Martin Heidegger: en Los Confines de La Metafísica: Félix DUQUE
Martin Heidegger: en Los Confines de La Metafísica: Félix DUQUE
Martin Heidegger: en Los Confines de La Metafísica: Félix DUQUE
Martin Heidegger:
En los confines de la Metafísica
Félix DUQUE
Universidad Autónoma de Madrid
Anales del Seminario de Hisícria de la Filosofía, nt 13, 19-38. Servicio de P’úblicacionesUCM, Madúd, 19%
20 Félix Duque
via2. En 1907 pone Konrad Gróber en sus manos el tratado sobre el significa-
do múltiple de las maneras de ser en Aristóteles, de Franz Brentano; esa obra
orientaría para siempre su pensar en la dirección de la pregunta por el ser. Tam-
bién sus estudios de teología en Friburgo, de 1909 a 1911, le harían entrar en
la órbita de una neoescolástica fuertemente impregnada de hegelianismo (últi-
mas derivaciones de la Escuela Teológicade Teología Especulativa, con Anton
Giinther y E A. Staudenmaier, prolongada en el profesor de Dogmática de Fri-
burgo: Carl Braig). Sin embargo, ya en esta temprana época, la lectura de las
Investigaciones lógicas de Husserl (sobre todo de la Quinta, dedicada a la
«intuición categorial») y de la Crítica de la razón pura kantiana (especial-
mente por lo que hace al esquematismo trascendental, y por ende al problema
del tiempo), minarían su confianza en el edificio escolástico, hasta la ruptura
total y definitiva de 1919. «Concepciones epistemológicas —escribe a su men-
tor Engelbert Krebs, renunciando de este modo a su puesto docente en la
Facultad de Teología de Friburgo— que se extienden a la teoría del conocer
histórico han hecho que el sistema del catolicismo llegue a resultarme cuestio-
nable e inaceptable: no así el cristianismo y la metafísica (entendiendo a ésta,
de todas formas, en un sentido nuevo...).»3 Todavía en los Apanes de la filo-
sofía4 escribirá como exergo al apartado dedicado a «El último dios»: «El
absolutamente Otro frente a los dioses sidos, especialmente frente al cris-
tiano.&
El problema planteado ya desde el inicio del pensar de Heidegger era
exquisitamente hegeliano (o mejor: posthegeliano), a saber: ¿qué oculto desti-
no ha obligado a la metafísica a confundirse últimamente con la lógica, ya en
tiempos de Hegel degradada a su vez en psicología —C.A. Eschenmayer— y
antropología —J. Fries—, y enseguidaconvertida en epistemología por el neo-
kantismo, triunfante tanto en la llamada Escuela del Sudoeste (capitaneada por
W. Windelband y H. Rickert: con éste se doctorará Heidegger en 1913: Lo doc-
trina del juicio en el psicologismo) como en Marburgo (donde, enviado como
«brulote» por Husserl, enseñará nuestro autor de 1923 a 1928)? ¿Acaso el
lógos, la «reunión» griega6 de ser y hombre, de cosas y declinaciones del
decir, habrá de convertirse en la Modernidad en un instrumento cid maiorem
Hominis gloriam, o incluso en una secreción neurofisiológica? ¿No deberá ser
considerado, por el contrario, como una apertura del ser al hombre, como el
2 Ver “Mi camino en la fenomenología”. Transcripción y comentario en: Félix DUQUE, La kunz-
E. Ba.jau en: Conferencias y artículos, Barcelona. Serbal, 1995). Véase vol. ín, pp. 8,9,11 y ss.
Martin Heidegger En los confines de la Metafísica 21
«lugar» privilegiado —el «ahí» en el que el ser está—, sólo a partir del cual
reconoce el hombre su esencia y determinación? Un camino hacia esta se-
gunda vía se dejaba entrever por la brillante recuperación hermenéutica de
Schleiermacher por parte de W. Dilthey (adversario cordial de un neokantismo
psicologizante y «científico»), descubierto por Heidegger a través de las clases
de O. Hoberg en la Facultad de Teología. Tanto la citada tesis doctoral como el
escrito de habilitación (Lo doctrina de las categorías y de la sig’4ficación de
Duns Scoto, 1916) muestran el rechazo del psicologismo y la renovada aten-
ción a los modí sign(ficandi del lenguaje. Pero Dilthey supondría no sólo un
impulso decisivo en la orientación hermenéutica, sino también en la revalori-
zación de la historia (una perspectiva para la que tanto la escolástica como la
primera fenomenología husserliana eran ciegas). De ahí que la conferencia de
habilitación tratara, consecuentemente, de El concepto de tiempo en la ciencia
histórica. Estas ideas cuajarían en la decisiva conferencia de 1924 El concep-
to de tiempo (poco accesible hasta su edición en 1989), verdadero palimpsesto
de Ser y tiempo.
Ya en eljoven Heidegger vemos reverberar, pues, las palabras básicas de la
metafísica: el ser (Aristóteles) y el lógos (Duns Scoto, Hegel), junto con su
motor interno, oculto para aquélla: el tiempo (Kant), y la consideración históri-
ca, interpretativa, de los textos (Dilthey), pronto fundamentada y rebasada
(«asumida», diríamos con Hegel) en el curso más importante que el joven asis-
tente de Husserl diera en Friburgo: Ontología (Hermenéutica de la facticidad),
1923 k Con todo, la lucha contra los adversarios de la «metafísica» no desviaría
a Heidegger de su intuición fundamental: el enemigo era interno. La degrada-
ción revelaba un destino. De ahí la lucha enconada contra los intentos contem-
poráneos de «resurrección de la metafísica» (en Max Wundto en Nicolai Hart-
mann, por ejemplo). Dicho sea de paso, ello revela la inutilidad —como poco—
de los otrora renovados intentos de asimilación o reconversión de Heidegger a
una remozada neoescolástica: quaedam perennis philosophia (pero ornamental-
mente aggiornata), contra la Modernidad. Tal «cruzada» antimoderna no tiene
sentido alguno, para nuestro pensador: el inicio mismo de la metafísica muestra
ya una errancia. En Platón, por convertir la verdadcomo alétheia (desvelamien-
to de un fondo de retracción) en conocimieto correcto, comandado por la mira-
da del hombre —verdad como adecuación del ser al pensar ~ En Aristóteles, por
la ambigua e inestable mixtura de un «saber y entender que se busca» (dsetou-
méne epistéme) —y que plantea la pregunta por las maneras de ser del ente
(Metaph. IV)— y un «saber primero, teológico» (Metaph. VII y XII) que ve
como modelo de «pnmera ousía» a un «atractivamente» erótico Ente máximo,
2. EL ACABAMIENTO DE LA METAFISICA
Y junto a esta atención a voces casi olvidadas, pero que —como el Señor
de Delfos en Heráclito— siguen enviando destellos y señales, el cuidadoso
sondeo de los gérmenes de acabamiento (Vollendung: un término ambiguo en
al. y cast.: lo «perfecto» es también lo «acabado») en los grandes filósofos ter-
minales: Hegel, con su identificación lógica del ser y la nada, malentendida —
Sein und Zeit (SuZ), Tubinga, 197212, pág. 128. En la trad. de J. Gaos, Ser y tiempo (SyT),
(México 19622). pág. 145.
~ Cf. BPh. Ii, 107-166.
En Holzwege (11w), GA. 5, Frankfurt/M. 19806. Hay traducción (mala) de J. Rovira Armen-
gol, Buenos Aires, j9793
2 Véanse p. e. Was heisst Denken? (WhD), Tubinga, 19713 (hay tr.: ¿Qué significa pensar? de
H. Kahnemann. Buenos Aires 1972~); o Moira, en VA 111, así como el curso de 1942/43, Parmenides
(GA. 54).
‘~ Ver Logos, en VA III, y sobre todo el curso de 1944: &gik. Heraklits Lehre vom Logos, CA. 55.
‘~ Cf el curso de 1930/31, Hegels Plianomenologie des Geistes, CA. 32.
‘~ Véase WhD y Vier Seminare, Frankfurt/M. 1977.
Martin Heidegger En los confines de la Metafísica 23
16 Véase Kant und cAn Problein der Mcíaphysik (KM. 1929), Frankfurt/M.. 19734 (hay ir. de
1913);y Kanzs These Uber das Sein(KTM. 1961), en WM(trad.en: Ser, verdad
E. C. Frost. México
yfl,ndamento, de E. García Belsunce, Caracas, 19752).
‘ Cf. el curso de 1936, Schelling. Voin Wescn der menschlichen Freiheií, GA. 42, Frankful/M..
1988.
~ Cf. Nictzsche (vols. 1-II), Pfisllingen, 1961.
‘ Cf. fin cf Uber den Humanisínus (BH), en WM, pág. 339 ss. Hay tr.: Carta sobre el humanis-
‘no de R. Gutiérrez Girardol. Madrid 1970+
~ Véase 1) be rwindung der Metaphysik (0dM), en VA!.
21 Véase Dic Frage nach der Technik (FnT), en Dic Technik und dic Kchre (TK), Pfullingen,
19856. Hay tr.: ‘La pregunta por la técnica’ de A. P. Carpio, en Época de Filosofía 1, l (Barcelona,
1985), 7-29.
22 Publicado primeramente en francés (¡966). el original alemán sólo aparece en 1969 en ZSD.
Hay tr.de J. L. Molinuevo: E/final de la Filosofía y la tarea dcl pensar en ¿Qué es Filosofía Y, Madrid
19802.
24 Félix Duque
«hay»— el pronombre im-personal «se» (al. es; es gibt: «se da», «hay»). Sólo
al final de su itinerario (en Tiempo y ser25) expuso explícitamente Heidegger
este carácter transitivo, disimulado tras la estaticidad del infinitivo «ser». Esta
raíz olvidada del ser hiende y «tacha» ese carácter supuestamente definitivo e
inconcuso del «ser» (por ello, y de una manera tipográficamente espectacular,
tachado en cruz en ese homenaje-desafio a E. Júnger que es Zur Seinsfrage 26)
Tal raíz es aludida (no definida, ni determinada ni «nombrada») por Heideg-
ger a partir de 1936 (BPh) como Ereignis («acaecimiento propicio»): en su
sentido fuerte y literal, un término.., del pensar y del lenguaje (parece que, en
su lecho de muerte, confesada Heidegger a su hermano que, para él, el Er-
eignis seguía estando «como en un túnel» del que no se vislumbraba la salida).
Un término tan innombrable como el judío JHWH o el Tao. Desde luego, no
un «sustantivo» (la representación estable de una «cosa»), sino la alusión a
una diferencia: que algo se diga en propiedad (o sea, que sea adecuada,
verdaderamente denominado) implica que la propiedad misma en la que él es
dicho (otros «términos» para lo Mismo: el Da, el ahí en que ser y hombre se
corresponden; la Lichtung, o «despejamiento» en que las cosas dan a ver sus
«aspectos») quede ausente, olvidada, no sólo por parte de aquello que de este
modo resulta «apropiado» ni por parte de aquél por mor del cual ello resulta
«apropiado», sino ausente, olvidada.. de y para sí misma (más que una inver-
sión, una tachadura casi sarcástica del ser en y para sí hegeliano): expropiada
de sí, irremisiblemente entregada a la alteridad en la que hay sentido. Nada se
presenta en ese brillo. Lo que acaece, lo que es «el caso», hace acto de pre-
sencia en gracia a esa ausencia.
Este es a mi ver el (extraño) corazón del pensar heideggeriano, ¡a «estre-
lla» tras la que —a veces a tientas— iba desde su juventud. El nihilismo, el
desierto de la Técnica y el Consumismo en que hoy estamos, no consiste en un
escéptico y agnóstico «no saber nada respecto a qué sea la Verdad». Ese
escepticismo seria en el mejor de los casos (como ya se ve en Descartes) una
duda metódica, una estrategia guiada por la creencia de que todo está (o esta-
rá, al fin de los tiempos) a la mano del hombre: todo, disponible —-«contante y
sonante», como el dinero- porque la realidad es en el fondo un «producto»,
una «maquinación» del Hombre: primero Lugarteniente y luego Señor del Ser,
a través de la ciencia y de la técnica. Esta creencia —esta querencia, pues que
de «voluntad» se trata— ha sido desbaratada por el proceso mismo de la tec-
nología. En ella se despliega una «esencia» (el término no tiene en Heidegger
un sentido estático, ideal, sino transitivo, de despliegue de «posibles») hasta
ahora impensada. La esencia de la tecnociencia es la «estructura de emplaza-
drid, 1958.
26 Félix Duque
de un «envío» -como en una carta, que sólo «tiene» sentido cuando llega «a
destino»—). En una cadenza no hay un único tono dominante: la melodía se da
a través de la cadencia: existe solamente en ella, y aparece en su redondez sólo
al final; cuando ya es demasiado tarde para volver a empezar, da capo. La
melodía deja ser a la cadencia. Digamos: el Ereignis permite diversos «ensam-
blajes» entre el ser y el ente. Pero no se confunde con ninguno de sus momen-
tos, ni siquiera con el «último» (en esto se diferencia de nuevo Heidegger de
Hegel, para quien la última figura fenomenológica englobaba y resumía a
todas las anteriores). De esta manera, cree Heidegger, es la «estructura de
emplazamiento», o sea la esencia/destino de la técnica moderna lo que —bien
mirado- nos enseña a escapar de la lógica inquisitorial, del «tribunal» de la
razón que, desde su altura de circular reflexión, dictamina (juzga y sentencia)
el orden jerárquico de lo real según los grados de acercamiento o distancia a la
Identidad suprema (p. e., en Leibniz). Esa «mirada» en lo que Occidente halle-
gado a ser (tras el paréntesis de la forzosa inactividad docente tras la guerra,
Heidegger volvió a la notoriedad pública con cuatro famosas conferencias en
Bremen, tituladas conjuntamente: Einblick in das, was ist; una traducción cas-
tiza sería: «Una mirada que penetra en lo que hoy existe y nos importa») se
remansa en cambio —tras tanto ideal de dominio y posesión— en la «sereni-
dad» (Gelassenheit: titulo de un opúsculo capital, de 1959 28 También podría
verterse por «desasimiento» —los italianos tradujeron: L’abbandono—). Sere-
nidad no es «entrega’> a las cosas (una especie de «bajar la guardia», cansados
de «vigilar y castigar»: eso no sería sino una inversión que daría igual; un
derrotismo victimista —y consumista: comer y gozar en vista de la catástrofe
inminente— en vez de la «victoria» sobre la «naturaleza» que anunciara
Bacon). Tampoco es pasiva resignación «historicista» (en plan: si algoha ocu-
rrido es porque tenía que ocurrir; más vale «acomodarse» a lo que hay). Pues
ese mostrenco acomodo bien podría llamarse, nada menos, democracia (cf. la
entrevista con Der Spiegel), entendida —interpreto yo- como un «neolibera-
lismo» que da valor a cosas y hombres (troquelados ambos según las necesi-
dades de la industria y del capital) sólo si «funcionan» como productos mecá-
nicos (o electrónicos); que «usa» las palabras como instrumentos por «de
fuera» bien empaquetados y científicamente unívocos y por «de dentro»
retóricamente insinuantes y llenos de «maquinaciones» para persuadir de que
«esto» es el «progreso» (y cualquier cambio de ese —verdadero- inmovilis-
mo, una argucia «reaccionaria»). Un lenguaje informático del que no se sabe a
ciencia cierta de qué «informa», pero que en cambio «forma» y troquela hom-
bres y cosas según las exigencias del intercambio de valores, en un «manejo»
y manipulación de la que desaparece hasta la moderna «objetividad», para no
29 Cf.AusderE,fahrung des Denkens (AED), GA. 13, Frankfurí/M., 1983, Pp. 47 ss., 53, 55,
57, 59, 72 Ss.
Martin Heidegger: En los confines de la Metaffsica 29
Al pronto, nosotros nunca nos las habemos con cosas en cuanto cosas, sino
con incitaciones, sugerencias u obstáculos cristalizados temporalmente en
300dM. en VA 1, 88.
~ 0dM, 90.
30 Félix Duque
32 Der Ursprung des Kunstwerkes (Urs), Stuttgart, Reclam, l960, pág. 52. Hay Ir. en Arte Y Poe-
Ahora bien, ese juego -cuyo «campo» siempre móvil es el mundo- entre
las cosas como posibilidades y el ser-humano como «poder-ser» no es ni esta-
ble ni, mucho menos, eterno (no está leibnizianamente fundado en una «región
de verdades eternas»; el proyecto de SuZ es el de un «ateísmo metodológico»).
El juego se estrella en la muerte, entendida no como un «suceso terminal» de
la vida (por caso, indefinidamente prolongable en «otra», con lo que se hace de
la muerte un «tránsito», si es que no una farsa), ni como algo a lo que está
«abocado» el hombre, sino como algo a lo que entera y simplemente el ser-
hombre «está» (y a lo que siempre intenta uno zafarse, como cuando nega-
tivamente se dice de alguien que «no está a lo que está»). «Estar a la muerte»
(no «ser para la muerte», como aviesamente se suele traducir) es estar ya de
siempre abierto, «resuelto» a la posible imposibilidad de toda posibilidad, en
cuanto algo de lo que se está cierto, aunque de manera indeterminada: algo que
no se refiere a nada (la muerte no es lo «contrario» de la vida, como si ambos
tuvieran un fundamento común: pe., la eternidad); algo que me es propio y me
singulariza, y que es irrebasable. Abrirse a estas características es experimen-
tar la angustia, en la que de consuno se advierte mi finitud y el carácter vacío
del mundo (cf SuZ, § 53).
La patencia instantánea de la muerte se muestra en la angustia como un
«estar precursándola» <no como un «tenerla en cuenta», al modo de los «segu-
ros de vida»), es decir como aceptación del hecho desnudo de que el íntegro
Cf. WegezurAussprache(1937).
‘ AED,2í.
32 Félix Duque
Las cosas no están en el mundo ni son para el hombre. En cada cosa está en
«causa» el Mundo en su integridad (algo que entreviera —si bien metafísi-
camente— Leibniz con sus miro irs de (‘unive rs). Lo que la cosa ofrece en su
«aspecto» remite a una materialidad que dispensa abrigo, que da a luz sin salir
ella misma a la luz (algo que los griegos barruntaron corno moira, y Kant como
cosa en sO. Pero esa cerrazón no está nunca presente, sin más. Aparece como
«Tetracción» sólo cuando la mano trabaja algo (no «trabaja sobre algo», como si
se tratara de una materia dócil y penetrable) para cubrir una necesidad. La opaci-
dad de la piedra no está en el roquedo, sino, p.c., en el carácter macizo de las
columnas de un templo dórico, o en la solidificación de la arcilla que permite
escanciar el vino de un jarro. La «mano» del rechnítes (del técnico en general,
incluyendo al actual ingeniero de la inteligencia artificial) sigue en general
procedimientos, líneas de medida y enfoque que nunca son arbitrarias. Si quere-
mos llamarlas «convencionales» habrá de entenderse por ello lo mentado en el
término cum-venire: el frágil y temporal ajuste entre las necesidades humanas y
el «obsequio» de posibilidades por parte de las cosas. Y, por último, se tiene
confianza en ese ajuste porque en él se anticipa tácitamente la dimensión de sen-
tido de una «región». Por vía alusiva (y no como si se mentaran con ello poten-
cias míticas), y de acuerdo con viejas tradiciones (cf. pe. el Gorgias platónico),
Heidegger llama a esa opacidad retráctil tierra; a la medida que da apertura y
sazón, cielo (concavidad en la que han lugar constelaciones); a los seres que
soportan esas necesidades ambiguas (pues son ellas quienes les permiten, a la
vez, estar en el mundo y estar a la muerte, siempre «pudiendo ser», sin ser nunca
«por entero»: no hay ser entero), mortales; y a los portadores de las dimensiones
de sentido regional, seres divinos. El juego —epocalmente mudable— de estas
cuatro remisiones (no «cosas», sino respectos tejidos por las cosas) es el Mundo,
abierto en esa «cuadratura» (Geviert38; el término viene del lenguaje arquitectó-
nico y recuerda, p.c., a la planta «en cruz» de una iglesia: hincada en la tierra,
desde y contra la cual tiene lugar su «alzado» hacia el cielo, al cual remeda con
la curvatura de sus bóvedas; lugar íntimo del sacrificio, en el que se correspon-
den y mutuamente se entregan —guardando las distancias— lo mortal y lo divi-
no). El arte es el modo privilegiado de instaurar esejuego de espaciamientos, esa
verdad como alétheia. Y lo es porque la «armonía» (de donde el lat. ars), al sacar
a la luz una obra como encrucijada del cuádruple respecto, hace presentir a la vez
(nunca «ver» o «dominar») el ocultamiento o «tachadura» del ser, indominable e
indisponible tras la donación, tras el (nunca perfecto) lograrse de la obra.
38 Cf. Erlíluterungen zur Hólderlins Dichrung (PHD), FrankfurtlM., 1981>, PP. 170 ss. (Hay ir.
Interpretaciones sobre (sic!) la poesía de Hólderlin. de J.M. Valverde. Barcelona. 1983,) Véase ade-
más VA II, 23-25, 50-52,
34 Félix Duque
Dos puntos importantes hay que resaltar aquí. Primero, el «ser» no es men-
tado exclusivamente por la «tierra», pues ésta también «sale a la luz»(palpa-
mos la impenetrabilidad de la columna, vemos la sombra que su opacidad pro-
yecta). Tampoco la luminosidad del «cielo» agota el «ser», justo porque nada
sería sin su oposición-coincidencia con la tierra: el cielo se «hunde», es pene-
trable; y por ello, paradójicamente, nunca es «aferrable», conceptualizable:
deja ver, «despeja» (al igual que un «claro» o despejamiento: Lichtung) sin que
él mismo sea nunca accesible directamente, sino sólo «de soslayo» (esto fue
entrevisto por Kant alhacer de laextraña y contradictoria «intuición formal»de
la Estética trascendental algo nunca intuible de suyo, sino siempre y sólo como
condición de posibilidad, o sea y literalmente: como «espacio» o «tiempo»; no
una «cosa», sino nada: ens imaginarium. En general, sería conveniente leer a
Heidegger desde los filósofos, en vez de despachar sus alusiones como metá-
foras «místicas»). Lo mismo ocurre con los «mortales: ellos —seres «técni-
cos» y «temporales»— no advierten sus necesidades, o sea las «faltas» que se
adensan como la falta (la muerte), en un supuesto «interior»(el alma o la psi-
que: un «mundo» por de dentro que «copiaría» más o menos bien el mundo «de
fuera»). Eso es pura fantasmagoría. La falta se aprecia en las cosas por el mor-
tal trabajadas (los ejemplos de Heidegger -como en Rilke— remiten siempre
a «artefactos», nunca a cosas «naturales»). El mortal está siempre, literalmen-
te, «fuera de sí», sin poder recogerse íntegramente desde sus cosas o propieda-
des (por eso se cubre falazmente con el manto soñado de la identidad autorre-
ferencial). Y lo «divino», en «sí mismo» considerado, no es nada: también la
dimensión que abre los sentidos y senderos de la vida se da siempre «fuera», y
no como una redonda y sensu stricto «repelente» causa sui (cf. ID); se da en el
sacrificio, donde se recogen las tradiciones y costumbres de un pueblo his-
tórico (algo que el cristianismo entrevió, al hacer de su dios una amorosa e
íntegra «entrega» al mundo). Y en suma: el «ser» tampoco es el Mundo (con-
tra la interpretación de E. Fink); éste es siempre una «manera», acontecida his-
tóricainente, de ser. Ni menos es el «ser» algo extramundano, algo así como un
soporte (la «Sustancia» de verdad) o causa del Mundo, porque en cada «mane-
ra» se agota —a su manera— el ser, como un destino que se destina, que «aca-
ece» (Ereignis). Tal es la radical interpretación heideggeriana del dictum aris-
totélico: «Lo ente se dice de muchas maneras». Y como en Aristóteles, esas
maneras» vienen del ser (que no es género alguno) y tienen en cada caso una
«referencia», un «destino»: la ousía, vista como la «reunión» o «asamblea»
(irreductible con todo a un rasgo dominante: el eidos o deátera ousía) a la que
llamamos «cosa»: los lugares en los que «se da» Mundo ~.
~ Véase Dic KunstundderRaum, cd. bilingfle al/fr., St. Gallen 19832. Hay Ér. de E Duque, en
prensa: El arte y el espacio, Barcelona, Serbal. Véase asimismo Das Ding, en VA.
Martin Heidegger: En los confines de la Metafísica 35
embate al orgullo del hombre moderno: al igual que acontece con la técnica, el
lenguaje no es algo «en las manos» del hombre, algo con lo que hacer lo que
uno quiera. Ni medio ni «vehículo» de comunicación, el lenguaje es la «natu-
raleza» (la physis) del hombre t Para empezar, un lenguaje es siempre histó-
rico ~ si queremos, un idiolecto a través del cual (dié) un pueblo religa vivos
y muertos y los coliga con las cosas. No un «habla», sino «lo que permite»
hablar (lektón). Todo lenguaje es pues, radicalmente, dialecto: «El dialecto
(Mundart) no es sólo el lenguaje materno, sino a la vez y ante todo la madre del
lenguaje» 46 No es el hombre quien primariamente habla, sino el lenguaje:
pero éste sólo habla —siempre de manera diversa— a través de una Menschen-
tum, de un pueblo que históricamente se va constituyendo. El lenguaje es, así,
el «lugar» de la reunión de lo ente: la «casa del ser» ~QEl lenguaje no se «usa»:
se usan «maneras de hablan>, giros y tropos; y normalmente se tiene por habla
(Rede) lo que es cansina repetición de «dichos» (Gerede; SuZ § 34). Al len-
guaje sólo cabe aludir indirectamente (al igual que en la «casa» se vive... y
se muere; mas, al contrario de la casa, no hay «fuera» del lenguaje. El lengua-
je no es el «exterior» de las cosas, sino su exterior: el modo en que éstas remi-
ten —significantes— unas a otras). Esa mención alusiva, la más alta, es la poe-
sía48. ¿Por qué? El poeta da nombre a lo sagrado: en cada palabra del poema
reverberaper absentiam la integridad —yeso significa «sacralidad»— del len-
guaje. En ella se reúnen tiempos y espacios. Por ella es el hombre Augenblicks-
stdtte: la «estación del instante». Y por eso todo decir poético es, con Hólder-
lin, Andenken Andenken, esto es: un «conmemorar», un vivificar lo
‘~.
aparentemente «muerto» (por usado sin parar mientes en ello, como una mone-
da gastada 50: no un «recuerdo» de lo pasado, sino al contrario: una promesa
enraizada de futuro. El poema abre vías, alamedas de la memoria. En el fondo,
el poema sólo «habla» de una extraña «cosa»: de la ineludibilidad esquiva del
ser, de la retracción de éste al darse (al igual que en la palabra está «íntegro» el
lenguaje, mas sólo como el brillo de un foco —«hogar»: Heimat— para siem-
pre perdido). El poema guarda (el) silencio: dice que todo (el Todo) no se pue-
de decir (y menos, para sí mismo, como quien cree en un Dios sabelotodo en
eterno coloquio consigo mismo). El poema es la guarda de la pérdida.
~ tJzS,9.
45 UzS, 253.
46 Sprache und Heimat, en AED, 156.
47 Véanse BU 313, 333, 358 s., 361; VA III, 23s.; UzS 156, 255; SvG, 161.
<~ Cf. EHD, passim; también Uz5, 66 ss.
7. EL PENSAR TAUTOLÓGICO
SIGLAS UTILIZADAS
GA. Martin Heidegger Gesamtaus- KTS Kants These Uher das Sein
gabe SuZ Sein undZeit
AED Aus der Erfahrung des Den- SvG Der Satz vom Grund
kens SyT Ser y tiempo
BH Briefñber den Huma>’ñsmus TK Die Technik unildie Kehre
BPh Beitráge zur Philosophie (Vom 0dM Úberwindung der Metaphysik
Freignis) Urs. Der Ursprung des Kunstwerkes
El-ID Eriduterungen zar Hdlderlins UzS Unterwegs zar Sprache
Dichtung VA Vortrdge una’ Aufsñtze
FnT Die Frage nach der Technik WhD Was heisst Denken?
Hw Holzwege. WiM? Was isz Metaphysik?
ID Identitdt una’ Djfferenz WM Wegmarken
KM Kant una’ das Problem der WiPh? Was isí das die Philosophie?
-