Abreu, Juan - A La Sombra Del Mar
Abreu, Juan - A La Sombra Del Mar
Abreu, Juan - A La Sombra Del Mar
1
Pequeño elogio de la escoria
BORGES
Y estuve otra vez entre las hierbas húmedas, que me empapaban los
pantalones. El chirriar de los tenis enchumbados. La neblina blanca y fría
enroscada en los matorrales. El miedo. Y me aferró al cartucho que contiene la
comida, la mochila con los libros. Estoy seguro de que los he burlado en alguno de
los incontables cambios de guaguas. Aunque todavía miro a mi alrededor con la
sospecha de que alguien me sigue. Nada.
Yo no creo en Dios y, sin embargo, alzo los ojos a este cielo pastoso e
imploro por ellos, con humildad llena de vida y de peligro: «Por favor, no olvides a
la escoria.»
2
Habana
Así que si me preguntan qué era La Habana para nosotros en aquellos años,
tendría que responder sin vacilar: el Infierno. Una ciudad hambreada, asolada por
un huracán de consignas, gobernada por una burocracia dedicada con todas sus
fuerzas al embrutecimiento colectivo; una ciudad víctima de una sovietización
creciente que nos hacía sentirnos como criollos de fin de siglo bajo la bota de un
nuevo colonizador, al que algunos cubanos traidores habían vendido el país. Como
era de esperar.
La década del setenta al ochenta fue sin duda la más oscura de estos casi
cuarenta años de dictadura. Decir que este período fue el peor no pretende
disminuir los rigores de los restantes. Todos han sido malos, pero en esos diez años
se sumó a la infamia de la falta de libertades la humillación de sentirnos
colonizados por una potencia extranjera. La idolatría y la sumisión a los soviéticos
llegó a tales extremos que los soldados cubanos, durante las ceremonias militares,
juraban fidelidad eterna no sólo a nuestro país sino también a la Madre Patria
Soviética. Nunca Cuba fue tan dependiente.
En aquella Habana vivíamos. Éramos jóvenes y creíamos que el arte era una
fuerza sagrada por la que valía la pena arriesgarlo todo. Teníamos miedo y nunca
creimos en la cultura oficial de nuestro país. «Fuera de la Revolución todo, dentro
de la Revolución nada» podía haber sido nuestro lema. Éramos pocos (nunca
llegamos a diez, incluyendo a Luis de la Paz, Marcos Martínez y José Díaz, que
eran aún más jóvenes y empezaban a producir sus primeros poemas y relatos) y
nuestra experiencia cultural se manifestaba en torno a dos figuras formadoras,
Reinaldo Arenas y mi hermano José. Rendíamos culto a los libros y a los autores
rebeldes, o que percibíamos como tales. Organizábamos maratones de lecturas y
tertulias, escribíamos incansablemente y estábamos convencidos de que en esas
actividades radicaba el único sentido que podían tener nuestras existencias. En
esos libros, que todavía me acompañan, que siguen siendo parte fundamental de
mi vida, aprendí todo lo que sé. Esa etapa que abarcó más o menos desde 1970 a
1974 estuvo vivamente dividida en dos fases. La primera, que se extiende hasta la
detención de Reinaldo, fue dominada por un gran impulso creativo y relativa
tranquilidad. Nos reuníamos en el Parque Lenin donde leíamos la «producción de
la semana». Creamos una rudimentaria revista literaria, Ah, la marea, que
distribuíamos entre nosotros mismos. Nos imponíamos «metas» de lectura y
escritura. Reinaldo reinaba allí como un dios tutelar, pero un dios cercano que leía
fragmentos de Otra vez el mar o Leprosorio y luego iba a encaramarse con nosotros
en la mata de mangos más cercana. O a participar en una carrera de velocidad a
campo traviesa. Dos escritores representaban la dignidad y la integridad
intelectual: José Lezama Lima y Virgilio Piñera. Otro (tras su retractación en la
UNEAC1), la abyección total: Heberto Padilla. Nunca esperamos nada, en términos
de ejemplo ético, de Alejo Carpentier o Nicolás Guillén, pero de Padilla sí. Lo
considerábamos un traidor.
La segunda etapa comienza con la fuga de Arenas, su refugio en el Parque
Lenin y su posterior encarcelamiento. Cuando salió en libertad evitamos vernos
por algún tiempo, dado que él estaba estrechamente vigilado y nosotros todavía
guardábamos algunos de sus manuscritos. Transcurridos algunos meses volvimos
a visitarnos y mi hermano Nicolás, que sabe de carpintería, consiguió madera y le
ayudó a fabricar una barbacoa2 en el apartamento de la calle Monserrate. Nos
citábamos para ir al cine, o lo ayudaba a desmantelar un convento a través del
hueco practicado en una de las paredes de la casa de Clara Morera. Las tertulias se
hicieron muy esporádicas, aunque nunca desaparecieron del todo. Pero ya nada
volvió a ser como antes.
Una noche de marzo de 1980, al llegar a casa, la encontré sacudida por una
enorme conmoción. Mi hermano Nicolás y su esposa habían saltado la cerca de la
Embajada del Perú. Castro, en medio de una pataleta por un tiroteo en dicha sede
cuando algunos cubanos entraron buscando asilo, ordenó quitar las postas a la
Embajada. El embajador peruano, como es lógico, se había negado a entregar a los
refugiados. Lo que sucedió después es bien conocido: por aquel agujero que
parecía conducir a la libertad intentó escapar el 10% de la población de la isla,
según datos estimados de la propia dictadura.
Ahora mi hermano estaba allí dentro, junto a otros diez mil desesperados.
Nunca creí que aquello pudiera terminar bien. Por el contrario, estaba seguro de
que tarde o temprano las fuerzas represivas irrumpirían en el lugar costase lo que
costase. Por suerte no fue así. A pesar de este convencimiento, que era compartido
por la mayoría de la familia, recogimos un poco de comida y algunas cosas
imprescindibles y nos fuimos todos hacia la Embajada. Poco después de Nicolás, el
esposo de mi hermana Asela también saltó la cerca. Llegamos tarde, la policía
había tendido un cerco impenetrable ante la avalancha de cubanos que se dirigían
hacia la sede. Las entrañas de la sociedad empezaban a retorcerse y se respiraba en
las calles de La Habana un extraño aire de irrespetuosidad y rebeldía. También de
esperanza. Que por desgracia fueron infundadas. Castro logró salir airoso de la
situación gracias a su innegable capacidad para maniobrar en momentos de crisis.
Castro aprovechó para vaciar las cárceles y establecer que todo el que
quisiera irse de su finca-paraíso era un delincuente. Esto, gracias a la corrupción
del sistema, hizo posible la huida de muchos intelectuales y artistas. Algunos
porque efectivamente habían estado en las cárceles por homosexuales o por causas
políticas, otros porque se las arreglaron para comprar documentos que certificaban
que eran expresidiarios. No resultaba difícil, la misma policía los vendía. Cuando
me fui en mayo, costaban 500 pesos; más tarde llegaron a alcanzar 2.000.
Recuerdo que, antes de abordar los ómnibus que nos llevaban a los botes, un
oficial de la Seguridad del Estado nos endilgó una arenga en la que nos advertía
que la mano de la Revolución era muy larga y podía alcanzarnos dondequiera que
estuviéramos. Que nos portáramos bien. Mientras me cagaba en su madre
mentalmente, escondí la cabeza porque me recordó al siniestro Víctor. ¿O es que
todos eran el mismo?
Durante meses vivimos en el garaje que una cubana de buen corazón nos
cedió. La maravillosa Hortensia, que se parecía mucho a mi madre, pero negra, nos
mató también mucha hambre y nos inundó desinteresadamente de un cariño que
en aquella época necesitábamos de veras. También fui carnicero en Miami Beach y
empleado de una librería en Hialeah. Después probé fortuna en la costa oeste,
gracias a la generosidad de Antonio y Marta Bueno, que me acogieron en su hogar.
Por allá me dediqué, con uno de sus hijos, el magnífico Alex Bueno (nadie merece
mejor el apellido), a atrapar cangrejos y langostas con trampas, y a arponear (de lo
que se encargaban Alex y su socio Bill, por supuesto) peces espada en el imponente
océano Pacífico. También limpié calles y jardines en el inmaculado Oxnard, junto a
los mexicanos que cruzan la frontera. En los pocos ratos libres me escapaba a Los
Angeles, a recorrer las librerías y visitar museos. La ciudad me pareció un enorme
basurero.
Lydia Cabrera fue una especie de hada madrina de la revista. También una
de las personas que más ha impactado mi vida. Vivía en un minúsculo
apartamento en Coral Gables, donde trabajaba incansablemente. Rodeada de un
grupo de amigos y del silencio oprobioso y la indiferencia en los que la rica
comunidad cubana ha sumido a sus grandes escritores exiliados. Lydia pagaba la
publicación de sus libros con grandes esfuerzos, vendiendo en ocasiones las pocas
joyas familiares que pudo sacar de Cuba. Así publicó la mayoría de sus 23 libros.
Cuando la conocí era todavía una mujer fuerte y llena de energía, a la que la
ceguera no había entristecido. Reinaba en su sala llena de libros y cuadros. Una
dama elegante, que destilaba sencillez y dignidad y una aristocracia natural que
impregnaba sus palabras y sus movimientos. Hacía gala de un gran sentido del
humor, y una bondad pura. Al final de mi primera visita insistió en regalarme
doscientos dólares, y no hubo forma de rechazarlos. Ella, que no tenía, al ver que
un cubano recién llegado estaba peor no quiso dejarlo ir sin echarle una mano. «La
inteligencia es una forma de la bondad», decía. Es la mejor definición que he
encontrado al respecto.
A nuestro grupo que estrenaba el vacío de vivir sin país, situación que ella
conocía tan bien.
Recuerdo las tardes de charla, inundados por esa luz roja del atardecer
miamense, escuchando su voz ondulada que recorría La Habana, que describía
una ciudad desconocida para nosotros, una isla en la que tuvo la fortuna de vivir y
que ya no existe. Contaba sabrosas anécdotas de Lam, al que acogió a su regreso a
Cuba, de Fernando Ortiz, al que consideraba su maestro y su amigo, de la pintora
Alexandra Exter, con la que coincidió en Europa. De cómo escribió sus famosos
Cuentos negros de Cuba para entretener a su amiga Teresa de la Parra, convaleciente
de una enfermedad. De sus tatas, negros centenarios que confiaron en ella y a los
que aseguraba deber todo lo que sabía sobre religiones afrocubanas.
Por otra parte, para los cubanos Miami es una ciudad única, la ciudad
elegida. Tiene un mar semejante al nuestro, verano perpetuo y, lo más importante,
es la única en la que podemos vivir con la ilusión de que estamos protegidos por
nuestro entorno. La intemperie que he experimentado viviendo en otras ciudades
estadounidenses nunca la he sentido en Miami. En Miami los cubanos olvidamos,
casi, que somos extranjeros.
Los noventa han cambiado la ciudad, que se ha hecho más tolerante. Su tono
político también es diferente, debido a que muchos de los llegados en estos años no
se consideran refugiados políticos sino inmigrantes económicos. Aunque digan
públicamente lo contrario. Eso ha ido moldeando el alma de un nuevo Miami. El
proceso es inexorable. Los viejos, representantes de otra cultura, otra ideología y
otra moral, van llenando los cementerios. No es que los que llegan ahora detesten
menos la dictadura, o ansíen menos la libertad. Es que ya esas palabras no
significan lo mismo. Los sentimientos son diferentes, las pérdidas son diferentes,
las culpas, las responsabilidades son diferentes. El régimen de Castro ha durado
demasiado y eso nos ha marcado a todos en un sentido u otro. El ser humano
puede acostumbrarse a cualquier cosa, hasta al horror, si éste se prolonga lo
suficiente y se hace cotidiano.
¿Por qué Prólogos? Ya uno de ellos lo explica. Porque nunca pensé tener
tiempo para más. Quiero decir, tiempo para escribir una biografía de Reinaldo
Arenas. Me pareció muy necesaria en aquella época, cuando el escritor estuvo a
punto de morir. Y transcurridos siete años desde su suicidio en aquel pequeño
apartamento de Hell’s Kitchen, en Manhattan, me parece mucho más necesaria. La
figura de Arenas, el único escritor cubano de este siglo que ha sido
verdaderamente maldito, ha despertado un considerable interés en círculos
académicos. Existen numerosos estudios y se han publicado varios libros sobre su
obra. Pero aún no tenemos una biografía que nos ayude a desentrañar las claves de
su vida y su pasión creadora, que fueron casi lo mismo. Una biografía que nos
ayude a comprender, o al menos aproximarnos, a su misterio. Que eso es, en gran
medida, un artista de sus características. Claro que hace mucho tiempo comprendí
que no soy la persona indicada para semejante tarea.
En los últimos años han aparecido algunos libros que pueden considerarse,
en parte, memorias de la década de los setenta. De ellos me interesa mencionar la
del propio Arenas, Antes que anochezca, e Informe contra mí mismo de Eliseo Alberto
Diego. Del primero debo decir que, dejando a un lado las hipérboles típicas del
estilo areniano, es bastante exacto respecto a personajes, sucesos y, más importante
para mí, la atmósfera de represión y absurdo institucional que imperaba en
aquellos años. Las inexactitudes que he detectado (sobre todo cuando narra
acontecimientos de los que fui testigo) son menores y no alteran las conclusiones
que puedan extraerse de la lectura del libro. No se le puede pedir a un creador que
cuando narre su vida deje a un lado su forma de percibirla. Creo, además, que la
hipérbole en Arenas funciona en sentido contrario. Es decir, su aparente
alejamiento del hecho concreto produce un acercamiento que ilumina dicho hecho
y lo expone en su verdadera realidad. Sus exageraciones dejan a la vista una
carnalidad del suceso que se pierde muchas veces en la estricta anécdota. He
escuchado a algunos tratar de desacreditar Antes que anochezca aduciendo que se
trata de una novela. Son, en muchos casos, personajes que no aparecen bajo muy
buena luz en el libro. Pero aunque no lo fueran, es un juicio que no comparto.
En cuanto a Informe, creo que es un texto producido por alguien que fue
parte de la élite que, precisamente, se encargaba de atropellar a los protagonistas
del libro de Arenas. De alguna forma ambos textos se complementan. No me
gustan las élites, nunca me han gustado. En el caso cubano se ocuparon de
financiar y apoyar al que luego se convirtió en dictador vitalicio. Ellas (intelectual,
comercial, industrial) le dieron el dinero que necesitaba para su aventura y hasta le
compraron el barco en el que desembarcó. Cuando es evidente, al menos para mí,
que hubiese sido mucho mejor aunar fuerzas para echar del poder al ladrón y
asesino de turno, en este caso Fulgencio Batista, respetando el régimen
constitucional del país.
Esa misma gente, cuando la cosa se puso dura, cuando el nuevo Hombre
Fuerte, el Nuevo Caballo, el Nuevo Machazo (está claro que las relaciones de los
cubanos de ambos sexos con el poder son francamente eróticas) no resultó
manejable, salieron en estampida abandonando la nación a su suerte. Algunos
intelectuales se dedicaron a rezar y a buscar similitudes entre la nueva ortodoxia
fidelista y la vieja ortodoxia católica. No les costó mucho trabajo hallarlas, y
terminaron en el aparato cultural de la dictadura. Salvo contadas excepciones, se
plegaron con poca protesta y mucho oportunismo a los designios anticulturales de
los nuevos hombres fuertes, cuyos propósitos eran claros: eliminar la libertad de
expresión y convertir la cultura en un vehículo apologético para la ideología
imperante.
Pero regresemos al texto que nos ocupa. Los Prólogos que siguen fueron
escritos durante el período en que Reinaldo Arenas permaneció oculto en el Parque
Lenin, mientras era perseguido por la policía de la Seguridad del Estado Cubano, y
en los meses posteriores a su arresto. Los redacté apresuradamente, tratando de ser
fiel sobre todo a lo concerniente a su fuga y a nuestras conversaciones en su
escondite. Mi juventud, apenas 22 años, y mi cercanía a los hechos, me hacían
conferirle quizás una importancia exagerada. Pero espero que, aún hoy, tengan
algún interés para los estudiosos y para cualquier lector que desee acercarse a la
vida y obra de este importante autor. Ojalá sea así. En aquellos días estaba
convencido de que nos aguardaban largas penas de cárcel o tal vez la muerte
tratando de escapar de la isla, por lo que quería dejar testimonio, aunque fuese
fragmentario, de lo sucedido.
Es curioso constatar hoy que muchas de aquellas obras perdidas (en mi caso
los poemarios y algunas obras de teatro) valían muy poco. Fue una suerte que no
tuviésemos la más mínima posibilidad de publicarlas. Aunque reescribirlas resultó
un saludable ejercicio. Debo gracias aquí a la policía cubana. Las doy.
Me decidí, transcurridos tantos años, a publicar este texto, estas viñetas
apresuradas y fragmentarias. Primero, por la fe y el generoso estímulo de buenos
amigos y de los editores de Editorial Casiopea. Y, en segundo lugar, porque a
pesar de sus defectos, que son muchos, su lectura me devuelve la atmósfera de
aquellos años, un estupor conocido, un escozor familiar, un ahogo, un acoso físico
y espiritual que considero definen nuestra experiencia en la década de los setenta.
Me devuelve una sensación de hambre permanente y una confianza ciega en el
propósito y el poder de la literatura que todavía me conmueve. Quizá no sea
mucho. Pero sí suficiente para ofrecerlo a otros lectores, para invitarlos a regresar
allí conmigo.
Repito, este libro no debe leerse como unas memorias, sino como el
monólogo de un muchacho de 22 años que respetaba, admiraba y quería a un
amigo y no quiso dejarlo solo a pesar de que se moría de miedo y lo devoraban las
dudas. Un muchacho romántico, ingenuo e ignorante que creía con los surrealistas
(como yo todavía) que hay tres cosas sagradas: la rebeldía, el amor, la poesía. Un
joven que pensó que no tendría tiempo para más y quiso dejar constancia de su
desesperación. Un muchacho lleno de furia y de infundadas esperanzas.
Los dejo conmigo mismo, es decir, con él. Con ese fantasma adolescente que
regresa. No puedo menos que admitir que lo recibo con una tibia y cariñosa
melancolía.
Los Prólogos
LEZAMA LIMA
Prólogo
Uno
En ese lugar del Parque, al amanecer, una espesa niebla que llega a la altura
de las rodillas ahoga el paisaje. A pesar de que las entradas de la alcantarilla
estaban casi cubiertas por la hierba y Rey trataba de cerrarle el paso con los
cartones que sobraban en su cama, la niebla se las arreglaba para entrar. Cuando
llegaba temprano a verlo parecía emerger, a mis llamadas, de una página de
Lovecraft; uno de sus escritores favoritos, dicho sea de paso.
Con un libro. Tiene que ser él. ¿Pero cómo sabe esta mujer que lo cogieron
con un libro? El Parque Lenin es un lugar horrible, aunque supongo que la versión
oficial y la propaganda para turistas diga y muestre otra cosa. Aunque nos sirvió
de centro de reuniones durante algún tiempo, y lo pasamos muy bien aquí. Todo
hay que decirlo. Además, nos salvó la vida en varias ocasiones. Quiero decir, evitó
que muriéramos de hambre. En ese parque, gracias a algún burócrata o al mismo
Fifo, han instalado unos quioscos en los que es posible encontrar leche, quesos
crema y hasta bombones y caramelos. Sin necesidad de Libreta de Abastecimiento,
«por la libre». Todo carísimo, por supuesto. ¿Pero quién se fija en eso si está
muerto de hambre? Cuando en toda La Habana era imposible encontrar una
croqueta o un vaso de aquel seudorrefresco llamado guachipupa, ahí estaba el
Parque Lenin. El Parque está situado al sur de la ciudad y al principio resultaba
atractivo, pero luego se fue llenando de mosquitos, hierba y abandono. Como todo
aquí. Éste tiene que ser el país de los buenos comienzos y los finales espeluznantes.
Tiene una represa, un anfiteatro al aire libre, un parque de diversiones japonés que
nunca se terminó y estuvo renqueando a medias un tiempo. Una Casa del Té. Y
como la ciudad ya casi no tiene posadas donde templar, es una gran posada al aire
libre. A los catálogos para turistas habrá que añadir ahora que este parque sirvió
de escondite durante algún tiempo al escritor joven más importante de esta isla,
que, como era un artista, un ser auténtico, huía de la policía del «Primer Territorio
Libre de América». Tal vez este detalle haga afluir mayor cantidad de dólares y
hasta me agradezcan la iniciativa.
Día 20
Alejándose cada vez más de Marcelino Menéndez y Pelayo era el título de un libro
de ensayos que Reinaldo tenía en proyecto. Ya había escrito uno sobre la novela La
espuma de los días, de Boris Vian; y otro sobre dos libros de poemas titulados Un
rasgar ululante y Destrucciones, el primero mío y el segundo de mi hermano José. El
título del ensayo no tenía desperdicio: Entre ululantes destrucciones o invocación a
Pedro el Malo para que desentierre un manuscrito encontrado debajo de una teja. Ayer me
acordé de eso ya acostado. Las figuras, las sombras en la pared se desplazan
periódicamente, al paso de los automóviles. Otra vez. ¿Serán ellos? Sigue la
vigilancia. Han apostado un Alfa-Romeo de forma casi permanente en las esquinas
de F y G. A cincuenta y cien metros, en ambas direcciones. A veces llegan otros
vehículos y los ocupantes se ponen a conversar. Poey es un barrio muy pobre, con
la mayoría de sus calles sin asfaltar, por lo que no está acostumbrado a este
trasiego. Si siguen así van a tener que inaugurar un parqueo por aquí cerca, o algo
por el estilo. La presidenta del CDR, que vive en la casa de al lado, está eufórica
estos días. Parece que alguien la ha visitado para solicitar informes sobre nosotros,
o pedirle que vigile nuestras entradas y salidas. El caso es que se pasa el día
apostada afuera con cara de conspiradora y sonrisa triunfante. Sueña con una
condecoración o un bono que le permita el derecho a aspirar a un televisor ruso.
También recordé hoy el día aquel en que llegué muy temprano. La tierra
empapada, una neblina gruesa en la que costaba avanzar. Arribé al sitio convenido
y no estaba. Me senté a esperar. Dejé la botella de vino que le traía y el pan con
tortilla escondidos entre dos piedras. Oculté el paquete con una penca y algunas
ramas diseminadas por el lugar. Estaba en una hondonada, resguardado de las
miradas de los que pasaran por la carretera. Reinaldo me había dicho que en
cuanto se levantara iría a encontrarse conmigo. Esperaba hallarlo allí a mi llegada.
Pero no me preocupé. A veces se quedaba dormido muy tarde, por el frío, y luego
se rendía hasta que el sol estaba ya bastante alto. Demoraba. Al rato decidí caminar
a lo largo de la carretera, hasta el lugar convenido para dejar un mensaje si ocurría
algún imprevisto. No encontré ningún mensaje. Regresé. Ya los quioscos del
Parque estaban abiertos, así que me comí un queso de crema con galletas y me bebí
dos vasos de leche y cuando volví me lo encontré sentado junto a la penca. Tenía
los tenis y las medias secándose al sol. Estaba leyendo La Ilíada. En su rostro se
acumulaba la fatiga, las huellas de la tensión perpetua, el desgaste producido por
el hambre y el mal dormir. «Estaba asustado porque no venías», me dijo, «pensé
que había pasado algo». Andaba con su jabita a cuestas, como de costumbre.
Dentro de ella llevaba lo imprescindible, los utensilios de aseo personal, los libros,
sus cosas de valor. No dejaba nada en el escondite por si tenía que salir huyendo
súbitamente. Como siempre, le pareció que todo lo que le llevaba era maravilloso.
Había algo más: ese día yo me casaba a las cuatro de la tarde. Por eso me escapé
temprano a verlo.
En otros lugares del mundo en estos días hay fiestas. Supongo que la
fantasía tiene aún un lugar reconocido entre los hombres. Entre nosotros el festejo
es muy realista, claro. Todos esperaremos arrobados y agradecidos el
advenimiento de otro aniversario de la llegada del Fifo y sus verdes, y ahora
rojizos, apóstoles. Todas las estaciones de radio y televisión y otros medios de
propaganda desbordan euforia y alegría. Veo a las gentes salir de los trabajos,
luchar a brazo partido por un puesto en las guaguas repletas y correr a refugiarse
en las casas. A disfrutar de los breves instantes que les quedan fuera de las
espantosas fábricas. Ahora, en el momento en que redacto estas notas estoy en una
de ellas. Aprovecho un receso para escribir a toda prisa en un cuaderno que me he
traído. Bueno, hay que hacerlo a pesar del cansancio.
Prólogo
Tres
La boda
Juré fidelidad eterna y todo lo demás y brindé y bailé. Luego me fui al hotel
que el gobierno permite usar, tres días, a los recién casados, para la luna de miel.
Nos tocó una habitación en el piso diecisiete y nos pusimos a hacer el amor en el
balcón, frente a la ciudad aferrada al mar. Todavía eres hermosa, Habana, dije,
contemplándola desde aquella altura. Y pensé en Rey en su alcantarilla.
Prólogo
Cuatro
Días felices en que no teníamos idea de lo que se avecinaba. Ahora que los
recuerdo me alegro de haber vivido (de seguir viviendo así) desesperadamente.
Devorando la vida como si sus últimos jirones fuesen ésos que nos apresurábamos
a tragar.
Prólogo
Cinco
No recuerdo el día exacto. La neblina era más densa que nunca. Se extendía
casi sólida a nivel de las rodillas y me daba la impresión de estar sin piernas,
flotando. Pero sentía los zapatos empapados, y los dedos engarrotados de frío. El
viento soplaba fuerte y azotaba áspero mi cara. Cuando bajé la pendiente que
conducía a las alcantarillas me sumergí en la pasta blanca. Recordé lo que le dijo
Lezama a Cernuda en su casa de Trocadero, durante una visita del poeta español a
Cuba, mientras bebían una champola1: «Parece semen, Luis, parece semen.»
Con aquella cosa por el pecho continué avanzando hasta alcanzar el trillo.
Caminé sin hacer el menor ruido. El sendero pasaba directamente por encima de
los tubos de desagüe. Rebasé por unos veinte metros el punto en el que debía estar
Reinaldo. Me detuve. Nadie me seguía. No había un alma por todo aquello. Dejé el
trillo y me interné en las malezas, al mismo tiempo que buscaba las bocas de
concreto. Las cajas de cartón en las que dormía Arenas las consiguió en el patio de
una fábrica cercana. Unía dos y se metía dentro, donde se enrollaba en cuanto
trapo y periódicos tenía para tratar de escapar del frío y la nube perenne de
mosquitos.
—Por lo menos dentro de ese tren uno se sentirá mejor, puedo hacerme la
idea de que viajo por Europa o algo así. Es un tren solitario. Lo he visto pasar y
siempre va vacío. Un día puedes venir y hacemos el viaje juntos y podemos
conversar.
Le digo que la idea me parece buena. Cuando finaliza con el aseo personal
nos vamos a por unos quesos y un vaso de leche a los quioscos. Buscamos uno
alejado. Caminamos un rato y luego nos sentamos a esperar que sean las ocho, que
es cuando abren. Aprovechamos para secar las medias al sol. La expresión sombría
de su rostro se ha disipado y vuelve a ser el mismo Reinaldo parlanchín de
siempre.
—Sí, bueno... no esperarás que «ese hombre» pueda hacer una represa y que
funcione, que no se le salga el agua. El caso es que allí se reúne una multitud de
viejos desde muy temprano, a pescar. Ya yo tengo una vara y todo. Me meto en el
agua hasta el cuello, para que si pasa algún esbirro no me vea, y desde allí lanzo el
anzuelo. El otro día pesqué y nos comimos los pescados asados. Y además en el
agua no me pican los mosquitos. En esa alcantarilla se aglomeran todos los
mosquitos del mundo. Y todas las ratas.
24 de diciembre de 1974
Día 25
Trepo las escaleras del viejo edificio donde están las salas del juzgado. Lo
primero que me encuentro en la sala llena de bancos arrimados a la pared es a mi
hermano Nicolás que, cuando la acusación contra Rey era por escándalo público en
la playa, accedió a ser testigo a su favor, y a Coco Salas. Y al abogado de Rey, Jaime
Ferrer. Entran dos señoras acompañando a un muchacho. Una de ellas va diciendo:
«No te preocupes, verás que será una multa, sólo una multa.» No sé por qué
recuerdo eso. Lo más deprimente es el momento en que empiezan a pasar viejos
envueltos en unos trapos negros. Estoy allí sentado esperando y casi no puedo
aguantar las ganas de vomitar que me provocan los representantes de la justicia.
¡Justicia!
Le insinué a Rey que este asunto podría ser algo planeado por la policía para
quitarlo de en medio. Sobre todo si tenemos en cuenta que ambos sospechábamos
que Coco Salas trabajaba para ella. Él no lo creyó así.
Otra versión me llega por la madre de Reinaldo y por otros amigos con los
que Salas ha hablado. Ezequiel Martínez1 acusó a Reinaldo de contrarrevolucionario
y por eso lo van a detener. Hay más; a mi hermano Nicolás le visitan
investigadores de la Seguridad del Estado y le interrogan exhaustivamente acerca
de la novela de Arenas, Otra vez el mar, y sobre otros muchos asuntos de carácter
absolutamente literario. El interrogatorio tiene lugar en el interior de un auto, entre
dos gorilas, mien— tras Víctor, que parece ser el jefe de la cacería, le interroga y le
amenaza desde el asiento delantero. Esto al tiempo que se desplazan a toda
velocidad por las calles de La Habana. Supongo que para ellos la gasolina no está
racionada. Nicolás no les dice una palabra, por supuesto.
Como si esto fuera poco, envían a Delfín Prats, amigo de Rey y excelente
poeta cuyo libro, Lenguaje de mudos, fue recogido y quemado, para que intentara
averiguar algo con Nicolás sobre el paradero de Arenas. Mi hermano, que no es un
personaje muy sutil, lo tira por la escalera de la cabina de proyección del cine
Atlas, en el cual trabajaba de proyeccionista. Luego llama a la policía que está
apostada cerca aguardando los resultados de la gestión de Delfín, y les recomienda
interrogar a un tal Prats que, evidentemente, es un tipo sospechoso.
Me obligaron a abrir los ojos para mostrarme la Cuarta Maravilla. Nada más
y nada menos que La Croqueta. Casi vomito. Me contuve. Me hubiesen ajusticiado
allí mismo. Con la siguiente aclaración: «Cuando es el enemigo el que mata, es
asesinato, pero cuando somos nosotros, es ajusticiamiento revolucionario.»
Dos camisetas.
Dos pares de medias de las que se hacen para exportar y un par de las
malas, de consumo nacional.
Una gorra muy grande que utilizaba para esconder el pelo cuando lo tenía
muy largo y las recogidas de peludos estaban en su apogeo.
Cientos de libros.
Creo que no olvido nada. Es mi voluntad (me dijeron que lo redactara así,
aunque ellos hagan las cosas de otro modo) que tras mi desaparición estas
pertenencias sean entregadas a las siguientes personas, en la cantidad y forma que
indico a continuación:
Las camisas que se las repartan entre los dos, y la de trabajo que la quemen,
para así poner de manifiesto mi odio por esa actividad.
Las camisetas a mi padre, que asegura que es indecente ponerse una camisa
sin camiseta.
Los zapatos checos a Nicolás, que es el más mujeriego.
Los libros que ni los toquen, no me atrevo a dejárselos a nadie por temor a
comprometerlo.
Esto fue todo lo que poseí, odié, ya no odio, desprecié, ya no desprecio, amé,
ya no amo, acaricié, ya no acaricio. Respiré, ya no respiro. No hay nada más que
hablar. Váyase todo a la mierda.
Prólogo
Diez
Día 27
Como dijera un poeta anónimo (por suerte para él), ser amigo de Reinaldo
Arenas, en nuestro país, constituye un riesgo. Conviene aclarar que esta condición
de anónimo es, actualmente, la prueba máxima de que uno es realmente poeta.
Lo que sí es cierto es que mi madre me enseñó (nos enseñó) que hay cosas
que no se pueden hacer en la vida porque nos convertimos (la cito) en mierda. A
veces creo que me dejaría matar antes de convertirme en un mierda, que es lo más
abyecto, según la escala de valores de mi madre.
Prólogo
Once
¡Huyamos!
¡Tocado!
Al otro día, como hacia el patíbulo, se dirigen ambos al lugar indicado, que
era la casa del teniente. «Yo pensaba encontrar aquello copado y que nos
fulminarían al llegar. Pero no. Tocamos. Una voz, la del hombre, grita: ‘pasen’.
Entramos aterrorizados y el tipo al fin sale, desnudo, con una toalla enredada en la
cintura». Mira a Tomás, nos amenaza. Este le devuelve su cartera. El teniente llama
a la Goyesca al cuarto con el fin, dice, de discutir el asunto. Reinaldo aprovecha la
oportunidad y desaparece a toda velocidad. Al otro día ve a Tomás y éste le dice:
«Conversamos un rato... pero ni lo pienses, no hicimos nada... además, déjame
decirte (sonríe), yo le toqué en la guagua porque él me dijo: ‘tócame aquí, tócame
aquí.’»
Checheché
Uno de los tantos, pero no común lector, que acuden a leerle sus trabajos,
está aquí. Ese joven se llama Francisco Iván Costas, miembro del Ministerio del
Interior. Sagaz verificador de la homosexualidad de Miguel Barnet, Virgilio Piñera
y un largo etc. de intelectuales y escritores. A partir de métodos muy prácticos.
Como dice que es poeta, lo que trae es un poema. Al ver las dimensiones del
manuscrito, ya Reinaldo siente correr un escalofrío a lo largo de su espina dorsal.
Esperanzado indaga por el título, y la respuesta, breve, aplastante, llega en medio
de una sonrisa y de una voz temblorosa: «Ché», ése es el título del poema.
Entonces la desesperación es total, sus ojos buscan una puerta, un agujero por
mínimo que sea por el que escabullirse, pero es inútil intentar la fuga y el tormento
comienza. Gruesas gotas de sudor corren por la frente y las manos del torturado.
Horas después, en el preciso límite de la locura, la voz se apaga. Y entonces, es
tanta la alegría que experimenta al saber que el policiaco lector ha terminado y ya
cierra el manuscrito, que, sin poder contenerse, incorporándose de un salto,
comienza a ejecutar los pasos reculantes de una conga, acompañándose de un
significativo tarareo: ¡Ché Ché Ché... Ché Ché Ché! ¡Ché Ché Ché... Ché Ché Ché!
Concentración
Añádase a los obreros una tropa de reclutas del Servicio Militar Obligatorio,
un contingente de «Camilitos» (miembros de la Escuela Militar Camilo
Cienfuegos), otro de becados y ya tenemos una concentración espontánea y
multitudinaria repleta de jubiloso patriotismo. Patriotismo que cada vez les cuesta
más trabajo apuntalar porque han tenido, recientemente, que pasar lista al pie de
los camiones al terminar los discursos, pues demasiada gente llegaba y se
marchaba.
Pero ahora es 1968 y Rey está leyendo. Se ha reunido aquí «todo el mundo».
Ya hicieron uso de la palabra Juan Marinello y Manuel Díaz Martínez. Y ahora está
leyendo el más joven, Reinaldo Arenas. Por un instante cruza entre resplandores,
descalzo, Fray Servando Teresa de Mier, el fraile rebelde, perseguido de cerca por
miles de alguaciles. Se deshace en el aire. Los asistentes respiran aliviados. Arenas
define la circunstancia del hecho mágico, de la condición mágica de los
americanos, de su literatura y de su historia y establece un atrevido paralelismo
entre el apóstol de la independencia cubana y Arthur Rimbaud, el poeta maldito
por excelencia. Reinaldo sabía lo problemática que podía ser aquella interpretación
y llamó a Cintio Vitier para que lo apoyara con su presencia, pero éste no acudió a
la conferencia. José Martí es visto desde un punto de vista renovador y total,
partiendo siempre de su condición de poeta. Los aplausos son atronadores.
—Si por cualquier motivo no puedo terminar mi obra —me dijo un día—
voy a dejar una lista de lo que me faltó por escribir, así alguien que venga después
podrá escribirlo... ¿Qué tú crees?
A mí me pareció muy bien. Siempre nos gustó la idea de que el artista era
heredero de la obra de sus predecesores. La idea de que uno estaba justificado si
algo que escribiese servía para que un muchacho o muchacha en el futuro
comenzara a escribir a su vez. Una especie de transmisión que también de alguna
forma constituía una venganza.
Llueve en el recuerdo. Mañana a primera hora debo sacar con alguien estas
notas de aquí. Guardarlas junto a las otras. Salvar toda esta mierda que
posiblemente no sirva para nada.
Prólogo
Trece
Diseñando carteles para la publicidad del interior de las guaguas y cosas así.
Un paraíso comparado con lo otro. El edificio sede de la empresa quedaba en la
calle Belascoaín esquina a San Miguel, a pocos pasos de donde el pintor Angel
Acosta León tenía su cuartucho y su cucaracha amaestrada. Esto, antes de
suicidarse, lanzándose al mar desde el barco en que lo devolvían a Cuba, después
de una visita triunfal a Europa. Uno de mis pintores favoritos. Mi cuartico tiene
muchas reproducciones de sus cuadros, junto a cientos de recortes de revistas
extranjeras y reproducciones de otros pintores, tapizando la pared. El último
autorretrato de Rembrandt. Un morado paisaje nórdico. Un pedazo del cráneo de
una tonina, en el que he pintado un rostro picassiano. También tiene un closet
inventado en el hueco de una puerta de acceso a la sala. Gracias a que cuando mi
abuelo construyó la casa las paredes se hacían gruesas, el espacio es suficiente para
colgar ropa. Mi cuartico también tiene una lámpara hecha con un pez guanábana
que yo mismo pesqué por Santa Cruz del Norte, en la época en que me dio por la
pesca submarina. También tiene una ventana. Por ella veo pasar las hojas rojas del
almendro. Silban, crujen un poco, comprimidas por el viento. Y caen con un ruido
de rasguño contra el pavimento. Ya han cubierto todo el frente de la casa. Hay una
frialdad agradable. 31 de diciembre.
A medida que leo El asalto, voy corrigiendo las faltas. Son muchas, hay
palabras ininteligibles, así que tendré que darle otra lectura a ver si logro
descifrarlas. No sé si hay una copia a salvo afuera, así que hay que evitar a toda
costa que caiga en manos de los lectores de la Seguridad. Esta novela se escribió en
un tiempo muy breve. Arenas, como no tenía hojas de papel, utilizó unos rollos
que logró insertar en el rodillo de su máquina de escribir, y que llamaba «los
papiros.» En la misma novela un viejo torturado sostiene que existen y que
sobrevivirán al dictador y a su dictadura. Pues claro que existen. Y trataremos de
mantenerla a buen recaudo. Al año pasado, faltan pocos minutos así que ya se le
puede decir pasado, lo esperé haciendo el amor. Éste lo aguardo escribiendo. El
vino está muy frío. Cantamos: «Y todo lo que fue, aunque haya sido, jamás ha sido
como fue soñado»2... Y también: «Mi madre está en la calle, bajo una lluvia grave y
lenta, de un color que alimenta, la impaciencia de ver caer...»3 Contra la noche
clarísima, como en la canción de mi hermano, el almendro no deja de echar hojas.
El cielo es como un manto de leche en el que se deslizan y refulgen brillantes
tarecos, como dirían Nicolás y el propio Reinaldo. Este último está tendido en la
arena, incapturable para toda policía, al final de su última novela. Esto ¿quién
puede ponerlo en duda?
Prólogo
Catorce
Hay que esperar horas para abandonar el ferry. Primero, las mujeres y los
niños. Dos largas colas. A las pobres mujeres les han impuesto, además de la
esclavitud del hogar y todas las discriminaciones de nuestro machismo inmenso, la
esclavitud del trabajo y las fábricas. A eso le llaman liberación. El ómnibus
traquetea repleto hacia la ciudad... ¿ciudad? Le diremos así, aunque como todo
pueblo cubano, Nueva Gerona es un parque tiznado de tierra colorada, alrededor
del cual se van enrollando casas. Y el cine, claro. Se ha puesto de moda preguntar:
¿La película está buena o es rusa? La de aquí es rusa. Liberación, parte 565.
Por fin, después de desechar algunos otros sitios, nos decidimos por una
casa a medio hacer, invadida por las malezas. Sin techo. Seguro que a los que la
construían se les acabaron los materiales y esperan a conseguirlos para terminarla.
Nos apretujamos los dos en el techo de uno de los closets. Nos tapamos con unas
sabanitas que Rey trajo. A mí ni se me ocurrió. La madrugada siempre enfría. El
cielo, el cielo. ¡Qué esplendor, qué algarabía, qué susurramientos azulosos! ¡Qué
negritud carnosa agrupada alrededor de las estrellas allá arriba, como un espejo de
nuestras almas en fuga! Tardamos en dormirnos. Hablamos bajito para no
perturbar tanta belleza y para no llamar la atención de alguien en las casas vecinas
y terminar en la cárcel. Hay montones de lechuzas que cruzan dejando estelas en el
espacio y otros pájaros que no logro identificar.
Despertamos temprano, nos lavamos en el río y desayunamos en una
cafetería del centro del pueblo. Está vacía a aquella hora. El parque silencioso y
sucio. El aire cruza destartalado entre los bancos de cemento. Nuestro plan secreto
es inspeccionar el sur de la isla y analizar las posibilidades de construir una balsa y
hacernos a la mar hacia el sur, hacia el Golfo. Ni siquiera hemos consultado un
mapa, pero en principio nos parece buena idea porque asumimos que el sur debe
de estar menos vigilado que el norte por su cercanía con la Florida. Es clásico huir
hacia el norte, pero jamás he oído de nadie que lo intente en dirección contraria.
Pero nos encontramos el paso hacia el sur de la isla estrictamente prohibido. Con
postas militares y todo. Luego, preguntando a los campesinos, nos dicen que se
rumorea que todo el área es una inmensa base militar soviética. Ahora que lo
pienso, creo que era una locura.
El ferry patea de regreso. ¡Qué lentitud! Han dicho que pasa algo con las
máquinas. Y no pueden apurar el paso. Con tal de que no se pare en medio del
mar. Pero al menos logramos nuestro propósito de estar alejados de La Habana
durante los festejos del 26 de julio. Algo espantoso. Tedio. Ya se avista Batabanó a
lo lejos.
La Habana, 1981.
© J. A.
Lázaro Gómez, Reinaldo Arenas, Luis de la Paz, Bernardo Morejón. Marcos Martínez y
Exys Abreu. Miami, 1981.
© N. A.
Nicolás Abreu y Reinaldo Arenas.
Miami, 1981.
© E. A.
Reinaldo Arenas y el autor.
© M. M.
Reinaldo Arenas y José Abreu.
© L. P.
Marcia Morgado, editora de «Mariel».
Miami, 1982.
© J. A.
Reinaldo Arenas, Miguel Correa, Roberto Valero Reinaldo García Ramos y el autor.
© M. M.
Reinaldo Arenas y el autor. Museo de Arte Moderno, Manhattan, 1982.
© M. M.
Lydia Cabrera, Carlos Alfonzo y el autor.
Miami, 1985.
Roberto Valero y María Balla. Washington D.C., 1989.
© M. M.
Reinaldo Arenas en Nueva York, 1984.
Prólogo
Quince
Ahora este Parque Lenin, que antes era un sitio agradable al cual escaparse
para estar en contacto con la naturaleza (por no hablar de comer), se ha convertido
en un deprimente hospital para dementes. No como nosotros, sino de los otros.
Grupos de infelices sacados de los hospitales siquiátricos, uniformados y pelados
al rape, han sido empleados, o «ubicados» por sabe Dios quién, porque todos los
miembros de la sociedad tienen que ser productivos. Ya en la época de nuestras
lecturas «leninianas» (que no leninistas) los dementes deambulaban de un lado a
otro. Andaban en pequeños grupos; cabizbajos, como buscando algo, recogiendo
papeles o cortando el césped con machetes. Se pasan el tiempo hablando con
alguien que ven ellos, exclusivamente. O sacándose el rabo para orinar o
masturbarse delante de la gente.
Nosotros por otra parte hacíamos lo mismo, y todos nos sentíamos felices
con aquellos intercambios que eran tema constante de bromas y burlas. No sé por
qué, en aquella época nos dio por concebir los libros en forma de series. O bien se
trataba de una trilogía, una tetralogía o una pentagonía; una verdadera locura. Era
raro que se nos ocurriera un proyecto que consistiera en un solo libro. Siempre a
carcajadas, nos dijimos que bastábamos para abastecer a una editorial. Claro que
ahora ya no me da tanta risa. En primer término porque Reinaldo está
desaparecido y porque, además, en lo que debemos pensar es en salvar las obras
que no se han perdido. Esto me entristece mucho, siento una culpabilidad que a
veces se torna insoportable. Y aún no he comenzado a reescribir mis obras de
teatro, que se perdieron todas.
Primera Musa (que es casi tan sinuosa, afrancesada y siniestra como Alfredo
Guevara). —Oye, ¿ya el material celebratorio laudatorio está listo?
Segunda Musa (que casi copia más a García Márquez que Manuel Cofiño y
Manuel Pereira juntos). —Sí, cómo no, hemos recibido la remesa de los Talleres
Literarios. Esos muchachos prometen...
Tercera Musa (que es casi peor poeta que Cos Cause). —Veamos qué han
hecho...
Cuarta Musa (que casi se parece más a un alacrán que Fernández Retamar).
—(Abriendo una maleta y extrayendo una lista)... Pues han enviado 30.000 poemas
para repartir entre los mártires, 400 canciones protesta al estilo de Silvio Rodríguez
y Pablo Milanés, 1.000 artículos periodísticos y ensayos sobre la corrupción y la
miseria del pueblo durante la seudorrepública, 60 antologías del cuento
revolucionario, 70 biografías de Maceo, 333 novelas mostrando el pasado
oprobioso y 444 a lo Manuel Cofiño, mostrando el futuro luminiscente que ya se
acerca... ¡ah! y 20 marchas triunfales, que los compañeros de música no se quieren
quedar atrás...
Quinta Musa (que tiene una voz casi tan horrible como la de Vicente Feliú y
Noel Nicola, juntos). —Bueno, ¿y lo del concurso qué? Cuidado con que vuelva a
pasar lo del año pasado que le dimos el premio a un capitán cuando había un
comandante participando y por poco nos fusilan.
Los policías todos se relamen entusiasmados y enarcan las cejas con gesto
tremebundo.
Las Musas (a coro). —¡VIVAVIVAVIVA! ¡Saludamos, saludamos con las
metas cumplidas! ¡LA CULTURA AL COGOLLO!
Sexta Musa (que es casi tan sumisa como Miguel Barnet). —Todavía
tenemos problemas organizativos, compañeras... hay que asignar equitativamente
esas obras a cada mártir, héroe, fecha inmortal... ustedes saben... por ejemplo, a
Martí siempre le asignan los trabajos periodísticos, y eso no es justo con el apóstol.
De vez en cuando un poemita no le vendría mal... ¿verdad, apóstol?
Séptima Musa (que casi copia tanto a Lydia Cabrera como Miguel Barnet).
—Ven ustedes, está de acuerdo, es evidente que lo suyo es la poesía. ¡Haré un
poema dedicado a ese soberano bofetón del agentón! ¡Qué músculos, por el
santísimo Ogún!
Carta
Querido Rey:
Por supuesto, faltan algunas, porque no tengo papel para gastar en eso. La
número cuatro cita a la Momia Lenin. Y al final añade: Aprobados en la reunión
del BP del CC del PCC en los días 26 y 27 de diciembre de 1974. Te imaginas que
esa partida de bestias estuvo reunida dos días para elaborar eso. Es algo que no
tiene nombre.
1. El Sirope.
6. El Parque Lenin.
8. Las concentraciones.
Día 6 de enero
El vacío y el asco me invaden otra vez. Pero voy a ver Pinocho de Walt
Disney, por décima vez, y me siento mejor. Luego me parapeto en el muro del
portal, a la sombra del almendro, y recuerdo.
—No sabes lo que me alegra que vinieras, estoy muy solo. ¿Tú sabes lo que
es pasar días y días sin hablar con nadie?
Se pone muy contento cuando le digo que terminé unas ilustraciones para El
asalto, tal y como le prometí, a lápiz, porque no hay forma de conseguir tinta. Pero
ahí están. No pude traerlas pues las escondí enseguida, así que otro día será.
Hace unos días Rey no pudo resistirse y vino al pueblo a comer algo. Creo,
aunque no se lo digo y estoy seguro de que no lo reconocería si se lo dijera, que
está siendo presa del mismo aburrimiento que estoy experimentando yo. Es difícil
de explicar. Todo es tan estúpido, inconstante y mediocre que empiezo a verlo a
distancia, desde afuera. Como si no tuviera nada que ver conmigo esta situación.
Como si no estuviese implicado de forma alguna. Una sensación de desapego. Que
puede ser muy peligrosa, como es evidente. El caso es que ese día pasó frente a la
estación del DOP (Departamento de Orden Público) y en el mural que tienen allí,
dentro, vio su fotografía en un pasquín: SE BUSCA. Era más grande que el de los
otros delincuentes.
—No pude leer lo que decía bajo la foto, no me pareció prudente entrar... —
me dijo.
Lo veo al final de la calle dando paseítos. Agita el bolso al verme. Una de las
señas indicaba un lunar bajo la oreja izquierda. Iniciamos el viaje de regreso al
Parque. Se toca el cuello. Lo registro y es verdad. Ahí está la mancha oscura.
—Es el Diablo, el Diablo el que está detrás de esto —me dijo apenado.
Luego le llevé más, pero nunca era suficiente pues tenía que gastar en
alimentos, comprar leche, quesos y caramelos en los quioscos del Parque. El día
que supe de su desaparición la madre me trajo cien pesos para él. Ya era tarde.
Hoy no he ido a trabajar. Cada vez que puedo, no voy. Es la única forma en
que logro escribir con un poco más de calma. Pero me estoy exponiendo a
consecuencias que pueden ser terribles. Me siento contento. No he tenido que
pasar por la humillación de que me registren al entrar en el infierno ruidoso de la
termoeléctrica, mientras los técnicos checos y rusos cruzan por mi lado llenos de
maletas y bultos sin que nadie los moleste. Aunque lo digo por decir. Realmente ya
ni eso me importa. Lo peor de los seres humanos, obviando la cobardía, es la
conformidad. Al írseles prohibiendo y suprimiendo todo, en vez de protestar y
airarse contra la fuerza que los oprime, se dedican a enumerar lo que les queda y a
tratar de conservarlo. Al poco tiempo olvidan aquello que les arrebataron. Se
sienten contentos con la miseria que les permiten. Son capaces de soportar todo
tipo de vejaciones, de envilecerse, de embrutecerse y enmudecer con tal de
conservar algún fin de semana, en el que podrán ir a la playa a templar bajo los
pinos, o al Conejito a matarse el hambre con un cupón de buen trabajador que les
dieron en la fábrica por ser esclavos ejemplares.
Del otro lado de la cerca están las gaviotas. Hay miles. Suben y bajan y
vuelven a bajar. Lo veo a través de las rejas de la cerca. De los agujeros de la cerca.
El mar destrozado por los agujeros de la cerca.
Cuando los camiones llegan al batey central, entre las dos largas barracas
nos está esperando un comité de recepción. Tipos patibularios, algunos, que nos
miran con curiosidad y alegría. Alegría de que haya más gente en la misma
situación en la que están ellos. Ha llovido hace poco y la tierra es un fanguero rojo.
«¡Carne fresca!», grita uno de los que esperan, y un coro improvisado repite la
frase entre risotadas. Estoy en el Plan Plátano de Artemisa, condenado a seis meses
de trabajo forzado por la Ley Contra la Vagancia. Me hicieron un juicio sumario. El
juez apenas sabía leer. Mi hermano José me recomendó no abrir la boca dijeran la
mierda que dijeran. Si me condenaban a más de un año tendría que cumplirlos en
el Morro, junto a criminales. Y él y yo sabemos que de allí es difícil salir. Así que
guardé silencio. No dije nada de que recién salido del Servicio Militar Obligatorio
me habían ofrecido tres oportunidades de trabajo imposibles, en la Ciénaga de
Zapata, cazando cocodrilos y cosas así. La ley dice que si vas tres veces ante el
gobierno, que es el único empleador, y no aceptas lo que te ofrecen, vas preso. Pues
estoy preso, soy un esclavo. Siguiendo el curso de los aborígenes primero y de los
negros después. Se trabaja catorce horas diarias recogiendo racimos de plátanos,
llueva, truene o relampaguee. Los campos son vigilados por soldados armados. Si
al jefe del campo (que es un viejo corrupto y mujeriego que anda en un jeep lleno
de guajiritas) le da la gana y te portas sumisamente con él, te dan unas horas de
pase al mes para ver a la familia.
—Pobrecito... allá lejos rugen furiosas las cataratas del Niágara y tú no las
verás. Nunca.
Y el otro grupo:
—Qué pena nos das, vas a morir y a ser devorado por los gusanos y no verás
un Rembrandt, ni un Van Gogh, ni un Zurbarán, ni un Caravaggio, ni un Picasso...
Y así van enumerando cosas que no veré, sitios que no visitaré. Después,
todas a la vez, se ponen a llorar. Una de ellas se queja lastimeramente. Tiene un
agujero en el centro que casi le atraviesa el tronco. Susurra:
Entonces alguien sacudía la litera y gritaba: «¡De pie! ¡De pie! ¡A trabajar,
cabrones! ¡Vagos de mierda!»
Prólogo
Veintiuno
8 de enero de 1975
Tras estas palabras mis deseos oscilan entre apretarle el cuello o gritar de
contento y abrazarlo por ser el portador de tan buenas noticias. Y agrega:
«¡Figúrate, que a mí me trajeron lo que dejó tirado, una libreta, un bolígrafo, libros,
un espejito y lo de aseo personal!»
17 de enero
Llueve torrencialmente. Allá también llueve. Sobre toda La Habana vieja que
es una pasta gris, enchumbada. Aquí sobre el pavimento sucio que pisotea sin
descanso la muchedumbre que acude a la fábrica. Allá entre los gruesos muros, en
el patio, en el paredón de fusilamiento, sobre el mar feo por estos días. Y sobre el
pobre Antonelli que sintiéndose más culpable que nunca deambulará
desconsolado por la plataforma de su castillo contemplando la ciudad que
chapotea bajo el aguacero. Murmurará: «El puerto de la ciudad es de los mejores,
más capazes y hondables que se conocen, pues las naos por grandes que sean están
casi arrimadas a las casas de la ciudad. Tiene a la entrada el puerto por la parte del
poniente una famosa fortaleza inexpugnable, que es el Morro.»1
El haz de luz cruza. Vuelve a cruzar. Ahora con la lluvia, humea. Acá el
cajón en el que estoy sentado cruje bajo mi peso, me incorporo, doy unos pasos por
el portal oscuro de la panadería. En la que espero. Estoy tan triste que la tristeza es
una nata que me tupe la nariz, ciega mis ojos, casi me impide los movimientos.
Tengo frío.
Para alguien que no viva en Cuba, éste, tal vez, sea el trato que recibe
cualquiera en una cárcel, pero para nosotros ese trato es asombroso. Suponiendo
que sea verdad lo que Rey le dijo a la madre. Es de conocimiento general que en el
Morro no se permite llevar nada a los presos excepto una jaba de comida cada 25
días. Siempre y cuando la jaba no exceda las 25 libras. La alimentación consiste en
espaguetis y sopa de chícharos aguados y pan. La disciplina es feroz.
Bien, a qué se debe ese cambio de actitud entonces. No era la que pensaban
mantener al principio cuando lo apalearon y comenzaron haciéndole infinidad de
preguntas sobre la intelectualidad silenciosa.
A mí no me han tocado. Pero es prudente no olvidar que los días 10, 11, 12 y
13 se mantuvo sobre nosotros y la casa una estrecha vigilancia que en ocasiones
consistió en mantener a quince metros de la puerta de casa un vehículo lleno de
agentes. ¿Con qué objetivo si lo detuvieron el día 9? No olvido que conocen la
existencia de Otra vez el mar y no descansarán hasta saber qué es Otra vez el mar, y
si es posible dónde está.
Escribiré otro de estos Prólogos, si no sucede nada antes, el día del juicio.
Procuraré ir, si es que lo permiten. Reescribí de un tirón La jaula, una de las obras
de teatro perdidas. Nicolás también anda como un loco reescribiendo En blanco y
Trocadero. Seguro que esto alegrará a Rey.
Prólogo
Veintitrés
22 de enero
Hoy, según el abogado, debía ser el juicio. Vuelvo a trepar las escaleras a
saltos. En la sala de espera está Tomasito la Goyesca. Solo. La madre de Rey le
avisó y él le prometió estar allí para verlo y presenciar lo que sucediera.
Conversamos. Tomás es muy chismoso y trata de sacarme información. Por
supuesto, es inútil. Decirle algo a La Goyesca es como publicarlo en el Granma. No
es malo, pero no puede evitar contar las cosas. Llega una vieja larga de aires
rigurosos, angulosa y con unas gafas enormes para decir lo que nos imaginábamos:
que el juicio ha sido suspendido otra vez. Ahora, dice, será el trece de febrero. Nos
vamos.
Bajo a lo largo del Paseo del Prado. La ciudad se desdobla sobre sí misma. El
Capitolio, que gracias a nuestro rasgo idiosincrático fundamental —la hipérbole—
es más grande que el de Washington D.C., se alza como una reliquia venida a
menos, con sus estatuas sucias y su diamante robado. A veces pienso que ese
mastodonte es un náufrago, un sobreviviente de épocas mejores. En el fondo es
otra cara de nuestra única y misma vulgaridad. En los umbríos portales crece el
churre, las delicadas losas desaparecen bajo la basura cuya costra engorda a una
velocidad vertiginosa. El sistema segrega una mierda que terminará borrándonos,
ahogándonos, hundiéndonos moral y espiritualmente. Ciudad entristecida como si
una plaga de langostas hubiese caído sobre ella. Ciudad cubierta de himnos,
pancartas, odio y fanatismo. Muros corroídos, paredes descascaradas,
apuntalamientos. La única ciudad en el mundo, tal vez en la historia de la
humanidad, con un centro oficial de delación en cada calle, los Comités de Defensa
de la Revolución (CDR). Ciudad que este hombre que la destruye odia, y a la que
quiere privar de todo su esplendor. Al final de la avenida está el mar. Bello, aún.
Como toda farsa, ésta se vuelve contra lo que intenta defender y justificar.
¿Cómo podría explicar la policía la presencia de casi todos los intelectuales y
creadores de algún talento en la lista de denunciados en la retractación estalinista?
Lo único que puede significar es que ellos eran los que tenían razón. Eso está claro.
Llega la guagua. Hace días que no voy por el Vedado. Ni iré. Un amigo me
alertó ayer. Han comenzado otra vez las recogidas de los que no están
«correctamente pelados». Me paso la mano por la cabeza. El pelo me tapa las
orejas. Estoy fuera de la ley.
Prólogo
Veinticuatro
27 de enero
Estoy contemplando la bahía, que cada día está más sucia. Los barcos
tranquilos respiran golpeados por la luz. Son las ocho de la mañana. Hay uno largo
y oscuro con el nombre en letras blancas. Magnolia. Magnolia: si pudiera nadar
hasta ti y largarme de aquí; no seas cruel, mujer, y acógeme en tu seno (o tu sexo,
da igual) de acero... Todo un bolerón. Pero cada vez son más las historias de gente
devuelta cuando llegan a barcos mercantes que dejan la isla.
La mañana
En estos días he escrito poco, atravieso una furia de lectura que se apodera
de mí esporádicamente y en el transcurso de la cual devoro una cantidad increíble
de libros, casi uno diario, a pesar del trabajo. Me encanta esta situación pues me
sumerjo en las diferentes realidades contenidas en las páginas; necesito algún
tiempo para hallar el camino de regreso a mi realidad. Entonces comienzo a ver y
palpar los objetos, los cuerpos, redescubriéndolos. Hasta volver totalmente a
nuestro horror.
Paso a lo largo del muro, mirando la fortaleza al otro lado de la bahía. Las
olas rompiendo contra la erizada roca donde encajan los bloques de piedra.
Algunas de las galeras de los presos están por debajo del nivel del mar y cuando
sube la marea se llenan de agua. Los presos tienen que treparse sobre las literas
para no ahogarse. Yo no sé si Antonelli, el arquitecto que la hizo, pensó en estas
cosas el muy hijo de puta, pero su obra ha terminado siendo un matadero. Pienso
en Reinaldo. ¿Estará en una de esas galerías subterráneas tratando de escapar al
oleaje del que tan bellamente ha escrito? Todo es tan irreal, tan inconstante. Tan
triste. Las olas van dejando una secreción verde, como esputos que se aferran a los
arrecifes. Allí quedan bailoteando como banderas, contra la oscuridad de la piedra
mojada. El mar es la boca de la isla vomitando su podredumbre, su miseria, su
estupor. O tal vez el mar no sea la boca, sino el ano de la isla y toda esa excrecencia
sea la mierda de nuestras entrañas que el mar expone y nos lanza al rostro en un
eterno retorno, en un círculo que se repite hasta la eternidad. Mierdas y vómitos de
nuestra intolerancia, de nuestro machismo y nuestra prepotencia, de nuestra
inconstancia, de nuestra hipocresía, de nuestras dictaduras y nuestra Iglesia
Católica tantas veces aliada de nuestras dictaduras. Mierdas y vómitos de nuestro
permanente choteo y de nuestra falta de grandeza, de nuestro desprecio por la
cultura y de nuestra infinita capacidad para la envidia y el cuchicheo y la
componenda y la traición. Miasmas de un pueblo condenado a perseguir y
aniquilar a sus mejores hijos. Martí vejado en plena campiña por los militarotes, y
empujado a la muerte dejando sobre el campo, en su Diario, algunas de las páginas
más bellas de nuestra literatura y del idioma. Lezama pagándose sus libros de
misteriosos y fulgurantes poemas, ganando un espacio en la eternidad de la poesía
para su isla, mientras lo acorralaban y lo consideraban poco más que un gordo
maricón. Y así. ¿De qué me asombro de que esté pasando esto con Rey? Cada vez
tengo más deseos de lanzarme al agua y desaparecer.
La tarde
La noche
Pero al rato creo que es mejor huir. Eso es. Ya habrá tiempo para La Pelona.
Y entonces escampa. No sé si habrá alguna relación entre ambos hechos. La lluvia
no ha parado en días. Salgo y encima de mi cabeza empieza a reventar la noche.
Las calles del viejo Poey están solitarias. En aquel techo nos encaramábamos a
rascabuchear a Olguita. Bueno, no era el techo, sino el cuarto de Rodi. La pandilla
entera se apretujaba allí, tras la ventana, extasiada, esperando a que abriera la suya
y se desnudara. Nuestros ojos desorbitados mirándole el chochito tierno, apenas
peludito.
Sobre las tejas de aquel techo nos subíamos a mirarle el culo a Esmeralda, la
madre de Mayito. Culo de culos que enloquecía a todo el barrio. Asombroso
mazacote que agitaba nuestros sueños y nuestras manos. Culo sólo comparable al
de La China, una mulata de infarto, que pasó un día frente a casa caminando
envarada, con las piernas abiertas, provocando una picara exclamación de mi
padre: «¡China, muchacha, qué pingazo!» Ella respondió con una risa
enchumbada, limpia, satisfecha.
Como quien va hacia Santa Amalia está el río donde pescábamos peces de
colores cuidándonos mucho de las pirañas y los terribles saurios que se escapaban
de las novelas de Salgari para meterse allí. Aquí, junto a este tronco, en D, en la
parada de la guagua, mataron a Rogelio. En esa escuela, enfrente, tuve mi primera
pelea. La sangre de los machos brotando de las narices partidas. Allí, frente a la
bodega de Nilo, que ya no es de él porque se la quitaron, nos sentábamos a tocar la
guitarra y cantar. Allá, detrás de aquella podrida cerca de madera nos
escondíamos a ver orinar en el patio a la negra Fina. Fina, prieta, ardiente, rojo
carnoso de mamey, tetas soñadas, tetas de melones; Fina la que se colaba en el
baño y nos chupaba los rabitos cuando teníamos trece años: amor.
Día 12
Día 13
El juicio
—Parece que ahora sí que va el juicio —me dice al tiempo que entrelaza los
brazos formando un número ocho. Tiene por costumbre hacer eso. Es como un tic
nervioso.
Desde hace días no escribo nada que me guste y dice Mima que va a poner
un latón debajo de la ventana para todos los papeles que boto. Dice que ya forman
un montón. Ni siquiera puedo consultar el Prólogo anterior. Mañana tengo que
volver al trabajo y estoy citado por el Comité Militar donde se me hará entrega del
nuevo comprobante del Servicio Militar General, anteriormente llamado
Obligatorio. Ya no, ahora se llama General, aunque sigue siendo obligatorio. Tres
años. Dos lanchas de pasajeros han chocado en plena bahía y la gente grita y se
ahoga. Mi cabeza sigue latiendo.
Tomás no cesa de hablar y de enredar los brazos. Coco Salas y una prima
suya que ha llegado hace media hora continúan saludándose como está de moda
ahora entre la nueva clase cubana, dándose besitos ininterrumpidos en ambas
mejillas. Se abren las puertas y la misma mujer de siempre saca la cabeza y grita:
«Causa número...» (lo he olvidado) «¡ha sido suspendida!»
Hace varios días siento un penetrante olor a bistec que no tengo la menor
idea de dónde proviene y que me hace olvidarlo todo, y me transporta. Es una
especie de experiencia mística. ¿Será un presagio?
Prólogo
Veintinueve
Mario
Julieta. —¡Sí es, sí es; huye de aquí, vete, márchate! Es la alondra, que canta
de un modo desentonado, lanzando ásperas disonancias y desagradables chirridos.
Y dicen que la alondra produce al cantar una dulce armonía. Cómo, si ella nos
separa. Y dicen que la alondra y el sapo inmundo cambian los ojos... Ay, ojalá
hubieran ellos trocado ahora también la voz. Porque esa voz nos llena de temor y
te arranca de mis brazos, ahuyentándote de aquí con su canto de alborada. Oh,
parte ahora mismo. Cada vez clarea más.
Romeo. —Cada vez clarea más. Cada vez se ennegrecen más nuestros
infortunios1.
Estimada Mercedes:
Con todo el respeto que te debo mis mayores deseos son que te encuentres
bien gozando de una inmensa dicha y de una indestructible felicidad aunque todo
eso es lo que me falta a mí.
Mercedes te diré para ser más brebe aunque no hayo palabras como
expresártelo, pero espero que tu me comprendas.
Bueno para no andar con rodeos te diré que me gustaría compenetrar más
nuestra amistad o sea para hablarte claro que me gusta tu forma de ser y que por
estos mismos motivos me gustaría llegar a algo contigo.
Espero que me comprendas y que me des una oportunidad para hablar más
detalladamente contigo.
Revolucionariamente Rafael.
El juicio
Esta vez no estoy subiendo las escaleras de prisa, ni despacio. No llego sin
aire a la puerta que se abre para dar al salón lleno de bancos arrimados a las
paredes. No hallo a nadie. No llego.
El mismo día 20 por la noche voy a casa de la tía de Rey, a ver a la madre,
pero aún no tiene noticias de lo que ha sucedido. De allí me dirijo a casa del
abogado Ferrer. Llamo a Tomás (La Goyesca) pero no puedo hablar con él. No está
en casa, aparentemente. Ferrer no está, ha asistido a una reunión de su Logia. Salgo
para allá y lo encuentro. El fiscal pide ocho años de cárcel. El doctor Ferrer dice
que, aunque no hay pruebas, puede ser castigado de seis meses a dos años. Más
tiempo sería una injusticia, afirma. Y en ese caso se podría apelar. Después de que
todo pasó se entrevistó con Rey y dice que está contento. Y piensa Ferrer, no sabe
por qué, que seguro le echan ocho años. Que la madre solicite una visita especial,
porque lo trasladarán a otra prisión. Así le dijo.
Visita
—No, no me dejaron pasarle la leche en polvo, sí, dos paquetes que le había
conseguido, sí, me los regalaron, azúcar, galleticas, y un pan con queso que se
comió allí apurado porque lo que pude verlo fueron cinco minutos. Bueno, un
ratico nada más. La vez pasada en la lista de cosas que se le permiten, estaba la
leche, y ya esta vez no. Mira qué cosa. Yo no me lo explico. Sí, se pueden pasar 25
libras, no, cada quince días no, cada treinta, la visita sí es cada quince, pero sólo se
puede pasar jaba cada dos visitas. Tenía hambre, se comió el pan allí mismo.
Muchacho, llego allí con la jaba, y sí, él estaba en la lista de las visitas para hoy, y
pasé y todo, pero salen y salen los presos y él no salía. Los presos son jóvenes
todos, no hay ni un viejo, entonces cojo y llamo a un responsable allí y le digo que
yo vengo a ver a mi hijo y que está en la lista pero que no sale, y él dice que va a
averiguar. Y en aquel patio estuve dando vueltas hasta el fin de la visita que fue
que se volvió a aparecer el responsable. Me dijo que lo habían cambiado de galera
y que ahora le tocaba la visita el cinco de marzo. Figúrate, yo le dije que hacía un
mes que yo no veía a mi hijo, que estaba desesperada, que cómo era posible eso,
que siempre lo estaban cambiando y nunca lo veía. Entonces él me dijo venga para
acá y me llevó a un lugar que hay así metido por debajo de un túnel y después
sale. Y lo trajeron. Pero cinco minutos, está delgado, está destruido, estoy
destruido mami, me dijo, que cuánto le habían echado, pero yo no lo sabía, todavía
no han dictado la sentencia. Dice él que a Coco lo absuelven, pero qué cosa, si
absuelven al otro lo tienen que absolver a él también. Él dice que por la fuga, pero
es que de la fuga no se habló en el juicio. El dice que no importa, que de todas
maneras lo condenan. Yo voy a ir el día 4 no vaya a ser que lo trasladen. Lo
llevaron al médico porque está mal de los nervios. Es un lugar horrible aquél. Que
los saludara a todos. Tenía hambre. El guardia le dijo que se comiera el pan por el
camino.
Por un momento voy a imaginar que estoy dos veces preso. Que estoy en
una cárcel. Como me hallo enfermo, los guardias se dedican a lanzarme cubos de
agua y a gritarme que lo hacen para que me acabe de morir y no pueda salir de allí
nunca más. Luego, como siguen sospechando que no soy igual que ellos (ése es el
motivo de mi encarcelamiento), me llevan a las celdas especiales en una de las
cuales, cuando cierran la puerta metálica, quedo sentado completamente a oscuras.
Las paredes ásperas me rodean, impidiéndome hacer el menor movimiento. Me
duele la espalda encorvada.
La mañana
Van, vamos, girando los presos por el patio de piedra, pesadamente. Bajo la
mirada de los señores bien vestidos que hacen comentarios que no escucho. Por los
ladrillos de los muros corren líneas vertiginosas. Se producen pequeños estallidos
en las ropas oscuras. ¿Será el sol? Creo descubrir en los rostros que desfilan ante mí
uno conocido, ¿eres tú? Pero ¿qué haces metido en ese cuadro?
El Comité de Zona
La condena
Pronto nos veremos otra vez. Me invade la alegría. Pero de súbito recuerdo
que en este Universo hay un Dios, un San Fifo y entonces me digo: ¿Puede ser todo
así de sencillo? No lo creo. Algo traman. La condena es de un año. Pero para él
solamente. El abogado ha dicho que Salas no está preso. ¿Por qué no está preso?
¿Habrá presentado un recurso? Es posible. Pero estoy inquieto, sin saber realmente
por qué. Si es verdad que ha sido trasladado a una granja en Guanajay, como
afirmó Ferrer, iré el domingo y trataré de verle. Ojalá todo sea cierto. Después de
tanta incertidumbre esta injusta condena es un alivio hasta para él, que es el que
tiene que cumplirla.
No debo olvidar esos versos, me digo. A mi lado alguien grita: «¿Quién coño
es el comemierda ese? ¡Pásale por encima!»
El tumulto de los que trajinan y corren tras los carros pipa aumenta al
tiempo que nos internamos en La Habana Vieja. Hay edificios apuntalados contra
el que tienen enfrente. Las vigas pasan sobre nuestras cabezas. Si salimos vivos de
esta guagua es un milagro.
Prólogo
Treinta y ocho
Le dijo que Cortés le entregó a la policía todos los manuscritos que tenía en
su poder (por fin no los destruyó), es decir, puso en manos de la policía Otra vez el
mar, cuentos, algunas novelas cortas, su correspondencia, sus contratos. Le dijeron
que si ellos querían lo condenaban a 20 años por contrarrevolución, pero que no
querían perjudicarle. Esto fue durante los interrogatorios del G-2. ¿Pero quién les
va a creer eso? Lo que pasa es que temen al escándalo, que va a ser grande, habrán
pensado, a juzgar por el material que conocen. Le dijo también que estaba a punto
de reventar. La policía le hizo saber que lo único que querían de él era su silencio.
El chantaje sigue siendo el método predilecto, como se ve.
Esto lo cambia todo. Ahora la policía sabe mucho más. Conoce a las
amistades de Rey en el extranjero y será mucho más difícil establecer un contacto
sin que la policía se percate. Es cierto que el miedo al escándalo constituye un arma
valiosa para Reinaldo. Que no se atreverán a hacerle daño, y esto ya es algo. Pero
¿lo dejarán volver a la «libertad»? Yo lo dudo. ¿Qué artimaña concebirán para
eliminarlo? O se conformarán con reducirlo a la no existencia como a Padilla. En
cuanto a Coco, sigue libre, y me entero de que fue él quien le llevó la condena, por
escrito, al abogado Ferrer. Creo que no hay motivos para dudar de que Coco
colabora con la policía y que está trabajando para la Seguridad, y que tiene mucho
que ver con la trama de la playa.
Y sentado ante la vieja máquina de escribir me digo: tengo que resistir, hay
que hacer un esfuerzo, hay que hacer todo lo posible por salvar las obras, por
reescribir las perdidas. Si no, si cedo, ¿adonde iré a parar?
Prólogo
Treinta y nueve
Los guardias son fanáticos escogidos; por cualquier cosa te dan un planazo,
usan machetes, sí, aunque ahora creo que los sustituyeron por cascos de acero, me
dice. Sí, por gusto te dan golpes entre tres o cuatro y ni protestes, no digas una
palabra, porque te clavan la bayoneta. Aunque sin que hagas nada también te la
clavan. Al entrar a la celda. Al decirte: «¡Vamos, entren, entren!»
2 de abril de 1975
Según le dijo Rey, lo trasladarán a fin de mes a una granja. Espera con
vehemencia ese momento. El contacto con la naturaleza. Salir de aquel antro
infernal, al fin. Se lleva de lo mejor con todo el mundo. Hace uso de su famoso
(entre nosotros) sentido práctico.
20 de abril de 1975.
Querido Rey:
La verdad es que no sé qué decirte, qué puedo decirte yo desde aquí. Qué
terrible puede ser todo, qué aún más desconsolador que el desconsuelo. Así como
nosotros siempre hallamos espacio para dar el próximo paso cuando ya parecía
imposible, así lo terrible puede ser también más terrible a cada nueva ocasión. ¿Y
qué nos anuncia esa resistencia ilimitada y sin sentido, que casi nos arroja fuera,
bajo el sol, lejos de la protección que hallábamos invariablemente a la sombra del
mar, en el rumor del oleaje? ¿Nos anunciará algo? No sé, nunca he sabido nada,
siempre ha sido la intuición la que me ha llevado de un lado a otro, al asalto1, por
así decirlo, de los días, de las personas que he conocido, de las ocasiones, y de los
entorpecimientos. Y así más o menos he ido andando; qué hacer sino seguir, ¿hay
alguna otra cosa que hacer sino seguir? Sí, nos respondemos, pero aún no es el
tiempo.
Ahora la brisa está entrando pegando unos saltos enormes casi escupiendo
unas espumas muy brillantes y brevísimas ante mis ojos. Ahora más allá de la
ventana el sol se ha detenido y lentamente como ocupado en alguna inatrapable
ceremonia inaugura un tintineo pequeño. Ahora mira cómo se mueven las ramas.
Susurrando. Mira que en cada giro o estremecimiento o contoneo o lo que sea algo
concluye irremediablemente, y sin embargo, he aquí que estamos sentados en el
sillón. Mira el calor chillando, irreconocible, casi otra cosa, que vibra y se agita y
con una explosión que gira finaliza, y sin embargo, ya estamos impulsando el
sillón. Mira el mar que se estrella contra los muros oprimiéndolos con la indudable
y maligna intención de empequeñecernos y deshacernos entre sus húmedos y
viejísimos brazos, pero fíjate, no puede, y suavemente impulsamos el sillón, y
respiro. Mira los perros (los míos) flotando nuevamente, tiesos y todo pero ahí
volteando ante mis ojos y regresando porque son jóvenes al final y están de
vuelta... siempre regresar, y respiro. Mira al fin que la vida es más poderosa (¿es
necesario decirte cosas que sabes mejor que yo?) y me hace levantarme. Y nos hace.
Y estoy saliendo al portal donde las hojas tienen su eterno bailoteo vertiginoso
definitivamente inalcanzables
y las olas del verano sonriendo. ¿Es para nosotros esa sonrisa?
y queriéndote mucho
Tu, Juan.
21 de abril
Amigo de mi alma:
tu mejor hermano.
Reinaldo.
La caza
Nota: Fui a dar una vuelta por los lugares donde se escondió Rey, en el
Parque, y les han pasado una bulldozer. ¿Por qué habrán hecho eso?
Prólogo
Cuarenta y cinco
Más tarde salgo a la noche. Miro arriba donde las estrellas mantienen esa
envidiable serenidad, esa envidiable seguridad.
No sé por qué me acuerdo hoy de los libros, los montones de libros de Rey
apilados sobre una cama esperando que la madre los haga desaparecer dentro de
las cajas de cartón. Ella siempre a punto de llorar, pero que nunca llora.
No sé por qué me siento hoy tan seguro al pensar que los pueblos no existen,
a no ser en las proclamas esclavizadoras y estupidizantes del dictador de turno.
Existimos tú y yo y el otro de más allá, y aquél... pero eso de los pueblos...
Día 29
Día 30
Por ejemplo, ayer sentí que la casa se estaba hinchando. Las paredes eran la
panza, la espalda, el portal los brazos, las ventanas sus orificios. Con la hinchazón
se puso morada. Si la apretaba por cualquier parte soltaba chorros de espuma,
como una enjabonadura de las que hace mi madre en el lavadero del patio. La
hinchazón no era desagradable, por el contrario. Parecía una ondulación más del
misterio.
Me miro en el espejo y veo que me han salido unos pelos en la cara. Largos.
Un grano debajo de la nariz. Un murmullo que parece una mancha en la mejilla.
Otro pelo.
El hijo y la madre
Otra vez la mujer llega (destrozada, dice) y nos llama a todos por teléfono,
una y otra vez para hablar de lo mismo, de lo único que sabe hablar. El resto del
universo ha desaparecido.
—No me acostumbro a verlo dentro de ese traje... es tan caluroso ese traje.
El hijo le dice: «Soy un muerto, al que una vez al mes vienen a traer flores.»
Prólogo
Cuarenta y nueve
Pasó que hace ocho meses, poco después de aquel día en que nos vimos por
última vez en el Parque, también fue visto por un carro lleno de policías y se dio a
la fuga velozmente, y fue perseguido. Pasó que se encaramó a una mata de mangos
y estuvo un día encima de ella viendo pasar a sus pies una multitud increíble de
perros de cuatro y dos patas. Pero a ninguno se le ocurrió mirar hacia arriba,
¡gracias otra vez, Fray Servando!
Pasó que se tomó el contenido del frasco de pastillas que yo le había llevado
y despertó cuatro días después en una cama blanca lleno de sueros y andaribeles a
su alrededor y el médico militar (o el militar médico, mejor) lo miró desilusionado
y exclamó lacónico: «Pensé que no te salvabas.»
Pasó que lo llevaron al Morro y allí luchó por sobrevivir con asesinos y
delincuentes de toda especie y riñó como si en ello le fuera la vida, y le iba, por un
jarro de agua, entre los 250 hombres que se disputaban el precioso líquido en los
veinte minutos en que se dignaba salir por la boca de la única llave.
Pasó que los interrogatorios en Villa Marista duraron sesenta días. Y supo
que el Infierno estaba más cerca de lo que creía Dante y que Virgilio no aparecía
por ninguna parte. Todo eso y más pasó.
Y ahora estamos sentados los dos sobre la piedra mirando el mar y me echas
el brazo sobre los hombros y nos quedamos en silencio. Y me pides que para la
próxima visita te traiga otro ejemplar de La Ilíada, pues tienes que terminar ese
dichoso canto. Y me río. Y no puedo contener algunas lágrimas.
Y por un instante pienso que tal vez estemos equivocados, que no hay nada
después, que las palabras no nos salvarán, que la salvación no existe, que a la
sombra del mar que imaginamos acogedor no nos encontraremos después del fin.
Un instante. Pero entonces me dices:
—Ves, todo esto que ha pasado no hace más que confirmarnos que teníamos
razón... ¿te imaginas lo terrible que sería que hubiésemos estado equivocados?
Desde hace mucho tiempo estoy siendo víctima de una persecución siniestra
por parte del sistema cubano. Todos mis amigos han sido «chequeados» y a veces
obligados, por la violencia y el chantaje, a dar informes sobre mi persona. Mi
correspondencia ha sido interceptada; mi cuarto registrado centenares de veces
durante mi ausencia. Mi obra ha sido interceptada por la policía y sus agentes
auxiliares, y ahora mi vida misma corre en estos momentos un peligro inminente.
El sistema comunista ha utilizado cuantos medios posibles están a su alcance para
aniquilarme, llegando por último a levantar contra mí una causa penal por
violación de menores, corrupción, publicación de mis novelas en el extranjero y
haber sido supuestamente llamado en 1963 − 64 a un campo de trabajos forzados.
Todo esto lo he afrontado en silencio y tratando de rebatir tanta difamación, a
través de los medios legales de justicia. De manera que, cuando pensaron que yo
pudiera tener alguna posibilidad de salvación, se presentó la policía en mi casa (1º
de noviembre de 1974) y ya en la estación comencé a ser víctima de métodos
criminales y violentos de tortura. Cuando se me iba a trasladar a otra prisión, pude
milagrosamente darme a la fuga. Y aquí comienza la etapa más arriesgada y difícil
de mi existencia. Mientras todo el aparato policial, equipado con variados
instrumentos de persecución (desde los perros hasta los rayos infrarrojos me
buscan) he hecho tres veces el intento de salvar mi vida. Primero, me lancé al mar
sobre una cámara de automóvil sin remos ni alimentos; así pasé una noche a la
deriva hasta que la misma marea me trajo hasta la costa. Luego llegué con
inenarrables dificultades hasta la cercanía de la Base Naval Norteamericana de
Guantánamo. Pero por allí resulta imposible cruzar. Las autoridades cubanas han
minado toda la región, colocando todo tipo de radares, han dispersado postas y
perros y en fin asesinan a todo el que se atreva a acercarse a la barrera. Éste es el
trato que recibe un ciudadano cubano por el simple hecho de querer salir del país.
Regresé a La Habana e intenté inútilmente entrar en alguna embajada. La única
embajada que da asilo es la embajada mexicana, y la policía cubana la mantiene tan
vigilada que es prácticamente una fortaleza. Mi situación es pues completamente
desesperada. Mientras la persecución se multiplica, redacto en forma clandestina
estas líneas y espero, de uno a otro momento, el fin de mano de los aparatos más
sordidos y criminales. Debo pues apresurarme a decir que esto que digo aquí es lo
cierto, aun cuando más adelante las torturas me obliguen a decir lo contrario.
Sólo me resta avisar a los jóvenes del mundo libre para que estén alertas
contra esta plaga desmesurada que parece abatirse sobre el universo. La plaga del
comunismo. Mi delito consiste en haber utilizado la palabra para expresar las cosas
tal como son, para decir y no para adular ni mentir. Mi delito consiste en pensar y
expresar mi pensamiento, cosa que no se permite aquí a ningún ciudadano. Este
grito de alerta desesperado que quiero comunicar a todos los jóvenes y a todo el
mundo, si llega a transmitirse será gracias a que aún existen algunos países donde
impera la libertad y la democracia... Otros escritores cubanos han sido aún más
desafortunados que yo. René Ariza, por ejemplo, Premio Nacional de Teatro, se
pudre en una cárcel luego de haber sido torturado hasta el punto de que ha
perdido la razón... ¿Qué se sabe de Manuel F. Ballagas, el joven escritor, hijo del
gran poeta? También él fue una madrugada sacado a golpes de su casa y
conducido a una mazmorra. Nelson Rodríguez, joven escritor que publicó un
notable libro de cuentos titulado El regalo, pasó tres años en un campo de trabajo
forzado y luego de haber sido vilmente vejado, cuando intentó desviar un avión
para abandonar el país, fue internado en un hospital y luego fusilado como un
criminal. En Cuba se fusila en las cárceles y en las costas. Y lo peor es que siendo
tan sórdidos los aparatos de la censura y de la persecución, el mundo nada puede
saber de los crímenes espantosos que aquí se cometen día tras día. ¡Y éste es el país
que pretende ser ejemplo y guía para el mundo! Yo hago un llamado a la ONU
para que compare dónde hay más libertad, si en Chile o en Cuba. Yo apelo a las
Naciones Unidas para que practique una investigación a fondo sobre los
innumerables crímenes que día a día se cometen en este país, donde el servicio
militar, por ejemplo, no es más que una forma burda de esclavitud, donde el terror
y el chantaje dominan toda la vida de un pueblo condenado al encierro.
¿Cuáles son los derechos humanos con que cuenta un ciudadano cubano,
que ni siquiera puede elegir libremente un empleo o cambiar de trabajo o de
vivienda, escoger una carrera o un gobernante, elegir un producto o el libro que
desee, y en fin salir o entrar en su país cuando le plazca? ¿El ejemplo de nueve
millones de seres humanos esclavizados y amordazados no ha de servir a la
juventud de advertencia para que sepa escoger un futuro que ampare y amplíe las
conquistas obtenidas, en lugar de destruirlas, suplantándolas por una perpetua
tiranía militar que lo controla y se apodera de todo?
Nov. 15 de 1974.
Cartas2
New York, dic. 4 de 1981
Ahí te mando las fotocopias de las planillas que ya envié a la Beca. Florit se
muda (qué horror) para Miami. Lo veré antes... que se vaya. ¿Cómo sigue Lydia?
Dile que yo estoy siempre junto a ella. Comprendo la situación y que naturalmente
no quieras comerciar con tu obra —¿algún artista verdadero lo quiere?—. Pero
debes esperar unos meses pues ya hablé con Giulio y él piensa hacer dos
exposiciones: una en New York y otra en Miami, y tú estarás en las dos... Si puedes
llama a mi querida tía y dile que estoy vivo. Saludos a Nicolás, esposa y Papito. A ti
un abrazo y hasta la próxima visita en que los inundaré de papeles. Rey.
Caro hermano: toma en serio lo de la carta abierta, creo que deben ponerse
otras firmas como Carlos M. Luis, Mijares, etc. Tú dispon de todo, que la firmen
por detrás los que faltan (Lydia e Hilda Perera, a la Perera dile de mi parte que
estoy moviendo lo de la edición inglesa...) No es necesario que la gente te firme,
sólo con informarlas y que te den el consentimiento. Ya acá se ha hecho con casi
todos los que ahí aparecen. Sólo falta, pues, el grupo de Miami... A Lydia, que la
quiero cada día más. Tenemos en proyecto —a pesar del Center— que venga
invitada por alguna universidad, en octubre. Ahora aquí el calor es infernal... ¿Y el
mar?
New York, agosto 11, 82.
Me alegra saber que estás cerca (otra vez) del mar. Qué consuelo estar, ah, la
marea, rodeado de olas y quizás hasta de alas, pues Miami Beach es un sitio casi
etéreo. Espero que algo quede para mí en mi visita, que será para fines de año
(quizás enero). No puedo ir antes, el estreñimiento de nuestros «benefactores» es
cada día más crónico. Ni siquiera los artículos han salido, a pesar de que la N. iba a
coger su 30 por ciento. ¿Sabes algo de todo eso?... He aprovechado este verano
para trabajar: terminé de revisar y volver a mecanografiar las tres novelas de la
pentagonía que salen este año, terminé también de re-mecanografiar la obra de
teatro completa (cinco actos) y Morir en junio y con la lengua afuera, ¿te acuerdas? Y
he escrito un largo cuento (unas 25 páginas) que se desarrolla aquí. Espero ir a
Miami para endilgártelo entre los tentadores matorrales de la beach... Ay, te
mando ¡bruto!, la lista de los libros de Lovecraft, son todos obras cumbres. TIENES
QUE SOLICITARLOS A TRAVÉS DE LA LIBRERÍA; PERO CORRIENDO, PUES
ES LO MEJOR QUE SE HA ESCRITO EN ESTE PAÍS DESDE TOMASITO LA
GOYESCA... la dirección de la editorial: Editorial Bruguera. Mora la Nueva, 2,
Barcelona (España). Espero que para fines de año tengas esas, como diría Mari
Blanca Sabas Alomá, «joyas»... de lo contrario incendiaré la librería con Marcia
Morgado dentro... pero ¿puede una llama quemar a otra llama?... A los dos, digo a
los tres, un abrazo incesante. Hazme un rincón bajo el sol.
Acabo de hablar con España sobre la portada del libro. Me dijeron que
enviara todos los dibujos y que ellos harían la selección así que todo lo que estaba
aquí fue para allá. Vamos a ver qué pasa.
Te mando Linden Lane y las Noticias de Arte. Lo de Lezama no quedó tan mal,
al menos están sus sonetos.
No sabes cuánto me alegra que aún el —otra vez él— mar te haya
conmovido. He revisado tantas veces esas páginas y sin embargo no he podido
impedir siempre llorar en algunos párrafos. Desde luego el mérito no me
pertenece, pertenece al terror que llevamos a cuestas.
Te mando casi todo lo pedido. De René Ariza no encontré más que ese
poema, pero es muy importante que lo veas y le pidas una obra de teatro. Él está
escribiendo y tiene cosas muy buenas.
Espero que todo marche, ya hablé con Boza... y creo que la cosa no se esboza
tan mal.
Reinaldo.
Hace días que tenía el paquete para enviártelo, pero los cambios de nombre
en el cheque más una gripe con fiebre mortífera me han retenido. Ahora puedo, al
fin, como cantaba Esther Borja, «leer y escribir». Ay, cuánto lamento que te
desencantara la segunda parte de Otra vez el mar, lo de estallado es una errata, debe
decir estallando, en cuanto a la fantasía y el ritmo ya llevan implícitas la
ecuanimidad. También si te fijas verás que desde el canto 1 ya él (Héctor) está
inventándola a ella (ver pág. 205: ¿Habrá ya una danza de dinosaurios, una mujer
vociferando su antigua fatalidad?... etc.). Como habrás percibido, los dinosaurios
pertenecen al mundo de ella. Él nunca los menciona. ¿Cómo pues, si él nunca
menciona los dinosaurios, ni ella le cuenta sus sueños, puede él referirse a ellos de
no ser ella misma una invención de él, el cantor? ¿No te diste cuenta... que sólo
Hector tiene nombre en la obra? En todos los cantos se hace alusión a esta
situación. Fíjate en la página 415 donde ella está en trámites de desaparecer, él
siente que se le escapa pues termina la obra, sus cantos: «¿Te sientes bien? ¿Quieres
un cigarro? ¿Aún estás a mi lado?»... En numerosos pasajes hay estas referencias de
ese doble personaje ella-yo: Héctor, que otra lectura haría descubrir. Vuelve por
ejemplo a la pág. 211: «Ella y yo
Ella
yo
yo: Ella.
No soy la persona indicada para enjuiciar a nadie. Por eso sólo te planteo
interrogaciones... Ya sabes: riesgo o abstinencia... Querido amigo, no creo que sea
necesario repetirte todo el entusiasmo que la posibilidad de que Mariel exista me
ha provocado y hasta los esfuerzos económicos que estoy dispuesto a afrontar;
pero antes de seguir adelante con el proyecto, quiero que te respondas la pregunta
que te hago y con sinceridad llegues a una conclusión. Por otra parte una revista no es
un libro que se escribe y se engaveta, es un proyecto incesante que sólo se realiza al
publicarse y que solamente una continuidad afirma y acredita. Hacer un número
hermoso para después abandonar el proyecto sería peor que no hacer nada. Yo
estoy dispuesto a seguir adelante. Pero no puedo decidir por los demás. Consulta
pues con P., y decide tú finalmente cuál será el destino de Mariel.
P/D Acuérdate de enviarme copia del Libro de los prólogos para las editoriales.
Mando un cheque de $300 por si aún seguimos adelante. Deposítalo el día 20, que
tendré fondos...
Nueva York, febrero 23.
Publica todo lo agresivo que hayas escrito: no hay motivos para no serlo —al
contrario.
3. Ir con ese lleno al County Clerk, la oficina del Condado y allí se registra.
Desgraciadamente hay que hacerlo en Miami pues ya con ese papel se saca el bult
rate que es un permiso para pagar poco en el correo. Si la revista se imprime en
Miami es lógico que el bult rate esté allá pues no tendría sentido enviarla acá y
luego echarla al correo... Eso no es complicado pues hasta la misma Unveiling Cuba
ya tiene su bult rate, es cuestión de unas horas.
Sobre el informe de Otra vez el mar no fue redactado para ti sino para la
editorial; cuando se reciben más de mil manuscritos diarios si no haces una
sinopsis no esperes que te lo van a leer. (Vale).
Besos Reinaldo.
Mi querido hermano:
Un abrazo, tu Reinaldo.
Querido Hermano:
Dile a Marcia que me mande cuando pueda una copia de su trabajo sobre mí
publicado en Miami Today, ya que aquí ha gustado mucho y quieren reproducirlo
la gente de Viking and Penguin, pero la copia que tienen es ilegible.
Un besóte, tu Rey.
Nueva York, marzo 14 de 1983.
Espero que todo marche bien. Te mando: Trabajo de Cifuentes. Con foto y
biografía. Comunicado, creo que es muy importante, destácalo. Ensayo de Valero
—con cirugía plástica—. Foto mía, tomada por Néstor Almendros. Hay que poner
copyright, si no se enfurece. Cheque de $50. Reinaldo te manda fotos muy buenas
del Mariel, con una señora llamada Ana M. Simo. Hay una foto de la Embajada del
Perú que es genial. Creo que sería una portada excelente. Van los dibujos de Boza y
de Lastreto.
En fin, creo que todo saldrá bien. Revisa y vuelve a revisar, ortografía,
erratas, títulos, nombres de autores, es una labor terrible y lamento no estar con
ustedes para ayudarles. Espero llegar en abril. Que las musas te protejan, como
siempre, aún tenemos la vida, y ya es casi demasiado... ¿Te escribieron de
Princeton? Es muy importante... $.
Tu hermano. Reinaldo.
Nueva York, mayo 12, 1983
Acabo de recibir las nocas del Herald y la carta. Empecemos por lo más
deprimente: la nota de Ariza. Es en realidad miserable, pues aun cuando él cree no
estar vinculado al delator se pone de su parte olvidando a las demás víctimas, es
además de un egoísmo rayano en la demencia, y naturalmente de una gran
desconsideración para nosotros (y para mí, especialmente) que he hecho todo lo
posible por ayudarlo. De todos modos no creo que ningún periódico le publique
ese engendro. Nosotros tenemos el derecho de publicarlo de forma «editada» y
naturalmente adjuntarle a la nota una RESPUESTA... Sobre Coco sobran pruebas.
Todo eso se pondrá en la NOTA. Por otra parte qué sabe Ariza, ¿acaso las
denuncias tenían que ser remitidas al denunciado?... También nuestro protegido,
Ariza, ha estado varias veces en un hospital de dementes. Todo eso en forma
sosegada se hará constar en la Nota con una nueva afirmación de quién es COCO.
Déjame eso a mí que yo haré el trabajo lo más objetivo posible, sin, por otra parte,
arremeter contra Ariza, pero sí poniéndolo en su sitio... A propósito de Ariza,
acabo de hacerle otro gran favor: poner a Néstor Almendros en contacto con él
para que lo filme actuando en su teatro. Él ha aceptado encantado. Así que tengo
otro favor hecho a alguien que, naturalmente, jamás me lo perdonará... Yo te
avisaré de la llegada de Almendros a Miami pues creo que Marcia podría hacerle
una entrevista para Mariel y tomarle algunas fotos. Él es una persona encantadora
y muy inteligente. Está haciendo ahora una película sobre los campos de la UMAP,
eso sería un buen tema para la entrevista...
No he recibido las revistas, pero ya hablé con Yanes y con Kozer, quienes
están muy interesados en ayudarnos. También haremos presentaciones en Nueva
Jersey. ALGO MUY IMPORTANTE: He conseguido el franqueo gratis con René y
Lázaro que trabajan en lugares donde hay miles de sellos. Así que necesito
direcciones de librerías y de personas importantes y revistas en América Latina y
Europa. Les enviaremos paquetes de revistas con la petición de que nos busquen
suscriptores. La posibilidad debe ser aprovechada, por favor, búsquenme
direcciones de revistas en Latinoamérica y Europa, yo me encargo de distribuir las
revistas sin ningún costo... Envíen lista. También de universidades. Me dicen que
el festival de Miami se pospuso para agosto del 2000... Besos, su hermano Reinaldo
Arenas.
Querido Juan:
Como Miguel Correa cambió el texto y envió algo sobre «el Mariel», esto va
ahora en la página 45 junto con lo de Rosales, si es que Rosales pudo enviar algo, si
no solo.
Sobre la revista Mariel, por todos los dioses infernales, trata de que esté antes
del veinte o ese día para poderla distribuir y trasladar a Nueva York con la gente
que irá allí.
¡Por favor, dile a Nancy que si los pasajes no llegan en una semana, nadie irá
pues necesitan planificar el viaje a tiempo!...
New York, febrero 22, 1984.
Mil gracias por Las amistades peligrosas, libro que realmente adoro y que
siempre me ha sido un estímulo profundo su lectura.
Lo que dices sobre mi tristeza es cierto: Miles de problemas. Lázaro está otra
vez enfermo, tengo que mudarme pues la casa se cae y el techo tiene filtraciones
además del contrato que está vencido, la traducción francesa de Otra vez el mar que
me mandaron para corregir era tan horrible que traduce portal como puerta y
fanguero por planta tropical. La rechacé. Pero todo eso me ha colmado de furia.
¡Qué raro sino el de esa novela...! ¡Aún realmente no se ha publicado... como fue
escrita! Ahora con ese problema de la vivienda y la mudada veo más lejana la
posibilidad de ir a Miami.
Te diré que acabo de hacer una «versión herética» de Cecilia Valdés. Sé que te
divertirás mucho cuando la leas. Ya verás...
Te mando El Central.
1
Unión de Escritores y Artistas de Cuba. Fundada en 1961, después de las
conocidas palabras de Fidel Castro a los intelectuales de las que emanó el slogan:
«Con la Revolución todo, contra la Revolución ningún derecho.»<<
2
División, generalmente de madera, que la escasez de viviendas popularizó
a partir de los años setenta. Consiste en un falso techo construido en las casas de
puntal alto, que casi siempre se usa como dormitorio.<<
Prólogo Uno<<
1
Departamento Técnico de Investigaciones.<<
2
Ver sección «Documentos», p. 183.<<
Prólogo Cinco<<
1
Champola: batido de pulpa de guanábana con leche y azúcar.<<
Prólogo Ocho<<
1
Ezequiel Martínez, funcionario y escritor cubano.<<
Prólogo Nueve<<
1
Cartilla de Racionamiento de Alimentos.<<
Prólogo Once<<
1
Ministerio del Interior.<<
2
Reinaldo Arenas, «Magia y persecución en José Mart/», La Gaceta de Cuba.<<
Prólogo Trece<<
1
Ver Reinaldo Arenas» El asalto, Miami, Ediciones Universal, 1991.<<
2
Soneto de Reinaldo Arenas.<<
3
Las hojas, poema de José Abreu.<<
Prólogo Catorce<<
1
Diálogo de Reinaldo Arenas con el autor.<<
Prólogo Quince<<
1
Tanto el título de esta novela como el de La perlana proceden de chistes
groseros de nuestra infancia. Se ofrecía a la víctima: «¿Quieres un Sisí?», y cuando
el inocente preguntaba» «¿Qué es eso?» se le respondía... «¡Un pingón así!» El otro
es igual pero la respuesta es: «¡Un mojón envuelto en lana!» Casi todas las niñas en
nuestra escuela primaria escucharon alguna vez esas interrogantes.<<
Prólogo Dieciséis<<
1
Policía Nacional Revolucionaria.<<
2
Versos Libres de José Martí.<<
Prólogo Diecisiete<<
1
Se pegaban, indefectiblemente, al cielo de la boca.<<
Prólogo Dieciocho<<
1
Instituto Nacional de la Industria Turística.<<
Prólogo Veintidós<<
1
Compendio y Descripción de las indias Occidentales de Vázquez de Espinosa.<<
2
Publicado en Cuadernos Guairas, Cuba en Cepal.<<
1
Romeo y Julieta de William Shakespeare.<<
2
Ver sección «Documentos», p. 187.<<
1
Lista de consignas mimeografíadas, distribuidas en los CDR.<<
1
Uno la carta para hacer referencias sútiles a las obras escondidas, El asalto,
No son tan plácidas las olas del verano y el libro de los Prólogos.<<
Comunicado<<
1
Necesidad de libertad. Mariel: testimonios de un intelectual disidente, México,
Cosmos Editorial, S.A., 1986.<<
2
En algunas cartas, el autor ha suprimido nombres.<<