, Mission into Time, p. 33; idem, Dianetics, pp. 235-7
124 Wambach, Reliving Past Lives (1979); Morey Bemstein, The Searchfor Bridey Murphy (1956); Jeffry Iverson,
Bowers, «Use of Hypnosis to enhance recall»; Orne, et al., «Hypnotically induced testimony», pp. 179-82, 192-4.
Los retornos a la vida del pasado bajo hipnosis que da la televisión convencen de la reencamación a uno
de cada cinco telespectadores británicos (Brian Inglis, «The controversial and the problematical», The Times,
20 de diciembre de 1980, p. 12).
127 Marsh, «Study of nature» (1860), p. 41, e idem. Man and Nature (1864), pp. 464-5n, paráfrasis y desarrollo
de la idea de Babbage en tomo el impacto del hombre sobre el medio ambiente en su totalidad
monios perdurables de los actos que hemos llevado a cabo». Hasta los pensamientos que no se
han dicho sobreviven en el éter cósmico, en el que «están grabados para siempre solemnes
votos incumplidos y promesas insatisfechas»;128 ¡una conservación al servicio del Juicio final! Los
científicos se han hecho eco de esta perspectiva durante mucho tiempo. «Una sombra nunca
se posa sobre Una pared sin dejar una huella permanente» —pensaba John William Draper—.
«Sobre las paredes de nuestro apartamento más privado... están los vestigios de todos nuestros
actos, las siluetas de cualquier cosa que hayamos hecho».129
La noción de un pasado que se sitúa de forma permanente en los confines remotos del cos-
mos gana seguidores que están aturdidos no sólo por la teoría de la relatividad sino también por
la ciencia-ficción. Dado que, en la actualidad, los antiguos acontecimientos terrestres sólo «se
pueden ver» en galaxias a años-luz de nosotros y que con el tiempo se harán manifiestos aún
más lejos, la historia de la tierra en teoría podría revisarse repetidas veces. Un escritor sugiere que
«cada detalle de la vida —y de todos los demás acontecimientos— quedará registrado en la
matriz espacio-temporal y podrá sometérsele a cualquier clase de revisión». 130 Los espiritualistas y
los charlatanes son los que popularizan tales conjeturas. «Hasta el sonido más débil produce un
eco eterno» —aseguraba Madame Blavatsky a sus seguidores—; «una perturbación se crea en
las ondas invisibles del océano sin orillas que es el espacio y la vibración nunca se pierde del
todo. Su energía... vivirá para siempre».131 En la casa de Derbyshire de la que la reina María Es-
tuardo intentó escapar en vano, la heroína de Alison Uttley supone que «el vibrante éter había
tomado los pensamientos de aquella arriesgada y ruinosa aventura, de tal forma que las pare-
des... se veían avivadas por ellos; el lugar mismo estaba vivo con el recuerdo de las cosas que
una vez se vieron y se oyeron... Las palabras dichas... se habían situado en alguna cavidad del
éter y... se habían extendido por mi mente y se habían convertido en el más excepcional de los
recuerdos».132
La recuperación de sonidos pasados es un tema imaginativo y recurrente. En los baldíos vac-
íos del helado mar, el Pantagruel de Rabelais se sorprende al oír cañones bombardeando, silbar
de balas, estruendo de armaduras, ruido sordo de hachas de guerra, caballos piafando, guerre-
ros gritando y quejándose: sonidos de batalla que se habían congelado en el aire el invierno
anterior y que ahora se estaban desplomando y derritiendo hasta hacerse audibles. 133 Un cuen-
to de Munchausen describe un invierno tan frío que a un postillón se le congeló la melodía de-
ntro del cuerno que tocaba, saliendo sólo más tarde en forma de notas audibles. 134 La identifi-
cación mística con culturas pasadas les permite a los juglares itinerantes de Hermann Hesse «in-
terpretar la música de épocas anteriores con una perfecta pureza antigua».135 Los viejos sonidos
se quedaban en las superficies y en el aire hasta que eran recogidos por el «barresonidos» de J.
G. Ballard; las paredes y el mobiliario vibraban durante días con el resonar de sus residuos. Para
volver a traer desde las épocas pasadas «los gritos de apareamiento de los mamuts, las recita-
ciones de Hornero, las primeras ejecuciones de las obras maestras de la música», un fabulista
hace aparecer un rayo de luz con el que alcanzar y reflejar de nuevo el sonido que dejaron los
miles de años anteriores de la tierra. Otro se imagina grabar la historia sonora de la Edad de
Piedra al revés mediante una lenta evaporación de las estalactitas en las cuevas de caliza que
en otros tiempos estuvieron habitadas.136 Para recuperar valiosas escenas pasadas, un escritor
concibe un «vidrio retardante» de casi infinitos exponentes refractarios a través de los cuales la
luz puede tomarse años en pasar; los ventanales «captan escenas de excepcional belleza que
pueden usarse... en lugar de escenas más feas o monótonas del aquí y ahora».137
La ciencia-ficción despliega su ciencia no sólo para recuperar vistas y sonidos sino para
hacer volver a la gente físicamente a los tiempos anteriores. «Pensamos que el pasado se ha
ido» —dice un físico en una novela— «porque el presente es todo lo que podemos ver... no po-
objetos retienen algo de los ojos que los han mirado, que los viejos edificios y cuadros se nos aparecen...
bajo un velo perceptible tejido para ellos a los largo de los siglos por el amor y la contemplación de miles de
admiradores» es algo que Proust rechaza como fantasía científica que, sin embargo, ha sido adoptada
como verdad psicológica (Remembrance of Things Past, 3:920. En la versión española. En Busca del Tiempo
Perdido, Madrid, 1989).
133 Five books of Gargantua and Pantagruel, Bk IV, Ch. 56, pp. 649-51
134 Travels and Adventures of Baron Munchausen, pp. 36-7
135 Glasss Bead Game, p. 28. (En la versión española. El Juego de los Abalorios, Madrid, 1978).
136 Atiadne, New Scientist, 25 de marzo de 1975, p. 816; 26 de enero de 1978, p. 264
137 Bob Shaw, Other Eyes, Other Days, p. 48
demos ver el plisado, allá atrás, en las vueltas y revueltas que quedan detrás de nosotros. Sin
embargo, está ahí.» De acuerdo con la teoría del campo unificado, «a un hombre debería per-
mitírsele de alguna manera salir... y caminar (para atrás, hacia uno de los recodos que quedan
detrás de nosotros... Si Albert Einstein tiene razón... el verano de 1894 todavía existe. Aquel apar-
tamento silencioso y vacío existe hacia atrás en aquel verano, exactamente de la misma mane-
ra a como existe en el verano que viene.» Un viajero del tiempo podría hacer su camino «salien-
do de aquel apartamento que no ha cambiado y encaminándose hacia aquel otro verano».138
Introducirse en el pasado es una hazaña que, con imaginación, se consigue de múltiples
modos: drogas, sueños, golpes en la cabeza, pactos con el diablo, estallidos de relámpagos,
estampidos de truenos y, desde H. G. Wells, máquinas del tiempo. Las reliquias que evocan la
antigüedad —hachas votivas, restos de cruces, un abanico que queda como reliquia de
familia—, de la misma forma que originan nuestros recuerdos, promueven muchas transiciones
novelescas hacia el pasado. Una espada fosilizada despierta recuerdos ancestrales a un héroe
de Francis Ashton que «reconoce» que hace mucho tiempo fue de su propiedad; la empuñadu-
ra de una espada céltica encontrada en la costa de Maine les permite a los niños del siglo XX
de Betty Levin viajar hacia atrás a la Edad del Hierro irlandesa y a las Oreadas, cristianizadas
bastante pronto, para participar en la vida antigua tradicional; un escudo pintado pone a Pene-
lope Lively, de catorce años, en misterioso contacto con la tribu de Nueva Guinea que se lo
había dado a su bisabuelo, que era etnólogo.139 En una casa vieja destrozada por el tiempo y el
uso, un joven visitante concluye que el pasado es real porque las cosas que han sucedido per-
manecen escondidas en el edificio; tal vez los lugares, al igual que los relojes, puedan pararse
«para que un momento, por así decirlo, siga existiendo por siempre», y le quede a uno la posibili-
dad de examinar el tiempo que les ha pertenecido a otros.140
Volver a vivir el pasado se ve por lo general como algo que requiere una inmersión incondi-
cional. La asociación empática, el conocimiento detallado, la profunda familiaridad con la
época escogida son requisitos que ha de tener el viajero del tiempo, que debe evitar establecer
antagonismos —o dejar perpleja— a la gente que conoce en el pasado. Se dice que el historia-
dor de la obra de John Dickson Carr es el único hombre de los años veinte que conoce lo bas-
tante bien los detalles minuciosos de la vida en el siglo XVII como para salir airoso de un regreso
al mismo.141 Los aprendices de viajeros del tiempo de Jack Finney viven durante meses en pasa-
dos simulados que reproducen los paisajes, los sonidos y los olores de sus destinos, vistiéndose
con las ropas, comiendo la comida y hablando el dialecto de la época para estar seguros de
que se sentirán del todo como en casa.142
Tales dificultades rara vez desalientan a aquéllos que están hechizados por la promesa del
pasado y cuyas ganas por el retomo de cuerpo entero no se sacian con el recuerdo, la historia
o las reliquias. Los recuerdos son parciales y fugaces, las evocaciones históricas son a menudo
poco imaginativas y muchos restos físicos están deteriorados o son difíciles de alcanzar o inter-
pretar; los enclaves históricos, ya sean verdaderos lugares atrasados o artificiales reconstruccio-
nes, parecen insípidos o inauténticos. Por eso, los adictos vuelven sus rostros hacia los imaginati-
vos viajes que abrirán las verjas del pasado, les dejarán ver o vagar por allí a su antojo, y disfrutar
la vigorosa experiencia de los tiempos pasados.
Si el tiempo se quebrase... no habría ningún problema para que todos vieran ocurrir
las cosas tal y como quieren que ocurran,... dejadlos libres para que vivan sus vidas
hasta sus más profundos deseos.
Peter Hunt, The Maps of Time143.
Los aspirantes a viajeros del tiempo anhelan vivir la experiencia de una antigüedad exótica,
vivir en tiempos superiores a los actuales, saber lo que de verdad sucedió en la historia, cambiar
el presente o el pasado. A las mujeres a las que Cottle entrevistó, tan sólo les habría gustado
Explicar el pasado
Saber cómo y por qué sucedieron las cosas es un motivo convincente para ser testigo de los
acontecimientos pasados. «La mayoría de los historiadores darían muchísimo» —escribe uno—
«por haber tenido la suerte de estar de verdad presentes en alguno de los acontecimientos que
ellos han descrito».151 Verificar los informes de la Batalla de Hastings, oír griego tal y cómo lo
hablaban en realidad Hornero y Platón fue a lo que más recurrieron los protagonistas de H. G.
Wells.152 ¡Imagínese cuántos problemas se ahorrarían los eruditos «si de veras se pudiera ver
aquello que tuvo lugar en el pasado, sin tener que deducirlo» de documentos y huellas fragmen-
tarias!153 Sin embargo, lo que buscan con más denuedo los historiadores de novela son hechos
nuevos para resolver viejos dilemas. Uno se imagina «que todas las casas preciosas de la historia
están esperando para ser abiertas, exploradas y catalogadas»; uno quiere «estar de pie sobre la
muralla de la ciudad de Ur y observar el desbordamiento del Eufrates... para saber cómo se
aproximadamente mil Hombres Americanos de las Montañas, que «reviven» periódicamente (y con dificul-
tad) las condiciones de la frontera entre el 1800 y el 1840, recluían solamente a «hombres que quieran dar
marcha atrás en el tiempo,... para vivir la vida como se supone que la vivía el hombre, un Individuo Libre, un
verdadero Hijo de las Tierras Vírgenes» (Material de los miembros de HAM (AMM), citado en Jay Anderson,
Time Machines: The World of Living History, pp. 160, 208.)
168 Catface, p. 241
169 Gerroid, Man Who Folded Himself, p. 122
170 Oasis, pp. 42-3
171 Maps of Time, pp. 58, 123. Kingsley Amis descubrió que la nostalgia rural era «muy poco frecuente» en la
ciencia-ficción británica (New Maps ofHell [1961], p. 74), pero parece que hoy es tan frecuente como al otro
lado del Atlántico
172 Time and Again, p. 398
173 Balderstone, Berkeley Square, pp. 37-8. Sin embargo, en Sense of the Past de Henry James —de la que esa
Autoengrandecimiento
Aquellos que visitan el pasado a menudo se imaginan que la avanzada tecnología unida a
la presciencia les ofrece una ventaja inestimable; el moderno «saber-cómo-hacer-las-cosas» les
hará poderosos, famosos o ricos. En la Inglaterra medieval, el Hank de Twain espera «dominar el
país entero en tres meses; porque creo que tendría en mis manos la ventaja de ser el hombre
más culto del reino por una cuestión de mil trescientos años». Estar en el siglo VI realza inmensa-
mente sus previsiones:
No lo habría cambiado por el XX. Mira las oportunidades que hay aquí para un hombre culto,
cerebral, valiente y emprendedor para comenzar con energía y crecer con el país. El territorio
más grande que haya habido jamás y todo mío, sin un competidor. No existe ningún hombre
que no fuese un bebé para mí en cuanto a logros y capacidades; mientras que ¿hasta dónde
podría ascender en el siglo XX? Tendría que ser capataz de una fábrica, y eso es todo.180
Otro soñador supone que «todos los tesoros del pasado recaerían en un hombre que tuviera
una ametralladora. Cleopatra y Helena de Troya podrían compartir su lecho si éste les sobornara
con un cofre de cosméticos modernos».181
La presciencia es también fascinante porque nos ofrece un pasado que está completo, in-
cluso que ha sido completado por nosotros mismos. Al revés que ocurre en el inseguro presente,
ese pasado está ordenado de una manera segura, sus placeres están probados y examinados,
sus peligros ya han sido tratados. Volver a visitar el pasado es estar en una obra cuyo argumento
sólo conocemos nosotros. «Viendo cómo los viejos se quedan boquiabiertos, mientras que la
gente que está cuarenta años por delante juega con ellos y se les da el tratamiento de sabelo-
todo» —comenta Russell Baker— «eres como una persona jugando al póquer con una baraja
marcada».182 Como visitantes invitados a «pasar el mejor rato de su vida» con los habitantes
simulados de la Plantación Plimoth de 1627, el viajero del tiempo se hace superior a expensas de
los habitantes reales del pasado.
En su manera de aprovecharse de ser moderno, los viajeros del tiempo se parecen a los histo-
riadores, para quienes la percepción retrospectiva es tan ineludible como penetrante. Sin em-
bargo, mientras el historiador evita juicios anacrónicos, el viajero del tiempo no sólo juzga el pa-
sado sino que usa la presciencia para manipular sus resultados.
Cambiar el pasado
El pasado, como sabemos, es en parte un producto del presente; nosotros continuamente
damos nueva forma a la memoria, reescribimos la historia, rehacemos las reliquias. El carácter y
las razones para tales cambios se estudian en los Capítulos 5 y 6. Revisar lo que de verdad ocu-
rrió, como si fuera algo diferente de nuestras ideas y sus huellas, es imposible y, sin embargo, se
desea ardientemente. Son tres los motivos principales que mueven a los aspirantes a viajeros del
tiempo a falsificar la historia: mejorar el pasado mismo o la parte de éste que les corresponde a
los que viven en el; mejorar las circunstancias presentes cambiando lo que nos ha llevado hasta
ellas; y asegurar la estabilidad del presente alterando (o protegiendo) el pasado para evitar las
interferencias que otros puedan llevar a cabo.
alemanas.
Asegurar el presente que ahora tenemos es el tercer objetivo para cambiar el pasado. En
una historia de Poul Anderson, Kublai Khan ha descubierto América en el siglo XIII y amenaza
con cambiar el curso de la historia conquistando el hemisferio; «nuestro propio mundo no existir-
ía, no habría existido nunca». Destrozando los caballos y los barcos de la expedición, la «patrulla
del tiempo» de Anderson se asegura de que los invasores sean asimilados sin que se note en las
poblaciones esquimales e indias, conservando asi el presente tal y como lo conocemos. 195 Des-
cubriendo Nueva York en 1960 llena de blancos braquicéfalos vestidos con kilts, mezclados con
indios y usando automóviles a vapor», otra patrulla del tiempo descubre que la interferencia
previa en el conflicto entre Escipión y Aníbal ha cambiado toda la historia posterior y retorna al
pasado para hacer que aquella batalla se luche de nuevo de tal forma que la historia ocurra
como debe.196 Otro conservacionista vuelve a los años cincuenta del siglo XIX a evitar un des-
pliegue de armas modernas de los fanáticos racistas del sur que cambiaría el resultado de la
Guerra Civil.197 Un aspiran I e del siglo XX a ser testigo de la Crucifixión toma el papel del Mesías
cuando se da cuenta de que el Jesús real no se iba a dejar matar, porque él quería que los
acontecimientos que tenían que ocurrir se hicieran realidad. Quería que el Nuevo Testamento
fuera cierto».198 Los fundamentalistas de Catface quieren prohibir los viajes al tiempo de Jesús,
no sea que «una prueba retroactiva... destruya la fe que se ha construido a través de los si-
glos».199 Esos miedos reflejan un temor mayor, tal y como veremos, a saber, que habría sido mejor
que mucho de lo que permanece oculto en el Cementerio del pasado hubiera seguido ente-
rrado allí para siempre.
Cambiar el pasado es, sin embargo, un objetivo prioritario. Existe un contraste notable entre
la historia que podemos tener y la historia que podríamos querer. Sin duda, conocemos y de-
pendemos del hecho de que lo que ha ocurrido es fijo e irrevocable; sin embargo, esto no evita
que deseemos que pudiera ser de otra manera.200 El deseo de alterar lo que ha ocurrido es una
reacción corriente aunque inútil a un dilema que nos enfrenta a todos: los acontecimientos pa-
sados nos han determinado a nosotros mismos y al mundo a ser como somos; con todo, sabe-
mos que estos acontecimientos no estaban decididos con antelación sino que simplemente
eran contingentes, que los sucesos podrían haberse producido de otro modo. Partiendo de lo
que podría haber sido, fantaseamos yendo al pasado para hacerlo así.
Todos estos motivos de los viajeros del tiempo tienen relación con los Intereses que caracteri-
zan las más comunes vinculaciones al pasado que le discutirán en el capítulo siguiente. Sin em-
bargo, de la misma forma que los deseos de los viajeros del tiempo son intensos, también son
graves los peligros subsiguientes, que suponen riesgos no sólo para ellos mismos lino para el cos-
mos. ¿Cuáles son sus consecuencias?
¿Piensas que podrías volver al pasado? ¿Cómo sería la experiencia? ¿Cuáles serían las con-
secuencias? Incluso aquéllos que se sienten atraídos por las recompensas del viaje a través del
tiempo tienen dudas sobre sus resultados. Los aventureros más optimistas a menudo piensan que
los peligros o los desencantos que da el pasado son más grandes que sus supuestos beneficios.
Como se verá, tales reflexiones muestran sentimientos muy extendidos, aunque pocas veces
expresados, en torno a los riesgos inherentes al pasado.
Cuatro desventajas potenciales que se citan a menudo son: el desencanto respecto del pa-
sado, la falta de destreza para hacer frente a sus circunstancias, el peligro de quedar abando-
nado en él, y el posible daño al tejido del pasado y del presente.
tal reacción deleitaría a aquellos conservadores de los lugares históricos que buscan el auténtico aroma del
pasado. Una característica de la incómoda verosimilitud manchada de estiércol de la Plantación Plimoth es
que «después de un día allí te hace anhelar el siglo XX» (Anderson, Time Machines, p. 52)
205 Sprague de Camp, Lest Darkness Fall, pp. 13-14
206Westall, Devil on the Road, p. 156
207Bester, «Hobson's choice», p. 146
208 «Throught other eyes», pp. 282-4.
209 Great Time Machine Hoax, pp. 36-7
210 Carson, Pawn of Time, p. 57
211Merwin, Three Faces of Time, p. 13
212Sense of the Past, pp. 337-8
Incapacidad para enfrentarse con el pasado
El conocimiento moderno podría muy bien resultar un obstáculo más que un camino de rosas
hacia el éxito en el pasado. La carencia de preparación cultural, de datos más precisos y de
técnicas para hacer las cosas por uno mismo harían de gran parte de la tecnología actual algo
inútil. Pocos modernos podrían dominar rápidamente las técnicas de una era anterior, incluso si
consiguen escapar del cólera, la viruela, las horcas y la esclavitud. El Hombre que Llegó Tem-
prano («The Man Who Came Early») carece del primitivo «saber-cómo-hacer-las-cosas» necesa-
rio para sobrevivir en la Islandia del siglo X; el visitante a Londres en 1655 de Richard Cowper
muere de peste antes de poder reparar su máquina del tiempo averiada; el Yanki de Connecti-
cut acaba siendo víctima de su propia ingenuidad científica.213 Las innovaciones heréticas pue-
den resultar fatales: no es extraño que la visitante a Llandudno en 1723 de Laumer sea quemada
como bruja por defender el control de la natalidad, el evolucionismo y el psicoanálisis.214
Innumerables, inconmensurables diferencias respecto del presente agravan los riesgos de
volver a visitar el pasado. «¿Cuánto se puede aprender en un medio absolutamente diferente»
—pregunta Anderson— «si apenas se puede hablar una palabra y se está expuesto a ser arres-
tado bajo sospecha antes de que se pueda conseguir trocar las ropas propias por ropas de la
época?»215 La instrucción más escrupulosa en el lenguaje y las costumbres del pasado no puede
compensar la ausencia de gran cantidad de recuerdos compartidos. Estando en 1820, al Ralph
Pendrel de James le pillan una y otra vez porque no tiene ningún recuerdo de los detalles íntimos
de la familia y del vecindario. Su conocimiento «de aquel «período», casi lo más exacto posible...
y, sin embargo, tan equivocado en lo íntimo y en lo secreto», no puede nunca corresponderse
con el de las personas que vivían entonces, ya que las dudas y omisiones de él pertenecen a su
pasado, las de ellos a su futuro; cualquier cosa que él hace o dice le traiciona, incluso abrir su
boca mostrando unos dientes bien cuidados «sin parangón en una época tan desdentada co-
mo aquélla». Una cosa es «vivir en el Pasado» con el espíritu entero, con todo el candor de la
confianza y la confianza del candor, que él habría tenido entonces de forma natural —concluye
James— «y otra cosa totalmente distinta, verse a sí mismo viviendo en él sin esas ayudas frente a
lo que pueda ocurrir, sin esas determinaciones de relación y sin que esos instintos correctos sean
los preponderantes».216
El mero acto de moverse hacia atrás en el tiempo podría tener consecuencias letales si la
fantasía se hiciese realidad. Repitiendo el pasado como si fuera su presente, como se refiere en
el capítulo 6, algunos de los que reconstruyen la historia experimentan a la vez terror y gozo fren-
te a la deformación del tiempo. Una joven inglesa que creía en su comunión con un hombre del
siglo XVI a través de una tabla Ouija, se obsesionó tanto con él que se suicidó, «para que poda-
mos volver atrás y vivir como solíamos hacerlo».217
Victorian Chaise Longue, cuya moderna protagonista tuberculosa se descubre a sí misma en 1864, incapaz
de regresar a su propio tiempo, más avanzado médicamente.
219 Typewriter in the Sky, pp. 70, 75, 95
220Moore, Bring the Jubilee
la experiencia del siglo XIV aliena del monótono presente al protagonista de du Maurier. Los
años gastados en la Venecia del siglo XVI incapacitan para la América del siglo XX al héroe de
Carson; regresando «con un cráneo lleno de recuerdos exasperantes... ni siquiera podría ser
apto como profesor agregado de historia del Renacimiento en la universidad». 221 La desilusión
con el presente podría inducir a una desastrosa adicción a ese pasado visitable; dedicada a
escaparse de su propio tiempo, la civilización avanzada pero nostálgica de Aldiss es un para-
digma de experiencia turística moderna.222 En una historia de Alfred Bester, los «cadáveres del
tiempo», insatisfechos a perpetuidad, que «vagan a través de los siglos... buscando la Edad de
Oro», se parecen a los aficionados norteamericanos a la «historia viva» que de vez en cuando
cambian viejos personajes históricos por otros nuevos.223 La gente que consigue máquinas del
tiempo en el siglo XXi de Finney, un siglo condenado de antemano, se dedica simplemente a
estar en el pasado; aunque, por último, la mayor parte de la población se va hacia el ayer y se
dispersa por los dos o tres milenios precedentes, dejando un mundo futuro vacío de todo excep-
to de pájaros, insectos y armas oxidadas.224
menudo venden viejos disfraces; un «mercachifle (de batallas reconstruidas) se ha dedicado incluso al ne-
gocio de reciclar ropas hechas a mano auténticas del periodo quitadas a los rendidos».
224 «Such interesting neighbours», pp. 16-18.
225 The Big Time, p. 63. Ver también Laumer, Dinosaur Beach, pp. 19-20, 136
226 «A sound of thunder», pp. 77. Ver Finney, Time and Again, p. 73
227 Anderson, Guardians of Time, p. 52
228 Sprague de Camp, «Gun for dinosaur», Bradbury, «Sound of Thunder», p. 78; Simak, Catface, pp. 241-51
229Leiber, «Try and change the past», p. 94. Ver Finney, Time and Again, p. 140
230 Anderson, Guardians of Time, p. 130
231Devil in Velvet, p. 15
hombre de los años ochenta del siglo XIX, pero se convence a sí mismo de que «yo realmente no
había interferido en el pasado; de todas formas, algo por el estilo habría ocurrido más tarde o
más temprano implicando a algún otro si yo no hubiera estado allí». 232 De hecho, no se puede
cambiar nada — insiste Larry Niven—. «No puedes matar a tu abuelo porque no lo hiciste. Si lo
intentas, matarás al hombre equivocado; o tu pistola no disparará». 233
Otros sostienen que el presente conocido incluye ya los efectos de cualquier intervención
temporal. «Si el viaje en el tiempo fuera a provocar muchos cambios, es que ya los había crea-
do» —dice un personaje de Farmer—. No había «duda de su interferencia a la hora de cambiar
el curso de los acontecimientos... Cualquier cosa que fuera a hacer ya se había hecho; los
acontecimientos y las vidas se habían determinado antes de que él naciera incluso si él hubiera
contribuido a determinarlos».234
La imposibilidad de cambiar el pasado frustra a un viajero del tiempo que busca una ven-
ganza retroactiva contra su mujer infiel. Habiendo vuelto al pasado para matar a sus abuelos,
regresa al presente y la sigue viendo en los brazos de su rival. Es entonces cuando va a alterar la
historia de un modo más radical, liquidando a George Washington, Colón y Mahoma; todo en
vano. Finalmente se da cuenta de que «cuando un hombre cambia el pasado, sólo afecta a su
propio pasado y no al de nadie más». «El pasado es como la memoria. Cuando borras el re-
cuerdo de un hombre lo aniquilas, pero no aniquilas el de nadie más... cada uno de nosotros
viaja a su propio pasado y no al de otras personas».235
Visitar y alterar el pasado conduce al final al aislamiento solipsístico. Un tiempo que fluyese en
ambas direcciones negaría el orden secuencial; los acontecimientos generados de forma es-
pontánea carecerían de causas y efectos; los episodios temporales en el océano del tiempo
«vendrían a la deriva hasta nosotros tan al azar como los animales muertos sobre las olas». 236 No
se podría confiar en ningún aspecto del pasado. ¿Acaso puede alguno de nosotros «estar segu-
ro de que los recuerdos que apreciamos fueron así en el ayer?» —pregunta Moore—. «¿Saben
ellos que el pasado no puede borrarse?»237 La cuestión de la realidad del pasado va más allá
del viaje a través del tiempo; en el Capitulo 5 reflexionaré acerca de su más amplio contexto. Sin
embargo, todo pasado que se visitara de nuevo sería dañado de forma irreparable. «Carecien-
do de un pasado en el pasado y teniendo recuerdos del futuro», Ralph Pendrel destruye el pa-
sado al que tan intensamente desea pertenecer.238 Pretendiendo asimilar sus detalles, separa a
sus propios habitantes de los vínculos que estos tenían; su acendrado interés los reduce a fan-
tasmas o zombis. «¡Has estado pensando en mi en tiempo pasado» —dice una dama horrorizada
a un intruso del siglo XX en su mundo de 1784— «hablando de mí como si yo ya estuviese muer-
ta!»239
Aquéllos que le atribuyen al pasado poder e intención sienten que la historia castigará cual-
quier interferencia en él, de la misma forma que los que adoran a sus ancestros temen las mali-
ciosas represalias de éstos si se abandona o se maltrata su memoria. Los viajeros del tiempo de
las novelas sufren más que nadie las consecuencias de su obsesión por el pasado, y aprenden
que escaparse de la realidad presente es contraproducente. «Nunca haremos de nuestro mun-
do el mejor de los posibles» —concluye Coulton una vez que su protagonista ha vuelto de la
Edad Media— «hasta que nos demos cuenta de lo falso que es añorar los ideales de un pasado
muerto. «Habiendo buscado el esplendor de la arquitectura medieval, se aterrorizó por muchas
cambiar el pasado. «No se puede cambiar el pasado: si una cosa ha ocurrido, ha ocurrido, y no se puede
hacer que no haya ocurrido» (Dummet), «Bringing about the past», p. 341). De ahí que el viaje por el tiempo
sea también imposible. «El mero hecho de visitar el Pasado sería cambiar el Pasado, y eso no puede ser»,
porque «si fuéramos capaces de visitar el pasado traeríamos con nosotros nuestro conocimiento del Futuro»
(Danto, «Narrative sentences», p. 160). Sólo unos pocos sugieren que se podría visitar de nuevo el pasado sin
cambiarlo (Horwich, «On some alleged paradoxes of time travel») o que las paradojas «son rarezas, no cosas
imposibles» (Davis Lewis, «Paradoxes of time travel», p. 145).
236 Silverberg, «In entropy's jaws», p. 188
237 Bring the Jubilee, p. 189
238 Bellringer, «Henry Jame's The Sense of the Past», p. 210. Bellringer muestra cómo cuando recuperamos el
pasado lo deformamos o lo borramos: «Relacionarse de forma retroactiva con personajes históricos es alte-
rarlos y volver la vista al pasado físicamente es atraer su atención y alterar su apariencia» (p. 212). The Sense
of the Past es «un aviso contra el encaprichamiento por la historia» (p. 212) hacia el cual, como veremos,
James se mostraba muy cauteloso. Ver también, Beams, «Consciousness in Jame's «The Sense of the Past».»
239 Balderstone, Berkeley Square, p. 80. «El gran cuidado (de Pendrel) por ellos (por los habitantes del pasado)
de algún modo los había aniquilado»; su misteriosa inteligencia «los convertía en piedra, madera o cera»
(Sense of the Past, p. 213)
cosas más de las que encontró en aquellos días y volvió «fortalecido para la rutina propia de la
vida en nuestro desalmado siglo».240 El pasado que buscan los viajeros del tiempo es un milagro
que refleja su propia nostalgia.
Por lo general, la gente es consciente de que el pasado real es irrecuperable. Sin embargo,
la memoria y la historia, la reliquia y la réplica dejan unas impresiones tan vivas, tan tentadora-
mente concretas, que no podemos evitar sentirnos despojados. ¡La verdad es que no estaría mal
que nos abrieran en la realidad unos itinerarios tan atractivos y tan bien trazados! Las esperanzas
y los temores que despierta el pasado se intensifican por el conflicto entre nuestra certeza de
que su regreso es imposible y nuestro deseo, quizás nuestro instinto, de que debe y puede alcan-
zarse. El presente, por sí solo, no se adecua a nuestros deseos; a ello mismo anhelo por los tiem-
pos pasados.
Es fácil ver lo que pasa con esa obsesión. «La perspectiva que dan los años hace que todas
las épocas excepto la nuestra parezcan atractivas y doradas» —concluye Bester—. «Suspiramos
por los ayeres y los mañanas, sin darnos nunca cuenta de que... el hoy, amargo o dulce, inquie-
to o tranquilo, es el único día para nosotros. El sueño del tiempo es el traidor y todos nosotros
somos cómplices de la traición a nosotros mismos».241 Sin embargo, el sueño constante de volver
a vivir el pasado tiene también algunas virtudes. Trae a la mente de una manera intensa la histo-
ria y el recuerdo, aliviando a la vez las deficiencias y las virtudes del presente; la conciencia
intensa del pasado también le da al presente amplitud y duración.
Por supuesto que vivir de nuevo en el pasado supone que la vida presente no es sino parte
de un largo «continuum». El hecho de vivir al mismo tiempo en el pasado y en el presente le
acaba convenciendo al protagonista de du Maurier de que «no había pasado ni presente ni
futuro. Todo lo que vive es parte del todo. Estamos todos ligados, unos a otros, a través del tiem-
po y de la eternidad.» Su intensa experiencia en el Cornualles del siglo XIV «demostraba que el
pasado estaba todavía vivo, que todos éramos participantes, que todos éramos testigos», y
contribuye en buena medida el que continuamente se vea reducido para engrandecer aún
más el pasado. El desencanto con el hoy nos lleva a tratar de recuperar el ayer. Ese desconten-
to adquiere muchas formas: una devoción por las reliquias, el atesoramiento de antigüedades y
recuerdos, la tendencia a apreciar lo que es viejo simplemente por ser viejo y el rechazo del
cambio. Estas reacciones no tienen la irrealidad obsesiva del viaje a través del tiempo pero refle-
jan el por lo tanto, que éramos de un modo más auténtico nosotros mismos.242
Ni los sueños ni las pesadillas que da el volver a visitar el pasado son menos intensos por su
aparente improbabilidad. Es más, dan claves para saber qué es lo que de verdad necesitamos y
podemos aceptar del pasado o qué es lo que deberíamos evitar o rechazar; y arrojan luz sobre
las perspectivas esenciales a tomar bien hacia la tradición, bien hacia el cambio. La devoción
intensa en la búsqueda del pasado no es una aflicción tan penosa como la carencia absoluta
de sentimientos hacia el pasado.