Ser y Parecer
Ser y Parecer
Ser y Parecer
como era de esperar, hizo lo correcto. Se detuvo en la línea de paso para los
peatones, a pesar de que podría haber rebasado la luz roja, acelerando a través de
la intersección. La mujer que estaba en el auto detrás de él estaba furiosa. Le tocó
la bocina por un largo rato e hizo comentarios negativos en voz alta, ya que por
culpa suya no pudo avanzar a través del cruce… y para colmo de males, se le cayó
el celular y se le regó el maquillaje.
En medio de su pataleta, oyó que alguien le tocaba el vidrio del lado. Allí, parado
junto a ella, estaba un policía mirándola muy seriamente. El oficial le ordenó salir
de su coche con las manos arriba, la llevó a la comisaría donde la revisaron de
arriba abajo, le tomaron fotos, las huellas dactilares, y por último la pusieron en
una celda.
¿Sentimos que nuestras vidas son diferentes desde que decidimos seguir al
Salvador? Muchas veces he pensado en la situación que tuvo Jesucristo con sus
apóstoles en el monte de Getsemaní, cuando Él le pidió a Pedro, Santiago y Juan,
que lo acompañaran, y los dejó cerca donde Él iba a orar.
38 Entonces Jesús les dijo: Mi alma está muy triste, hasta la muerte; quedaos aquí
y velad conmigo.
40 Y vino a sus discípulos y los halló durmiendo, y dijo a Pedro: ¿Así que no habéis
podido velar conmigo una hora?
Aunque nuestro cuerpo físico sea débil y nuestra forma de pensar se deje llevar por
las situaciones, dificultades, tentaciones, entre otras cosas que vivimos día a día, no
es excusa para nuestras malas decisiones. Es por eso que nuestro esfuerzo por ser
como el Salvador debe ser mayor. No para que otras personas lo vean, sino por el
amor y respeto que tenemos hacia nuestro Padre Celestial.
3 Nefi 27:27
27 Y sabed que vosotros seréis los jueces de este pueblo, según el juicio que yo os
daré, el cual será justo. Por lo tanto, ¿qué clase de hombres habéis de ser? En
verdad os digo, aun como yo soy.
El ser y el hacer son inseparables; las dos se refuerzan y se promueven una a la
otra. Por ejemplo, la fe nos inspira a orar y, a su vez, la oración fortalece nuestra fe.
Del mismo modo, ser sin hacer es inútil, así como “la fe, si no tiene obras, es
muerta en sí misma” (Santiago 2:17). Ser sin hacer realmente no es ser, es
engañarse a sí mismo, es creer que uno es bueno sólo porque tiene buenas
intenciones.
El hacer sin ser—la hipocresía—da una imagen falsa a los demás, mientras que el
ser sin hacer da una imagen falsa a uno mismo.
2 Nefi 25: 23
“pues sabemos que es por la gracia por la que nos salvamos, después de hacer
cuanto podamos”