Beltenebros Y La Intertextualidad
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BELTENEBROS Y LA INTERTEXTUALIDAD
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está más que cualificado. Además, aunque la intertextualidad se analice sobre un texto
literario, ésta se puede dar con otros textos que no lo sean.
Por último es conveniente diferenciar entre las distintas intertextualidades que
se pueden apreciar, de esta forma, la intertextualidad externa es la que se da entre un
texto con otro, pero cuando se trata de la relación de un texto consigo mismo se le llama
intertextualidad interna. También se da la intratextualidad para referirse a la relación
entre textos de un mismo autor, por lo que la intertextualidad propiamente dicha sólo se
referirá a la relación entre autores distintos, que es lo que se va a intentar analizar a
continuación partiendo de la película Beltenebros.
En la película se producen distintas intertextualidades fílmicas, así aparecen
inclusiones de varios fragmentos escogidos de Rebelión a bordo (la primera versión, la
del año 1935) y Murieron con las botas puestas que aparecen bajo la excusa de estar
siendo proyectadas en el Cine Universal en el que trabajaban Walter y Rebeca Osorio.
Sobre la presencia de estas imágenes, Pilar Miró explicó que Murieron con las
botas puestas fue fruto de una elección personal, ya que se trata de una de sus películas
favoritas, mientras que la película de Lloyd era uno de los aludidos expresamente en la
novela; aunque, en realidad, no se cita, sólo se insinúa, ya que Darman dice ver en la
pantalla a Clark Gable haciendo de capitán de unos piratas, por lo que se deduce que se
trata de esta película. Las escenas están muy bien elegidas, ya que se corresponden con
momentos en que se encuentran y se despiden los protagonistas, y se hacen coincidir
con momentos en que en Beltenebros también se producen encuentros y despedidas
entre sus protagonistas.
Sobre la intertextualidad que se produce con la película Rebeca ésta empieza
por el nombre común de las protagonistas (aunque en el caso de la película de
Hitchcock se trate de una protagonista ausente), igualmente, las dos son mujeres muy
atractivas que se ven dentro de un triángulo amoroso y, en cierto modo, son víctimas
pero también verdugos de los hombres que las aman; además, ambas mueren estando
gravemente enfermas, Rebeca de cáncer y Rebeca Osorio madre tras haber perdido la
cordura. No se debe pasar por alto las semejanzas entre los personajes de Valdivia y
Rebeca, ya que a ambos se les cree muertos para “resucitar” cuando menos se les
espera. En el caso de Rebeca no es que la mujer siga viva, pero al aparecer su cadáver
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provoca que se vuelva a pensar en su muerte, por lo que “regresa” para seguir haciendo
sufrir a su marido que se cree su asesino.
Significativa es la intertextualidad que atendiendo a los finales de ambos
filmes, ya que, en Rebeca se termina con la muerte de la ama de llaves, Mrs. Danvers
(que para Hitchcock supuso el perfecto precedente a uno de sus personajes más
memorables: el Norman Bates de Psicosis). La señora Danvers muere quemada en
“Manderley” de la misma forma que Valdivia lo hacía en el Cine Universal (en dos
lugares que sólo tras su incendio dejan atrás su “oscuro” pasado). A los dos personajes
les cae encima parte del edificio ardiendo, en el caso de Valdivia la pantalla, y en el de
la ama de llaves parte del techo del dormitorio de Rebeca. Además, si tras la muerte de
Valdivia, los espectadores aprecian como se van quemando esas gafas que anunciaban
su presencia, en Rebeca se aprecia como se quema la funda para el camisón con la “R”
bordada por la propia Mrs. Danvers. Con estas dos imágenes, los espectadores pueden
respirar tranquilos sabiendo que los tres personajes ahora sí han muerto para siempre
(Rebeca también se puede incluir aquí, ya que aunque muerta años atrás su esencia sólo
desaparece totalmente tras el incendio y la muerte de Danvers).
El tercer hombre también se puede considerar un intertexto a la hora de
analizar la intertextualidad de Beltenebros. Las intertextualidades entre estas dos
películas, en gran medida, son herencia de la novela. En las dos películas hay un
“investigador” tras una guerra que es causa directa de la muerte de un “tercer hombre,”
a la vez que en su investigación se cruza con una atractiva mujer, relacionada con el
tercer hombre, de la que se enamora y con la que se alía en su investigación. En El
tercer hombre se produce una huida, en este caso por las cloacas, que une los dos
espacios en los que se mueve el tercer hombre; lo mismo que ocurría en Beltenebros
novela con la huida por el pasadizo secreto que unía el cine y la Boite Tabu.
Curiosamente, este “paralelismo” no se da en la película de Pilar Miró, en la que se
prescindió de esta idea. Pero, a pesar de que en la película desaparezca la escena del
pasadizo, sigue manteniendo intertextualidades con la película de Reed. Los dos
“terceros hombres” en las dos películas aparecen siempre entre sombras, en la
oscuridad, dificultando que el resto de los personajes puedan apreciar bien sus caras;
además, en las dos películas hay un “investigador” que, tras una guerra, se ve forzado a
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causar la muerte del que creía su mejor amigo, pero que resulta ser un traidor, los dos se
enamoran de la mujer que amaba su falso amigo, y los dos aparecen y desaparecen de la
escena por un viaje en tren. Por si esto no fuese suficiente, en las dos películas hay la
decisiva presencia de la policía, y las dos películas comienzan con una voz en off que
desaparece tras una emblemática frase que sitúa al protagonista en la ciudad de los
hechos.
Por último, las dos películas están grabadas con escenas oscuras, con
abundancia de planos medios, y también destaca la cantidad de picados y contrapicados
que se dan en ambas películas, sobre todo en escenas en que los actores suben o bajan
escaleras. En ambas películas los diálogos son mínimos, los actores casi no tienen que
hablar porque las imágenes resultan más elocuentes que cualquier palabra. Como se
puede ver, las dos películas mantiene fuertes intertextualidades en el tema y en la forma,
al igual que ya ocurría con las novelas (recuérdese que El tercer hombre también es una
transposición fílmica, en este caso de la homónima obra de Grahan Green).
De todas las referencias intertextuales que se han citado, la más clara es la de
Gilda con el striptease de Patsy Kensit cantando Put the blame on mame y vestida igual
que Rita Hayworth cuando hizo lo propio en la famosa película. Pilar Miró se sirvió de
una breve alusión existente en la novela, para realizar en la película la réplica de Rita
Hayword con una perfecta Patsy Kensit haciendo de Gilda. La secuencia se produce en
la “Boite Tabú” con una nueva Gilda cantando “Put the Blame on Mame.” La replica de
la secuencia resulta perfecta, no sólo porque Patsy Kensit esté perfectamente
caracterizada e imite los movimientos a la perfección, sino que, además, el local y los
hombres que la observan guardan una gran similitud con el local de Buenos Aires en
que actuaba Gilda. Además, si a Gilda la miraba Johnny (Glenn Ford), a través de la
ventana interior de su despacho, a Rebeca la observa el comisario Ugarte, con su mirada
enfermiza; y sin olvidar a Darman que la observa de pie, admirado de ver a una mujer
de su pasado más joven que cuando la conoció veinte años atrás.
Sobre esta escena, la directora ha hecho declaraciones en el libro de Pérez
Millán: “Es una copia literal. Pero no por el gusto de copiar, sino porque el espectáculo
en el que trabaja Rebeca es una copia de una película que en aquella época estaba
marcando a este país. No es Gilda. No estamos en América en los años cuarenta, sino en
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sus negocios, pero unos hombres han violado a su hija y la policía no parece hacer nada,
así que decide pedir “justicia” a don Vito. De esta forma comienza la película, con un
nerviosísimo Bonasera suplicando venganza al modo siciliano. La reunión se produce
en el despacho de D. Vito, en el día de la boda de la hija de éste, Connie (Talia Shire),
por eso el padre de la novia está obligado a recibir visitas y peticiones de sus “ahijados.”
Mientras los dos hombres (acompañados por dos hombres de confianza del “Padrino”)
hablan, al abrirse la puerta, se oye el ruido de los festejos del enlace. Esto último
también se repite en Beltenebros. En la película española Darman también se entrevista
con su jefe, Bernal (Alexander Bardini), en su casa, y lo hace el día que están
celebrando la boda de su hija. En los dos casos se trata de hijas que no han nacido en el
país de origen de sus padres (de lo que se queja Bernal) y las dos se casan con hombres
que no parecen ser del total agrado de sus padres. Otro detalle que se repite en la
película de Pilar Miró es que también hay esbirros, entre ellos Luque, el joven que al
final de la película mata a Andrade.
En definitiva, en las dos secuencias aparece un “jefe” ya de cierta edad y algo
obeso, sentado tras el escritorio de su despacho y hablando con un “inferior” al que no
ve desde hace tiempo, y, además, en el día en que su hija se está casando en una ciudad
que no es en la que han nacido sus padres. Las dos secuencias son muy oscuras, en las
dos los personajes principales están sentados (a uno y otro lado del escritorio) mientras
que los “esbirros” del “jefe” permanecen de pie a la espera de órdenes. En las dos
secuencias, en un momento de la conversación, el “jefe” se levanta y se acerca a su
interlocutor para hablarle más de cerca, y ambas secuencias terminan con un baile que
nos recuerda que se está celebrando una boda.
Tras lo expuesto se podría decir que, aunque las secuencias no son idénticas,
guardan suficientes semejanzas como para poder hablar de un intencionado paralelismo,
de un merecido homenaje a una de las grandes películas del género.
La conclusión a la que se llega es que en Beltenebros se producen claras
intertextualidades con filmes anteriores, intertextualidades que en unos casos ya tenían
cierta presencia en la novela de Muñoz Molina, y en otros casos, son aciertos del guión
que Pilar Miró, Camus y Juan Antonio Porto escribieron. Estas películas mantienen con
Beltenebros muchos puntos en común, en todas ellas aparecen personajes muy similares
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que en cierta forma son símbolos del bien y del mal, del poder y de la sumisión, de las
distintas clases sociales y los distintos caracteres.
En definitiva, estamos ante dos grandes obras, una magnífica novela y una no
menos buena transposición fílmica que puso el listón muy alto a Imanol Uribe que fue
el siguiente en llevar una novela de Antonio Muñoz Molina a la gran pantalla, pero
Plenilunio es otra historia.
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