Urbanizacion TEUSACA
Urbanizacion TEUSACA
Urbanizacion TEUSACA
Resumen
Abstract
A Alfonso Molano,
caminante y habitante de los cerros Orientales,
fallecido en agosto de 2006
Introducción
L
a cuenca del río Teusacá es un territorio que forma parte de los
cerros Orientales de Bogotá. Hace poco más de treinta años, el
entonces Distrito Especial lo convirtió en área protegida y desde
entonces se identifica con la categoría de “reserva forestal protec-
tora”, lo que significa que se trata de una zona que por el valor
de sus elementos físicos –agua y suelo– y bióticos –vegetación y
fauna– debe ser conservada permanentemente con bosque, ya sea
para la preservación de las aguas, los suelos, la fauna silvestre
y el paisaje, o bien, para el desarrollo de la economía forestal
como en su momento lo estipuló la ley 2a de 1959, de reservas
forestales de la nación. Ubicada entre los cerros Orientales, la
cuenca del río Teusacá ha sido también un hito de paso en el
tránsito histórico desde el altiplano hacia los pueblos de los
Llanos orientales. La población campesina que hoy la habita es
el resultado de dinámicas de movilidad inscritas en el marco de
relaciones entre una urbe que creció recostada sobre los cerros
Orientales, pero persiguiendo los caminos del occidente con
rumbo al valle del río Magdalena.
Desde finales del siglo veinte, la sabana se viene modernizan-
do con la conurbación característica por la expansión, el acceso y
la conectividad entre la metrópoli y los municipios circundantes.
La contraparte del salto agroindustrial en la zona plana de occi-
dente está en las montañosas alto andinas. Allí, las viejas rutas
de oriente, la historia extractiva del carbón para abastecer a la
ciudad en épocas pasadas y el minifundio son marcadores de una
territorialidad rural en contrapunteo con la expansión urbana del
borde oriental de la ciudad, que ha unido a barrios y veredas. El
valle que forma el Teusacá parecía alejado de la expansión del
borde urbano, hasta que nuevas dinámicas de ocupación en for-
ma de lujosos chalets o grandes fincas de propietarios ausentes
evidenciaron un encuentro entre lo rural y la ciudad, mediadas
por relaciones de servidumbre. Las múltiples formas de uso y
ocupación a partir de eventos y de sucesos dinamizadores de
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E
l territorio que comprende los cerros Orientales es una franja
montañosa de 14.000 hectáreas, que se sitúa entre la sabana de
Bogotá y la región que comunica con las tierras calientes de
los Llanos orientales. Los cerros forman una especie de barrera
natural que circunda a la ciudad en su costado oriental y signi-
fican la principal zona verde y fuente de producción de oxígeno
para la capital. Poseen una gran diversidad de especies de flora
y fauna, que soportan la consolidación de distintos ecosistemas
como los páramos –entre 3.300 y 3.800 msnm–, los subpáramos
–entre 3.200 y 3.400 msnm– y los bosques alto-andinos –entre
2.700 y 3.000 msnm–. Su estructura ecológica ha configurado
un encadenamiento vertical de estos tres ecosistemas que ha
preservado algunos remanentes de bosque alto andino –11,7 % del
área total– y un extenso cordón de páramo –18,3% del área total–
(Sanclemente, 2004). Mas allá del borde urbano, donde acaba la
ciudad y comienzan las montañas, se encuentra la cuenca del
río Teusacá que hace parte del perímetro urbano de Bogotá. El
escenario fisiográfico de la cuenca se ordena en torno a la laguna
del Verjón alto, que está en el páramo de Cruz Verde a 3.300 msnm
(CAR, 1999). De allí se desprende el hilo de agua que da origen al
río Teusacá y que desciende por la hondonada recogiendo aguas
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Urbanización, conservación y ruralidad en los cerros Orientales de Bogotá
Mapa
Cuenca media del río Teusacá
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A lo largo del tiempo, la cuenca alta del río Teusacá y sus actua-
les veredas han formado parte de una estructura de intercambio
económico y cultural coherente con sus características de lugar
de paso entre la sabana del altiplano y la región oriental. En el
marco de una estrategia de asentamiento disperso, movilidad y
control territorial, los indígenas muiscas hicieron del Teusacá un
eje conector importante en la dinámica comercial e interétnica
entre los Andes y los Llanos. Como otras culturales andinas, los
muisca practicaban la microverticalidad, consistente en el apro-
vechamiento de la variedad de pisos térmicos y eco nichos que
se dan en los ecosistemas templados, alto-andinos y de páramo
(Herrera, 1999). Para ello precisaron de una red de caminos que les
permitiera realizar recorridos entre franjas altitudinales; de ahí que
la cuenca del río Teusacá esté demarcada por senderos de origen
prehispánico que luego fueron retomados por los españoles para
continuar las mencionadas relaciones de intercambio comercial
con el oriente. Uno de esos senderos es el camino entre Monserrate
y Choachí que conecta con la ruta de peregrinación al cerro tutelar
y que luego atraviesa la cuenca en dirección oeste-este.
En el altiplano, los cronistas describieron caminos que salían
desde las tierras altas hacia el piedemonte llanero (Simón, 1981,
2: 81; Piedrahíta, 1973 1: 63), y tres documentos de fines del siglo
dieciséis mencionan caminos muiscas y dos hablan de “camini-
llos” en Teusacá. Aquellos que comunicaban las tierras altas con
el piedemonte llegaban a pueblos como Súnuba o Somondoco,
comunidades que suministraban algodón y coca a los grupos
que ocupaban pisos térmicos más altos (Langebaek, 1987: 82-87).
Mucho se ha discutido acerca de la funcionalidad que tuvieron
los caminos en la época prehispánica: algunos historiadores ase-
guran que no sólo permitían el acceso a terrazas de cultivo y el
trueque con poblaciones vecinas, sino que los caminos de oriente
tenían un carácter ceremonial y que, en ese sentido, su función
era comunicar aldeas con santuarios (Piedrahíta, 1973). También
estaban asociados a la reproducción de estructuras organizativas
tribales mediante rituales como las carreras que efectuaban los
nobles guerreros de la sociedad muisca. Esas territorialidades
tuvieron lugar en la laguna del Verjón alto y el río Teusacá; de
la primera se dice que fue lugar de pagamento de los muiscas,
dentro de su dinámica de culto al agua. Entretanto, el río era el
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(…) aquí en ese entonces bajábamos con los animales (….) eran
achucuas de barro que lo enterraban a uno hasta la cintura. Todo eso
no era conocido de la ciudad lo mismo que los animales. Nosotros
bajábamos a pie por el camino que venía desde Bogotá en la casa
quinta de Bolívar y que subía por Monserrate y que llegaba a un
alto que se llama Frailejonal, luego a la quebrada de Santos, el río
Teusacá y que cogía la ladera hasta llegar a Choachí (entrevista con
Miguel Pineda, 6 de junio de 2006).
L
a configuración del Teusacá como territorio despensa surgió a partir
de las relaciones que estableció la sociedad colonial asentada
al pie de los cerros Orientales.
Con el establecimiento de pue- 4. Desde el siglo dieciséis, la mita urbana
blos de indios y de instituciones se instauró como un derecho de los vecinos
de Santafé de usufructuar la mano de obra
como la mita urbana y la enco- indígena para diversos beneficios, entre ellos
4
La expansión urbana
La ruralidad en el tránsito
entre la ciudad y la región
(...) eso había unos barriles así de altos –un metro– y eso se echaba
panela a fermentar y enseguida, a lo que ya estuviera ese guarapo
bien fermentado, entonces se echaba en una olla a cocinar y se le
ponía una caña al lado por donde salía el aguardiente (...) eso se
acabó desde que se acabaron los antiguos. El resguardo siempre
molestaba mucho por eso y los cafuchaderos eran prohibidos. Había
gente que incluso dormía en el cafuche para proteger el aguardiente
(...) (entrevista con José Martínez, abril de 2006).
L
os hechos que detallaré en los años posteriores a 1977 entrañan
la agudización del conflicto territorial avivado por el entrecru-
ce de los regímenes de construcción territorial en los cerros
Orientales y, en particular, la cuenca del río Teusacá. En síntesis,
un conservacionismo a ultranza que reforzó el límite sociedad-
naturaleza justo cuando la expansión urbana había llegado a su
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A
ntes de concluir, esta reflexión tiene que ver con la manera como se
entrelazan experiencias vitales individuales como partes consti-
tutivas de la naturaleza, con vivencias sociales, para dar sentido
y para colmar de significado las relaciones entre las personas y
el entorno (Ardila, 2006). Una plantación forestal o una vivienda
campesina tradicional hecha aún con chusques11 en lo alto de
una ladera se nos presentan ahora como dos metáforas relativas
a las territorialidades que alberga
11. Esta planta es una especie de bambú de alta el paisaje de los cerros Orien-
montaña, con tallos como cañas. A diferencia de
la guadua, los tallos son sólidos por dentro. tales. Ambos son instrumentos
de conocimiento y marcadores
de la memoria histórica que remiten a experiencias y sucesos que
dan cuenta de tales territorialidades y de sus relaciones especial-
mente conflictivas. Así como la pequeña finca con cultivos para
el autoconsumo es marcador de la territorialidad rural, las áreas
de subpáramo, los chalets o las haciendas de encargo también
pueden relacionarse con la construcción de territoritorialidades
de la conservación o de la suburbanización. La comprensión his-
tórica, social y cultural de cómo es que estas metáforas devienen
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Conclusiones
E
l choque entre diferentes sentidos de territorialidad es para la
etnografía y la historia de las relaciones entre cultura y entorno
una forma de ver cómo se establecen las relaciones de poder en
escenarios concretos. Así, los regímenes de territorialidad en los
cerros Orientales indican que no se trata de un simple contorno
o telón de fondo para Bogotá, sino que son el teatro de múltiples
historias que si bien están asociadas al desarrollo de la ciudad no
pueden verse únicamente a partir de ella. Son un territorio de
frontera por cuanto sus límites difusos entre ciudad y bosque,
entre espacios rurales y urbanos evidencian las transgresiones
del desarrollo de la metrópoli y las resistencias de la gente cam-
pesina, cuya historia de ocupación transgrede, a su vez, el ideal
de conservación ecológica del bosque oriental. En la cotidiani-
dad de los actores que habitan los cerros existen elementos que
permiten pensar este paisaje en toda su complejidad, y por ello
vale la pena explorar la propuesta de su ordenamiento desde la
experiencia situada de estos actores, ya sea que ellos se encuen-
tren en los barrios populares, en los condominios de estrato alto
o en las veredas campesinas.
El conflicto entre lo público y lo privado demuestra las debi-
lidades del enfoque conservacionista ortodoxo. Para conservar,
el estado debe adquirir y expulsar a la gente. La conservación
de la diversidad ha adoptado formas diferentes en los países
desarrollados y en los países en desarrollo, pero hay al menos
un elemento común que es poner a la humanidad en el centro
de la conservación. Una verdadera ecología del bienestar debe
interesarse por la calidad ambiental y el conservacionismo,
sin pasar por alto cuestiones sociales tales como los derechos
democráticos, el acceso equitativo a los recursos naturales, los
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Bibliografía