Menos Prisión, Más Justicia Restaurativa: Estableciendo Las Prioridades en El Debate
Menos Prisión, Más Justicia Restaurativa: Estableciendo Las Prioridades en El Debate
Menos Prisión, Más Justicia Restaurativa: Estableciendo Las Prioridades en El Debate
1
Agradezco a Noemí González Palanco la revisión del texto con visión
de género y su apoyo durante la realización del trabajo.
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ÍNDICE
Introducción…4
Bibliografía…16
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Menos prisión, más Justicia Restaurativa: estableciendo las prioridades en el
debate.
Mientras que hay muchas personas defensoras de la Justicia Restaurativa que entienden
que ésta es totalmente incompatible con la prisión, si observamos la realidad podemos ver que
existen múltiples proyectos alrededor del mundo que tratan de desarrollar programas de Justicia
Restaurativa entre rejas, algunos de los cuales incluso pretenden que la Justicia Restaurativa pueda
cambiar radicalmente la naturaleza de las prisiones creando lo que denominan la “Prisión
Restaurativa” (Coyle, 2001), la “Prisión Virtuosa” (Cullen et al., 2001) o la “Detención
Restaurativa” (Peters et al., 2003). En este trabajo trataré de analizar ambas realidades, la que
niega la posibilidad de aplicar la Justicia Restaurativa en prisión y la que la afirma, para llegar a una
conclusión que sea acorde con la caracterización que realizaré de la Justicia Restaurativa como un
movimiento abolicionista y pragmático al mismo tiempo.
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proyectos en este sentido que se están llevando a cabo. Esta postura es coherente con la
caracterización de la Justicia Restaurativa como un movimiento pragmático. Finalmente, en la
parte tercera, concluiré argumentando que, si aceptamos que la Justicia Restaurativa es al mismo
tiempo un movimiento abolicionista y pragmático, una adecuada respuesta a la cuestión sobre su
relación con la prisión debe partir del establecimiento de las prioridades de actuación para el
cumplimiento de sus fines. Abogaré, tras estos razonamientos, por establecer como prioridad para
la Justicia Restaurativa la actuación en pos de la reducción del uso de la pena de prisión, sin
menoscabo de la posibilidad de desarrollar programas en prisión de manera paralela.
En sus comienzos la Justicia Restaurativa nació como respuesta a los fallos que los
paradigmas retributivo y rehabilitador presentaban y, por consiguiente, era un movimiento
decididamente contrario al sistema penal en su conjunto y absolutamente opuesto a la pena de
prisión. Como Daly (2013) señala “ los primeros pensadores que hoy asociamos con la Justicia
Restaurativa estaban por lo general en contra del castigo”. Daly hace referencia fundamentalmente
a Eglash, Barnett, Christie y Zehr, a los que considera los pensadores clave en el surgimiento de la
Justicia Restaurativa. Prosigue diciendo que estos “padres de la Justicia Restaurativa” entendían
que “la justicia penal convencional es un fracaso” y que deseaban “identificar formas no punitivas y
más constructivas de responder al crimen”. Para Zinsstag (2011), los fundadores teóricos de la
Justicia Restaurativa también serían Eglash, Barnett y Christie, pero añade que, en Europa “el
surgimiento de la Justicia Restaurativa se atribuye principalmente a académicos abolicionistas
como Herman Bianchi, Louk Hulsman y Willem de Haan”. En otros trabajos (Blad, 2010; Daly
and Immarigeon, 1998; Gavrielides, 2007; Johnstone, 2007; Ruggiero, 2011) también se apunta
hacia el abolicionismo como una de las fuentes primordiales de la Justicia Restaurativa.
Según Daly (2013), Eglash (1977) fue el primero en usar el término Justicia Restaurativa
para referirse a un tipo de justicia que estaría “más allá de la coerción” (p. 95), que sería opuesta a
la justicia retributiva y que estaría basada en la “restitución creativa”. Barnett (1977), por su parte,
propondría una “restitución pura” que no sería punitiva y también estaría planteada en oposición a
la justicia retributiva. Bianchi (1978), desde tesis más fuertemente abolicionistas, propondría la
superación de la justicia basada en el castigo y la prisión por otra justicia basada en la
reconciliación. En los siguientes párrafos, me centraré en las figuras de Christie y Hulsman, ambos
renombrados abolicionistas y frecuentemente citados como fundadores de la Justicia Restaurativa.
Dejaré el análisis del pensamiento de Howard Zehr, otro de los “padres” de la Justicia
Restaurativa, para la segunda parte de este trabajo, pues lo considero un ejemplo claro de la
evolución de la Justicia Restaurativa desde tesis abolicionistas hacia otras reformistas.
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“Se prestaría gran atención a las pérdidas de la víctima, lo que conduciría a una natural
consideración dirigida a saber cómo podrían ser atenuadas. Esto nos llevaría a una discusión sobre
la reparación. El delincuente tendría la posibilidad de modificar su posición; de ser un oyente en la
discusión —a menudo, sumamente ininteligible— respecto a cuánto dolor debe recibir, pasaría a
ser un participante en la discusión sobre cómo podría hacerlo bien esta vez.”
“Busquemos opciones a los castigos, no solo castigos opcionales. (…) Muchas desviaciones son
solo torpes intentos de decir algo. Dejemos que el crimen se convierta entonces en un punto de
partida para un diálogo real, y no para una respuesta igualmente torpe bajo la forma de una
cucharada de dolor.” (p. 14)
Los valores que normalmente se asocian con la Justicia Restaurativa son “voluntariedad,
empoderamiento, inclusividad, responsabilidad personal, respeto, honestidad, empatía,
comunicación, justicia, igualdad, resolución de problemas, sanación y transformación” (Dhami et
al., 2009). Para muchos autores y autoras, esos valores son difícilmente trasladables al ámbito
carcelario. La prisión es, sin duda, una de las instituciones más criticadas de nuestras sociedades.
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Las críticas hacia la prisión no sólo provienen de abolicionistas radicales sino que incluso los
propios autores y autoras que defienden la utilización de la Justicia Restaurativa en prisión son
conscientes de los muchos perjuicios que el encarcelamiento produce. Goulding et al. (2008) los
resumen citando numerosos trabajos que documentan la inoperancia de la prisión, su incapacidad
para reducir el crimen y los efectos “contraproductivos, dañinos y embrutecedores del encierro”.
Afirman que “Las prisiones, por su propia naturaleza, su organización jerárquica y su arquitectura,
constituyen la personificación del secretismo, la invisibilidad, el aislamiento y la falta de
responsabilidad (accountability).” Las prisiones no fomentan la preparación de las personas
internas para la vida en libertad sino que cortan sus vínculos pro-sociales y aumentan sus vínculos
anti-sociales, conviertiéndose en un factor criminógeno. Las prisiones son parte del problema de
la criminalidad, no parte de la solución. Esta crítica a la prisión es compartida por autores como
Coyle (2001) que considera que una alta tasa de encarcelamiento implica la ruptura de los valores
compartidos en una comunidad. Las prisiones provocan daños físicos y mentales en las personas
penadas, generando en ellas unos sentimientos de odio y venganza que en nada contribuyen a la
realización de programa terapéuticos o restaurativos (Johnstone, 2007; Sánchez, 2009). Las
condiciones físicas de la mayoría de las prisiones, con elevados índices de sobreocupación y
ausencia de personal dedicado a tratamiento conllevan un aumento de las posibilidades de
reincidencia en las personas que pasan por un establecimiento penitenciario. (Coyle, 2001;
Sánchez, 2009). Como expone crudamente Consendine (1995): “las prisiones fracasan
practicamente en todos los frentes” (…). No satisfacen a las víctimas, que no se ven reparadas, no
ayudan a la rehabilitación de los penados y penadas, contribuyen a la exclusión social y al crimen,
y además, implican un volumen de gasto estatal inadmisible. Todos estos hechos parecen
demostrar la tesis que sostiene que la Justicia Restaurativa y la cárcel son incompatibles, pero es
que además, esta sospecha es confirmada en la práctica.
1. La prisión controla las vidas de las personas internas y eso impide su toma de responsabilidad.
2. La subcultura carcelaria es muy fuerte y antisocial, supone un esfuerzo sobrehumano
sobreponerse a ella.
3. La coerción y la jerarquía son inherentes a la cárcel, lo que impide instaurar una cultura de la
resolución pacífica de conflictos.
4. Los objetivos del personal penitenciario y las personas presas son contrarios a los de la Justicia
Restaurativa.
5. La jerarquía existente en las prisiones impide la consecución de autonomía personal.
6. Las condiciones físicas de las prisiones, su sobreocupación y violencia latente, conllevan la
imposibilidad de las personas presas para centrarse en las labores restaurativas.
Para él, la cultura de la prisión impide el desarrollo positivo del yo del interno o interna y la
violencia real y potencial existente entre los muros obstaculiza la consecución de actitudes
empáticas en las personas penadas. Las prisiones funcionan bajo parámetros de disciplina,
jerarquía y sumisión que son completamente opuestos a los valores restaurativos. Concluye
Guidoni que la Justicia Restaurativa debe usarse “no como una forma de reformar las prisiones,
sino como una alternativa a la prisión”, porque si no se correrá el riesgo de que contribuya a
reforzar la legitimidad del castigo. A similar conclusión, aunque menos pesimista y desde otro
punto de vista, llega Leo Van Garse (2006), que teme que la aplicación de principios restaurativos
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en prisión se convierta en un instrumento disciplinador y moralizador que sirva para legitimar el
castigo.
Pese a sus orígenes abolicionistas y a las fuertes críticas que recibe la prisión, lo cierto es que
se están llevando a cabo por todo el mundo numerosos proyectos que conjugan Justicia
Restaurativa y prisión. En la segunda parte del trabajo haré un resumen de estos proyectos y
trataré de responder a una pregunta intrigante: ¿cómo un movimiento abolicionista acaba
trabajando para mejorar las prisiones?
Varios autores y autoras han documentado los proyectos que, en diferentes grados, ponen en
práctica los principios y valores de la Justicia Restaurativa en un ámbito, la prisión, a priori muy
alejado de ellos.
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principales: aquellos centrados en la reparación del daño y aquellos que buscan la creación de un
ambiente pacífico en las prisiones. En el primer grupo incluye proyectos de servicios a la
comunidad (por ejemplo, personas internas que recaudan fondos para asociaciones de víctimas),
fomento de la empatía con las víctimas (el ya nombrado “Sycamore Tree Project”), grupos de
terapia formados por víctimas indirectas y personas internas y, por último, servicios de mediación
directa o indirecta entre víctimas e internas. En cuanto al segundo grupo, Liebmann señala
proyectos de resolución pacífica de conflictos, unidades terapéuticas, o el proyecto “Alternativas a
la Violencia”. Finalmente, se documentan intentos de crear prisiones donde todos estos aspectos
se reúnan, como en las comunidades de restauración brasileñas (APAC) o en las prisiones
restaurativas belgas, ya mencionadas.
En esta línea, Johnstone (2007) argumenta que los proyectos de Justicia Restaurativa en
prisión pueden colocarse en un continuum, que iría desde aquellos, más modestos que tratan de
incrementar la sensibilización de las personas internas con el daño causado hasta aquellos otros,
más ambiciosos, que buscan utilizar los principios restaurativos para realizar una reforma total de
la prisión, como por ejemplo el “Restorative Prison Project”, descrito por Coyle (2002). Este
proyecto consideró que la prisión restaurativa debería contener cuatro elementos principales:
- Crear más empatía de las personas ofensoras con las víctimas y ofrecerles mediación.
- Potenciar la realización de trabajos penitenciarios que beneficiaran a la sociedad.
- Introducir principios restaurativos en la resolución de disputas.
- Fortalecer los lazos con la comunidad exterior de la prisión.
El resultado práctico de este programa fue la rehabilitación de parques urbanos por parte de las
personas internas en colaboración con la organización Inside Trust.
Van Ness (2005), de forma parecida a Johnstone, ordena los proyectos de Justicia
Restaurativa en prisión según sus objetivos. Identifica seis de ellos y relata ejemplos de cada uno:
1. Fomento de la empatía con las víctimas: como el programa “Concentrarse en las víctimas”
de Hamburgo, en el que se ayuda a las personas internas a reflexionar sobre la
victimización, incluida la suya propia.
2. Reparación del daño: como el fondo de reparación a las víctimas creado en Bélgica.
3. Mediación con víctimas, internos, internas, sus familias y la comunidad: como los
ejemplos existentes en Tejas, Camboya, Zimbaue o Canadá.
4. Refuerzo de los lazos entre la prisión y la comunidad: como el ya mencionado ejemplo de
Inglaterra y su “Restorative Prison Project”.
5. Resolución pacífica de conflictos en prisión: incluyendo la experiencia de Medellín,
donde los jefes de las bandas criminales son entrenados como mediadores.
6. Transformación completa de la prisión bajo parámetros restaurativos: como los ejemplos
ya señalados de la “Prisión Virtuosa” o las prisiones brasileñas “APAC”, que se basan en la
cultura de la valorización humana y son regidas por voluntariado.
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Otros trabajos destacables son el de Dhami et al. (2009), que realiza una clasificación parecida
a la de Van Ness; el de Goulding et al. (2008), que se centra en el “Restorative Prison Project” y
el caso belga; el informe final del proyecto MEREPS (Barabás et al., 2012) que narra las
experiencias de Hungría, Alemania, Inglaterra y Bélgica; y, finalmente, el estudio de Guardiola
Lago (2012), el más completo sobre la materia en castellano.
“Cuando el encarcelamiento sea inevitable, deben seguir poniéndose los medios para que la
víctima, la persona encarcelada y el contexto social que les rodea, puedan buscar una manera
constructiva de resolver su problema. En otras palabras, la justicia restaurativa no puede quedar
fuera de los muros de la prisión”.
Además de esta importante labor académica, otra de las claves del éxito del programa fue
un clima político favorable hacia las cuestiones restaurativas, debido al creciente interés en las
necesidades de las víctimas que fue calando en la legislación belga desde mediados de los años 90,
en parte a raíz del incidente Dutroux. Con este fértil caldo de cultivo, los investigadores e
investigadoras de la Universidad Católica de Lovaina llevaron a cabo un proceso de investigación-
acción, centrado en cuatro focos de interés, que trataba de lograr que la cultura restaurativa
impregnara el entramado penitenciario. El propósito central del proyecto era encontrar la manera
de que las instituciones penitenciarias contribuyeran a lograr una administración de justicia penal
más justa y equilibrada para las víctimas, las personas ofensoras y la sociedad. Para ello,
desarrollaron las siguientes actuaciones:
En primer lugar, las y los investigadores entendieron que la formación del personal que
pasaba más tiempo con las personas internas era vital para alcanzar el objetivo de trasladar la
cultura restaurativa a la prisión. Por ello, realizaron una serie de actos informativos sobre
conceptos tales como la victimización y la justicia restaurativa, así como sobre la importancia de
mantener una actitud de respeto y consideración hacia las personas internas. También se
mantuvieron sesiones formativas con los equipos psicólogicos y trabajadores/as sociales para
hacerles ver la importancia de trabajar con las personas internas la reparación del daño causado,
como paso necesario para su reinserción. Una segunda fase del proyecto se centró en intervenir
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con las personas internas con el objetivo principal de que entendieran la trascendencia de tomar
responsabilidad por los hechos cometidos y de que desarrollaran empatía hacia las víctimas. Para
no caer en la mera moralización, también se les invitó a reflexionar sobre su propia victimización
y a decidir maneras constructivas de superar su pasado. Para ello, se utilizaron diversas técnicas
como juegos de rol, cine forums, debates, lectura de prensa, e incluso se posibilitó que escribieran
una carta a la víctima. Según los autores y autoras del proyecto, para que las prisiones
restaurativas funcionen, es necesario que la sociedad civil participe en ellas. Es necesario que la
comunidad entienda lo que pasa dentro de una prisión y cómo allí se está trabajando por el bien de
la víctima y del resto de la sociedad. Con este fin, se organizaron visitas a las prisiones de policías,
abogadas/os, profesorado, miembros de organismos de atención a las víctimas, e incluso víctimas
directas e indirectas. Finalmente, se prestó especial atención al pago de la responsabilidad civil de
las personas internas a las víctimas. Al igual que en España, la reparación monetaria del daño
causado es una obligación para las personas penadas pero sólo puede entenderse como una parte
de un proceso restaurativo si ese pago es conscientemente efectuado por la interna, como
reconocimiento y arrepentimiento de los perjuicios ocasionados. Para que el pago de la
responsabilidad civil fuera parte de un proceso restaurativo, se abrió la posibilidad de que las
personas ofensoras y víctimas participaran en una mediación, directa o indirecta, que acabara en
un acuerdo de reparación, siempre que ambas partes voluntariamente así lo decidieran. Por otra
parte, para solucionar el habitual caso de que una persona interna tenga la sincera intención de
pagar la responsabilidad civil pero no el dinero para hacerlo, se creó un fondo de compensación,
gestionado por asociaciones de la sociedad civil. Las internas insolventes podrían realizar trabajos
en beneficio a la comunidad en algunas de esas asociaciones y, a cambio, el fondo compensaría a
las víctimas.
La experiencia piloto fue valorada positivamente por lo que el Gobierno belga decidió
crear la figura del “asesor en justicia restaurativa” en cada una de sus prisiones. Bélgica se convirtió
así en el primer y único país que decidía aplicar de manera integral los principios restaurativos en
la gestión de su sistema penitenciario. Se culminaba, por tanto, la evolución de la Justicia
Restaurativa, desde sus inicios abolicionistas, como concepto radicalmente contrario al
encarcelamiento, hasta convertirse en una herramienta para la reforma de las prisiones. Es
necesario, pues, preguntarnos sobre las razones que llevaron a ese cambio. Para ello, analizaré las
razones manifestadas por las personas restaurativistas que abogan por el trabajo en la prisión.
Todos ellas manifiestan una postura crítica con la prisión pero adoptan un punto de vista
reformista y pragmático que parte de una serie de premisas que podemos identificar:
1. La Justicia Restaurativa puede transformar positivamente las prisiones. Según Goulding et al.(2008)
“es posible adaptar con éxito los principios de la Justicia Restaurativa para su uso dentro de
prisión”. Dicha confianza en la capacidad reformista de la Justicia Restaurativa es compartida
por los autores que abogan por el uso de la Justicia Restaurativa en prisión, como no podía ser
de otro modo. (Dhami et al., 2009; Johnstone, 2007; Newell, 2001; Peters et al., 2003) De
hecho, tratan de mostrar en sus trabajos los beneficios concretos que la Justicia Restaurativa
puede ofrecer a las prisiones. Consideran que puede ayudar a que las personas internas se
responsabilicen de sus acciones, puede crear prisiones más justas, humanas, democráticas y
menos violentas, puede ayudar a reparar el daño causado a las víctimas, etc. (Dhami et al.,
2009)
2. Si no usamos Justicia Restaurativa dentro de la prisión estaríamos excluyendo a las víctimas de crímenes
graves. Según Johnstone “un rechazo purista a utilizar la Justicia Restaurativa en prisión
resultará en una restricción de la Justicia Restaurativa a los casos menos graves” (Johnstone,
11
2007). Arguyen las restaurativistas que, dado que la prisión acoge a las personas que han
cometido los delitos más graves y dado que ha quedado demostrada la efectividad del uso de la
Justicia Restaurativa en estos casos (Shapland, 2008), sería injusto privar a estos ofensores u
ofensoras y estas víctimas de la posibilidad de embarcarse en procesos restaurativos.
3. Las prisiones no van a desaparecer. Johnstone (2007) es meridianamente claro: “el objetivo de
reemplazar a gran escala el encarcelamiento por la Justicia Restaurativa es improbable en el
corto y medio plazo”. En el fondo, esta es la razón que late bajo todo el esfuerzo de trasladar
la Justicia Restaurativa a la prisión. Las autoras y autores analizados adoptan un punto de vista
resignado, aceptan la imposibilidad de acabar con las cárceles en el medio plazo y deciden
actuar en esa realidad para, al menos, tratar de mejorarlas.
“Los primeros pensadores que hoy se asocian con la Justicia Restaurativa estaban generalmente en
contra del castigo. Excéntricos y algo radicales para aquellos días, su visión reflejaba el optimismo
de sus tiempos, los 60 y los 70, cuando parecía posible cambiar el rumbo del sistema penal en una
dirección más constructiva y menos punitiva. Ese optimismo se vino abajo en los 80 y 90, al
observarse las crecientes tasas de encarcelamiento y el giro conservador que dio la política
criminal” p. 2
En efecto, a principios de los años 70 las prisiones parecían destinadas a desaparecer, sin
embargo, cuarenta años después encontramos que hay más gente encarcelada que nunca antes en
la historia y que las prisiones se han convertido en una institución primordial en los estados
occidentales (Garland, 2001; Wacquant, 2000, 2009). La evolución del movimiento restaurativo
es una transición lógica y adaptativa ante los nuevos tiempos: era razonable pedir la abolición de
las prisiones en los años 70 y 80, cuando parecían instituciones destinadas a desaparecer, pero es
absolutamente ingenuo y paralizante pensar lo mismo en los 90 y 2000 cuando los niveles de
encarcelamiento han escalado a cotas inéditas.
Podemos rastrear este cambio de postura en los escritos de Zehr que pasó de estar
absolutamente en contra de la justicia retributiva y del uso de la prisión a adoptar una postura más
pragmática. Zehr se considera uno de los creadores del paradigma de la Justicia Restaurativa, la
cual desde un principio presenta como contraria a la justicia retributiva y el castigo (1985).
Bebiendo de fuentes abolicionistas, compara dos maneras de mirar el delito con su famosa
metáfora de las dos lentes (1990). La lente retributiva considera el delito una violación contra el
Estado y considera que la manera de resolverlo es imponer dolor al ofensor. Por su parte, la lente
restaurativa considera el delito como una ofensa entre personas que implica la obligación de
reparar el daño y restaurar las relaciones entre todas las partes implicadas. Como vemos, en sus
inicios Zehr buscaba un nuevo paradigma, una nueva definición de delito y una nueva manera de
resolverlo, opuesta al castigo. Sin embargo, con el tiempo va matizando su postura. Ya en 1998,
en “Fundamental Concepts of Restorative Justice”, coescrito con Mika, se aprecia una postura
más reformista y no tan radicalmente opuesta a la penalización de quienes cometen un delito. Por
ejemplo, establece como principio que la separación de quien ofende de la comunidad
(encarcelamiento) debe reducirse al mínimo (3.3.3) y que las medidas que sean
fundamentalmente incapacitantes o disuasivas deberán implementarse en último recurso y con la
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fuerza mínima (3.5.3), así como que deberá resistirse la cooptación de la Justicia Restaurativa por
fines punitivistas (3.5.4). Más adelante (2002), reconoce que la Justicia Restaurativa no es
necesariamente lo opuesto a la justicia retributiva (p. 11) y atiende a la existencia de programas
centrados en la transición de los ofensores de prisión a libertad (p. 55) y que los programas
rehabilitadores en prisión pueden ser restaurativos (p. 57), tomando por tanto un cariz
definitivamente pragmático.
“ También es posible aplicar prácticas restaurativas de manera conjunta o en paralelo con las
sentencias en prisión. No son necesariamente una alternativa al encarcelamiento” (p. 17, 2002)
13
1. La Justicia Restaurativa puede transformar positivamente las prisiones.
2. Si no usamos Justicia Restaurativa dentro de la prisión estaremos excluyendo a las víctimas de crímenes
graves.
Es muy cierto que las víctimas de crímenes graves y sus ofensores u ofensoras también tienen
derecho a participar de los beneficios que el enfoque restaurativo puede suponerles. Lo que no es
cierto es que actualmente la mayoría de las personas encarceladas sean autoras de delitos graves,
más bien es lo contrario. La mayoría de las personas presas lo están por delitos contra el
patrimonio y contra la salud pública (70,88 % en España, según Sánchez, 2009). Para ellas,
posiblemente la cárcel represente un castigo excesivo y contraproducente. Podemos pensar
entonces que un programa de Justicia Restaurativa que se dedicara a evitar la entrada en prisión de
culpables de delitos contra el patrimonio, delitos con víctima definida para la que sería mas
beneficioso la reparación de daño que la entrada en prisión de su ofensor u ofensora, podría
suponer la reducción en un número importante de personas encarceladas.
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Parece difícil negar esa aseveración ya que, tras 200 años de historia, la prisión, siempre
cuestionada, sigue presente como figura central en el control social de los estados, de hecho, hoy
hay más gente encarcelada que nunca en la historia y las tendencias punitivas están en su apogeo
(Consedine, 1995; Garland, 2001; Wacquant, 2009). Pero dicha realidad no debe impedir la
aspiración de reducir su uso al mínimo indispensable, dado que somos conscientes de los efectos
negativos que produce. Además, lo que he tratado de demostrar es que es imposible reformar las
prisiones para convertirlas en centros restaurativos con los actuales niveles de encarcelamiento.
Hay que reducir al máximo el número de personas en prisión para que pueda haber algo parecido
a prisones restaurativas y quizá entonces nos encontremos con los problemas de Albrecht (2011)
que relata que en Noruega el problema para realizar programas de Justicia Restaurativa en prisión
es que sólo un 17% de ellas pasa más de un año entre rejas, con lo que no tienen tiempo de
intervenir con ellas. Ojalá algún día esos “problemas” sean los que sufra nuestro sistema penal y no
los de sobreocupación e ineficacia, por ello, lograr una tasa de encarcelamiento parecida a la de los
países nórdicos, sintomática de cohesión social y legitimidad democrática (Larrauri, 2009), parece
una prioridad evidente.
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