Location via proxy:   [ UP ]  
[Report a bug]   [Manage cookies]                

Vi. Acción y Experiencia Moral Cristiana

Descargar como docx, pdf o txt
Descargar como docx, pdf o txt
Está en la página 1de 7

6.

ACCIÓN Y EXPERIENCIA MORAL CRISTIANA

1.- Actos y actitudes


2.- Fuentes de la moralidad
3.- Valor de los actos morales
4.- Opción fundamental

I. ACTOS Y ACTITUDES

1.1 Actos morales

Los manuales clásicos se fijan en las acciones humanas que tienen su raíz en el centro
mismo de la persona que recibe el valor moral, lo percibe lúcidamente y decide libremente
en consecuencia.

Las acciones biológicas o instintivas las sustraen de la responsabilidad personal, no son


objeto de la reflexión moral.

Existen tres elementos indispensables en la acción humana:


1.- conocimiento de la acción como de su relación con los valores morales que están
en juego.
2.- sentimiento de tendencia y voluntariedad hacia el valor conocido; voluntario.
3.- decisión libre y realización no coaccionada de la acción propuesta.

Los manuales tradicionales de teología moral establecen una distinción entre el acto interior
y el acto exterior.

El comportamiento humano responsable tiene su origen en la decisión querida y libre,


aunque se refleje en el ejercicio visible de sus potencialidades.

Existen, pues, actos internos y externos; la moralidad del acto queda ya determinada por el
acto interno, aunque la acción exterior y visible añade un complemento y una valencia
moral ulterior al acto humano ya existente.

Moralmente se califican los actos humanos como buenos o malos.

Hoy el diálogo con la filosofía personalista ha ayudado a la teología moral a comprender


que en la base de la acción humana más que el conocimiento racional objetivo se encuentra
la motivación subjetiva.

La moral subjetiva tiene en cuenta el conjunto de factores internos a la persona que da


energía y dirección a su comportamiento; es el dinamismo de la persona proyectado hacia
un valor futuro. El motivo selecciona entre las conductas posibles las que se demuestran
más eficientes para el propio fin.
En este tema la Revelación nos ayuda afirmando que el conocimiento de los actos humanos
se completa con el discernimiento que el obra del Espíritu Santo, San Pablo nos dice: “y
así, tú, que tienes el debido conocimiento, haces perecer al débil, ¡ese hermano por el que
murió Cristo!” (1Cor. 8, 11). Conocer la voluntad de Dios más que un juicio teórico es
conocer a la persona amada, para ello la Gracia nos auxilia.

1.2 La actitud moral

No debe de ser confundida con la intención.

Es un conjunto de disposiciones adquiridas que nos llevan a reaccionar positiva o


negativamente ante los valores éticos. Definición que en la moral cristiana ha de
completarse con una reflexión sobre las motivaciones de gracia, sus referencias a la
realidad, su aspiración a seguir a Cristo.

La actitud moral comporta todo el mundo cognoscitivo y el volitivo, el ámbito de los


sentimientos humanos y el campo operativo de la persona.

II. FUENTES DE LA MORALIDAD

Son los diferentes elementos de la acción humana que han de medirse por la norma ética y
que determinan la moralidad de la acción.

Son tres:
1.- Objeto; la acción u omisión misma.
2.- Fin; lo que se persigue con la acción u omisión.
3.- Circunstancias; que la sitúan en un lugar y en un momento concreto.

Una acción humana buena será cuando los tres elementos (objeto, fin y circunstancias) sean
buenos y será mala cuando uno solo de ellos sea tal.

2.1 El objeto

Es aquello a lo que tiende la acción por su propia naturaleza, con independencia de la


intención del agente y las circunstancias.

Es el resultado del acto humano y el efecto que la acción produce de modo directo.

En principio es un bien hacia el cual tiene deliberadamente la voluntad.

Especifica moralmente el acto del querer, según que la razón lo reconozca y lo juzgue
conforme o no conforme con el bien verdadero y con la última verdad del hombre. La
moralidad primera y esencial del comportamiento humano se deriva del objeto moralmente
considerado.
El objeto de una acción puede ser bueno, malo o indiferente, es comprensible cuando se
quiere dirigir la atención hacia la acción concreta y el valor ético que representa.

Pero es discutible si tenemos en cuenta que toda acción u omisión repercute de alguna
forma en el proceso de realización de la persona y en su responsabilidad, tanto hacia los
demás o el medio ambiente, como a la voluntad de Dios.

2.2. El fin

El fin u objetivo manifiesta la intención.

Por estar ligada a la fuente voluntaria de la acción y por determinarla en razón del fin, la
intención del agente es un elemento esencial en la calificación moral de la acción.

La intención es el movimiento de la voluntad hacia un fin. Una misma acción puede estar
inspirada en varias intenciones. Una misma intención puede ordenar varias acciones.

El fin puede cambiar la moralidad del acto.

Una intención buena no convierte automáticamente en bueno ni justo un comportamiento


en sí mismo desordenado y contrario a la verdad objetiva de la moralidad. No basta, no es
suficiente un buen propósito.

2.3 Las circunstancias

Son esas cualidades especiales de la acción, que no van necesariamente ligadas al objeto
mismo de la acción.

Ninguna acción moral acontece en lo abstracto, sino en unas mediaciones concretas.

Son elementos secundarios de un acto moral.

La mayor parte de las veces no tienen influencia notable sobre la moralidad de la acción,
pero hay momentos en que contribuyen a agravar o disminuir la bondad o malicia moral.

Pueden también aumentar o atenuar la responsabilidad.

Como conclusión de este segundo apartado es necesario dejar en claro que hay actos
intrínsecamente malos tal como lo menciona Veritatis splendor “Ahora bien, la razón
testimonia que existen objetos del acto humano que se configuran como no-ordenables a
Dios, porque contradicen radicalmente el bien de la persona, creada a su imagen. Son los
actos que, en la tradición moral de la Iglesia, han sido denominados intrínsecamente
malos («intrinsece malum»): lo son siempre y por sí mismos, es decir, por su objeto,
independientemente de las ulteriores intenciones de quien actúa, y de las circunstancias.
Por esto, sin negar en absoluto el influjo que sobre la moralidad tienen las circunstancias
y, sobre todo, las intenciones, la Iglesia enseña que «existen actos que, por sí y en sí
mismos, independientemente de las circunstancias, son siempre gravemente ilícitos por
razón de su objeto». El mismo concilio Vaticano II, en el marco del respeto debido a la
persona humana, ofrece una amplia ejemplificación de tales actos: «Todo lo que se opone
a la vida, como los homicidios de cualquier género, los genocidios, el aborto, la eutanasia
y el mismo suicidio voluntario; todo lo que viola la integridad de la persona humana, como
las mutilaciones, las torturas corporales y mentales, incluso los intentos de coacción
psicológica; todo lo que ofende a la dignidad humana, como las condiciones infrahumanas
de vida, los encarcelamientos arbitrarios, las deportaciones, la esclavitud, la prostitución,
la trata de blancas y de jóvenes; también las condiciones ignominiosas de trabajo en las
que los obreros son tratados como meros instrumentos de lucro, no como personas libres y
responsables; todas estas cosas y otras semejantes son ciertamente oprobios que, al
corromper la civilización humana, deshonran más a quienes los practican que a quienes
padecen la injusticia y son totalmente contrarios al honor debido al Creador»
Sobre los actos intrínsecamente malos y refiriéndose a las prácticas contraceptivas
mediante las cuales el acto conyugal es realizado intencionalmente infecundo, Pablo VI
enseña: «En verdad, si es lícito alguna vez tolerar un mal menor a fin de evitar un mal
mayor o de promover un bien más grande, no es lícito, ni aun por razones gravísimas,
hacer el mal para conseguir el bien (cf. Rm 3, 8), es decir, hacer objeto de un acto positivo
de voluntad lo que es intrínsecamente desordenado y por lo mismo indigno de la persona
humana, aunque con ello se quisiese salvaguardar o promover el bien individual, familiar
o social».” (81)

“La Iglesia, al enseñar la existencia de actos intrínsecamente malos, acoge la doctrina de


la sagrada Escritura. El apóstol Pablo afirma de modo categórico: «¡No os engañéis! Ni
los impuros, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los homosexuales, ni
los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los ultrajadores, ni los rapaces heredarán
el reino de Dios» (1 Co 6, 9-10).
Si los actos son intrínsecamente malos, una intención buena o determinadas circunstancias
particulares pueden atenuar su malicia, pero no pueden suprimirla: son actos
irremediablemente malos, por sí y en sí mismos no son ordenables a Dios y al bien de la
persona: «En cuanto a los actos que son por sí mismos pecados (cum iam opera ipsa
peccata sunt) —dice san Agustín—, como el robo, la fornicación, la blasfemia u otros
actos semejantes, ¿quién osará afirmar que cumpliéndolos por motivos buenos (bonis
causis), ya no serían pecados o —conclusión más absurda aún— que serían pecados
justificados?».
Por esto, las circunstancias o las intenciones nunca podrán transformar un acto
intrínsecamente deshonesto por su objeto en un acto subjetivamente honesto o justificable
como elección.” (82)

III. VALOR DE LOS ACTOS MORALES

¿Qué es lo que define y orienta la eticidad de la existencia; los actos o las actitudes?

3.1 Importancia del acto moral singular


Todos los actos influyen en la actitud ética de la persona; la generan, la motivan, la
refuerzan.

Los actos particulares nos revelan ante los demás y son un encuentro particular en la verdad
con nosotros mismos y con el entorno, son el terreno donde acontece la visita de Dios a
nuestra existencia.

Pero no sólo debemos tener en cuenta los actos particulares porque caeríamos en el
casuismo, en la ética de la situación, en el individualismo narcisista, en olvidar el progreso
de la historia personal, en olvidar las omisiones del bien, en el fariseísmo sin tener en
cuenta la gracia, y sería muy difícil explicar el pecado estructural.

3.2 Valores y contravalores de una moral de actitudes

Valores;
1. Nos conduce a una moral de la responsabilidad, va más allá de un simple
cumplimiento de la ley.
2. Ayuda a descubrir la importancia de la educación ética.
3. Descubrimiento de la conciencia.
4. Busca la perfección más que prohibir.
5. Le da importancia a la omisión.

Riesgos;
1. Podría conducirnos a una comprensión moral hipócrita que juzgara de la bondad
teniendo en cuenta estas raíces del obrar son preocuparse de las acciones concretas.
2. Caer en el subjetivismo.

IV. OPCIÓN FUNDAMENTAL

No se refiere tanto a la elección de lo que una persona quiere hacer en la vida como al tipo
de persona que ha decidido ser.

Incluye
1. Proyecto general de su existencia
2. Programa de vida
3. Jerarquización de todos los valores

Elección libre en la que el ser humano se hace como tal.

Plantea tres cuestiones:


1. Sujeto; ¿todos la formulan?
2. Objeto; fin último
3. Momento en que se formula

El documento Persona humana nos dice: “Algunos llegan a afirmar que el pecado mortal
que separa de Dios sólo se verifica en el rechazo directo y formal de la llamada de Dios, o
en el egoísmo que se cierra al amor del prójimo completa y deliberadamente. Sólo
entonces tendría lugar una «opción fundamental», es decir, una de aquellas decisiones que
comprometen totalmente una persona, y que serían necesarias para constituir un pecado
mortal; mediante ella tomaría o ratificaría el hombre, desde el centro de su personalidad,
una actitud radical en relación con Dios o con los hombres. Por el contrario, las acciones
que llaman «periféricas» —en las que niegan que se dé por lo regular una elección
decisiva— no llegarían a cambiar una opción fundamental; y tanto menos cuanto que,
según se observa, con frecuencia proceden de los hábitos contraídos. De esta suerte, esas
acciones pueden debilitar las opciones fundamentales, pero no hasta el punto de poderlas
cambiar por completo. Ahora bien, según esos autores, un cambio de opción fundamental
respecto de Dios ocurre más difícilmente en el campo de la actividad sexual donde, en
general, el hombre no quebranta el orden moral de manera plenamente deliberada y
responsable, sino más bien bajo la influencia de su pasión, de su debilidad, de su
inmadurez; incluso, a veces, de la ilusión que se hace de demostrar así su amor por el
prójimo; a todo lo cual se añade con frecuencia la presión del ambiente social. Sin duda,
la opción fundamental es la que define en último término la condición moral de una
persona; pero una opción fundamental puede ser cambiada totalmente por actos
particulares, sobre todo cuando éstos hayan sido preparados, como sucede
frecuentemente, con actos anteriores más superficiales. En todo caso, no es verdad que
actos singulares no son suficientes para constituir un pecado mortal.”
(10)

Veritatis splendor afirma que: “Por tanto, dichas teorías son contrarias a la misma
enseñanza bíblica, que concibe la opción fundamental como una verdadera y propia
elección de la libertad y vincula profundamente esta elección a los actos particulares.
Mediante la elección fundamental, el hombre es capaz de orientar su vida y —con la ayuda
de la gracia— tender a su fin siguiendo la llamada divina. Pero esta capacidad se ejerce
de hecho en las elecciones particulares de actos determinados, mediante los cuales el
hombre se conforma deliberadamente con la voluntad, la sabiduría y la ley de Dios. Por
tanto, se afirma que la llamada opción fundamental, en la medida en que se diferencia de
una intención genérica y, por ello, no determinada todavía en una forma vinculante de la
libertad, se actúa siempre mediante elecciones conscientes y libres. Precisamente por esto,
la opción fundamental es revocada cuando el hombre compromete su libertad en
elecciones conscientes de sentido contrario, en materia moral grave.
Separar la opción fundamental de los comportamientos concretos significa contradecir la
integridad sustancial o la unidad personal del agente moral en su cuerpo y en su alma.
Una opción fundamental, entendida sin considerar explícitamente las potencialidades que
pone en acto y las determinaciones que la expresan, no hace justicia a la finalidad
racional inmanente al obrar del hombre y a cada una de sus elecciones deliberadas. En
realidad, la moralidad de los actos humanos no se reivindica solamente por la intención,
por la orientación u opción fundamental, interpretada en el sentido de una intención vacía
de contenidos vinculantes bien precisos, o de una intención a la que no corresponde un
esfuerzo real en las diversas obligaciones de la vida moral. La moralidad no puede ser
juzgada si se prescinde de la conformidad u oposición de la elección deliberada de un
comportamiento concreto respecto a la dignidad y a la vocación integral de la persona
humana. Toda elección implica siempre una referencia de la voluntad deliberada a los
bienes y a los males, indicados por la ley natural como bienes que hay que conseguir y
males que hay que evitar. En el caso de los preceptos morales positivos, la prudencia ha de
jugar siempre el papel de verificar su incumbencia en una determinada situación, por
ejemplo, teniendo en cuenta otros deberes quizás más importantes o urgentes. Pero los
preceptos morales negativos, es decir, los que prohiben algunos actos o comportamientos
concretos como intrínsecamente malos, no admiten ninguna excepción legítima; no dejan
ningún espacio moralmente aceptable para la creatividad de alguna determinación
contraria. Una vez reconocida concretamente la especie moral de una acción prohibida
por una norma universal, el acto moralmente bueno es sólo aquel que obedece a la ley
moral y se abstiene de la acción que dicha ley prohíbe.” (67)

También podría gustarte