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Silvia Rea

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Rea Silvia

Rea Silva, también conocida como Ilia, fue la mítica


madre de los gemelos Rómulo y Remo, que
fundaron la ciudad de Roma. Su historia se relata en
el Ab Urbe condita libri del historiador Tito Livio, y es
una leyenda romana.

Según la leyenda, Silvia era hija de Numitor, rey


de Alba Longa, y descendía de Eneas. El hermano
de Numitor, Amulio, ascendió al trono y obligó a Rea
Silvia a convertirse en una Virgen Vestal, una
sacerdotisa consagrada a la diosa Vesta. Las
vestales debían guardar un periodo de celibato de
treinta años por lo que Silvia no podría
tener herederos.
Sin embargo, el dios Marte se apareció en un sueño
de Silvia1 y la violó en un bosque. De esta violación
nacieron los gemelos Rómulo y Remo. Cuando
Amulio se enteró de esto, ordenó que a Rea Silvia se
la enterrara viva y que se matara a los gemelos. El
bondadoso siervo al que se le había ordenado la
tarea dejó a los gemelos en un cesto en el Tíber,
pero no los asesinó. El dios del río encontró a los
gemelos y los dejó al cuidado de una loba, Luperca,2
que había perdido a sus propios cachorros, para que
los amamantara. El dios Tíber rescató a Rea Silvia y
se casó con ella. Cuando los gemelos crecieron
fueron a Alba Longa, derrocaron a su tío abuelo
Amulio y restablecieron en el trono de Alba Longa a
Numitor.
Tito Livio presenta en su libro Ab Urbe Condita
Libri una versión más racional de la historia. En el Ab
Urbe se relata que el río creció cuando los soldados
recibieron órdenes de asesinar a los gemelos y que
los militares pensaron que el fango derivado de la
crecida sería suficiente para ahogar a los gemelos.
Livio también arroja dudas sobre la famosa leyenda
de que fueron amamantados por una loba ya que
según Livio, la mujer del pastor Fáustulo, Aca
Larentia, que cuidó a los gemelos en su niñez, era
una famosa prostituta. La correlación entre estos dos
hechos es que en latín la palabra lupa significa tanto
"loba" como "prostituta", por lo que no es
disparatado pensar que la lupa a la que se refieren
los escritos antiguos fuera en realidad Aca Larentia.
Según Livio, la explicación realista de este mito es
fundamental para la historia de Roma. Los artistas
sin embargo recurrirán en numeras ocasiones a la
leyenda de la violación de Silvia por Marte: Los
Latinistas, Invención de Rea Silvia...
En una versión presentada por Ovidio,3 es el Río
Anio el que tuvo piedad de Silvia y le ofreció el
reinado de sus tierras.
Etimología[editar]
El nombre de Rea Silvia sugiere que podría tratarse
en su origen de una deidad menor o una semidiosa
de los bosques. Silva significa "bosque" o "selva"
y Rea puede estar relacionado con "res" y "regnum";
también puede estar relacionada con la palabra
griega rheô, que significa "flujo" y que se asociaría
por tanto al espíritu del Tíber. Carsten
Niebuhr asocia el nombre de Rea Silvia con el
nombre genérico de Rea (culpable) y Silva (selva), lo
que significaría "mujer culpable de la selva", es decir,
mujer que ha sido violada.

Marte y Rea Silvia


Marte y Rea Silvia es un cuadro del pintor Peter
Paul Rubens, realizado en 1617, que se encuentra
en el Museo Liechtenstein de Viena, Austria.
Rea Silvia es la madre de los fundadores de la
ciudad de Roma, Rómulo y Remo, quien fue violada
por el dios Marte (el Ares de los griegos).1
Numitor, rey de Alba Longa, fue derrocado por su
hermano Amulio, quien obligó a su hija Rea Silvia a
servir como vestal de la diosa Vesta, lo que la
obligaba a treinta años de castidad, a fin de
imposibilitar cualquier descendencia que amenazase
su reinado. Pero el dios raptó del templo a Rea Silvia
y de su acto nacerían los dos muchachos que,
amamantados por una loba según la leyenda, darían
origen a la fundación de Roma.2
El tema es muy frecuente en pinturas
y sarcófagos del arte de la época imperial, debido al
culto que en Roma se dio a estos personajes.3
LA VANGUARDIA.COM
¿Cuál es el origen de Roma?
Los expertos aún no han llegado a un acuerdo a la hora de
datar la fundación de Roma ni de determinar las
circunstancias en que esta se produjo.

Romulo y Remo (1614-16), de Pedro Pablo Rubens.


 Roma origen Rómulo Remo Rubens
DANIEL MARTORELL
31/08/2019 07:00Actualizado a 11/11/2019 10:49
La historia legendaria de Roma comienza en Troya. O al
menos así es como los padres romanos explicaban a sus
hijos el origen de la patria. Y es así como inician sus
historias romanas Tito Livio y Dionisio de Halicarnaso,
tomando como referente la leyenda.
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Junto al poeta Virgilio, ambos autores constituyen las
principales fuentes para conocer el nacimiento de la
ciudad, que ellos describen más o menos de este modo:
durante la guerra de Troya, un joven llamado Eneas logró
escapar de la furia de Aquiles y Ulises ayudado por su
madre, la diosa Venus. Fue a desembarcar en Italia, en la
región del Lacio, donde desposó a la hija de un monarca y
fundó un reino.

La caída de Troya.
 TERCEROS
Ocho generaciones más tarde, una de las descendientes de
Eneas, Rea Silvia, mantuvo una furtiva relación amorosa
con el dios Marte. De aquel encuentro nacieron dos
gemelos: Rómulo y Remo. El tío de Rea Silvia, el rey
Amulio, se encolerizó al oír la noticia. No quería que nadie
amenazara el trono de Alba Longa, que había usurpado.
Así que mandó abandonar a los legítimos herederos en una
cesta entre las corrientes del río con la intención de que
muriesen ahogados. Pero el canasto quedó varado en uno
de los recodos del Tíber y, al oír los llantos, una loba halló
a los niños y los amamantó. Los hermanos crecieron y se
vengaron matando a Amulio, para regresar luego al lugar
que les vio renacer. En aquel recodo del río donde la cesta
fue a encallar, Rómulo y Remo fundaron Roma el 21 de
abril de 753 a. C.
Orígenes misteriosos
El periplo de Eneas y la historia de Rómulo y Remo son
simples leyendas. No existe ningún indicio histórico que
los sustente. Pero estos tampoco son muchos. Los restos
arqueológicos hallados hasta ahora son tan valiosos como
escasos y solo dibujan un panorama fragmentario. Así
pues, no sorprende que coexistan multitud de
interpretaciones divergentes sobre la fundación de Roma.

Rómulo y Remo amamantados por la loba capitolina.


 TERCEROS
Expertos como el británico T. J. Cornell refieren lo que los
testimonios arqueológicos disponibles dan a entender. La
fecha tradicional de la fundación de la ciudad, situada a
mediados del siglo VIII a. C., no debería tomarse
demasiado en serio. Los restos indican que el lugar estuvo
ocupado varios siglos antes de la fecha
considerada tradicionalmente como la de fundación de
Roma.
Por otra parte, hasta mediados del VII a. C., más de un
siglo después de esa fecha tradicional, no puede hablarse
de una urbanización decisiva, que es la que definiría la
fundación de la ciudad-estado. La zona comprendida entre
la bahía de Nápoles y la desembocadura del
Tíber estaba poblada por los latinos, una de las tribus
itálicas.
La mayor y más poderosa de aquellas poblaciones era Alba
Longa –la que aparece en la leyenda–, y quizá fueran un
puñado de jóvenes de este lugar quienes decidieran
emigrar rumbo al norte. Tal vez se unieron a ellos
expedicionarios de la tribu de los sabinos, pueblo de la
misma sangre y origen que el latino. Se establecieron
a una veintena de kilómetros de la desembocadura del
Tíber.
La arqueología no puede proporcionar demasiados

detalles sobre cómo se organizaban socialmente los

primeros romanos.
Al parecer, latinos y sabinos ya encontraron una pequeña
colonia etrusca establecida en el lugar elegido. Lo más
probable es que funcionara como punto de avituallamiento
para sus embarcaciones comerciales. Mientras, latinos y
sabinos comenzaron a construir sus chozas de barro y
ramaje sobre la cima del Palatino, a salvo de las crecidas
del río. Compartían lengua, costumbres religiosas y,
posiblemente, mujeres. Tras el Palatino, fueron
progresivamente poblando las colinas del Esquilino y el
Quirinal.
Manos a la obra
¿Por qué aquella aldea formada por latinos, sabinos y
etruscos prosperó? Pudo no haberlo hecho. Pudo
desaparecer a consecuencia de enfrentamientos entre los
tres pueblos. Pero no fue así. La arqueología no puede
proporcionar demasiados detalles sobre cómo se
organizaban socialmente los primeros romanos. Según la
tradición, la ciudad fue dividida en tres tribus: la latina,
la sabina y la etrusca.
A cada tribu correspondían diez curias, o barrios. Y cada
una de estas curias la formaba un grupo de diez clanes, o
gentes (cada gens estaba identificada con un antepasado
común). Varias familias formaban una misma gens, y a la
cabeza de cada familia estaba el paterfamilias, o jefe de la
casa. Llegamos así a la base de la sociedad romana, que
no era el individuo, sino la familia, y por extensión, su
jefe.

Eneas escapa de Troya, según el pincel de Federico


Barocci (1598).
 TERCEROS
Los romanos profesaban una absoluta devoción por sus
antepasados, y la figura del paterfamilias era
respetadísima. Ejercía un poder absoluto (la patria
potestas) sobre la esposa, los hermanos menores, los hijos
y los siervos. Incluso el derecho de vida o muerte.
El segundo paso fue crear los comicios curiados: una
asamblea representativa donde, dos veces al año,
tomaban parte las curias para discutir cualquier aspecto de
la comunidad. Todos tenían igual derecho de voto. La
mayoría decidía. Y a ello también contribuía la figura del
rey, un monarca campesino, guerrero y sacerdote a la vez.
Un rey campesino
Una de las máximas preocupaciones de los romanos de
aquel tiempo era no enfadar a sus dioses. Para mantener la
pax deorum (el favor de los dioses) contaban con infinidad
de ritos. Pero si alguien podía hacer de puente entre los
mortales y los seres divinos ese era el rex. A él se le
atribuían poderes especiales, inalcanzables para el
resto de ciudadanos.
Y pese a su poder tanto en los ámbitos civiles como en los
militares (legislador, administrador, juez supremo...), no
dejaba de ser otra cosa que un “delegado” del
pueblo. Debemos imaginar a los primeros reyes romanos
no como seres supremos, sino más bien como simples
paterfamiliae, con una cierta autoridad para leer los
auspicios divinos (los mensajes que los dioses lanzaban a
través de los pájaros, las nubes, las tormentas...) y que tras
servir a la comunidad se dedicaba al arado y la siembra.

Rómulo lleva al templo de Júpiter las armas del vencido


Acrón, de Ingres (1812)
 TERCEROS
Cuando la población aumentó, se hizo imprescindible que
alguien echase una mano al monarca. Y así nació el
Senado, un consejo de los ancianos formado por los cien
paterfamiliae más importantes, cuya misión pasaba por
aconsejar al soberano (aunque después se volvieron más
influyentes).
Se promovió también un ejército estable: cada una de las
treinta curias proporcionaría cien infantes (una centuria) y
diez hombres a caballo (una decuria), para armar el primer
cuerpo militar de Roma –la legión– con un total de 3.300
hombres.
De aldea a pequeño imperio
Cuando los romanos antiguos hablaban del origen de su
patria, lo hacían resaltando únicamente las hazañas de los
cuatro primeros reyes, Rómulo, Numa Pompilio, Tulio
Hostilio y Anco Marcio. A los tres posteriores (Tarquino
Prisco, Servio Tulio y Tarquino el Soberbio) los
repudiaban por su origen etrusco. Sin embargo, fue solo
con la llegada de la monarquía etrusca cuando la ciudad
adquirió su carácter definitivo de urbs romana.
La burguesía etrusca aumentaba sus arcas gracias a

los negocios que el rey le proporcionaba cada vez que

entraba en guerra.
Bajo los cuatro primeros reyes, los romanos crecieron
ganando terrenos a sus vecinos del este (sabinos), del norte
(etruscos) y del sur (latinos). Todo en Roma seguía
siendo eminentemente rural. Y siguió así hasta que la
cultura etrusca supo hacerse un hueco en el desconfiado
cuerpo del Senado. Las guerras con pueblos vecinos
habían estimulado la industria, y en ese campo los etruscos
no tenían rival.
Llegados de toda Etruria, carpinteros, arquitectos, herreros
y mercaderes inundaron la urbe con sus actividades. Las
tiendas y negocios se multiplicaron, y los campesinos
decidieron trasladarse a la ciudad. Riadas de esclavos
también llegaron desde las tierras conquistadas. Nacía así
el plenum, la plebe, ingentes masas de extranjeros sin voz
ni voto. Esta plebe sería decisiva para el quinto rey.
Con el apoyo y la riqueza de la nueva “burguesía”
etrusca, Tarquino Prisco alcanzó el trono. El nuevo
monarca refundó la ciudad al “estilo” etrusco, mucho más
refinado. Mandó construirse un palacio y rodeó sus
actividades de pompa y fasto. Al contrario que sus
antecesores, abandonó sus deberes religiosos y se dedicó a
la política y la guerra.

Tarquino Prisco, quinto rey de Roma.


 TERCEROS
El espacio urbano también cambió. Se ensanchó la ciudad,
se efectuó un trazado de las calles delimitando los barrios y
echando abajo paulatinamente el enjambre de chozas en
que se había convertido la urbe. La plebe estaba
encantada con el nuevo monarca. La burguesía etrusca
aumentaba sus arcas gracias a los negocios que el rey le
proporcionaba cada vez que entraba en guerra. Pero tanta
revolución chocó de lleno con el conservadurismo del
Senado, que, incapaz de luchar contra la popularidad de
Tarquino Prisco, se vio obligado a deponerlo
asesinándolo.
Del reformista al tirano
Con la plebe a su favor, su sucesor, Servio Tulio, llevó a
cabo una gran reforma política y social que marcaría para
siempre el ordenamiento romano. Además de modificar el
ejército y doblar sus hombres, Servio puso fin a la vieja
división en treinta curias y dio paso a un ordenamiento
basado en el patrimonio. Roma debía contar ya con más
de cien mil almas, y no todos tenían ya similar poder
adquisitivo.

Servio Tulio modificó la estructura de poder romana.


 TERCEROS
La mayoría de aquellos nuevos adinerados –que
financiaban las guerras y las grandes obras urbanísticas– ni
siquiera podía formar parte en los comicios curiados. Así
que Servio les dio el trozo del pastel que les
correspondía: proporcionó la ciudadanía romana a todo
aquel que viviese en Roma y cambió las treinta curias por
cinco clases. En los nuevos comicios (ahora se llamaban
comicios centuriados, no curiados) el voto ya no valía lo
mismo.
La primera clase, la más adinerada, si votaba en
bloque, tenía la mayoría de votos. Ni siquiera el Senado
podía mover ficha. Ahora, el poder de Roma estaba en
manos de la “gran industria” y, además, el pueblo llano se
mostraba contento porque no faltaba trabajo. ¿Se quedaría
de manos cruzadas el Senado?
Rumbo a la República
Obviamente no. Como ocurrió con su predecesor, el
Senado ya le había preparado a Servio Tulio una
jubilación anticipada. Sin embargo, los viejos senadores
eligieron mal al asesino del rey, Tarquino, que se sentó en
el trono desafiando al Senado. Al parecer, disfrutaba de su
tiempo libre matando a rivales políticos en el Foro.
Apodado el Soberbio, Tarquino se dedicó, sobre todo, a
guerrear. Y lo hizo bien.
La legión siguió infundiendo temor en la comarca y las
tierras conquistadas no pararon de aumentar. En esta época
ya se puede hablar de un pequeño “imperio” romano, que
incluía la Sabina, todo el Tirreno y las colonias
meridionales de Etruria, hasta Gaeta. Fuera por su
absolutismo, fuera por su despreocupación por los
problemas internos, lo cierto es que un golpe de Estado
terminó con el Soberbio.

El rapto de las sabinas, que describe el episodio legendario


del secuestro de las mujeres de la tribu de los sabinos por
los fundadores de Roma.
 TERCEROS
Mientras, en Roma, los comicios centuriados habían
relegado a las viejas curias a un mero papel secundario.
Las aristocráticas gentes latinas y sabinas se limitaban
ahora a celebrar actos religiosos y poco más. Las reformas
de los reyes etruscos habían hecho prevalecer en la escala
social romana la riqueza por encima de la sangre. Tarde
o temprano, el odio latino-sabino acumulado en Roma
debía estallar.
Y cuando lo hizo, cargó contra el “ocupante” etrusco y
desencadenó el fin de la monarquía. Las luchas entre la
vieja aristocracia y la rica burguesía fomentan un vacío de
poder tal que la ciudad se ve atacada primero por
Chiusi, una de las ciudades etruscas más potentes del
momento, y más tarde por el resto de poblaciones.
En 509 a. C. se instaura la República, que borrará de un
plumazo la figura del rex. Poco después, Roma es un lobo
herido que se resiste a morir. Deberá comenzar de cero,
desposeída de los territorios conquistados por la
monarquía. Pero saldrá adelante. Y lo hará con más fuerza
que nunca.
Este artículo se publicó en el número 433 de la revista
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