Carta
Carta
Carta
Hoy vengo a contarles una historia, que quizá me gustaría nunca tener que contar para
que se entienda o para que se quiera escuchar, porque está escrita con lágrimas en los
ojos y un poco de miedo apretado en el corazón.
Esta historia inicia con una niña de colores, tranquila, llorona y sensible que desde
siempre amó la naturaleza, los niños y compartir con personas. Una niña que jugaba
en los árboles, que defendía los animales y quería tener un orfanato cuando fuera
grande porque solo deseaba rodearse de muchos niños y personas a los cuales podría
brindarles todo el amor que les faltaba. Una niña que siempre amó la delicadeza de
una flor, lo elegante de la madera y la belleza de un elfo del Señor de los Anillos que
por años fue su hombre ideal.
Aunque nuestra niña pequeña y azul era enamoradiza, más que buscar a su niño
perfecto y guapo, le gustaba compartir con las personas por su personalidad e
inteligencia y por eso le gustaron algunos bajitos, gorditos, traviesos que siendo sus
amigos la hacían feliz, aún cuando claramente no sabía nada del amor.
A los 10 años, la niña azul se muda a una nueva ciudad, grande y calurosa, divertida y
un poco bullosa. Un lugar nuevo donde conocer personas y lugares, aprender y crecer.
Con su hermanita menor entró a un colegio de monjas donde solo estudiaban niñas. Al
principio fue un poco extraño, porque a la niña azul le gustaba jugar atrapando ranas y
animalitos con los niños para liberarlos al final de la jornada o tirarse como
resbaladero por montañas de tierra, y estas serían cosas que entre niñas quizá poco se
harían; pero pronto entendió que no era un problema, porque ella se llevaba bien con
las personas fueran como fueran y muy rápido tuvo grandes amigas.
Una de sus mejores amigas, se llamaba Angelita y la niña, ahora rosadita, sentía un
aprecio enorme por ella, por su inteligencia y su ternura. Otra de sus grandes amigas
se llamaba María de los Ángeles y le gustaba mucho su alegría y picardía para todo; y
finalmente su mejor amiga se llamaba Manuela y con ella compartió grandes
momentos y recuerdos, pues jamás había tenido una amiga tan especial como ella.
Las dos compartían mucho tiempo juntas, escuchaban música, cantaban, hacían tareas,
miraban series y películas que a ambas les gustaba y se querían mucho, apoyándose
siempre en todo y en todas las locuras que imaginaban y creaban según los libros que
leían en común. La niña rosa se encariñó mucho de su amiga, de los momentos que
compartían juntas, de lo mucho que se divertían y lo confiada y segura que se sentía
con Manuela. La niña rosa, que siempre había sido cariñosa y tierna, amaba expresar
sus sentimientos por medio de regalos que ella misma hacía y por lo mucho que quería
a Manuela le regalaba cartas, dibujos, plantitas y detalles hechos a mano que su amiga
siempre recibía con mucho amor. Para la niña rosa, estos detalles siempre fueron una
muestra de agradecimiento por su amistad y además expresaba lo que ella sentía por
su amiga, que quizá dentro de este corazón de colores que tenía empezaba a
encariñarse más de lo aparentemente normal. El sentimiento era extraño, punzante,
temeroso y a la vez delicado. Era un sentimiento chiquito que crecía con el tiempo que
compartían juntas y los gustos en común que tenían. Era un sentimiento distinto a
alguno experimentado antes, un sentimiento bonito y que crecía despacito, un
sentimiento que asustaba y que, a la vez, daba paz.
La niña rosa no sabía cómo definir aquello distinto que sentía pero trataba de
mantenerlo solo con ella, mantenerlo acogido dentro de su corazón y expresarlo de la
mejor manera que sabía, haciendo detalles y compartiendo momentos bonitos que era
como se había dado cuenta de él.
Sin embargo, un día, nuestra niña rosa empezó a darse cuenta que su amiga estaba un
poco alejada y que ya no se podían ver tanto como antes. Al principio tuvo algo de
miedo por haber hecho algo mal, si algún detalle no le gustó a Manuela o si dijo algo
que hiriera a su amiga, pero creía, de verdad, no haber hecho nada malo y solo se
sentía triste. Luego, Manuela le comentó que su madre ya no la dejaba ir a compartir
tanto tiempo como antes o reunirse tan seguido como acostumbraban. La madre de
Manuela le dijo a su hija que se alejara de la niña rosa porque estaban muy cercanas y
le daba miedo que fuese a volverla gay.
¿Gay? ¿Qué era esa palabra? ¿no era solo una palabra que usaban para jugar y decir
tonterías cuando hacían algo tierno? Incluso la niña rosa creía que habían hablado con
su madre, porque un día recibió de su mamá una charla sobre cómo una amiga de ella,
en su adolescencia, se había vuelto gay por culpa de otra chica que empezó a ser muy
cariñosa con ella y que desde ahí tuvo una historia triste, fue timada, rechazada y le
fue mal.
La niña rosa se asustó. ¿De verdad era tan malo? ¿De verdad alguien podría volverse
gay al ser cariñoso, al sentir algo diferente? ¿Si se volvía así, tendría una vida de
rechazo y tristeza como la amiga de mamá? Su amiga se estaba alejando, así que la
niña trató de ser más cuidadosa cuando se veía con ella, y ese sentimiento que tenía
guardado en su corazón empezó a esconderse pues le daba miedo salir o si quiera
hacerse notar por el temor de volverse gay. Aun con todo ese cuidado, su mejor amiga,
su compañera de cantadas líricas y risas bobas fue cambiada de colegio por su madre a
uno de niños y niñas, dejando sola a la niña rosa, que por ser tímida e ingenua, no
tenía muchas amigas.
La niña rosa no podía pensar más en las noches que ¿es mi culpa que se fuera? ¿Será
que mi sentimiento chiquito me estaba volviendo gay? ¿Soy una mala persona por
eso? ¿Le hice daño a mi amiga? ¿Hice algo malo como contaba en su historia mi
mamá?
Sus gustos se volvieron más rockanroleros e introvertidos, sus dibujos, sus canciones,
ahora eran diferentes aunque seguían teniendo pasión y vida. Con el tiempo también
cambiaron de colegio a la niña noche y a su hermanita, y en aquel lugar también
estaba su amiga Manuela, pero las cosas nunca fueron iguales. Su amiga nunca volvió
a ser tan cercana y la niña noche con su sentimiento super guardado decidió nunca
volver a dejarlo expresar así y conocer gente nueva, personas que no le permitieran
convertirse en lo que ya sabía que estaba mal, que alejaba a los demás.
La niña noche se acercó mucho a un chico, una persona que creyó genial, inteligente y
compañero, que admiraba por su inteligencia y alegría. Sin embargo , muchas cosas
no fueron color de rosa, pues esta persona solo demostraba rechazo ante las muestras
de cariño de la niña noche y esto la confundía y hacía sentir mal ¿no se suponía que
iba a tener una linda vida si estaba con un chico normal, si tenía un gusto normal?
En esta época de colegio, recibió burlas y chismorreos por cómo llevaba su falda, por
cómo se expresaba tímida y lo poco abierta con niños que era, pues ya se había
desacostumbrado a socializar también con ellos. Pero también encontró algunos otros
chicos, como su amigo lobito, que intentó siempre protegerla con cariño y dulzura. Él
fue una fuente de amistad y cariño bonita de la que pronto se empezó a sentir atraída y
confiada pues era una persona inteligente, protectora y tierna que le hacía sentir
segura, sin embargo, de él gustaban otras chicas, amigas suyas, y prefirió alejarse.
Este tipo de cosas, no eran para ella, no quería sentir cariño o atracción por alguien
distinto, no quería ser diferente y recibir rechazo por esto, no por esto.
Las cosas no se pusieron muy lindas para la niña noche que seguía abordada por mil
sentimientos que no podía manejar y dentro de todo ese caos solo intentaba tener algo
de normalidad, un querer bonito y que no trajera drama a su vida por otras cuestiones
fuera de lo común. Pero esto no fue así pues para la niña este querer se convirtió en un
veneno de frialdad y lejanía que poco a poco consumía sus energías tratando de ser
suficiente y cumplir una expectativa frente a una persona que no la quería, fuese como
fuese.
La niña atravesó una oscura noche, de las más oscuras y calladas de su vida, y solo vió
algo de luz estelar nuevamente al reencontrarse con el amor y la unidad de su familia.
El amor, así tal cual, solo amor, que le brindaron sus familiares más cercanos, le
regresaron a sus noches la tranquilidad de las estrellas y los paisajes de auroras. La
niña tuvo que empezar a sanar y reencontrar en sí misma la luz que había perdido en
la hórrida tiniebla.
Un día, escuchó de improviso que algo llamaba, desde algún lugar, chiquito, suave,
tímido. Algo llamaba y ella no sabía reconocer desde dónde. Hasta que una noche de
vigilia y pensamientos a la luz de la vela, escuchó con atención. Eso llamaba y se
movía y quería que le abrieran la puerta. Sobresaltada entendió de dónde golpeaban,
era desde su corazón, al que había sellado con aldaba. Duró mucho tiempo para que
pudiese entender cómo abrir esa tonta y fuerte puerta. Tiempo en el que se quedaba
mirando hacia el techo descubriendo la forma de poderla desaldabar. Con esfuerzo lo
logró y se chocó cara a cara con ese sentimiento chiquito que alguna vez escondió. El
pobre sentimiento guardado y encerrado que mirándolo bien, no daba tanto miedo, no
era malvado, porque no era otra cosa que amor. Un amor infinito, un amor por todos y
por todo cuanto la rodeaba, un amor juguetón y revolucionario que le daría de nuevo
una perspectiva de vida y de misión para existir. Un amor que no asustaba pues era
inocente, tierno e inmenso, un amor universal.
Sé que esta es una historia larga, y quizá, aparentemente tonta, pero la escribí con
lágrimas de miedo y tranquilidad en mis ojos, un miedo al rechazo de lo que nunca
había aceptado ser y quizá también otros rechazarían, junto a la tranquilidad de, por
fin, sentir amor y paz con lo que soy como humana, creada con magia estelar y greda
fértil de la madre tierra. La niña de colores, yo, me reconozco, acepto y amo como un
ser bisexual.
Por último, solo quiero decirles que los amo, que han sido mi refugio de amor y
salvación cuando vinieron a mí las noches y tempestades más oscuras, y que espero,
de corazón, no decepcionarlos con mi sentir, con lo que soy.