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Lowenthal 1996 El Pasado Es Un Pais Extrano Cap 1

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David Lowenthal: El pasado es un país extraño.

Akal, Madrid, 1993

CAPITULO PRIMERO

REVIVIR EL PASADO:
SUEÑOS Y PESADILLAS

Oh, haced volver al ayer... decidle al tiempo que vuelva.


Shakespeare, Ricardo II, acto III, escena 2ª

El milagro de la vida se circunscribe cruelmente en los límites del nacimiento y de la muerte;


de la inmensidad del tiempo anterior y posterior a nuestras vidas no experimentamos nada. El
pasado y el futuro son igual de inaccesibles. Sin embargo, aunque estén fuera del alcance físi-
co, forman parte de nuestras imaginaciones. El recuerdo y la expectación cubren cada mo-
mento presente.
El pasado y el futuro provocan atracción —y repulsión— de formas bastante distintas. La ma-
yoría de las imágenes de los tiempos que se extienden ante nosotros son confusas e inciertas. Ni
siquiera podemos saber las consecuencias de nuestros propios actos, no digamos ya predecir un
futuro más lejano. En tiempos más confiados, hace una generación, había planificadores visio-
narios que veían el futuro casi como «otro país, que uno podría visitar como si fuera Italia, o inclu-
so intentar recrear en una réplica» —señala Reyner Banham—. «El Futurismo fue algo que se pa-
recía de manera sospechosa al estilo de un período, un Neogótico de la Era de las Máquinas».16
Hoy, en cambio, ese futuro no es más que un recuerdo nostálgico; Lo que se nos aparece como
espléndido, horrendo o simplemente ordinario es un panorama que cambia con cada espec-
tador y con cada momento. No sabemos lo que vendrá. Los deseos se incumplen de forma
notoria, al igual que el anhelo de fama póstuma que llevó al Enoch Soames de Beerbohm, poe-
ta menospreciado en su propio tiempo, a pactar con el diablo para saber lo que pensaría de él
la posteridad. Volviendo a un siglo posterior, Soames no encuentra más que un artículo en el
que aparece su nombre en una historia de la literatura: «un personaje imaginario en una historia
de Max Beerbohm».17 Nosotros podemos tener que ver en las contingencias del futuro pero nun-
ca podremos controlarlas. Los Yahoos de Borges, cuyo tiempo está invertido pues tienen previ-
sión pero carecen de retrospectiva, subrayan la distinción crítica entre la memoria y la adivina-
ción.18
A diferencia de los vagos contornos de los tiempos que vendrán, el pasado fijo ha sido esbo-
zado por incontables cronistas. Sus vestigios en el paisaje y la memoria reflejan innumerables
detalles de lo que nosotros y nuestros predecesores hemos hecho y sentido. El pasado que se
elabora con exquisitez parece más familiar que el que está alejado en el espacio, en algunos
casos incluso más que nuestro presente cercano; el aquí y ahora carece de la densidad y de la
perfección de aquello que el tiempo ha filtrado y ordenado.19
Por otra parte, tenemos bastante claro que el pasado ocurrió de verdad; sus huellas y re-
cuerdos reflejan escenarios y actos innegables. El futuro, etéreo e insustancial, no podrá llegar
nunca. El pasado, en cambio, es tangible y seguro; la gente piensa en él como algo fijo, inalte-
rable y registrado de forma indeleble.20 «¡Cuánto más bonito es ir hacia atrás!» —exclama un
imaginario visitante moderno del mundo de 1820—; «¡El pasado estaba asegurado!».21 Y es que
el pasado, por lo general, no sorprende; se ha tomado su medida. En él estamos como en casa
porque es nuestra casa; el pasado es el sitio del que procedemos. Y son pocos los que no han

16 “Comme in 2001, New Society, 8 de enero de 1976, p.63


17 Seven men and Two Others, p. 36. El texto original imita un hipotético lenguaje de un siglo posterior: «an
inmajnari carácter [sic] in a story by Max Beerbohm» (N. del T.)
18 «El Informe de Brodie» en Borges, Prosa, Barcelona, 1986, pp. 282-287
19 Casey, «Imagining and Remembering».
20 «El pasado... es aún una fuerza irrefutable y omnipresente: el «futuro», sin embargo, en realidad no es nada

sino una fantasía un poco normativa» (Wyatt, «In quest of change», p. 389).
21 Adliss, Frankenstein Unbound, p. 26. (En la versión española, Frankenstein Desencadenado, Barcelona, 1973
deseado en algún momento volver a un tiempo anterior. El pasado al que se vuelve puede que
no siempre satisfaga, pero rara vez nos amenaza con una sorpresa tan desagradable como
aquélla a la que tuvo que enfrentarse el pobre Enoch Soames.
Pese a todo, ya no podemos ni deslizamos hacia atrás rumbo al pasado ni saltar hacia ade-
lante rumbo al futuro. El ayer, a salvo en imaginativas reconstrucciones, queda para siempre al
margen de nosotros; tan sólo hemos atenuado los recuerdos y las crónicas fragmentarias de la
experiencia anterior y lo único que podemos hacer es soñar con escapar de los confines del
presente. Sin embargo, en los últimos años, tales sueños nostálgicos se han convertido casi en
habituales, si acaso no epidémicos.

NOSTALGIA
Cuando yo era un chaval, todo esto eran campos abiertos.
Joven londinense en el túnel del metro de Charing Cross, 198222

La nostalgia es hoy la palabra universal a la hora de considerar el pasado. Llena la prensa


popular, sirve como cebo publicitario, merece un estudio sociológico; ningún término expresa
mejor el malestar moderno. El Nostalgia Book Club (Club del Libro Nostálgico) estadounidense
«te sitúa años atrás siguiendo tu elección». Una Gran Bretaña adicta a la evocación de Mark
Girouard del culto Victoriano a la caballería, a la arquitectura neogótica de William Burgués, y a
la película Excalibur —conjeturaba un critico— «pronto pondría al frente de la nación a un direc-
tor de museo en vez de a un Primer Ministro».23
Si el pasado es un país extraño, la nostalgia lo ha hecho «el país extraño con el mercado turís-
tico más saneado de cuantos existen». Ahora bien, al igual que otros turistas, aquéllos que van al
pasado ponen en peligro el objeto de su búsqueda. «Una crisis eco-nostálgica (está) de cami-
no» —advertía Sheridan Morley. «Los recursos tendrán que ser conservados, los reviváis... estric-
tamente racionados».24 El aprovechamiento de la nostalgia incita a los agentes inmobiliarios a
tratar de fomentar el interés mediante la excavación de cada fragmento de historia», da igual
que la conexión sea con un rey o con una estrella del pop. Ningún eco de ningún pasado resul-
ta tan extraño como para que no interese, ni siquiera el monumento al fraudulento Hombre de
Piltdown encontrado en Barkham Manor (Sussex).25 Desde que «la gente ama la nostalgia y cree
firmemente que» lo que es viejo «es necesariamente bueno», los promotores de viviendas se
aprovechan de la proximidad de viviendas históricas; los edificios viejos añaden credibilidad y
status al edificio nuevo».26 El ferrocarril británico, si bien en otro tiempo no se encontraba satisfe-
cho con su legado del siglo XIX, encuentra ahora una fuente de honor y beneficio en las máqui-
nas a vapor y las imágenes en sepia de los tiempos antiguos. Hay otros que se lamentan de igual
modo por las cosas pasadas, sobre todo por las cosas inglesas: las vigas viejas de roble de Eas-
tAnglia (o las copias de ellas en fibra de vidrio) dan consuelo a la nostalgia en Helsinki y Osaka;
The Country Diary ofan Edwardian Lady y la serie de televisión Hrideshead Revisited (Retomo a
Brídeshead) tienen éxito en los mercados mundiales. El recuerdo de los tiempos pasados es un
negocio floreciente en casi todos los países y cualquier época le vendrá bien. La nostalgia rusa
se plasma con toda su intensidad en torno a las imágenes de troikas, pieles y samovares familia-
res de antes de la revolución; de todas formas, hasta los días más negros del estalinismo engen-
dran en la actualidad recuerdos añorantes de un idealismo inventado y un sacrificio heroico.27
La nostalgia, antiguamente limitada en el espacio y en el tiempo, se traga hoy el pasado en-
tero. Los tratantes de antigüedades se han librado de la antigua barrera de los 100 años de
edad, los coleccionistas tratan con reverencia el «art déco» de los años treinta, los críticos admi-
ran los tocadiscos «genuinos de los años cincuenta». «Memory men» revive a Mary Quant, resuci-
ta a Bill Haley, le conserva a Chuck Berry eternamente juvenil y a Elvis Presley inexorablemente

22 Citado en el libro de Michael Dineen, «The English village re-born, Observer, 19 de septiembre de 1982, p. 3
23 J. Mordaunt Crook, «Honour and its enemies», TLS, 25 de septiembre de 1981, p. 1102.
24 «There's no business like old business», Punch, 29 nov. 1972, p. 777
25 El hombre de Piltdown fue una supuesta especie de hombre prehistórico cuya existencia se suprimió [sic

¿supuso?] a partir de fragmentos de huesos encontrados en Piltdown (Sussex, Inglaterra) en 1911. En 1953 se
descubriría que eran un fraude. (N. del T.)
26 Caroline McGhie, «Noel Coward played the piano here», Sunday Times, 17 de julio de 1983, p. 39; Robert

Troop, «Making the most of moat and beam», Sunday Times, 27 de marzo de 1983, p. 27
27 Caroline Moorehead, «The nostalgia that didn't get away», The Times, 15 de marzo de 1980; Binyon, Life in

Russia, pp. 140-2; Shipler, Russia, pp. 265, 300; Hedrick Smith, Russians, pp. 249-57; Philippa Lewis, «Peasant
nostalgia in contemporary Russian literature».
vivo. Cada vez fijamos más nuestra atención en «un pasado tan reciente que alguien de tan
sólo 11 años podría verlo quizá como el pasado»28 —señala Russell Baker—; «las manifestaciones
estudiantiles contra la guerra de fines de los años sesenta... se tratan ya con un sentimentalis-
mo... semejante al de algunos fenómenos turbulentos pero gloriosos de un «hace mucho tiem-
po» que ya está muerto; se dice que la ciudad de Calgary ha llevado a cabo un descubrimien-
to arquitectónico de sus venerables edificios de los años sesenta.29 El envejecimiento confiere el
estatus de antigüedad de forma instantánea; tan pronto como deja de verse, el coche de
bomberos se convierte en el emblema de un pasado que ha desaparecido. En torno a 1980 —
decía Bevis Hillier— «la historia estaba siendo reciclada como nostalgia casi al mismo tiempo que
ocurría». Lo cierto es que Hillier retrató el lanzamiento de su libro anterior sobre el tema como
algo que en si mismo era ya un recuerdo nostálgico.30

Imagen 1 Basuras convertidas en antigüedades. Coventry, Vermont

Imagen 2. Nostalgia de la época Tudor. Casa solariega de Carles Wade en Snowhill, Glouces-
tershire (National Trust)
De igual modo, la nostalgia se ha dilatado en cuanto a su espacio y temática. Un «índice de
nostalgia» danés incluye reliquias de todas las clases que puedan concebirse 31. Henry VIII, Eliza-
beth I, Dad'sArmy, The Onedin Line, Upstairs and Downstairs, The Forsyte Saga, The Pallisers, The
World at War32 celebran un amplio panorama de pasados ingleses. «Las facetas más entusiastas

28 La cursiva es mía (N. del T.)


29 Baker, «Shock of things past», International Heraid Tribune (en adelante IHT), 2 de mayo de 1975, p. 14;
Banham, «Last boom-town». Los devotos de Elvis Presley llenan de bote en bote las clases de historia con-
temporánea de la Universidad de Stanford cuando en el temario se llega a los años sesenta («The great
nostalgia kick», U. S. News and Worid Report, 22 de marzo de 1983, p. 60).
30 Style of the Century, p. 316, también pp. 206-15; Austerity Binge, pp. 187-9, 195.
31 Newcomb, «Nostalgia index of historical landscapes in Denmark», pp. 441-3; ídem, Planning the past, pp.

64, 214-15
32 Esta serie de títulos se refieren a series televisivas, algunas de las cuáles pudieron verse en su momento en

España a través de la pequeña pantalla, por ejemplo Arriba y Abajo, La saga de los Forsyte o el Mundo en
Guerra. (N. del T.)
de nuestro patrimonio» —de las empulgueras medievales al incendio de Londres— están puestas
al servicio de la nostalgia en la «Merrie England» y la Mazmorra de Londres. Good OIdDays, la
«RevistaAmericana de Recuerdos Felices», recuerda con cariño las viejas historias sobre porches,
los cubos de madera de cedro para el agua, los maderos para atar los caballos, las leñeras, los
barcos-teatro, el almirante Dewey, «Casey at the Bat», Bonnie y Clyde; sus lectores coleccionan
los libros de Zane Grey, los catálogos de los almacenes Sears Roebuck, los libros de lectura de
McGuffey33 y las viejas páginas musicales.
Hasta los pasados más triviales tienen sus devotos. «¡Acordaos de Button B! Acordaos de los
quioscos de verdad» —suspira Paul Jennings—. «Acordaos de los trolebuses... acordaos de los
coches con manivelas de arranque».34 El museo de la Smithsonian Institution guarda los dientes
postizos de Washington, los adornos del coche fúnebre de Lincoln, el tabaco de mascar que
llevó Peary al Polo Norte, la barba roja, blanca y azul que lució Gary Sandburg en el Bicentena-
rio de la Independencia americana, las dentaduras negras exportadas para satisfacer la moda
por la Polinesia que se dio en el siglo XIX. Una colección suiza de recuerdos de Sherlock Holmes
incluye una botella de «auténtica niebla londinense, certificada por un transeúnte ya desapare-
cido».35
Las asociaciones íntimas ayudan a vender el pasado. Un anuncio impreso en los tonos sepia
de las fotografías de Frith de fines del siglo XIX ofrece a los clientes «Tu pueblo, tu ciudad, tus
raíces... tu propio y personal pedazo de nostalgia.» El «Imperial Tankard» conmemora para los
británicos «el Imperio que tal vez nunca conocieron, pero también el Imperio que no se les de-
bería permitir olvidar.» La nostalgia despierta el apego hacia tiempos que nos son incomprensi-
bles en la misma medida que hacia cosas que hemos experimentado; pocos de los que acuden
en tropel a las películas de Bogart, de los que escuchan la música de Glenn Miller o dan fiestas
en plan años sesenta son lo bastante mayores como para recordarlas.
¿Qué significados emergen de este enjambre de invocaciones nostálgicas? Muchos parecen
menos preocupados por encontrar un pasado que por anhelarlo, menos impacientes por revivir
un «hace mucho tiempo» imaginario que por coleccionar sus reliquias y celebrar sus virtudes. A
pesar de ello, «viajar hacia atrás cuarenta años a una época en la que era verano todo el año y
los niños asaltaban los vagones que transportaban hielo,... para dar un paseo dominguero como
solíamos hacerlo, con tu sombrilla de seda y tu largo vestido moviéndose dulcemente, y sentarse
en aquellos taburetes de patas de alambre en el salón donde servían soda» es algo más que un
sueño obsesivo de viejo.36 «Casi todos los viejos suelen recordar un tiempo en el que la cerveza
era más barata... y la gente tenía más respeto. Casi todos nosotros recordamos con especial
cariño algunos retazos extraños de nuestras vidas, retazos que a veces no fueron demasiado
agradables en sí mismos».37 De hecho, no importa si aquellos días fueron desgraciados: «la vida
era maravillosa allá por 1900»; un periodista aseguraba recientemente que el folk irlandés más
antiguo surgió en medio de la miseria rural; la campaña de apoyo a la cerveza. «Las cosas son
como solían ser»38 provoca asquerosas asociaciones en torno a la simpatía de los años treinta.39
Hasta los recuerdos horrendos pueden provocar nostalgia. Un londinense, una generación más
tarde, recordaba los bombardeos de la guerra como algo lleno «de felicidad pura, inmacula-
da»; uno sospecha «que es mucha la gente que experimenta esta nostalgia y que querría con
toda ternura recrear las horribles circunstancias de su propia niñez».40
Un pasado que se disfruta de forma nostálgica no tiene por qué tomarse en serio. Los visitan-
tes que montan en el autobús «Máquina del Tiempo» de la London Transport 1925 se imaginan
bailando el Charlestón o comprando una casa por menos de mil libras en Pinner, y reflexionan
«sobre los tiempos en los que cada día parecía como de pleno verano»; la atracción de un au-
tobús de 1940, cuando Gran Bretaña resistía en solitario frente a Hitler, consiste en que «uno
puede soñar tanto como quiera al margen de las ásperas realidades de ese mundo casi olvida-

33 William Holmes McGuffey (1800-1873) fue un educador estadounidense célebre por ser el editor de una
serie de libros de lectura escolares. (N. del T.)
34 Sunday Telegraph, 4 de febrero de 1979, p. 16
35 Tom Zito, «Rummaging throught America's attic», IHT, 11 de abril de 1980; Mavis Guinard, «The case of the

inmortal detective», IHT, 17 de septiembre de 1982, p. 9


36 Ray Bradbury, «Scent of sarsaparrilla», pp. 193, 195
37 Michael Wood, «Nostalgia or never», p. 343
38 «Fings are wot they used t'be», campaña en favor de la cerveza cuyo slogan imita el habla de un borra-

cho. (N. del T.)


39 Mark Kenny, «When the going was bad», Sunday Telegraph. 19 de agosto de 1979;

Richard Milner, «Courage cockney taste for nostalgia», Sunday Times, 25 de abril de 1982, p.49
40 Tom Hamsson, Living throught the Blitz, p. 325; Maurice Lescoq, «Leavetaking» (1961), en Moorcock, English

Assassin, p. 1.
do».41 Un viaje por la «India Clásica» al estilo de los Maharajas a lo largo y ancho del Rajasthán,
con la historia de cada salón de los que se visitan realzada por un sirviente vestido a la usanza
de ese período, se convierte en un «proyecto increíblemente nostálgico que devuelve a la vida
los esplendores clásicos». Uno no necesita ir al extranjero para probar lo exótico; aquéllos que
hacen el viaje en tren entre Venecia y Simplón a través del tranquilo condado de Kent reciben
«un Certificado del Orient Express para recordar su nostálgico viaje al opulento pasado». Las
excursiones nostálgicas son a menudo breves, restringidas, sin trascendencia. El «Western» ameri-
cano refleja «un deseo de salirse de la modernidad sin abandonarla del todo; queremos revivir
aquellos apasionantes días de antaño, pero sólo porque estamos absolutamente seguros de
que aquellos días están fuera de nuestro alcance».42
La mayor parte de nosotros sabe que el pasado no fue así en realidad. La vida de entonces
parece más brillante no porque las cosas fueran mejor sino porque nosotros vivíamos más inten-
samente cuando éramos jóvenes; hasta el mundo adulto de antaño refleja la perspectiva de la
niñez. Sintiéndonos incapaces de tener experiencias de la misma intensidad, nos lamentamos
por esa inmediatez que hemos perdido y que hace que el pasado sea incomparable. Esta nos-
talgia puede incluso apuntalar la autoestima, recordándonos que por muy triste que sea nuestra
suerte actual al menos una vez fuimos felices y dignos de consideración. Una infancia que se
recuerda así excluye las peleas familiares, las excursiones campestres dominadas por la espera
en colas para conseguir un merendero mugriento; la «nostalgia es el recuerdo del que se han
llevado el dolor». El dolor es el hoy. Vertemos lágrimas por el paisaje que ya no nos parece como
antes, como pensábamos que era, o como deseábamos que hubiera sido. La nostalgia es a
menudo más de pensamientos pasados que de cosas pasadas, es «un soñar despierto al revés
—como pensar que adorábamos los libros de nuestra juventud— cuando lo que de verdad
amamos es la idea de nosotros mismos jóvenes, leyéndolos». 43 La gente acude en masa a los
lugares históricos para compartir la memoria familiar y comunitaria, e incrementar de este modo
los recuerdos personales. Lo que le agrada al nostálgico no es ya la reliquia sino su propio reco-
nocimiento de la misma, no tanto el pasado en si mismo como las aspiraciones que se supone
que tiene, menos el recuerdo de lo que ocurrió en realidad que lo que en otro tiempo se pensó
que era posible. Alabando los años 1930, cuando la fe en las reformas, la creencia en la partici-
pación política y el sentido del humor sobrevivieron a las adversidades económicas, un sociólo-
go expresa nostalgia por la depresión como período en el que aún era posible sentir que la vida
tenía un objeto.44
Las evocaciones nostálgicas son muy anteriores a nuestro tiempo. Virgilio inmortalizó el pasa-
do heroico y pastoril; Petrarca buscó en la antigüedad un refugio frente a su época desgracia-
da y sin valor;45 un sentimiento agridulce por un pasado arcádico se extendió por la poesía de
los siglos XVI y XVII y por los lienzos de Claude y de Poussin. El final del siglo XVIII expresó nostalgia
no sólo por la antigüedad sino también por los pasados recientes y por las etapas anteriores de
la vida: se lloraba la niñez perdida junto con las escenas perdidas de la niñez. Las evocaciones
de Grasmere por parte de Wordsworth suscitaron en muchísima gente nostálgicas reflexiones
sobre la niñez como tiempo de paz y de plenitud ya inalcanzable, como el poema de Housman:

...tierra de dicha perdida,


veo tu brillante sencillez
Los felices caminos por los que iba
y ya no podré volver.46

Froude suspiraba «tan sólo por una semana de mi vieja fe infantil, para volver a la calma y la
paz otra vez, y de este modo morir esperanzado».47
Los grandes cambios experimentados por los tiempos habían hecho que la nostalgia estuvie-
ra omnipresente. La sacudida revolucionaria separó el pasado del presente; después de la gui-
llotina y Napoleón, el mundo anterior parecía alejado de forma irrecuperable; de ahí que mu-
chos redoblaran su cariño por él. La industrialización y la emigración forzosa empujaron a millo-

41 Panfleto del Vintage Bus Service (Servicio de Autobuses Antiguos), «Take a ride in a time machine», c. 1980
42 Roger Rosenblatt, «Look back in sentiment», N. Y. Times, 28 de julio de 1973, p. 23
43 Cross, Poetic Justice, p. 140
44 Robert Nisbet, «The 1930s: America's major nostalgia» (1972), tomado de Fred Davis, Yearning for Yesterday,

p. 10
45 A Tito Livio, 22 de febrero de 1349 (?) en Petrarch's Letters to Classical Authors, pp. 101-2; Peter Burke, Re-

naissance Sense of the Past, p. 22


46 Shropshire Lad (1986), XL; Clausen, «Tintem Abbey to Littie Gidding», p. 417
47 Nemesis of Faith (1849), p. 28
nes de personas a lugares radicalmente distintos de los de su niñez. Los románticos hallaron un
refugio frente al cambio devastador en las imágenes, recordadas o inventadas, de los tiempos
pasados. Los Victorianos, por lo demás progresistas, hicieron del pasado un objeto de adoración
nostálgica48 —desde los llamados Antiguos «unidos en el fervor por lo arcaico» en el Shoreham
«arcádico» de Samuel Palmer, a los caballeros «medievales» que hacían torneos en Eglinton o a
las víctimas de la era del ferrocarril que se lamentaban de los viejos días de la diligencia— y la
gente en otros países hizo lo mismo. Los habitantes de las ciudades expresaban su pesar por
pasados rurales idealizados. Los recuerdos de «Un Viejo Habitante» y las «Impresiones del Pasa-
do» llenaban los periódicos, se preferían las viejas tabernas desaparecidas a los bares nuevos;
Gillian Tindall señala que en el Kentish Town de Londres hasta «los grupos de chabolas de made-
ra, las antiguas «viviendas de los obreros pobres», eran vistas con sentimentalismo una vez que
habían sido eliminadas».49
Con el paso al siglo XX toda Gran Bretaña parecía empeñada en la búsqueda nostálgica.
«Déjanos vivir otra vez en el pasado» —instaba P.H. Ditchfieid— y «rodéanos con los tesoros de las
épocas pasadas».50 El poeta laureado buscaba una «Vieja Inglaterra», y «la fineza del Pasado...
con sus días de colada, mermeladas caseras, bolsitas de lavanda y recitado del Elegy de
Gray».51 Kipling salvaguardó «el medievalismo de Sussex» prohibiendo el teléfono y manteniendo
las vallas de tipo sajón en su casa de Burwash, y hasta D. H. Lawrence sintió el tirón de la nostal-
gia: «mirando al pasado consumado» en Garsington Manor en 1915, estuvo tentado de «volver a
su pacífica belleza de cosas pasadas, para vivir en el puro recuerdo». 52 El romance caballeresco
posibilitó, incluso a los estadounidenses, «dejar el presente, cargado de enigmas molestos y acti-
vidades inútiles y regresar... a otros días, en los que los hombres... avanzaban sin vacilar hacia la
consecución de sus deseos más definidos y claros».53
«Una serena estructura mental» le permite a Henry Adams viajar hacia el siglo XII y hasta «ver
a los niños jugando en la orilla».54
Los arquitectos de ambos lados del Atlántico hicieron tangible este mito nostálgico revivien-
do una antigua forma característica inglesa. Una imitación del Tudor se convirtió en el estilo
doméstico predominante de los años 1920 y 1930, «original» y «a la antigua» se convirtieron en
términos de alabanza; «Estar al día significaba en ese tiempo parecer lo más viejo posible». El
Primer Ministro Stanley Baldwin se unió al laureado poeta John Masefield en su llanto por el pa-
sado. «Nuestro Bill» el programa de más popularidad de la BBC en los años treinta, ensalzaba las
tradiciones antiguas, las viejas iglesias, las tabernas junto a la carretera de las áreas rurales ingle-
sas donde uno podía «salirse de la ruta para entrar en un pequeño pozo de historia, para verse
durante un rato cubierto por la paz curativa de un pasado rico y aún vivo». 55 Reviviendo acti-
vamente su nostalgia de la época Tudor, Charles Wade trabajó en Snowshill con herramientas
del período correspondiente, comió en una cocina del mundo antiguo y durmió en una cama-
armario.56 ¿Por qué no alegrarse de un pasado que daba tanto consuelo? «En Inglaterra pode-
mos escoger un siglo cualquiera de entre doce diferentes para vivir en él» —decía Kenneth
Grábame—; «¿Y... a quién se le ocurriría elegir el XX?»57
He descrito la nostalgia en el siglo XIX y en los comienzos del XX ante todo en un contexto
anglo-norteamericano. Sin embargo, el fenómeno se daba también en el resto de Europa: un
anhelo semejante de los pasados perdidos se puede rastrear enAlemania, de Goethe a los Her-
manos Grimrn -en Francia de Víctor Hugo a Viollet-le-Duc; y en la mayor parte del resto de Euro-
pa.
El concepto original de aflicción nostálgica, sin embargo, era bastante diferente. La nostalgia
del siglo XVII era más una queja física que una mental, una enfermedad con síntomas explícitos

48 William Feaverr, «The intensity of Samuel Palmer's visions», observer, 24 de diciembre de 1978, p. 18; Girourd,
Return to Camelot
49 The Fields Beneath, pp. 174-5
50 Story of Our English Towns, p. 34; pero Ditchfieid añade, «ningún hombre sabio deseará traer a la memoria

ese pasado».
51 Alfred Austin, Haunts of Ancient Peace, pp. 18-19; él se enorgullecía de no pronunciar «nada que no fueran

las ideas más viejas y pasadas de moda».


52 Hopkins, Rudyard Kipling's World, p. 11; Lawrence a Cynthia Asquith, 3 de diciembre de 1915, en sus Letters,

p. 283. Ver Wiener, English Culture and the Decline of theIndustrial Spirit, pp. 45, 57, 62, 76.
53 Repplier, «Old wine and new» (1896), p. 696
54 Mont-Saint-Michel and Chartres (1912), p. 2
55 Wiener, English Culture, pp. 66, 64, 74, 76. Ver Girouard, Sweetness and Lighs: The «Queen Anne» Move-

ment. pp. 5, 25-7, 60-2


56 H.D Molesworth: “A note on the collection” en Snowhill Manor. London: National trust 1978, pp. 30-1; Wade,

Haphazard Notes. Cheltenham: National trust 1979


57 Grahame, First Whisper of «The Wind in the Willoes», p. 26
y a menudo letales La nostalgia, diagnosticada médicamente por primera vez por Johannes
Hofer y acunada por él (del griego nosos = regreso a la tierra natal, y algos = sufrir o penar) en
1688, era ya para esas fechas algo común; había personas que cuando estaban lejos de su
tierra natal, languidecían, se consumían e incluso perecían. Hofer veía la enfermedad como
«una continua vibración de vitalidad a través de aquellas fibras de la mitad del cerebro en las
cuales las huellas impresas de las ideas de la Patria aún persisten».58 Posteriormente, el neurólogo
Philippe Pinel se dedicó a seguir las huellas que dejaba la nostalgia a su paso: «apariencia triste y
melancólica, mirada aturdida,... indiferencia hacia todo;... práctica imposibilidad de levantarse
de la cama, silencio obstinado, rechazo de toda comida y bebida, demacración, marasmo y
muerte». Un médico descubrió que los pulmones de las víctimas de la nostalgia estaban adheri-
dos con fuerza a la pleura del tórax; y el tejido del lóbulo, espeso y purulento. 59 En realidad hab-
ían muerto de meningitis, gastroenteritis o tuberculosis, pero todo el mundo culpaba a la nostal-
gia. Dejar el hogar por mucho tiempo era arriesgarse a morir. «Padezco añoranza» —escribía
Balzac desde Milán— «si siguiera así dos semanas más, me moriría». 60 Tampoco hay que ir muy
lejos para afligirse; Hofer descubrió síntomas de nostalgia en un joven que había dejado Berna
para irse a estudiar a Basel, a 40 kilómetros de distancia.61
Los mercenarios suizos que había a lo largo y ancho de Europa fueron las primeras víctimas
de la nostalgia. El mero hecho de oír una melodía pastoril que les resultara familiar les desataba
una profunda morriña por los amados paisajes alpinos.

El intrépido suizo que vigila una tierra extraña,


Condenado a no escalar ya más sus riscos y montañas,
Si es que por azar escucha la canción dulce y salvaje
Que sus horas de infancia gozaron en esos parajes

Ante aquellos lugares hace mucho perdidos que surgen en su entorno se enternece y se
hunde, mártir de suspiros arrepentidos y trastorno.62
Nada evocaba los Alpes de una forma más vivida que una melodía alpina. Esa música obse-
sionaba a quien la llevaba dentro como «una imagen del pasado a la vez definida e inasequi-
ble». El recuerdo «de la infancia reaparece a través de una melodía, ...y nos convierte en presas
de esta «passion de souvenir».63 El incesante sonar de los cencerros de las vacas en las alturas
alpinas hizo que los suizos fueran especialmente vulnerables al daño que ocasiona oír el sonido
de esquilas. Para protegerse de la nostalgia, a los soldados suizos se les prohibió tocar, cantar y
hasta silbar melodías alpinas.64
La medicación incluía sanguijuelas, purgas, vomitivos y sangrías; para las últimas fases de la
nostalgia Hofer aconsejaba «emulsiones hipnóticas», «bálsamos cefálicos» y opio. Un general ruso
en 1733 descubrió que el terror era eficaz: a los soldados que estaban incapacitados por la nos-
talgia se les enterraba vivos, y después de dos o tres enterramientos la epidemia de morriña
remitía. De todas formas, el hacerse el enfermo pocas veces resultaba sospechoso; la repatria-
ción se consideraba la única cura efectiva. Incluso el ejército francés sitiado en 1793 dio a los
reclutas azotados por la «añoranza» la posibilidad de ir a recuperarse a casa.65
La nostalgia se mantuvo mucho tiempo como una enfermedad orgánica. En 1873 apareció
un tratado médico sobre este mal e incluso recibió un premio. 66 Calificada como un «desorden
contagioso» que podría «extenderse con la velocidad de una epidemia» a través de los centros
de reclutamiento, la nostalgia figuraba en la lista de enfermedades características de la Segun-
da Guerra Mundial del Jefe del Departamento Médico del ejército de los Estados Unidos, y en

58 Hofer, «Medical dissertation on nostalgia» (1688), p. 384


59 Boisseau y Pinel, «Nostalgie», y Leopoid Auenbrugger, Inventum novum (1761), en Starrobinski, «Idea of
nostalgia», pp. 97-8
60 Honoré de Balzac a Mme. Hanska, 23 de mayo de 1838, citado en ibid., p. 86n
61 «Medical dissertation», p. 392.
62 Rogers, Pleasures ofMemory (1792), p. 26
63 Starobinski, «Idea of nostalgia», p. 93
64 Carles A. A. Zwingmann, «Heimweh» o «Nostalgie Reaction»: A conceptual Analysis and interpretation of a

Medico-Psychological Phenomenon (1959), citado en Fred Davis, «Nostalgia, Identity and the current nostal-
gia wave», p. 415; Starobinski, «Idea of nostalgia», p. 90. Rousseau y otros, ya en el siglo XIX, aludían a esta
prohibición pero no se ha encontrado ninguna evidencia documental de la misma (Métraux, Ranz des va-
ches, pp. 53-7
65 Hofer, Medical dissertation», p. 389; Starobinski, «Idea of nostalgia», pp. 95-6
66 August Haspel, citado en Starobinski, «Idea of nostalgia», pp. 99-100
una fecha tan tardía como 1946 fue definida por un eminente científico social como una enfer-
medad «psico-fisiológica» posiblemente fatal;67 los psicólogos identificaban la añoranza del
hogar como una aflicción propia de los estudiantes, y los centros de salud universitarios la trata-
ban a la vez que a la gripe y a la hepatitis.68 Pero las connotaciones sociológicas de la nostalgia
han eclipsado ya a la enfermedad mental. Hoy, raras veces asociada con la añoranza del
hogar, la nostalgia se ha convertido estrictamente en un estado de la mente.
La nostalgia, que una vez fuera amenaza o consuelo de una pequeña élite, en la actualidad
atrae o aflige a la mayoría de los estratos de la sociedad. Los buscadores de ancestros investi-
gan en los archivos cuáles fueron sus raíces; millones de personas atestan las casas históricas; las
antigüedades absorben a las clases medias; los recuerdos inundan los mercados de consumido-
res. En otros tiempos, el desafío que suponían las nuevas expectativas aplacaba la morriña que
los estadounidenses sentían a menudo; hoy, sin embargo, «el pasado a muchos les parece una
quilla y, por lo tanto, están intentando meterle un garfio, arrastrarlo de costado y fijarlo en un
lugar».69 Se dice que «una rebelión creciente contra el presente, y un creciente anhelo del pa-
sado» ejemplifican al ánimo de la posguerra. «Nunca antes en toda mi larga vida he oído a tan-
ta gente que deseara haber vivido «a principios de siglo», «cuando la vida era más simple», o
«cuando valía la pena vivir», o simplemente «en los buenos viejos tiempos»» —señala un persona-
je de ciencia-ficción—. «Por primera vez en la historia humana, el hombre está desesperado por
escapar del presente».70
La desconfianza respecto del futuro estimula también la nostalgia actual. No podemos amar
el pasado de un modo tan excesivo como lo amaban muchos en el siglo XIX; sin embargo, nues-
tros recelos en torno a lo que pueda venir son más graves. «Puedo leer tu futuro» —dice un adivi-
no— «o, tal y como tanta gente parece preferir hoy en día, puedo recordar con nostalgia viejas
historias de tu pasado».71 Las perspectivas de ruina económica, de agotamiento de los recursos,
o de Armagedón nuclear hacen del pasado un refugio crucial, y nuestra vuelta atrás es algo tan
generalizado que una autoridad tiene miedo de que «estemos entrando en un futuro en el que
la gente pueda de nuevo morir de nostalgia».72
Más allá de estos rasgos nostálgicos se esconden vínculos con el ayer que son verdadera-
mente patológicos. Algunos se rodean por completo de pasado. Otros ya no son capaces des-
hacerse de nada, como la vieja que salvaba con todo cuidado «trozos de cuerda demasiado
cortos como para poderse utilizar», como el hombre que acumulaba miles de tarros de sus pro-
pios excrementos, o el coleccionista de botellas de polvo que recordaban un antiguo amor con
etiquetas como «Polvo del vestido de R. Polvo junto a la cama de R. Polvo de cerca de la puerta
de la habitación de R.»73 La obsesión nostálgica es la raison d’être del pub de Nigel Dennis para
la «recapitulación espiritual», con sus devotos de la

caligrafía medieval, que confundían al cartero con sus direcciones renacentistas... Al-
gunos llevaban bombines pequeños y curvos y llegaban... en turismos que se habían fa-
bricado en los años 20: bebían su cerveza en viejas tazas tipo moustache. Muchos eran
jardineros, y solamente cultivarían rosas que no hubieran sido vistas en varios siglos... (el
pub) cubría todos los períodos desde el tomista al eduardiano, y no había cosa que más
despreciara que el malestar del presente.

El espectador que presencia ceremonias ya algo anticuadas «llora compungido al pensar


que está pegado a este presente siempre tan desgraciado».74
«Podemos todavía preservamos de la nostalgia» —clama un crítico— «y, más aún, de la nos-
talgia de la nostalgia».75 Demasiado tarde: la enfermedad del siglo XVII es ahora una droga que
nos engancha a todos. Hasta los años setenta, los viajes nostálgicos eran «bastante disimulados y
ambivalentes» —piensa Michael Wood— «porque no queríamos renunciar a nuestra autoridad

67 Flicker and Weiss, «Nostalgia and its military implications», pp. 386-7; Rumi, «Some notes on nostalgia», p. 7
68 «Homesickness is usual but it doesn't has long», Parents Mag., 20 (Oct. 1945), 178; McCann, «Nostalgia-a
review of the literature» (1941); idem, «Nostalgia: a descriptive and comparative study»» (1943); Fodor, «Varie-
ties of nostalgia» (1950)
69 Eric Sevareld, «On times past», Preservation News, 14:10 (1974), 5
70 Finney, «I'm scared» (1961), pp. 36-7
71 Ed Fischer, viñeta, New Yorker, 15 de marzo. 1976, p. 39
72 Jay Anderson, citado en History News, 38:12 (1983), p. 11
73 Pesetsky, «Hobbyist», p. 42
74 Dennis, Cards of identify, pp. 161-2, 171
75 Francis Hope, «My grandfather's house», New Statesman, 1 de junio de 1973, p. 807
sobre el presente, sobre aquello que quiera decir ser moderno». La modernidad ha perdido su
encanto desde entonces. «Ahora que el presente parece tan lleno de dolor,... la profusión y la
franqueza de nuestra nostalgia... no sugieren solamente una sensación de pérdida y un tiempo
con problemas, sino una abdicación generalizada, una auténtica deserción del presente.» La
frase «Ya no los harán así nunca más» ha desechado su anterior matiz irónico y se ha convertido
en un verdadero lamento.76
En la actualidad, la nostalgia llega incluso a estar planeada. Al igual que Kierkegaard, mira-
mos atrás en medio del goce que produce recobrar el pasado para la memoria y contemplar la
nostalgia por los acontecimientos futuros: una joven se imagina a sí misma convertida en una
abuela que recuerda la infancia de sus hijas que aún no han nacido. 77 «Tan sólo una tarde de
conversación, con el sol filtrándose por la madreselva»: un personaje de Margaret Drabble re-
cuerda haber tenido ese pensamiento tras concebir esa imagen que más tarde le iba a causar
«la más triste y exquisita nostalgia. Ella estaba triste por adelantado y, sin embargo, al mismo
tiempo tremendamente feliz... por saber que... se estaba creando un pasado para sí misma». 78
«¿Te acuerdas de la nostalgia? ¿Te acuerdas de cuando recordabas los años 1950?» —pregunta
un escritor satírico—.
¿Te acuerdas de cuando recordaste tu primer beso? ¿Te acuerdas de cuando recordaste tu
primera clase de baile en el colegio? ¿Te acuerdas de cuando recordaste tu nombre de pila?...
Sí, aquellos eran los años setenta, días inocentes... días más sencillos, cuando todo lo que tenías
que hacer para pasarlo bien era relajarte y recordar las tiendas de malta, el cobro de varios
sueldos y pensiones, los peinados en cola de caballo... Tú das valor al acordarte de cuando
recordabas estos recuerdos... si", te acordabas de todo ello en los años setenta, la Edad de Oro
de la Nostalgia,... los recuerdos atesorados con el mayor fervor de cuantos tú recuerdas haber
recordado... Y ahora aquí está tu propia abuela para decirte cómo dar órdenes.79
Los críticos se mofan de las absurdidades Kitsch de la nostalgia y deploran su manera de
perder los nervios ante los esfuerzos del presente y su falta de fe en el futuro; se la desprecia
como «el paliativo más de moda para los que tienen poca sustancia espiritual». 80 En fecha tan
temprana como 1820, Peacock ridiculizaba al poeta nostálgico que «vive en el pasado,... con
modales bárbaros, costumbres obsoletas y cada vez más supersticiones».81 La tira cómica Punch
ridiculizaba las visiones del futuro que había en las penurias de 1944: «Supongo que más o menos
dentro 30 años» —dice un personaje en la cola de una tienda— «la gente insistirá en describir
esto como los buenos viejos tiempos».82 Para proteger a los visitantes de Williamsburg de su enlo-
quecida afición por el pasado, los guías disfrazados deberían estar desdentados y dispuestos a
admitir que «si de verdad fuéramos gente de aquella América que era colonia inglesa, casi to-
dos nosotros estaríamos muertos a causa de la corta esperanza de vida».83
Se culpa a la nostalgia de alienar a la gente respecto del presente. El mundo de hoy cuando
no es catastrófico o terrorífico se vuelve plano, aburrido y vacío» —señala un crítico— «un tiempo
que lo único que deja hacer a nuestras imaginaciones es sumergirse en el pasado». 84 La enorme
popularidad de la reconstrucción de «paisajes que nunca conocimos pero que habríamos de-
seado tener», es lo que lleva a no querer afrontar los dilemas del presente85.
Si bien, por una parte, la nostalgia es un síntoma de malestar, por otra, tiene también virtudes
compensadoras. El apego a los lugares familiares puede amortiguar el cataclismo social, el
apego a las caras conocidas puede ser necesario para tolerar la vida en sociedad. 86 En la opi-
nión de un sociólogo, la nostalgia reafirma las identidades magulladas por el desorden reciente
cuando «las convicciones fundamentales establecidas acerca del hombre, la mujer, las cos-
tumbres, los modales, las leyes, la sociedad y Dios eran desafiadas, interrumpidas y agitadas»
como nunca antes.87 Como reacción a los trastornos de los años sesenta y los primeros setenta
nos entró la obsesión por los tiempos pasados —sugiere un analista— «al insistir en que hubo un

76 Wood, «Nostalgia or never», p. 346


77 Kierkegaard, Either/Or, 1:240-1; Davis, Yearning for Yesterday, p. 12
78 Drabble, Jerusalem the Golden, p. 93
79 George W. S. Trow, «Bobby Bison's big memory offer», New Yorker, 30 de diciembre de 1974, p. 27.
80 Barry Humphries, «Up memory creek», TLS, 9 de abril de 1976, p. 418
81 Four Ages of Poetry, p. 16
82 Mays, viñeta. Punch, 4 de octubre de 1944, p. 295
83 Barry, «Why I like oíd things», p. 50
84 Wodd, «Nostalgia or never», p. 344
85 Riley, «Speculations on the new American landscapes», p. 6. En torno a las idealizaciones de pasados ru-

rales, ver Raymond Williams, The Country and the City, pp. 44-5
86 Rumi, «Some notes on nostalgia», p. 8
87 Davis, «Nostalgia, identity», p. 421
tiempo en el que la vida se podía vivir y, sí, sí, si mirásemos con la suficiente lejanía y firmeza a
alguna cosa justa de nuestro pasado, ésta volvería a ser justa de nuevo». 88

RECUPERAR EL PASADO
¿Es que no es posible —me pregunto a veces— que las cosas que hemos sentido con gran inten-
sidad tengan una existencia propia al margen de nuestras mentes; que esas cosas, de hecho,
todavía existan? Y si es así, no será posible, con el tiempo, que se invente algún aparato por me-
dio del cual podamos tocarlas?... En lugar de recordar aquí un lugar y allí un sonido, pondré una
clavija en la pared y con ella escucharé el pasado... Una emoción fuerte tiene que dejar huella y
no hay más que descubrir cómo podemos volver a vincularnos a ella de nuevo, para así ser ca-
paces de vivir nuestras vidas en su totalidad desde el principio.
Virginia Woolf, «A sketch of the past»89

La atracción que provoca el pasado va más allá del anhelo nostálgico de un pasado que se
imagina o se cambia por otro a capricho. Algunos llegan al punto de especular sobre la manera
de volver a visitar el pasado real. Esos anhelos han sido durante mucho tiempo un punto esen-
cial de la literatura fantástica. Resulta difícil valorar si son muy comunes o no: una encuesta a
528 estudiantes de enfermería en Michigan en 1974 reveló que menos de un tercio pensaba que
merecía la pena cualquier recuperación del pasado histórico. Sin embargo, dos tercios de los
hombres y casi la mitad de las mujeres darían sustanciosas cantidades de dinero por revivir un
año de sus vidas personales, y un número todavía mayor lo daría por recuperar un día o una
hora.90 La extendida creencia en la reencarnación y la fascinación con la vuelta atrás en el
tiempo suscitan un gran interés por la recuperación del pasado.
La idea de un pasado imposible de recuperar a muchos les parece insoportable. Sabemos
que el futuro es inaccesible; pero ¿está el pasado perdido de un modo irrevocable? ¿No hay
forma de volver a capturarlo, de volver a experimentarlo, de volver a vivirlo? Imploramos una
evidencia de que el pasado continúa y, por ello, lo podemos recuperar. Algún poder, algún
mecanismo, alguna fe nos permitirá no sólo conocerlo, sino verlo y sentirlo. Algún día, en algún
lugar, la vida cotidiana de nuestros abuelos, los sonidos rurales del ayer, las conversaciones de
Rousseau, los hechos de los Padres Fundadores de los Estados Unidos, las creaciones de Miguel
Angel y la gloria que fue Grecia91 se volverán a vivir de nuevo.
Muchos coinciden con Virginia Woolf en que «el pasado —como algunos fantasmas inmen-
sos, colectivos— se encuentra aquí más allá de toda posibilidad de exorcismo», haciendo revivir
a los objetos que reciben sus ecos, preparándose para meterse en los cerebros que están de
acuerdo con él92. «Vivimos en... el pasado, porque en sí mismo está vivo... Nada muere para
siempre»93. En una novela, un biógrafo que se halla en busca de fuentes no puede creerse «que
el pasado histórico esté extinguido, ido; lo más seguro es que tan sólo esté en alguna otra parte,
vuelto hacia otro plano de existencia, todavía poblado y activo, disponible bajo la única condi-
ción de que uno pueda alcanzarlo».94 Algunas profesiones y reliquias convencen a los especta-
dores de que el pasado no solamente sobrevive sino que sale a la superficie de nuevo. Joseph
Smith, que fundó la iglesia mormona, convenció a miles de seguidores de que habían vivido
hacía mucho tiempo; desde su temprana juventud se dedicó con frecuencia a describir los
pueblos antiguos y sus formas de comportamiento «con tanta facilidad... como si hubiera estado
toda su vida con ellos».95 Aquéllos que filmaron a Alceo Dossena creando obras de arte «clási-
cas» se convencieron de que reencarnaba el espíritu de la antigüedad, y el falsificador Tom
Keating exclamaba que «los espíritus de los viejos maestros bajaban y se apoderaban de su

88 Hasbany, Irene: considering the nostalgic sentiment», p. 819. La pérdida de confianza en el presente ge-
neró una avalancha de temas, material gráfico y tipografía nostálgicos en la publicidad durante los años
1960 y 1970 (Moriarty y McGann, «Nostalgia and consumer sentiment», pp. 82-5
89 1939, en sus Moments of Being, p. 74
90 Cottle, Perceving Time, Tablas 8-12, 222-4. Los estudiantes, de los que cuatro quintos eran hombres, esta-

ban entre los 17 y los 21 años de edad. De acuerdo con un sondeo de 1965, el 18% de los licenciados de
universidad polacos habrían preferido vivir en el pasado, y muchos de ellos en un pasado muy lejano (Szac-
ka), «Two kinds of past-time orientation», p. 66.)
91 Aquí el autor parafrasea el verso To the glory that was Greece del poema «To Hellen» de E. A. Poe, algo

que para el lector norteamericano debe ser sumamente familiar (N. del T.)
92 Matheson, Somewhere in Time, p. 37
93 Compton-Burnett, A Father and His Fate, p. 164
94 Lively, According to Mark, p. 110
95 La madre de Smith, citado en Silverberg, Mound Buiders, p. 44
trabajo».96

Imagen 3: El poder de atracción del viaje a través del tiemp. “Coche del tiempo” del Jorvik Vi-
king Centre, Cork (Cork Archeological Trustr, Ltd)

Recuperar el pasado ha sido siempre una de las preocupaciones principales de la ciencia-


ficción desde sus orígenes a finales del siglo XIX. Esta idea de habitar en los tiempos anteriores
puede sorprender a aquellos que ante todo asocian la ciencia ficción con los mundos futuros;
sin embargo, un repaso a la misma revela cientos, si no miles, de historias en torno a la vuelta al
pasado o a la recuperación de la visión del mismo, que repiten la experiencia histórica por me-
dio del viaje a través del tiempo.97
Desde H. G. Wells al Doctor Who, la inmensa popularidad del viaje a través del tiempo sugie-
re que la recuperación del pasado es de un profundo interés tanto para escritores como para
lectores. No voy a afirmar que los autores de ciencia-ficción —aparte de Mark Twain o Henry
James, que también hicieron volver a algunos personajes al pasado— creyeran en los viajes a
través del tiempo. En cambio, el interés que ponen en saber cómo sería eso de ver los tiempos
pasados o de vivir en ellos, en cómo volver allí, y en las consecuencias de tales visitas subraya
sus propias obsesiones, y presumiblemente las de sus lectores con respecto a las promesas y
peligros de un pasado que se puede visitar. La ciencia-ficción es una pista inestimable para
estudiar las preocupaciones en torno al pasado. Sus fantasías nos proporcionan intuiciones en el
campo de los sentimientos que no son menos válidas porque su consumación sea imposible.
Precisamente por no estar controladas por el sentido común, revelan pasiones y presuposiciones
que proyectan los intereses diarios en el pasado en busca de un alivio rápido. Lo cierto es que la
metáfora del viaje a través del tiempo se ha extendido más allá de la ciencia-ficción y ahora
designa todas las formas de diversiones nostálgicas. Los visitantes de York y Winchester hacen
«excursiones por el tiempo» hacia atrás, a través de los siglos. «Mis alumnos serán transportados
directamente a los tiempos de los Tudor» —dijo un maestro hablando de una casa histórica de
aspecto bastante teatral—. «Ellos han tendido un puente de más o menos 400 años casi como si
fueran viajeros del tiempo».98
La ciencia moderna ha dado un nuevo impulso a una vieja tradición que promete la recupe-
ración del pasado. Esta creencia por sí sola es digna de veneración. «Todas y cada una de las
ciudades, aldeas y campos volverán a ser exactamente como fueron, y así una y otra vez» —
predijeron los estoicos—.99 La fe en la repetición cíclica ha sido un símbolo de autenticidad en

96 Hans Cürlis, guión de la película Alceo Dossena, citado en Amau, Three Thousand Years of Deception in Art
and Antiques, pp. 223-5; Guy Rais, «Oíd Masters' spirits took over, says Tom Keating», Daily Telegraph, 2 de
febrero de 1979
97 La Science Fiction Library, North East London Polytechnic, ayudó en gran medida mi repaso. La Encyclo-

pedia ofscience Fiction de Peter Nicholls incluye artículos (los nombres de los autores están entre paréntesis)
sobre: «Adam and Eve», «Alternative worlds», «Origin of man», «Reincarnation» (Brian Stableford); «Atlantis»,
«Pastoral» (David Pringle); «History in SF» (Tom Shippey); «Mythology» (Peter Nicholls); «Time Paradoxes», «Time
travel» (Malcom J. Edwards). Ver también Rose, Alien Encounters, pp. 96-138
98 Citado en Rich, «Ten Thousand children in need of a sponsor».
99 Obispo Nemesio de Emesa, On the Nature of Man, citado en Whitrow, Nature of Time 17
muchas sociedades. Sin embargo, la capacidad de recordar y la posibilidad de acceder a un
pasado histórico —en la mente o en el cosmos— sólo se convirtieron en grandes preocupacio-
nes en los siglos XVIII y XIX.100 Del mismo modo, los poetas románticos y los científicos empíricos se
convencieron de que el pasado persistía en el presente como una realidad que podría ser resu-
citada, aunque ellos no supieran cómo. Haciéndose eco de los estoicos, Thomas Hardy creía
que «una vez que ha ocurrido un acontecimiento, no solamente no puede ser nunca deshecho
sino que entra en un espacioso dominio que contiene todos los tiempos donde sigue sucedien-
do por siempre una y otra vez».101 «Ni una sola cosa en el pasado» —observa un personaje de H.
G. Wells— «ha dejado sus recuerdos sobre nosotros. Algún día tal vez aprendamos a recoger esa
tela de araña olvidada, tal vez aprendamos a entretejer sus hebras otra vez, hasta que se nos
devuelva la totalidad del pasado».102 Fue el deseo el que originó el pensamiento del protagonis-
ta de H. Rider Haggard, cuya imaginación «puso en marcha su rápida lanzadera hacia atrás a
través de las épocas, tejiendo sobre su oscuridad una imagen tan intensa y real que yo casi
nodría pensar por un momento que había triunfado sobre el Pasado, y que los ojos de mi espíritu
habían atravesado el misterio del Tiempo».103
Muchos pensaron que el receptáculo del pasado era la memoria misma. Dado que el pasa-
do daba forma al presente de todos, ninguna impresión transitoria podría ser borrada del cere-
bro; el almacén de la memoria los conservaba a todos de forma permanente. En opinión de De
Quincey, el cerebro era «un palimpsesto natural y poderoso» que amontonaba «eternas capas
de ideas, imágenes y sentimientos. Cada sucesión ha parecido enterrar todo lo que ocurrió con
anterioridad. Y sin embargo, en realidad, ni una sola ha sido suprimida». 104 Para recordar sus
visitas infantiles a los cafés al aire libre de Montpellier, Hazlitt sólo tenía que «abrir con una llave el
cofrecito de la memoria y hacer que los carceleros del cerebro se retirasen. Allí, el lugar de mis
tumbos infantiles vive aún imperecedero, incluso con tonos más frescos». 105
Muchos creían que los residuos de la memoria superaban en duración de las vidas presentes.
Shelley asustó a una madre insistiendo en que su bebé de pocas semanas describiría su existen-
cia anterior ¡seguramente un niño tan joven aún no la había olvidado! 106 Swedenborg y otros
literatos, incluyendo a Coleridge y De Quincey, cuyas visiones estaban inducidas por el opio,
recuperaron pasados con toda profusión de detalles.107 También la fiebre intensifica tales per-
cepciones: en un delirio, George Gissing evocó las calles atestadas, las procesiones, los mármo-
les sepulcrales y los grandes jarrones de la antigua Cretona dos milenios antes, reconstruyendo
«hasta la suma perfección de su intimidad, un mundo que yo sólo conocía a través de fragmen-
tos en ruinas».108
A menudo es el entorno el que se convierte en el almacén de los recuerdos; sin embargo,
uno los recobra solamente mediante la revelación, no mediante el deseo. Proust calificó como
«una tarea vana intentar recobrar» el pasado, que se esconde «más allá del alcance del intelec-
to, en algún objeto material... Depende de la suerte el que nosotros hagamos o no progresos en
cuanto se refiere a ese objeto antes de que nos toque morir.» Un impulso de este tipo fue la
magdalena en Combray, cuyo olor y sabor «lleva con toda claridad, en la minúscula y casi im-
palpable gota de su esencia, la vasta estructura del recuerdo».109
La fe en la recuperación de la memoria impulsó la psicología freudiana. Freud sostenía que
las «impresiones inconscientes no sólo se conservan en la misma forma en la que se recibieron
por primera vez, sino también en todas las formas que han adoptado en sus desarrollos ulterio-
res».
«En teoría cada estado anterior de contenido mnemotécnico se podría asi restaurar de nue-
vo en la memoria».110 Además aunque las ideas de Freud sobre la retención memorística no
fueron siempre consistentes, él a menudo las consideraba dignas de ser reivindicadas. «No sólo
un poco sino todo lo que es esencial desde la niñez se ha remansado en estos recuerdos (de

100 Poulet, Studies in Human Time, pp. 185-200


101 J. H. Miller, «History as repetition in Thomas Hardy's poetry», p. 247.
102 The Dream, p. 236.
103 She(1886),p. 199
104 Suspira de Profundis (1845-54), pp. 246-7
105 «Why distant objects please» (1821), p. 257.
106 Hogg, Life of Percy Bysshe Shelley, 1:239-40. Ver también Jenkyns, Victonans and Ancient Greece, pp. 233-

4
107 Poulet, «Timelessness and Romanticism».
108 Gissing, By the lonian Sea, pp. 82-4
109 Remembrance of things Past, 1:47-8, 51. (En la versión española En Busca del Tiempo Perdido, Madrid,

1966).
110 Psychopathology of Everyday Life (1901), p. 275
pantalla).111 Se trata tan sólo de conocer el modo de extraerla de ellos (de los pacientes) a
través del análisis».112 El psicoanálisis daba crédito a la fe —propia de principios de siglo— en que
los recuerdos eran imperecederos. «Mi idea de la conservación íntegra del pasado» —pensaba
Bergson— «ha encontrado cada vez más su verificación empírica en la masa de experimentos
llevados a cabo por los discípulos de Freud».113 Con Proust, Joyce, y Mann, el almacén de la
memoria inconsciente se convirtió en un reserva temática literaria.
Una confirmación adicional pareció venir de la neurocirugía en los años treinta. Utilizando el
estímulo eléctrico, Wilder Penfíeld pretendió sacar información de la memoria completa y autén-
tica de sus pacientes: «Existe un registro permanente de la corriente de consciencia dentro del
cerebro. Este se conserva con asombroso detalle. Ningún hombre, mediante su esfuerzo volunta-
rio, puede hacer que esa precisión en el detalle vuelva a la memoria. Sin embargo, oculta en las
áreas interpretativas de los lóbulos temporales, hay una llave para el mecanismo que abre el
pasado».114 A pesar de que muy pocas evidencias posteriores apoyan la afirmación de Penfíeld,
el hecho de que su fama perdure explica en gran parte por qué una abrumadora mayoría de
psicólogos cree aún que todos los recuerdos son recuperables en potencia.115
Recuperar los recuerdos acumulados no sólo en los individuos sino en las especies es un sue-
ño compartido por muchos científicos. Dado que la memoria sobrevive a la pérdida de la masa
cerebral a lo largo de la vida, el astrónomo Gustaf Stromberg pensó que podría sobrevivir a la
disolución de las células cerebrales tras la muerte, «para convertirse en una parte cierna del
cosmos».116 Las semejanzas genéticas podrían transferir la memoria desde una mente del pasa-
do a una del presente —como sugería .I.B.S. Haldane117—, una idea adoptada con profusión por
la ciencia ficción. «Las experiencias vitales de nuestros ancestros no demasiado lejanos se reci-
ben como herencia en ciertas células del cerebro, de la misma manera que sus características
se duplican en nuestros cuerpos» —conjetura un escritor—; el hipnotismo podría inducir a un
hombre a revivir episodios ancestrales «como si fueran una parte de su propia experiencia».118 Un
biofísico supone que algunas drogas podrían «permitirnos ver, oír y llegar a ser expertos en cosas
que ocurrieron en el pasado» trayéndonos a la conciencia patrones heredados de los tiempos
primitivos.119 Lejos de estar limitada a la ficción, esta noción anima las «fantasías originales» que
Freud atribuía a experiencias heredadas filogenéticamente que fueron «una vez acontecimien-
tos reales en los tiempos primitivos de la familia humana».120
Una buena parte del pasado que se recupera de forma imaginaria está alentada por la re-
encarnación, una creencia normativa en muchas culturas que es popular aún hoy en la nuestra.
Aunque la reencarnación no tiene por qué conllevar familiaridad con un pasado anterior al
nacimiento, desde Pitágoras y Empédocles en adelante, muchos han exigido «recordar» las
vidas anteriores. El poeta irlandés AE «recordó» sus personas pasadas navegando en galeras
sobre el océano antiguo, viviendo en tiendas de campaña y cámaras palaciegas, tumbándose
en estado de trance en las criptas egipcias; Salvador Dalí «recordaba» vivamente haber sido
San Juan de la Cruz en su monasterio121. Cuando era niña, la arqueóloga Dorothy Eady «reco-

111 El término Screen memory pertenece al psicoanálisis y hace referencia a la memoria que se puede tolerar
y que se usa inconscientemente como pantalla contra recuerdos que podrían resultar penosos si se devol-
viesen a la mente. (N. del T.)
112 «Remembering, repeating and working-throught» (1914), 12:148
113 Bergson, Pensée et le mouvant (1934), p. 1316; ver ídem, Matter and Memory (1896); Lewin, Selected Writ-

ings, p. 405
114 «Some mechanism of conciousness discovered during electrical stimulation of the brain» (1958), citado en

0'Brien, «Proust confirmed by neuro-surgery», pp. 295-7. Ver también Penfield, «Permanent record ofthe stream
of consciousness (1955): «Parece que se puede disponer del registro original... mientras el hombre pueda
mantener su juicio» (p. 69); «no se pierde nada... el registro de la experiencia de cada hombre es completo»
(p. 67).
115 Este punto de vista lo comparte el 84% de los psicólogos y el 69% del público en general (Loftus y Loftus,

«On the permanence of stored information in the human brain» -1980], p. 410)
116 Soul of the Universe, pp. 188-92: «La memoria de un individuo está escrita en una letra indeleble en el

espacio y en el tiempo; se ha convertido en una parte eterna de un cosmos en desarrollo» (p. 191). Kem
(Culture of Time and Space, pp. 41-2) rastrea esta creencia desde el Organic Memory de Henry Maudsley
(1867) y el Life andHabit de Samuel Butler (1877) hasta Bergson y Freud. Esta versión se inmortalizará, por así
decirlo, en el Drdcula de Bram Stoker (1897)
117 Man with two memories, pp. 137-9
118 Long, «Reverse phylogeny», p. 33
119 Du Maurier, House on the Strand, p. 196
120 Freud, Tótem and Taboo (1913), pp. 155-9; Jacobson y Steele, «From present to past», p. 358. Ver también

la teoría del aprendizaje mediante la «resonancia mórfica» de Rupert Sheldrake (New Sciece of fLife [1981]; y
New Scientist, 18 de junio de 1981, p. 766; 28 de abril de 1983, p. 218; 27 de octubre, pp. 279-80)
121 AE, Candle of Vision, pp. 56-65, 143-7; Ben Martin, «Dali greets the world» (1960), citado en Head and

Cranston, Reincarnation, p. 102


noció» como su «casa» una pintura del antiguo templo de Abidos y finalmente volvió a vivir en
Egipto como Om Seti, la niña abandonada en el templo de la XIX dinastía que ella había sido en
otro tiempo; «a veces me levanto por la mañana», decía a un visitante, «y no puedo recordar si
estoy antes o después de Cristo».122 Un licenciado alumno mío, convencido de una vida anterior
como rumano del siglo xvn, hizo de Bucarest su tema de tesis y se casó con una rumana para
estrechar los lazos con su pasado (¡Ay! Su tesis quedó inacabada y su matrimonio fracasó pron-
to).
Adoradores y conversos sacian el hambre de pasado que tiene el público valiéndose de de-
talles íntimos: la «memoria lejana» que tema Joan Grant de la Primera Dinastía Egipcia, del Mo-
narca de Oryx, de Ramsés II; la «recuperación» de sus vidas en la antigua Roma, en la Cumber-
land céltica y en la armada de Napoleón que lleva a cabo el Cátaro de Arthur Guirdhan; el
«redescubrimiento» de L. Ron Hubbard de los lugares de su vida como marinero cartaginés; los
cientólogos de Hubbard no «recuerdan» sino que literalmente «reviven» las existencias anterio-
res.123
Las reencarnaciones que se recuerdan en plena consciencia, por muy intensas que sean pa-
ra sus poseedores, a menudo no resultan convincentes para otros. Sin embargo, los recuerdos
destapados mediante una regresión hipnótica parecen más persuasivos ya que los sujetos no
son conscientes de la condición de pasado de los acontecimientos que vuelven a contar; para
ellos están sucediendo ahora. Las «historias de la vida anterior» obtenidas por la hipnotizadora
HelenWanbach; Bridey Murphy, alter ego de Virginia Tighe; y la cripta de York de Jane Evans
que había dado refugio a un judío del s. XII, parecen ofrecer un conocimiento y un comporta-
miento histórico auténtico desconocido para sus sujetos cuando están conscientes. 124 En cual-
quier caso, lan Wilson ha mostrado que todos estos relatos están llenos de anacronismos que
delatan sus orígenes recientes; orígenes puestos de manifiesto cuando a los sujetos se les «hace
regresar» a los momentos en los que leyeron o escucharon por primera vez algo acerca del pa-
sado remoto que han absorbido de forma inconsciente. Por ejemplo, las descripciones del anti-
guo York de Jane Evans incorporan grandes partes del libro de Jean Plaidy Katharine, the Virgin
Widow (1961) y del The Living Wood (1959) de Louis de Wohl.125 Los recuerdos divulgados están a
la par infestados de sugestiones provenientes de la hipnosis. Lo cierto es que bajo los efectos de
la hipnosis la gente es especialmente proclive a aceptar y a desarrollar de manera imaginativa
recuerdos fragmentarios, no dándose cuenta nunca de que están equivocados e inventados.
«La hipnosis te hace más confiado y más inexacto» —concluyen los psicólogos—; el detalle ve-
rosímil no es ninguna muestra de exactitud, ya que los hipnotizados describen el futuro con ma-
yor convicción que el pasado. Con todo «la creencia popular de que la hipnosis utiliza recuer-
dos grabados en el inconsciente de forma indeleble tardará bastante en desaparecer».126
Otros se imaginan un pasado almacenado no en la memoria sino en el cosmos material, a
pesar de que la noción de «huellas» de la memoria Implica su estrecha afinidad. Los residuos
físicos de todos los acontecimientos pueden dar un acceso al pasado potencialmente ilimitado.
Muchos eruditos del siglo XIX suponían que la totalidad del recuerdo histórico sobrevivía en
algún lugar; aplicando las técnicas adecuadas, nada impediría su recuperación. El matemático
Charles Babbage veía cada acontecimiento del pasado como una perturbación que reorde-
naba la materia atómica y que por ello tenía que haber dejado «un recuerdo imborrable, Inex-
tinguible y posiblemente legible incluso para una inteligencia creada»,127 de la misma forma que
los anillos del tronco de los árboles revelan el pasado climático: «Ningún movimiento provocado
por causas naturales o por la mano del hombre se elimina nunca... El mismo aire es una enorme
biblioteca, en cuyas páginas está escrito para siempre todo lo que el hombre ha dicho o incluso
ha susurrado alguna vez... y los materiales más sólidos del globo portan del mismo modo testi-

122 Cristopher S. Wren, «The double life of Om Seti», IHT, 26 de abril de 1979, p. 14; Lawrence Lancina, Watch
on the Nile, carta, IHT, 5-6 de mayo de 1979, p. 4
123 Grant y Denys Kelsey, Many Lifetimes (1974); Guirdhan, The Lake and the Castle (1976); idem, Cathars and

Reincarnation (1976); Peter Moss con John Keeton, Encounters with the past (1981); Hubbard, Have You Live
Before This Life?; ídem, Mission into Time, p. 33; idem, Dianetics, pp. 235-7
124 Wambach, Reliving Past Lives (1979); Morey Bemstein, The Searchfor Bridey Murphy (1956); Jeffry Iverson,

More Lives than One? (1977).


125 Ian Wilson, Reincarnation? pp. 233-43
126 Vines y Barnes, «Hypnosis on trial», p. 16. Ver 0'Connell, Shor, y Orne, «Hypnotic age regression»; Dywan y

Bowers, «Use of Hypnosis to enhance recall»; Orne, et al., «Hypnotically induced testimony», pp. 179-82, 192-4.
Los retornos a la vida del pasado bajo hipnosis que da la televisión convencen de la reencamación a uno
de cada cinco telespectadores británicos (Brian Inglis, «The controversial and the problematical», The Times,
20 de diciembre de 1980, p. 12).
127 Marsh, «Study of nature» (1860), p. 41, e idem. Man and Nature (1864), pp. 464-5n, paráfrasis y desarrollo

de la idea de Babbage en tomo el impacto del hombre sobre el medio ambiente en su totalidad
monios perdurables de los actos que hemos llevado a cabo». Hasta los pensamientos que no se
han dicho sobreviven en el éter cósmico, en el que «están grabados para siempre solemnes
votos incumplidos y promesas insatisfechas»;128 ¡una conservación al servicio del Juicio final! Los
científicos se han hecho eco de esta perspectiva durante mucho tiempo. «Una sombra nunca
se posa sobre Una pared sin dejar una huella permanente» —pensaba John William Draper—.
«Sobre las paredes de nuestro apartamento más privado... están los vestigios de todos nuestros
actos, las siluetas de cualquier cosa que hayamos hecho».129
La noción de un pasado que se sitúa de forma permanente en los confines remotos del cos-
mos gana seguidores que están aturdidos no sólo por la teoría de la relatividad sino también por
la ciencia-ficción. Dado que, en la actualidad, los antiguos acontecimientos terrestres sólo «se
pueden ver» en galaxias a años-luz de nosotros y que con el tiempo se harán manifiestos aún
más lejos, la historia de la tierra en teoría podría revisarse repetidas veces. Un escritor sugiere que
«cada detalle de la vida —y de todos los demás acontecimientos— quedará registrado en la
matriz espacio-temporal y podrá sometérsele a cualquier clase de revisión». 130 Los espiritualistas y
los charlatanes son los que popularizan tales conjeturas. «Hasta el sonido más débil produce un
eco eterno» —aseguraba Madame Blavatsky a sus seguidores—; «una perturbación se crea en
las ondas invisibles del océano sin orillas que es el espacio y la vibración nunca se pierde del
todo. Su energía... vivirá para siempre».131 En la casa de Derbyshire de la que la reina María Es-
tuardo intentó escapar en vano, la heroína de Alison Uttley supone que «el vibrante éter había
tomado los pensamientos de aquella arriesgada y ruinosa aventura, de tal forma que las pare-
des... se veían avivadas por ellos; el lugar mismo estaba vivo con el recuerdo de las cosas que
una vez se vieron y se oyeron... Las palabras dichas... se habían situado en alguna cavidad del
éter y... se habían extendido por mi mente y se habían convertido en el más excepcional de los
recuerdos».132
La recuperación de sonidos pasados es un tema imaginativo y recurrente. En los baldíos vac-
íos del helado mar, el Pantagruel de Rabelais se sorprende al oír cañones bombardeando, silbar
de balas, estruendo de armaduras, ruido sordo de hachas de guerra, caballos piafando, guerre-
ros gritando y quejándose: sonidos de batalla que se habían congelado en el aire el invierno
anterior y que ahora se estaban desplomando y derritiendo hasta hacerse audibles. 133 Un cuen-
to de Munchausen describe un invierno tan frío que a un postillón se le congeló la melodía de-
ntro del cuerno que tocaba, saliendo sólo más tarde en forma de notas audibles. 134 La identifi-
cación mística con culturas pasadas les permite a los juglares itinerantes de Hermann Hesse «in-
terpretar la música de épocas anteriores con una perfecta pureza antigua».135 Los viejos sonidos
se quedaban en las superficies y en el aire hasta que eran recogidos por el «barresonidos» de J.
G. Ballard; las paredes y el mobiliario vibraban durante días con el resonar de sus residuos. Para
volver a traer desde las épocas pasadas «los gritos de apareamiento de los mamuts, las recita-
ciones de Hornero, las primeras ejecuciones de las obras maestras de la música», un fabulista
hace aparecer un rayo de luz con el que alcanzar y reflejar de nuevo el sonido que dejaron los
miles de años anteriores de la tierra. Otro se imagina grabar la historia sonora de la Edad de
Piedra al revés mediante una lenta evaporación de las estalactitas en las cuevas de caliza que
en otros tiempos estuvieron habitadas.136 Para recuperar valiosas escenas pasadas, un escritor
concibe un «vidrio retardante» de casi infinitos exponentes refractarios a través de los cuales la
luz puede tomarse años en pasar; los ventanales «captan escenas de excepcional belleza que
pueden usarse... en lugar de escenas más feas o monótonas del aquí y ahora».137
La ciencia-ficción despliega su ciencia no sólo para recuperar vistas y sonidos sino para
hacer volver a la gente físicamente a los tiempos anteriores. «Pensamos que el pasado se ha
ido» —dice un físico en una novela— «porque el presente es todo lo que podemos ver... no po-

128 Babbage, Ninth Bridgewater Treatise (1837), pp. 113-16


129 History of the Conflict between Science and Religión (1873), p. 111
130 Michael Kirsch, citado en Peter Laurie, «About mortality in amber», New Scientist, 3 de abril de 1975, p. 37.
131 Isis Unveiled (1877), p. 114
132 Traveller in Time, p. 106. María de hecho estuvo retenida cerca de la casa solariega de Wingfield. «Que los

objetos retienen algo de los ojos que los han mirado, que los viejos edificios y cuadros se nos aparecen...
bajo un velo perceptible tejido para ellos a los largo de los siglos por el amor y la contemplación de miles de
admiradores» es algo que Proust rechaza como fantasía científica que, sin embargo, ha sido adoptada
como verdad psicológica (Remembrance of Things Past, 3:920. En la versión española. En Busca del Tiempo
Perdido, Madrid, 1989).
133 Five books of Gargantua and Pantagruel, Bk IV, Ch. 56, pp. 649-51
134 Travels and Adventures of Baron Munchausen, pp. 36-7
135 Glasss Bead Game, p. 28. (En la versión española. El Juego de los Abalorios, Madrid, 1978).
136 Atiadne, New Scientist, 25 de marzo de 1975, p. 816; 26 de enero de 1978, p. 264
137 Bob Shaw, Other Eyes, Other Days, p. 48
demos ver el plisado, allá atrás, en las vueltas y revueltas que quedan detrás de nosotros. Sin
embargo, está ahí.» De acuerdo con la teoría del campo unificado, «a un hombre debería per-
mitírsele de alguna manera salir... y caminar (para atrás, hacia uno de los recodos que quedan
detrás de nosotros... Si Albert Einstein tiene razón... el verano de 1894 todavía existe. Aquel apar-
tamento silencioso y vacío existe hacia atrás en aquel verano, exactamente de la misma mane-
ra a como existe en el verano que viene.» Un viajero del tiempo podría hacer su camino «salien-
do de aquel apartamento que no ha cambiado y encaminándose hacia aquel otro verano».138
Introducirse en el pasado es una hazaña que, con imaginación, se consigue de múltiples
modos: drogas, sueños, golpes en la cabeza, pactos con el diablo, estallidos de relámpagos,
estampidos de truenos y, desde H. G. Wells, máquinas del tiempo. Las reliquias que evocan la
antigüedad —hachas votivas, restos de cruces, un abanico que queda como reliquia de
familia—, de la misma forma que originan nuestros recuerdos, promueven muchas transiciones
novelescas hacia el pasado. Una espada fosilizada despierta recuerdos ancestrales a un héroe
de Francis Ashton que «reconoce» que hace mucho tiempo fue de su propiedad; la empuñadu-
ra de una espada céltica encontrada en la costa de Maine les permite a los niños del siglo XX
de Betty Levin viajar hacia atrás a la Edad del Hierro irlandesa y a las Oreadas, cristianizadas
bastante pronto, para participar en la vida antigua tradicional; un escudo pintado pone a Pene-
lope Lively, de catorce años, en misterioso contacto con la tribu de Nueva Guinea que se lo
había dado a su bisabuelo, que era etnólogo.139 En una casa vieja destrozada por el tiempo y el
uso, un joven visitante concluye que el pasado es real porque las cosas que han sucedido per-
manecen escondidas en el edificio; tal vez los lugares, al igual que los relojes, puedan pararse
«para que un momento, por así decirlo, siga existiendo por siempre», y le quede a uno la posibili-
dad de examinar el tiempo que les ha pertenecido a otros.140
Volver a vivir el pasado se ve por lo general como algo que requiere una inmersión incondi-
cional. La asociación empática, el conocimiento detallado, la profunda familiaridad con la
época escogida son requisitos que ha de tener el viajero del tiempo, que debe evitar establecer
antagonismos —o dejar perpleja— a la gente que conoce en el pasado. Se dice que el historia-
dor de la obra de John Dickson Carr es el único hombre de los años veinte que conoce lo bas-
tante bien los detalles minuciosos de la vida en el siglo XVII como para salir airoso de un regreso
al mismo.141 Los aprendices de viajeros del tiempo de Jack Finney viven durante meses en pasa-
dos simulados que reproducen los paisajes, los sonidos y los olores de sus destinos, vistiéndose
con las ropas, comiendo la comida y hablando el dialecto de la época para estar seguros de
que se sentirán del todo como en casa.142
Tales dificultades rara vez desalientan a aquéllos que están hechizados por la promesa del
pasado y cuyas ganas por el retomo de cuerpo entero no se sacian con el recuerdo, la historia
o las reliquias. Los recuerdos son parciales y fugaces, las evocaciones históricas son a menudo
poco imaginativas y muchos restos físicos están deteriorados o son difíciles de alcanzar o inter-
pretar; los enclaves históricos, ya sean verdaderos lugares atrasados o artificiales reconstruccio-
nes, parecen insípidos o inauténticos. Por eso, los adictos vuelven sus rostros hacia los imaginati-
vos viajes que abrirán las verjas del pasado, les dejarán ver o vagar por allí a su antojo, y disfrutar
la vigorosa experiencia de los tiempos pasados.

QUÉ SE BUSCA CON EL PASADO QUE SE VUELVE A VISITAR

Si el tiempo se quebrase... no habría ningún problema para que todos vieran ocurrir
las cosas tal y como quieren que ocurran,... dejadlos libres para que vivan sus vidas
hasta sus más profundos deseos.
Peter Hunt, The Maps of Time143.

Los aspirantes a viajeros del tiempo anhelan vivir la experiencia de una antigüedad exótica,
vivir en tiempos superiores a los actuales, saber lo que de verdad sucedió en la historia, cambiar
el presente o el pasado. A las mujeres a las que Cottle entrevistó, tan sólo les habría gustado

138 Finney, Time and Again, pp. 52, 63


139 Ashton, Breaking of the Seals, p. 26; Levin, Sword of Culann; ídem, A Griffon's Nest; Lively, House in Norham
Gardens
140 Lively, Stitch in Time, p. 104
141 Devil in Velvet, p. 9
142 Time and Again, pp. 48, 65
143 1983, pp.91, 123
revivir tiempos felices; a los hombres, eliminar errores pasados o alterar el curso de sus vidas.144
Estas búsquedas hacen resaltar las esperanzas y los sueños, los riesgos y las pesadillas que a me-
nudo evoca el pasado aunque, por lo general, encubiertas o enmudecidas porque se le ve
como inaccesible. Una mirada más atenta hacia lo que buscan los viajeros del tiempo nos ofre-
ce una percepción nueva en torno a las reacciones, a veces extremas, frente a la tradición y la
innovación que se analizan en los capítulos siguientes.
Los sentimientos intensos caracterizan tanto las metas perseguidas en el pasado como los sa-
crificios que los viajeros del tiempo parecen dispuestos a hacer. A algunos el instinto que les em-
puja a volver al pasado les resulta irresistible; como Fausto o el Enoch Soames de Beerbohm,
entrarían en tratos con el diablo por el privilegio de volver atrás. «El ferviente deseo de ver, de
oír, de moverse entre» la gente del siglo XIV por la que el héroe de de Marier llegó a sentirse
atraído era tan intensa que éste pondrá en peligro su salud e incluso su vida por culpa sus excur-
siones hacia el tiempo pasado.145 «El hecho de saber que solamente girando un poco el dial se
puede ver y rontemplar cualquier cosa, cualquier persona, cualquier lugar que haya existido
alguna vez» hace que el observador del pasado «se sienta como un «líos»; para volver al siglo
XVII como su rico y bien nacido tocayo en la corte de Carlos II, el héroe de Carr parece dispues-
to a vender su alma.146
No todas las visitas de este tipo son tan intensas. Los niveles de contacto imaginario con el
ayer son múltiples; se puede vislumbrar la historia desde la seguridad del presente, acceder junto
a los habitantes del pasado gracias a la propia invisibilidad, tener un contacto mutuo o llegar a
una interferencia activa con las vidas y acontecimientos pasados. El protagonista de du Maurier
ve, oye y huele al tiempo que pasea por el Cornualles del siglo XIV, pero no puede ser visto ni
interferir en modo alguno; «ocurriera lo que ocurriese no podría hacer nada para prevenir na-
da».147 Un empresario planea viajes a «la vida diaria en la Antigua Roma, a Miguel Ángel escul-
piendo la «Pietá», o a Napoleón dirigiendo el ataque a Marengo»; viajeros audaces pueden
visitar a Helena de Troya en su baño o asistir al «encuentro cumbre de Cleopatra con César».148
Los turistas del tiempo esperan descubrir poesía ática o se imaginan un picnic paleozoico. Los
viajeros en el Devónico de la novela de Brian Aldiss, se encuentran con que las vacaciones pa-
gadas al pasado están ya saturadas de gente: «Nos vamos al Jurásico. ¿Habéis estado allí?»
«Claro, pero he oído que se está empezando a parecer cada año más a un parque de atrac-
ciones».149 Otros buscan trofeos del pasado: los cazadores de safari de Sprague de Camp suspi-
ran por traer a casa cabezas de tiranosaurio como prueba de su visita al Cretácico.150 Otros,
incluso conciben la idea de llegar a ser personajes famosos en el mito y la historia. Los grados de
intervención varían con la intensidad de estos deseos y con los motivos de los viajeros para vol-
ver al pasado.
Cinco razones para volver o mirar atrás dominan la literatura de viajes en el tiempo: explicar
el pasado, buscar la edad de oro, gozar de lo exótico, cosechar las recompensas del despla-
zamiento temporal y la presciencia, y rehacer la vida cambiando el pasado.

Explicar el pasado
Saber cómo y por qué sucedieron las cosas es un motivo convincente para ser testigo de los
acontecimientos pasados. «La mayoría de los historiadores darían muchísimo» —escribe uno—
«por haber tenido la suerte de estar de verdad presentes en alguno de los acontecimientos que
ellos han descrito».151 Verificar los informes de la Batalla de Hastings, oír griego tal y cómo lo
hablaban en realidad Hornero y Platón fue a lo que más recurrieron los protagonistas de H. G.
Wells.152 ¡Imagínese cuántos problemas se ahorrarían los eruditos «si de veras se pudiera ver
aquello que tuvo lugar en el pasado, sin tener que deducirlo» de documentos y huellas fragmen-
tarias!153 Sin embargo, lo que buscan con más denuedo los historiadores de novela son hechos
nuevos para resolver viejos dilemas. Uno se imagina «que todas las casas preciosas de la historia
están esperando para ser abiertas, exploradas y catalogadas»; uno quiere «estar de pie sobre la
muralla de la ciudad de Ur y observar el desbordamiento del Eufrates... para saber cómo se

144 Cottle, Perceiving Time, p. 55


145 House on the Strans, p. 241
146 Sherred, «E for Effort», p. 123; Carr, Devil in Velvet, pp. 13-14
147 House on the Strand, p. 40
148 Laumel', Great Time Machine Hoax, p. 35
149 Aldiss, An Age. p. 18.
150 «Gun for Dinosaur».
151 Tillinghast, Specious Past, p. 171
152 Time Machine, p. 11
153 A. C. Clarke, «Time's Arrow», p. 139
encaja esa historia en el Génesis».154 Contemplar la historia revelando todos sus grandes secretos
«hasta llegar a la aurora del tiempo» estimula a los aventureros de Arthur Clarke.155 Otra curiosi-
dad es más explícita:
¡Piensa en los misterios y las preguntas históricas que tú podrías terminar de aclarar! Podrías
hablarle a John Wiikes Booth y descubrir si el Ministro de la Guerra Stanton estuvo de verdad
detrás del asesinato de Lincoln. Podrías descubrir la identidad de Jack el Destripador... Entrevistar
a Lucrecia Borgia y a los que la conocían y determinar si fue la puta venenosa que la gente
creía que era. Conocer la identidad de los asesinos de las dos pequeñas princesas en la Torre.156
Establecer la fecha exacta del cumpleaños de Marco Antonio, fotografiar las pinturas de Co-
rregió en su estudio y grabar «la sonora voz de Sófocles leyendo en voz alta sus propios dramas»
son las ambiciones de un viajero del tiempo.157 El historiador de la música de Fred Hoyle aprove-
cha una oportunidad de ver la Grecia clásica directamente «para acabar con cualquier con-
troversia y discusión en torno a la música antigua».158 Al igual que el inventor del «cronoscopio»
de Isaac Asimov, que anhela refutar la calumnia de que los cartagineses inmolaran niños como
víctimas en los sacrificios,159 los historiadores deseosos de dar la vuelta a la sabiduría convencio-
nal puede que ansíen de una forma especial ver el pasado real.
Volver a visitar el pasado serviría para algo más que confirmar o refutar hechos históricos:
daría a la historia una nueva dimensión. Si los historiadores «pudieran remontarse en el tiempo y
ver lo que ocurrió y hablar a la gente que vivía entonces» —conjetura un personaje de Simak—
«lo entenderían mejor y podrían escribir una historia mejor».160 Un observador que supiera cómo
se producen los acontecimientos podría «escribir historia como ninguno antes lo hubiera hecho,
porque estaría escribiendo (como testigo, y sin embargo, con la perspectiva de un período dife-
rente». El historiador de ficción deWard Moore podía «escribir del pasado con la Imparcialidad
del presente y la exactitud de un testigo visual que supiese específicamente qué es lo que hay
que buscar».161 En resumen, combinaba la inmediatez con la percepción retrospectiva, una
consecución a la que los historiadores han aspirado durante mucho tiempo.
Los orígenes obsesionan a los viajeros del tiempo tanto como a muchos historiadores reales.
La obra On the Origin of Species (Sobre el origen de las especies) de Darwin dio lugar a visitas
ficticias al amanecer de la humanidad. Otros buscaron los orígenes del fuego, de la agricultura,
de los lenguajes indoeuropeos, de las conquistas de Alejandro, de los viajes de Colón. Un visitan-
te a un mundo inmortal busca a sus habitantes más viejos, porque «si los primeros entre ellos
están aún vivos, es que entonces ¡podrían saber cuál es su origen! ¡Sabrían cómo comenzó!»162
Esta obsesión refleja el culto generalizado a los orígenes que se trata en el Capítulo 2.
La curiosidad que se suscita en torno a las raíces excita los sueños de regreso a algún episo-
dio o aspecto crucial de los antecedentes de cada uno. Los genealogistas de Simak ayudan a
los clientes a hablar con antepasados antiguos o a fotografiarlos; la Cienciología incita a los que
se convierten a ella a recordar su experiencia fetal, incluso su concepción.163 El incesto puede
ser una «fuerza que se halla oculta en la predisposición a mirar atrás»: el viajero del tiempo de
Moore confiesa «una inclinación a cortejar a mi abuela y a terminar siendo mi propio abuelo».164
Tal y como mostrará el Capítulo 3, un pasado temido aunque seductor suscita a menudo tales
analogías.
Más que la pasión por saber nuevas cosas acerca del pasado, tales comentarios reflejan la
ingenuidad de la ciencia-ficción sobre la manera en que se conoce el pasado. La mayoría de
los aspirantes a viajeros del tiempo parece asumir que la comprensión deriva solamente de la
observación hecha en el tiempo en el que las cosas ocurren, y que nosotros carecemos de in-
tuición real sobre los acontecimientos pasados. Pasan por alto el valor de la retrospección, mi-
nimizan la importancia de la percepción a posterior!, y viajan hacia atrás para ver el pasado tal
y como si fuera el presente, porque para ellos, las cosas sólo se pueden explicar desde el presen-
te.

154 Tucker, Yearofthe Quiet Sun, p. 107


155 «Time's Arrow», p. 143
156 Farmer, To Your Scattered Bodies Go, p. 44
157 Tucker, Lincoln Hunters, p. 112
158 October the First Is Too Late, p. 96
159 «Dead past», p. 25
160 Catface, p. 54
161 Bring the Jubilee, pp. 159-60, 169
162 Lafferty, «Nine hundred grandmothers», p. 10
163 Simak, Catface, p. 163; Hubbard, Dianetics, pp. 266-8
164 Aldiss, An Age, p. 33; Moore, Bring the Jubilee, p. 164
En busca de la edad de oro
Reflejando los gustos de sus lectores, la mayor parte de la ciencia-ficción muestra un mundo
que era un lugar mejor. Algunos admiran todas las épocas; «a través de las perspectivas de los
años, todas las épocas parecen atractivas menos la nuestra; otros encuentran cualquier fecha
anterior «mucho más aceptable que sus propios tiempos, organizados de forma tan estricta».165
Otros se imaginan un mundo lujoso, verde e impoluto rebosante de plantas y animales, ocupado
—aunque sólo levemente— por la humanidad, «el tiempo anterior a la llegada del hombre
blanco, cuando sólo había indios» —dice un personaje de Simak— o «antes de que hubiera
ningún hombre en absoluto».166 Al líder de la expedición de Philip José Farmer, el mundo pre-
histórico del 15.000 a. C. le parecía paradisíaco; «un número extraordinariamente pequeño de
hombres y una gran abundancia de vida salvaje;... así es como tendría que ser el mundo». 167 La
prehistoria virgen les ofrece a los pioneros un mundo nuevo completo: «Dadnos el Mioceno; que-
remos una nueva oportunidad» —gritan los habitantes del ghetto de Simak—.168
Algunos optan por un pasado más reciente, la era familiar y aún intacta de su temprana in-
fancia o juventud. «Los tranquilos años cincuenta (son) el tiempo más temprano al que me atre-
vería a ir sin sacrificar las comodidades culturales que deseo. Y es que son de verdad un mo-
mento mágico», aún idealistas pero ya cargados del futuro en desarrollo. 169 La comunidad utó-
pica de los años cuarenta de Mary McCarthy elige un lugar «detenido en el momento mágico
de la fecha promedio del nacimiento (de sus componentes)... cuarenta años antes, y... en una
fase de la mecanización a la cual los colonos querrían regresar»; viejas escobas en lugar de
aspiradoras, fresqueras en lugar de frigoríficos. Los edificios y los muebles de 1910 «les transporta-
ban al pasado, a la edad de su inocencia, al amanecer de la memoria»170.
Otros, en especial los ruralistas nostálgicos prefieren el pasado de los abuelos o los bisabuelos.
Trazando líneas sobre viejos mapas del Estado Mayor en torno a las zonas de Gran Bretaña que
ahora son industriales o sórdidas —Dagenham, norte de Cardiff, gran parte de Manchester—, el
joven protagonista de Hunt las vuelve a convertir en campo, borrando la «inmundicia y miseria»,
para volver a dejar las cosas tal y como eran en 1860: «Puras. Limpias».171 La última parte del siglo
XIX fue todo menos perfecta —piensa un héroe de Finney; sin embargo «el aire estaba aún lim-
pio. Los ríos corrían frescos, tal y como lo habían hecho desde el principio de los tiempos.
Además, la primera de las terribles guerras corruptoras quedaba aún muchas décadas por de-
lante».172 En Berkeley Square, las calles tranquilas, el aire limpio de polución, y las sillas de manos
de 1784 hacen que los taxis y el bullicio tan eficiente de 1928 parezca ruidoso y feo.173
Ya sea reciente o remoto, el anhelado pasado ofrece unos rasgos bastante similares: natural,
simple, cómodo aunque también intenso y excitante. «La existencia moderna, vieja y gris,» tiene
poco que ofrecerle al héroe de Robin Carson, en comparación con «la nueva opulencia llena
de color» de la Venecia del Renacimiento. 174 Un visitante que «se convierte» en Ciro en la anti-
gua Persia piensa que la guerra antigua es más divertida que las trincheras modernas. 175 El mun-
do del siglo XIV era cruel, duro y muy a menudo sangriento, y así era la gente que vivía en él» —
enseña el protagonista de du Maurier— «pero, ¡Dios mío! para mí tenía una fascinación de la
que carece mi propio mundo de hoy».176 Lo queWilliam Morris esperaba experimentar si aterriza-
ba en el siglo XIV, era la «pura abundancia» y la «lentitud de la vida» de la vieja Inglaterra junto

165 Bester, «Hobson's choice», pp. 147-8; Tucker, Lincoln Hunters, p. 43


166 Catface, p. 54
167 Tíme's Last Gift, pp. 79, 137. Muchos aficionados a la historia viva muestran una nostalgia parecida. Los

aproximadamente mil Hombres Americanos de las Montañas, que «reviven» periódicamente (y con dificul-
tad) las condiciones de la frontera entre el 1800 y el 1840, recluían solamente a «hombres que quieran dar
marcha atrás en el tiempo,... para vivir la vida como se supone que la vivía el hombre, un Individuo Libre, un
verdadero Hijo de las Tierras Vírgenes» (Material de los miembros de HAM (AMM), citado en Jay Anderson,
Time Machines: The World of Living History, pp. 160, 208.)
168 Catface, p. 241
169 Gerroid, Man Who Folded Himself, p. 122
170 Oasis, pp. 42-3
171 Maps of Time, pp. 58, 123. Kingsley Amis descubrió que la nostalgia rural era «muy poco frecuente» en la

ciencia-ficción británica (New Maps ofHell [1961], p. 74), pero parece que hoy es tan frecuente como al otro
lado del Atlántico
172 Time and Again, p. 398
173 Balderstone, Berkeley Square, pp. 37-8. Sin embargo, en Sense of the Past de Henry James —de la que esa

obra es adaptación— el presente (1910) es superior en lo que se refiere al medio ambiente


174 Pawn of Time, p. 437
175 Paul Anderson, Guardians of Time, p. 68
176 House in the Strand, p. 267
con «su fría aceptación de la rudeza y de la violencia». 177 Los primeros romanos rara vez vivían
mucho tiempo, admite un visitante que ha regresado, «pero mientras vivían, vivían».178 Al viajero
del tiempo de Finney, los rostros de hoy le parecen «mucho más parecidos entre sí y mucho me-
nos vivos»; «también había excitación en las calles de Nueva York en 1882». La gente de aquel
entonces «llevaba consigo la idea de hacer algo... ¡por Dios, no estaban aburridos ¡...Aquellos
hombres guiaban su vida con la certeza incuestionable de que había una razón por la que vi-
vir... Los rostros no tienen esa apariencia en la actualidad».179
La edad de oro que vuelven a visitar los viajeros del tiempo naturalmente guarda poca rela-
ción con ningún tiempo que haya existido nunca; al igual que otros nostálgicos, ellos crean a
partir de su infancia un pasado despojado de responsabilidades y un paisaje imaginario, investi-
do de todo lo que piensan que falta en el mundo moderno.

Autoengrandecimiento
Aquellos que visitan el pasado a menudo se imaginan que la avanzada tecnología unida a
la presciencia les ofrece una ventaja inestimable; el moderno «saber-cómo-hacer-las-cosas» les
hará poderosos, famosos o ricos. En la Inglaterra medieval, el Hank de Twain espera «dominar el
país entero en tres meses; porque creo que tendría en mis manos la ventaja de ser el hombre
más culto del reino por una cuestión de mil trescientos años». Estar en el siglo VI realza inmensa-
mente sus previsiones:
No lo habría cambiado por el XX. Mira las oportunidades que hay aquí para un hombre culto,
cerebral, valiente y emprendedor para comenzar con energía y crecer con el país. El territorio
más grande que haya habido jamás y todo mío, sin un competidor. No existe ningún hombre
que no fuese un bebé para mí en cuanto a logros y capacidades; mientras que ¿hasta dónde
podría ascender en el siglo XX? Tendría que ser capataz de una fábrica, y eso es todo.180
Otro soñador supone que «todos los tesoros del pasado recaerían en un hombre que tuviera
una ametralladora. Cleopatra y Helena de Troya podrían compartir su lecho si éste les sobornara
con un cofre de cosméticos modernos».181
La presciencia es también fascinante porque nos ofrece un pasado que está completo, in-
cluso que ha sido completado por nosotros mismos. Al revés que ocurre en el inseguro presente,
ese pasado está ordenado de una manera segura, sus placeres están probados y examinados,
sus peligros ya han sido tratados. Volver a visitar el pasado es estar en una obra cuyo argumento
sólo conocemos nosotros. «Viendo cómo los viejos se quedan boquiabiertos, mientras que la
gente que está cuarenta años por delante juega con ellos y se les da el tratamiento de sabelo-
todo» —comenta Russell Baker— «eres como una persona jugando al póquer con una baraja
marcada».182 Como visitantes invitados a «pasar el mejor rato de su vida» con los habitantes
simulados de la Plantación Plimoth de 1627, el viajero del tiempo se hace superior a expensas de
los habitantes reales del pasado.
En su manera de aprovecharse de ser moderno, los viajeros del tiempo se parecen a los histo-
riadores, para quienes la percepción retrospectiva es tan ineludible como penetrante. Sin em-
bargo, mientras el historiador evita juicios anacrónicos, el viajero del tiempo no sólo juzga el pa-
sado sino que usa la presciencia para manipular sus resultados.

Cambiar el pasado
El pasado, como sabemos, es en parte un producto del presente; nosotros continuamente
damos nueva forma a la memoria, reescribimos la historia, rehacemos las reliquias. El carácter y
las razones para tales cambios se estudian en los Capítulos 5 y 6. Revisar lo que de verdad ocu-
rrió, como si fuera algo diferente de nuestras ideas y sus huellas, es imposible y, sin embargo, se
desea ardientemente. Son tres los motivos principales que mueven a los aspirantes a viajeros del
tiempo a falsificar la historia: mejorar el pasado mismo o la parte de éste que les corresponde a
los que viven en el; mejorar las circunstancias presentes cambiando lo que nos ha llevado hasta
ellas; y asegurar la estabilidad del presente alterando (o protegiendo) el pasado para evitar las
interferencias que otros puedan llevar a cabo.

177 «Hopes of civilisation» (1885), p. 62


178 Merwin, Three Faces of Time, p. 33
179 Time and Again, pp. 218-19
180 Connecticut Yankee in King Athur's Court, pp. 25, 63-4
181 Niven, «Theory and practice of time travel», p. 123
182 «Time-warped power», IHT, 30 de octubre de 1981, p. 16
Por lo general, la fe en el progreso está implícita en los deseos de mejorar el pasado. La igno-
rancia y la superstición, el analfabetismo y la irreflexión propios de la Inglaterra artúrica le asom-
bran al arquetípico re-formador de Twain, que se propuso hacer la vida más segura, más feliz y
más larga, a través de la tecnología científica. La misión civilizadora de Hank prevé «la destruc-
ción del trono; la abolición de la nobleza, previa vinculación de cada uno de sus miembros a
algún oficio útil; la institución del sufragio universal, y el paso del gobierno entero a manos de los
hombres y mujeres de la nación». En tres años, Inglaterra sería democrática y próspera: «Escuelas
por todas partes y algunas universidades; un buen número de periódicos bastante buenos... La
esclavitud estaba muerta y acabada; todos los hombres eran iguales ante la ley... El telégrafo, el
teléfono, el fonógrafo, la máquina de escribir, la máquina de coser, y todos los miles de em-
pleados del vapor y la electricidad, voluntariosos y prácticos, trabajarían a su manera en favor
de todo esto».183
Otros buscan mejoras análogas. Los aventureros de Rider Haggard que fueron a la prehistoria
inventaron el fuego y salvaron a su tribu del hambre. 184 Para prevenir la caída del Imperio Ro-
mano, el presciente enviado de William Golding le ofrece al César un barco de vapor, la pólvo-
ra y la imprenta, pero todo funciona mal y presagia el desastre; el único instrumento moderno
que el emperador gourmet aprueba es una olla a presión.185 Un reformador de Sprague de
Camp importa los números arábigos, los periódicos, la telegrafía, la destilación de alcohol, la
contabilidad por partida doble y las colleras de armazón para los caballos en la Italia del siglo
VI, en un esfuerzo por salvar a Europa de la regresión medieval; otro introducirá antisépticos y
electricidad en la Florencia de los Medicis.186
Otros, mejoran el pasado interviniendo en acontecimientos cruciales. Para evitar los «errores»
que destruyeron Roma y corrompieron a los bárbaros, un viajero del tiempo unirá a los sajones y
a los romanos del siglo v bajo una forma de Cristiandad «que educará y civilizará a los hombres
sin poner trabas a sus mentes».187 Para prevenir la emboscada de las fuerzas de Carlomagno en
Roncesvalles en el 778, los personajes de R.A. Lafferty se anticipan a la ruptura de relaciones con
el Islam español y así ahorran a la Europa Cristiana siglos de aislamiento cultural.188 Horrorizado
por el destino inminente de la reina María Estuardo, la heroína de Uttley espera «atrasar el reloj
del tiempo y salvarla».189 El hecho de mejorar el pasado tan sólo a veces es altruista: perfeccio-
nando las condiciones históricas, los viajeros del tiempo también mejoran las suyas propias. Uno
hace avanzar la cultura de la Edad de Piedra enseñando a la gente «a pescar, y por eso pude
comer pescado; a criar vacas, y de esa forma pude comer filetes; más tarde, a pintar cuadros
que pude admirar y a hacer música para que yo la escuchara»; un norteamericano que sentía
náuseas por las matanzas de las luchas de gladiadores en la antigua Roma planea reemplazar-
las por el rugby que es menos sanguinario.190
El motivo más convincente para cambiar el pasado es cambiar el presente, evitar la catás-
trofe global, asegurar la hegemonía nacional, conseguir fama y fortuna personal. Las ansias por
subsanar un error, por reparar una pérdida o impedir una tragedia, mueven a la acción a mu-
chos viajeros del tiempo. Uno rescatará retroactivamente a su novia de un bombardeo, otro se
afanará por salvar a su esposa del siglo XVII de ser envenenada, y un tercero eliminará a un rival
enviándole al pasado como prisionero de unos bucaneros del siglo XVII.191 Otros vuelven al pa-
sado para evitar que sus enemigos presentes nazcan o para hacerse millonarios invirtiendo dine-
ro de modo retroactivo para su futuro.192 A otros, son sus intereses más amplios por el futuro los
que les animan a cambiar el pasado. El inventor de un aparato para ver el tiempo pretende
alertar al público de los males de la agresión nacionalista, y con ello evitar la guerra nuclear,
filmando los engaños practicados por dirigentes perversos a través de la historia.193 Para acabar
con el comunismo soviético y su nacimiento, se envía a un soldado estadounidense durante la
Guerra Fría a que asesine a Lenin en 1917.194

183 Connecticut Yankee, pp. 79, 277, 359, 361


184 Alian and the Ice-Gods
185 «Envoy Extraordinary».
186 Sprague de Camp, Lest Darkness Fall; Wellman, Twice in Time. Ver Shippey, «History in SF», p. 283
187 Anderson, Guardians of Time, p. 46.
188 «Thus we frustrate Charlemagne», pp. 172-3
189 Traveller in time, p.108
190 Laumer, Great Time Machine Hoax, p. 198; Three Faces of Time, p. 140
191 Anderson, Guardians of Tíme, pp. 41-5; Carr, Devil in Velvet; Hubbard, Typewriter in the Sky
192 Reynolds, «Compounded Interest»; Henry Harrison, Rebel in Time. Como muchas de las ideas de la ciencia

ficción, el origen de ésta reside en el Time Machine de Wells, (p. 11).


193 Sherred, «E for effort».
194 Seabury, «Histronaut». Tendrá éxito pero al regresar a 1968 encontrará Washington ocupado por fuerzas

alemanas.
Asegurar el presente que ahora tenemos es el tercer objetivo para cambiar el pasado. En
una historia de Poul Anderson, Kublai Khan ha descubierto América en el siglo XIII y amenaza
con cambiar el curso de la historia conquistando el hemisferio; «nuestro propio mundo no existir-
ía, no habría existido nunca». Destrozando los caballos y los barcos de la expedición, la «patrulla
del tiempo» de Anderson se asegura de que los invasores sean asimilados sin que se note en las
poblaciones esquimales e indias, conservando asi el presente tal y como lo conocemos. 195 Des-
cubriendo Nueva York en 1960 llena de blancos braquicéfalos vestidos con kilts, mezclados con
indios y usando automóviles a vapor», otra patrulla del tiempo descubre que la interferencia
previa en el conflicto entre Escipión y Aníbal ha cambiado toda la historia posterior y retorna al
pasado para hacer que aquella batalla se luche de nuevo de tal forma que la historia ocurra
como debe.196 Otro conservacionista vuelve a los años cincuenta del siglo XIX a evitar un des-
pliegue de armas modernas de los fanáticos racistas del sur que cambiaría el resultado de la
Guerra Civil.197 Un aspiran I e del siglo XX a ser testigo de la Crucifixión toma el papel del Mesías
cuando se da cuenta de que el Jesús real no se iba a dejar matar, porque él quería que los
acontecimientos que tenían que ocurrir se hicieran realidad. Quería que el Nuevo Testamento
fuera cierto».198 Los fundamentalistas de Catface quieren prohibir los viajes al tiempo de Jesús,
no sea que «una prueba retroactiva... destruya la fe que se ha construido a través de los si-
glos».199 Esos miedos reflejan un temor mayor, tal y como veremos, a saber, que habría sido mejor
que mucho de lo que permanece oculto en el Cementerio del pasado hubiera seguido ente-
rrado allí para siempre.
Cambiar el pasado es, sin embargo, un objetivo prioritario. Existe un contraste notable entre
la historia que podemos tener y la historia que podríamos querer. Sin duda, conocemos y de-
pendemos del hecho de que lo que ha ocurrido es fijo e irrevocable; sin embargo, esto no evita
que deseemos que pudiera ser de otra manera.200 El deseo de alterar lo que ha ocurrido es una
reacción corriente aunque inútil a un dilema que nos enfrenta a todos: los acontecimientos pa-
sados nos han determinado a nosotros mismos y al mundo a ser como somos; con todo, sabe-
mos que estos acontecimientos no estaban decididos con antelación sino que simplemente
eran contingentes, que los sucesos podrían haberse producido de otro modo. Partiendo de lo
que podría haber sido, fantaseamos yendo al pasado para hacerlo así.
Todos estos motivos de los viajeros del tiempo tienen relación con los Intereses que caracteri-
zan las más comunes vinculaciones al pasado que le discutirán en el capítulo siguiente. Sin em-
bargo, de la misma forma que los deseos de los viajeros del tiempo son intensos, también son
graves los peligros subsiguientes, que suponen riesgos no sólo para ellos mismos lino para el cos-
mos. ¿Cuáles son sus consecuencias?

LOS RIESGOS DE VOLVER A VISITAR EL PASADO

La devoción por el pasado es una de las formas más desas-


trosas de amor no correspondido.
Susan Sontag, «Unguided tour».201

¿Piensas que podrías volver al pasado? ¿Cómo sería la experiencia? ¿Cuáles serían las con-
secuencias? Incluso aquéllos que se sienten atraídos por las recompensas del viaje a través del
tiempo tienen dudas sobre sus resultados. Los aventureros más optimistas a menudo piensan que
los peligros o los desencantos que da el pasado son más grandes que sus supuestos beneficios.
Como se verá, tales reflexiones muestran sentimientos muy extendidos, aunque pocas veces
expresados, en torno a los riesgos inherentes al pasado.
Cuatro desventajas potenciales que se citan a menudo son: el desencanto respecto del pa-
sado, la falta de destreza para hacer frente a sus circunstancias, el peligro de quedar abando-
nado en él, y el posible daño al tejido del pasado y del presente.

195 Guardians of Time, p. 102


196 Ibid., pp. 120-60.
197 Harrison, Rebel in Time
198 Moorcock, Behold the Man, p. 37
199 Simak, p. 190
200 Anscombe, «Reality of the past», pp. 47-8.
201 News Yorker. 31 de octubre de 1977, p. 40
El pasado desilusiona
La historia y la memoria le dan fama al pasado de una forma tan rutinaria que no sería una
sorpresa ver la realidad como algo que desilusiona. «Ya he visto bastante de la depresión» —
dice el amargado inventor de una máquina del tiempo que sólo puede llevarlo hasta los años
treinta—; «no quiero gastar mi vejez viendo cómo la gente vende manzanas». 202 La vida real
confirma lo molestos que pueden llegar a ser esos retornos. Una reciente visita nostálgica al Lo-
wer East de New York desilusionó tremendamente a sus antiguos residentes, a algunos porque
reconocían demasiado poco, a otros porque reconocían demasiado; lo único que querían to-
dos era dejar el lugar tan pronto como fuera posible.203 Incluso el pasado reciente puede con-
vertirse en una triste revelación. Paseando por la acampada hippie en los ritos del solsticio en
Stonehenge en 1981 «me sentí como caminando hacia atrás en el tiempo» —escribía un reporte-
ro—. «He vuelto a los Sesenta,... y apestan».204
Que el pasado apesta de forma literal es una lección que muchos viajeros del tiempo
aprenderían pronto. Un aventurero disgustado con el Imperio Romano señala que «ninguna
restauración incluía toda la suciedad y toda la enfermedad, todos los insultos y altercados» del
pasado.205 Viendo las raídas botas y el desgastado abrigo de un soldado de Cromwell, el aspec-
to embarrado de una ciudad del siglo XVII, el héroe de Robert Westall se da cuenta de que no
está en un pasado reconstruido sino en el real: «Ya te puedes olvidar de la Alegre Inglaterra...
Estas casas estaban diseminadas a lo largo de un camino cenagoso, y no sólo no teman ante-
nas de televisión sobre las chimeneas sino que la mayor parte no tenía ni chimeneas... La te-
chumbre de paja daba sensación de vieja, negra y mohosa, la madera que formaba la estruc-
tura de las paredes estaba combada y podrida, y los hombres no eran más que unos jodidos
enanos».206 Ni siquiera los supuestos encantos del ayer les resultarían en sí mismos aceptables a
sus habitantes originales. «Si le dijeras al Señor George Washington las razones por las que te gus-
ta su época» —se le advierte a un aspirante a viajero del tiempo— «probablemente nombrarías
todas las cosas que él odia».207
Los encuentros con personajes históricos famosos, cuya aura se ve desinflada por la monóto-
na realidad, resultan también decepcionantes. Los observadores del tiempo de Lafferty sienten
asco por «el griego tan bárbaro —propio de la costa norte—» que hablaba Aristóteles y por la
pomada de grasa de oso de Tristán e Isolda; piensan que la agudeza de Voltaire es un «clo-
queo» y Nell Gwynn «un bocado sin sabor alguno»; escuchando el habla de Safo piensan que el
mundo es afortunado «porque no han sobrevivido muchas de sus palabras». 208 Laumer describe
a un Guillermo el Conquistador de mediana edad, barrigudo, con unos calzones de pésimo
gusto, con la parte superior de la armadura llena de motas de óxido y una capa de piel apoli-
llada, bostezando y eructando al tiempo que oía las noticias de la batalla de Hastings.209
Los modernos pierden en el pasado las comodidades de su propio tiempo. La fama y la for-
tuna en la Venecia del Renacimiento no apagan la nostalgia inversa de un viajero del tiempo al
que ésta «le vino de forma feroz y arrebatadora con un fragmento de música que recordaba,
con el deseo de un pitillo y con el recuerdo de las mujeres de su época». 210 Una chica inglesa en
la Antigua Roma se mortifica con el mero pensamiento de que posiblemente tendría que espe-
rar quince siglos para tomar una taza de té.211 El Ralph Pendrel de Henry James, al principio
enamorado del pasado, acaba esforzándose por volver a «todas las maravillas y esplendores»
de su propio mundo moderno, «del cual sólo ahora puede percibir su madurez, riqueza, atrac-
ción y civilización: su perfección virtual sin un defecto».212

202 Gross, «Good Provider», p. 170


203 Richard F. Shepard, «About New York: old neighborhoods visited mainly in memory» N. Y. Times, 18 de
agosto de 1977, p. B15. Como contraste, una visita a la Granja de Historia Viviente de 1900 de lowa le hizo a
la gente romper a llorar de nostalgia (Jay Anderson, Time Machines, pp. 80-1)
204 Stanley Reynolds, «Stoned henge», Sunday Times, 28 de junio de 1981, p. 35. En el capitulo 6 veremos que

tal reacción deleitaría a aquellos conservadores de los lugares históricos que buscan el auténtico aroma del
pasado. Una característica de la incómoda verosimilitud manchada de estiércol de la Plantación Plimoth es
que «después de un día allí te hace anhelar el siglo XX» (Anderson, Time Machines, p. 52)
205 Sprague de Camp, Lest Darkness Fall, pp. 13-14
206Westall, Devil on the Road, p. 156
207Bester, «Hobson's choice», p. 146
208 «Throught other eyes», pp. 282-4.
209 Great Time Machine Hoax, pp. 36-7
210 Carson, Pawn of Time, p. 57
211Merwin, Three Faces of Time, p. 13
212Sense of the Past, pp. 337-8
Incapacidad para enfrentarse con el pasado
El conocimiento moderno podría muy bien resultar un obstáculo más que un camino de rosas
hacia el éxito en el pasado. La carencia de preparación cultural, de datos más precisos y de
técnicas para hacer las cosas por uno mismo harían de gran parte de la tecnología actual algo
inútil. Pocos modernos podrían dominar rápidamente las técnicas de una era anterior, incluso si
consiguen escapar del cólera, la viruela, las horcas y la esclavitud. El Hombre que Llegó Tem-
prano («The Man Who Came Early») carece del primitivo «saber-cómo-hacer-las-cosas» necesa-
rio para sobrevivir en la Islandia del siglo X; el visitante a Londres en 1655 de Richard Cowper
muere de peste antes de poder reparar su máquina del tiempo averiada; el Yanki de Connecti-
cut acaba siendo víctima de su propia ingenuidad científica.213 Las innovaciones heréticas pue-
den resultar fatales: no es extraño que la visitante a Llandudno en 1723 de Laumer sea quemada
como bruja por defender el control de la natalidad, el evolucionismo y el psicoanálisis.214
Innumerables, inconmensurables diferencias respecto del presente agravan los riesgos de
volver a visitar el pasado. «¿Cuánto se puede aprender en un medio absolutamente diferente»
—pregunta Anderson— «si apenas se puede hablar una palabra y se está expuesto a ser arres-
tado bajo sospecha antes de que se pueda conseguir trocar las ropas propias por ropas de la
época?»215 La instrucción más escrupulosa en el lenguaje y las costumbres del pasado no puede
compensar la ausencia de gran cantidad de recuerdos compartidos. Estando en 1820, al Ralph
Pendrel de James le pillan una y otra vez porque no tiene ningún recuerdo de los detalles íntimos
de la familia y del vecindario. Su conocimiento «de aquel «período», casi lo más exacto posible...
y, sin embargo, tan equivocado en lo íntimo y en lo secreto», no puede nunca corresponderse
con el de las personas que vivían entonces, ya que las dudas y omisiones de él pertenecen a su
pasado, las de ellos a su futuro; cualquier cosa que él hace o dice le traiciona, incluso abrir su
boca mostrando unos dientes bien cuidados «sin parangón en una época tan desdentada co-
mo aquélla». Una cosa es «vivir en el Pasado» con el espíritu entero, con todo el candor de la
confianza y la confianza del candor, que él habría tenido entonces de forma natural —concluye
James— «y otra cosa totalmente distinta, verse a sí mismo viviendo en él sin esas ayudas frente a
lo que pueda ocurrir, sin esas determinaciones de relación y sin que esos instintos correctos sean
los preponderantes».216
El mero acto de moverse hacia atrás en el tiempo podría tener consecuencias letales si la
fantasía se hiciese realidad. Repitiendo el pasado como si fuera su presente, como se refiere en
el capítulo 6, algunos de los que reconstruyen la historia experimentan a la vez terror y gozo fren-
te a la deformación del tiempo. Una joven inglesa que creía en su comunión con un hombre del
siglo XVI a través de una tabla Ouija, se obsesionó tanto con él que se suicidó, «para que poda-
mos volver atrás y vivir como solíamos hacerlo».217

Los problemas del regreso al presente


Entre otros peligros del pasado, algunos viajeros del tiempo tienen miedo de quedarse allí exi-
liados para siempre. El terror a no poder volver, «el horror... de estar en el pasado para quedarse,
desgraciadamente para quedarse y no llegar a conocer nunca más su propio y precioso Pre-
sente», corroe la alegría de Ralph Pendrel en 1820 y estropea el objetivo de sus visitas allí.218 El
guionista de la novela de Hubbard no logra escapar de los bucaneros cuando oye el diabólico
martilleo de la máquina de escribir que le mantiene atrapado en el siglo XVII.219 Cambiar el pa-
sado puede hacer imposible el regreso al presente. Un viajero que retoma hasta la batalla de
Gettysburg asegura que el Sur perderá la Guerra Civil pero asesina sin darse cuenta al abuelo
potencial del inventor de la máquina del tiempo, quedándose por ello aislado en el siglo XIX.220
La vuelta no les servirá a otros más que para sentir que vivir en el pasado les ha incapacitado
para el presente o para descubrir que en el mundo moderno no se puede vivir. La intensidad de

213 Anderson, «Man who came early»; Cowper, «Hertford Manuscript».


214 Dinosaur Beach, p. 100. Como escribe Wells, «Nuestros antepasados no tiene demasiada tolerancia con
los anacronismos» (Time Machine, p. 11)
215 There Will Be Time, p. 46
216 «Notes for The Sense of the Past», pp. 295-6, 301. El historiador puede adquirir ese candor y esa confianza

solamente en su propia época (Wedgwood, «Sense of the Past», pp. 40-1)


217 «Mother killed by train «was obsessed»», The Times, 24 de abril de 1981, p. 4
218James, «Notes for The Sense of the Past», p. 294. Margharita Laski evoca el terror muy vivamente en su

Victorian Chaise Longue, cuya moderna protagonista tuberculosa se descubre a sí misma en 1864, incapaz
de regresar a su propio tiempo, más avanzado médicamente.
219 Typewriter in the Sky, pp. 70, 75, 95
220Moore, Bring the Jubilee
la experiencia del siglo XIV aliena del monótono presente al protagonista de du Maurier. Los
años gastados en la Venecia del siglo XVI incapacitan para la América del siglo XX al héroe de
Carson; regresando «con un cráneo lleno de recuerdos exasperantes... ni siquiera podría ser
apto como profesor agregado de historia del Renacimiento en la universidad». 221 La desilusión
con el presente podría inducir a una desastrosa adicción a ese pasado visitable; dedicada a
escaparse de su propio tiempo, la civilización avanzada pero nostálgica de Aldiss es un para-
digma de experiencia turística moderna.222 En una historia de Alfred Bester, los «cadáveres del
tiempo», insatisfechos a perpetuidad, que «vagan a través de los siglos... buscando la Edad de
Oro», se parecen a los aficionados norteamericanos a la «historia viva» que de vez en cuando
cambian viejos personajes históricos por otros nuevos.223 La gente que consigue máquinas del
tiempo en el siglo XXi de Finney, un siglo condenado de antemano, se dedica simplemente a
estar en el pasado; aunque, por último, la mayor parte de la población se va hacia el ayer y se
dispersa por los dos o tres milenios precedentes, dejando un mundo futuro vacío de todo excep-
to de pájaros, insectos y armas oxidadas.224

Poner en peligro el tejido temporal


La interferencia entraña riesgos para el propio pasado. Fritz Leiber piensa que al igual que la
restauración histórica, el viaje en el tiempo tiende a hacer al pasado poco convincente y artifi-
cial, y puede que algún día acabe de desgastarlo por completo; el tejido de la historia no pue-
de más que oponerse a tanto cambio. «Cada operación deja a la realidad un poco más cruda,
un poco más fea, un poco más provisional, y muchísimo menos rica en aquellos detalles y senti-
mientos que son nuestro patrimonio».225
Lo cierto es que la alteración más leve del pasado —una mota de polvo mal colocada—
puede poner en peligro todo lo que sigue. «La pisada de tu pie, sobre un ratón, podría dar co-
mienzo a un terremoto, cuyos efectos podrían sacudir nuestra tierra y nuestros destinos a través
del Tiempo», advierte el jefe del safari de Bradbury.226 Uno podría hasta borrarse a sí mismo. Dejar
de hacer algún acto previo lleva a la autoaniquilación si uno de nuestros antepasados perece
en el proceso. «Si alguna vez comenzásemos a volver sobre nuestros pasos para tratar de repa-
rar nuestros propios pasados, estaríamos pronto tan enredados que ninguno de nosotros existir-
ía»227. Los viajeros del tiempo toman precauciones para minimizar tales riesgos: no interferir en el
curso de los acontecimientos, no levantar la sospecha de que vienen de una época posterior,
no dejar por ahí objetos modernos. Otros restringen el viaje a la remota prehistoria para permitir
que haya el tiempo suficiente para que sus modernos artefactos se descompongan. Las máqui-
nas de Sprague de Camp solamente visitan épocas anteriores al año 100.000 a. C.; los cazado-
res del safari jurásico de Bradbury matan únicamente animales preseleccionados que de todas
formas iban a morir por causas naturales en el espacio de unos pocos minutos; la colonia de
repoblación de Simak para pobres de las ciudades actuales está bastante alejada en el tiempo
para evitar la colisión con humanos posteriores.228
Algunos aspirantes a viajeros dudan de que tales impactos pudieran alterar el pasado de
modo significativo. El tiempo es un río en el que ocurren billones de acontecimientos; los indivi-
duos sólo pueden afectar a algunos de éstos. «No se pueden borrar las conquistas de Alejandro
lanzando al aire un guijarro neolítico», ni «extirpar América arrancando un brote de grano sume-
rio».229 De modo similar, «si yo volviera a... la Edad Media y disparase a uno de los antepasados
holandeses de Frankiin Delano Rooseveit, él nacería a pesar de todo a finales del siglo XIX, por-
que él y sus genes fueron el resultado de todo el universo de cosas que rodeaban a sus antepa-
sados».230 Al héroe de Carr, todos sus recursos y detallada presciencia del siglo XX no le van a
bastar para cambiar el pasado; «podría alterar aquí y allá algún pequeño detalle insignificante;
(pero) el resultado final sería exactamente el mismo». 231 El viajero de Pinney discute con un

221 Pawn of Time, p. 433


222 An Age
223 «Hobson's choice», p. 146; Jay Anderson, Time Machines, p. 189; Aquellos que cambian sus «impresiones» a

menudo venden viejos disfraces; un «mercachifle (de batallas reconstruidas) se ha dedicado incluso al ne-
gocio de reciclar ropas hechas a mano auténticas del periodo quitadas a los rendidos».
224 «Such interesting neighbours», pp. 16-18.
225 The Big Time, p. 63. Ver también Laumer, Dinosaur Beach, pp. 19-20, 136
226 «A sound of thunder», pp. 77. Ver Finney, Time and Again, p. 73
227 Anderson, Guardians of Time, p. 52
228 Sprague de Camp, «Gun for dinosaur», Bradbury, «Sound of Thunder», p. 78; Simak, Catface, pp. 241-51
229Leiber, «Try and change the past», p. 94. Ver Finney, Time and Again, p. 140
230 Anderson, Guardians of Time, p. 130
231Devil in Velvet, p. 15
hombre de los años ochenta del siglo XIX, pero se convence a sí mismo de que «yo realmente no
había interferido en el pasado; de todas formas, algo por el estilo habría ocurrido más tarde o
más temprano implicando a algún otro si yo no hubiera estado allí». 232 De hecho, no se puede
cambiar nada — insiste Larry Niven—. «No puedes matar a tu abuelo porque no lo hiciste. Si lo
intentas, matarás al hombre equivocado; o tu pistola no disparará». 233
Otros sostienen que el presente conocido incluye ya los efectos de cualquier intervención
temporal. «Si el viaje en el tiempo fuera a provocar muchos cambios, es que ya los había crea-
do» —dice un personaje de Farmer—. No había «duda de su interferencia a la hora de cambiar
el curso de los acontecimientos... Cualquier cosa que fuera a hacer ya se había hecho; los
acontecimientos y las vidas se habían determinado antes de que él naciera incluso si él hubiera
contribuido a determinarlos».234
La imposibilidad de cambiar el pasado frustra a un viajero del tiempo que busca una ven-
ganza retroactiva contra su mujer infiel. Habiendo vuelto al pasado para matar a sus abuelos,
regresa al presente y la sigue viendo en los brazos de su rival. Es entonces cuando va a alterar la
historia de un modo más radical, liquidando a George Washington, Colón y Mahoma; todo en
vano. Finalmente se da cuenta de que «cuando un hombre cambia el pasado, sólo afecta a su
propio pasado y no al de nadie más». «El pasado es como la memoria. Cuando borras el re-
cuerdo de un hombre lo aniquilas, pero no aniquilas el de nadie más... cada uno de nosotros
viaja a su propio pasado y no al de otras personas».235
Visitar y alterar el pasado conduce al final al aislamiento solipsístico. Un tiempo que fluyese en
ambas direcciones negaría el orden secuencial; los acontecimientos generados de forma es-
pontánea carecerían de causas y efectos; los episodios temporales en el océano del tiempo
«vendrían a la deriva hasta nosotros tan al azar como los animales muertos sobre las olas». 236 No
se podría confiar en ningún aspecto del pasado. ¿Acaso puede alguno de nosotros «estar segu-
ro de que los recuerdos que apreciamos fueron así en el ayer?» —pregunta Moore—. «¿Saben
ellos que el pasado no puede borrarse?»237 La cuestión de la realidad del pasado va más allá
del viaje a través del tiempo; en el Capitulo 5 reflexionaré acerca de su más amplio contexto. Sin
embargo, todo pasado que se visitara de nuevo sería dañado de forma irreparable. «Carecien-
do de un pasado en el pasado y teniendo recuerdos del futuro», Ralph Pendrel destruye el pa-
sado al que tan intensamente desea pertenecer.238 Pretendiendo asimilar sus detalles, separa a
sus propios habitantes de los vínculos que estos tenían; su acendrado interés los reduce a fan-
tasmas o zombis. «¡Has estado pensando en mi en tiempo pasado» —dice una dama horrorizada
a un intruso del siglo XX en su mundo de 1784— «hablando de mí como si yo ya estuviese muer-
ta!»239
Aquéllos que le atribuyen al pasado poder e intención sienten que la historia castigará cual-
quier interferencia en él, de la misma forma que los que adoran a sus ancestros temen las mali-
ciosas represalias de éstos si se abandona o se maltrata su memoria. Los viajeros del tiempo de
las novelas sufren más que nadie las consecuencias de su obsesión por el pasado, y aprenden
que escaparse de la realidad presente es contraproducente. «Nunca haremos de nuestro mun-
do el mejor de los posibles» —concluye Coulton una vez que su protagonista ha vuelto de la
Edad Media— «hasta que nos demos cuenta de lo falso que es añorar los ideales de un pasado
muerto. «Habiendo buscado el esplendor de la arquitectura medieval, se aterrorizó por muchas

232 Time and Again, p. 169


233 «Theory and practice of time travel», p. 120
234 Time's Last Gift, pp. 12, 20
235 Bester, «Men who murdered Mohamed», p. 129. Los lógicos están de acuerdo en la imposibilidad de

cambiar el pasado. «No se puede cambiar el pasado: si una cosa ha ocurrido, ha ocurrido, y no se puede
hacer que no haya ocurrido» (Dummet), «Bringing about the past», p. 341). De ahí que el viaje por el tiempo
sea también imposible. «El mero hecho de visitar el Pasado sería cambiar el Pasado, y eso no puede ser»,
porque «si fuéramos capaces de visitar el pasado traeríamos con nosotros nuestro conocimiento del Futuro»
(Danto, «Narrative sentences», p. 160). Sólo unos pocos sugieren que se podría visitar de nuevo el pasado sin
cambiarlo (Horwich, «On some alleged paradoxes of time travel») o que las paradojas «son rarezas, no cosas
imposibles» (Davis Lewis, «Paradoxes of time travel», p. 145).
236 Silverberg, «In entropy's jaws», p. 188
237 Bring the Jubilee, p. 189
238 Bellringer, «Henry Jame's The Sense of the Past», p. 210. Bellringer muestra cómo cuando recuperamos el

pasado lo deformamos o lo borramos: «Relacionarse de forma retroactiva con personajes históricos es alte-
rarlos y volver la vista al pasado físicamente es atraer su atención y alterar su apariencia» (p. 212). The Sense
of the Past es «un aviso contra el encaprichamiento por la historia» (p. 212) hacia el cual, como veremos,
James se mostraba muy cauteloso. Ver también, Beams, «Consciousness in Jame's «The Sense of the Past».»
239 Balderstone, Berkeley Square, p. 80. «El gran cuidado (de Pendrel) por ellos (por los habitantes del pasado)

de algún modo los había aniquilado»; su misteriosa inteligencia «los convertía en piedra, madera o cera»
(Sense of the Past, p. 213)
cosas más de las que encontró en aquellos días y volvió «fortalecido para la rutina propia de la
vida en nuestro desalmado siglo».240 El pasado que buscan los viajeros del tiempo es un milagro
que refleja su propia nostalgia.
Por lo general, la gente es consciente de que el pasado real es irrecuperable. Sin embargo,
la memoria y la historia, la reliquia y la réplica dejan unas impresiones tan vivas, tan tentadora-
mente concretas, que no podemos evitar sentirnos despojados. ¡La verdad es que no estaría mal
que nos abrieran en la realidad unos itinerarios tan atractivos y tan bien trazados! Las esperanzas
y los temores que despierta el pasado se intensifican por el conflicto entre nuestra certeza de
que su regreso es imposible y nuestro deseo, quizás nuestro instinto, de que debe y puede alcan-
zarse. El presente, por sí solo, no se adecua a nuestros deseos; a ello mismo anhelo por los tiem-
pos pasados.
Es fácil ver lo que pasa con esa obsesión. «La perspectiva que dan los años hace que todas
las épocas excepto la nuestra parezcan atractivas y doradas» —concluye Bester—. «Suspiramos
por los ayeres y los mañanas, sin darnos nunca cuenta de que... el hoy, amargo o dulce, inquie-
to o tranquilo, es el único día para nosotros. El sueño del tiempo es el traidor y todos nosotros
somos cómplices de la traición a nosotros mismos».241 Sin embargo, el sueño constante de volver
a vivir el pasado tiene también algunas virtudes. Trae a la mente de una manera intensa la histo-
ria y el recuerdo, aliviando a la vez las deficiencias y las virtudes del presente; la conciencia
intensa del pasado también le da al presente amplitud y duración.
Por supuesto que vivir de nuevo en el pasado supone que la vida presente no es sino parte
de un largo «continuum». El hecho de vivir al mismo tiempo en el pasado y en el presente le
acaba convenciendo al protagonista de du Maurier de que «no había pasado ni presente ni
futuro. Todo lo que vive es parte del todo. Estamos todos ligados, unos a otros, a través del tiem-
po y de la eternidad.» Su intensa experiencia en el Cornualles del siglo XIV «demostraba que el
pasado estaba todavía vivo, que todos éramos participantes, que todos éramos testigos», y
contribuye en buena medida el que continuamente se vea reducido para engrandecer aún
más el pasado. El desencanto con el hoy nos lleva a tratar de recuperar el ayer. Ese desconten-
to adquiere muchas formas: una devoción por las reliquias, el atesoramiento de antigüedades y
recuerdos, la tendencia a apreciar lo que es viejo simplemente por ser viejo y el rechazo del
cambio. Estas reacciones no tienen la irrealidad obsesiva del viaje a través del tiempo pero refle-
jan el por lo tanto, que éramos de un modo más auténtico nosotros mismos.242
Ni los sueños ni las pesadillas que da el volver a visitar el pasado son menos intensos por su
aparente improbabilidad. Es más, dan claves para saber qué es lo que de verdad necesitamos y
podemos aceptar del pasado o qué es lo que deberíamos evitar o rechazar; y arrojan luz sobre
las perspectivas esenciales a tomar bien hacia la tradición, bien hacia el cambio. La devoción
intensa en la búsqueda del pasado no es una aflicción tan penosa como la carencia absoluta
de sentimientos hacia el pasado.

240 Coulton, Friar's Lantern (1906), pp. 227, 34


241 «Hobson's choice», p. 148
242 House on the Strand, pp. 169-70

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