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LA TRASHUMANCIA - Ensayo

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A medida que la humanidad crece, se expande.

Este crecimiento va de la mano con la capacidad


humana de crear sus propios medios de desarrollo. Cuando ocupa un territorio, lo invade hasta
agotar todo lo que puede consumir. Si sus instrumentos son pocos o insuficientes, busca nuevos
y domina la tierra y todo lo que hay en ella.

Hubo un momento en la historia, en que las actividades de subsistencia se restringían a la


apropiación y consumo de los recursos de vida (animales, plantas, o minerales), tal cual ellos
estaban en la naturaleza. Debido a las limitadas capacidades heredadas naturalmente por nuestra
especie, solo había que disponer de instrumentos que facilitaran tal apropiación. Los
instrumentos permitían ampliar esas capacidades y adquirir otras que no se tenían: por ejemplo,
recursos para cortar o hendir materias duras; mientras que la carencia de colmillos poderosos o
garras, podía ser suplida por piedras, maderas o huesos duros, con puntas o filos.

La trashumancia se define como el desplazamiento alternativo y periódico de partidas de


animales arriadas por sus pastores, entre dos regiones opuestas ambientalmente, con el fin de
aprovechar la complementariedad vegetal establecida entre ambas zonas a través del ciclo
estacional. Por ende, se puede decir que la trashumancia se trata de circuitos de producción que
las poblaciones han desarrollado para poder sobrevivir y afrontar las limitaciones ambientales.

Asimismo, el término “trashumancia” fue utilizado primero dentro del contexto del
pastoralismo del viejo mundo. Usado así, se trataba de migraciones estacionales a diversas
alturas en las montañas en busca de forraje siguiendo rutas regulares y tradicionales, siendo un
aspecto importante en diversas sociedades de cazadores y recolectores.

Las variaciones estacionales de temperatura no son grandes ni en la sierra ni en la costa, pero en


ambas zonas existe un marcado patrón estacional en la disponibilidad de agua y crecimiento de
la vegetación. La alternancia relativamente ordenada de estaciones favorece la trashumancia
estacional a través del pronunciado gradiente de las zonas altitudinales andinas, al menos hasta
la época de una agricultura sedentaria y realmente productiva.

En la trashumancia se hace manifiesto este «dejar ser», puesto que la irregularidad de los
agentes atmosféricos y la aleatoriedad de suelos se compensan por medio de una utilización
adaptativa e improvisada de los itinerarios. No se trata de transformar el medio o blindarse
frente a la inclemencia, sino de hacer en cada momento una lectura actualizada de las
oportunidades naturales y mover el ganado en consecuencia. Si una tormenta reciente ha
favorecido el retoñar local de la hierba, el movimiento del ganado se ralentiza en los pastos
beneficiados; los retrasos causados por heladas y sequías pueden aconsejar la elección de rutas
alternativas.

La geografía del mundo andino es irregular porque es montañosa. Los territorios llanos son
escasos y siempre están asociados a la existencia de antiguos lagos o a procesos aluviales. Se
supone que, durante el período tardío del Pleistoceno, conocido en el Perú como Glaciación
Andina, el litoral peruano era más ancho, debido a un descenso de casi 100 metros del nivel del
mar en la época de máxima glaciación.

Además, el clima era igualmente seco o aún más que el actual. De cualquier modo, para las
poblaciones animales y vegetales de la costa eso debió significar cambios mayores. Ollivier
Dollfus, un geógrafo francés, afirma que “en el desierto peruano hubo disminución de las
brumas costeñas con aminoramiento de la corriente fría y probablemente algunas raras y
copiosas lluvias, relacionadas con el acrecentamiento de los fenómenos de convección entre las
altas sierras frías y las llanuras cálidas”.
De otro lado, la existencia de un mayor número de glaciares, con sus típicos entornos lacustres
de bosques fríos y páramos, hizo posible un mayor número de cursos de agua que, a su vez,
conformaron más áreas humedecidas en lo que hoy son desiertos. Eso explica la existencia de
restos muy frecuentes de flora y fauna en zonas hoy totalmente desertificadas.

La subsistencia de estos animales, mayormente herbívoros, requería de una flora que hoy solo
parcialmente podría satisfacer sus necesidades. Además, sus restos se han encontrado en
regiones semidesérticas, como Ayacucho, donde debió existir un mayor número de fuentes de
agua, derivadas de glaciares vecinos hoy inexistentes. Esas fuentes estimularon recursos
florísticos ausentes en el paisaje de nuestro tiempo. Pero todo esto no implica cambios
climáticos dramáticos. Según señalan los especialistas, pueden asumirse diferencias de
magnitud, pero con características muy parecidas a las del medio actual. Eso quiere decir que
existía un “mosaico” de paisajes similar al actual, con desiertos, bosques y páramos,
correspondientes en estructura y efectos; pero, diferentes en extensión y ubicación.

En cuanto a la “megafauna” de herbívoros (mastodontes, megaterios) hoy extinta, es presumible


que redujeran sus posibilidades de subsistencia a medida que la temperatura iba en aumento y
cambiaron las opciones del forraje. Al parecer, cuando el ser humano llegó a los Andes, los
eventos de regresión glacial y la reducción del frío estaban en proceso de desarrollo. Según
Wright y Bradbury, en el altiplano de Junín se puede fechar el inicio del retiro de los grandes
glaciares hacia el año 14500 antes de nuestra era. Este proceso debió durar unos tres mil años, lo
que quiere decir que hacia el 11000 a.C., se inició un período de aumento de la temperatura
promedio en todo el territorio que llegó a sus límites más altos entre el 6000 y el 3000 a.C.,
época con perfiles paisajísticos semejantes a los de hoy.

Si bien los estudios existentes permiten fijar la presencia humana en coincidencia con el proceso
de regresión glacial (entre 14 y 12 mil años antes de nuestra era), nada hubiera impedido que los
cazadores-recolectores llegaran antes de esta época, en plena glaciación. Aun en los períodos de
mayor enfriamiento, existían valles y bosques que podían ser utilizados por el ser humano. De
cualquier modo, puede presumirse que el proceso de deglaciación, con sus cambios, fue un
factor acelerante en el movimiento de los animales y los seres humanos, en una y otra dirección,
en busca de zonas de vida.

Bajo esta misma línea, muchos de los grupos dedicados al pastoreo y que deben producir
comida para sus pueblos, habitan en áreas en las que las pobres condiciones del suelo, las
precipitaciones y la temperatura brindan limitadas opciones efectivas y sostenibles para el uso
de la tierra. Para enfrentar esta limitante, la movilidad pastoril es la manera que estos ganaderos
han manejado históricamente la incertidumbre y el riesgo en tierras áridas. Para Hocsman
(2003) esto no es solo una respuesta a la geografía y al clima, sino también una construcción
social.

Engel (1973), junto con otros investigadores pioneros como Lanning (1963, 1967) señalaron
que las lomas, formadas por la niebla marina y que florecen de forma estacional a lo largo de la
árida costa del Perú, fueron los primeros escenarios donde vivieron los cazadores-recolectores
del Holoceno temprano y medio. Estos investigadores, además, sugirieron que las lomas eran
mucho más extensas que hoy. Engel argumentó que las lomas proveyeron abundantes recursos
para los cazadores-recolectores trashumantes que vivieron allí durante los meses de invierno: lo
que él llamó el “fog oasis situation” (1981:24).

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