Introducción A La Crítica Literaria Tema 1 Aproximaciones, Apuntes y Perspectivas de Este Curso de Literatura
Introducción A La Crítica Literaria Tema 1 Aproximaciones, Apuntes y Perspectivas de Este Curso de Literatura
Introducción A La Crítica Literaria Tema 1 Aproximaciones, Apuntes y Perspectivas de Este Curso de Literatura
TEMA 1
2. Enunciado y enunciación
El enunciado se puede definir como el texto considerado en sí mismo, el producto
acabado, cerrado, que tenemos delante. Es decir, el discurso.
La enunciación hace referencia a las relaciones del texto con el acto de
comunicación en el que se inscribe. Alguien lo ha producido, en unas condiciones, con
unas intenciones determinadas, para otro, que lo comprende (o no), el cual está a su vez,
en unas condiciones determinadas, etc.
De esta manera podemos analizar un suceso en la prensa desde el punto de vista de
la organización, de la construcción formal, de los contenidos relatados. Es el punto de
vista de la perspectiva narratológica. Pero también podemos analizar las relaciones del
texto con la enunciación: ¿Quién lo ha escrito? ¿Qué nos revela sobre nuestra época?
¿Cómo es percibido?, etc.
Importante: conviene no ser demasiado rígidos en la distinción entre texto y no
texto, sobre todo porque muy a menudo, la significación de un enunciado no se puede
reconstruir sin tener en cuenta la relación de éste con la enunciación. Es el caso de las
novelas de los pasados siglos o de las novelas vanguardistas de nuestra época. O
también el caso de enunciados más simples como el que vamos a exponer ahora: Un
profesor encontró un día en su casillero de la universidad un mensaje de un alumno, que
contenía lo siguiente: “Le comunico que ya no asistiré a su clase a partir de la semana
que viene. Le pido disculpas”. Dado que en el mensaje no aparecía ni el nombre del
alumno, ni el título de la asignatura, el profesor se quedó bastante perplejo…
Al mismo tiempo, en el enunciado siempre hay huellas de la enunciación. El Yo
reenvía al sujeto que ha enunciado el mensaje, el Usted al receptor del mensaje, La
semana que viene, a un momento definido a partir del momento de la enunciación (son
huellas de la enunciación, el juego de los pronombres, el sistema de los tiempos, la
elección de los indicadores de tiempo y lugar, las marcas de la subjetividad o de las
valoraciones…).
3. Ficción y referente
Ficción es la historia y el mundo construidos por el texto, que tan sólo existen por
las palabras, por las frases, por la organización del mismo, etc. Es el universo puesto en
escena por el texto: la historia, los personajes, el espacio-tiempo.
El referente es el no texto, el mundo real (o imaginario) y nuestras categorías de
aprehensión del mundo que existen más allá del relato concreto y a las cuales nos
reenvía.
La noción de ficción es un concepto teórico del análisis interno, creado para
distinguir lo que es textual y lo que no lo es (texto y referente): la palabra perro, al
contrario que su referente, no ladra ni muerde. Los personajes de la novela no existen en
nuestro universo y sólo son susceptibles de ser creados en relación con el enunciado del
texto.
Lo cual no impide que podamos realizar distinciones entre relatos de relación (de
acontecimientos reales) y relatos de invención, incluso entre relatos de relación
presentados como tales o camuflados bajo las máscaras de lo imaginario y relatos de
invención presentados como tales o llevados a cabo de forma verosímil y realista. No
leeremos de la misma manera la autobiografía de una persona que ha existido realmente
y la novela de Marc Twain, Tres mil años con los microbios, que trata de un microbio
del cólera.
Profundicemos un poco más en ello, ya que se trata de cuestiones fundamentales
de la literatura. Lo distintivo de un relato es la narración de una historia. Los hechos
constituyen el soporte fundamental de un relato. Es importante saber el significado
narrativo y la lógica que preside su constitución, es decir, cuál es el referente de un
relato literario.
La cuestión del significado narrativo pone al descubierto el problema de las
relaciones entre el mundo de la fantasía y el mundo real o cómo se ve la realidad desde
el arte: como representación mimética o como ilustración. En el primer caso se trata de
crear duplicados o imágenes artísticas de un modelo real; en el 2º, en cambio, de
sugerir, por medio de las convenciones del arte, aspectos de una realidad sin pretender
ser fieles al mundo objetivo. En otros casos, el parecido con el mundo desaparece por
completo. Así pues, los intentos de penetrar en los entresijos del significado narrativo
conducen inevitablemente a la cuestión central del arte literario: la ficción.
Se trata de un rasgo ya apuntado en la Poética de Aristóteles, glosado y
desarrollado por la tradición posterior. En efecto, definida la literatura dramático-
narrativa como mímesis de acciones, el sentido de este término no se aclara del todo
hasta que el autor contrapone las dos formas básicas de relato: el histórico y el “poético”
o literario. El primero atiende al dato concreto y se inscribe en el ámbito de la realidad
efectiva, de la experiencia empíricamente verificable. El 2º, en cambio, aparece como
una realidad descomprometida respecto del mundo objetivo, enmarcándose en el
dominio de lo posible. En otros términos, lo característico de la literatura es la
verosimilitud: lo que sin ser real, es creíble, convincente, que haya ocurrido. Afirma
Ricoeur, “si, en efecto, lo verosímil no es más que la analogía de lo verdadero, ¿qué es,
entonces, la ficción bajo el régimen de esta analogía sino la habilidad de un hacer-creer,
merced al cual el artificio es tomado como un testimonio auténtico sobre la realidad y
sobre la vida? El arte de la ficción se manifiesta entonces como arte de la ilusión”.
Es más, Aristóteles llega a afirmar que incluso lo imposible puede ser patrimonio
de la literatura siempre que resulte creíble. Aristóteles presenta un modelo de literatura
caracterizada por la ficción, cuyo fundamento es el criterio de verosimilitud.
Artísticamente, la historia no es nada mientras el material que la compone no pasa por la
fase de la fábula, esto es, el momento en que el poema impone un orden, una
configuración, a los hechos.
Lo verosímil como dimensión definitoria de la ficción literaria en general (y
narrativa, en especial) se mantiene de hecho hasta el Romanticismo, aunque ya desde el
Renacimiento se observan permanentes esfuerzos tendentes al ensanchamiento del
ámbito de la verosimilitud con la inserción de elementos poco o nada verosímiles
(fantásticos, etc). Dicha tendencia –de la que el Quijote constituiría un buen ejemplo- se
acrecienta notablemente en las corrientes posrománticas hasta convertirse en un factor
consustancial de la narrativa contemporánea (sin anular las creaciones enraizadas en lo
verosímil-realista).
- Lo ficticio y lo ficcional
4. Autor y narrador.
O escritor y narrador.
El escritor es el ser humano de carne y hueso, que ha existido o que existe aún, en
nuestro universo. Su existencia pertenece al no texto.
El narrador sólo existe en y por el texto, a través de las palabras del mismo. Se
trata de un enunciador interno: es el que, en el texto, cuenta la historia. El narrador está
constituido fundamentalmente por el conjunto de signos lingüísticos que dan una forma
más o menos explícita al que cuenta la historia.
Esta distinción tiene importantes consecuencias prácticas: concede una libertad
fundamental al escritor, una libertad que le permite contar historias a través de múltiples
identidades. Así, por ejemplo, un escritor del siglo XX puede contar historias tomando
la identidad de un hombre del siglo XVI o del siglo XXII, la identidad de una mujer, de
un animal, de un mutante, etc.
Así explica esta cuestión del escritor y del narrador Enrique Anderson Imbert, en
Teoría y técnica del cuento (Barcelona: Ariel, 1991, pp. 44-46). Si bien Imbert estudia
estas cuestiones referidas al cuento, los planteamientos se pueden generalizar:
Quien habla en el cuento no es el escritor sino el narrador. El hombre concentró sus
energías en esa parte de su personalidad que mejor se prestaba al juego de la expresión.
Se hizo escritor. Y el escritor, como en una comedia, representa un papel. Tiene a su
disposición varias máscaras que quizá ha ensayado una tras otra hasta encontrar la que
le sirve, no sólo porque es la que va a producir en el público una impresión calculada,
sino también porque, en un espejo de arte, es la que le devuelve la imagen de la cara que
en este momento quiere tener. El escritor, en cuanto hombre que se puso a escribir, solía
hablar con voz propia, pero ahora esa voz, a través de la máscara, resuena alterada.
En el proceso de la creación artística ha habido, pues, un desdoblamiento.- El
escritor tomó conciencia de sí, se autocontempló, eligió las aventuras que le parecían
más propicias para transmutarlas en arte y las configuró en un cuento objetivo.
Si me preguntaran: “¿quién escribió El leve Pedro?” contestaría: “yo”. Con lo cual
quiero decir: Enrique Anderson Imbert. Pero al contestar así, con ese yo también aludo a
mil alter ego, al artista que llevo adentro, capaz de rechazar la realidad y de inventarse
un mundo propio. Sin el escritor no hay narración, pero el narrador que salió del escritor
es la persona ideal que asume la función de narrar dentro de un texto. En el texto de un
cuento el narrador ya no es el mismo escritor con quien podríamos toparnos en
cualquier esquina de la ciudad. Es un narrador ideal que reemplaza al escritor real. Se da
en dos clases:
El narrador sin rostro. La acción pasa por su conciencia: evita usar el pronombre
yo y si bien está presente en el cuento carece de características personales; el lector no
sabe cómo es físicamente.
El narrador con rostro. Es vivo y visible, usa tanto el “yo” como el “él”.
En otras palabras: que el escritor inventa narradores que no acusan rasgos de una
personalidad propia y por eso impresionan como más objetivos, o inventa narradores de
personalidad propia que impresionan como más subjetivos. A veces hay razones para
creer que la personalidad del narrador es la proyección al plano estético de la
personalidad del escritor y a veces hay razones para creer que el narrador no comparte
las ideas del escritor.
El discurso del narrador es el fundamento de la narración: sobre él se apoyan los
monólogos y diálogos de los personajes. Monólogos, diálogos tienen sentido porque
resolvemos dar crédito al mundo que el narrador postula. El narrador es la autoridad que
hay que acatar. Si se parece al escritor es porque éste, al delegarle la autoridad, le prestó
su figura. El cuento se apoya en el narrador que está ahí, en la misma dimensión
imaginaria, y no en el mundo del escritor real. Aunque el escritor permita que se
deslicen en el cuento experiencias que vivió en cuanto hombre, esas experiencias se
hacen ficticias por el solo hecho de haber sido encerradas en un cosmos artístico. El
narrador es un personaje tan ficticio como los personajes que inventa.
5. Lector y narratario
El lector es el ser humano de carne y hueso, que ha existido, que existe o existirá,
en nuestro universo. Su existencia se sitúa fuera del texto, en el no texto.
El narratario sólo existe en y por el texto, a través de las palabras o de aquellos
que lo señalan. Es el que en el texto, escucha o lee la historia. El narratario está
constituido fundamentalmente por el conjunto de signos lingüísticos (el tú y el vosotros
o el usted por ejemplo) que dan una forma más o menos explícita al que recibe la
historia.
Esta distinción tiene importantes consecuencias prácticas. Da una gran libertad de
movimientos al escritor: la de construir textualmente la imagen del lector y jugar con
ella, independientemente de cuál sea el público real que leerá el libro.
En el siguiente texto de Jacques el Fatalista, el autor, Diderot, juega con dos
figuras de narratario:
- una explícita, referida a un lector “ordinario” sólo interesado por el “primer
grado” de la historia contada;
- una implícita, que no se deja ver de forma evidente en el texto y que reenvía a
la connivencia posible con un lector más interesado por el trabajo formal sobre
la novela y que es capaz, como el mismo autor, de reírse de ese narratario
ingenuo y más allá, de ciertas categorías de lectores.
Y luego, querido lector, siempre historias de amor… una, dos, tres, cuatro historias de amor llevo
contadas, tres o cuatro más que aún quedan por oír, son muchas historias de amor. Cierto que, si bien se
mira, como escribo para vos, o bien tengo que prescindir de vuestro aplauso, o bien serviros a vuestro
gusto, y es así que claramente habéis optado por las historias de amor. Todas las novelas, en verso o en
prosa, son historias de amor; casi todos los poemas, églogas, idilios, canciones, epístolas, comedias,
tragedias, óperas, son historias de amor; casi todas las pinturas y esculturas no son otra cosa que historias
de amor. Os estáis nutriendo de amor desde que nacisteis y aún no os habéis saciado. Vais a seguir ese
régimen por mucho tiempo todavía, hombres y mujeres, grandes y chicos, y no habréis de cansaros. En
verdad que es algo maravilloso. Yo quisiera que la historia del secretario del marqués de los Arcis
también fuese una historia de amor; pero mucho me temo que no lo sea y que lleguéis a aburriros. ¡Qué le
vamos a hacer! Lo lamentaré por el marqués de los Arcis, por el amo de Jacques, por Jacques, por vos,
lector, y por mí. (Diderot, Jacques el fatalista, Barcelona: RBA editores, 1994, p. 150).
7. Narración. Designa las opciones técnicas, los medios técnicos que rigen la
organización de la ficción en el relato.
8. Las voces narrativas (¿quién habla y cómo?). La cuestión de las voces narrativas
remite a las relaciones entre el narrador y la historia que éste cuenta. Si la cuenta de
forma externa, estaremos ante un narrador extradiegético, y no protagonista de la
historia: heterodiegético. Si cuenta la historia de forma interna, entonces será
intradiegético y si es protagonista además: homodiegético.
Petrificado bajo la lluvia oscura, Chopin los vigiló hasta los postres forjando hipótesis. Veber hablaba casi
siempre, Suzy se expresaba poco, solo sonrió fríamente una vez. Parecía, en definitiva, que se trataba de
una conversación seria, sin aparente estrategia de seducción; pero una vez se hubieron levantado de la
mesa y salido del comedor en dirección al vestíbulo, resultaba inquietante que esperaran juntos el mismo
ascensor (Barcelona: Anagrama, 1991, p. 123)
Narraciones en 1ª persona
Con el punto de vista del “yo” se resuelve el problema de qué es lo que el narrador
ha de seleccionar para narrárnoslo: todo aquello que no haya entrado en la conciencia de
ese “yo” tampoco debe entrar en su narración. Narrar con la 1ª persona tiene ventajas y
desventajas. Se dice que una ventaja del “yo” es que convence al lector de la
verosimilitud del relato: en la vida práctica, ¿no nos inclinamos a creer más en los
informes directos que en los rumores indirectos? Quizá, pero en un cuento la vida no es
práctica. Hay narraciones en 1ª persona que, sin embargo, son increíbles: las fantásticas,
las satíricas, las referidas por mentirosos… El “yo” por sí solo, no tiene la virtud de
convencernos: solo nos indica que la intención del escritor ha sido la de que el narrador
hable como si hubiera sido protagonista o testigo de la acción que cuenta. Sugiere
inmediatamente una intimidad. El relato escrito con el punto de vista de la 1ª persona es
radicalmente subjetivo. Su autoridad queda siempre limitada a lo que sabe. Cuando el
narrador es parte de la acción que describe y la parte que desempeña es la de un
protagonista, lo que nos dice tiene valor psicológico, pero no podemos esperar de él
juicios objetivos sobre los demás personajes. Si, por el contrario pronuncia juicios al
margen de la acción, nos preguntamos cómo sabe o por qué estaba presente en tal o cual
episodio.
En suma: este narrador, desde dentro de la acción que cuenta, habla de sí, y
entonces él es el protagonista y los demás personajes son menores; o su “yo” es el de un
personaje menor, testigo de las aventuras más importantes del protagonista.
El narrador, aunque solo use pronombres de tercera persona, es una 1ª persona que
se dirige a una 2ª persona. Es el destinatario de la narración. Esta segunda persona
puede aparecer mencionada o aludida. Un cuento siempre está dirigido a un vastísimo
público real, a una masa anónima de lectores exteriores al texto, pero a veces se
pretende que el cuento está dirigido a ciertos oyentes o lectores que, si bien ficticios,
son caracterizables porque dentro del texto hay referencias a ellos. Son los destinatarios
internos.
Las referencias al destinatario interno caracterizan: a) el lugar y la época en que
viven; b) su condición social; c) el papel que desempeñan en relación con el relato, y d)
la identidad personal.
10. Relatos encadenados. Algunos relatos pueden comprender uno o varios relatos
encadenados: es decir, en el interior de una intriga general, uno o varios personajes se
convierten en narrador de una o varias historias que ellos mismos escriben, cuentan o
sueñan.
Este mecanismo es muy frecuente y puede adoptar formas diversas. También
puede ser puntual, como en el caso de un personaje que encuentra un manuscrito y lo
lee, un personaje que lee una historia y tantos otros recursos de esta índole; o
perteneciente a la estructura general del relato, como en el caso de Las Mil y una
Noches, el Decamerón de Bocaccio o el Heptamerón de Margarita de Navarra. En el
Quijote también se encuentran este tipo de relatos.
14. Comparación. Consiste en acercar dos objetos, en función de rasgos que se suponen
comunes, por medio de un término de unión. La estructura de la comparación puede ser
descrita de la manera siguiente:
Lo comparado (CO) – Cualidad común (CC) – Término de unión – (TU) – Objeto al
que se compara (CA)
Ejemplo: Esta mujer (CO) es tan (TU) bella (CC) como (TU) una rosa (CA).
16. Imagen. Así se denomina a toda producción de una representación visual para el
lector. Tiene un sentido específico en el caso de los surrealistas que la concebían como
la asociación lo más sorprendente posible entre dos términos que presentaban apenas
rasgos comunes (“El revólver de cabellos blancos” es, por ejemplo, el título de una
selección de textos de las obras de André Breton). El fin que se persigue es el de evitar
imágenes corrientes, lugares comunes y estereotipados, para sorprender y abrir nuevas
modalidades de aprehensión del mundo y de la realidad.
Ningún texto puede llegar a tener completamente sentido sin relación a otros
textos (a los que siempre remite: no hay versos sueltos) ni sin relación a las realidades
del mundo. Todo texto, todo relato remite al mundo. No puede ser de otra forma porque
no se puede construir un universo ficcional y entenderlo sin referirnos a nuestras
categorías de comprensión del mundo. Todo objeto, personaje o lugar de un relato, no
importa lo sorprendente que sea, es el resultado de deformaciones, añadidos,
supresiones, infracciones de los que ya conocemos. Incluso los seres más extraños de
las novelas de ciencia ficción o de terror lo atestiguan: como en el caso de Julio Verne,
Veinte mil leguas de viaje submarino. Aunque el narrador insista en el lado
extraordinario de estos seres, los describe a través de categorías – animales o humanas –
de nuestro universo.
19. Realismo. Cuando el texto produce una impresión, un efecto de realidad, que es el
caso más frecuente en nuestra tradición, hablamos de realismo. Se trata de un efecto de
parecido entre dos realidades construido por el texto y por la lectura: el mundo
lingüístico del texto y el universo de fuera del texto, lingüístico o no (palabras, objetos,
personas, lugares, acontecimientos…).
21. Intertextualidad. Todo relato se inscribe en una cultura. Por esta razón, no remite
solamente a las realidades extralingüísticas del mundo sino también a otros círculos,
escritos u orales, que lo preceden o son contemporáneos y que el relato retoma,
modifica, imita… Este fenómeno es llamado intertextualidad.
Gérard Genette, gran crítico literario, lo especifica más y considera que la
intertextualidad consiste en la relación de copresencia entre dos o varios textos, relación
que se concreta a menudo en la presencia efectiva de un texto en otro, gracias a
procedimientos tales como la cita, el plagio o la alusión. Lo podemos ver en el siguiente
texto de Raymond Jean de su libro Mademoiselle Bovary que nos remite sin lugar a
dudas al célebre Madame Bovary:
Podemos leer en las últimas páginas de Madame Bovary, a propósito del destino de la pequeña Berthe, la
hija de Emma: Cuando todo se hubo vendido, quedaron 12 francos y 15 céntimos que sirvieron para pagar
el viaje de la señorita Bovary a casa de su abuela. La buena mujer murió ese mismo año; como el abuelo
Rouault estaba paralítico, una tía se ocupó de ella. Como era pobre la envió a ganarse la vida como
hilandera a una fábrica de algodón.
Lo que se sabe menos es que Berthe, al término de los años pasados en esta fábrica, vivió una extraña
aventura.
Y esta es la aventura que la novela va a relatar
22. Paratextualidad. Siguiendo con este tema, aún podemos especificar más y podemos
hacer referencia al fenómeno de la paratextualidad, que designa las referencias que el
texto mantiene con otros tipos de escritos: el libro mismo, en cuanto objeto y los
escritos que lo componen: lomo, cubierta, sobrecubierta, portada, contraportada,
formato, título, epígrafe, prefacio…; los escritos que preceden y acompañan la
composición del libro: notas, borradores…; algunos comentarios autógrafos o no que lo
rodean… Un ejemplo podría ser el de una entrevista con el autor en el momento de la
publicación de un libro suyo.
23. Hipertextualidad. Es la relación que une al texto B con el texto A que es anterior. Se
trata de una imitación o de una transformación del texto A, no de comentarios sobre el
mismo, con fines lúdicos, satíricos o serios. Es el caso de las reactualizaciones
permanentes de los mitos: Fausto, Hamlet, Don Juan, el Cid…