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Historia de España 2º Bachillerato 2021/22. Estándares preferentes.

Ángel Pastor

Bloque 7. Restauración Borbónica: implantación y afianzamiento (1874-


1902)

1. Elementos fundamentales del sistema político ideado por Cánovas

a) El sistema canovista y la restauración borbónica (1876-1885)

España conoció en el último cuarto del siglo XIX la paz social y el desarrollo económico, pero
no la democracia. Tras el fracaso republicano, Cánovas diseñó un nuevo sistema político a partir del
momento en el que el general Martínez Campos dio su golpe de Estado: la Restauración. La opinión
pública se fue convenciendo de que una monarquía constitucional construida en torno a Alfonso XII
sería la mejor opción. Cánovas, líder monárquico, consideraba que para superar los males de España
era necesario un consenso entre las tendencias ideológicas mayoritarias y que para alcanzarlo había
que convertir la figura del monarca, que seguía siendo un símbolo para la mayoría de los españoles,
en árbitro de la escena política a través del papel que la Constitución de 1876 concedía al Rey. Otro
aspecto que el político conservador creyó crucial para asentar el nuevo régimen fue la
domesticación del Ejército, que tantas asonadas había protagonizado en décadas precedentes. No
podría haber paz social sin una previa paz militar. Cánovas, como Alfonso XII y buena parte de la
clase política eran elitistas y despreciaban, al tiempo que temían, a un pueblo mayoritariamente
analfabeto cada vez más inclinado a ideas radicales. Tampoco los privilegios territoriales le parecían
una buena opción, de modo que se suprimieron los fueros vascos y navarros, aunque a cambio se
reconocieron unos conciertos económicos que procuraron un ventajoso régimen fiscal (que se
mantiene en la actualidad) para estos territorios. Un último aspecto muy influyente en la evolución
política del régimen canovista fue el final (momentáneo) del conflicto cubano con la conclusión de la
guerra Larga, sancionada en 1878 con el Convenio de Zanjón.
En líneas generales, la Restauración fue un éxito si la comparamos con el periodo anterior:
se acabaron las guerras carlistas y los pronunciamientos militares, hubo prensa para todos los
gustos, además de un tímido pero seguro despegue industrial y la renta per cápita comenzó a
despegar; también se vivió un resurgir literario y artístico. Aunque la sociedad permaneció agraria,
analfabeta, políticamente apática y asentada en el caciquismo. La indiferencia social ante la
situación política llevó a Galdós a hablar de años bobos, expresión que definía perfectamente el
triunfo de la burguesía conservadora y provinciana a la que Clarín retrató en La Regenta. El modelo
económico proteccionista aseguró el mercado interno y colonial y protegió en particular a Barcelona
y Bilbao, de modo que el textil barcelonés y la siderurgia vizcaína, que carecían de competidores,
siguieron produciendo más caro y con menor calidad, lo que dificultó el despegue económico
general a costa del enorme beneficio de unas elites privilegiadas.

b) La Constitución de 1876

La Constitución de 1876 era un breve texto de 89 artículos diseñados para garantizar la


alternancia en el poder de los dos grandes partidos políticos. Establecía que la soberanía residía en
el Rey con las Cortes, reconocía el derecho de asociación, la tolerancia religiosa (aunque
reconociendo el catolicismo como la religión del Estado), la libertad de imprenta y de enseñanza.
También establecía un sistema bicameral en el cual el Congreso de los Diputados tenía un origen
electivo mientras que el Senado tendría una composición tripartita: senadores por derecho propio,
senadores vitalicios nombrados por la Corona, y senadores elegidos por las corporaciones del
Estado y los mayores contribuyentes. El Rey podía disolver simultánea o separadamente la parte
electiva del Senado y el Congreso de los Diputados. Las competencias legislativas eran compartidas
por la Corona y ambas cámaras. Al igual que en la Constitución de 1978, se declaraba al Rey

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inviolable y sus facultades eran ejercidas por ministros responsables. En diciembre de 1878 una
nueva Ley electoral restableció el sufragio restringido basado en la riqueza y la instrucción, aunque
bajo un gobierno de Sagasta se restableció, en 1890, el sufragio universal masculino para mayores de
25 años, independientemente de su renta económica.

b) El turno de partidos

Por imitación del modelo bipartidista inglés al que Cánovas admiraba se determinó que la
labor de gobierno debía recaer exclusivamente en dos partidos principales que se alternarían en el
poder y en la oposición: el Partido Conservador y el Partido Liberal. El Partido Conservador, liderado
por Cánovas, continuaba con la tradición moderada que se había iniciado a comienzos del siglo XIX.
Sus integrantes procedían de la gran burguesía terrateniente, de los altos mandos militares, de los
altos cargos civiles y de la nobleza. Su núcleo originario fue la oposición liberal-conservadora en las
Cortes de 1869, que se nutría a su vez de antiguos componentes de la Unión Liberal y de
republicanos conservadores arrepentidos. El Partido Liberal, aglutinaba a la izquierda moderada
burguesa, en la tradición del antiguo Partido Progresista, cuyos cuadros se componían de
progresistas tradicionales y demócratas no radicalizados. Su líder, Sagasta, había comenzado su
activismo político incendiando iglesias para luego hacerse monárquico.
Sin embargo, ambas formaciones estaban ideológicamente más próximas entre sí de lo que
pudiera parecer, pues de otro modo el turnismo político no hubiese funcionado. Las dos compartían
un intenso sentimiento nacionalista español, junto con lo esencial del liberalismo de la época:
libertad política limitada, orden social e intervencionismo económico. También coincidían en su
desprecio hacia las clases populares y hacia el movimiento obrero, así como en la necesidad de
marginar a las minorías carlista y republicana. Esa coincidencia de intereses los llevó a un pacto de
alternancia para garantizar el mantenimiento del poder. Paradójicamente, no fue sencillo para los
dirigentes de la Restauración conciliar liberalismo (por muy conservador que fuese) con catolicismo,
ya que el intransigente Pío IX había catalogado como pecaminosa a la ideología liberal,
equiparándola con el socialismo en cuanto a materialista, herético y amoral. Sin embargo, las
posturas se fueron acercando, al igual que había ocurrido en Alemania, donde en 1870 se había
creado el partido católico Zentrum, cuyas demandas se centraron en la reducción de la jornada
laboral, el fin del trabajo infantil, el disfrute del descanso dominical y la protección de las mujeres
trabajadoras, ideas que serían finalmente asumidas por el nuevo papa León XIII en su encíclica
Rerum Novarum (1891).
El primer gobierno del Partido Conservador, presidido por Cánovas, llegó al poder en 1876 y
se mantuvo en él hasta 1881. Fue decisivo para asentar el nuevo sistema político y se encargó
primordialmente de impulsar la nueva Constitución de 1876. El primer gobierno del Partido Liberal
tomó el relevo en 1881 y sus primeras medidas se orientaron a ampliar las libertades en materia de
prensa y enseñanza, así como del censo electoral, y a un progresivo abandono (más teórico que real)
del proteccionismo en materia económica. En 1883 el Partido Conservador retornó al poder,
consolidando un turnismo que se mantendría sólido hasta los primeros años del siglo XX. El acomodo
entre ambos partidos se completó definitivamente en 1885 con el Pacto de El Pardo, cuyo objetivo
fue consolidar la regencia de Mª Cristina de Habsburgo tras la inesperada muerte de Alfonso XII. La
Regente, todavía embarazada, era muy joven, extranjera, y profundamente impopular por su talante
altanero. Cánovas, que estaba de nuevo en el Gobierno, decidió dimitir y aconsejó a la viuda que
encargara formar gobierno a los liberales para reforzar aún más el sistema de turno político.
De la labor de los gobiernos liberales es preciso destacar medidas como la creación de la
Comisión de Reformas Sociales por el ministro Moret, cuyo primer presidente fue el propio Cánovas;
o la nueva Ley Electoral antes aludida que amplió el censo hasta los cinco millones de votantes en
los comicios de 1891. Sagasta fortaleció su liderazgo hasta que un asunto de corrupción le salpicó
personalmente y se vio obligado a dimitir en 1890, aunque retornaría en 1892 a la presidencia del

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Consejo de Ministros como consecuencia del enfrentamiento interno el en Partido Conservador


entre Cánovas y el nuevo aspirante a liderar la formación, Silvela. El problema más grave que hubo
de afrontar este Ejecutivo fue la guerra de Melilla. Finalmente, en 1895, Sagasta dimitió a causa de un
enfrentamiento con Martínez Campos por un asunto de libertad de prensa, justo cuando resurgía el
problema cubano.
La alternancia en el poder de conservadores y liberales siempre obedeció a cambios de
gobierno pactados previamente. El partido en la oposición aceptaba los cambios realizados por el
partido en el poder y se comprometía a mantenerlos cuando le correspondiera gobernar; eso sí, el
turno incluía el despido momentáneo de miles de funcionarios simpatizantes del partido que
abandonaba el poder, que eran sustituidos por los acólitos de la nueva formación gobernante. A
menudo era la Monarquía la que mediaba entre los partidos para determinar el momento en el que
se producía el cambio político. El Rey, como se recogía en la Constitución, encargaba formar
gobierno a la oposición, disolvía las Cortes y convocaba nuevas elecciones, que, debidamente
manipuladas, proporcionaban la mayoría necesaria al partido que debía empezar a gobernar. Tanto
el Partido Conservador como el Liberal tenían su propia red organizada para asegurarse los
resultados electorales. No obstante, la capacidad de manipulación era mucho menor en las ciudades
que en el medio rural, donde las viejas formas de dominación feudal todavía pervivían, con distintos
nombres. Desde el Ministerio de la Gobernación se comunicaba a los gobernadores civiles de cada
provincia los resultados electorales que se pretendían obtener en una circunscripción; el siguiente
paso consistía en que cada gobernador elaboraba una lista de los candidatos (encasillados); y por
último, en las comarcas y pueblos, los caciques se encargaban de que resultaran elegidos los
candidatos locales incluidos en el encasillado. El término cacique designaba originariamente a los
reyezuelos caribeños que acaparaban todo el poder local en las Antillas, pero pronto pasó a aplicarse
a los políticos corruptos que hacían y deshacían a su antojo dentro de sus dominios. El caciquismo
decimonónico, basado en un clientelismo que concedía votos a cambio de todo tipo de favores,
suponía una continua manipulación de las elecciones, con prácticas tan poco democráticas como la
intimidación o la alteración del recuento de votos a través de procedimientos como el pucherazo,
que consistía en la introducción en las urnas de votos falsos, duplicados, de personas ya fallecidas o
de menores de edad.

2. Catalanismo, nacionalismo vasco y regionalismo gallego: origen y evolución

a) Regionalismo y nacionalismo

En los años finales del siglo XIX comenzó a tomar fuerza una opción política que no había
sido asimilada por el régimen canovista: el nacionalismo no españolista. Esta corriente estaba muy
influida por el naturalismo literario, que a su vez había surgido por evolución del movimiento realista
de comienzos del siglo XIX, pero el nacionalismo también se apropió de muchos elementos propios
del romanticismo, por lo que adquirió un carácter trágico y determinista. El fenómeno nacionalista
apareció igualmente ligado a reivindicaciones culturales relacionadas con la lengua o el folclore, que
a menudo tomaban como referencia una idealizada época medieval o tiempos legendarios. Pronto
las exigencias culturales pasaron a ser políticas y comenzó a reivindicarse el derecho al autogobierno
primero y a la independencia política después. Sin duda, los dos movimientos nacionalistas de mayor
calado en la España de la Restauración fueron el vasco y el catalán, ambos alimentados –aunque con
diferente intensidad- por el catolicismo tradicionalista, el racismo culturalista y el romanticismo
literario. Tras la derrota del carlismo estas ideologías incorporaron a su ideario un poso de
victimismo y amargura. Tanto en parte del clero catalán como sobre todo del vasco surgió la idea de
que sólo el tradicionalismo podría preservar las esencias nacionales, lo que suponía una condena
implícita del liberalismo industrializador. La situación se complicó con el racismo, igualmente muy

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relacionado con el auge industrial y la llegada masiva de emigrantes de otras regiones españolas a
tierras vascas y catalanas.

b) Catalanismo

Un número creciente de burgueses catalanes comenzó a exigir al régimen canovista una


vuelta a la situación de autogobierno que existía en Cataluña antes del triunfo borbónico en 1714,
aunque el nacionalismo catalán ya había comenzado a gestarse décadas antes. Habitualmente se
considera que el movimiento nacionalista catalán pasó por tres etapas bien diferenciadas:

-De 1830 a 1882 tuvo lugar su proceso de formación en torno al fenómeno cultural de la
Renaixença, que demandaba la recuperación del catalán como lengua dominante en toda Cataluña.
En este periodo destacaron líderes políticos, artistas e intelectuales como Casas, Gaudí o Rusiñol, que
promovían la cultura catalana a través de los juegos florales. Fue especialmente importante la figura
de Aribau, cuya Oda a la patria (1833) manipuló descaradamente el pasado histórico catalán para
construir sobre él un futuro idílico. Aquellos años coincidieron con el regreso a Barcelona del
urbanista Cerdá, que ideó el ensanche de Barcelona (1860), seña de identidad de la nueva urbe.

-Entre 1882 y 1891 el catalanismo fue tomando una forma más política, aunque dentro de un
planteamiento moderado que adoptó, o bien una postura conservadora, como la de Torras i Bages,
que demandaba mayor autonomía política; o bien una posición más progresista, como la
representada por Almirall, quien denunció las prácticas caciquiles centralistas y propició la
elaboración del Memorial de quejas de 1883.

-Desde 1891 tuvo lugar la última fase del nacionalismo catalán decimonónico, la más radical,
protagonizada por Prat de la Riba y su Unió Catalanista, que consideraba que Cataluña había sido una
nación desde la época de los iberos, a pesar de que en ningún documento escrito consta la palabra
Cataluña antes del siglo XII. Convencido racista, Prat dijo preferir la compañía de su perro a la de un
gallego, un andaluz, un castellano o un vasco, y maldijo el compromiso de Caspe de 1412. Idealizó
como libertades catalanas los fueros oligárquicos medievales y despreció el resurgir económico
catalán logrado gracias al mercado español. Sea como fuere, las Bases de Manresa de Prat de la Riba
pusieron los cimientos del nacionalismo catalán del siglo XX. Ya en el nuevo siglo el propio Prat
promovió la Lliga Regionalista (1901), de la que fue uno de sus principales líderes junto con Cambó.
Por otro lado, el desastre del 98 radicalizó aún más el discurso antiespañol, como puede
comprobarse en la Oda a España (1898) de Maragall, que afirmaba que era indispensable desligarse
de España para evitar el hundimiento de Cataluña, obviando que los industriales y grandes
propietarios catalanes habían sido los mayores beneficiarios del régimen colonialista instalado en
Cuba, así como de un proteccionismo que favorecía especialmente a los productos de Cataluña.

c) Nacionalismo vasco

El nacionalismo vasco tuvo desde sus orígenes un marcado carácter racista determinado por
la omnipresencia de su fundador, Sabino Arana, un carlista ultraconservador que vio cómo la ruina
económica llegaba a su familia tras la derrota ante el liberalismo y convirtió esa frustración personal
en un movimiento fanático de éxito inesperado. Este individuo, cuya lengua materna fue siempre el
castellano, descubrió que el pueblo vasco (que como tal históricamente nunca había existido)
carecía de nombre e inventó el neologismo Euzkadi. El término acabó cuajando porque el aranismo
aprovechó las enormes lagunas antropológicas que existían acerca de la cultura vasca para inventar
un pasado inexistente: es particularmente complicado determinar el origen del vascuence por su casi
absoluta carencia de escritos literarios anteriores al siglo XX, ya que desde época medieval los vascos
habían preferido escribir en castellano.

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La culminación del racismo aranista fue la creación del Partido Nacionalista Vasco (PNV),
fundado por Arana en 1895. Esta formación defendía el prototipo de vasco altivo, noble, viril, tan
distinto de la raza española como de la china o de la zulú. Por esa razón Arana rechazó toda
colaboración con los catalanistas, pues para él la maketania (España) comprendía también a Cataluña
y la mezcla con los maketos causaba ignorancia en la mente y corrupción en el corazón de los
vascos. Cristiano fundamentalista, concebía la raza vasca como católica por naturaleza, lo que se
tradujo en una estrecha vinculación entre política y religión al más puro estilo del absolutismo
carlista, tal como expresa la máxima del nacionalismo vasco, Jaun Goikua eta Lagi Zarra (Dios y Leyes
Viejas).

El PNV exigía la independencia de un Estado vasco formado por siete territorios, cuatro
españoles (Álava, Vizcaya, Guipúzcoa, Navarra) y tres franceses (Lapurdi, Benafarroa y Zuberoa).
Pero en el camino hacia la independencia era crucial la previa euskaldunización de la sociedad, lo que
implicaba falsificaciones lingüísticas y culturales, así como la idealización de la cultura tradicional
vasca, llegando a afirmar los aranistas que el vascuence era el idioma en el que se habían
comunicado Adán y Eva. El PNV sostenía también que los fueros vascos les habían sido impuestos a
los mismísimos reyes de Castilla, cuando en realidad se trató de una concesión de éstos a los
territorios vascos en agradecimiento por los servicios prestados durante la Reconquista. El PNV
consiguió sus apoyos en la pequeña burguesía perjudicada por la derrota del carlismo, en los
sectores más retrógrados del clero y, en general, en el mundo rural, especialmente en la provincia
guipuzcoana.

d) Regionalismo gallego

En el caso gallego, el movimiento nacionalista se estructuró en torno al fenómeno cultural


del Rexurdimento, impulsado por figuras literarias como Rosalía de Castro o el poeta Enríquez,
antecedentes de la posterior Generación Nós. Habitualmente sus tesis se expresaban a través de las
páginas del Heraldo Gallego, atacaban la emigración a la que se veía obligado el pueblo gallego y
criticaban la dejadez y el atraso de aquellas tierras respecto a otras regiones españolas. Durante el
movimiento cantonalista de 1874, el cantón de Santiago de Compostela fue uno de los más
recalcitrantes.

3. Corrientes ideológicas del movimiento obrero y campesino español;


evolución durante el último cuarto del siglo XIX

Desde 1874, tras la prohibición de Serrano, las asociaciones obreras vivieron en la


clandestinidad o camufladas bajo formaciones legales como la madrileña Asociación General del Arte
de Imprimir, presidida por Pablo Iglesias Posse. Pero a partir de 1881, con el primer gobierno liberal
de Sagasta, el clima se distendió y las organizaciones obreras empezaron a salir a la luz, hasta su
legalización definitiva en 1887.

Los anarquistas constituían la corriente mayoritaria dentro del obrerismo español, estando
sus principales focos en el campo andaluz y entre el proletariado urbano catalán. Comenzaron
rechazando toda acción política parlamentaria y fueron aceptando progresivamente las tesis de
Kropotkin, partidario de la violencia terrorista que ellos denominaban propaganda por los hechos.
Atentados anarquistas de gran resonancia fueron los realizados contra personajes como Martínez
Campos (1893), Cánovas (1897), o el estallido de las bombas en el Liceo de Barcelona (1893) y
durante la procesión del Corpus (Barcelona, 1896). El Gobierno y la prensa comenzaron a hablar de la
Mano Negra, una organización terrorista supuestamente ácrata que operaba en toda Europa. Los

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atentados fueron seguidos de una represión gubernamental indiscriminada contra el anarquismo


que alimento una espiral de violencia.

En cuanto a los socialistas-marxistas, en 1879 un reducido grupo de obreros madrileños en el


que predominaban los tipógrafos, con Pablo Iglesias a la cabeza, fundó en la clandestinidad el
Partido Socialista Obrero Español (PSOE) que pronto contó con un periódico oficial, El socialista
(1886), y después con un sindicato, la UGT (1888). Su objetivo era la mejora de las condiciones de
trabajo de los obreros tanto a través principalmente de la huelga. No obstante, de la debilidad del
socialismo en España da idea el número de votos que cosechó el PSOE en 1891: 5.000 en todo el país.
En 1889 se fundó la II Internacional, dominada por el socialismo marxista, a la que el PSOE asistió
desde el principio. En 1890 esta Internacional estableció el 1 de mayo como Día del Obrero (en
recuerdo del asesinato en Chicago de cinco obreros anarquistas) para reivindicar la jornada laboral
de ocho horas. El PSOE, para apoyar la celebración, convocó mítines y manifestaciones que
provocaron el despido de varios mineros bilbaínos y una posterior huelga general que se saldó con
una victoria para los obreros, que lograron el reconocimiento de la jornada de diez horas y la
supresión del truck system (pago en especie o en vales de compra). 

Por último, habría que hacer referencia a los sindicatos católicos. En 1864, el jesuita A.
Vicent fundó el Círculo Católico de Obreros en Manresa, a imitación de los círculos católicos
franceses. Estos grupos contaban con el apoyo de los patronos y su objetivo principal era apartar a
los obreros de las tabernas, el alcoholismo, la violencia y la prostitución. Con el tiempo, la Iglesia
quiso darles a los círculos un cariz sindical y en 1895 se constituyó en Madrid el Consejo Nacional de
las Corporaciones Católico-Obreras. Sin embargo, la implantación del sindicalismo católico,
supuestamente apolítico e interclasista, fue siempre mucho menor que la de los sindicatos de clase
(anarquistas y socialistas).

4. Consecuencias económicas, políticas e ideológicas del 98 para España

La pérdida de Cuba, Puerto Rico y Filipinas supuso un revés psicológico que ponía fin al
espejismo de la Restauración. En el Tratado de París de 1898 España reconoció la independencia de
Cuba y la cesión a Estados Unidos de Puerto Rico, Filipinas y Guam en condiciones humillantes. Un
año después se venderían a Alemania las islas Carolinas y las islas Marianas. Desde el punto de vista
de las pérdidas materiales la guerra del 98 se estima en un coste de unos 2.000 millones de pesetas
de la época y unos 50.000 muertos, la mayoría por desnutrición y enfermedades. El Ejército sufrió un
enorme descrédito y el Partido Conservador fue llamado a gobernar en 1899, pues al liberal Sagasta
se le consideró principal responsable político del desastre. Silvela, nuevo Jefe de Gobierno, incapaz
de reconducir la situación, no tuvo más remedio que ceder el poder de nuevo al Partido Liberal,
liderado ya por Canalejas, en 1901. En estas difíciles circunstancias, en 1902 Mª Cristina abandonó la
Regencia y su hijo Alfonso XIII asumió la Jefatura del Estado.

Sin embargo, contra lo que pudiera pensarse, el desastre del 98 no supuso ninguna
catástrofe desde el punto de vista económico; muy al contrario, significó un impulso para el
desarrollo debido a la repatriación de capitales. Y también frenó la sangría económica que implicaba
mantener miles de soldados al otro lado del Atlántico. Antes de un decenio, la Armada española
estaba reconstruida, había crecido la flota mercante y las comunicaciones ferroviarias y terrestres en
la Península se habían doblado. El analfabetismo se redujo al 50 % gracias a que se cuadruplicó el
gasto educativo, mientras la industrialización se aceleraba al mismo ritmo que la urbanización:
Madrid y Barcelona superaron el medio millón de habitantes, Valencia los doscientos mil y Bilbao los
cien mil en los primeros años del nuevo siglo. Ganivet se mostró profético: la pérdida de las colonias
inútiles es un beneficio y puede ser el comienzo de una vida decente. En la misma línea, Ramón y Cajal,

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que había ejercido como médico durante la guerra en Cuba, lo entendió como la gran oportunidad
de despertar de una vez para siempre. El único sector claramente perjudicado por el supuesto
desastre fue la burguesía catalana, que perdió el monopolio del mercado colonial textil, garantizado
desde hacía décadas y blindado por el arancel de 1891.

Aunque la mayoría de la población, pasado el desengaño inicial, se tomó la cuestión del 98


con bastante apatía, en lo intelectual los sucesos de Cuba y Filipinas tuvieron una repercusión
mucho más tangible y duradera. En los ambientes intelectuales se impuso un ambiente derrotista
alimentado por pensadores como Unamuno y Blasco Ibáñez, que coincidían en que había que
regenerar la nación, expulsar a los podridos políticos, barrer el caciquismo, modernizar el país e
implantar una democracia verdadera. Esta postura crítica y pesimista a la vez acabó cristalizando en
el llamado regeneracionismo, una corriente encabezada por Joaquín Costa, quien denunció las lacras
del sistema de la Restauración y clamó por la urgente renovación de la vida política española para
solucionar los problemas del país. Costa culpaba de la decadencia española a las oligarquías y veía
como única solución una política de profundas reformas: agraria (redistribución de tierras),
hidráulica (fomento del regadío), educativa (nuevos planes de estudio, dignificación del docente),
económica (liberalización, concesión de créditos), fiscal (lucha contra el fraude), administrativa
(mayor autonomía para los municipios), política (eliminación del caciquismo)... Para llevar a cabo
todas estas medidas se necesitaba mano dura, por lo que la mayoría de los regeneracionistas
abogaron por un gobierno autoritario encarnado por un cirujano con mano de hierro y poderes
políticos extraordinarios. Semejante idea sería más tarde retomada por militares como Primo de
Rivera o Franco bajo sus respectivas dictaduras, aunque desde un primer momento políticos como
Maura intentaron poner en práctica algunas de las ideas defendidas por los regeneracionistas.

Conceptos Bloque 7

Alfonso XII: rey de España entre 1874 y 1885, hijo de Isabel II y (oficialmente) de su esposo Francisco
de Asís de Borbón. Inauguró la llamada restauración alfonsina impulsada por Cánovas del Castillo tras
el frustrado periodo republicano. Su prematura muerte por tuberculosis a los 27 años, dejando un
hijo póstumo, propició una regencia encarnada por su segunda esposa, María Cristina de Habsburgo.

Cánovas del Castillo: político más destacado de la política española de la segunda mitad del siglo XIX
que evolucionó desde posiciones progresistas (Manifiesto del Manzanares) hasta convertirse en el
máximo representante del conservadurismo. Fue el principal soporte de Alfonso XII y el máximo
responsable del sistema político de la Restauración a través de la creación del Partido Conservador y
de la redacción de la Constitución de 1876. Junto con el líder del Partido Liberal, Sagasta, se alternó
en la jefatura del gobierno durante décadas. Murió asesinado en 1897 por el anarquista Michele
Angiolillo.

Sagasta: político español y líder del Partido Liberal durante el siglo XIX. Ostentó en varias ocasiones
la presidencia del Consejo de Ministros, alternándose en el cargo durante el llamado turnismo con su
principal oponente político, el conservador Cánovas del Castillo. Fue uno de los instigadores de la
revolución Gloriosa que expulsó del trono a Isabel II, y formó parte del primer gobierno provisional
durante el Sexenio Revolucionario.

Caciquismo: forma de gobierno local en la España de la Restauración que tomó el nombre de los
pequeños reyezuelos caribeños (caciques) con los que se encontró Colón en las Antillas. Esta
práctica era la máxima expresión de una corrupción sistémica e institucionalizada que a su vez

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sostenía el amañado sistema turnista que permitía que el Partico Conservador y el Partido Liberal se
turnasen en el Gobierno. El caciquismo se basaba en una política de clientelismo: votos a cambio de
favores personales en el ámbito local. Otra práctica ligada a esta política era la adulteración de los
resultados electorales a través de procedimientos como el encasillado o el pucherazo.

Anarquismo: ideología que defiende una sociedad basada en la solidaridad, la libertad y la abolición
de la propiedad privada. Condena cualquier forma de Estado u organismo jerárquico que limite la
libertad individual y social. Se caracterizó por sus múltiples variantes e interpretaciones, que incluían
desde el colectivismo agrario hasta el pacifismo, pasando por el terrorismo indiscriminado. En
España, desde la I República hasta la Guerra Civil, el anarquismo tuvo especial fuerza en las zonas
industriales de Cataluña y en el campo andaluz. La principal organización anarquista fue la
Confederación Nacional del Trabajo. Tras el triunfo del franquismo, su actividad política desapareció
casi por completo y en el periodo posterior la influencia anarquista sería residual.

PSOE: siglas del Partido Socialista Obrero Español, formación política fundada en 1879 por Pablo
Iglesias Posse, inicialmente de ideología marxista que seguiría manteniendo hasta 1979. Su fuerza
electoral fue muy escasa durante décadas y hasta 1910 no consiguió representación parlamentaria. El
partido jugó un papel esencial durante la II República y la guerra civil, pero perdió casi por completo
su importancia durante la dictadura franquista. Fue remodelado en 1974 en el congreso de Suresnes
(Francia), hasta convertirse durante el posfranquismo en una de las formaciones políticas más
importantes de España, bajo el liderazgo de Felipe González.

Nacionalismo: ideología surgida durante y sobre todo con posterioridad a las guerras napoleónicas,
que alcanzó su apogeo en las décadas finales del siglo XIX. El nacionalismo persigue la consecución
de una identidad nacional basada en características comunes a un grupo de población, normalmente
de carácter cultural (lengua, etnia, historia compartida…). Para el nacionalismo cada nación debe
formar su propio Estado y las fronteras de éste deberían coincidir con las de la nación. En España, los
nacionalismos surgieron con fuerza en regiones periféricas, sobre todo en Cataluña y País Vasco, y en
menor medida en Galicia. Con ligeras diferencias en cuanto a planteamientos más o menos
integristas, los nacionalismos decimonónicos españoles surgieron como fenómeno cultural pero
tendieron progresivamente a reivindicaciones políticas primero de autonomía y después de
independencia.

Desastre del 98: consecuencia final de la guerra de 1898 entre Estados Unidos y España, sancionada
con el Tratado de París, por el que la isla de Cuba se proclamó república independiente bajo tutela
estadounidense, mientras que Puerto Rico, Filipinas y la isla de Guam se convirtieron en territorios
coloniales de Estados Unidos. El resto de posesiones españolas de Extremo Oriente fueron vendidas
al Imperio alemán meses más tarde (islas Marianas, Palaos y Carolinas) por 25 millones de marcos. En
España se impuso una ola de pesimismo intelectual y de descrédito de la clase política y militar,
aunque a medio plazo la repercusión de la pérdida de estas colonias fue claramente positiva, pues se
repatriaron los capitales allí invertidos y se acabó con una carísima e inviable guerra colonial.

Quintas: sistema de recluta tradicional en el ejército español iniciada en tiempos de los primeros
Borbones, que siempre contaron con resistencia social dado lo arbitrario del procedimiento.
Teóricamente, se sorteaba la llamada a filas de uno de cada cinco reclutas, pero existía la posibilidad
de pagar una cuantiosa suma para eludir el servicio, de modo que las clases más bajas resultaban
claramente perjudicadas. En 1912, el gobierno de Canalejas trató de eliminar la redención en metálico,
pero no llegaron a desaparecer los tratos de favor.

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