Warren M.A. El Aborto
Warren M.A. El Aborto
Warren M.A. El Aborto
1. Introducción
¿Tienen las mujeres el derecho a interrumpir embarazos no deseados? ¿O tiene
el Estado derecho a (o quizás se debería por razones éticas) prohibir el aborto intencio-
nado? ¿Deberían permitirse algunos abortos y otros no? ¿Es el estatus legal correcto del
aborto el resultado directo de su estatus moral? ¿O debería ser legal abortar incluso si es
algunas veces o siempre moralmente malo?
Tales preguntas han suscitado un intenso debate durante las dos últimas décadas.
Curiosamente, en la mayor parte del mundo industrializado, el aborto no era un delito
criminal hasta que durante la segunda mitad del siglo XIX se promulgasen una serie de
leyes antiaborto. Por entonces, los partidarios de la prohibición del aborto resaltaban
generalmente los peligros médicos de abortar. Asimismo, algunas veces se argumentaba
que los fetos eran ya seres humanos desde el mismo momento de la concepción y que
los abortos intencionados eran, por tanto, un tipo de homicidio. Ahora que las técnicas
se han perfeccionado y que los abortos se realizan con mayor perfección y seguridad
que los nacimientos, el argumento médico ha perdido toda la fuerza que alguna vez
hubiera podido tener. Por lo tanto, la razón básica de los argumentos en contra del abor-
to ha pasado de la seguridad física de la mujer al valor moral de la vida del feto.
Los partidarios del derecho de la mujer a abortar han reaccionado a los argumen-
tos de los antiabortistas de diferentes maneras. Examinaré tres líneas argumentales de
los partidarios del aborto: 1) que debe permitirse el aborto, ya que su prohibición tiene
consecuencias altamente indeseables; 2) que las mujeres tienen el derecho moral de de-
cidir abortar, y 3) que los fetos no son todavía personas y por lo tanto no tienen aún un
derecho sustancial a la vida.
las mujeres deberían evitar las relaciones heterosexuales a menos que estuvieran prepa-
radas para responsabilizarse de cualquier embarazo resultante. Pero es razonable dicha
petición?
La relación heterosexual no es biológicamente necesaria para la salud física o la
supervivencia individual de la mujer -o del hombre. Por el contrario, las mujeres que
son célibes u homosexuales son menos vulnerables al cáncer de útero, al sida y a otras
enfermedades de transmisión sexual. Tampoco es obvio que las relaciones sexuales sean
necesarias para la salud psicológica de hombres o mujeres, aunque es muy generalizada
la creencia contraria. No obstante, muchas mujeres las consideran intensamente placen-
teras -un hecho que es moralmente significativo en la mayoría de las teorías consecuen-
cialistas. Además, es un tipo de forma de vida que parece preferir la mayoría de las mu-
jeres de todo el mundo. En algunos lugares, las mujeres lesbianas están creando formas
de vida alternativas que pueden satisfacer mejor sus necesidades. Sin embargo, a la ma-
yoría de las mujeres heterosexuales les resulta muy difícil la elección de un celibato
permanente. En una gran parte del mundo, a la mujer soltera le resulta muy difícil man-
tenerse económicamente (y, más aún, mantener una familia), y la relación sexual es ge-
neralmente una de las «obligaciones» de la mujer casada.
En resumen, el celibato permanente no es una opción razonable que se pueda
imponer a la mayoría de las mujeres. Y como toda mujer es potencialmente vulnerable a
la violación, incluso las homosexuales o célibes pueden tener que enfrentarse a embara-
zos no deseados. Por consiguiente, hasta que no haya un método anticonceptivo digno
de confianza y seguro, accesible a todas las mujeres, los argumentos consecuencialistas
a favor del aborto seguirán siendo sólidos. Pero estos argumentos no convencerán a
quienes rechacen las teorías morales consecuencialistas. Si el aborto es intrínsecamente
malo, como muchos creen, entonces no puede estar justificado como medio para evitar
consecuencias no deseables. Así, hemos de considerar también si la mujer tiene el dere-
cho moral a abortar.
herido grave de forma injusta; pero nadie puede matar a otra persona meramente para
que otros se beneficien de la muerte de la víctima.
Los derechos morales básicos son aquellos que tienen todas las personas, frente
a aquellos que dependen de circunstancias particulares, como por ejemplo las promesas
o los contratos legales. En general se admite que los derechos morales básicos de las
personas incluyen el derecho a la vida, a la libertad, a la autodeterminación y a estar
libre del daño corporal. La prohibición de abortar parece violar todos estos derechos
básicos. La vida de la mujer corre riesgo al menos de dos maneras. Donde el aborto es
ilegal, a menudo las mujeres intentan abortar de forma ilegal y arriesgada. La Organiza-
ción Mundial de la Salud estima que alrededor de 200.000 mujeres mueren cada año por
esta causa. Muchas otras mujeres mueren por embarazos no deseados cuando no pueden
abortar, o cuando se sienten presionadas a no hacerlo. Por supuesto, también los emba-
razos voluntarios entrañan algún riesgo de muerte, pero a falta de coerción no suponen
violación alguna del derecho de la mujer a la vida.
La negación del aborto viola además los derechos de las mujeres a la libertad, la
autodeterminación y la integridad física. El ser forzadas a tener un hijo no es tan sólo
una «molestia», como a menudo afirman los adversarios del aborto. Llevar a término un
embarazo es una tarea ardua y arriesgada, incluso cuando es voluntaria. Efectivamente,
muchas mujeres disfrutan de (gran parte de) sus embarazos, pero para aquellas que se
quedan embarazadas contra su voluntad, la experiencia puede ser totalmente desgracia-
da. Y el embarazo y parto no deseados son sólo el comienzo de las penalidades causadas
por la negación del aborto. La mujer tiene o que cuidar del hijo o dejarlo en adopción.
El quedarse con el niño puede impedirle continuar su vida laboral o atender a otras obli-
gaciones familiares. Entregar cl niño en adopción significa tener que vivir con la tristeza
de tener una hija o un hijo al que no puede cuidar, y a menudo no puede siquiera saber
si está vivo y sano. Los estudios realizados sobre las mujeres que han dado a sus hijos
en adopción muestran que para la mayoría de ellas la separación de sus hijos es un su-
frimiento intenso y duradero.
Incluso si aceptamos el punto de vista de que los fetos tienen derecho a la vida,
es difícil justificar la imposición de tales penalidades a las personas que no quieren
asumirías para preservar la vida del feto. Como señaló Judith Thomson en su comenta-
do artículo de 1971 «A defence of abortion» no hay otro caso en que la ley exija a las
personas (no penadas por delito alguno) sacrificar su libertad, autodeterminación e inte-
gridad física para preservar la vida de otros. Quizás el parto no deseado pueda equipa-
rarse al servicio militar obligatorio. No obstante, esa comparación puede prestar sólo un
soporte moderado a la posición antiabortista, ya que es discutible la justificación del
servicio militar obligatorio.
En la retórica popular, especialmente en los Estados Unidos, la cuestión del
aborto se considera a menudo pura y simplemente la del «derecho de la mujer a contro-
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lar su cuerpo». Si la mujer tiene el derecho moral de interrumpir los embarazos no de-
seados, la ley no debería prohibir el aborto. Pero los argumentos a favor de este derecho
no resuelven enteramente la cuestión moral del aborto. Pues una cosa es tener un dere-
cho y otra estar moralmente justificado el ejercicio de ese derecho en casos particulares.
Si el feto tiene un derecho a la vida pleno e igual, quizás el derecho de la mujer a abor-
tar sólo debería ejercitarse en circunstancias extremas. Y quizás deberíamos cuestionar
también silos seres humanos fértiles -de ambos sexos- tienen derecho a establecer una
relación heterosexual cuando no desean tener un hijo y asumen esta responsabilidad. Si
las actividades heterosexuales comunes cuestan la vida de millones de «personas» ino-
centes (es decir, fetos abortados), ¿no deberíamos por lo menos intentar evitar estas ac-
tividades? Por otra parte, silos fetos no tienen un derecho esencial a la vida, el aborto no
es tan difícil de justificar.
6. La humanidad genética
Los contrarios al aborto responderán que el aborto es malo, no simplemente por-
que los fetos humanos están vivos, sino porque son humanos. Pero, ¿por qué debería-
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mos creer que la destrucción de un organismo humano vivo es siempre moralmente peor
que la destrucción de un organismo de cualquier otra especie? I~a pertenencia a una
especie biológica particular no parece tener, en sí misma, más relevancia para el estatus
moral que la pertenencia a una raza o sexo particular.
Es un accidente de la evolución y de la historia que todo aquel que actualmente
reconozcamos como poseedor de derechos morales plenos e iguales básicos pertenezca
a una especie biológica única. La «población» de la tierra podría haber pertenecido
igualmente a muchas especies diferentes -y quizás pertenezca en efecto. Es muy posible
que algunos animales no humanos, como los delfines y las ballenas y los grandes si-
mios, tengan suficientes de las llamadas capacidades «humanas» para ser considerados
propiamente personas -es decir, seres capaces de razonamiento, con conciencia de sí
mismos, sociabilidad y reciprocidad moral. Algunos filósofos contemporáneos han ar-
gumentado que los animales no humanos tienen esencialmente los mismos derechos
morales básicos que los seres humanos. Tanto si tienen o no razón, sin duda cualquier
estatus moral superior asignado a los miembros de nuestra propia especie debe justifi-
carse en términos de diferencias moralmente significativas entre los humanos y los de-
más seres vivos. Sostener que la sola especie proporciona una base para un estatus mo-
ral superior es arbitrario e inútil.
7. El criterio de la sensibilidad
Algunos filósofos sostienen que la sensibilidad es el criterio principal del estatus
moral. La sensibilidad es la capacidad de tener experiencias -por ejemplo, visuales, au-
ditivas, olfativas u otras experiencias perceptivas. No obstante, la capacidad de tener
experiencias placenteras y dolorosas parece particularmente relevante para el estatus
moral. Que el placer es un bien intrínseco y el dolor es intrínsecamente malo es un pos-
tulado plausible de la ética utilitarista. Sin duda, la capacidad de sentir dolor a menudo
es valiosa para un organismo, capacitándole para evitar el daño o la destrucción. Inver-
samente, algunos placeres pueden ser perjudiciales para el bienestar a largo plazo del
organismo. No obstante, se puede decir que los seres sensibles tienen un interés básico
en el placer y en la evitación del dolor. El respeto de este interés básico es central en la
ética utilitaria.
El criterio de la sensibilidad sugiere que, en igualdad de condiciones, es moral-
mente peor matar a un organismo sensible que a un organismo no sensible. La muerte
de un ser sensible, incluso indolora, le priva de cuantas experiencias placenteras pudiera
haber disfrutado en el futuro. Por consiguiente, la muerte suele ser una desgracia para
ese ser, mientras que no lo sería para un organismo no sensible.
Pero, ¿cómo podemos saber qué organismos vivos son sensibles? O bien, ¿cómo
podemos saber que los seres no vivos, como las rocas y los ríos, no son sensibles? Si el
conocimiento exige la absoluta imposibilidad de equivocarse, probablemente no lo po-
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demos saber. Pero lo que sabemos con certeza sugiere que lo sensorial requiere un sis-
tema nervioso central que funcione -del que carecen las rocas, las plantas y los microor-
ganismos simples. También está ausente en el feto humano en su primera etapa. Muchos
neurofisiólogos creen que los fetos humanos normales tienen alguna capacidad sensorial
básica en alguna etapa durante el segundo trimestre del embarazo. Antes de esa etapa,
su cerebro y órganos sensoriales carecen del desarrollo suficiente que permita la exis-
tencia de sensaciones. La evidencia conductual apunta en la misma dirección. Al final
del primer trimestre, un feto puede tener algunos reflejos inconscientes, pero no respon-
de todavía a su entorno de un modo que sugiera la sensibilidad. Sin embargo, durante el
tercer trimestre algunas partes del cerebro del feto son funcionales, y el feto puede res-
ponder al ruido, a la luz, a la presión, al movimiento y a otros estímulos sensoriales.
El criterio de la sensibilidad avala la creencia generalizada de que es más difícil
justificar el aborto en una fase avanzada que el aborto temprano. A diferencia del feto
presensible, un feto en su tercer trimestre ya es un ser, es decir, un centro de experien-
cia. Si se le mata puede experimentar dolor. Además, su muerte (como la de cualquier
ser sensible) significará el final de un flujo de experiencias, algunas de las cuales pue-
den haber sido placenteras. En efecto, el uso de este criterio sugiere que abortar al prin-
cipio no plantea una cuestión moral muy seria, por lo menos en relación con su efecto
sobre el feto. Como organismo vivo aunque no sensible, el feto del primer trimestre no
es todavía un ser con interés de seguir vivo. Al igual que el óvulo sin fecundar, puede
tener el potencial de convertirse en un ser sensible. Pero esto significa sólo que tiene el
potencial de convertirse en un ser interesado en seguir vivo, y no que ya tenga tal in-
terés.
Si bien el criterio de la sensibilidad implica que un aborto en una fase tardía es
más difícil de justificar que un aborto realizado al inicio, esto no implica que el aborto
tardío sea tan difícil de justificar como el homicidio. El principio de respeto a los inter-
eses de los seres sensibles no implica que todos los seres sensibles tengan un igua1 de-
recho a la vida. Para comprender por qué esto es así, necesitamos considerar detenida-
mente el alcance de este principio. La mayoría de los animales vertebrados maduros
normales (mamíferos, pájaros, reptiles, anfibios y peces) son obviamente sensibles.
También es bastante probable que muchos invertebrados, como los artrópodos (por
ejemplo, los insectos, las arañas y los cangrejos) sean sensibles. Pues también éstos tie-
nen órganos de los sentidos y sistemas nerviosos, y a menudo se comportan como si
pudieran ver, oír y sentir bastante bien. Si la sensibilidad es el criterio del estatus moral,
ni siquiera deberíamos matar a una mosca sin una buena razón.
Pero ¿qué es lo que se considera una buena razón para la destrucción de un ser
vivo cuya pretensión primaria al estatus moral es su probable sensibilidad? Los utilita-
ristas por lo general sostienen que los actos son moralmente erróneos si aumentan la
cantidad total de dolor y sufrimiento en el mundo (sin algún aumento compensatorio de
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Personhood»: se adjetiva como moral» para diferenciar esta noción respecto al concep-
to psicológico de personalidad.
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otros seres sensibles. No obstante, este hecho nos da razones convincentes para tratar a
unos y a otros como iguales moralmente, con derechos básicos que no pueden ser igno-
rados por razones utilitarias estrictas. Si nunca pudiéramos confiar que otras personas
no nos van a matar cuando juzgasen que obtendrían un beneficio por ello, las relaciones
sociales se volverían enormemente más difíciles, y se empobrecería la vida de todos
excepto la de los más poderosos.
Una persona sensible moralmente respetará todas las formas de vida, y evitara
causar innecesariamente dolor o la muerte a seres sensibles. No obstante, respetará los
derechos morales básicos de otras personas como derechos iguales a los propios, no
sólo porque sean seres vivos y sensibles sino también porque así razonablemente podrá
esperar y pedir que ellas le muestren el mismo respeto. Los ratones y los mosquitos no
son capaces de mostrar este tipo de reciprocidad moral -por lo menos no en su interac-
ción con los seres humanos. Cuando sus intereses entran en conflicto con los nuestros,
no podemos esperar utilizar la argumentación moral para persuadirles a aceptar algún
compromiso razonable. Así, a menudo es imposible concederles un estatus moral ple-
namente igual. Incluso la religión jainista de la India, que considera la muerte de cual-
quier ser un obstáculo para una iluminación espiritual, no exige la evitación total de
estas muertes, excepto en el caso de aquéllos que han hecho votos religiosos especiales
(para mayor información, véase el artículo 4, «La ética india»).
Si la capacidad para la reciprocidad moral es esencial para la personalidad mo-
ral, y si la personalidad moral es el criterio para la igualdad moral, el feto humano no
satisface este criterio. Los fetos sensibles están más cerca de convertirse en personas
que los óvulos fecundados o los fetos tempranos, y por eso podrían merecer algún esta-
tus moral. No obstante, todavía no son seres racionales y conscientes de sí, capaces de
amor, crianza y reciprocidad moral. Estos hechos avalan la idea de que incluso el aborto
tardío no es totalmente equivalente al homicidio. Por ello es razonable concluir que en
ocasiones puede justificarse el aborto de fetos sensibles por razones que no justificarían
el matar a una persona. Por ejemplo, en ocasiones puede estar justificado el aborto tard-
ío tras comprobarse una grave anormalidad fetal, o porque la continuidad del embarazo
amenaza la salud de la mujer u ocasiona otras penalidades personales. Desgraciadamen-
te, la discusión no puede terminar en este punto. La personalidad moral es importante
como un criterio inclusivo de la igualdad moral: cualquier teoría que deniegue un esta-
tus moral igual a ciertas personas debe ser rechazada. Sin embargo, la personalidad mo-
ral parece algo menos plausible como criterio exclusivo, ya que parece excluir a niños y
a personas retrasadas que puedan carecer de las capacidades mentales y sociales típicas
de las personas. Además -como señalan los que se oponen al aborto-, la historia prueba
que los grupos dominantes pueden racionalizar muy fácilmente la opresión afirmando
que, en efecto, las personas oprimidas no son en realidad personas, en razón de alguna
supuesta deficiencia mental o moral. En vista de esto, puede parecer aconsejable adoptar
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la teoría de que todos los seres humanos sensibles tienen derechos morales básicos ple-
nos e iguales (para evitar el «especismo», podíamos otorgar el mismo estatus moral a
los miembros sensibles de cualquier especie cuyos miembros normales y maduros pen-
semos que son personas). Según esta teoría, mientras un individuo sea a la vez humano
y tenga sensibilidad, no puede cuestionarse su igualdad moral. Pero hay una objeción a
esta extensión de un estatus moral igual incluso a los fetos sensibles: en la práctica es
imposible conceder derechos morales iguales a los fetos sin negar esos mismos dere-
chos a las mujeres.
de nacer. ¿Por qué, pues, debemos considerar el nacimiento, en vez de cualquier otro
momento posterior, como el umbral de la igualdad moral? Una razón de peso es que el
nacimiento hace posible que al niño le sean otorgados los mismos derechos básicos sin
violar los de nadie. Es posible encontrar en muchos países hogares idóneos para la ma-
yoría de niños cuyos padres biológicos son incapaces o no están dispuestos a criarlos.
Como la mayoría de nosotros deseamos proteger a los niños, y dado que ahora podemos
hacerlo sin imponer excesivas penalidades a las mujeres y las familias, no hay razón
evidente para no hacerlo. Pero los fetos son diferentes: su igualdad significaría la des-
igualdad de las mujeres. En igualdad de condiciones, es peor denegar los derechos mo-
rales básicos a los seres que claramente no son aún personas consumadas. Como las
mujeres son personas y los fetos no, deberíamos estar a favor de respetar los derechos
de las mujeres en casos de aparente conflicto.
vida, a la libertad y a la integridad física. Con todo, si el feto tuviera el mismo derecho a
la vida que la persona, el aborto sería todavía un acontecimiento trágico, difícil de justi-
ficar excepto en casos extremos. Así, incluso aquéllos que están a favor de los derechos
de la mujer deben preocuparse por el estatus moral del feto. Sin embargo, ni siquiera
una ética del respeto a la vida impide toda acción de matar intencionada. Cualquier ac-
ción semejante requiere justificación, y de algún modo es más difícil justificar la des-
trucción deliberada de un ser sensible que la de un ser vivo que no es (todavía) un cen-
tro de experiencia; sin embargo, los seres sensibles no tienen todos los mismos dere-
chos. La extensión de un mismo estatus moral a los fetos amenaza los derechos más
fundamentales de la mujer. A diferencia de los fetos, las mujeres son ya personas. No
deberían ser tratadas como algo inferior cuando se queden embarazadas. Esta es la razón
por la que el aborto no debería estar prohibido, y porque el nacimiento, más que cual-
quier otro momento anterior, señala el comienzo de un pleno estatus moral.
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