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El Dedo Gordo Peludo

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El 

pretérito, el copretérito, el pospretérito y


el antepretérito son algunos de los tiempos verbales del
español.
Estos cuatro tiempos verbales se utilizan para indicar que una
acción, un proceso o un estado ocurrieron en el pasado, es
decir, que son anteriores al momento del habla
El pretérito, el copretérito y el pospretérito son tiempos simples,
es decir, tiempos verbales que se conjugan en una sola
palabra. Por ejemplo: bailó, limpiaba, vendría.

En cambio, el antepretérito es un tiempo compuesto, es


decir, un tiempo verbal que se forma con dos palabras
(el verbo haber conjugado en pretérito seguido de
un participio). Por ejemplo: hube dicho, hubo escondido,
hubieron pedido.
pretérito o pasado
El pretérito, también llamado pretérito perfecto simple, se utiliza para indicar que una
acción sucedió en un tiempo anterior al presente y en un momento concreto y que
terminó en el pasado. Por ejemplo: escribió, entraron, compramos.

Copretérito
El verbo en copretérito es un tiempo que indica una acción no terminada o de terminación indefinida. Por
ejemplo, Vanesa caminaba por el parque. El verbo es caminaba…una acción que no ha finalizado. Nos
puede ayudar saber que los verbos en copretérito terminan en aba (ejemplos: saludar, saludaba; amar,
amaba; soñar, soñaba) o ía (ejemplos: conocer, conocía; vivir, vivía; creer, creía).
El dedo gordo peludo
Un día, un niño estaba cavando en el jardín de su abuela
cuando encontró una raíz que se asemejaba al dedo
gordo peludo de un pie. El niño intentó varias veces
arrancarla, pero esta estaba atascada en la tierra y no se
movía. Así que, tiró con todas sus fuerzas hasta que
desprendió la raíz por completo, fue en ese momento que
escuchó un gemido espectral y salió corriendo.

El niño llevó la raíz a casa y se la mostró a su abuela.


—Esta raíz se ve deliciosa —dijo la abuela, sin darle importancia a tan extraña apariencia.
Entonces, la cortó en dos pedazos y la echó en la sopa.
A la hora de cenar, la abuela sirvió la sopa y puso un pedazo de raíz en cada plato. Luego,
lavaron los platos, conversaron un buen rato y cuando oscureció, se fueron a la cama.
El niño se quedó dormido. Pero en medio de la noche, fue despertado por una voz muy extraña
desde su ventana:
—¿Dónde está mi dedo gordo peludo? —decía la voz entre gemidos.
El niño se asustó mucho, pero pensó que era producto de su imaginación.
Sin embargo, oyó la voz una vez más, esta vez más nítida y cerca.
—¿Dónde está mi dedo gordo peludo? —decía la voz entre gemidos.
El niño cerró los ojos y pensó: “Esto es un mal sueño, mañana despertaré y todo habrá
pasado”.
Pero pronto escuchó el sonido de la puerta de la casa abrirse y la voz nuevamente decir entre
gemidos:
—¿Dónde está mi dedo gordo peludo?
Luego, el niño oyó pasos en la cocina, la sala, el comedor y hasta en el baño. Los pasos se
acercaban más y más hasta llegar al pasillo. ¡Ahora estaban al frente de su puerta!
—¿Dónde está mi dedo gordo peludo? —decía la voz entre gemidos.
El niño miró con horror cuando la puerta de su habitación se abrió. Temblando de miedo, cubrió
su cabeza con las mantas y escuchó mientras los pasos se movían lentamente a través de la
oscuridad hacia su cama.
Luego se detuvieron.
—¿Dónde está mi dedo gordo peludo? —la voz gimió estruendosamente—. ¿LO TIENES TÚ?
Hasta el día de hoy, nadie en el pueblo volvió a saber del niño y su abuela.
El señor
Salcedo
En una tarde de lluvia
desaforada, el señor
Salcedo se detuvo al
borde de una solitaria
carretera, sin memoria
de cómo ni cuándo
había llegado a este lugar. Continuó caminando apresuradamente con la
esperanza de encontrar resguardo, pero solo se encontró con el vacío de una
carretera que ahora parecía interminable.
Al cabo de unas horas, el señor Salcedo divisó a lo lejos las luces de un carro y
agitó sus brazos para llamar su atención. El carro se detuvo, sin embargo,
cuando el señor Salcedo se acercó a la ventana, la mujer que conducía dejó
escapar un grito aterrador y aceleró el carro.
Lo mismo sucedió con otros tres autos que detuvo en el camino.
— Algo muy extraño está pasando— se dijo el señor Salcedo.
En aquel momento recordó que llevaba consigo un teléfono celular y esculcó los
bolsillos de su abrigo mojado.
Llamó a un taxi, pero con solo mirarlo, el conductor, al igual que los demás, se
alejó rápidamente.
El señor Salcedo no podía entender lo que estaba pasando. Entonces llamó a su
casa. La voz que respondió la llamada era una voz desconocida.
— ¿Puedo hablar con la señora Salcedo? —preguntó.
— No, la señora Salcedo no se encuentra —respondió la voz.
El señor Salcedo comenzó a sentir pánico.
— ¿Acaso no se ha enterado? —añadió la voz—. El señor Salcedo fue victima de
un accidente en la carretera y ella se encuentra en su funeral.
El señor Salcedo cortó la llamada sin decir una palabra y acercó el celular a su
rostro como si fuera a tomarse una foto.
Lo que vió en la pantalla fue espeluznante, su rostro era una máscara de humo
negro y de su imagen ya no quedaba nada.
La casa a oscuras
Lucas entró a su nueva casa después del
colegio, descargó el morral y se dirigió a la
cocina. Allí se encontró con una joven.
—Hola, debes ser Lucas, me llamo María.
Entonces, María se dirigió a la nevera y le
preguntó si deseaba algo de beber. Lucas asintió con la cabeza y se sentó a la mesa con un
libro ya que debía presentar un informe para la clase de lectura. María se acercó a él
extendiéndole un vaso de agua:
—¿Qué lees? —preguntó.
—“La casa a oscuras”—respondió Lucas, sin interés de continuar la conversación con la nueva
empleada doméstica. Había algo en ella que lo hacía sentir muy incómodo.
—También tuve que leer ese libro en el colegio—respondió María—, pero no me agradan las
historias de fantasmas. Espero que tú tampoco creas en ellos. Me imagino que ya conoces
todos los rumores acerca de esta casa.
—Sí, conozco los rumores de que esta casa está habitada por fantasmas. Pero a diferencia de
mi papá, a mí me tienen sin cuidado. No creo en lo sobrenatural —contestó Lucas de manera
tajante, haciendo aún más evidente su desinterés por continuar la conversación y añadió—:
Este lugar está hecho un desastre, ¿puedes por favor guardar las cosas de los antiguos
dueños y desempacar nuestras cajas?
Entonces, María se dirigió hacia la sala y comenzó a desempacar. Lucas continuó leyendo,
terminó el informe y se marchó a su habitación a tomar la siesta. Entredormido, escuchó a
María despedirse desde la puerta.
Acercándose la noche, el padre de Lucas llegó a casa después del trabajo. Ambos comenzaron
a conversar.
—Hijo, creo que nunca voy a acostumbrarme a este lugar. Los rumores de que aquí habitan
fantasmas me tienen muy preocupado —dijo el padre.
—¡Nada de eso! Papá, eres el único en esta casa que cree en esas cosas. Yo no creo en
fantasmas y hasta María, la nueva empleada doméstica, tampoco cree en ellos.
El padre se llevó la mano a la boca y dijo consternado:
—Hijo, empaca tus cosas de inmediato, ¡debemos irnos!
—Pero ¿por qué papá? —preguntó Lucas sorprendido por la extraña reacción de su padre.
—Porque no contraté a ninguna empleada doméstica.
El Holandés Errante
Hace algo más de 500 años,
existió un hombre devoto del mar
llamado Hendrik Van der Decken.
A este hombre se le encomendó la
tarea de comandar un buque
conocido como El Holandés
Errante. Cuando el capitán y su
tripulación se dirigían a las Indias
Orientales desde Ámsterdam, con
el propósito de hacer fortuna, se
vieron atrapados en medio de un
desmedido temporal, que dañó
seriamente la embarcación,
haciendo añicos el timón y
rasgando las velas.
A eso de la medianoche, cerca al cabo de Buena Esperanza, cuando parecía que había
llegado la calma; el canto del viento se convirtió en un grito furioso que golpeó los mástiles y
sacudió el buque con tal violencia que la tripulación comenzó a gritarle al capitán:
—¡Debemos regresar, el buque ha recibido mucho daño y nuestras vidas peligran!
Pero el capitán Van der Decken era muy codicioso y no lo afectaba poner en peligro su vida ni
la de los demás, así que respondió de manera desafiante:
—¡El viaje continúa, aunque tenga que surcar los mares hasta el fin de los tiempos!
Después de la inesperada respuesta, los mismos marineros se rebelaron contra él, pero el
capitán rayando la locura, amenazó con tirar por la borda a quien contradijera sus palabras.
Alarmados, los hombres se arrodillaron y comenzaron a rezar; la embarcación estaba a punto
de zozobrar.
De repente, el firmamento se partió en dos y surgió una luz divina que iluminó el mar. De la luz
descendió una figura celestial que se enfrentó al capitán, diciéndole:
—Tú que pones la ambición al sufrimiento ajeno, de ahora en adelante serás condenado a
recorrer el océano eternamente entre tormentas y tempestades. Desde hoy, solo podrás comer
hierro al rojo vivo y beber hiel. Acto seguido, la figura celestial desapareció llevándose con ella
toda la tripulación.
Y fue así como el capitán Hendrik Van der Decken y el buque conocido como El Holandés
Errante, fueron convertidos en fantasmas y condenados a vagar sin rumbo por los mares, hasta
el fin de los tiempos.
Lo que se tragó la tierra
Don Melquíades era un anciano tacaño y de corazón endurecido. Aunque tenía
tres hijas que se desvivían por él y lo colmaban de atenciones, su única felicidad
provenía de contar las diez monedas de oro que había ahorrado. Así que,
cuando sintió que se acercaba el fin de sus días, se sentó en su silla mecedora y
llamó a sus hijas para hacerles prometer que lo enterrarían con sus preciadas
monedas.
A los pocos días, el anciano falleció y las hijas cumplieron su última voluntad.
Sin embargo, al cabo de unos meses, las hijas descubrieron que el padre tenía
muchas deudas que no podían saldar con lo poco que ganaban trabajando.
—¿Qué haremos? —dijo Esmeralda, la hija mayor, a sus hermanas—. Nuestro
padre yace con oro y nosotros con sus deudas. Esta noche iré al cementerio y
desenterraré las monedas. Pagaremos las deudas y viviremos tranquilas.
La joven se dirigió al cementerio con pala en mano y regresó a casa con las
monedas. Las hermanas cenaron muy felices y se acostaron a dormir.
Pero al llegar la media noche, escucharon un golpe en la puerta y una voz del más allá decir:
—Esmeralda, Esmeralda, a tu promesa le has dado la espalda.
Esmeralda miró por la ventana y vio a su padre, don Melquíades, a quien le faltaba una oreja y tres
dedos de la mano. Presa del miedo, la joven entreabrió la puerta y tiró las monedas.
Pasaron unos pocos meses y las deudas continuaron apilándose, las hermanas estaban desesperadas.
—Llevo lavando ropa y limpiando casas ajenas sin disfrutar un centavo de mi trabajo, mientras que
nuestro padre descansa con un tesoro en su ataúd. Esta noche iré al cementerio y desenterraré las
monedas —dijo Gema, la hermana del medio.
La joven se dirigió al cementerio con pala en mano y regresó a casa con las monedas. Las hermanas
cenaron felices y se acostaron a dormir.
Pero al llegar la media noche, escucharon un golpe en la puerta y una voz espectral decir:
—Gema, Gema, te quedas con lo que no es tuyo, ¿no le ves ningún problema?
Gema miró por la ventana y vio a su padre, don Melquíades, a quien le faltaban las dos orejas, cuatro
dedos de la mano derecha y el pie izquierdo. Horrorizada y aturdida, la joven entreabrió la puerta y tiró
las monedas.
Por muchos años, las pobres hermanas vivieron sumidas en deudas, trabajando de sol a sol para
saldarlas.
—Hermanas, es hora de cambiar nuestro destino. No podemos vivir para cubrir las deudas de nuestro
padre. Tengo un plan y necesito que me ayuden —dijo Rubí, la hermana menor.
La joven se dirigió al cementerio con pala en mano, regresó a casa con las monedas y las escondió en un
cajón de la cocina. Nuevamente, las hermanas cenaron felices y se acostaron a dormir.
Pero al llegar la media noche, escucharon un golpe en la puerta y una fantasmagórica voz decir:
—Rubí, Rubí, entrégame lo que es mío o nunca me iré de aquí.
Poniendo en marcha su plan, Rubí se acercó a la ventana y vio a su padre, don Melquíades, de quien ya
solo quedaba el esqueleto. La joven abrió la puerta e invitó a su padre a pasar, las otras dos hermanas
temblaban de miedo.
—Papá, siéntate en tu silla mecedora y déjanos conocer el motivo de tu visita —dijo Rubí con un tono
casual.
—Estoy aquí por que me faltan mis monedas de oro —rugió don Melquíades con una voz aterradora.
—Pero papá, también te faltan los ojos, la nariz, la boca y las orejas. ¿Qué crees que pasó con ellos? —
dijo Rubí.
—¡Se los tragó la tierra! —respondió don Melquíades.
—Noto que también te falta el tronco, los brazos y los pies. ¿Crees saber qué pasó con ellos? —dijo
Rubí, tratando de conservar la calma.
—¡Se los tragó la tierra! —respondió don Melquíades.
—Y lo mismo pasó con tus monedas. ¡Se las tragó la tierra! —exclamó Rubí.
Dichas estas palabras, don Melquíades saltó de la silla y desapareció para siempre.
Y por fin… sin la carga de las deudas, las hermanas vivieron muy felices.
El hombre con pata de gallo
Pedro Pablo Pérez Páramo, trabajó de sol a sol hasta que a
sus 87 años y medio cerró los ojos para siempre. Su
generosidad se hizo evidente cuando a su velorio acudieron
2875 personas. Todos lloraban y sollozaban mientras
recordaban los actos de bondad del anciano difunto:
— Pedro Pablo Pérez Páramo me arregló el tejado sin cobrar
un solo centavo —dijo doña Melba con voz entrecortada.
— Pedro Pablo Pérez Páramo me visitó en el hospital cuando me sacaron las amígdalas —dijo
Silverio, el carnicero del pueblo.
— Pedro Pablo Pérez Páramo encontró a mi gato perdido —dijo Juanito, lanzando un chillido
tan agudo que fue escuchado en el pueblo vecino.
— Pedro Pablo Pérez Páramo me ayudó a conseguir trabajo y novia —dijo Filiberto, el
panadero, mientras se tocaba el corazón.
Que Pedro Pablo Pérez Páramo esto, que Pedro Pablo Pérez Páramo aquello. Todos tenían
una historia que compartir entre lágrimas y sollozos. Sin embargo, el que más lloró de todos no
musitó una palabra; solo se quedó en una esquina contemplando el féretro.
Todos los acudientes se conocían entre sí, sin embargo, nadie conocía al hombre que más
lloraba.
El hombre tenía dos brazos y dos piernas y vestía ropa corriente, pero había algo en él que
hacía dudar de su naturaleza humana.
A la mañana siguiente, todos fueron a enterrar a Pedro Pablo Pérez Páramo. En medio de la
ceremonia, doña Melba, sin poder resistir su curiosidad, se acercó al hombre desconocido y le
preguntó:
— ¿Es usted pariente o amigo del difunto? Se nota que lo quiso y extraña muchísimo.
— Ni pariente ni amigo soy. Es más, nunca lo conocí ni me conoció, pero él hizo algo muy
bueno por mí —respondió el hombre con una voz etérea.
Doña Melba se alejó muy confundida, pero no le quitó el ojo en lo que quedaba de la
ceremonia.
Entonces, el hombre se agachó para rascarse la pantorrilla. Doña Melba notó claramente que
él no tenía un pie sino la pata de un gallo.
Como era bien sabido, Don Pedro Pablo Pérez Páramo todas las noches prendía una veladora
por los seres más perdidos del mundo.
Y se cree que los seres más perdidos son los fantasmas y solo ellos deambulan errantes por el
mundo con una pata de gallo.
Los dientes
Desde muy pequeño, Juan tenía la mala fortuna
de ser sonámbulo. A menudo, su madre lo
encontraba merodeando a altas horas de la
noche en frente de la casa, su mirada perdida
en la oscuridad. Sin embargo, esta noche era
diferente: su madre dormía profundamente y no lo escuchó salir de casa.

Juan caminó sin prisa, pero sin pausa, con cada paso se alejaba más de la seguridad de su hogar.

Las calles se hacían cada vez más extrañas y el barrio en el que se encontraba no le era familiar.

Juan estaba perdido.

Al doblar la esquina, Juan encontró a un hombre. Un enorme sombrero de copa cubría su cabello gris
y espeso. Su cara, blanca como la nieve contrastaba con la vacía negrura de sus ojos.

—Señor, ¿sabe usted cómo se llama este lugar? —preguntó Juan.

—Yo qué sé —respondió el hombre con voz áspera y agrietada por falta de uso.

Entonces, el hombre encendió un cigarrillo y al acercarlo a su rostro, la tenue luz dejó al


descubierto la más horripilante visión: ¡los dientes del hombre eran tan largos y afilados como los
de una fiera!

Preso del pánico, Juan se echó a correr.

Mientras corría, se encontró con otro hombre. El hombre preguntó:

—¿Por qué vas tan deprisa?

—Vi a un hombre cuyos dientes eran tan largos como los de una fiera —respondió Juan.

Inmediatamente, el hombre develó sus monstruosos dientes largos y afilados entre una sonrisa
escueta y preguntó:

— ¿Cuáles son más largos, esos o los míos?

Juan siguió corriendo.

De repente, llegó a una calle que le resultaba conocida. Dobló la esquina y encontró su casa.

Juan se despertó gritando, empapado de un sudor frío. Entonces comprendió que estaba en su
propia cama y que todo había sido una pesadilla.

Su madre abrió la puerta y se acercó a él:

—¿Qué sucede? —preguntó.

—Soñé con hombres muy extraños, con dientes largos y afilados y yo no hacía más que correr.
Su madre esbozó una sonrisa que se hacía más y más ancha, dejando entrever unos dientes
espantosos, largos y afilados como los de una fiera.

Pobre Juan, si estaba soñando, no podía despertar… y si era realidad, ya no tenía cómo escapar.

La niña con la cinta


roja

Había una vez una niña y su nombre era Ana. Ella siempre llevaba una cinta de seda roja
atada a su cuello con un nudo muy apretado. Desde que estaba en quinto de primaria, Ana
tenía un amigo cuyo nombre era Juan.
Ahora, ambos estaban a punto de terminar la secundaria y Juan, como antes, quería saber por
qué Ana siempre llevaba la cinta de seda roja.
—Ana, por favor dime por qué siempre llevas esa cinta puesta.
Ana se limitó a sacudir la cabeza con suavidad sin dar respuesta.
Tiempo después, Ana y Jaime se hicieron novios y al cabo de unos años se casaron. Ana dio a
luz a 2 hermosos hijos. Los niños también le preguntaban sobre su cinta, pero ella respondía
con evasivas. Cansados de no recibir respuesta, no volvieron a tocar el tema.
Así vivieron durante muchos años hasta que un día Ana se enfermó gravemente y dijo entre
sollozos:
—Jaime, siento que voy a dejar este mundo pronto. ¿Todavía quieres saber por qué siempre
llevo la cinta roja atada a mi cuello?
Jaime asintió, secó las lágrimas de sus ojos y la abrazó.
—Quítame la cinta para conocer la respuesta —dijo Ana.
Fue entonces que Jaime llevó sus manos temblorosas hacia el cuello de Ana y desató
lentamente el apretado nudo.
El mismo momento en que Jaime aflojó la cinta por completo...
¡La cabeza de Ana cayó al suelo!
LOS ADJETIVOS
Al escribir cuentos se emplean algunos recursos que permiten provocar mayor tensión
en el lector; por ejemplo, el uso de adjetivos al describir.
Sin adjetivos: La casa del bosque.
Con adjetivos: La casa tenebrosa en el espeso y oscuro bosque.

 Lee el siguiente texto y escribe los adjetivos adecuados en los espacios


para darle un ambiente de terror a la escena.

La calle ________________ parecía un túnel __________________. Donde


quiera que ella volteara se veía una niebla _______________ que comía todo lo
que encontraba a su paso.
De pronto, Isabela sintió un frío ______________ y su corazón
_______________ comenzó a acelerarse fuertemente. Todo se tornó más
obscuro, las calles eran como el aliento de un vampiro deseoso de saborear la
___________ sangre de Isabela.
A lo lejos, se escuchaba un ____________ carruaje, pero no se lograba ver
absolutamente nada. El ruido de los ______________ caballos, se escuchaban
más cerca cada vez. Isabela decidió esconderse detrás de una
_______________ barda que olía a humedad y lodo. Ahí se quedó inmóvil al
ver lo que pasaba por enfrente de sus ojos. Era un carruaje dirigido por un
___________ chofer, transportaba un ___________ féretro. Con la obscuridad
no podían apreciarse más detalles, pero ella sabía que algo no estaba bien. De
pronto el ___________ carruaje se detuvo, los ___________ caballos dejaron
de hacer ruido, Isabela deseó no estar ahí y sólo cerró sus __________ ojos:
esto no podía estar pasándole, no era racional, no tenía una explicación lógica,
si ella minutos antes estaba en su __________ butaca, sentada en su clase de
español, mientras leía “La niebla”. ¿Qué sucedió?, no podía explicárselo, sólo
sabía que de repente apareció en esa ______________ calle.
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FRACCIONES Y DECIMALES

 Convierte las fracciones a números decimales.

 Convierte los números decimales a fracciones.


CAMBIOS EN LOS SERES VIVOS
 Encuentra la relación escribiendo el número correspondiente.

1. Geólogo británico que habló de la ( ) Carbono 14.


dinámica terrestre.

2. Son restos, huellas e impresiones de ( ) Paleontólogos.


seres de hace miles de años.

3. La palabra fósil deriva del término ( ) 10,000 años


fossilis, que significa …

4. Años que debe tener un organismo para ( ) Fósiles.


ser considerado fósil.

5. Es uno de los procesos naturales que ( ) Geólogos.


ayuda a la fosilización.

6. Personas que se dedican al estudio de la ( ) Carbonización.


Tierra.

7. Son personas que se dedican al estudio ( ) Charles Lyell


de los fósiles.

8. Es el proceso mediante el cual se ( ) Coprolito.


forman las capas de la Tierra.

9. El excremento fosilizado se le llama. ( ) Estratificación.

10. Es el método más conocido para


establecer la edad de los fósiles.
( ) “Excavado”
 „„ Consulta las páginas 58 a 65 de tu libro de texto SEP y contesta las preguntas
 1 . ¿Qué son las extinciones?
 2 . ¿Cuáles son tres de las causas de la extinción masiva de las especies?
 3 . ¿Cómo denominó Darwin al mecanismo en el que se basa la evolución de la vida? ¿Por qué?
 4 . No todas las especies se han extinguido por procesos de origen natural ¿Qué otros
eventos han originado o pueden originar la extinción de algunas especies?
 5.- ¿Qué puedes hacer para ayudar a preservar las especies en peligro de extinción?

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