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Revista Iberoamericana, Vol. LXXXIV, Núm.

265, Octubre-Diciembre 2018, 1173-1193

UNA CONVERSACIÓN IMAGINADA SOBRE


LAS LITERATURAS DE LAS FRONTERAS A MÁS DE 20 AÑOS

por

María Socorro Tabuenca Córdoba


Universidad de Texas en El Paso

En el campo de los estudios literarios el proceso de


mixturación ha contribuido a generar una verdadera
explosión de la llamada Literatura de Frontera,
caracterizada no sólo por una verdadera mutación
entre las mentalidades de dos sectores sociales y
étnicos –desde los que se origina–, sino por profundos
cambios en las mismas estructuras sociales, culturales
y lingüísticas. Esta problemática pone en cuestión
la homogeneidad y la esencialidad de la identidad
cultural, pues es un fenómeno actual que nos remite
inevitablemente a la complejidad de la identidad.
Ana María Hernando

I. Introito y (sucinto) argumento

La frontera entre México y Estados Unidos ha sido tema de múltiples estudios y


ensayos con perspectivas y disciplinas distintas desde su formación en 1848. La mayoría
de ellos tuvieron una visión externa, negativa o romántica, tanto desde México como
desde los Estados Unidos. Sin embargo, en México a partir de fines de la década de los
años setenta del siglo pasado se empezó a hablar de una visión variada de esa frontera y
de sus representaciones artístico-culturales, así como de los estudios académicos gracias
a la emergencia de una producción que al día de hoy continúa dándose desde la misma
región o desde otras latitudes. En este ensayo pretendo continuar una conversación que
se inició a finales de los setenta y que tuvo su auge en los noventa. Es una conversación
a la que he vuelto, intermitentemente, desde el 2002 cuando se publicara Border Women:
Writing from La Frontera.1 En ella estaré atenta a otras discusiones que se han venido

1
Apelo en esta nota a un primer desatino de parte mía. Desde el primer momento en que Debbie Castillo
me envió el manuscrito para su revisión y la propuesta modificada del título por parte de los editores,
éste sería “writings” en plural. Considero que la intención de ambas era mostrar la variedad de escrituras
1174 María Socorro Tabuenca Córdoba

dando a través del tiempo sobre la que entonces llamamos literatura de la frontera
norte y que últimamente ha sido reclasificada, de manera inexacta, como literatura del
norte. Parto de la base, como lo aclaré entonces y lo retomamos en Border Women,
que lo propuesto hasta entonces eran “apuntes”, “reflexiones”, “aproximaciones” en
virtud de que cualquier intento acabado de definir tanto la literatura de la zona, como
la frontera misma, tendría un afán totalizador y ése no era el nuestro. De tal suerte
que en este intercambio estaré y no de acuerdo con las/os autoras/es que reviso así
como con mis reflexiones previas. Acudo para esta exploración al mismo punto de
partida de Aralia López González en su estudio sobre la literatura de mujeres chicanas
y mexicanas cuando al citar a Ana Castillo señala que “la diferencia no reside en lo
que se cuenta sino en quién lo cuenta”; a lo que López González agrega que también
reside “en quién o quiénes lo leen, decodifican e interpretan considerando tanto los
lectores comunes como los críticos” (52).

II. What is… Border Literature? Ellas/os

En trabajos anteriores he mencionado cómo la noción de frontera se convirtió en


uno de los tropos favoritos de los estudios culturales, concretamente a partir de los
años noventa.2 En dichos trabajos indagué sobre la relevancia de estudiar el concepto
“frontera” y su uso metafórico en los discursos teóricos de la época. Empero, también
he señalado la urgencia de tomar en consideración sus implicaciones geopolíticas.
Asimismo he abundado en lo significativo que resulta incluir ambas fronteras en nuestros
estudios o especificar sobre de qué lado de la frontera se trata y tal vez, desde dónde
se enuncia.3 En efecto, he hecho hincapié en lo anterior en virtud de que a principios
de los noventa cuando comenzaba mi investigación sobre la literatura escrita desde
la frontera del norte de México, me fue casi imposible encontrar estudios al respecto,

de un lado y otro de la(s) frontera(s), por lo que el plural consideramos, resultaba más abarcador y
exacto. Espero que con esta nota se subsane el desatino de no haber insistido en ello antes de la edición
y podamos leer el texto con su intención original.
2
Entre ellos se encuentran, “Reflexiones sobre la literatura de la frontera norte de México”. puentelibre,
Revista de Cultura 4 (enero-marzo 1995): 8-14; “Sandra Cisneros y Rosario Sanmiguel: encuentros
y desencuentros”. Rutas, Forum for the Arts. and Humanities 2 (Spring 1994): 30-39; “Viewing the
Border: Perspectives from the ‘Open Wound’”. Discourse. Theoretical Studies in Media and Culture,
18. 1&2 (Fall and Winter 1995-96): 146-68; “La literatura de la frontera norte: aclaraciones y apostillas”.
Estudios de Literatura Mexicana. Coord. Ysla Campbell. Ciudad Juárez, Chih.: Universidad Autónoma
de Ciudad Juárez, 1998. 109-18; y “Aproximaciones críticas sobre las literaturas de las fronteras”
Frontera Norte 18, vol. 9 (julio-diciembre 1997): 85-110.
3
Aunque a veces el sitio de enunciación es transitorio pues, por ejemplo en este momento enuncio desde
la frontera de El Paso, sin embargo mi consideración reflexiva discursiva parte de la frontera mexicana,
en particular de Ciudad Juárez.

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sobre todo en los Estados Unidos. Invariablemente las bibliotecas4 y bases de datos
registraban la literatura de la frontera o literatura fronteriza como sinónimo de la
literatura chicana; aunque pocas veces se referían a la literatura del exilio en general
y en escasas ocasiones se hablaba del exilio latinoamericano en los Estados Unidos5 o
de algunas poblaciones como la puertorriqueña que, desde 1898, había pasado por un
proceso de colonización similar al mexicano cincuenta años después.
En las discusiones de esa época una de las voces principales fue la de Gloria
Anzaldúa con su célebre publicación de 1987 Borderlands/La frontera, la cual dio pie
a una serie de elaboraciones teóricas, seguidas por una gran cantidad de académicas/
os en diversas geografías. Considero que debido al éxito6 de su propuesta, el discurso
metafórico de la frontera se popularizó y un buen número de disciplinas académicas,
sobre todo en Estados Unidos, tomaron el concepto como locus argumentativo a fin de
quebrantar diversas concepciones monolíticas en la academia, entre ellas la llamada
literatura americana7 y los estudios sobre la(s) identidad(es). En este sentido la frontera de
Anzaldúa sugería un proyecto intelectual sobre una discursividad basada en una cultura
alternativa, sin nacionalismos aparentes, mientras que se inclinaba hacia un espacio
trasnacional heterogéneo concerniente a la formación de identidades o subjetividades
relegadas.8 Empero, como lo he venido mencionando desde 1994,9 la frontera y sus
habitantes se vieron esencializados y, esas subjetividades “fronterizas”, “migrantes” e
“híbridas” planteadas por Anzalúa y por Guillermo Gómez-Peña y avaladas por Homi
Bhabha y Néstor García Canclini, entre otros, dejaron fuera a muchos referentes reales;
otras subjetividades relegadas o desechadas que en el día a día bregan en las realidades
sociales de los espacios fronterizos geo-políticos.10

4
A principios de los noventa no existía la internet y las bases de datos se reducían a los índices de
HAPI o del MLA. Los acervos de las bibliotecas estadounidenses que consulté fueron las de mi propia
universidad SUNY Stony Brook, Columbia, NYU, CUNY, UC Berkeley, UC San Diego, San Diego
State University, University of New Mexico, New Mexico State University, UT Austin y UT El Paso.
5
En ese entonces el término “latino/a” apenas se utilizaba para identificar la literatura producida por
puertorriqueños, nuyoricans, exilados o migrantes latinoamericanas/os y las generaciones posteriores
no se habían generalizado. El término dominante aún era “hispanic”.
6
El éxito de Anzaldúa también ha sido editorial. En junio del 2012 se publicó una edición póstuma
a fin de celebrar los 25 años de la primera edición. Ésta última es una edición revisada con notas
introductorias y una bibliografía crítica de Norma Cantú y Aída Hurtado. Además de Estados Unidos,
el libro de Anzaldúa es leído en los departamentos de estudios sobre Estados Unidos o de estudios de
Norte América en diversas universidades del mundo.
7
Ver de Danny Anderson “Difficult relations, Compromising Positions: Telling Involvement in Recent
Mexican Narrative.” Chasqui 24/1 (1995): 16-29.
8
De hecho, en aquélla época hablar de “la frontera” y hablar de Aztlán era prácticamente lo mismo. El
mítico Aztlán se había desplazado a un espacio más abierto, a una concepción mítica de la “frontera”.
9
Miguel Rodríguez Lozano, Humberto Félix Berumen y Roxana Rodríguez han reutilizado esta idea en
varios de sus estudios.
10
Para un acercamiento comparable véase “El sublime objeto de la frontera” de Ignacio Sánchez Prado.

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Esta idea de Gloria Anzaldúa la desarrolla más tarde Walter Mignolo en


Local Histories/Global Designs (2000) el cual se convierte en uno de los estudios
teóricos más agudos sobre las discusiones de la idea de “frontera” en el pensamiento
estadounidense, latinoamericano, caribeño, europeo y de la antigua mancomunidad
británica. La revelación crítica de la discusión teórica de Mignolo radica en lo que
él llama “conocimiento fronterizo” o “pensamiento fronterizo”. El crítico argumenta
que ésta es una estructura que permite imaginar la posibilidad de “theorizing from the
border (Border as a threshold and liminality, as two sides connected by a bridge, as a
geographical and epistemological location)” (309). Una idea similar a las que habíamos
venido desarrollando desde la frontera México-Estados Unidos en una visión que oscila
entre lo local y lo global: local pero poniendo más énfasis con nuestras diferencias
geográficas, sociales, políticas y culturales.
Entonces, el concepto de frontera se ha utilizado recurrentemente en los ámbitos
de la teoría y la crítica estadounidense, europea y latinoamericana a fin de ilustrar un
sitio privilegiado de operaciones y, precisamente, la categoría de Mignolo sería un
instrumento de negociación entre teoría y práctica. Sin embargo, (en) la frontera que
nos ocupa, el lado mexicano de la línea divisoria contiene una concreción que raramente
se encuentra en las discusiones teóricas estadounidenses quizá como resultado de la
habilidad diferencial del cruce al otro lado o la inhabilidad de observar y señalar lo
que se produce del otro lado.11
De tal suerte que si la expresión teórica o literaria fronteriza mexicana en algún
momento se redujera a ser sólo una metáfora, sería necesario buscar hacia donde se
dirige y cuál es el grado de materialidad o código concreto que pudiera tener. Con
ello reitero, no quiero indicar que la frontera, como decía Juan Bruce Novoa, es la
posesión de un lado o del otro, pero es importante resaltar que a fin de trazar o imaginar
una frontera como un área compartida por los habitantes de ambos lados, abierta al
tránsito, también es importante tomar en cuenta los dos lados o ser específicos sobre
de qué lado se está hablando o estudiando y reconocer las diferencias metafóricas y
materiales que involucran estos análisis trasnacionales. Lo anterior ya lo había señalado
Antonio Lomelí en un estudio liminal de mediados de los ochenta, en donde hablaba
de la necesidad de abrir el tránsito a estas comunicaciones entre las fronteras chicana y
mexicana fronteriza. Así pues, ese discurso sobre “literatura de la frontera”, “literatura
fronteriza” o literatura de frontera” en Estados Unidos se ha referido y difundido más
por las discursividades teóricas, que por la misma literatura producida desde la región

11
Por “producción” aquí entiendo no sólo las creaciones culturales que se dan en o llegan a la frontera
mexicana como serían la producción literaria, cinematográfica, musical, de performances, artística o
de proyectos comunitarios alternativos de esparcimiento, sino la producción de fenómenos sociales
y políticos estructurales y desestructurados dentro de los cuales se encuentran el hambre, la miseria,
condiciones de trabajo deplorables, desigualdad –en todos sentidos–, violencia, etcétera.

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o con temática sobre la frontera. De ahí que me resulte relevante reiterar la distinción
significativa entre lo que se ha entendido por literatura de la frontera en un país y otro.
Cabe aclarar que, desde varias posiciones de enunciación, hay una tendencia a invisibilizar
otras regiones geopolíticas fronterizas; por ejemplo en México, mayormente cuando
hablamos de frontera o de literatura de la frontera, nuestro imaginario nos lleva a pensar
y referimos al norte como si la frontera sur –y su producción– no existiera como tal.12
A más de 20 años del inicio de esta discusión la llamada “border literature” en
Estados Unidos ésta no ha cambiado mucho de identidad, pero sí ha limitado los bordes.
En los últimos años, al menos los libros de crítica continúan ubicando lo fronterizo de la
literatura en relación con los límites dentro del país, sólo que ahora el enfoque ha vuelto
a tomar en cuenta la territorialidad o la etnicidad de las obras, autoras y autores aunque
se continúa recurriendo a la frontera metafórica de lenguajes, géneros y preferencias
sexuales. Aztlán vuelve a localizarse en el mapa mítico de los estudios y la literatura
chicana y las especificidades “originales-originarias” de literatura chicana, latina, o
incluso hispana reaparecen y, en momentos, se integran. El discurso teórico “fronterizo”
para explicar estos fenómenos en los Estados Unidos –y en otras geografías– ha obrado
de forma significativa a fin de seguir los procesos de conformación y resistencia de
diversas subjetividades subalternas en ese país. Ha abonado también a una corriente
crítica que continúa en una discusión constante sobre las falacias de otros conceptos
concernientes a las fronteras como la hibridez y sus derivados. Finalmente, ha llenado
un hueco y ha servido como discurso contestatario y se ha conformado como un “nuevo
oasis utópico” (Habermas 545) que de momento no se ha secado.

III. La literatura de la frontera norte. Nosotras/os

En México, actualmente la llamada literatura de la frontera norte ha tenido un


proceso de acercamiento o descripción tal vez, un tanto extraño. Lo califico así porque
no encuentro otro adjetivo más apropiado que me permita una explicación de lo que
aparenta un retroceso, si no un fracaso del movimiento cultural que surgió en –la mayoría
de los estados de la República Mexicana– y en particular en los estados fronterizos del
norte. A finales de los ochenta y principios de los noventa del siglo pasado un grupo
de investigadoras/es, autoras/es, estudiosas/os y promotoras/es culturales tratábamos
de explicar, más que de definir, un fenómeno cultural que se había empezado a gestar
en la frontera norte desde mediados de los setenta con el auspicio del gobierno federal
a través del Programa Cultural de las Fronteras hasta los años ochenta. En la segunda
mitad de esa década, este fenómeno emergió de los centros urbanos fronterizos, en
sus ciudades principales como Tijuana, Mexicali y Ciudad Juárez y se extendió a

12
Será interesante leer con atención la propuesta de Debra Castillo en este mismo volumen.

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varias de las capitales del norte del país, cuya trayectoria cultural era ya reconocida y
apoyada no sólo por el gobierno federal, sino por las propias capitales de los estados
o centros urbanos importantes. Me refiero a ciudades como Hermosillo, Chihuahua,
Monterrey, Torreón y Ciudad Victoria, principalmente. En aquel entonces surgieron
las publicaciones de escritores y escritoras que tenían tiempo imprimiendo su obra en
revistas y periódicos o suplementos del centro del país, pero que gracias a las políticas
culturales excluyentes no habían accedido a editoriales prestigiosas o del llamado
mainstream mexicano. También escritoras y escritores jóvenes tuvieron la oportunidad
de ver sus trabajos plasmados en antologías, memorias, revistas, volúmenes colectivos
o libros de autor que se publicaron desde las ciudades mencionadas en editoriales
universitarias, de las casas de cultura, o de institutos de cultura locales o estatales o
en editoriales menores que surgieron con el auge del movimiento.
Fue aproximadamente durante una década en la que se dieron encuentros de
escritores de las fronteras mexicana y chicana, de la frontera norte mexicana o de los
estados fronterizos del norte.13 Las sedes podían variar en tamaño y población, ya que
se organizaron tanto en Tijuana, Monterrey, Hermosillo, Ciudad Juárez o Mexicali,
así como en San Luis Río Colorado, Reynosa, Matamoros y Nuevo Laredo, en donde
aún se sigue esta tradición. En aquellos años, Ignacio Betancourt, Patricio Bayardo,
Sergio Gómez Montero, Humberto Félix Berumen, Gabriel Trujillo, Leobardo Sarabia,
Francisco Luna, Rosina Conde, entre otras/os, tratamos de englobar estos movimientos
culturales y referimos al corpus de textos “literatura de la frontera norte”. En términos
generales, sus rasgos principales, además de que fuera producida y publicada desde
la frontera, consistía en la variedad temática, dada la heterogeneidad de la zona, ya
que mayormente el paisaje urbano y topográfico era parte integral del escenario de
las acciones. La narrativa y la poesía fueron los principales medios de expresión y el
lenguaje coloquial y vernáculo permitía observar algunas formas lingüísticas de las
regiones; además, se ejercitó la oralidad en la escritura. Sin embargo, el bilingüismo
o el cambio de código no eran frecuentes en un gran número de escritoras/es nacidos
entre finales de los treinta y principios de los sesenta. Quienes lo utilizaban, era para
marcar el habla de ciertos grupos sociales y aparecía en cursivas en inglés o inscrito
con la pronunciación en inglés pero con la ortografía en español.14 Las/os escritoras/
es jóvenes han integrado con más frecuencia palabras, diálogos, párrafos o secciones

13
Recuerdo que en un par de ellos, uno celebrado en Reynosa y otro en Ciudad Juárez, Encuentro de
escritores de la cuenca del río Bravo, asistieron dos escritores y una académica de Durango; Sinaloa
o Baja California Sur fueron los grandes ausentes en esos encuentros… ¿Será por no concebirlos en el
mapa de la frontera norte o del norte?
14
No se le define como escritura fonética porque no lo registran con los símbolos lingüísticos propios de
esa escritura, sino con la ortografía en español y la fonética en inglés. Entre ellas/os se encuentran Luis
Humberto Crosthwaite, Rosina Conde, Rosario Sanmiguel, Manuel Murrieta, Francisco Luna.

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grandes en inglés ya sea en cursivas, sin ellas o con la fonética en inglés y la ortografía
en español.15 La recreación de la vida cotidiana y de la problemática fronteriza podía ser
también parte de una temática, porque era ésta y sigue siendo, muy variada. Subrayo
entonces que no todas/os las/os autoras/es privilegian el relato de su habitus o lo integran
como parte de sus historias, sino que escriben sobre otras latitudes, otros planetas y
otros mundos, como sucede con un grupo de escritoras/es en la zona de Tamaulipas.16
Preciso también que las características mencionadas describen, en mayor medida a
la narrativa pues en aquel momento y en éste también la generalidad de los estudios
eran (son) sobre este género.
Uno de los debates mayores con los que nos encontramos, es a quiénes consideramos
escritoras/es de la frontera norte y cómo decidimos esa distinción, quizá de cierto,
arbitraria. Especifico la diferencia de distinguirlas/os como escritoras/es de la frontera
norte y no “fronterizas/os” ya que en los últimos años esta categorización ha sido
retomada y discutida por Heriberto Yépez, Eve Gil y Oswaldo Zavala; aunque el
concepto de “escritor fronterizo” lo habían desarrollado años atrás Emily Hicks, Harry
Polkinhorn, Gustavo Pérez Firmat, José David Saldívar y Héctor Calderón17 cuando
referían lo “fronterizo” de algún/a autor/a en un sentido más metafórico (escritores/as
latinoamericanas/os desterritorializados/as) que de ubicación geográfica o perteneciente
a un movimiento literario-cultural. Para contextualizar mi argumento recurro de nuevo
a las palabras de Aralia López González ya que como ella, creo firmemente que

no hay literatura con mayúscula, sino literaturas, puesto que considero al fenómeno
literario como hecho y práctica social en el contexto histórico. Por lo mismo, su
realización depende de proyectos estético-literarios diversos […] que se ubican en un
espacio nacional determinado, en el cual deben considerarse también las relaciones
continentales e internacionales en un momento dado de la producción literaria […] [Por
ello] es necesario tomar en cuenta en el estudio de una forma de literatura, las tensiones
históricas que la cruzan y la manera en que se articulan y transforman de acuerdo
con los proyectos estético-literarios que la constituyen en un periodo específico. (53)

Por tanto, en acuerdo con Humberto Félix Berumen, quien retoma lo apuntado
desde los albores de esta literatura en su libro La frontera en el centro (2004) y lo

15
En ocasiones para nombrar algún objeto o concepto cuya utilización es más común en inglés que en
español; en otras para subvertir el discurso; para reproducir las hablas de ciertos grupos; para crear
lenguajes alternos, etc. Entre otros véase Rafa Saavedra, Heriberto Yépez, Regina Swain, Javier
Fernández, Frank Illich, Eve Gil.
16
Encontramos en Federico Schaffler su máximo exponente y con él a Guillermo Lavín, José Luis Velarde,
Olga Fresnillo, Gabriel González Meléndez, Marco Rodríguez Leija y Jesús León Serratos.
17
Para una discusión más amplia sobre el proyecto de cada uno ver mi artículo “Aproximaciones críticas
de las literaturas de las fronteras” (1997).

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elabora cimentándolo en lo regional, considero también como escritoras/es de la frontera


norte a aquéllas/os que nacieron o radican en alguno de los puntos de la frontera norte
mexicana; a aquéllas/os cuyas

temáticas, escenarios, personajes y lenguaje [puedan] o no corresponder al entorno


fronterizo. Lo que importa apuntar es el lugar de nacimiento de los escritores, y no
tanto la filiación cultural de su obra […]. Dato accidental si se quiere pero ineludible
al momento de dar cuenta de aquellos autores que sobresalen por el valor estético de
sus obras. [También incluimos] a los autores que nacieron fuera de la frontera y hoy
radican fuera de ella; algunos desde mucho tiempo atrás […] [Incorporamos] libremente
a escritores que no residen en la franja fronteriza, pero que resultan importantes para el
balance para la literatura producida en el norte mexicano. [Finalmente consideramos] a
autores nacidos o radicados en la frontera que escriben en, desde y sobre la frontera (34)
[…] [quienes han encontrado] en lo regional su espacio de manifestación social; pero
también [su] base de sustentación social y aun sus redes de producción, distribución
y valoración simbólica. (65)18

En este sentido, la lista es innumerable ya que desde hace más de veinte años el
movimiento literario de los estados de la frontera norte de mediados del siglo pasado
ha permitido que escritoras/es hayan tenido acceso a participar en talleres literarios,
foros, publicaciones locales, regionales, nacionales e internacionales.19 Tampoco es mi
pretensión en este espacio constreñir a nadie a un directorio hasta cierto punto arbitrario
o emplear rígidamente la definición anterior ya que las geografías personales son
movibles, y las definiciones y categorías nos sirven más como una guía de estudio de
los fenómenos literarios y no como una camisa de fuerza.20 Lo que sí creo importante

18
Por mencionar sólo a algunas/os que de acuerdo o no de encontrarse entre quienes consideramos,
menciono a Gerardo Cornejo, Ricardo Elizondo Elizondo, Jesús Gardea, Severino Salazar, Federico
Campbell, Orlando Ortiz, Daniel Sada, Carmen Alardín, Rosina Conde, Rosario Sanmiguel, Estela Alicia
López Lomas, Luis Humberto Crosthwaite, Gabriel Trujillo, Eduardo Antonio Parra, Margarita Oropeza,
Minerva Margarita Villarreal, Alfredo Espinoza, Inés Martínez de Castro, Cristina Rivera Garza, David
Toscana, José Javier Villarreal, Ignacio Solares, Patricia Laurent Kullick, Olga Fresnillo, Francisco
José Amparán, Cris Villarreal, Mario Atneo, Rafa Saavedra, Regina Swain, Joaquín Armando Chacón,
Willivaldo Delgadillo, Heriberto Yépez, Magolo Cárdenas, Guillermo Lavín, Federico Schaffler, Héctor
Alvarado, Joaquín Hurtado, Dolores Dorantes, Rosaura Barahona, Amaranta Caballero, Marco Antonio
Rodríguez Leija, Arminé Arjona, Diego Ordaz, Sylvia Aguilar Zéleny, Roberto Castillo Udiarte, Frank
Illich, Zonia Sotomayor, Mariana Martínez Esténs, entre otras/os.
19
Con ello no pretendo decir que otros estados no hubieran desarrollado también movimientos literarios
ni contaran o cuenten con una cantidad de autoras/es importantes; lo destacado de este fenómeno es que
se dio de forma simultánea en los seis estados fronterizos, los cuales, por primera vez, se asumían como
una región con particularidades culturales algunas similares y otras totalmente diferentes.
20
Considero también, por nuestros intercambios en mesas de análisis, escritos y charlas de café, con
Humberto Félix Berumen, Gabriel Trujillo, Debra Castillo, Juan Carlos Ramírez Pimienta, José Pablo
Villalobos, Rosina Conde y Rosario Sanmiguel que ésa ha sido la intención desde el inicio.

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mencionar es que quizá, si este fenómeno no se hubiera dado de una forma simultánea
y con un carácter regional, a aquéllas/os cuyas obras han trascendido el ámbito local
y regional, les habría sido más difícil alcanzarlo.21 Es claro que esto lo comento sólo
como una posibilidad que no tiene que ver con la obra en sí, pues en casos como el de
Rosario Sanmiguel, a decir de Eduardo Antonio Parra, “[e]s raro que Callejón Sucre
y otros relatos no haya sido reimpreso en una editorial de mayor circulación y más
raro que el nombre de Rosario Sanmiguel sólo sea conocido en ciertos cenáculos muy
reducidos” (42).
El estudio, entonces, de lo que llamamos literatura de la frontera norte no sólo
se ha nutrido de aquéllas/os que desde los diferentes estados comenzamos y hemos
continuado esta conversación desde principios de los noventa. También muchos son
los nombres de quienes han partido de cuestionamientos similares y han abonado a la
discusión aproximando textos de diferentes autoras/es desde diferentes marcos teóricos,
distintas geografías y, en ocasiones, estableciendo análisis comparativos con textos
de literatura chicana. En la mayoría de los estudios se toma en cuenta como punto
de partida el movimiento literario, pues reitero, las temáticas son muy variadas y, en
ocasiones, el espacio geográfico ni siquiera está presente en los textos.
En un breve repaso de quienes se han dado a la tarea de continuar esta conversación22
y a propósito del ejemplo de Parra sobre Rosario Sanmiguel, menciono a Núria Vilanova,
quien en El espacio textual de la frontera norte de México: literatura de la frontera y
literatura (trans)fronteriza (2000), entre otros tópicos se cuestiona sobre la importancia
de las literaturas que se encuentran fuera de los circuitos de dominación cultural y
comercial de la difusión literaria. Problematiza sobre los posibles marcos de análisis
de las literaturas subalternas o liminales (como la de la frontera norte) y al estudiar
la narrativa de Jesús Gardea, recurre a las propuestas teóricas de William Rowe en
general y, en lo que a nosotros nos atañe, con respecto a aquéllas que se enfocan en la
importancia de la literatura regional. Si continuamos con la propuesta de la literatura
de la frontera norte como liminal, encontramos que Santiago Vaquera Vázquez en
su artículo “Wandering in the Borderlands: Mapping an Imaginative Geography of
the Border” propone que la narrativa de Rosina Conde, Daniel Sada, Luis Humberto
Crosthwaite, Federico Campbell y Jesús Gardea proyecta “magined geographies of

21
Incluso habrá quienes publicaron una o dos veces y no volvieron a hacerlo más. Sin embargo, de no
haber sido por esto, nunca las/os hubiéramos conocido.
22
Reconozco en la conversación el estudio de Martín Camps, Cruces fronterizos hacia una narrativa del
desierto (2006), pues en él hace un reconocimiento al movimiento cultural en el sub-apartado “narrativa
de la frontera norte de México”. Sólo que en él la intención es distinta que la nuestra. En el estudio
se presenta “un análisis de las novelas más representativas con respecto a la frontera entre México y
Estados Unidos [ya que] se pretende una visión más amplia de la frontera que no únicamente considere
textos sobre la línea divisoria con Estados Unidos, es decir, con el espacio ‘frontetrizo’ sino aquéllos que
aborden un aspecto importante del encuentro o de la fricción cultural entre estos dos países” (13).

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the U.S-Mexico Border” y que su misma escritura se encuentra entre los bordes de lo
geográfico y textual.
Tal vez uno de los primeros críticos del centro que empezó a ver y a estudiar
la literatura de la frontera norte es Miguel G. Rodríguez Lozano. En El norte, una
experiencia contemporánea en la narrativa (2002), analiza la narrativa de Eduardo
Antonio Parra, Rosario Sanmiguel, Luis Humberto Crosthwaite, David Toscana,
Olga Fresnillo y Jaquín Hurtado y parte de que en México existe la necesidad de
descentralizar la cultura y la literatura y hay que escuchar otras voces como las de los
estados fronterizos norteños. Se opone a la definición reduccionista de “literatura del
desierto”23 y plantea que estas/os autoras/es han creado una escritura novedosa, original,
sólida y valiosa. Al seguir con su propuesta de continuar estudiando la literatura de
los estados fronterizos del norte y tomando en cuenta las características anteriormente
planteadas sobre la misma, en Escenarios del norte de México: Daniel Sada, Gerardo
Cornejo, Jesús Gardea y Ricardo Elizondo (2003), Rodríguez Lozano aplica sus dotes
de historiador y propone un estudio de la “microhistoria literaria”24 a fin de tener un
mejor entendimiento de los fenómenos locales alejándose de la historia global. Entiendo
la propuesta de la microhistoria y coincido con ella, sin embargo, considero importante
poseer ese conocimiento local/regional y ponerlo también en perspectiva con lo global,
a fin de que se tenga un conocimiento más abarcador y complejo en su especificidad.
Graciela Silva Rodríguez publica en 2010 Frontera norteña femenina: transgresión
y resistencia identitaria en Esalí, Conde y Rivera Garza, una edición necesaria que
da cuenta, a partir de lo que la autora llama “un modelo crítico feminista borderlands
o fronterizo e interdisciplinario”. En él construye su teoría abrevando de Anzaldúa,
Hicks, Claire Fox, Félix Berumen, Valenzuela Arce, Trigo, Gómez Montero, Trujillo
Muñoz, Marta Lamas, Celia Amorós, Judith Butler y otras/os para abrir la puerta a un
rico método feminista que permita la comprensión no sólo de los textos seleccionados
para su estudio, sino para poder aproximar otros textos de escritoras de la frontera. Un
libro con estas aspiraciones se aprecia en virtud de la escasa crítica que existe sobre
las escritoras fronterizas tanto desde la óptica feminista como desde otras perspectivas
teóricas. No está por demás decir que ella y Rodríguez Lozano se valen de las propuestas
sobre las fronteras planteadas con anterioridad al contextualizar y desarrollar sus
metodologías y teorías de estudio.

23
Consúltense a Francisco Vicente Torres, Esta otra narrativa mexicana. Ensayos y entrevistas, Leega
Literaria/UAM, México 1992 y Christopher Domínguez Michael “Narrativa del desierto” Vuelta 154
(septiembre 1989).
24
Aquí Rodríguez Lozano se refiere a la corriente historiogáfica propuesta por Luis González y González
que se opone a la Historia en cuanto en tanto aquélla “es distinta a la historia por su mayor dosis de
emotividad, presencia, geografía, detalle y literatura y por ser menos formalista, metódica, cuantitativa
y científica. Se trata de una ciencia balbuceante, y un arte maduro, con larga, larguísima tradición en
México y donde quiera” (228).

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Una conversación imaginada sobre las literaturas de las fronteras 1183

En 2003 surge el proyecto Estética de los confines. Expresiones estéticas en la


frontera norte, una compilación de Javier Perucho, cuya intención es “exponer y
explicar la poética que anima la escritura y las propuestas artísticas de los creadores
que habitan en la órbita de la frontera México-estadounidense” (7). En el volumen se
integran “expresiones narrativas, poéticas, pictóricas, musicales y cinematográficas
que se desenvuelven entre los intersticios de los cánones dominantes […] lejos de las
metrópolis, de la institucionalización universitaria y la mera cuota editorial” (7). La
propuesta es atractiva, sobre todo porque nunca nos responde si hay o no una estética
de los confines y, de haberla, en qué consiste y cómo se puede abordar críticamente.
Lo que sí ofrece es una serie de ensayos que incluyen no sólo expresiones de/desde y
sobre la frontera norte como son “Nueva narrativa del norte” de Eduardo Antonio Parra,
“La diversidad dramatúrgica en el norte de México” de Hugo Salcedo y “Poesía de los
confines” de Gabriel Trujillo, sino también se centra en expresiones musicales, cine de
ambas fronteras, literatura chicana policíaca, la importancia del español en los Estados
Unidos y un análisis sobre la “estética de los confines” con base en el multiculturalismo.
Como vemos este volumen podría caber en la sección que desarrollara a profundidad el
concepto de frontera metafórica, ya que atraviesa varias fronteras de géneros culturales.
Sin embargo, los tres artículos ya mencionados poseen un valor significativo en cuanto
a que la dramaturgia y la poesía son dos géneros muy poco estudiados dentro de nuestro
campo y el de Parra suscitó una controversia con Rafael Lemus que trataré después.
Resalto la relevancia de la publicación por su visión incluyente con respecto a las formas
de expresión, a la crítica y a las distintas identidades culturales de los participantes,
aunque extraño la colaboración de mujeres en el volumen.
En 2008 Roxana Rodríguez Ortiz publica el artículo “Disidencia literaria en la
frontera de México y Estados Unidos” y en 2014, “Prácticas interpretativas de la
frontera México-Estados Unidos”. En ambos, su intención es clara: plantear marcos
de referencia para la comprensión de las literaturas del norte de México y chicana.
En el primero abona a nuestras discusiones sobre las diferencias entre las escrituras
chicana y fronteriza mexicana por medio de lo que llama la performatividad discursiva
y el fenómeno urbano. Emplea como fundamento teórico los estudios interculturales
ya que éstos le permiten estudiar las “complejas relaciones entre diferentes culturas
que interactúan entre sí [para formar] interrelaciones equitativas entre comunidades
e individuos que han sido excluidos por diferentes factores, principalmente por
asimetrías sociales y económicas” (114). Por medio de este método, hace un recorrido
panorámico de escritoras/es chicanas/os y mexicana/os para llegar a la conclusión
nuestra: que no se puede hablar de una literatura fronteriza. Sin embargo, además
plantea la posibilidad de que en “otras latitudes del mundo, como Europa o Asia”
con una problemática similar, puedan existir textos literarios con las características
de los nuestros. En “Prácticas interpretativas” parte desde la filosofía de la cultura

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para delinear un panorama de comprensión de ambas literaturas. Estudia los textos de


Luis Humberto Crosthwaite, Sandra Cisneros, Daniel Chacón, Rosario Sanmiguel y
Amaranta Caballero y plantea seis prácticas interpretativas para su análisis relativas
al lenguaje, al imaginario colectivo, a la representación simbólica, a las biografías
de vida, al reconocimiento del Otro y a la subjetividad femenina. Sus conclusiones
son significativas y con un reto humanístico. No sólo nos ofrece un marco apropiado
comparativo para el estudio de estas literaturas regionales25 sino que nos propone que
para poner en práctica la teoría es necesario “proponer modelos de sociedades vigentes
para las ciudades en los que enfatice la necesidad el reconocimiento del otro-otra […]
[ello] implica un esfuerzo mayor que contribuya a modificar (erradicar) conductas
misóginas, xenofóbicas, homofóbicas […] presentes en el […] imaginario colectivo
de la sociedad” (102).
Finalmente me detengo en esta revisión con el estudio de Lori Celaya, México visto
desde la literatura de su frontera norte: identidades propias de la transculturación
y la migración (2012), quien a partir de las varias propuestas de las literaturas de las
fronteras (de ambos lados), encamina su estudio a observar cómo las migraciones
impactan en los procesos culturales e identitarios en la frontera norte mexicana.
Para lograr su objetivo hace un análisis comparativo entre escritoras/es que escriben
sobre la frontera desde la ciudad de México (Elena Poniatowska, Carlos Monsiváis
y Carlos Fuentes) con los de autoras/es de la frontera (Federico Campbell, Ricardo
Aguilar Melantzón,26 Luis Humberto Crosthwaite y Norma Elia Cantú). A diferencia
de Rodríguez Lozano y en coincidencia con Rodríguez Ortiz y otras/os académicas/

25
Aunque la chicana se encuentra diseminada por todo el país, y los/as autores/as mexicanos/as estén
contenidos en los estados del norte, en el Distrito Federal, en algunas ciudades de EE.UU., o en otras
latitudes del globo.
26
El caso de Ricardo Aguilar (1947-2004) es interesante y paradigmático en cuanto a que lo podría ubicar
como un escritor más transfronterizo que chicano. Vivió durante 39 años en Ciudad Juárez y cruzó a
estudiar y después a trabajar en El Paso y en Las Cruces, Nuevo México, mientras daba clases en la
Universidad Autónoma de Chihuahua en Ciudad Juárez. Su narrativa tiene rasgos de ambas literaturas
fronterizas ya que aunque está escrita mayormente en español (como algunas de las obras de la literatura
chicana de la primera generación) y recurre al cambio de código, o inserta vocablos o frases enteras
con la fonética en inglés y la ortografía en español (como se ve en escritores chicanos y fronterizos),
el ritmo de la oralidad se ciñe más a las estructuras de inglés que del español (opuesto a las estructuras
de escritoras/es chicanas/os) y su temática apunta a las problemáticas socio-políticas y económicas de
la región Paso del Norte (Chihuahua-Ciudad Juárez-El Paso, Tex.-Las Cruces, N.M. y Albuquerque,
N.M.), centrándose más en las relaciones fronterizas de México con Estados Unidos, en particular entre
Juárez como lugar de operaciones y como espacio “asediado” por las políticas sociales y culturales de
los centros de México (Chihuahua y el D.F.) y las racistas –socio-político-culturales- de Estados Unidos.
De hecho, para quienes lo conocimos, lo podemos identificar fácilmente en el personaje que cruza la
frontera en moto en La frontera de cristal (1995) de Carlos Fuentes.

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os no incluidos a profundidad en este repaso como Diana Palaversich quien hace una
revisión crítica de varias/os escritores de la frontera norte y analiza la desventaja que
tienen estos escritoras/es dadas las políticas centralistas de nuestro país; y Paul Fallon27
el cual plantea la literatura de la frontera norte desde lo que él llama “regionalismo
crítico”, Celaya registra estas literaturas de encuentros y desencuentros en una región
de más de 6,000 kilómetros28 también de acuerdos y contradicciones en la cual los
procesos locales y globales coinciden e impactan.

IV. Aclaraciones diversas nosotras/os y ustedes que no nosotras/os contra ustedes

Desde el inicio del movimiento literario-cultural en la frontera norte de México


hubo voces opositoras a la clasificación de “escritor/a de la frontera” o “escritor/a
fronterizo”. De hecho hemos registrado que Francisco Luna, Rosina Conde, Minerva
y José Javier Villarreal en un inicio se resistieron a la categorización por considerarla
centralista. De hecho, Conde pensaba que aceptar esa categoría era aceptar el estereotipo
que el proyecto oficial pretendía instaurar y perpetuar a través de los mecanismos del
Estado (Castillo y Tabuenca 20). Rosario Sanmiguel, por su parte, consideraba que ser
o considerarse escritora de la frontera era estar en los márgenes y que en el momento
que su escritura se difundiera pasaría a estar en el centro (20). Luna y Villarreal
comparten ambas reflexiones. Es decir, ser considerada/o o pensarse como “escritor/a
fronterizo/a” conllevaba un contenido ideológico limitante. Aunado a estas reflexiones,
aseguraban que sus textos estaban contribuyendo a la literatura regional y por tanto
a la del país (21) y que antes de que surgiera el proyecto desde el gobierno federal
como tal, ellas/os ya estaban publicando –y leyéndose– desde sus lugares de origen
y afuera en publicaciones o editoriales locales como en revistas de difusión nacional.

27
Sus varios artículos sobre escritoras/es mexicanas/os del norte y, en particular “Nueva narrativa del norte:
moviendo fronteras de la literatura mexicana” de Palaversich y “Time for (a Reading) Community?
The Border Literary Field(s) in the 1980s and 1990s” de Fallon contribuyen en gran medida a estas
conversaciones. Sé que Palaversich forma parte de un volumen que estaban coordinando Edgar Cota y
Gabriel Trujillo pero, a la fecha de entrega de este manuscrito, no tuve acceso a él. Soy consciente que
hay grandes ausencias en esta conversación por ello la planteo como inconclusa. La edición de Trujillo
y Cota, por ejemplo, otros estudios que han publicado en los últimos años Trujillo, Gómez Montero
y Félix Berumen; algunos más sobre narrativa de la frontera o norteña como el de Nora Guzmán, de
Alfredo Pavón; o de dramaturgia de Enrique Mijares, Javier Perucho, Susana Báez o Hugo Salcedo.
Asimismo, el estudio crítico de Manuel de Jesús Hernández y los esfuerzos de Rubén Sandoval y el
grupo de trabajo de la Universidad Autónoma de Baja California Sur que han mantenido un diálogo
trasnacional sostenido a lo largo de los años. Finalmente las tesis doctorales y de maestría que hacen de
este tema una conversación viva e inagotable.
28
Incluyo ambos lados de las fronteras pues, aunque las definiciones de región cuenten 100 kilómetros
como zona de amortiguación al norte y sur de cada frontera, los impactos se dan allende los kilómetros.

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En “Las fronteras como experiencia fronteriza” (2011), Rosina Conde continúa


con la conversación que se ha venido dando a lo largo de estos años y después de tomar
algunas de las características señaladas por Gabriel Trujillo, Sergio Gómez Montero,
Humberto Félix Berumen, Harry Polkinhorn, Emily Hicks y Socorro Tabuenca, apunta

que las definiciones de la literatura fronteriza se han ido ampliando y se han convertido
en un saco en donde todo tiene cabida. Varios años después de haberse iniciado los
estudios “fronterizos”, los académicos no terminan de ponerse de acuerdo en cuanto
a su objeto de estudio ni en cuanto a su delimitación espacial y temporal. Más bien
parece una excusa en la que la frontera es un buen pretexto para hablar de lo que sea.
Lo que sí es más o menos claro es la necesidad de estudiar una literatura relativamente
nueva, con variaciones idiomáticas de la lengua, no sólo mexicana, sino de cualquiera;
con un tono, un paisaje, una temática diferentes de la literatura actual. (172)

Tal vez si quienes nos interesamos por hacer un seguimiento de un “fenómeno


literario como hecho y práctica social en el contexto histórico [de después de los
setenta del siglo pasado aproximadamente y] […] en un espacio nacional determinado
[a decir la frontera norte de México]” (52) –por volver a López González–, en aquel
momento y hubiésemos pensado que era “un saco en donde tiene cabida”, quizá
habríamos renunciado a nuestro intento. De igual forma lo habríamos abandonado si nos
hubiésemos limitado a reflexionar a partir de una escritura “de la tierra” la cual produce
una esencia o identidad regional “híbrida” como lo planteó Néstor García Canclini en
los noventa, “norteña” o “fronteriza” como lo han retomado Eve Gil, Eduardo Antonio
Parra, Julián Herbert y Mayra Luna en estos años. Nosotros no planteamos “fórmulas
que gobiernan la estructura de una obra” (Conde 19); tampoco propusimos “definirla
con base en parámetros correspondientes a su “mística insularidad” (Herbert); ni
“encasillar a los autores por su lugar de origen, su sexo, su religión o su color” (Gil);
mucho menos concebimos definir a las/os escritores/as dentro de “una literatura regional
en su significado más básico” (Luna 22) o imaginamos que la “particularidad del ‘ser’
norteño [fuera] la materia prima de la narrativa de sus escritores” (Parra 41).
Atendimos un proceso literario a partir de la lectura de textos, de las publicaciones
de difusión (revistas, semanarios, suplementos) y de ediciones que surgieron en los
años mencionados. Ofrecimos(emos) “descifrar [poemas, novelas] y explicarle a un
lector curioso todo aquello que éste no pudo entender” (20) del texto y del contexto
histórico-social por el cual pasaba ese proyecto estético-literario que surgía de forma
más o menos simultánea en los estados de la frontera norte de México. Una vez
estudiados los textos literarios y sus contextos, hemos estado intentado crear un archivo,
un catálogo andante, una bibliografía crítica, una biblioteca itinerante y movediza que
registre, además de los proyectos estético-literarios, las tensiones históricas que cruzan

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y se articulan con dicho proyecto.29 Nos resultaría impensable siquiera concebir que
autoras/es sólo “se nutren” del medio ambiente y no de sus lecturas como asevera Eve
Gil, pero no es descabellado suponer ni mucho menos coincidir que hay elementos y
transformaciones que impactan a las personas y como consecuencia, sus actividades
creativas, como la escritora misma comenta:

vivir en la frontera ha repercutido en mi escritura; en mis caóticos procesos mentales


[…] en el acaso inconsciente residencia de personajes desajustados, inadaptados,
melancólicos, solitarios y preesquizofrénicos. Es decir, el medio ambiente ha permeado
mi estilo, sin embargo, no ha logrado filtrarse en mis temas. (Gil)

Sabemos que hay escritoras/es que a pesar de que en repetidas ocasiones hayan
manifestado que no creen en las fronteras (o que algunas/os de ellas/os creen firmemente)
en aquéllas vinculadas a los parámetros de la sociedad (geográficos, médicos, lingüísticos,
psicológicos, etc.), sin embargo es evidente que su trabajo creativo está relacionado
con ellas (Conde, “Las fronteras” 199). Por ello, nosotras/os hemos pretendido abarcar,
dentro de nuestras áreas definidas de estudio y como lectoras/es, las obras dentro de esa
heterogeneidad de temáticas, de personajes, de lugares, de no-lugares, de realidades,
de fantasías, de lenguajes, de tiempos presentes, pasados o futuros que nos permiten
experimentar los textos literarios; ésos que comprenden las literaturas y que enriquecen
la literatura de un país.
Lo anterior valdría para revisar algunas opiniones y debates que se han dado con
respecto a lo que se ha llamado “literatura del norte” o “literatura del norte de México”.
Cabe aclarar que bajo esta clasificación se estaría incluyendo (o incluiría), además de
los estados fronterizos, a la literatura de Baja California Sur, de Sinaloa y de Durango,
si nos apegáramos a lo que se considera el norte de la República. Sin embargo, las
expresiones de Baja California Sur y de Durango ni se tocan, como tampoco se
mencionan el resto de las expresiones y géneros del resto de los estados fronterizos
ya que pareciera que, la literatura del norte, para algunos críticos es equivalente a un
puñado de escritores. Aunado a ello, como algunos de esos escritores tocan temas
de violencia y narcotráfico, entonces la literatura del norte es igual a la literatura del
narco como lo han planteado Rafael Lemus y Víctor Barrera Enderle.30 Y, por lo aquí

29
Como dato histórico, aunque el narcotráfico se haya establecido por los estados del norte desde los años
20, no hay un gran registro de esta temática en lo que llamamos literatura de la frontera norte en los años
de su surgimiento.
30
En “Consideraciones sobre la llamada Literatura del Norte de México” (2012) Barrera Enderle
expone que la “[l]iteratura del Norte es una fórmula, o mejor: una metonimia […] que precisa varias
reformulaciones” (73). Para él dicha literatura proyecta “la migración, la heterogeneidad cultural, la
desigualdad, la frontera como metáfora y a la vez como escenificación del espacio marginal […] el
narcotráfico como la manifestación más nítida del capitalismo salvaje, el desierto como escenario

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expresado, nada más inexacto. La lista de escritores de Lemus (en particualr del no-
narco) se queda muy corta, si la comparamos con la heterogeneidad de voces creativas
y de géneros en el norte y “con más precisión, en la frontera” (225). Entiendo que cada
lector/a tenemos nuestra manera de decodificar lo que leemos y que nuestra función
como criticas/os es “no delirar”; por ello afirmo, no toda la literatura del norte está
tocada por el narco, ni las excepciones que presenta corresponden del todo la literatura
del norte o de la frontera norte.
A diez años de la polémica con Parra me llama la atención que su ensayo “Balas de
salva. Notas sobre el narco y la narrativa mexicana” reaparezca en el volumen Tierras
de nadie (2012), una compilación de Viviane Mahieux y Oswaldo Zavala cuyo ánimo es
desdibujar los estudios de los más de veintidós años referentes a la literatura del norte
no sólo en México, sino en varias partes del mundo. Mahieux y Zavala manifiestan
que su volumen “se basa en la relocalización del improductivo debate de la ‘literatura
del norte’ hacia producciones culturales específicas que se generan en relación con el
espacio geopolítico designado como norte” (13). Lo anterior resulta paradójico dado
que incorporan el ensayo de Lemus que pertenecería a una de las voces más fuertes
con respecto al debate del propio encasillamiento que dicen querer escapar. Asimismo,
la contradicción radica en que apuntan que el volumen es una “invitación al debate
flexible y productivo” (21), cuando de entrada han cerrado la puerta de los debates
que llaman “improductivos”. Aquí valdría preguntarse(les) por qué no mencionar los
nombres de quienes consideran dentro de ese “debate improductivo” para disipar las
confusiones. Yo pensaría, de pronto en Lemus y Parra seguidos por Heriberto Yépez,
Cristina Rivera Garza y Gabriel Trujillo, quienes han tenido una postura abierta pero en
oposición a la crítica del centro. Sin embargo, también estamos todas/os las/os demás
que hemos asumido, además del estudio de los textos, desde los textos mismos, una
posición seria y crítica contra las políticas culturales centralistas, porque así funciona
el país. Otra inexactitud es su propuesta de “estudiar la especificidad cultural que
genera en relación al objeto político que invoca el norte en los discursos literarios. El
norte en la literatura contemporánea y no el revés del sintagma,” (13) como si lo que
se hubiese hecho hasta su publicación no hubiera sido revisar los textos y marcar esas
diferencias y las otras también. Es decir, las propuestas hasta ahora han estudiado tanto
el norte y su frontera en la literatura, de la misma manera como hemos analizado la
literatura producida desde la zona. Verdaderamente me gustaría descubrir la propuesta
del “debate flexible y productivo” antes de encontrarme con un muro de inflexibilidad
provocado por la invalidación de nuestros proyectos sobre las literaturas y, por ende,
sus creadoras/es, quienes han estado insertas/os en procesos socio-políticos y culturales

idóneo para las pasiones más desmedidas” (76-78). Es decir que, aunque su visión es más abarcadora
que la de Lemus, de cualquier forma concuerda con él en gran medida.

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Una conversación imaginada sobre las literaturas de las fronteras 1189

regionales, nacionales e internacionales. Tal desautorización incluye, notoriamente, lo


que hemos venido escribiendo a lo largo de todos estos años de diferentes formas y con
diferentes voces: que la frontera es una zona en constante desarrollo, que es pasajera
y cambiante y que cualquier afán de encasillarla sería totalizador y que se pretenda
desplazar por una ¿nueva? propuesta de leer el norte como “una región dispersa,
heterogénea de bordes liminares móviles y que se mantiene en perpetuo tránsito: no
una, sino múltiples tierras de nadie” (13).
Me pregunto, ¿habría una diferencia abismal entre un proyecto y otro? ¿O es que
hay otra pretensión detrás? Desde mis primeros artículos secundé las ideas de Juan
Bruce-Novoa y Rolando Romero (las cuales reitero en el apartado II) en cuanto a
que no planteo que la frontera nos pertenece a unos y no a los otros y que su estudio
estaba abierto al tránsito. O sea, que sería inadmisible pensar que quienes somos de la
frontera tenemos la exclusividad de estudiar la región o, en nuestro caso, la literatura o
los productos culturales de la misma. De hecho, aquéllas/os quienes hemos elaborado
estudios al respecto, siempre hemos sido respetuosas/os de quienes nos han precedido
y hemos reconocido los aciertos y los vacíos de sus proyectos. De esa forma hemos
podido ir construyendo y abonando a esa biblioteca movible desde la frontera, desde el
centro, desde el sur del país y allende nuestras fronteras. Por ello, considero que Tierras
de nadie abona definitivamente a la conversación y sus ensayos presentan visiones
interesantes. Sin embargo, el hecho que se presente como lo original y último, provoca
desconfianza en la aparente intención de elaborar un debate flexible. En este sentido,
las palabras de Gabriel Trujillo parecieran acompañar mis reflexiones:

Algo grave les pasa a los críticos y académicos mexicanos cuando se acercan a la
literatura del norte y la transforman en sus propios miedos e inseguridades. Me explico:
para tratar la literatura norteña hay muchas vías, experiencias, obras y autores a los
cuales recurrir, una enorme cantidad de géneros y estilos que por estas tierras se han
dado en el último centenar de años para beneficio de la literatura mexicana en general.
Pero cuando alguien decide hacer una recopilación de textos críticos sobre la misma y
para legitimarse comienza a describirla como un monstruo (la narcoliteratura) y luego
reafirma deslindarse de tal criatura, indignarse con su presencia, con la intención de
mostrar que la literatura norteña no es como la pintaron ellos mismos. Es decir, estos
críticos son como el doctor Frankestein: primero crean al monstruo y le dan vida y a
continuación lo persiguen, lo atacan, lo hostigan para reivindicarse como los verdaderos
adversarios de su propia creación.

¿Cómo conciliar entonces esas diferencias producto de siglos de políticas culturales


excluyentes que creí difuminadas? ¿Tal vez reconociendo las diferencias y aceptando
que una lectura no es mejor que la otra; que el estudio de la literatura “sobre” el norte
no es un proceso que nace a partir de Tierras de nadie sino que tiene una historia cuyo
maternaje y paternaje no están plenamente identificados pero que tienen más de veinte

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1190 María Socorro Tabuenca Córdoba

años de existencia? ¿Por qué no pensar que podemos formar grupos de trabajo, como
como lo han hecho en Chile con el proyecto “Poética de los confines”31 o como lo
ha venido proponiendo desde siempre Humberto Félix Berumen? ¿Por qué no crear
modelos de interpretación más amplios? ¿Por qué no continuar la conversación con un
afán verdadero de debate flexible y comunicación constructiva? ¿Por qué no pensar en
que podemos olvidarnos de nuestras posiciones de enunciación y aprehender los textos
literarios para entender sus propios procesos? ¿Por qué no disolver nuestros estereotipos
y empezar a formar grupos de trabajo intedisicplinarios con metodologías y objetivos
particulares que nos permitan dilucidar y transformar nuestras regiones? ¿Por qué no
arriesgar nuestras lecturas a su propia zona de fluidez fronteriza? ¿Por qué no?

Obras citadas

Anderson, Danny. “Difficult Relations, Compromising Positions: telling Involvement


in Recent Mexican Narrative”. Chasqui 24/1 (1995): 16-29.
Anzaldúa, Gloria. Borderlands/La Frontera: The New Mestiza. San Francisco: Aunt
Lute, 1987.
Barrera Enderle, Víctor. “Consideraciones sobre la llamada literatura del norte de
México”. Aisthesis 53 (2012): 69-79.
Bhabah, Homi. The Location of Culture. Londres: Routledge, 1994.
Bruce-Novoa, Juan. “Metas monológicas y estrategias dialógicas: la literatura chicana”.
Literatura fronteriza de acá y de allá. Guadalupe Beatriz Aldaco, ed. Hermosillo:
Instituto Sonorense de Cultura, 1994. 11-17.
Calderón Le Joliff, Tatiana y Edith Mora Ordóñez, eds. Afpunmapu-Fronteras-
Borderlands. Poética de los confines: Chile-México. Chile: Ediciones Universitarias
de Valparaíso, 2014.
Camps, Martín. Cruces fronterizos: hacia una narrativa del desierto. Serie Crítica.
Ciudad Juárez, 2006.
Castillo, Debra y María Socorro Tabuenca. Border Women: Writing from La frontera.
Minneápolis: U of Minnesota P, 2002.
Celaya, Lori. México visto desde la literatura de su frontera norte: identidades propias
de la transculturación y la migración. Pittsburgh: Instituto Internacional de

32
Ver el Proyecto interdisiplinario Afpunmapu/Fronteras/Borderlands/Poética de los confines: Chile-
México edición de Tatiana Calderón Le Joliff y Edith Mora Ordóñez (2014). En él se integraron
estudios académicos, ensayos literarios y entrevistas sobre el concepto metafórico y las realidades de las
geografías entre Chile, la región mapuche y la frontera entre México y Estados Unidos. Tal vez podría
ser un ensayo bueno para re plantear metodologías de la investigación de nuestras literaturas regionales
y globales.

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Una conversación imaginada sobre las literaturas de las fronteras 1191

Literatura Iberoamericana, 2012.


Conde, Rosina. Quehacer artístico y cultural. México: Consejo Nacional para la
Cultura y las Artes, 2011.
_____ “Las fronteras y mi arte poética”. Afpunmapu-Fronteras-Borderlands. Poética
de los confines: Chile-México. Tatiana Calderón Le Joliff y Edith Mora Ordóñez,
eds. Chile: Ediciones Universitarias de Valparaíso, 2014. 22-45.
_____ “Las fronteras como experiencia fronteriza”. Palabras de allá y de acá. Memoria
del VI Encuentro Nacional de Escritores en la Frontera Norte de México. Ciudad
Juárez: Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, 1991. 204-210.
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