Alfredo Furlán
Alfredo Furlán
Alfredo Furlán
SOBRE LA
CONVIVENCIA
Y LA VIOLENCIA
EN LAS ESCUELAS
Alfredo Furlán
Nidia Eli Ochoa
(coordinadores)
ISBN 978-987-771-046-5
ISBN 978-987-771-046-5
I ................................................................................................................................... 7
Alfredo Furlán y Nidia Eli Ochoa
C 1
Violencia en las escuelas de Francia:
actualización de las políticas públicas .................................................................. 15
Cathérine Blaya y Omara Sansegundo Moreno
C 2
Estrategia psicoeducativa para afrontar
la violencia escolar en España ....................................................................................... 39
Mónica Ojeda, Rosario Ortega-Ruiz y Rosario Del Rey
C 3
Avances, cambios y desafíos de los programas educativos
en torno a la violencia en las escuelas mexicanas ..................................... 77
Ursula Zurita Rivera
C 4
Violencia en las escuelas secundarias.
Hacia una cartografía contemporánea
de las investigaciones en Argentina ....................................................................... 105
Horacio Luis Paulín, Florencia D´Aloisio
y Guido García Bastán
C 5
¿Qué se piensa sobre la convivencia escolar en México hoy?
Investigaciones y propuestas para la mejora de la convivencia
escolar y la prevención de violencia en escuelas ...................................... 139
Cecilia Fierro-Evans
C 7
Violencias y emotividades en contextos escolares.
Una relación de imbricación ......................................................................................... 211
Carina V. Kaplan
C 8
Aproximaciones para mirar la violencia en las escuelas:
Foucault, Castoriadis, Žižek y Han ....................................................................... 223
Raúl Enrique Anzaldúa Arce
C 9
La violencia escolar y la perspectiva etnográfica ................................... 255
Antonio Gómez Nashiki
D ................................................................................................................. 281
Introducción
En este capítulo nos proponemos realizar una revisión de las investigaciones sobre
violencias en las escuelas secundarias llevadas a cabo en Argentina en los últimos quince
años de manera de ofrecer un recorrido que, sin ser exhaustivo, nos permita reconocer las
principales líneas de investigación, enfoques metodológicos y hallazgos. En ese sentido,
la pregunta que nos orienta en esta búsqueda es cómo se ha construido el problema de la
violencia escolar en la investigación psicosocial y educativa que ingresó en la agenda
política, mediática y académica durante principios de los años noventa del siglo pasado y
que se consolida desde 2004. Para ello, hemos analizado las contribuciones realizadas en
este campo recorriendo las investigaciones promovidas desde la esfera estatal y
orientadas a la gestión de políticas públicas, las investigaciones de orientación
psicológicas centradas en el maltrato entre estudiantes y la percepción de los actores
escolares sobre las violencias en la escuela y, por último, investigaciones más recientes
que a nuestro entender amplían la mirada de la violencia desde enfoques que incorporan
la perspectiva del género, el cuerpo y las dinámicas del reconocimiento en las
conflictividades en escuelas secundarias.
El criterio que seguimos para la selección de los trabajos fue considerar aquellos
estudios empíricos más representativos de las tres líneas de investigación que ya se
reconocen en distintos estados del arte y revisiones bibliográficas en Argentina (Kaplan
& García, 2006; Di Napoli, 2016) incorporando algunos estudios más actuales. En ese
sentido, descartamos aportes importantes provenientes de ensayos y revisiones teóricas
sobre la violencia en las escuelas y contribuciones orientadas a identificar los procesos de
mejora de la convivencia escolar. Esta revisión bibliográfica no pretende exhaustividad
de todos los estudios realizados en nuestro país y asumimos que es una selección
interesada que se propone para aportar a la identificación del itinerario que se viene
realizando en los últimos 15 años en Argentina.
1
Cabe consignar que en Argentina hubo estudios pioneros desde fines de la década de los años ochenta que
por razones de espacio no comentamos aquí (Kornblit & Mendes Diz, 1988 y 1991).
2
En septiembre de 2004, un alumno de una escuela de esa localidad disparó un arma de fuego sobre sus
compañeros, matando a tres de ellos e hiriendo a otros cinco. Se adujo que era víctima de bromas y apodos
denigrantes por parte de sus compañeros, según expresaron los medios de comunicación. Se dictaron dos
días de duelo y luego se realizaron jornadas de reflexión sobre la violencia en las escuelas de Argentina. El
joven fue sometido a tratamiento psiquiátrico bajo resguardo judicial.
3
http://www.lanacion.com.ar/46565-condenan-a-prision-a-una-estudiante revisado 22 /04/ 2013
“Violencia Escolar” y recursivamente se presentan hechos de violencia en la escuela
como secuencias que mostrarían su aumento o resurgimiento a nivel provincial o
nacional.
Tabla 1- Comparación de reportes de violencia propiamente dicha. Elaboración propia a partir de Informes
OAVE 2005-2010.
En este estudio tampoco se verifica que los estudiantes de los sectores sociales
más vulnerables concentren los mayores niveles de conflictividad y violencia en sus
relaciones. Así, por ejemplo, los resultados muestran que “ni el hurto ni el robo por la
fuerza o amenaza poseen mayor incidencia en los alumnos de hogares de nivel económico
social más bajo. Tampoco se verifica una mayor presencia de armas de fuego en estos
sectores” (p. 202). Por el contrario, las expresiones de conflictos entre estudiantes (burlas,
maltrato, hostigamiento, discriminación humillaciones, ser sometido a actitudes crueles)
son más frecuentes entre aquellos que provienen de hogares de nivel socioeconómico alto.
Finalmente, los autores alertan sobre la posible pérdida del sentido de la utilidad y
satisfacción de los estudiantes con las experiencias de aprendizaje escolar y las
situaciones de discriminación que pueden estar operando como disparadores de
manifestaciones de violencias más graves. Por ello coinciden con los estudios anteriores
en la importancia de promover la convivencia entre estudiantes a partir de proyectos de
participación en la escuela que recuperen sus intereses y en una apuesta por el trabajo en
equipo de docentes y directivos.
En noviembre de 2014, el OAVE realiza un cuarto relevamiento sobre la
percepción de alumnos de 2° y 5° año de las escuelas secundarias de gestión estatal y
privada de las 24 jurisdicciones del país acerca de la convivencia, el conflicto y la
violencia en sus instituciones. Este estudio se propone ir más allá de una medición de la
violencia y los conflictos buscando explorar y describir un conjunto de dimensiones que
hacen al funcionamiento institucional y al modo en los vínculos emergen en las escuelas.
Entendiendo por convivencia a la relación entre vínculos educativos y organización
escolar, los autores se posicionan teóricamente desde el constructo clima escolar como
conjunto de percepciones que los actores tienen de las relaciones interpersonales en la
escuela, el despliegue de sus principales actividades y el contexto institucional en que se
establecen. Además, dejan de lado la conceptualización entre violencias “leves” o
incivilidades y violencias propiamente dicha de los estudios anteriores, por violencias
general. En ese sentido, especifican que para la medición del acoso escolar recuperan
como factor solo la periodicidad en el tiempo (3 o más veces en el mes durante el último
año) sin incluir los otros dos factores habitualmente considerados como la intencionalidad
del sujeto que agrede o intimida y una relación de poder fuertemente asimétrica. También
consideran especialmente que la medición de las violencias mediante el uso de armas
debe ser analizada en su complejidad para evitar la amplificación de los discursos sociales
que naturalizan la peligrosidad social en los jóvenes o en sus entornos barriales (OAVE,
2014).
En este estudio, el 95% de los alumnos de la población total tiene amigos en la
división y el 84% se siente bien en la escuela. Entre 70% y 75% de los alumnos tiene
una percepción positiva de las clases, de las condiciones de escucha y de las relaciones
interpersonales en la escuela. Solamente en cuanto a la conformidad de los alumnos con
el contenido y la participación en la revisión de las normas escolares el nivel de respuestas
baja a un 60%.
Debido a que se modifican los indicadores que evalúan los niveles de
victimización y participación en las violencias por parte de los estudiantes, es difícil
establecer comparaciones interanuales con los estudios anteriores. Sin embargo, si
tomamos los resultados generales del acoso entre pares se observa que el 16 % de los
estudiantes dicen haber sufrido al menos un tipo de violencia tres o más veces por mes en
el último año y el 15 % responden que ha participado en dichas acciones hacia sus pares,
datos que se relativizan cuando las formas de violencia más habituales son “tratar mal” a
un compañero y burlarse de características físicas. En cuanto a haber recibido amenazas
con armas blancas y de fuego solo el 5 y 4% responden afirmativamente. Además, al
igual que los estudios anteriores, los varones reportan haber agredido más que las mujeres
y en el ciclo básico (hasta 15 años aproximadamente) se concentran más episodios de
agresiones que en el ciclo superior.
La contribución de los relevamientos del OAVE y de la investigación académica
reseñada hasta aquí permitieron dar una proporción rigurosa al fenómeno en cuestión, en
un contexto en el que la mediatización de los episodios de la llamada “violencia escolar”
bajo la figura del bullying sobresalía en Argentina incluso sobre otros tipos de violencia
hacia los adolescentes y jóvenes fuertemente invisibilizadas, como por ejemplo, las
violencias de género y las violencias institucionales desplegadas por las fuerzas de
seguridad en distintas provincias del país.
La construcción de la noticia sobre una “epidemia de violencia” en las escuelas
como han mostrado otros estudios (Míguez & Noel, 2006; Kaplan, 2006) presuponía un
aumento de los casos de agresión entre estudiantes y de estudiantes a profesores,
asociando dicho aumento en la prevalencia de casos de violencia a una caída de los
valores tradicionales de la educación, a las escuelas asentadas en barrios más populares
de Argentina y a las dificultades en la socialización familiar de sectores en situación de
pobreza. Todas estas construcciones de la opinión pública no habían sido verificadas
empíricamente y, en la medida en que ahora se contaba con “datos oficiales” se pudo dar
cuenta de otras interpretaciones del fenómeno “violencia escolar”.
Además, al haber sostenido una continuidad en la generación de información
pública sobre todo hasta 2010, permitió dar fundamento a un conjunto de políticas
públicas destinadas a la mejora y promoción de la convivencia escolar. Dichas políticas
estaban en consonancia con un conjunto de resoluciones emanadas del Consejo Federal
de Educación que se orientaron estratégicamente al fortalecimiento de la educación
secundaria debido a la apuesta por la obligatoriedad de la educación hasta los 17 años y
a un inédito marco legislativo que propugnaba acciones estatales para la protección de
derechos de las infancias y la formación de adolescentes y jóvenes en la escuela
secundaria.
Los aportes de las investigaciones psicoeducativas
El recorrido por las investigaciones específicas de la Psicología en diálogo con el
campo educativo y escolar nos permite distinguir dos líneas diferenciales: indagaciones
orientadas a analizar las perspectivas, posicionamientos e intervenciones de educadores
(docentes, preceptores, directivos) y agentes psicoeducativos sobre problemas de
violencia en las escuelas y las que se centran en los episodios y manifestaciones escolares
significados como maltrato entre estudiantes y “bullying”.
En este estudio, los docentes sitúan los problemas de violencia en escenas que
tienen como protagonistas a los estudiantes, principalmente como agresores (con sus
compañeros o hacia el propio docente) o como víctimas de violencias provenientes de su
entorno familiar o bien atravesados por problemas del contexto social (2016). Lo
connotado como “violentas” no son situaciones extremas o graves, sino principalmente
disrupciones del cotidiano escolar cuyas características las “encuadran en las nociones de
incivilidades, micro-violencias (Debarbieux 1996 y 2003a) e indisciplinas (Furlán 2003,
2005), todas formas “tenues” que no revisten mayor gravedad y que, en las perspectivas
de los educadores, contrastan con las situaciones que, según señalan, ocurren “puertas
afuera” de la escuela” (2016: 79).
En los docentes prevalece una externalización de las causas y orígenes de los
problemas de violencia en la escuela, ya que los sitúan en los contextos familiares
(fragmentación, abandono, maltrato) y barriales donde viven los estudiantes (2016). Lo
que fue nombrado y significado como “violencia” (2017) se vincula a sufrimientos y
victimizaciones sufridas por los estudiantes por efecto del contexto en el que viven,
signado por precariedad (crisis social, desocupación, hambre) y numerosos peligros que
enfrentan a diario (consumo de drogas, muertes por gatillo fácil, formas de ganarse un
lugar en sus contextos barriales a través de la violencia). En la mayoría de las narrativas
docentes subyacen teorías implícitas sobre la violencia escolar vinculada a aspectos
exclusivamente de carácter emocional, sin enlazar la problemática con la trama de
relaciones sociales y vinculares que se construyen al interior de las instituciones
educativas (2016). Interrogados de forma específica por manifestaciones de violencia “de
la escuela” (Charlot, 2002), los educadores (2017) no mencionaron problemas de los
alumnos con la vida escolar ni identificaron posibles implicancias de variables
institucionales como productoras y/o reproductoras de situaciones de violencia. Las
autoras hipotetizan que la gravedad y urgencia que poseen en lo cotidiano las situaciones
de violencia provenientes del contexto extra-escolar operan en la invisibilización de los
procesos ligados a la violencia simbólica e institucional y la significación en términos de
“injusticias” de prácticas habituales como el trato despreciativo de algunos docentes a
estudiantes (2017).
Si bien las causas de la violencia se ubican principalmente en factores sociales,
económicos y culturales extra-escolares, los agentes nombraron acciones y abordajes que
refieren al efecto establecimiento (Debarbieux, 1996) de la escuela, vista como un espacio
de ayuda, contención e inclusión ante la precariedad y violencia que para ellos caracteriza
lo extra-escolar (2017). La implicación docente en la resolución de conflictos se
materializaba en acciones tácticas ocasionales de tinte afectivo, ligadas al trato, ante la
inmediatez situacional. “Acercarse”, “contener”, “conversar”, “abrazar”, “apelar al
buen vínculo” y “proteger”, fueron acciones referidas como forma de recomponer los
vínculos luego de situaciones violentas y evitar mayores peligros. Estas acciones son
usualmente de carácter genérico, con aislada fundamentación teórica y sin indagación ni
análisis previo de las situaciones. Asimismo, dichas iniciativas emergen desvinculadas de
la dimensión epistémica y/o pedagógica propia del trabajo docente y desarticuladas
también de un proceso de intervención que implique cooperación y comunicación
reflexiva entre educadores (2016).
La dificultad para concebir ciertas prácticas generadas por los docentes en los
vínculos intergeneracionales del aula como “violencias simbólicas” también fue reseñado
por Zabala et. al. (2010) en el marco de su investigación en escuelas en riesgo de San
Miguel de Tucumán. A partir de entrevistas a docentes y estudiantes acerca de las posibles
situaciones de violencia física y/o simbólica que pueden generarse en el espacio del aula,
delimitaron tres campos de problemas: malestar docente, tipos de enseñanza, formas de
evaluación. La mirada estudiantil enfatiza la recurrencia de formas de transmisión cultural
de tipo verticalista, unidireccional y las comunicaciones estereotipadas, que los coloca en
una posición de pasividad sin lugar a sus intereses y dificultades en el proceso de
enseñanza y aprendizaje, a lo que se le suman evaluaciones arbitrarias utilizadas como
medios coercitivos y disciplinadores de sus comportamientos en el aula. Tanto el
corrimiento del ejercicio de autoridad como estas formas de violencia simbólica en las
prácticas de enseñanza generan malestar en los alumnos y configuran un contexto
propicio a la generación de situaciones disruptivas y violencias en el aula.
Desde una perspectiva situada en la Salud Mental, De Lellis & González (2012)
caracterizaron las concepciones y prácticas de los sujetos educativos de una escuela del
Gran Buenos Aires. La perspectiva de estudiantes y educadores es coincidente respecto
a los indicadores que denotarían situaciones de violencia escolar y al ámbito vincular
donde se producen: 1) entre alumnos, principalmente de tipo verbal, siendo su principal
expresión la discriminación por país de origen, mientras que las formas de violencia
física son esporádicas; 2) entre adultos, referente a la falta de espacios de encuentro
entre docentes y preceptores para la reflexión conjunta y la ausencia de las familias ante
las convocatorias institucionales; 3) alumnos-adulto, por incumplimientos de normas
institucionales (asistencia, utilización del uniforme) o transgresiones en el trabajo áulico
(no prestar atención, desobedecer indicaciones docentes o molestar en clase).
Los participantes conciben a la escuela como reflejo de una sociedad violenta y
consideran que las manifestaciones violentas son originadas por factores externos,
principalmente conflictos que se suscitan en la comunidad de base territorial cercana y
que irrumpen o se dirimen en el espacio institucional: rivalidades entre grupos juveniles,
conflictos intrafamiliares, problemas entre familias cuyos hijos van a la misma escuela.
Un punto de divergencia entre los participantes fue la ausencia de un criterio común para
definir ambos términos del continuo violencia-convivencia: algunos sostienen una
mirada más naturalizada de las manifestaciones de violencia insertas en las propias
tramas convivenciales (“convivencia violenta”, “mala convivencia”), otros
compartieron una mirada más disruptiva, comprendiendo a la convivencia como
interacción pacífica y satisfactoria sostenida por diálogos constructivos cuya ruptura
puede derivar en manifestaciones de violencia.
En síntesis, en estas investigaciones predomina en estudiantes y docentes la
identificación de fenómenos circunscritos a sus manifestaciones visibles, la dificultad
para desnaturalizar determinadas prácticas como violentas (principalmente, arbitrios y
abusos de poder docente en el aula) y la escasa interpelación por los factores y dinámicas
institucionales que contribuyen a consolidarlas. La importancia de estos estudios
reseñados es la comprensión de las miradas de los sujetos educativos en la demarcación
de lo que cobra visibilidad y significación o se invisibiliza como violencia en los
cotidianos escolares. En este sentido, son coincidentes en señalar que aquello
comprendido como “violencia” por los educadores son hechos que aisladamente revisten
gravedad cobrando centralidad formas de micro-violencias y conflictividades en los
vínculos de convivencia intra e intergeneracional y en las prácticas de disciplina áulica.
Asimismo, estas investigaciones enfatizan la importancia por continuar relevando las
recurrentes pero invisibilizadas prácticas de violencia simbólica que deja marcajes
subjetivos en los sujetos del aprendizaje.
A grandes rasgos, estos trabajos se interesaron por los motivos que los jóvenes
esgrimen para explicar las peleas. En lo fundamental, se alude a conflictos por terceros
en las relaciones sexoafectivas (“peleas por una chica” o “por un chico”) y a rivalidades
entre grupos o bandas, generalmente organizados en torno a taxonomías e identidades
juveniles, barriales y a veces racializadas. En estas dinámicas, la mirada es un elemento
que cobra centralidad; funciona como detonante o preludio de las violencias narradas, en
sintonía con la vivencia de sentirse “rebajado” o “llevado por delante” (Di Leo, 2008; Di
Napoli, 2018a; Paulín, 2015a: Tomasini, et. al. 2010). Aunque, como mostraron estos
mismos estudios, la mirada también puede estar al servicio de las prácticas de evitación
y de la obtención de reconocimiento social. Las peleas son analizadas como modalidades
ritualizadas de violencia en las que a menudo interviene una lógica del honor, que
encuentra similitudes con el aguante5 en las hinchadas de fútbol (Di Napoli, 2019). Así,
la violencia aparece como modo válido para la obtención de respeto (Silva, 2018). Sin
embargo -este quizá sea el dato más interesante- la ritualidad y juegos de rostro (Goffman,
4
Como dijimos antes en el informe llevado a cabo por el Observatorio Argentino de Violencia en las Escuelas, en 2007
se utilizaba el término incivilidades. No obstante en la versión de 2010 se reemplaza por la denominación malos tratos
precisamente por el riesgo de sugerir que la violencia sea algo propio de la “no civilización”.
5
Algunas etnografias argentinas (Alabarces, 2004; Garriga Zucal, 2005; Moreira, 2005) comprenden el aguante como
sistema de honra y prestigio vinculado con los enfrentamientos físicos entre hinchadas futbolísticas.
1970) con frecuencia consiguen tramitar o disuadir los conflictos, previniendo
enfrentamientos más graves (Paulín, 2015a; Tomasini, 2013).
Las intersecciones entre clase, género y etnia también son abordadas en otras
investigaciones en relación a la construcción de identidades de género en jóvenes mujeres.
Estos trabajos analizan los conflictos que suscita el devenir mujeres en la escuela y el
complejo modo en que se entrelazan imperativos corporales y estéticos (Bertarelli, 2014;
Tomasini & Bertarelli, 2014; Molina, 2012). Mandatos que también permean la
6
El Cuarteto es un género musical nacido en Córdoba que se caracteriza por su ritmo movido y alegre.
Surge en los años cuarenta del siglo pasado como baile de la clase trabajadora y, en tanto tal, despreciado
por la clase media y alta. Los “bailes”, ambientes de la música de “cuarteto”, se llevan a cabo en clubes o
estadios deportivos. El público, fundamentalmente juvenil, es convocado por la afinidad con determinados
cantantes y bandas de este género popular.
producción y circulación de sentidos acerca de la violencia sexual entre jóvenes
escolarizados (Tomasini & Morales, 2017).
Por otra parte, el reconocimiento social requiere de marcos simbólicos que le den
inteligibilidad. En este sentido, en la última década se llevaron a cabo estudios que
indagaron las perspectivas “nativas” acerca de la violencia y conflictividad en los centros
7
Como señala Paulín (2015), las primeras son señaladas como enfrentamientos cargados de una agresividad recíproca
y las segundas como modalidades lúdicas de comportamiento.
educativos, haciendo hincapié en las miradas adultas. Tal como fue relevado en otros
países latinoamericanos (Saucedo Ramos & Guzmán, 2018; Barrios, 2016; Garrido,
Kröyer, Castro & Muñoz, 2012; Lopez, Carrasco, Morales, Ayala, López & Karmy,
2011), desde la perspectiva de los agentes escolares la violencia aparece externalizada,
esto es; adjudicada a causas ajenas al acontecer escolar. Algunos trabajos refieren a la
presencia de imaginarios o marcos interpretativos referidos a los estudiantes de sectores
populares que configuran expectativas e intervenciones construidas desde una mirada
deficitaria o carenciada de estos jóvenes: biologicista, maduracionista y en algunos casos
criminalizante (Corna, 2018). Desde dichos marcos, las situaciones conflictivas o
violentas son pensadas como productos de socializaciones primarias deficitarias. Sin
embargo, en algunas indagaciones propias hemos encontrado un contrapunto al comparar
escuelas de sectores sociales contrastantes. Estos hallazgos nos han permitido proponer
que
Así, mientras que en las escuelas a las que asisten jóvenes de sectores populares
ciertos incidentes parecen explicarse por su procedencia social (D’Angelo & Fernández,
2011), en los sectores altos estas imputaciones tienden a moderarse al ser adjudicadas a
los avatares propios de la conflictiva “etapa adolescente” (García Bastán & Tomasini,
2019).
8
En nuestro país la masificación de los sistemas educativos ha sido asociada con la promoción de tendencias a la
diferenciación y construcción de circuitos de distinción (Tiramonti & Ziegler, 2008). De este modo, progresivamente
argentina refuerzan la asociación lineal entre la violencia en las escuelas y los jóvenes
socialmente desfavorecidos. Más aún, los estudiantes son presentados como únicos
responsables de los episodios violentos y las soluciones dejan de proyectarse en la
escuela, naturalizando la intervención de las fuerzas de seguridad. En este sentido, podría
decirse que el aparato mediático viene a reforzar el diagnóstico que hace tiempo Alfredo
Furlán (2005) caracterizaba como una crisis de confianza en la capacidad de las escuelas
para lidiar con las problemáticas aludidas. No obstante, esto también es preocupante si
tenemos en cuenta que los jóvenes reproducen y resignifican estas imágenes
estigmatizantes a través de complejos mecanismos de adjudicación y asunción de
taxonomías sociales y que la eficacia simbólica de estas construcciones puede
eventualmente derivar en procesos de “autoestigmatización” (Kaplan & Di Napoli, 2017).
También en Argentina algunos trabajos de este campo han puesto el foco sobre la
conflictividad en los vínculos intergeneracionales. En este afán, ciertas aproximaciones
recurrieron al concepto de autoridad (Hernández, 2015; Torres, 2014) o respeto (Gallo,
2011), mientras que otros abordajes procuraron caracterizar las formas que asume la
reciprocidad entre adultos y jóvenes (García Bastán, 2016; Rosales, Martín & Gómez,
2018). En líneas generales, estos trabajos comparten la hipótesis de que en nuestro país
desde mediados del siglo XX los vínculos de generación han experimentado profundas
transformaciones propendiendo hacia modos de vinculación más horizontales y
dialógicos. Lo cual, en un escenario escolar tradicionalmente jerárquico, genera múltiples
puntos de tensión y, especialmente para los adultos, una gran carga de incertidumbre en
relación a la regulación de las relaciones intra-escolares (Míguez, 2009; Míguez, Gallo &
Tomasini, 2015).
la formación en instituciones de educación media pública o privada se convirtió cada vez más, en indicador de una
posición de clase (Blázquez, 2010).
frente a un sentimiento predominante de exclusión y falta de reconocimiento. Los
testimonios juveniles recogidos denuncian la escasez de referentes adultos que presten
escucha en ámbitos escolares y familiares. Esto señala, entre otras cosas, la potencialidad
que alberga el espacio escolar para brindar espacios de contención en los que los jóvenes
puedan sentirse reconocidos.
Conclusiones
Luego del recorrido por las tres líneas de investigación que nos permiten
cartografiar la producción de conocimientos sobre la violencia en las escuelas secundarias
en Argentina, nos interesa poner en balance sus contribuciones para este campo de
estudios y las implicancias con respecto de las políticas de intervención que se
desprenden.
Con respecto a los estudios nacionales surgidos desde el OAVE y la investigación
académica reseñada en primer término, consideramos que fueron claves para una lectura
rigurosa de las magnitudes del problema buscando posibles modelos explicativos que
tensionaron las relaciones entre violencias, posición social, contextos y climas
institucionales y los complejos procesos de integración y diferenciación social que son
cotidianos en las dinámicas escolares.
Los resultados de estos estudios muestran que la escuela secundaria es un espacio
de socialización poblado de afectos amistosos y de confianza para la mayoría de los
estudiantes sin por ello dejar de alojar procesos conflictivos como toda institución social.
Estas conflictividades pueden ser resueltas a través de violencias físicas y forma diversas
formas de intimidación y en menores proporciones a través del acoso como forma de
violencia reiterada de algunos sobre otros estudiantes. También fue importante la
verificación de las heterogeneidades de violencias entre estudiantes a la hora de analizar
la distribución por edad, ciclo y género y las relaciones del clima escolar con las
conflictividades y el aprendizaje.
Además, estos estudios al distinguirse críticamente del modelo original de los
estudios pioneros en Europa y Estados Unidos basados en auto reportes de victimización
interpersonal, contribuyeron con una problematización teórica multidimensional de las
violencias desde enfoques antropológicos y psicosociales que permitieron análisis más
integrales y complejos del problema. En ese sentido sentaron las bases para una
desmitificación de los discursos generadores de pánico moral sobre las conductas
juveniles en la escuela pública muy frecuentes en la construcción de noticia sobre la
temática en diversos medios de comunicación de nuestro país.
Por otra parte, un aporte importante de las investigaciones psicológicas que hemos
reseñado fue la atención a un aspecto menos indagado en las otras líneas como lo es el
papel de las miradas y posturas de educadores sobre las situaciones delimitadas como
violencias en el escenario escolar. Este es un aspecto crucial a atender en la generación y
desarrollo de capacitaciones docentes situadas que habiliten a la revisión conjunta de
miradas y marcos referenciales subyacentes a las acciones y prácticas de enseñanza,
evaluación y relaciones intergeneracionales con estudiantes así como la construcción de
comprensiones contextualizadas y herramientas colaborativas de abordaje de
problemáticas recurrentes. Asimismo, estas investigaciones iluminan otros dos elementos
posibles de revisión crítica en intervenciones psicoeducativas como son la incidencia del
propio dispositivo escolar y las prácticas pedagógico-institucionales en la generación,
promoción, reproducción o invisibilización de situaciones de violencia en las escuelas y
las vivencias de malestar y sufrimiento de las que los docentes no quedan exentos.
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