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MONOCUT23

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PROCESO DE SELECCIÓN 2023

CENTRO UNIVERSITARIO DE TEATRO


UNAM

MONÓLOGOS

LOCO AMOR, de Sam Shepard; MAE . . . . . . 2

LOCO AMOR, de Sam Shepard; EDDIE . . . . . . 3

EL CAMINO ROJO A SABAIBA, de Óscar Liera; GLADYS . . . 4

LA COCINA, de Arnold Wesker, Traducción y versión libre: Alan Page y Alonso


Ruizpalacios; PAUL . . . . . . . . . 5

(Algunos de estos monólogos fueron editados por la planta docente del CUT, para este proceso de selección)

1
LOCO AMOR
de Sam Shepard

MAE: ¿Quieres que termine la historia por ti, Eddie? ¿Eh? ¿Quieres que termine
esta historia? Verás: mi madre, la bella mujer pelirroja de la casita blanca con toldo
rojo, amaba desesperadamente al viejo. Su obsesión era tanta que no soportaba
estar sin él ni siquiera un instante. Iba de pueblo en pueblo en busca suya. Seguía
las pistas que él dejaba: una tarjeta postal o una cajita de cerillos con el nombre
de un motel. Él nunca le dió un número de teléfono ni una dirección ni nada,
porque mi madre era su secreto. Ella lo persiguió durante años y él trataba de
tenerla a distancia porque mientras más se acercaban estas dos vidas distintas,
estas dos mujeres distintas, estos dos niños distintos, más nervioso se ponía. Pero
mi madre acabó por encontrarlo. Recuerdo el día que descubrimos el pueblo.
“¡Éste es!”, repetía, “¡éste es el sitio!”. Temblaba cuando íbamos por las calles
buscando la casa donde él vivía. Lo chistoso fue que, cuando apenas
acabábamos de hallarlo, desapareció. Nadie volvió a verlo. Nunca. Y mi madre
se destrozaba por dentro. Yo sentía exactamente lo contrario porque estaba
enamorada. Llegaba a casa después de la escuela, después de estar con Eddie,
llena de alegría, y ahí estaba ella, parada a media cocina mirando el fregadero. Y
yo no sabía qué decir. Sólo podía pensar en él. Y él sólo podía pensar en mí. ¿No
es cierto, Eddie? No podíamos respirar sin pensar el uno en el otro. No podíamos
comer si no estábamos juntos. No podíamos dormir. De noche nos poníamos
enfermos cuando estábamos lejos, muy enfermos. Y mi madre incluso me llevó
con un médico. Y la madre de Eddie lo llevó con el mismo médico, pero el médico
pensó que era gripe o algo. Y la madre de Eddie no podía saber qué tenía. Pero
mi madre… mi madre supo exactamente qué pasaba. Reconoció todos los
síntomas. Me imploró que no lo viera, pero no hice caso. Entonces le imploró a
Eddie que no me viera, pero él no hizo caso. Entonces fue con la madre de Eddie
y le imploro a ella y la madre de Eddie… la madre de Eddie se pegó un tiro. ¿O
no, Eddie? Se voló la tapa de los sesos.

2
LOCO AMOR
de Sam Shepard

EDDIE: Pero una noche le pregunté si podía ir con él. Y me llevó. Atravesamos
juntos los campos. En la oscuridad. Caminaba sin parar, y yo tenía miedo de
perderlo en la oscuridad, así que mantuve el paso lo mejor que pude. Y todo el
tiempo íbamos en completo silencio. No cruzamos una sola palabra. Anduvimos
kilómetros enteros así, hasta que llegamos al pueblo. Luego nos detuvimos en
una tienda de licores y él me hizo esperar afuera, mientras compraba una botella.
Y había todos eso braceros mexicanos alrededor de una camioneta. Bebían
cerveza y se reían, y recuerdo que tuve envidia de ellos y no supe por qué. Y
recuerdo que por la puerta de vidrio de la tienda vi al viejo pagar la botella. Y
recuerdo que le tuve lástima y no supe por qué. Luego salió con la botella envuelta
en una bolsa de papel, y en cuanto salió, todos los mexicanos dejaron de reírse.
Se quedaron nada más viendo cómo nos íbamos. Y atravesamos todo el pueblo.
Y él abrió la botella y me la ofreció. Antes de tomar un solo trago, me la ofreció a
mi primero. Y yo la tomé y bebí y se la devolví. Y así seguimos mientras
caminábamos hasta que no dejamos ni gota. Y no dijimos una sola palabra en
todo ese tiempo. Luego, finalmente, llegamos a una casita blanca con toldo rojo,
en el otro extremo del pueblo, y él tocó el timbre. Y entonces una mujer viene a la
puerta. Una mujer de veras bella, de pelo rojo. Y se arroja en los brazos del viejo.
Y él comienza a llorar. Se quiebra allí enfrente de mi. Y ella lo besa por toda la
cara y lo abraza bien fuerte y él nada más llorando como un bebé. Y entonces,
atrás de ellos dos, voy viendo a esta niña. Aparece así nomás. Está ahí parada,
mirándome, y yo la miro a ella y no podemos apartar los ojos el uno del otro. Era
como si nos conociéramos de alguna parte pero no pudiéramos acordarnos
dónde. Pero en el instante en que nos vimos, en ese mismo instante, supimos
que ya nunca dejaríamos de amarnos.

3
EL CAMINO ROJO A SABAIBA
de Óscar Liera

GLADYS: No puedo tener hijos, Fausto, tengo que conservarme virgen. Todos los
días sangro, poco, gotas, a veces sólo unas manchas, pero siempre sangro. Me
han visto muchos médicos, me han visto brujos y la sangre nunca se detiene. Una
vez di con una mujer, María Eustaquia. Me dijo que la única posibilidad de curarme
era ofreciendo mi virginidad a Santa Marta. Tenía que penetrar desnuda en el
templo a media noche, sin que nadie me viera; llegar ante su imagen, recoger el
cirio encendido, tirarme sobre el suelo y con aquel cirio, mirando fijamente a la
santa, entregar la ofrenda. Llegó la hora. Empujé con pavor la puerta y rechinó...
Me quité la ropa. Sentí vergüenza, me sentí impúdica ante la naturaleza que me
miraba, ¡yo también soy naturaleza, caramba!; esa reflexión me dio valor y al dar
el primer paso el techo entero de la iglesia ¡se vino abajo! …me vestí
inmediatamente y me alejé. María Eustaquia me dijo que me tenían hechizada
…que me habían condenado a que la última sangre de los Villafoncurt terminara
en mis plantas. Por ese entonces se me ocurrió hacer el camino rojo a Sabaiba,
… que los ladrilleros cocieran todo el barro del camino que hay del castillo hasta
la playa y se hizo. (Pausa.) Pasó mucho tiempo, yo casi me olvidaba de mi
ofrenda, cuando un día se me presentó María Eustaquia para decirme que había
hablado con el cura de Tabalá, quien bendijo una imagen de la santa y que la
situaría en el altar mayor. Llegó la noche cargada de nubes. … Cuando ya
desnuda, me disponía a dar los primeros pasos, la sangre con el sudor comenzó
a escurrirme por entre los muslos…. estaba llena de esperanza; el ansia del hijo
y mi deseo de sanar eran superiores a cualquier miedo. Sólo dos pasos me
faltaban para entrar. Di el primer paso, pero el techo de la iglesia también se
desprendió, cayó al suelo despedazado y solté el llanto; el ofrecimiento de mi
virginidad a Santa Marta no había sido aceptado, no había curación posible para
mí; era yo otra existencia árida. Allí quedan esas dos ruinas como monumentos al
sacrificio de mi virginidad. (Pausa. Intenta entonar una melodía.) ¿No dices nada?

4
LA COCINA

de Arnold Wesker. Traducción y versión libre: Alan Page y Alonso Ruizpalacios

PAUL: Te voy a contar una historia. Mi vecino es un chofer de buses. Me da los


“buenos días”, le pregunto cómo está, y a veces le doy dulces a sus hijos. Esa es
nuestra relación. Pero se ve que le da miedo acercarse más que eso, ¿sabes?
Entonces, un día, los choferes se van a huelga durante cinco semanas. Cada
mañana le digo, “fuerza, que van a ganar”, y le doy unas palabras de apoyo. Me
tengo que levantar más temprano para ir a trabajar, pero a mí no me molesta. Los
dos somos trabajadores. Entonces, un domingo resulta que es la marcha de los
inmigrantes en Manhattan. No creo que sirvan de mucho, pero de todos modos
voy. Y a la mañana siguiente llega y me dice: ‘¿tú fuiste a esa marcha ayer?’ Y le
digo: ‘sí, sí fui’. Entonces me dice: ‘¿Sabes qué? Por mí que los maten. Qué
lástima que llevaban niños, porque si por mí fuera, les hubiera dado de tiros a
todos’. Y ¿sabes qué es lo que le molestaba? Que la marcha tapó todo el tráfico.
Ahora, yo no estoy pidiendo que me dé la razón, pero lo que me da terror es que
no se tomó un segundo para pensar que ‘este hombre me apoyó con mi causa,
entonces tal vez, sólo tal vez, hay algo que apoyar en la suya también’. Nada de
diálogo ¡Nada! Los buses se atrasaron, ¡entonces que les claven una espada en
llamas en el culo a todos! Miro a mi alrededor, a la cocina, las fábricas y pienso,
¡carajo!... Estoy de acuerdo contigo, tal vez un día habría que amanecer y ver que
todo esto ya no está. [Pausa. Parece que ya concluyó, pero sigue.] Y luego pienso:
y yo, ¿voy a dejar de hacer pasteles? ¿Los de las fábricas van a dejar de hacer
trenes y carros? [Pausa.] Ahora, tú respóndeme. Tú dame un sueño.

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