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Documentos de Histria Antiguaf

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ETHEL I.

BORDOLI

DOCUMENTOS
DE
H I S T O R I A ANTI GUA
(GRECIA Y ROMA)

CESARINI H N O S . - Editores
H ech o e l d ep ó sito leg al. E s p r o p ie d a d d e l autor

PRINTED IN ARGENTINA

IMPRESO EN ARGENTINA

E ste libro se terminó de imprimir en el mes de marzo de 1976, en los Talleres


Gráficos Zlgtopioro s .a .c .i .f ., Sarmiento 3149, Buenos Aires, Rep. Argentina.
E T H E L I. B O R D O L I

Profesora en Historia egresada de la Facultad de Filosofía y Letras


de la Universidad de Buenos Aires

DOCUMENTOS DE
HISTORIA ANTIGUA
(GRECIA Y ROMA)
(S elecció n )

C E SA R IN I HNOS. — E d ito res


SARMIENTO 3219-31 b u e n o s a ir e s
aumentos de historia
moderna
MARTHA B. ETCHART — MARTHA C. DOUZON
P ro feso ra» en H isto ria E g re sa d a s del In stitu to Su p erio r del P ro feso rad o

P R O F E S O R A S T IT U L A R E S D E H IST O R IA EN :
COLEGIO NACIONAL No 8 " JU L IO A. RO CA "
L IC EO .NACIONAL D E SE Ñ O R IT A S No I
E SC U E L A S U P . DE CO M ERCIO C A RLO S P E L L E G R IN I
CO LEG IO NACIONAL B U EN O S A IR E S
SU BEN C A RG A D A DE "H IS T O R IA D E LA
CIVILIZA CIO N Y D E L A S IN ST IT U C IO N E S"
EN FA C U LTA D D E D EREC H O Y CIEN CIA S
S O C IA L E S DE B U EN O S A IR E S .

D O C U M E N T O S de
HISTORIA MODERNA
(Selección)
c .
IT ■ ' x

CESARINI HNOS. — E d it o r e s

SARMIENTO 3219-31 BU EN O S A IR E S
IN D I C E

Pág.
' Form a* política* del mundo homérico - Homero ........................... 9
Los trabajo» agrícola* en G recia - Heslodo . . , , ........................... 11
Cambios en las ciudades-estado griega* - Teognl* ......................... 13
Los legisladores atenienses - Aristóteles ........................................... 14
i La tiran ía en Atenas - Aristóteles ....................................................... 16
La dem ocracia ateniense - Tucidides ..................................................... 17
/feríeles - Tucidides I r .................................................................................. 13
' Atenas en la época clásica - Flaceliére, B ob ert ............................... 18
)Los sofistas - Aristófanes ............................................................................. 21
La educación esp artana - Je n o fo n te ........................................................ 22
Costumbres espartanas - Jenofonte ........................................................ 23
Una consulta a l oráculo de Delfos - Herodoto ................................... 24
i Los persas son derrotados en Balam ina - Esquilo ........................... 25
Teatro griego - Flaceliére, R obert .......................................................... 27
/Filipo y las ciudades-estado griega* - Demóstenes ....................... 29
Fundación de A lejandría - Plutarco ...................................................... 31
Fundación de Rom a - T ito L irio ............................................................ 32
Establecim iento de las Instituciones religiosa* romanas -
T ito Livia ...................................................................................................... 33
Guerras de Ita lia - T ito L irio .................................................................. 35
La constitución republicana rom ana rtsta por un historiador
griego de la época - Poliblo ................................................................ 39
Consecuencias de las conquistas - Salustlo ....................................... 42
El poder de Augustp - Res G estae D iri Angustí ............................... 44
Lex de Imperio Vespaslani ........................................................................... 45
La destrucción de Pompeya - Pllnio el Jo re n ..................................... 47
El emperador T ra ja n o responde a Pllnio el Jo re n sobre lo*
cristianos - Pllnio el Jo r e n ................................................................... 49
Apoteosis de un em perador - Dion C a s s io .............................................. 52
La últim a persecución co n tra lo* cristianos -
Eusebio de Cesárea .................................................................................... 53
Medidas para ev itar e l alza excesiva de precios ............................... 55
Edicto de M ilán - L actan cio ....................................................................... J57
Vida y costum bres ro m an a* - Carcopino, Jerom e -
Paoli, Ugo E n r i c o ........................................................................................ 59
FO R M A S P O L ÍT IC A S D E L MUNDO HOMÉRICO

La Diada y la Odisea son, por su tema, fuentes de las postri­


merías del mundo micénico —el momento en que se produjo la guerra
de Troya—, pero al mismo tiempo reflejan el mundo homérico, es
decir, la época de su autor: Homero. El fragmento de la Diada que
a continuación se transcribe, sirve para conocer cómo funcionaban
el Consejo y la Asamblea y el papel que desempeñaron el rey, los
príncipes y el pueblo en-estas formas políticas.
Subía la divina Aurora al vastp Olimpo para anunciarle el día
a Zeus y a todos los Inmortales, cuando Agamenón ordenó a los
heraldos de voz sonora que convocaran a asamblea a los aqueos de
largas cabelleras. Y una vez convocados, se reunieron en seguida.
Sin embargo, Agamenón invitó previamente al Consejo de los
magníficos ancianos a reunirse junto a la nave de Néstor rey de
Pilos, para someterles un meditado plan:
—¡Oíd, amigos! Mientras dormía, durante la noche inmortal, se
me acercó un Sueño divinó, cuyo rostro, estatura y continente eran
iguales al ilustre Néstor, y, deteniéndose sobre mi frente, profirió
estas palabras: “¿Duermes, hijo del belicoso Atreo, domador de ca­
ballos? Un héroe, si es de los que tienen voz en el Consejo, a quien
se han confiado tantos guerreros y a cuyo cargo se hallan tantos
cuidados, no debe entregarse al descanso la noche entera. Atiende
mi voz ahora, pues has de saber que soy-emisario de Zeus, el cual,
aunque lejos, se inquieta por tí y te compadece. T e ordena que
llames en seguida a las armas a todos los aqueos de largas cabelleras.
Ha llegado la hora de adueñarse de la vasta ciudad de los troyanos,
pues los Inmortales que habitan en el Olimpo ya no están desunidos
en esta cuestión; Hera les ha persuadido con sus ruegos, y grandes
infortunios amenazan ahora a los troyanos. Tal es la voluntad de
Zeus. Queden mis palabras grabadas en tu mente, para que no las
olvides cuando el dulce sueño te abandone”. Así habló y se fue
volando, mientras el dulce sueño huía de mí. Veamos, pues, ahora,

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tendrá fin! Si tiqueo* y f royanos, previo un acuerdo leal, quisiéra­
mos con tam o s y re unido* cuantos troyanos tienen aq u í »u frailar,
no* H giupáiam n* en décadas y cad a una de ella* <lígú ra a un tro*
vano pui«i ( 0 |H ro, m ucha* década* te quedaran »ln escanciador.
|Imi I uiiI m, repito, superan en el número Jo* orjueot a lo* troyano*
qno inoran en la eliidndl Pero han venido en fu ayuda aliarlo* de
inuelioi p aite* hábiles en el m anejo de la lanza, que m e alejan de
utl propósito y m e Impiden destruir com o qulsfcra la populosa ciudad
de lllrtn, N ueve arto* del gran Zeus transcurrieron ya; los madero*
de la* naves ao han consum ido y las cuerdas que los ceñ ían se han
allojadoi nuestras esposas c hfjilos no* aguardan en nuestras man*
piones, sin que hayamos dado cim a a la em presa para la cual vinimos.
Pues bien, obrem os todos d e acuerdo con mí consejo: huyamos con
nuestras naves h acia las playas d e nuestra patria. H a pasado la hora
de conquistar la vasta Ilión.
D ijo, y a cuantos no asistieron al C onsejo se les conmovió el
corazón en el pecho. Y so agitó la asam blea cual las inmensas olas
que en el m ar Icario levantan e l Buró y el N oto cayendo impetuosos
de las som brías nubes del padre Zeus, o cual cam po de trigo cuando
el C éfiro, con rápido soplo, se a b a te so b re las espigas; d e igual m a­
nera se agitó la asam blea. Y echaron a correr hacia las naves gritan­
do y levantando nubes d e polvo, anim ándose a tirar de ellas y
botarlas al m ar divino. Lim piaron* en seguida los cam inos d e sirga
y quitaron los soportes, en tanto e l vocerío d e los q u e .se disponían
a volver a la patria lleg aba hasta el cíelo. _

UoMEno. Ilíada. Traducción por M ontserrat Casamada, Barcelona, Iberia,


1001, p. 2 0 a 2 2.
Homero es el m ás antiguo y famoso d e los poetas griegos, que compuso
oralm ente la Ufada y la Odisea. S e desconoce el lugar y fecha exacta
en que nació, pero su época es la comprendida entre los siglos -x a -vm.

L O S T R A B A J O S A G R ÍC O L A S E N G R E C IA

C iertas regiones d e G recia no sufren cam bios cóm o consecuencia


de la colonización griega. B eo cia, por ejem plo, perm anece'sum ida
en una form a de vida prim itiva, basada fundam entalm ente en la
práctica do la agricultura con técn icas m uy precarias. E l poeta Hesío-
do d escribe esas p rácticas en su obra “L o s trabajos y los días”.

11
Hesíodo 1c enseña a su hermano Perscs a construir un arado

C o rta m ortero de tres píes, y una m ano (p ie z a d e m adera quo


se usa para m oler o d esm enuzar) de (res codos; tam bién un c jo do
siete pies: así es com o queda m uy bien m edido. Y si e s d o o c h o p ies,
puedes cortarlo sacando de él un mazo. O ír la rueda d o tres cu artos
para carreta de diez palmos. A bundan los m aderos cu rv os: lleva
una cam a, cuando la encuentres a casa —buscando e n la m on lafín y
en el lla n o -, y que sea de com isen: tal es p a ra 'la b r a r con b u ey es
la más firm e, luego que un servidor do A tenea la bn fíjnd o e n el
dental d el arado, y con clavos la ap lica y ndnpta ni tim ón.
Tien es que hacerte dos arados, fabricándotelos en ca sa : el sim ple
(d e una pieza) y el compuesto (d e varias en sam b lad as), p o rqu e nsl
es m ucho m ejor: si el uno rompes, podrás p o ner e l otro tras los
bueyes.
D e laurel y de olmo son los tim ones q u e m enos se carco m e n ;
de encina, e l dental; la cama, de carrasca.
Adquiére dos bueyes noveles m achos, pues en esto s e l v ig o r no
cede, que están en plenitud de lozanía; tales son p ara tia b a ja r os
mejores. No son estos de los qiie se pelean en el surco, ro m p en e l
arado y dejan el trabajo sin fruto.

L a lab ran za

F íja te cuando escuches la voz de la grulla, q u e d e lo a lto d e las


nubes su anual graznido envía — ella trae la señ al de la lab ran za, y
anuncia la época del invierno lluvioso; [ . . . ]
Tan pronto la sem entera se descubra a los m ortales, e n to n ce s
es cuando tenéis que dedicaros, tuS criados y tú m ism o, a la b ra r
la gleba seca o húmeda, en el tiempo de la labranza, m uy d e m añ ana,
con premura, para que se colm en tus tierras. A ra en prim avera; y si
en verano es binada (ara por segunda v ez) aquella, no te d efrau ­
dará. Siembra el barbecho cuando esté aún esponjosa la tierra. E l
barbecho evita maldiciones y es buen contentador de niños.

Hesíodo. Los trabajos y los días. Traducción Antonio González Laso. Ma­
drid, Aguilar, 1964, p. 53 a 55.
Poe^ n.lcido ®n Be°cia en los siglos - v ii o -vn. Escribió varias obras,
entre ellas Los trabajos y los días , poema didáctico en que le enseña
* SU hermano Perses el valor de la virtud y el trabajo.

13
CAMBIOS RN LAS (TTPAriRS-ESTADO (HURGAS

L a * c iu d a d e s -e sta ik * g r ie g a * *u o rg in iB A c k ta y su fots.
«ua J e v k I a a I a * cttv n n s'A U ciA * hittO rkA S n u e v a * q u e n u jt r u r o n * »
ce*w v**e*>ciA A ' I a ( sig lo s v\u a ' v i V T r < ^ m t mui r^y.
la ta Kw c a m b io * m « ' s e ju w lu je r o n e n M e g e r a , su ciu d a d . R lh « pnt>»
J< i \ v m r J e nnw K> w t * oíros junHt'tvu semejantes |v \ J uvhK\s ei*
e l m o n d o griego* S e ñ a l * e l p a s o J e la ivnsU vvacia a U o l ig a r q u ía
k s a x x I ü io a c ío u c s s o c ia le s q u e e s e c n m h io p ro v o c * y e l p a p e l q u o
e l d in e ro ju e g a e n e l m ia w v

CNttkv , e s ta e i m U J es tv xU v w la m ism a c iu d a d . p e ro su* h a h k


tan tos Kan c a m b a d o : a q u e llo s que» en o tro tiem p o , n o c tx u x ía n ni
d erech o n i ley» ju sta m e n te b u e n o s p a r a u s a r alre d e d o r ríe sus c a j e r a s
pieles J e c a b r a v p a r a c ó rn e r fu e ra J e los muros» co m o los c ie rv o s,
se h an c o n v e c tiv o a h o ra e n los b u e n o s ; la g e n te honrada J e o tro
tiem p o s e h a c o m e r * k lo e n g e n te m iserab le» ¿ O u ié n p o d rá so p o itar
este e s p e c tá c u lo ? K ilos s e e n g a ñ a n y s e ríe n los unos J e los o tro s,
sin w d ó n d e e s tá e l n u l d ó n d e e l bien» C o n n in g u n o J e estos c o n ­
ciudadanos» M y p a e d e s , h a g a s vina a m is ta d d e c a m ió n » p o r ningun a
ven taja q u e t ú e s p e ra s d o e lla . S e e l a m ig o d e to d o s e n palabras»
p ero p o r u n n e g o c io s e rio n o t e a s o c ie s c o n n in g u n o d e ellos» p o rq u e
ap ren d erás a c o n o c e r a eso s m iserab les» s a b rá s q u é d esco n fian za d e­
ben in sp ira r to d o s su s a c to s , q u e n o e s m ás» q u e e n la a s tu c ia , en
el en g añ o , « a la e s ta fa q u e ello s s e com p lacen » to d o c o m o h om b res
perdidos.
C............. í
E l h o m b re d e b ie n n o re h ú s a to m a r p o r esp o sa a la h ija d e u n
e x lab rieg o s i e lla l e p ro p o r c io n a b u e n p ro v e ch o , n in g u n a m u je r
rehúsa ta m p o c o c o n v e rtirs e e n l a esp o sa d e u n villan o, m ien tras sea
rico, es la riq u e z a y n o l a c a lid a d d e l p a rtid o q u e la tien ta. S e tiene
por e l d in ero u n v e r d a d e r o c u lto ; e l h o m b re h o n esto to m a m u jer e n
casa d el la b rie g o y e l la b rie g o e n c a s a d e l h o m b re h o n esto ; el d inero
altera la ra z a . T a m p o c o t e a s o m b re s , h ijo d e lYilypaos, d e verla
alterarse e n n u e s tro s c o n c iu d a d a n o s ; es q u e a la s a n g re b u en a se la
m ezcla la m a la .

T bocxis . Poemas Elegiacos. París, L es Bolles Lettros, 191S, v, 5S-PS y


185-193,
Poeta griego de mediados del siglo -vi. E s autor de los Poemas Elegiacos,
en que aconseja a su discípulo Cymos prudencia con respecto a la oli'
garquia que se ha convertido en la d ase dirigente de muchas ciudades
griegas de su época.

13
LO S L E G IS L A D O R E S A T E N IE N S E S

L o s aju stes q u e realizó A tenas p a ra a d e cu a r su o rg an ización a


la nueva realid ad griega surgida co m o co n se cu en cia d e la coloni­
zación , fu ero n o b ra de una serie d e leg islad o res a q u ie n e s se debe,
en tre otras cosas, la co d ifica ció n del d erech o ( D r a c ó n ) , la a b o lició n
d e la esclavitud por deudas y la o rg an izació n d e la tim o c ra c ia (S o ­
ló n ) y el esta b lecim ien to de la d em o cracia ( C lís te n e s ) .

Solón

Siendo ta l la constitu ción , y com o los m uchos era n siervos d e los


p ocos, se lev an tó el pu eblo co ntra los nobles. Y co m o fu e ra v io len ta
la d isco rd ia y durase m u ch o tiem po la oposición en tre unos y otros,
escogieron, de com ún acuerdo, com o á rb itro y a rco n te a S o ló n , y
le encom end aron la constitución a él, después q u e co m p u so la e le g ía
q u e com ienza
L o sé, y dentro de m i p ech o el d olor pesa,
a l v er la tierra prim ogénita de Jo n ia
a s e s in a d a .. .
en la cu a l contra unos y otros lu ch a a fa v o r d e u n o s y o tro s y d is c u te ,
y después de esto les exhortó ju n tam en te a q u e h a g a n c e s a r l a d is ­
co rd ia q u e tenían. E ra Solón por n acim ien to y re p u ta c ió n u n o d e
los prim eros, por su hacienda y a ctu a ció n d e lo s d e l m e d io , s e g ú n
los dem ás afirm an de acuerdo y él m ism o en estos v e rso s a te s tig u a ,
exhortand o a los ricos a no ser codiciosos
Vosotros, con tranquilo corazón en v u estro p e c h o ,
los que llegasteis a la hartu ra en m u ch os b ie n e s ,
en la m edida contened vuestra arro gan cia, q u e n o so tro s,
n i m ás obedecemos, ni os sald rá b ie n to d o .
Y casi siempre pone en los ricos la causa de la discordia, por lo
cual al comienzo de la elegía dice que teme la avaricia y la arro­
gancia, pues a causa de éstas comenzó el odio.

Clísténes

Después de derribada la tiranía, disputaron entre sí Iságoras,


hijo de Tisandro, amigo de los tiranos, y Clístenes, que era d e la
estirpe de los Alcmeónidas. Vencido por las asociaciones, Clístenes
se atrajo al pueblo con entregar el gobierno a la multitud. E Iságo-

14
ras, inferior e n poder, llam ó de nuevo a Cleóm enes, q u e era hués­
ped suyo, y le persuadió de q u e expulsase lo sacrilego, pues los
Alcmeóuidas eran tenidos com o m alditos.
E scapóse C listenes a la llegada d e Cleóm enes, que, con unos
pocos, expulsó setecien tas casas de los atenienses; y después de h acer
esto, intentó disolver el Consejo e instalar com o señores de la ciudad
a Iságoras y trescientos de sus amigos. Mas el C onsejo se resistió,
V habiéndose reunido la plebe, los de Cleóm enes e Iságoras se refu­
giaron en la Acrópolis, y el pueblo los tuvo sitiados allí durante dos
chas, y al tercero C leóm enes y todos los que estaban con él se consin­
tió que salieran por una capitulación, y a Clístenes y a los demás
huidos los m andaron llam ar.
H echo el pueblo dueño del poder, C lístenes era su jefe y cau ­
dillo del pueblo.
Los A lcm eónidas casi fueron los mayores causantes de la expul­
sión de los tiranos, y casi todo el tiem po habían estado en rebeldía.
[ ............]
Por estas causas se fió el pueblo de C lístenes. Puesto al frente
del pueblo en el año cuarto d e la caíd a de los tiranos, siendo arconte
Iságoras, primero distribuyó a todos en diez tribus en lugar de en
cuatro, con la intención d e m ezclarlos y para que tom ase parte en
el gobierno más núm ero, de donde se d ice que no se preocupan de
la tribu los que quieran investigar las estirpes. D espués hizo el conse­
jo de 500 en lugar de 400, cincuenta de cada tribu, pues hasta en­
tonces eran cien.
T am bién repartió e l país en demos, organizados en treinta partes,
diez de los alrededores de la ciudad, diez de la costa y diez del inte­
rior, y dando a éstas el nom bre de trittys, sacó a la suerte tres para
m dn tribu, con el fin de q u e cada uno participase en todas las regio­
nes. E hizo com pañeros del dem o entre sí a los que habitaban en
el m ism o demo, para que no quedasen en evidencia los ciudadanos
nuevos con llam arse por e l gentilicio, sino q u e llevasen el nombre de
los demos, desde lo cual los atenienses se llam an a sí mismos por
los demos.

Ar ist ó te l e s . L a Constitución d e Atenas. Traducción Antonio Tovar. Ma­


drid, Instituto de Estudios Políticos, 1948, p. 53 a 55 y 95 a 99.
Filósofo griego nacido en Esta gira en el siglo -iv. Fue discípulo de Platón
y asistió en Atenas a la Academia. Fue instructor de Alejandro Magno
y cuando él inició sus conquistas volvió a Atenas donde fundó una
escuela llamada el Liceo. De esta época provienen sus obras, que son
numerosísimas y referentes a distintos temas: filosóficas, literarias, cien­
tíficas, políticas, éticas, etc.

15
L A T IR A N ÍA E N A T E N A S

E n Grecia, la palabra “tiranía” no tiene sentido peyorativo p


un estado intermedio entre la oligarquía y la dem ocracia que surgí
como consecuencia de las exigencias de las clases humildes para me.
jorar su situación económica. Pisístrato fu e tirano en Atenas a me-
diados del siglo -vi y su época e s una d e las m ás brillantes de esa
ciudad-estado.

L a tiranía de Pisístrato com enzó de tal m anera y tuvo tales vici­


situdes. Administraba Pisístrato, com o queda dicho, moderadamente
las cosas de la ciudad, y más com o ciudadano que com o tirano; pues
además de ser caritativo y suave e indulgente con los que habían
'faltado, a los pobres les prestaba dinero para sus trabajos, de manera
que se pudieran sostener como labradores. H acía esto por dos moti­
vos: para que no vivieran en la ciudad, sino, repartidos por el campo,
y para que difrutando m oderadam ente y ocupados con sus cosas, no
codiciaran ni tuvieran tiem po de ocuparse de las comunes. También
le resultó que las rentas le aum entaban con el cultivo de la tierra,
pues cobraba de lo que se recogía, e l diezmo. P o r esto estableció
los jueces por demos, y él mismo salía m uchas veces al campo para
vigilar y para conciliar a los q u e estaban ¡en discordia, con el fiu
de que no por b ajar a la ciudad descuidasen sus trabajos.____ I
[ ............J fe
Aparte de que a la multitud no la m olestaba en nada, con su
poder, siempre proporcionó a ésta .paz y guardaba la tranquilidad;
por eso había muchos dichos sobre que la tiranía de Pisístrato era
la edad de Crono (edad de o ro ), porque sucedió luego que habiendo
heredado sus hijos, se hizo el poder m ucho más duro.
L a mayor de todas laS cosas que se contaban era el ser él d e
costumbres populares y generoso. Y quería que todo se rigiera según
las leyes, sin hacer ninguna concesión a su posición privilegiada, y
como una vez fuese acusado de hom icidio ante el Areópago, acudió
él al tribunal para contestar; mas el acusador, asustado, se retiró.
Por todo esto duró mucho tiem po en el poder, y cada vez que era
expulsado volvía a recuperarlo con facilidad. Pues así ló querían la
mayorías de los nobles y de los populares, a todos los cuales se atraía,
a unos con su trato, a otros con sus socorros en las cosas particulares,
y tenía excelente natural tanto para unos com o para otros.
Eran- además entre los atenienses suaves las leyes contra los
tiranos en aquellos tiempos, pero sobretodo lo era la que especial-

16
— *• • k cm ick V » d e la tir a n ía , ya q u e te n ía n la tlg n k n to
ky> ‘‘ E sto e s U le y y tra d ic ió n de A ten as si algu nos i r levm ntshau
para h a ce rse tita n o s o in sta u ra a lg u n o U tira n ía , ara éste [v iv a d o de
deres ho» é l y su e s t ir p e " .

A n a r t m n . lbfcfem, p. 81 a 85,

LA DEMOCRACIA A TEN IEN SE

En r l siglo -T, el régimen de ciudad de Atenas era la democra-


cía. Tucídides explica por boca de Pcrklo.s en uno do sus íamusua
discursos, qué connotaciones tiene ese régimen.

Tenemos un régimen de gobierno que no envidia las leyes de


otras ciudades, sino que más somos ejemplo para otros q u e imita­
dores de los demás. Su nombre es democracia, por no depender el
gobierno de unos pocos, sino de un número mayor; de acuerdo con
nuestras leyes, cada cual está en situación de igualdad de derechos
en las disensiones privadas, mientras que según el renombre de cada
uno, a juicio de la estimación pública, tiene en algún respecto, es
honrado en la cosa pública; y no tanto por la clase social a que
pertenece como por su mérito, ni tampoco, en caso de pobreza, si
uno puede hacer cualquier beneficio a la ciudad, se le impide por
la oscuridad de su fama. Y nos regimos liberalmente no sólo en
lo relativo a los negocios públicos, sino también en lo que se refiere
a las sospechas reciprocas sobre la Aída diaria, no tomando a mal
al prójimo que obre según su gusto, ni poniendo rostros llenos de
reproche, que no son un castigo, pero sí penosos de ver. Y al tiempo
que no nos estorbamos en las relaciones privadas, no infringimos la
ley en los asuntos públicos, más que nada por un temor respetuoso,
ya que obedecemos a los que en cada ocasión desempeñan las ma­
gistraturas y las leyes, y de entre ellas, sobre todo a las que están
legisladas en beneficio de los que sufren la injusticia, ya las que
por su calidad de leyes no escritas, traen una vergüenza manifiesta
al que las incumple. Y adem ás nos hemos procurado muchos recreos
del espíritu, pues tenemos juegos y sacrificios anuales y herniosas
casas particulares, cosas cuyo disfrute diario aleja las preocupacio­
nes; y a causa del gran número de habitantes de la ciudad» entran
en ella las riquezas de toda la tierra, y asi sucede que la utilidad
que obtenemos de los bienes que se producen en nuestro país no
es menos real que la que obtenemos de los demás pueblos.

17
T ucídides. Historia de la Guerra del Peloponeso. Traducción por Frnn
Rodríguez Adrados. Madrid, Hernando, 1952, p. 255-250. CSc°
Historiador ateniense del siglo -v. Es autor de la Historia de la Gue
del Peloponeso, obra que no lia sido superada, en que relata el co**
flicto bélico que se produjo entre Atenas y Esparta en la segunda m?
tad do ese siglo, con objetividad e importante aparato crítico.

P E R IC L E S

Tucídides caracteriza, en este breve párrafo, el gobierno de Pe­


n d es en Atenas y, como consecuencia, señala cuáles eran los verda­
deros alcances de la democracia ateniense en su época.
L a causa era que Pericles, que poseía gran autoridad por su
prestigio e inteligencia y era inaccesible manifiestamente al so­
borno, contenía a la multitud sin quitarle libertad, y la gobernaba
en mayor medida que era gobernado por ella; y esto, debido a que
no hablaba de acuerdo con su capricho para buscarse influencia P ° r
medios indignos, sino que gracias a su sentido del honor, llegaba a
oponerse a la multitud. Así, pues, cuando se daba cuenta de que
los atenienses, ensoberbecidos, tenían una confianza injustificada,
con sus palabras los contenía, atemorizándolos, y cuando sin razón
temían, le? devolvía la confianza. Y era aquello oficialmente una
democracia; pero, en realidad, un gobierno del primer ciudadano.

T ücídides. Ibidem, p. 283.

A T E N A S EN L A ÉPO CA C L A SIC A

L a ciudad de A tenas

E l primer recinto de Atenas había sido construido en el siglo


vi a.C., en la época del tirano Pisístrato y de sus hijos, que habían
llevado muy alto la prosperidad y el poderío de la ciudad. Fu e agran­
dada y fortificada por Temístocles en tiempo de las guerras médicas,
en los años que siguieron a la batalla de Salamina (4 8 0 ). Este nuevo
recinto describía un perímetro vagamente circular, con una longitud
de 6 kilómetros y un diámetro de 1.500 metros. L a Acrópolis no se
hallaba exactamente en el centro, sino algo al sur, debido a la im­
portancia tomada por el barrio del Cerámico y su ágora. E ste recinto
que, al sudoeste, empalmaba con los Largos Muros, englobaba varios
otros barrios que correspondían cada uno a un dem o urbano (división

18
administrativa creada por ClístcneS en 510 a .G al mismo tiempo que
las diez tribus): al norte, el amplio barrio do Escambonidal, desde
donde se iba al campo por las puertas de Filé y Acames; al sudoeste,
entre el Cerámico y la Marisma, los barrios populares de Collto y
Nlelite. Al este, más allá de las murallas, se extendía un suburbio
de recreo, el Agrile, que, mucho más tarde, el emperador Adriano
incorporó a la ciudad con el nombre de Nueva Atenas.
Los Largos Muros unían Atenas con su puerto del Píreo. El
Muro norte y el Muro sur, cada uno con una longitud superior a los
6 kilómetros, encerraban la ruta militar, ancha de un estaefio, es decir
alrededor de 160 metros. En tiempos de paz, empero, el camino
más frecuentado entre Atenas y el Píreo pasaba al norte, fuera de
los Largos Muros. Estos tenían la finalidad de convertir la ciudad
y su puerto en una fortaleza única, fácil de defender, y que permitía
a los atenienses ser aprovisionados hasta en el tiempo de guerra,
porque la mayor parte de los aprovisionamientos llegaban por mar.
En esta forma, según el plan de Pericles, mientras Atenas conservara
la supremacía marítima, estaría al abrigo de cualquier ataque pelo-
poneso: los lacedemonios y sus aliados podían devastar el Atica,
cortar los viñedos y los olivos; al amparo de sus murallas, Atenas,
seguía siendo abastecida por el Pireo, y su flota de guerra asestaba
duros golpes al enemigo.
El Pireo, como las murallas de Atenas, fue organizado primero
por Temístocles. D icen que para construirlo, los atenienses apelaron
al geómetra y filósofo Hipodamo de Mileto, quien sería el autor
de los planos urbanos llamados “geométricos” en que todas las calles
se cortan en ángulo recto, limitando grupos de moradas siempre
cuadrados o rectangulares. E n verdad, lo que queda de las cons­
trucciones del Pireo no nos permite creer que el plano fuese tan regu­
lar, pero no obstante se observa una planificación real: el dominio
público está claramente delimitado, con el fin de pennitir un desa­
rrollo ordenado de las distintas instalaciones portuarias: administra­
tivas, religiosas, navales y comerciales.

F laceliere , R obert , La vida cotidiana en e l siglo d e Pericles, Buenos


Aires, Hachette, 1959. (Nueva Colección Clío), p. 12 a 14.

La población de Atenas

En el siglo v Atenas contaba con unos 40.000 ciudadanos y


20.000 metecos. Si a ellos se agregan las mujeres e hijos de unos y
otros, la población libre podía alcanzar unas 200.000 personas. Ahora

19
bien, había por lo menos la misma cantidad de esclavos, aunque es
imposible calcular su número aún aproximadamente. Había tal vez
unos 300.000 y quizá más.
Así se comprueba que de una población total de medio millón
de personas que vivían en el Atica, sólo los dos quintos eran libres.
Por lo que respecta a los hombres que poseían derechos políticos y
participaban en el gobierno de la ciudad, no constituían sino una
pequeña minoría. Nunca hay que olvidar ese hecho cuando se habla
ae la democracia de Atenas.
Tampoco hay que olvidar que los griegos de la época clásica
habían heredado de la época anterior el desprecio del trabajo servil,
es decir, de la actividad del trabajador que depende de otro hombre
para su salario y alimento. El comercio era particularmente desacre­
ditado, y por eso los atenienses lo abandonaban de tan buena gana
a los metecos. Es sabido que en Lacedemonia toda actividad econó­
mica estaba prohibidá a los “Iguales”, es decir, a los'Espartanos de
pleno derecho, que vivían en su lote de tierra inalienable, cultivado
por los ilotas. En Atenas existía, es cierto, desde Solón, una ley que
prohibía la ociosidad de los ciudadanos. Plutarco refiere la siguiente
anécdota:
Un espartano que se hallaba en Atenas un día en que los tribu­
nales funcionaban, supo que acababan de condenar por ociosidad a
un ciudadano que volvía a su casa harto triste, acompañado por sus
amigos que se desolaban por él y compartían su pena; este espar­
tano rogó entonces a la gente que estaba con él mostrara ese hombre
“condenado por haber vivido como hombre libre”, tan convencidos
estaban los lacedemonios que no correspondía sino a esclavos ejercer
un oficio y trabajar para ganar dinero. (Plutarco, Licurgo, 24,3)
Los lacedemonios no eran los únicos que pensaban así, y esta
opinión era compartida, hasta en la misma Atenas, por mucha gente,
a despecho de la ley de Solón.
Es que el trabajo manual, a los ojos de los griegos, era una acti­
vidad de baja estofa, indigna de un hombre libre. Platón y Aristóteles
consideraban la fabricación de un objeto cualquiera, y hasta la crea­
ción de una obra de arte, como una ocupación de segundo orden*
el sabio no debe entregarse sino a la praxis y a la teoría , es decir
de una parte, a la práctica de los asuntos públicos, al mando de los
hombres, y de la otra, al estudio de la filosofía.

F laceliere , HiObert . Ibidem, p. 60 a 62.

20
LOH ROF1HTAR

AilM(\íiinr« m id com edí* “T,a* N ubes" critica i lo* 10 ÍI1 I1 1 por


el m an ejo q u e hacen de In* I d n i y por especular con ellas. Incluya
a Sócrates m iro oslo* filósofos, aunque no lo f l .

E strep síad es — E sa es la curtirla de la i alma* sabia*, el "pen-


«amiento**. E n ella habitan hom bre* que, hablando del cielo, o f per­
suaden q u e es un ho m o q u e nos rodea y que nosotros somos los
carbones. E sos hom bres os enseñan, m ediante el dinero, a triunfar
con la palabra en todas las causas Justas e injustos.
F id íp id e s — ¿Y qu ienes son?
E strep síad es — No sé exactam ente su nombro: son "meditadoret-
pensadores", personas honestas.
F id íp id e s — jP hl {M iserables, lo sél ¿Tú hablas de esos char­
latanes, d e esos caras pálidas, descalzos, de los que forman parte
ese m iserable Sócrates y Q uerofón?
E strep síad es — {E li, eh, calla! No digas necedades. Pero si tienes
alguna inquietud de que tu padre tenga pan para comer, transfór­
mate en uno de ellos y abandona la “caballería .
F id íp id e s — Ah, no, por D ionisos, aunque me dieses todos los
faisanes q u e cuida L eógoras.
E strep síad es S e d ice q u e hay entre ellos los dos razonamientos
a la vez, el justo, cu alqu iera sea, y el injusto. U no de esos dos razo­
nam ientos, el injusto se d ice q u e se ganan las causas injustas. Si
entonces tú m e haces el gusto d e aprender ese razonamiento, el in­
justo, lo que d ebo ahora por tu causa, todas esas deudas, no pagaré
a nadie ni un óbolo.
F id íp id e s — No seré obediente, pues no osaría m irar a los jinetes
con un tinte ta n perdido.
E strep síad es — E n to n ces, por D em éter, no comerás de mi dinero,
ni tú ni tu c a b a llo de tiro n i tus caballos de silla. T e echaré de casa
y te irá s . . . a los cuervos.
F id íp id e s — M i tío o M egacles no m e d ejará sin caballos. Salgo
y no hago caso d e tu s am enazas.

Ar ist ó fa n e s . Las Nubes. París, L es Belles Lettres, 1913, p. 168-169.


E l más céleb re de los poétas cómicos griegos (4 5 0 -3 8 5 a .C .). Escribió cin­
cuenta y cuatro obras teatrales, de las cuales sólo once se conocen ín­
tegram ente. E n tre ellas: L a s Nubes, L as Avispas y Las Aves.

21
LA EDUCACIÓN ESPA RTA N A

El régimen de ciudad de Esparta, que la tradición atribuye a un


legislador llamado Licurgo, o b lig a b a a los ciudadanos —los espar­
ciatas o los iguales— a recibir una rígida educación, que era impar­
tida y controlada por el Estado con una sola finalidad: formar hom­
bres aptos para la guerra.
Los griegos que pretendían educar m ejor a sus hijos, tan pronto
como los niños comprenden el sentido de Jas palabras Jos colocan
bien pronto al cuidado de pedagogos que son esclavos y bien pronto
los envían a las escuelas para aprender Jas letras, la m úsica y Jos
trabajos de la palestra. Además, reblandecen los p ies de los niños
con el uso de calzado, afeminan sus cuerpos por los cam b ios d e ves­
tido; para la nutrición, la miden según la capacidad d e su estóm ago.
u~r° LlcurS°> en lugar de dejar a cada uno en particular dar a sus
hijos esclavos como pedagogos, ha encargado de gobernarlos a uno
de Jos ciudadanos, al que se le reviste, de la m ás alta m agistratura:
s®_Uam a el paiddnom o. L e ha dado todo el poder para reunir a los
niños, vigilarlos y, si el caso lo exige, castigar severamente sus negli­
gencias. L e hace acompañar por jóvenes portadores de látigos, para
infligir los castigos necesarios. Así se ve en Esparta mucho respeto
unido a mucha obediencia. En lugar de reblandecer los pies de los
niños con uso de calzado, Licurgo ha prescripto reforzarlos hacién­
doles ir descalzos; estimaba que gracias a-tal práctica treparían más
cómodamente las pendientes pronunciadas y tendrían más segundad
en los descensos; pensaba también que para lanzarse, saltar y correr,
sería m ás rápido con los pies desnudos que con calzado, siempre y
cuando existiera la costumbre de estar de ese modo. E n lugar de
afeminarlo^ por la manera de vestir, estableció el uso de un solo tipo
de vestido, para todo el año, pensando que estarían así m ejor dis­
puestos contra el frío y el calor. Con respecto a la alimentación,
ha prescripto que el IR E N E se contente para las comidas en común
de su tropa, una cantidad tal que nadie se v ea saciado y pesado,
sino que se acostumbre a soportar el hambre. Estimaba, en efecto,
que la gente educada de tal manera sería más capaz, en caso de
necesidad, de continuar sufriendo en ayunas y podrían, si hubieran
recibido la orden, mantenerse más tiempo con la misma ración; ten­
drían menos necesidad de una buena mesa y se acomodarían más
fácilmente a toda alimentación, lo que no dejaría de ser lo mejor
para su salud. Además, según la opinión de Licurgo, la talla crecería
más si la alimentación dejaba al cuerpo insatisfecho que si lo dejaba
saciado.

22
lEmnrrwrrm. L* Repúbik* de loe Lactdemonios. Lyon, Rose Frrre*-Rlmi.
1035, cap IL
Historiador ateniense de lo* siglos -v y -rv. Fue discípulo de Sócrate*.
Participó en la expedición que Ciro el Joven organizó contra *u her­
mano, el rey persa Artajrr|e* y, despula de la batalla de Cimasa, con­
dujo de regreso a su patria a diez mil griego*. Se radicó en Esparta,
lo que le sirvió para conocer el régimen y la forma de vida espartana
que describió en L a República de lo* Lacedemoniot", una de lu í
numerosas obras.

C O ST U M B R E S ESPA R TA N A S

Al mismo legislador L icurgo se deben, según Jenofonte, las cos­


tumbres espartanas q u e a continuación se transcriben.
He aquí, pues, aproxim adam ente, las instituciones que la legis­
lación de L icurgo ha establecido para cada edad; cómo ha organi­
zado la vida de los ciudadanos tomados en su conjunto, voy ahora
en esforzarme en exponerlo. Licurgo encontró a los esparciatas to­
mando, com o los otros griegos, sus comidas en sus casas; habiéndose
dado cuenta de que eso era una causa importante de blandura,
transportó b ajo los ojos de todos las comidas, que pasaron a ser co­
munes, pues estim aba que de esta manera no sería posible trans­
gredir en lo más mínim o las prescripciones. H a fijado una cantidad
de alim ento que no sea excesiva ni insuficiente. Pero a menudo tam­
bién figuran suplementos inesperados para la caza; y' sucede que
en su lugar los ricos dan su p an de candeal. Así las mesas no carecen
nunca de alim entos hasta q u e los comensales se separan, ni por otra
parte, han de ser provistas con grandes gastos. Pasemos a la bebida:
habiendo L icurgo suprim ido las tabernas inútiles que hacen vacilar
a la vez el cuerpo y el espíritu, ha perm itido a cada cual beber según
su sed, pues piensa que e s así como la bebida es más inofensiva y
más agradable. ¿Cóm o sería posible en estas comidas comunes, por
gula o por em briaguez, arruinar su propia persona o su casa? Por
otra parte, e n las otras ciudades, se reúnen de ordinario gente de
la misma edad y reina entre ellos muy poca moderación; mientras
que en Esparta, L icu rg o h a m ezclado las edades, estimando que
para la mayor parte de las cosas los más jóvenes son instruidos por
la experiencia de sus mayores. Existe, en efecto, la costumbre de
explicar durante las com idas en común las bellas acciones llevadas a
cabo por los ciudadanos, tam poco se ven producirse allí ninguna inso­
lencia, ninguna inconveniencia nacida de la borrachera, ninguna ac­
ción indecente, ningún propósito vergonzoso. He aquí todavía otros

23
á
buenos resultados de la costumbre de comer fuera de casa. Es nece.
sarío cumplir un trayecto para volver a la casa y por consiguiente I
cuidar de no enuivocarse de camino bajo la acción del vino, puesto I
oue se sabe que uno no se quedará en el lugar donde ha comido. I
Además, es necesario dirigirse en las tinieblas como en pleno día; ya I
que nadie tiene el derecho, en efecto, a alumbrarse en el camino I
mientras forme parte del ejército.
Habiendo observado también que la comida da a los que trabajan !
hermosos colores, carnes fuertes y un gran vigor mientras que deja i
a los ociosos, hinchados, feos y sin fuerzas, no le pareció a Licurgo I
una cuestión desdeñable, sino que reflexionando que, incluso cuando
uno trabaja espontáneamente y a su gusto su estado corporal se
muestra suficiente, ha prescripto que el hombre de más edad que
se hallare en el gimnasio, vigile para que nadie realice un trabajo
inferior a su alimentación. En eso tampoco me parece haberse equi­
vocado. No se encontrarán pues fácilmente hombres más sanos ni
de un cuerpo más robusto aue los esparciatas. Es que ellos ejercitan
igualmente sus piernas, sus brazos y su cuello.

J enofonte. Ibidem, cap. V.

UNA CONSULTA A L ORACULO D E D E L F O S

En el siglo -v se producen las guerras médicas. Después de la


muerte del rey Darío, los persas se disponen a atacar a los griegos
al mando de Tenes. Los atenienses consultan al oráculo de Delfos
y, a pesar de los infaustos presagios de la Pitia, se disponen a resistir.

CXL. Enviado, pues, a Delfos sus diputados religiosos, querían


saber lo que el oráculo Ies prevendría. Practicadas allí todas las ce ­
remonias legítimas cerca del templo, lo mismo fue entrar con la súpli­
ca en el santuario que vaticinarles lo siguiente, la Pitia, por nombre
Aristónica: “ ¡Infeliz! ¿Qué es lo que pides con tus súplicas? D eja tu
paterna casa, deja la cumbre suma de tu redondo alcázar. No que­
dará segura tupabezá, no tu cuerpo, no la mano, no la última planta,
nada resta del medio del pecho: todo caído lo abrasa voraz llama,
todo lo tala ligero el sirio carro de Marte; mucha almena cae, y no
sola la tuya propia; devora ya la furia de la llama mucho templo,
que miro bañado al presente de sudor líquido y trémulo de miedo-
corre de la cúpula la negra sangre de forzosos azares viticinadora. Ea*
fuera, digo, de mi cámara; 'salid en mal hora".

24
CXLI. Al oír tales cosas los enviados de Atenas a la consulta, que­
daron sorprendidos de tristeza y congoja. Viéndoles en aquella cons­
ternación y abatimiento de Ánimo por lo terrible del oráculo, Timón,
hijo de Aristóbulo, uno de los sujetos de primera reputación en
Delfos, dióles el consejo de que en traje de suplicantes, y con un
ramo de olivo en las manos, entrasen de nuevo a consultar al oráculo.
Vinieron en ello los atenienses, y se explicaron en estos términos:
"No nos negaréis, sefior y dueño, un oráculo mejor a favor de la
patria en atención a nuestro doloT, que declara este olivo que lleva­
mos, insignia de unos infelices refugiados. En caso negativo, no pen­
samos en partimos de este mismo asilo en donde inmóviles nos toma­
rá antes la muerte". Habiendo así hablado, respóndeles por segunda
vez la promántida: “Ni con halago ni con estudio sabe Palas aplacar
al Olimpio Zeus en tal enojo; firme como un diamante es otro oráculo
que pronunció. Cuanto cierra dentro del muro de Cécrooe, cuanto
cubre el sacro retiro del divino Citerón, todo será tomado; no cede
próvido Zeus a Tritónida más aue un muro de madera nunca tomado,
que sirva de asilo para ti y para tu descendencia. No ciuiero que
sufras el ímpetu del caballo, ni de tanto infante que pasa desde
Asia; cede vuelta la cara, aunque delante le tengas. lOh Salamina la
fausta! |Oh cuánto hijo de madre perderás tú, o bien Ceres se una
o se separel"
CXLII. Habiendo los enviados tomado por escrito esta segunda res­
puesta, que parecía ser y era realmente más blanda y suave que la
primera, dieron la vuelta para Atenas.

Herodoto. L os Nueve Libros de la Historia. Barcelona, Iberia, 1900. Libro


Séptimo, p. 183-184.
Historiador griego del siglo -v, llamado el "padre de la historia” Escribió
una obra titulada “Historia”, conocida hoy como “Los Nueve Libros de
la Historia”, nombre dado por los eruditos alejandrinos. En ella relata
las guerras médicas, conflicto entre griegos y persas contemporáneo del
autor, aunque abundan las disgresiones sobre otros temas históricos en
que Heródoto narra todo lo que ha conocido en sus numerosos viajes.

LO S P E R S A S SO N D E R R O T A D O S E N SA LA M IN A

Después del ataque y saqueo de la ciudad de Atenas, durante


la segunda guerra médica, los atenienses derrotaron a los persas, al
mando de Jerjes, en el com bate naval de Salamina. L a victoria fue
el producto del hábil estratega Temístocles. Esouilo en su obra “Los
Persas” narra el triunfo griego. Atosa, madre de Jerjes, escucha de
boca de un mensajero el relato de lo acontecido.

25
E L M E N SA JE R O - L a causa prim era de todo el desastre, reina
un genio vengador o un demonio perverso venido no sé de dónd*
U n griego de las fuerzas atenienses vino, en efecto, a decir a tu hifd
Jerjes qué cuando las negras tinieblas de la noche hubieran deseen-
dido, los griegos no aguardarían más, sino que precipitándose sobre
los bancos de las embarcaciones, huirían furtivam ente, los unos por
un lado, los otros por el otro, a fin de salvar su vida.- No habiendo
oído después nada más y sin dudar de esta astucia del griego y de
los celos de los dioses, él hizo proclamar esta orden a todos los
comandantes de em barcación: cuando el sol haya dejado de iluminar
la tierra con sus rayos y las tinieblas llenen la bóveda celeste, dis­
pondrán el grueso de sus naves en tres líneas para cuidar las salidas
y los pasos y con las otras cercarán la isla de Ajax. Si los griegos
llegan a evitar el destino fatal que les espera y encuentran alguna vía
secreta para huir, los marinos pueden esperar ser decapitados todos.
He aquí lo que él dijo en el exceso de su confianza, pues no sabían
lo que les reservaban los dioses. Dócilmente y sin orden, preparan
su comida, los marinos ligan el remo al escálamo que lo afirm a.
Cuando la claridad del spl se apagó y la noche sobrevino, todos los
•remeros suben a bordo, así como todos los comandantes de los solda­
dos de marina. Todos se dan coraje y cada uno navega en el puesto
que le ha sido asignado, y toda la noche, los com andantes de la
flota mantienen toda la armada naval en crucero. Sin em bargo, la
noche pasa sin que las fuerzas de los griegos intenten escapar furti­
vamente en ningún punto. Pero cuando el día, con los blancos corce­
les; ’Jolvió a llenar toda la tierra su claridad respandeciente, se
■ escuchó en un principio retumbar del lado de los griegos un fuerte
clamor, que parecía un canto ^ c u y o sonido repercutió e n la isla
rocosa.
Entonces el temor sobrecogió a todos los bárbaros decepcioña-
N' dos de su espera; pues no era entonces para huir que los griegos
entonaban ese pean solemne, sino para lanzarse al com bate, plenos
de coraje y de audacia, y la trompeta inflamaba con sus» sonidos a
todas las fuerzas. Luego, bajando sus remos ruidosos en conjunto,
■ g o lp e a n el agua profunda en cadencia y los vemos salir a toda velo-
-< cidad y aparecer aj»jte nuestros ojos. E l ala derecha m archaba la
primera en buen orden, en seguida toda la flota avanzaba, al mismo
tiempo se podía esccuchar un gran grito: “Vamos, hijos,de la Hiélade,
libertad a vuestra patria, libertad a vuestros niños y a vuestras m uje­
res, a los santuarios de los dioses de vuestros padres y a las tum bas
de vuestrps mayores; es por todos vuestros bienes que lucháis hoy”
D e nuestro lado, se responde con gritos en lengua persa:-no hay un

26
momento que perder. Luego embarcaciones contra em barcación»
fhocan sus espolones de bronce. El primer Ataque parte de un barco
griego, que rompe toda la armadura de la proa de un buque fenicio,
pues cada uno hace rumbo en un adversario. Ahora bien, rn un
principio el torrente de las fuerzas persas resiste bien; pero como
U multitud de nuestras embarcaciones estaba hacinada en un espacio
estrecho, no podían moverse seguros entre ellos y se entrechocaron
ellos mismos con sus espolones de bronce, rompen todo el aparejo de
sus remos. Entonces las embarcaciones griegas, deslizándose hábil­
mente alrededor de ellas, las golpean; los cascos se vuelcan y el mar
desaparece bajo un montón de cosas perdidas y de cadáveres ensan­
grentados; las rocas de la costa rebosan de muertos, y toda la flota
de los bárbaros huye en desorden a fuerza de remos, mientras que
los griegos los golpean como atunes o peces apresados en la red y
les quiebran los riñones con los pedazos de remos y los fragmentos
de cosas perdidas. Gemidos mezclados con sollozos se extienden a lo
ancho del mar hasta la hora en que la sombra hace que la noche
les oculte al vencedor. Pero era tal la magnitud de nuestras pérdidas
que, aunque me tomara diez días para hacer el detalle, no podría
sacarla a término. Jamás, sábelo, tal cantidad de hombres ha perecido
en un día.

E squilo. L os Persas. En: Eschyle. Theatre. Traducdon par Emile Chambry.


París, Gamier Freres, 1956, p. 99-107.
Poeta trágico griego, le tocó vivir durante la época de las guerras médicas,
habiendo combatido en Maratón y en Salamina. Siete de sus obras se
conservan, entre ellas “Los Persas”, “Agamenón”, “Prometeo Enca­
denado”.

T E A T R O GRIEGO

Toda representación dramática tenía lugar en un santuario de


Dionisos, con motivo de una fiesta de ese dios, bajo la presidencia
de su sacerdote, y era organizada como los juegos gímnicos que
acompañaban a otras fiestas, por los magistrados de la ciudad en
forma de concursos.
Los teatros griegos estaban instalados al aire libre, por lo común
en las laderas de una colina que sostenía las gradas del theatron que
encerraba la orchestra circular, donde el coro evolucionaba en tomo
del altar de Dionisos, delante del proskenion que se separaba de
la skene (ésta era en su origen una simple tienda donde sé vestían
los cvreutas y actores). El teatro de Dionisos en Atenas data, en su

27
estado actual, de la ¿poca romana, mientras que el magnífico teatro
del santuario de Epidauro, en Argólide, conservó mejor el aspecto
que tenía en la época clásica. En todos estos teatros la acústica era
excelente.

Las representaciones mismas, como toda reunión, empezaban poi


la mañana, poco después de levantarse el día. Por lo demás era muy
necesario, si se deseaba tener tiempo para representar antes de po­
nerse el sol cuatro o cinco piezas de teatro que incluían danzas y
trozos líricos, dejando sin embargo algún intervalo entre dos piezas
(cada tragedia, cada comedia se representaba de una sentada, sin
interrupción alguna, sin ningún entreacto)'. Porque esa era la "ración”
teatral cotidiana de los espectadores durante los cuatro días seguidos
en las Grandes Dionisias: después de una jornada marcada por la
procesión dionisíaca y una segunda consagrada a los concursos pura­
mente líricos de los ditirambos, el tercer día era el de las comedias,
de las que tres poetas y más tarde cinco presentaban cada cual una;
los días siguientes estaban dedicados a la tragedia, y se consagraba
cada uno de ellos por entero a la obra de uno de los tres poetas
elegidos por el amonte, obra que consistía en una tetralogía, a saber
una trilogía de tres tragedias, seguida por un drama satírico.
Los atenienses que seguían-de cabo a rabo las Grandes Dionisias
asistían por tanto, sin hablar de los ditirambos, a quince o aun die­
cisiete piezas en cuatro días, o sea a la audición de unos veinte mil
versos, recitados o cantados. . • Tal capacidad nos sorprende, pero
los largos recitados de los poemas homéricos, por ejemplo en las
Panateneas, habían acostumbrado a los auditores a una atención
incansable.
Las mujeres, aun cuando no podían ser actrices, eran admitidas
por cierto en el teatro como espectadoras. E l precio de los asientos
era de dos óbolos (la tercera parte de una dracma), pero el mismo
Estado pagaba esta suma a los ciudadanos menesterosos del fondo
de los espectáculos ( theoricon ). Los asientos de primera fila estaban
reservados a los sacerdotes y magistrados, como también a los ate­
nienses y extranjeros que habían recibido el privilegio de la proedria,
es decir de la precedencia. Los bouleutas, los efebos, los metecos
tenían un sector reservado en los tramos del theatron; las mujeres
estaban agrupadas, al parecer, en las gradas más altas. Cada una
de las diez tribus tenía su lugar particular. A despecho de estas pre­
cauciones, la instalación del público no siempre se lograba sin que
se produjesen desórdenes y tumultos, y los rhabduqties (portadores
de varas), encargados de la vigilancia en el teatro, tenían que inter-

28
fr No cal>cn dudas que, para sesiones tan prolongadas, los ato*
¿ fu te *, a p « a rsu sobriedad, llevaban qué com er y beber en el
lug*r. A veces correas generosos h ad an distribuir al público pasteles
Y «{no. Una atmósfera de “ kermesse” debía pues acompañar a las
ivprrsrnt aciones.
Sin embargo, tenían carácter religioso, ya que se iniciaban con
«na purificación efectu ada con la sangre de un lechoncillo, y que
rl sacerdote de Dionisos se sentaba en el centro de la primera fila,
frente al altar de su dios situado en medio de la orquesta.

Fuesusna, Ronrnvr. lbidem, p. 232 a 235.

F IL IP O Y L A S C IU D A D E S -E S T A D O G R IEG A S

En el siglo iv a.C. las ciudades-estado griegas se encontraban en


crisis. La desunión y la discordia que existía entre ellas favoredó
los planes de Filipo I I de M acedonia que pretendió primero tomar
las ciudades griegas de la península de C alcídica para tener una
salida al mar, intervenir en G recia después y finalmente conquistar
el imperio persa. Dem óstenes alertó a los atenienses sobre el peligro
que significaba el soberano m acedónico.

Las conquistas de Filip o

4. Y si alguno de vosotros, atenienses, cree que Filipo es difícil


de combatir, considerando la magnitud de las fuerzas de que dis­
pone y el hecho de haber perdido la ciudad todas las posesiones,
no se equivoca. Sin em bargo, piense que en otro tiempo teníamos
nosotros, atenienses, Pidna, Potidea, M etone1 y toda la región cir­
cundante, y que muchos de los pueblos que ahora están con él eran
autónomos y.libres y preferían nuestra amistad a la suya.
5. Pues bien: si Filipo entonces hubiera tenido la misma opinión
de que era difícil com batir contra los atenienses porque tenían tan­
tas fortalezas en su propio país, mientras él estaba desprovisto de
aliados, no habría llevado a cabo nada de lo que ha hecho, ni llegado
a adquirir una fuerza tan grande. Pero aquél vio muy bien esto,
atenienses, que todos estos territorios son premios de guerra coloca-

1 Ciudades de la costa de Macedonia en la península de Calcídica. Los


pueblos a que se refiere son, entre otros, los tractos, ilirios y tésalos.

29
*Uw en fflnlw de la pulr'tm * y P'*1, W "'Y nutund, lui| pj
tú» Itw ámente' non Ion que cnlAu prexenlex, y Ion de |()( ¡|<( 'J'1*
genio' iwia lux que *e d nld cn « i f l E I tn»hu|un y pellgroa, ^ '
0. \ nal. siguiendo este pilm lpln lo lili Niiutetldo g ffls y „
rn ni p xlrlj Imito Ion pulsus que lm fom|ul*»liu\o y ponen por jgKRpff
tic guerra, como tos que lm linnlto idliulos y amigo*, Ponpie |oclr
unieren «liarse y amistarse eun Ion «pin volt «|tu> eMAu preparados fj
dispuestos i\ Im m lo que sea pteelno. ^

1a actitud do Mnmm y do atrui dudado* griega*


fren! o « Klllpu

7, Mi vuzonumleutn, atenienses, es ni Nlgultmtoi ¿Do qufi


ríos ha nnpn/ndo culpo por lumniNO dueño dunda lu conclusión do
la p * ir ¿Do las Termópllus y de los unuiiIoh do FócldcP ¿Y quó
wsti ha hecho de estas eonqulstus? Prefirió Nervlr los iulcrnsos do los
tóbanos y no los do Atonas, Porque dirigiendo sus cAlculos al
en^nudocimiooto y al dominio universal y no u la paz ni a la tran­
quilidad y no a nada justo,
8. so ha dado portéela cuenta do que a íiuoslra dudad y a un
pueblo do enrActor como el nuestro, no podía promotor ni hncor nada
que os persuadiera u cederlo, por ventaja personal, ninguno do los
pueblos ocíenos, sino que pensando en lo justo y huyendo do la Infa­
mia inherente a tal política, y previendo todo lo quo conviene, os
opondríais a él, si Intentaba nacer algo do oslo, tan enérgicam ente
como si os encontrArals en guerra.
9, E n cambio, en cuanto a los lobunos eroíu, como ha sucedido,
que a cambio do ciertas ventajas lo dejarían, on lo róstanlo, hacer
lo que quisiera, y no se opondrían ni lo Impedirían, sino quo Incluso,
saldrían en campaña con el si so lo mandaba. Y ahora, por las mismas
rozones, favorece a los mésenlos y nrglvos, Lo cual os, para nosotros
atenienses, el mayor de los elogios.
10. E n efecto, do su actuación so dospronde quo sois juzgados co ­
mo los vínicos entro todos quo no traicionaríais los dorochos comunes
de los helenos por ninguna gananoia, ni cambiaríais, por favor alguno
e interés, vuestra lealtad hacia los helenos. Y con razón supone esto
* Met&fora tomada do los certámenos aricaos, ya quo los premios so co­
locaban en el mismo terreno do Juego para oslimulo do los oontondlontes.
8 So refiere a la paz dol ofio 3-10, en la quo Intervinieron Deméntenos y
Esquines. Poco tiempo después Fllipo franqueó las Tormópllus y subyugó la
Fócide, abandonando a los tóbanos Orcómono y Coronen.

30
M vcwotros y todo lo contrario d e los nrgivos y tebanns, porque ve
m adámente el presante, sino qu e considera tam bién el pasado.
[ 3
1 ¿ Sabe, pues» q u e am bos pueblos acogerían con agrado a lo que
MrtkuUrmentc les favoreciera, sin considerar los intereses comunes
dr V» helenos. P or ello pensaba qu e si os escogía a vosotros, toma-
nt «nos amigos para las causas justas, pero si elegía a aquellos tcn-
doaunos auxiliares de su am bición. li e aquí por qué, como entonces,
v también ahora p refiere aqu ellos a vosotros; pues no se ve que ten-
pn más trirremes qu e vosotros, ni ha descubierto un imperio en el
interior que le haya hech o renunciar al m ar y a los puertos com ercia-
ira. ni ha olvidado los discursos y las promesas por medio de las cua­
les ha obtenido la paz.

D s m ó s t k x e s . L a s F ilíp ic a s . T r a d u c c ió n d e Ju lio P n lli B o n e t. M ad rid , A gu i-


k r . 1963, p . 4 9 a 5 2 .

F a t el m ás fa m o so d e lo s o ra d o re s g rie g o s ( 3 8 4 - 3 2 2 a . C .) . P ro n u n ció h e r­
mosos d iscu rso s c o n o c id o s c o n e l n o m b ro d e “ F ilíp ic a s ” y " O lin tía c a s ”,
F ilip o I I d e M a c e d o n ia .

F U N D A C IÓ N D E A L E J A N D R Í A

E n e l a ñ o 3 3 2 , A le ja n d r o p e n e t r ó e n E g ip to . F u n d ó a llí la
ciudad de A le ja n d ría , e n l a h o m é r ic a is la d e F a r o , u n a c iu d a d q u e
pronto com p itió c o n o tro s im p o r ta n te s p u e r to s d e l m a r M e d ite rrá n e o
j que, d u ran te la é p o c a h e le n ís t ic a , v a a s e r u n o d e lo s m á s im p o rta n ­
tes centros c u ltu ra le s d e l m u n d o a n tig u o .
X X V I. H a b ié n d o s e le p r e s e n ta d o r a A le ja n d r o ) u n a c a jita q u e
pareció la c o sa m á s p r e c io s a y r a r a d e to d a s a lo s q u e r e c ib ía n la s
joyas y d em ás e q u ip a je s d e D a r ío , p r e g u n tó a sus am ig o s q u é se ría
k> más p reciad o y c u r io s o q u e p o d r ía g u a rd a rs e e n e lla . R e s p o n d ie ­
ron unos u n a c o s a y o tr o s o tr a , y é l d ijo q u e e n a q u e lla c a ja ib a a
colocar y te n e r d e fe n d id a L A I L 1 A D A , d e lo q u e d a n testim o n io s
muchos e sc rito re s fid e d ig n o s . Y s i e s v e rd a d lo q u e d ic e n lo s d e
Alejandría so b re l a f e d e H e r á c r id e s , n o l e f u e H o m e ro u n c o n se je ro
ocioso e in ú til e n sus e x p e d ic io n e s , p u e s r e f ie r e n q u e , a p o d e ra d o d el
Egipto, q u iso e d ific a r e n é l u n a c iu d a d g r ie g a , c a p a z y p o p u lo sa,
a la que im p u sie ra su n o m b r e , y q u e y a c a s i te n ía m e d id o y c irc u n ­
valado el sitia, s e g ú n la id e a d e lo s a r q u ite c to s , cu a n d o , q u e d á n d o se
dormido a la n o c h e s ig u ie n te , tu v o u n a v is ió n m a ra v illo s a ; p a re c ió le

31
que un varón de cabello cano y venerable, aspecto, puesto a su lado
le recitó estos versos: °>

En el undoso y resonante Ponto


hay una isla, a Egipto contrápuesta,
de Faro con el nombre distinguida.

Levantándose, pues, marchó al punto a Faro, que entonces era


isla situada un poco más arriba de la boca del Nilo llamada Cano-
bica, y ahora por la calzada está unida al continente. Cuando vio
aquel lugar tan ventajosamente situado —porque es una faja que a
manera de istmo, con un terreno llano, separa ligeramente, de una
parte, el gran lago, y de otra, el mar que remata en el anchuroso
puerto— no pudo menos de exclamar que Homero, tan admirable
en todo lo demás, era al propio tiempo un habilísimo arquitecto, y
mandó que le diseñaran la forma de la ciudad acomodada al sitio.
Carecían de tierra blanca; pero con harina, en el terreno, que era
negro, describieron un seno, cuya circunferencia, en forma de manto
guarnecido, comprendieron dentro de dos curvas que corrían con
igualdad, apoyadas en una base recta. Cuando el rey estaba suma­
mente complacido con este diseño, aves en inmenso número y de toda
especie acudieron repentinamente a aquél sitio a manera de nube y
no dejaron ni señal siquiera de la harina; de manera que Alejandro
concibió pesadumbre con este agüero; pero los adivinos le calma­
ron diciéndole que la ciudad que trataba de fundar abundaría de
todo y daría el sustento a hombres de diferentes naciones; con lo
que dio órdenes a sus encargados para que pusieran manos a la
obra, y él emprendió viaje al templo de Amón.

P lutarco. Vidas Pándelos. Traducción por Antonio Ranz Romanillos. Bar­


celona, Iberia, 1959. Vida de Alejandro, v. III, p. 315-316.
Historiador griego ^de la época de la dominación romana (siglo i d.C.),.
es el más célebre de los biógrafos antiguos. Su obra principal “Vidas
Paralelas , es un conjunto de cincuenta biografías, cuarenta y seis de
las euales son pareadas y cuatro sueltas. La vida de Alejandro, de la
que se ha extraído el párrafo precedente, forma pareja con la de César.

FUNDACIÓN D E ROMA

E l origen de Roma es incierto. Leyenda e historia son necesa­


rias para reconstruirlo. Sin embargo, una y otra no se contradicen;
D el trasfondo del relato legendario sobre el establecimiento de la
urbe romana en el Palatino por Rómulo (853 a.C., según la tradi-

32
sut*™ hechos que hoy la historia acep ta. L a leyenda de la
r^Ución do Roma m erece, com o todas las leyendas, un tratam iento
¡Ü^vitl: la búsqueda de la realidad histórica que está inmersa en
di*.
Restablecido Numltor en el trono nlbano, Rómulo y Rem o conci­
bieron el deseo de fundar una ciudad en el paraje mismo donde
habían sido arrojados y criados. L a m uchedum bre de habitantes que
llenaba Alba y el L acio , aum entaba más y más con el concurso de
lns pastores, hacia esperar que la nueva ciudad superase a Alba y
Lavinia. Aguijoneaba este deseo la sed de mando, mal hereditario
rn ellos, y odiosa lucha term inó el debate tranquilo al principio.
Como eran gemelos y no podían decidir la primogenitura, enco­
mendaron a las divinidades tutelares de aquellos parajes el cuidado
do designar por medio de augurios cuál de los dos había de dar
nombre y regir la nueva ciudad, retirándose Rómulo al Palatino y
Remo al Avcntino, para inaugurar allí los templos augúrales. Dícese
que Remo recibió primero los augurios: constituían los seis buitres,
y acababa de anunciarlo, cuando\Rómulo vio doce; siendo aclamado
rey cada hermano por los suyos, fundándose unos en la prioridad, los
otros en el número de las aves. L a ira convirtió en sangriento com-
®1 altercado, y en la acometida cayó muerto Remo. Según la
tradición más común, Remo saltó por juego las nuevas murallas que
Rómulo había construido, y enfurecido éste, lo mató, exclamando:
Así perezca todo el que se atreva a saltar mis murallas”. Quedando
solo Rómulo, la nueva ciudad tomó el nombre de su fundador, quien
fortificó ante todo el monte Palatino, sobre el cual había sido acla­
mado.

T rio L m o . Décadas de la Historia Romana. Buenos Aires, Joaquín Gil,


1944. Primera Década, p. 49.
Historiador romano de la época del emperador Augusto (siglos -i y i)~
es autor de una obra monumental sobre la historia romana, desde los
orígenes de la ciudad hasta su época, cuya finalidad es mostrar la
misión predestinada' de Roma y destacar su grandeza.

E S T A B L E C IM IE N T O D E L A S IN S T IT U C IO N E S
R E L IG IO S A S RO M A N A S

Según la tradición, se debe al segundo de los reyes Numa


Pompilio el establecimiento de las instituciones religiosas romanas.
Numa creó colegios sacerdotales, estableció las normas del culto y
fundó templos. Buscaba con ello acostumbrar a los romanos a un
nuevo orden basado en la paz, “la justicia, las leyes y la pureza de
las costumbres".

Dueño ya del mando, (Numa Pompilio) quiso que aquella ciudad


naciente, fundada por la violencia y las armas, lo fuese de nuevo
por la justicia, las leyes y las purezas de las costumbres. Y como veía 1
imposible que en medio de las continuas guerras aceptasen aquellas
innovaciones hombres cuya rudeza había aumentado con el ejercicio I
de las armas, creyó que debía comenzar por quitarles gradualmente '
su habitual alimento. .Con este objeto dedicó un templo a Jano, cons­
truyéndolo al pie de Argileto A, y que fue símbolo de la paz en todos
los pueblos vecinos. Dos veces se ha cerrado después del reinado de
Numa; la primera bajo el consulado de T. Manlio, al terminar la pri­
mera guerra púnica; la segunda bajo César Augusto, cuando, por
la misericordia de los dioses, vimos, después de la batalla de Accio,
restablecida la paz con él mundo por mar y por tierra. Cuando lo
cerró Numa; cuando por medio de tratados y alianzas realizó la
unión entre Roma y los pueblos comarcanos) cuando hubo disipado
las inquietudes acerca de la probable renovación de todo peligro
exterior, temió la perniciosa influencia de la ociosidad en aquellos
hombres a quienes habían contenido hasta entonces el temor del ene­
migo y los hábitos guerreros; y desde luego pensó que llegarían mas
fácilmente a dulcificar las groseras costumbres de aquella multitud y
a disipar su ignorancia, infundiendo en las almas el sentimiento pro­
fundo del temor a los dioses. Pero no podía conseguir este objeto sin
intervención milagrosa, yxfingió tener nocturnas entrevistas con la
diosa Egería, diciendo qúe, obedeciendo a sus órdenes, establecía las
ceremonias religiosas más agradables a los dioses y un sacerdocio
especial para cada uno de ello s.. .
Pensó en seguida en crear sacerdotes, aunque por sí mismo ejercía
la mayor parte de las funciones que desempeña actualmente el flam en
dial. Pero, previendo que esta ciudad belicosa tendría- más reyes
semejantes a Rómulo que a Numa, reyes que hiciesen la guerra y
marchasen personalmente a ella; temiendo que los oficios de rey
perjudicasen a los de sacerdote,' creó un ñamen con la misión de
no separarse jamás del altar de Júpiter; revistióle con augustas insig­
nias, y le dio la silla curul, parecida a la de los reyes. Añadióle
otros dos ñámines, consagrados uno a Marte y otro a Quirino. E n
seguida fundó el colegio de las Vestales, sacerdocio tomado de los

& Era una eminencia al oriente del monte Palatino por el lado del Foro

34
Alk no „ qVle no era extraño a la familia del fundador de Roma.
tígmMos en seguida rentas sobre el estado para sujetarlas exclu-
«viniente y para siempre a las necesidades de su ministerio, aca­
n t o de imprimirles carácter venerable y sagrado el voto de vir­
ginidad y otros privilegios. Creó otros doce sacerdotes, con el nom­
bre de salios, en honor de Marte Gradivo, dándoles por insignias
togas bordadas, cubiertas en el pecho por coraza de bronce; su
misión era llevar los escudos sagrados, llamados ancilia, y discurrir
por la ciudad cantando versos y ejecutando danzas y particulares
movimientos de cuerpo dedicados a esta solemnidad. Nombró Pon­
tífice Máximo a Numa Marcio, hijo del senador Marco, encargán­
dole el cuidado de todo lo referente a la religión, y dándole por
escrito la prerrogativa de dirigir las ceremonias religiosas, deter-
minar la clase de víctimas, en qué días y en qué templos deberían
aerificarse, de qué fondos se sufragarían los gastos, y últimamente
jurisdicción sobre todos los sacrificios, tanto públicos como privados.
De esta manera sabía el pueblo a quién consultar, y no corría riesgo
la religión de recibir ofensa por olvido de los ritos nacionales y la
introducción de otros extraños. No ordenaba solamente el pontífice
máxinio los sacrificios dedicados a los dioses celestiales, sino tam­
bién los que se hacian a los manes y las ceremonias fúnebres, ense­
ñando asimismo a distinguir, entre los prodigios anunciados por el
rayo y otros fenómenos, aquellos que exigían expiación. Para cono­
cer la voluntad de los dioses dedicó en la cumbre del Aventino un
templo a Júpiter Elicio y consultó a los dioses por medio de los
augures acerca de los prodigios dignos de atención.

T ito Lmo. Ibidem. Primera Década, p. 60-61.

G U ERRA S D E ITA L IA

Los senadores romanos dan ejemplo de serenidad y coraje

A fines del siglo v a.C. los celtas, los temibles galos, habían
penetrado en Italia y ocupado la llanura del Po. A comienzos del
siglo siguiente embistieron contra Roma, después de haberse infil­
trado en Etruria. Los romanos abandonaron la ciudad para organi-
yar ^ defensa. Sólo los senadores quedaron en ella y fueron exter­
minados por los bárbaros.

35
Las aflicciones particulares callaron ante el terror general cuando
anunciaron la llegada del enemigo, y muy pronto oyeron los cla­
mores, los discordantes cantos de los bárbaros, que vagaban en gru­
pos enderredor de las murallas. Todo el tiempo que transcurrió
desde entonces, quedaron en suspenso los ánimos. Al pronto, a su
llegada, se temió verles de un momento a otro precipitarse sobre la
ciudad, porque si no hubiese sido éste su designio, se habrían dete­
nido en las orillas del Alia; después, al ocultarse el sol, como queda­
ba poca luz, creyóse que el ataque tendría lugar antes de la noche,
y por último, que lo aplazaban para la noche misma para aumentar
el terror. En fin, al acercarse el día todos estaban dominados por el
miedo, y a este temor constante siguió la espantosa realidad, cuando
las amenazadoras enseñas de los bárbaros se presentaron en las
puertas. Poco faltó para que aquella noche y al día siguiente se
mostrase Roma lo mismo que sobre el Alia, donde sus tropas-tan
cobardemente habían huido.JEn efecto, como no podían esperar con
tan corto número de soldados defender la ciudad, decidióse hacer
subir a la fortaleza y ai Capitolio, además de las mujeres y los niños,
la juventud en estado de empuñar armas y la parte escogida del
Senado, y después de llevar allí cuanto pudiesen reunir de armas
y víveres, defender desde aquel punto fortificado los dioses, los
hombres y el nombre romano. El flamen y las sacerdotisas de Vesta
llevaron lejos del combate y del incendio los objetos del culto públi­
co, que no debían abandonar mientras quedase un romano para
practicar los ritos. Si la fortaleza y el Capitolio, morada de los dioses;
si el Senado, cabeza de los consejeros de la república; si la juventud
en estado de empuñar las armas escapaban de aquella inminente
catástrofe, podrían consolarse de la pérdida de los ancianos que
dejarían en la ciudad abandonados a la muerte. Y para que la mul­
titud se sometiera con menos pesar, los antiguos triunfadores, los
viejos consulares declararon su intención de morir con los otros, no
queriendo que sus cuerpos, incapaces de manejar las armas y de
servir a la patria, estorbasen a sus defensores.
[ .........]
Entre tanto, habiéndose tomado en Roma todas las precaucio­
nes que eran posibles para la defensa de la fortaleza, entrando en
su casa los ancianos, esperaban resignados la muerte y la llegada
de los enemigos. Y los que habían desempeñado magistraturas cum­
ies, queriendo morir con las insignias de su pasada grandeza de
sus honores y de su valor, revistieron las ropas solemnes que llevaban
los que dirigían las ceremonias religiosas y los triunfadores y se colo­
caron en medio de sus casas sobre las sillas de marfil. Algunos llegan

36
• decir que por m edio d e una fórm u la q u e lea d ictó el pontífice
^ximo M. Fabio, te dedicaron por la patria y por loa romanos, hijo*
(lf Quirino. E n cuanto a los galos, com o e l intervalo de una noche
había calmado la irritación d el com bate, com o en ninguna parte les
habian disputado la v ictoria, y com o no tom aban a R om a por asalto
o por fuerza, entraron a la m añana siguiente sin cólera, sin arrebato
prr la puerta Colina, d ejada ab ierta, y llegaron al F o ro, paseando
sus miradas por los tem plos d e los dioses y la fortaleza, que era
donde únicam ente se observaba aparato d e guerra. E n seguida,
habiendo dejado cerca d e la fo rtaleza un destacam ento poco nume­
roso para vigilar no h iciesen algu na salida durante su dispersión,
se desparraman para saquear por las calles, en las que no encuentran
a nadie. Unos se p recip itan en grupos en las prim eras casas y otros
corren hacia las m ás lejan as, creyéndolas todavía intactas y reple­
tas de botín. P ero , asustados m uy pronto por aquella soledad, te­
miendo que el enem igo les tend iese algún lazo m ientras vagaban
diseminados, reg resaban e n grupos al F o ro y parajes inmediatos.
Encontrando allí cu id ad o sam en te'cerrad as las puertas de los plebe­
yo5/ abiertos los atrios d e los patricios, v acilaban más en penetrar
en éstos que e n p en etrar por la fuerza e n las otras. Experim entaban
como un religioso respeto a la v ista de aquellos nobles ancianos que
sentados^ en e l v estíb u lo d e sus casas, p or su traje y actitud, en los
que h ab ía algo augusto q u e no es propio de los hom bres, así como
por la gravedad im presa e n su fre n te y en todas sus facciones, pare­
cían rep resen tar la m ajestad de los dioses. L o s galos perm anecían
en p ie contem plándolos com o a estatuas, pero dícese que habiendo
uno de ellos pasado la m ano suavem ente por la barba de M. Papirio,
que según e l uso d e la ép oca la llev aba m uy larga, éste hirió con
su b astó n d e m arfil la cab eza d el bárbaro, cuya ira excitó. L a ma­
tanza com enzó p o r él, y casi al mismo tiem po todos los demás
fueron degollados sobre sus sillas curules. M uertos los senadores,
nada perd onaron de cuanto vivía; saquearon las casas y después d e
d evastarlas les prendieron fuego.

TiTO L i t o . Ibidem . Prim era D écada, p . 3 2 1 a 3 23.

L o s ro m an o s su fre n g rav e a fre n ta

E n tre las guerras rom anas de expansión en Italia, las q u e sos­


tu v ieron co n los sam nitas se d estacan por su crueldad y fiereza
(s ig lo I V a .C .) R o m a venció a l Sam nio al cabo de tres guerras. E n

37
la primera sufrió cruel afrenta, a tal punto que hoy se dice "pasar
por las horcas caudinas” (nombre del lugar en que el ejercito roma­
no fue obligado a pasar bajo el yugo) para hacer referencia a una
humillación tan grande como la que sufrieron los romanos en aquella
oportunidad.

Los cónsules marcharon a conferenciar con Pondo, y como el


vencedor insistía sobre la necesidad de un tratado, dijéronlc que
el tratado no podía concluirse sin la autoridad del pueblo, sin los
feciales y las demás solemnidades religiosas. Así, pues, la paz no
se hizo como generalmente se creo y como refiere tnmbión Claudio,
con un tratado, sino con la promesa de un tralndo. En efecto, ¿qué
necesidad había de cauciones y rehenes en un tratado consagrado
por esas imprecaciones? “Que el pueblo que quebrante las condicio­
nes ajustadas caiga bajo los golpes de Júpiter, como los cardos bajo
los de los feciales”. Prestaron caución los cónsules, los legados, los
cuestores y los tribunos militares; y los nombres de todos los que ga­
rantizaban la capitulación constan en el acta, mientras que si hubie­
sen ajustado un tratado no se encontrarían en él más que el de los fe­
ciales. Y a causa de las dilaciones que necesariamente había de im­
poner la conclusión de un tratado, se exigió además seiscientos re­
henes tomados de entre los caballeros, que debían pagar con su'
cabeza la infracción del tratado. Fijóse en seguida el momento en
que habrían de entregarse los rehenes, y en el que el ejército desar­
mado habría de pasar bajo el yugo. E l regreso de los cónsules re­
produjo la desolación en el campamento, hasta el punto de que costó
trabajo a los soldados no poner la mano sobre aquellos cuya impru­
dencia les había llevado a aquel paraje y cuya cobardía les iba
a hacer salir más vergonzosamente que habían entrado. Censúrenles
■ no haber tomado guía, no haber mandado reconocer el terreno,
haberse precipitado ciegamente en un foso como las fieras. Mírense
unos a otros, contemplan aquellas armas que entregarán muy pronto,
aquellos brazos que en breve serán desarmados, aquellos cuerpos
que quedarán a merced del enemigo. Represéntase el yugo bajo el
que los hará pasar el enemigo, las burlas del vencedor, su insul­
tante altivez, aquel paso de hombres desarmados en medio de gentes
armadas; después, aquella deplorable marcha de soldados deshon­
rados atravesando las ciudades aliadas para volver a su patria, a sus
familias, donde tantas veces sus padres y ellos mismos habían regre­
sado triunfantes. “Ellos solos han sido vencidos sin heridas sin
hierro, sin combate; ellos solos no han desenvainado la espada no
han podido luchar con el enemigo; en vano les han dado armas

38
tmjor- Cuando m urm uraban estas q u e ja s lleg ó el mom ento
1* ignom in ia, que todo h a b ía d e hacérselo v er más espan-
M , oue habían imaginado. E n p rim er lugar, se les m andó salir de
u< rwfwlindas con un solo vestido y sin arm as, entregándose pri-
'irmntc los rehenes y llevándolos aprisionados; e n seguida llegó
m turno a los cónsules, a quienes se q u itó e l m an to y cuyos lictores
brtfon despedidos. Al v er esto, aquellos mism os que pocos momentos
los execraban, qu erían sacrificarlos y destrozarlos, quedando
t«n compenetrados de com pasión, q u e cad a uno, olvidando su propia
desgracia, apartó la vista d e aq u ella degradación d e tan suprema
testad como de nefando esp ectáculo.
Los primeros que pasaron b a jo el yugo fueron los cónsules, casi
desnudos; después cad a je fe según su grado sufrió a su vez esta
^nonnnia; en seguida cad a leg ión un a tras otra. Form ados y arma­
dos los enemigos en d erredor d e los rom anos los abrum aban con
insultos y burlas. H asta se alzaron espadas sobre el mayor número,
y muchos fueron muertos o herid os p o r haber ofendido ál vencedor,
revelando dem asiado e n el rostro la indignación que les ra n o h a
tanta injuria. Asi inclinaron la cab eza b a jo e l yugo, y lo que 'en
cierto modo era m ás cruel, a la v ista del enemigo.

Ttao L m o . Ibidem . Prim era D écad a, p . 47 4 -4 7 5 .

L A C O N S T IT U C IÓ N R E P U B L I C A N A R O M A N A V IS T A P O R
U N H IS T O R IA D O R G R IE G O D E L A É P O C A

D u rante la R ep ú blica Rom ana existieron tres instituciones: las


magistraturas, el Senado y los com icios. Para el historiador Polibio,
la grandeza de R om a era e l resultado del juego equilibrado de esas
tres instituciones q u e representaban, a su parecer, las tres formas
puras d e gobierno: m onarquía, aristocracia y democracia. E l tiempo
demostró q u e la concepción de Polibio estaba errada y que la orga­
nización política republicana no pudo superar las consecuencias de
la propia expansión rom ana, y term inó por sucumbir.

H em os dicho antes que el gobierno de la república romana


estaba refundido e n tres cuerpos, y en todos tres tan balanceados y
b ien distribuidos los derechos, que ninguno, aunque sea romano,
rjodrá d ecir con certeza si el gobierno es aristocrático, democrático
o m onárquico. Y con razón; pues si atendemos a la potestad de los

39
cónsulc*, *o dirá que es absolutamente monárquico y real; si a U
autoridad del Senado, parecerá aristocrático, y si al poder del pueblo
se juzgará que es estado popular.
í ......... 1
15. Se acaba de exponer cómo la república romana estaba divi­
dida en tres especies de gobierno: veamos'ahora de qué manera
se pueden oponer la una a la otra, o auxiliarse mutuamente. El
cónsul, después que revestido de esta dignidad sale a campaña a
la cabeza de un ejército, aunque parece absoluto cuanto al éxito
de la expedición, no obstante necesita del pueblo y del Senado, sin
los cuales no puede llevar a cabo sus designios. Al ejército por pre­
cisión se le han de estar remitiendo provisiones de continuo; pues
sin orden del Senado no se le pueden mandar ni víveres, ni vestuario,
ni sueldo; de suerte que los designios de los cónsules quedarán sin
efecto si el Senado se propone no entrar en sus miras o hacer opo­
sición. El consumar o no los cónsules sus ideas o proyectos, depende
del Senado, pues en él está enviar sucesores concluido el año, o
continuarles el mando. En él consiste también en exagerar y ponderar
sus expediciones o oscurecerlas y deprimirlas. Lo que entre los ro­
manos se llama triunfo, ceremonia que representa al pueblo una viva
imagen de las victorias de sus generales, o no lo pueden celebrar
con decoro los cónsules, o no lo obtienen, si el Senado no consiente
y da para los gastos. Por otra parte, como el pueblo tiene autoridad
para terminar la guerra, por más distantes que se hallen de Roma,
necesitan, no obstante su favor. Porque, como hemos dicho antes,
el pueblo es el que puede anular o ratificar los pactos y tratados.
Y lo que es más que todo, una vez depuestos del mando, toca al
pueblo el juicio de las acciones. De suerte que de ningún modo pue­
den sin peligro desatender ni la autoridad del Senado, ni el favor
del pueblo.
16. Por el contrario, el Senado, en medio de ser tanta su auto­
ridad, necesita no obstante atender y tener gran consideración al
pueblo en el manejo de los negocios públicos. No puede proceder en
los juicios graves y arduos, ni castigar los delitos del Estado que
merezcan muerte, si el pueblo antes no los confirma. Lo mismo es
de las cosas que miran al Senado mismo; porque si alguno propone
una ley que hiera de algún modo la autoridad de que están en pose­
sión los senadores o que coarte sus preeminencias y- honores o que
disminuya sus haberes, de todo esto toca la aprobación o reproba­
ción del pueblo. A más de esto, si un tribuno se opone a las reso­
luciones del Senado, no digo pasar adelante, pero ni aun juntarse
o congregarse pueden los senadores. El cargo de los tribunos es

40
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rem ed io d e sus m ales. P o rq u e a l in s ta n te q u e u n a d e las partes
tend e en so b erb e ce rse y arro g arse m ás p o d e r q u e lo com pete ^
ninguna e s b a sta n te p o r si m ism a, y to d a s, s e g ú n hem os dicho CTnx>
d en con trastar y o p onerse m u tu a m e n te *a su s d esign io s, tiene
h u m illar su altiv ez y so b e rb ia. Y a sí to d a s s e m a n tie n e n en su estad
unas p o r h a lla r op o sició n a sus d ese o s, o tra s p o r te m o r de ser oprj'
m idas d e las com pañeras.

IV>uwo. Historia Universal. B u en o s A ires, S o la r/ H a c h ctte , 1965. L, y-»


p. 349-353. k
H istoriador griego n acid o en M eg.dóp olis ( G r e c i a ) , viv ió entre los
2 1 0 y 1 2 6 a .C . R esid ió en R o m a , a la Que fu e llevad o como rcho»
después d e la derrota de G recia . S u o b ra fu n d am en tal es una “Histo.
ria ” qu e se ocupa del periodo en q u e los rom anos se expanden y logran
e l dom inio del M ed iterráneo. (S ig lo s - in y - n i .

C O N S E C U E N C IA S D E L A S C O N Q U I S T A S

L a expansión por Ita lia , en el M ed iterrán eo O cc id e n ta l y en


e l M ed iterrán eo O riental transform aron a la ciu d ad d e R om a en
un poderoso im perio. L a transform ación re p e rcu tió d e m anera pro­
fun da e n todos los aspectos del mundo rom ano, pro v o can d o grandes
cam bio s y conduciendo, en definitiva, a la crisis d el ré g im en repu­
b lica n o q u e sustentó la s conquistas.
X. P ero una vez q u e m erced a su activ id ad la b o rio sa y a l
ju sticia, la rep ú b lica engrandecida v enció en la gu erra a poderosos
rey es, subyugó por la fuerza a feroces pueblos y nacion es im portan­
te s, destruyó e n sus raíces mismas a C artago, rival d el im p erio rem a­
no , y se le abriero n sin excepción los m ares y las tierras, com enzó
la fo rtu n a a m ostrarse hostil y a trastornarlo todo. L o s m ism os que
d e g rad o h a b ía n h ech o fren te a trabajos, peligros y situ aciones d ifí­
c ile s y d e dudoso éxito, vinieron a considerar com o m iserable carga,
rep o so y riqu ezas, d eseables en cualqu ier otra circu nstancia. C reció
p rim ero , e n con secu en cia, la am bición d el dinero y lu ego la del
m an d o , alim en to , por así d ecirlo, d e todas las m alas acciones. L a
a v a ricia , e n e fe cto , vino a subvertir la lealtad , la honradez y dem ás
v irtu d es, intro d u cien d o en su lugar soberbia, crueldad, ind iferencia
re lig io sa , y ven alid ad de todo lo existente. L a am bición arrastró a
m u ch o s h o m b res a h acerse m entirosos, a ten er una cosa reservada
e n e l p e c h o , y o tra pro n ta e n los labios, a m edir am istades y ene­
m ista d e s, n o co n fo rm e a l m érito real, sino por interés, y a m ostrar

42
SW e.
"Pote, &K nwU recomendable que* el corazón. Tnles vicios fueron ere-
vicho «i* poro * P1*01* cn l,n principio, y se intentó n veces castigarlos;
iiim v n que su contagio se propagó a modo de epidemia,
del todo la dudan, y su gobierno se convirtió, del más
< *< $
y mejor, en cruel e insufrible.
e ser oPtl’
XI. En un principio, sin embargo, más que la avaricia pertúrba­
la k« espíritus la ambición de poder, que aún siendo un vicio, se
l ¡
^flt más próxima a la virtud. Buenos y malvados, en efecto, ansian
I*** sí mismas gloria, honores y mando; sólo que aquéllos por el rec­
¡0S «lío, io ranuno se esfuerzan en conseguirlos, ni poso que éstos desprovistos
no rWif„
"Wísfo. rff méritos, intentan granjeárselos con medios fraudulentos y falaces.
v' %rtu U «rancia implica pasión por el dinero, que ninguna persona sen-
ata acostumbra desear, y que como impregnadn en mortal veneno,
i n)ma os cuerpos y espíritus vnroniles, es siempre ilinvtndn e
insana e y no puede disminuirse ni eon mucho ni con poco. Pero
T ? S ^UC. ft» habiendo recuperado con las nrmns el poder, sus-
i i) sus primeros plausibles actos por una conducta funesta, todo
9 . T I i ° en*reSÓsc al robo y a la bolen cia, codiciando ésto una casa
^ Cflmpo, actuando los vencedores sin medida ni modera-
ci , y ejecutando contra los ciudadanos execrables crueldades. Aña-
ase a esto que Sila, a fin de captarse In voluntad del ejército, cuyo
man o ejerciera en Asia, le habla consentido, contra la costumbre
de nuestros antepasados, vivir en la molicie y excesiva libertad. El
E S S b | de los lugares y sus deleitosos atractivos, junto con el ocio,
habían enervado en breve la rudeza militar. Allí, por primera vez,
acostumbróse el ejército del pueblo romano a entregarse al amor
y a la crápula, a admirar estatuas, cuadros y vnsos cincelados, a
robarlos en detrimento dé particulares y de ciudades, a snouear los
templos y a mancillar lo sagrado y lo profano. Tnles soldados, así que
alcanzaron el triunfo, nada dejaron a los vencidos. Y es que si la prós­
pera fortuna pone a prueba los espíritus virtuosos, mucho menos
podían aquéllos, con sus corrompidas costumbres, hacer buen uso
de la victoria.
X II. Desde que las riquezas comenzaron n gozar de estimación
y verse acompañadas de gloria, poderío y mando, la virtud perdió
su brillo, la pobreza miróse como un oprobio, y la integridad fue
considerada como desafío a la avidez de los poderosos. Cual secuela
de las riquezas apoderáronse de la juventud el lujo, la avaricia y la
insolencia: robaba, dilapidaba, estimaba cn nada lo propio, apetecía
lo ajeno y despreciando dignidad y pudor, no hacía diferencia entre
lo humano y lo divino, sin guardar moderación ni respeto alguno.

43
M erece la pena después de ver en Rom a y en sus campos esos edi
ficios, tamaños como ciudades, ir a visitar los templos de los diosc
que nuestros antepasados, hombres religiosísimos, construyeron. Ver!
dad es que los antiguos romanos decoraban con su piedad la mansión
de la divinidad, y con la gloria sus casas, y no arrebataban al vencido
más que la posibilidad de hacer daño. En cambio, los miserables
hombres de hoy, poniendo por obra la más criminal de las conductas,
despojan a los aliados mismos de lo que aquellos esforzadísimos va­
rones, pudiendo conducirse como vencedores, supieron dejar a los
propios enemigos; como si en inferir injurias consistiera en substan­
cia el ejercicio verdadero del poder.
S a lu stio . Conjuración d e Catilina. V ersión p o r A gustín Millares Cario,
[M é x ico ], Universidad N acional Autónom a d e M éxico, 1944, p. 33-35.
Historiador romano del siglo -i. E s autor d e m onografías históricas en que
dem uestra su am istad con Ju lio C ésa r y su adhesión al partido Pppu-
lar. E n tre ellas, la “Guerra d e Y ugurta” y la “Conjuración de Catiüna .

E L P O D E R D E A U G U STO

E l principado —m onarquía con ap arien cia d e repú blica— fue el


régim en político de R om a d urante los dos prim eros siglos de nuestra
era. Su establecim iento no es obra de un d ía, sino e l resultado de
la concepción política d e O ctaviano, el fu tu ro A ugusto, que, desde
el año 31 a.C . hasta su m uerte acaecid a e n el año 14, le dio forma.
O ctaviano, com o “princeps”, acum uló poderes y títu los, pero nunca
aceptó ningún cargo contrario a la trad ició n rom ana.
4. D os veces triunfé con ovación, tres v eces celeb ré triunfos
cúrales, veintiuna veces he sido saludado em perador. H abiendo, em­
pero, e l senado decretado para m í otros triunfos los decliné.
D epuse en el Capitolio el laurel de las fasces, cumplidos los
votos que había formulado en cada guerra. P or las operaciones
felizm ente llevadas a cabo por m ar o. por m is legados b ajo mis aus­
picios por tierra o por mar, decretó el senado se suplicara a los
dioses inmortales 55 veces. Los días en los que, por el senado con­
sulto, se suplicó sumaron 890. E n m is triunfos fueron conducidos
ante m i carro 9 entre reyes e- hijos de reyes. Cuando escribí estas
líneas había sido 13 veces cónsul, y m e hallaba en e l trigésim o sép­
tim o año del tribunado. ^
5. L a dictadura que, en mi presencia y ausencia, fuéram e ofre­
cid a por el pueblo y el senado romano, siendo cónsules M . M arcelo

44
S I v L. Arrancio, no acepté. No rehusé en época de gran carestía de
¿igo el cuidado de la anona, que administré de tal manera que, a
los pocos días, libré, a mis expensas, a todo el pueblo del temor y
del peligro. E l consulado que entonces m e fue conferido anuo y per­
N» petuo, no acepté.
\ 6 . E n el consulado de M . Vinucio y Q. Lucrecio y más tarde
de P. y Cn. Léntulos, y por tercera vez en el de Paulo Fabio Máximo
(fes y Quinto T uberón habiéndose decidido por acuerdo unánime del
Senado y del pueblo romano que fuese elegido superintendente de
las leyes y de la m oral, solo y con plenos poderes, rehusé aceptar
todo poder otorgado contra las costumbres patrias. Aquello que el
Senado quiso que fuese por m í administrado, lo llevé a buen término
ejerciendo e l tribunado. Y en esta misma magistratura recibí cinco
% veces del senado un colega a mi pedido.
7. H e sido uno de los triunviros para el restablecimiento de la
república durante diez años consecutivos. He ocupado el primer lugar
en el senado, hasta e l d ía en que escribí estas cosas, 4 años. H e sido
syroo pontífice, augur, m iembro de los ”*15 comisionados para los
ntos sagrados, de los 7 para los festines sagrados, hermano arval,
a sodaüs Titiu s, sacerdote fecial.

de
sde R E S G E S T A E D IV I A U G U STI
Ha. E s un inform e sobre la actuación de Augusto que él mismo escribió y
ica mandó grabar. T am bién se llama Testamento de Augusto y Monumento de
Ancyra, porque se bailó en el templo de Rom a y Augusto en ese lugar.

L E X D E IM P E R IO V E S P A S IA N I

E l texto q u e a, continuación se transcribe es el único que


nos h a lleg ad o d e la L e y m ediante la cual se investía a los empe­
rad ores co n e l “imperium”. M ientras Augusto recibió sus poderes
y títu los paulatinam ente, los sucesores los obtuvieron en un solo acto,
m ed ian te e sta ley.
. . . esté perm itido hacer pacto o alianza con quienes quiera, como
estuvo perm itido al divino Augusto, a T iberio Julio César Augusto
y a T ib e rio C laudio César Augusto Germánico.
y q u e esté perm itido a é l convocar el senado, proponer asuntos,
retirarlo s, h acer senadoconsultos por “relatio” o “discessio”, com o fu e
permitido al divino Augusto, a T ib e r io Ju lip C ésar Augusto Ce,
mánico.
y que, cuando por su volu ntad , autorid ad u orden o por l(J
representante o por ¿1 en persona el sen ad o fuese convocado, tod0
lo que se haga sea tenido por ley y cu m p lid o com o tal, como si «|
senado hubiese sido reunido y con v ocad o conform o a la ley.
y a quienes solicitaron una m ag istratu ra, la potestad o el Impc.
rio o una cúratela, y él los recom end ase al sen ad o y al pueblo romano,
o les hubiese dado o prom etido su voto, sean elegidos extraordina­
riamente.
y que Ies esté perm itido exten d er y cam b iar los límites del
"pomerium" cuando considere quo es para el bien público, como estu­
vo permitido a T iberio Claudio C ésar A ugusto Germánico.
y que todas las cosas divinas, hum anas p ú blicas y privadas que
juzgue necesarias para la rep ú blica y su m ajestad , que tenga el dere­
cho y la potestad para realizarlas y h acerlas, com o lo tuvieron el
divino Augusto, Tiberio Ju lio C ésar A ugusto y T ib erio Claudio César
Augusto Germánico.
y que lo que fue escrito por las leyes y plebiscitos, pero de los
que estaban dispensados el divino A ugusto, T ib erio Julio César Au­
gusto y Tiberio Claudio C ésar A ugusto G erm ánico, de esas leyes y
debiscitos esté exento al em perador C ésar V espasiano; y que todo
Ío que por ley y propuesta fu e lícito h a ce r al divino Augusto o a
Tiberio Julio César Augusto o a T ib e rio C laud io César Augusto Ger­
mánico, todo eso esté perm itido h a c e r al em perador César Vespa­
siano Augusto.
y que las cosas que hubiesen sido hechas, realizadas, decretadas,
ordenadas, antes de la prom ulgación de esta ley por el emperador
César Vespasiano Augusto, por orden suya o por su representante,
sean tenidas por justas y aprobadas com o si hubiesen sido hechas
por orden del pueblo o d e la plebe.

S a n c ió n

Si alguien, por esta ley, ha hecho o h iciere algo en contra de las


leyes y propuestas, plebiscitos o senado-consultos, o si, lo que con­
vendría que hiciere por ley o propuesta, o plebiscitos o senado-
consultos, no lo hiciere por esta ley, no será causa de daño o a per­
juicio para él, y no deberá ponerse a disposición del pueblo por

46
moiiw, ni habrá acusación ni juicio sobre este asunto, ni se
pfgiitid que alguien sea conducido ante el pueblo por este asu nta

GIL. pin L N* 930.


Corpus Inscriptionum Latinarían.

L A DESTRUCCIÓN D E P O M PEY A

Durante el reinado del emperador Tito, una gran cantidad de


calamidades asoló'el imperio. Entre ellas figura la destrucción de
la ciudad de Pompeya, cercana a Ñipóles. Sus ruinas son valiosí­
simas para conocer las manifestaciones artísticas, la vida y las cos­
tumbres de la época. E l escritor Plinio el Joven, que vivía en Poro-
poya cuando se produjo la erupción del Vesubio, nos cuenta el epi­
sodio en una de sus cartas.

Después de la marcha de mi tío dediqué todo mi tiempo al


trabajo; después del baño, la cena y un sueño intranquilo y leve.
Como preliminar, y durante varios días, habíamos tenido terremotos
que, debido a su frecuencia en la Campania, nos asustaban menos
de lo normal, pero esa noche adquirieron tal fuerza que todo parecía
no ya temblar, sino dar vueltas. Mi madre se precipitó en mi habi­
tación al tiempo que yo me levantaba con la intención de desper­
tarla en el caso de que durmiera. Nos sentamos en el patio de la
casa, espacio poco extenso que separan del mar los edificios cubier­
tos. Dudo de calificar mi conducta de valerosa o imprudente (tenía
entonces dieciocho años); hice que me trajeran un libro de Tito
Livio y, como si no tuviera mejor que hacer, me puse a leerlo y a
sacar notas. Entró un amigo de mi tío recientemente llegado de
España para visitarle. Al encontrarnos sentados a mi madre y a mi
y ver que tenia un libro en mis manos, se irritó por mi pasividad e
indolencia, lo que no me impidió seguir atento la lectura.
E ra ya la primera hora del día y la luz estaba incierta y como
enfermiza; los edificios comenzaron a agrietarse a nuestro alrededor
y, aunque estábamos al descubierto, la estrechez del^ lugar nos ame­
nazaba con peligros serios e inevitables en caso de derrumbamiento.
Entonces decidimos salir de la ciudad. Una gran multitud marchaba
consternada y —tal es la forma que el espanto da a la pru d en cia-
prefiriendo las sugerencias ajenas a las propias dé cada uno; se
reunió una gran turba que apretaba y aceleraba nuestra marcha.
Una vez alejados de las construcciones, nos detuvimos y entonces

47
«TpcrtaM'Qtamo* m u ch as so rp re sas y te m o re s . L o s carro s que llev4.
hamos av anraU in d e la d o , a u n q u e e l te r r e n o e s ta b a perfectamente
unida, e incluso calzad o s c o n p ie d r a s n o so m a n te n ía n fijos en su
lugar. Ademó*. v eiariíos e l m a r q u e s e r e tir a b a , com o rechazado
por las sacudidas d e la tie rra . L a o rilla so h a b ía ensanchad o y gran
numero d e anim ales m arin o s h a b ía n s id o la n z a d o s sobre la arena
medio sr*i>a. Por el o tro lad o , u n a n u b e n e g rn y p av o ro sa, desgarrada
p or vapores in ca n d e sce n tes q u e fo r m a b a n sin u o sid a d e s y zigzag, se
abrió para d ejar p aso a la rg o s re g u e ro s d e fu e g o q u e semejaban re­
lámpagos, au n qu e d e m a y o r in te n s id a d .
E n ese m om ento, e l a m ig o d e E s p a ñ a d e l q u e h e hablado volvió
a la carga co n m ay or v iv eza. " S i n u e s tr o h e rm a n o v iv e , dijo, si vues­
tro tío vive, d esea q u e os s a lv é is ; si h a p e r e c id o , h a querido que le
sobrevivieseis. E n to n c es, ¿ p o r q u é t a r d a r t a n to e n em prender la hui­
da?- L e con testam os q u e , c o m o n o s a b ía m o s s i se h a b ía salvado, no
podíamos p ensar e n n u e stra s a lv a c ió n . P a r a n o retrasarse, nos dejó
precip itad am ente y co rrió a to d a v e lo c id a d c o n in te n c ió n de alejarse
a e l peligro. P o co tiem p o d e sp u é s, l a n u b e d escen d ió a la tierra,
cubrió e l m ar, envolvió' y s u s tra jo C a p r e a , o c u ltó la pu nta avanzada
de M isena. M i m ad re co m e n z ó a ro g a r m e , a e x h o rta rm e , a ordenarme
que huyera a to d a c o s ta ; u n jo v e n p o d ía h a c e r lo , p ero no ella, que
se sen tía torpe p o r la e d ad y g o r d u ra . S u m u e r te se ría dulce si no
era causa de la m ía ; le c o n te s té q u e s ó lo m e sa lv a ría si lo hacía
d ía . L a cog í del b ra z o y la o b lig u é a d o b la r e l p aso . Cam inaba con
dificultad y se acu só d e r e tra s a r m i b u id a . E n e s e m o m en to comenzó
a caer cen iza, au n q u e to d a v ía p o c o d e n s a . M e v o lv í: un reguero
negro y espeso a v a n z a b a h a c ia n o s o tro s p o r d e tr á s , sem ejante a un
torrente q u e se h u b ie ra d e s liz a d o p o r e l s u e lo e n nu estra persecu­
ción. “D ejem os e l c a m in o , d ije , a h o r a q u e h a y aú n claridad, no
vaya a ser q u e caig am o s y n o s a p la s te n n u e s tro s co m p añ ero s al pasar
en tinieblas”. A penas n o s h a b ía m o s s e n ta d o c u a n d o se hizo de noche,
no con la oscurid ad d e la s n o c h e s n u b la d a s y s in lu n a, sino con la
que reina e n una h a b ita c ió n c e r r a d a , c o n to d a lu z apagad a. Se oían
los gem idos d e las m u je re s, lo s llo ro s d e lo s n iñ o s , los gritos de los
hom bres; unos b u s c a b a n a sus p a d r e s , a lg u n o s a sus hijos, otros a
sus m ujeres, otros la d e lo s su y o s. L o s h a b ía t a m b ié n q u e , por miedo
a la m uerte, lla m a b a n a .la m u e rte . M u c h o s le v a n ta b a n sus manos
a los dioses; otros, m ás n u m e ro so s, a s e g u r a b a n q u e y a no existían
los dioses, q u e e sa n o c h e e ra e t e r n a y l a ú ltim a d e l m undo. Incluso
no faltaban personas q u e a ñ a d ía n ' te r r o r e s fin g id o s y mendaces a
los peligros reales. C o n ta b a n q u e t a l e d ific io d e M ise n a se había
derrum bado, q u e ta l o tro a r d ía ; p in a s in v e n c io n e s q u e encontraban

48
Urtnafrrió una débil claridad que no comfdrramo» como ía
Jp| di*, sino como Ia v flal de la cercanía del fuego. Afor-
M,Lntm(p. el fuego se detuvo a cierta distancia, y de nuevo noa
envueltos en las tinieblas y en !n ceniza, pesada y abundante.
IV ru«ndo en cuando nos levantábamos pora .sacudirnos; de lo con*
w no, hubiéramos quedado cubiertos y aplastados bajo su peso, f'o-
,trv« ¿lardear de no haber lanzado ni un gemido ni una palabra de
.Vbilidad en medio de tales peligros, si no hubiera estado conven-
ohKj de que perecía con el mundo y el mundo conmigo, gran con-
«ut k> para mi mortal condición.
Por último, el reguero rojo del quo he hablado se aclaró y des*
saneció como si fuera humo o niebla; luego, brilló el verdadero dfa,
«x luso el sol, aunque con el tinte amarillento que tiene cuando sus
eclipses. A la mirada todavía poco segura, los objetos se presentaban
con un nuevo aspecto, cubiertos con una espesa ceniza como capa
de nieve. De regreso en Mcsinn, reparamos nuestras fuerzas como
pudimos y pasamos una noche inquieta, entre el temor y la espe­
ranza. El temor dominaba, ya que la tierra continuaba temblando y,
además, muchos, que habían perdido la razón, convertían en burla,
por medio de espantosas predicciones, sus propios males y los del
prójimo. Ni siquiera en ese momento, aunque conocíamos por expe­
riencia el peligro, tuvimos la intención de marchamos sin saber antes
noticias de mi tío.
Ahí tiene usted las indignas cosas de esta historia, que usted
leerá sin tener intención de introducirlas en sus obras, y que a usted,
a usted que me las ha solicitado, le corresponderá decidir si tampoco
son dignas de una carta.
Adiós.

Pu n ió e l J oven. Cartas, libro VI, 20. En: Gasiot-T alabot, Gerald. Pin­
tura Romana y paleoctistiana. Pintura romana y paleocristiana. Madrid,
Aguilar, 1968 (Historia General de la Pintura, 4 ).
Escritor latino que vivió entre los afios 61 y 113. Entre sus obras más
interesantes figuran las “Cartas" que faeron publicadas en nueve vo­
lúmenes.

E L E M P E R A D O R TR A JA N O R E SP O N D E A P L IN IO
E L JO V E N S O B R E LO S C R ISTIA N O S

Durante el reinado del emperador Trajano, el escritor Plinio


el Joven fue designado gobernador de la provincia de Bitinia (Asia
M e n o r). A M in io le p re o c u p a b a la s it u a c ió n q u e c re a b a n lo* cris­
tiano s en su p ro v in c ia y los e s c r ib ió a l e m p e r a d o r p a ra qu e la «llora
in stru ccio n es a c e r c a d e la fo rm a e n q u e d«d>ía proccd «;r con «Ho*.
L a c o n te sta c ió n d e T ru ja n o ( r e s c r i p t o ) f ija la p o lític a del imperio
sobre e l c ristia n ism o e n e l s ig lo n .

C . P lin io a l e m p e r a d o r T r a j a n o

T e n g o la c o s tu m b re , s e ñ o r, d e c o n s u lta r o s s o b r e tod as mis dudas,


¿ Q u é n p o d ría , e n e fe c to , g u ia r m e jo r m is in c e r tid u m b re s o instruir
m i ig n o ra n cia ? N o a s is tí ja m á s a lo s p ro c e s o s d e los cristian o s; ignoro,
p o r lo ta n to , q u é h e c h o s y e n q u é m e d id a se a p lic a la pena o la
in fo rm a ció n . N o su p e d e c id ir si se d e b e t e n e r e n c u e n ta la edad,
o si los n iñ o s d e e d a d m á s tie r n a d e b e n s e r tra ta d o s igual que los
h o m b re s h e c h o s ; si e s n e c e s a r io p e r d o n a r e l arrep en tim ien to ; o sí
a q u é l q u e h a sid o u n a v e z c r is tia n o n o g a n a n a d a co n d ejar de serlo;
si es e l solo n o m b re c o m ú n , a ú n e x e n to d e to d a m a n ch a o la mancha
a g re g a d a a l n o m b re , lo q u e c a s t ig a . E n e s t a ig n o ra n cia he aquí la
re g la q u e s e g u í con , r e s p e c to a a q u é llo s q u e h a n sid o diferidos a
m i trib u n a l co m o c r is tia n o s : c u a n d o lo c o n fe s a ro n , re p e tí mi pre­
g u n ta u n a seg u n d a y u n a t e r c e r a v e z , a m e n a z á n d o lo s co n el suplicio;
c u a n d o p e rs is tie ro n , lo s e n v ió a é l. P u e s , d e c u a lq u ie r naturaleza
q u e fu e s e e l h e c h o q u e c o n fe s a b a n , n o d u d a b a q u e se d eb ía al menos
c a s tig a r su r e s is te n c ia y su in fle x ib le o b s tin a c ió n . R e serv é a otros,
p o seíd o s d e la m ism a lo c u r a , p a r a e n v ia r lo s a R o m a , pues eran
c iu d a d a n o s ro m an o s. P r o n to l a p u b lic id a d m is m a , com o sucede al
p ro p a g a r e l c o n ta g io d e l a a c u s a c ió n , s e h a p re s e n ta d o bajo un ma­
y o r n ú m ero d e fo rm a s. S e h a p u b lic a d o u n e s c rito anónim o, conte­
n ie n d o e l n o m b re d e m u c h a s p e rs o n a s . L o s q u e n e g a b a n ser cris­
tian o s, o h a b e r lo sid o , y lo s q u e , s ig u ie n d o l a fó rm u la q u e les dicté,
in v o c a ro n a lo s d io se s, o fr e c ie r o n in c ie n s o y v in o a vuestra imagen
q u e c o n e se o b je to , h a b ía h e c h o t r a e r c o n la s e sta tu a s d e los dioses,
y , p o r ú ltim o , b la s fe m a r o n e l c r is to ; to d o s a c to s a los cuales no se
p u e d e o b lig a r, se d ic e , a n in g u n o d e a q u e llo s q u e son realmente
cristia n o s, p e n s é q u e e r a n e c e s a r io a b s o lv e rlo s . O tro s, citados por
u n d e n u n cia n te , d ije r o n a l p r in c ip io q u e e r a n c ristia n o s, pero inme­
d ia ta m e n te se r e tr a c ta r o n , a s e g u r a n d o q u e lo h a b ía n sido, es verdad,
p e ro q u e h a b ía n d e ja d o d e s e r lo , lo s u n o s d e sd e h a c ía tres años,
lo s otros d esd e m á s la rg o tie m p o , a lg u n o s d e s d e h a c e veinte años.
T o d o s a d o ra ro n v u e s tra im a g e n y la s e s ta tu a s d e lo s dioses; todos
ta m b ié n b la s fe m a r o n e l c ris to .

50
I’or otro parto, uflrmabnn que toda ¡ni falta, o mi error no hnlria
consistido más que en esto: so reunían en feelm fl|a antes del ama­
necer y cantaban cada uno a su turno un blrnno a Cristo, eomo
a un dios; so comprometían por |urarncnto, no a algún crimen, sino
a no cometer ni roño, ni pillaje, ni adulterio, n tro faltar a su palabra,
a no negar un depósito reclamado en justicia: una vez cumplidos estos
ritos, tenían costumbre do separarse, después, do reunirse de nuevo
para hacer su comida, qno consistía, por otra parto, en platos com­
pletamente comunes y, por consiguiente, inocentes: ndemás, hablan
renunciado n todas estas prácticas después do mi edicto, por el
cual siguiendo vuestras órdenes, prohibí las asociaciones. Crol muy
necesario usar a dos mujeres esclavas, que se decían sacerdotisas
de ese culto, para descubrir la verdad aún empleando la tortura.
Pero no encontró más quo superstición ridiculo y sin limites, por lo
tanto, suspendí la información para recurrir a vuestro parecer. El
asunto me pareció, en efecto, merecer vuestro parecer, sobre todo a
causa del nombre do los acusados. Pues una muehedumbro de toda
edad, de todo rango, de ambos sesos, están implicados en la misma
acusación. No es solamente en las ciudades, sino tnmbión en las
aldeas y en el campo que el contagio do esta superstición extendió
sus estragos; creo, sin embargo, posible detendría y curarla. Lo que
es cierto, es quo los templos, que estaban casi desiertas, son do
nuevo frecuentados y quo los sacrificios anuales, largo tiempo des­
cuidados, recomienzan; so vende el pasto para victimas, que encon­
traba antes raros compradores. Por eso es fácil juzgar quó cantidad
de gente se puede hacer volver, si so lo hnco gracia al arrepentirse.

Trajano a Pllnio

Habéis obrado como debíais, mi querido Secundus, en el exa­


men de los hechos reprochados a los quo os fueron denunciados
como cristianos. Pues no os posible establecer para todos los casos
una especie do procedimiento uniforme e invariable. No los busquéis;
pero, si son ncusados y continúan convencidos, condénalos; sin em­
bargo, si alguno niega que sea cristiano, y lo prueba de una manera
manifiesta, quiero decir invocando a nuestros dioses, aún sin ánimo
de sospechas en el pasado, quo su arrepentimiento obtenga gracia.
En cunnto a las listas de denuncias anónimas, no deben dar lugar
a ninguna persecución. Seria de un deplorable ejemplo, y contrario
a las máximas do nuestro rcinndo.

Punm u J*un. LeIIres. Paria, Libralrio Gamicr Frercs, 1031.

51
k F t flt jm m tft, ( m M íf K ,.,
ww * l* r it
K'v»o«to «Wóniccy el W W d eiam irt estallar Indo* junios n ucitro i
tronío* y nwfrtml M tiim M , Vi b v b o lu o lcYiinbidn de la hlbuua
U y lo* tanto u<pt< líos que cjctoiun
ti oufn ^ mwo Kvt q i if iw liliiu i t t l ? designados para el nflo * (guíenle,
^w« K> dieron para llevar a tos i'Wtpm^vtvn, Una parte do nnsotio*
«mwKi W delante del b v b o , m ientra* o lio s cantaban «I son cío
iWhUv canto do duolo; e l em perad or venia el último do todo*}
r« erte colon qu e llegam os id Clam po di' Mudo. Si’ babla levan­
tado allí ittM pira en (onnn do to n o , do tíos pisos, oniudu do inurfll
\ vV wn\ y do estatuas; on lu em u la o misma babla nn carro dorado
^ue conduela Pértioax. So cebú on la oirá lo ipio oslA on uso on los
l«w*ridr», después so cRwoA nlll o\ locbo; después do oso, Nevero y
y* puícotos no l'értlnax I h ' s u u u i su Imagen. Sovoru subió ou In tribu-
mu issi\>(n« los senadores subimos ou los uudumlos, con excepción
ó* Vu magistrados, i\ Un de podov oonlomplur la oovomonia a la vez
poltgio y con comodidad. Vos magistrados y el ordon ecuestre,
coa el aparato do sn dignidad, las tupias lanío a oaballo como a pío,
desfibren ejecutando en torno do la pira murobus do Infantería y
cabullería; después las cónsules punid loron luego a la pira, do la cual
en seguida un Agidla tomó vuelo. Es asi como l’érlinax fuo puesto
m i el rango vio los inmortales.

Dkvn CUssnsi. N htoir* Roimiln». Trniluit pnr R Groa. Piirli, Dlclot Frere*,
1570, t. X. ULXXIV.
H istoriador g rie g o q u e v iv ió e n lr e loa nftos 1 B 0 y 2 3 5 . C om puso una
"H isto ria do Roivu\“ q u o r e ía la e l pnsiuto ro m a n o lutain la ép o ca (la.
los Se v ero s (s ig lo 1 1 1 ).

L A U L T IM A P E R S E C U C IÓ N C O N T R A LOS
C R IS T IA N O S

E l ré g im e n p o lític o d o D lo e lc c ia n o ( 2 8 5 - 3 0 5 ) , la a u to c ra c ia , sólo
podía a d m itir la u n id a d r e lig io s a d o l im p e rio . E l ' e m p erad o r, quo
poseía ad em ás u n p ro fu n d o s e n tid o n a c io n a l, n o d u d ó e n in clin arse
en favor do la re lig ió n tr a d ic io n a l ro m a n a . E n los añ o s 3 0 3 y 304,
inició la ú ltim a y mAs c r u e l p e rs e c u c ió n c o n tra los cristian o s quo
term inó d esp u és d o l a le ja m ie n to d o D io c le e ia n o d e l p o d er, cuand o
G alerio o to rg ó e l p rim e r e d ic to d e to le r a n c ia .
E n e l afio d é c im o n o d e l im p e rio d o D io c le e ia n o , e n e l m es D is­
tro, a l q u e lo s ro m an o s lla m a n m a rz o , cu m u lo y a so v en ia oncim a

53
ív "r“ . r l M L i-
I, «I.- t n l ü r o t * .. b * .............. ...... U m t , , . , y ( | r , p n | m la l l , n I ¡" n "™

'• 'I''» '' l . . . - r l p . «..«•«.. .1 . l Kul.» <<.mti,i mum , , , , , , . 1Vi, , „ „ ....... M

l« fe r m .w «rw M > w r n I» ci\w w |»uU« | , j ,,1,1.,,,,,, H H |,„


y hiryto ObUgiuUv» d o to d as las a K S Mirrllldoi
I Kvt vliíVWl'S.

> rtrUsl.ul do tai forltVmcnoM on que Ion mrtrilrcH pelearon


d u r a n t e la p e rn e e u c ló n

P a d ecien d o en to n ce s co n Animo a l t e r o m u ch ísim o s jefes do las


iglesias gvoviMuuvs su p licio s, o fre c ie ro n e sp e c tá c u lo s do notables
ced ám o n o s. P ero otros» no ñ o co s, q u e b ra n ta d o s y debilitados en su
Animo. su cum bieron d e m ied o al p rim o r em p u jo . D o los demás, uno
experim en tó diversos g én ero s do to rm e n to s; o tro fu e azotado; (julón
fu e m artirizad o con torm en tos In to le ra b le s y g a rd o s do hierro. Algu­
nos p ereciero n en osos s o p lid o s c o n u n g é n e ro m isérrim o do muerte.
O tro s ejecu taro n su certam en do o tras nm norns. E sto , introducido a
la fuerzA por algunos, era d ejad o Ubre, com o si Im bícso sacrificado,
aun cuando en realid ad no lo h u b ie se h e c h o así. A qu el, no habién­
d ose acercad o siquiera al altar, ni to ca d o co sa alg u n a profann, dicien­
do algunos q u e hablan o frecid o s a crificio , se re tira b a disimulando en
silencio! la calum nia. O tros, p ren d id o s sem iv iv os y alzados en los
hom bros d e los que los llev aban, oran arro jad o s com o muertos. Algu­
nos. tendidos en el suelo, eran arrastrad o s p o r los pies y computados
entre los q u e hablan sacrificad o . Q u ien clu m nba y atestiguaba con
v o s satisfecha q u e rep u d iaba los sacrificio s. E l do m ás ncá vociferaba
ser cristiano, llevando ad elanto la c o n fe sió n d e e ste nom bre salu­
d able. E l d e m ás allá afirm ab a q u e, n i h a b la sacrificad o , ni sacrifi­
cad a. Pero estos, heridos en la b o ca p o r los pu ños d e un grupo
numeroso d e soldados, dispuestos c o n ese fin , e ra n expulsados vio­
lentam ente con las m ejillas y todo e l rostro lastim ad o s p o r los golpes.
D e esa m anera estim aban los enem ig os d e lo. p ied ad serles suficiente
haber cumplido, aunque •sólo fu e se en a p a rie n c ia , lo que habían
querido. Pero estas cosas en co n tra d e los san tísim os m ártires les
resultaron poco satisfactorias. ¿Q u é discurso nos será suficiente para
exponer con cuidado tales hechos, si ésa fu e ra n u e stra intención?

54
Etmr.mo dr O iauka, Illntorln Rc1«alAallcn. Duenoi Airea, Nova, 1090. Li­
bro VIII, cap. II y III, p. 41-M17.
Oblapo de CeaArrn, en Palmllnn (207-340). Su obrn mAa Importnnl* n la
Historia EcleaiÁatlcn, quo lo lii valido el calificativo do padre de la
hlatorla eclcslAsilen,

M E D ID A S P A R A E V IT A R E L ALZA E X C E S IV A
D E L O S P R EC IO S

Durante el siglo m, el imperio romano sufrió una gravo crisis


económica caracterizada, entro otras cosas, por la depreciación de
la moneda y una desmedida inflación. Consecuente con su política
ordenadora, el emperador Dioclcciano (284-305) trató de solucionar
la situación mediante la sanción del Edicto sobre Precios Máximos,
en el cual se establecen no sólo los precios máximos de todos los
artículos, sino tnmbión los salarios para cada profesión, (año 301),
A continuación se transcriben un párrafo del prólogo y algunas,
listas seleccionadas del texto del Edicto.
Conmovidos justamente y con razón por todas estas cosas que
más arriba han sido explicadas —y como ya la propia humanidad
parecía solicitarlo con instancias—, hemos decidido establecer no los
precios de los artículos para la venta —porque esto se considera
injusto cuando muchas provincias gozan eventualmente de la anhe­
lada baratura y como de c?erto. privilegio de abundancia— sino un
máximo, de modo que donde surja una fuerte carestía —que los
dioses aparten tal calamidad— la avaricia, que como los campos
dilatados no podía ser contenida a causa de su inmensidad, sea
restringida por los límites de nuestro estatuto o por los términos de
una ley moderadora. Es de nuestro agrado, pues, que los precios
que se indican suscintamente más abajo sean respetados en todo
nuestro orbe, de manera tal que todos comprendan que lo que se
prohíbe es la posibilidad de sobrepasarlos, pero que no se obstacu­
liza el bienestar del abaratamiento en aquellos lugares donde se ven
afluir cosas en abundancia, a lo que principalmente se proveerá
cuando la avaricia sea reprimida. . . Porque consta que aún en los
tiempos de nuestros mayores ésta fue la causa de que se dictasen
leyes: para que la audacia fuese reprimida por el miedo a la pena
prescripta —hasta qué punto es raro que una situación que beneficia
a los hombres sea aceptada espontáneamente y siempre el miedo
como preceptor resulta moderador justísimo de los deberes—; nos
agrada, pues, que si alguien resistiera la forma de este estatuto sea

55
r3»

90m etid o p o r su a u d a c ia a 1a p e n a c a p ita l. P e r o n a d ie p ie n se q u e se


d e c re ta el rig o r, p u es a la v ista e stá q u e e l m o d o d e a p a r ta r e l peligro
es el e u m p lim ie n to d e la m o d e ra c ió n . T a m b ié n e s ta r á su je to al mismo
c o stig o a q u é l q u e , e n c o n tra d e e s te e s ta .tu to , p o r e l a n sia d e com prar
fa v o re cie se la c o d ic ia d el v e n d e d o r. T n m p o c o e s ta r á lib ro d e pena
a q u é l «pie po sea los a rtíc u lo s n e c e sa rio s p a ra v iv ir y u s a r y considere
q u e . a ra íz d e e sta d isp o sició n m o d e ra d o ra , d e b e o c u lta r lo s ; pues más
g ra v e d e b e ser e l c a stig o d el q u e p ro v o c a la e s c a s e z q u e d el que se
a g ita co n tra lo e sta tu id o .

I I I . L o m is m o p a r a lo s A C E I T E S

l a . A c e ite d e oliv n s n o m a d u ra s 1 s e x ta rio itá lic o 4 0 den.


2 A c e ite d e 2 a. c a lid a d 1 >9
Jf f 24 99

3 A c e ite o rd in a rio 1 99 99 12 ,,
4 A c e ite d e rá b a n o 1 8 99

5 V in a g re 1 99
6 „

6 S a ls a d e p e sca d o , d e l a . c a lid a d 1 99 99 16 99

7 S a ls a d e p e sca d o , d e 2a. ca lid a d 1 99 „ 12 „

8 Sal 1 m o d io c a s tr e n s e 10 0 „
9 S a l a ro m a tiz a d a 1 s e x ta rio itá lic o 8 99

10 M ie l, d e ó p tim a ca lid a d 1 „ 40 99

11 M ie l, d e 21a. ca lid a d 1 n 24 99

12 M ie l fe n ic ia ( d á t il) 1 „ 99 8 99

V . L o m is m o p a r a lo s P E S C A D O S

l a . P e s c a d o m arin o d e e sc a m a s á sp e ra s 1 lib r a itá lic a 24 99


2 P e s c a d o d e 2 a . c a lid a d 1 „ 16 „

3 P e s c a d o d e río , d e ó p tim a ca lid a d 1 „ 12 ,,


4 P e s c a d o d e río 2a. c a lid a d 1 „ 8 99

5 P e s c a d o sa la d o 6 99
6 O stra s 10 0 ” 10 0 99
7 E riz o s d e m a r 10 0 50
8 E riz o s d e m a r, fre s c o s , lim p io s 1 s e x ta rio itá lic o 50 99
9 E riz o s d e, m a r, salad o s 1 10 0 99
10 A lm e ja s d e m a r 10 0 50 99

11 Q u eso , s e c o 1 lib r a itá lic a 12 ,,


12 S a rd in a s o a n c h o ista s ^ »» >» 16 99

56
VII- 1 de loa Halarlos de los O P E R A R IO S

la. Agricultor, con comida, por d(a 25 den.


lb. Agricultor, por día 50
g Albañil,-que trabaja con piedra, con comida, por día 50 "
3 Tallista en madera o mueblero, con comida, por din 50 ”
3a. Carpintero, con comida, por día 50 "

[........¡
17 Camellero o asnerizo o mulatero, con comida, por día 25
18 Pastor, con comida, por día . 20 "
[ ........... 1
20 Veterinario, por el corte y preparación de los cascos
por animal ’ 5

[ ............3
21 Barbero, por hombre 2
23 Esquilador, con comida, por animal 2 ”
[ ............3
64 Instructor de gimnasia, por cada alumno,por mes 50
65 Pedagogo, por cada niño, por mes 50 ”
66 Maestro elemental, por cada niño, por mes 50 „
67 Maestro de cálculo, por cada niño, por mes ' 75 „
68 Maestro de taquigrafía, por cada niño, por mes 75 „
69 Maestro de escritura o de paleografía, por cada alumno,
por mes , 50 „

El edicto de D iocleciano sobre precios máximos . Traducción y notas


por Marta Gesino de Arregui. En : Universidad de Buenos Aires. Facul­
tad de Filosofía y Letras. Instituto de Estudios Clásicos. Anales de
Historia Antigua y Medieval. 1961-1962. Buenos Aires, 1966, p. 15-58.

EDICTO D E MILAN

E n el año 313, él emperador Constantino y su colega Licinio


otorgan el Edicto de Milán que señala un cambio fundamental en la
política religiosa del imperio: libertad de culto para cristianos y
paganos y devolución de sus bienes a los cristianos. E l emperador
no modificó, sin embargo, el culto pagano y continuó desempeñando
el cargo de Pontífice Máximo.

57
Habiéndonos reunido felizmente en M ilán, tanto yo, Constantino
Augusto, como yo, Licinio Augusto, y habiendo tratado todo lo re­
ferente a In utilidad y seguridad pública, entre otras cosas, creimos
debían resolverse las de más provecho para muchos hombres, entre
las que figuran el modo de dar culto a la divinidad, y así acordamos
dar a los cristianos y a todos en general libre facultad para seguir
la religión que cada uno estime conveniente, con el fin de tener
aplacadas y propicias a cualquiera de las divinidades que en el cielo
habiten, tanto para con nosotros y nuestras cosas como para con
todos los sometidos a nuestro poder. Por lo cual, tom ar una resolu­
ción de esta clase, nos pareció saludable y muy puesto en razón, de
no prohibir a nadie aue siga la religión cristiana o se convierta a la
misma, si es que la tiene por meior; para au e de esta forma la suma
divinidad, a cuvo culto rendimos libre hom enaje, m anifieste con todos
su acostumbrado favor y benevolencia. Por lo tanto, estará bien que
vuestra dignidad sepa que hemos acordado abolir todas las anterio­
res disposiciones dadas por escrito, al hacernos cargo del mando,
sobre la condición de los cristianos, y abrogar las au e parecían ha­
llarse en pugna con nuestra clem encia o eran demasiado perniciosas
y desde ahora sencilla y librem ente, todo el que quiera guardar las
leyes de la religión cristiana, podrá hacerlo sin que se los inouiete o
moleste. Hemós creído manifestarlo así claram ente a vuestra solici­
tud para que sepáis que hemos dado libre y absoluta facultad de
practicar su religión a los mismos cristianos. Y al venir en conoci­
miento de esta permisión entenderá igualm ente vuestra di«midad
que también a los demás hemos concedido libertad y libre noder de
guardar su religión, con obieto de oue hava naz, y en dar culto
conforme a las creencias propias, sean todos libres v nadie crea que
nosotros pretendemos ir contra el honor y la religión de nadie, ya
además hemos pensado establecer lo siguiente, en orden a las per­
sonas de los cristianos, que si aquellos lugares en los que antes
solían reunirse y que estaban comprendidos en las instrucciones
escritas que se os dieron al posesionaros de vuestro cargo, hubiesen
sido comprados por entonces, ya por los particulares y a por vuestro
fisco, séanles devueltos a los cristianos sin exigirles ningún dinero
o precio, sin recurrir a engaños o am bigüedades; aún aquellos que
los adouirieron por donación, igualmente los devuelvan cuanto antes
a los mismos cristianos; y asimismo aquellos que los com praron o au e
los recibieron, como donación; si quisieron pedim os alguna com ­
pensación, háganlo por medio de nuestro representantes o vicario
y se les resarcirá por este conducto conforme a nuestra acostum brada
clemencia. Todas estas cosas convendrá que sean devueltas lo más

58
pronto posible a la corporación de los cristianos por vuestra inter­
vención y sin dar lugar a dilaciones. Y como se sabe que los mismos
cristianos poseían bienes no sólo en aquellos lugares en que acos­
tumbraban reunirse, sino también en otras partes y los cuales per­
tenecían al derecho de la comunidad, esto es, a las iglesias, no a los
particulares; todos estos bienes que están comprendidos en la ley
que más arriba hemos decretado, bajo ninguna duda o confrOversia
ordenamos que sean devueltos a los mismos cristianos, es decir, a la
corporación y a sus iglesias, teniendo en cuenta la razón antes seña­
lada, que ellos los devuelvan sin exigir precio, como dijimos, pero
que esperen una indemnización de nuestra benevolencia. En todo lo
cual, deberá mostrarse vuestra intervención eficacísima en favor de
la dicha corporación de cristianos, para que nuestro mandato se eje­
cute cuanto antes, pues también por este medio queremos procurar
la pública tranquilidad, según nuestra clemencia. Así sucederá que,
como más arriba indicamos, la protección divina, que en tantas oca­
siones hemos experimentado, seguirá acompañándonos por todo el
tiempo, para que se desarrollen prósperamente los acontecimientos en
heneficio del público bienestar. Para que pueda llegar a conocimiento
de todos nuestra publicación auténtica de nuestro decreto y bondad,
las expondréis por escrito en todas partes y haréis que todos las sepan,
presentándolas mediante una carta vuestra, para que sea rápido y
patente el efecto de nuestra benevolencia.

L actancio. De mortíbus persecutorum ( Sobre la muerte de los perse­


guidores), X L V III. E n : Patrologiae, t. V II. París, Excudebat Vrayet,
1844.
Escritor cristiano de los siglos m y rv. Entre otras obras, escribió **De
mortíbus persecutorum" (Sobre la muerte de los perseguidores) en que trata
de demostrar que todos los perseguidores de los cristianos ban corrido
terrible suerte y muertes terribles.

V ID A Y CO STU M BRES ROMANAS

Dos escritores hacen una magnífica descripción de la vida y


costumbres romanas: Jerome Carcopino y Ugo Enrico Paoli. D e sus
obras se transcriben algunos párrafos:

Las calles de Rom a

E n general, y hasta el fin del imperio, las calles de Roma cons­


tituyeron una inorgánica maraña antes de que un sistema franca-

59
mcnle utihrablo. Siempre sr iHsllrion dr *m* j,,|(lhM, ,
de las viejas distinciones -pivpli» de lit pilmlllvu lumia, lúa ib- W\m
rural- entre las vías sólo accesible* a lo* pcal.mc*, |m, l/lnrnt, aquí,
lias que no daban paso jífljl (pie u un cano pni ( « J U / jK r ni
fin, aquellas en que dos ranos podían riuraise u mmchin a L ¡,m,
las otoe propiamente diríais.
Del conjunto innumerable de las ralles de lie,un. »ifr
dos fruían el derecho, en el Interior de In anflLiJ múmlla opa
blicana, a llevar el nombre de vhi i la vhl Snrni y la ilu /Vera, \m
atracaban o bordeaban el Foro y cuya Inslgnllleunclu «nipón
de grandemente. Futre las puertas del reelnlo minado y la piiihi/n
de las catorce regiones, unas veinte ralles meieelau la misma <lmo
minación: los caminos uno de liorna conduelan a las dlvi ■loan t iiuim
cas de Italia, o sea la vía Aula, la vía tintina, la vía de (Mía, la vi"
Labicanay otras más. Oscilaba su ancho uhctfrdor de '!m,/IO v dmM
prueba de que no habían ganado mucho terreno desde la /java m
que las Doce Tablas les asignaran JO pies = '(ni 00 de lai liad aiáxl
ma. Casi todas las demás, las verdaderas calles, es deeli, h i ohl,
apenas alcanzaban esta última cifra; y muchos o/r/ aún nn'ilbh
mente más estrechos, eran simples pasajes o séminos que, ¡mi nyln
mentó, debían tener una anchura mínima de 10 liles ~ ni 00 fiiitu
que a los propietarios do las fincas adyacentes les luna pmmlildo
construir, en los pisos altos balcones saledizos, Su estrechez eia Imito
más molesta cuanto que las callos no sólo describían melindros un
mcrosos, sino que, sobre las “siete colinas”, Icníim que Irépin o ib*
cender empinadas pendientes, y de allí ol nomine do "nnnpn*C
(clivi) que a muchas se les da. Y por remate dobo agiegiuse que,
continuamente obturadas con las busurns do las casas vecinas, luí
calles nunca estaban tan católicas como Cósnr lo había pinolillo
en su ley póstuma, ni siempre se encontraban provistas do las jioi-nm
y del empedrado que el director, por la misma ley, había lomado
la iniciativa de imponerles.
C ahoopino, J ehome. La vida cotidiana on Hotnut un el apoyao dul Itupn
rio. Buenos Aires, Iiaohetto, 1044, p. 80-81.

Las carreras

A medida que el circo había Ido acreciendo su tumuiío y per­


feccionando sus instalaciones, también los juegos habían Ido numen-
tando en número y en variedad. No sólo cada tuduH había nmplliido
su programa, pero también los juegos de un día do duruclón habían

60
v¿il<> paulatinamente desalojados por otros que ocupaban siete, nueve
y hasta quince jornadas consecutivas. Una carrera comportaba obli­
gatoriamente siete vueltas de pista. Mas el número de carreras dis­
putadas en cada reunión circense fue creciendo desde la época de
la república hasta la del imperio y, durante el imperio, de un rei­
nado a otro. E n tiempo de Augusto sólo se corría una docena de
carreras por día. E l número subió a 34 en la época de Calígula, a
100 en la de los Flavios. Por temor de que resultara imposible ter­
minar el programa antes del anochecer, Domiciano redujo de siete
a cinco el número de vueltas invariablemente obligatorio de cada
competición. Calculem os: cinco vueltas ( spatia ) por carrera ( mlssus)
hacen cinco veces 569 metros o sea 2840 metros. Cien missus cubren
284 kilómetros. Si se hace entrar en la cuenta un descanso que se
tomaba al mediodía, así como los intervalos que necesariamente
separaban los missus entre sí, se convendrá en que una función de
circo se extendía desde el alba hasta la puesta de sol, y aun así ape­
nas bastaba para el desarrollo completo del programa.
Pero los romanos se mostraban insaciables, y, por otra parte, la
variedad del ludus prevenía el hartazgo. E l interés de las simples
carreras de caballos era aumentado por el aditamento de las más
arriesgadas acrobacias. U nas veces los “jockeys” conducían dos caba­
llos a la vez y debían saltar de un caballo al otro: eran los destil-
tores; otras veces tenían que ejecutar sobre sus monturas ejercicios
de armas y simulacros de com bates; en otras ocasiones debían man­
tenerse a horcajadas, arrodillados y acostados a todo el correr de sus
caballos; en otras, recoger del suelo, sin apearse, un trozo de tela
colocado sobre la pista, o salvar, en un bote prodigioso, un carro
arrastrado por cuatro caballos. Tam bién había variedad en las carre­
ras de carros. A veces los carros eran tirados por dos caballos
( b ig a e ) , otras por tres ( trig ae ), casi siempre por cuatro (qu adrígae)
y más raram ente por seis, ocho o diez (d ecem iu g es). Cada carrera
veíase realzada por la solemnidad de su comienzo. L a señal de partida
era dada por e l magistrado presidente de los juegos — cónsul, pretor
o edil—, que arrojaba en la arena, desde lo alto de su tribuna, una
sabanilla blanca. E l gesto era imponente, y el grave personaje cons­
tituía por sí solo un espectáculo. Sobre su túnica, escarlata como
la de Júpiter, habíase vestido una bordada toga de Tiro, “amplia
como un telón”. Estatua viviente sostenía en la mano un cetro de
m arfil “terminado en un águila explayada”, y llevaba sobre la ergui­
da testa una corona de hojas de oro de tan enorme peso, “que un
esclavo colocado a su vera d ebía sostenérsela”.
C abcopino , J ero m e . Ibidem, p. 336-338.

61
Loa enana «lo nlqullor
. . . I n oasti agrupada R grandes manzanas quo no» lian t\n
cu b ierto las excavaciones realizadas en Ostia reproducá la habí»
(ació n popular y do la pequeña burguesía en liorna, y preludia a la
ca sa m oderna, por cu anlo i
1 ) E s nu'is alta (pío la casa pompoyana, pudlondo alcanzar lauta
tres o c u a tro pisos (c e rc a do 18 m etros).
2 ) So n num erosos los balcones y las ventanas en las parados exte*
rieres. E n e fe cto : por el hecho de estar construidas oconórnírnmcnto,
do m anera quo pudiera utilizarse todo lo posible o] espacio Interior,
para disponer do habitaciones, las casas do Ostia oslaban ventiladas
desde fuera.
3 ) L as paredes oxtoriores form an perspectiva.
4 ) L os recintos no están destinados a un uso fijo; no tienen, en
erecto, carácterfslleas especiales, ni on cuanto a disposición, ni en
cuanto a estructura: el inquilino las utiliza según las necesidades
de la fam ilia.
No hay duda quo las casas popularos do Rom a oran do esto tipo:
los autores nos hablan do escaleras interminables a pisos altísimos,
de ventanas ftm juntas una a la otra, quo los vecinos* so podían dar
la m ano. Gasas estrechas, incómodas y poligrosas, carentes, en gene­
ral, do conduccionos interiores para el agua; además, expuestas a
los peligros del incendio y dol hundimiento. “Nosotros —dico Juvc-
n al— habitam os una ciu d - i * * jn soportes
quo tien en la fragilidad magnifico
rem edio hallado por el adm inistrador cuando la casa está a punto
do hundirse; después pasando una mano do yoso por una grieta
ab ierta en tiem pos rem otos, to dico: "Ahora ya puedes dormir tran­
q u ilo ”. “ Y, m iontras tanto, la casa am enaza caérselo encim a” . No exa­
geraba. C icerón, escribiendo a A tico, lo da noticia do las lamentables
condiciones de una casa suya do alquiler: “So m e han hundidos dos
T a b ern a e ; en las otras, las paredes están todas agrietadas; no sólo
se van los inquilinos, sino hasta las ratas” (|Ratas previsorasi)

F a o l i , U go E niuco . Urbs¡ la vida cotidiana en la Boma antlaua. Barce­


lona, Ib eria, 1 0 50, p. 6 7 -7 0 .

62
L a s b od as

L a cerem onia de las bodas no era necesaria para la constitución


del vínculo ju ríd ico entre los esposos; pero la tradición y el carácter
sagrado q u e se le unía, lo convertían en e l acontecim iento más im­
portante de la vida fam iliar.
E l día de las bodas era escogido con cautela en medio de una
selva de días y d e m eses de m al augurio, que la superstición de los
rom anos e v itab a más que nuestros viernes. |Ay, por ejemplo, del
que se casab a en m ayo! E l período m ejor para casarse con faustos
auspicios era la segunda m itad de ju n io ..
L a v igilia de las bodas, la esposa consagraba a una divinidad
los ju guetes de su infancia; luego, puesto desde la víspera el traje
nu pcial en lugar de la praetexta, vestido de la niña, y puesta en la
cabeza una cofia de color anaranjado, se acostaba ataviada de este
modo. E l día de las bodas la casa estaba adornada de fiesta; de la
p u erta y de las columnas pendían coronas de flores, ramas de árboles
siem pre verdes, com o el mirto y el laurel, y cintas de colores; a la
entrad a se tend ían alfom bras.
[ ......... ]
E n todos los actos del rito, la esposa era asistido por la prónuba,
una m atrona que para ser honrada con aquel oficio había de haber
tenido un solo esposo ( univira ). E l rito com enzaba con un sacrificio
augural; es decir, que se tomaban los auspicios: si e l sacrificio se
realizaba norm alm ente, era señal de que los dioses no se oponían
a la nueva unión.
Term inado el sacrificio, seguía, por lo regular, la film a de las
ta b u lae nuptiales, el contrato de matrimonio, en presencia de diez
testigos; luego la prónu ba tomaba las diestras de los esposos, ponién­
dolas una sobre otra. E ra ésta la dextrarum iniunctio, represen­
tab a el momento más solemne de la ceremonia: tácita y mutua
palabra de lealtad entre los jóvenes esposos, recíproca promesa de
querer vivir juntos. Numerosos sarcófagos representában la escena;
y el acto sim bólico, que la Iglesia ha mantenido en el rito nupcial,
tien e hoy tam bién sentido y valor.
[ .........]
Term inadas todas las formalidades, tenía lugar el banquete (c e ­
na nu p tialis). Después del banquete, hacia el anochecer, com enzaba
la cerem onia del acompañamiento de la esposa a la casa del esposo,
la d edu ctio. D aba la señal para ello un simulacro de rapto: el esposo,
de improviso, fingía arrancar a la joven esposa, asustada y resistién-

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d a * , de k«t b r a n » de su madre o de quien, en su defecto, lt.nia su*
veces, mira formalidad, en que se veía perpetuado el recítenlo del
rap to do las sabinas. Luego se form aba un cortejo que se dirigía a
la casa del marido, l a esposa avunzuliu llevando el huso y la rueca,
sím bolos de su nueva actividad de madre de familia, e iba acom­
pañada de tres jóvenes jw/rimi ¡/ mafrimi. esto es, que tuviesen vivos
a su padre y a su m adre; a dos de ellos los Uevnlta de la ruano, el
tercero los precedía agitando una antorcha de espina blanca (sjnna
mlba ) , encendida en el hogar de la casa de la esposa. Los resten
quem ados se d istribuían entre los asistentes, porque se creía que
era de buen augurio. Seguía una muchedumbre voceante que gri­
taba el grito nupcial " talossc ” o “talassio ” (palabra de sen tid o incierto
para nosotros) y lanzaba chistes atrevidos. El espíritu cáustico y
chancero d e los romanos se daba aquí rienda suelta

C uando la esposa h abía llegado a la casa del marido, adornaba


su um bral co n cintas de lana y lo ungía con manteen de cerdo y con
aceite. L a cerem onia d e la entrada en la casa se efectuaba de este
m odo: el m arido, que había precedido a la esposa, de pie en el
um bral, le preguntaba cóm o se llam aba, y ella respondía amable­
m en te: “u bi tu G aius e g o Guio", entonces los que la acompañaban
la levan taban en peso, para que no tocase el umbral con el pie y la
h acían entrar en la casa.

P a o u , U go E n r io o . Ibidem , p. 160-163.

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