UCRANIA
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Para encontrar el origen de este conflicto hay que viajar en el tiempo al menos hasta 2013-2014, cuando se
suceden una serie de acontecimientos de alcance: surge y se desarrolla en Kiev, capital de Ucrania, el
movimiento de protesta europeísta llamado Maidán contra el presidente ucraniano en aquel momento, Viktor
Yanukovich, cercano a los intereses rusos, que acabó con Yanukovich en el exilio y en la convocatoria de
elecciones; Rusia se anexiona la península de Crimea, con salida al Mar Negro, y la ciudad de Sebastopol; en
las nuevas elecciones en Ucrania, se impone Petró Poroshenko, que al contrario que su antecesor es partidario
de la integración de Ucrania en la UE; se produce en la ciudad de Odessa, al sur del país, la matanza de la Casa
de los Sindicatos, en la que al menos 46 ucranianos prorrusos son asesinados; se inicia la revuelta separatista en
la región del Donbass, en el este del país, que culmina con la autoproclamación de las repúblicas
independientes de Donetsk y Lugansk, de mayoría prorrusa. Ucrania inicia la represión de la revuelta en el este
del país y se inicia desde ese momento un conflicto armado entre las fuerzas ucranianas y los sectores
separatistas prorrusos de estas regiones. Esta guerra habría provocado entre 2014 y 2022 al menos 14.000
muertos y 1,5 millones de desplazados.
En esta investigación sobre la guerra de Ucrania y la intervención rusa en el enfrentamiento, el autor analiza el conflicto
centrándose en sus precedentes y el contexto internacional en el que se desarrolla. Para ese propósito, también analiza
con especial énfasis las relaciones de Rusia con otros Estados, particularmente desde la caída de la URSS. Por encima
de todo, este estudio abarca la interacción de Rusia con Estados Unidos, la Unión Europea, los países vecinos surgidos
de la desintegración de la URSS (Estonia, Letonia, Lituania ...), el Cáucaso, las repúblicas de Asia Central (Kazajstán,
Uzbekistán...), China y la participación rusa en el conflicto de Medio Oriente. Todas estas relaciones tienen, de alguna
manera, repercusiones en el conflicto ucraniano o son una consecuencia de él.
El libro está estructurado, como el propio autor explica en sus primeras páginas, de tal manera que permite diferentes
modos de leerlo. Para aquellos que desean tener un conocimiento general de la cuestión ucraniana, pueden leer solo el
comienzo del libro, que ofrece una breve descripción del conflicto desde sus dos perspectivas nacionales. Aquellos que
quieran también comprender el entorno histórico que llevó al enfrentamiento, pueden leer además la introducción. El
segundo capítulo explica el origen de la suspicacia rusa hacia las ideas liberales y la incapacidad occidental para
comprender las preocupaciones y los cambios sociales rusos. Aquellas personas que deseen asimilar el conflicto en
todos sus detalles y comprender sus consecuencias políticas, estratégicas, legales, económicas, militares y culturales
deben leer el resto del libro. Finalmente, aquellos que solo quieran comprender las posibles soluciones a la disputa
pueden pasar directamente a los dos últimos capítulos. En las últimas páginas, los lectores también pueden encontrar
una amplia bibliografía utilizada para escribir este volumen y algunos apéndices con documentos, textos y mapas
relevantes para el estudio del conflicto.
El problema de Ucrania comenzó a finales de 2013 con las protestas en la plaza Maidan de Kiev. Casi seis años
después, el conflicto parece haber perdido interés internacional, pero la verdad es que la guerra continúa y aún no se ve
su final. Cuando comenzó, fue un choque que nadie esperaba. Cientos de personas salieron a las calles pidiendo
mejores condiciones de vida y el fin de la corrupción. Los medios de comunicación internacionales hicieron una amplia
cobertura de lo que sucedía, y todo el mundo estaba al corriente de las noticias sobre Ucrania. Inicialmente sostenidas
de manera pacífica, las protestas se tornaron violentas debido a la represión de las fuerzas gubernamentales. El
presidente huyó del país y se estableció un nuevo Gobierno, orientado a favor de Europa y aceptado por la mayoría de
los ciudadanos. Sin embargo, este logro fue respondido por la intervención rusa en territorio ucraniano, que resultó en la
anexión ilegal de la península de Crimea, en una acción que Rusia justificó alegando que solo estaban protegiendo a la
población rusa que vivía allí. Además, comenzó un conflicto armado en la región de Donbass, al este de Ucrania, entre
las tropas ucranianas y un movimiento separatista apoyado por Rusia.
Esto es solo un breve resumen de cómo se originó el conflicto, pero ciertamente las cosas son más complejas. Según el
libro, la guerra de Ucrania no es un conflicto aislado que sucedió inesperadamente. De hecho, el autor sostiene que la
reacción de Rusia fue bastante presumible en esos años, debido a las condiciones internas y externas del país,
generadas por la actitud de Putin y por la mentalidad rusa. El autor enumera advertencias de lo que podría suceder en
Ucrania y nadie se dio percibió: protestas civiles en Kazajstán en 1986, la Guerra de Nagorno Karabaj (una región entre
Armenia y Azerbaiyán) comenzada en 1988, la guerra de Transnistria (en Moldavia) iniciada en 1990, los movimientos
separatistas en Abjasia y Osetia del Sur (dos regiones de Georgia) ... Rusia normalmente apoyaba y ayudaba a los
movimientos separatistas, alegando en algunos casos que tenía que proteger a las minorías rusas que vivían en esos
lugares. Esta daba una idea bastante clara de la posición de Rusia hacia sus vecinos y reflejó que, a pesar de haber
aceptado al principio la independencia de estas antiguas repúblicas soviéticas tras la caída de la URSS, Rusia no estaba
interesada en perder su influencia en esas regiones.
Instintos rusos
Una idea interesante que se muestra en el libro es el hecho de que, aunque la URSS colapsó y las instituciones
soviéticas desaparecieron, permaneció el anhelo de un imperio fuerte, así como la desconfianza y rivalidad con las
potencias occidentales. Esas cuestiones dan forma a la política interna y externa de Rusia, definiendo especialmente las
relaciones del Kremlin con las otras potencias. La esencia de la URSS persistió bajo otra bandera, porque las élites
soviéticas permanecieron sin ser apartadas. Podría pensarse que la supervivencia de esas inercias soviéticas se debe al
proceso de reforma ineficaz sostenido por los poderes liberales occidentales en la URSS después de su caída. Pero hay
que tener en cuenta que la repentina incursión de las costumbres e ideas occidentales en una sociedad rusa no
preparada para asimilarlas, sin una estrategia dirigida a facilitar ese cambio, impactó negativamente en el pueblo ruso. A
finales de los años noventa, la mayoría de los rusos pensaban que la introducción de las llamadas “reformas
democráticas” y el libre mercado, con sus resultados inesperados de corrupción masiva y deterioro social, había sido un
gran error.
En ese sentido, la llegada de Putin significó el establecimiento del orden en una sociedad caótica, aunque significó el fin
de las reformas democráticas. Además, el pueblo de Rusia vio en Putin un líder capaz de enfrentarse a las potencias
occidentales (no como Yeltsin, el anterior presidente ruso, que había tenido una posición débil hacia ellos) y llevar a
Rusia al lugar que debería ocupar: Rusia como un gran imperio.
Una de las principales consecuencias del conflicto ucraniano es que el contexto de las relaciones entre Rusia y las
potencias occidentales se ha congelado de manera dramática. A pesar de que sus relaciones fueron malas después del
colapso de la URSS, esas relaciones se deterioraron mucho más debido a la anexión de Crimea y la guerra en Ucrania.
El Kremlin adoptó la sospecha, especialmente hacia Occidente, como un principio básico. Al mismo tiempo, Rusia
fomentaba la cooperación con China, Egipto, Siria, Venezuela, Irán, India, Brasil y Sudáfrica como un medio para
enfrentar a la OTAN, la UE y Estados Unidos. Por un lado, el presidente Putin quería reducir el peso de las potencias
occidentales en la esfera económica internacional; por otro, Rusia también comenzó a desarrollar relaciones más sólidas
con países alternativos para enfrentar las sanciones económicas impuestas por la Unión Europea. Debido a estas dos
razones, Rusia creó la Unión Económica Euroasiática (EAEU), constituida en mayo de 2014, con el objetivo de construir
una integración económica sobre la base de una unión aduanera. Hoy en día, la EAEU está compuesta por cinco
miembros: Armenia, Bielorrusia, Kazajstán, Kirguistán y Rusia.
Además, Rusia ha denunciado en extremo la expansión de la OTAN a los países de Europa del Este. El Kremlin ha
utilizado este tema como una excusa para fortalecer su Ejército y establecer nuevas alianzas. Junto con algunos aliados,
Rusia ha organizado entrenamientos militares masivos cerca de las fronteras de Polonia y los países de los Balcanes.
También está trabajando para crear disputas entre los miembros de la OTAN y debilitar a la organización.
En particular, el conflicto ucraniano también ha mostrado las diferencias entre la determinación rusa y la indecisión de
Occidente, lo que significa que Rusia ha sido capaz de llevar a cabo medidas violentas e ilegales sin ser respondida con
soluciones sólidas y concretas por parte de Occidente. Podría decirse que Rusia utiliza, sobre todo, el poder duro,
aprovechando los medios económicos (la venta de petróleo y gas, por ejemplo) y militares para dictar las acciones de
otra nación a través de la coacción. Su uso del poder blando ocupa, de alguna manera, un lugar subordinado.
Según algunos analistas, la guerra híbrida de Rusia contra Occidente incluye no solo tropas, armas y computadoras
(piratas informáticos), sino también la creación de "conflictos congelados" (por ejemplo, la guerra de Siria) que ha
establecido a Rusia como parte indispensable en la resolución de conflictos, y el uso de la propaganda, los medios de
comunicación y sus servicios de inteligencia. Además, el Kremlin también participó en la financiación de partidos políticos
pro-rusos de otros países.
La actividad rusa es incomprensible si no tomamos en consideración la propaganda fuerte y poderosa (incluso más
poderosa que el sistema de propaganda de la URSS) utilizada por las autoridades rusas para justificar el comportamiento
del Gobierno hacia sus propios ciudadanos y hacia la comunidad internacional. Uno de los argumentos más utilizados es
culpar a Estados Unidos de todos los conflictos que están ocurriendo en el mundo y justificar las acciones de Rusia como
una reacción a una posición agresiva estadounidense. Según los medios rusos, el objetivo supuestamente principal de
EEUU es oprimir a Rusia y fomentar el desorden global. En ese sentido, la tendencia general rusa es reemplazar la
democracia liberal por la idea nacional, con grandes exaltaciones patrióticas para crear un sentido de unidad, contra un
adversario definido, los Estados con democracias liberales y las Organizaciones Internacionales.
Otro tema interesante es la explicación que da el autor acerca de cuán diferente es la visión de Rusia sobre el mundo, la
seguridad, las relaciones entre las naciones o el Estado de Derecho en comparación con las concepciones occidentales.
Mientras que Occidente se centra en la defensa y la aplicación del derecho internacional, Rusia afirma que cada país es
responsable de su propia seguridad y toma todas las medidas necesarias al respecto (incluso si contradice el derecho
internacional o cualquier tratado o acuerdo internacional). Definitivamente, lo que se ve hoy es una Nueva Guerra Fría
consistente en un bloque de Estados liberal-democráticos, que tiende al logro de un amplio comercio y finanzas
globalizadas, contra otro bloque de los principales regímenes totalitario y capitalista-autoritario, con una clara tendencia a
la militarización.
Aciertos y perspectiva
El libro ofrece una visión profunda y amplia de lo que hoy en día es la política exterior rusa. Destaca la idea de que el
conflicto ucraniano no es una disputa aislada, sino un conflicto que se inserta en una red de circunstancias mucho más
compleja. Deja claro que las relaciones internacionales no funcionan como un mecanismo estructurado y con patrones,
sino como un campo donde los países tienen diferentes puntos de vista sobre cómo se rige el mundo y sobre cuáles
deberían ser sus reglas. Podríamos decir que hay una lucha entre una visión liberal apoyada por Occidente, que enfatiza
la cooperación internacional y el rechazo del poder como la única forma de actuar en la esfera internacional, y una visión
realista, defendida por Rusia, que explica los asuntos exteriores en términos de poder, centralismo estatal y anarquía.
Uno de los aciertos del libro es que muestra las diferentes posturas de muy distintos analistas, con críticas a las
actividades tanto rusas como occidentales. Esto permite al lector examinar el conflicto bajo diferentes perspectivas y
adquirir una visión completa y crítica del tema. Además, el texto ayuda a aprender y comprender el estado real de las
cosas en otros países de Europa del Este, Asia Central y el Cáucaso, regiones poco conocidas en la sociedad occidental.
Se trata de un excelente trabajo de investigación, que permite examinar la complicada realidad que rodea la guerra de
Ucrania y profundizar en el estudio de las relaciones entre las naciones.