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VIOLENCIACONTRALAPREJA

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Universidad Católica de Valencia

“San Vicente Mártir”


Programa de Doctorado en Ciencias de la Salud

Tesis doctoral

LA EMPATÍA DESDE UNA PERSPECTIVA


MULTIDIMENSIONAL EN LOS AGRESORES DE
VIOLENCIA CONTRA LA PAREJA

Presentada por:
Dña. Julie Van Hoey

Dirigida por:
Dra. María del Carmen Moret Tatay
Dra. María José Beneyto Arrojo

Valencia, 2021
Declaración de los directores

Dra. MARÍA DEL CARMEN MORET TATAY y Dra. MARÍA JOSÉ BENEYTO
ARROJO, profesoras de la Facultad de Psicología de la Universidad Católica de
Valencia “San Vicente Mártir”

CERTIFICAN:

Que la presente tesis doctoral titulada “LA EMPATÍA DESDE UNA


PERSPECTIVA MULTIDIMENSIONAL EN LOS AGRESORES DE VIOLENCIA
CONTRA LA PAREJA” ha sido realizada por Dª Julie Van Hoey bajo nuestra
dirección, en el Programa de Doctorado en Ciencias de la Salud para la obtención del
título de Doctor por la Universidad Católica de Valencia San Vicente Mártir.

Para que así conste a los efectos legales oportunos, se presenta esta tesis doctoral
y se extiende la presente certificación en Valencia, a 28 de Diciembre de 2020.

Fdo.: María del Carmen Moret Tatay Fdo. : María José Beneyto Arrojo

3|Página
AGRADECIMIENTOS

Son muchos los motivos y las personas por los que estoy agradecida al finalizar
este proceso. Conseguir terminar esta etapa y este trabajo me ha proporcionado
innumerables aprendizajes y conocimientos.

Agradezco a mis Directoras de Tesis toda la confianza, pasión y esfuerzo


depositado en mi persona y en el trabajo realizado.

A Carmen Moret Tatay, por haber sido un pilar fundamental para el desarrollo
de esta investigación y, por ello, le quiero expresar mi más sincero agradecimiento a su
trabajo, esfuerzo e implicación. Por el entusiasmo y la pasión con la que investiga y
enseña a investigar, muestra la esencia de lo que la ciencia ha de ser. Gracias por creer
en mí y en mis capacidades, incluso más que yo misma.

A María José Beneyto Arrojo, por su sabiduría, sus aportaciones y su esfuerzo


en tomar algo de su escaso tiempo para ayudarme en la elaboración de este trabajo.

A la Universidad Católica de Valencia San Vicente Mártir y a su Escuela de


Doctorado, por enseñarme la importancia de la atención al alumno, por hacer sencillo el
proceso y por todos los aprendizajes de la Psicología Jurídica, de la Psicología General
Sanitaria y de la investigación que me llevo después de acogerme durante más de cinco
años.

A la Agrupación Psicofundación y Psicología Sin Fronteras de Valencia y de


Madrid por darme la oportunidad de formarme y trabajar con ellos, realizando una labor
social tan necesaria y enriquecedora a nivel profesional así como por permitirme
investigar junto a ellos. También quiero agradecer a Instituciones Penitenciarias por su
gran labor y su entusiasmo por la realización de trabajos de investigación.

A mis padres, por haberme ayudado siempre que lo he necesitado y por


inculcarme a esforzarme en conseguir lo que quiero, y también a mis hermanas por su
apoyo, en especial a Géraldine por ayudarme con las traducciones.

5|Página
A mi pareja y mejor amigo, Jesús, por haber estado a mi lado en todo momento,
apoyándome tanto en los días buenos como en los días malos. Por aguantar todas las
dudas existenciales que han surgido a lo largo de este proceso. Ha sido un apoyo
imprescindible en esta etapa de mi vida.

A mi emperador, a mi princesa y a Galatea por sacarme sonrisas, hacerme reír,


animarme y, sobre todo, hacerme tomar el aire todas las mañanas.

A Mireya por enseñarme cuanto se puede disfrutar de un trabajo siempre y


cuando te dedicas a hacer lo que te gusta e, inconscientemente, por animarme a
comenzar con la tesis doctoral.

6|Página
ÍNDICE

RESUMEN .................................................................................................................... 11

ABSTRACT .................................................................................................................. 25

1. INTRODUCCIÓN ................................................................................................. 39

2. MARCO TEÓRICO ............................................................................................. 45

2.1. La empatía........................................................................................................ 45

2.1.1. El origen del concepto de empatía ............................................................ 45

2.1.2. El desarrollo de la empatía ....................................................................... 48

2.1.3. Los componentes de la empatía ................................................................ 52

2.1.4. Los tipos de empatía ................................................................................. 56

2.1.5. Los instrumentos de evaluación de la empatía en la adultez .................... 57

2.2. La violencia contra la pareja ............................................................................ 60

2.2.1. La conceptualización de la Violencia de Género ..................................... 60

2.2.2. Los tipos de Violencia de Género............................................................. 65

2.2.3. El marco legal de la Violencia de Género ................................................ 68

2.2.4. Información estadística de la incidencia de Violencia de Género ............ 71

2.2.5. El programa de intervención con agresores de Violencia de Género ....... 74

2.2.6. El perfil de los agresores de Violencia de Género.................................... 79

2.3. Análisis de la relación entre empatía y violencia de género ............................ 82

2.3.1. Relación entre la empatía y la violencia ................................................... 82

2.3.2. Análisis de la empatía en los agresores. ................................................... 86

3. OBJETIVOS E HIPÓTESIS ................................................................................ 91

3.1. Objetivos .......................................................................................................... 91

3.2. Hipótesis .......................................................................................................... 91

7|Página
4. METODOLOGÍA ................................................................................................. 95

4.1. Participantes ..................................................................................................... 95

4.2. Instrumentos..................................................................................................... 97

4.3. Procedimiento ................................................................................................ 103

4.4. Análisis de datos ............................................................................................ 105

5. RESULTADOS .................................................................................................... 107

5.1. Estudio I. Descripción del perfil sociodemográfico y psicológico de los


hombres penados por violencia contra la pareja ....................................................... 107

5.2. Estudio II. Reconocimiento emocional y empatía en función del sexo ......... 112

5.3. Estudio III. Diferencias en empatía cognitiva y afectiva en población


condenada y sin condena por violencia de género .................................................... 115

5.4. Estudio IV. Empatía cognitiva y afectiva y empatía hacia las víctimas en
agresores de violencia contra la pareja en función de la situación sentimental ........ 122

5.5. Estudio V. Eficacia y resultados del programa de intervención para agresores


de violencia de género (PRIA-MA) .......................................................................... 126

6. DISCUSIÓN......................................................................................................... 133

7. CONCLUSIONES ............................................................................................... 145

8. CONCLUSIONS ................................................................................................. 151

9. REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS .............................................................. 159

8|Página
ÍNDICE DE TABLAS

Tabla 1. Etapas de desarrollo moral de Kohlberg……………………………………...52

Tabla 2. Distribución de módulos y sesiones del Programa PRIA-MA………………..76

Tabla 3. Eficacia de los programas de intervención con hombres penados por violencia
de género……………………………………...…………………………………….......77

Tabla 4. Descripción de la muestra……………………………………...……………108

Tabla 5. Tipo de delito de la condena……………………………………....................110

Tabla 6. Estadísticos descriptivos. Promedio de los tiempos de reacción…………….112

Tabla 7. Prueba t de muestras emparejadas. Reconocimiento de emociones en función


del género……………………………………...……………………………………...114

Tabla 8. Correlaciones entre las subescalas del TECA y los tiempos de reacción……115

Tabla 9. Resultados descriptivos de Empatía Cognitiva y Empatía Afectiva en los


agresores de violencia de género y en el grupo control……………………………….116

Tabla 10. Coeficientes de Pearson en las subescalas de TECA………………………117

Tabla 11. Porcentajes estipulados de cada nodo en la Red Bayesiana para el modelo de
predicción……………………………………...……………………………………...118

Tabla 12. Análisis descriptivos de las escalas TECA y T.C.M.E.M. en función de la


variable relación sentimental……………………………………...…………………..124

Tabla 13. Estadísticas de muestras emparejadas……………………………………...126

9|Página
ÍNDICE DE FIGURAS

Figura 1. Adaptación del Modelo Organizacional de Empatía de Davis (1996).………54

Figura 2. Adaptación del Modelo Integrador Multidimensional de Empatía (Fernández-


Pinto et al., 2008) ……………………………………...……………………………….55

Figura 3. Ejemplificación de la tarea experimental, donde se realizó una tarea de


reconocimiento de emociones faciales……………………………………..................105

Figura 4. Puntuación media de las escalas del Inventario Clínico Multiaxial de Millon-
II...……………………………………...……………………………………...............111

Figura 5. Modelo descriptivo original y sus relaciones……………………………….119

Figura 6. Predicción de grupos mediante las puntuaciones más altas en las subescalas
del TECA……………………………………...……………………………………....120

Figura 7. Predicción de grupos mediante las puntuaciones más bajas en las subescalas
del TECA……………………………………...……………………………………....120

Figura 8. Predicción de grupos mediante las puntuaciones más bajas en las subescalas
de Empatía cognitiva……………………………………...…………………………..121

Figura 9. Predicción de grupos mediante las puntuaciones más bajas en las subescalas
de Empatía afectiva……………………………………...……………………………122

Figura 10. Resultados PRE-POST del TECA y T.C.M.E.M. en función de los clústeres
de situación sentimental……………………………………...………………………..125

Figura 11. Tamaños de clústeres……………………………………...………………129

Figura 12. Importancia del predictor…………………………………….....................130

Figura 13. Resultados del Cuestionario TECA en función de los clústeres…………..131

10 | P á g i n a
RESUMEN

La violencia contra las mujeres no es un acontecimiento reciente, sin embargo


no fue hasta 1995, cuando se le dio la importancia y reconocimiento a nivel social y
global debido a la conceptualización que hizo de ella la Asamblea General de las
Naciones Unidas publicando lo siguiente: “Todo acto de violencia basado en el género
que tiene como resultado posible o real un daño físico, sexual o psicológico, incluidas
las amenazas, la coerción o la privación arbitraria de libertad, ya sea que ocurra en la
vida pública o en la privada” (Organización de las Naciones Unidas, 1995).

Asimismo, la Organización Mundial de la Salud señaló la violencia de género


como “problema de salud global” con “proporciones epidémicas” tras obtener que
aproximadamente el 35% de las mujeres habían sido víctimas de violencia física y/o
sexual por parte de su pareja sentimental en algún momento de su vida (World Health
Organization, 2013). A nivel nacional, la Macroencuesta de violencia contra la mujer
reveló cifras entre el 20% y 30% en violencia psicológica en la pareja (Delegación del
Gobierno para la Violencia de Género, 2015). En 2017, el Eurobarómetro resalta la
importancia de elaborar y aplicar medidas de equidad entre hombre y mujer con el
propósito de luchar contra la violencia de género en todos los ámbitos y proteger a las
víctimas de este tipo de violencia (Special Eurobarometer, 2017). A partir de los datos
procedentes de la Delegación del Gobierno contra la Violencia de Género del Ministerio
de Igualdad (2020), a nivel nacional, se obtiene que 1.033 mujeres han sido asesinadas a
mano de su pareja entre el año 2003 y 2019. A nivel nacional entre el año 2009 y el
2019 inclusive, el número de mujeres que han presentado denuncias asciende a
1.557.875 mujeres víctimas, siendo la media anual de 141.625 denuncias.

Scott et al. (2011) afirmaron que para luchar contra este problema social, se
deben aportar unas actuaciones multifacéticas, siendo una de estas actuaciones la
realización de los programas de intervención para los maltratadores. La intervención
con los hombres que ejercen o han ejercido violencia sobre la mujer es especialmente
necesaria para proteger a las víctimas de violencia de género y a los menores que lo
presencien, para promover el desarrollo de la igualdad de género y para rehabilitar al
agresor y no generar más víctimas de este tipo de violencia (Quinteros & Carbajosa,
2008).

11 | P á g i n a
Lo primero a tener en cuenta a la hora de definir o establecer el perfil tipo de los
agresores de violencia de género es que no existe un perfil heterogéneo, no hay un rasgo
típico o característico que simbolice el agresor (Alcázar Córcoles & Gómez-Jarabo
García, 2001), es decir, no todos los hombres que agreden o maltratan a sus parejas son
iguales ni actúan de la misma forma y las causas o motivos de sus agresiones no las
mismas. Distintas investigaciones indican que los hombres que agreden a sus parejas
presentan déficits en ciertas habilidades tales como bajo control de impulso, escasas
habilidades sociales y de comunicación, celos patológicos, baja empatía, entre otras
variables (Echeburúa, 2013; Quinteros & Carbajosa, 2008). Otros autores como Boira et
al. (2013), Loinaz (2010) y Van Hoey et al. (2019) encontraron en sus investigaciones
que los agresores de violencia de género presentan niveles bajos de empatía y, además,
obtenían niveles mayores de empatía tras la realización de una intervención psicológica
con esta población. Además, la literatura indica que el déficit de empatía es un factor de
riesgo de la conducta agresiva (Day et al., 2012; Palmer, 2005). No obstante, es
importante destacar que en ningún caso se podrá afirmar que la empatía es el único
factor influyente en las actuaciones machistas y la violencia de género (Loinaz et al.,
2012).

La revisión del concepto de la empatía nos indica que su significado ha variado


conforme evolucionaba la evidencia empírica y las perspectivas teóricas que parten de
ella y que, a pesar de ser un tema de actualidad, no existe consenso acerca de su
definición. El término de empatía fue acuñado por Titchener en 1909 y lo concibió
como la capacidad de sentir y experimentar los sentimientos del otro dentro de uno
mismo como resultado de un proceso de proyección. Davis (1983), autor destacado en
el estudio de esta variable, propuso la siguiente definición multidimensional: “el
conjunto de constructos que incluyen los procesos de ponerse en el lugar del otro y
respuestas afectivas y no afectivas”. Moya-Albiol et al. (2010) describen dos
componentes en la empatía: una visión cognitiva, referida a la capacidad para adoptar la
perspectiva cognitiva del otro, y una visión emocional o afectiva, que sería la reacción
emocional ante el estado emocional del otro.

La empatía es un aspecto crucial en el desarrollo del ser humano dado que ejerce
un papel fundamental en el desarrollo moral y para la supervivencia, es decir, el
concepto en cuestión permite comprender a nivel cognitivo y emocional a la otra
persona y, a partir de ello, saber cómo interactuar con ella, proporcionar ayuda y

12 | P á g i n a
relacionarnos satisfactoriamente, evitando así la soledad y el aislamiento (Moya-Albiol,
2018). Todos los seres humanos nacemos con una predisposición biológica a ser
empáticos, sin embargo, será la educación que recibamos, las experiencias vitales
vividas y nuestro entorno social (englobando cultura, ambiente, etc.) lo que determine el
desarrollo en mayor o menor medida de esta variable (Moya-Albiol, 2018).

Por otro lado, la empatía no es solo un efecto reactivo a la situación de otra


persona que podemos explicar desde su componente cognitivo y afectivo, sino que ésta
puede ser interpretada desde el enfoque disposicional y el enfoque situacional (Fuentes
et al., 1993; Hoffman, 1987, 2002; Martínez García, Redondo Illescas, Pérez-Ramírez,
& García Forero, 2008). El primero, la empatía disposicional o rasgo, plantea la
empatía como una característica personal relativamente estable a percibir y
experimentar los sentimientos y emociones de la otra persona de forma vicaria. Este tipo
de empatía estaría relacionado con la personalidad del individuo, por lo cual, implica
que la empatía sería el resultado de la interacción entre los aspectos biológicos, aspectos
neuropsicológicas, áreas comportamentales y aspectos sociales. Mientras que el
segundo enfoque, la empatía situacional o estado, plantea la empatía como una
constante variable y hace referencia al grado de experiencia afectiva vicaria que tienen
las personas en una situación concreta, por lo que es menos estable que la empatía
disposicional. Este tipo de empatía está relacionado e influenciado por las habilidades
cognitivas del individuo y permite a una persona elegir la acción más adecuada a
emprender frente a una determinada situación, todo ello basado en las experiencias
vividas y las reflexiones de la persona. Esta misma sería la que sí permitiría el posible
entrenamiento y aprendizaje por parte de los sujetos.

En cuanto a la evaluación de este concepto, los cuestionarios validados para


población adulta, traducidos y validados al castellano, que comprenden una visión
integradora, es decir, que incluyen tanto el componente cognitivo como el afectivo de la
empatía, y más utilizados para su medición son el Test de Empatía Cognitiva y Afectiva
(TECA), el Índice de Reactividad Interpersonal (IRI), el Cociente de Empatía (CE) y el
Test de la mirada (RMET).

Con respecto al análisis del concepto de Violencia de Género, la World Health


Organization (2002) la conceptualiza como “uso intencional de la fuerza física,
amenazas contra uno mismo, otra persona, un grupo o una comunidad que tiene como

13 | P á g i n a
consecuencia o es muy probable que tenga como consecuencia un traumatismo, daños
psicológicos, problemas de desarrollo o la muerte”.

Uno de los primeros textos donde se aborda el concepto de la violencia desde un


enfoque de género, lo escribió (Rubin, 1996), quien hace referencia al sistema sexo vs
género. Este autor define la violencia de género como “el conjunto de arreglos por
medio de los cuales una sociedad transforma la sexualidad biológica en productos de la
actividad humana”. Si realizamos una comparación, el concepto de “sexo” alude al sexo
biológico con el que nacemos, es decir, a las características biológicas y genéticos
diferentes entre hombre y mujer mientras que el concepto de “género” hace referencia a
lo construido e inculcado social y culturalmente, y comprende todo lo añadido
sociocultural que se le atribuye al sexo biológico con el que nacemos, es decir, forma de
relacionarse, funciones, ideas, valores, normas sociales, actuaciones, preferencias,
actitudes, etc. Estas diferencias se pueden modificar en función del tiempo, contexto,
edad, cultura, etc.

A la hora de hablar de violencia contra la mujer, podemos hablar de diferentes


tipos de violencia, los cuales son: la violencia y/o maltrato físico, es decir, aquellas
conductas dirigidas a generar daño físico de forma no accidental a la otra persona; la
violencia y/o maltrato psicológico, es decir, toda conducta que daña o causa sufrimiento
emocional en la víctima con la finalidad de controlar al otro, reduciendo y/o
deteriorando la autoestima, confianza y seguridad de la víctima así como aumentando su
vulnerabilidad; la violencia y/o maltrato sexual, es decir, toda conducta que amenace o
vulnere el derecho de la persona a decidir voluntariamente sobre su sexualidad; la
violencia y/o maltrato social, es decir, todas las prohibiciones que va estableciendo el
hombre a la libertad de movimiento y de interacción de la mujer con personas ajenas a
la relación sentimental (familiares, amistades, compañeros de trabajo, etc.); y la
violencia y/o maltrato económico, es decir, el no permitir el acceso a la economía
doméstica porque el agresor es quien lo controla.

Desde la aprobación e instauración de la Ley Orgánica 1/2004, de 28 de


diciembre, de medidas de protección integral contra la violencia de género, se instaura
un modelo integral para luchar contra la violencia en las relaciones sentimentales, el
cual integra intervenciones de distintos profesionales e instituciones. Los derechos que
establece esta ley son el derecho a la información, derecho a recibir asesoramiento

14 | P á g i n a
jurídico, derecho a la asistencia social integral, derecho a la asistencia jurídica gratuita,
inmediata y especializada, derechos laborales, derechos económicos y derecho a la
escolarización inmediata de los hijos/as. Además, esta Ley incorpora la intervención
con hombres que han ejercido violencia de género a cumplir una medida penal
alternativa. Se establece en su artículo 42 que “la Administración Penitenciaria
realizará programas específicos para internos condenados por delitos relacionados con
la violencia de género”. Con ello, se endurecen las penas de violencia de género y se
destaca la intervención terapéutica de los condenados, es decir, la realización de
programas de intervención en medidas alternativas (fuera del ámbito penitenciario) a los
penados por dicho motivo.

El programa de intervención para agresores de violencia de género (PRIA-MA)


se crea específicamente para hombres condenados por violencia de género en España
como medida alternativa al ingreso en prisión. Es importante recalcar que este programa
concibe al agresor como un hombre que por diversos factores ha usado la violencia en
una situación determinada o de forma reiterada con la pareja sentimental. Estos factores
pueden ser la mala gestión emocional, distorsiones cognitivas, celos, impulsividad,
escasas habilidades sociales y/o de comunicación, déficit para resolver problemas y
conflictos, creencias sexistas, etc. (Fouce Fernández et al., 2020; Suárez et al., 2015).

El programa PRIA-MA tiene una duración estimada de 10 meses y consiste en


una intervención psicológica grupal con un enfoque cognitivo-conductual que integra la
perspectiva de género. Los objetivos principales del programa son (Echeburúa, 2013;
Suárez et al., 2015): 1) Erradicar las conductas violentas en la pareja y reducir la
reincidencia con la misma pareja o con futuras parejas, favoreciendo la seguridad y
protección de las víctimas; 2) Modificar los factores de riesgo dinámicos relevantes en
este tipo de delitos, 3) Conseguir que los usuarios se responsabilicen de su
comportamiento agresivo, y 4) Adquisición de conductas prosociales y mejoras en el
funcionamiento psicológico de los usuarios del programa.

También es relevante especificar que lo que se pretende trabajar con esta


población es la inhibición de la violencia. La violencia es una respuesta derivada de
factores culturales aprendidos a través del aprendizaje y condicionado por factores
individuales y sociales (Murueta & Guzmán, 2015). Es decir, la agresividad es innata,
los seres humanos somos agresivos por naturaleza, mientras que la violencia es una

15 | P á g i n a
agresividad descontrolada (Sanmartin, 2002). La violencia es el resultado de la
interacción recíproca y continua entre aquello con lo que hemos nacido (de nuestra
filogenia, la agresividad) y del contexto en el que se desarrolla (entendido desde una
perspectiva amplia, desde la familia hasta la cultura), y que se precipita en conductas
que, por acción u omisión, tienen una alta probabilidad de causar daño a terceros
(Sanmartin, 2013).

La variable de empatía se ha relacionado en muchas ocasiones con el concepto


de prosocialidad y con la agresividad en el ser humano (Cardozo et al., 2011). Si bien
conceptualizar la empatía sigue siendo una controversia, hay evidencia fundamentada y
aceptada por la comunidad científica sobre la relación positiva entre la empatía y la
conducta prosocial (Fuentes et al., 1993; Hoffman, 2002; Retuerto Pastor, 2004). La
empatía está además considerada como una variable fundamental a la hora de intervenir
en las conductas antisociales y promover conductas prosociales (Loinaz, 2010) y en el
estudio y análisis de la conducta humana, dado su utilidad tanto en el estudio de la
psicopatología como en el de la conducta prosocial (Fernández-Pinto et al., 2008).

De hecho, se ha demostrado que los déficits de empatía actúan como una


variable moduladora de la conducta violenta, mientras que el funcionamiento
normotípico de la empatía actúa como un factor protector, inhibiendo la agresividad y
violencia y promoviendo el altruismo y conductas prosociales (Day et al., 2010; Moya-
Albiol, 2011; Van Hoey & Santolaya Prego de Oliver, 2019). De forma más específica,
las personas con niveles altos de empatía experimentan más fácilmente reacciones
emocionales negativas ante indicadores de sufrimiento de otras personas. Además, el
comprender cognitiva y emocionalmente a la otra persona aumenta el deseo de ayudar a
dicha persona y, con ello, de sentir compasión, lo cual aumentará la probabilidad de que
se produzca una conducta prosocial (Eisenberg & Miller, 1987). Todo ello fue hallado
también por otros autores, los cuales concluyeron que existía una fuerte correlación
negativa entre la empatía y la conducta agresiva (Cardozo et al., 2011; Garaigordobil &
De Galdeano, 2006; Miller & Eisenberg, 1988).

Dentro del contexto de la delincuencia, se entiende la empatía como la capacidad


de expresar compasión hacia las víctimas de hechos delictivos y/o violentos (Carich et
al., 2003). Por ello, es importante diferenciar entre la empatía general y la empatía hacia
la víctima y, de la misma forma, la empatía hacia las víctimas en general y la empatía

16 | P á g i n a
hacia la propia víctima. Generalmente, el constructo de empatía hacia las víctimas se ha
estudiado e investigado en ámbitos como agresores sexuales, acosadores escolares y
maltrato infantil pero escasamente en violencia hacia la mujer, donde se suele investigar
únicamente el primer factor de la empatía general. Es necesario entender que un sujeto
puede tener empatía a nivel general pero no hacia su propia víctima. De hecho, las
investigaciones con los delincuentes sexuales han demostrado que esta población siente
menos empatía hacia sus propias víctimas que hacia otras víctimas de asalto sexual
(Loinaz et al., 2018).

Loinaz et al. (2012) afirmaron que si una persona presenta la capacidad de


empatizar y es consciente de los efectos que generan sus propias acciones sobre las
demás personas, la probabilidad de que ésta persona use la violencia sobre otras
personas será menor. En cuanto a los resultados de la capacidad de empatizar tras la
realización del programa de intervención para hombres condenados por Violencia de
Género, se obtienen resultados positivos utilizando el Índice de Reactividad
Interpersonal (IRI) (Boira et al., 2013; Loinaz, 2010), siendo la mejora principalmente
en la subescala de empatía cognitiva (Romero‐Martínez et al., 2019). Covell et al.
(2007) encontraron que la intervención en habilidades empáticas en agresores influía
directamente en la reducción de comportamientos violentos así como en el aumento de
comportamientos prosociales. Sin embargo, también es necesario resaltar que estos
autores indicaron que con alta probabilidad las habilidades sociales relacionadas con el
ejercicio de la violencia en la relación de pareja son varias, entre las cuales se encuentra
la empatía.

Esta tesis doctoral tiene como finalidad investigar las variables influyentes en los
hombres que ejercen la violencia contra las mujeres y principalmente la relevancia e
influencia de la variable de empatía. Ello facilitará adaptar y mejorar la intervención con
esta población, promoviendo cambios significativos tras la realización de los programas
de intervención psicológicos y previniendo la reincidencia de estos actos violencia.
Antes de iniciar el apartado de investigación, se realizó un análisis de los conceptos de
empatía, violencia de género así como su relación.

Por ello, los objetivos generales de esta tesis doctoral son, por una parte, realizar
una revisión bibliográfica de los conceptos de empatía, violencia contra la pareja así
como de los estudios que relacionan ambas variables y, por otra parte, valorar la

17 | P á g i n a
existencia de diferencias significativas en empatía general, en los componentes
cognitivos de la empatía (Adopción de perspectivas y Comprensión emocional) y en los
componentes afectivos de la empatía (Estrés empático y Alegría empática), en la
relación entre la empatía y el reconocimiento emocional y, finalmente, en las diferencias
entre empatía general, empatía hacia las víctimas y empatía hacia la propia víctima en
población de hombres condenados por Violencia de Género en la Comunidad
Valenciana y que estén realizando el Programa de Intervención para Agresores de
Violencia de Género en Medidas Alternativas (PRIA-MA).

Acerca de la metodología utilizada en esta tesis doctoral, la muestra de


participantes se compone por hombres mayores de edad condenados por violencia de
género con una sentencia menor a los dos años y, por ello, derivados desde el Servicio
de Gestión de Penas y Medidas Alternativas de la Ciudad de la Justicia de Valencia a la
Agrupación Psicofundación y Psicología Sin Fronteras para realizar el Programa de
Intervención para Agresores de Violencia de Género (PRIA-MA) como medida
alternativa al ingreso a prisión o a cambio de Trabajos en Beneficio a la Comunidad.

Los instrumentos utilizados en los diferentes estudios realizados fueron el


Inventario Clínico Multiaxial de Millon-II y III, el Test de Empatía Cognitiva y
Afectiva, La Tarea de reconocimiento de expresiones faciales de Karolinska Directed
Emotional Faces Database, una adaptación de la Medida de la Empatía en Abusadores
de Menores (The Child Molester Empathy Measure), el Cuestionario de Escala de
tácticas de resolución de conflictos, la Escala de impulsividad de Barratt-11, la Escala
de atribución de responsabilidad y Minimización, la Escala de habilidades sociales, el
Cuestionario Estado-Rasgo de la ira y la Escala de Celos Románticos.

Con los datos recogidos se realizó un estudio analítico, analizándolos mediante


el paquete estadístico SPSS v.23.0. (IBM) y NETICA (Norsys 4.2). Primero se
utilizaron estadísticos descriptivos con el objeto de presentar los datos correspondientes
al perfil de los hombres penados por violencia de género (Estudio I). Por otra parte, se
emplearon técnicas analíticas para el estudio de perfiles y se realizó un análisis de
clúster sobre los perfiles de los usuarios. Asimismo, para el estudio experimental, se
empleó el Análisis de los tiempos de reacción. En este caso se realizó un ANOVA de
medidas repetidas de 7 (emociones) x 2 condiciones (hombre vs. mujer) sobre los
tiempos de reacción generales en función del género y la expresión emocional de las

18 | P á g i n a
imágenes presentadas (estudio II). Para el estudio III, se optó por una estrategia centrada
en el uso de Redes Bayesianas. Después de examinar las probabilidades totales y
condicionales, se realizaron inferencias probabilísticas a través del teorema de Bayes.
En el estudio IV, se evaluaron mediante la prueba de Wilcoxon las diferencias, por una
parte, en empatía cognitiva y empatía afectiva y, por otra parte, en empatía general,
empatía hacia las víctimas de violencia de género y empatía hacia las propias víctimas
en los participantes del programa de intervención para agresores de violencia de género
en función de si el usuario se encontraba en una relación sentimental o no. En el estudio
V, los análisis planteados fueron comparaciones de medias a través de la prueba t de
student para medidas repetidas o intrasujetos (inherentes a los momentos PRE y POST
tratamiento).

En cuanto a los resultados obtenidos, se dividen en los 5 estudios realizados.

En el Estudio I, se encontró que el perfil tipo de esta población fue el siguiente:


hombre, de 39.61 años, de nacionalidad española, soltero o separado/divorciado, sin
hijos o con un único hijo y con estudios secundarios o primarios, lo cual concuerda con
los datos similares obtenidos por Fernández-Montalvo et al. (2011). Otro autores
pusieron en evidencia que la población condenada a violencia de género si bien tenían
edades muy dispares, siendo la edad mínima 20 años y la edad máxima 73 años, la
media se encontraba alrededor de los 40 años, además casi el 60% eran de nacionalidad
española y la mayoría indicaban tener un nivel de Enseñanza Secundaria Obligatoria
(Boira & Tomás-Aragonés, 2011). Con respecto a los resultados de la presencia de
sintomatología clínica y trastornos de personalidad evaluados mediante el Inventario
Clínico Multiaxial de Millon II (MCMI-II), se observa que un 63.63% de los usuarios
del programa obtuvieron puntuaciones significativas en la escala de Personalidad
compulsiva. Contrastando la información obtenida acerca del perfil psicopatológico de
los hombres maltratadores en la pareja con la literatura científica, se ha podido observar
coincidencia entre el perfil obtenido y lo que señala la literatura en cuanto al MCMI-II
(Boira & Jodrá, 2010; Fernández-Montalvo & Echeburúa, 2008; Ruiz-Arias &
Expósito, 2008).

En el Estudio II, los resultados indicaron que los agresores de violencia contra la
mujer tardan más tiempo en reconocer las expresiones neutras que las expresiones con
carga emocional. Asimismo, los tiempos de reacción de los participantes del estudio

19 | P á g i n a
fueron mayores en el reconocimiento de las imágenes de las expresiones emocionales en
mujeres. Esto indica mayor dificultad para reconocer la emocionalidad facial en las
caras de las mujeres que en las caras de los hombres. Además, a la hora de relacionar las
variables del Test de Empatía Cognitiva y Afectiva con el tiempo de reacción de los
participantes del estudio en la tarea de reconocimiento emocional, se ha encontrado una
relación significativa entre la subescala Adopción de perspectivas y la emoción de
Miedo. Esto puede contrastarse con el meta-análisis de Marsh & Blair (2008) en la que
obtuvieron que las personas con comportamientos antisociales tales como rasgos
psicópatas, delincuentes violentos, etc., mostraron un déficit en el reconocimiento de las
emociones, en especial en las emociones de miedo y de tristeza. Distintos autores
describieron que déficits en el reconocimiento emocional del miedo y de la tristeza
dentro de una relación interpersonal puede generar comportamientos violentos (Blair,
2001, 2005; Eisenberg et al., 2010).

En el Estudio III, los resultados indicaron que el grupo control compuesto por
hombres españoles sin antecedentes violentos hacia la pareja obtuvieron puntuaciones
significativamente más altas en la escala de Empatía cognitiva y en las subescalas de
Comprensión emocional y Alegría empática. A partir de las Redes Bayesianas, se puso
de manifiesto que obtener puntuaciones altas en todas las subescalas de la capacidad de
la empatía predice con mayor probabilidad la pertenencia al grupo control, es decir, al
grupo de hombres sin antecedentes penales. Los resultados sugieren además que el
papel de la empatía cognitiva es más sensible que la empatía afectiva. En otras palabras,
las fluctuaciones de esta variable podrían predecir más acertadamente la pertenencia al
grupo de hombres que hayan ejercido violencia en sus relaciones sentimentales frente a
los hombres que no la ejerzan. Esto está respaldado por la literatura donde diversos
autores encontraron en sus investigaciones que niveles bajos en empatía cognitiva
mantienen una relación fuerte y positiva con la delincuencia y el delito violento (Jolliffe
& Farrington, 2004; Van Langen et al., 2014). De hecho, Richardson et al. (1994)
indican que la empatía, y en específico la empatía cognitiva, actúa como inhibidor de la
agresión interpersonal y verbal.

En el Estudio IV, se ha observado que en el momento previo a la intervención,


los participantes que no se encontraban en una relación de pareja presentaron
puntuaciones mayores en empatía cognitiva general, empatía afectiva general y empatía
afectiva hacia la propia víctima mientras que los participantes que se encontraban en

20 | P á g i n a
una relación de pareja presentaron puntuaciones mayores en empatía cognitiva hacia
víctimas de violencia de género, en empatía afectiva hacia víctimas de violencia de
género y en empatía cognitiva hacia la propia víctima. En cuanto a los cambios PRE-
POST obtenidos en el estudio IV entre los dos grupos, se encontró que el grupo de
agresores sin pareja mostró diferencias estadísticamente significativas en Empatía
cognitiva hacia la propia víctima mientras que el grupo de agresores en una relación
romántica puntuaron significativamente en Empatía cognitiva hacia víctimas de
violencia de género. Mientras que ambos grupos coincidieron mostrando puntuaciones
mayores tras la intervención en las escalas de Empatía cognitiva general y Empatía
afectiva hacia la propia víctima. No se han encontrado otros estudios que valoren las
diferencias en esta población en función del estado sentimental. Por ello, no se ha
podido contrastar estos datos con otras investigaciones.

En el estudio V se evaluaron los resultados PRE-POST de los participantes del


programa de intervención PRIA-MA. Se encontró que los usuarios del programa PRIA-
MA obtuvieron niveles significativamente superiores en la subescala de expresión de
enfado o disconformidad en la Escala de Habilidades Sociales, en la subescala de Ira-
Rasgo en el Cuestionario Estado-Rasgo de la Ira, aunque sin resultados significativos
en cuanto a la dirección de esta ira (hacia uno mismo, hacia otra persona o control de la
ira) en la subescala de Comprensión emocional y Alegría empática en el Test de
Empatía Cognitiva y Afectiva y niveles significativamente inferiores en la Escala de
Celos Románticos.

Los resultados de la Escala de Habilidad Sociales nos indican que tras la


intervención, los usuarios tienen más capacidad para expresar el enfado, sentimientos
negativos justificados y desacuerdos con otras personas. Esta habilidad es importante en
esta población dado que una persona con habilidades sociales adecuadas defenderá sus
derechos y expresara su acuerdo o desacuerdo sin originar malestar o daño psicológico
en la otra persona. En cambio, la incapacidad para expresar el enfado de forma asertiva
junto con una alta impulsividad y/o desregulación emocional podría ser un factor
promotor de la violencia en la pareja. Autores tales como Arce Fernández & Fariña
Rivera (2006) indican que una de las características claves de los agresores de violencia
de género es su incapacidad o dificultades para comunicarse de forma adecuada y
asertiva, específicamente con sus parejas sentimentales. Por ello, esta variable está
incluida en los diferentes programas de intervención para esta población (Arce &

21 | P á g i n a
Fariña, 2006, 2010; Lila, 2013; Ruiz et al., 2010; Suárez et al., 2015). En cuanto a los
resultados de esta variable tras un programa de intervención con esta población, los
autores Ramírez et al. (2013) hallaron unos niveles menores en la variable de Ira y
también unos niveles mayores en las variables de Control y Expresión de la ira.

Los resultados de la Escala de Celos Románticos indican que se ha reducido el


nivel de celos hacia la pareja que presentaban los participantes del programa PRIA-MA.
Otros autores tales como Echeburúa & Fernández-Montalvo (2009) y Ramírez et al.
(2013) en sus estudios con la misma población también obtuvieron cambios positivos y
significativos en esta variable. La presencia de celos en los agresores de violencia de
género es un factor desestabilizador que favorece situaciones conflictivas con la pareja,
conductas de control, pensamientos obsesivos, etc. Todo ello pudiendo derivar en el
ejercicio de violencia psicológica y social (aislamiento de la pareja y limitaciones en sus
relaciones interpersonales y familiares).

Los resultados del Cuestionario Estado-Rasgo de la Ira indican aumento en la


subescala de Ira-Rasgo, es decir, presentaron una mayor disposición a percibir o
experimentar una situación como molesta o frustrante. Sin embargo, no se ha podido
determinar hacia qué dirección se expresaba dicha ira: “ira hacia afuera”, en este caso
hacia la pareja, “ira hacia adentro”, en este caso hacia uno mismo, y “control de la ira”,
en este caso sería un control y autogestión de la ira adecuada. Es muy frecuente la
presencia de una mala regulación emocional en los agresores de violencia de género,
como puede ser por el enfado o la ira derivada de una discusión de pareja, debido a
creencias irracionales sobre la mujer y la violencia, por los celos infundados, etc.
(Echeburúa & De Corral, 1998). Estos datos podrían ser explicados por una alta
deseabilidad social al inicio del programa, lo cual es característico de esta población
(Lila et al., 2012; Saunders, 1995). Con todo, los datos obtenidos son difíciles de
contrastar con otras investigaciones dado que obtenemos datos contrarios a los
habituales pero no completos (no conocemos la dirección de esa ira).

Los resultados del Test de Empatía Cognitiva y Afectiva muestran una capacidad
mayor para reconocer y comprender los estados emocionales, intenciones e impresiones
de los demás así como más capacidad para compartir las emociones positivas de otras
personas. La subescala de Estrés empático es la única subescala donde no se observan
diferencias significativas pre-post, si bien podemos observar que la media POST es

22 | P á g i n a
ligeramente más alta que la puntuación PRE. Contrastando estos resultados con otras
investigaciones, se observan resultados similares en las investigaciones de Loinaz
(2010) y Boira et al. (2013), quienes utilizaron el Índice de Reactividad Interpersonal
(IRI) para evaluar la empatía. Ramírez et al. (2013) evaluaron la empatía con el
cuestionario NEO-FFI-R, el cual cuenta con una escala de empatía, y obtuvieron
resultados significativamente mayores en empatía en el momento posterior a la
intervención. Romero‐Martínez et al. (2019) encontraron una mejora en la variable de
empatía cognitiva tras la realización de la intervención con agresores de violencia
contra la pareja.

Las limitaciones de este trabajo son la muestra limitada a la que se ha podido


tener acceso, la cual no es estadísticamente representativa. Además, se ha perdido parte
de la muestra debido a que durante la realización del programa PRIA-MA hubo diversas
bajas del programa. Además, las pruebas validadas para población española para la
medición de la empatía y del reconocimiento emocional en rostros de hombres y
mujeres son escasas y, por otro lado, no existe consenso acerca del uso de las mismas.

Las posibles futuras líneas de investigación serían investigar de forma


exhaustiva y con una muestra mayor los distintos componentes de la empatía, es decir,
de la empatía cognitiva y afectiva y de la empatía general, empatía hacia las víctimas y
empatía hacia la propia víctima. También sería necesario obtener datos en los diferentes
ámbitos en los que se realiza el programa PRIA-MA, es decir, en el ámbito
penitenciario, en el ámbito comunitario (medidas alternativas) y en población
voluntaria. Por último, destacar la importancia de validar cuestionarios para la medida
de la capacidad de empatía y de reconocimiento emocional, expresamente en la
emocionalidad en los rostros femeninos y masculinos así como en rostros desconocidos
y rostros de sus parejas.

Palabras clave: agresores, violencia de género, empatía cognitiva, empatía


afectiva, reconocimiento emocional.

23 | P á g i n a
ABSTRACT

La violence à l'égard des femmes n'est pas un événement récent, mais ce n'est
qu'en 1995, lorsqu'elle a reçu une importance et une reconnaissance au niveau social et
mondial en raison de la conceptualisation que l'Assemblée Générale des Nations Unies,
en publiant ce qui suit: "Tout acte de violence fondé sur le sexe qui a pour résultat
possible ou réel un dommage physique, sexuel ou psychologique, y compris des
menaces, la coercition ou la privation arbitraire de liberté, que ce soit dans la vie
publique ou privée" (Organisation des Nations Unies, 1995).

De même, l'Organisation Mondiale de la Santé a identifié la violence sexiste


comme un "problème de santé mondial" avec des "proportions épidémiques" après
avoir constaté qu'environ 35% des femmes avaient été victimes de violences physiques
et/ou sexuelles de la part de leur partenaire sentimental à un moment de leur vie
(l'Organisation Mondiale de la Santé, 2013). Au niveau national, la macro-enquête sur
la violence sur les femmes a révélé des chiffres compris entre le 20% et 30% de
violences psychologiques dans le couple (Delegación del Gobierno para la Violencia de
Género, 2015). En 2017, l'Eurobaromètre souligne l'importance de développer et
d'appliquer des mesures d'équité entre les hommes et les femmes afin de lutter contre la
violence sexiste dans tous les domaines et de protéger les victimes de ce type de
violence (Special Eurobarometer, 2017). Sur la base des données de la Delegación del
Gobierno contra la Violencia de Género del Ministerio de Igualdad (2020), à niveau
national espagnol, on peut voir que 1.033 femmes ont été assassinées par leur partenaire
entre 2003 et 2019 alors que entre 2009 et 2019, le nombre de femmes ayant porté
plainte s'élève à 1.557.875, avec une moyenne annuelle de 141.625 plaintes.

Scott et coll. (2011) ont déclaré que pour lutter contre ce problème social, des
actions multiformes doivent être mises en place, l'une de ces actions étant la mise en
œuvre de programmes d'intervention pour les agresseurs. L'intervention auprès des
hommes qui exercent ou ont exercé ce type de violence est particulièrement nécessaire
pour protéger les victimes de violence sexiste et les enfants qui en sont témoins,
promouvoir le développement de l'égalité des sexes, réhabiliter l'agresseur et non
générer plus de victimes de ce type de violence (Quinteros & Carbajosa, 2008).

25 | P á g i n a
La première chose à prendre en compte lors de la définition ou de l'établissement
du profil type des agresseurs de violence dans le couple est qu'il n'existe pas de profil
hétérogène, il n'y a pas de trait typique ou caractéristique qui symbolise ce type
d’agresseur (Alcázar Córcoles & Gómez-Jarabo García, 2001), c'est-à-dire que tous les
hommes qui maltraitent leur partenaire ne sont pas les mêmes et n'agissent pas de la
même manière et les causes ou les motifs de leurs agressions ne sont pas les mêmes.
Différentes recherches indiquent que les hommes qui agressent leur partenaire
présentent des déficits dans certaines compétences telles qu'un faible contrôle des
impulsions, de faibles compétences sociales et de communication, une jalousie
pathologique, une faible empathie, parmi d’autres variables (Echeburúa, 2013;
Quinteros & Carbajosa, 2008). D'autres auteurs tels que Boira et al. (2013), Loinaz
(2010) et Van Hoey et al. (2019) ont constaté dans leurs recherches que les agresseurs
sexistes présentent de faibles niveaux d'empathie et obtiennent des niveaux plus élevés
d'empathie après avoir effectué une intervention psychologique. De plus, la littérature
indique que le déficit d'empathie est un facteur de risque de comportement agressif (Day
et al., 2012; Palmer, 2005). Cependant, il est important de remarquer qu'en aucun cas on
ne peut affirmer que l'empathie est le seul facteur influençant les actions sexistes et la
violence dans le couple (Loinaz et al., 2012).

La révision du concept d'empathie indique que sa signification a varié à mesure


que les preuves empiriques et les perspectives théoriques ont évolué et que, bien qu'il
s'agisse d'un problème d'actualité, il n'y a pas de consensus sur sa définition. Le terme
d'empathie a été inventé par Titchener en 1909 et conçu comme la capacité de ressentir
et d'expérimenter les sentiments de l'autre comme résultat d'un processus de projection.
Un autre auteur important de ce concept s’est Davis (1983), qui a proposé une définition
multidimensionnelle comme "l'ensemble des variables qui incluent les processus de se
mettre à la place de l'autre et les réponses affectives et non affectives". Moya-Albiol et
al. (2010) décrivent deux composantes de l'empathie: une vision cognitive, se référant à
la capacité d'adopter la perspective cognitive de l'autre, et une vision émotionnelle ou
affective, qui serait la réaction émotionnelle à l'état émotionnel de l'autre.

L'empathie est un aspect crucial dans le développement de l'être humain


puisqu'elle joue un rôle fondamental dans le développement moral et pour la survie,
c'est-à-dire que le concept en question permet de comprendre l'autre personne au niveau
cognitif et émotionnel et, à partir de cela, savoir interagir avec l’autre personne, lui

26 | P á g i n a
apporter de l'aide, évitant ainsi la solitude et l'isolement social (Moya-Albiol, 2018).
Tous les êtres humains naissent avec une prédisposition biologique à être empathique,
cependant, ce sera l'éducation que nous recevons, les expériences vécues et notre
environnement social (y compris la culture, l'environnement, etc.) qui déterminera le
développement de cette variable (Moya-Albiol, 2018).

D'autre part, l'empathie n'est pas seulement un effet réactif à la situation d'une
autre personne que l'on peut expliquer à partir de sa composante cognitive et affective,
sinon qu’elle peut être interprétée à partir de l'approche dispositionnelle et situationnelle
(Fuentes et al., 1993; Hoffman, 1987, 2002; Martínez García, Redondo Illescas, Pérez-
Ramírez, & García Forero, 2008). Le premier, l'empathie ou trait dispositionnel,
présente l'empathie comme une caractéristique personnelle relativement stable pour
percevoir et expérimenter les sentiments et les émotions de l'autre personne par
procuration. Ce type d'empathie serait lié à la personnalité de l'individu, par conséquent,
cela implique que l'empathie serait le résultat de l'interaction entre les aspects
biologiques, les aspects neuropsychologiques, les domaines comportementaux et les
aspects sociaux. Alors que la deuxième approche, l'empathie situationnelle, présente
l'empathie comme une variable constante et se réfère au degré d'expérience affective
vicariante que les gens ont dans une situation spécifique, c'est pourquoi elle est moins
stable que l'empathie dispositionnelle. Ce type d'empathie est lié et influencé par les
capacités cognitives de l'individu et permet à une personne de choisir l'action la plus
appropriée à entreprendre dans une situation donnée, le tout en fonction des expériences
vécues et des réflexions de la personne. Ce même serait celui qui permettrait une
formation et un apprentissage possibles par les matières.

Concernant l'évaluation de ce concept, les questionnaires traduits, validés pour la


population adulte espagnole et qui intègrent une vision intégrative, c'est-à-dire qu'ils
intègrent à la fois les composantes cognitives et affectives de l'empathie, et sont les plus
utilisés pour sa mesure son le Test d'Empathie Cognitive et Affective (TECA), l'Indice
de Réactivité Interpersonnelle (IRI), le Quotient d'Empathie (CE) et le Test du Regard
(RMET).

Concernant l'analyse du concept de violence dans le couple, l’Organisation


Mondiale de la Santé (2002) le conceptualise comme "l'usage intentionnel de la force
physique, des menaces contre soi-même, une autre personne, un groupe ou une

27 | P á g i n a
communauté qui entraînent ou sont très susceptibles d'entraîner des traumatismes, des
dommages psychologiques, des problèmes de développement ou la mort".

Un des premiers textes où le concept de violence est abordé dans une perspective
de genre, a été écrit par Rubin (1996), qui fait référence au système sexe vs genre. Cet
auteur définit la violence de genre comme "l'ensemble des arrangements par lesquels
une société transforme la sexualité biologique en produits de l'activité humaine". Si on
fait une comparaison, le concept de "sexe" fait référence au sexe biologique avec lequel
nous sommes nés, c'est-à-dire aux différentes caractéristiques biologiques et génétiques
entre les hommes et les femmes, tandis que le concept de "genre" fait référence à ce qui
est socialement construit et inculqué culturellement, et comprend tous les ajouts
socioculturels qui sont attribués au sexe biologique avec lequel nous sommes nés, c'est-
à-dire la manière d’être en relation avec d’autres personnes, les idées, les valeurs, les
normes sociales, les actions, les préférences, les attitudes, etc. Ces différences peuvent
être modifiées en fonction du temps, du contexte, de l'âge, de la culture, etc.

Quand on parle de violence contre les femmes, on peut parler de différents types
de violence: la violence et/ou maltraitance physique, c'est-à-dire les comportements
dirigés à causer des dommages physiques non accidentels à l'autre personne; la violence
et/ou maltraitance psychologique, c'est-à-dire toute conduite qui endommage ou cause
des souffrances émotionnelles à la victime afin de la contrôler, diminuant et/ou
détériorant l'estime de soi, la confiance et la sécurité de la victime et augmentant sa
vulnérabilité; la violence et/ou l’abus sexuel, c'est-à-dire toute conduite qui menace ou
viole le droit de la personne de décider volontairement de sa sexualité; la violence et/ou
l’abus social, c'est-à-dire toutes les interdictions que les hommes établissent sur la
liberté de mouvement et l'interaction des femmes avec des personnes en dehors de la
relation sentimentale (famille, amis, collègues de travail, etc.); et la violence et/ou
l’abus économique, c'est-à-dire ne pas permettre l'accès à l'économie domestique parce
que l'agresseur est le seul qui puisse la contrôler.

Sur la base de la Loi Organique 1/2004 du 28 décembre, sur les mesures de


protection globales contre la violence de genre, il s’établi un modèle complet contre la
violence dans le couple qui intègre diverses interventions de différentes institutions et
professions pour lutter contre ce problème social. Les droits établis par cette loi sont le
droit à l'information, le droit de recevoir des conseils juridiques, le droit à une assistance

28 | P á g i n a
sociale complète, le droit à une assistance juridique gratuite, immédiate et spécialisée,
les droits du travail, les droits économiques et le droit à la scolarisation immédiate des
enfants de la victime. En plus, cette loi intègre l'intervention des hommes qui ont exercé
ce type de violence. L'article 42 de cette loi dispose que "l'administration pénitentiaire
mettra en œuvre des programmes spécifiques pour les condamnés pour des crimes liés à
la violence sexiste". Avec cela, les peines de violence contre le partenaire sentimental
sont endurcies et l'intervention thérapeutique de l’homme condamné est mise en marche
hors du milieu carcéral.

Le programme d'intervention pour les agresseurs de violence de genre (PRIA-


MA) est créé spécifiquement pour les hommes condamnés pour violence de genre en
Espagne comme mesure alternative à la prison. Il est important de souligner que ce
programme conçoit l'agresseur comme un homme qui, en raison de divers facteurs, a
utilisé la violence dans une situation concrète ou à plusieurs reprises contre le partenaire
sentimental. Ces facteurs peuvent être une mauvaise gestion émotionnelle, des
distorsions cognitives, la jalousie, l'impulsivité, de mauvaises compétences sociales
et/ou de communication, des déficits dans la résolution de problèmes et de conflits, des
idées sexistes, etc. (Fouce Fernández et al., 2020; Suárez et al., 2015).

Le programme PRIA-MA a une durée estimée de 10 mois et consiste en une


intervention psychologique en groupe avec une approche cognitivo-comportementale
qui intègre la perspective de genre. Les principaux objectifs du programme sont
(Echeburúa, 2013; Suárez et al., 2015): 1) Éradiquer les comportements violents dans le
couple et réduire la récidive avec le même partenaire ou futurs partenaires, en favorisant
la sécurité et la protection des victimes; 2) Modifier les facteurs de risque dynamiques
pertinents dans ce type de crime, 3) Aider a que les agresseurs assument la
responsabilité de leur comportement agressif, et 4) L'acquisition de comportements
prosociaux et des améliorations du fonctionnement psychologique des participants du
programme.

Il est également pertinent de préciser que ce qui se travaille avec cette population
c’est l'inhibition de la violence. La violence est une réponse dérivée de facteurs culturels
appris par l'apprentissage et conditionnée par des facteurs individuels et sociaux
(Murueta et Guzmán, 2015). Autrement dit, l'agressivité est innée, les êtres humains
sont par nature agressifs, tandis que la violence est une agressivité incontrôlée

29 | P á g i n a
(Sanmartin, 2002). La violence est le résultat de l'interaction réciproque et continue
entre les variables avec lesquelles nous sommes nés (de notre phylogénie, agressivité) et
le contexte dans lequel elle se développe (comprise dans une large perspective, de la
famille à la culture), et qui précipite des comportements qui, par action ou omission, ont
une forte probabilité de nuire à d’autres personnes (Sanmartin, 2013).

La variable d'empathie a été liée à plusieurs reprises au concept de prosocialité et


à l'agressivité de l'homme (Cardozo et al., 2011). Bien que la conceptualisation de
l'empathie demeure controversée, il existe des preuves acceptées par la communauté
scientifique sur la relation positive entre l'empathie et le comportement prosocial
(Fuentes et al., 1993; Hoffman, 2002; Retuerto Pastor, 2004). L'empathie est également
considérée comme une variable fondamentale lorsqu'il s'agit d'intervenir dans les
comportements antisociaux et de promouvoir les comportements prosociaux (Loinaz,
2010) et dans l'étude et l'analyse du comportement humain, compte tenu de son utilité
dans l'étude de la psychopathologie et du comportement prosocial (Fernández-Pinto et
al., 2008).

Il a été démontré que les déficits d'empathie agissent comme une variable
modulatrice du comportement violent, tandis que le fonctionnement normotypique de
l'empathie agit comme un facteur de protection, inhibant l'agressivité et la violence et
favorisant l'altruisme et les comportements prosociaux (Day et al., 2010; Moya-Albiol,
2011; Van Hoey et Santolaya Prego de Oliver, 2019). Plus précisément, les personnes
ayant des niveaux élevés d'empathie présentent plus facilement des réactions
émotionnelles négatives aux indicateurs de souffrance d'autres personnes. De plus,
comprendre l'autre personne à niveau cognitif et émotionnel augmente le désir d'aider
cette personne et de ressentir de la compassion, ce qui augmentera la probabilité d'un
comportement prosocial (Eisenberg et Miller, 1987). Tout cela a également été trouvé
par d'autres auteurs, qui ont conclu qu'il y avait une forte corrélation négative entre
l'empathie et le comportement agressif (Cardozo et al., 2011; Garaigordobil et De
Galdeano, 2006; Miller et Eisenberg, 1988).

Dans le contexte du crime, l'empathie est comprise comme la capacité


d'exprimer de la compassion envers les victimes d'actes criminels et/ou violents (Carich
et al., 2003). Par conséquent, il est important de faire la différence entre l'empathie
générale et l'empathie envers la victime et, de la même manière, différencier l'empathie

30 | P á g i n a
envers les victimes en général et l'empathie envers la victime des propres actes. En
général, le concept d'empathie envers les victimes a été étudié dans des domaines tels
que les délinquants sexuels, le Bullying et la maltraitance des enfants, mais rarement
dans la violence envers les femmes, où seulement le premier facteur d'empathie
générale est étudié. Il faut comprendre qu'un sujet peut avoir de l'empathie à un niveau
général mais pas envers sa propre victime. En effet, les enquêtes auprès des délinquants
sexuels ont montré que cette population ressent moins d'empathie envers ses propres
victimes qu'à l'égard des autres victimes d'agression sexuelle (Loinaz et al., 2018).

Loinaz et al. (2012) a déclaré que si une personne a la capacité de faire preuve
d'empathie et est consciente des effets que ses propres actions génèrent sur d'autres
personnes, la probabilité que cette personne utilise la violence sur d'autres personnes
sera réduite. En ce qui concerne les résultats de la capacité d'empathie après la
réalisation du programme d'intervention pour les hommes condamnés pour violence de
genre (PRIA-MA), des résultats positifs sont obtenus à partir de l'Indice de Réactivité
Interpersonnelle (IRI) (Boira et al., 2013; Loinaz, 2010), l'amélioration se situant
principalement dans la variable de l'Empathie cognitive (Romero - Martínez et al.,
2019). Covell et al. (2007) ont constaté que l'intervention dans les compétences
empathiques chez les agresseurs influençait directement la réduction des comportements
violents ainsi que l'augmentation des comportements prosociaux. Cependant, il faut
aussi souligner que ces auteurs ont indiqué qu'avec une forte probabilité les
compétences sociales liées à l'exercice de la violence dans la relation de couple sont
multiples, parmi lesquelles se trouve l'empathie.

L’objectif de cette thèse doctoral est d'étudier les variables influentes chez les
hommes qui exercent la violence envers les femmes et principalement l'influence de la
variable d'empathie. Cela facilitera l'adaptation et l'amélioration de l'intervention auprès
de cette population, favorisera des changements significatifs après la finalisation des
programmes d'intervention psychologique et évitera la récurrence de ces actes de
violence. Avant de commencer la partie de recherche, il a été réalisé une analyse des
concepts d'empathie, de violence de genre ainsi que de leur relation.

Ainsi, les objectifs généraux de cette thèse doctoral sont, d'une part, réaliser une
révision bibliographique des concepts d'empathie, de violence contre le partenaire ainsi
que des études qui relient les deux variables et, d'autre part, d'apprécier l'existence de

31 | P á g i n a
différences significatif dans l'empathie générale, les composantes cognitives de
l'empathie (Adoption de perspectives et Compréhension émotionnelle) et dans les
composantes affectives de l'empathie (Stress empathique et Joie empathique), dans la
relation entre l'empathie et la reconnaissance émotionnelle et, enfin, dans les différences
entre l'empathie générale, l’empathie envers les victimes et l’empathie envers la victime
de leurs délits, dans la population d'hommes condamnés pour violence dans le couple
dans la communauté valencienne et qui réalisent le programme d'intervention pour les
délinquants de violence de genre dans les mesures alternatives (PRIA-MA).

Concernant la méthodologie utilisée dans cette thèse, l'échantillon de


participants est composé d'hommes majeurs condamnés pour violence contre la femme
avec une peine de moins de deux ans et, par conséquent, issu du Service de Gestion des
Sanctions et Mesures Alternatives de la Ciudad de la Justicia de Valence à
l'Agrupación Psicofundación y Psicología Sin Fronteras pour réaliser le Programme
d'intervention pour les délinquants de violence de genre (PRIA-MA) comme alternative
à la prison ou en échange de Travaux d'intérêt communautaire.

Les instruments utilisés dans les différentes recherches réalisées son le


Multiaxial Clinical Inventory Millon-II et III, le Cognitive and Affective Empathy Test,
la Karolinska Directed Emotional Faces Database Facial Expressions Recognition
Task, une adaptation de la mesure d'empathie pour agresseurs d’enfants (The Child
Molester Empathy Measure), le Questionnaire de l'Échelle de tactiques de résolution de
conflit, l'Échelle d'impulsivité de Barratt-11, l'Échelle d'attribution de responsabilité et
de minimisation, l'Échelle des compétences sociales, le Questionnaire d'État-Trait de
colère et l'Échelle de jalousie romantique.

Une étude analytique a été réalisée avec les données collectées, ces données ont
été analysées à l'aide du programme statistique SPSS v.23.0. (IBM) et NETICA (Norsys
4.2). Premièrement, on a utilisé des statistiques descriptives pour présenter les données
correspondant au profil des hommes condamnés pour violence dans le couple (Étude I).
Ensuite, on a utilisé des techniques analytiques pour étudier les profils et une analyse
par cluster sur les profils des participants. De même, pour l'étude expérimentale, on a
utilisé l'analyse des temps de réaction. Concretement, on a réalisé un ANOVA à
mesures répétées de 7 (émotions) x 2 conditions (homme vs femme) sur les temps de
réaction généraux en fonction du sexe et de l'expression émotionnelle des images

32 | P á g i n a
présentées (Étude II). Pour l’Étude III, on a choisi une stratégie centrée sur l'utilisation
des Réseaux Bayésiens. Après avoir examiné les probabilités totales et conditionnelles,
on a fait des inférences probabilistes en utilisant le théorème de Bayes. Dans l’Étude V,
les analyses proposées étaient des comparaisons de moyennes par le test t de student
pour des mesures répétées ou des intrasubjets (inhérents aux moments de traitement
PRE et POST).

Concernant les résultats obtenus, ils sont répartis dans les 5 études réalisées.

Dans l'étude I, il a été constaté que le profil typique de cette population était le
suivant: un homme, de 39.61 ans, de nationalité espagnole, célibataire ou
séparé/divorcé, sans enfant ou avec un enfant unique et avec une éducation secondaire
ou primaire. Ces données sont similaires aux obtenues par Fernández-Montalvo et al.
(2011). D'autres auteurs mettent en évidence que la population condamnée à ce type de
violence bien qu'elle ait des âges très différents, étant l'âge minimum de 20 ans et l'âge
maximum de 73 ans, la moyenne se situe autour des 40 ans, également près de 60%
était de nationalité espagnole et la majorité ont indiqué avoir un niveau d'enseignement
secondaire (Boira & Tomás-Aragonés, 2011). Concernant les résultats de la présence de
symptômes cliniques et de troubles de la personnalité évalués par le Clinical Multiaxial
Inventory Millon II (MCMI-II), on observe que 63.63% des participants ont obtenu des
scores significatifs sur l'échelle de Personnalité compulsif. En comparant cette
information avec la littérature scientifique, on peut observer une coïncidence entre le
profil obtenu et ce que la littérature indique concernant le MCMI-II (Boira & Jodrá,
2010; Fernández- Montalvo et Echeburúa, 2008; Ruiz-Arias et Expósito, 2008).

Dans l'étude II, les résultats ont indiqué que les auteurs de violence contre les
femmes mettent plus de temps à reconnaître les expressions neutres que les expressions
chargées d'émotion. De même, les temps de réaction des participants étaient plus grands
dans la reconnaissance des images d'expressions émotionnelles des visages des femmes.
Cela indique une plus grande difficulté à reconnaître l'émotivité faciale sur les visages
des femmes que sur les visages des hommes. De plus, lors de la mise en relation des
variables du Test d'Empathie Cognitive et Affective avec le temps de réaction des
participants à l'étude dans la tâche de reconnaissance émotionnelle, on a trouvé une
relation significative entre la sous-échelle Adoption des perspectives et l'émotion de la
Peur. Cela peut être comparé à la méta-analyse de Marsh et Blair (2008) dans lequel ils

33 | P á g i n a
ont obtenu que les personnes ayant des comportements antisociaux tels que des traits
psychopathiques, des criminels violents, etc., présentaient un déficit de reconnaissance
des émotions de peur et de tristesse. Différents auteurs ont décrit que les déficits de
reconnaissance émotionnelle de la peur et de la tristesse dans une relation
interpersonnelle peuvent générer des comportements violents (Blair, 2001, 2005;
Eisenberg et al., 2010).

Dans l'étude III, les résultats ont indiqué que le groupe composé d'hommes
espagnols sans antécédents judiciaires de violence envers leur partenaire a obtenu des
scores significativement plus élevés sur l'échelle de l'Empathie cognitive et sur les sous-
échelles de la Compréhension émotionnelle et de la Joie empathique. À partir des
Réseaux Bayésiens, on a aperçu que l'obtention de scores élevés dans toutes les sous-
échelles de la capacité d'empathie prédit avec une plus grande probabilité appartenir au
groupe sans casier judiciaire. Les résultats suggèrent également que le rôle de l'empathie
cognitive est plus sensible que l'empathie affective. En d'autres termes, les fluctuations
de cette variable pourraient prédire plus précisément l'appartenance au groupe
d'hommes qui ont exercé de la violence dans leurs relations amoureuses par rapport aux
hommes qui n’utilisent pas la violence. Cela a été constaté par la littérature et divers
auteurs qui ont obtenu que de faibles niveaux d'empathie cognitive maintiennent une
relation forte et positive avec la délinquance et les crimes violents (Jolliffe et
Farrington, 2004; Van Langen et al., 2014). Richardson et al. (1994) indiquent que
l'empathie, et en particulier l'empathie cognitive, agit comme un inhibiteur de
l'agression interpersonnelle et verbale.

Dans l'étude IV, on a observé qu'au moment précédant l'intervention, les


participants qui n'étaient pas dans une relation sentimental avaient des scores plus
élevés en empathie cognitive générale, en empathie affective générale et en empathie
affective envers la victime de leurs délits, tandis que les participants qui étaient dans
une relation avaient des scores plus élevés d'empathie cognitive envers les victimes de
violence de genre, en empathie affective envers les victimes de violence de genre et en
empathie cognitive envers la victime de leurs délits. Concernant les changements PRE-
POST obtenus entre les deux groupes, on a constaté que le groupe d'agresseurs sans
partenaire sentimental présentait des différences statistiquement significatives
d'empathie cognitive envers la victime de leurs délits, tandis que le groupe d'agresseurs
dans une relation amoureuse obtenait un score significatif d'empathie cognitive envers

34 | P á g i n a
les victimes de violence de genre. Alors que les deux groupes ont coïncidé en montrant
des scores plus élevés après l'intervention en empathie cognitive générale et en
empathie affective envers la victime de leurs délits. Il n'a pas été possible de comparer
ces données avec d'autres recherches dû au fait qu’aucune autre étude à évaluer ces
différences.

Dans l'étude V, les résultats PRE-POST des participants au programme


d'intervention PRIA-MA ont été évalués. On a constaté que les participants ont obtenu
des niveaux significativement plus élevés dans la sous-échelle d'expression de colère ou
de désaccord dans l'Échelle des compétences sociales, dans la sous-échelle de Anger-
Trait dans le State-Trait of Anger Questionnaire, mais sans résultats significatif en
termes de direction de cette colère (envers soi-même, envers une autre personne ou
contrôle de la colère) dans la sous-échelle de la compréhension émotionnelle et de la
joie empathique dans le Test d'Empathie Cognitive et Affective et des niveaux
significativement inférieurs dans l'Échelle de la jalousie romantique.

Les résultats de l'Échelle des Compétences Sociales indiquent qu'après


l'intervention, les participants ont une plus grande capacité à exprimer l’émotion de la
colère, des sentiments négatifs justifiés et des désaccords avec d'autres personnes. Cette
capacité est importante dans cette population car une personne ayant des compétences
sociales adéquates défendra ses droits et exprimera son accord ou son désaccord sans
causer d'inconfort ou de dommage psychologique à l'autre personne. D'autre part,
l'incapacité d'exprimer la colère de manière assertive, avec une forte impulsivité et/ou
un dérèglement émotionnel pourrait être un promoteur de violence dans le couple. Des
auteurs tels que Arce Fernández & Fariña Rivera (2006) indiquent que l'une des
principales caractéristiques des auteurs de violence sexiste est leur incapacité ou leurs
difficultés à communiquer de manière adéquate et assertive, spécifiquement avec leurs
partenaires romantiques. Par conséquent, cette variable est incluse dans les différents
programmes d'intervention pour cette population (Arce & Fariña, 2006, 2010; Lila,
2013; Ruiz et al., 2010; Suárez et al., 2015). Ramírez et al. (2013) ont trouvé dans la
même population des niveaux de colère plus faibles et un meilleur contrôle et une
meilleure expression de la colère après avoir terminé le programme PRIA-MA.

Les résultats de l'Échelle de Jalousie Romantique indiquent que le niveau de


jalousie envers le partenaire présenté par les participants du programme PRIA-MA a

35 | P á g i n a
diminué. D'autres auteurs tels que Echeburúa & Fernández-Montalvo (2009) et Ramírez
et al. (2013) dans leurs études avec la même population ont également obtenu des
changements positifs et significatifs de cette variable. La présence de jalousie chez les
auteurs de violences de genre est un facteur de déstabilisation qui favorise les situations
de conflit avec le partenaire, les comportements de contrôle, les pensées
obsessionnelles, etc. Tout cela peut conduire à l'exercice de violences psychologiques et
sociales (isolement du partenaire et limitation social dans leurs relations
interpersonnelles et familiales).

Les résultats du Questionnaire Anger State-Trait indiquent une augmentation de


la sous-échelle Anger-Trait au moment postérieur à l’intervention, c'est-à-dire qu'ils ont
présenté une plus grande volonté de percevoir ou d'expérimenter une situation comme
ennuyeuse ou frustrante. Cependant, il n'a pas été possible de déterminer dans quelle
direction cette colère a été exprimée: "colère vers l'extérieur", dans ce cas vers le
partenaire, "colère vers l'intérieur", dans ce cas vers soi-même, et "contrôle de la
colère", dans ce cas, ce serait un contrôle de la colère et une autogestion adéquats. Il est
très fréquent la présence d'une mauvaise régulation émotionnelle chez les agresseurs de
violence dans le couple, comme la colère ou la rage dérivée d'une dispute de couple, due
à des croyances irrationnelles sur les femmes et la violence, dues à une jalousie
infondée, etc. (Echeburúa et De Corral, 1998). Ces données pourraient s'expliquer par
une forte désirabilité sociale au début du programme, caractéristique de cette population
(Lila et al., 2012; Saunders, 1995). Cependant, les données obtenues sont difficiles à
contraster avec d'autres enquêtes puisque nous obtenons des données contraires à
l'habituel mais incomplètes (nous ne connaissons pas la direction de cette colère).

Les résultats du Test d'Empathie Cognitive et Affective montrent une plus grande
capacité à reconnaître et comprendre les états émotionnels, les intentions et les
impressions des autres ainsi qu'une plus grande capacité à partager les émotions
positives des autres. La sous-échelle de Stress empathique est la seule sous-échelle où
aucune différence significative n'est observée en comparant les résultats PRE-POST,
bien que nous puissions observer que la moyenne POST est légèrement supérieure au
score PRE. En comparant ces résultats avec d'autres recherches scientifiques, des
résultats similaires sont observés dans les études de Loinaz (2010) et de Boira et al.
(2013), qui ont utilisé l'Indice de Réactivité interpersonnelle (IRI) pour évaluer
l'empathie. Ramírez et coll. (2013) ont évalué l'empathie avec le questionnaire NEO-

36 | P á g i n a
FFI-R, qui a une échelle qui mesure l’empathie, et ils ont obtenu des résultats
significativement plus élevés en empathie dans le moment qui a suivi l'intervention.
Romero-Martínez et coll. (2019) ont constaté une amélioration de l'empathie cognitive
après l'intervention auprès d'hommes reconnus coupables de violence de genre.

Les limites de ce travail sont l'échantillon limité à laquelle on a eu accès et qui


n'est pas statistiquement représentatif. De plus, une partie de l'échantillon a été perdue
car au cours du programme PRIA-MA il y a eu plusieurs retraits du programme. De
plus, les tests validés pour la population espagnole pour mesurer l'empathie et la
reconnaissance émotionnelle sur les visages des hommes et des femmes sont peu et il
n'y a pas de consensus sur leur utilisation.

Les possibles futures lignes de recherche seraient l’étude de manière exhaustive


et avec un échantillon plus large des différentes composantes de l'empathie (empathie
cognitive et affective, l'empathie générale, l'empathie envers les victimes et l'empathie
envers la victime de leur délits). Il serait également nécessaire d'obtenir des données
dans les différents domaines dans lesquels le programme PRIA-MA se réalise, c'est-à-
dire dans la sphère pénitentiaire, dans la sphère communautaire (mesures alternatives) et
dans la population bénévole. Enfin, souligner l'importance de valider les questionnaires
pour mesurer la capacité d'empathie et de reconnaissance émotionnelle, en particulier
dans l'émotivité des visages féminins et masculins ainsi que des visages inconnus et des
visages de leurs partenaires sentimentales.

Keywords: agresseurs, violence de genre, empathie cognitive, empathie affective,


reconnaissance émotionnelle.

37 | P á g i n a
1. INTRODUCCIÓN

Al tiempo que la violencia entre grupos de seres humanos ha sido una cuestión
de debate y estudio a lo largo de la historia, también se ha ido reduciendo al compás del
desarrollo de nuestras sociedades. Entre los distintos tipos de violencia que los seres
humanos ejercen entre ellos, la Violencia de Género se ha convertido en las últimas
décadas y por su condición de problema de salud pública (Ellsberg et al., 2008; Lahi &
Prezza, 2016) en un foco de atención social, como se deduce de su representación en los
medios de comunicación (Cabrera de la Cal & Correa Chica, 2019), y científica (Arias
et al., 2016). Podemos afirmar, en comparación con otros tipos de violencia, que su
visibilización e interés social son relativamente cercanos desde un punto de vista
histórico. Además, este problema social afecta a nivel mundial a los diferentes países,
culturas y sociedades (Lila et al., 2012).

Entre 1850 y 1950 comenzaron los primeros movimientos para concienciar y,


por lo tanto, combatir el problema de la desigualdad entre hombres y mujeres. Estas
primeras luchas se enfocaron en el reconocimiento de esta desigualdad, en la
legalización del divorcio y en medidas de apoyo a las víctimas (Ferrer Pérez & Bosch
Fiol, 2006). A partir de los años 60, se puso en evidencia la violencia contra las mujeres
desde dos enfoques, por una parte, desde la violencia sexual y, por otra parte, desde la
violencia en las parejas (Anderson & Zinsser, 1992, 2000; Heise, 1997).

Asimismo, igual de relevante es la década de los años 60 en Estados Unidos


donde se consiguió visibilizar los comportamientos violentos dado que, hasta entonces,
los niños/as, mujeres, maridos, padres/madres y ancianos/as maltratados/as eran
prácticamente desconocidos en la literatura social mundial.

El foco en la Violencia de Género como problemática con un corpus propio se


evidencia a partir del reconocimiento social y global derivado de la conceptualización
realizada por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1995 de la siguiente
forma:

“Todo acto de violencia basado en el género que tiene como resultado posible o
real un daño físico, sexual o psicológico, incluidas las amenazas, la coerción o
la privación arbitraria de libertad, ya sea que ocurra en la vida pública o en la
privada” (Organización de las Naciones Unidas, 1995).

39 | P á g i n a
A partir de este evento, se comienza a percibir la violencia contra la pareja como
un problema social específico y a ser uno de los objetivos clave de las instituciones
nacionales e internacionales (World Health Organization, 2013). Esto implica una nueva
forma de visibilizar la violencia contra las mujeres, es decir, ya no se considera un
“problema de casa”, como acto individual o caso aislado que, además, se relacionaban
con determinadas características del agresor o de la víctima (tal como nivel
socioeconómico bajo, abuso y/o adicción a sustancias adictivas, trastornos mentales,
etc.), sino que esta visión se transforma a una nueva imagen que concibe la violencia de
género como una problemática derivada de las relaciones sociales basada en una
desigualdad de poder entre hombre y mujer y, sobretodo, explicando la causa del
problema a partir de ciertos rasgos compartidos de forma intercultural en la mayoría de
sociedades, lo que se denomina como la cultura patriarcal (Ferrer Pérez & Bosch Fiol,
2006).

Sin embargo, y pese al camino recorrido, hoy en día seguimos encontrando


espacios para el avance del conocimiento en esta temática, sabemos que los casos de
malos tratos que describen los medios de comunicación o las estadísticas son solamente
un porcentaje de la realidad. De hecho, los resultados de una investigación sobre lo
anterior indican que la estimaciones que se realizan acerca de la prevalencia de la
violencia sobre la pareja podrían ser de 11 a 128 veces mayores que las estimadas por
los sistemas de salud y los informes policiales (Palermo et al., 2014). Se suele hablar de
la cifra oculta o de la cifra negra, la cual no podemos calcular dado que se compone de
todas aquellas víctimas que no han denunciado por diferentes motivos, permaneciendo
así la violencia dentro de los muros del propio domicilio de la víctima. La ocultación
viene en la mayoría de casos, por los principales agentes denunciantes, es decir por
parte de la propia víctima (que inhibe su conducta en base a la proyección de posibles
complicaciones de diversa índole así como de las consecuencias de la denuncia en caso
de encontrarse con el agresor) y de los familiares más próximos y allegados. Si bien es
cierto que existe un cambio de tendencia, en aumento en los últimos años, del número
de denuncias, principalmente por el acceso a la información sobre cambios legislativos,
reconocimiento de derechos y recursos sociales disponibles y por supuesto, la
concienciación social expresada desde diferentes agentes sociales.

Las secuelas que genera este tipo de violencia repercuten gravemente en la salud
de las mujeres que lo sufren, en los menores que lo presencian y/o sufren y en los

40 | P á g i n a
allegados. De forma más específica, se han encontrado las siguientes repercusiones en la
salud de las mujeres víctimas de este tipo de violencia: consecuencias físicas (muerte o
“feminicidio”, lesiones, problemas de salud a largo plazo, entre otros), consecuencias
sexuales y reproductivas (embarazos no deseados o abortos inducidos, disfunciones
sexuales, etc.), consecuencias conductuales (uso de sustancias adictivas, elección de
parejas agresivas en posteriores relaciones sentimentales, etc.) y consecuencias
psicológicas (sintomatología depresiva, ansiosa, estrés, baja autoestima, trastorno de
estrés postraumático, etc.). Asimismo, también tiene un impacto económico
significativo para la sociedad, incluyendo servicios de salud, sociales y jurídicos para
las víctimas, gastos legales para todos los implicados, etc. (World Health Organization,
2005, 2013).

Es relevante para poder tener una visión global de las implicaciones de la


violencia de género conocer las cifras reales desde una perspectiva internacional para
poder comparar las diferentes medidas que se han tomado para llegar a la igualdad. No
obstante, los estudios realizados para medir la prevalencia de la Violencia de Género
obtienen estadísticas muy diferentes, variando entre el 15% y el 71% en función del país
(World Health Organization, 2013).

La OMS señaló la violencia de género como “problema de salud global” con


“proporciones epidémicas” tras obtener una prevalencia del 35% de mujeres víctimas
en algún momento de su vida de violencia física y/o sexual por parte de una pareja
(World Health Organization, 2013). Asimismo, a nivel nacional, la Macroencuesta de
violencia contra la mujer reveló cifras entre el 20% y 30% en violencia psicológica
(Delegación del Gobierno para la Violencia de Género, 2015). Por todo ello, en 2017, el
Eurobarómetro resalta la importancia de elaborar y aplicar medidas de equidad entre
hombre y mujer con el propósito de luchar contra la violencia de género en todos los
ámbitos y proteger a las víctimas de este tipo de violencia (Special Eurobarometer,
2017).

Es importante recalcar que cualquier tipo de violencia realizado entre dos


personas, de una mujer hacia un hombre o de un hombre hacia una mujer supone una
vulneración de derechos humanos (Quinteros & Carbajosa, 2008; Suárez et al., 2015).
Como se ha puesto de manifiesto, la violencia contra la mujer se presenta como una
realidad que necesita ser modificada por la intensidad de los efectos que genera no solo

41 | P á g i n a
a nivel de victimización de un alto porcentaje de un grupo poblacional, sino también por
las cargas económicas, sociales y éticas implicadas en el fenómeno. Por ello, es
imprescindible buscar una solución frente a este problema. Una de ellas, es la
intervención con los maltratadores.

Para que podamos calificar la violencia contra la pareja como tal, se debe
cumplir una sucesión de hechos violentos de forma cíclica, es decir, no podemos
calificar como violencia contra la pareja un hecho aislado sino que ha de ser un acto
repetitivo, mantenido en el tiempo y además con una intensidad y gravedad que,
habitualmente y tanto a nivel teórico como fenomenológico, se va incrementando. Por
ello, una estrategia que pretenda erradicar de forma eficaz la generación de victimas por
malos tratos en la pareja no solo ahora, sino también en el futuro, pasa necesariamente y
de forma fundamental por la interrupción de esa sucesión de hechos o círculo de la
violencia (para más información: Walker (1979)) mediante la intervención basada en la
evidencia empírica con los hombres que ejercen este tipo de violencia. Según
Echeburúa (2013, p.88) “hay que tratar a los agresores de pareja porque la violencia
puede ser una expresión de problemas psicológicos y de dificultades emocionales”.
Asimismo, Echeburúa & Corral (2012) y Lila (2013, p.82) afirman que “la
intervención con esta población evita el fenómeno de la transmisión intergeneracional
de la violencia, previene futuras situaciones de victimización y nuevas situaciones de
revictimización ya que en muchos casos, agresor y víctima siguen conviviendo juntos”.

Destacar que la realización de intervención con los agresores de violencia de


género ha generado cierta resistencia entre los sectores relacionados con las víctimas de
este tipo de violencia debido a que se percibe como una pérdida de dinero que
proporciona el Gobierno y una dedicación horaria y profesional que debería ser
destinada a las personas que han sufrido este maltrato y no para el responsable de estos
hechos. Sin embargo, se debe tener en cuenta que la intervención con esta población es
beneficiosa para todos los implicados, es decir, interviene a nivel psicológico con los
agresores para que se rehabiliten ellos mismos y que, a posteriori, no generen más
víctimas, entendiendo como víctimas tanto a las mujeres que lo sufren como a los
menores que son observadores directos.

La intervención con los hombres que ejercen o han ejercido violencia sobre la
mujer es especialmente necesaria para proteger a las víctimas de violencia de género y a

42 | P á g i n a
los menores, promover el desarrollo de la igualdad de género y rehabilitar al agresor
(Quinteros & Carbajosa, 2008). Scott et al. (2011) afirmaron que la sociedad debe
aportar unas actuaciones multifacéticas para luchar contra esta problemática. Una de
estas actuaciones deberán ser los programas de intervención con agresores de violencia
de género, criterio necesario para conseguir el cambio real en nuestra sociedad, y así
poder dejar de percibir los problemas de violencia contra la mujer como un asunto
privado.

El concepto de la empatía ha generado mucho interés a nivel científico, desde la


antropología, la filosofía, la psicología, la neuropsicología, la sociología, etc. así como
cierta controversia sobre su origen, su desarrollo, sus efectos y su aprendizaje. La
empatía es una variable fundamental en el estudio de la conducta humana. El principal
problema en el estudio de la empatía es su complejidad en cuanto a componentes y
evaluación (Fernández-Pinto et al., 2008; Pagani, 2017).

Las investigaciones indican que el déficit de empatía es un factor de riesgo de la


conducta agresiva (Day et al., 2012; Palmer, 2005). Distintas investigaciones indican
que los hombres que agreden a sus parejas presentan déficits en ciertas habilidades tales
como bajo control de impulso, escasas habilidades sociales y de comunicación, celos
patológicos, baja empatía, entre otras variables (Echeburúa, 2013; Quinteros &
Carbajosa, 2008). Sin embargo, en ningún caso se podrá afirmar que la empatía es el
único factor influyente en las actuaciones machistas y responsable de la violencia de
género (Loinaz et al., 2012).

Autores como Boira et al. (2013), Loinaz (2010) y Van Hoey et al. (2019)
encontraron en sus investigaciones que los agresores de violencia de género presentan
niveles bajos de empatía y, además, obtenían niveles mayores de empatía tras la
realización de una intervención psicológica con esta población. Además, Hanson (2003)
recalca de sus estudios la escasa empatía de los delincuentes y agresores hacia las
víctimas de sus propios delitos cometidos.

También es de resaltar que una de las variables que suele trabajarse tanto a nivel
nacional como internacional en los diferentes programas de intervención para hombres
penados por violencia de género es el concepto de empatía y también la empatía hacia
las víctimas (Castillo et al., 2005; Herrero, 2007; Lila et al., 2010; Suárez et al., 2015).

43 | P á g i n a
Esta tesis doctoral tiene como finalidad ayudar a conocer mejor las variables
influyentes en los hombres que ejercen la violencia contra las mujeres y principalmente
la relevancia e influencia de la variable de empatía. Ello facilitará adaptar y mejorar la
intervención con éstos, promoviendo cambios significativos tras la realización de los
programas de intervención psicológicos y previniendo la reincidencia de estos actos.
Para ello, el trabajo se ha dividido en dos apartados diferentes.

En la primera parte, se ha realizado una revisión teórica de los conceptos


principales de la tesis, es decir, por una parte, de la variable de empatía y, por otra parte,
del concepto de Violencia de Género. A continuación, se ha realizado un análisis de la
relación entre ambos conceptos.

En la segunda parte, pretende evaluar la empatía y sus diferentes componentes


en los hombres que hayan ejercido violencia de género a sus parejas y que, además,
hayan sido condenados por este tipo de delito y derivados al Servicio de Gestión de
Penas de Valencia para la realización del Programa de Intervención para Agresores de
Violencia de Género en Medidas Alternativas (PRIA-MA) en la ciudad de Valencia
(España). Para ello, se han desarrollado diversas investigaciones relacionadas entre sí y
se han plasmado los resultados obtenidos.

44 | P á g i n a
2. MARCO TEÓRICO

2.1. La empatía

2.1.1. El origen del concepto de empatía

El recorrido del origen del concepto de la empatía es bastante amplio y sigue


siendo un tema de actualidad. A lo largo de los años, la definición ha sufrido distintos
cambios y se ha adaptado conforme evolucionaba la evidencia empírica y las
perspectivas teóricas que parten de ella. Hoy en día, a pesar de su largo recorrido
histórico y el interés científico que genera, aun no se ha establecido una definición que
sea aceptada con un consenso general.

El concepto de empatía fue utilizado por primera vez por el autor Robert
Vischer, en su tesis doctoral publicada en el siglo XVIII con el término “Einfülung” y
traducido del alemán como “sentirse dentro de” (Eisenberg & Strayer, 1992; Moya-
Albiol, 2018). A partir de esta conceptualización, otros autores mostraron su interés por
el nuevo término. De hecho, ya en 1895, Vernon Lee nombró en una conferencia este
término por primera vez en inglés, traduciendo “Einfülung” por “sympathy”, es decir,
“sentir con” o “sentir hacia dentro de”.

Dentro de la rama de la psicología, el descubrimiento de la variable empatía es


atribuido a Theodor Lipps (1903-1905). Para este autor, “Einfülung” significaba que las
personas se proyectan a sí mismos en los objetos de su percepción. Otro autor relevante
es Prandt, quien en 1910 escribió su obra acerca de la naturaleza de la empatía donde
expresaba que “las personas solo pueden conocer su propia vida interior – incluso
cuando piensan que están comprendiendo a otros -, lo único que conocen realmente es
su propio imaginar o pensar” (Eisenberg & Strayer, 1992).

No fue hasta 1909 que el término de “empathy” fue acuñado por Titchener a
partir de la etimología griega “εμπάθεια (empatheia)”, que proviene de “en” (“en”) y
“sentimiento o pasión” (“pathos”), y definido como la capacidad de sentir y
experimentar los sentimientos del otro dentro de uno mismo como resultado de un
proceso de proyección.

45 | P á g i n a
En 1929, el investigador Köhler definió la empatía como la comprensión de los
sentimientos de los demás, es decir, poniendo énfasis en los componentes cognitivos.
En 1949, Dymond introdujo el concepto de “roletaking” o adopción de perspectivas
mientras que, en 1969, Hogan conceptualizó la empatía como la capacidad
metarrepresentativa para comprender lo que pasa por la mente de los demás (Fernández-
Pinto et al., 2008).

No es hasta finales de los años 60 que se empezó a recalcar la importancia del


componente afectivo frente al componente cognitivo dentro del concepto de empatía.
Uno de los primeros autores que analizó la empatía en su vertiente afectiva fue Stotland
en 1969, el cual observó la empatía como una reacción emocional en respuesta a la
percepción de la emoción de otra persona. Por otro lado, Mehrabian y Epstein (1972)
conceptualizaron este concepto como una respuesta emocional vicaria que se
experimenta ante experiencias emocionales ajenas. Hoffman (1987) definió la empatía
como un proceso facilitador de la motivación humana que tiene el propósito de
propiciar ayuda a otras personas. Wispe (1978) citado en Retuerto Pastor (2004) destacó
la importancia de tener en cuenta los estados emocionales positivos dentro de la
definición del concepto de empatía.

A partir de los años 90, se empieza a considerar como un componente de la


inteligencia emocional, introducida por Salovey & Mayer (1990). Estos autores
afirmaron que el desarrollo de la empatía requiere otras habilidades tales como
identificación de emociones en otras personas, escucha activa, interés, comprensión
emocional y cognitiva y concentración.

Conociendo las diferentes definiciones y conceptualizaciones que realizan los


autores que investigaron esta variable podemos afirmar que la empatía es un concepto
complejo y multidimensional. En cuanto a las definiciones más recientes y aceptadas
del concepto de empatía, encontramos las siguientes:

 Davis (1983) propuso una definición multidimensional de la empatía


como “conjunto de constructos que incluyen los procesos de ponerse en
el lugar del otro y respuestas afectivas y no afectivas”.

46 | P á g i n a
 Los autores Moya-Albiol et al. (2010) la definen como:

“Una forma compleja de inferencia psicológica en la que la observación,


la memoria, el conocimiento y el razonamiento se combinan para llegar
a comprender los sentimientos y pensamientos de los demás. Asimismo,
esta capacidad viene determinada tanto por factores biológicos como
por características de personalidad, experiencias vitales, aprendizaje o
educación recibida.”

 Baron-Cohen (2012) la describe como “la empatía se produce cuando


suspendemos nuestro enfoque de atención único centrado exclusivamente
en nuestra mente y, en su lugar, adoptamos un enfoque de atención doble
que también se centra en la mente del otro” siendo la atención única
“solo pensar en nuestra mente, nuestros pensamientos, nuestras
percepciones”. Este autor plantea dos fases necesarias en el proceso de la
empatía, la primera sería la capacidad de reconocer lo que la otra persona
piensa o siente mientras que la segunda fase sería la capacidad de
responder ante los pensamientos y sentimientos del otro con una emoción
adecuada. Asimismo, afirma que le concepto de empatía es un constructo
continuo, es decir, todos nos encontramos en algún lugar del espectro de
la empatía. “Cuando nuestra empatía se desconecta, nos encontramos en
el modo “yo” exclusivamente”.

La Real Academia no incluyó el concepto de empatía hasta 1992, donde la


definió como “participación afectiva, y por lo común emotiva, de un sujeto en una
realidad ajena” (González De Rivera Revuelta, 2004). En la actualidad, la Real
Academia Española (2019) la define como un “sentimiento de identificación con algo o
alguien” y la “capacidad de identificarse con alguien y compartir sus sentimientos”. De
forma coloquial, se utiliza el concepto de empatía para referirse a la capacidad de
ponerse en el lugar del otro. De forma más concreta, se entiende como la capacidad de
percibir y comprender lo que experimenta la otra persona.

Sin embargo, es necesario resaltar que, en la actualidad, no hay consenso acerca


de su definición. Las discrepancias a la hora de definir este concepto ya no giran en
torno a las variantes cognitivas y afectivas, tal y como ocurrió en el siglo pasado, sino

47 | P á g i n a
en considerar este factor como una parte de la representación del mundo (Teoría de la
Mente), una habilidad comunicativa, una competencia ciudadana o un componente de la
inteligencia emocional (Muñoz Zapata & Chaves Castaño, 2013).

2.1.2. El desarrollo de la empatía

El autor De Waal (2011), tras varios años de investigación con animales, indicó
que la empatía es un rasgo ancestral característico de los humanos pero también de los
animales (De Waal, 2011; Moya-Albiol, 2018). La empatía es un aspecto crucial en el
desarrollo del ser humano dado que ejerce un papel fundamental en el desarrollo moral
y para la supervivencia, es decir, el concepto en cuestión permite comprender a nivel
cognitivo y emocional a la otra persona y, a partir de ello, saber cómo interactuar con
ella, proporcionar ayuda y relacionarnos satisfactoriamente, evitando así la soledad y el
aislamiento (Moya-Albiol, 2018).

Desde una perspectiva evolucionista, la empatía contribuye a nivel social tanto


para la supervivencia como para el mantenimiento de las especies. No podemos hablar
de la empatía en términos reduccionistas, sino que nos tenemos que referir a este
concepto en términos sistémicos (es decir, la interacción entre aspectos cognitivos,
emocionales, conductuales, biológicos y sociales). Todos los seres humanos nacemos
con una predisposición biológica a ser empáticos, sin embargo, será la educación que
recibamos, las experiencias vitales vividas y nuestro entorno social (englobando cultura,
ambiente, etc.) lo que determine el desarrollo en mayor o menor medida de la empatía
(Moya-Albiol, 2018). Si bien se suele considerar la empatía como una variable
relativamente estable, es una característica personal que puede ser entrenada y
aprendida. Algunos autores señalan que para lograr una comunicación no agresiva de
forma eficaz, los sujetos necesitan aprender a adoptar una perspectiva social empática,
es decir, poniéndose en el papel de la víctima y sintiendo lo que siente la víctima
(Martínez García, Redondo Illescas, Pérez-Ramírez, & García Forero, 2008).

Los principales factores influyentes en el desarrollo de la empatía son los


factores biológicos, los factores psicológicos y los factores sociales. A continuación,
trataremos de describirlos.

48 | P á g i n a
a) Factores biológicos de la empatía

Acerca de los factores biológicos de la empatía, podemos afirmar que la empatía


cognitiva y la empatía afectiva son independientes, se desarrollan en diferentes
momentos vitales y además utilizan neurotransmisores y redes neuroanatómicas
diferentes (Martín Contero et al., 2017). Los estudios han demostrado que la principal
área encargada del procesamiento empático es la corteza prefrontal y, dentro de la
misma, la región frontal dorsolateral sería la implicada en la empatía cognitiva mientras
que la región orbitofrontal lo sería en la empatía afectiva (Moya-Albiol, 2011).

De forma más específica, la empatía emocional comprende diferentes procesos


subyacentes, como el reconocimiento, contagio emocional y saber compartir la emoción
del dolor. Los estudios de neuroimagen indican que este tipo de empatía implica
estructuras límbicas como la amígdala, la corteza somatosensorial derecha, la sustancia
gris periacueductal, el polo temporal derecho, la corteza cingulada anterior y la ínsula
(Martín Contero et al., 2017). En contraposición, los estudios de neuroimagen indican
que la empatía cognitiva involucraría regiones cerebrales como la corteza prefrontal
ventromedial, el giro frontal inferior, el surco temporal superior, la unión
temporoparietal y el polo temporal (Martín Contero et al., 2017).

Desde este enfoque biologicista, las neuronas espejo son las que acaparan con la
evidencia actual las funciones de identificación y comprensión del lenguaje no verbal
(expresiones faciales, gestos, kinestesia, etc.) y de la mentalización sobre la
intencionalidad del sujeto que está siendo percibido. Todo ello nos orienta hacia la
interpretación de los indicadores, entendidos desde una perspectiva del aprendizaje
como estímulos discriminativos, que nos aportarían la información necesaria para poder
orientar nuestras conductas de una forma adaptativa al contexto en el que nos
encontramos. De hecho, mayores puntuaciones en empatía correlacionan con una mayor
activación del sistema motor de las neuronas espejo (Moya-Albiol, 2011).

Asimismo, también se hallaron diferencias entre hombres y mujeres. De forma


más específica, los estudios indican que las mujeres suelen presentar mayores niveles de
empatía que los hombres (Moya-Albiol, 2011). Otros estudios han encontrado que esta
variable está relacionada con conductas desadaptativas en adolescentes y, además, se

49 | P á g i n a
presenta como un factor protector en conductas antisociales, siendo más influyente en
mujeres que en varones (Broidy et al., 2003).

En la actualidad, la ciencia no ha podido aportar evidencias acerca de si el


componente cognitivo y el componente emocional de la empatía interactúan en un único
sistema cerebral o si son independientes entre sí. A pesar de ello, tenemos datos de
nuevos estudios que nos indican que hay al menos dos variables relevantes en relación a
la inervación neuronal: la primera afirma que los circuitos neuronales que regulan los
dos componentes de la empatía son distintos y, la segunda, afirma que los circuitos
neuronales que regulan la empatía y la violencia podrían ser los mismos o similares.
Esto abre nuevos horizontes hacia el enfoque de la prevención e intervención en
población con rasgos agresivos como podrían ser delincuentes, agresores, etc. (Moya-
Albiol et al., 2010).

b) Factores psicológicos de la empatía

Con respecto a los factores psicológicos de la empatía, Hoffman (2002) indicó


que para crear una respuesta basada en el empatía es esencial la participación de
diversos procesos psicológicos que promuevan la congruencia entre emociones y
sentimientos de la persona con los de la otra persona en una determinada situación. De
hecho, Mayor Guerra et al. (2002) conceptualizaron la empatía como mucho más
complejo que un simple reflejo del otro, sino que la reacción empática está relacionada
con los sentimientos y las emociones y parte del axioma “yo podría ser tú”.

Para el correcto desarrollo, aprendizaje y consecución de la empatía se requiere


de ciertas habilidades tales como la observación, la escucha activa, la concentración, el
interés por el otro, la memoria, el conocimiento y el razonamiento con el fin de saber
identificar y comprender a nivel emocional y cognitivo las emociones, sentimientos y
pensamientos de la otra persona (Mayor Guerra et al., 2002; Salovey & Mayer, 1990).

c) Factores sociales de la empatía

En cuanto a los factores sociales de la empatía, la empatía se desarrolla a muy


temprana edad en el ser humano, la biología nos aporta los cimientos de la empatía, los
cuales deben ser desarrollados mediante el aprendizaje y la interacción social con otras
persona (Decety & Jackson, 2004; López et al., 2014). Los patrones de movimientos

50 | P á g i n a
faciales complejos se hacen presentes desde los primeros años de vida y se evidencian
en el contexto social del niño (Mayor Guerra et al., 2002).

La empatía es un aspecto clave en las relaciones interpersonales y, por tanto, en


las relaciones íntimas, nos permite conectar emocionalmente con otras personas y
transmitir actitudes, valores e identidades grupales. Empatizar conlleva darnos cuenta de
que el otro tiene su propia perspectiva de los acontecimientos y conseguir ver las cosas
desde el punto de vista del otro (González De Rivera Revuelta, 2004) y nos ayuda a
comprender y responder a los demás de forma adecuada (Brothers, 1989; López et al.,
2014).

El desarrollo de la empatía también se ha estudiado en relación con el desarrollo


y razonamiento moral. De hecho, Hoffman (2002) explica la conducta altruista a partir
de la influencia las variables de simpatía y empatía en la conducta moral. Este autor
relaciona los sentimientos afectos con pensamientos, principios morales y tendencias
comportamentales. Fundamentándonos en lo que refiere Hoffman, la empatía será clave
a la hora de elaborar un juicio moral y de tomar decisiones que guíen nuestras actitudes
y acciones (Eisenberg & Strayer, 1992). Asimismo, en 1986, Eisenberg planteó cinco
niveles de desarrollo del razonamiento moral prosocial en función de la capacidad
empática y de la percepción de las necesidades de las demás personas durante todo
nuestro desarrollo. Según su planteamiento, no nacemos siendo empáticos y capaces de
detectar las necesidades de otros, sino que es un aspecto que vamos desarrollando a
medida que vamos madurando, es decir, a medida que crecemos, nos volvemos más
sensibles a las necesidades y deseos de los demás. Por otro lado, la empatía se encuentra
intrínsecamente relacionada con algunos principios morales como la benevolencia o la
noción de justicia, lo cual genera emociones de compasión, de culpa, etc. (Retuerto
Pastor, 2004).

Kohlberg (1981) definió diferentes etapas en la maduración biológica del ser


humano, la cual dependía en gran medida de la interacción con el contexto social (Tabla
1). Según este autor, para poder empatizar es necesario que el individuo alcance la
tercera etapa.

51 | P á g i n a
Tabla 1

Etapas de desarrollo moral de Kohlberg


NIVEL ETAPA
Etapa 1: el castigo y la obediencia. El individuo no reconoce los intereses
de los demás como diferentes de los propios.
Nivel 1: moral
Etapa 2: el propósito y el intercambio. El individuo descubre que los
preconvencional
demás tienen intereses diferentes a los suyos y empieza a actuar por sus
propios intereses.
Etapa 3. Expectativas, relaciones y conformidad interpersonal. El
individuo aprende a ponerse en el lugar de los demás. Comienza a
Nivel 2: moral compartir emociones, intereses y expectativas.
convencional Etapa 4. Sistema social y conciencia. El punto de vista del sujeto empieza
a depender del sistema social en el que vive el cual define los papeles
individuales y las reglas de comportamiento.
Etapa 5. Derechos previos y contrato social. Lo que mueve al individuo es
cumplir con el pacto social, siendo consciente de la diversidad de valores
Nivel 3: moral
y opiniones.
postconvencional
Etapa 6. Principios éticos universales. Se tiene una perspectiva
propiamente moral de la que derivan los acuerdos sociales.
Nota: Elaboración propia.

2.1.3. Los componentes de la empatía

Los estudios acerca del constructo de la empatía la conciben como una variable
multicomponente, es decir, que está formado por aspectos cognitivos (reconocer e
identificarse con los sentimientos del otro) y por aspectos emocionales (experimentar
los sentimientos del otro) (Day et al., 2010; Fernández-Pinto et al., 2008).

Moya-Albiol et al. (2010) describen dos componentes en la empatía: una visión


cognitiva, referida a la capacidad para adoptar la perspectiva cognitiva del otro, y una
visión emocional o afectiva, que sería la reacción emocional ante el estado emocional
del otro.

En 1980, Davis propuso una definición multidimensional de la empatía,


incluyendo cuatro componentes distintos pero relacionados entre sí. Los componentes

52 | P á g i n a
que propone son los siguientes (M. Davis, 1980, 1983; Eisenberg & Strayer, 1992;
Muñoz Zapata & Chaves Castaño, 2013):

 Dimensión cognitiva: el componente cognitivo busca interpretar y


comprender la emoción del otro. Sus elementos son:

o Fantasía: Tendencia a identificarse con personajes ficticios o


representarse en la situación de otros (Davis, 1980), es decir, recoge
la capacidad imaginativa del sujeto.

o Adopción de perspectivas: Implica buscar una lógica comprensiva a


la situación emocional del otro, es decir, comprender el motivo, la
intensidad y las posibles alternativas de solución (Davis, 1980). Hace
referencia a la capacidad de identificarnos con la otra persona y
entender sus sentimientos y emociones, comprender su situación.
Esta capacidad puede ser consciente o inconsciente (Fernández-Pinto
et al., 2008).

 Dimensión afectiva: el componente emocional o afectivo como respuesta.


Sus elementos son:

o Preocupación empática: Tendencia a experimentar sentimientos de


preocupación y compasión por otros. Son sentimientos orientados al
otro que pueden derivar en comportamientos de ayuda (Davis, 1980).

o Aflicción personal: Respuesta emocional negativa experimentada al


observar un acontecimiento desagradable para otra persona. Son
sentimientos orientados hacia la propia persona que pueden producir
una reacción de huida e ineficacia en la ayuda al otro (Davis, 1980).
Hace referencia a la experiencia involuntaria del doloroso estado
emocional del otro (Hoffman, 1975).

Davis (1983) ajustó su definición inicial de la empatía a una definición


multidimensional e integradora, definiéndola como “el conjunto de constructos que
incluyen los procesos de ponerse en el lugar del otro y respuestas afectivas y no
afectivas”. Esta definición, en la actualidad, es la más aceptada y utilizada (Davis, 1983;
Fernández-Pinto et al., 2008; Muñoz Zapata & Chaves Castaño, 2013).
53 | P á g i n a
Más adelante, Davis (1996) presentó el Modelo Organizacional de Empatía con
el objeto de explicar los antecedentes, los procesos, las respuestas intrapersonales e
interpersonales de la empatía (Figura 1). Sin embargo, el mismo autor pone en
evidencia que este modelo no tiene en cuenta algunos aspectos clave para entender la
empatía como las relaciones bidireccionales entre los componentes del modelo, las
características y rasgos de personalidad de las personas, relaciones y conexiones entre
los diferentes procesos, etc.

Figura 1. Adaptación del Modelo Organizacional de Empatía de Davis (1996).

Debido a las omisiones del Modelo Organizacional de Davis (1996), se


reformula dicho modelo para crear el Modelo Integrador Multidimensional de Empatía
(Fernández-Pinto et al., 2008) (Figura 2). Aquel modelo especifica los aspectos de la
persona que emite la respuesta de empatía, como el estado emocional, y de la situación
de ambos actores. El conjunto de estos antecedentes derivaran en distintos procesos:
empatía cognitiva (incluye la capacidad de ponerse en el lugar del otro y la capacidad de
comprender el estado emocional del otro), contagio emocional (incluye exclusivamente
la resonancia emocional tanto positiva como negativa) y empatía cognitivo-afectiva
(comprende todos los componentes de la empatía, cognitivos y afectivos). En función

54 | P á g i n a
del proceso se elaboraran las respuestas consecuentes. También es de destacar que este
modelo incluye variables disposicionales que influirán en todos los aspectos del
modelo.

Figura 2. Adaptación del Modelo Integrador Multidimensional de Empatía


(Fernández-Pinto et al., 2008).

Otro autor que argumentó la dimensión cognitiva de la empatía fue Kohler, el


cual contemplaba esta variable como la comprensión de los sentimientos de los demás,
y no como un intercambio de éstos. De hecho, Davis explicaba que para comprender el
estado emocional de los demás es suficiente con observar e interpretar sus acciones y
señales físicas, en lugar de sentir lo que sienten (Davis, 2018).

Ambos componentes son necesarios y complementarios para conseguir


empatizar con otras personas. Imaginemos que una persona únicamente puede
experimentar la empatía emocional, en ese caso la persona sentiría lo que siente la otra
persona pero no sería de gran ayuda si no pudiera adoptar la perspectiva del otro y
entender por lo que está pasando en los demás. Por el otro lado, una persona que
únicamente pueda experimentar la empatía cognitiva sería capaz de entender la
situación y perspectiva de la otra persona pero no sería capaz de entender sus emociones
y sentimientos (Del Barrio et al., 2012).

55 | P á g i n a
2.1.4. Los tipos de empatía

En 1992, Zahn-Waxler, Robinson & Emde encontraron que los componentes


emocionales de la empatía pueden ser factores disposicionales, debido a que en su
estudio con gemelos, únicamente en ciertas situaciones una persona se pone en el lugar
de otro y experimenta sus emociones como respuesta a la situación de la persona.

La empatía no es solo un efecto reactivo a la situación de otra persona que


podemos explicar desde su componente cognitivo y afectivo, sino que ésta puede ser
interpretada desde dos enfoques diferentes (Fuentes et al., 1993; Hoffman, 1987, 2002;
Martínez García, Redondo Illescas, Pérez-Ramírez, & García Forero, 2008):

 El primero sería la empatía disposicional o rasgo. Plantea la empatía


como una característica personal relativamente estable a percibir y
experimentar los sentimientos y emociones de la otra persona de forma
vicaria. Es entendida como la disposición común de cada individuo que
se activa en aquellas situaciones especiales donde una persona se pone en
el lugar del otro y experimenta ciertas emociones. Este tipo de empatía
estaría relacionado con la personalidad del individuo, por lo cual, implica
que la empatía sería el resultado de la interacción entre los aspectos
biológicos, aspectos neuropsicológicas, áreas comportamentales y
aspectos sociales.

 El segundo sería la empatía situacional o estado. Plantea la empatía


como una constante variable y hace referencia al grado de experiencia
afectiva vicaria que tienen las personas en una situación concreta, por lo
que es menos estable que la empatía disposicional. Este tipo de empatía
está relacionado e influenciado por las habilidades cognitivas del
individuo y permite a una persona elegir la acción más adecuada a
emprender frente a una determinada situación, todo ello basado en las
experiencias vividas y las reflexiones de la persona. Esta misma sería la
que sí permitiría el posible entrenamiento y aprendizaje por parte de los
sujetos.

La perspectiva situacional comprende la empatía como una respuesta que se


genera cuando determinados estímulos situacionales se dan en el contexto concreto.

56 | P á g i n a
Asimismo, Fernández-Pinto et al. (2008) refleja que encontrarnos con personas con
experiencias personales, vivencias emocionales similares, aprendizajes previos,
situaciones de riesgo, etc. son algunos de los factores que provocan respuestas
empáticas en la persona.

Muñoz Zapata & Chaves Castaño (2013) definieron el concepto de empatía


desde un enfoque reactivo, afirmando que la empatía comprende componentes tanto
afectivos/emocionales como cognitivos dado que la empatía es una respuesta emocional
derivada de la interpretación del contexto de otra persona basada en la predisposición,
aprendida con anterioridad, para actuar de una forma u otra ante situaciones con alta
emocionalidad.

Es de resaltar que en la conceptualización de la empatía como una respuesta


viciaría frente a experiencias emocionales de otras personas, se pone de manifestó la
predisposición del ser humano a sentir los sentimientos y emociones de personas ajenas
(Mehrabian & Epstein, 1972). Sin embargo, esto no implica en todos los casos
empatizar, dado que para utilizar la capacidad de la empatía la respuesta adecuada debe
basarse más en la interpretación de la situación, pensamientos y emociones del otro ser
más que en nosotros mismos en la misma situación (M. Davis, 1980; Eisenberg &
Strayer, 1992; Hoffman, 1987, 2002).

Estas últimas distinciones, la empatía como disposicional o rasgo y la empatía


situacional o estado, resaltan la dificultad de evaluar esta variable. Asimismo, se pueden
relacionar con algunas investigaciones que estudiaron en agresores sexuales diferencias
entre empatía general y empatía hacia las víctimas. Los estudios indican que los
delincuentes sexuales presentan un nivel adecuado de empatía en general, sin embargo
carecen de empatía hacia las víctimas y/o hacia sus propias víctimas (Martínez García,
Redondo Illescas, Pérez-Ramírez, & García Forero, 2008).

2.1.5. Los instrumentos de evaluación de la empatía en la adultez

Como se ha descrito en apartados anteriores, hasta el momento no existe una


definición universal y única acerca del concepto de la empatía. Ello dificulta la
elaboración de pruebas psicométricas que evalúen la empatía. En lo que sí que coincide
la literatura son los dos componentes de la empatía; el componente cognitivo y afectivo.

57 | P á g i n a
La empatía es un factor relevante en multitud de ámbitos, lo cual lo constituye
como un concepto complejo que además no es observable por sí mismo sino que se
considera como un estado complejo cuyas propiedades únicamente pueden valorarse y
establecerse en función de pruebas indirectas.

Uno de los problemas con el que nos encontramos en la valoración de esta


variable es la deseabilidad social y/o veracidad con la que se conteste las pruebas. La
mayoría de pruebas existentes que valoran la empatía son pruebas objetivas con
respuestas en base a una escala Likert. Por una parte, todas las personas valoramos
como positiva la empatía y, por tanto, deseamos socialmente tener buenas puntuaciones
en empatía. Y, por otra parte, las personas que carecen de empatía emocional pueden
tener una alta empatía cognitiva, como en el caso de las personas con psicopatía (Moya-
Albiol, 2018).

Aunque lo más habitual a la hora de evaluar un concepto o variable suelen ser


los cuestionarios, también existen otras formas de medir, como por ejemplo los
autoinformes y las medidas de ejecución en la evaluación, es decir, la empatía que
efectivamente demuestra el sujeto en una situación concreta (reproducción de
situaciones reales). Asimismo, las técnicas de neuroimagen o de estudio del cerebro
humano in vivo también nos permiten avanzar en el conocimiento del circuito neuronal
implicado en la expresión y la regulación de la empatía (Moya-Albiol et al., 2010).

Los cuestionarios validados para adultos, traducidos al castellano y más


utilizados para la evaluación de la empatía y que comprenden una visión integradora, es
decir, que incluyen tanto el enfoque cognitivo como el enfoque afectivo de la empatía,
son el Test de Empatía Cognitiva y Afectiva (TECA), el Índice de Reactividad
Interpersonal (IRI), el Cociente de Empatía (CE) y el Test de la mirada (RMET) que a
continuación describiremos.

 El Test de Empatía Cognitiva y Afectiva (Cognitive and Affective


Empathy Test - TECA). Desarrollado por López-Pérez et al. (2008), es
una medida global de la capacidad de empatía desde una aproximación
cognitiva y afectiva. Es un cuestionario de 33 ítems, en las cuales debe
puntuar cada situación en una escala tipo Likert del 1 al 5. Cuenta con 4
subescalas: 1) Adopción de perspectivas: capacidad intelectual o

58 | P á g i n a
imaginativa de ponerse uno mismo en el lugar de otra persona; 2)
Comprensión emocional: capacidad de reconocer y comprender los
estados emocionales, las intenciones y las impresiones de los otros; 3)
Estrés empático: capacidad de compartir las emociones negativas de otra
persona; 4) Alegría empática: capacidad de compartir las emociones
positivas de otra persona. El alfa de Cronbach es de .86 para el TECA
global y oscila entre .70 y .78 para las cuatro dimensiones (López-Pérez
et al., 2008). Este es el único cuestionario de empatía que se ha realizado
inicialmente en español (Olivera et al., 2011).

 El Índice de Reactividad Interpersonal (Interpersonal Reactivity Index -


IRI). Creado por Davis (1980) y traducido a una versión española por
Pérez-Albéniz et al. (2003) se trata de una de las escalas más utilizadas
para evaluar la empatía. Consta de 28 ítems distribuidos en cuatro
subescalas que miden 4 dimensiones del concepto global de empatía: 1)
Toma de Perspectiva: mide la capacidad para apreciar el punto de vista
de los demás y los intentos del sujeto por adoptar la perspectiva del otro
ante situaciones de la vida cotidiana; 2) Fantasía: mide la capacidad
imaginativa para ponerse en situaciones ficticias e identificarse con
personajes ficticios; 3) Preocupación Empática: mide la capacidad para
mostrar compasión, preocupación y cariño frente al malestar de otros
(sentimientos orientados al otro); 4) Malestar Personal: evalúa
sentimientos de ansiedad y malestar al observar experiencias negativas
en los demás (sentimientos orientados al yo). Cada dimensión se valora
mediante una escala tipo Likert del 1 (no me describe bien) al 5 puntos
(me describe muy bien). Los coeficientes de consistencia interna de la
versión española obtenidos mediante el coeficiente alfa de Cronbach se
sitúan entre .70 y .78 en función de la subescala.

 El Cociente de Empatía (Empathy Quotient, EQ). Creado por Baron-


Cohen y Wheelwright (2004), se trata de un cuestionario autoinforme
que evalúa aspectos cognitivos, afectivos y comportamentales de la
empatía en población adulta. Cuenta con 60 ítems divididos en 40 ítems
acerca de la empatía y 20 ítems de control. Cada ítem se contesta en base

59 | P á g i n a
a una escala tipo Likert del 1 (totalmente en desacuerdo) al 4 (totalmente
de acuerdo). Cuenta con 3 subescalas denominadas Cognitiva,
Reactividad emocional y Habilidades sociales. Se utiliza en muchas
ocasiones para el diagnóstico del trastorno del espectro autista de alto
funcionamiento con inteligencia normal (Olivera et al., 2011). Presenta
una consistencia interna de .85.

 El Test de Lectura de la mirada (Reading the Mind in the Eyes Test -


RMET). Elaborado por Baron-Cohen et al. (2001), es un test que evalúa
la capacidad para percibir estados emocionales complejos que pueden
surgir en la interacción social. Cuenta con 36 fotografías donde se
observan las miradas de hombres y mujeres que expresan un sentimiento
o pensamiento. Cada fotografía cuenta con 4 alternativas de respuestas y
el evaluado debe elegir que sentimiento/pensamiento se ajusta más a la
expresión de los ojos presentados en cada fotografía, es decir, debe
identificar la emoción que le genera dicha expresión a través de la
empatía. Esta prueba no está validada en muestra española, si bien
Román et al. (2012) lo validaron para población argentina (habla
hispana).

2.2. La violencia contra la pareja

2.2.1. La conceptualización de la Violencia de Género

Uno de los primeros textos donde se aborda el concepto de la violencia desde un


enfoque de género, lo escribió (Rubin, 1996), quien hace referencia al sistema sexo vs
género. Este autor define la violencia de género como “el conjunto de arreglos por
medio de los cuales una sociedad transforma la sexualidad biológica en productos de la
actividad humana”.

Para poder definir correctamente la Violencia de Género, es necesario


previamente conceptualizar otros términos relacionados (Instituto Canario De Igualdad,
2007; Instituto Canario de la Mujer, 2011; Quinteros & Carbajosa, 2008; Van Hoey &
Santolaya Prego de Oliver, 2019):

60 | P á g i n a
 El concepto de violencia

Hace referencia a la utilización de la fuerza, explícita o implícitamente,


con el objeto de conseguir de una persona y/o grupo lo que no se
consigue de forma voluntaria.

Según la RAE (2019) se refiere al “uso de la fuerza para conseguir un


fin, especialmente para dominar a alguien o imponer algo”.

Según la World Health Organization (2002) hace referencia al “uso


intencional de la fuerza física, amenazas contra uno mismo, otra
persona, un grupo o una comunidad que tiene como consecuencia o es
muy probable que tenga como consecuencia un traumatismo, daños
psicológicos, problemas de desarrollo o la muerte”.

 El concepto de sexo

Según la RAE (2019) se refiere a “la condición orgánica que distingue a


los machos de las hembras”.

Alude al sexo biológico con el que nacemos, es decir, a las características


biológicas y genéticos diferentes entre hombre y mujer.

 El concepto de género

Según la RAE (2019) se refiere al “grupo al que pertenecen los seres


humanos de cada sexo, entendido este desde un punto de vista
sociocultural en lugar de exclusivamente biológico”.

Según la World Health Organization (2018) constituye:

“las construcciones sociales que conforman los comportamientos, las


actividades, las expectativas y las oportunidades que se consideran
apropiados en un determinado contexto sociocultural para todas las
personas. Además, el género hace referencia a las relaciones entre las
personas y a la distribución del poder en esas relaciones”.

Hace referencia a lo construido e inculcado social y culturalmente, y


comprende todo lo añadido sociocultural que se le atribuye al sexo
biológico con el que nacemos, es decir, forma de relacionarse, funciones,

61 | P á g i n a
ideas, valores, normas sociales, actuaciones, preferencias, actitudes, etc.
Estas diferencias se pueden modificar en función del tiempo, contexto,
edad, cultura, etc.

Si bien el género mantiene relación con el sexo (hombre o mujer), no


siempre correlacionan positivamente.

 El concepto de roles de género

Se refiere a las pautas, valores y comportamientos determinados por la


sociedad para hombres y mujeres. Éstos se transmiten de generación en
generación mediante la interiorización.

Son precisamente los roles de género que generan estereotipos de cómo debe ser
un hombre y cómo debe ser una mujer y, por consiguiente crean desigualdades sociales
entre los hombres y mujeres. La violencia de género está, por tanto, basada en
construcciones sociales y culturales de género, no de sexo (Instituto Canario De
Igualdad, 2007; Instituto Canario de la Mujer, 2011).

Asimismo, es importante resaltar la distinción entre la violencia doméstica y la


violencia de género.

La violencia doméstica abarca todo acto de violencia física, psicológica, sexual o


social que se ejerce dentro del ámbito familiar. Incluye la violencia hacia el cónyuge,
hijos/as, padres, madres, abuelos/as, hermanos/as, etc. La OMS la define como “los
malos tratos o agresiones físicas, psicológicas, sexuales o de otra índole, infligidas por
personas del medio familiar y dirigida generalmente a los miembros más vulnerables
de la misma: niños, mujeres y ancianos”.

El grupo de trabajo en Violencia y Familia de la Asociación Americana de


Psicología define la violencia o maltrato doméstico como:

“Un patrón de conductas abusivas que incluye un amplio rango de maltrato


físico, sexual y psicológico, usando por una persona en una relación íntima
contra otra, para ganar poder o para mantener el abuso de poder, control y
autoridad sobre esa persona” (Walker, 1999, p. 45).

En cambio, la violencia de género hace referencia a la violencia específica del


hombre contra la mujer dentro de una relación sentimental. Este tipo de violencia genera

62 | P á g i n a
el mantenimiento de la discriminación, desigualdad y relaciones de poder de los
hombres hacia las mujeres. La World Health Organization (2002) la define como:

“Aquellas agresiones que se producen en el ámbito privado en el que el agresor,


generalmente varón, tiene una relación de pareja con la víctima. Dos elementos
deben tenerse en cuenta en la definición: la reiteración o habitualidad de los
actos violentos y la situación de dominio del agresor que utiliza la violencia
para el sometimiento y control de la víctima”.

El concepto de Violencia de Género, se hizo visible gracias al Artículo 1 de la


Declaración sobre la Eliminación de la Violencia contra la Mujer de la Organización de
Naciones Unidas (Organización de las Naciones Unidas, 1995) propone la definición de
Violencia de Género como:

“Todo acto de violencia basado en el género que tiene como resultado posible o
real un daño físico, sexual o psicológico, incluidas las amenazas, la coerción o
la privación arbitraria de libertad, ya sea que ocurra en la vida pública o en la
privada”.

E incluye:

“La violencia física, sexual y psicológica en la familia, incluidos los golpes, el


abuso sexual de las niñas en el hogar, la violencia relacionada con la dote, la
violación por el marido, la mutilación genital y otras prácticas tradicionales
que atentan contra la mujer, la violencia ejercida por personas distintas del
marido y la violencia relacionada con la explotación; la violencia física, sexual
y psicológica al nivel de la comunidad en general, incluidas las violaciones, los
abusos sexuales, el hostigamiento y la intimidación sexual en el trabajo, en
instituciones educacionales y en otros ámbitos, el tráfico de mujeres y la
prostitución forzada; y la violencia física, sexual y psicológica perpetrada o
tolerada por el Estado, dondequiera que ocurra”.

A partir de esta definición, se comienza a concebir la violencia contra la mujer


como un atentado contra la integridad, dignidad y libertad de la mujer. La Ley Orgánica
1/2004, de 28 de diciembre, de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de
Genero, define la Violencia de Género en su artículo 1.1 como:

63 | P á g i n a
“… la manifestación de la discriminación, la situación de desigualdad y las
relaciones de poder de los hombres sobre las mujeres, se ejerce sobre éstas por
parte de quienes sean o hayan sido sus cónyuges o de quienes estén o hayan
estado ligados a ellas por relaciones similares de afectividad, aun sin
convivencia, y comprende todo acto de violencia física y psicológica, incluidas
las agresiones a la libertad sexual, las amenazas, las coacciones o la privación
arbitraria de libertad”.

En esta declaración se afirma y reconoce que la violencia contra la mujer


constituye una violación de los derechos humanos y de la libertad y que, además, se
trata de una manifestación de las relaciones de poder históricamente desiguales entre el
hombre y la mujer, siendo uno de los mecanismos sociales fundamentales con los que se
coloca a la mujer en una posición de subordinación respecto del hombre. Además, la
violencia de género contribuye a la morbilidad física y psicológica y a la mortalidad de
las mujeres entre 15 a 44 años a través de las distintas culturas (Fischbach y Herbert,
1997).

Asimismo, la Ley Orgánica 1/2004, de 28 de diciembre, establece algunos


criterios necesarios para poder diferenciar la violencia doméstica de la violencia de
género, los cuales son:

 Para poder utilizar el concepto de Violencia Doméstica, deberá


presentarse:

o Violencia física, psíquica o psicológica que produzca secuelas en


algún ámbito de la vida de la víctima.

o La violencia sea ascendente, descendente o miembros de la


familia, convivientes, o sobre otra persona integrada en el núcleo
de convivencia familiar, siempre y cuando no se trate del hombre
contra su pareja.

o La existencia de habitualidad, es decir, proximidad temporal entre


los hechos violentos.

 Mientras que, para poder utilizar el concepto de Violencia de Género,


deberá concurrir:

64 | P á g i n a
o Violencia física, psíquica o psicológica que produzca secuelas en
algún ámbito de la vida de la víctima.

o La violencia será ejercida sobre la pareja, esposa, ex pareja o ex


esposa del agresor, o cualquier otra relación de afectividad,
independientemente de que haya o no convivencia.

o La violencia deberá expresar discriminación de la mujer,


desigualdad o relación de poder del hombre sobre la mujer.

En 2011, el Convenio del Consejo de Europa sobre prevención y lucha contra la


violencia contra la mujer y la violencia doméstica (Art. 3, Estambul) establece que la
violencia contra las mujeres:

“Se deberá entender una violencia de los derechos humanos y una forma de
discriminación contra las mujeres, y designará todos los actos de violencia
basados en el género que implican o pueden implicar para las mujeres daños o
sufrimientos de naturaleza física, sexual, psicológica o económica, incluidas las
amenazas de realizar dichos actos, la coacción o la privación arbitraria de
libertad, en la vida pública o privada”.

2.2.2. Los tipos de Violencia de Género

El término de Violencia de Género define la violencia ejercida de un hombre


sobre una mujer basado en la discriminación, la desigualdad y las relaciones de poder
entre hombres y mujeres y dentro de una relación sentimental actual o anterior.

La violencia contra la mujer está presente dentro de la sociedad en todos los


ámbitos en los que se desenvuelven las mujeres. Dentro de las diferentes formas de
violencia contra la pareja, podemos identificar las siguientes entre otras: el abuso y
agresión sexual, el hostigamiento en espacios públicos, el acoso sexual en el ambiente
laboral, el tráfico de mujeres y prostitución forzada, la mutilación genital femenina, etc.

En concreto, la violencia contra las mujeres en el ámbito doméstico, es decir,


situaciones en las que el hombre ejerce cualquier tipo de violencia sobre la mujer dentro
de un marco de pareja, vínculo afectivo, con o sin convivencia (Instituto Canario de la
Mujer, 2007). Este tipo de violencia puede adoptar distintas formas, y determinados por

65 | P á g i n a
diferentes factores, las cuales son (Lila et al., 2010; Quinteros & Carbajosa, 2008; Van
Hoey, 2018; Van Hoey & Santolaya Prego de Oliver, 2019):

 Violencia y/o maltrato físico

Agrupa aquellas conductas dirigidas a generar daño físico de forma no


accidental a la otra persona. Estas conductas abarcan golpes, empujones,
bofetadas, puñetazos, contusiones, heridas que resulten en lesiones o
muerte de la víctima, destrucción de objetos o pertenencias. Además, se
puede manifestar activamente mediante golpes, contusiones, empujones,
etc. o de forma pasiva con la privación de cuidado médicos, la no actuación
de ayuda y socorro, etc.

El maltrato físico es considerado como el tipo de violencia más evidente y


el más fácil de identificar, por ello, suele ser al que se da más importancia
tanto al ámbito personal como social.

 Violencia y/o maltrato psicológico

Hace referencia a toda conducta que daña o causa sufrimiento emocional en


la víctima con la finalidad de controlar al otro, reduciendo y/o deteriorando
la autoestima, confianza y seguridad de la víctima así como aumentando su
vulnerabilidad. El maltrato psicológico se define, según Irigoyen (2006)
como toda manipulación ejercida sobre una persona para dominarla y
subordinarla.

Esta tipología no es visible, y puede resultar imperceptible, lo cual genera


dificultades para identificarlo y demostrarlo. Incluye insultos,
humillaciones, coacciones, desvalorizaciones, desprecios,
descalificaciones, críticas, chantaje emocional, amenazas, controlar a la
otra persona, etc. Además, estas conductas pueden tener como
consecuencia en la víctima: baja autoestima, desconfianza, inseguridades,
depresión, ansiedad, aislamiento social, trastorno por estrés postraumático,
etc.

66 | P á g i n a
 Violencia y/o maltrato sexual

Se define como toda conducta que amenace o vulnere el derecho de la


persona a decidir voluntariamente sobre su sexualidad.

Puede ser forzar o coaccionar para llevar a cabo actividades de índole


sexual como acoso sexual, violaciones maritales, obligar a prácticas
sexuales no deseadas, comentarios, tocamientos indeseados, insinuaciones
sexuales no deseadas o acciones para comercializar o utilizar de cualquier
otro modo la sexualidad de una persona mediante coacción.

 Violencia y/o maltrato social

Se refiere a todas las prohibiciones que va estableciendo el hombre a la


libertad de movimiento y de interacción de la mujer con personas ajenas a
la relación sentimental (familiares, amistades, compañeros de trabajo, etc.).

Comprende la limitación, control e inducción al aislamiento social y


familiar así como críticas o desprecio en presencia de otras personas,
hacerla sentirse culpable por querer/tener vida social, etc.

 Violencia y/o maltrato económico

Se da cuando la víctima no puede acceder a la economía doméstica porque


el agresor es quien lo controla. Este tipo de violencia intenta conseguir la
dependencia económica de la víctima hacia su agresor.

Incluye el control de la economía y de los gastos, la reducción o privación


de recursos económicos, el impedimento o prohibición a realizar
actividades remuneradas o a entregar sus ganancias, etc.

Hay que destacar que en la mayoría de los casos, la violencia no es ni un hecho


aislado ni de un único tipo sino que la violencia suele englobar diferentes tipos de
maltrato y esta violencia ir en aumento (Alcázar Córcoles & Gómez-Jarabo García,
2001; Quinteros & Carbajosa, 2008). Tal y como afirma Bonino (2004) “es un conjunto
de técnicas de coacción utilizados en un proceso de intento de dominación y control”.

67 | P á g i n a
2.2.3. El marco legal de la Violencia de Género

En 1975 se comenzó con las distintas reformas del Código Penal con el
propósito de conseguir llegar a la igualdad de todos los ciudadanos. Con ello, se derogó
la sumisión de la mujer al marido y se añadió nuevas disposiciones contra la
discriminación y hechos cometidos en el ámbito familiar, tal como la violencia
doméstica.

En 1989 se introdujo una incriminación específica (art. 425) que describía el


ejercicio de la violencia física habitual por parte del grupo familiar sobre el cónyuge,
hijos/as y otros convivientes.

La Organización de Naciones Unidas (Organización de las Naciones Unidas,


1995) establece por primera vez una definición oficial del concepto de Violencia de
Género en su Artículo 1 de la Declaración sobre la Eliminación de la Violencia contra la
Mujer:

“Todo acto de violencia basado en el género que tiene como resultado posible o
real un daño físico, sexual o psicológico, incluidas las amenazas, la coerción o
la privación arbitraria de libertad, ya sea que ocurra en la vida pública o en la
privada”.

El nuevo Código Penal de 1995, en su artículo 153, incluye los delitos de


lesiones dentro de una relación de afectividad y extendiendo la protección a hijos/as,
convivientes, personas dependientes a cargo,

En 1999, se añade al Código Penal la variante de violencia psíquica a la


violencia física habitual y, además, se establece los criterios para considerar un tipo de
violencia como “habitual”. Asimismo, se autoriza a los jueces a establecer la
prohibición de acercamiento del agresor hacia la víctima.

En 2002, la Ley Orgánica 8/2002 y 38/2002, de 24 octubre, de reforma parcial


de la Ley de Enjuiciamiento criminal sobre el procedimiento para el enjuiciamiento
rápido e inmediato de determinados delitos, y de modificación del procedimiento
abreviado, con el fin de agilizar los procedimientos, aprueba el enjuiciamiento
inmediato o rápido de los delitos menos graves aplicables a delitos y faltas leves de
violencia doméstica.

68 | P á g i n a
En 2003, destacar que la Ley Orgánica 11/2003 establece el maltrato habitual
dentro de los delitos contra la integridad moral mientras que la Ley Orgánica 15/2003
instaura una duración máxima más larga para penas de alejamiento y de comunicación
con la víctima. Asimismo, la Ley 27/2003, de 31 de julio, introduce la Orden de
Protección de las víctimas de violencia doméstica con el objetivo de formular
medidas legislativas que den una respuesta integral frente a la violencia doméstica.

Tal y como se ha especificado anteriores, a partir de la Ley Orgánica 1/2004, de


28 de diciembre, de medidas de protección integral contra la violencia de género, se
instaura un modelo integral integrado por intervenciones de diferentes instituciones y
profesiones para luchar contra este problema social. La ley en cuestión garantiza ciertos
derechos a las mujeres que hayan sido o son víctimas de violencia de género, con
independencia de su origen, religión, o cualquier otra condición personal y/o social, con
el fin de protegerlas y poder reiniciar su proyecto de vida. Los derechos que establece
esta ley son el derecho a la información, derecho a recibir asesoramiento jurídico,
derecho a la asistencia social integral, derecho a la asistencia jurídica gratuita, inmediata
y especializada, derechos laborales, derechos económicos y derecho a la escolarización
inmediata de los hijos/as.

Además, la Ley Orgánica 1/2004, de 28 de diciembre, incorpora la intervención


con hombres que han ejercido violencia de género y que además hayan sido condenados
por este tipo de delito a cumplir una medida penal alternativa. Se establece en su
artículo 42 que “la Administración Penitenciaria realizará programas específicos para
internos condenados por delitos relacionados con la violencia de género”. Con ello, se
endurecen las penas de violencia de género y se destaca la intervención terapéutica de
los condenados, es decir, la realización de programas de intervención en medidas
alternativas (fuera del ámbito penitenciario) a los penados por dicho motivo. Estos
programas se clasifican en 3 grupos diferentes:

1) La realización de forma voluntaria a los programas específicos en un


entorno penitenciario como parte del tratamiento. El seguimiento del
penado sería valorable a efectos de progresar de grado, optar a permisos,
acceder a la libertad condicional, etc. (art. 42).

2) Acatar la concesión de libertad condicional a la realización de programas


específicos de violencia contra la pareja. (art. 90).

69 | P á g i n a
3) Asistencia a estos programas como condición a la que deben atenerse los
condenados por violencia de género para poder conseguir la suspensión o
sustitución de pena privativa de libertad menos grave. (art. 83).

Según los Artículos 80.1 y 80.5 del Código Penal, si el penado no tiene
antecedentes penales y la pena impuesta no es superior a los dos años (o cinco años en
los casos de alcoholismo o de drogodependencia que hayan originado el delito), los
jueces tienen en su poder dejar en suspenso la ejecución de la pena. No obstante, los
jueces pueden condicionar la suspensión al cumplimiento de unas reglas de conducta,
tales como la participación del sujeto en un programa de tratamiento como sería el
Programa de Intervención para Agresores de Violencia de Género en Medidas
Alternativas (PRIA-MA).

De hecho, la modificación del art. 49 del Código Penal, posibilita el


cumplimiento de Trabajo en Beneficio a la Comunidad (TBC) a través de la
participación de penados en talleres o programas formativos. Así el art. 5.1 del Real
Decreto 840/2011, de 17 de junio, dispone que:

“Cuando las circunstancias o características vinculadas a la persona


condenada, o derivadas de su etiología, así lo aconsejen,….su participación en
talleres o programas formativos o de reeducación, laborales, culturales de
educación vial, sexual y otros similares, de los que la Administración
penitenciaria venga desarrollando como parte de las políticas públicas de esta
naturaleza, o que cuenten con su aprobación si el cumplimiento mediante esta
modalidad se realizará en un ámbito o institución no penitenciaria”.

La Ley Orgánica 4/2015, de 27 de abril, del estatuto de la víctima del delito, se


publica con la intención de regular los derechos procesales y extraprocesales de las
víctimas de delitos minimizando las secuelas traumáticas en lo moral. Con este
propósito, refiere el objetivo de:

“Ofrecer desde los poderes públicos una respuesta lo más amplia posible, no
solo jurídica sino también social, a las víctimas, no solo reparadora del daño en
el marco de un proceso penal, sino también minimizadora de otros efectos
traumáticos en lo moral que su condición puede generar”.

70 | P á g i n a
Finalmente, poner en evidencia la Ley Orgánica 8/2015, de 22 de julio, de
modificación del sistema de protección a la infancia y a la adolescencia, y la Ley
Orgánica 26/2015, de 28 de julio, de modificación del sistema de protección a la
infancia y a la adolescencia, las cuales incluyen la protección de hijos/as de las mujeres
víctimas de violencia de género, así como de los menores víctimas de otras formas de
violencia, en particular, de la trata de seres humanos.

2.2.4. Información estadística de la incidencia de Violencia de Género

A continuación, trataremos de plasmar los datos sobre la prevalencia


encontrados en los diferentes estudios a nivel mundial, a nivel europeo y a nivel
nacional. Existen dificultades para poder plasmar las cifras reales de violencia
domestica contra la mujer dado que, en muchos casos, no existe denuncia (Lila et al.,
2012).

A nivel mundial, las primeras investigaciones sobre violencia contra la mujer


que se realizaron a nivel mundial encontraron datos preocupantes sobre este fenómeno.
De forma más concreta, se analizó los estudios, todos ellos previos al año 1999,
realizados en 35 países. De estos estudios se concluye que entre el 10% y 52% de las
mujeres afirmaron haber sufrido maltrato físico por parte de su pareja en algún
momento de su vida, entre el 10% y 30% de las mujeres afirmaron haber sufrido
violencia sexual por parte de su pareja y entre el 10% y 27% de las mujeres declararon
haber sido objeto de abusos sexuales, siendo niñas o adultas (Bassham, 2008; World
Health Organization, 2002).

En 2005, la Organización Mundial de la Salud obtuvo una prevalencia de entre


el 15% y 71% de mujeres que contestaron haber sufrido violencia física o sexual a lo
largo de su vida, aunque en gran parte de los territorios evaluados se obtuvieron índices
entre el 24% y 53% (World Health Organization, 2005).

En 2013, la Organización Mundial de la Salud declaró la violencia de género


como “problema de salud global” con “proporciones epidémicas” tras obtener
resultados alarmantes en su informe sobre la violencia contra las mujeres. En dicho
informe se publicó que un 35% de las mujeres en el mundo han sufrido violencia física
y/o sexual por parte de una pareja. El 38% del número total de homicidios de mujeres se

71 | P á g i n a
debe a la violencia en el contexto de una relación de pareja. Asimismo, se obtuvo que la
prevalencia de violencia contra la pareja ronda el 23,2% en los países de ingresos altos,
el 24,6% en la región del Pacífico occidental, el 37% en la región del Mediterráneo
oriental y el 37,7% en la región de Asia sudoriental (World Health Organization, 2013).

A nivel europeo, en 2014 la Agencia de los Derechos Fundamentales de la


Unión Europea (European Union Agency for Fundamental Rights, FRA) realizó por
primera vez un informe sobre la violencia contra las mujeres y, en concreto, sobre la
violencia de género, en 28 países miembros de la Unión Europea.

Este informe puso en evidencia que, en el último año, 13 millones de mujeres


mayores de 15 años sufrieron violencia física, casi 4 millones habían sufrido violencia
sexual y 9 millones habían sufrido acoso. Asimismo, más de 60 millones de mujeres
europeas habían sufrido violencia física y/o violencia sexual en algún momento
determinado de su vida, siendo esto un tercio de la población femenina.
Simultáneamente, también encontraron que, dentro de las estadísticas anteriormente
plasmadas, el 22% de dichas mujeres habían sido víctima por parte de su pareja
sentimental (European Union Agency for Fundamental Rights, 2014). En cuanto a la
violencia psicológica, encontraron que un 47% de las mujeres europeas la habían
sufrido por parte de, al menos, alguna de sus parejas.

Destacar del informe europeo realizado en 2014 por la FRA que una de las cifras
más llamativas encontradas fue que alrededor del 70% afirmaron no haber denunciado
la violencia recibida dentro de la relación sentimental. Por todo ello y a modo de
conclusión, se refleja que las mujeres no suelen recurrir al sistema judicial cuando
sufren violencia de género y la sociedad y cultura no facilitan el cumplimiento de los
derechos de millones de mujeres europeas.

En 2016, la Unión Europea (UE) registró datos estadísticos alarmantes


relacionados con la violencia que sufre la mujer en la sociedad. De forma más
específica, contabilizó 788 mujeres asesinadas a mano de su pareja o familiar en los 16
países que colaboraron en la investigación en cuestión. Por otro lado, encontró que
cerca del 70% de las víctimas de trata fueron mujeres o niñas (European Institute for
Gender Equality, 2019).

Como resultado, el Eurobarómetro (2017) resaltó la necesidad de elaborar y


aplicar medidas de equidad entre hombre y mujer con el fin de erradicar la violencia

72 | P á g i n a
contra la mujer en todos los ámbitos de la vida cotidiana (laboral, social, familiar, de
pareja, etc.) así como establecer medidas de protección específicas para las víctimas que
hayan sufrido este tipo de violencia (Special Eurobarometer, 2017).

A nivel nacional, la Delegación del Gobierno para la Violencia de Género


realizó en 2015 la Macroencuesta de violencia contra la mujer donde se reflejó que el
8.4% de las mujeres mayores de 16 años y residentes en España había sufrido violencia
sexual, el 10.7% violencia física, el 11.2% violencia económica, el 13% violencia física
o sexual, el 22.8% violencia psicológica y emocional y el 26.4% reconoció haber
sufrido violencia psicológica de control. Concluyentemente estas estadísticas indican la
alta prevalencia de la violencia, concretamente de la violencia psicológica y emocional
dentro de nuestra sociedad (Delegación del Gobierno para la Violencia de Género,
2015).

A partir de los datos procedentes de la Delegación del Gobierno contra la


Violencia de Género del Ministerio de Igualdad (2020), se obtiene que 1.033 mujeres
han sido asesinadas a mano de su pareja entre el año 2003 y 2019. A nivel nacional
entre el año 2009 y el 2019 inclusive, el número de mujeres que han presentado
denuncias asciende a 1.557.875 mujeres víctimas, siendo la media anual de 141.625
denuncias. Asimismo, las comunidades autónomas que más número de denuncias
recogen son Andalucía (326.533 denuncias), la Comunidad de Madrid (248.204
denuncias), la Comunidad Valenciana (220.436 denuncias) y Cataluña (219.228
denuncias). Es importante recalcar que los datos correspondientes a las denuncias por
violencia de género se empezaron a contabilizar en 2006.

En el periodo entre el año 2010 y 2019, de promedio el 71.7% de los hombres


enjuiciados por violencia de género fueron condenados por ello y se adoptaron 27.857
órdenes y medidas de protección hacia las víctimas de violencia de género. De forma
más concreta, en 2019, se condenaron al 70.5% de hombres enjuiciados por violencia de
género y se establecieron 33.687 órdenes y medidas de protección hacia la víctima tras
denunciar por violencia de género (Observatorio contra la violencia doméstica y de
género, 2020).

73 | P á g i n a
2.2.5. El programa de intervención con agresores de Violencia de
Género

A raíz de la preocupación colectiva por la presencia así como la alta prevalencia


de la violencia contra la mujer, se endurecieron tanto las penas privativas como las no
privativas de libertad asociadas a la violencia de género y, además, se incluyó la
necesidad de que los hombres condenados por violencia de género fueran sometidos a
intervención con el objetivo de erradicar este tipo de violencia rehabilitando al agresor
(Fouce Fernández et al., 2020). Es entonces cuando se desarrolla el Programa de
Tratamiento en Prisión para Agresores en el Ámbito Familiar (Castillo et al., 2005).
Más adelante, se considera la necesidad de especificar más el programa y, por ello, se
actualiza al Programa de Intervención para Agresores de Violencia de Género (Ruiz et
al., 2010), también llamado PRIA, el cual se comienza a desarrollar de forma exclusiva
en prisiones nacionales. En el año 2015, se modifica e implanta el Programa de
Intervención para Agresores de Violencia de Género en Medidas Alternativas (Suárez
et al., 2015), denominado PRIA-MA.

La principal diferencia entre los condenados por violencia de género con


privación de libertad y los que acuden al programa en medidas alternativa, es la
voluntariedad en la participación de los programas de intervención. A los internos de los
centros penitenciarios se les ofrece la posibilidad de asistir al programa pudiendo
aceptar o no, además podrán abandonar el programa en el momento que deseen.
Mientras que los que son sometidos a medidas alternativas, se les ofrece realizar el
programa a cambio de no entrar a prisión o de trabajos en beneficio a la comunidad y,
en caso de que acepten voluntariamente asistir a la intervención, una vez empezado el
programa estarán obligados a acudir y terminar el programa de intervención.

El programa PRIA-MA se crea específicamente para hombres condenados por


violencia de género en España como medida alternativa, es decir, como medida penal
sustitutiva al ingreso en centro penitenciario o por Trabajo en Beneficio a la Comunidad
(TBC). Es importante recalcar que este programa concibe al agresor como un hombre
que por diversos factores ha usado la violencia en una situación determinada o de forma
reiterada con una persona, en este caso la pareja sentimental. Estos factores pueden ser
la mala gestión emocional, distorsiones cognitivas, celos, impulsividad, escasas
habilidades sociales y/o de comunicación, déficit para resolver problemas y conflictos,
creencias sexistas, etc. (Fouce Fernández et al., 2020; Suárez et al., 2015).

74 | P á g i n a
El programa PRIA-MA tiene una duración estimada de 10 meses y consiste en
una intervención psicológica grupal con un enfoque cognitivo-conductual que integra la
perspectiva de género. Los objetivos principales del programa son (Echeburúa, 2013;
Suárez et al., 2015):

1. Erradicar las conductas violentas en la pareja y reducir la reincidencia


con la misma pareja o con futuras parejas, favoreciendo la seguridad y
protección de las víctimas.
2. Modificar los factores de riesgo dinámicos relevantes en este tipo de
delitos.
3. Conseguir que los usuarios se responsabilicen de su comportamiento
agresivo.
4. Adquisición de conductas prosociales y mejoras en el funcionamiento
psicológico de los usuarios del programa.

En cuanto a la estructura del programa, éste cuenta con 3 fases diferenciadas


(Fouce Fernández et al., 2020; Suárez et al., 2015; Van Hoey, 2018):

1. Fase de evaluación y de motivación.

En esta fase se realizan 3 entrevistas individuales motivacionales donde se


trabaja para aumentar la motivación al cambio, crear un plan motivacional
individualizado y eliminar las resistencias del participante. El objetivo de
estas entrevistas es favorecer la adherencia a la intervención, generar una
adecuada alianza terapéutica y, finalmente, promover la motivación al
cambio. Para finalizar esta fase, se realiza una primera sesión grupal de
presentación, resolución de dudas, establecimiento de normas y puesta en
común de los objetivos motivacionales de los usuarios.

2. Fase de intervención.

Esta fase cuenta con 32 sesiones grupales de 2 horas de duración,


divididas en 10 módulos (Tabla 2). Las sesiones se componen de una
primera parte de exposición psicoeducativa donde se explican los
contenidos básicos de cada temática y, de una segunda parte, de
realización de dinámicas y ejercicios individuales o grupales.

75 | P á g i n a
Tabla 2
Distribución de módulos y sesiones del Programa PRIA-MA
MÓDULOS SESIONES
1. Inteligencia emocional 3
2. Pensamiento y bienestar 3
3. Género y nuevas masculinidades 2
4. Habilidades de autocontrol y gestión de la ira 4
5. La capacidad de ponernos en el lugar de los demás: 3
la empatía
6. Cuando sentimos miedo de perder a alguien: los 4
celos
7. Antídotos contra la violencia psicológica 4
8. Afrontando la ruptura y construyendo relaciones de 4
pareja sanas
9. Pensando en los menores 3
10. Afrontando el futuro 2
Fuente: Secretaría General de Instituciones Penitenciarias. Ministerio del Interior,
2015.

3. Fase de seguimiento.

En esta fase se realiza una sesión individual tras un mes de la finalización


del programa. Con esta entrevista se pretende valorar los cambios
específicos de cada participante y cerrar la intervención.

Como indican Bennett y Williams (2001), señalaron la relevancia de conocer la


efectividad de los programas de intervención para hombres que ejercen la violencia de
género debido, al menos, a tres razones:

1) Se derivan un número considerado de hombres penados por violencia de


género a realizar estos programas y la sociedad confía en la efectividad y
resultados positivos de los mismos.

2) Incluso después de la condena y/u orden de alejamiento, muchas mujeres


deciden continuar en la relación sentimental con su agresor. El hecho de
que los hombres acudan a una intervención psicológica efectiva puede
suponer una esperanza para un posible cambio en la relación.

76 | P á g i n a
3) Los profesionales que realizan estas intervenciones quieren y deben ser
conocedores tanto de su eficacia como de sus limitaciones, dado que esto
les ayudará a saber a qué usuarios les beneficiará más y en qué elementos
o variables incidir por su relevancia en el proceso de cambio.

Generalmente se ha evaluado la eficacia de estos programas mediante la


reincidencia, sin embargo esto puede ser problemático a la hora de sacar conclusiones
dado que el nivel de reincidencia dependerá del periodo del seguimiento (6 meses, 1
año, 5 años, 10 años, en adelante) y según Saunders (2008), de lo que se considere
reincidencia (nueva denuncia, nueva condena, ingreso a prisión, entre otros). Según
Gondolf (2000), la evidencia empírica refleja que los seis primeros meses tras la
intervención suelen ser los más críticos en cuanto a reincidencia. Sin embargo, si
únicamente nos basamos en el factor de la reincidencia, perdemos todo el resto de
información, como pueden ser los cambios específicos producidos en los usuarios a raíz
de la intervención psicológica. Por ello, es necesario además de evaluar la reincidencia,
observar y medir el cambio conductual y emocional tras la realización de estos
programa. En definitiva, para valorar la eficacia de estos programas no podemos
basarnos en una única medida de éxito terapéutico sino que debemos tener en cuenta un
conjunto de variables.

Con respecto a los resultados obtenidos por los distintos estudios realizados
sobre la eficacia de los programas de intervención con hombres penados por violencia
de género, se pueden concluir como aspectos más relevantes los que se presentan en la
siguiente tabla (Tabla 3).

Tabla 3
Eficacia de los programas de intervención con hombres penados por violencia de
género

Año de
Autores Resultados obtenidos
publicación

Echeburúa y Realizaron un estudio cuasi-experimental con una


Fernández- 2009 muestra de 148 hombres en prisiones por violencia de
Montalvo género y obtuvieron una disminución significativa en

77 | P á g i n a
sesgos cognitivos hacia la mujer y el uso de la violencia,
la impulsividad y la ira y, además de aumentos
significativos en la autoestima de los agresores de este
tipo de violencia.

Estudiaron la reincidencia con una muestra de 170


hombres condenados por violencia de género y
obtuvieron que únicamente un 8.8% (15 de 170) habían
Pérez y
2010 vuelto a delinquir el siguiente año tras la realización del
Martínez
programa de intervención psicológica en violencia de
género. Concretamente, volvieron a ser denunciados por
violencia de género un 6.4% y por otro delito un 2.4%.

Realizaron un seguimiento a 40 hombres condenados a


prisión por un delito de violencia de género que
realizaron el programa de intervención para agresores de
Loinaz et al. 2011 violencia de género en centros penitenciarios.
Obtuvieron que la reincidencia en la comisión de un
nuevo delito relacionado con violencia de género fue del
15%.

Con una muestra de 770 hombres condenados por


violencia de género y derivados para realizar un
programa de intervención en medidas alternativas,
Pérez, Giménez- obtienen como resultado un efecto significativamente
Salinas, y de 2012 positivo en la disminución de actitudes sexistas, menos
Juan celos, menos impulsividad, menos ira y hostilidad y
mejor autocontrol, mayor asunción de responsabilidad,
mayor empatía. Por otro lado, solo el 4.6% de los
usuarios volvieron a reincidir tras la intervención.

Destacan la efectividad que se encuentra para las


intervenciones basadas en tratamientos específicos y para
Arias, Arce y
2013 aquellas intervenciones de mayor duración. Sin embargo,
Vilariño
estos autores encuentran que el tratamiento de los
maltratadores tiene un efecto positivo, pero no

78 | P á g i n a
significativo, por lo que matizan la insuficiente evidencia
empírica para poder sacar conclusiones científicas.

En su investigación para conocer la efectividad de los


programas de intervención en prisión, compararon tres
tipos de intervención: programa emocional, tratamiento
cognitivo-conductual y sin tratamiento. Obtuvieron los
resultados más positivos en el grupo que recibió el
programa emocional, presentaba menos pensamientos
Rodríguez-
distorsionados sobre la mujer y sobre el uso de la
Espartal y 2013
violencia así como mayores expectativas de cambio. El
López-Zafra
segundo con mejores resultados fue el grupo cognitivo-
conductual. Respecto al grupo control, no sólo no se ha
producido un descenso sino que aumentaron sus
puntuaciones. Esto implica que la ausencia de
tratamiento, sea del tipo que sea, es perjudicial y ayuda a
asentar las ideas negativas sobre las mujeres.

En su investigación, encontraron que tras la realización


Van Hoey,
del programa de intervención para agresores de violencia
Moret-Tatay,
de género, los agresores de violencia de género obtenían
Santolaya Prego 2019
puntuaciones significativamente mayores en habilidades
de Oliver &
sociales y empatía y puntuaciones significativamente
Beneyto-Arrojo
inferiores en celos románticos e ira.

2.2.6. El perfil de los agresores de Violencia de Género


Lo primero a tener en cuenta a la hora de definir o establecer el perfil tipo de los
agresores de violencia de género es que no existe un perfil heterogéneo, no hay un rasgo
típico o característico que simbolice el agresor (Alcázar Córcoles & Gómez-Jarabo
García, 2001), es decir, no todos los hombres que agreden o maltratan a sus parejas son
iguales ni actúan de la misma forma y las causas o motivos de sus agresiones no las
mismas.

79 | P á g i n a
Según el autor Dohmen (1995), citado en Quinteros & Carbajosa (2008), el
agresor en violencia de género se puede definir como la persona de sexo y género
masculino que ejerce un maltrato de diversa índole, ya sea física, emocional, sexual,
social, etc., de forma exclusiva e intencional sobre la persona vinculada afectivamente
con él, es decir, su pareja sentimental.

Varios autores han intentado describir una clasificación única, no obstante no


hay datos empíricos sólidos que apoyen una única clasificación. Sin embargo, destaca la
clasificación de Holtzworth-Munroe & Stuart (1994), la cual es la más utilizada en este
ámbito. Estos autores diferencian 3 tipos de maltratadores en función de 3 variables
relevantes: el funcionamiento psicológico, la extensión de la violencia y la gravedad de
la conducta. A continuación, se describe la clasificación que desarrollaron (Holtzworth-
Munroe & Stuart, 1994):

 Maltratadores limitados al ámbito familiar (sobrecontrolados): este grupo


representa aproximadamente entre el 45% y el 50% de los maltratadores.
Estos sujetos son violentos fundamentalmente dentro del ámbito familiar
(contra su pareja e hijos). Maltratan psicológicamente como un reflejo de sus
carencias personales, su violencia es de menor frecuencia y gravedad que en
los grupos restantes.

 Maltratadores borderline/disfóricos (impulsivos): este grupo representa


alrededor del 25% de los maltratadores. Los individuos de este grupo suelen
ser violentos (física, psicológica y/o sexualmente), con una intensidad que
oscila entre moderada y alta. La violencia va dirigida habitualmente contra
su pareja y los restantes miembros de la familia (aunque a veces se pueden
comportar también violentamente fuera del ámbito familiar). Este tipo es el
que suele presentar mayores problemas psicológicos, tales como alta
impulsividad, inestabilidad emocional e irascibilidad; además pierden
rápidamente el control de sus emociones, frecuente la ira o el enfado, lo cual
encaja con el Trastorno de Personalidad borderline.

 Maltratadores violentos en general/antisociales (instrumentales): este grupo


supone el 25% de los maltratadores y hace un uso instrumental de la
violencia física y psicológica, que se manifiesta de forma generalizada (no
limitada al hogar) como una estrategia de afrontamiento para conseguir lo

80 | P á g i n a
deseado y superar sus frustraciones. En comparación con los otros tipos, la
violencia que suelen manifestar es de mayor frecuencia e intensidad.

 Holtzworth-Munroe et al. (2000) hallaron un cuarto tipo: antisociales de bajo


nivel (ubicados entre los hombres violentos sólo en el hogar y aquellos que
son violentos en general y con características antisociales).

Varios autores han descrito las distintas características más habituales que se
encuentran en esta población (Echeburúa et al., 2003; Echeburúa, Amor, et al., 2009;
Echeburúa & Fernández-Montalvo, 2009; Fernández-Montalvo et al., 2005; Fernández-
Montalvo & Echeburúa, 1997, 2008; Filardo Llamas, 2013; Hamberger & Hastings,
1988; Lila et al., 2012; O’Leary, 1993; Quinteros & Carbajosa, 2008; Saunders, 1995;
White & Gondolf, 2000). A continuación, se describirán estos rasgos clasificados en
aspectos conductuales, cognitivos, emocionales e interaccionales (Van Hoey &
Santolaya Prego de Oliver, 2019):

 Aspectos conductuales: Resistencia al cambio relacionada con la negación,


minimización y justificación de las conductas violentas y, más
específicamente, del delito cometido de violencia de género; Alta
deseabilidad social; Bajo control de impulsos; Abuso de sustancias
adictivas (mayoritariamente abuso de alcohol, seguido del consumo de
drogas). No se debe olvidar que el abuso de alcohol o drogas funciona
como un desinhibidor que facilita la conducta violenta, pero no la provoca.

 Aspectos cognitivos: Negación, minimización y/o justificación de la


conducta violenta, es decir, baja responsabilización de los propios actos
violentos y culpabilización a la víctima; Escasez de empatía; Rigidez
cognitiva; Creencias irracionales y sexistas y distorsiones cognitivas.

 Aspectos emocionales: Baja autoestima; Dependencia emocional; Celos


patológicos (considerados como uno de los factores claves en la violencia
de género); Baja tolerancia a la frustración; Mala gestión emocional;
Dificultad de expresión de las emociones.

 Aspectos interaccionales: Conductas de control hacia la pareja; Déficit de


habilidades sociales, habilidades de comunicación y de resolución de
problemas y conflictos; Escasa asertividad; Ausencia de apoyo social.

81 | P á g i n a
Con respecto a los Trastornos de la Personalidad más frecuentes en los hombres
penados por violencia contra la pareja según los estudios realizados en esta población,
encontramos mayoritariamente el Trastorno Obsesivo-Compulsivo (TOC), seguido del
Trastorno Antisocial y del Trastorno Dependiente. De hecho, Boira & Jodrá (2010)
obtuvieron en sus estudios que el 47.9% de los casos puntuaron significativamente en la
escala de TOC del MCMI-II. En la investigación de Fernández-Montalvo & Echeburúa
(2008) un 57.8%. Ruiz-Arias & Expósito (2008) pusieron en evidencia puntuaciones
similares a las anteriores en la presencia de TOC en esta muestra. En cuanto al
Trastorno Antisocial, Johnson et al. (2006) encontró que el 47% de los maltratadores
puntuaron en la escala de Trastorno Antisocial. Sin embargo, otros estudios encontraron
cifras más bajas: Fernández-Montalvo & Echeburúa (2008) encontraron el Trastorno
Antisocial en un 19.7% de esta población mientras que Hart et al. (1993) estimaron que
los maltratadores antisociales constituyen aproximadamente el 25% de los usuarios de
los programas de intervención para agresores de violencia de género. Por otro lado,
Fernández-Montalvo & Echeburúa (2008) también hallaron el Trastorno Dependiente
en un 34.2% de la muestra.

De la misma forma, Johnson et al. (2006) obtuvo en su estudio que el 28%


puntuaron en la escala de Trastorno Límite de la Personalidad y que el 13% puntuaron
en el Trastorno Narcisista. Echeburúa & Fernández-Montalvo (2007) obtuvieron cifras
cercanas a un 12% en Psicopatía en los agresores. También encontraron Trastornos
Emocionales, especialmente de ansiedad y depresivos.

2.3. Análisis de la relación entre empatía y violencia de género

2.3.1. Relación entre la empatía y la violencia

La agresividad es un factor interno, un mecanismo evolutivo de adaptación que


consiste en la tendencia al uso de manera intencionada de conductas consideradas como
de ataque (ya sea en su vertiente física, conductual, cognitiva y/o emocional)
(Berkowitz, 1996; Carrasco & González, 2006). Sanmartin (2002) define la agresividad
como una reacción instintiva y automática de autoprotección o supervivencia. El
comportamiento agresivo se define como cualquier comportamiento que vaya dirigido
hacia otra persona con la intención inmediata o próxima de causar daño bien físico bien
emocional en la otra persona (Baron & Richardson, 1994).
82 | P á g i n a
Por una parte, la RAE (2019) define el concepto de agresión como “acto de
acometer a alguien para matarlo, herirlo o hacerle daño” y el concepto de agresividad
como “la tendencia a actuar o a responder violentamente”. Mientras que, por otra
parte, la RAE (2019) define el concepto de violento como “dicho de una persona que
actúa con ímpetu y fuerza y se deja llevar por la ira; que implica el uso de la fuerza,
física o moral; que está fuera de su natural estado, situación o modo”.

La principal diferencia existente entre la agresividad y la violencia consiste en


que la agresividad es innata, es decir, los seres humanos somos agresivos por
naturaleza, mientras que la violencia es una agresividad descontrolada (Sanmartin,
2002). La violencia es el resultado de la interacción recíproca y continua entre aquello
con lo que hemos nacido (de nuestra filogenia, la agresividad) y del contexto en el que
se desarrolla (entendido desde una perspectiva amplia, desde la familia hasta la cultura),
y que se precipita en conductas que, por acción u omisión, tienen una alta probabilidad
de causar daño a terceros (Sanmartin, 2013). La violencia es una respuesta derivada de
factores culturales aprendidos a través del aprendizaje y condicionado por factores
individuales y sociales (Murueta & Guzmán, 2015).

La APA define el comportamiento violento como el patrón de conducta


caracterizado por una conducta, generalmente persistente y repetitiva, donde no se
mantienen normas sociales ni respeto hacia los derechos de los demás (American
Psychological Association, 2002).

Podemos afirmar que la empatía, al igual que la violencia, han coexistido en


nuestra historia como especie como mecanismos fundamentales para nuestra
supervivencia, al haber sido ambas necesarias para la adaptación del ser humano a
distintos contextos inter e intraespecíficos. Sin embargo, en la actualidad, y tras haber
avanzado la sociedad y la especie, la violencia se ha hecho cada vez menos necesaria.
Mientras que otras cualidades, como el autocontrol, la tolerancia y la cooperación se
han hecho más visibles e imprescindibles (De Waal, 2011). Todos los seres humanos
nacemos con una predisposición biológica a ser empáticos y a ser violentos, pero la
educación, el aprendizaje, las experiencias y el ambiente en el que nos desarrollamos
será el que regulará qué variables necesitaremos desarrollar (Moya-Albiol, 2011).

Desde que se comenzó a definir y estudiar la variable de empatía, se abordó su


efecto en el comportamiento de los seres humanos, especialmente relacionándola con el

83 | P á g i n a
concepto de prosocialidad, y en los diferentes aspectos de la personalidad, como la
agresividad (Cardozo et al., 2011). Si bien conceptualizar la empatía sigue siendo una
controversia, hay evidencia fundamentada y aceptada por la comunidad científica sobre
la relación positiva entre la empatía y la conducta prosocial (Fuentes et al., 1993;
Hoffman, 2002; Retuerto Pastor, 2004). La empatía está además considerada como una
variable fundamental a la hora de intervenir en las conductas antisociales y promover
conductas prosociales (Loinaz, 2010) y en el estudio y análisis de la conducta humana,
dado su utilidad tanto en el estudio de la psicopatología como en el de la conducta
prosocial (Fernández-Pinto et al., 2008).

Asimismo, distintas investigaciones plasmaron además de la relevancia de la


capacidad de la empatía como facilitadora de las conductas prosociales, la relación
negativa existente entre la empatía y las conductas agresivas y violentas (Cardozo et al.,
2011; Eisenberg & Miller, 1987; Garaigordobil & De Galdeano, 2006; Hoffman, 1975,
1987, 2002; Mestre et al., 2008; Miller & Eisenberg, 1988; Moya-Albiol, 2011;
Retuerto Pastor, 2004). Esto nos indica que las personas que presenten unos niveles
adecuados de empatía mostrarán menos agresividad y violencia debido a que tendrán
una mayor capacidad para ponerse en el lugar del otro, mostrará mayor sensibilidad
emocional con la otra persona y será más consciente de las posibles consecuencias
negativas de sus acciones agresivas tanto para él mismo como para las demás personas
(Mestre Escrivá et al., 2002). Eisenberg et al. (2010) pusieron en evidencia la
correlación entre la empatía y conductas prosociales, inhibición de agresividad,
conductas antisociales y la calidad de relaciones intergrupales.

De hecho, se ha demostrado que los déficits de empatía actúan como una


variable moduladora de la conducta violenta, mientras que el funcionamiento
normotípico de la empatía actúa como un factor protector, inhibiendo la agresividad y
violencia y promoviendo el altruismo y conductas prosociales (Day et al., 2010; Moya-
Albiol, 2011; Van Hoey & Santolaya Prego de Oliver, 2019). De forma más específica,
las personas con niveles altos de empatía experimentan más fácilmente reacciones
emocionales negativas ante indicadores de sufrimiento de otras personas. Además, el
comprender cognitiva y emocionalmente a la otra persona aumenta el deseo de ayudar a
dicha persona y, con ello, de sentir compasión, lo cual aumentará la probabilidad de que
se produzca una conducta prosocial (Eisenberg & Miller, 1987). Todo ello fue hallado

84 | P á g i n a
también por otros autores, los cuales concluyeron que existía una fuerte correlación
negativa entre la empatía y la conducta agresiva (Cardozo et al., 2011; Garaigordobil &
De Galdeano, 2006; Miller & Eisenberg, 1988).

Es también relevante lo que los autores Garaigordobil et al. (2003) pusieron en


evidencia en su estudio, encontrando que la población adolescente con puntuaciones
elevadas en la variable de empatía mostraba un autoconcepto más alto y positivo.
Destacar que la autoestima alta correlaciona con personas más seguras y capaces en sus
relaciones interpersonales, por tanto, esto promoverá conductas y actitudes prosociales y
empáticas (Cardozo et al., 2011). Otros autores encontraron resultados similares en la
misma población. De forma más concreto, Garaigordobil & De Galdeano (2006)
señalaron que puntuaciones altas en empatía correlacionaba de forma positiva con alta
autoestima, alta identificación emocional, mayores conductas sociales positivas (de
prosocialidad, de asertividad y de consideración hacia los demás) y menores conductas
sociales negativas (de agresividad, antisociales y de retraimiento).

Es igualmente interesante los resultados de Kanske et al. (2016), quienes


pusieron en evidencia que variables tales como la comprensión y el manejo social no
son una arquitectura única, sino más bien una red de funciones flexibles que están en
interacción, es decir, que se afectan pero que no son dependientes. En concreto, estos
autores evaluaron a nivel neuronal y conductual la relación ente la empatía y la
mentalización en una muestra de 178 sujetos, los resultados arrojaron que en situaciones
donde se experimentaba una alta carga emocional, la expresión de la empatía (afectiva)
podría influir degradando la capacidad de atribuir estados mentales (empatía cognitiva).
Estos datos son especialmente relevantes dado que evidencian el papel de la carga
emocional en el proceso de la empatía (afectiva) y la mentalización (que contiene un
componente de empatía cognitiva). En Violencia de Género, los actos violentos en
muchas ocasiones se propician tras algún acontecimiento con carga emocional como
puede ser una discusión fuerte en la pareja, problemas en la actividad laboral, a nivel
familiar, etc. Por lo tanto, un acontecimiento con carga emocional generará en el agresor
una alta empatía (afectiva) hacia su víctima, la cual afectará negativamente a la empatía
cognitiva, es decir, a la capacidad de comprender los pensamientos y estados mentales
de la víctima.

85 | P á g i n a
2.3.2. Análisis de la empatía en los agresores.

La mayoría de las investigaciones acerca de la empatía en agresores se ha


realizado en delincuencia sexual y, en mucha menor medida, con agresores de violencia
de pareja, a pesar de que la empatía es una variable que corresponde a uno de los
módulos de intervención que se realizan tanto para los programas de intervención con
agresores sexuales como para los agresores de violencia de género en los centros
penitenciarios y en medidas alternativas (Van Hoey & Santolaya Prego de Oliver,
2019).

Dentro del contexto de la delincuencia, se entiende la empatía como la capacidad


de expresar compasión hacia las víctimas de hechos delictivos y/o violentos (Carich et
al., 2003). Por ello, es importante diferenciar entre la empatía general y la empatía hacia
la víctima y, de la misma forma, la empatía hacia las víctimas en general y la empatía
hacia la propia víctima. Generalmente, el constructo más específico de empatía hacia las
víctimas se ha estudiado e investigado en ámbitos como agresores sexuales, acosadores
escolares y maltrato infantil pero escasamente en violencia hacia la mujer, donde se
suele investigar únicamente el primer factor, la empatía general. Es necesario entender
que un sujeto puede tener empatía general pero no hacia su propia víctima. De hecho,
las investigaciones con los delincuentes sexuales han demostrado que esta población
siente menos empatía hacia sus propias víctimas que hacia otras víctimas de asalto
sexual (Loinaz et al., 2018).

Muchos profesionales de este ámbito de trabajo resaltan la escasa empatía que


los delincuentes muestran por las victimas que generaron sus propios delitos (Hanson,
2003). De hecho, las investigaciones sobre los agresores sexuales demuestran lo mismo,
esta población no carece de empatía sino que presenta niveles especialmente bajos en
empatía hacia las víctimas de sus propios delitos (Martínez García, Redondo Illescas,
Pérez-Ramírez, García Forero, et al., 2008). Varios autores como Loinaz (2010) y Boira
et al. (2013) obtuvieron puntuaciones mayores en empatía y, más específicamente, en
subescalas de toma de perspectivas tras la intervención con esta población. Si bien, no
hay congruencia en todas las investigaciones. Por ejemplo, Day et al. (2010) afirman
que la empatía depende del contexto o de la víctima y, por tanto, no es un rasgo estable
ni influyente en el riesgo de reincidencia.

86 | P á g i n a
A principios del siglo XXI se realizó un estudio de la mano de Fernandez &
Marshall (2003) donde encontraron déficits de empatía hacia las víctimas por parte de
los propios agresores sexuales, mientras que, en contra de lo que una hipótesis lógica
nos diría, los niveles de empatía hacia las víctimas en general (ya sea en accidentes, o
incluso en agresiones sexuales no realizadas por el propio individuo) son iguales o
incluso superiores que otros delincuentes no sexuales. Esto puede ser causado por unos
déficits en el reconocimiento del daño causado por uno mismo, lo cual es ampliamente
trabajado en los programas de intervención con delincuentes (Martínez García, Redondo
Illescas, Pérez-Ramírez, & García Forero, 2008).

Si bien es cierto que en general los individuos con conductas que quebrantan la
legalidad o las normas de convivencia de forma sistemática muestran unos resultados
menores en la variable empatía en comparación con aquellos que no las realizan
(Herrero, 2007). Winter et al. (2017) encontraron en su estudio con sujetos con
antecedentes legales de delitos violentos que éstos presentaban niveles de empatía
reducidos frente al sufrimiento de otras personas. Asimismo, otros autores como Jolliffe
& Farrington (2004) o Van Langen et al. (2014), ambos en su metaanálisis, encontraron
que la empatía cognitiva está más relacionada con la delincuencia que la empatía
afectiva, siendo la subescala Toma de perspectiva cognitiva más influyente y mostrando
una relación negativa más fuerte entre empatía y agresión. Otros autores también
encontraron que la variable de empatía actúa como agente inhibidor en la agresión
interpersonal y en la agresión verbal, siendo especialmente relevante la empatía
cognitiva en este proceso (Richardson et al., 1994).

En todo caso, hemos de resaltar el hecho de que la mayor parte de los estudios
encontrados sobre empatía no están realizados sobre población general (normalmente se
estudia la empatía y sus implicaciones en población infantojuvenil, delictiva o
penitenciaria) con lo que se dificulta su extrapolación, e incluso encontramos que dentro
de aquellas poblaciones más estudiadas existen inconsistencias en los resultados, como
muestran Smallbone et al. (2003), con el caso de los agresores sexuales (Martínez
García, Redondo Illescas, Pérez-Ramírez, & García Forero, 2008). Efectivamente,
Vachon et al. (2014) realizaron un metaanálisis y encontraron que la relación entre la
empatía y la agresión era muy débil.

87 | P á g i n a
Existe escasa literatura específica acerca de la empatía en los agresores de
Violencia de Género. Loinaz (2010) encontró en su estudio acerca de la empatía en los
agresores de violencia de género en prisiones que las escalas del cuestionario IRI más
relevantes en la población en cuestión es la Toma de perspectiva y la Preocupación
empática. Asimismo, relacionó las variables de ira (a partir del cuestionario STAXI-2)
con la empatía (a través del cuestionario IRI) y encontró que la escala Toma de
perspectiva mostraba una mayor correlación negativa con la variable ira, es decir, tener
la capacidad intelectual o imaginativa de ponerse en el lugar de otra persona está
aparejado con menores niveles de sentimientos de ira.

En cuanto a los resultados de la capacidad de empatizar tras la realización del


programa de intervención para hombres condenados por Violencia de Género, se
obtienen resultados positivos utilizando el Índice de Reactividad Interpersonal (IRI), es
decir, la investigación indica que existe una mejora significativa en la empatía tras el
tratamiento (Boira et al., 2013; Loinaz, 2010), siendo la mejora primordialmente en la
subescala de empatía cognitiva (Romero‐Martínez et al., 2019). Asimismo, en otro
estudio se utilizó el Test de Empatía Cognitiva y Afectiva (TECA) y se obtuvieron
resultados significativamente más altos en Empatía, y, específicamente, en Toma de
perspectiva y Alegría empática (Van Hoey et al., 2019). Covell et al. (2007)
encontraron que el aprendizaje de habilidades empáticas en maltratadores influía
directamente en la reducción de comportamientos violentos así como en el aumento de
comportamientos prosociales. Sin embargo, estos autores afirmaron que existía una alta
probabilidad de que además de la empatía estuvieran involucradas más habilidades
sociales en el ejercicio de la violencia en la relación de pareja.

Todos estos datos nos indican la necesidad de seguir investigando este factor así
como la empatía hacia las víctimas y la propia víctima. El estudio de la empatía en
población delincuente es relevante dado que, por una parte, este constructo es una parte
importante de los programas de intervención con agresores y a pesar de ello existen
pocas evidencias científicas de su efecto en la reducción de la reincidencia.

Y, por otra parte, Loinaz et al. (2012) afirmaron que si una persona presenta la
capacidad de empatizar y es consciente de los efectos que generan sus propias acciones
sobre las demás personas, la probabilidad de que ésta persona use la violencia sobre
otras personas será menor.

88 | P á g i n a
Por último, es importante tener en cuenta que la presencia de niveles adecuados
de empatía está relacionado con el reconocimiento emocional, habilidades sociales y
resolución de conflictos, lo cual podría influir directamente en la satisfacción en la
relación de pareja y, por tanto, la disminución de violencia en dicha relación (DeKoven
Fishbane, 2011; Long et al., 1999; Perrone-McGovern et al., 2014; Waldinger et al.,
2004).

89 | P á g i n a
3. OBJETIVOS E HIPÓTESIS

3.1. Objetivos

Los objetivos generales de esta tesis doctoral son, por una parte, realizar una
revisión bibliográfica de los conceptos de empatía, violencia contra la pareja así como
de los estudios que relacionen ambas variables y, por otra parte, valorar la existencia de
diferencias significativas en empatía general, en los componentes cognitivos de la
empatía (Adopción de perspectivas y Comprensión emocional) y en los componentes
afectivos de la empatía (Estrés empático y Alegría empática), en la relación entre la
empatía y el reconocimiento emocional y, finalmente, en las diferencias entre empatía
general, empatía hacia las víctimas y empatía hacia la propia víctima en población de
hombres condenados por Violencia de Género en la Comunidad Valenciana y que estén
realizando el Programa de Intervención para Agresores de Violencia de Género en
Medidas Alternativas (PRIA-MA).

Los objetivos específicos que se han planteado son los siguientes:

a) Establecer un perfil sociodemográfico y psicológico de los hombres que


han agredido a sus parejas y acuden a un programa de intervención
psicológico por dicho motivo.

b) Valorar las diferencias en empatía cognitiva y empatía afectiva en hombres


penados por Violencia de Género y población normal.

c) Evaluar los efectos de un Programa de Intervención en Agresores de


Violencia de Género (PRIA-MA) de 10 meses sobre la empatía cognitiva y
afectiva, así como la empatía hacia la víctima.

3.2. Hipótesis

La hipótesis general que hemos planteado es que los hombres condenados por
Violencia de Género presentan niveles más bajos de empatía general, de empatía
cognitiva y de empatía afectiva que los grupos de hombres control.

91 | P á g i n a
Las hipótesis específicas que se han planteado son las siguientes:

H1. Los hombres penados por violencia de género presentan un perfil de


mediana edad, con estudios secundarios y con un nivel socioeconómico bajo.
Esta hipótesis se apoya en la literatura previa en nuestro país, como por
ejemplo el trabajo de Fernández-Montalvo, Echauri, Martínez, & Azkárate
(2011). Estos autores indicaron que indicaron la edad media de los
maltratadores en torno a los 39,4 años para subgrupos nacionales y 34,1 para
otros orígenes, así como un nivel sociodemográfico bajo. Si bien, estos
estudios se ubican hacia casi una década, se hipotetiza de esta manera que
este perfil se mantiene en rasgos generales.

H2. El grupo control presenta mayores puntuaciones en empatía general,


empatía cognitiva y empatía afectiva que el grupo de hombres penados por
violencia de género. Esta hipótesis se fundamentaría en los resultados
anteriormente descritos por Fernandez & Marshall (2003). En este caso, los
autores encontraron déficits de empatía hacia sus víctimas. Tal y como
describimos, esto puede ser causado por unos déficits en el reconocimiento
del daño causado por uno mismo, lo cual es ampliamente trabajado en los
programas de intervención con delincuentes (Martínez García, Redondo
Illescas, Pérez-Ramírez, & García Forero, 2008), y por tanto, esperamos los
resultados respalden la literatura previa.

H3. Los usuarios del programa de intervención para agresores de violencia de


género en medidas alternativas presentan puntuaciones más altas en todos los
aspectos trabajados durante las sesiones en comparación con las puntuaciones
previas a la intervención. Basándonos en la literatura previa, los diferentes
programas de intervención han mostrado resultados positivos en constructos
inherentes a la empatía (Boira et al., 2013; Lila et al., 2013; Loinaz, 2010).

H4: Los hombres penados por violencia de género presentan un peor


desempeño de la empatía afectiva en comparación con la empatía cognitiva.
Si bien, algunos estudios apuntan a una mejora de la empatía cognitiva tras
programas de intervención, consideramos de interés, explorar aspectos
subyacentes a la empatía emocional. En este sentido, nótese que varios
autores como Loinaz (2010) y Boira et al. (2013) obtuvieron puntuaciones

92 | P á g i n a
mayores en toma de perspectivas tras la intervención con esta población.
Además, consideramos dentro de este punto, no sólo las puntuaciones
tradicionales en escalas de empatía, sino además, su reflejo conductual en
tareas experimentales de reconocimiento de emociones (como por ejemplo
las emociones faciales) y la interrelación entre las dos medidas de empatía
(cuestionarios y tiempos de reconocimiento).

93 | P á g i n a
4. METODOLOGÍA

4.1. Participantes

Nos encontramos ante una muestra de participantes conformada por hombres


mayores de edad condenados por violencia de género con una sentencia menor a los dos
años y, por ello, derivados desde el Servicio de Gestión de Penas y Medidas
Alternativas de la Ciudad de la Justicia de Valencia a la Agrupación Psicofundación y
Psicología Sin Fronteras para realizar el Programa de Intervención para Agresores de
Violencia de Género (PRIA-MA) como medida alternativa al ingreso a prisión o a
cambio de Trabajos en Beneficio a la Comunidad (TBC). Se derivan a este tipo de
población a la realización del PRIA-MA en caso de que la condena no supere los 2 años
de prisión y debido a cualquier tipo de violencia contra la pareja (física, psicológica,
social o económica).

Los criterios de inclusión fueron hombres, mayores de edad, condenados por


“violencia de género” y derivados del Servicio de Gestión de Penas en Medidas
Alternativas para realizar el programa de intervención para hombres penados por
“violencia de género” (PRIA-MA). Mientras que los criterios de exclusión del
participante a la investigación fueron aquellos que no deseen participar, menores de
edad, dificultades de comprensión con el idioma, los participantes que no hayan
rellenado enteramente los cuestionarios administrados y los que deciden renunciar a su
participación a la largo de la intervención.

Es necesario destacar que el número de participantes en el momento PRE es


mayor que en el momento POST dado que a lo largo del desarrollo del programa de
intervención realizado con la muestra, se han dado varias bajas del programa debido a
motivos de salud y laborales, de motivación (faltas de asistencia y conductas
disruptivas) y de ingreso de prisión por otras sentencias.

De forma más específica, a continuación explicamos la muestra que ha


compuesto cada uno de los estudios realizados.

95 | P á g i n a
a) Participantes del estudio I

La población de este estudio se compone de 33 hombres mayores de edad


condenados por violencia de género y realizando el PRIA-MA entre 2017 y 2018 en la
Agrupación Psicofundación y Psicología Sin Fronteras en Valencia. Los datos
descriptivos de los participantes se describirán de forma exhaustiva en los resultados
obtenidos.

b) Participantes del estudio II

Una muestra voluntaria de 34 hombres penados por violencia de género que se


encontraban realizando, en el momento de la investigación, el Programa de Intervención
para Agresores de Violencia de Género en Medidas Alternativas (PRIA-MA) entre el
año 2017 y 2019. Un total de 6 hombres fueron eliminados del análisis por una tasa de
error mayor al 20%. Por tanto, sólo 28 de estos participantes fueron elegibles por
motivos de ejecución en la tarea. La media de edad fue de 47,3 años (DT=10,09).

c) Participantes del estudio III

Los participantes de este estudio fueron 78 hombres condenados por violencia de


género en Valencia que acudiendo al programa de intervención para agresores de
violencia de género entre 2017 y 2019. Por otro lado, se comparó los estudios de esta
muestra con población no condenada a violencia de género. Para ello, se incluyó a 78
hombres de edades similares a los de la muestra de hombres penados. La edad promedio
de ambas muestras es de 42 años. Con respecto al estado civil, en el grupo de agresor,
obtenemos que la mayoría está “soltero” (37.2%) o “divorciado” (37.2%), seguido de
“en una relación sentimental” (24.4%) y de “viudo” (1.3%). Mientras que en el grupo
control, la mayoría se encuentran “en una relación sentimental” (58.9%), seguido por
“soltero” (28.8%), “divorciado” (9.6%) y “viudo” (2.7%). Un gran porcentaje del grupo
control informó tener “estudios universitarios” (66.7%) mientras que, en el grupo de
perpetradores, el nivel de educación fue una variable repartida, teniendo el 29.9%
“estudios básicos”, el 20.8% “estudios intermedios”, el 19.5% “estudios superiores”, el
14.3% “estudios profesionales”, el 9.1% “estudios universitarios” y el 6.5% se
encontraban “sin estudios”.

96 | P á g i n a
d) Participantes del estudio IV

Los participantes fueron 36 hombres con condenas por agredir psicológicamente


o físicamente a sus parejas y que fueron condenados a la realización del programa
PRIA-MA durante el año 2019-2020 en la Agrupación Psicofundación y Psicología Sin
Fronteras en Valencia.

Para realizar los estadísticos, se dividió el grupo en dos subgrupos en función de


la situación sentimental de los participantes. Concretamente, representando el 58.3%
(21 participantes) los participantes sin pareja en el momento actual frente al 41.7% (15
participantes) que no tenían pareja en el momento actual.

e) Participantes del estudio V

Esta muestra fue la misma que la que se utilizó para el estudio I. Los
participantes fueron 33 hombres mayores de edad condenados por violencia de género y
realizando el PRIA-MA entre 2017 y 2018 en la Agrupación Psicofundación y
Psicología Sin Fronteras en Valencia.

4.2. Instrumentos

Los principales instrumentos utilizados se centraron en recogida de datos


sociodemográficos, datos legales y administración de pruebas.

De forma más específica, a continuación explicamos la muestra que ha


compuesto cada uno de los estudios realizados.

a) Instrumentos del estudio I

Para el presente estudio se administró a los participantes una encuesta donde se


recogieron, por un lado, los datos sociodemográficos referentes a variables de edad,
nacionalidad, número de hijos, nivel educativo, situación laboral, estado civil y, por otro
lado, los datos relacionados con los antecedentes penales de los usuarios del programa
PRIA-MA, los cuales contenían antecedentes legales, tipo de delito cometido y tipo de
condena por dicho delito.

Asimismo, se administró el Inventario Clínico Multiaxial de Millon-II (MCMI-


II). Este cuestionario se utiliza para la evaluación de la personalidad y sus trastornos.

97 | P á g i n a
Fue realizado por Theodore Millon en 1997. Contiene 175 ítems con respuestas
dicotómicas (verdadero-falso). Los diferentes aspectos de la personalidad patológica son
recogidas en 26 escalas: 4 escalas de fiabilidad y validez; 10 escalas básicas de
personalidad; 3 escalas de personalidad patológica; 6 síndromes clínicos de gravedad
moderada; y 3 síndromes clínicos de gravedad severa.

b) Instrumentos del estudio II

Test de Empatía Cognitiva y Afectiva (TECA): Realizado por Belén López-


Pérez, Irene Fernández-Pirto y Francisco José Abad García en 2008. El TECA es una
medida global de la capacidad de empatía desde una aproximación cognitiva y afectiva.
Cuenta con 4 subescalas: 1) Adopción de perspectivas; 2) Comprensión emocional; 3)
Estrés empático; 4) Alegría empática. Es un cuestionario de 33 ítems, en las cuales debe
puntuar cada situación de 1 a 5. El alfa de Cronbach es de .86 para el TECA global y
oscila entre .70 y .78 para las cuatro dimensiones. En nuestro caso, la fiabilidad fluctuó
entre .435 y .815 para las subescalas y .867 para la escala general.

La Tarea de reconocimiento de expresiones faciales. Para el estudio se


seleccionaron cuatro sujetos (2 mujeres y 2 hombres) a través de Karolinska Directed
Emotional Faces Database (Lundqvist et al., 1998). La batería original consta de un
total de 4.900 imágenes de personas que presentan siete emociones diferentes: expresión
neutral, felicidad, enfado, tristeza, asco, sorpresa y miedo. Para el estudio, se han
seleccionado un total de cuatro sujetos (2 mujeres y 2 hombres) que presentaban
características físicas similares. Además, en las fotografías se encontraban en una única
posición, central, mirando a la cámara. Para la aplicación de esta prueba se utilizaron
cuatro ordenadores Windows con el programa DMDX (Forster & Forster, 2003).

c) Instrumentos del estudio III

La empatía se evaluó con el Test de Empatía Cognitiva y Afectiva (TECA,


López-Pérez, Fernández-Pinto y Abad, 2008), que proporciona una puntuación global
de empatía y se divide en 2 dimensiones y 4 subescalas. Estos son: la dimensión
cognitiva que contiene las subescalas de Perspective Taking y de Empathic Concern y
la dimensión afectiva que contiene las subescalas de Empathic Distress y de Empathic
Happiness. Este es un cuestionario de 33 ítems en el que se marca cada situación en una
escala tipo Likert de 1 a 5. El alfa de Cronbach es de 0.86 para la empatía global y de
entre 0.70 y 0.78 para las cuatro subescalas.

98 | P á g i n a
d) Instrumentos del estudio IV

Para el presente estudio se administró a los participantes una encuesta donde se


recogieron, por un lado, los datos sociodemográficos referentes a variables de edad,
nacionalidad, número de hijos, nivel educativo, situación laboral, estado civil y, por otro
lado, los datos relacionados con los antecedentes penales de los usuarios del programa
PRIA-MA, los cuales contenían antecedentes legales, tipo de delito cometido y tipo de
condena por dicho delito.

Las variables que investigamos fueron la empatía con sus distintos componentes
y los rasgos de personalidad de los hombres que agreden a sus parejas. Para evaluar
estas dos variables, se administraron a los participantes varias pruebas psicológicas en
dos momentos temporales: antes de iniciar la intervención psicológica (momento PRE)
y al finalizar dicha intervención (momento POST). Destacar que el Inventario Clínico
Multiaxial de Millon-III únicamente se administró en el momento PRE dado que esta
prueba evalúa diferentes rasgos de personalidad y se considera que la personalidad es un
rasgo constante en el tiempo.

El Inventario Clínico Multiaxial de Millon-III (MCMI-III). Fue realizado por


Millon, Millon, Davis y Grossman en 2007. Se utiliza para la evaluación de los rasgos
de personalidad y psicopatología en la etapa adulta. Contiene 175 ítems con respuestas
dicotómicas (Verdadero/Falso). Su tiempo de aplicación varía entre 30 a 40 minutos.
Este inventario evalúa los diferentes aspectos de la personalidad patológica a través de
11 patrones clínicos de la personalidad (Esquizoide (1), Evitativo (2A), Depresivo (2B),
Dependiente (3), Histriónico (4), Narcisista (5), Antisocial (6A), Agresivo o sádico
(6B), Compulsivo (7), Negativista o pasivo-agresivo (8A), Autodestructivo (8B)), de 3
rasgos patológicos graves de la personalidad (Esquizotípico (S), Límite (C), Paranoide
(P)), de 7 síndromes clínicos de gravedad moderada (Trastornos de ansiedad (A),
Trastorno somatomorfo (H), Trastorno bipolar (N), Trastorno distímico (D),
Dependencia de alcohol (B), Dependencia de sustancias (T), Trastorno de estrés
postraumático (R)), de 3 síndromes clínicos de gravedad severa (Trastorno de
pensamiento (SS), Depresión mayor (CC), Trastorno delirante (PP)) y 4 escalas de
control (Sinceridad (X), Deseabilidad social (Y), Devaluación (Z), Validez (V)). Una
puntuación de prevalencia entre 75 y 85 indica la presencia significativa de rasgos
clínicos de la personalidad mientras que si la prevalencia es mayor de 85 indica un

99 | P á g i n a
funcionamiento crónico y trastorno de la personalidad. En cuanto a las propiedades
psicométricas, este inventario presenta una fiabilidad test-retest entre 0.84 y 0.96 y una
consistencia interna mayor a 0.80. Por último, la consistencia interna de las escalas
oscila entre 0.66 y 0.92.

El Test de Empatía Cognitiva y Afectiva (TECA). Fue desarrollado en 2008 por


López-Pérez, Fernández-Pinto y Abad. Su finalidad es proporcionar una puntuación
global de la capacidad empática en la adultez desde una aproximación cognitiva y
afectiva. Este cuestionario cuenta con 33 ítems en el que se marca cada situación en una
escala tipo Likert de 1 a 5 (siendo 1 “totalmente en desacuerdo”, 2 “en desacuerdo”, 3
“indeciso, neutro”, 4 “de acuerdo” y 5 “totalmente de acuerdo”). El tiempo de
aplicación es de aproximadamente 10 a 15 minutos. Se divide en 2 dimensiones y 4
subescalas, estos son: la dimensión cognitiva que contiene las subescalas de Adopción
de perspectivas (capacidad intelectual e imaginativa de ponerse en el lugar de otra
persona) y de Comprensión emocional (capacidad de reconocer y comprender los
estados emocionales de otra persona) y la dimensión afectiva que contiene las
subescalas de Estrés empático (capacidad de compartir y sintonizar con las emociones
negativas de la otra persona) y de Alegría empática (capacidad de compartir y sintonizar
con las emociones positivas de la otra persona). El alfa de Cronbach es de 0.86 para la
empatía global y de entre 0.70 y 0.78 para las cuatro subescalas que componen esta
escala.

Una adaptación de la Medida de la Empatía en Abusadores de Menores (The


Child Molester Empathy Measure (TCMEM). Elaborado en 1999 por Fernández,
Marshall, Lightbody y O´Sullivan. El tiempo de aplicación es de entre 20 y 30 minutos.
Esta escala pretende valorar en nivel de empatía del delincuente sexual en 3 situaciones
específicas: una primera situación genérica para evaluar la empatía hacia todos los
niños, una segunda situación más específica para evaluar la empatía hacia los niños que
han sido víctimas de abuso sexual y una tercera situación específica para evaluar la
empatía hacia el niño que ha sido la propio víctima del delincuente que se está
evaluando. Para cada situación planteada el evaluado debe identificar, por un lado, el
grado de diferentes emociones del niño en cuestión (Parte A) y, por otro lado, sus
propios sentimientos tras la lectura de la situación (Parte B). Para ajustar esta escala a la
población de este estudio, es decir, a hombres penados por violencia de género, se han
modificado las 3 situaciones a: Situación 1) Quiero que piense en una niña que fue

100 | P á g i n a
desfigurada en un accidente de tráfico y estuvo hospitalizada durante un mes. Esta niña
ya está fuera del hospital pero vivirá con secuelas permanentes (cicatrices y cara
desfigurada); Situación 2) Quiero que pienses en una pareja que llevan 3 años de
relación y, en los últimos meses, cada vez son más frecuentes las discusiones. La mujer
que durante toda la relación ha sido humillada y menospreciada por su pareja, algunas
veces en presencia de sus hijos. Tras la última discusión, la mujer decidió ir a casa de su
madre y recibió un mensaje de su pareja insultándola y amenazándola de muerte si le
dejaba; Situación 3) Quiero que piense en los hechos ocurridos por los que usted está
aquí, es decir, los hechos de la denuncia puesta por su ex-pareja. Cada una de esas
situaciones contienen dos partes: la primera donde es necesario ponerse en la piel de la
otra persona para valorar la emocionalidad del actor en dicha situación (Parte A) y una
segunda donde se debe valorar la propia emocionalidad que ha generado en nosotros la
lectura de la situación (Parte B).

e) Instrumentos del estudio V

Se administraron las siguientes pruebas en dos momentos: primero en el


momento previo a la realización del programa PRIA-MA (momento PRE) y luego en el
momento de finalización del programa PRIA-MA (momento POST):

Cuestionario de Escala de tácticas de resolución de conflictos (CTS2): Esta


escala fue desarrollada por Straus, Hamby, Mc Coy & Sugarman en 1996 y mide el
grado en que una pareja se ven envueltos mutuamente en ataques físicos o psicológicos,
así como el uso del razonamiento y la negociación para resolver conflictos (Straus et al.,
1996). Consta de 78 ítems: 39 para cada miembro de la pareja. El CTS-2 posee cinco
subescalas: a) violencia física; b) coacción (coerción) sexual; c) agresión psicológica; d)
daños; e) negociación. Las escalas anteriormente mencionadas, se dividen a su vez, en
dos subescalas: «cognitiva» y «emocional» para negociación y «menor» o «severa» para
las demás escalas. Consta de 8 alternativas de respuesta, desde nunca hasta más de 20
veces. Su consistencia interna (alfa de Cronbach) varía según la subescala y la muestra,
pero oscila entre .34 y .94 (Straus, 2004, 2007), con propiedades similares en las
versiones en inglés y español (Connelly et al., 2005). En nuestro caso, la fiabilidad
fluctuó entre .68 y .896 para las subescalas y .88 para la escala general.

Escala de impulsividad de Barratt (BIS-11): Es una escala diseñada para evaluar


impulsividad creada por Stanford et al. (2009). Consta de 30 ítems que se agrupan en 3

101 | P á g i n a
subescalas: Impulsividad Cognitiva (8 ítems), Impulsividad Motora (10 ítems) e
Impulsividad no planeada (12 ítems). Cada ítem consta de 4 opciones de respuesta. En
nuestro caso, la fiabilidad fluctuó entre .198 y .627 para las subescalas y .745 para la
escala general.

Escala de atribución de responsabilidad y Minimización (AR y MIN):


Desarrollado por Lila, Herrero y Gracia (2008). Este cuestionario de 12 ítems examina
dónde sitúan los usuarios la culpa de la situación que los llevó a ser condenados por
violencia de género (atribución de responsabilidad, con 8 ítems) y en qué grado restan
importancia a los hechos por los han sido condenados (minimización, con 4 ítems). Los
ítems puntúan, en una escala tipo Likert, de 1 (muy en desacuerdo) a 5 (muy de
acuerdo). Los coeficientes de consistencia interna oscilaron entre .60 y .74 para
atribución de responsabilidad y fue de .80 para minimización (Lila et al., 2008). En
nuestro caso, la fiabilidad fluctuó entre .504 y .928 para las subescalas y .676 para la
escala general.

Escala de habilidades sociales (EHS): Realizado por Elena Gismero (2000), es


un cuestionario que mide las habilidades sociales y las capacidades de aserción en
distintos contextos. Está compuesta por 33 ítems con un formato de respuesta tipo
Likert de cuatro alternativas (desde no me identifico hasta me sentiría así). El
instrumento ha demostrado buenos índices de fiabilidad, con un coeficiente alfa de
Cronbach de .80 para la escala global y un alfa de Cronbach de .75 para cada factor (E.
Riquelme, 2011). En nuestro caso, la fiabilidad fluctuó entre .136 y .708 para las
subescalas y .851 para la escala general.

Cuestionario Estado-Rasgo de la ira (STAXI): Realizado por Spielberger


(1999); se utilizó la versión española de Miguel-Tobal, Casado, Cano-Vindel y
Spielberger (2001). Mide la ira de una persona (rasgo) así como el control y la
expresión de ésta. El cuestionario consta de 15 ítems relacionados con la Ira-Estado
(intensidad de la emoción de la ira en una situación concreta) y de 10 ítems referidos a
la Ira-Rasgo (disposición individual para sentir ira habitualmente). Asimismo el STAXI
cuenta con una tercera subescala de 24 ítems relacionada con la forma de la expresión
dela ira (ira interna, ira externa y control de la ira). Los ítems cuentan con una escala de
respuesta tipo Likert que oscila entre 1 (casi nunca) y 4 (casi siempre). El instrumento
muestra unas buenas propiedades psicométricas, con un coeficiente alfa de consistencia

102 | P á g i n a
interna de .89 en la escala de Ira-Estado, de .82 en la escala de Ira-Rasgo y de .69 para
la de expresión y control de la ira (Miguel-Tobal et al., 2001). En nuestro caso, la
fiabilidad fluctuó entre .481 y .799 para las subescalas y .665 para la escala general.

Escala de Celos Románticos (CR): desarrollado por White en 1976, detecta la


existencia de celos románticos por parte de uno de los miembros de la pareja y si éstos
son un problema en la relación. El cuestionario consta de 6 ítems con 5 y 7 alternativas
de respuesta en una escala tipo Likert. El coeficiente de consistencia interna del
instrumento es de α = .89 (Montes-Berges, 2008). En nuestro caso, la fiabilidad
obtenida es de .753.

Test de Empatía Cognitiva y Afectiva (TECA): Realizado por Belén López-


Pérez, Irene Fernández-Pirto y Francisco José Abad García en 2008. El TECA es una
medida global de la capacidad de empatía desde una aproximación cognitiva y afectiva.
Cuenta con 4 subescalas: 1) Adopción de perspectivas; 2) Comprensión emocional; 3)
Estrés empático; 4) Alegría empática. Es un cuestionario de 33 ítems, en las cuales debe
puntuar cada situación de 1 a 5. El alfa de Cronbach es de .86 para el TECA global y
oscila entre .70 y .78 para las cuatro dimensiones. En nuestro caso, la fiabilidad fluctuó
entre .435 y .815 para las subescalas y .867 para la escala general.

4.3. Procedimiento

El primer paso que se realizó para los distintos estudios fue solicitar los
correspondientes permisos al comité ético de la Universidad Católica de Valencia San
Vicente Mártir, al Servicio de Instituciones Penitenciarias y a la Agrupación
Psicofundación y Psicólogos Sin Fronteras.

Tras ello, el procedimiento seguido fue explicar y administrar el consentimiento


informado, la hoja informativa para los participantes y los cuestionarios en el momento
previo al programa de intervención psicológica para agresores de violencia de género
así como en el momento de finalización de dicha intervención, concretamente tras 10
meses del inicio, tiempo establecido para el desarrollo del programa de intervención.

Todo ello se hizo de forma anónima, es decir, al iniciar el procedimiento se


asignó a cada uno de los participantes un número de identificación para conservar el

103 | P á g i n a
anonimato. Todos los sujetos participaron voluntariamente y dieron su consentimiento
informado.

Se destaca que el cuestionario MCMI-II y MCMI-III únicamente se


administraron en el momento PRE, es decir, antes del programa de intervención dado
que se entiende que la personalidad no es una variable que varíe con el tiempo ni con la
intervención.

Para el estudio experimental, se realizó la evaluación en una única sesión, en la


que los participantes se encontraban en una sala rellenando los cuestionarios y se les
llamaba por orden para que realizasen el experimento de reconocimiento facial en los
ordenadores. Antes de someterse a la evaluación, se les administró el consentimiento
informado para garantizar la confidencialidad de los datos y los resultados de los
participantes.

Durante el experimento, a los sujetos se les presentaron dos listas diferentes de


estímulos. En la primera de ellas se les pidió que intentasen recordar las imágenes que
se les presentaban, las cuales se trataban de dos personas que manifestaban en cada una
de las fotografías emociones básicas diferentes (alegría, tristeza, asco, enfado, miedo,
sorpresa y expresión neutral). A continuación, se les presentaba otra lista en la que se
añadieron dos personas más que expresaban las mismas emociones. Si observaban
durante la segunda parte de la prueba una de las imágenes de la primera lista, debían
apretar la tecla M del teclado y si, por el contrario, la imagen que se les presentaba no
coincidía con las de la primera lista, debían apretar la tecla Z.

Todos los estímulos fueron presentados a cada uno de los participantes a través
de una pantalla de ordenador (Ver figura 3). Además, todos ellos fueron
contrabalanceados para evitar posibles efectos de orden que puedan incidir en los
resultados obtenidos a raíz del experimento.

104 | P á g i n a
Figura 3. Ejemplificación de la tarea experimental, donde se realizó una tarea de
reconocimiento de emociones faciales.

Tras la recogida de datos, se pasaron las contestaciones de los cuestionarios a la


base de datos para finalmente analizarlos.

4.4. Análisis de datos

Con los datos recogidos se realizó un estudio analítico, analizándolos mediante


el paquete estadístico SPSS v.23.0. (IBM) y NETICA (Norsys 4.2).

Primero se utilizaron estadísticos descriptivos con el objeto de presentar los


datos correspondientes al perfil de los hombres penados por violencia de género
(Estudio I). Por otra parte, se emplearon técnicas analíticas para el estudio de perfiles.
Por ello, en el estudio I se calculó el tamaño del efecto. También se realizó un análisis
de clúster sobre los perfiles de los usuarios. Este fue desarrollado bajo el test de máxima
verosimilitud, y examinando así mismo, la razón de tamaños del clúster.

Asimismo, para el estudio experimental, se empleó el Análisis de los tiempos de


reacción. En este caso se realizó un ANOVA de medidas repetidas de 7 (emociones) x 2
condiciones (hombre vs. mujer) sobre los tiempos de reacción generales en función del
género y la expresión emocional de las imágenes presentadas (estudio II).

Para el estudio III, se optó por una estrategia integradora e innovadora en el


campo de estudio. En este sentido, la estrategia de una parte del trabajo se ha centrado
en el uso de Redes Bayesianas. Con ello, se construyó un modelo descriptivo (Bernabé-

105 | P á g i n a
Valero et al., 2019). Después de examinar las probabilidades totales y condicionales, se
realizaron inferencias probabilísticas a través del teorema de Bayes. La sensibilidad se
midió a través del análisis de la curva de características operativas del receptor (ROC).
Además, la bondad del ajuste se probó a través de tres índices diferentes: pérdida
logarítmica, pérdida cuadrática y compensación esférica. De forma más concreta, la
pérdida logarítmica toma valores entre cero e infinito; valores cercanos a cero indican la
mejor bondad de ajuste. Además, la pérdida cuadrática toma valores de cero a dos;
nuevamente, los valores más cercanos a cero indican la mejor bondad de ajuste.
Finalmente, la compensación esférica toma valores de cero a uno; en este caso, los
valores más cercanos a uno indican un mejor ajuste (López-Puga, 2012). La sensibilidad
se evaluó en términos de porcentaje de información proporcionada a través de la
varianza de creencias (su cambio esperado al cuadrado) e información mutua (entre
nodos).

Se realizaron análisis de los datos descriptivos de los resultados obtenidos en el


TECA y en el TCMEM en función de la variable “situación sentimental” (estudio IV).
En relación al estudio IV de intervención, se emplearon además pruebas no
paramétricas entre grupos mediante una prueba U de Mann-Whitney.

En el estudio V, los análisis planteados fueron comparaciones de medias a través


de la prueba t de student para medidas repetidas o intrasujetos (inherentes a los
momentos PRE y POST tratamiento).

106 | P á g i n a
5. RESULTADOS

5.1. Estudio I. Descripción del perfil sociodemográfico y


psicológico de los hombres penados por violencia contra la
pareja

Uno de los aspectos que fueron evaluados consistió en la realización del perfil de
los usuarios del programa de intervención PRIA-MA. Por ello, se valoraron distintas
variables sociodemográficas tales como edad, nacionalidad, estado civil, nivel de
estudios, situación laboral, número de hijos, consumo de alcohol y drogas; variables
legales tales como el motivo del delito cometido para acudir al programa de
intervención, y variables psicológicas (Tabla 4).

En lo que concierne a la edad, se obtuvo una media de edad de casi 40 años,


concretamente 39.61 años, siendo el usuario más joven de 22 años y el usuario más
mayor de 54 años de edad. En referencia a la nacionalidad de los usuarios, casi el 80%
de los participantes eran españoles.

Con respecto al estado civil de los penados a violencia de género, los resultados
indicaron que un 45.5% iniciaron el programa estando separados o divorciados, un
42.4% estaban solteros y solamente un 12.1% estaban casados en ese momento.
Preguntados por la duración de la relación sentimental con la pareja que les denunció, se
obtuvo que de media la relación había durado 6.24 años, siendo el tiempo mínimo de
relación de 3 meses y el tiempo máximo de 27 años de relación.

Un tercio de los penados no tenían hijos, otro tercio tenían un único hijo,
seguido de un 24.2% con dos hijos, de casi un 10% con 3 hijos y el mismo porcentaje,
un 3%, tenían 4, 5 o 6 hijos.

Referente a los aspectos académicos y laborales, la mayoría de los usuarios


únicamente habían conseguidos terminar los estudio secundarios (30.3%), seguido de
estudios primarios (27.3%), un 18.2% habían finalizado bachillerato o alguna formación
profesional y únicamente un 6.1% habían obtenido estudios universitarios. A nivel
laboral, se obtiene aproximadamente el mismo porcentaje de participantes con empleo
(48.5%) que usuarios desempleados (51.5%) en el momento de iniciar el programa de
intervención PRIA-MA.

107 | P á g i n a
En cuanto al consumo de sustancias adictivas, un 24.2% de los usuarios
admitieron consumir de forma habitual alcohol y un 15.2% consumir habitualmente
drogas.

Tabla 4
Descripción de la muestra
N %
Rango de edad
18-25 4 12.1
26-35 8 24.2
36-50 16 48.4
51-65 5 15.1
Nacionalidad
Español 26 78.8
Colombiano 2 6.1
Peruano 1 3
Ecuatoriano 1 3
Rumano 1 3
Italiano 1 3
Alemán 1 3
Estado civil
Casado 4 12.1
Separado/Divorciado 15 45.5
Viudo 0 0
Soltero 14 42.4
Nivel de estudios
Sin estudios 0 0
Educación primaria 9 27.3
Educación secundaria 10 30.3
Bachillerato 6 18.2
Formación Profesional 6 18.2
Estudios universitarios 2 6.1
Situación laboral
Empleado 16 48.5
Desempleado 17 51.5

108 | P á g i n a
Número de hijos
0 10 30.3
1 9 27.3
2 8 24.2
3 3 9.1
4 1 3
5 1 3
6 1 3
Consumo de alcohol
Sí 8 24.2
No 25 75.8
Consumo de drogas
Sí 5 15.2
No 28 84.8
Fuente: elaboración propia.

Por otro lado, también se evaluó el motivo de la denuncia por la que estos
usuarios fueron condenados a Violencia de Género y, por tanto, tuvieron que acudir al
programa de intervención para agresores de violencia de género (PRIA-MA). Los
resultados mostraron que, en muchas ocasiones, las condenas de los penados fueron
debidas a un conjunto de delitos.

Los delitos más frecuentes fueron por amenazas (20.18%), por insultos (18.34%)
y por quebrantamiento de la orden de alejamiento establecida (17.43%) (Tabla 5). En
cuanto a los antecedentes de los usuarios, un 39.4% de los penados acudieron al
programa teniendo antecedentes penales previos siendo los delitos por agresiones físicas
y peleas (25%), por tráfico de sustancias adictivas (25%), por delitos contra la seguridad
vial (19%), por secuestro (13%), por atraco (12%) y por falsificación de documentos
(6%).

109 | P á g i n a
Tabla 5
Tipo de delito de la condena
N %

Amenaza 22 20.18

Insultos 20 18.34

Quebrantamiento 19 17.43

Empujones 14 12.84

Golpes/Puñetazo 11 10.09

Coger del cuello o brazo 9 8.25

Arrojar objetos 6 5.5

Bofetada 3 2.75

Acoso 3 2.75

Prohibir uso del mobiliario 1 0.91

Quemar objetos personales 1 0.91

Fuente: elaboración propia.

Con respecto a los resultados de la presencia de sintomatología clínica y


trastornos de personalidad evaluados mediante el Inventario Clínico Multiaxial de
Millon II (MCMI-II), se puede observar que, en las escalas básicas de personalidad, un
63.63% de los usuarios del programa obtuvieron puntuaciones significativas
correspondientes a un indicador elevado en la escala de personalidad compulsiva.
Asimismo, presentaban indicadores sugestivos en varias escalas básicas de
personalidad, concretamente en Personalidad narcisista (36.36%), Personalidad
histriónica (36.36%) y Personalidad dependiente (30.3%); y en una escala de la
Personalidad patológica, concretamente en el Trastorno paranoide (33.33%) (Figura 4).

Asimismo, un 87.87% de la muestra obtiene al menos un trastorno de


personalidad según los resultados de este cuestionario. Encontrando que, de media, los
participantes presentaban 3.6 trastornos.

110 | P á g i n a
Destacar que durante la corrección del inventario MCMI-II, se eliminaron 3
participantes de la muestra debido a que mostraban un perfil plano, es decir, no se
observaban puntuaciones significativas en ninguna de las subescalas.

Figura 4. Puntuación media de las escalas del Inventario Clínico Multiaxial de Millon-
II. Fuente: elaboración propia.

111 | P á g i n a
5.2. Estudio II. Reconocimiento emocional y empatía en
función del sexo

Como comentamos, en este estudio se realizó una prueba experimental basada


tanto en el Karolinska Directed Emotional Faces Database (KDEF), como en el Test de
Empatía Cognitiva y Afectiva (TECA), en función de las variables estudiadas, las cuales
son el tiempo de reacción, el sexo de las imágenes, el reconocimiento emocional y la
empatía.

En la tabla 6 mostramos los estadísticos descriptivos realizados, donde se puede


observar que la tasa de errores no fue mayor a un 5%.

Tabla 6
Estadísticos descriptivos. Promedio de los tiempos de reacción.
Sexo de la imagen Emoción Media Desviación estándar

Expresión neutral 686.81 119.10

Asco 679.10 118.10

Enfado 677.86 123.85

Mujer Alegría 670.84 113.55

Tristeza 662.82 108.15

Miedo 661.75 106.81

Sorpresa 642.66 106.99

Expresión neutral 679.56 119.58

Asco 675.37 120.56

Enfado 677.41 120.53

Hombre Alegría 665.56 111.90

Tristeza 661.50 103.35

Miedo 651.45 104.78

Sorpresa 648.86 110.75

112 | P á g i n a
Los resultados muestran que se han encontrado diferencias estadísticamente
significativas en la latencia de respuesta de los usuarios en función de la carga
emocional de las imágenes presentadas: F(6,162)=5,31; MCE=6721,09; p<0,05; η2=0,16,
lo que implica que han tardado más tiempo en reconocer las expresiones neutras que las
emocionales.

También se observan diferencias estadísticamente significativas en cuanto al


tiempo de reacción de unas emociones u otras en función del género que presentasen las
imágenes mostradas: F(1,27)=5,55; MCE=176,66; p<0,05; η2=0,17, por lo que puede
determinarse que los usuarios procesaron de forma más conservadora las imágenes en
las que aparecían mujeres.

Asimismo, se realizó una prueba t de muestras emparejadas (mujer neutra-


emoción; hombre neutro-emoción) sobre el reconocimiento de las expresiones
emocionales (asco, enfado, alegría, tristeza, sorpresa y miedo) en función del género de
las imágenes presentadas (hombre vs. mujer). Con ella se relacionó cada expresión
emocional con su imagen homóloga neutra de hombre y mujer para determinar cuáles
son aquellas que más costaron de identificar a la hora de realizar la tarea planteada. Los
resultados que se pueden observar en la tabla 7 muestran que los tiempos de reacción de
los participantes del estudio fueron mayores en el reconocimiento de las expresiones en
mujeres.

113 | P á g i n a
Tabla 7
Prueba t de muestras emparejadas. Reconocimiento de emociones en función del
género.
T gl Sig. (bilateral)

Par 1 Mujer neutra - Mujer_Asco 1.383 27 .178

Par 2 Mujer neutra - Mujer_Enfado 1.100 27 .281

Par 3 Mujer neutra - Mujer_Feliz 1.761 27 .090

Par 4 Mujer neutra - Mujer_Tristeza 1.955 27 .061

Par 5 Mujer neutra - Mujer_Miedo 1.877 27 .071

Par 6 Mujer neutra – Mujer_Sorpresa 3.159 27 .004

Par 7 Hombre neutro - Hombre_Asco .908 27 .372

Par 8 Hombre neutro - Hombre_Enfado .333 27 .741

Par 9 Hombre neutro - Hombre_Feliz 1.569 27 .128

Par 10 Hombre neutro - Hombre_Tristeza 1.608 27 .119

Par 11 Hombre neutro - Hombre_Miedo 2.339 27 .027

Par 12 Hombre neutro – Hombre_Sorpresa 2.452 27 .021

Finalmente se analizó la relación entre los tiempos de reacción de los usuarios en


la tarea de reconocimiento emocional y las subescalas del Test de Empatía Cognitiva y
Afectiva (TECA), donde se incluyen la Adopción de perspectivas (AP), la Comprensión
Emocional (CE), el Estrés Empático (EE) y la Alegría Empática (AE). Según la tabla 8,
únicamente se observa relación significativa entre la escala de Adopción de
Perspectivas (AP) y la emoción de miedo (r=0,184, p<0,05).

114 | P á g i n a
Tabla 8
Correlaciones entre las subescalas del TECA y los tiempos de reacción
AP CE EE AE

Triste -.083 -.135 .152 -.194

Asco .130 .355 -.319 -.070

Feliz .002 -.083 -.178 -.321

Sorpresa -.204 .065 -.124 -.177

Miedo .184* .269 -.136 .187

Enfado .037 .356 .071 .064

Neutro .195 .192 -.056 .084

*. La correlación es significativa en el nivel 0.05 (2 colas).


**. La correlación es significativa en el nivel 0.01 (2 colas).

5.3. Estudio III. Diferencias en empatía cognitiva y afectiva en


población condenada y sin condena por violencia de género

Lo primero que se concibió como intrínsecamente necesario y relevante para


valorar fue la necesidad de comprobar las diferencias en empatía entre el grupo
poblacional asignado a grupo control, es decir, hombres sin denuncias por violencia
contra la pareja, y aquellos sujetos pertenecientes en el estudio que habían sido
denunciados y condenados por violencia contra la pareja. Por ello, tras administrar los
cuestionarios a los agresores de violencia de género antes de iniciar el programa de
intervención, se administró ese mismo cuestionario a población sin condena por los
motivos anteriormente mencionados. Los resultados que se obtuvieron son los que a
continuación se detallan.

Tal y como se muestra en la Tabla 9, después del análisis de los resultados, se


manifestó que el grupo control obtuvo puntuaciones más altas en la escala de Empatía
Cognitiva que el grupo de hombres condenados por violencia de género.

115 | P á g i n a
En cuanto a las subescalas del Test de Empatía Cognitiva y Afectiva (TECA), el
grupo control presentó niveles mayores en Comprensión emocional y Alegría empática.
Mientras que el grupo de hombres condenados por ejercer maltrato en sus relaciones
sentimentales obtuvo mejores puntuaciones en la escala de Empatía afectiva, si bien los
resultados no fueron significativos, y en los mismos resultados se observaron en la
subescala de Estrés empático.

Tabla 9

Resultados descriptivos de Empatía Cognitiva y Empatía Afectiva en los agresores de


violencia de género y en el grupo control.

Agresores Grupo control

TECA Media DT Media DT p

Empatía Cognitiva 29.57 4.88 31.10 4.41 0.04

Empatía Afectiva 27.92 4.61 27.47 3.87 0.50

Adopción de perspectivas 29.32 5.45 29.97 5.22 0.44

Comprensión emocional 29.82 5.92 32.22 4.86 <.05

Estrés empático 24.26 4.93 21.96 5.69 <.05

Alegría empática 31.59 6.02 32.97 4.03 .09

El valor alfa de Cronbach de .83 mostró una consistencia interna óptima para la
valoración de los resultados obtenidos. Asimismo, se encontró que todas las variables
evaluadas estaban positivamente relacionadas entre sí (ver Tabla 10).

116 | P á g i n a
Tabla 10
Coeficientes de Pearson en las subescalas de TECA.

Grupo Cog Afe AP CE EE AE

Agresores Cog 1 .650** .845** .870** .484** .599**


Afe 1 .583** .535** .803** .873**
AP 1 .471** .449** .524**
CE 1 .384** .505**
EE .411**
AE 1

Grupo Cog 1 .494** .886** .867** .215 .647**


control
Afe 1 .461** .404** .863** .701**
AP 1 .535** .227* .565**
CE 1 .147 .568**
EE 1 .246*
AE 1
Nota: Cog=Empatía Cognitiva; Afe=Empatía Afectiva; AP=Adopción de perspectivas; CE=
Comprensión emocional; EE= Estrés empático; AE=Alegría empática.

En segundo lugar, se llevó a cabo una estrategia bayesiana. El primer paso


consistió en crear un análisis descriptivo de los datos. Esto fue necesario para establecer
la adecuación del modelo y examinar la sensibilidad de los nodos. De esta manera, la
bondad del ajuste se evaluó mediante tres parámetros que alcanzaron valores óptimos:
.49 para la pérdida logarítmica, .32 para la pérdida cuadrática y .82 para la
compensación esférica. El área bajo el ROC tenía un valor de .83, lo que indica una alta
sensibilidad. En la Tabla 11 se pueden observar los valores de sensibilidad por nodo en
el modelo. Las figuras representan tanto el modelo descriptivo obtenido de la base de
datos (arriba) como una distribución de probabilidad posterior entre los estados del
nodo de altura real (abajo).

117 | P á g i n a
Tabla 11
Porcentajes estipulados de cada nodo en la Red Bayesiana para el modelo de
predicción.

Nodos Mutual info. Porcentajes Varianza

Comprensión emocional 0.05 5.3 0.01


Adopción de perspectivas 0.01 1.04 0.003
Estrés empático 0.007 0.75 0.02
Alegría empática 0.05 0.055 0.001

La Figura 5 muestra el modelo descriptivo, en el que podemos observar los


resultados obtenidos por los dos grupos, el grupo de los hombres penados y el grupo de
los hombres sin condenada. Podemos observar que en el modelo predictivo que las
puntuaciones de las cuatro subescalas que compone el TECA son mayoritariamente
moderadas (Figura 5). En este caso, el factor grupo es una variable controlada y, por lo
tanto, presenta tamaños de muestra similares, concretamente presentan el mismo
número de participantes y edades similares. Con ello, lo que nos propusimos fue
examinar cuales eran las variables que predecían mejor la pertenencia del participante a
un grupo u otro. Este aspecto se examinó a través de las sensibilidades descritas
anteriormente en la tabla 11, y de manera visual, en las figuras 6 a 9.

118 | P á g i n a
Group
Control 50.0
Perpetrators 50.0

PerspectiveTaking EmpathicConcern
High 26.5 High 18.7
Low 20.5 Low 28.3
Moderate 40.4 Moderate 39.8
Very high 5.42 Very high 8.43
Very low 7.23 Very low 4.82

EmpathicDistress
EmpathicHappiness
High 17.6
High 25.2
Low 21.3
Low 21.7
Moderate 34.5
Moderate 37.4
Very high 13.2
Very low 15.6
Very low 13.4

Figura 5. Modelo descriptivo original y sus relaciones.

Uno de los aspectos valorados fue comprobar si obtener puntuaciones altas en


todas las subescalas o bajas en todas las subescalas presentaba probabilidades
significativas de pertenecer a un determinado grupo. En las figuras 6 y 7, se puede
observar que las puntuaciones más altas en Adopción de Perspectiva, Comprensión
empática, Estrés empático y Alegría empática predicen mejor la pertenencia al grupo
control. De forma concreta, puntuaciones altas en todas las subescalas del TECA
predicen en un 82.8% la pertenencia al grupo de hombres que no han sido condenados
por violencia de género frente a un 17.2% de probabilidades de pertenecer al grupo de
hombres condenados por violencia de género (Figura 6). Por el contrario, las
puntuaciones bajas en Adopción de Perspectiva, Comprensión empática, Estrés
empático y Alegría empática predicen mejor la pertenencia al grupo de agresores de
violencia de género. De forma concreta, puntuaciones bajas en todas las subescalas del
TECA predicen en un 90.9% la pertenencia al grupo de hombres que han sido
condenados por violencia de género frente a un 9.1% de probabilidades de pertenecer al
grupo de hombres que no han sido condenados por violencia de género (Figura 7).

119 | P á g i n a
Group
Control 82.8
Perpetrators 17.2

PerspectiveTaking EmpathicConcern
High 0 High 0
Low 0 Low 0
Moderate 0 Moderate 0
Very high 100 Very high 100
Very low 0 Very low 0

EmpathicDistress
EmpathicHappiness
High 0
High 100
Low 0
Low 0
Moderate 0
Moderate 0
Very high 100
Very low 0
Very low 0

Figura 6. Predicción de grupos mediante las puntuaciones más altas en las subescalas
del TECA.

Group
Control 9.09
Perpetrators 90.9

PerspectiveTaking EmpathicConcern
High 0 High 0
Low 0 Low 0
Moderate 0 Moderate 0
Very high 0 Very high 0
Very low 100 Very low 100

EmpathicDistress
EmpathicHappiness
High 0
High 0
Low 0
Low 0
Moderate 0
Moderate 0
Very high 0
Very low 100
Very low 100

Figura 7. Predicción de grupos mediante las puntuaciones más bajas en las subescalas
del TECA.

120 | P á g i n a
En el siguiente aspecto valorado fue si puntuaciones altas o bajas en ambas
subescalas de empatía cognitiva y de empatía afectiva influía en la probabilidad de
pertenencia a un determinado grupo. En las figuras 8 y 9, se puede observar que el papel
de las puntuaciones de los factores principales, Empatía cognitiva y Empatía afectiva,
fue relevante en todos los grupos. Es de destacar que la Empatía cognitiva mostró una
mayor sensibilidad en la predicción de ambos grupos (Figura 8), mientras que el papel
de la Empatía afectiva fue notablemente menor (Figura 9). De forma concreta, obtener
puntuaciones muy bajas en las subescalas de Empatía Cognitiva (Adopción de
perspectivas y Comprensión emocional) predicen en un 93.3% la pertenencia al grupo
de agresores de violencia contra la mujer y en un 6.67% la pertenencia al grupo control.
Mientras que obtener puntuaciones muy bajas en las subescalas de Empatía afectiva
(Estrés empático y Alegría empática) predicen en un 54.8% pertenecer al grupo de
agresores y en un 45.2% pertenecer al grupo control.

En otras palabras, obtener puntuaciones altas en Empatía cognitiva predicen


mejor la pertenencia al grupo control, mientras que obtener puntuaciones bajas en el
mismo factor predicen mejor la pertenencia al grupo de perpetradores. Sin embargo,
este patrón no era tan claro para la Empatía afectiva.

Group
Control 6.67
Perpetrators 93.3

PerspectiveTaking EmpathicConcern
High 0 High 0
Low 0 Low 0
Moderate 0 Moderate 0
Very high 0 Very high 0
Very low 100 Very low 100

EmpathicDistress
EmpathicHappiness
High 13.0
High 28.3
Low 24.7
Low 28.3
Moderate 36.3
Moderate 15.0
Very high 13.0
Very low 28.3
Very low 13.0

Figura 8. Predicción de grupos mediante las puntuaciones más bajas en las subescalas
de Empatía cognitiva.

121 | P á g i n a
Group
Control 45.2
Perpetrators 54.8

PerspectiveTaking EmpathicConcern
High 18.4 High 18.2
Low 22.4 Low 34.0
Moderate 28.7 Moderate 21.3
Very high 11.3 Very high 12.3
Very low 19.1 Very low 14.2

EmpathicDistress
EmpathicHappiness
High 0
High 0
Low 0
Low 0
Moderate 0
Moderate 0
Very high 0
Very low 100
Very low 100

Figura 9. Predicción de grupos mediante las puntuaciones más bajas en las subescalas
de Empatía afectiva.

5.4. Estudio IV. Empatía cognitiva y afectiva y empatía hacia


las víctimas en agresores de violencia contra la pareja en función
de la situación sentimental

En este estudio, se evaluó las diferencias, por una parte, en empatía cognitiva y
empatía afectiva mediante las subescalas que componen el TECA y, por otra parte, en
empatía general, empatía hacia las víctimas de violencia de género y empatía hacia las
propias víctimas en los participantes del programa de intervención para agresores de
violencia de género.

Como se muestra en la tabla 1, se realizaron análisis descriptivos en ambas


medidas de Empatía (T.C.M.E.M. y TECA) antes de la realización de la intervención
sobre Empatía con la población en cuestión.

En los resultados obtenidos en referencia a las distintas subescalas del Test de


empatía Cognitiva y Empatía, se puede observar que los usuarios sin pareja obtuvieron
tanto en el momento previo como posterior a la intervención, niveles más bajos, aunque
no significativos, en las escalas de Adopción de perspectivas, Comprensión emocional y

122 | P á g i n a
Alegría empática, siendo la única escala con puntuaciones mayores la escala de Estrés
empático.

Por otro lado, no se observan cambios significativos entre el momento PRE y el


momento POST en las escala del Test de Empatía Cognitiva y Afectiva en ninguno de
los dos grupos de este estudio.

En cuanto a los resultados del T.C.M.E.M. en el momento previo a la realización


del programa de intervención, los usuarios en una relación de pareja presentaron
puntuaciones mayores en empatía cognitiva hacia víctimas de violencia de género, en
empatía afectiva hacia víctimas de violencia de género y en empatía cognitiva hacia la
propia víctima mientras que los usuarios solteros presentaron puntuaciones mayores en
empatía cognitiva general, empatía afectiva general y empatía afectiva hacia la propia
víctima.

Asimismo, en cuanto a los cambios PRE-POST, los participantes en una relación


de pareja presentaron puntuaciones mayores tras la intervención en empatía cognitiva
general, empatía cognitiva hacia víctimas de violencia de género y empatía afectiva
hacia la propia víctima mientras que los participantes sin parejas obtuvieron
puntuaciones mayores en empatía cognitiva general, empatía afectiva general, empatía
afectiva hacia víctimas de violencia de género, empatía cognitiva hacia la propia
víctima y empatía afectiva hacia la propia víctima.

Sin embargo, se realizó un análisis no paramétrico entre grupos mediante una


prueba U de Mann-Whitney, y no difirieron de forma significativa en ninguna de las
variables de interés. Por otro lado, se llevó a cabo una prueba de Wilcoxon para cada
grupo de relación sobre sus diferencias en los momentos PRE y POST. El grupo sin
pareja solo mostró diferencias estadísticamente significativas en EV_Cog (z = 2.577; p
<.05) mientras que el grupo de una relación romántica únicamente puntuaron
significativamente en EG_Cog (z = 2.101; p <.05) (Tabla 12).

123 | P á g i n a
Tabla 12
Análisis descriptivos de las escalas TECA y T.C.M.E.M. en función de la
variable relación sentimental

PRE POST
Mann– Mann–
Relación
N Media SD Whitney Media SD Whitney
sentimental
U test U test
No 21 30.29 4.35 29.24 3.91
>.05 <.05
AP
Sí 15 31.60 9.75 32.53 5.19

No 20 30.90 4.70 30.24 4.58


CE >.05 <.05
Sí 15 32.93 4.67 33.47 6.10

No 19 26.47 5.98 27.10 4.16


EE >.05 >.05
Sí 15 24.60 5.57 23.73 6.90

No 20 33.00 6.16 33.86 4.76


AE >.05 >.05
Sí 14 34.79 4.17 35.00 4.69

No 21 6.65 1.37 6.82 1.44


EG_Cog >.05 >.05
Sí 15 6.36 1.36 6.95 1.51

No 21 4.77 1.75 5.33 2.15


EG_Af >.05 >.05
Sí 15 4.41 2.42 4.24 1.74

No 21 6.84 1.70 6.50 1.37


EVG_Cog >.05 >.05
Sí 15 7.04 1.42 7.28 1.59

No 21 4.92 2.01 5.20 2.07


EVG_Af >.05 >.05
Sí 15 5.14 2.52 4.33 2.07

No 21 4.19 1.86 5.52 1.26


EV_Cog >.05 <.01
Sí 15 4.30 1.28 3.84 1.24

No 21 5.97 2.00 6.09 1.51


EV_Af >.05 <.05
Sí 15 4.59 1.89 4.68 1.95
Nota: AP=Adopción de perspectivas; CE=Comprensión emocional; EE=Estrés empático; AE=Alegría
empática; EG_Cog=Empatía cognitiva general; EG_Af=Empatía afectiva general; EVG_Cog=Empatía
cognitiva hacia víctimas de violencia de género; EVG_Af=Empatía afectiva hacia víctimas de violencia
de género; EV_Cog=Empatía cognitiva hacia la propia víctima; EV_Af=Empatía afectiva hacia la propia
víctima.

124 | P á g i n a
Asimismo, se llevó a cabo un análisis de grupos de dos pasos en ambas medidas
de empatía. De esta forma, se realizó una primera aproximación a las medidas obtenidas
en el cuestionario TECA y grupo de relación, y un segundo análisis con los resultados
obtenidos en el cuestionario T.C.M.E.M, todas ellas en el momento PRE, aportando dos
perfiles diferentes. Para el momento PRE, el ratio del tamaño para la selección del
TECA fue de 1,36 dividiendo el grupo entre 14 (42,4%) y 19 (57,6%) de los
participantes, mientras que la ratio del tamaño para el T.C.M.E.M. fue de 1,40
dividiendo el grupo entre 22 (47,8%) y 24 (52,2%) de los participantes.

Para el momento PRE, el ratio del tamaño para la selección del TECA fue de
1,40 dividiendo el grupo entre 15 (41,7%) y 21 (58,3%) de los participantes, mientras
que la ratio del tamaño para el T.C.M.E.M. fue 1,43 dividiendo el grupo entre 14
(41,2%) y 20 (58,8%) de los participantes (Ver figura 10).

Figura 10. Resultados PRE-POST del TECA y T.C.M.E.M. en función de los


clústeres de situación sentimental.
125 | P á g i n a
5.5. Estudio V. Eficacia y resultados del programa de
intervención para agresores de violencia de género (PRIA-MA)

Finalmente, se decidió valorar la eficacia de este programa de intervención en


los agresores de violencia de género y, de forma concreta, cuáles eran los aspectos que
presentarían cambios significativos en esta población. Para ello, mediante los
cuestionarios se evalúan los resultados obtenidos en el momento previo al inicio del
programa de intervención para agresores de violencia de género y en el momento de
finalización de dicho programa. Con ello, comparamos dichos resultados en ambos
momentos (Tabla 13).

Tabla 13
Estadísticas de muestras emparejadas
PRE POST
M DE M DE

Culpabilización de la víctima 10.09 4.065 11.30 3.459


Escala de
atribución de Defensa propia o Coartada 5.39 3.082 5.36 2.620

responsabilidad Auto-atribución de culpa 5.48 2.320 5.70 3.097


y Minimización
Minimización 8.18 2.627 8.94 4.054

Agresión física 23.15 13.593 19.15 11.003

Coacción sexual 10.64 5.705 10.42 6.011


Escala de
Agresión psicológica 21.39 8.664 20.48 11.391
Tácticas de
Daños/Lesiones 12.39 8.660 11.21 7.952
Conflictos
Negociación 29.55 9.454 28.21 7.865

Impulsividad cognitiva 13.27 4.692 12.73 4.639

Impulsividad motora 11.36 5.947 12.21 4.961


Escala de
Impulsividad no planeada 15.85 5.880 14.88 4.622
Impulsividad
Impulsividad Total 41.58 13.960 40.97 10.579

126 | P á g i n a
Autoexpresiones situaciones
25.42 4.493 25.00 6.036
sociales

Defensa de los propios


14.79 2.678 15.18 3.414
derechos

Expresión de enfado o
10.15 3.053 11.58 2.990
disconformidad
Escala de
Habilidades Decir no y cortar
18.24 3.841 18.30 4.972
Sociales interacciones

Hacer peticiones 13.67 2.665 14.52 2.884

Iniciar interacciones positivas


14.30 3.531 15.18 3.117
con el sexo opuesto

Ira Estado 10.42 2.208 10.73 1.420

Ira Rasgo 14.36 3.435 15.55 4.331

Ira interna 13.09 3.004 13.33 3.237


Cuestionario
Estado-Rasgo Ira externa 13.58 2.829 13.73 3.660
de la Ira
Control de la ira 23.79 5.140 22.76 4.272

Expresión de la ira 18.88 7.511 20.30 8.387

Escala de Celos
14.94 6.283 12.63 6.272
Románticos
Adopción de perspectivas 28.45 5.635 30.76 4.867

Test de Comprensión emocional 28.82 5.253 31.55 4.124


Empatía
Estrés empático 23.30 3.746 24.67 4.768
Cognitiva y
Afectiva Alegría empática 30.21 6.674 32.97 5.417

Empatía Total 110.79 16.607 119.94 14.983

Nota: M = Media; DE = Desviación Típica. Fuente: elaboración propia.

127 | P á g i n a
Como se puede observar en la tabla 13, los participantes del programa
obtuvieron puntuaciones significativas en la Escala de Habilidades Sociales (EHS), en
el Cuestionario Estado-Rasgo de la Ira (STAXI), en la Escala de Celos Románticos
(CR) y en el Test de Empatía Cognitiva y Afectiva (TECA). A continuación,
procederemos a describir cuales fueron esos resultados significativos tras la realización
del programa de intervención.

En la Escala de Habilidades Sociales, los usuarios presentaron puntuaciones


significativas en la subescala de Expresión de enfado o disconformidad, concretamente,
encontramos que las puntuaciones del momento post fueron mayores que las del
momento pre, alcanzando además el nivel de significación estadística: t(32)=2.27;
p<0.05; d’=0.47, es decir, explica un 47% del efecto.

En el Cuestionario Estado-Rasgo de la Ira se obtuvieron diferencias


estadísticamente significativas entre los momentos pre y post en las puntuaciones de la
subescala Ira Rasgo, donde se obtiene t(32)=2.32; p<0.05; d’=0.30, es decir, explica un
30% del efecto.

En el cuestionario de celos románticos, se encontraron puntuaciones


significativamente menores en el momento POST (M=12.63; DE=6.27) frente al
momento PRE (Media=14.94; DE=6.28): t(31)=2.4; p<0.05; d’=0.36, es decir, explica
un 36% del efecto. Asimismo, hacer notar que, en este caso, los grados de libertad
fueron menores dado que un sujeto no respondió enteramente al cuestionario.

En cuanto al Test de Empatía Cognitiva y Afectiva, obtuvimos puntuaciones


significativas en la puntuación total del test: t(32)=2.83; p<0.01; d’=0.57, es decir,
explica un 57% del efecto. Además, las diferencias entre las puntuaciones PRE y POST
alcanzaron el nivel de significación estadística en la subescala de Comprensión
emocional, siendo t(32)=2.50; p<0.05; d’=0.57, es decir, explica un 57% del efecto, y
en la subescala de Alegría empática, siendo t(32)=2.24; p<0.05; d’=0.45, es decir,
explica un 45% del efecto. Por último, la comparación de las puntuaciones obtenidas en
la subescala de Adopción de perspectivas, si bien no llegó a ser significativa, rondó la
significación estadística: t(32)=2.001; p=0.054; d’=0.47, es decir, explica un 47% del
efecto.

Tras observar estos resultados PRE-POST, se llevó a cabo un análisis de clúster


realizado con los datos obtenidos en el momento posterior a la realización de la

128 | P á g i n a
intervención, realizando un especial énfasis en los resultados del Test de Empatía
Cognitiva y Afectiva. A partir de ello, se identificaron dos clústeres o grupos de
usuarios. La razón del tamaño fue de 2.22 y el ajuste óptimo (medida de silueta de la
cohesión y la separación) fue de 0.5. El primer clúster representaba el 69% de la
muestra y sus indicadores más relevantes fueron puntuaciones altas en el “Trastorno
paranoide”, la “Hipomanía”, los “Delirios psicóticos” y el “Pensamiento psicótico”.
Mientras que el segundo clúster representaba el 31% de la muestra y sus indicadores
más relevantes fueron puntuaciones altas en el “Pensamiento psicótico”, la
“Personalidad fóbica”, el “Trastorno paranoide” y el “Abuso de alcohol y drogas”.

Figura 11. Tamaños de clústeres. Fuente: elaboración propia.

Además, es de destacar que los dos clústeres difirieron sobre todo en las
variables de personalidad. De forma específica, los predictores con mayor repercusión
en estas diferencias fueron el Trastorno de personalidad paranoide, el Síndrome de
delirios psicóticos y el Síndrome de hipomanía (Figura 11).

129 | P á g i n a
Figura 12. Importancia del predictor. Fuente: elaboración propia.

En cuanto a los resultados obtenidos comparando los dos clústeres que


obtuvimos con las variables estudiadas, se ponen en evidencia los resultados del
Cuestionario de Empatía Cognitiva y Afectiva, donde se observó que el clúster 2
presentó puntuaciones mayores en todas las escalas de este cuestionario en el momento
POST, es decir, tras la intervención psicológica con la población en cuestión,
destacándose la evidente diferencia en las subescalas de Alegría empática y Estrés
empático.

130 | P á g i n a
Figura 13. Resultados del Cuestionario TECA en función de los clústeres. Fuente:
elaboración propia.

131 | P á g i n a
6. DISCUSIÓN

El objeto que ha motivado esta tesis doctoral es la profundización en el


conocimiento sobre las variables sociodemográficas y psicológicas de los agresores de
violencia de género así como la influencia y relevancia de los diferentes tipos de
empatía en población condenada por violencia contra la pareja y población no
condenada. Para responder a ello, se realizaron cinco estudios distintos con el fin de
contestar a las hipótesis planteadas en un inicio.

Con el fin de responder a la primera hipótesis “H1. Los hombres penados por
violencia de género presentan un perfil de mediana edad, con estudios secundarios y
con un nivel socioeconómico bajo. Esta hipótesis se apoya en la literatura previa en
nuestro país, como por ejemplo el trabajo de Fernández-Montalvo et al. (2011). Estos
autores indicaron que indicaron la edad media de los maltratadores en torno a los 39.4
años para subgrupos nacionales y 34.1 para otros orígenes, así como un nivel
sociodemográfico bajo. Si bien, estos estudios se ubican hacia casi una década, se
hipotetiza de esta manera que este perfil se mantiene en rasgos generales”, se realizó el
estudio I, en el cual se evaluó el perfil de los hombres penados por violencia de género
que tuvieron que acudir a realizar el programa de intervención para agresores de
violencia de género (PRIA-MA) en la ciudad de Valencia.

Se encontró que el perfil tipo de esta población fue el siguiente: hombre, de


39.61 años, de nacionalidad española, soltero o separado/divorciado, sin hijos o con un
único hijo y con estudios secundarios o primarios. Destacar que no se encontraron
diferencias relevantes a nivel de empleo y actividad laboral entre los participantes. Por
tanto, la primera Hipótesis I se cumple dado que se obtienen datos muy similares a los
que obtuvieron Fernández-Montalvo et al. (2011). Asimismo, en otra investigación,
obtuvieron resultados parecidos, concretamente pusieron en evidencia que la población
condenada a violencia de género si bien tenían edades muy dispares, siendo la edad
mínima 20 años y la edad máxima 73 años, la media se encontraba alrededor de los 40
años, además casi el 60% eran de nacionalidad española, la mayoría indicaban tener un
nivel de Enseñanza Secundaria Obligatoria (Boira & Tomás-Aragonés, 2011).

133 | P á g i n a
Por otro lado, se evaluaron datos adicionales, tales como el tiempo medio de
duración de la relación sentimental con la pareja con la que fueron denunciados, el cual
fue de 6.24 años de relación sentimental.

En cuanto a los delitos legales, en este trabajo se ha encontrado que


aproximadamente un 40% de los usuarios del programa acudieron con antecedentes
penales previos, siendo dichos delitos principalmente por motivos de peleas, de tráfico
de sustancias estupefacientes y de delitos contra la seguridad vial. Otros autores también
encontraron que la mitad de la muestra de los hombres penados por violencia de género
presentaban una carrera delictiva con antecedentes penales previos al delito por
violencia contra la pareja (García-Jiménez et al., 2014). Con respecto a los delitos
cometidos para su inclusión al programa PRIA-MA fueron mayoritariamente debido a
amenazas realizadas a la pareja, insultos a la pareja y quebrantamiento de la orden de
alejamiento establecida. En una investigación realizada sobre la reincidencia en la
población en cuestión, se encontró que éstos hombres reincidieron principalmente por
delitos de malos tratos (51%), quebrantamiento de la orden de alejamiento (21%) y
amenazas (17%) (Pérez-Ramírez et al., 2017).

En cuanto al consumo de sustancias adictivas, la literatura científica pone en


evidencia la alta prevalencia del consumo de drogas y de alcohol en el perfil del hombre
violento (Boira et al., 2010; Loinaz et al., 2010). En esta tesis, se encontró que casi un
25% de los participantes afirmaron consumir regularmente algún tipo de bebidas
alcohólicas mientras que un 15% afirmaron consumir regularmente sustancias tóxicas.
Contrastando estos datos con otros estudios, se puede observar que Boira et al. (2010)
indicaron en su estudio que un 26.72% consumía alcohol ocasionalmente y un 19.83%
consumía alcohol de forma abusiva en la actualidad, mientras que, con respecto al
consumo de drogas, un 16.67% consumía ocasionalmente y un 6.14% consumía de
forma abusiva en la actualidad. Pérez-Ramírez et al. (2017) encontraron que un 29.5%
de los hombres que reincidían en la violencia hacia la pareja, consumían al menos un
tipo de droga. Otros estudios relacionados con esta población demostraron que los
hombres que agreden a sus parejas y consumen de forma abusiva sustancias adictivas
presentan niveles mayores de desajuste psicosocial, mayor probabilidad de síntomas
psicopatológicos y peores resultados tras la realización de la intervención (Catalá-
Miñana et al., 2013).

134 | P á g i n a
La prevalencia de los trastornos de la personalidad es otro factor clave y de gran
relevancia en el estudio de la población de hombres que agreden a sus parejas (Boira et
al., 2010; Holtzworth-Munroe et al., 2000; Johnson et al., 2006; Loinaz et al., 2011;
White & Gondolf, 2000). Con respecto a los resultados de la presencia de
sintomatología clínica y trastornos de personalidad evaluados mediante el Inventario
Clínico Multiaxial de Millon II (MCMI-II), se observa que, en las escalas básicas de
personalidad, un 63.63% de los usuarios del programa obtuvieron puntuaciones
significativas en la escala de Personalidad compulsiva. Contrastando la información
obtenida acerca del perfil psicopatológico de los hombres maltratadores en la pareja con
la literatura científica, se ha podido observar coincidencia entre el perfil obtenido y lo
que señala la literatura en cuanto al MCMI-II. Así, se ha podido contrastar que el
trastorno de personalidad más frecuente en esta población es el trastorno de
personalidad compulsiva (Boira & Jodrá, 2010; Fernández-Montalvo & Echeburúa,
2008; Ruiz-Arias & Expósito, 2008). Asimismo, presentaron indicadores sugestivos en
las escalas básicas de personalidad de Personalidad narcisista, Personalidad histriónica y
Personalidad dependiente; y en una escala de la Personalidad patológica, concretamente
en el Trastorno paranoide. En el estudio de Boira & Jodrá (2010) reflejaron que la
sintomatología o trastornos de personalidad más frecuentes en los agresores de violencia
de género eran la personalidad compulsiva (47.9%), la personalidad antisocial (21%), la
personalidad agresivo-sádica (20.2%), la personalidad narcisista (18.5%) y la
personalidad histriónica (16.8%).

Por otro lado, en el momento posterior a la intervención psicológica, evaluado


en el estudio I, se ha diferenciado dos grupos o clústeres diferentes de usuarios en
función de los resultados obtenidos tras la realización del programa. Concretamente, el
primer clúster representa el 69% de la muestra y sus indicadores más relevantes son la
presencia del trastorno paranoide, de la hipomanía, de los delirios psicóticos y del
pensamiento psicótico. Mientras que el segundo clúster representa el 31% de la muestra
y sus indicadores más relevantes serían la presencia del pensamiento psicótico, de la
personalidad fóbica, del trastorno paranoide y del abuso de alcohol y de drogas. Con
respecto a los resultados en el momento POST de la variable de empatía, se ha podido
observar que el clúster 2 presenta puntuaciones mayores en las cuatro subescalas de la
empatía (Adopción de perspectivas, Comprensión emocional, Alegría empático y Estrés
empático) así como en la puntuación de empatía total.

135 | P á g i n a
Para responder a la siguiente hipótesis: “H2. El grupo control presenta mayores
puntuaciones en empatía general, empatía cognitiva y empatía afectiva que el grupo de
hombres penados por violencia de género. Esta hipótesis se fundamentaría en los
resultados anteriormente descritos por Fernández & Marshall (2003). En este caso, los
autores encontraron déficits de empatía hacia sus víctimas. Tal y como describimos,
esto puede ser causado por unos déficits en el reconocimiento del daño causado por
uno mismo, lo cual es ampliamente trabajado en los programas de intervención con
delincuentes (Martínez García, Redondo Illescas, Pérez-Ramírez, & García Forero,
2008), y por tanto, esperamos los resultados respalden la literatura previa”, se
realizaron el estudio III, el cual fue útil para evaluar las diferencias en empatía entre
población violenta contra la mujer y población no violenta.

En ese estudio los resultados indicaron que el grupo control compuesto por
hombres españoles sin antecedentes violentos hacia la pareja obtuvieron puntuaciones
significativamente más altas en la escala de Empatía cognitiva y en las subescalas de
Comprensión emocional y Alegría empática.

A partir de las Redes Bayesianas, se puso de manifiesto que obtener


puntuaciones altas en todas las subescalas de la capacidad de la empatía predice con
mayor probabilidad la pertenencia al grupo control. Los resultados sugieren además que
el papel de la empatía cognitiva es más sensible que la empatía afectiva. En otras
palabras, las fluctuaciones de esta variable podrían predecir más acertadamente la
pertenencia al grupo de hombres que hayan ejercido violencia en sus relaciones
sentimentales frente a los hombres que no la ejerzan.

Esto está respaldado por la literatura donde diversos autores encontraron en sus
investigaciones que niveles bajos en empatía cognitiva mantienen una relación fuerte y
positiva con la delincuencia y el delito violento (Jolliffe & Farrington, 2004; Van
Langen et al., 2014). De hecho, Richardson et al. (1994) indican que la empatía, y en
específico la empatía cognitiva, actúa como inhibidor de la agresión interpersonal y
verbal.

La literatura y los resultados de las investigaciones siguen siendo inconcluyentes


en cuanto al peso que tiene la empatía como variable explicativa del comportamiento
violento (Day et al., 2010; Owen & Fox, 2011) y, concretamente, del comportamiento
violento en la relación de pareja. A la hora de contrastar los datos obtenidos en los

136 | P á g i n a
diferentes estudios realizados en esta tesis con datos específicos de los agresores en
violencia contra la mujer, se obtiene que la literatura aporta escasos estudios de la
empatía en la violencia de género, lo cual dificulta dicha comparación de los resultados
obtenidos en este estudio.

Loinaz (2010) observó puntuaciones más altas en empatía en esta población tras
la intervención psicológica con ellos y destaca la importancia de las subescalas de
Adopción de perspectivas y de Estrés empático para esta población y la no reincidencia.
Sin embargo, no hace una distinción relevante entre Empatía cognitiva y Empatía
afectiva.

Por un lado, algunos estudios realizados con hombres delincuentes encuentran


que esta población presenta menos empatía que personas que no hayan cometido delitos
(McPhedran, 2009). Otras investigaciones respaldan dicha afirmación al indicar que los
delincuentes violentos obtienen niveles inferiores en empatía afectiva en comparación
con delincuentes no violentos (Jolliffe & Farrington, 2004, 2007). Zosky (2016)
encontró en sus estudios que existe una relación negativa entre la agresión física y la
empatía afectiva.

Por otro lado, Covell et al. (2007) analizaron los déficits en empatía en hombres
maltratadores y encontraron que menores niveles de Adopción de perspectiva así como
mayores niveles de angustia o distress personal correlacionaba positivamente con
mayor violencia en la relación sentimental. También indicaron que niveles bajos de
Adopción de perspectiva junto a niveles altos de angustia personal se relacionaban con
mayor probabilidad de ejercer violencia psicológica en la relación de pareja.

Asimismo, estos autores diferenciaron dos perfiles empáticos asociados a


distintas formas de violencia de pareja: el primero presenta altos niveles de Adopción de
perspectiva pero con bajos niveles de tolerancia a la emocionalidad negativa así como
para identificarse con personajes ficticios; mientras que el segundo perfil presenta bajos
niveles de Adopción de perspectivas y déficits para identificarse con personajes ficticios
pero adecuados niveles de expresión de la emocionalidad negativa (Covell et al., 2007).

Por otro lado, algunos autores plantean que los déficits en la respuesta empática
podrían depender de la persona o contexto específico. Así indican que los delincuentes
violentos exhiben falta en empatía solo ante determinado grupo de personas, por
ejemplo, mujeres o con una víctima en específico (Covell et al., 2007).

137 | P á g i n a
Para contrastar la tercera hipótesis “H3. Los usuarios del programa de
intervención para agresores de violencia de género en medidas alternativas presentan
puntuaciones más altas en todos los aspectos trabajados durante las sesiones en
comparación con las puntuaciones previas a la intervención. Basándonos en la
literatura previa, los diferentes programas de intervención han mostrado resultados
positivos en constructos inherentes a la empatía (Boira et al., 2013; Lila et al., 2013;
Loinaz, 2010)”, se ha realizado el estudio V, en el cual se ha evaluado los resultados
PRE-POST en la variable de empatía en población de maltratadores acudiendo al
programa PRIA-MA en la ciudad de Valencia.

Los resultados que se han obtenido en el estudio V indican puntuaciones


significativamente mayores en cuatro de las pruebas administradas antes y después del
programa de intervención PRIA-MA con hombres condenados por violencia de género,
estas pruebas son: la Escala de Habilidades Sociales (EHS), la Escala de Celos
Románticos (CR), el Cuestionario Estado-Rasgo de la Ira (STAXI) y el Test de
Empatía Cognitiva y Afectiva (TECA).

En la Escala de Habilidades Sociales (EHS), se obtienen puntuaciones


significativamente mayores en la subescala de Expresión de enfado o disconformidad a
posteriori de la realización del programa de intervención. Esto nos indica que tras la
intervención, los usuarios tienen más capacidad para expresar el enfado, sentimientos
negativos justificados y desacuerdos con otras personas. Esta habilidad es importante en
esta población dado que una persona con habilidades sociales adecuadas defenderá sus
derechos y expresara su acuerdo o desacuerdo sin originar malestar o daño psicológico
en la otra persona. En cambio, la incapacidad para expresar el enfado de forma asertiva
junto con una alta impulsividad y/o desregulación emocional podría ser un factor
promotor de la violencia en la pareja.

Autores tales como Arce Fernández & Fariña Rivera (2006) indican que una de
las características claves de los agresores de violencia de género es su incapacidad o
dificultades para comunicarse de forma adecuada y asertiva, específicamente con sus
parejas sentimentales. Por ello, esta variable está incluida en los diferentes programas de
intervención para esta población (Arce & Fariña, 2006, 2010; Lila, 2013; Ruiz et al.,
2010; Suárez et al., 2015). En cuanto a los resultados de esta variable tras un programa

138 | P á g i n a
de intervención con esta población, Ramírez et al. (2013) encontraron niveles menores
de ira y un mejor control y expresión de la ira.

En la Escala de Celos Románticos (CR), se obtienen puntuaciones


significativamente menores en el momento POST a la intervención, es decir, se ha
reducido el nivel de celos hacia la pareja que presentaban los penados. Según Montes-
Berges (2008), citado por Peña-Martín (2015), tradicionalmente los celos románticos se
han asociado a los malos tratos hacia las mujeres. La presencia de celos en los
maltratadores de violencia de género se puede entender como un factor desestabilizador
que favorece la repetición de situaciones conflictivas con la pareja, conductas de
control, pensamientos obsesivos, etc. Todo ello pudiendo derivar en el ejercicio de
violencia psicológica y social (aislamiento de la pareja y limitaciones en sus relaciones
interpersonales y familiares).

En cuanto a los resultados en esta variable tras la intervención, autores tales


como Echeburúa & Fernández-Montalvo (2009) y Ramírez et al. (2013) en sus estudios
con la misma población también obtuvieron cambios positivos y significativos en esta
variable. Esto indica que, tras la intervención, los usuarios del programa indicaron que
ya no percibían los celos como un problema para ellos mismos o en sus relaciones de
pareja.

En el Cuestionario Estado-Rasgo de la Ira (STAXI) únicamente se ha encontrado


puntuaciones significativas en la subescala de Ira-Rasgo, concretamente éstas
aumentaron en el momento POST. La Ira como Rasgo se define, según Spielberger
(1999), como “la disposición a percibir una amplia gama de situaciones como molestas
o frustrantes, y a experimentar un aumento en el estado de enojo”. Además, este autor
distingue tres direcciones de la expresión de la ira, a las cuales denomina: “ira hacia
afuera”, en este caso hacia la pareja, “ira hacia adentro”, en este caso hacia uno mismo,
y “control de la ira”, en este caso sería un control y autogestión de la ira adecuada. Sin
embargo, no se obtienen datos significativos para ninguna de las tres direcciones.

Es muy frecuente encontrarnos con que los agresores de violencia de género


refieren haber ejercido dicha violencia debido a una mala regulación emocional, como
puede ser por el enfado o la ira derivada de una discusión de pareja, debido a creencias
irracionales sobre la mujer y la violencia, por los celos infundados, etc. (Echeburúa &
De Corral, 1998). Por ello sería necesario seguir investigándolo con más muestra con el

139 | P á g i n a
fin de poder concretar hacia qué dirección está aumentando la ira, es decir, hacia uno
mismo, hacia otras personas o controlando esa ira.

En cuanto a los resultados obtenidos de esta variable en esta población tras un


programa de intervención, se han encontrado puntuaciones significativamente más bajas
en la variable ira (Echeburúa et al., 2009). Con todo, los datos obtenidos en la variable
de ira son difíciles de contrastar con otras investigaciones dado que obtenemos datos
contrarios a los habituales pero no completos (no conocemos la dirección de esa ira).
Asimismo, estos datos podrían ser explicados por una alta deseabilidad social al inicio
del programa, lo cual es característico de esta población (Lila et al., 2012; Saunders,
1995).

En el Test de Empatía Cognitiva y Afectiva (TECA), se obtienen puntuaciones


significativas y mayores en las subescalas de Comprensión emocional y de Alegría
empática, es decir, muestran una capacidad mayor para reconocer y comprender los
estados emocionales, intenciones e impresiones de los demás así como más capacidad
para compartir las emociones positivas de otras personas. En la subescala de Adopción
de perspectivas, los resultados rozaron la significación pero no llegan a ser
significativos, esto se puede deber a que la muestra es pequeña. La subescala de Estrés
empático es la única subescala donde no se observan diferencias significativas pre-post,
si bien podemos observar que la media POST es ligeramente más alta que la puntuación
PRE.

Contrastando los resultados de la empatía se obtienen resultados similares en las


investigaciones de Loinaz (2010) y Boira et al. (2013), quienes utilizaron el Índice de
Reactividad Interpersonal (IRI) para evaluar la empatía y obtuvieron puntuaciones
mayores en empatía al finalizar el programa de intervención con agresores. Ramírez et
al. (2013) evaluaron la empatía antes y después de la intervención psicológica con
maltratadores con el cuestionario NEO-FFI-R, el cual cuenta con una escala de empatía,
y obtuvieron resultados significativamente mayores en empatía en el momento POST.
Por otro lado, se encuentran Romero‐Martínez et al. (2019) quienes hallaron en su
estudio una mejoría de la empatía cognitiva al finalizar la intervención psicológica con
agresores de violencia de género.

Por último, para contrastar la última hipótesis “H4: Los hombres penados por
violencia de género presentan un peor desempeño de la empatía afectiva en

140 | P á g i n a
comparación con la empatía cognitiva. Si bien, algunos estudios apuntan a una mejora
de la empatía cognitiva tras programas de intervención, consideramos de interés,
explorar aspectos subyacentes a la empatía emocional. En este sentido, nótese que
varios autores como Loinaz (2010) y Boira et al. (2013) obtuvieron puntuaciones
mayores en toma de perspectivas tras la intervención con esta población. Además,
consideramos dentro de este punto, no sólo las puntuaciones tradicionales en escalas
de empatía, sino además, su reflejo conductual en tareas experimentales de
reconocimiento de emociones (como por ejemplo las emociones faciales) y la
interrelación entre las dos medidas de empatía (cuestionarios y tiempos de
reconocimiento)”, se realizó los estudios II y IV, los cuales evaluaron la relación entre
el reconocimiento de emociones y la empatía y también las diferencias en niveles de
empatía cognitiva, afectiva y hacia las víctimas en función de la situación sentimental
de los participantes.

La agresividad y la violencia se han estudiado en muchas ocasiones a través de


la valoración de los déficits en el reconocimiento emocional en el rostro de las otras
personas (García-Sancho et al., 2015). La funcionalidad del reconocimiento de las
expresiones faciales es la obtención de información de la otra persona para poder
adaptarse de forma adecuada a la situación y emocionalidad del otro. Por ello, se
considera un aspecto imprescindible para conseguir interacciones interpersonales
funcionales (Corden et al., 2006).

En el estudio II, obtuvimos resultados que indican que los agresores de violencia
contra la mujer tardan más tiempo en reconocer las expresiones neutras que las
expresiones con carga emocional, tanto positiva como negativa. Asimismo, los tiempos
de reacción de los participantes del estudio fueron mayores en el reconocimiento de las
imágenes de las expresiones emocionales en mujeres. Esto indica mayor dificultad para
reconocer la emocionalidad facial en las caras de las mujeres que en las caras de los
hombres.

Además, a la hora de relacionar las variables del Test de Empatía Cognitiva y


Afectiva con el tiempo de reacción de los participantes del estudio en la tarea de
reconocimiento emocional, se ha encontrado una relación significativa entre la
subescala Adopción de perspectivas y la emoción de Miedo. Marsh & Blair (2008)
obtuvieron a partir de un meta-análisis que las personas con comportamientos

141 | P á g i n a
antisociales tales como rasgos psicópatas, delincuentes violentos, etc. mostraron un
déficit en el reconocimiento de las emociones, en especial en las emociones de miedo y
de tristeza. Según el Mecanismo Inhibitorio de la Violencia (Blair, 1995), el adecuado
reconocimiento de estas dos emociones promueve respuestas empáticas afectivas con la
otra persona. De esta manera, la presencia en el agresor de déficit o dificultades en el
reconocimiento de las emociones del miedo y de la tristeza en la pareja facilita los
comportamientos agresivos en la relación (Blair, 2001, 2005; Eisenberg et al., 2010).
Sin embargo, otros autores encontraron resultados distintos. Concretamente, algunas
investigaciones reflejan que los perpetradores muestran mayor reconocimiento de las
emociones faciales ante emociones de ira y de sorpresa (Bueso-Izquierdo et al., 2015).

Los resultados obtenidos en las investigaciones acerca del reconocimiento


emocional en los maltratadores revelan dos teorías distintas: la primera indica que
podría existir un déficit en la identificación de emociones y/o en el procesamiento
emocional en esta población (Babcock et al., 2008; Chan et al., 2010), mientras que la
segunda afirma que éstos presentan una mayor exactitud en el reconocimiento
emocional, especialmente en expresiones faciales de asco, miedo o emociones neutras
(Babcock et al., 2008). Con respecto a la segunda teoría, un reconocimiento emocional
óptimo y ajustado a la realidad puede ser utilizado por dicha población como
“herramienta” para manipular y controlar a su pareja sentimental, consiguiendo de esta
forma perpetuar la relación violenta (Bueso-Izquierdo et al., 2015).

Por otra parte, si bien están relacionadas las variables de reconocimiento


emocional y de empatía, no está definida esta relación y es necesario recalcar que unos
adecuados ajustes de ambas variables no implican que la persona tenga las herramientas
necesarias para poder gestionar adecuadamente las emocionales y sepan actuar
correctamente frente a dichas emociones. De hecho, diferentes autores señalan que un
posible perfil de los perpetradores que estaría relacionado con índices mayores de
violencia en la relación sería el de un hombre con un ajustado nivel de empatía
cognitiva, lo cual le permitiría percibir, reconocer y atribuir adecuadamente la
emocionalidad de otras personas pero se mostraría incapaz o con dificultades para hacer
frente a aquellos estados emocionales, principalmente en emociones negativas (Bueso-
Izquierdo et al., 2015; Covell et al., 2007).

142 | P á g i n a
Otros estudios realizados proponen que los agresores de violencia contra la
mujer presentan un reconocimiento emocional distinto en función de la implicación
emocional con la persona a la que pertenece dicho rostro. Es decir, el procesamiento de
la emocionalidad en las caras de otras personas varía en función de si deben reconocer
la emoción en la cara de sus parejas o en las caras de otras mujeres no familiares
(Bueso-Izquierdo et al., 2015; A. Marshall & Holtzworth-Munroe, 2010).

En el estudio IV, se ha observado que en el momento previo a la intervención,


los participantes que no se encontraban en una relación de pareja presentaron
puntuaciones mayores en empatía cognitiva general, empatía afectiva general y empatía
afectiva hacia la propia víctima mientras que los participantes en una relación de pareja
presentaron puntuaciones mayores en empatía cognitiva hacia víctimas de violencia de
género, en empatía afectiva hacia víctimas de violencia de género y en empatía
cognitiva hacia la propia víctima.

En cuanto a los cambios PRE-POST obtenidos en el estudio IV entre los dos


grupos, se encontró que el grupo de agresores sin pareja mostró diferencias
estadísticamente significativas en Empatía cognitiva hacia la propia víctima mientras
que el grupo de agresores en una relación romántica puntuaron significativamente en
Empatía cognitiva hacia víctimas de violencia de género. Mientras que ambos grupos
coincidieron mostrando puntuaciones mayores tras la intervención en las escalas de
Empatía cognitiva general y Empatía afectiva hacia la propia víctima.

No se han encontrado otros estudios que valoren las diferencias en esta


población en función del estado sentimental. Por ello, no se ha podido contrastar estos
datos con otras investigaciones. Sin embargo, Fernandez & Marshall (2003)
encontraron en su estudio con agresores sexuales que éstos presentaban niveles
similares de empatía general y de empatía hacia otras víctimas que población de
delincuentes no sexuales pero niveles inferiores de empatía hacia sus propias víctimas.
Lo cual podría estar relacionado con las dificultades o incapacidad para reconocer el
daño causado a nivel emocional en sus propias víctimas (Martínez-García et al., 2008).

143 | P á g i n a
7. CONCLUSIONES

El estudio de la agresión es un tema de gran relevancia en la actualidad, en


especial por las implicaciones que presenta a nivel social y judicial. Las conductas
agresivas y violentas generan una gran diversidad de consecuencias tanto a nivel
personal, tales como malestar emocional, emocionalidad negativa, etc., como a nivel
interpersonal, tales como daños físicos y/o emocionales y psicológicos, victimización,
dificultades en sus relaciones, etc. así como consecuencias económicas y sociales. Por
todo ello, es necesario indagar acerca de dichas consecuencias y de los factores
influyentes en la manifestación de estas conductas con el fin de poder optimizar la
prevención del riesgo de las víctimas y diseñar intervenciones ajustadas al perfil que
presentan los agresores (Boira & Tomás-Aragonés, 2011).

El uso de la violencia puede aparecer en muchos ámbitos como en el acoso


escolar, en el ámbito laboral, dentro del núcleo familiar, en la pareja, etc. Este trabajo e
ha centrado en el estudio de la violencia en la relación de pareja dado el nivel de
relevancia que tiene este tipo de violencia a nivel social (European Union Agency for
Fundamental Rights, 2014).

Para combatir este tipo de violencia es imprescindible el esfuerzo y la actuación


de todas las esferas de la sociedad, tales como la educación en los menores, los ajustes a
nivel legal y políticos, la colaboración de los servicios de salud en la detección, el apoyo
de los medios de comunicación, etc. (World Health Organization, 2005, 2013).
Asimismo, es necesario intervenir tanto con las víctimas para reducir las consecuencias
de sufrir esta violencia y la victimización generada como con los agresores que son los
responsables de estas acciones con el fin de prevenir nuevas actuaciones violentas en la
pareja que podrían generar más víctimas en el futuro.

A pesar de conocer la importancia de las investigaciones y de la necesidad de


obtener más datos sobre esta población y su tratamiento, hasta el momento actual las
aportaciones científicas no definen un perfil específico del agresor de violencia de
género (Alcázar Córcoles & Gómez-Jarabo García, 2001). Una posible explicación de
estas diferencias en los resultados de las investigaciones es la escasez de pruebas
psicométricas validadas para muestra española, en concreto con respecto a la evaluación

145 | P á g i n a
de la empatía desde un enfoque integral, es decir, incluyendo tanto su componente
cognitivo como su componente afectivo.

El programa PRIA-MA que realizan los penados por violencia de género, ha


demostrado ser eficaz, quedando esto reflejado tanto en las resultados
significativamente mejores tras la intervención como en la baja reincidencia de esta
población tras la finalización de este programa (Arias et al., 2013; Echeburúa, 2013;
Echeburúa, Sarasua, et al., 2009; Echeburúa & Fernández-Montalvo, 2009; Loinaz et
al., 2011; Pérez-Ramírez et al., 2013, 2017). En nuestro estudio, y evaluando los
resultados PRE-POST, se encontró que los usuarios del programa PRIA-MA obtuvieron
niveles significativamente superiores en la subescala de expresión de enfado o
disconformidad en la Escala de Habilidades Sociales, en la subescala de Ira-Rasgo en
el Cuestionario Estado-Rasgo de la Ira, aunque sin resultados significativos en cuanto a
la dirección de esta ira (hacia uno mismo, hacia otra persona o control de la ira) en la
subescala de Comprensión emocional y Alegría empática en el Test de Empatía
Cognitiva y Afectiva y niveles significativamente inferiores en la Escala de Celos
Románticos.

Una de las variables más estudiadas en esta población ha sido la prevalencia de


los trastornos psicopatológicos. Si bien existen varios autores quienes encontraron la
presencia de distintos trastornos de personalidad tales como el trastorno obsesivo
compulsivo, el trastorno antisocial, trastorno dependiente, entre los más habituales
(Boira & Jodrá, 2010; Fernández-Montalvo & Echeburúa, 2008; Hart et al., 1993;
Johnson et al., 2006; Ruiz-Arias & Expósito, 2008). Sin embargo, a pesar no poder
acreditar el perfil psicopatológico de esta población, las investigaciones científicas han
demostrado que estos agresores presentan carencias o déficits psicológicos.
Concretamente, se ha encontrado distorsiones cognitivas, déficits de habilidades
sociales, inadecuada gestión emocional y baja empatía (Echeburúa et al., 2003;
Echeburúa, Amor, et al., 2009; Echeburúa & Fernández-Montalvo, 2009; Fernández-
Montalvo et al., 2005; Fernández-Montalvo & Echeburúa, 1997, 2008; Filardo Llamas,
2013; Hamberger & Hastings, 1988; Lila et al., 2012; O’Leary, 1993; Quinteros &
Carbajosa, 2008; Saunders, 1995; White & Gondolf, 2000).

En uno de los estudios que se ha realizado en este trabajo, se ha obtenido que el


perfil de los agresores de violencia de género obtenido es de un hombre con una edad
media de 39.61 años, de nacionalidad española, soltero o separado/divorciado, sin hijos

146 | P á g i n a
o con un único hijo y con estudios secundarios o primarios, lo cual concuerda con la
literatura (Boira & Tomás-Aragonés, 2011; Fernández-Montalvo et al., 2011). Mientras
que el trastorno de personalidad más habitual ha sido el trastorno de personalidad
compulsiva al igual que encontraron autores tales como Boira & Jodrá (2010),
Fernández-Montalvo & Echeburúa (2008) y Ruiz-Arias & Expósito (2008).

Sin embargo, tal y como hemos comentado anteriormente, al no existir un


consenso en cuanto a las variables de relevancia en esta población, queda clara la
evidencia de la necesidad de continuar realizando investigaciones más exhaustivas para
poder definir el perfil de los hombres condenados por este motivo. A pesar de ello, son
muchos los autores los que encontraron una correlación entre los niveles de empatía y la
perpetración de la violencia hacia la pareja (Ulloa & Hammett, 2016). Es de destacar
que una de las variables claves del tratamiento psicológico que ofrece el programa
PRIA-MA es la capacidad de empatizar, en específico con las víctimas (Ruiz et al.,
2010; Suárez et al., 2015). Echeburúa & Fernández-Montalvo (2009) encontraron
niveles mayores, aunque no significativos, de empatía en población encarcelada por
violencia contra la mujer. Sin embargo, Pérez-Ramírez et al. (2013) sí encontraron
niveles significativamente mayores de empatía en esta población al finalizar el
programa de intervención psicológica. Con estos datos, se resalta la necesidad de
obtener más datos acerca de la relación entre la empatía cognitiva y afectiva y la
violencia de género, ya que no existe suficiente literatura para poder contrastar la
información de forma adecuada. Por otra parte, es de igual relevancia averiguar si los
cambios en las respuestas empáticas de esta población influyen en la perpetración de la
violencia en la pareja.

Además, otro estudio realizado por Scott & Wolfe (2000) afirma que la empatía
es una de las variables claves para alcanzar el cambio conductual en los agresores de
violencia de género, concretamente los autores apoyan la teoría de que los pasos que
deben dar estos agresores es, en un primer momento ser capaces de responsabilizarse de
sus propias conductas inadecuadas, seguido de conseguir empatizar con sus víctimas y
de reducir los niveles de dependencia emocional a la pareja, y finalmente desarrollar
una mayor capacidad de comunicación asertiva. Relacionado con ello, encontramos a
Marshall et al. (1995) quienes encontraron que los agresores sexuales pueden ser
capaces o no de reconocer emociones en sus víctimas, tal como la angustia, pero que

147 | P á g i n a
éstos son incapaces de adoptar la perspectiva de la víctima, es decir, de empatizar con
ellas, lo cual conlleva una inhibición de la respuesta emocional de compasión.

Tras valorar el reconocimiento emocional en la población en cuestión, se puso


en evidencia la manifestación de tiempos de reacción mayores en el reconocimiento de
las expresiones emocionales en los rostros de mujeres frente a rostros de hombres.
Asimismo, se encontró una relación significativa entre la subescala Adopción de
perspectivas y la emoción de Miedo, lo cual también fue encontrado por Marsh & Blair
(2008). Distintos autores describieron que déficits en el reconocimiento emocional del
miedo y de la tristeza dentro de una relación interpersonal puede generar
comportamientos violentos (Blair, 2001, 2005; Eisenberg et al., 2010).

Por último, la empatía incorpora dos componentes: el componente cognitivo y el


afectivo o emocional. Para que una persona consiga empatizar con otra persona y
generar un sentimiento de compasión es necesario que dicha persona sea capaz de
comprender la situación, pensamientos y emociones de la otra persona (componente
cognitivo) y también que sea capaz de sentir vicariamente las emociones que sentirá la
otra persona (componente afectivo) (Martínez-García et al., 2008). Lo que se ha
pretendido evaluar en este trabajo ha sido la predominancia de estos componentes en la
población de hombres maltratadores. Lo que se ha obtenido ha sido que los
participantes sin antecedentes legales obtuvieron niveles mayores de empatía cognitiva
que los participantes con antecedentes por violencia de género. Además, se ha
encontrado que las probabilidades de pertenecer al grupo de participantes sin
antecedentes penales son superiores cuando éstos presentan niveles altos de empatía en
general y también si presentan niveles altos de empatía cognitiva. Por ello, se induce
que la empatía cognitiva es una variable relevante e incluso determinante a la hora de
pertenecer al grupo de agresores de violencia de género frente al grupo de participantes
sin antecedentes penales, quedando esto respaldado por la literatura (Jolliffe &
Farrington, 2004; Richardson et al., 1994; Van Langen et al., 2014).

En cuanto a las limitaciones del estudio, una de las principales es que la muestra
no es estadísticamente representativa, es decir, la muestra utilizada corresponde a
hombres penados por violencia de género en la ciudad de Valencia. Por tanto, los
resultados obtenidos no se pueden generalizar a los resultados para toda la sociedad
nacional o internacional. Además, la muestra que se ha utilizado es pequeña dado que

148 | P á g i n a
únicamente se ha podido acceder a población ubicada en la ciudad de Valencia y
derivada desde el Servicio de Gestión de Penas de Medidas Alternativas de la Ciudad de
la Justicia de Valencia hacia la entidad Psicofundación y Psicólogos Sin Fronteras para
la realización del programa de intervención PRIA-MA.

Asimismo, para evaluar los resultados PRE-POST del programa de intervención


para agresores de violencia de género (PRIA-MA), únicamente se han incluido los
usuarios que finalizaron dicho programa. El principal problema con ello es que se ha
perdido parte de la muestra debido a que varios de los participantes que realizaron los
cuestionarios en el momento PRE, no llegaron a finalizar el programa, lo cual redujo la
muestra utilizada. Estas bajas del programa pueden deberse a muchos motivos, siendo
los más habituales faltas de asistencia, consumo de sustancias adictivas, problemas
médicos y conductas disruptivas.

También se considera una limitación los cuestionarios que se han utilizado para
los estudios realizados en este trabajo. Tal y como se explicaba anteriormente, existen
pocas pruebas validadas para población española y, además, ninguna de ellas se
conceptualiza como la única aceptada para valorar adecuadamente la empatía o el
reconocimiento emocional. Por otro lado, las pruebas existentes para la medición de la
empatía generalmente se limitan a la evaluación de la parte cognitiva o de la parte
emocional, pero pocas incluyen el enfoque integral incluyendo ambos componentes de
la empatía. Por ello, cada autor elige para sus estudios que prueba utilizar, dificultando
poder comparar los resultados entre distintas investigaciones (Winter et al., 2017). En
cuanto a la evaluación del procesamiento emocional, la principal dificultad que se ha
encontrado es la escasa literatura científica en general y en específico en esta población.
Finalmente, no se ha encontrado ninguna prueba validada para valorar la empatía hacia
las víctimas en los agresores de violencia de género dado que estas pruebas se limitan a
otras poblaciones tales como los agresores sexuales o los agresores de bullying.

Por último, es de destacar que nuestros estudios se han realizado con población
condenada a la realización del programa PRIA-MA en medidas alternativas, es decir, en
el ámbito comunitario, no obstante, la mayoría de las investigaciones realizadas con esta
población se ha realizado en el ámbito penitenciario (Echeburúa & Fernández-
Montalvo, 2009; Loinaz et al., 2011), lo cual dificulta el poder contrastar la información
obtenida en los estudios realizados. Por ello, es fundamental continuar investigando y

149 | P á g i n a
recopilando datos científicos sobre esta población en los diferentes ámbitos en los que
pueden realizar el programa PRIA-MA.

En cuanto a futuras líneas de investigación, sería necesario realizar


investigaciones sobre los distintos componentes de la empatía a nivel nacional o, en su
caso, con una muestra mayor para así poder generalizar los datos y tener un mayor
conocimiento de esta población.

Por otro lado, sería relevante obtener datos acerca de los diferencias con respecto
al perfil psicológico y sociodemográfico de los agresores de violencia contra la pareja
en diferentes ámbitos: en el ámbito penitenciario, en el ámbito comunitario (medidas
alternativas) y como población voluntaria y consciente de su problemática.

Con respecto a la medición de la empatía, se ve reflejada la necesidad de validar


cuestionarios para su medición a nivel nacional y en su enfoque integral, es decir,
incluyendo sus componentes cognitivos y afectivos/emocionales. Y, por otro lado,
desarrollar un cuestionario fiable y válido para evaluar las posibles diferencias entre
empatía general, empatía hacía otras víctimas y empatía hacia la propia víctima dado
que las pruebas existentes hasta el momento que evalúen estos aspectos están enfocadas
a otras poblaciones.

La investigación acerca del procesamiento de las emociones de los agresores


debe profundizarse, así como relacionarlos con las respuestas empáticas y otros aspectos
relacionados con la violencia de género. Tal y como especifican Bueso-Izquierdo et al.
(2015) cabe mencionar que ser conocedores de los mecanismos subyacentes a conductas
de control, de dominio y de manipulación puede favorecer la comprensión de esta
población y los componentes emocionales como el reconocimiento emocional y la
empatía cognitiva y afectiva podrían estar relacionados (Alcázar Córcoles & Gómez-
Jarabo García, 2001; Chan et al., 2010). Asimismo, otra posible investigación que
podría aportar datos relevantes para la ciencia sería valorar los cambios de
reconocimiento emocional de los agresores en la pareja en función de si el rostro
pertenece a una mujer desconocida o su expareja víctima de violencia de género.

150 | P á g i n a
8. CONCLUSIONS

L'étude de l'agression est aujourd'hui un sujet d'une grande pertinence,


notamment en raison des implications qu'elle présente au niveau social et judiciaire. Les
comportements agressifs et violents génèrent une grande diversité de conséquences à la
fois au niveau personnel, comme l'inconfort émotionnel, l'émotivité négative, etc., et au
niveau interpersonnel, comme les conséquences physiques et/ou émotionnels et
psychologiques, la victimisation, les difficultés dans leurs relations, etc., ainsi que les
conséquences économiques et sociales. Il est donc nécessaire de se renseigner de ces
conséquences et des facteurs d'influence dans la manifestation de ces comportements
afin de pouvoir optimiser la prévention du risque des victimes et concevoir des
interventions adaptées au profil présenté par les agresseurs (Boira et Tomás-Aragonés,
2011).

L’utilisation à la violence peut apparaître dans de nombreux domaines tels que


l'intimidation à l’école, sur le lieu de travail, dans la sphère familiale, dans la relation de
couple, etc. Ce travail s'est concentré sur l'étude de la violence dans la relation de couple
compte tenu du niveau de pertinence de ce type de violence au niveau social (European
Union Agency for Fundamental Rights, 2014).

Pour lutter contre ce type de violence, l'effort et l'action de toutes les sphères de
la société sont essentiels, comme l'éducation des enfants, les ajustements juridiques et
politiques, la collaboration des services de santé dans la détection de la violence,
l'accompagnement des médias de communication, etc. (World Health Organization,
2005, 2013). De même, il est nécessaire d'intervenir auprès des victimes pour réduire les
conséquences y de la victimisation de souffrir ce type de violence ainsi qu'auprès des
agresseurs qui sont responsables de ces actes, afin d'éviter de nouveaux actes violents
dans le couple qui pourraient générer plus de victimes dans le future.

Malgré la connaissance de l'importance de la recherche scientifique et d'obtenir


plus d’informations sur cette population et son traitement, jusqu'à présent, les
contributions scientifiques ne définissent auncun profil spécifique de l'auteur de la
violence dans le couple (Alcázar Córcoles & Gómez-Jarabo García, 2001). Une
explication possible des différences dans les résultats de la recherche est la limité
utilisation des tests psychométriques validés pour la population espagnol, notamment en

151 | P á g i n a
ce qui concerne l'évaluation de l'empathie à partir d'une approche globale, c'est-à-dire
incluant à la fois sa variable cognitive et sa variable affective.

Le programme PRIA-MA que réalisent les hommes condamnées pour violence


dans le couple s'est avéré efficace, ce qui se traduit à la fois par des résultats nettement
meilleurs après l'intervention et par la faible récidive de cette population après la fin de
ce programme (Arias et al., 2013; Echeburúa, 2013; Echeburúa, Sarasua, et al., 2009;
Echeburúa & Fernández-Montalvo, 2009; Loinaz et al., 2011; Pérez-Ramírez et al.,
2013, 2017). Dans cet étude, et en évaluant les résultats PRE-POST de ce programme, il
a été constaté que les utilisateurs du programme PRIA-MA obtenaient des niveaux
significativement plus élevés sur la variable d'Expression de la colère et de désaccord
sur le Test des Compétences Sociales, sur la variable Trait de Colére dans le
questionnaire État-Trait de Colère, bien que sans résultats significatifs en termes de
direction de cette colère (envers soi-même, envers une autre personne ou contrôle de la
colère) sur la variable de la compréhension émotionnelle et de la Joie empathique dans
le Test d'Empathie Cognitive et Affective et des niveaux significativement inférieurs
pour le Test de la Jalousie Romantique.

L'une des variables les plus étudiées dans cette population a été la prévalence des
troubles psychopathologiques. Bien que plusieurs auteurs aient trouvé la présence de
différents troubles de la personnalité tels que le trouble obsessionnel-compulsif, le
trouble antisocial, le trouble dépendant, parmi les plus courants (Boira & Jodrá, 2010;
Fernández-Montalvo & Echeburúa, 2008; Hart et al., 1993; Johnson et al., 2006; Ruiz-
Arias & Expósito, 2008). Cependant, bien que n'étant pas en mesure de prouver
l’unique profil psychopathologique de cette population, la recherche scientifique a
montré que ces agresseurs ont des déficits psychologiques. Plus précisément, ils
présentent des distorsions cognitives, des déficits dans les compétences sociales, une
gestion émotionnelle inadéquate et une faible empathie ont été constatés (Echeburúa et
al., 2003; Echeburúa, Amor, et al., 2009; Echeburúa & Fernández-Montalvo, 2009;
Fernández-Montalvo et al., 2005; Fernández-Montalvo & Echeburúa, 1997, 2008;
Filardo Llamas, 2013; Hamberger & Hastings, 1988; Lila et al., 2012; O’Leary, 1993;
Quinteros & Carbajosa, 2008; Saunders, 1995; White & Gondolf, 2000).

Dans l'une des études réalisées dans ce travail, il a été obtenu que le profil des
agresseurs de violence de genre obtenu est celui d'un homme avec une moyenne d'âge

152 | P á g i n a
de 39.61 ans, de nationalité espagnole, célibataire ou séparé/divorcé, sans enfants ou
avec un enfant unique et avec des études secondaires ou primaires, ce qui concorde avec
la littérature (Boira & Tomás-Aragonés, 2011; Fernández-Montalvo et al., 2011). Alors
que le trouble de la personnalité le plus courant a été le trouble de la personnalité
obsessionel-compulsif, comme l'ont constaté d’autres auteurs tels que Boira et Jodrá,
2010; Fernández-Montalvo et Echeburúa, 2008; Ruiz-Arias et Expósito, 2008).

Cependant, comme nous avons commenté précédemment, il n’existe pas de


consensus sur les variables de pertinence dans cette population. Ce fait met clairement
en évidence la nécessité de continuer à faire des recherches plus exhaustives pour
pouvoir définir le profil des hommes condamnés pour ce type de violence. Malgré cela,
de nombreux auteurs ont trouvé une corrélation entre les niveaux d'empathie et la
perpétration de violences envers un partenaire (Ulloa et Hammett, 2016). Il est à noter
que l'une des variables clés du traitement psychologique proposé par le programme
PRIA-MA est la capacité d'empathie, en particulier avec les victimes (Ruiz et al., 2010;
Suárez et al., 2015). Echeburúa et Fernández-Montalvo (2009) ont trouvé des niveaux
plus élevés, bien que non significatifs, d'empathie dans la population emprisonnée pour
violence à l'égard des femmes. Cependant, Pérez-Ramirez et coll. (2013) ont trouvé des
niveaux d'empathie significativement plus élevés dans cette population à la fin du
programme d'intervention psychologique. Avec ces données, la nécessité d'obtenir plus
d’informations sur la relation entre l'empathie cognitive et affective et la violence de
genre est mise en évidence, car il n'y a pas suffisamment de littérature pour pouvoir
comparer les informations de manière adéquate. En revanche, il est tout aussi pertinent
de savoir si des changements dans les réponses empathiques de cette population
influencent la perpétration de violences dans le couple.

De plus, une autre étude menée par Scott & Wolfe (2000) affirme que l'empathie
est l'une des variables clés pour parvenir à un changement de comportement chez les
agresseurs de violence dans le couple, en particulier les auteurs soutiennent la théorie
selon laquelle les pas à suivre avec ces agresseurs sont, dans un premier temps, être en
mesure d'assumer la responsabilité de leur propres comportements inappropriés, puis
être capable d'empathie avec leurs victimes et de réduire les niveaux de dépendance
émotionnelle à l'égard de leur partenaire sentimental, et enfin de développer une plus
grande capacité de communication assertive. En relation avec cela, nous trouvons
Marshall et al. (1995) qui ont constaté que les délinquants sexuels peuvent ou non être

153 | P á g i n a
capables de reconnaître les émotions de leurs victimes, comme l’angoisse, mais qu'ils
sont incapables d'adopter le point de vue de la victime, c'est-à-dire de faire preuve
d'empathie avec elle, ce qui implique une inhibition de la réponse émotionnelle de la
compassion envers la victime.

Après avoir évalué la reconnaissance émotionnelle dans la population en


question, il a été mis en évidence de la manifestation de temps de réaction plus longs
dans la reconnaissance des expressions émotionnelles sur les visages des femmes par
rapport aux visages des hommes. De même, une relation significative a été trouvée entre
le questionnarire TECA, dans la variable Adoption de la perspective et dans la variable
de l'émotion de la Peur, qui a également été trouvée par Marsh et Blair (2008).
Différents auteurs ont décrit que des déficits dans la reconnaissance émotionnelle de la
peur et de la tristesse dans une relation interpersonnelle peuvent générer des
comportements violents (Blair, 2001, 2005; Eisenberg et al., 2010).

Pour terminer, l'empathie intègre deux composantes: la composante cognitive et


la composante affective ou émotionnelle. Pour qu'une personne puisse faire preuve
d'empathie avec une autre personne et générer un sentiment de compassion, il est
nécessaire que cette personne soit capable de comprendre la situation, les pensées et les
émotions de l'autre personne (composante cognitive) et aussi de pouvoir ressentir par
procuration les émotions que l’autre personne ressentira (composante affective)
(Martínez-García et al., 2008). Ce qu’a prétendu évaluer ce travail c’est la
prédominance de ces composantes (cognitive et affective) dans la population des
hommes violents. Ce qui a été obtenu c'est que les participants sans casier judiciaire ont
obtenu des niveaux plus élevés d'empathie cognitive que les participants ayant des
antécédents de violence sexiste. De plus, il a été constaté que les probabilités
d'appartenir au groupe de participants sans casier judiciaire sont plus élevées lorsqu'ils
présentent des niveaux élevés d'empathie en général et également s'ils présentent des
niveaux élevés d'empathie cognitive. Par conséquent, on peut déduire que l'empathie
cognitive est une variable pertinente et même déterminante quand il s'agit d'appartenir
au groupe des auteurs de violences de genre par rapport au groupe de participants sans
casier judiciaire, ceci étant corroboré par la littérature (Jolliffe et Farrington, 2004;
Richardson et al., 1994; Van Langen et al., 2014).

154 | P á g i n a
En ce qui concerne les limites de l'étude, l'une des principales est que la
population utilisée n'est pas statistiquement représentatif, c'est-à-dire que l'échantillon
utilisé correspond aux hommes condamnés pour violence de genre dans la ville de
Valence. Par conséquent, les résultats obtenus ne peuvent pas être généralisés aux
résultats pour l'ensemble de la société national ou international. En outre, l'échantillon
qui a été utilisé est petit car il n'a été possible d'accéder qu'à la population située dans la
ville de Valence et dérivée du service de gestion des sanctions des mesures alternatives
de la Ciudad de la Justicia de Valence à la Fondation Psicofundación y Psicólogos Sin
Fronteras pour réaliser le programme d'intervention PRIA-MA.

De même, pour évaluer les résultats PRE-POST du programme d'intervention


pour les agresseurs de violences dans le couple (PRIA-MA), seuls les participants ayant
terminé le programme ont été inclus. Le principal problème avec ceci est qu'une partie
de l'échantillon a été perdue parce que plusieurs des participants qui ont répondu aux
questionnaires au moment PRE n'ont pas terminé le programme, ce qui a réduit
l'échantillon utilisé. Ces retraits du programme peuvent être dus à de nombreuses
raisons, les plus courantes étant les absences au programme, la consommation de
substances addictives, les problèmes médicaux et les comportements perturbateurs.

Les questionnaires qui ont été utilisés pour les études menées dans ce travail sont
également considérés comme une limitation. Comme expliqué ci-dessus, il existe peu de
tests validés pour la population espagnole et, en outre, aucun d'entre eux n'est
conceptualisé comme le seul accepté pour évaluer correctement l'empathie ou la
reconnaissance émotionnelle. D’un autre côté, les tests existants de mesure de
l'empathie se limitent généralement à l'évaluation de la partie cognitive ou de la partie
émotionnelle, mais peu incluent l'approche globale incluant les deux composantes de
l'empathie. Par conséquent, chaque auteur choisit pour ses études quel test utiliser, ce
qui rend difficile la comparaison des résultats entre différentes recherches scientifiques
(Winter et al., 2017). En ce qui concerne l'évaluation du traitement émotionnel, la
principale difficulté rencontrée est la limité de la littérature scientifique en général et
spécifiquement dans cette population. Pour terminer, aucun test validé n'a été trouvé
pour évaluer l'empathie envers les victimes des auteurs de violences basées sur le genre
puisque ces tests sont limités à d'autres populations comme les délinquants sexuels ou
les intimidateurs à l’école.

155 | P á g i n a
Finalement, il est à démarquer que nos études ont été menées auprès d'une
population condamnée à réaliser le programme PRIA-MA en mesures alternatives, c'est-
à-dire au niveau communautaire, cependant, la plupart des recherches menées auprès de
cette population ont été menées en milieu carcéral (Echeburúa et Fernández-Montalvo,
2009; Loinaz et al., 2011), ce qui rend difficile la comparaison des informations
obtenues dans les études réalisées. Pour cette raison, il est essentiel de continuer la
recherche scientifique et la collecte de données scientifiques sur cette population dans
les différents domaines dans lesquels elle peut mener le programme PRIA-MA.

Concernant les futures lignes de recherche, il serait nécessaire de mener des


recherches sur les différentes composantes de l'empathie au niveau national et
international ou, le cas échéant, avec un échantillon plus grand afin de généraliser les
données et d'avoir une meilleure compréhension de cette population.

D'autre part, il serait pertinent d'obtenir des données sur les différences par
rapport au profil psychologique et sociodémographique des agresseurs de violence
contre le partenaire dans différents contextes: en milieu carcéral, en milieu
communautaire (mesures alternatives) et en tant que population volontaire et consciente
de son problème.

En ce qui concerne la mesure de l'empathie, il est nécessaire de valider les


questionnaires pour sa mesure au niveau national et dans son approche globale, c'est-à-
dire, comprenant ses composantes cognitives et affectives/émotionnelles. Et, d'autre
part, développer un questionnaire fiable et valide pour évaluer les différences possibles
entre l'empathie générale, l'empathie envers les victimes et l'empathie envers la victime
générée para lui-même, étant donné que les tests existants qui évaluent ces aspects sont
focalisés sur d'autres populations.

Les recherches sur le traitement des émotions des agresseurs doivent être
approfondies et les relacioner aux réponses empathiques et à d'autres aspects liés à la
violence dans le couple. Comme Bueso-Izquierdo et al. (2015) spécifie, il faut faire
noter que la connaissance des mécanismes sous-jacents aux comportements de contrôle,
de domination et de manipulation peut favoriser la compréhension de cette population,
et les composantes émotionnelles telles que la reconnaissance émotionnelle et
l'empathie cognitive et affective pourraient être liées à ces comportements de contrôle
(Alcázar Córcoles et Gómez-Jarabo García, 2001; Chan et al., 2010). De même, une

156 | P á g i n a
autre recherche possible qui pourrait fournir des données pertinentes pour la science
serait d'évaluer les changements dans la reconnaissance émotionnelle des agresseurs
dans le couple en fonction du fait que le visage appartient à une femme inconnue ou à
son ex-partenaire, victime de violence de genre.

157 | P á g i n a
9. REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

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violencia de género: Una propuesta de intervención. Psicopatología Clínica, Legal
y Forense, 1(2), 33–49.

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