Terraformación
Terraformación
Terraformación
La palabra terraformación apareció por primera vez en la historia Collision Orbit del
autor de ciencia ficción Jack Williamson, aunque parece razonable asumir que el concepto
estaba, de forma más o menos consciente, en la mente de algunos pioneros de la astronáu-
tica de finales del siglo XIX, o incluso antes. A finales del siglo XIX algunos visionarios,
como Konstantin Tsiolkovsky, ya señalaron la importancia de la exploración del espacio
exterior para que la especie humana tenga un futuro. Del propio Tsiolkovsky es la memo-
rable cita “la Tierra es la cuna de la humanidad, pero la humanidad no puede estar siem-
pre en la cuna”. Parece claro que una exploración que se queda en una mera visita y
vuelta al hogar terrestre, si bien adecuada como primera etapa de la humanidad en el uni-
verso, sería insuficiente para los planes a largo plazo de supervivencia de la especie. Esta-
blecer hogares adecuados para los seres humanos es requisito imprescindible.
Entre las primeras menciones (implícitas) de la terraformación estarían los comentarios
del astrónomo italiano Giovanni Schiaparelli, quien afirmó a finales del siglo XIX que en
Marte parecía haber unas estructuras en forma de canales. Percival Lowell propuso que los
habitantes de Marte los podrían estar utilizando para transportar agua desde los polos a las
regiones ecuatoriales. Hoy se sabe que dichos canales no existen y que fueron simples
ilusiones ópticas, pero el concepto de ingeniería planetaria a gran escala quedó por prime-
ra vez mencionado (Fogg, 2013).
Se desea ahora hacer un inciso para señalar algo importante. Siguiendo a Martyn J. Fogg,
quizá uno de los mayores expertos mundiales en terraformación, es preciso diferenciar
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Figura 1. Representación artística de la terraformación de Marte.
(Realizada por Daein Ballard, imagen original en Wikipedia como:
Image:MarsTransitionV.jpg, CC BY-SA 3.0,
https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=939978).
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ejemplo, la US National Commision on Space afirmó que “las adecuadas ambiciones a
largo plazo del programa espacial civil de los EE. UU. deben ser el establecer sociedades
libres en nuevos mundos [...] desde las tierras altas de la Luna a las planicies de Marte”
(Fogg, 2013). En 1979 James Oberg, de la NASA, organizó el primer coloquio sobre te-
rraformación y un par de años después Christopher McKay, otra figura capital en el tema,
escribió el artículo “Terraforming Mars”, siendo la primera vez que la palabra terraforming
aparecía en el título de un artículo científico. Las dos últimas grandes aportaciones que se
quieren mencionar son las del libro The Greening of Mars, de James Lovelock (el autor de
la hipótesis de Gaia) y Michael Allaby. Lovelock propuso utilizar los temidos clorofluoro-
carbonos (CFC) para calentar Marte, en un alarde de originalidad y transgresión (ya que
en la Tierra los CFC son los responsables del agujero de la capa de ozono). La última gran
contribución a esta materia es probablemente el libro de Martyn J. Fogg Terraforming,
Engineering Planetary Environments, texto absolutamente esencial y de lectura obligatoria
para todo aquel interesado en serio en el problema de la terraformación.
Los gigantes gaseosos, que en el Sistema Solar serían Júpiter, Saturno, Urano y Neptu-
no, son frecuentes en los sistemas estelares con planetas. Tienen el obvio problema de que
no disponen de una superficie sólida en la que asentarse, con la excepción del núcleo, que
estaría a una presión atmosférica tan elevada que un asentamiento queda totalmente des-
cartado. Una posible solución serían los chthonian planets, los planetas que han perdido la
envoltura más externa de gases en lo que se conoce como escape hidrodinámico, dejando
atrás un núcleo desnudo. Esta pérdida de la envoltura gaseosa más externa puede deberse
a que estos planetas estarían demasiado cerca de su estrella (o estrellas) y el viento estelar
despoja del gas al planeta. En este caso el planeta sería válido para una terraformación pero,
debido a que la cercanía a una estrella implicaría elevadas dosis de radiación (esto pasa
también con algunos gigantes como Júpiter), y dado que no hay ejemplos de este tipo de
planetas en el Sistema Solar y que su existencia es aún hipotética, los gigantes gaseosos
quedan descartados. Aunque estar cerca de ellos puede suministrar volátiles necesarios, no
se estaría hablando de terraformación propiamente dicha.
Como curiosidad, algunos autores especulan que si la presencia de carbono en estos
planetas es habitual, al ser este más pesado que los gases, sedimentaría hacia el núcleo y
una vez allí, debido a las elevadísimas presiones, cristalizaría formando diamante. Los
mayores diamantes del universo serían los núcleos de los gigantes gaseosos.
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2.2. Planetas oceánicos
Los planetas constituidos exclusivamente por un único océano son frecuentes en los
escenarios de la ciencia ficción. A bote pronto se pueden poner los ejemplos de la película
Interstellar, o el de la película y novela Solaris. Un planeta oceánico no tendría un suelo
como tal en el que asentarse, aunque eso podría ser arreglado de forma sencilla, a diferen-
cia del caso de los planetas gigantes gaseosos. Si un planeta está en la llamada zona de
habitabilidad1 no es en absoluto descabellado que tenga agua, y es probable que gran par-
te de las masas continentales o la totalidad de ellas estén sumergidas (en la Tierra los
océanos dominan las tres cuartas partes de la superficie). Sin embargo, y como algunos
autores han resaltado (Pierrehumbert, 2005), los planetas oceánicos son extremadamente
inestables desde el punto de vista climático. Al no tener corteza emergida no hay ciclo si-
licatos-carbonatos, esto es, la parte del ciclo del carbono en la que se interacciona con la
litosfera. Muy resumidamente, este ciclo capta CO2 del aire y lo disuelve formando ácidos
carbónicos; mucho tiempo después estos carbonatos experimentan subducción hacia las
profundidades de la corteza del planeta, donde se recombinan con silicatos y liberan CO2
que será expulsado a través de vulcanismo de nuevo a la atmósfera; el proceso dura millo-
nes de años. No es realmente un ciclo cerrado: en la Tierra, por ejemplo, la formación de
carbonatos ha sido superior a la de silicatos, lo que se ha traducido en una reducción neta
del CO2 a lo largo de la historia (aunque esta tendencia se está revirtiendo en las últimas
décadas). En un planeta oceánico, al principio de su historia, bajo un sol débil, la evapora-
ción es limitada, el CO2 se elimina muy efectivamente por el océano pero no es liberado
por la litosfera (no hay litosfera, como se ha indicado), así que el planeta se enfría a gran
velocidad, entrando en una era de hielo e incluso en una snowball. En una etapa más pos-
terior, con un sol más brillante, la evaporación aumentaría sustancialmente, el vapor de
agua se incrementaría y aunque parte de este vapor de agua es fotodisociado en dos átomos
de hidrógeno (que por ser muy ligeros escaparían al espacio) y en un átomo de oxígeno,
habría una gran capacidad de absorber radiación infrarroja, aumentaría el efecto inverna-
dero y la gran disponibilidad de este gas en un planeta que es todo un océano dispararía un
proceso de runaway greenhouse effect, un efecto invernadero descontrolado, como lo que
se especula que sucedió en Venus2.
Así pues, los planetas oceánicos son muy volátiles y quedan de momento descartados
(además de que no hay ninguno en el Sistema Solar). Curiosamente, los modelos muestran
que los planetas desérticos tienen una mayor zona de habitabilidad que los oceánicos
(Choi, 2011) y son más estables climáticamente.
1 La zona de habitabilidad se define como aquella región en torno a una estrella en la cual es posible tener agua
líquida en la superficie de un planeta o satélite rocoso. Esto depende de muchísimos factores, entre los que influyen
las características de la atmósfera del planeta, sus parámetros orbitales, los calentamientos de marea, etc. Algunos
autores proponen condiciones extra, como por ejemplo que la presión atmosférica sea superior a 6,1 milibares para
que tenga lugar el punto triple del agua de 273,16 kélvines, donde coexisten los estados sólido, líquido y gaseoso.
2 No es la intención de este artículo asustar a nadie. El IPCC estima que es imposible que un runaway green-
house effect tenga lugar en la Tierra por causas humanas. El efecto invernadero aumenta en la Tierra y produce el
calentamiento global, pero no de esas formas tan extremas.
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que normalmente se considera para un planeta de carbono o de hierro. Un planeta de car-
bono se formaría cuando el disco de formación protoplanetaria tuviera una composición
más rica en carbono que en oxígeno. El Sistema Solar era rico en oxígeno y en silicio, lo
que formó silicatos, que es la composición principal de los planetas rocosos. La excepción
es Mercurio, un llamado “planeta de hierro”. Estos cuerpos tienden a formarse cerca de la
estrella, que es el lugar donde este elemento se acumula. Algunos modelos del universo
temprano (Pulliam, 2016) sugieren que la primera vida comenzó en planetas de carbono.
No es del todo extraño, al fin y al cabo, el carbono es el elemento esencial para la vida
(algunos autores defienden también al silicio, aunque esto está bastante discutido). Eso sí,
las atmósferas de estos mundos estarían constituidas principalmente por monóxido de car-
bono (CO), dióxido de carbono (CO2) y metano (CH4), así que una eventual terraformación
implicaría una renovación radical de la composición atmosférica.
En teoría sería posible terraformar estos planetas. Los planetas de hierro, que tenderían
a estar cerca de una estrella (aunque tal vez no todos), presentarían problemas asociados a
las elevadas temperaturas y la radiación electromagnética, que harían difícil mantener una
atmósfera pero, aparte de este caso, los otros planetas son en teoría terraformables. No
obstante, y por razones que ya se han comentado, este artículo se centrará en el Sistema
Solar, en concreto en el planeta Marte.
3. MARTE
Marte no solo ha estado desde los orígenes en la diana de los terraformadores, sino que
pronto superó a su principal competidor, Venus, cuando se conocieron las verdaderas con-
diciones atmosféricas de este planeta. Hoy en día hay dos proyectos muy serios de viaje a
Marte (aunque no de terraformación) que demuestran el interés que el planeta sigue des-
pertando. Son: Mars Direct, de Robert Zubrin y sobre todo el proyecto de la empresa
SpaceX de Elon Musk.
Al igual que la Tierra o Venus, Marte ha tenido una historia geológica, de la cual se
podría hablar mucho. Uno de los detalles más importantes es el de si hubo agua en el pa-
sado y en qué cantidad. En este aspecto se está cada vez más convencido de que así fue y
de que los océanos llegaron a ocupar casi un tercio de la superficie. Sin embargo, el Marte
actual es un lugar, al menos en su superficie, claramente inhóspito. Su tenue atmósfera hace
que tenga, en promedio, alrededor de la milésima parte de la presión atmosférica de la
Tierra. Las razones de una atmósfera tan escasa son fundamentalmente dos: por un lado,
una gravedad débil (un 40 % de la de la Tierra) y por otro lado la ausencia de magnetosfera.
Que no exista magnetosfera hace que las partículas del viento solar no sean deflectadas y
puedan incidir en la atmósfera, “podándola”, por así decirlo, lenta pero inexorablemente.
La ausencia de magnetosfera no implica que no pueda haber atmósfera: Venus no tiene
magnetosfera y tiene una densa atmósfera, pero su fuerza de gravedad es mucho mayor.
La temperatura en Marte fluctúa mucho, pudiendo llegar a centenares de grados bajo
cero o a 30 °C en verano en zonas ecuatoriales. Los vientos no es raro que sean intensos y
las tormentas de polvo suceden con cierta frecuencia (pueden llegar a envolver el planeta
entero). A pesar de la tenue atmósfera, es fácil encontrar que las velocidades del viento
lleguen a 60 o 90 km/h. Si se asume un equilibrio entre la fuerza por diferencia de presión
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y la fuerza de Coriolis (la rotación de Marte es similar a la de la Tierra), el llamado equi-
librio geostrófico (¿o habría que decir “marstrófico?”) sería:
→ 1∧
Vg = k × ∇z p
ρ
Y dado que la densidad es tan baja en Marte, aunque las diferencias de presión (el gra-
diente del segundo miembro) sean pequeñas, la densidad hace aumentar el cociente, arro-
jando valores importantes de viento. Otra cosa es la capacidad que tiene ese viento de
ejercer una fuerza, por ejemplo, para mover las aspas de un molino de viento: esta capaci-
dad estaría muy reducida en Marte incluso tomando las velocidades de vientos propias de
tormentas de arena. Esto es debido a que el término de lo que se conoce como presión
dinámica (½ρV2) es muy bajo, de nuevo por causa de la baja densidad.
El característico tono rojizo del aire en Marte se debe a la presencia de óxidos de hierro
como limonita o magnetita en el aire. Estas partículas tienen ya un considerable tamaño y
las leyes de la dispersión según Rayleigh no se les aplican; al ser el diámetro de las partí-
culas del tamaño de la longitud de onda de la
luz se estaría entrando en el régimen de Mie
(Rayleigh se aplica cuando los diámetros son
mucho más pequeños que la longitud de onda
como, por ejemplo, en la atmósfera de la Tie-
rra). La composición de la atmósfera es en un
95 % o más de CO2, seguido por N2 y argón.
De oxígeno y vapor de agua apenas habría
trazas. Además, hay que tener en cuenta que,
debido a la baja gravedad, Marte no pue-
de retener algunos gases, como se ve en la
figura 2.
La ausencia de campo magnético hace que
los rayos cósmicos incidan en Marte, además
de las partículas de viento solar; también, y
debido a que no hay oxígeno suficiente como
para una capa de ozono, la radiación ultravio-
leta llega sin impedimentos al suelo. Estos
efectos se mitigan un poco por la distancia de
Marte al Sol, pero aun así la dosis diaria que
absorbería un astronauta en la superficie
de Marte sería bastante mayor que en la Tie- Figura 2. Velocidad de escape de
rra, y esto es algo que a la larga habría que diferentes gases según la temperatura
corregir. y gravedad del planeta.
(Realizada por Cmglee, Own work, CC
Por último, no se quiere dejar de mencio- BY-SA 3.0, https://commons.wikimedia.
nar el descubrimiento de la presencia de agua org/w/index.php?curid=42449252).
en Marte. Ya se sabía que en los casquetes
polares había agua en forma helada, pero se
sospecha que a nivel subterráneo existen acuí-
feros por los que el agua podría correr en forma líquida. Por otro lado, son muchos los
indicios que apuntan a que en Marte en el pasado pudo haber océanos de gran tamaño. Hoy
por hoy, sin embargo, en la superficie, debido a la baja presión, el agua se sublimaría o se
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congelaría de inmediato, dependiendo de la temperatura. Sin embargo, a finales de 2015,
la NASA encontró evidencias bastante fuertes de pequeñas corrientes de agua durante el
verano marciano en las laderas de montes o montañas. Sería un agua muy salada, lo que
disminuiría mucho su punto de congelación, permitiendo su presencia en forma líquida, al
menos durante un tiempo. Un gran descubrimiento que estimuló las posibilidades de vida
microbiana en Marte (algunos organismos de tipo extremófilo podrían aguantar las duras
condiciones de su suelo).
3.2.1. Ecopoiesis
Una primera aproximación podría ser la ecopoiesis, es decir, la creación de un ecosis-
tema sostenible, aunque este ecosistema sea aún insuficiente para la presencia humana.
Plantas y bacterias modificadas genéticamente podrían allanar el camino para los seres
humanos, incluso sin necesidad de grandes obras de ingeniería genética, al fin y al cabo
hay líquenes y cianobacterias que son capaces de resistir dosis altísimas de radiación
ultravioleta.
En esta etapa se aumentaría la insolación sobre Marte para elevar la temperatura. Una
propuesta para lograr esto es colocar un espejo de grandes dimensiones en órbita, una tarea
que requeriría de una labor de ingeniería nada trivial: habría que lograr un equilibrio entre
la fuerza gravitatoria, la fuerza centrípeta y la presión de radiación ejercida sobre el espe-
jo, que debido a sus dimensiones no podría descartarse. Este espejo se emplearía para
fundir los casquetes de hielo marcianos con la consecuente liberación de CO2 (el principal
componente de estos casquetes). El mero aumento de la insolación se calcula en un forza-
miento radiativo estimado de 7,5 °C (Fogg, 2013), que podría incrementarse con los po-
sibles ciclos de feedbacks o realimentaciones.
Sin embargo, este aumento de la temperatura es del todo insuficiente. Se pueden liberar
gases con un potente efecto invernadero, a ser posible “inertes, resistentes a la fotodiso-
ciación, no tóxicos, elaborados a partir de elementos de Marte y respetuosos con una
eventual capa de ozono” (Fogg, 2013). Ciertos compuestos fluorados, como el SF6 o los
perfluorocarbonos podrían servir. Pero todo esto es aún insuficiente. Para conseguir que
Marte tenga una temperatura próxima a la de la Tierra habría que liberar el CO2 encerrado
en el regolito3. Se ha propuesto el uso de armas nucleares para liberar dicho CO2, aunque
se tendría el eterno problema de los residuos radiactivos. Si se aceptan niveles tecnológicos
aún lejanos pero en principio no imposibles se puede considerar la propuesta del original
físico Freeman Dyson (Dyson, 1981) de usar máquinas de Von Neumann, máquinas capa-
ces de ejecutar labores y de replicarse como un enjambre de seres robóticos. Estas máquinas
3 El regolito es una capa de suelo de diversos materiales asentada sobre un lecho de roca sólida.
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se podrían soltar en Encélado, la luna de Saturno4, donde capturarían el hielo de este pla-
neta y regresarían a Marte usando velas solares. En Marte caerían simulando un bombardeo
de cometas como ocurrió en la Tierra, lo que además de liberar el CO2 del regolito marcia-
no aportaría agua para futuros océanos, algo muy deseable.
Otra opción es la de (Zubrin y McKay, 1993): desviar asteroides del exterior del
Sistema Solar para que golpeen Marte. Estos asteroides, ubicados en el Cinturón de
Kuiper, son más sencillos de perturbar y dirigir que asteroides en órbitas más interiores,
y además se supone que contienen amoniaco helado en grandes cantidades. El amoniaco
se calentaría con el impacto y se convertiría en gas, y es un gas con potente efecto in-
vernadero. Zubrin y McKay estiman que con cuarenta impactos de asteroides de amo-
niaco se doblaría la cantidad de nitrógeno en la atmósfera y se cubriría un cuarto del
planeta con un metro de agua de profundidad. El problema de esta idea es, como los
propios autores reconocen, que el amoniaco tiene un tiempo de vida característico de
menos de un siglo antes de ser disociado por fotolisis, así que habría que mantener un
bombardeo continuo. Para evitar esto, tras la etapa inicial de bombardeo, Zubrin y McKay
proponen utilizar poblaciones de bacterias que aprovechan el nitrógeno y el oxígeno y
expulsan amoniaco.
4 Más cercano y también cubierto de hielo está el satélite Europa de Júpiter. Sin embargo, es posible que Dyson
prefiera Encélado dado que existe una cierta posibilidad de que Europa albergue algún tipo de vida, con las implica-
ciones éticas que ello conllevaría.
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agrange L15. Este punto, situado entre Marte y el Sol, es ideal para colocar un imán que
L
quiera proteger a Marte con su campo magnético. El campo magnético producido por el
imán es barrido por el viento solar, pero el planeta quedaría a resguardo en la magnetopau-
sa y magnetocola. Se tendría una situación similar a la de la Tierra y su campo magnético
natural. Si bien se estaría hablando de un imán potente y de grandes dimensiones, en la
Tierra hay imanes que generan intensidades de campo magnético mucho mayores, como
los más de 10 teslas del LHC en el CERN.
3.2.3. Finalización
La finalización de un proceso de terraformación es probablemente un estado asintótico,
no un punto de llegada definitivo, máxime en el caso de Marte, en el que como se ha visto,
al no disponer de campo magnético y tener una gravedad tan débil, su atmósfera es lentamente
5 Los cinco puntos orbitales de Lagrange son lugares en los cuales un cuerpo permanecería en un estado más o
menos estable. Son, por tanto, ideales para colocar satélites de observación o sondas que tomen medidas. L1 estaría
en una línea recta entre Marte y el Sol y sería el lugar en el que se anula la fuerza de atracción gravitatoria entre estos
dos cuerpos. Hay que decir que los puntos de Lagrange no tienen todos el mismo grado de estabilidad; de hecho L1
es uno de los puntos de equilibrio inestable, lo que conlleva que una nave allí situada tendría que llevar a cabo con-
tinuos ajustes para no perder su ubicación.
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barrida por el viento solar. Hay autores que sugieren que la ausencia de una dinámica de
placas tectónicas en Marte implica una ausencia de un ciclo silicatos-carbonatos, lo que
terminaría por mineralizar la atmósfera. Mineralizar la atmósfera significa que todo el
oxígeno y el dióxido de carbono se acabarían combinando con el silicio de las rocas de la
superficie; al no haber emisiones volcánicas o de otro tipo estos gases no se repondrían y
al cabo de muchos años la atmósfera marciana sería una parte más de la litosfera.
Parece claro que para terraformar Marte será imprescindible que los seres humanos
mantuviesen un papel activo en todo momento, controlando y regulando los ciclos biogeo-
químicos. Esto puede parecer un problema, pero en esencia es lo mismo que los seres
humanos ya hacen (o deberían hacer) en la Tierra. Ser la especie con más poder tiene sus
implicaciones.
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que la humanidad llegue a un mundo un día en el que una forma de vida está prosperando
y pueda, en un futuro lejano, evolucionar a entidades más complejas (o no). ¿Tendría de-
recho a interferir con formas de vida autóctonas, a privarles de su hábitat natural, vayan a
evolucionar más o no? ¿Tal vez se podrían invadir mundos con bacterias y plantas pero no
con animales superiores? ¿Y si la humanidad sufriera un caso de necesidad extrema, se
podrían incluso eliminar seres evolucionados con el fin de asegurar la supervivencia? ¿Qué
pensaría la humanidad si sucediera al revés?
Son preguntas muy difíciles a las que el autor de este artículo no tiene respuesta. Ahí
quedan para que los seres humanos del presente y del futuro debatan sobre ellas durante
años. En realidad, es normal que surjan estas preguntas y que sean tan difíciles de respon-
der. La terraformación, como todas las grandes cuestiones, lleva al ser humano al borde no
solo de sus capacidades técnicas, sino también a cuestiones puramente éticas.
REFERENCIAS
Choi, C. Q. (2011). Alien Life More Likely on ‘Dune’ Planets, Study Suggests, https://www.space.
com/12800-alien-life-desert-planets-habitable-zone.html.
Dyson, F. J. (1981). Disturbing the Universe, Basic Books.
Fogg, M. J. (2013). Terraforming. Engineering Planetary Environments.
Pierrehumbert, R. T. (2005). Science Fiction Atmospheres, https://users.physics.ox.ac.uk/~pierre-
humbert/papers/BAMS_SFatm.pdf.
Pulliam, C. (2016). Universe’s First Life Might Have Been Born on Carbon Planets, https://www.
cfa.harvard.edu/news/2016-12, Harvard-Smithsonian Center for Astrophysics.
Robinson, K. S. (2016). Aurora, Editorial Minotauro.
Sagan, C. (1961). The Planet Venus, Science, Volume 133, Number 3456.
Zubrin, R. y McKay, C. (1993). Technological Requirements for Terraforming Mars AIAA, SAE,
ASME, and ASEE, Joint Propulsion Conference and Exhibit, 29th, Monterey, CA, June 28-30,
14 p.
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