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Adoracion Juvenil 6 de Abril

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Adoración Juvenil 6 de abril 2022

Eterno Padre, yo te agradezco porque Tu infinito Amor me ha salvado, pues sin


importar cuantas veces he caído, tú siempre me has levantado. Gracias Padre mío, por
Tu inmensa paciencia que me ha esperado. Gracias, Dios mío, por Tu inconmensurable
compasión que tuvo piedad de mí. La única recompensa que puedo darte en
retribución de todo lo que me has dado es mi vida con todas sus alegrías y penas, todo
lo bueno y lo malo quiero ofrecértelo hoy en este momento de adoración.
Estoy delante de ti, Espíritu de Amor, que eres fuego inextinguible y quiero
permanecer en tu adorable presencia, quiero reparar mis culpas, renovarme en el
fervor de mi entrega y rendirte homenaje de alabanza y adoración.
Jesús bendito, estoy frente a Ti y quiero arrancar a Tu Divino Corazón innumerables
gracias para mí y para todas las almas, para la Santa Iglesia, tus sacerdotes y religiosos.
Permite, oh Jesús, que esta hora sea verdaderamente una hora de intimidad, de amor
en la cual me sea dado recibir todas las gracias que Tu Corazón divino me tiene
reservadas.
Virgen María, Madre de Dios y Madre mía, me uno a Ti y te suplico me hagas partícipe
de los sentimientos de Tu Corazón Inmaculado.
¡Dios mío! Yo creo, adoro, espero y te amo. Te pido perdón por los que no creen, no
adoran, no esperan y no te aman.
CORO
Creo, oh Jesús, con mi más viva fe, que estás realmente presente, aquí, delante de mí,
bajo las especies Eucarísticas; Tú, el Verbo eterno del Padre, engendrado desde todos
los siglos y encarnado luego en las entrañas de la Virgen Madre, Jesucristo Redentor y
Rey. Creo, realmente, que estás presente en la verdad inefable de Tu Divinidad y de Tu
Humanidad.
Eres el Jesús de Nazaret, que por mi amor abrazó el ocultamiento, las fatigas y la
obediencia. Eres el Divino Maestro, aquel que vino para enseñarme las dulces
verdades de la fe, a traer el gran mandamiento del amor: Tu mandamiento. Eres el
Salvador Misericordioso, el que te inclinas sobre todas mis miserias con infinita
comprensión y conmovedora bondad, pronto siempre a perdonar, a curar, a renovar.
Eres la Víctima Santa, inmolada para gloria del Padre y bien de todas las almas. Eres el
Jesús que por mí sudó sangre en el Huerto de Getsemaní; quien por mí sufrió la
condenación de tribunales humanos, la dolorosísima flagelación, la cruel y humillante
coronación de espinas, el martirio cruel de la crucifixión. Eres quien quiso agonizar y
morir por mí. Tú eres Jesús Resucitado, el vencedor de la muerte, del pecado y del
infierno. Quien está deseoso de comunicarme los tesoros de la vida divina que posees
en toda su plenitud.
A una semana de vivir el Triduo Pascual, Jesús nos sorprende desde el primer
momento cuando entra triunfante en Jerusalén. Su gente lo acoge con solemnidad,
pero Él entra en la ciudad sobre un humilde burrito. La gente espera para la Pascua al
libertador poderoso, pero Jesús viene para cumplir la Pascua con su sacrificio. Su gente
espera celebrar la victoria sobre los romanos con la espada, pero Jesús viene a celebrar
la victoria de Dios con la cruz. ¿Qué le sucedió a aquella gente, que en pocos días pasó
de aclamar con hosannas a Jesús a gritar “crucifícalo”? ¿Qué les sucedió? En realidad,
aquellas personas seguían más una imagen del Mesías, que al Mesías real.
Admiraban a Jesús, pero no estaban dispuestas a dejarse sorprender por Él. El
asombro es distinto de la simple admiración. La admiración puede ser mundana,
porque busca los gustos y las expectativas de cada uno; en cambio, el asombro
permanece abierto al otro, a su novedad. También hoy hay muchos que admiran a
Jesús, porque habló bien, porque amó y perdonó, porque su ejemplo cambió la
historia… y tantas cosas más. Lo admiran, pero sus vidas no cambian. Porque admirar a
Jesús no es suficiente. Es necesario seguir su camino, dejarse cuestionar por Él, pasar
de la admiración al asombro.
Jesús mío, Te encuentras aquí, presente en la Hostia Consagrada, Santa, con un
Corazón desbordante de ternura, un Corazón que ama infinitamente. En Tu Corazón,
Jesús, encuentro el Amor Infinito, la Caridad divina: Dios, principio de vida, existente y
vivificante. ¡Qué dulce me es, Dios mío, Trinidad Santísima, ¡adorarte en este Sagrario
en el que ahora estás!
CORO
Me Uno a los Ángeles y Santos quienes, invisibles pero presentes y vigilantes junto a
Tu Sagrario, Te adoran incesantemente. Me uno, sobre todo, a Tu Santísima Madre y a
los sentimientos de profunda adoración y de intenso amor que brotaron de Su alma
desde el primer instante de Tu Encarnación y cuando te llevaba en Su seno
inmaculado.
Te adoro, Dios Padre, porque por medio de Cristo has descendido hasta mi humanidad
y porque, por Su Corazón adorable, Te has unido tan estrechamente al hombre. Te
adoro en este templo, santificado por la presencia siempre actual de Tu Ser divino; me
postro hasta la nada, en adoración delante de Tu Majestad Soberana, pero, al mismo
tiempo, el amor me eleva hasta Ti.
Te adoro, Dios Padre, y te amo; el amor y la adoración están totalmente confundidos y
mezclados en mi alma, tanto que no sabría decir si más adoro que amo o si más amo
que adoro… Te adoro porque Tú eres mi Creador y mi Dios. Te amo porque encuentro
en Ti toda belleza, toda bondad, toda ternura y toda misericordia. Te amo porque me
has hecho el regalo de un tesoro invalorable.
CORO

¿Y qué es lo que más sorprende del Señor y de su Pascua? El hecho de que Él llegue a
la gloria por el camino de la humillación. Él triunfa acogiendo el dolor y la muerte, que
nosotros, rehenes de la admiración y del éxito, evitaríamos. Jesús, en cambio —nos
dice san Pablo—, «se despojó de sí mismo, […] se humilló a sí mismo» (Flp 2,7.8).
Sorprende ver al Omnipotente reducido a nada. Verlo a Él, la Palabra que sabe todo,
enseñarnos en silencio desde la cátedra de la cruz. Ver al rey de reyes que tiene por
trono un patíbulo. Ver al Dios del universo despojado de todo. Verlo coronado de
espinas y no de gloria. Verlo a Él, la bondad en persona, que es insultado y pisoteado.

Lo hizo por nosotros, para tocar lo más íntimo de nuestra realidad humana, para
experimentar toda nuestra existencia. Para acercarse a nosotros y no dejarnos solos en
el dolor y en la muerte. Para recuperarnos, para salvarnos. Jesús subió a la cruz para
descender a nuestro sufrimiento. Probó nuestros peores estados de ánimo: el fracaso,
el rechazo de todos, la traición de quien le quiere. Experimentó en su propia carne
nuestras contradicciones más dolorosas, y así las redimió, las transformó. Su amor se
acerca a nuestra fragilidad, llega hasta donde nosotros sentimos más vergüenza. Y
ahora sabemos que no estamos solos. Dios está con nosotros en cada herida, en cada
miedo. Ningún mal, ningún pecado tiene la última palabra. Dios vence, pero la palma
de la victoria pasa por el madero de la cruz. Por eso las palmas y la cruz están juntas.

Señor, "Tú tienes palabras de vida eterna y nosotros hemos creído y conocido que tú
eres el Hijo de Dios" (Jn. 6,69). Tu presencia en la Eucaristía ha comenzado con el
sacrificio de la última cena y continúa como comunión y donación de todo lo que eres.
Aumenta nuestra FE.

Por medio de ti y en el Espíritu Santo que nos comunicas, queremos llegar al Padre
para decirle nuestro SÍ unido al tuyo. Contigo ya podemos decir: Padre nuestro.
Siguiéndote a ti, "camino, verdad y vida", queremos penetrar en el aparente "silencio"
y "ausencia" de Dios, rasgando la nube del Tabor para escuchar la voz del Padre que
nos dice: "Este es mi Hijo amado, en quien tengo mi complacencia: Escuchadlo" (Mt.
17,5).

Con esta FE, hecha de escucha contemplativa, sabremos iluminar nuestras situaciones
personales, así como los diversos sectores de la vida familiar y social. Tú eres nuestra
ESPERANZA, nuestra paz, nuestro mediador, hermano y amigo. Nuestro corazón se
llena de gozo y de esperanza al saber que vives "siempre intercediendo por nosotros"
(Heb. 7,25).

Nuestra esperanza se traduce en confianza, gozo de Pascua y camino apresurado


contigo hacia el Padre. Queremos sentir como tú y valorar las cosas como las valoras
tú. Porque tú eres el centro, el principio y el fin de todo.

CORO

En esta Semana Santa, levantemos nuestra mirada hacia la cruz para recibir la gracia
del estupor. San Francisco de Asís, mirando al Crucificado, se asombraba de que sus
frailes no llorasen. Y nosotros, ¿somos capaces todavía de dejarnos conmover por el
amor de Dios? ¿Por qué hemos perdido la capacidad de asombrarnos ante él? ¿Por
qué? Tal vez porque nuestra fe ha sido corroída por la costumbre. Tal vez porque
permanecemos encerrados en nuestros remordimientos y nos dejamos paralizar por
nuestras frustraciones.
Volvamos a comenzar desde el asombro; miremos al Crucificado y digámosle: “Señor,
¡cuánto me amas!, ¡qué valioso soy para Ti!”. Dejémonos sorprender por Jesús para
volver a vivir, porque la grandeza de la vida no está en tener o en afirmarse, sino en
descubrirse amados. Y la grandeza de la vida está precisamente en la belleza del amor.
En el Crucificado vemos a Dios humillado, al Omnipotente reducido a un despojo. Y con
la gracia del estupor entendemos que, acogiendo a quien es descartado, acercándonos
a quien es humillado por la vida, amamos a Jesús. Porque Él está en los últimos, en los
rechazados, en aquellos que nuestra cultura farisaica condena.

Apoyados en esta ESPERANZA, queremos infundir en el mundo esta escala de valores


evangélicos por la que Dios y sus dones salvíficos ocupan el primer lugar en el corazón
y en las actitudes de la vida concreta.

Jesús, queremos AMAR COMO TÚ, que das la vida y te comunicas con todo lo que eres.
Quisiéramos decir como San Pablo: "Mi vida es Cristo" (Flp. 1,21). Pues nuestra vida no
tiene sentido sin ti.

Queremos aprender a "estar con quien sabemos nos ama", porque "con tan buen
amigo presente, todo se puede sufrir". En ti aprenderemos a unirnos a la voluntad del
Padre, porque en la oración "el amor es el que habla" (Sta. Teresa).

Entrando en tu intimidad, queremos adoptar determinaciones y actitudes básicas,


decisiones duraderas, opciones fundamentales según nuestra propia vocación
cristiana.

CREYENDO, ESPERANDO Y AMANDO, TE ADORAMOS con una actitud sencilla de


presencia, silencio y espera, que quiere ser también reparación, como respuesta a tus
palabras: "Quedaos aquí y velad conmigo" (Mt. 26,38).

CORO

Al acercarse en estos días la muerte de Jesús, contemplemos la escena del centurión


que, al verlo «expirar así, exclamó: “¡Realmente este hombre era Hijo de Dios!”» (Mc
15,39). Él, se dejó asombrar por el amor. ¿Cómo había visto morir a Jesús? Lo había
visto morir amando, y esto lo impresionó. Sufría, estaba agotado, pero seguía amando.
Sólo Dios es quien sabe llenar de amor incluso el momento de la muerte. En este amor
gratuito y sin precedentes, el centurión, un pagano, encuentra a Dios. ¡Realmente este
hombre era Hijo de Dios! Su frase ratifica la Pasión. Muchos antes de él en el
Evangelio, admirando a Jesús por sus milagros y prodigios, lo habían reconocido como
Hijo de Dios, pero Cristo mismo los había mandado callar, porque existía el riesgo de
quedarse en la admiración mundana, en la idea de un Dios que había que adorar y
temer en cuanto potente y terrible. Ahora ya no, ante la cruz no hay lugar a malas
interpretaciones. Dios se ha revelado y reina sólo con la fuerza desarmada y
desarmante del amor.

Hermanos y hermanas, hoy Dios continúa sorprendiendo nuestra mente y nuestro


corazón. Dejemos que su amor nos invada, miremos al Crucificado y digámosle
también nosotros: “Realmente eres el Hijo de Dios. Tú eres mi Dios”.
Tú superas la pobreza de nuestros pensamientos, sentimientos y palabras; por eso
queremos aprender a adorar admirando el misterio, amándolo tal como es, y callando
con un silencio de amigo y con una presencia de donación.

El Espíritu Santo que has infundido en nuestros corazones nos ayuda a decir esos
"gemidos inenarrables" (Rom. 8,26) que se traducen en actitud agradecida y sencilla, y
en el gesto filial de quien ya se contenta con sola tu presencia, tu amor y tu palabra.

En nuestras noches físicas y morales, si tú estás presente, y nos amas, y nos hablas, ya
nos basta, aunque muchas veces no sintamos la consolación.

Entonces nuestra oración se convertirá en respeto hacia el "misterio" de cada hermano


y de cada acontecimiento para insertarnos en nuestro ambiente familiar y social y
construir la historia con este silencio activo y fecundo que nace de la contemplación.

CORO

Jesús, gracias a ti, nuestra capacidad de silencio y de adoración se convertirá en


capacidad de AMAR y de SERVIR. Nos has dado a tu Madre como nuestra para que nos
enseñe a meditar y adorar en el corazón. Ella, recibiendo la Palabra y poniéndola en
práctica, se hizo la más perfecta Madre.

Ayúdanos a ser tu Iglesia misionera, que sabe meditar adorando y amando tu Palabra,
para transformarla en vida y comunicarla a todos los hermanos. Amén.

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