Civilización y Naturaleza
Civilización y Naturaleza
Civilización y Naturaleza
1
Julián Vargas Lesmes y Fabio Zambrano, “Santa Fe y Bogotá: Evolución histórica y servicios públicos,” en:
Bogotá 450 años. Retos y realidades, ed. Pedro Santana R. et al. (Bogotá: IFEA, 1988), 11.
* Historiador. Universidad Nacional de Colombia.
C.C. 1013594954
Investigador independiente.
Correo electrónico: sysandovald@unal.edu.co
Los recursos naturales, así como el ecosistema característico de la Sabana, determinaron la
ubicación que los conquistadores le dieron a la nueva ciudad en ella. En primer lugar, la
zona del altiplano que se encuentra delimitada por los cerros orientales poseía una gran
riqueza hídrica, gracias a los ríos y riachuelos que descendían de aquellos, garantizando una
oferta de agua pura permanente. Asimismo, este sistema orográfico constituía una muralla
defensiva natural contra posibles ataques de otros grupos indígenas. No obstante, a pesar de
la importancia que tenía el agua en la fundación de una ciudad, los españoles fueron
conscientes de los efectos negativos que esta podría traer. En ese sentido, el punto
específico donde se erigió Bogotá, permitía mantenerla alejada de las constantes
inundaciones que se daban en el área pantanosa del occidente de la Sabana.2
De esta forma, la capital del país cobró vida y adquirió su particular fisonomía espacial, que
permaneció casi intacta hasta inicios del siglo XX, logrando mantenerse gracias a la oferta
ecológica que le proporcionaban sus alrededores: los cerros orientales y la extensa sabana
hacia el occidente; gracias a ella, los habitantes lograron subsistir y establecerse en la
ciudad. No obstante, el siglo XIX trajo consigo una serie de transformaciones que alteraron
el equilibrio mantenido dentro de esta interacción entre hombre y naturaleza.
Los cerros, los ríos y el espacio urbano
Los cerros orientales delimitaron geográficamente el espacio urbano y condicionaron el
próspero desarrollo de la Santafé colonial, ya que gracias a ellos la población contaba con
varias fuentes hídricas provenientes de ellos. El delineamiento espacial de la capital
respondió al cauce que llevaban los principales ríos de la siguiente manera: el núcleo
fundacional -actualmente conocido como centro histórico- se encontraba enmarcado entre
el río San Francisco -o Vicachá, llamado así por los indígenas- al norte, y el San Agustín al
sur. La ciudad también se desarrolló por fuera de estas fronteras, y esto fue notable
especialmente desde el siglo XIX: hacia el norte, su crecimiento siguió los cursos de las
quebradas y riachuelos, siendo el más importante el río Arzobispo; hacia el sur se extendió
hasta las cercanías del río San Cristóbal -actual río Fucha-. Estos últimos delimitaron las
fronteras periféricas de la ciudad.3
Durante la Colonia los cerros, además de abastecer con agua a los santafereños, les
proveyeron con materiales de construcción. La arcilla de sus suelos fue usada en la
fabricación de ladrillos, tejas y vasijas; su tierra y sus piedras fueron utilizadas para
levantar las paredes de casas y templos religiosos; los bosques presentes en ellos
proporcionaron maderas, que fueron empleadas en todas las construcciones; también
sirvieron como leña para los hornos en cocinas y herrerías, así como para la elaboración de
cordones, cuerdas y sogas.4
2
Vargas y Zambrano, “Santa Fe y Bogotá,” 32.
3
Julián Alejandro Osorio Osorio, “Los cerros y la ciudad: crisis ambiental y colapso de los ríos al final del
siglo XIX,” en: Historia ambiental de Bogotá y la sabana, 1850 – 2005, ed. Germán Palacio Castañeda et al.
(Leticia: Universidad Nacional de Colombia, 2008), 172 – 173.
4
Carlos Martínez, Bogotá: sinopsis sobre su evolución urbana (Bogotá: Editorial Escala, 1976), 32.
Algo característico del concepto de ciudad colonial era la oposición presente entre
“civilización y naturaleza”, aspecto que Santafé reflejó en su composición: la creación de
un espacio urbanizado que contrastaba con el entorno natural de la sabana y los cerros
orientales, al no dar cabida en ella a las zonas verdes: parques, jardines, antejardines,
prados, etc. Esto proyectaba la imagen de una Santafé que, a nivel urbanístico, buscaba
separarse del medio ambiente que le rodeaba.5 A pesar de ello, la relación entre habitantes y
naturaleza se mantuvo en una relativa estabilidad.
El período decimonónico trajo consigo un fenómeno que no se había presentado
anteriormente en forma pronunciada, alterando el equilibrio mantenido hasta entonces entre
hombre y recursos naturales: el crecimiento poblacional. A inicios del siglo XIX, la capital
tenía 21.394 habitantes; para 1843 contaba con 40.086, y en 1881 había alcanzado las
84.723 personas.6 Esto quiere decir que en el lapso de ochenta años, la población de Bogotá
aumentó un 300%. La concentración de un mayor número de pobladores inició una fuerte
presión sobre los recursos naturales que ofrecían los cerros. Por un lado, la única opción
energética disponible para el funcionamiento de las cocinas bogotanas era la leña, obtenida
exclusivamente de los bosques ubicados en aquellos. Teniendo en cuenta el aumento
demográfico, se puede afirmar que en el transcurso de ocho décadas la demanda doméstica
se cuadruplicó. Esto tuvo un creciente impacto negativo sobre los cerros, ya que para
mediados de siglo los bosques nativos se habían extinguido. 7 A partir de entonces tuvo
lugar un progresivo empobrecimiento de la vegetación, que afectó no solo los suelos sino
también los ríos de la ciudad.
Explotación y deforestación en los cerros
Las alfarerías de Bogotá se ubicaban en las faldas de los cerros orientales, ya que era en sus
suelos de donde se obtenía la materia prima que permitía su labor. Para acceder a esta,
realizaban taludes o cortes en las laderas de las montañas. De esa forma se lograba extraer
la arcilla o arena de peña, la cual por medio de su cocción, permitía la fabricación de tejas
y ladrillos. Igualmente, estas utilizaban los árboles nativos como combustible para
alimentar sus hornos. Estas zonas de explotación se denominaban chircales.
En el siglo XIX, las factorías alfareras se ubicaban a lo largo de los cerros orientales en las
siguientes áreas: al norte, entre Chapinero y Sucre -Universidad Javeriana y el Parque
Nacional Olaya Herrera-; al centro sobre el Paseo Bolívar, entre los barrios La
Perseverancia y Egipto -Avenida Circunvalar entre calles 34 y 6-, y al sur, entre los barrios
Santa Bárbara y San Cristóbal -desde la calle 6 hasta la 11 sur-. Estas abastecieron a Bogotá
con materiales de construcción. Los chircales afectaron de manera especialmente sensible
el ecosistema de los cerros, ya que allí se ubican las cuencas hidrográficas de los ríos San
Francisco, San Agustín y San Cristóbal, que para ese entonces proporcionaban el 90 % del
5
Germán Palacio Castañeda, “Urbanismo, Naturaleza y territorio en la Bogotá republicana (1810 1910),” en:
Historia ambiental de Bogotá y la sabana, 1850 – 2005, ed. Germán Palacio Castañeda et al. (Leticia:
Universidad Nacional de Colombia, 2008), 25.
6
Germán Mejía Pavony, “Los itinerarios de la transformación urbana: Bogotá, 1820 – 1910,” Anuario
Colombiano de Historia Social y de la Cultura (1997): 133.
7
Osorio Osorio, “Los cerros y la ciudad,” 176, 177.
agua consumida en la ciudad.8 Por otra parte, un estudio de inicios del siglo XX comparó el
nivel de rendimiento del carbón vegetal en comparación con la leña dentro de las alfarerías,
resaltando que esta última permitía realizar 18 operaciones de horneo al año, frente a 7
usando la hulla -carbón vegetal- .9 Esto en buena parte explica la preferencia por los árboles
y, por consiguiente, la deforestación de los cerros para fines artesanales.
Tanto la remoción del suelo montañoso como la tala indiscriminada de árboles nativos,
llevaron a una reducción ostensible de la vegetación, así como a una progresiva erosión de
los cerros, factores que originaron una alteración del ciclo hídrico. Las plantas y la
cobertura vegetal absorben el agua de las lluvias y el vapor del agua presente en la
atmósfera, lo cual les permite sobrevivir almacenándola en sus raíces, tallos y follaje, para
servirse de ella en la temporada de verano, así como para mantener regulado el caudal de
ríos y riachuelos.10 De igual manera, otra grave consecuencia de la deforestación fueron los
constantes deslizamientos de tierra. Hacia finales del siglo XIX las autoridades municipales
manifestaron la necesidad de prohibir la realización de socavones, así como la explotación
de canteras y chircales. La razón de ello es que tales prácticas debilitaban el terreno, lo que
podría conllevar a graves derrumbes de lodo y piedras durante la temporada de lluvias,
obstruyendo el curso de los ríos y pudiendo desembocar en grandes avenidas de
consecuencias incalculables para la ciudad.11
La crisis de los ríos: daños ambientales y contaminación
Desde la Colonia y hasta inicios del siglo XX, la principal fuente hídrica de Bogotá fue el
río San Francisco, en cuyas orillas se establecieron los molinos de trigo, curtiembres,
mataderos y las lavanderas de ropa; igualmente sirvió como lugar de baño público. Para
finales del período decimonónico, la capital contaba con 4 acueductos: Aguaneva y Las
Nieves, abastecidos por el río San Francisco, que proveían a esta parroquia y el sector de La
Catedral; el del río Arzobispo, cuyas aguas eran distribuidas a la zona occidental de Las
Nieves y la parroquia de San Victorino; y el que suministraba a las zonas urbanas
localizadas al sur de La Catedral con las aguas provenientes del río San Agustín. 12 El
preciado líquido llegaba a la ciudad por medio de los llamados chorros o fuentes ubicados
en el centro de las plazas públicas, que recibían las aguas de ríos y quebradas provenientes
de los cerros orientales, y que eran transportadas gracias a estos acueductos. A falta del
servicio de suministro domiciliario, esta debía ser adquirida a través de unas mujeres
llamadas aguateras, quienes la recolectaban en las pilas públicas para venderla en vasijas
de barro por las diferentes casas. Si bien en algunas casas de familias distinguidas el agua
8
Osorio Osorio, “Los cerros y la ciudad,” 178, 179 – 180.
9
Miguel Triana, La arborización y las aguas: artículos escritos para Bogotá, pero que son también
aplicables a otras poblaciones de la República (Bogotá: Editorial El Liberal, 1914), 20, 21.
10
Triana, La arborización y las aguas, 16 – 18.
11
José Segundo Peña, Informe de la comisión permanente del ramo de aguas (Bogotá: Imprenta Nacional,
1897), 46, 47.
12
Germán Mejía Pavony, Los años del cambio. Historia urbana de Bogotá, 1820 - 1910 (Bogotá: CEJA,
2000), 74 – 75.
se almacenaba en aljibes ubicados en los patios y huertos, por lo general se contaminaban y
su consumo podía generar enfermedades como el bocio u otras aún más graves.13
Los desagües eran unos canales superficiales localizados en el centro de las calles, y su
diseño, heredado de la Colonia, no sufrió variaciones a lo largo del siglo XIX. Estas tenían
forma de “V”, para recoger los desechos depositados por la población. Así, el agua de
lluvia, auxiliada por la fuerza de gravedad, los arrastraba hasta las afueras de la ciudad. Sin
embargo, este sistema producía la contaminación de los ríos más importantes y generaba
potenciales focos de infección a su paso. Al respecto, Salvador Camacho Roldán dejó
consignado en sus Memorias el destino de estas aguas:
[…] el agua de los caños, que corría por la mitad de ellas, encargada de
arrastrar a los ríos de San Francisco y San Agustín las basuras de las casas, se
regaba a uno y otro lado, formando pozos pestilentes que embarazaban el paso
[…].14
El cronista bogotano de finales de siglo, José María Cordovez Moure, señaló el lamentable
estado y las dos principales causas de contaminación en los ríos capitalinos:
En el puesto que hoy ocupan todos los puentes de la ciudad existían muladares
centenarios donde reposaban desperdicios de cocina, animales muertos,
basuras de todas clases y condiciones, con la circunstancia especial de que
estos sitios suplían para el pueblo las funciones de los actuales inodoros […]
La ciudad se proveía de las aguas de los ríos San Francisco, San Agustín, del
Arzobispo, la quebrada de Manzanares y de algunas vertientes que bajaban de
los cerros y que ya agotó la salvaje tala de los montes […].15
En efecto, la deforestación y contaminación fueron los dos principales factores que
afectaron los ríos de Bogotá, disminuyendo su caudal y ocasionando crisis sanitarias
recurrentes hasta la segunda década del siglo XX. Durante este período, sus habitantes
solían verse afectados por enfermedades relacionadas al mal estado del agua. En 1870 se
produjo una epidemia de fiebre tifoidea, localizada en el barrio San Victorino. La razón fue
que la tubería de barro cocido que conducía el agua hasta la plaza central, pasaba
exactamente debajo de los albañales situados en el centro de las calles, por lo que las
basuras y desperdicios se filtraron en el suelo, mezclándose con el agua potable. 16
Asimismo, el agua dejaba sentir sus efectos negativos en otro aspecto.
A diferencia del período colonial, la Bogotá decimonónica se caracterizó por construir
numerosos puentes que permitían atravesar la ciudad hacia sus extremos norte y sur. En la
temporada invernal, las aguas de los ríos representaban un serio peligro para las personas
que habitaban cerca a sus orillas, ya que ocasionaban inundaciones y serios daños. La más
13
Antonio Gómez Restrepo, Bogotá: con una reseña histórica y descriptiva (Bogotá: Editorial Arboleda,
1918), 42.
14
Salvador Camacho Roldán, Memorias (Bogotá: Editorial A B C, 1946), 136.
15
José María Cordovez Moure, Reminiscencias de Santafé y Bogotá (Santa Fe de Bogotá: Editorial Aguilar,
1997), 1351.
16
Juan Camilo Rodríguez Gómez, El agua en la historia de una ciudad, vol. 1 (Bogotá: EAAB, 1988), 153.
catastrófica sucedió en 1872, cuando los caudales de los ríos se elevaron a tal punto que
destruyeron todos sus puentes, con excepción de dos principales: los de San Francisco y
San Agustín.17 No obstante, la acción del hombre siguió siendo la principal causa del
deterioro en los cerros orientales: desde la colonia y a lo largo del siglo XIX, el piedemonte
de estos fue habitado por personas de las clases más bajas, especialmente artesanos,
fenómeno que repercutió en la contaminación de los ríos capitalinos desde su curso
superior, en tanto que las planicies de la sabana fueron dedicadas a la ganadería. Dicha
configuración socio-espacial obedecía a una arraigada concepción española según la cual
las actividades manuales y artesanales eran propias de los más pobres, mientras que la cría
de ganado era percibida como una actividad propia de las clases altas.18 Comprendiendo la
magnitud del problema, los bogotanos vieron la necesidad de recurrir a medidas que
frenaran los efectos de sus actividades desmedidas e irreflexivas.
Disposiciones de saneamiento y conservación: cerros y ríos
A finales del siglo XIX, los expertos reconocieron el alarmante estado sanitario de los ríos,
incluyendo sus fuentes de nacimiento en los cerros, cuya vegetación había ido
desapareciendo progresivamente. Asimismo, la población de la ciudad seguía aumentando
exponencialmente. Para 1912, Bogotá tenía aproximadamente 117.000 habitantes; para
1938 esta cifra estaba cerca de triplicarse, alcanzando las 330.000 personas 19, sin embargo,
el nivel de expansión espacial no llevaba ese mismo ritmo, por lo cual las personas se
aglomeraban en un casco urbano reducido, que había sufrido pocas transformaciones
durante la mayor parte del primer siglo republicano. El gobierno municipal tuvo que tomar
cartas en el asunto, llevando a cabo una serie de disposiciones que evitaran un desastre
medioambiental mayor.
Si bien la construcción del primer acueducto con tubería de hierro tuvo lugar en 1886 por
los empresarios particulares Ramón Martínez de la Cuadra y Ramón B. Jimeno 20, este
sistema no abarcó la totalidad del espacio urbano, no estaba integrado, y según el estudio
realizado por la Oficina de Higiene y Salubridad, las aguas que conducía se encontraban
altamente contaminadas. El Acueducto Municipal de Bogotá, creado en 1914, buscó el
concepto técnico de la Sociedad Colombiana de Medicina, la cual recomendó conservar las
cuencas hidrográficas a través de la arborización. El principal obstáculo para llevar a cabo
esta medida radicaba en los barrios suburbanos localizados en los alrededores de estas. Por
una parte, muchas personas pasaron a invadir los cerros orientales, estableciéndose en
viviendas improvisadas que no contaban con un servicio de alcantarillado, por lo que todos
sus desechos eran depositados directamente en el lecho de los ríos, contaminando sus aguas
antes de que llegaran a la ciudad. Para poder intervenir en estas zonas, la municipalidad
procedió a comprar los predios ubicados en las hoyas hidrográficas de los ríos San
Francisco, San Agustín y San Cristóbal, así como a desalojar cerca de 4.000 personas que
17
Rodríguez, El agua en la historia, vol. 1, 160.
18
Benjamín Villegas, Cerros de Bogotá (Bogotá, D.C.: Villegas editores, 2000), 154 – 155.
19
Jair Preciado Beltrán, Roberto Orlando Leal Pulido y Cecilia Almanza Castañeda, Historia ambiental de
Bogotá, siglo XX: elementos históricos para la formulación del medio ambiente urbano (Bogotá: Universidad
Distrital Francisco José de Caldas, 2005), 64.
20
Rodríguez, El agua en la historia, vol. 1, 187.
habitaban estos sectores.21 No obstante se debe tener en cuenta que a la contaminación de
los ríos capitalinos también contribuyó en forma indirecta el nacimiento y paulatino
desarrollo industrial del país.
Con la llegada de los conservadores al poder en 1886, se implementaron una serie
de medidas proteccionistas, que buscaban estimular el desarrollo de la industria nacional.
Gracias a ellas, Colombia presenció el nacimiento de sus primeras fábricas manufactureras.
En Bogotá la cervecería Bavaria, además de ser pionera, jugó un papel muy importante, no
solo a nivel económico, sino urbanístico y poblacional. Su fundador, Leo Siegfried Kopp,
auspició la construcción de un barrio para los trabajadores que estuviera cerca de la fábrica;
este se llamó Unión Obrera, ubicado en los cerros orientales, y más adelante fue
denominado La Perseverancia. A inicios del siglo XX, el crecimiento de la industria
urbana produjo una concentración de trabajadores alrededor de las fábricas, lo que produjo
la aparición de barrios obreros, cuyas viviendas no contaban con acueducto ni
alcantarillado.22 Estos también surgieron a las afueras de la ciudad, representando nuevos
focos de expansión urbana.
Una importante medida que logró el saneamiento del agua se implementó desde la segunda
década del siglo XX, mediante su clorización en los estanques de los acueductos. Sus
efectos benéficos fueron perceptibles en un tiempo de veinte años, al reducir las muertes
por enfermedades gastrointestinales de forma considerable. A pesar de las quejas ante esta
medida, el uso de cloro se siguió manteniendo, al ser la forma más efectiva de garantizar la
salubridad del agua.23 Otra disposición implementada paralelamente fue la canalización de
los ríos, cuya iniciativa data de 1884. En la década de 1900, los ingenieros sugirieron
transformar sus cursos en alcantarillas canalizadas dentro del área urbana, para dedicar
dichos espacios a la construcción de avenidas, edificaciones y plazas. Los trabajos iniciaron
en 1919,24 ocultando el cauce de los ríos que atravesaban la ciudad y evitando una mayor
contaminación; no obstante, estos desaparecieron del paisaje bogotano. Desde finales de
1800, los expertos notaron que las aguas de los ríos urbanos llegaban a contaminar el río
Bogotá o Funza, ya que en él desembocaban.25 Dentro del plan de canalización y
construcción de alcantarillado llevado a cabo en los años 20, se contempló la necesidad de
crear una planta purificadora de sus aguas para evitar daños a la salud humana. 26 Ese
proyecto no se llegó a materializar.
A partir de la década de 1920 se inició el proceso de arborización en los cerros orientales,
no obstante, la falta de recursos públicos impidió que esta fuera guiada por conceptos
científicos que determinaran el tipo de especies a cultivarse. Como consecuencia, la
reforestación no solo preservó la vegetación nativa aún existente, sino que insertó especies
foráneas como los eucaliptos y pinos, las cuales no respondían a las condiciones del suelo,
21
Vargas y Zambrano, “Santa Fe y Bogotá,” 42 – 45.
22
Preciado, Leal y Almanza, Historia ambiental de Bogotá, siglo XX, 54.
23
Vargas y Zambrano, “Santa Fe y Bogotá,” 46 – 47.
24
Preciado, Leal y Almanza, Historia ambiental de Bogotá, siglo XX, 78 – 79.
25
Josué Gómez, Las epidemias de Bogotá (Bogotá: Imprenta de La Luz, 1898), 36.
26
Concejo de Bogotá, Memoria municipal de Bogotá, correspondiente al bienio de 1925 a 1927 (Bogotá:
Imprenta Municipal, 1927), 39.
caracterizado por su erodabilidad y poca capacidad portante, debido a las pronunciadas
pendientes.27 La siembra masiva de estos árboles importados en las hoyas de los ríos San
Francisco, San Cristobal y el Arzobispo, se había llevado a cabo desde inicios de siglo, no
solamente con fines conservacionistas sino económicos; de hecho, los pioneros de esta
iniciativa resaltaron sus propiedades maderables.28 Aun así, la reforestación coadyuvó al
nacimiento de nuevos bosques que hoy en día existen; de igual forma logró prevenir la
desaparición de los nacimientos hídricos más importantes.
Para la tercera década del siglo XX, el creciente número de habitantes sobrepasó la
capacidad abastecedora de los ríos urbanos. Desde tiempo atrás se había planteado la
posibilidad de conducir aguas extramuros de la ciudad, no solo para compensar la escasez,
sino también para mejorar la salud de los bogotanos. Mediante el Decreto N o 431 de 1906,
la Nación autorizó a la Alcaldía Municipal para hacer uso de los ríos circunvecinos a la
ciudad:
Artículo 1o: Cédese al Distrito Capital el aprovechamiento de todas las aguas
de uso público nacionales de los ríos San Cristóbal, San Francisco, el
Arzobispo y demás ríos, arroyos, vertientes públicas y de uso público que
corran dentro del territorio del Distrito Capital, ó en sus cercanías, y que sean
necesarias para satisfacer las necesidades domésticas de agua, luz, higiene y
locomoción de los habitantes de la ciudad […].29
Durante la década de 1930, el gobierno municipal había realizado importantes adelantos
con respecto a infraestructura para el abastecimiento de agua, siendo el más importante la
construcción del acueducto de Vitelma, aun así, se presentaron tres grandes obstáculos para
que aquellos representaran una solución definitiva: en primer lugar, los beneficiarios del
servicio de acueducto no tenían una cultura del ahorro, por lo que solían dejar los grifos de
agua abiertos, provocando un desperdicio injustificado. Esto se debía a que inicialmente los
usuarios pagaban una tarifa fija por el servicio, sin importar la cantidad utilizada. Como
solución al problema se instalaron contadores en las viviendas, y desde entonces se efectuó
el cobro de acuerdo al consumo presentado por cada una. Luego de llevar a cabo esta
medida, el uso doméstico se redujo en un 70%. 30 No obstante, el nivel de los ríos que
corrían al interior de la ciudad disminuía cada vez más; asimismo el crecimiento
poblacional y espacial continuaban elevando la demanda del preciado líquido; esto llevó a
que las autoridades buscaran nuevas formas de remediar esta situación. El municipio
decidió comprar las cuencas altas de varios ríos localizados al norte y sur, incluyendo la de
27
Preciado, Leal y Almanza, Historia ambiental de Bogotá, siglo XX, 69 – 70.
28
Antonio Izquierdo, Estudio sobre bosques (Bogotá: Linotipos de El Diario Nacional, 1917), 7 – 8, 20.
29
“Decreto Número 431, 10 de abril de 1906,” consultado el 6 de marzo del 2016,
http://guatoc.acueducto.com.co/Archivos/Contenido/Sistema_maestro/
DECRETO_431_DE_1906_MINISTERIO_DE_OBRAS_PUBLICAS.pdf
30
Alfredo Iriarte, Breve historia de Bogotá (Bogotá: Editorial La Oveja Negra, 1988), 226 – 227.
30
mayor importancia estratégica para este período: el río Tunjuelo. 31 Si bien esta medida
solucionó el problema del abastecimiento de agua provisionalmente, con el paso de los años
la ciudad siguió creciendo espacialmente, demandando una mayor oferta de servicios
públicos, incluyendo el agua. Inicialmente la expansión tuvo lugar en dirección paralela a
los cerros orientales, y si bien durante la Colonia y el siglo XIX estos no fueron objeto de
urbanización ni agricultura debido a que su topografía las impedía, para inicios del siglo
XX sus faldas empezaron a ser ocupadas en las zonas ligeramente inclinadas,
especialmente hacia el Norte, lo que dio lugar a una valorización de estos territorios y las
transformó en polos que atrajeron el desarrollo urbano.32 Debido a esta incesante presión
sobre los cerros, Bogotá acabó utilizando los ríos que antaño se ubicaban en sus
alrededores.
La Sabana y Bogotá: naturaleza urbanizada
La Sabana de Bogotá, ubicada al occidente, es un territorio plano que durante el período
prehispánico y colonial desarrolló una economía rural. Espacialmente se distribuyó entre
los resguardos y ejidos, que eran tierras comunales otorgadas a los indígenas por las
autoridades reales y sobre las cuales estos mantuvieron posesión hasta las reformas
liberales de medio siglo, y las haciendas ganaderas de los españoles. Con las guerras de
Independencia y la disolución oficial de los resguardos en 1851, estas tierras se repartieron
y se autorizó su libre enajenación, siendo adquiridas por terratenientes que dieron paso a la
conformación de grandes unidades de explotación regional conocidas como haciendas o
latifundios. Entre estos resguardos se encontraban los de Facatativá, Suba, Bosa, Soacha,
Engativá, Fontibón y Zipaquirá.33 La compra de estas tierras provocó un desplazamiento
masivo de indígenas y pequeños campesinos a la ciudad, lo que generó no solo un aumento
de la población urbana, sino también de la mendicidad y delincuencia. Entretanto, las
tierras de la Sabana pasaron a concentrarse en unas pocas manos. 34 A lo largo del siglo
XIX, las haciendas de la Sabana que circundaban Bogotá pasaron a ocupar la mayor parte
de aquella zona, limitando la expansión urbana hacia occidente; junto con los Cerros
Orientales, contribuyeron al direccionamiento que siguió la primera fase del crecimiento
espacial de la ciudad durante el período republicano: los sentidos norte y sur.35
La economía de las haciendas generó una escasez alimentaria urbana, ya que gran parte de
sus suelos fueron destinados a la ganadería. No obstante, las poblaciones ubicadas en sus
alrededores se encargaron de suplirla, abasteciéndola con productos agrícolas provenientes
de tierra fría y templada. De esta manera pueblos como Zipaquirá, Facatativá, La Mesa,
Villeta Guaduas, entre otros, se constituyeron en la despensa más importante de Bogotá. 36
3131
Osorio Osorio, “Los cerros y la ciudad,” 187 – 189.
3232
Villegas, Cerros de Bogotá, 182.
33
Camilo Guío y Germán Palacio Castañeda, “Bogotá: el tortuoso y catastrófico (des) encuentro entre el río y
la ciudad,” en: Historia ambiental de Bogotá y la sabana, 1850 – 2005, ed. Germán Palacio Castañeda et al.
(Leticia: Universidad Nacional de Colombia, 2008), 200.
34
Palacio Castañeda, “Urbanismo, naturaleza y territorio,” 28.
35
Alberto Escovar, Margarita Mariño y César Peña, Atlas histórico de Bogotá. 1538 – 1910 (Bogotá, D.C.:
Planeta, 2004), 472.
36
Palacio Castañeda, “Urbanismo, naturaleza y territorio,” 29, 32.
Es importante aclarar que las haciendas de la sabana no constituyeron unidades económicas
y sociales aisladas de la urbe ni tampoco abandonaron la agricultura; su razón de ser fue el
consumo de los productos que generaban, por tal motivo la papa, carne, leche y cuero
provenientes de ellas fueron ampliamente comercializados en Bogotá.37 Asimismo, los
pequeños campesinos residentes en las márgenes de los lagos naturales desarrollaron
labores agropecuarias destinadas al consumo doméstico y comercial en los mercados de la
ciudad durante todo el siglo XIX, hasta que el crecimiento urbano invadió estos espacios. 38
En efecto, el ecosistema de la Sabana se componía de lagunas y humedales. Entre sus
funciones se encontraba amortiguar las inundaciones que se daban en las áreas bajas,
regulando el sistema hídrico de la región; sin embargo, la acción del hombre empezó a
modificarlo.
En las últimas décadas del siglo XIX se empezaron a desecar los lagos, pantanos y lagunas,
con el fin de aumentar la cantidad de tierras cultivables y ganaderas. Como consecuencia, la
fauna y flora propias de la sabana empezaron a desaparecer. 39 En las grandes haciendas se
generó la importación de pastos, árboles y ganado; además, la caza deportiva y como medio
para controlar los daños ocasionados a los cultivos llevó a muchas especies de mamíferos y
aves a la extinción. Igualmente, la necesidad de construir nuevas rutas de comunicación que
agilizaran el comercio y permitieran el desarrollo de la economía urbana, motivaron al
Gobierno Nacional a favorecer el drenaje de los cuerpos de agua en la sabana: desde que se
inició la construcción de las primeras líneas férreas que unieron a Bogotá con otras
poblaciones de la sabana, los ingenieros vieron a las zonas lacustres y anegadizas que
poseía como obstáculos que dificultaban el desarrollo de las nuevas vías de comunicación.40
Los primeros atisbos de la expansión urbana hacia el Occidente estimularon una gradual
desaparición de su vegetación y suelos nativos, que permitían controlar las inundaciones.
Al perder dicha capacidad, la sabana sufrió los estragos que traía consigo el constante
desbordamiento del río Bogotá -llamado antiguamente Funza-, obligando al hombre a
realizar obras de ingeniería que disminuyeran sus efectos. Generalmente se recurrió a la
creación de grandes zanjas para desalojar el exceso de agua y a la construcción de farillones
en las riberas, no solo del Bogotá sino de otros ríos, con el fin de evitar inundaciones
durante las estaciones húmedas; en forma paralela a la reducción del nivel de agua
superficial, se produjo el drenaje de los terrenos freáticos. Dicha acción conjunta generó la
creciente desaparición de los cuerpos de agua ubicados en el área central de la Sabana. Otro
factor importante que contribuyó a la degradación del ecosistema fue la innovación agrícola
de utilizar abonos y pesticidas químicos, ya que contaminaron las fuentes hídricas y los
humedales que aún sobrevivían.41 Por otra parte, a inicios del siglo XX se produjo la
fragmentación de las grandes haciendas, debido principalmente a la partición de herencias.
Esto facilitó al Gobierno Nacional y Distrital la construcción de carreteras para los
37
Escovar, Mariño y Peña, Atlas histórico de Bogotá, 472.
38
Preciado, Leal y Almanza, Historia ambiental de Bogotá, siglo XX, 39.
39
Guío y Palacio, “Bogotá: el tortuoso y catastrófico,” 209 – 211.
40
Rodrigo Rojas Orozco, Humedales en la Sabana de Bogotá: una mirada histórica durante los siglos XV a
XIX (Bogotá: Alcaldía Mayor de Bogotá, 2000), 62.
41
Empresa de Acueducto y Alcantarillado de Bogotá, Los humedales de Bogotá y la Sabana (Bogotá:
Acueducto de Bogotá, 2003) 27 – 28, 46.
automóviles. Hacia 1930 fue inaugurado el primer aeropuerto de Bogotá, en los terrenos de
la hacienda de Techo, ubicada al occidente de la capital. Esta fue la primera gran
construcción que impulsó la expansión urbana hacia la Sabana, y que afectó una de sus
lagunas más importantes: el Tintal, fragmentándola en cuerpos de agua más pequeños,
modificando el sistema hídrico del área, y afectando negativamente su flora y fauna. 42 A
pesar de todo esto, las zonas no urbanizadas de la Sabana continuaron realizando actividad
agropecuaria de orientación comercial -producción de trigo, papa, carne y cuero- hasta
nuestros días.43
Legislación estatal: ¿una última esperanza?
El presidente Rafael Reyes, uno de los principales impulsores de la modernización
nacional, promulgó el Decreto 40 de 1905, el cual declaraba que los lagos, lagunas,
pantanos y ciénagas eran desde entonces en adelante propiedad de la Nación:
Art. 1. o El Gobierno procederá a hacer deslindar los lagos, lagunas, ciénagas y
pantanos de propiedad nacional, de los predios ribereños pertenecientes a
particulares.
El parágrafo del artículo aclara que los terrenos inundados u ocupados por las aguas durante
los diez años previos a la expedición de este decreto, también pasaban a ser propiedad de la
Nación.44 De esta forma, los cuerpos de agua en la Sabana quedaron amparados por el
Estado, que promovió su conservación y uso racional. 45 Lamentablemente dicha medida no
surtió el efecto deseado, ya que fueron las propias autoridades quienes terminaron dando
prioridad al crecimiento urbano:
Art. 2.o El Gobierno promoverá el desagüe de los lagos, lagunas, ciénagas y
pantanos que juzgue conveniente, y para este efecto puede dar en propiedad á
los individuos ó empresas que hagan la obra el todo ó parte de los terrenos que
queden en seco después de ejecutada y que pertenecen a la Nación.46
A la postre, tal iniciativa promovió la expansión urbana hacia la Sabana, hecho que se
reflejó en la construcción de nuevas rutas de comunicación y viviendas por parte del
municipio y de particulares; dicho proceso respondía en forma lógica al aumento
poblacional y a su demanda habitacional, lo que permitió el nacimiento de barrios cada vez
más alejados del núcleo histórico urbano. Esto conllevó a la invasión y destrucción del
ecosistema, ocasionando daños irreparables al medio ambiente que había permitido el
establecimiento y la subsistencia de la ciudad y sus habitantes por siglos. Todos estos
42
Departamento Técnico Administrativo del Medio Ambiente, Historia de los humedales de Bogotá (Bogotá:
Alcaldía Mayor de Bogotá, D.C., 2000) 39 – 40.
43
Margarita Flora Ruíz Soto, “Lineamientos para una historia agro-ambiental de la Sabana de Bogotá,” en:
Historia ambiental de Bogotá y la sabana, 1850 – 2005, ed. Germán Palacio Castañeda et al. (Leticia:
Universidad Nacional de Colombia, 2008), 56 – 57, 58.
44
República de Colombia. “Decretos legislativos expedidos en 1904 y 1905” (Bogotá: Imprenta Nacional,
1905) ,75.
45
Rojas Orozco, Humedales en la sabana, 64.
46
República de Colombia, “Decretos legislativos,” 75.
factores han conducido a una crisis ambiental que hoy en día se sigue profundizando, sin
poderse aún vislumbrar soluciones definitivas que puedan conjurarla.
Conclusiones
La fundación de Bogotá en el Altiplano Cundiboyacense fue posible gracias a las ventajas
militares que ofrecía el sistema orográfico de los cerros orientales, así como a los
abundantes recursos naturales que estos proporcionaron al hombre desde tiempos
prehispánicos, al contar con una amplia oferta hídrica que hizo posible el establecimiento
de sus habitantes, así como el desenvolvimiento de la vida cotidiana y las diferentes
actividades económicas urbanas. Durante el período colonial, la interacción entre ciudad y
naturaleza se mantuvo en un relativo equilibrio. El bajo nivel de población hizo posible un
aprovechamiento de recursos, cuya demanda no excedió la oferta que de estos tenían los
cerros y ríos.
A lo largo del siglo XIX, el crecimiento poblacional desproporcionado generó un impacto
negativo en el nivel y calidad de las aguas que llegaban al casco urbano, ya que la tala
indiscriminada, la remoción de la cobertura vegetal y contaminación de los ríos con
desechos de todo tipo se intensificaron. Esto se expresó en una reducción de la oferta
hídrica y la aparición de epidemias ocasionadas por su mal estado. Asimismo, los bosques
y la vegetación desaparecieron de forma acelerada, contribuyendo a la erosión de los
cerros. En vista del inminente peligro que esto representaba para los bogotanos, el gobierno
realizó estudios que confirmaron el estado de degradación al que el hombre había llevado
su entorno natural, aplicando disposiciones que buscaban conservar las cuencas de los ríos
y sanear sus aguas, así como recuperar la vegetación montañosa. Esto se logró gracias a la
protección municipal de los nacimientos hídricos, así como a la activa reforestación, que
reemplazó los bosques ya desaparecidos, y la clorización en los acueductos, evitando una
potencial catástrofe ecológica y sanitaria.
No se puede decir lo mismo de la sabana occidental. Desde el período muisca sus cuerpos
de agua y especies arbóreas se habían encargado de controlar los desbordamientos de los
ríos. Asimismo, estos constituían el hogar de una abundante y diversa fauna, y a partir de la
Colonia se convirtió en la despensa que proveía de alimentos a la urbe capitalina. Desde
mediados del siglo XIX, el fenómeno de acaparamiento de tierras llevado a cabo por las
grandes haciendas que surgieron con motivo de la supresión de los resguardos y ejidos
indígenas, hizo que Bogotá recurriera a poblaciones más lejanas para su abastecimiento en
materia alimentaria. A pesar de la iniciativa estatal por preservar los cuerpos de agua
existentes en la sabana, los intereses público y particular que respondieron al crecimiento
poblacional terminaron primando, lo que llevó al desecamiento de los lagos, pantanos,
lagunas y ciénagas debido a la expansión urbana, así como la aparición de nuevas vías de
comunicación; todo esto condujo a la extinción de muchas especies vegetales y animales
que mantenían el equilibrio ecológico en la región, contribuyendo a la progresiva
desaparición del ecosistema circunvecino. De esta forma, la presión generada por la urbe
sobre su entorno ha acentuado el contraste preestablecido por el hombre durante siglos,
entre Bogotá y sus alrededores, entre “civilización” y naturaleza.
Bibliografía
* Camacho Roldán, Salvador. Mis Memorias. Bogotá: Editorial A B C, 1946.
* Concejo de Bogotá. Memoria municipal de Bogotá, correspondiente al bienio de 1925 a
1927. Bogotá: Imprenta Municipal, 1927.
* Cordovez Moure, José María. Reminiscencias de Santafé y Bogotá. Santa Fe de Bogotá:
Editorial Aguilar, 1997.
* Departamento Técnico Administrativo del Medio Ambiente (DAMA). Historia de los
humedales de Bogotá. Bogotá: Alcaldía Mayor de Bogotá. D.C., 2000.
* Empresa de Acueducto y Alcantarillado de Bogotá. Los humedales de Bogotá y la
Sabana. Bogotá: Acueducto de Bogotá, 2003.
* Escovar, Alberto, Margarita Mariño y César Peña. Atlas histórico de Bogotá. 1538 –
1910. Bogotá, D.C.: Editorial Planeta, 2004.
* Gómez, Josué. Las epidemias de Bogotá. Bogotá: Imprenta de La Luz, 1898.
* Gómez Restrepo, Antonio. Bogotá: con una reseña histórica y descriptiva. Bogotá:
Editorial Arboleda, 1918.
* Iriarte, Alfredo. Breve historia de Bogotá. Bogotá: Editorial La Oveja Negra, 1988.
* Izquierdo, Antonio. Estudio sobre bosques. Bogotá: Linotipos de El Diario Nacional,
1917.
* Martínez, Carlos. Bogotá: sinopsis sobre su evolución urbana. Bogotá: Editorial Escala,
1976.
* Mejía Pavony, Germán. "Los itinerarios de la transformación urbana: Bogotá, 1820 –
1910.” Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura 24 (1997): 101 – 137.
* Mejía Pavony, Germán. Los años del cambio. Historia urbana de Bogotá, 1820 - 1910.
Bogotá: Centro Editorial Javeriano (CEJA), 2000.
* Palacio Castañeda, Germán et al. Historia ambiental de Bogotá y la sabana, 1850 – 2005.
Leticia: Universidad Nacional de Colombia, 2008.
* Peña, José Segundo. Informe de la Comisión Permanente del Ramo de Aguas. Bogotá:
Imprenta Nacional, 1897.
* Preciado Beltrán, Jair, Robert Orlando Leal Pulido y Cecilia Almanza Castañeda.
Historia ambiental de Bogotá, siglo XX: elementos históricos para la formulación del
medio ambiente urbano. Bogotá: Universidad Distrital Francisco José de Caldas, 2005.
* República de Colombia. “Decretos legislativos expedidos en 1904 y 1905”. Bogotá:
Imprenta Nacional, 1905.
* República de Colombia. “Decreto Número 431, 10 de abril de 1906.” Consultado el 6 de
marzo del 2016. http://guatoc.acueducto.com.co/Archivos/Contenido/Sistema_maestro/
DECRETO_431_DE_1906_MINISTERIO_DE_OBRAS_PUBLICAS.pdf
* Rodríguez Gómez, Juan Camilo. El agua en la historia de una ciudad. Vol.1. Bogotá:
Empresa de Acueducto y Alcantarillado de Bogotá, 1988.
* Rojas Orozco, Rodrigo. Humedales en la Sabana de Bogotá: una mirada histórica
durante los siglos XV a XIX. Bogotá: Alcaldía Mayor de Bogotá, 2000.
* Triana, Miguel. La arborización y las aguas: artículos escritos para Bogotá, pero que
son también aplicables a otras poblaciones de la República. Bogotá: Editorial El Liberal,
1914.
* Vargas Lesmes, Julián y Fabio Zambrano. “Santa Fe y Bogotá: Evolución histórica y
servicios públicos.” En Bogotá 450 años. Retos y realidades, editado por Pedro Santana R.,
11- 92. Bogotá: Instituto Francés de Estudios Americanos (IFEA), 1988.
* Villegas, Benjamín. Cerros de Bogotá. Bogotá, D.C.: Villegas editores, 2000.