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La Ministra - Mario Escobar

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Tras

el primer caso de la inspectora gitana Adela Palazuelo que vive y trabaja


en Pan Bendito, ahora le han asignado el caso de asesinato de un famoso
especialista en criptomonedas al que se le relaciona con una famosa ministra
del gobierno. Adela tendrá que descubrir que hay detrás del negocio turbio de
las criptomonedas en España, mientras una oleada de muerte por sobredosis
por una potente partida de heroína está convirtiendo Pan Bendito y otros
barrios de Madrid en un caos de muerte y delincuencia.
Su tío Cosme, pastor filadelfia le ayudará a encontrar a los culpables antes de
que la droga destruya la vida de más personas.
Ana, su hermana, decide romper con su novio narco, pero este intentará
recuperarla por todos los medios.
El cuerpo del gurú de las criptomonedas ha sido encontrado al lado del chalet
de la ministra en Galapagar y todo apunta a que puede haber detrás toda una
trama de corrupción política. Adela tendrá que resolver los dos casos, pero su
compañero Alfredo Cañete, un racista y machista policía de la vieja escuela
no se lo pondrá nada fácil.
¿Logrará Adela y su tío resolver el caso antes de que la heroína regrese de
nuevo a las calles de Madrid?

Página 2
Mario Escobar

La ministra
Crímenes de Madrid - 2

ePub r1.2
Titivillus 29.05.2023

Página 3
Título original: La ministra
Mario Escobar, 2022

Editor digital: Titivillus
ePub base r2.1

Página 4
A todas las minorías visibles e invisibles que sufren los prejuicios de los que se creen
mejores que ellas.

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Gitano. Dicho de una persona: De un pueblo originario de la India, extendido
por diversos países, que mantiene en gran parte un nomadismo y ha
conservado rasgos físicos y culturales propios[1].

Durante siglos los gitanos han sido discriminados en Europa y en otras partes
del mundo, sobre todo por su carácter nómada. En la actualidad se cree que
provienen de la India. En España hay aproximadamente unas 650.000
personas. La mitad de ellos son evangélicos de la denominación Filadelfia.
Hace seis años saqué la novela Canción de cuna de Auschwitz y me
sorprendió el gran número de comentarios racistas que se vertieron contra
ellos, y que los medios de comunicación apenas mostrasen interés por el
intento de exterminio que sufrieron en el siglo XX en la Alemania nazi y en la
España de Fernando VI en el siglo XVIII.

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Agradecimientos

A todos los que ven el color del corazón.

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1ª PARTE:

Los siete Pecados Capitales de Pan Bendito

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1. Matriarca
Pan Bendito, Carabanchel, junio de 2022

El calor de aquel mes de junio era para caerse de espaldas. El aire


acondicionado en la comisaría de la Policía Nacional en el distrito de
Carabanchel, en la calle Padre Amigo, estaba estropeado como siempre, por
lo que pasabas de un frío de cojones en invierno a un calor de mil diablos en
verano. Lo normal era que el personal se irritase; los primeros los
delincuentes que pasaban por allí como “pedro por su casa”, saludando a los
policías a los que conocían desde niños, ya que muchos policías habían salido
de aquel vecindario de unas 7.530 almas dejado de la mano de Dios. La mitad
de sus vecinos estaban en paro y la mayoría había abandonado los estudios a
los trece años. Una población compuesta por payos, gitanos e inmigrantes es
un ejemplo perfecto de desintegración, ya que cada comunidad vivía de
espaldas a las otras. A tan solo seis kilómetros del centro de Madrid, aquella
pequeña ciudad sin ley parecía torrarse a fuego lento, mientras sus vecinos
intentaban refrescarse en los bares atestados de parroquianos con camisetas
sin mangas y cruces de oro sobre sus pechos peludos y morenos. Adela había
estado una semana de vacaciones en Mallorca, pero ahora que regresaba a la
realidad, tenía la sensación de que las playas paradisiacas y las calas de cine
habían sido tan solo un espejismo.
A un kilómetro de allí, Ramona, la matriarca, estaba tendiendo la ropa de
sus hijos y nietos, enfrente del portal de su casa, en dos cuerdas largas de
color verde, que olían a desodorante del Mercadona y a limpio. Después se
sentó en la silla de plástico descolorida para ver pasar a la gente que se dirigía
al Lidl y asegurarse de que ningún listillo se llevase las prendas de marca,
aunque fueran falsificaciones del mercadillo. Su marido, Adrián, estaba en su
puesto de los lunes y los pequeños en la escuela, en unas semanas tendría que
dar de comer a todos en casa, en su piso de setenta metros cuadrados a
cuarenta grados de temperatura.
Entonces escuchó gritos, provenían de su casa, se asomó por la reja
pintada de verde y miró al interior. Rafita estaba durmiendo, se pasaba casi
todo el día igual —la droga le atontaba la mayor parte del día—, hasta que se
acercaba a por su dosis de metadona. Era la novena vez que le prometía a su

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madre que lo dejaría y que volvería a ir al culto todos los días, para
reconciliarse con Dios. Pero la droga era un invento demoniaco que destruía
todo lo que se ponía por delante.
Rafita comenzó a gritar, sacudió los brazos desde la cama y después se
sofocó, como si le costase respirar.
Ramona corrió hacia la casa, la puerta estaba abierta y del pisito aún salía
algo de frescor. Atravesó la casa corriendo con el corazón en un puño.
Cuando llegó al cuarto de su hijo que compartía con otro hermano, Julián, que
era periodista y colaboraba en un programa de radio, Rafita estaba morado, se
asfixiaba. Ramona lo sacudió para que se despertase, pero su hijo no
respondía. Después lo incorporó y mientras llamaba a emergencias comenzó a
llorar y a orar para que Dios no se lo llevara. Había sido la oveja negra de la
familia, ellos a los que todos llamaban “los príncipes” porque vestían con
elegancia, intentaban prosperar honradamente y no se metían en líos. Su
marido era uno de los ancianos de la iglesia y ella la matriarca, la mujer más
querida y respetada de la congregación. No le podía pasar algo así, pensó
mientras los de emergencias le pedían la dirección.
Levantó al chico de la cama, aunque ya rondaba casi la treintena, con la
fuerza que da el pánico y el amor de madre y lo puso en el suelo del salón,
donde había más espacio, después intentó reanimarlo como había visto en las
películas, pero no sirvió de nada, cuando el SAMUR llegó Rafita ya había
pasado a mejor vida. Ramona comenzó a gritar y a tirarse de los pelos, la
droga ya se había llevado a dos hermanos suyos, un primo y una hija, la
pequeña. Sabía que sus vidas no importaban a nadie, que eran invisibles para
la sociedad, pero lo que nadie conocerá jamás será el corazón de su Rafita, el
niño dulce y cariñoso que fue, que cantaba en la alabanza de la iglesia y lo
dispuesto que estaba siempre para ayudar a cualquiera que lo necesitara.

El chalet de lujo se encontraba en la zona más exclusiva de la Navata, en el


municipio de Galapagar, pero que, al encontrarse a un tiro de piedra de la
estación de tren, era el lugar escogido por los nuevos ricos de la zona.
Durante mucho tiempo el feudo de los ricos de izquierdas había sido Rivas
Vaciamadrid, pero ahora que los precios eran prohibitivos en el exclusivo
pueblo del este de la comunidad, muchos habían tirado para la sierra
madrileña.

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Una de las vecinas más ilustres era la ministra de empleo, Ione Díaz,
nacida en Madrid, en el populoso barrio de Vicálvaro y objeto de la mayoría
de los ataques de los otros partidos por su relación con el vicepresidente
Ramón Sánchez. La casa estaba custodiada por la policía nacional las
veinticuatro horas del día, después de que, durante meses, varios miembros de
la ultraderecha asediaran la casa. En los últimos tiempos las cosas parecían
estar más tranquilas. El vicepresidente había abandonado la casa familiar,
para comenzar una relación con una joven asesora del partido, de origen
alemán. La ministra al principio había preferido quedarse sola con sus cuatro
hijos, pero desde hacía un mes se la relacionaba con un gurú de las
criptomonedas llamado Ismael Corpas. El empresario era una de las caras más
conocidas de la televisión y había hecho fortuna muy rápidamente,
convirtiéndose en uno de los hombres más ricos del país, creando una
empresa piramidal de pequeños inversores en criptomonedas.
Aquella mañana Ione regresó a casa después de dejar a sus hijos en la
guardería y en la escuela, los escoltas se quedaron en la puerta y ella dejó
sobre la isla de la cocina varias bolsas de papel con la compra. A
continuación, se dirigió hacia la habitación para despertar a Ismael, pero no
estaba en la cama. Le extrañó un poco, ya que normalmente no se despertaba
antes de las doce, ya que se acostaba muy tarde, porque operaba en los
mercados de criptomonedas de los Estados Unidos. Últimamente la ministra
le veía preocupado, todo el mundo decía que estaba comenzando un ciclo
bajista y que el único que se mantenía algo más firme era el bitcoin, el padre
de todas las criptomonedas del mundo.
Ione buscó a su chico por toda la casa, quería aprovechar el tiempo que
los niños estaban en el colegio para hacer el amor y charlar un poco. Ser
ministra, madre y miembro de la comisión ejecutiva del partido no era nada
fácil, le quedaba muy poco tiempo para divertirse, hacer las cosas que hacía la
gente corriente o simplemente echar un buen polvo.
Al final salió al jardín con vistas a la montaña y miró hacia la piscina, no
sobresalía ninguna cabeza, pero de todas formas se acercó para comprobar
que Ismael no estaba dentro. Al aproximarse vio a miles de gusanos verdosos
que se movían alrededor de lo que parecía un cuerpo humano. No pudo evitar
dar un grito, unos segundos más tarde los miembros de su escolta y los
policías se encontraban en el jardín apuntando con sus armas al agua, aunque
lo que parecía devorar a aquel cuerpo inerte no era el tipo de cosa que una
bala podía matar.

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Adela se sentó en su escritorio, no había hecho muchos amigos en la
comisaría ni tampoco en su brigada, pero al menos se llevaba bien con
Marcela, la argentina, y Fran.
—¿Qué tal las vacaciones? Estás más morena.
Adela se giró hacia el graciosillo de Fran y mostrando sus dientes grandes
y blancos le contestó:
—¡No me toques el coño! Soy una gitana morena, no me hace falta ir a la
playa para tener color, no soy como tú que eres rosa como un cerdito.
Fran lanzó una carcajada, pero al ver que entraba el comisario Peral se
calló de inmediato.
—¡Palazuelo al despacho! ¿Dónde está Cañete? Nunca le veo en su mesa.
Adela se encogió de hombros y con su desparpajo habitual contestó:
—Estará cambiando el agua a las aceitunas, mientras ve a alguna gachí.
Marcela miró a la agente gitana antes de reírse.
—¿En tu tierra se dice de otra forma?
—Pajear, aunque algunos dicen azucarar el churro.
—Me gusta —contestó Adela con una sonrisa. No había dicho una
palabrota, al menos en alto, hasta los dieciocho años.
—Pueden dejar de decir esas palabras soeces y usted, Palazuelo, al
despacho.
En ese momento asomó por la oficina Cañete, llevaba una camisa
hawaiana y se parecía más a Torrente, el de las películas de Santiago Segura,
que a un inspector de policía de un cuerpo especializado.
—¡Cañete, al despacho!
Los dos agentes siguieron al jefe hasta el sombrío despacho de maderas
oscuras y mesas desportilladas. El comisario se sentó y les pasó un par de
informes.
—Tienen que ir a Galapagar ahora mismo…
—¿Otra vez a la sierra de Madrid? —preguntó Cañete.
—Los dineros están siempre en las alturas —dijo Adela mientras se
sentaba en la silla y tomaba los papeles.
—¡Joder! ¡El novio de la ministra! —exclamó la inspectora.
—Sí, por eso tienen que ser discretos y rápidos, la forense ya está allí.
Tenemos que ganar tiempo antes de que se entere la prensa.
—¿De qué ha muerto el gurú? —preguntó Cañete.
—Parece que tiene que ver con unos gusanos, pero ya les informará la
forense.

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Adela miró a su compañero, este frunció el ceño y se dirigieron a la
puerta.
—Conduzco yo —dijo el hombre.
Eso suponía potar casi seguro, pues aquel tipo conducía de una manera
que era imposible no marearse, pero le había tocado en suerte el tipo más
abyecto de la brigada; sin duda Dios la estaba castigando por sus muchos
pecados.

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2. Cosme
Cosme llevaba su Biblia bajo el brazo cuando sonó el móvil, era un TCL que
le había regalado la compañía. Intentó tres veces deslizar el dedo por el
cristal, pero aquello no funcionaba.
—¡Será posible estos chinos de mierda! Perdona Señor —dijo mirando al
cielo. Al final el teléfono respondió y pudo escuchar una voz angustiada al
otro lado.
—Pastor, ha muerto el hijo de la Ramona de sobredosis, lo han llevado al
tanatorio de Carabanchel.
—Dios mío, es el cuarto en dos semanas.
El hombre que le llamaba era uno de los diáconos de la iglesia, que de
alguna manera siempre era el primero en enterarse de todo.
—Voy para allá en un santiamén.
El barrio no quedaba muy lejos del tanatorio, al lado de la autovía de
Toledo, sin embargo, intentó tomar una moto de esas que se cogían por una
aplicación. El móvil le vaciló un rato y, al final, frustrado tomó el autobús. A
aquellas alturas del verano y con la ola de calor, el olor era casi insoportable a
pesar de que el conductor tenía el aire acondicionado a todo meter.
“Estos payos son unos guarros”, se dijo para sus adentros, después se
sentó en un asiento XL que estaba vacío y miró al resto de pasajeros. Vio a
dos zombis, que era como llamaban a los heroinómanos que comenzaban a
verse de nuevo por todos los lados, el barrio se parecía cada vez más al que él
había conocido en los años ochenta.
Un toxicómano apretó el botón de parada justo antes de la del tanatorio, el
conductor pisó el freno a fondo y el drogadicto voló por el autobús hasta
estamparse contra un asiento y caer sobre una anciana que llevaba su carro de
la compra al lado.
—¿Qué coño haces autobusero? ¡Me cago en tus muertos!
El conductor era un tipo joven y musculoso, se apartó las gafas de sol de
espejo y le contestó:
—¡Repite eso y te comes los cuatro dientes que te quedan!
—Tranquilos —dijo Cosme mientras se ponía en pie. El toxicómano
reconoció al pastor enseguida.
—Padre, este capullo ha frenado aposta.

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—No soy tu padre, llámame Cosme. Ha sido sin querer, bájate y no
montemos un problema.
—Me he dado un golpe —dijo el drogadicto mientras se acariciaba la
nuca.
El pastor examinó la cabeza de pelo largo, grasiento y revuelto del
hombre.
—No tienes nada Navajo, bájate y cuando puedas te pasas por la iglesia.
El hombre se bajó y el conductor cerró las puertas.
—Estoy hasta los huevos de esos drogatas —dijo mientras Cosme se
acercaba hasta él.
—Son unos enfermos, unos pobres diablos.
—Bueno pastor, pero también te sacan una navaja por menos de nada o
asustan a los pasajeros, todos los días tengo alguna con ellos. Las cosas se
están poniendo jodidas y los del ayuntamiento, con el hobbit que tenemos
como alcalde, no hacen nada. No les importa una mierda lo que suceda fuera
de la M30.
Cosme sabía que el conductor tenía razón, el ayuntamiento tenía el centro
de la ciudad como una patena, pero los barrios se deterioraban cada vez más.
Cosme se bajó en la parada del tanatorio. El golpe de calor le echó para
atrás, era como si acabara de abrir la puerta de un horno a 220 ºC. Caminó
hasta el edificio de ladrillo rojo intentando cobijarse a la sombra de los
árboles y subió las escaleras hasta el porche metálico, después entró y buscó
la sala del difunto. Les había tocado una de las exteriores con vistas a la
autopista, por lo que el calor y el ruido serían insoportables.
Cuando llegó ya había más de un centenar de gitanos vestidos de negro a
pesar del calor, él llevaba un traje oscuro y una camisa blanca con una
corbata, sudaba como un pollo, pero había que aguantar.
La familia de la Ramona formó parte de su iglesia durante veinte años,
hasta que todos se fueron y fundaron una nueva iglesia porque Cosme
prohibió a uno de sus hijos, que vendía droga, que cantase en la alabanza. El
esposo de Ramona fue el pastor. Después de jubilarse se hizo diácono y tras
su muerte, la diaconisa fue ella, aunque sin título, ya que las mujeres no
ocupaban esos puestos en la congregación.
—¡Cosme! —gritó la mujer al verlo. Se levantó del sillón en el atestado
saloncito en el que al menos había aire acondicionado y ambos se abrazaron.
—Gracias por venir.
—Somos hermanos, Ramona y a tu hijo le quería como a un sobrino.

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—¡Se lo ha llevado la droga, maldita sea! —exclamó la mujer entre
lágrimas.
—Pensé que lo estaba dejando.
—Así era, pero alguien debió de darle ese caballo, le llaman el “potro de
Satanás” y sí que lo es.
Cosme ya había escuchado ese nombre otras veces, así lo llamaban los
chicos de la calle.
—Dios sabía que estaba enfermo —dijo el pastor para consolar a la
anciana.
Se acercó hasta él el pastor de la mujer, era un jovencito de barbita
recortada, traje brillante y pelo repeinado.
—Buenas tardes, siervo de Dios.
—Hola Manolo.
—En un rato tenemos el culto de despedida, ¿quiere hacer la oración
final?
—He venido a acompañar a la familia, tú eres el pastor.
—Ora tú, Cosme —dijo la Ramona.
—Vale, oraré con vosotros.
Cosme salió de la sala y notó de nuevo el golpe de calor. Allí estaba
Joshua con varios de sus camellos.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Cosme mientras fruncía el ceño.
—Yo no estoy vendiendo esa mierda —dijo antes de que le preguntase el
tío de su novia.
—Más te vale. ¿Quién lo está haciendo?
—No lo sé, dicen que los afganos; otros que unos pijos que no son del
barrio. Si pillo a uno lo muelo a palos.
Cosme se desajustó un poco la corbata, sentía los chorretones de sudor
recorriendo todo su cuerpo.
—Esa droga está incendiando el barrio y ya sabes cómo es Pan Bendito,
no le hace falta mucha mecha para que estalle.
—Díselo a tu sobrina la poli. Esa es muy lista —dijo Joshua y el resto de
sus hombres se rio.
El pastor se apartó del grupo y siguió a la familia que se dirigía hacia la
capilla. No hay nada más desangelado que una sala multiconfesional de un
tanatorio, pensó, mientras entraban en el salón de paredes vacías y bancos de
madera. Aunque nada habría consolado a la familia en un trance como aquel.
La droga se llevaba a los mejores decía siempre Cosme, la gente más sensible

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y dispuesta, que era incapaz de decir que no cuando le ofrecían por primera
vez aquel viaje a ninguna parte.

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3. La ministra
El chalet era mucho más grande de lo que imaginaba, lo había visto, como
casi todo el mundo, en las revistas del corazón. Todo el mundo había hecho
sangre de la pareja de moda de la política, que, al principio, había criticado a
la “casta” y su indiferencia hacia el pueblo, para luego comprarse un casoplón
en una de las zonas más exclusivas de la sierra. A la puerta de la casa había
un centenar de personas, algunos miembros de la prensa y la policía
acordonando la zona. Adela y Cañete pasaron el cordón policial y la joven
agente gitana notó que los focos de las cámaras capturaban su imagen. Tenía
fobia a las fotos desde pequeña, siempre se tapaba la cara cuando intentaban
tomarle una foto. No era porque se considerase fea, a pesar de su nariz
demasiado grande, tenía unos labios carnosos y unos ojos negros como dos
pozos profundos, oscuros y tenebrosos, un cutis sedoso y el pelo azabache tan
brillante que podía haberse dedicado a hacer anuncios de champú. Cañete
caminaba torpemente a su lado, como si fueran la pareja de la bella y la
bestia.
—Menuda casita tiene la progre esta —dijo Cañete, que llevaba desde
hacía un año en la cartera el carné de un famoso partido de extrema derecha.
—Bueno, si lo pagan con su dinero, no como los tuyos, que llevan
robando desde que Colón descubrió América.
Cañete hizo un gesto de desprecio dejando que su labio inferior se
hinchara como una morcilla de Burgos.
Los recibió un oficial de la policía, pero enseguida los llevó hasta la
piscina, donde la forense se encontraba con un par de ayudantes tomando
pruebas.
—Buenos días, Amalia —dijo Adela al llegar.
La mujer levantó la vista y los vio, pero siguió escribiendo algo más en su
tablet y tuvieron que esperar unos minutos a que saliera de la piscina. Llevaba
un traje de protección que le hacía parecer una astronauta. Se quitó el casco y
lo dejó sobre una mesa de madera.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Cañete.
La mujer le miró de arriba abajo, después se sacó los guantes y repasó la
tablet.
—Bueno, son conclusiones preliminares, pero creemos que los restos son
de Ismael Corpas, aunque va a ser muy complicado reconocerlo. Esos

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gusanos se han comido hasta casi los huesos.
—¿Gusanos? —preguntó extrañada Adela, que había sacado un pequeño
bloc de notas para tomar apuntes.
—Sí, una especie nueva que se descubrió en 2002, se llama Osedax,
aunque popularmente la llaman flor mucosa. Los primeros se avistaron en
1996, pero no se sabía mucho de ellos hasta hace poco. Al parecer se comen
los huesos de las ballenas, habitan a unos 2.800 metros de profundidad.
—¿Esas cosas se han comido al tal Ismael?
—No lo sabemos Cañete, pero sí que han devorado hasta sus huesos,
bueno, casi todos.
—¿Cómo puede sobrevivir una especie así en una piscina?
—Al parecer se adaptan bien a cualquier agua, pero alguien tiene que
haberlos echado en la piscina. Creo que el asesino o asesinos mataron a
Ismael, después lanzaron su cuerpo a la piscina que habían llenado con esos
gusanos y estos lo devoraron.
—Entonces. ¿Comen también carne?
La pregunta de Adela no obtuvo respuesta, Amalia se limitó a encogerse
de hombros.
—Voy a hacer algunos experimentos en el laboratorio y os cuento. La
ministra está dentro de la casa, parece algo desquiciada con todo esto. Quería
irse a trabajar al ministerio, pero no la hemos dejado hasta que la interroguéis.
Los dos inspectores se dirigieron a la casa, mientras la inspectora se
preguntaba cómo iban a descubrir a un asesino que se había desecho del
cuerpo por completo delante de la escolta de la ministra y de los policías que
guardaban la casa. Sin duda era un trabajo de profesionales, debían descartar
el crimen pasional, aunque cabía la posibilidad de que hubieran contratado a
un asesino.
—¿Estás pensando que puede ser un crimen de encargo, novata? Me temo
que no, es demasiado sofisticado para un sicario, ellos son más de un tiro en
la nuca. Aunque este tipo era tan odiado por la gente a la que había timado
con eso de las criptomonedas que alguna mente más retorcida que la suya
puede habérselo cargado.
Llegaron hasta el salón principal, una criada le estaba sirviendo una
infusión a la ministra.
—Permiso —dijo Cañete, que apenas disimulaba lo que estaba
disfrutando con aquella situación. La ministra más progre del país, una tipa
trepa y retrógrada, al menos para la visión machista y reaccionaria del
inspector, pasando por todo aquello.

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La ministra los observó por unos instantes, llevaba un traje ceñido de
color morado, debía ser de algún diseñador de moda, porque a pesar de no ser
una mujer bella, le sentaba muy bien.
—Perdonen, pero tengo mucha prisa.
—Lo entendemos —contestó Adela mientras se sentaba cerca de la mujer
y se inclinaba hacia ella para que viera que estaba de su lado.
—Tengo mil asuntos que atender —dijo mientras dejaba la taza con la
mano temblorosa sobre la mesita.
La casa estaba adornada de manera moderna y funcional, con muebles
caros y algunas antigüedades; la antigua novia del pueblo parecía tener
bastante clase.
—Será un par de minutos, queremos que nos responda a unas preguntas.
Ahora su mente está algo bloqueada, es normal, lo sucedido es muy
traumático, puede que algunas cosas las recuerde más adelante, pero, de una
forma u otra, los primeros minutos son cruciales.
—Entiendo —contestó la ministra mientras miraba a la inspectora gitana.
—¿A qué hora se fue de casa?
—Serían las ocho y media, me gusta dejar a los niños en el colegio, no los
vuelvo a ver hasta la noche, muchas veces no llego ni para la hora del baño.
Adela apuntó los comentarios de la mujer.
—¿A qué hora regresó a casa?
—No estoy segura, serían las diez, puede que algo más tarde. Esta mañana
tenía unas horas libres. Primero fui a comprar, y luego quería quedarme a
solas con…
No pudo pronunciar el nombre, la voz se le quebró, pero no soltó ni una
sola lágrima.
—Con Ismael —añadió la inspectora.
—Sí, a veces viajaba, con nuestros trabajos era difícil coincidir, por eso
quería aprovechar la mañana, esta tarde tengo un acto del partido. Se acercan
las elecciones y cada vez tenemos más reuniones.
—¿Qué se encontró al regresar a casa?
—Ismael no estaba por ninguna parte, la llamé pero no contestó hasta que
vi esos gusanos asquerosos en la piscina.
—¿Los había visto antes?
—No, por Dios, claro que no los había visto. Es asqueroso, la piscina la
limpiaron hace un par de días. Quería que la estrenaran los niños esta tarde,
menos mal que no les dio tiempo a meterse.

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El gesto de Ione no dejaba lugar a dudas de que el simple hecho de
recordar a aquellos bichos le revolvía las tripas.
—¿Cuánto tiempo llevaban juntos? —preguntó Cañete. La pregunta
parecía aséptica, pero el inspector la hacía con cierta sorna. Se imaginaba a
aquella ministra progre con aquel maromo medio español medio latino siendo
sacudida a cuatro patas.
—Tres meses y unos días. No era mucho tiempo, aunque estábamos
haciendo planes, nos habíamos conocido en una fiesta del ministerio y, desde
el primer momento, habíamos conectado. Mi separación ha sido muy
traumática, no tanto por Ramón, sino por los medios que no nos dejan ni
respirar.
—¿Sabe si su pareja había recibido alguna amenaza?
La ministra miró de nuevo a la inspectora.
—Claro, cientos, como yo, somos dos de las personas más odiadas del
país.
“Dios los cría y ellos se juntan”, dijo para sí Cañete. La ministra no le
escuchó, pero su compañera sí y le lanzó una mirada asesina.
—¿Pero alguna más seria, que le contara su pareja?
La mujer se quedó pensativa.
—Lo único que se me ocurre es una que le enviaron hace quince días, me
lo contó más por lo friki que porque le hubiera asustado realmente. Un
anónimo llegó a su teléfono móvil con una poesía, creo que era de Pessoa, el
portugués.
—¿Podemos leerla?
—Claro —respondió la mujer a Adela—, la tengo en mi teléfono.
La mujer abrió un iPhone de última generación y les enseñó la poesía:

¡Tú, de quien el Sol es sombra


De quien cadáver el mundo
Guía mis pasos!, ¡como ensombrece
El sentirse, yermo y profundo!

¡Presencia anónima y ausente
De quien el alma es el velo
A mis pasos de inconsciente
Da lo consciente que es tuyo!

Para que, pasadas ya eras
De tiempo o alma o razón,

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Mis sueños sean esferas
Mi pensamiento visión.

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4. Ana
Cuando Ana se dirigió a la puerta Joshua la aferró de un brazo y le dio un
tortazo que la derrumbó en el suelo e hizo que su oído vibrase durante un
buen rato. Se puso de nuevo en pie, pero él la volvió a golpear y la joven se
estrelló contra la pared, se derrumbó, pero esta vez no logró levantarse.
—Tú no te vas de casa, eres mi mujer, aunque no estemos casados. A un
gitano no se le deja.
Ana escuchaba las palabras amortiguadas por el pitido de su oído. Sabía
que su madre siempre le había dicho que no era buena idea estar con un tipo
como Joshua, pero ¿quién hace caso a su madre con diecisiete años? Tres
años más tarde había tenido que aprender aquella dura lección por sí misma.
Su novio la engañaba con cualquiera, pero a ella la trataba como si fuera una
monja, siempre encerrada, sin poder ver ni a sus amigas. Las únicas personas
con las que le permitía quedar era con Celi, su madre, y su hermana Adela.
Joshua creía que Adela le había metido aquella idea en la cabeza de que
tenía que dejarlo. Desde su regreso al barrio Ana no había sido la misma.
La joven tardó quince minutos en poder incorporarse, después caminó
apoyada en las paredes hasta su habitación y buscó el teléfono en el bolso,
pero ya no estaba. Tenía que hablar con su hermana, era la única capaz de
sacarla de allí. Comenzó a orar desesperada, su madre siempre le había dicho
que Dios era capaz de sacarla de cualquier apuro, incluso de los que se
hubiera metido por propia voluntad. Las lágrimas brotaban de sus ojos
grandes, recorrían sus pómulos redondeados y le mojaban el cuello. Sentía
que le faltaba el aire, estaba atrapada en una vida que odiaba, pero sabía que
ella se lo había buscado. Miró por la ventana, los hombres de su novio
estaban sentados en una mesa bajo una sombrilla en mitad de la calle. No era
posible salir sin que la viesen, a no ser que lo intentara por la azotea, pero
antes alguien tenía que abrirle la puerta que llevaba a la parte de arriba.
—¿Estás bien? —escuchó en cuanto se abrió la puerta.
Se trataba de Paco, uno de los hombres de Joshua más joven; le conocía
de su época en la iglesia, cuando apenas era un niño y ella le daba escuela
dominical.
—Paco, ábreme la puerta, me va a matar.
—No puedo, es muy peligroso. Nos matará a los dos.
—Por favor, se está volviendo loco.

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El chico se quedó pensativo en la puerta. Después hizo un gesto a la joven
y se dirigieron hasta la entrada, Paco abrió la puerta y Ana subió despacio las
escaleras, antes de llegar al rellano se despidió con la mano. Aún se
encontraba algo aturdida, pero tenía que alejarse de Joshua lo más posible, el
único que podía protegerla era su tío Cosme, nadie se atrevía a meterse con él.
Además de ser el pastor más respetado de Pan Bendito, era el hombre más
fuerte y valiente que conocía. Le recordaba tanto a su padre, que el mero
hecho de pensar en él hizo que se le saltaran las lágrimas.

Cosme estaba preocupado por lo que estaba pasando en el barrio, se dirigió a


la comisaría para ver si veía a Adela, pero le dijeron que había salido por un
caso importante. Sabía qué era realmente lo que pensaban aquellos maderos:
que muriera por sobredosis de vez en cuando un gitano, un latino o un payo
pobre no les preocupaba en absoluto. Menos basura que sacar de las calles.
Se dirigió a la casa del Almendras, uno de los patriarcas más respetados
del barrio, nada se movía en las calles sin que él lo supiera. Muchos creían
que no había más muertes en el barrio porque el patriarca era implacable con
todo aquel que osara traer más violencia a las calles.
En la puerta de la casa baja había dos gitanos fuertes como torres, al ver
llegar al pastor le impidieron el paso.
—Quiero ver al patriarca.
—Lo que no creemos es que él te quiera ver a ti.
—Decidle que es algo muy importante, de vida o muerte.
Los dos matones se miraron el uno al otro y al final el más listo entró en la
casa. No tardó mucho en aparecer de nuevo.
—Te espera arriba, pero no la líes. El patriarca no tiene mucha paciencia.
Los dos hombres se conocían desde hacía más de cincuenta años, cuando
Cosme era apenas un niño y el patriarca un adolescente que no salía de un lío
para meterse en otro. Entró en un salón con las persianas bajadas y se
encontró al patriarca sentado en una butaca de piel, estaba más gordo y viejo
que la última vez que lo vio.
—¿A qué has venido, Cosme? Ya sabes que tú y tu Dios no tenéis que
meteros en mis asuntos.
—Respondo por mí, mi Dios hace lo que quiere.
—Desde que los gitanos dejamos nuestras creencias ancestrales las cosas
han ido de mal en peor. Vuestra iglesia nos disuelve como un azucarillo, pero

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en el fondo esos payos nos siguen viendo como gitanos. Aunque la mona se
vista de seda…
—No he venido aquí para hablar de eso. Hace unas horas estuve en un
entierro, el del hijo de la Ramona.
—Ya lo sé, nada escapa de mis ojos en Pan Bendito.
Cosme se sentó en la silla, aunque muy pocos se atrevían a hacerlo
delante del patriarca a no ser que este se lo permitiese.
—Pues entonces estarás al tanto de la droga que está matando a muchos
de los nuestros.
—Sí, el caballo ese.
—Necesitamos dar con los tipos que la venden. Y sacarlos de las calles.
—Para eso está la policía. ¿Acaso los gitanos no pagamos impuestos? Las
tasas de los mercadillos y el IVA, para empezar, como todo hijo de vecino.
El pastor miró con impaciencia al patriarca, era un hombre mayor de ideas
fijas.
—¿Sabes quién está trayendo esa mierda al barrio?
—Esa mierda la traen unos payos y la distribuyen unos gitanos en el Alto
de San Isidro, aquí dentro no se atreven.
—Pues hay que sacarles información y averiguar quién distribuye esa
mierda.
—No tengo tiempo para eso, lo que se hace fuera de Pan Bendito no es
asunto mío. Esa zona le corresponde a otro patriarca, no puedo meterme allí.
—No importan las fronteras invisibles de los clanes, si no hacemos algo
seguirá muriendo gente.
El patriarca se encogió de hombros. Cosme se dio cuenta de que la única
que podía echarle una mano era su sobrina Adela, aunque llevaba semanas sin
verla.
Salió del edificio y la llamó, esperaba que hubiera regresado a la
comisaría, pero no cogió el teléfono. Después se dirigió a la iglesia, en menos
de una hora comenzaba el culto y siempre había alguien que quería contarle
sus problemas antes de la reunión, aunque no tenía cabeza para nada, su
misión era consolar y cuidar de las almas de sus hermanos. A veces era mejor
dejar que Dios actuara, aunque le costara mucho esperar que la divina
providencia hiciera las cosas.

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5. El gurú
Adela había escuchado noticias sobre el gurú de las criptomonedas, pero
jamás había sido un tema que le interesara en demasía. Un viejo profesor de la
academia de policía llamado Miguel Olaiz, experto en delitos monetarios, les
había dado una clase magistral años atrás, por eso decidió llamarlo. Se había
jubilado con cincuenta y cinco años después de treinta y cinco de servicio.
Ahora vivía en un pueblo de la sierra llamado La Hiruela, que tenía unos
sesenta y cinco habitantes registrados durante todo el año. Miguel llevaba
cuatro años jubilado y viudo, sus hijos vivían fuera de España y dedicaba la
mayor parte de su tiempo a descubrir e investigar timos económicos y
fraudes.
En cuanto Adela le llamó, el hombre le contestó que estaría encantado de
ayudarla si pasaba por su pueblo. No acostumbraba mucho a ir a Madrid, el
bullicio de la ciudad le estresaba a pesar de haberse criado en el centro de la
ciudad.
Adela tomó el coche y se dirigió a la sierra, mientras conducía se dio
cuenta de que tenía varias llamadas perdidas de su tío Cosme. Aquello no era
buena señal, ya que él siempre la llamaba para que arreglara algún asunto en
el barrio. No se daba cuenta de que cada vez que investigaba algo fuera del
ámbito de su brigada se arriesgaba a ser suspendida de su puesto y perder su
sueldo. Para la inspectora el trabajo lo era todo, su vida sentimental era un
desastre. Únicamente había tenido dos relaciones en toda su vida. La primera
fue un amor platónico con un chico de la iglesia y la segunda con un
compañero de la academia. No quería relaciones con gitanos, al menos con
los que no pensaran como ella. Estaba harta de que los hombres dijeran a las
mujeres lo que tenían que hacer con su vida o con su cuerpo.
Tardó casi una hora y media en llegar a las afueras del pueblo. Aquel
lugar apartado era precioso, se parecía más al norte de España que a un
pueblo de la sierra de Madrid. Aparcó en las inmediaciones y caminó unos
quinientos metros hasta llegar a una hermosa casa de piedra, con tejado de
pizarra y unas ventanas de madera muy cucas. Un lugar ideal para retirarse.
Escuchó algunos pestillos cerrarse a su paso y cuando se paró delante de la
casa creyó ver a un hombre que paseaba a un perro y se la quedó mirando.
La puerta se abrió y vio a Miguel, estaba exactamente igual que cuando lo
conoció, aunque con la barba más cana y un poco más delgado. Le sonrió con

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su expresión fría y la invitó a entrar.
—Esta es mi cueva.
—¿No está muy lejos de todo?
—Lejos de lo que no me gusta, pero cerca de lo que necesito: mis libros,
el campo, la naturaleza y una buena fibra para acceder a internet.
El pasillo algo oscuro llevaba a una gran sala que hacía de biblioteca y
salón, aunque también había libros por el pasillo, en una sala auxiliar y en su
habitación de la primera planta.
—¿Cuántos libros tiene?
—¿Cuántas estrellas hay en el universo? Ni idea.
Llegaron hasta una amplia mesa de madera maciza, una verdadera joya
labrada, encima había informes, los últimos libros que había leído y recortes
de periódicos.
—¿Sigue leyendo en papel? —preguntó la joven extrañada.
Miguel afirmó con la cabeza.
—El día que pete internet toda la información se va a ir a la mierda, al
menos yo tendré algo con lo que entremeterme.
—Si peta la red todos nos vamos a la mierda —contestó Adela.
—Bueno, algunos antes que otros. Tengo reservas para un año, gasoil para
la caldera y la luz con placas solares, y un cuatro por cuatro. Además de un
rifle de caza.
Adela recordaba perfectamente la paranoia de su viejo profesor con los
temas de colapso mundial y conspiraciones.
—Lo cierto es que en los últimos años parecía que el mundo se iba a la
mierda de verdad. La crisis económica, después el coronavirus y ahora la
hiperinflación.
—Y lo mejor está por llegar. Me comentaste en el correo que estabas
investigando algo sobre Ismael Corpas, el gurú de las criptomonedas.
—Sí, lo han encontrado muerto esta mañana en la casa de la ministra.
—Joder, bueno, se veía venir. Ese capullo ha estafado a medio país.
Estaba imputado y había salido bajo fianza por estafa. La audiencia ha
calculado que se quedó con unos 818 millones de euros.
—No está mal —contestó Adela.
—El timo de la criptomoneda da para mucho. Es una estafa piramidal, que
recluta tontos. Es verdad que puedes hacerte rico, pero si te pones en el
vértice de arriba de la pirámide. Ya lo decía Nicholas Weaver, uno de los
mejores científicos de la Universidad de Berkeley, las criptomonedas van bien

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hasta que se crea una regulación, ya que se pagan las ganancias con las
aportaciones de los nuevos inversores. Un clásico de las estafas piramidales.
—Pues hay millones enganchados.
—¿Para qué sirven las criptomonedas? El dinero virtual ya existe, de
hecho, nuestro dinero es virtual no tiene patrón oro ni nada que lo haga fiable,
únicamente los bancos centrales de los países, que emiten deuda y después
crean dinero de la nada y lo reparten. Para lo único que está sirviendo es para
pagos y transacciones entre mafiosos que no quieren que sus operaciones se
conozcan.
—Pero en El Salvador se ha adoptado la moneda virtual.
—Ese estafador autoritario está loco, Nayib Bukele quiere controlar a sus
ciudadanos económicamente y por eso no les permite el dinero en efectivo.
—¿Por qué Ismael Corpas se hizo tan rico y famoso?
Miguel se echó hacia atrás en la silla y cerró los ojos como si estuviera
ordenando sus pensamientos, aunque no le hacía falta, su mente era como una
gran enciclopedia, podía recordar miles de datos.
—Creó una academia, además de estafar a la gente de forma piramidal,
les cobraba un dineral por darles cursos de criptomonedas. Se llamaba Master
Academy Cripto Spain. A esta gente les encanta los nombres rimbombantes,
son unos horteras. Hace poco hubo una convención en Alcalá de Henares a la
que asistieron unos 10.000 jóvenes, la mayoría de sus adeptos son menores de
edad y no llegan a los veinte. Muchos de ellos sin estudios. Cualquiera de
ellos o algún padre puede haberlo matado.
Cuando Adela le explicó la forma en la que había sido asesinado Miguel
la miró sorprendido.
—Eso no lo ha hecho uno de estos majaderos, ese asesinato es demasiado
sofisticado. Habría que buscar un perfil más cultivado, un psicópata a lo
Hannibal Lecter. Por lo que ha hecho tiene algunos conocimientos en ciencia,
es frío y calculador, además de extremadamente inteligente.
—Le mandó a Ismael un poema unas semanas antes —dijo Adela a su
viejo profesor.
—¿Un poema? Además es culto, el jodido. ¿De quién era?
La mujer le leyó el poema y él enseguida lo identificó.
—Uno de los últimos poemas de Pessoa. Era un tipo muy esotérico, como
nuestro Valle-Inclán. Ese poema en concreto muestra sus ideas teosóficas y
herméticas. Creía en un solo espiritual o Logos, que era la verdadera
divinidad. Su Logos es más brillante que el Sol y todos los dioses a su lado
son sombras. Seguía las doctrinas de madame Blavatsky, una rusa que creó

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una filosofía religiosa y la plasmó en su libro La doctrina secreta. Ese asesino
no ha matado al gurú porque le estafara. Lo ha hecho por una ideología lo que
significa…
—Que volverá a matar —dijo Adela terminando la frase.
El viejo profesor afirmó con la cabeza, sabía que ese tipo de asesinos
nunca paraban hasta haber completado su misión. Si no lo atrapaban, en unos
días aparecería un nuevo cadáver. Miguel sabía lo escurridizo que podían
llegar a ser ese tipo de individuos, ya que no solían tener vínculos directos
con sus víctimas ni nada que supuestamente los relacionase con ellas.

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6. El barrio
Adela sentía un escalofrío cada vez que regresaba a su barrio. Tenía muy
buenos recuerdos, pero parecían pesar siempre más los malos; el que te
miraran con desconfianza los guardias jurados del Hipercor de Vistalegre por
ser gitana; la droga que circulaba de mano en mano delante de sus narices; el
instituto en el que por ser gitana ningún chico payo se atrevía a acercarse a ti;
la sensación de que siempre vivías aparte del resto de la sociedad. Pan
Bendito era mucho más que una frontera física, era una frontera emocional.
No comprendía el inmenso distrito de Carabanchel, tampoco Abrantes o
Puerta Bonita, era únicamente la colonia Pan Bendito, en la frontera invisible
entre la calle Carcastillo y el sur de la avenida de los Poblados, al este de Vía
Lusitana y la calle Belzunegui, cuyo corazón siempre había sido la calle
Bellosa.
En los años cincuenta todo era campo que comenzaba a llenarse de
chabolas con los emigrantes que llegaban especialmente del sur, ya fuera de
Extremadura, Andalucía o Castilla la Nueva, hasta que al final el gobierno
franquista construyó varias barriadas de pisos pequeños, dotados de muy
pocos servicios pero que dignificaban mínimamente a la gente que los
habitaba. Esto mismo había sucedido en muchos lugares, pero únicamente en
unos pocos los realojos se convirtieron en zonas marginales: la UVA de
Hortaleza, algunas zonas del Gran San Blas o de Vallecas Pueblo.
Las colonias en Pan Bendito se construyeron en los años sesenta y setenta
para la clase obrera de manera provisional; la mayoría de estos edificios se
tiraron en la década de los años ochenta para construir otros más modernos.
Aquellos edificios de seis y ocho plantas contrastaban con los más altos de
hasta catorce, donde se agrupaba a todo tipo de familias, mezclando unas
extremadamente marginales con otras de clase obrera. Se creó uno de los
mayores guetos de la ciudad en muy pocos años.
Para los vecinos, los únicos remansos de paz que tenían eran la iglesia de
San Benito, el parque de Pan Bendito y la zona deportiva de Los Poblados, el
resto era selva urbana en el peor sentido de la palabra, pero para Adela era
sencillamente su barrio.
La inspectora aparcó su Toyota C-HR justo al lado de la iglesia de su tío y
entró en el local. Era algo tarde, pero sabía que algunas veces Cosme se
quedaba después del culto.

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—¿Dónde está mi tío? —preguntó a una mujer que limpiaba el local.
—En el despacho —dijo la Sole, una de las más ancianas del lugar.
Adela entró sin llamar, había estado todo el viaje de regreso dándole
vueltas a lo que le había contado Miguel, aunque sabía que todo aquello eran
especulaciones, tal vez el asesino estuviera embarullándolo todo para que les
costase mucho más encontrarle.
—¡A buenas horas mangas verdes! —exclamó su tío al verla, Adela se
acercó y le dio dos besos.
—¿Qué ha sucedido? ¿Está bien mi madre y mi hermana? Tengo un
montón de mensajes tuyos, pero en ninguno me dices a qué viene tanta prisa.
Cosme giró su viejo portátil y mostró varios titulares anunciando el
regreso de la heroína a España.
—Ah, eso. Ya lo había leído, aunque creo que exageran un poco.
—Ya sabes el daño que hizo aquí en los ochenta y noventa; hay varios
clanes gallegos y gitanos —añadió Cosme.
—Estudié en la carrera el caso de El Limonero, ese tipo lleva metiendo
mierda en España desde hace más de cuarenta años, ahora tiene setenta años,
pero no se jubila el muy cabrón. Tenía un puesto en varios mercadillos de
fruta, pero, entre col y col, lechuga.
Cosme se quedó mirando a su sobrina, a veces se preguntaba cómo se
había convertido en una mujer tan segura de sí misma y tan capaz, aún
recordaba a la niña tímida y temerosa que se escondía detrás de las faldas de
su madre.
—Le detuvieron hace unos meses, esperaba una partida de unos 50 kilos
de heroína. Toda esa mierda viene de Afganistán, y desde que han regresado
los talibanes, la producción ha vuelto a multiplicarse, es la única forma que
tiene de financiarse.
Los españoles la compran en Turquía y después la traen por mar. Otros la
sacan de los laboratorios de Holanda, donde los holandeses la tratan.
—Pues ha llegado una partida defectuosa, porque en el barrio los yonquis
están cayendo como chinches —dijo su tío.
—Algo había oído.
—Ya sé que a tus amigos de la policía no les importa que mueran unos
pocos drogadictos, pero para mí son los hijos de amigas o hermanas de la
iglesia, buenos chicos que se equivocaron y se han quedado atrapados en la
nebulosa que produce la heroína. Tienes que ayudarme a parar esto.
Adela le miró con los ojos desorbitados y después se cruzó de brazos.
—Ni de coña.

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—Esa boquita sobrina.
—Ya me arriesgué mucho la otra vez con lo del secuestro mi brigada no
trata ese tipo de delitos y yo no puedo investigar esas cosas por mi cuenta.
—¿Y no conoces a nadie de la Brigada Central de Estupefacientes?
Adela se quedó pensativa. Claro que conocía a alguien, el hombre que le
había gustado en la academia. Elías Vidal era el chico del que se había
enamorado en la academia. Parecían la noche y el día, era pelirrojo, sevillano,
con cara de niño bueno, aunque un poco fogoso. Nunca se cansaba del sexo y
ella que lo había descubierto ya mayor y en la academia se entregó a tope las
primeras veces. Guardaba su número en alguna parte.
Justo en ese momento sonó el teléfono, era su madre Celi, contestó y lo
primero que percibió fue el tono angustiado de su progenitora.
—Adela, acaba de llegar tu hermana a casa con moratones por todo el
cuerpo. Ha dejado al Joshua, pero este no tardará en venir a buscarla aquí.
Tienes que llevártela a otra parte, al menos durante un tiempo.
—No abráis a nadie, voy para allá.
Cosme la miró preocupado.
—¿Qué ha sucedido?
—Ana, que ha dejado a Joshua y este le ha dado una soberana paliza. Está
en casa de mamá, pero tengo que sacarla del barrio.
—Te acompaño.
Se dirigieron a pie, su madre vivía a poco más de cinco minutos. Entraron
en el portal que llevaba meses con la cerradura rota y subieron al piso sin
llamar al ascensor.
Celi les abrió después de comprobar por la mirilla que no era Joshua o
alguno de sus hombres. En cuanto vio a Adela la abrazó.
—Cuánto he orado para que tu hermana abriera los ojos, pero tienes que
sacarla cuanto antes de Pan Bendito.

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7. Gobierno
La reunión era secreta, el gobierno se había reunido en pleno. Que apareciera
un muerto en la casa de una ministra no era algo que sucediera todos los días,
quedaba poco para las elecciones y parecía que todo se ponía en contra del
ejecutivo. Algunos medios ya rumoreaban que el presidente era gafe y que
cada vez que intentaba arreglar algo terminaba empeorándolo.
—¿Cómo ha sucedido algo así? —preguntó el presidente—. ¿No había
seguridad en la casa?
Todas las miradas se dirigieron a la ministra, llevaba un día de perros, por
decirlo con suavidad.
—No sé qué ha pasado. Ya hay rumores en los medios, pero al menos aún
no ha trascendido lo del asesinato. La policía me mandó a dos inspectores de
la brigada central. El tipo era muy desagradable, pero la inspectora gitana me
trató muy bien. Van a intentar dar con el asesino lo antes posible.
—Es mejor que dimitas —dijo el vicepresidente que había dejado a la
ministra unos meses antes. Durante años había sido el azote de la derecha del
país, pero parecía agotado de interpretar su papel de chico malo de la política.
—¿Acaso dimitiste tú cuando tocaba? —contestó la ministra, sacando
toda su rabia—. Eres un macho alfa de la peor especie.
El presidente dio un golpe sobre la mesa, estaba harto de estas escenas en
las reuniones ministeriales. Siempre había pensado que no era buena idea
meter la polla donde se metía la cuchara. Había aceptado a sus socios de
gobierno a regañadientes, como cuando de niño debía tomarse su medicina y
aguantar la arcada para que su padre no le sacudiese.
—Vamos a esperar cuarenta y ocho horas, si esto no se soluciona dimitís
los dos —dijo el presidente.
—De eso ni hablar —contestó Ramón Sánchez, que aunque estaba
deseando dejar la política no se iba a dejar mangonear por un guaperas como
el presidente, cuya única ideología era mantenerse en el poder a toda costa.
—¿Cómo que no?
—Dejamos caer el gobierno y ya verás cuando suban al poder los que
hacen vídeos montando a caballo como Curro Jiménez.
El vicepresidente sabía que aquellas amenazas siempre surtían efecto, los
rojitos de moqueta y poltrona oficial eran muy sensibles a perder su cuota de
poder.

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—Si esto nos estalla en la cara tendréis que dimitir —insistió el
presidente.
—¿Por qué no metes a tus perros del CNI en esto? Los catalanes están
hartos de que los vigiles, pero podrían resolver este caso en un santiamén y
cargarse a ese asesino —dijo la ministra.
El presidente frunció el ceño y dio por terminada la reunión. Todos se
marcharon casi sin saludar, era muy tarde y al día siguiente les esperaba un
largo y duro día de trabajo.
La ministra se paró enfrente de su ex, que intentó ignorarla.
—Todo esto es culpa tuya.
—¿Mía? Te has vuelto loca. Ya no aguantaba más en esa casa, eres una
enferma, celosa, controladora y retorcida.
—Razones tenía —contestó la ministra.
—Pero ¿acaso no siempre defendías lo de romper con los
convencionalismos? Eres una puta matrona de los cojones.
—Y tú eres un macho alfa egoísta. Tienes cuarenta años y estás con una
jovencita de…
—Tiene veintinueve años y yo cuarenta y tres, tampoco es para tanto. Al
menos no es un gurú de mierda capitalista, estafador y…
—Mucho mejor que tú en la cama, eso te lo aseguro.
El vicepresidente se marchó de la sala y dejó a solas a la ministra, que se
inclinó sobre la mesa y comenzó a llorar.

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8. 48 horas
Cosme acompañó a su sobrina a la casa de Adela. Ana estaba destrozada por
lo que, después de una ducha, se marchó a dormir. La inspectora preparó una
infusión para ella y un café para su tío.
—Ha sido un día muy largo.
—Ya lo creo —contestó Cosme.
—Será mejor que te vayas a descasar. Seguro que en unas horas alguien te
llamará para hablar contigo.
Su tío se tomó el café y se puso en pie.
—¿Me ayudarás con lo de la heroína?
La joven inspectora frunció el ceño, pero al final afirmó con la cabeza.
—Está bien, hablaré con mi amigo y ya te diré qué podemos hacer,
aunque no te prometo nada. Estoy metida en un nuevo caso muy complicado.
—¿El de la ministra? —preguntó el pastor.
—¿Cómo sabes eso? Supuestamente aún no ha trascendido nada a la
prensa.
—Puede que a la prensa no, pero es lo que comenta la gente por las redes
sociales. Al parecer ha desaparecido el tipo ese, Ismael Corpas. No me da
pena, la verdad, ese tipo y lo de los casinos son dos nuevas pestes de la
juventud.
—Bueno, no puedo hablar del caso.
—No me da mucha pena la ministra, es una intolerante y doctrinaria,
como casi todos los miembros del gobierno. Esa gente intenta cambiar la
forma de pensar de todo el país.
Adela miró sorprendida a su tío.
—¿Acaso no es eso lo que hace la Iglesia? Bueno lo que lleva haciendo
durante más de dos mil años.
—Nosotros no obligamos a nadie.
—¿Ah, no? Pues, mira por dónde creasteis la inquisición, la caza de
brujas, la censura y otras formas de controlar a la población.
—Nosotros no hemos hecho eso jamás. Esos son los católicos romanos.
Adela no quería discutir con su tío, prefería descansar las pocas horas que
aún quedaban antes de que amaneciera.
—Está bien, ya sé que no sois una religión y todo eso, pero tengo que
echarme un rato.

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Cosme dio un beso a su sobrina y salió del apartamento. Era consciente de
que Adela tenía en parte razón. Muchos en nombre de Dios y de la Iglesia
habían intentado imponer sus ideas, de hecho lo seguían haciendo en muchos
países, pero él no creía en eso. El Dios que predicaba era justo, pero también
todo amor y misericordia, un Dios que le había rescatado de su manera de
vivir, pero que no le obligaba a nada.

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9. El rey Midas
Alfred Midas, así era como le gustaba que le llamaran sus seguidores en las
redes sociales. Poseía más de mil casinos y centros de apuestas en todo el
país. La explosión de estos locales en los barrios había sido una epidemia que
dejaba a miles de familias destrozadas, pero para él era un verdadero chollo.
Con apenas cuarenta y cinco años poseía una fortuna de quinientos millones
de euros que no dejaba de crecer. Vivía oficialmente en Andorra, aunque
pasaba la mayor parte del tiempo entre Madrid y Marbella, siempre rodeado
de chicas jóvenes, cocaína y fiestas salvajes.
Aquel día se encontraba en el ático de un edificio recién rehabilitado que
había sido sede de un famoso banco. Se asomó hacia la Puerta del Sol, se
sentía el jodido rey del mundo.
Escuchó la alarma del móvil, era el momento de ponerse su dosis de
insulina. Alfred se acercó al aparato y miró un segundo la aplicación con la
que diariamente se ponía su dosis.
—¿Qué haces Alfred? —preguntó la chica mulata con la que pasaba el
tiempo. Las mujeres no solían durarle más de un par de meses. Jana era una
chica de dieciocho años recién cumplidos, pero de formas contundentes.
Siempre con una sonrisa en los labios, aunque la estuviera empotrando contra
el piano de cola que tenía en el salón.
—Me toca la insulina.
—Ahora no, quiero mimos —dijo la joven en braguitas mientras se
acercaba al cuarentón. Le agarró el miembro y este dejó el móvil a un lado.
—Uno rapidito, sin la insulina me mareo.
Después de quince minutos de sexo salvaje con vistas a Madrid, Alfred se
acercó de nuevo al teléfono, estaba a punto de ponerse la insulina cuando vio
una llamada de un número desconocido, se lo pensó antes de contestar, muy
poca gente tenía su teléfono.
—Hola, ¿quién diablos eres?
—Soy tu conciencia jodido mamón.
Escuchó una voz distorsionada al otro lado del aparato.
—Joder, pareces recién salido de una peli de esas de serie B.
Después pulsó la aplicación y dejó que le pusiera su dosis de insulina.
—Estás matando a miles de jóvenes con la mierda de tus casinos de
barrio, pero hoy te toca pagar.

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—Me suda la polla. Cada uno se gana la vida como quiere, si esos
gilipollas creen que van a ganar un duro con mis apuestas, ¿qué culpa tengo
yo? Simplemente cubro una demanda, la de capullos fracasados que necesitan
un poco de dopamina en sus venas podridas. Soy en el fondo como un
sacerdote, que reparte felicidad por el mundo.
—Dentro de poco sentirás sudoración, después taquicardias, ansiedad y
hambre. En un rato tu corazón no lo podrá soportar y te dará un infarto.
—¿Te has vuelto loco?
—No, simplemente he manipulado la aplicación que controla la dosis de
tu insulina, la he multiplicado por cinco, aunque un médico llegara en cinco
minutos, tu cuerpo colapsará mucho antes.
Alfred intentó cortar la llamada pero el teléfono no respondía.
—¡Jana ven aquí! —gritó desesperado, pero su amante se encontraba en la
ducha.
Intentó correr hacia la puerta, pero sabía que era inútil, se asomó por la
barandilla y pidió ayuda a la gente de la calle pero por el bullicio nadie podía
escucharlo. Antes de que pudiera darse cuenta su corazón se paró, su cuerpo
se sacudió varias veces y después se desplomó sobre el suelo de mármol,
mientras sus esfínteres se desataban. En medio de un charco de orines y heces
el rey de los casinos y las casas de apuestas moría de manera fulminante.

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10. Joshua
Joshua era el resultado de varias cosas: unos padres ausentes, un barrio
complicado y la venta de droga como la única oportunidad de hacer dinero
rápido. Aunque decir que el joven traficante era la suma de sus circunstancias
era simplificar demasiado las cosas. Israel, su hermano gemelo, llevaba dos
años estudiando en Oslo con una beca de la Unión Europea. ¿Por qué Joshua
era un tipo marginal y peligroso mientras su hermano se había convertido en
uno de los cerebros mejor valorados de la nueva generación? Ortega y Gasset
dijo que el hombre es él y sus circunstancias. Somos lo que nos propongamos
ser, Joshua tenía en Pablo Escobar su modelo: vivir a tope y dejar un cadáver
hermoso.
Amaba a Ana desde que eran niños, pero lo hacía de la forma que los
matones aman las cosas, pensando que la posesión es lo mismo que el amor y
el deseo igual que el sexo. Ahora que ella se había marchado le dolía en el
orgullo, un lugar justo debajo del corazón.
No tenía la menor duda de dónde se había metido esa guarra
desagradecida, se dijo mientras miraba el móvil de su novia para saber dónde
vivía la perra de Adela. El problema era ella, desde que había regresado al
barrio Ana había cambiado. Ya no quería ser la chica del tipo más malote de
Pan Bendito, vistiendo trajes provocativos y luciendo sus tatuajes. Se había
dado cuenta de que podía vivir de otra manera y eso era más peligroso que el
jaco más puro del mercado.
Joshua arrojó el móvil contra la pared y salió de la habitación.
—¡Mark, ven aquí hostias!
El joven matón corrió hasta la habitación, sabía que su patrón tenía poca
paciencia y que andaba con los cascos calientes por lo de la Ana.
—Quiero que encuentres a Ana antes de cuarenta y ocho horas. ¿Has
entendido?
El matón afirmó con la cabeza, llevaba el pelo rapado y una especie de
rayo en la sien derecha.
—Después me la traes que la voy a forrar a hostias.
En cuanto el matón se marchó, Joshua cerró la puerta del cuarto, miró la
televisión gigante en la que se movían las figuras del videojuego y tuvo ganas
de llorar, como un pequeño mocoso al que le hubieran quitado su juguete.

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—¿Cuarenta y ocho horas? Eso es imposible —dijo Cañete a Peral, mientras
Adela miraba por la ventana como ida.
—¿Le gusta el paisaje, señorita?
—Estoy pensando comisario, ya sé que no está acostumbrado a que sus
hombres piensen, pero creo que es la única forma de atrapar a ese asesino.
—Eres muy graciosa. El ministro del Interior nos ha dado cuarenta y ocho
horas, la gente del gobierno se está poniendo nerviosa y ya están hablando del
caso en los medios.
—Ya lo sabe todo dios —dijo Adela—. Hasta mi tío Cosme se ha
enterado por las redes sociales y él es de los de Facebook.
—Además, tenemos la sospecha de que puede que el asesino haya actuado
de nuevo.
Los dos inspectores miraron sorprendidos al comisario.
—Han encontrado el cadáver de Alfred Midas, ya saben, el rey de los
casinos y las salas de apuestas.
—¿Cómo ha muerto? —preguntó Cañete.
—Sobredosis de insulina.
—La gente ya no sabe qué meterse para el cuerpo —comentó jocosamente
el inspector.
—No se haga el gracioso, era diabético.
—Eso no es un crimen, simplemente se le fue la mano con la dosis —dijo
Adela mientras se dirigía hacia los dos hombres, como si aquel dato le
hubiera devuelto el interés en la conversación.
—Se la ponía con una aplicación, alguien la manipuló, y recibió una
llamada de un teléfono desconocido unos minutos antes.
—Joder, ya uno no puede fiarse ni de su padre. Manda cojones —comentó
Cañete.
—Al parecer si alguien manipula la aplicación de tu móvil puede matarte
hoy en día.
—¿Por qué piensa que ambos casos están relacionados? —preguntó
Cañete.
Adela puso los ojos en blanco.
—Es obvio, uno de los hombres era el gurú de las criptomonedas y el otro
el rey de las salas de apuestas. Estamos ante un justiciero que piensa que está
barriendo las calles de hijos de puta —le explicó Adela.
—Y no le falta razón —dijo su compañero.
El comisario Peral dejó un informe sobre la mesa.

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—Si supiésemos dónde puede volver a atacar.
—Bueno, la muerte de Alfred Midas nos ha aclarado muchas cosas. Lo de
la ministra fue colateral, no iban a por ella ni a por nadie del gobierno. Quería
cazar a dos estafadores. ¿Cuál sería su próxima víctima?
Los dos hombres se encogieron de hombros.
—Un banquero —dijo Cañete.
—Casi, el mayor dueño de los casinos online. Si vigilamos a todos los
grandes empresarios del sector y esperamos pacientemente, el asesino actuará
contra uno de ellos.
Los dos policías se miraron asombrados. Adela era más lista que el
demonio, un pelín arrogante, pero muy lista.

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11. La hija
Lana apenas tenía dieciséis años, aunque parecía mucho mayor. Se vestía con
trajes ajustados e iba más pintada que una puerta. Su padre la miró de reojo
cuando intentó salir por la puerta.
—¿Dónde crees que vas así?
—A donde me salga del coño.
El hombre se puso en pie y cerró la puerta de un portazo.
—No vas a ningún sitio.
—Son las fiestas del pueblo, he terminado los exámenes, hace un calor
que tira para atrás y es viernes…
—Como si es domingo de Ramos. No me gusta la gente con la que te
mueves.
—Si no hubierais comprado mamá y tú este chalet de mierda en medio de
la nada, mis amigas serían más… normales. En este lodazal lo único que hay
son poligoneras y chonis.
—Tú no eres así.
Por primera vez la chica borró su sonrisa irónica de la cara. Echaba
mucho de menos a su madre, ya hacía más de un año que había muerto de un
cáncer galopante de pecho. Su hermano pequeño, Martín, lo único que quería
era jugar todo el día con el ordenador y ella salir, para poder beber y olvidar.
—No importa cómo sea. Esta vida es una mierda, por lo menos cuando
estoy fuera de esta casa de amargados me olvido de mis penas. No lo soporto
más. ¿¡Lo entiendes!?
El hombre se encogió de hombros, llevaba treinta años trabajando en
seguros, no había ascendido mucho, pero en los últimos años habían podido
darse unos pocos lujos como viajar, cenar en sitios decentes y un coche algo
más caro. Ahora su vida burguesa no tenía sentido. Su hijo de catorce era
adicto al ordenador y su hija una choni que se frotaba con el primer chulo que
se cruzaba en su camino.
La chica salió de la casa y el hombre después de secarse las lágrimas en el
baño se dirigió a la habitación de su hijo, le llamó pero este no respondió.
Se tumbó de nuevo en el sillón, estaba viendo su serie favorita cuando
empezaron a llegarle mensajes de alarma a su móvil. Alguien le había vaciado
la cuenta, los ahorros de toda una vida y lo que le quedaba para terminar el
mes.

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—¿¡Qué coño!?
El hombre llamó al banco y le informaron que había usado el dinero en
una serie de webs de juego online.
—¿Está de broma? No he jugado a nada en mi vida.
—Pues lleva haciéndolo desde hace dos meses. Lo siento, pero no
podemos cubrir sus vicios.
—Eso es imposible.
—Hemos comprobado la IP y es la de su casa. Si nos apareciera una en
China le devolveríamos el dinero, pero está gastando dinero a espuertas.
Además de lo que tenía en la cuenta ha acumulado una deuda en tarjetas y
créditos personales de ciento cuarenta mil euros.
El hombre colgó el teléfono y comenzó a gritar de desesperación.
Entonces una idea cruzó su mente de forma fugaz.
—¡No, joder! Fue hasta la puerta y llamó dando con el puño, nadie
respondió. La empujó con el hombro y entró. Su hijo estaba de pie en el
quicio de la ventana con medio cuerpo fuera.
—Lo siento papá.
—¿Qué vas a hacer? Bájate de ahí.
El chico le miró y puso un pie en el vacío.
El hombre corrió hasta él, pero era demasiado tarde, la altura no parecía
demasiado, unos seis metros, pero el suelo era de granito y cuando la cabeza
se estrelló contra el suelo se abrió como un melón.

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12. Testimonio
Todavía no sabían cómo el asesino había metido los malditos gusanos en la
piscina y ahora tenían que investigar cómo había logrado manipular una
aplicación para matar a otra víctima.
Estaban en la unidad de delitos informáticos, el inspector Calleja, un
hombre algo calvo que siempre llevaba una gorra puesta, con rostro de
querubín y una perilla con los primeros pelos canosos, los recibió en su
despacho.
—Gracias por recibirnos con tanta celeridad, inspector Calleja.
—Ya me he leído el informe de la forense, joder con los asesinos de
ahora, no se conforman con pegar dos tiros.
—Eso es cierto, Calleja —dijo Cañete.
—Hace unos cuatro años unos empleados de una compañía de seguridad
informática de los Estados Unidos se dieron cuenta de que era posible
hackear una bomba de insulina de las que usan los diabéticos, pero parece
que nadie los hizo caso.
—Hace poco intentaron matar con insulina a ese humorista catatán,
Mainat, creo que se llama —dijo Cañete.
—Sí, el sistema es parecido, pero en este caso fue la mujer que quería
quedarse con su dinero, pero por lo que me están contando el asesino lo ha
hecho a través de una aplicación. Es más difícil rastrear algo así que una web
o la internet más convencional. Hemos mirado el teléfono de la víctima, la
llamada es irrastreable como imaginábamos, pero la aplicación, es curioso, se
actualizó unas horas antes de forma automática y lo hizo por el wifi del
complejo residencial.
Adela hizo un gesto de sorpresa.
—¿Cómo?
—El asesino tenía que estar en el edificio ese día o el anterior. Si miran en
todas las cámaras de acceso y en la entrada darán con su asesino.

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13. La horca
Cosme esperó en el parque una hora, estaba fuera de los límites de su
jurisdicción. Sabía que en aquel parque vendían la heroína, una zona muy
tranquila por el día, próxima al cementerio de San Isidro. No tuvo que esperar
mucho para ver a dos chicos jóvenes que se sentaron en un banco y enseguida
los drogatas acudieron a ellos como las abejas a la miel.
Estuvo observando una hora hasta que se atrevió a acercarse. Sabía que su
sobrina le había desaconsejado meterse en esos líos, pero aún no había
llamado a su amigo de estupefacientes y la paciencia no era su mayor
cualidad.
En esta zona nadie le conocía y los delincuentes no habían asistido a la
escuela dominical de su iglesia.
—Hola chicos, ¿cómo os va?
Los dos camellos se pusieron en guardia, sus cuerpos mostraban una
agresividad que más que amedrentar al pastor le hicieron recuperar sus
niveles de testosterona.
—¿Quién os da la heroína? Únicamente quiero saber eso.
—¿Te has vuelto loco, viejo? ¡Lárgate de aquí o te molemos a palos!
Uno de ellos se puso de pie y le hizo un gesto amenazante mientras se
mordía el labio inferior, como un perrillo asustado.
—Viejo sí soy y siervo de Dios altísimo. No me hagáis pecar que os cruzo
la cara en un santiamén. ¿Quién os da la heroína?
El otro chico se puso en pie y comenzaron a rodearlo.
“Dos contra uno mierda para cada uno”, pensó mientras intentaba no dar
la espalda al chico.
El de delante lo atacó, tenía un puño americano que le pasó rozando la
mejilla, logró esquivarlo, pero el otro le hincó una navaja en la espalda, muy
cerca del riñón.
—¡Mierda! —exclamó al sentir el dolor como un latigazo.
Se giró y le dio un puñetazo en los morros al chico, que le hizo
derrumbarse. Después esquivó un nuevo golpe del otro y le soltó una patada
en los huevos. El joven se revolvió de dolor y el pastor aprovechó para
pegarle un rodillazo en la cara. Comenzó a sangrar como un cochino por la
nariz partida.

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—¡Queréis por las malas! —gritó mientras tomaba al chico por la
pechera.
—¿Quién os da esta mierda?
—Los de Cuatro Vientos —dijo el chico.
—¿Los de Cuatro Vientos?
—Sí, así los llaman, una banda de tíos cachas, payos de unos treinta, todos
con barbas espesas.
El dolor en la espalda aumentaba por momentos, notaba que la sangre le
corría por la camisa y el pantalón.
—¡Largaos de aquí y no volváis a vender esa mierda!
En cuanto los chicos se largaron a la fuga, el pastor se tocó la espalda y
sacó la mano empapada en sangre. Casi se desmaya al verla. Ya no estaba
acostumbrado a aquel color que tiñó las calles de Pan Bendito durante años.
Se sintió mareado, marcó el número de Adela, pero, apenas esta había cogido
el teléfono, sintió que las piernas le fallaban.
—¡Adela, estoy…!
Se desmayó en medio del parque, no había nadie cerca para socorrerlo y
la sangre ya teñía la arena blanquecina y atraía a las hormigas de alrededor.

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14. Intento de fuga
Ana se había desesperado hacía horas, le dolía todo el cuerpo y el teléfono
que le había dejado su hermana no paraba de sonar. Cosa que no se explicaba,
porque supuestamente no lo tenía nadie más que ella.
—¿Por qué no cogías el teléfono? Me tenías preocupada —dijo la voz de
su madre desde el otro lado.
—Estaba durmiendo hasta que ha comenzado a sonar.
—Lo siento, pero estaba preocupada, te he preparado varias comidas, tu
hermana está todo el día fuera y estarás muerta de hambre. Llego en una hora.
—No hace falta mamá, Adela tiene fruta, leche y galletas.
—Eso no es comida, te he hecho un puchero calentito.
—Estamos a cuarenta grados.
—¡Qué más dará eso!
Escuchó ruido en la puerta.
—Espera.
—¿Qué pasa? —preguntó la madre preocupada. Ana puso el manos libres,
dejó el teléfono en la mesita y se dirigió a la puerta. Observó por la mirilla y
vio a Mark.
—Joder, me han encontrado —dijo mientras se tapaba la boca. Cerró el
pestillo y se echó para atrás. ¿Cómo habían dado con ella tan pronto?
—¡Ana! ¿Te encuentras bien?
La voz de la madre se escuchaba en todo el salón, apagó el manos libres y
se quedó en silencio.
Los pies que estaban al lado de la puerta también se detuvieron. Estaba
aterrorizada, siempre se había considerado una chica valiente, pero lo que no
sabía era que lo que le hacía sentir así era Joshua, todo el mundo la respetaba
porque era su chica.
—Mamá —susurró—. Están en la puerta.
—Llama a la policía —le dijo la madre.
Ella sabía que no llegarían a tiempo. Se puso los zapatos y se dirigió a la
terraza, la altura era considerable, pero la terraza del vecino se encontraba al
lado y lo único que las separaba era una reja de un poco más de un metro. La
saltó justo cuando reventaban la puerta del apartamento. La terraza tenía una
rendija abierta y entró. Una mujer latina mayor que estaba haciendo bici
estática la miró con sorpresa.

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—¿Y tú quién eres? —le preguntó mientras se bajaba.
—Me persiguen.
La anciana le indicó la puerta y Ana corrió por el corto pasillo, salió al
descansillo y comenzó a correr escaleras abajo.
La calle estaba llena de gente y eso la tranquilizó un poco. Caminó por la
avenida sin rumbo, únicamente quería alejarse de la casa y de los matones de
su novio.
Cruzó una calle y en ese momento escuchó el frenazo, era una furgoneta
negra con puerta lateral. Alguien la abrió desde dentro, tiró de ella con fuerza
y antes de que nadie pudiera percatarse, volvió a cerrar. Ana estaba de nuevo
en las manos de Joshua.

La terapia no le había servido una mierda. Cuando el padre contó lo que le


había sucedido al chico sintió que estaba en el buen camino. Era su propia
experiencia, su pareja se había enganchado a los casinos online y a su
aplicación sobre criptomonedas, después de arruinar por completo a la
familia, se había tomado un bote completo de pastillas y no habían logrado
despertarla. Ahora se encontraba en coma en la planta de un hospital cerca de
la carretera de Colmenar. El hombre sentía tanta rabia y frustración que lo
único que le daba algo de sosiego era que esa gente avariciosa no volvería a
hacer daño a nadie más. Se dirigió hasta la zona de Arturo Soria, donde vivía
Jack Paradas, el dueño de la web online en la que jugaba su esposa y observó
un momento la fachada del edificio antes de entrar en él.

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2ª PARTE:

Azar

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15. Pecador
Cuando llegaron los servicios de emergencia Cosme ya había perdido mucha
sangre. Una mujer que paseaba con su perro había llamado al SAMUR que
había tardado poco más de diez minutos. En cuanto le subieron a la UVI
móvil le pusieron suero e intentaron reanimarlo, después se lo llevaron al
hospital 12 de Octubre y mientras comprobaban la gravedad de las heridas le
hicieron varias transfusiones de sangre.
Adela se enteró de que su tío estaba en el hospital y de la desaparición de
su hermana casi al mismo tiempo. Su madre había ido a llevarle algo de
comida cuando se encontró la puerta abierta, la casa revuelta y a la policía. La
vecina los había llamado. Cuando la inspectora gitana llegó a su casa sintió
una arcada, era el estrés que comenzaba a apoderarse de su cuerpo. Abrazó a
su madre que estaba hecha un mar de lágrimas.
—¿Por qué nos pasan estas cosas a nosotras?
La joven no quiso responder a su madre, pero que su hermana se hubiera
liado con un narco del barrio no era precisamente un billete seguro hacia la
tranquilidad.
—Encontraré a Ana, te lo prometo.
—Y lo de tu tío Cosme, Dios mío, que está en el hospital.
—¿Por qué no te vienes conmigo un rato? Aquí no puedes hacer nada.
—¿Y si regresa?
—No lo hará, mamá.
Adela se dirigió al oficial de policía que estaba registrando la casa.
—¿Qué ha sucedido, agente?
—¿Quién es usted?
—La dueña de la casa y la inspectora Palazuelo.
El hombre se cuadró y después le dio un breve reporte de lo sucedido.
—Pueden irse, ha sido todo un error.
—¿Un error, inspectora?
—Mi hermana es un poco especial, nadie la perseguía, es que no se ha
tomado su medicación. Debió de ser un brote psicótico.
El agente parecía un poco sorprendido, pero sin denuncia no podía hacer
nada, al menos hasta que apareciera la mujer.
—Muy bien, pues perdone la molestia.
—Nada.

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Los policías salieron de la casa y Celi se acercó a su hija.
—¿Por qué has mentido a la policía?
—Prefiero arreglar las cosas por mí misma. No quiero que le pase nada
malo a Ana, Joshua es un imbécil, pero no creo que quiera meterse en
demasiados líos.
Su madre no parecía muy convencida.
—Ese loco la ha secuestrado. Creo que no dejará que se vaya así como
así.
—Deja que haga las cosas a mi manera. Ahora vámonos para el hospital.

Cosme se encontró mejor cuando recuperó algo de fuerzas y el dolor de la


espalda remitió un poco. La doctora le había informado que, gracias a Dios, la
puñalada no había llegado a un riñón.
—Muchas gracias doctora. ¿Cuándo puedo irme?
—Deberá tener al menos dos o tres días de reposo.
—Eso es imposible, yo soy pastor.
—Alguien cuidará de las ovejas —contestó la doctora algo sorprendida.
—No me refiero a ese tipo de ovejas, llevo una iglesia.
—¿Es usted evangelista?
Cosme frunció el ceño.
—No, soy evangélico, pastor en la Iglesia Filadelfia.
—Si se marcha antes será bajo su responsabilidad, Dios hace milagros
pero se toma su tiempo —contestó la doctora—. Un policía está fuera, quiere
hacerle algunas preguntas.
Cosme se incorporó un poco y, al notar el dolor en la espalda, volvió a
tumbarse.
—Señor Cosme, soy el agente Marcos. Cuando llegó la ambulancia le
encontraron inconsciente. ¿Qué le sucedió?
El pastor se lo pensó bien antes de contestar. No le gustaba mentir.
—Me atacaron dos chicos cuando les recriminé que vendiesen droga en la
calle. La heroína que hay por el barrio está matando a mucha gente.
—Hombre de Dios, ¿cómo se mete en esos líos? Esa gente es muy
peligrosa.
—Porque nadie hace nada.
—Llevamos meses vigilándolos, pero las investigaciones se toman su
tiempo —contestó el policía.

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Adela entró en la habitación y el agente se dio la vuelta.
—Inspectora Palazuelo —se presentó Adela—, ya me ocupo yo.
—Pero…
—Ya me ocupo yo, agente. Muchas gracias.
El hombre guardó su libreta y se marchó.
Celi besó a su hermano, mientras Adela cerraba la puerta.
—¿Por qué has hecho eso? ¿No sabes que podían haberte matado?
Cosme miró a la inspectora, sabía que tenía razón.
—Nadie estaba haciendo nada y tenía que descubrir de dónde venía la
droga.
—Te prometí que le comentaría algo a mi contacto, pero ahora hay algo
más urgente —comentó Adela. Tenía un fuerte dolor de cabeza, además de
investigar dos crímenes, ahora tenía que encontrar a su hermana y detener la
venta de heroína en su barrio. A veces creía que Dios le hacía pagar por sus
muchos pecados.

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16. La casa
Ana se despertó en un sótano, en cuanto la introdujeron en la furgoneta le
dieron algo para que se durmiera y no gritase. No sabía cuántas horas habían
pasado, pero le dolía la cabeza, tenía hambre y ganas de orinar. Sabía que
estaba en un sótano por el fresco, el olor a humedad y la falta de luz. La única
luz que entraba en la habitación era por una miniventana de cristales gruesos
y opacos.
Se intentó poner en pie, estaba tumbada sobre una cama, con el cuerpo
escalofriado y mareada, tanto que se tambaleó y casi se cayó al suelo de
hormigón. Se sentó en la cama y esperó a que la mente se le despejase un
poco.
—Mierda, qué mareo —dijo en alto, aunque apenas debió de ser un
susurro. Le pitaban los oídos y las piernas apenas le respondían, pero quería
intentar salir de allí cuanto antes.
Se acercó hasta la pequeña ventana, pero estaba muy alta y no la
alcanzaba con la mano. Miró alrededor y vio una silla, se subió y logró
ponerse a la altura del ventanuco, era fijo e imposible de romper. Entonces
escuchó a alguien bajando por las escaleras y se volvió a la cama para hacerse
la dormida.
—Tenemos cámaras —dijo Joshua en cuanto entró en el cuarto.
Ana se incorporó y miró a su novio.
—¿Se te ha ido la cabeza? Esto es un secuestro.
—La culpa es tuya.
—¿Mía? No quiero seguir contigo. ¿Acaso es tan difícil de comprender?
—Haré que cambies de opinión.
—No voy a cambiar de opinión.
Joshua se acercó hasta la joven y le vio la cara. Estaba medio colgado, no
sabía qué había tomado, pero no estaba en sus cabales.
—Adela vendrá a por mí, no dejará de acosarte hasta que me encuentre.
No podrás vender droga en Pan Bendito. La has cagado, suéltame y
olvidaremos todo este mal rollo.
Joshua se frotó la frente, como si de aquella manera pretendiera aclarar
sus ideas.
—Te convenceré por las buenas o por las malas —dijo mientras se ponía
en pie—. Serás mía o no serás de nadie.

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Esas últimas palabras se le quedaron grabadas en el cerebro. Sabía de lo
que era capaz Joshua. En los últimos años el dinero y el poder lo habían
convertido en alguien mezquino y fuera de control. Confiaba en su hermana,
pero si no la liberaba cuanto antes, su ex podía cumplir sus amenazas.

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17. El apartamento
Cañete llamó por decimonovena vez a Adela, pero no contestó. Estaba hasta
los mismísimos cojones de su compañera. Siempre se esfumaba para
solucionar sus asuntos de barriobajera y le dejaba a él solo con todo el
marrón. Tenían que ver las cintas del edificio para intentar encontrar a un
sospechoso, pero al parecer la gitana no tenía tiempo para currar, era una
aprovechada.
El inspector entró en el edifico y después un conserje trajeado le llevó
hasta la sala de control. No llevaba una orden, pero el complejo de lujo se
había ofrecido a cooperar para no tener que soportar el escándalo mediático,
cuando se supiese que uno de sus inquilinos había muerto asesinado.
Muchos vecinos se oponían a que la zona del centro de la ciudad se
convirtiera en un lugar exclusivo para millonarios internacionales. Madrid
estaba perdiendo su esencia, dentro de poco no sería mucho más que un
cascarón vacío, un escaparate para los turistas. Algo parecido estaba
sucediendo en todas las capitales de Europa.
—Inspector Cañete, soy Eduardo de Miranda, el director del edificio.
Agradecemos mucho la discreción de la policía. Tenemos clientes muy
importantes.
En ese momento llegó Adela mientras se colgaba la identificación en el
cuello. Llevaba el pelo recogido y aspecto de estar a punto de explotar.
—Siento llegar tarde.
—Acabamos de empezar —comentó el director.
—Necesitamos las imágenes de las cuarenta y ocho horas anteriores y las
doce posteriores. Además de un listado de personas que se alojaron o
alquilaron algún apartamento en el último mes —comentó Adela.
—Ya tengo toda esa información, se la enviaré en un correo electrónico,
pero las imágenes tienen que verlas aquí. Hemos preparado un cuarto con dos
sillas cómodas.
—Es usted muy amable —dijo la inspectora.
Los llevó hasta una habitación pequeña y sin ventanas, en un escritorio
había una pantalla gigante de Mac.
—Tomen el tiempo que necesiten.
—Gracias de nuevo.
En cuanto los dos se quedaron a solas, Cañete comenzó a protestar.

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—¿Dónde coño estabas? He estado media hora esperando en la puerta.
Estoy hasta los cojones de que me mezcles los asuntos familiares y el trabajo.
Adela frunció el ceño.
—Tuve una urgencia, pero estoy aquí ahora, ¿no?
—Ya sé que has tenido una urgencia. Alguien entró en tu casa y unos
críos apuñalaron a tu tío. ¿Qué tipo de familia tienes?
—Eso no te importa, además, al menos yo tengo una familia.
Cañete puso un gesto de desprecio y pulsó el play. ¿Qué sabía ella de su
vida? Su mujer le había dejado, se había llevado a sus hijos y le había echado
de su casa. La vida era una puta mierda, no podías fiarte de nadie.
Pasaron tres horas hasta que encontraron la primera pista. Alguien con
gafas y una gorra apareció en el pasillo de la planta de arriba. A continuación,
entró en la habitación de al lado y por lo que veían no volvió a salir hasta
justo un minuto después de la muerte del multimillonario.
—Parece que hemos dado con un sospechoso.
—O sospechosa. Con esa ropa no se distingue bien, además imagino que
se registraría con nombre falso —dijo Adela. Mientras hacía una fotografía a
la pantalla.
—¿Sabes si ha aparecido otra poesía? —preguntó Cañete.
—Están analizando el móvil, pero apuesto a que sí. Eso nos confirmaría
que se trata del mismo asesino.

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18. Terapia
Compartir tu experiencia con los demás podría parecer la mejor forma de
superar un trauma, pero para él no fue así. A medida que veía lo que les
pasaba a otros, su sensación era que tenía que hacer algo definitivo, que
marcase la diferencia y terminara de una vez por todas con ese sufrimiento.
El hombre ya había planeado la forma de asesinar a Jack Paradas, el
fundador de la web online de la que fue su mujer adicta. Días antes se coló en
su terraza haciéndose pasar por inspector de gas que estaba haciendo unas
revisiones de las instalaciones. Una vez en la terraza dejó detrás de un arcón
un poco de carne podrida con larvas de mosca común.
Jack apenas salía de su dúplex en Arturo Soria, tampoco recibía visitas ni
iba a fiestas. Podía pasar días e incluso semanas sin que nadie lo echara de
menos.
El hombre vestido de fumigador pasó sin problema el control de la
entrada y cinco minutos más tarde estaba tocando la puerta de Jack.
—Joder, ya era hora de que viniera, la terraza está llena de moscas y
avispas de esas asiáticas o lo que sea.
—He venido en cuanto la empresa me ha enviado.
—¿Cuánto tardará en eliminar la plaga?
—Una hora, tal vez dos. No salga a la terraza hasta que yo se lo indique.
Puede ser peligroso.
Jack puso una de sus muecas de desprecio y se marchó al salón para
seguir jugando con su play.
El hombre comenzó a prepararlo todo. Sabía por la visita anterior que
tenía un gran cajón de madera, lo embadurnó bien de miel y grasa, después
dejó algunos pedazos de carne medio podrida, que desprendían un olor que
provocaba náuseas.
Llamó al dueño y le mostró la caja.
—Esos bichos venían por esto.
Jack miró la caja grande con la carne podrida y se tapó la nariz.
—¿Qué cochinada es esta? —preguntó mientras se tapaba la nariz. Dentro
de la caja había decenas de moscas.
Entonces el hombre que vestía un traje de protección le echó algo en la
cara que lo aturdió un poco, inmediatamente volvió a rociarlo con un aerosol
y lo dejó dormido.

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Lo metió con cuidado en la caja de madera. Le inyectó varios calmantes,
suficientes para que permaneciera más de cuarenta y ocho horas dormido,
después le ató las manos y los pies con bridas y le amordazó la boca.
—Vas a pagar por todo el daño que has hecho —le dijo mientras abría
unas bolsas con cientos de moscas y avispas, que volaron hacia la miel y la
grasa. Agarró un martillo para clavar la tapa que cerraba la caja de madera, la
puso en su sitio y se marchó tranquilamente.
Cuando se despertara su cuerpo ya estaría infectado de bichos,
experimentaría cómo era pudrirse en vida y su agonía sería terrible.

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19. Adelita
La segunda poesía estaba en el móvil de la víctima:

Quizás te consideres un oráculo,


portavoz de los muertos o algún dios.
Yo llevo treinta años esforzándome
por limpiar de fango tu garganta
y no he aprendido nada.

—¿De quién es? —preguntó Adela a su compañero, se la habían pasado los


de delitos informáticos.
—No es una poeta muy conocida, al menos yo no la conocía y me gusta
mucho leer.
La inspectora se extrañó, consideraba a su compañero una especie de
troglodita sin corazón, lo último que hubiera imaginado era que le gustara la
poesía.
—¿Cómo se llama?
—Se llamaba Sylvia Plath, una poetisa estadounidense que se suicidó en
casa, mientras sus hijos se encontraban en la habitación de al lado.
—¡Dios mío!
—Sí, al parecer metió la cabeza en el horno hasta que el gas la asfixió. Su
marido publicó su obra y ganó el premio Pulitzer en 1962.
—Habla de un oráculo de los muertos o algún dios. Imagino que se está
refiriendo al asesinado.
El inspector miró a su compañera. A veces le parecía muy simplona, una
listilla formada en la academia.
—Es una poesía que escribió a su padre, apenas tenía nueve años cuando
este murió, eso la marcó para siempre.
—La primera poesía hablaba de alguien que daba luz como el sol y dirigía
a las personas; en esta sobre el oráculo. Creo que se refiere a otras personas,
no a los asesinados —concluyó Adela.
El hombre se encogió de hombros.
—¿A quién se va a referir?
La inspectora comenzó a apuntar una serie de nombres e ideas en una
pizarra que colgaba en el despacho. A veces le ayudaba a aclarar la mente el

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ver las cosas reflejadas en la pared.
—Lo que se me ocurre es que sean actos de venganza, las poesías
homenajean a las víctimas, tal vez del juego. Estos dos tipos han destrozado
muchas familias.
Cañete se tocó el mentón con el bolígrafo. Aquella idea sí le parecía
factible.
—Entonces, el asesino está poniendo una poesía en los teléfonos de los
asesinados en homenaje a algún ser querido.
—Sí, tenemos que buscar a personas que han perdido a sus seres queridos,
gente que al arruinar a su familia se ha suicidado.
—Me temo que habrá muchos. Por desgracia el juego es una lacra en
nuestra sociedad.
—Es cierto, pero tenemos que empezar por algún lado.
—Tenemos la foto de la persona que alquiló el apartamento de al lado de
la segunda víctima y otra del que revisó la piscina de la primera.
—Ya, pero están con todo el cuerpo y la cara tapada —dijo Adela
mientras miraba las fotos clavadas en la pared.
—Además, no creo que se trate del asesino, los expertos en
reconocimiento facial y complexión han dicho que la forma de la cabeza y el
tamaño del cuerpo es distinto en cada caso.
Adela se quedó mirando las dos fotos. Estaban buscando a la persona
equivocada o había más de un asesino, las dos opciones eran muy poco
esperanzadoras. Les quedaban poco más de veinticuatro horas para descubrir
a los asesinos y en su cabeza no dejaba de pensar en su hermana Ana. Tenía
que liberarla cuanto antes, para poder concentrarse en aquel caso enrevesado,
uno de los más difíciles a los que había tenido que enfrentarse en su carrera.

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20. Cuatro Viento
Al final Cosme no duró más de un día en el hospital, pidió el alta voluntaria y
se marchó con el apósito en la espalda. Tenía que cambiárselo cada doce
horas. Tenía muchos dolores en la espalda y el paracetamol apenas le aliviaba
un poco, pero tenía que descubrir qué había en Cuatro Vientos, para llegar a
los que traían la heroína a su barrio.
Tras darse una ducha en casa y desayunar algo, se cambió de ropa, se
puso algo cómodo, un chándal. Casi nunca iba con esas pintas por la calle,
“para que le respeten a uno tiene que vestir con elegancia”, siempre le había
dicho su padre, que había sido uno de los patriarcas más famosos de los
gitanos de Madrid.
Antes de ir a Cuatro Vientos tenía que dar con su sobrina Ana. Adela les
había prometido que la encontraría, pero nadie conocía el barrio como él. Se
fue directo al narcopiso de Joshua. Uno de sus hombres seguía con la venta,
pero no había ni rastro del novio de su sobrina.
—Necesito ver a Joshua cuanto antes, si no suelta a mi sobrina os va a
meter a todos en un lío. Es la hermana de una policía y está dispuesta a llegar
hasta el fondo.
Mark cerró la persiana e ignoró al viejo pastor. Cosme se alejó del piso
con paso dolorido, quieto no le dolía tanto la herida, pero en cuanto caminaba
el dolor se convertía en insoportable.
—Pastor —escuchó una voz que le llamaba.
El hombre se dio la vuelta y vio a Paco. Era uno de los últimos fichajes de
Joshua, otro joven que iba por mal camino y al que había visto crecer desde
niño.
El chico le llevó a un rincón y se aseguró de que nadie los vigilaba.
—Yo sé dónde está Ana.
—Dime dónde se encuentra y te ayudaré a dejar esta vida para siempre.
El joven comenzó a llorar, se sentía atrapado en su nueva vida, pero sabía
lo que le sucedía a todos los que intentaban dejar la banda.
—Joshua tiene una casa en Moraleja de Enmedio, cerca de la autovía de
Toledo.
Cosme había escuchado alguna vez hablar sobre aquel pueblo, tenía una
pequeña iglesia de gitanos.
—¿Podría llevarme hasta ella?

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El chico afirmó con la cabeza.
—Tengo que avisar a mi sobrina, la necesitamos para entrar allí sin
liarnos a tiros —comentó el pastor.
Llamó a Adela, pero como siempre, no atendió al teléfono. Le dejó un
mensaje y le envió la ubicación del lugar, le había dicho que si en un par de
horas no llegaba, ellos dos intentarían liberar a Ana.
Tomaron el coche del chico, un Seat León amarillo con llantas de aleación
y todo tipo de extras. Cuando aceleraba el coche, este daba unos fogonazos,
como si tirase petardos en una feria.
—Con un coche tan discreto no vamos a llegar muy lejos —bromeó
Cosme.
Paco le sonrió, aunque en sus ojos podía verse el miedo. Joshua podía ser
un tipo encantador, pero también un psicópata despiadado. Traicionarlo era
una especie de suicidio en diferido.
Llegaron al pueblo hacia el mediodía, las calles parecían desiertas y hacía
un calor de mil demonios. Antes de acercarse a la zona de chalets, Cosme
intentó hablar de nuevo con su sobrina, pero tampoco tuvo respuesta. Aún
quedaba una hora para que se acabase el plazo que había puesto, pero no
confiaba demasiado en que Adela escuchara el mensaje tan pronto.
—¿Tienes armas?
El chico le miró algo asustado.
—No somos una mara salvadoreña. Llevo una navaja.
—Con eso no hacemos nada. Tendremos que pillarlos por sorpresa.
¿Cuántos son?
El joven se lo pensó un buen rato.
—No lo sé, pero al menos tres, dos hombres y Joshua.
—Esperaremos y observaremos, si alguno deja la casa será el momento de
actuar.

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21. Ministro del Interior
El ministro era un hombre pragmático, no lo había tenido fácil en la vida.
Siempre había sido víctima de los machos alfa de la clase. Fue un niño
apocado, asustadizo e inseguro. Su madre le había criado debajo de sus faldas
tras la muerte de su padre y desde entonces, su vida había consistido en clases
de piano y equitación, salidas al campo en verano con sus tías y los veranos
en Cantabria. Siempre había estado con mujeres, tantas mujeres que de mayor
las había aborrecido. Comenzó a tontear con chicos en la universidad y salió
del armario cuando ya trabajaba como fiscal. Ahora se sentía muy orgulloso
de lo que era y de lo que hacía, pero continuaba amedrentándose ante los
machos alfa y el presidente y vicepresidente lo eran.
—¿Cómo que no han capturado a nadie?
—Estamos detrás de varias pistas, además aún no se han cumplido las
cuarenta y ocho horas —se quejó el ministro.
—Eso era antes de que tuviéramos otro muerto sobre la mesa —dijo el
presidente.
—La policía hace todo lo que puede, cuando se trata de asesinos en serie
que matan por causas supuestamente ideológicas es difícil dar con ellos.
Tenemos que entrar en su mente para intentar averiguar cuál será su próximo
paso. Tenemos a todos los cuerpos buscando al asesino y a dos de nuestros
mejores inspectores dedicados en cuerpo y alma.
—No es suficiente —dijo el vicepresidente.
Los dos líderes del gobierno no se soportaban, pero por primera vez en
mucho tiempo tenían una causa común. Sabían que su gobierno pendía de un
hilo. La oposición se había rearmado; la economía era un desastre; la guerra
estaba comenzando a destruir las esperanzas de recuperación de la pandemia
y ahora un asesino en serie mataba a gente importante.
—El asesino tiene que estar entre rejas o muerto antes de veinticuatro
horas. ¿Entendido? —dijo el presidente mirando a la cara del ministro,
parecía de nuevo el pardillo del que todo el mundo se burlaba en el colegio.
—Sí, señor presidente.
En cuanto se quedó a solas, levantó el teléfono y llamó al comisario Peral.
Confiaba plenamente en él, pero necesitaba resultados de inmediato.
—Peral, soy yo. ¿Cómo va la investigación?

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—Estamos cerca, pero aún no hay una pista clara, el asesino es muy
inteligente, mata de forma muy sofisticada pero no deja huellas. No nos
enfrentábamos a algo parecido desde el asesino de la baraja.
El ministro recordaba perfectamente aquel caso, acababa de llegar a la
fiscalía cuando comenzó a aparecer gente asesinada en Madrid. Los policías
al final dieron con aquel tipo, pero la opinión pública estuvo a punto de pedir
la cabeza del ministro del Interior de aquella época.
—Quiero resultados para mañana. Venga con sus hombres a primera hora.
¿Entendido?
—Sí, señor ministro.
En cuanto colgó el teléfono respiró hondo, el médico le había
recomendado que no se tomara las cosas a la tremenda. Era mejor que no
jugase con su tensión que enseguida se disparaba. Intentó contar en su mente
hasta diez y contener su ira, después miró de nuevo al ordenador y continuó
con sus numerosos quehaceres.

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22. Nombres
El listado de nombres era interminable, había miles de damnificados por los
casinos online y las salas de apuestas. El gobierno había intentado frenar su
expansión por los barrios populares, pero sin mucho éxito. Los ayuntamientos
eran los que concedían las licencias y, si todo estaba en orden, no podían
impedir que se abrieran. Tampoco la policía tenía la capacidad de colocar a
un policía en la puerta de cada local para asegurarse de que no entraban
menores y se respetaban las normas.
Cañete miró el último nombre de la página y lo apuntó en una hoja.
—Puede que tenga algo, lo que le pasó a este hombre es muy gordo. Al
parecer su hijo se enganchó al juego online, arruinó a la familia y se suicidó.
Lo hizo delante de la madre tirándose por una ventana, al poco tiempo la
esposa se quitó la vida con unas pastillas.
—¿Cómo se llama?
—Ignacio Moral Parra, vive en Rivas.
Adela miró el teléfono y se acercó el aparato al oído para escuchar un
mensaje de su tío.
—¿Podemos ir en un rato? Tengo una cosa urgente.
Los ojos de Cañete se le salieron de las órbitas.
—¿Estás loca? Ya sabes lo que nos ha dicho el comisario, además, si
estamos en lo cierto, el sospechoso podría darse a la fuga.
Adela se quedó callada, no sabía qué hacer. Su tío estaba intentando
salvar a su hermana, mientras ella se concentraba en coger a un asesino.
—Tienen secuestrada a mi hermana.
La confesión de su compañera le dejó sin palabras. No le gustaba que
fuera gitana, no solo porque no le hicieran mucha gracia los gitanos, sino
porque creía que la habían ascendido tan rápidamente por el hecho de ser
mujer y gitana. Odiaba la discriminación positiva y toda esa mierda progre.
—Bueno, en ese caso, el cabrón del asesino tendrá que esperar. Te
acompaño.
—No, solamente dame un par de horas.
—Ni loco, eres mi compañera, para bien o para mal hay un código entre
colegas que no se puede romper. Sé que aunque te caigo como una patada en
los huevos darías tu vida por salvar la mía.

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Adela se quedó sin palabras, no imaginaba ni un poco de nobleza en aquel
misógino racista.
—Ok, vamos —dijo la inspectora gitana mientras dejaban la oficina y se
dirigían al coche. Metieron la dirección en el GPS.
—Según está el tráfico tardaremos casi una hora.
—Es demasiado tiempo —dijo la inspectora.
El policía colocó las luces en el cristal y puso en marcha la sirena.
—Pues entonces tendremos que meter caña.
El coche salió como un cohete del aparcamiento de la comisaría. En diez
minutos ya estaban en la carretera de Toledo esquivando coches a más de
doscientos kilómetros por hora.
Adela estaba pegada al asiento mientras veía el coche policial rozando a
todos los que se ponían en el camino. No sabía si era suficiente, su tío le había
escrito hacía horas y nunca se había caracterizado por su paciencia.

Cosme no estaba seguro de asaltar el chalet sin armas. Era una temeridad,
pero tampoco le quedaba otra opción. Estaba claro que Adela no llegaría y
que Ana se encontraba en peligro.
—Paco, vamos a intentarlo.
Los dos gitanos se acercaron a la casa y Cosme le hizo una señal para que
intentara acceder por detrás. Tenía un plan, intentar hablar con el novio de su
sobrina mientras Paco la liberaba. Era un plan muy arriesgado, Joshua parecía
haber perdido la cabeza y era capaz de pegarle un tiro si se daba cuenta de lo
que estaba sucediendo.
Cosme llamó a la puerta y esperó. Aún no se había recuperado del todo
del navajazo, la espalda le dolía mucho cuando estaba de pie.
Uno de los matones abrió la puerta y le apuntó con una pistola.
—¿Está Joshua?
—¿Cómo cojones has encontrado esto? —preguntó el matón.
El pastor no se amedrentó, se limitó a decir en un tono más alto.
—¡Joshua, soy Cosme, sal y hablemos tranquilamente!
El matón empujó al hombre que estuvo a punto de perder el equilibrio y
caerse de espaldas. Logró enderezarse, pero la espalda le dio un latigazo y no
pudo evitar expresar en su rostro todo aquel dolor.
Joshua se asomó a la puerta y miró al hombre.

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—No pensé que fueras tan estúpido, estoy harto de tu familia. Os creéis
mejores que los demás, como si fuerais los príncipes de nuestro pueblo. No
sois más que basura, como todos nosotros, para lo payos estamos todos mejor
muertos.
—Yo no creo eso —dijo Cosme con la voz sosegada a pesar de que el
matón no dejaba de apuntarle con la pistola.
—¿No crees eso? Bueno, crees tonterías como que Dios existe. Un ser
todopoderoso que no hace nada para impedir el mal en el mundo, que ni
siquiera movería un dedo por salvarte el pellejo.
Cosme no quería entrar en polémica con Joshua, pero necesitaba ganar
tiempo.
—¿Te has olvidado de todo lo que aprendiste en la iglesia? Eras uno de
los niños más inteligentes, pero has usado toda esa capacidad para hacer el
mal. Imagina lo que podrías hacer por el barrio.
—¿El barrio? Pan Bendito es una puta selva en la que únicamente los más
fuertes sobreviven. No me vendas tus mierdas de amor y bondad. Lo único
que importa es tener pasta, un coche de los buenos y que todo el mundo te
tema. Si nadie te respeta, acabarás muerto en cualquier cuneta.
—A mí me respetan.
El novio de Ana le escupió en la cara, las babas le chorreaban por el
rostro.
—Podría mearme en tu cara ahora mismo. En el sótano tengo a la puta de
tu sobrina, me ha querido dejar, después de todo lo que he hecho por ella.
Dejaré que se la follen todos mis hombres y cuando el último lo haya hecho
os la devolveré. Ya no la necesito para nada.
Cosme sabía que no se trataba de un farol, era muy capaz de hacer una
cosa así.
—Pero ¿tú amas a Ana? Me acuerdo de cómo la mirabas cuando eras
adolescente. ¿No te das cuenta de en lo que te has convertido? Creemos que el
mal no nos afecta, que podemos continuar practicándolo sin consecuencias,
pero no es cierto, termina corrompiendo todo lo que toca. Nos convierte en
meros animales sin sentimientos. ¿Qué pensaría tu madre?
Aquellas palabras impactaron en el camello de tal forma que le dio una
bofetada al pastor, este se tambaleó pero no llegó a caerse.
Un ruido hizo que todos se girasen, uno de los matones estaba intentando
impedir que Paco se llevara a Ana de la casa. Los habían descubierto.

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23. Dirección a Toledo
El coche salió de la autopista a tanta velocidad que estuvo a punto de terminar
en el arcén. Adela tenía el corazón en la boca y al tomar la curva sintió que le
venía el vómito. Intentó evitarlo, pero no pudo. Tomó una bolsa que guardaba
en su riñonera y logró abrirla a tiempo.
—Pero ¿qué haces? Podías haberme avisado.
—Algunas cosas no avisan.
—¿Quieres que pare?
—No, vamos a llegar demasiado tarde.
El coche se dirigió por la nacional hasta el pueblo y en unos minutos
estaban enfrente de la finca.
—Será mejor que el resto lo hagamos andando. El coche puede alertarlos.
¿Te encuentras bien? Estás pálida y eso en ti es mucho decir.
—Ya estoy bien —mintió la inspectora. Realmente estaba muy mareada.
Llegaron hasta la valla, la saltaron y se acercaron a la casa agachados,
escondiéndose detrás de los zarzales y los árboles.
Entonces vieron que Cosme estaba en la puerta, uno de los esbirros de
Joshua lo apuntaba con un arma.
—¡Suéltala! —gritó Adela al matón.
El gitano se puso detrás de Cosme y comenzó a apuntarlos.
—Si os acercáis más lo mato.
Los dos policías levantaron las manos sin soltar sus armas.
—Tranquilo, no vayas a hacer una tontería —dijo la inspectora.
—Hijo de puta, suelta al pastor o esto va a acabar mal —añadió Cañete.
El matón apuntaba a uno y otro alternativamente. Entonces, Cosme,
aprovechando que no estaba fijándose en él le dio un codazo justo en las
costillas, el matón se encogió y el pastor aprovechó para agacharse. Cañete
disparó al brazo del hombre y este soltó el arma.
—Ana ha escapado por detrás —dijo Cosme, que se le había abierto la
herida y había acabado en el suelo maltrecho por el dolor de su espalda. Aun
así, tomó el arma y apuntó al matón que se aferraba la mano herida.
—¡Por detrás! —exclamó Adela.
—Yo me ocupo de este —dijo el pastor mientras no dejaba de apuntar al
hombre.

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24. Huida desesperada
Paco había encontrado a Ana en el sótano, afortunadamente no estaba atada.
No sabía cómo Cosme se iba a escapar después de Joshua, pero su única
preocupación en aquel momento era poner a Ana a salvo.
—¡Dios mío, eres tú! —exclamó la joven mientras soltaba la pata de una
cama que había desatornillado para defenderse.
—No hagas ruido, tenemos que salir por detrás.
Los dos ascendieron por las escaleras de la forma más sigilosa posible. En
la puerta principal, al otro extremo de la casa, se escuchaba a Cosme y Joshua
hablando. Ana intentó ir hacia ellos, pero Paco la aferró del brazo.
—Tu tío sabrá buscar una salida —le susurró al oído.
La joven cedió y se marchó en dirección contraria. No habían abierto la
puerta todavía cuando escucharon a su espalda a uno de los hombres del
narcotraficante.
—¡Quietos! ¡No os mováis!
Los dos levantaron instintivamente las manos y se dieron la vuelta muy
despacio.
—¡Paco, serás cabrón!
—Joshua se ha vuelto loco, no podemos secuestrar a Ana, la conocemos
desde pequeña.
—Ya sabes quién manda aquí —contestó sin dejar de apuntarlos.
—Mierda, ya sabes que si su hermana da con vosotros os va a caer un
buen marrón.
—¿Estás armado?
—No —mintió Paco.
El hombre se acercó para cachearlo y este aprovechó para intentar quitarle
el arma, forcejearon y se escuchó un disparo. Paco estaba herido en el
costado, pero logró quitar el arma al matón y dispararle en una pierna.
Abrieron la puerta de atrás y corrieron a toda velocidad, Paco con la mano
en el costado para evitar que saliera la sangre, y Ana unos pasos por delante,
sin mirar atrás, sabiendo que ahora corrían para salvar su vida y que Joshua
no les daría una nueva oportunidad.

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25. Amor
Siempre le había amado. A veces el corazón no elige a la persona adecuada,
pero ella había estado convencida durante años de que Joshua era el amor de
su vida. Siempre pensó que podría salvarlo, pero a medida que se unían más,
él la atraía a su mundo. Ana no estaba resentida con Dios como su hermana,
pero también era cierto que para ella la iglesia era poco más que un hábitat, el
lugar en el que se había criado.
Comenzaron a salir de adolescentes, Joshua quería ser mecánico, abrir su
propio taller y ahorrar algo de dinero para poder casarse. Con quince años ya
trabajaba en un taller, el de su tío Andrés, era muy buen mecánico, pero
apenas podían ahorrar. Entonces un antiguo compañero de la escuela le
ofreció que vendiera un poco de maría. No era gran cosa, pero al menos eso le
permitiría ahorrar un poco de dinero. Joshua vendió todo el producto en unas
horas y le pidió más a su amigo. Un mes más tarde era el mayor vendedor de
maría del barrio; dos años más tarde era el camello de jaco más importante de
Pan Bendito y cuatro años después era el narco más famoso del barrio.
Ana sabía que su novio era capaz de conseguir lo que se propusiese, pero
esa no era la vida que habían soñado juntos. Ahora tenían mucho dinero, más
del que habían imaginado en toda su vida, pero dejaron de ir a la iglesia, ya
nadie los saludaba, únicamente su madre y su tío.
Al poco tiempo se habían trasladado a un dúplex en el barrio, tenían un
cochazo y todo lo que el dinero podía darles, pero Ana se sentía sola y vacía.
Poco a poco todos los límites que había intentado poner a Joshua se habían
disipado. Comenzó a meterse un poco de coca y a intentar no pensar mucho,
pero no era feliz. El regreso de Adela le abrió los ojos. En un par de años los
dos estarían muertos, si es que no acababan enganchados a alguna droga. Su
sueño de felicidad, amor y matrimonio había desaparecido por completo.
Ahora que corría para salvar su vida, mientras saltaba la valla y escuchaba
los gritos de Joshua a su espalda, se preguntaba qué había hecho con su vida.
Paco se quedó enganchado en la valla, ella no se percató hasta que estuvo
a unos metros de distancia.
—¡Escapa! —gritó el chico que había estado secretamente enamorado de
ella.
—¡Te va a matar!
—¡Vete o nos matará a los dos!

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Ana se giró y comenzó a correr, escuchó un disparo y cuando se dio la
vuelta vio el cuerpo de Paco inerte sobre la valla. Después el rostro
descompuesto de Joshua asomó por encima del cadáver. Los ojos de su novio
reflejaban tanto odio que no pudo evitar sentir un escalofrío.
Corrió con todas sus fuerzas, pero Joshua era mucho más rápido. Unos
doscientos metros después, cuando ella estaba a punto de entrar en un encinar,
su novio se lanzó sobre ella y la derribó.
—¡Deja que me marche! —le gritó desesperada, mientras se intentaba
liberar.
—Todo lo he hecho por ti y así me lo pagas, si no eres mía no serás de
nadie más.
Aquella amenaza era muy real, el hombre sacó su pistola y apuntó a la
cabeza. Ana comenzó a suplicar y temblar.
—¡No, por favor!
Un disparo rozó la espalda de Joshua, pero este no se giró sino que apuntó
el arma y disparó, después escapó a la carrera, mientras las balas silbaban a su
alrededor. Ya estaba muerto, aunque aún se mantuviera en pie y sus piernas
no dejaran de correr.

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3ª PARTE:

Un hombre normal

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26. Corriente
Siempre se había visto como un hombre normal, con cierta habilidad para que
la gente hiciera lo que él quería, un poco manipulador, incluso un poco más
inteligente que la media, pero en definitiva un hombre corriente. Nunca había
destacado en su profesión, tampoco era un vecino especialmente querido; sus
ingresos eran medios y con expectativas de jubilarse pronto, comprarse un
apartamento y vivir los últimos años de su vida junto a su esposa, a la que
había conocido en el instituto. Ahora todo eso no valía una mierda, era como
el papel higiénico, que para lo único que servía era para limpiarse el culo. Ya
no era un hombre normal, su vida se había convertido de repente en algo
extraordinario, tenía una misión, un porqué y un propósito.
Los ciudadanos anónimos siempre se sienten ninguneados por los
poderosos y por la casta de intocables de este mundo, pero cuando ya no
tienes nada que perder, de repente, te conviertes en más fuerte que ellos.
Ahora que su venganza estaba comenzando a completarse sentía que una
fuerza sobrehumana le dirigía, un poder que jamás había sentido. Lo único
que podía impedir que completase su obra era la soberbia, el creerse
invencible, por eso debía tener mucho cuidado, revisar cada objetivo y
prepararlo de forma muy minuciosa, casi hasta la obsesión. Siempre se había
sentido capaz de hacerlo, su familia se lo merecía. Ahora lo único que
importaba era vengarlos a ellos, que esos cerdos se sintieran asustados, que
sufrieran lo que él había sufrido, que ya no pudieran continuar con sus vidas
sin guardar sus espaldas y asegurarse de que nadie los seguía. Su deseo era
que no se volviesen a sentir seguros nunca más y que algún día, cuando
menos lo esperasen, sufrieran una muerte dura y cruel.

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27. Aliento
Ana sintió que la bala la atravesaba, seguido de un dolor muy fuerte en el
hombro y de aquel olor a piel quemada.
Joshua se levantó y comenzó a correr. Adela le disparaba sin descanso, ya
no quería detenerlo, deseaba abatirlo, terminar con él de una vez por todas. Lo
alcanzó en un par de ocasiones, pero el hombre siguió corriendo hasta
desaparecer en el horizonte.
Cañete llegó donde estaba la chica antes que su compañera, le tomó las
constantes vitales y comprobó que aún respiraba. Dudó si moverla o pedir
ayuda, al final la levantó en brazos y corrió con ella hacia el coche.
—¿Qué haces? Le recriminó su compañera, pero el inspector no paró
hasta tumbar a la joven en la parte trasera del coche.
—Vamos a un hospital, no puede esperar, creo que la bala le ha pasado
cerca del corazón, como haya rozado una arteria no podrá esperar al SAMUR.
Adela se sentó detrás y apoyó la cabeza de su hermana sobre su regazo.
—Ana, ¿cómo te encuentras?
La joven no hizo ningún gesto, su expresión era de dolor y la sangre le
brotaba por la espalda.
—¡Ve más deprisa! Se está apagando —dijo Adela a su compañero.
El hombre se dirigió al hospital de Fuenlabrada, no tardó más de cinco
minutos, aparcaron en emergencias y unos enfermeros salieron con la camilla.
Los médicos se llevaron a la chica y Adela se quedó destrozada, se sentó en
una silla y se echó a llorar. No lo hacía desde la muerte de su padre, como si
todo aquel tiempo hubiera estado en un dique seco, controlando sus
sentimientos, no permitiendo que nada la afectase.
—¿Puedo hacer algo? —preguntó Cañete con los brazos caídos. Una
barrera invisible había desaparecido entre ellos, por una vez eran dos simples
seres humanos expresando sus sentimientos más simples y profundos.
La mujer negó con la cabeza y se sujetó las sienes.
Cañete llamó a la policía para que recogieran a Cosme y a los matones
heridos. Después llamó a su jefe para explicarle lo que había sucedido, era
inútil intentar ocultar lo del secuestro de la hermana de Adela y su intento de
liberación.
El hombre fue a la cafetería y llevó dos capuchinos en vaso de cartón.
—Toma un poco, te sentará bien.

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—He llamado a mi madre, a mi tío acaban de ingresarlo en la planta de
medicina interna. Al parecer se le han abierto los puntos, pero se encuentra
bien.
—Estupendo —dijo su compañero mientras le entregaba el café.
—¿Quieres que nos marchemos ya a Rivas?
El hombre miró el reloj, después el teléfono, no había mensajes de su jefe.
—He pensado en ir yo solo, es mejor que te quedes a ver qué sucede. No
vas a tener la cabeza centrada con todo esto.
Adela estaba cada vez más sorprendida.
—Joder, somos compañeros, ¿no? Eso aún significa algo.
Adela le dio las gracias y Cañete se dirigió a su coche, no pensaba que
interrogar a un tipo corriente fuera muy peligroso. Era cierto que si se trataba
del asesino había tenido una sangre fría increíble, pero no parecía violento, ni
peligroso.
El tráfico a aquella hora era terrible, pero no tardó más de cuarenta y
cinco minutos en estar parado enfrente de la puerta del chalet. Llamó al
timbre y esperó, un sonido metálico abrió la puerta y el inspector entró al
jardín. Tenía mucha curiosidad por conocer la mente que se escondía detrás
de aquellos macabros asesinatos. Era el caso más enrevesado que le había
tocado investigar en su larga carrera como policía.

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28. Sobredosis
El grupo de chicos se metió en el local abandonado donde solían pasar las
horas muertas escuchando música y besándose con algunas chicas del barrio.
Era cierto que Pan Bendito ahora tenía muchas zonas verdes, lugares para
practicar deporte, bibliotecas, aunque estaban en los limites más lejanos del
barrio, pero lo mejor que podían hacer un grupo de adolescentes en cuyos
hogares no reinaba precisamente la paz ni la armonía, era cobijarse en un
local abandonado donde podían beber y escuchar música sin que los pitufos
los molestasen.
—Joder, he pillado algo muy bueno hoy —dijo Marcelo, uno de los
mayores del grupo.
—¿No será caballo? —comentó Josué.
—Sí, pero del bueno, me lo han dicho los chicos de Puerta Bonita.
—No me voy a meter esa mierda, mi tío se murió hace años por culpa de
la heroína.
—No seas nenaza. Una cosa es ponerse una vez y otra engancharse, tu tío
era un gilipollas.
Josué estuvo a punto de golpear a Marcelo, pero Luis se puso en medio.
—Nada de peleas entre panas, no me jodáis. Que tome mierda quien la
quiera.
Marcelo preparó cuatro dosis, Josué se conformó con fumarse un par de
porros y tomar una cerveza, tampoco quería llegar muy pedo a casa. Su madre
llegaba de limpiar a las diez de la noche y lo último que deseaba era darle un
disgusto. Él había nacido en España, pero su madre había tenido que dejar su
país y comer mucha mierda antes de tener un piso y un trabajo más o menos
estable.
Sus amigos se pincharon y, a los pocos minutos, estaban con una
expresión de éxtasis que a Josué le recordó al de una virgen que había
estudiado en la ESO.
—¡Qué flipante! —exclamó Marcelo.
—Esto es la puta felicidad —dijo Luis.
No habían pasado ni quince minutos cuando el primero comenzó a
convulsionar. Josué intentó ayudarlo, pero el crío se sacudía con fuerza.
—¡Dios mío! ¿Estás bien?

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Acto seguido comenzaron los otros tres. Al principio se quedó paralizado
por el miedo, pero al final llamó a emergencias. Cuando escuchó a las
ambulancias acercarse salió del local y echó a correr. Si se quedaba tendría
que dar muchas explicaciones, en especial, dónde habían conseguido la droga.
No quería que llamaran a su madre desde la comisaría para que fuera a
recogerlo.
Cuando llegó al edificio subió hasta el cuarto piso a la carrera y no
descansó hasta que entró y cerró la puerta. Respiró hondo y vio a su hermano
pequeño, Pedro.
—¿Qué te pasa? Estás pálido.
Josué negó con la cabeza.
—Nada. No quería llegar tarde y he venido corriendo.
—Pues parece que has visto a un fantasma.
En el fondo su hermano tenía razón. Acababa de ver a la muerte cara a
cara y no le había gustado lo que había visto. Tomó la determinación de no
hacer el capullo nunca más. Centrarse en sus estudios y en salir de ese barrio
de mierda cuanto antes. Sacar a toda su familia de allí.
Puso la televisión a la hora de las noticias y cuando vio que sacaban los
cuerpos de sus amigos en unas grandes bolsas negras comenzó a llorar y a
temblar. Se había librado de milagro. Podía haber sido un cuerpo más que los
funcionarios de la funeraria llevaban para la morgue, un cuerpo frío y
arrebatado de aliento. Cerró los ojos y le dio las gracias a Dios por haberle
librado de la muerte.

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29. Mentiras y desgracias
Adela decidió dejar el hospital. Primero tuvo que calmar a su madre, que
estaba fuera de sí, pero cuando Cosme estuvo restablecido, la dejó a su
cuidado.
—Por favor, tranquilízate. Ana necesita que seamos fuertes. Los médicos
han dicho que está estable.
Celi, que era un mar de lágrimas, levantó la vista y miró a su hija con
cierta frialdad. No le había perdonado que se hubiera marchado durante todos
esos años.
—No puedo perder ahora a mi hija.
A Adela le sonó como si únicamente le quedara una hija viva.
—No la perderás, ora a ese Dios en el que crees.
Cosme frunció el ceño, no le gustaba que su sobrina fuera tan dura con
Celi. No sabía lo mucho que había sufrido en aquellos años y lo que le había
costado sacarlas a las dos adelante.
—Está bien Adela, márchate y haz lo que tengas que hacer. Pero después
ven a ver a tu hermana —dijo el pastor.
—Está bien tío, pero antes tienes que prometerme que no te harás el héroe
otra vez. Deja que mi compañero de estupefacientes busque a los camellos
que estás persiguiendo.
—La droga viene de Cuatro Vientos, de unos tipos payos bien vestidos,
con pinta de musculitos y con barbas bien recortadas.
—Esta noche le llamo.
Adela dejó la sala de espera. Se había aguantado las lágrimas desde la
llegada de su madre, pero fue salir al pasillo y comenzar a llorar.
—Joder —dijo mientras se secaba las mejillas. Una policía de servicio no
podía permitirse el lujo de expresar sus emociones.
Llamó a un Uber, no tenía coche y la única forma de ir rápidamente hasta
Rivas era con un vehículo de alquiler.

Había pensado que encontraría a un hombre demacrado, con la casa patas


arriba y una pared llena de objetivos para asesinar, pero lo único que vio fue

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un jardín arreglado, una casa limpia y en la que cada cosa se encontraba en su
sitio.
—¿Señor Ignacio Moral?
El tipo hizo un gesto afirmativo.
—Soy el inspector Alfredo Cañete. ¿Puedo entrar?
—Adelante, si viene por lo de mi hijo, ya le he dicho a la policía en varias
ocasiones que no voy a poner una denuncia formal.
—No vengo por eso.
Se dirigieron al salón, no era pequeño, suelos de mármol barato, sillones
de piel blanca, una televisión LG grande y una chimenea. Al fondo se veía un
jardín alargado y frondoso. A pesar del calor externo de fuera, la casa estaba
fresca.
—¿Quiere tomar algo?
—Bueno, agua.
—Tengo café con hielo.
—Perfecto.
El hombre llegó con dos cafés con hielos.
—¿Quiere azúcar?
—No, así está bien.
—Usted dirá inspector.
Ignacio no sabía mucho sobre las jerarquías policiales, pero sin duda un
inspector era mucho más que un agente.
—Estoy investigando una serie de crímenes, la muerte de dos empresarios
dueños de negocios de juego, uno de casinos y otro de criptomonedas.
—Yo trabajo en seguros no sé en qué puedo ayudarle. Jamás he jugado a
nada. Mi padre era ludópata, de niño le veía gastarse fortunas en las
maquinitas tragaperras de los bares. Después me daba una propina para que
no me chivase a mi madre. Creo que era una forma de relajarse, de olvidarse
de sus preocupaciones, aunque lo que al final le sucedía era que se metía en
problemas más gordos. También jugaba al bingo, un verdadero desastre.
Siendo adolescente tuve que ponerle en la tesitura de dejar el juego o le
echaba de casa. Fue muy duro, se lo puedo asegurar.
—Sin duda. Ya sé que usted no juega, pero creo que su hijo si lo hacía.
—Bueno, estaba enganchado al casino online.
El hombre por primera vez se puso tenso.
—Sí, pero eso ya lo sabía usted. No entiendo qué tiene eso que ver con su
caso.

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Cañete tomó otro sorbo de café, estaba fresco y la cafeína parecía surtir
efecto. Había gastado mucha adrenalina y ahora necesitaba un
reconstituyente.
—¿Su esposa también era adicta al juego?
El hombre afirmó con la cabeza, todos aquellos recuerdos le afectaban.
Siempre había huido de su inclinación a los juegos de azar y se había casado
con una mujer adicta.
—Sí, pero lo había dejado, murió de cáncer hace un año.
—Lo siento mucho.
—Sigo sin saber a dónde quiere ir con todo esto.
Cañete se puso en pie y se dirigió hasta la chimenea. Después le preguntó
dónde se encontraba en las fechas de los dos asesinatos. El hombre le
respondió tranquilamente que a causa de su trabajo había estado fuera de la
ciudad. En la primera fecha en Valencia y en la segunda en Cádiz. Además de
los billetes de tren le podía enseñar los recibos de las habitaciones de hotel y
en ambos casos más de una docena de personas podía testificar que no estaba
en Madrid en esas fechas.
En ese momento entró la hija y al ver que su padre estaba ocupado se
marchó para su cuarto.
Cañete estaba desconcertado, aquello exculpaba a aquel hombre por
completo.
—Le gusta la poesía.
—Sí, claro.
El inspector examinó varios libros que estaban apilados sobre la
chimenea.
—Pero creo que eso no es un delito —comentó el hombre sonriendo.
Hubo algo en aquel gesto que hizo que Cañete se pusiera en guardia, una
especie de arrogancia, de seguridad que olía a culpabilidad.
—No, no lo es. ¿Sabe sobre peces y otros animales marinos?
—Lo que he visto en los documentales de la 2.
—Tampoco conoce bien la informática.
—En eso soy más bien torpe, manejo el buscador, Excel y Word. Como
casi todo el mundo.
En ese momento sonó el timbre de la puerta y los dos se sobresaltaron.
El hombre miró por la pantalla del telefonillo y abrió. Un hombre de unos
treinta años pasó a la casa y se quedó mirando al inspector.
—Es un amigo, se llama Diego. ¿Usted ya se iba?

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Cañete miró al hombre, no parecía coincidir en nada con Ignacio. Vestía
de forma informal, su aspecto era desgarbado y su expresión irónica.
—Sí, ya me marcho.
—Encantado Diego…
—Diego Arteaga.
—Siento haberle molestado —comentó Cañete dirigiéndose a Ignacio.
Después se fue hacia la puerta, el dueño de la casa le siguió y se la abrió.
—Siento mucho sus pérdidas —dijo antes de salir al jardín.
En cuanto estuvo fuera de la propiedad se dio de frente con Adela que
bajaba de un Uber.
—¿Qué haces aquí?
—Venía para ayudar.
—No hay mucho que rascar. Parece un tipo normal y tiene coartada los
dos días, pero hay algo en él…
—Que no te da buena espina.
—Creo que oculta algo.
—Bueno, nuestra única pista se ha esfumado.
—Puede que no —dijo misterioso Cañete.
¿Qué te ronda por la cabeza?
—Vamos a la oficina y te lo explico todo.
Adela siguió al hombre hasta el coche.
—No puedo quedarme demasiado tiempo, mi hermana sigue en el
hospital, la están operando de urgencia.
Cañete arrancó el coche y permanecieron todo el trayecto en silencio, él
pensando en la conversación con el sospechoso y ella en su hermana. En
todas las cosas que le hubiera gustado haberle dicho y las oportunidades
perdidas de volver a recuperar la complicidad que tenían antes de que ella se
fuera a la academia. A veces nos arrepentimos más de las cosas que no hemos
hecho que de nuestros propios errores, pensó la mujer mientras las calles de
Rivas y después las de Madrid pasaban ante sus ojos, aunque ella no era capaz
de ver nada. Su mente contemplaba su lejana infancia, en la que las
preocupaciones no existían y todo era un largo, tranquilo y eterno juego.

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30. Mal olor
La asistenta entró en el amplísimo dúplex. Todo estaba hecho un desastre,
como siempre, a pesar de que el dueño vivía solo y apenas tenía visitas,
siempre dejaba los restos de la comida que pedía por todas partes, la ropa
tirada y el baño muy sucio. Había papeles y clínex por todos lados y ella
prefería no preguntarse para qué usaba tantos pañuelos.
La mujer se cambió y comenzó a limpiar por los baños, la parte más
cochina de la casa. Afortunadamente solo usaba el de la habitación y el aseo;
el resto casi nunca los hacía. Después recogió la cocina, llenó dos bolsas con
desechos y con cajas de pizza o de comida china.
Llegó al salón y lo ordenó a fondo, limpió el polvo y lo fregó. En la
habitación cambió las sábanas y después juntó toda la ropa sucia, puso una
lavadora y se dirigió a la amplísima terraza de la azotea.
Le extrañó no encontrarse con el jefe, no era muy normal que faltara de
casa, a no ser que tuviera un viaje de trabajo o alguna cena de negocios. Se
puede decir que era un lobo solitario.
El conserje le había contado que en ocasiones pedía alguna chica de
compañía, pero la mayor parte del tiempo estaba solo, atendiendo sus
negocios online.
La mujer notó un fuerte olor que venía de la terraza en cuento corrió los
ventanales. Era nauseabundo, ácido y penetrante, como la carne de pollo
podrida. La mujer olfateó un buen rato hasta que llegó al arcón que había a un
lado. Tuvo que apartar la cara para soportar el hedor. Dudó si abrirlo, pero
luego se convenció, fuera lo que fuera lo que hubiera dentro, no podía dejarlo
sin limpiar.
La tapa estaba clavada, le extrañó, pero fue a buscar un martillo y logró
quitar los clavos, después la abrió y el golpe a olor nauseabundo casi la hizo
echarse para atrás. Se tapó la nariz, miró en el interior y vio lo que quedaba de
su jefe comido de gusanos.
Se giró a un lado y vomitó, nunca había visto algo parecido. Las moscas
revoloteando, los gusanos blancos asomando su cabeza deforme por la piel
amoratada y los trozos de carne que le faltaban al difunto. Un verdadero y
macabro espectáculo.

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31. Operación
El médico salió con la cara muy seria y todos se echaron a temblar. Además
de Cosme y Celi ya había otra media docena de familiares, aunque todos se
preguntaban dónde estaba Adela.
—La hemos operado, todo ha salido bien, pero aún es pronto para saber
qué pasará. Perdió mucha sangre y una artería ha quedado dañada. El cuerpo
tiene que regenerarla por sí mismo.
—Pero ¿se pondrá bien? —preguntó Celi.
—No lo sabemos todavía —contestó el médico.
En cuanto el hombre se marchó la mujer se echó a llorar y el resto de los
familiares comenzaron a abrazarla.
—Tranquilos. No se ha muerto todavía, tenemos que esperar. No agobiéis
a Celi, que ya tiene bastante.
Cosme se llevó a la mujer a dar una vuelta y esta se calmó un poco.
—No te preocupes y confía en Dios. Llevábamos años pidiendo que se
diera cuenta y dejara a ese mafioso y él contestó. Estábamos orando para que
regresara Adela y está aquí. La fe puede mover montañas.
—No soportaría que Dios se la llevase.
—No lo va a hacer, pero si sucediera, sería su voluntad. Tenemos que
aprender a aceptarla, no siempre es fácil, pero es perfecta.
—He visto morir a mucha gente, demasiada —dijo la mujer.
En ese momento pasaron por la cafetería y Cosme leyó el titular de las
noticas. Cuatro adolescentes habían muerto de una sobredosis en Pan Bendito.
Entraron en la cafetería y el hombre pidió al camarero que subiera el
volumen.
—“Cuatro jóvenes han muerto por una sobredosis de heroína y se busca a
un quinto que dio la voz de alarma. Algunos médicos ya hablan de plaga de
sobredosis por heroína en Madrid”.

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32. Ayuda
Lo primero que hizo Alfredo Cañete al llegar a la oficina fue buscar a Diego
en la lista de personas que había perdido a sus seres queridos por asuntos
relacionados con el juego. No tardó mucho en descubrir que su padre se había
suicidado tras perder todo en un casino famoso a las afueras de Madrid.
—Eureka, lo que pensaba, Diego e Ignacio se deben haber conocido en
alguna terapia. ¿Podríamos averiguar a cuál pertenecen?
Adela tenía más la cabeza en lo que estaba sucediendo en el hospital y en
la intervención de su hermana que en lo que decía Cañete.
—¿Qué has dicho?
—Necesito que estés aquí. Sé que están operando a tu hermana, pero ese
asesino matará a más gente. Muchos de ellos son unos capullos y tal vez lo
merezcan, pero la gente no puede tomarse la justicia por su mano o
terminaremos todos como en el viejo Oeste.
Adela había visto el último mensaje de su tío Cosme, el médico no les
había dado muchas esperanzas de recuperación. No podía perder a su
hermana.
—Las terapias no se hacen públicas, no están en una base de datos, pero sí
podemos encontrar si ambos están siendo tratados por la misma persona.
Cañete puso cara de escepticismo.
—Si accedemos a sus cuentas y vemos sus pagos —añadió la mujer.
—Para eso necesitaríamos una orden judicial, pero apenas tenemos unos
indicios. Nadie nos va a autorizar algo así.
Adela sabía que su compañero tenía razón, pero su amigo Miguel Olaiz
conocía a alguien que podía acceder a esa información sin mucha dificultad.
Le llamó y le pidió un favor.
No tardó mucho en recibir un nombre en el teléfono.
—Doctora Catalina Flores.
La buscaron y descubrieron que tenía consulta psiquiátrica en el centro de
Madrid, como profesional se debía a sus pacientes y tenía que respetar el
secreto entre médico y paciente, pero intentarían hacerse con sus archivos.
Un informático de la unidad no tardó mucho en meterse en la base de
datos que tenía la clínica. Comprobaron que los dos sospechosos iban a la
misma terapia de grupo desde hacía tres meses.

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—Los hemos encontrado. Entonces no se trataba de un individuo, son un
grupo. Por lo que veo la terapia es de cuatro y la psiquiatra.
—A ella deberíamos descartarla —comentó Adela—, todo esto lo ha
montado Ignacio, estoy segura.
—Entonces, cuatro familiares de víctimas de ludopatía han decidido
tomarse la justicia por su cuenta y acabar con los responsables finales de la
muerte de sus seres queridos.
—¿Cuál es la identidad de los otros dos? —preguntó Adela.
El hombre miró el mensaje que les había enviado y leyó en voz alta.
—Lourdes Ruiz y Berta Baños.
Buscaron toda la información que pudieron de los cuatro. Desde horarios,
profesión, hijos, lugar de residencia, aficiones y todo lo que pudieron
encontrar en las redes sociales, que era una fuente de información magnífica.
Estaban totalmente enfrascados en la investigación cuando Adela recibió
una llamada. Era su tío Cosme, le dio un vuelco al corazón.
—Tengo que cogerlo —dijo poniéndose en pie y acercándose a la
ventana.
Cañete ordenó todos los datos. Debían pedir un registro en las casas de los
cuatro sospechosos.
—Dime.
—Ana está estable, no te llamaba por eso. Acaban de morir cuatro chicos
por sobredosis en el barrio. Tienes que hacer algo.
—Tío, estoy a punto de atrapar a unos asesinos.
—Me prometiste que hablarías con tu compañero…
—Ahora mismo lo llamo, pero entiende que no puedo más. Estoy
desbordada ahora mismo.
Se hizo un incómodo silencio.
—Puede que a la gente no le importe lo que pasa en este barrio, pero a mí
sí me importa. Si no haces nada, mañana por la mañana iré yo mismo a
Cuatro Vientos.
—Eso no, ya viste lo que pasó la última vez.
El pastor frunció el ceño.
—Lo que pasó es que salvé a tu hermana, ese loco la habría matado
después de destrozarla por dentro y por fuera.
En el fondo sabía que su tío tenía razón, pero ella no podía convertirse en
la salvadora del mundo.
—En cuanto cuelgue llamo a Elías Vidal.

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Adela cumplió su promesa, pero era muy tarde y su amigo no cogió el
teléfono. Se dirigió a la mesa en la que estaba su compañero y este la miró
algo confuso.
—¿Qué sucede?
—Acaban de encontrar el cuerpo de Jack Paradas, dueño de una red de
casinos online.
Adela no sabía que decir, era el tercer muerto en unos pocos días. El
ministro del Interior se les iba a echar encima.
—Vamos para la casa.
Los dos tomaron sus cosas y se dirigieron al coche. El cansancio
acumulado del día desapareció de repente, la adrenalina los mantenía activos,
especialmente ahora que comenzaban a atar cabos.

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33. Dulce venganza
Joshua logró llegar a un coche que siempre tenía guardado para un caso de
emergencia. Tenía dos heridas de bala y, aunque no le habían dado en órganos
vitales, necesitaba que alguien se ocupara de ellas de inmediato. Se dirigió a
Pan Bendito, allí un médico cubano tenía una clínica ilegal, solían acudir a él
las personas en situación ilegal y los que no querían que la policía se enterase
de sus asuntos.
Aparcó el coche a unos doscientos metros y caminó con dificultad hasta el
edificio; la mayor parte de los pisos estaban ocupados, ni la policía se atrevía
a entrar en el portal.
Casi sin fuerzas llegó a la puerta y llamó con los nudillos.
El médico salió con una bata repleta de manchas de sangre, le apoyó en su
hombro y lo llevó hasta la camilla. Lo tumbó, examinó las heridas y antes de
que el narco se desmayara le dijo:
—No te preocupes, te voy a dejar como nuevo.
El exnovio de Ana fue intervenido casi al mismo tiempo que ella. Cuando
despertó le dolía todo; el médico le había trasladado a una habitación.
—Estás bien, te he sacado las dos balas y curado las heridas. Necesitas
unas cuarenta y ocho horas de reposo.
—Dame algo fuerte, me marcho —dijo Joshua.
—Puede que se te abran las heridas.
—Tengo que acabar lo que empecé.
El hombre quería terminar con toda la familia de Ana, en especial con su
tío y con su hermana Adela. No descansaría hasta haber impartido justicia.
Además era consciente de que ellos no dejarían de perseguirlo mientras
estuviera con vida.
El narco se intentó incorporar, pero los dolores hicieron que se volviera a
tumbar.
—Al menos pasa la noche aquí. Mañana te daré algo fuerte para que lo
soportes.
Joshua cerró los ojos, lo único que acudía a su mente era el rostro de
Adela. Antes de matarla le daría un buen repaso a esa zorra, pensó justo antes
de quedarse dormido.

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34. Un hombre roto
Adela y Alfredo llegaron al dúplex en menos de veinte minutos; ya era de
noche a pesar de que se encontraban en el día más largo del año. La forense y
sus ayudantes llevaban media hora examinando el cuerpo y el resto de los
agentes estaban cogiendo muestras por toda la casa. Tuvieron que ponerse un
traje especial para entrar y subieron de inmediato a la terraza.
No había ninguna señal de violencia en toda la casa, arriba todo estaba
despejado y ordenado, lo único que distorsionaba eran los trajes blancos de la
forense y sus ayudantes.
—Buenas noches —dijo Alfredo.
La mujer se giró y se quitó las gafas. Estaba sudando y a ella también se le
notaba que le habían afectado las condiciones en las que se encontraba el
cadáver.
Adela se tapó la nariz y evitó una arcada, Cañete apenas reaccionó.
—Buenas noches inspectores. Creo que nuestro asesino se está haciendo
más cruel cada vez. Ya no se conforma con terminar con sus víctimas, quiere
hacerlas sufrir de una forma terrible.
Adela se asomó a la gran caja de madera y la imagen de aquel cuerpo
deforme y lleno de gusanos se le quedó fija en la mente.
—¡Dios mío!
—Exacto, inspectora Palazuelo, es la cosa más macabra y asquerosa que
he visto en más de veinte años de profesión.
—Ni que lo diga —añadió Cañete, que se atrevió a acercarse y mirar de
cerca el cuerpo.
—¿No te dan ganas de vomitar? —le preguntó Adela.
—El COVID me quitó el olfato, es algo terrible, pero al menos me sirve
para casos como este. El médico me ha dicho que terminaré recuperándolo en
algún momento.
—¿Cómo murió?
—Alguien encerró a este pobre diablo vivo, lo ató, lo embadurnó de miel
y grasa para que las moscas se quedaran y anidaran en él. Después nacieron
los gusanos que comenzaron a comérselo mientras su carne se pudría. Debió
de morir de un paro cardiaco, al menos eso le ahorró un poco de sufrimiento.
—¿Cuánto tiempo lleva ahí dentro? —le preguntó Adela.
—Puede que dos o tres días.

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La respuesta los sorprendió, eso significaba que aquella no era la tercera
víctima, sino la primera. El asesino se había ensañado, sencillamente tenía
una muerte planeada para cada uno.
—¿Cuántos más tienen planeado matar? —preguntó Cañete.
—Al menos uno más, son cuatro —dijo Adela.
La fiscal la miró confusa, no sabía de qué estaban hablando.
Los dos inspectores regresaron a la comisaría para tramitar la orden de
registro en las cuatro casas de los sospechosos. Al día siguiente les esperaba
una jornada agotadora.

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35. Heroína
Cosme apenas durmió aquella noche en la sala de espera del hospital. A
primera hora llegó el médico y les informó de que Ana parecía evolucionar
favorablemente, que si seguía así saldría de la fase de peligro muy pronto.
Afortunadamente era muy joven y aquello jugaba a su favor. Aprovechó para
llevar a Celi a su casa para que se duchara y descansara un poco, había estado
toda la noche sin dormir. Les habían prometido que podrían ver por la tarde a
la enferma, aunque aún estaba completamente sedada.
Cosme volvió a llamar a su sobrina, pero de nuevo no obtuvo respuesta.
Se duchó, tomó un café con leche y unas galletas y dejó la casa. Le
costaba un poco conducir, pero se acercó hasta Cuatro Vientos, un aeropuerto
pequeño que se había creado en 1911, era uno de los más antiguos de España.
Durante los primeros cincuenta años había sido aeropuerto militar, pero en los
años setenta se había abierto a la aviación civil y unos años más tarde era la
sede de varias escuelas de vuelo.
Cosme se paró en la entrada, no había nada sospechoso. Se apeó y caminó
hasta la garita de vigilancia.
—Buenos días —dijo al guardia jurado.
—Buenos días, pero no tenemos chatarra.
Cosme frunció el ceño, estaba hasta las narices de que la mayoría de los
payos pensaran que los gitanos únicamente se dedicaban a la chatarra o a
vender en los mercadillos.
—No vengo a por chatarra, no se preocupe. Tenía una curiosidad, ¿hay
algún club de vuelo compuesto por hípsteres de esos?
—¿Hípster?
—Ya sabe, jóvenes barbudos.
El guardia jurado se quedó pensativo.
—Aquí hay varios clubes de vuelo, algunas academias y una línea de
viajes para ejecutivos.
Cosme se quedó pensativo.
—¿Cómo se llama la línea esa de ejecutivos?
—Vip Class.
Cosme apuntó el nombre en su móvil.
—¿Cuándo tienen sus vuelos?

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—Esa información no se le puedo dar, si está interesado haga una llamada
a la compañía y pregunte.
Cosme se dirigió de nuevo al coche y le mandó un mensaje a su sobrina
para que su amigo investigara a la compañía. Después regresó a su casa y se
llevó de nuevo a Celi al hospital.

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36. Asalto
Habían preparado los cuatro asaltos de forma simultánea, aunque su
compañero y ella estarían en el de la casa de Ignacio. Una docena de
miembros de los GEO estaban preparados en dos furgonetas camufladas y lo
único que esperaban era que dieran la orden para comenzar la operación.
—Tenemos que actuar en las cuatro casas a la vez —dijo Cañete.
—Pues las otras unidades aún no han llegado —contestó su compañera.
Estaban esperando la comunicación cuando sonó el teléfono de Adela: era
Elías Vidal, que había visto su llamada del día anterior.
No le contestó, pero le escribió por WhatsApp lo que su tío le había
contado.
—Deja de jugar con el teléfono —le dijo su compañero.
—Es una cosa urgente.
—¿Más que esto? No me jodas.
Vio que su tío le había pedido que investigase a una compañía privada de
vuelos. Le mandó también la información a su amigo y añadió: “hablamos
luego, me pillas en medio de una operación”.
En ese momento recibieron la confirmación y se dispusieron a realizar los
registros.
Los GEO bajaron a la carrera de las furgonetas, abrieron la primera puerta
con sigilo, pero cuando llegaron a la segunda la derribaron sin miramientos.
Entraron en la casa y registraron habitación por habitación, cinco minutos
más tarde tanto el padre como la hija estaban retenidos en el comedor.
La policía miró cada rincón de la casa para encontrar pruebas. No vieron
nada anormal, se llevaron los ordenadores y algunos archivos, además de los
móviles y las tablets.
—No entiendo lo que sucede —dijo Ignacio a los dos inspectores.
No querían hablar delante de la hija.
—¿Podría venir alguien a buscar a su hija?
El hombre les facilitó el teléfono de su hermana. En cuanto la chica
estuvo bajo la supervisión de un adulto se lo llevaron a la comisaría.
Dividieron a los cuatro sospechosos en cuatro salas distintas, querían
jugar a engañarlos diciendo que los otros ya habían confesado, solía ser una
técnica que funcionaba muy bien.

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—Ignacio, ya lo sabemos todo —dijo Adela después de entrar en el cuarto
y dejar una carpeta negra sobre la mesa.
—No sé a qué se refieren.
—Bueno, lo de su equipo de terapia, usted convenció al resto del grupo
para que matasen a tres dueños de empresas vinculadas con el juego.
Ignacio sonrió.
—Me halagan, pero yo no he convencido a nadie de nada. Esos cerdos se
merecían morir.
—Puede que tenga razón, aunque nunca es buena idea tomarse la justicia
por su mano. ¿Qué será ahora de su hija?
Ignacio pareció encajar mal aquel golpe.
—No hemos hecho nada malo, nos reuníamos en la consulta de la
psiquiatra para intentar liberarnos de nuestros problemas y, hasta donde yo sé
eso no es un delito.
Adela miró a la cámara, no sabía si Alfredo estaba mirando o se
encontraba en otra sala interrogando a otro sospechoso.
Los que sí estaban al otro lado del espejo eran el comisario Peral y el
ministro del Interior.
—No intente negarlo, sus compañeros ya han declarado y lo sabemos
todo. Para que no pudieran inculparlos lo hicieron de forma colectiva. Una
idea genial, la verdad. Todos creíamos que se trataba de un asesino en serie,
pero lo que ocultaban era su asociación para matar a gente.
—Esos cerdos no eran gente, eran ladrones, estafadores que han
destrozado la vida de decenas de miles de personas.
—Por eso los mataron —dijo Adela.
—No he dicho que hayamos matado a nadie. Soy, somos inocentes.

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37. El cuarto poema
La poesía de la tercera víctima había pasado desapercibida a la policía, eran
unos verdaderos ineptos. La habían colocado justo en la agenda de aquel
individuo. Era la más hermosa de las tres:

No te conduelas más, por todo lo que has hecho.


La rosa tiene espinas. Fango las claras fuentes.
Nubes y eclipses ciegan a la Luna y al Sol
y en el botón más tierno mora un puerco gusano.

Todos los hombres yerran y yo también lo hago,
excusando tu ofensa con cien comparaciones,
dañándome a mí mismo, para salvar tu error,
disculpando tus faltas, más de lo que mereces.

A tu sensual error, le doy mi beneplácito,
—y tu mismo rival se torna en tu abogado—
y actuó contra mí, por defender mi causa.
Tal batalla civil hay entre amor y odio,
que necesariamente, me implica,
siendo cómplice, de aquel dulce ladrón,
que agriamente me roba.

Era un famoso soneto de William Shakespeare, pero ella sabía que era como
arrojar perlas a los cerdos.
Se dirigió a la casa de la familia Oriol en Madrid, tenían una de las
mayores fortunas del país y poseían la mayor parte de los casinos del país.
Una de sus últimas adquisiciones había sido el de Madrid. Los Oriol habían
medrado con los Franco y el patriarca era íntimo amigo de los Pujol.
La mujer se acercó a la casa y llamó, una mujer del servicio la recibió.
—Soy Sandra Martínez, vengo por lo del cumpleaños.
Aquella tarde los Oriol celebraban el cumpleaños de su nieto Jordi.
Aquella mujer era la supuesta organizadora del evento.
—Adelante —dijo la criada.

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La mujer se dirigió al salón principal, había aconsejado a la familia que lo
celebraran en el interior, la ola de calor era insoportable y se preveía que las
temperaturas no bajarían hasta una semana más tarde.
La abuela se acercó a la mujer y la saludó.
—Muchas gracias por venir tan temprano. Los invitados vienen por la
tarde.
—Me gusta tenerlo todo bajo control —dijo la mujer—. ¿Han traído el
helio?
—Sí, esta mañana. No sabía que eran necesarias tantas botellas.
Les tengo preparada una gran sorpresa, seguro que no olvidarán esta fiesta
jamás.
La mujer miró las bombonas, después observó las salidas del aire
acondicionado y comenzó a calcular cuánto gas necesitaría para todos.

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38. Lourdes
Adela se dirigió hacia la tercera sospechosa. Era una mujer de aspecto frágil,
había perdido a su esposo a causa del juego. Un hombre que había pasado de
ser una persona cariñosa, buen padre y estupendo marido a un verdadero
demonio. Hacía un año que había decidido estrellarse contra una pared de los
túneles de la M30. Ella no había logrado superarlo y le dolía aún hoy que,
aunque su marido estaba en la lista de ludópatas, en varios casinos nunca no
le habían impedido el paso.
—Lourdes, soy Adela, he estado hablando con tus compañeros y me han
contado que en la terapia os dedicabais a algo más que a intentar superar
vuestros traumas. Ignacio os propuso vengaros de los dueños de los casinos y
de uno de los gurús de las criptomonedas. Él fue el que os convenció, el
inductor, si confiesas el juez será más benévolo contigo. Tienes tres hijos que
cuidar. ¿Qué van a hacer cuando se queden también sin madres?
La mujer levantó la vista, todo ese rato había mirado al suelo, mientras sus
manos se frotaban una contra la otra.
—No fue idea de Ignacio, él es solamente un padre indignado más.
Alguien que perdió a su hijo por el juego.
Adela parecía confundida.
—¿Cómo que no fue Ignacio?
—No fue él, nosotros comenzamos a asistir a la terapia hace unos meses.
Al principio nos ayudó mucho, todos traíamos a cuestas nuestro dolor y
durante esa hora a la semana lo dejábamos en la terapia. Llegamos a construir
una buena amistad entre nosotros, hasta que la psiquiatra nos dijo que no era
suficiente, que estaba harta de ayudar a personas como nosotros mientras
unos pocos se lucraban y destruían impunemente la vida de personas
inocentes.
—¿La psicóloga?
—Sí, ella nos convenció de que lo mejor era pagar ojo por ojo y diente
por diente. Al principio nos dijo que asesinásemos a los dueños de las
empresas. El primero fue el de los casinos online. De ese se encargó Ignacio,
fue fácil. Después Berta llevó esos gusanos a la piscina; los consiguió gracias
a su pareja, que los investigaba en el acuario de Madrid, y por último la
aplicación que creó Diego para que el último sufriera una subida de azúcar.
—¿Ella pensó las diferentes formas de asesinar?

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—Lo pensamos entre todos, pero ella eligió las fechas, el orden y las
poesías, decía que eso haría creer a la policía que se trataba de un asesino en
serie. Que jamás descubrirían que era un grupo de personas normales.
Únicamente quedaba uno y todo habría terminado.
Adela abrió mucho los ojos, como si intentase asimilar toda aquella
información.
—¿Una cuarta víctima?
—Ninguno de nosotros quiso hacerlo, ella nos obligó, nos manipuló
psicológicamente, estábamos traumatizados y se aprovechó de nosotros.
Además, el asesinato que tenía planeado hoy era el más terrible. Todos le
dijimos que no lo hiciera. Menos mal que la han detenido.
—No lo hemos hecho, pensábamos que no estaba involucrada.
—Va a matar a toda una familia y a los invitados, no queda mucho para
que sea la hora.
Adela se levantó de la mesa y acercó el cuerpo a la cara de la mujer.
—¿Cuál es el objetivo?
—Los Oriol, una familia que tiene casinos por toda España, en especial en
Cataluña.
Adela salió de la sala, Alfredo y el comisario lo habían escuchado todo.
Mandaron un aviso urgente a los GEO para que los ayudasen en la
intervención. Por lo que les había dicho Lourdes, les quedaban pocos minutos
para que aquella asesina llevara a cabo su terrible crimen.

Catalina había conectado el inhibidor de señales para que nadie pudiera


estropear su plan, los treinta invitados ya se encontraban en el salón. La
mayoría pertenecía a la familia Oriol y el resto era amigos íntimos. No sentía
la menor pena por ninguno de ellos, tampoco por los niños.
Esperó a que los payasos comenzaran a entretener a los niños, después se
acercó a las bombonas y las abrió para que soltasen todo el gas, se puso la
mascarilla y salió de la casa. Apenas había llegado al jardín cuando vio a los
GEO rodearla. La mujer sonrió y les dijo:
—Es demasiado tarde.
Adela y Alfredo se pusieron las mascarillas y entraron con los GEO en la
casa. No esperaban ver lo que encontraron allí.

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39. Sacrificio
Elías Vidal miró toda la información e investigó a la empresa de vuelos
especiales privados. Tenían todos los papeles en regla. Hacían viajes sobre
todo por Europa, aunque también algunos a Egipto, Turquía y en un par de
ocasiones a algunas antiguas repúblicas soviéticas cercanas a Afganistán.
El inspector hizo algunas llamadas, pidió los planes de vuelo y comprobó
la contabilidad de la empresa. Parecía estar todo en regla. Después investigó a
los socios que habían creado la empresa. Todos habían sido miembros del
ejército del aire y habían servido en el Líbano, Afganistán y algunas
repúblicas centroafricanas. Aquello sí le llamó poderosamente la atención. La
mayor parte de la heroína que entraba en Europa era de Afganistán y lo hacía
por Turquía.
Decidió ir al aeródromo y ver por él mismo las instalaciones de la
empresa. No necesitaba una autorización judicial, a no ser que los dueños de
la compañía no quisieran colaborar.
Debido a la muerte de los últimos adolescentes sus jefes se habían puesto
muy nerviosos, una cosa era que se murieran algunos drogatas de Pan
Bendito, escoria que no le importaba a nadie y otra unos adolescentes. Se
esperaban movilizaciones de las diferentes asociaciones de la zona de
Carabanchel.
Elías llegó al aeródromo y entró con su identificación, el guardia jurado le
acompañó hasta las instalaciones de la empresa. Dos grandes hangares que
habían servido hacía años para reparar aviones.
En cuanto llamó a la puerta aparecieron dos hombres con ropas caras,
lucían barba y musculitos.
—¿Quién es usted?
—Inspector Elías Vidal. Soy de la UDYCO.
Ellos sabían perfectamente de qué les estaba hablando.
—Tenemos todos los papeles en regla y hemos pasado todas las
inspecciones.
—¿Podemos hablar dentro? —preguntó el inspector.
—Sí, claro.
Subieron unas escaleras y le llevaron hasta las oficinas de la empresa. Allí
había un hombre con el pelo largo recogido en una coleta y la barba gris.
—Jefe, es un inspector de la UDYCO.

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—Adelante, siéntese —dijo el hombre.
—Quería preguntarle por qué hacen viajes a las repúblicas que rodean
Afganistán. Ya sabe Turkmenistán, Tayikistán y Pakistán.
El hombre sonrió, llevaba unas gafas redondas, se las quitó y las dejó
sobre la mesa.
—Llevamos y traemos ejecutivos, tenemos varios rusos que tienen
negocios en esas repúblicas. No sé dónde está el problema.
El inspector le devolvió la sonrisa.
—Qué oportuno, justo todos son países que tienen frontera con el mayor
cultivador de heroína del mundo.
—No lo sabía.
—¿Se está quedando conmigo? Todos ustedes son exmilitares que han
servido en Afganistán, conocen el terreno y seguramente tienen contactos allí.
No les supondría ningún problema traer droga de allí, lo único que tienen que
hacer es manipular los planes de vuelo para que la palabra Afganistán no
aparezca.
—Todo eso son conjeturas. Será mejor que se marche y vuelva con una
orden judicial. Nos está insultando a la cara. Somos ciudadanos honrados que
lo único que hemos hecho ha sido traer riqueza a este país.
Elías se puso en pie y se dirigió a la puerta, en cuanto salió del edificio el
jefe llamó a sus hombres.
—Hemos llamado demasiado la atención, hay que desmontar todo antes
de que este tipo venga con una orden. ¿Lo habéis entendido? Pero antes pasad
toda la droga a precio de coste a los camellos.
Los hombres afirmaron con la cabeza y llamaron al resto para deshacerse
de las pruebas.
Cosme regresó aquel mediodía al aeródromo, vio entrar al inspector y
después cómo los hombres de la compañía privada empezaron con una
actividad frenética tras su partida.
Las ratas están a punto de abandonar el barco se dijo mientras dejaba los
prismáticos a un lado y llamaba a algunos feligreses de su congregación.

Cuando entraron en la casa vieron a todos muertos de risa. El helio les había
cambiado la voz y los invitados lo estaban pasando en grande. Adela vio que
todos estaban bien. Sin que lo supiera Ignacio y el resto de sus pacientes había

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sustituido el gas sarín por helio. La psicóloga no estaba dispuesta a dejar que
muriera gente inocente.
Llevaron a la mujer a la comisaría, y en cuanto la tuvieron en la sala de
interrogatorios, Adela no pudo evitar preguntarle por qué había hecho todo
eso. La mujer miró directamente a la cara de la inspectora.
—Era una forma de justicia vicaria. Siempre me toca ayudar a reparar los
desperfectos de una sociedad enferma, por una vez quería que sufrieran los
abusadores. Esos tipos siempre se salían con la suya a costa del sufrimiento
de miles de personas. Les di un poco de su propia medicina.
—Pero ha estado a punto de asesinar a gente inocente.
—¿Inocente? ¿Usted cree? Si matamos a los lobos, pero dejamos vivas a
sus crías, ¿qué sucederá cuando estas crezcan?
—Su deber como doctora es respetar la vida humana.
—Esa gente no es humana, es una jauría de animales a los que lo único
que les interesa es el lucro. Las leyes les amparan y seguirán haciendo lo
mismo a no ser que perciban que están en juego sus vidas.
Alfredo dejó sobre la mesa las fotos de las víctimas. La mujer no mostró
ningún remordimiento.
—Ahora pasará una buena temporada en la cárcel recapacitando por sus
acciones.
La mujer sonrió al inspector.
—Por inducción a un delito de asesinato las penas son entre seis y diez
años, estaré fuera en cinco, tal vez en menos. Le aseguro que ha merecido la
pena darme el gusto de ver morir a esos cerdos.
Adela sintió vibrar el teléfono en su bolsillo. Miró la pantalla y vio que
era su tío Cosme.
—Tengo que salir.
Contestó la llamada y escuchó la voz agitada del pastor.
—Tu amigo ha estado en la empresa de los narcos, pero no ha venido con
una orden. Están desmantelando la empresa y van a volar, nunca mejor dicho.
—No hagas nada. ¿Entendido? Avisaré a Elías.
—Será demasiado tarde. Están preparando los aviones, en una hora
estarán fuera del espacio aéreo de España y la muerte de todos esos pobres
desgraciados quedará impune.
—No hagas nada…
Su tío colgó y Adela corrió hacia su coche mientras avisaba a su amigo de
lo que estaba a punto de suceder.

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40. Altos vuelos
Cosme salió del coche y le siguió una docena de gitanos. Varios llevaban
escopetas de caza, uno una pistola y el resto unos bates de béisbol. El
vigilante jurado fue a coger el teléfono para avisar pero el pastor le hizo un
gesto con el dedo, como si le cortara el cuello.
—Ni se te ocurra.
Un gitano le quitó el arma al vigilante y le ató las manos y los pies con
unas bridas, después le puso cinta americana en la boca.
—Calladito estás más guapo —le dijo Cosme.
Antes de llegar se volvió a sus compañeros y les dijo:
—Tenemos que aprovechar el factor sorpresa. Prefiero que no haya
muertos —dijo Cosme.
—¿Qué hacemos si llega la policía? —preguntó otro de los gitanos.
—He traído unas tenazas para salir por la parte de atrás de la valla.
El grupo se dividió en dos, uno fue por la puerta principal del hangar y los
otros por un lateral. Redujeron a dos empleados con un par de golpes, pero
otro corrió a alertar al resto. Cinco minutos más tarde cuatro mafiosos estaban
atrincherados en las oficinas.
—No podemos subir hasta allí con estas armas —dijo uno de los gitanos.
—Pues al menos esperaremos a que llegue la policía.
Mientras esperaban el jefe de los narcos y otro de sus matones salieron
por una ventana hasta el tejado que había sobre la nave y corrieron hacia el
otro lado. Pretendían llegar a un avión y despistar a sus perseguidores.
Escucharon los pasos sobre el techo metálico y salieron del hangar. Los
dos tipos corrían por la cornisa hacía la pista.
Cosme y cuatro amigos los perseguían a toda velocidad.
El jefe se giró y comenzó a dispararles. Entonces escucharon a lo lejos las
sirenas. La policía estaba entrando en el aeródromo.
—Llama a los otros y diles que se marchen, no quiero que los detenga la
policía.
Únicamente se quedó con Cosme uno de sus amigos. Tenían que impedir
que los narcos lograran escapar en el avión.
Los dos matones subieron al avión y el jefe se puso a los mandos. Cosme
se plantó justo en la pista enfrente del avión y le apuntó con el arma que le

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había dejado otro gitano. No estaba seguro de que los cristales fueran
antibalas, pero el narco se agachó y puso en marcha los motores.
En ese momento entraron en la pista dos coches de policía. Cosme los
escuchó y salió corriendo con su amigo hacia la valla. La cruzaron por el
agujero que habían abierto los otros y miraron lo que sucedía.
El mafioso paró los motores y un momento más tarde los GEO los
capturaban y los metían en los coches de policía.
Adela se acercó hasta Cosme y sus amigos, pero sin cruzar la valla.
—Tienes unos huevos, tío.
—No iba a dejar que se escapasen esos canallas. Solo hemos actuado
como buenos ciudadanos.
—Espero que vuestra intervención no perjudique toda la operación.
Cosme se encogió de hombros.
—Al menos hemos sacado esa heroína del barrio.
—Espero que tengas razón —comentó Adela a su tío.
Los dos se echaron a reír, sabía que su tío era incorregible. No era capaz
de quedarse quieto.
Miró al cielo que comenzaba a oscurecerse en el horizonte. Había sido
una semana intensa, pero había aprendido algo. No podía contar con que sus
seres queridos fueran a esperarla eternamente a que aclarara sus propios
problemas. Tenía que acercarse más a su familia y dejar atrás el pasado. Ya
nada volvería a ser como antes, pero precisamente en eso consistía la vida: en
ir siempre hacia adelante.

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Epílogo

Cuando Adela llegó al hospital su madre la recibió con un abrazo y, por


primera vez en mucho tiempo, no se mostró fría ni distante.
—La niña está bien, ya está despierta, no puede hablar, pero el médico
nos ha dicho que espera que en unos días nos la podamos llevar a casa.
¿Dónde has estado?
—Cosas del trabajo, mamá, ya sabes a lo que me dedico.
Su tío Cosme la abrazó y le dijo al oído:
—Felicidades. Otra vez has conseguido que las cosas salieran bien.
—Lo único que te pido es que dejes de ser el justiciero de Pan Bendito,
deja que la policía se encargue de esas cosas.
El hombre sonrió y los tres entraron en la habitación. Casi se le saltaron
las lágrimas al ver a su hermana. Se lanzó a abrazarla pero esta se quejó de
dolor.
—Lo siento. Me alegro de que estés mejor. No tienes nada que temer, ya
ha terminado tu pesadilla.
Sabía que Joshua estaba aún libre, pero esperaba que la policía no tardara
mucho en atraparlo.
—Cuando salga la niña vamos a hacer una comida especial, cocinaré eso
que tanto te gusta.
—Ahora soy vegana.
Celi frunció el ceño.
—¿Eso es malo?
—No, simplemente no como carne y lo que me gustaba de pequeña eran
las chuletas de cerdo.
—¿No te habrás hecho musulmana?
—No, sigo siendo agnóstica.
—Hablas con palabras muy raras.
Adela salió del hospital una hora más tarde. Lo peor de cerrar un caso era
el papeleo que suponía. Se dirigió al coche aparcado enfrente y antes de que
pudiera entrar escuchó una voz a la espalda.

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—Zorra, ahora vas a joderte.
Se giró y dos disparos a quemarropa hizo que se derrumbara. Joshua
corrió en dirección a su coche mientras la gente comenzaba a agolparse
alrededor de la policía.

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MARIO ESCOBAR GOLDEROS (Madrid, 23 de Junio de 1971), es un
novelista, ensayista y conferenciante. Licenciado en Historia y Diplomado en
Estudios Avanzados en la especialidad de Historia Moderna, ha escrito
numerosos artículos y libros sobre la Inquisición, la Reforma Protestante y las
sectas religiosas. Publicó su primer libro Historia de una Obsesión en el año
2000. Es director de la revista Historia para el Debate Digital, colaborando
como columnista en distintas publicaciones. Apasionado por la historia y sus
enigmas ha estudiado en profundidad la Historia de la Iglesia, los distintos
grupos sectarios que han luchado en su seno, el descubrimiento y
colonización de América; especializándose en la vida de personajes
heterodoxos españoles y americanos.
Su primera obra, Conspiración Maine (2006), fue un éxito. Le siguieron El
mesías Ario (2007), El secreto de los Assassini (2008) y la Profecía de Aztlán
(2009). Todas ellas parte de la saga protagonizada por Hércules Guzmán Fox,
George Lincoln y Alicia Mantorella. Sol rojo sobre Hiroshima (2009) y El
País de las lágrimas (2010) son sus obras más intimistas. También ha
publicado ensayos como Martín Luther King (2006) e Historia de la
Masonería en Estados Unidos (2009). Sus libros han sido traducidos a cuatro
idiomas, en formato audiolibro y los derechos de varias de sus novelas se han
vendido para una próxima adaptación al cine.

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Notas

Página 106
[1] Según Diccionario de la Real Academia Española. <<

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