Documentos de Histria Antiguaf
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BORDOLI
DOCUMENTOS
DE
H I S T O R I A ANTI GUA
(GRECIA Y ROMA)
CESARINI H N O S . - Editores
H ech o e l d ep ó sito leg al. E s p r o p ie d a d d e l autor
PRINTED IN ARGENTINA
IMPRESO EN ARGENTINA
DOCUMENTOS DE
HISTORIA ANTIGUA
(GRECIA Y ROMA)
(S elecció n )
P R O F E S O R A S T IT U L A R E S D E H IST O R IA EN :
COLEGIO NACIONAL No 8 " JU L IO A. RO CA "
L IC EO .NACIONAL D E SE Ñ O R IT A S No I
E SC U E L A S U P . DE CO M ERCIO C A RLO S P E L L E G R IN I
CO LEG IO NACIONAL B U EN O S A IR E S
SU BEN C A RG A D A DE "H IS T O R IA D E LA
CIVILIZA CIO N Y D E L A S IN ST IT U C IO N E S"
EN FA C U LTA D D E D EREC H O Y CIEN CIA S
S O C IA L E S DE B U EN O S A IR E S .
D O C U M E N T O S de
HISTORIA MODERNA
(Selección)
c .
IT ■ ' x
CESARINI HNOS. — E d it o r e s
SARMIENTO 3219-31 BU EN O S A IR E S
IN D I C E
Pág.
' Form a* política* del mundo homérico - Homero ........................... 9
Los trabajo» agrícola* en G recia - Heslodo . . , , ........................... 11
Cambios en las ciudades-estado griega* - Teognl* ......................... 13
Los legisladores atenienses - Aristóteles ........................................... 14
i La tiran ía en Atenas - Aristóteles ....................................................... 16
La dem ocracia ateniense - Tucidides ..................................................... 17
/feríeles - Tucidides I r .................................................................................. 13
' Atenas en la época clásica - Flaceliére, B ob ert ............................... 18
)Los sofistas - Aristófanes ............................................................................. 21
La educación esp artana - Je n o fo n te ........................................................ 22
Costumbres espartanas - Jenofonte ........................................................ 23
Una consulta a l oráculo de Delfos - Herodoto ................................... 24
i Los persas son derrotados en Balam ina - Esquilo ........................... 25
Teatro griego - Flaceliére, R obert .......................................................... 27
/Filipo y las ciudades-estado griega* - Demóstenes ....................... 29
Fundación de A lejandría - Plutarco ...................................................... 31
Fundación de Rom a - T ito L irio ............................................................ 32
Establecim iento de las Instituciones religiosa* romanas -
T ito Livia ...................................................................................................... 33
Guerras de Ita lia - T ito L irio .................................................................. 35
La constitución republicana rom ana rtsta por un historiador
griego de la época - Poliblo ................................................................ 39
Consecuencias de las conquistas - Salustlo ....................................... 42
El poder de Augustp - Res G estae D iri Angustí ............................... 44
Lex de Imperio Vespaslani ........................................................................... 45
La destrucción de Pompeya - Pllnio el Jo re n ..................................... 47
El emperador T ra ja n o responde a Pllnio el Jo re n sobre lo*
cristianos - Pllnio el Jo r e n ................................................................... 49
Apoteosis de un em perador - Dion C a s s io .............................................. 52
La últim a persecución co n tra lo* cristianos -
Eusebio de Cesárea .................................................................................... 53
Medidas para ev itar e l alza excesiva de precios ............................... 55
Edicto de M ilán - L actan cio ....................................................................... J57
Vida y costum bres ro m an a* - Carcopino, Jerom e -
Paoli, Ugo E n r i c o ........................................................................................ 59
FO R M A S P O L ÍT IC A S D E L MUNDO HOMÉRICO
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tendrá fin! Si tiqueo* y f royanos, previo un acuerdo leal, quisiéra
mos con tam o s y re unido* cuantos troyanos tienen aq u í »u frailar,
no* H giupáiam n* en décadas y cad a una de ella* <lígú ra a un tro*
vano pui«i ( 0 |H ro, m ucha* década* te quedaran »ln escanciador.
|Imi I uiiI m, repito, superan en el número Jo* orjueot a lo* troyano*
qno inoran en la eliidndl Pero han venido en fu ayuda aliarlo* de
inuelioi p aite* hábiles en el m anejo de la lanza, que m e alejan de
utl propósito y m e Impiden destruir com o qulsfcra la populosa ciudad
de lllrtn, N ueve arto* del gran Zeus transcurrieron ya; los madero*
de la* naves ao han consum ido y las cuerdas que los ceñ ían se han
allojadoi nuestras esposas c hfjilos no* aguardan en nuestras man*
piones, sin que hayamos dado cim a a la em presa para la cual vinimos.
Pues bien, obrem os todos d e acuerdo con mí consejo: huyamos con
nuestras naves h acia las playas d e nuestra patria. H a pasado la hora
de conquistar la vasta Ilión.
D ijo, y a cuantos no asistieron al C onsejo se les conmovió el
corazón en el pecho. Y so agitó la asam blea cual las inmensas olas
que en el m ar Icario levantan e l Buró y el N oto cayendo impetuosos
de las som brías nubes del padre Zeus, o cual cam po de trigo cuando
el C éfiro, con rápido soplo, se a b a te so b re las espigas; d e igual m a
nera se agitó la asam blea. Y echaron a correr hacia las naves gritan
do y levantando nubes d e polvo, anim ándose a tirar de ellas y
botarlas al m ar divino. Lim piaron* en seguida los cam inos d e sirga
y quitaron los soportes, en tanto e l vocerío d e los q u e .se disponían
a volver a la patria lleg aba hasta el cíelo. _
L O S T R A B A J O S A G R ÍC O L A S E N G R E C IA
11
Hesíodo 1c enseña a su hermano Perscs a construir un arado
L a lab ran za
Hesíodo. Los trabajos y los días. Traducción Antonio González Laso. Ma
drid, Aguilar, 1964, p. 53 a 55.
Poe^ n.lcido ®n Be°cia en los siglos - v ii o -vn. Escribió varias obras,
entre ellas Los trabajos y los días , poema didáctico en que le enseña
* SU hermano Perses el valor de la virtud y el trabajo.
13
CAMBIOS RN LAS (TTPAriRS-ESTADO (HURGAS
L a * c iu d a d e s -e sta ik * g r ie g a * *u o rg in iB A c k ta y su fots.
«ua J e v k I a a I a * cttv n n s'A U ciA * hittO rkA S n u e v a * q u e n u jt r u r o n * »
ce*w v**e*>ciA A ' I a ( sig lo s v\u a ' v i V T r < ^ m t mui r^y.
la ta Kw c a m b io * m « ' s e ju w lu je r o n e n M e g e r a , su ciu d a d . R lh « pnt>»
J< i \ v m r J e nnw K> w t * oíros junHt'tvu semejantes |v \ J uvhK\s ei*
e l m o n d o griego* S e ñ a l * e l p a s o J e la ivnsU vvacia a U o l ig a r q u ía
k s a x x I ü io a c ío u c s s o c ia le s q u e e s e c n m h io p ro v o c * y e l p a p e l q u o
e l d in e ro ju e g a e n e l m ia w v
13
LO S L E G IS L A D O R E S A T E N IE N S E S
Solón
Clísténes
14
ras, inferior e n poder, llam ó de nuevo a Cleóm enes, q u e era hués
ped suyo, y le persuadió de q u e expulsase lo sacrilego, pues los
Alcmeóuidas eran tenidos com o m alditos.
E scapóse C listenes a la llegada d e Cleóm enes, que, con unos
pocos, expulsó setecien tas casas de los atenienses; y después de h acer
esto, intentó disolver el Consejo e instalar com o señores de la ciudad
a Iságoras y trescientos de sus amigos. Mas el C onsejo se resistió,
V habiéndose reunido la plebe, los de Cleóm enes e Iságoras se refu
giaron en la Acrópolis, y el pueblo los tuvo sitiados allí durante dos
chas, y al tercero C leóm enes y todos los que estaban con él se consin
tió que salieran por una capitulación, y a Clístenes y a los demás
huidos los m andaron llam ar.
H echo el pueblo dueño del poder, C lístenes era su jefe y cau
dillo del pueblo.
Los A lcm eónidas casi fueron los mayores causantes de la expul
sión de los tiranos, y casi todo el tiem po habían estado en rebeldía.
[ ............]
Por estas causas se fió el pueblo de C lístenes. Puesto al frente
del pueblo en el año cuarto d e la caíd a de los tiranos, siendo arconte
Iságoras, primero distribuyó a todos en diez tribus en lugar de en
cuatro, con la intención d e m ezclarlos y para que tom ase parte en
el gobierno más núm ero, de donde se d ice que no se preocupan de
la tribu los que quieran investigar las estirpes. D espués hizo el conse
jo de 500 en lugar de 400, cincuenta de cada tribu, pues hasta en
tonces eran cien.
T am bién repartió e l país en demos, organizados en treinta partes,
diez de los alrededores de la ciudad, diez de la costa y diez del inte
rior, y dando a éstas el nom bre de trittys, sacó a la suerte tres para
m dn tribu, con el fin de q u e cada uno participase en todas las regio
nes. E hizo com pañeros del dem o entre sí a los que habitaban en
el m ism o demo, para que no quedasen en evidencia los ciudadanos
nuevos con llam arse por e l gentilicio, sino q u e llevasen el nombre de
los demos, desde lo cual los atenienses se llam an a sí mismos por
los demos.
15
L A T IR A N ÍA E N A T E N A S
16
— *• • k cm ick V » d e la tir a n ía , ya q u e te n ía n la tlg n k n to
ky> ‘‘ E sto e s U le y y tra d ic ió n de A ten as si algu nos i r levm ntshau
para h a ce rse tita n o s o in sta u ra a lg u n o U tira n ía , ara éste [v iv a d o de
deres ho» é l y su e s t ir p e " .
A n a r t m n . lbfcfem, p. 81 a 85,
17
T ucídides. Historia de la Guerra del Peloponeso. Traducción por Frnn
Rodríguez Adrados. Madrid, Hernando, 1952, p. 255-250. CSc°
Historiador ateniense del siglo -v. Es autor de la Historia de la Gue
del Peloponeso, obra que no lia sido superada, en que relata el co**
flicto bélico que se produjo entre Atenas y Esparta en la segunda m?
tad do ese siglo, con objetividad e importante aparato crítico.
P E R IC L E S
A T E N A S EN L A ÉPO CA C L A SIC A
L a ciudad de A tenas
18
administrativa creada por ClístcneS en 510 a .G al mismo tiempo que
las diez tribus): al norte, el amplio barrio do Escambonidal, desde
donde se iba al campo por las puertas de Filé y Acames; al sudoeste,
entre el Cerámico y la Marisma, los barrios populares de Collto y
Nlelite. Al este, más allá de las murallas, se extendía un suburbio
de recreo, el Agrile, que, mucho más tarde, el emperador Adriano
incorporó a la ciudad con el nombre de Nueva Atenas.
Los Largos Muros unían Atenas con su puerto del Píreo. El
Muro norte y el Muro sur, cada uno con una longitud superior a los
6 kilómetros, encerraban la ruta militar, ancha de un estaefio, es decir
alrededor de 160 metros. En tiempos de paz, empero, el camino
más frecuentado entre Atenas y el Píreo pasaba al norte, fuera de
los Largos Muros. Estos tenían la finalidad de convertir la ciudad
y su puerto en una fortaleza única, fácil de defender, y que permitía
a los atenienses ser aprovisionados hasta en el tiempo de guerra,
porque la mayor parte de los aprovisionamientos llegaban por mar.
En esta forma, según el plan de Pericles, mientras Atenas conservara
la supremacía marítima, estaría al abrigo de cualquier ataque pelo-
poneso: los lacedemonios y sus aliados podían devastar el Atica,
cortar los viñedos y los olivos; al amparo de sus murallas, Atenas,
seguía siendo abastecida por el Pireo, y su flota de guerra asestaba
duros golpes al enemigo.
El Pireo, como las murallas de Atenas, fue organizado primero
por Temístocles. D icen que para construirlo, los atenienses apelaron
al geómetra y filósofo Hipodamo de Mileto, quien sería el autor
de los planos urbanos llamados “geométricos” en que todas las calles
se cortan en ángulo recto, limitando grupos de moradas siempre
cuadrados o rectangulares. E n verdad, lo que queda de las cons
trucciones del Pireo no nos permite creer que el plano fuese tan regu
lar, pero no obstante se observa una planificación real: el dominio
público está claramente delimitado, con el fin de pennitir un desa
rrollo ordenado de las distintas instalaciones portuarias: administra
tivas, religiosas, navales y comerciales.
La población de Atenas
19
bien, había por lo menos la misma cantidad de esclavos, aunque es
imposible calcular su número aún aproximadamente. Había tal vez
unos 300.000 y quizá más.
Así se comprueba que de una población total de medio millón
de personas que vivían en el Atica, sólo los dos quintos eran libres.
Por lo que respecta a los hombres que poseían derechos políticos y
participaban en el gobierno de la ciudad, no constituían sino una
pequeña minoría. Nunca hay que olvidar ese hecho cuando se habla
ae la democracia de Atenas.
Tampoco hay que olvidar que los griegos de la época clásica
habían heredado de la época anterior el desprecio del trabajo servil,
es decir, de la actividad del trabajador que depende de otro hombre
para su salario y alimento. El comercio era particularmente desacre
ditado, y por eso los atenienses lo abandonaban de tan buena gana
a los metecos. Es sabido que en Lacedemonia toda actividad econó
mica estaba prohibidá a los “Iguales”, es decir, a los'Espartanos de
pleno derecho, que vivían en su lote de tierra inalienable, cultivado
por los ilotas. En Atenas existía, es cierto, desde Solón, una ley que
prohibía la ociosidad de los ciudadanos. Plutarco refiere la siguiente
anécdota:
Un espartano que se hallaba en Atenas un día en que los tribu
nales funcionaban, supo que acababan de condenar por ociosidad a
un ciudadano que volvía a su casa harto triste, acompañado por sus
amigos que se desolaban por él y compartían su pena; este espar
tano rogó entonces a la gente que estaba con él mostrara ese hombre
“condenado por haber vivido como hombre libre”, tan convencidos
estaban los lacedemonios que no correspondía sino a esclavos ejercer
un oficio y trabajar para ganar dinero. (Plutarco, Licurgo, 24,3)
Los lacedemonios no eran los únicos que pensaban así, y esta
opinión era compartida, hasta en la misma Atenas, por mucha gente,
a despecho de la ley de Solón.
Es que el trabajo manual, a los ojos de los griegos, era una acti
vidad de baja estofa, indigna de un hombre libre. Platón y Aristóteles
consideraban la fabricación de un objeto cualquiera, y hasta la crea
ción de una obra de arte, como una ocupación de segundo orden*
el sabio no debe entregarse sino a la praxis y a la teoría , es decir
de una parte, a la práctica de los asuntos públicos, al mando de los
hombres, y de la otra, al estudio de la filosofía.
20
LOH ROF1HTAR
21
LA EDUCACIÓN ESPA RTA N A
22
lEmnrrwrrm. L* Repúbik* de loe Lactdemonios. Lyon, Rose Frrre*-Rlmi.
1035, cap IL
Historiador ateniense de lo* siglos -v y -rv. Fue discípulo de Sócrate*.
Participó en la expedición que Ciro el Joven organizó contra *u her
mano, el rey persa Artajrr|e* y, despula de la batalla de Cimasa, con
dujo de regreso a su patria a diez mil griego*. Se radicó en Esparta,
lo que le sirvió para conocer el régimen y la forma de vida espartana
que describió en L a República de lo* Lacedemoniot", una de lu í
numerosas obras.
C O ST U M B R E S ESPA R TA N A S
23
á
buenos resultados de la costumbre de comer fuera de casa. Es nece.
sarío cumplir un trayecto para volver a la casa y por consiguiente I
cuidar de no enuivocarse de camino bajo la acción del vino, puesto I
oue se sabe que uno no se quedará en el lugar donde ha comido. I
Además, es necesario dirigirse en las tinieblas como en pleno día; ya I
que nadie tiene el derecho, en efecto, a alumbrarse en el camino I
mientras forme parte del ejército.
Habiendo observado también que la comida da a los que trabajan !
hermosos colores, carnes fuertes y un gran vigor mientras que deja i
a los ociosos, hinchados, feos y sin fuerzas, no le pareció a Licurgo I
una cuestión desdeñable, sino que reflexionando que, incluso cuando
uno trabaja espontáneamente y a su gusto su estado corporal se
muestra suficiente, ha prescripto que el hombre de más edad que
se hallare en el gimnasio, vigile para que nadie realice un trabajo
inferior a su alimentación. En eso tampoco me parece haberse equi
vocado. No se encontrarán pues fácilmente hombres más sanos ni
de un cuerpo más robusto aue los esparciatas. Es que ellos ejercitan
igualmente sus piernas, sus brazos y su cuello.
24
CXLI. Al oír tales cosas los enviados de Atenas a la consulta, que
daron sorprendidos de tristeza y congoja. Viéndoles en aquella cons
ternación y abatimiento de Ánimo por lo terrible del oráculo, Timón,
hijo de Aristóbulo, uno de los sujetos de primera reputación en
Delfos, dióles el consejo de que en traje de suplicantes, y con un
ramo de olivo en las manos, entrasen de nuevo a consultar al oráculo.
Vinieron en ello los atenienses, y se explicaron en estos términos:
"No nos negaréis, sefior y dueño, un oráculo mejor a favor de la
patria en atención a nuestro doloT, que declara este olivo que lleva
mos, insignia de unos infelices refugiados. En caso negativo, no pen
samos en partimos de este mismo asilo en donde inmóviles nos toma
rá antes la muerte". Habiendo así hablado, respóndeles por segunda
vez la promántida: “Ni con halago ni con estudio sabe Palas aplacar
al Olimpio Zeus en tal enojo; firme como un diamante es otro oráculo
que pronunció. Cuanto cierra dentro del muro de Cécrooe, cuanto
cubre el sacro retiro del divino Citerón, todo será tomado; no cede
próvido Zeus a Tritónida más aue un muro de madera nunca tomado,
que sirva de asilo para ti y para tu descendencia. No ciuiero que
sufras el ímpetu del caballo, ni de tanto infante que pasa desde
Asia; cede vuelta la cara, aunque delante le tengas. lOh Salamina la
fausta! |Oh cuánto hijo de madre perderás tú, o bien Ceres se una
o se separel"
CXLII. Habiendo los enviados tomado por escrito esta segunda res
puesta, que parecía ser y era realmente más blanda y suave que la
primera, dieron la vuelta para Atenas.
LO S P E R S A S SO N D E R R O T A D O S E N SA LA M IN A
25
E L M E N SA JE R O - L a causa prim era de todo el desastre, reina
un genio vengador o un demonio perverso venido no sé de dónd*
U n griego de las fuerzas atenienses vino, en efecto, a decir a tu hifd
Jerjes qué cuando las negras tinieblas de la noche hubieran deseen-
dido, los griegos no aguardarían más, sino que precipitándose sobre
los bancos de las embarcaciones, huirían furtivam ente, los unos por
un lado, los otros por el otro, a fin de salvar su vida.- No habiendo
oído después nada más y sin dudar de esta astucia del griego y de
los celos de los dioses, él hizo proclamar esta orden a todos los
comandantes de em barcación: cuando el sol haya dejado de iluminar
la tierra con sus rayos y las tinieblas llenen la bóveda celeste, dis
pondrán el grueso de sus naves en tres líneas para cuidar las salidas
y los pasos y con las otras cercarán la isla de Ajax. Si los griegos
llegan a evitar el destino fatal que les espera y encuentran alguna vía
secreta para huir, los marinos pueden esperar ser decapitados todos.
He aquí lo que él dijo en el exceso de su confianza, pues no sabían
lo que les reservaban los dioses. Dócilmente y sin orden, preparan
su comida, los marinos ligan el remo al escálamo que lo afirm a.
Cuando la claridad del spl se apagó y la noche sobrevino, todos los
•remeros suben a bordo, así como todos los comandantes de los solda
dos de marina. Todos se dan coraje y cada uno navega en el puesto
que le ha sido asignado, y toda la noche, los com andantes de la
flota mantienen toda la armada naval en crucero. Sin em bargo, la
noche pasa sin que las fuerzas de los griegos intenten escapar furti
vamente en ningún punto. Pero cuando el día, con los blancos corce
les; ’Jolvió a llenar toda la tierra su claridad respandeciente, se
■ escuchó en un principio retumbar del lado de los griegos un fuerte
clamor, que parecía un canto ^ c u y o sonido repercutió e n la isla
rocosa.
Entonces el temor sobrecogió a todos los bárbaros decepcioña-
N' dos de su espera; pues no era entonces para huir que los griegos
entonaban ese pean solemne, sino para lanzarse al com bate, plenos
de coraje y de audacia, y la trompeta inflamaba con sus» sonidos a
todas las fuerzas. Luego, bajando sus remos ruidosos en conjunto,
■ g o lp e a n el agua profunda en cadencia y los vemos salir a toda velo-
-< cidad y aparecer aj»jte nuestros ojos. E l ala derecha m archaba la
primera en buen orden, en seguida toda la flota avanzaba, al mismo
tiempo se podía esccuchar un gran grito: “Vamos, hijos,de la Hiélade,
libertad a vuestra patria, libertad a vuestros niños y a vuestras m uje
res, a los santuarios de los dioses de vuestros padres y a las tum bas
de vuestrps mayores; es por todos vuestros bienes que lucháis hoy”
D e nuestro lado, se responde con gritos en lengua persa:-no hay un
26
momento que perder. Luego embarcaciones contra em barcación»
fhocan sus espolones de bronce. El primer Ataque parte de un barco
griego, que rompe toda la armadura de la proa de un buque fenicio,
pues cada uno hace rumbo en un adversario. Ahora bien, rn un
principio el torrente de las fuerzas persas resiste bien; pero como
U multitud de nuestras embarcaciones estaba hacinada en un espacio
estrecho, no podían moverse seguros entre ellos y se entrechocaron
ellos mismos con sus espolones de bronce, rompen todo el aparejo de
sus remos. Entonces las embarcaciones griegas, deslizándose hábil
mente alrededor de ellas, las golpean; los cascos se vuelcan y el mar
desaparece bajo un montón de cosas perdidas y de cadáveres ensan
grentados; las rocas de la costa rebosan de muertos, y toda la flota
de los bárbaros huye en desorden a fuerza de remos, mientras que
los griegos los golpean como atunes o peces apresados en la red y
les quiebran los riñones con los pedazos de remos y los fragmentos
de cosas perdidas. Gemidos mezclados con sollozos se extienden a lo
ancho del mar hasta la hora en que la sombra hace que la noche
les oculte al vencedor. Pero era tal la magnitud de nuestras pérdidas
que, aunque me tomara diez días para hacer el detalle, no podría
sacarla a término. Jamás, sábelo, tal cantidad de hombres ha perecido
en un día.
T E A T R O GRIEGO
27
estado actual, de la ¿poca romana, mientras que el magnífico teatro
del santuario de Epidauro, en Argólide, conservó mejor el aspecto
que tenía en la época clásica. En todos estos teatros la acústica era
excelente.
28
fr No cal>cn dudas que, para sesiones tan prolongadas, los ato*
¿ fu te *, a p « a rsu sobriedad, llevaban qué com er y beber en el
lug*r. A veces correas generosos h ad an distribuir al público pasteles
Y «{no. Una atmósfera de “ kermesse” debía pues acompañar a las
ivprrsrnt aciones.
Sin embargo, tenían carácter religioso, ya que se iniciaban con
«na purificación efectu ada con la sangre de un lechoncillo, y que
rl sacerdote de Dionisos se sentaba en el centro de la primera fila,
frente al altar de su dios situado en medio de la orquesta.
F IL IP O Y L A S C IU D A D E S -E S T A D O G R IEG A S
29
*Uw en fflnlw de la pulr'tm * y P'*1, W "'Y nutund, lui| pj
tú» Itw ámente' non Ion que cnlAu prexenlex, y Ion de |()( ¡|<( 'J'1*
genio' iwia lux que *e d nld cn « i f l E I tn»hu|un y pellgroa, ^ '
0. \ nal. siguiendo este pilm lpln lo lili Niiutetldo g ffls y „
rn ni p xlrlj Imito Ion pulsus que lm fom|ul*»liu\o y ponen por jgKRpff
tic guerra, como tos que lm linnlto idliulos y amigo*, Ponpie |oclr
unieren «liarse y amistarse eun Ion «pin volt «|tu> eMAu preparados fj
dispuestos i\ Im m lo que sea pteelno. ^
30
M vcwotros y todo lo contrario d e los nrgivos y tebanns, porque ve
m adámente el presante, sino qu e considera tam bién el pasado.
[ 3
1 ¿ Sabe, pues» q u e am bos pueblos acogerían con agrado a lo que
MrtkuUrmentc les favoreciera, sin considerar los intereses comunes
dr V» helenos. P or ello pensaba qu e si os escogía a vosotros, toma-
nt «nos amigos para las causas justas, pero si elegía a aquellos tcn-
doaunos auxiliares de su am bición. li e aquí por qué, como entonces,
v también ahora p refiere aqu ellos a vosotros; pues no se ve que ten-
pn más trirremes qu e vosotros, ni ha descubierto un imperio en el
interior que le haya hech o renunciar al m ar y a los puertos com ercia-
ira. ni ha olvidado los discursos y las promesas por medio de las cua
les ha obtenido la paz.
F a t el m ás fa m o so d e lo s o ra d o re s g rie g o s ( 3 8 4 - 3 2 2 a . C .) . P ro n u n ció h e r
mosos d iscu rso s c o n o c id o s c o n e l n o m b ro d e “ F ilíp ic a s ” y " O lin tía c a s ”,
F ilip o I I d e M a c e d o n ia .
F U N D A C IÓ N D E A L E J A N D R Í A
E n e l a ñ o 3 3 2 , A le ja n d r o p e n e t r ó e n E g ip to . F u n d ó a llí la
ciudad de A le ja n d ría , e n l a h o m é r ic a is la d e F a r o , u n a c iu d a d q u e
pronto com p itió c o n o tro s im p o r ta n te s p u e r to s d e l m a r M e d ite rrá n e o
j que, d u ran te la é p o c a h e le n ís t ic a , v a a s e r u n o d e lo s m á s im p o rta n
tes centros c u ltu ra le s d e l m u n d o a n tig u o .
X X V I. H a b ié n d o s e le p r e s e n ta d o r a A le ja n d r o ) u n a c a jita q u e
pareció la c o sa m á s p r e c io s a y r a r a d e to d a s a lo s q u e r e c ib ía n la s
joyas y d em ás e q u ip a je s d e D a r ío , p r e g u n tó a sus am ig o s q u é se ría
k> más p reciad o y c u r io s o q u e p o d r ía g u a rd a rs e e n e lla . R e s p o n d ie
ron unos u n a c o s a y o tr o s o tr a , y é l d ijo q u e e n a q u e lla c a ja ib a a
colocar y te n e r d e fe n d id a L A I L 1 A D A , d e lo q u e d a n testim o n io s
muchos e sc rito re s fid e d ig n o s . Y s i e s v e rd a d lo q u e d ic e n lo s d e
Alejandría so b re l a f e d e H e r á c r id e s , n o l e f u e H o m e ro u n c o n se je ro
ocioso e in ú til e n sus e x p e d ic io n e s , p u e s r e f ie r e n q u e , a p o d e ra d o d el
Egipto, q u iso e d ific a r e n é l u n a c iu d a d g r ie g a , c a p a z y p o p u lo sa,
a la que im p u sie ra su n o m b r e , y q u e y a c a s i te n ía m e d id o y c irc u n
valado el sitia, s e g ú n la id e a d e lo s a r q u ite c to s , cu a n d o , q u e d á n d o se
dormido a la n o c h e s ig u ie n te , tu v o u n a v is ió n m a ra v illo s a ; p a re c ió le
31
que un varón de cabello cano y venerable, aspecto, puesto a su lado
le recitó estos versos: °>
FUNDACIÓN D E ROMA
32
sut*™ hechos que hoy la historia acep ta. L a leyenda de la
r^Ución do Roma m erece, com o todas las leyendas, un tratam iento
¡Ü^vitl: la búsqueda de la realidad histórica que está inmersa en
di*.
Restablecido Numltor en el trono nlbano, Rómulo y Rem o conci
bieron el deseo de fundar una ciudad en el paraje mismo donde
habían sido arrojados y criados. L a m uchedum bre de habitantes que
llenaba Alba y el L acio , aum entaba más y más con el concurso de
lns pastores, hacia esperar que la nueva ciudad superase a Alba y
Lavinia. Aguijoneaba este deseo la sed de mando, mal hereditario
rn ellos, y odiosa lucha term inó el debate tranquilo al principio.
Como eran gemelos y no podían decidir la primogenitura, enco
mendaron a las divinidades tutelares de aquellos parajes el cuidado
do designar por medio de augurios cuál de los dos había de dar
nombre y regir la nueva ciudad, retirándose Rómulo al Palatino y
Remo al Avcntino, para inaugurar allí los templos augúrales. Dícese
que Remo recibió primero los augurios: constituían los seis buitres,
y acababa de anunciarlo, cuando\Rómulo vio doce; siendo aclamado
rey cada hermano por los suyos, fundándose unos en la prioridad, los
otros en el número de las aves. L a ira convirtió en sangriento com-
®1 altercado, y en la acometida cayó muerto Remo. Según la
tradición más común, Remo saltó por juego las nuevas murallas que
Rómulo había construido, y enfurecido éste, lo mató, exclamando:
Así perezca todo el que se atreva a saltar mis murallas”. Quedando
solo Rómulo, la nueva ciudad tomó el nombre de su fundador, quien
fortificó ante todo el monte Palatino, sobre el cual había sido acla
mado.
E S T A B L E C IM IE N T O D E L A S IN S T IT U C IO N E S
R E L IG IO S A S RO M A N A S
& Era una eminencia al oriente del monte Palatino por el lado del Foro
34
Alk no „ qVle no era extraño a la familia del fundador de Roma.
tígmMos en seguida rentas sobre el estado para sujetarlas exclu-
«viniente y para siempre a las necesidades de su ministerio, aca
n t o de imprimirles carácter venerable y sagrado el voto de vir
ginidad y otros privilegios. Creó otros doce sacerdotes, con el nom
bre de salios, en honor de Marte Gradivo, dándoles por insignias
togas bordadas, cubiertas en el pecho por coraza de bronce; su
misión era llevar los escudos sagrados, llamados ancilia, y discurrir
por la ciudad cantando versos y ejecutando danzas y particulares
movimientos de cuerpo dedicados a esta solemnidad. Nombró Pon
tífice Máximo a Numa Marcio, hijo del senador Marco, encargán
dole el cuidado de todo lo referente a la religión, y dándole por
escrito la prerrogativa de dirigir las ceremonias religiosas, deter-
minar la clase de víctimas, en qué días y en qué templos deberían
aerificarse, de qué fondos se sufragarían los gastos, y últimamente
jurisdicción sobre todos los sacrificios, tanto públicos como privados.
De esta manera sabía el pueblo a quién consultar, y no corría riesgo
la religión de recibir ofensa por olvido de los ritos nacionales y la
introducción de otros extraños. No ordenaba solamente el pontífice
máxinio los sacrificios dedicados a los dioses celestiales, sino tam
bién los que se hacian a los manes y las ceremonias fúnebres, ense
ñando asimismo a distinguir, entre los prodigios anunciados por el
rayo y otros fenómenos, aquellos que exigían expiación. Para cono
cer la voluntad de los dioses dedicó en la cumbre del Aventino un
templo a Júpiter Elicio y consultó a los dioses por medio de los
augures acerca de los prodigios dignos de atención.
G U ERRA S D E ITA L IA
A fines del siglo v a.C. los celtas, los temibles galos, habían
penetrado en Italia y ocupado la llanura del Po. A comienzos del
siglo siguiente embistieron contra Roma, después de haberse infil
trado en Etruria. Los romanos abandonaron la ciudad para organi-
yar ^ defensa. Sólo los senadores quedaron en ella y fueron exter
minados por los bárbaros.
35
Las aflicciones particulares callaron ante el terror general cuando
anunciaron la llegada del enemigo, y muy pronto oyeron los cla
mores, los discordantes cantos de los bárbaros, que vagaban en gru
pos enderredor de las murallas. Todo el tiempo que transcurrió
desde entonces, quedaron en suspenso los ánimos. Al pronto, a su
llegada, se temió verles de un momento a otro precipitarse sobre la
ciudad, porque si no hubiese sido éste su designio, se habrían dete
nido en las orillas del Alia; después, al ocultarse el sol, como queda
ba poca luz, creyóse que el ataque tendría lugar antes de la noche,
y por último, que lo aplazaban para la noche misma para aumentar
el terror. En fin, al acercarse el día todos estaban dominados por el
miedo, y a este temor constante siguió la espantosa realidad, cuando
las amenazadoras enseñas de los bárbaros se presentaron en las
puertas. Poco faltó para que aquella noche y al día siguiente se
mostrase Roma lo mismo que sobre el Alia, donde sus tropas-tan
cobardemente habían huido.JEn efecto, como no podían esperar con
tan corto número de soldados defender la ciudad, decidióse hacer
subir a la fortaleza y ai Capitolio, además de las mujeres y los niños,
la juventud en estado de empuñar armas y la parte escogida del
Senado, y después de llevar allí cuanto pudiesen reunir de armas
y víveres, defender desde aquel punto fortificado los dioses, los
hombres y el nombre romano. El flamen y las sacerdotisas de Vesta
llevaron lejos del combate y del incendio los objetos del culto públi
co, que no debían abandonar mientras quedase un romano para
practicar los ritos. Si la fortaleza y el Capitolio, morada de los dioses;
si el Senado, cabeza de los consejeros de la república; si la juventud
en estado de empuñar las armas escapaban de aquella inminente
catástrofe, podrían consolarse de la pérdida de los ancianos que
dejarían en la ciudad abandonados a la muerte. Y para que la mul
titud se sometiera con menos pesar, los antiguos triunfadores, los
viejos consulares declararon su intención de morir con los otros, no
queriendo que sus cuerpos, incapaces de manejar las armas y de
servir a la patria, estorbasen a sus defensores.
[ .........]
Entre tanto, habiéndose tomado en Roma todas las precaucio
nes que eran posibles para la defensa de la fortaleza, entrando en
su casa los ancianos, esperaban resignados la muerte y la llegada
de los enemigos. Y los que habían desempeñado magistraturas cum
ies, queriendo morir con las insignias de su pasada grandeza de
sus honores y de su valor, revistieron las ropas solemnes que llevaban
los que dirigían las ceremonias religiosas y los triunfadores y se colo
caron en medio de sus casas sobre las sillas de marfil. Algunos llegan
36
• decir que por m edio d e una fórm u la q u e lea d ictó el pontífice
^ximo M. Fabio, te dedicaron por la patria y por loa romanos, hijo*
(lf Quirino. E n cuanto a los galos, com o e l intervalo de una noche
había calmado la irritación d el com bate, com o en ninguna parte les
habian disputado la v ictoria, y com o no tom aban a R om a por asalto
o por fuerza, entraron a la m añana siguiente sin cólera, sin arrebato
prr la puerta Colina, d ejada ab ierta, y llegaron al F o ro, paseando
sus miradas por los tem plos d e los dioses y la fortaleza, que era
donde únicam ente se observaba aparato d e guerra. E n seguida,
habiendo dejado cerca d e la fo rtaleza un destacam ento poco nume
roso para vigilar no h iciesen algu na salida durante su dispersión,
se desparraman para saquear por las calles, en las que no encuentran
a nadie. Unos se p recip itan en grupos en las prim eras casas y otros
corren hacia las m ás lejan as, creyéndolas todavía intactas y reple
tas de botín. P ero , asustados m uy pronto por aquella soledad, te
miendo que el enem igo les tend iese algún lazo m ientras vagaban
diseminados, reg resaban e n grupos al F o ro y parajes inmediatos.
Encontrando allí cu id ad o sam en te'cerrad as las puertas de los plebe
yo5/ abiertos los atrios d e los patricios, v acilaban más en penetrar
en éstos que e n p en etrar por la fuerza e n las otras. Experim entaban
como un religioso respeto a la v ista de aquellos nobles ancianos que
sentados^ en e l v estíb u lo d e sus casas, p or su traje y actitud, en los
que h ab ía algo augusto q u e no es propio de los hom bres, así como
por la gravedad im presa e n su fre n te y en todas sus facciones, pare
cían rep resen tar la m ajestad de los dioses. L o s galos perm anecían
en p ie contem plándolos com o a estatuas, pero dícese que habiendo
uno de ellos pasado la m ano suavem ente por la barba de M. Papirio,
que según e l uso d e la ép oca la llev aba m uy larga, éste hirió con
su b astó n d e m arfil la cab eza d el bárbaro, cuya ira excitó. L a ma
tanza com enzó p o r él, y casi al mismo tiem po todos los demás
fueron degollados sobre sus sillas curules. M uertos los senadores,
nada perd onaron de cuanto vivía; saquearon las casas y después d e
d evastarlas les prendieron fuego.
37
la primera sufrió cruel afrenta, a tal punto que hoy se dice "pasar
por las horcas caudinas” (nombre del lugar en que el ejercito roma
no fue obligado a pasar bajo el yugo) para hacer referencia a una
humillación tan grande como la que sufrieron los romanos en aquella
oportunidad.
38
tmjor- Cuando m urm uraban estas q u e ja s lleg ó el mom ento
1* ignom in ia, que todo h a b ía d e hacérselo v er más espan-
M , oue habían imaginado. E n p rim er lugar, se les m andó salir de
u< rwfwlindas con un solo vestido y sin arm as, entregándose pri-
'irmntc los rehenes y llevándolos aprisionados; e n seguida llegó
m turno a los cónsules, a quienes se q u itó e l m an to y cuyos lictores
brtfon despedidos. Al v er esto, aquellos mism os que pocos momentos
los execraban, qu erían sacrificarlos y destrozarlos, quedando
t«n compenetrados de com pasión, q u e cad a uno, olvidando su propia
desgracia, apartó la vista d e aq u ella degradación d e tan suprema
testad como de nefando esp ectáculo.
Los primeros que pasaron b a jo el yugo fueron los cónsules, casi
desnudos; después cad a je fe según su grado sufrió a su vez esta
^nonnnia; en seguida cad a leg ión un a tras otra. Form ados y arma
dos los enemigos en d erredor d e los rom anos los abrum aban con
insultos y burlas. H asta se alzaron espadas sobre el mayor número,
y muchos fueron muertos o herid os p o r haber ofendido ál vencedor,
revelando dem asiado e n el rostro la indignación que les ra n o h a
tanta injuria. Asi inclinaron la cab eza b a jo e l yugo, y lo que 'en
cierto modo era m ás cruel, a la v ista del enemigo.
L A C O N S T IT U C IÓ N R E P U B L I C A N A R O M A N A V IS T A P O R
U N H IS T O R IA D O R G R IE G O D E L A É P O C A
39
cónsulc*, *o dirá que es absolutamente monárquico y real; si a U
autoridad del Senado, parecerá aristocrático, y si al poder del pueblo
se juzgará que es estado popular.
í ......... 1
15. Se acaba de exponer cómo la república romana estaba divi
dida en tres especies de gobierno: veamos'ahora de qué manera
se pueden oponer la una a la otra, o auxiliarse mutuamente. El
cónsul, después que revestido de esta dignidad sale a campaña a
la cabeza de un ejército, aunque parece absoluto cuanto al éxito
de la expedición, no obstante necesita del pueblo y del Senado, sin
los cuales no puede llevar a cabo sus designios. Al ejército por pre
cisión se le han de estar remitiendo provisiones de continuo; pues
sin orden del Senado no se le pueden mandar ni víveres, ni vestuario,
ni sueldo; de suerte que los designios de los cónsules quedarán sin
efecto si el Senado se propone no entrar en sus miras o hacer opo
sición. El consumar o no los cónsules sus ideas o proyectos, depende
del Senado, pues en él está enviar sucesores concluido el año, o
continuarles el mando. En él consiste también en exagerar y ponderar
sus expediciones o oscurecerlas y deprimirlas. Lo que entre los ro
manos se llama triunfo, ceremonia que representa al pueblo una viva
imagen de las victorias de sus generales, o no lo pueden celebrar
con decoro los cónsules, o no lo obtienen, si el Senado no consiente
y da para los gastos. Por otra parte, como el pueblo tiene autoridad
para terminar la guerra, por más distantes que se hallen de Roma,
necesitan, no obstante su favor. Porque, como hemos dicho antes,
el pueblo es el que puede anular o ratificar los pactos y tratados.
Y lo que es más que todo, una vez depuestos del mando, toca al
pueblo el juicio de las acciones. De suerte que de ningún modo pue
den sin peligro desatender ni la autoridad del Senado, ni el favor
del pueblo.
16. Por el contrario, el Senado, en medio de ser tanta su auto
ridad, necesita no obstante atender y tener gran consideración al
pueblo en el manejo de los negocios públicos. No puede proceder en
los juicios graves y arduos, ni castigar los delitos del Estado que
merezcan muerte, si el pueblo antes no los confirma. Lo mismo es
de las cosas que miran al Senado mismo; porque si alguno propone
una ley que hiera de algún modo la autoridad de que están en pose
sión los senadores o que coarte sus preeminencias y- honores o que
disminuya sus haberes, de todo esto toca la aprobación o reproba
ción del pueblo. A más de esto, si un tribuno se opone a las reso
luciones del Senado, no digo pasar adelante, pero ni aun juntarse
o congregarse pueden los senadores. El cargo de los tribunos es
40
« i '* - | Í 'X i 1 I * i$ T £<<* i
C O N S E C U E N C IA S D E L A S C O N Q U I S T A S
42
SW e.
"Pote, &K nwU recomendable que* el corazón. Tnles vicios fueron ere-
vicho «i* poro * P1*01* cn l,n principio, y se intentó n veces castigarlos;
iiim v n que su contagio se propagó a modo de epidemia,
del todo la dudan, y su gobierno se convirtió, del más
< *< $
y mejor, en cruel e insufrible.
e ser oPtl’
XI. En un principio, sin embargo, más que la avaricia pertúrba
la k« espíritus la ambición de poder, que aún siendo un vicio, se
l ¡
^flt más próxima a la virtud. Buenos y malvados, en efecto, ansian
I*** sí mismas gloria, honores y mando; sólo que aquéllos por el rec
¡0S «lío, io ranuno se esfuerzan en conseguirlos, ni poso que éstos desprovistos
no rWif„
"Wísfo. rff méritos, intentan granjeárselos con medios fraudulentos y falaces.
v' %rtu U «rancia implica pasión por el dinero, que ninguna persona sen-
ata acostumbra desear, y que como impregnadn en mortal veneno,
i n)ma os cuerpos y espíritus vnroniles, es siempre ilinvtndn e
insana e y no puede disminuirse ni eon mucho ni con poco. Pero
T ? S ^UC. ft» habiendo recuperado con las nrmns el poder, sus-
i i) sus primeros plausibles actos por una conducta funesta, todo
9 . T I i ° en*reSÓsc al robo y a la bolen cia, codiciando ésto una casa
^ Cflmpo, actuando los vencedores sin medida ni modera-
ci , y ejecutando contra los ciudadanos execrables crueldades. Aña-
ase a esto que Sila, a fin de captarse In voluntad del ejército, cuyo
man o ejerciera en Asia, le habla consentido, contra la costumbre
de nuestros antepasados, vivir en la molicie y excesiva libertad. El
E S S b | de los lugares y sus deleitosos atractivos, junto con el ocio,
habían enervado en breve la rudeza militar. Allí, por primera vez,
acostumbróse el ejército del pueblo romano a entregarse al amor
y a la crápula, a admirar estatuas, cuadros y vnsos cincelados, a
robarlos en detrimento dé particulares y de ciudades, a snouear los
templos y a mancillar lo sagrado y lo profano. Tnles soldados, así que
alcanzaron el triunfo, nada dejaron a los vencidos. Y es que si la prós
pera fortuna pone a prueba los espíritus virtuosos, mucho menos
podían aquéllos, con sus corrompidas costumbres, hacer buen uso
de la victoria.
X II. Desde que las riquezas comenzaron n gozar de estimación
y verse acompañadas de gloria, poderío y mando, la virtud perdió
su brillo, la pobreza miróse como un oprobio, y la integridad fue
considerada como desafío a la avidez de los poderosos. Cual secuela
de las riquezas apoderáronse de la juventud el lujo, la avaricia y la
insolencia: robaba, dilapidaba, estimaba cn nada lo propio, apetecía
lo ajeno y despreciando dignidad y pudor, no hacía diferencia entre
lo humano y lo divino, sin guardar moderación ni respeto alguno.
43
M erece la pena después de ver en Rom a y en sus campos esos edi
ficios, tamaños como ciudades, ir a visitar los templos de los diosc
que nuestros antepasados, hombres religiosísimos, construyeron. Ver!
dad es que los antiguos romanos decoraban con su piedad la mansión
de la divinidad, y con la gloria sus casas, y no arrebataban al vencido
más que la posibilidad de hacer daño. En cambio, los miserables
hombres de hoy, poniendo por obra la más criminal de las conductas,
despojan a los aliados mismos de lo que aquellos esforzadísimos va
rones, pudiendo conducirse como vencedores, supieron dejar a los
propios enemigos; como si en inferir injurias consistiera en substan
cia el ejercicio verdadero del poder.
S a lu stio . Conjuración d e Catilina. V ersión p o r A gustín Millares Cario,
[M é x ico ], Universidad N acional Autónom a d e M éxico, 1944, p. 33-35.
Historiador romano del siglo -i. E s autor d e m onografías históricas en que
dem uestra su am istad con Ju lio C ésa r y su adhesión al partido Pppu-
lar. E n tre ellas, la “Guerra d e Y ugurta” y la “Conjuración de Catiüna .
E L P O D E R D E A U G U STO
44
S I v L. Arrancio, no acepté. No rehusé en época de gran carestía de
¿igo el cuidado de la anona, que administré de tal manera que, a
los pocos días, libré, a mis expensas, a todo el pueblo del temor y
del peligro. E l consulado que entonces m e fue conferido anuo y per
N» petuo, no acepté.
\ 6 . E n el consulado de M . Vinucio y Q. Lucrecio y más tarde
de P. y Cn. Léntulos, y por tercera vez en el de Paulo Fabio Máximo
(fes y Quinto T uberón habiéndose decidido por acuerdo unánime del
Senado y del pueblo romano que fuese elegido superintendente de
las leyes y de la m oral, solo y con plenos poderes, rehusé aceptar
todo poder otorgado contra las costumbres patrias. Aquello que el
Senado quiso que fuese por m í administrado, lo llevé a buen término
ejerciendo e l tribunado. Y en esta misma magistratura recibí cinco
% veces del senado un colega a mi pedido.
7. H e sido uno de los triunviros para el restablecimiento de la
república durante diez años consecutivos. He ocupado el primer lugar
en el senado, hasta e l d ía en que escribí estas cosas, 4 años. H e sido
syroo pontífice, augur, m iembro de los ”*15 comisionados para los
ntos sagrados, de los 7 para los festines sagrados, hermano arval,
a sodaüs Titiu s, sacerdote fecial.
de
sde R E S G E S T A E D IV I A U G U STI
Ha. E s un inform e sobre la actuación de Augusto que él mismo escribió y
ica mandó grabar. T am bién se llama Testamento de Augusto y Monumento de
Ancyra, porque se bailó en el templo de Rom a y Augusto en ese lugar.
L E X D E IM P E R IO V E S P A S IA N I
S a n c ió n
46
moiiw, ni habrá acusación ni juicio sobre este asunto, ni se
pfgiitid que alguien sea conducido ante el pueblo por este asu nta
L A DESTRUCCIÓN D E P O M PEY A
47
«TpcrtaM'Qtamo* m u ch as so rp re sas y te m o re s . L o s carro s que llev4.
hamos av anraU in d e la d o , a u n q u e e l te r r e n o e s ta b a perfectamente
unida, e incluso calzad o s c o n p ie d r a s n o so m a n te n ía n fijos en su
lugar. Ademó*. v eiariíos e l m a r q u e s e r e tir a b a , com o rechazado
por las sacudidas d e la tie rra . L a o rilla so h a b ía ensanchad o y gran
numero d e anim ales m arin o s h a b ía n s id o la n z a d o s sobre la arena
medio sr*i>a. Por el o tro lad o , u n a n u b e n e g rn y p av o ro sa, desgarrada
p or vapores in ca n d e sce n tes q u e fo r m a b a n sin u o sid a d e s y zigzag, se
abrió para d ejar p aso a la rg o s re g u e ro s d e fu e g o q u e semejaban re
lámpagos, au n qu e d e m a y o r in te n s id a d .
E n ese m om ento, e l a m ig o d e E s p a ñ a d e l q u e h e hablado volvió
a la carga co n m ay or v iv eza. " S i n u e s tr o h e rm a n o v iv e , dijo, si vues
tro tío vive, d esea q u e os s a lv é is ; si h a p e r e c id o , h a querido que le
sobrevivieseis. E n to n c es, ¿ p o r q u é t a r d a r t a n to e n em prender la hui
da?- L e con testam os q u e , c o m o n o s a b ía m o s s i se h a b ía salvado, no
podíamos p ensar e n n u e stra s a lv a c ió n . P a r a n o retrasarse, nos dejó
precip itad am ente y co rrió a to d a v e lo c id a d c o n in te n c ió n de alejarse
a e l peligro. P o co tiem p o d e sp u é s, l a n u b e d escen d ió a la tierra,
cubrió e l m ar, envolvió' y s u s tra jo C a p r e a , o c u ltó la pu nta avanzada
de M isena. M i m ad re co m e n z ó a ro g a r m e , a e x h o rta rm e , a ordenarme
que huyera a to d a c o s ta ; u n jo v e n p o d ía h a c e r lo , p ero no ella, que
se sen tía torpe p o r la e d ad y g o r d u ra . S u m u e r te se ría dulce si no
era causa de la m ía ; le c o n te s té q u e s ó lo m e sa lv a ría si lo hacía
d ía . L a cog í del b ra z o y la o b lig u é a d o b la r e l p aso . Cam inaba con
dificultad y se acu só d e r e tra s a r m i b u id a . E n e s e m o m en to comenzó
a caer cen iza, au n q u e to d a v ía p o c o d e n s a . M e v o lv í: un reguero
negro y espeso a v a n z a b a h a c ia n o s o tro s p o r d e tr á s , sem ejante a un
torrente q u e se h u b ie ra d e s liz a d o p o r e l s u e lo e n nu estra persecu
ción. “D ejem os e l c a m in o , d ije , a h o r a q u e h a y aú n claridad, no
vaya a ser q u e caig am o s y n o s a p la s te n n u e s tro s co m p añ ero s al pasar
en tinieblas”. A penas n o s h a b ía m o s s e n ta d o c u a n d o se hizo de noche,
no con la oscurid ad d e la s n o c h e s n u b la d a s y s in lu n a, sino con la
que reina e n una h a b ita c ió n c e r r a d a , c o n to d a lu z apagad a. Se oían
los gem idos d e las m u je re s, lo s llo ro s d e lo s n iñ o s , los gritos de los
hom bres; unos b u s c a b a n a sus p a d r e s , a lg u n o s a sus hijos, otros a
sus m ujeres, otros la d e lo s su y o s. L o s h a b ía t a m b ié n q u e , por miedo
a la m uerte, lla m a b a n a .la m u e rte . M u c h o s le v a n ta b a n sus manos
a los dioses; otros, m ás n u m e ro so s, a s e g u r a b a n q u e y a no existían
los dioses, q u e e sa n o c h e e ra e t e r n a y l a ú ltim a d e l m undo. Incluso
no faltaban personas q u e a ñ a d ía n ' te r r o r e s fin g id o s y mendaces a
los peligros reales. C o n ta b a n q u e t a l e d ific io d e M ise n a se había
derrum bado, q u e ta l o tro a r d ía ; p in a s in v e n c io n e s q u e encontraban
48
Urtnafrrió una débil claridad que no comfdrramo» como ía
Jp| di*, sino como Ia v flal de la cercanía del fuego. Afor-
M,Lntm(p. el fuego se detuvo a cierta distancia, y de nuevo noa
envueltos en las tinieblas y en !n ceniza, pesada y abundante.
IV ru«ndo en cuando nos levantábamos pora .sacudirnos; de lo con*
w no, hubiéramos quedado cubiertos y aplastados bajo su peso, f'o-
,trv« ¿lardear de no haber lanzado ni un gemido ni una palabra de
.Vbilidad en medio de tales peligros, si no hubiera estado conven-
ohKj de que perecía con el mundo y el mundo conmigo, gran con-
«ut k> para mi mortal condición.
Por último, el reguero rojo del quo he hablado se aclaró y des*
saneció como si fuera humo o niebla; luego, brilló el verdadero dfa,
«x luso el sol, aunque con el tinte amarillento que tiene cuando sus
eclipses. A la mirada todavía poco segura, los objetos se presentaban
con un nuevo aspecto, cubiertos con una espesa ceniza como capa
de nieve. De regreso en Mcsinn, reparamos nuestras fuerzas como
pudimos y pasamos una noche inquieta, entre el temor y la espe
ranza. El temor dominaba, ya que la tierra continuaba temblando y,
además, muchos, que habían perdido la razón, convertían en burla,
por medio de espantosas predicciones, sus propios males y los del
prójimo. Ni siquiera en ese momento, aunque conocíamos por expe
riencia el peligro, tuvimos la intención de marchamos sin saber antes
noticias de mi tío.
Ahí tiene usted las indignas cosas de esta historia, que usted
leerá sin tener intención de introducirlas en sus obras, y que a usted,
a usted que me las ha solicitado, le corresponderá decidir si tampoco
son dignas de una carta.
Adiós.
Pu n ió e l J oven. Cartas, libro VI, 20. En: Gasiot-T alabot, Gerald. Pin
tura Romana y paleoctistiana. Pintura romana y paleocristiana. Madrid,
Aguilar, 1968 (Historia General de la Pintura, 4 ).
Escritor latino que vivió entre los afios 61 y 113. Entre sus obras más
interesantes figuran las “Cartas" que faeron publicadas en nueve vo
lúmenes.
E L E M P E R A D O R TR A JA N O R E SP O N D E A P L IN IO
E L JO V E N S O B R E LO S C R ISTIA N O S
C . P lin io a l e m p e r a d o r T r a j a n o
50
I’or otro parto, uflrmabnn que toda ¡ni falta, o mi error no hnlria
consistido más que en esto: so reunían en feelm fl|a antes del ama
necer y cantaban cada uno a su turno un blrnno a Cristo, eomo
a un dios; so comprometían por |urarncnto, no a algún crimen, sino
a no cometer ni roño, ni pillaje, ni adulterio, n tro faltar a su palabra,
a no negar un depósito reclamado en justicia: una vez cumplidos estos
ritos, tenían costumbre do separarse, después, do reunirse de nuevo
para hacer su comida, qno consistía, por otra parto, en platos com
pletamente comunes y, por consiguiente, inocentes: ndemás, hablan
renunciado n todas estas prácticas después do mi edicto, por el
cual siguiendo vuestras órdenes, prohibí las asociaciones. Crol muy
necesario usar a dos mujeres esclavas, que se decían sacerdotisas
de ese culto, para descubrir la verdad aún empleando la tortura.
Pero no encontró más quo superstición ridiculo y sin limites, por lo
tanto, suspendí la información para recurrir a vuestro parecer. El
asunto me pareció, en efecto, merecer vuestro parecer, sobre todo a
causa del nombre do los acusados. Pues una muehedumbro de toda
edad, de todo rango, de ambos sesos, están implicados en la misma
acusación. No es solamente en las ciudades, sino tnmbión en las
aldeas y en el campo que el contagio do esta superstición extendió
sus estragos; creo, sin embargo, posible detendría y curarla. Lo que
es cierto, es quo los templos, que estaban casi desiertas, son do
nuevo frecuentados y quo los sacrificios anuales, largo tiempo des
cuidados, recomienzan; so vende el pasto para victimas, que encon
traba antes raros compradores. Por eso es fácil juzgar quó cantidad
de gente se puede hacer volver, si so lo hnco gracia al arrepentirse.
Trajano a Pllnio
51
k F t flt jm m tft, ( m M íf K ,.,
ww * l* r it
K'v»o«to «Wóniccy el W W d eiam irt estallar Indo* junios n ucitro i
tronío* y nwfrtml M tiim M , Vi b v b o lu o lcYiinbidn de la hlbuua
U y lo* tanto u<pt< líos que cjctoiun
ti oufn ^ mwo Kvt q i if iw liliiu i t t l ? designados para el nflo * (guíenle,
^w« K> dieron para llevar a tos i'Wtpm^vtvn, Una parte do nnsotio*
«mwKi W delante del b v b o , m ientra* o lio s cantaban «I son cío
iWhUv canto do duolo; e l em perad or venia el último do todo*}
r« erte colon qu e llegam os id Clam po di' Mudo. Si’ babla levan
tado allí ittM pira en (onnn do to n o , do tíos pisos, oniudu do inurfll
\ vV wn\ y do estatuas; on lu em u la o misma babla nn carro dorado
^ue conduela Pértioax. So cebú on la oirá lo ipio oslA on uso on los
l«w*ridr», después so cRwoA nlll o\ locbo; después do oso, Nevero y
y* puícotos no l'értlnax I h ' s u u u i su Imagen. Sovoru subió ou In tribu-
mu issi\>(n« los senadores subimos ou los uudumlos, con excepción
ó* Vu magistrados, i\ Un de podov oonlomplur la oovomonia a la vez
poltgio y con comodidad. Vos magistrados y el ordon ecuestre,
coa el aparato do sn dignidad, las tupias lanío a oaballo como a pío,
desfibren ejecutando en torno do la pira murobus do Infantería y
cabullería; después las cónsules punid loron luego a la pira, do la cual
en seguida un Agidla tomó vuelo. Es asi como l’érlinax fuo puesto
m i el rango vio los inmortales.
Dkvn CUssnsi. N htoir* Roimiln». Trniluit pnr R Groa. Piirli, Dlclot Frere*,
1570, t. X. ULXXIV.
H istoriador g rie g o q u e v iv ió e n lr e loa nftos 1 B 0 y 2 3 5 . C om puso una
"H isto ria do Roivu\“ q u o r e ía la e l pnsiuto ro m a n o lutain la ép o ca (la.
los Se v ero s (s ig lo 1 1 1 ).
L A U L T IM A P E R S E C U C IÓ N C O N T R A LOS
C R IS T IA N O S
E l ré g im e n p o lític o d o D lo e lc c ia n o ( 2 8 5 - 3 0 5 ) , la a u to c ra c ia , sólo
podía a d m itir la u n id a d r e lig io s a d o l im p e rio . E l ' e m p erad o r, quo
poseía ad em ás u n p ro fu n d o s e n tid o n a c io n a l, n o d u d ó e n in clin arse
en favor do la re lig ió n tr a d ic io n a l ro m a n a . E n los añ o s 3 0 3 y 304,
inició la ú ltim a y mAs c r u e l p e rs e c u c ió n c o n tra los cristian o s quo
term inó d esp u és d o l a le ja m ie n to d o D io c le e ia n o d e l p o d er, cuand o
G alerio o to rg ó e l p rim e r e d ic to d e to le r a n c ia .
E n e l afio d é c im o n o d e l im p e rio d o D io c le e ia n o , e n e l m es D is
tro, a l q u e lo s ro m an o s lla m a n m a rz o , cu m u lo y a so v en ia oncim a
53
ív "r“ . r l M L i-
I, «I.- t n l ü r o t * .. b * .............. ...... U m t , , . , y ( | r , p n | m la l l , n I ¡" n "™
54
Etmr.mo dr O iauka, Illntorln Rc1«alAallcn. Duenoi Airea, Nova, 1090. Li
bro VIII, cap. II y III, p. 41-M17.
Oblapo de CeaArrn, en Palmllnn (207-340). Su obrn mAa Importnnl* n la
Historia EcleaiÁatlcn, quo lo lii valido el calificativo do padre de la
hlatorla eclcslAsilen,
M E D ID A S P A R A E V IT A R E L ALZA E X C E S IV A
D E L O S P R EC IO S
55
r3»
I I I . L o m is m o p a r a lo s A C E I T E S
3 A c e ite o rd in a rio 1 99 99 12 ,,
4 A c e ite d e rá b a n o 1 8 99
5 V in a g re 1 99
6 „
6 S a ls a d e p e sca d o , d e l a . c a lid a d 1 99 99 16 99
8 Sal 1 m o d io c a s tr e n s e 10 0 „
9 S a l a ro m a tiz a d a 1 s e x ta rio itá lic o 8 99
10 M ie l, d e ó p tim a ca lid a d 1 „ 40 99
11 M ie l, d e 21a. ca lid a d 1 n 24 99
12 M ie l fe n ic ia ( d á t il) 1 „ 99 8 99
V . L o m is m o p a r a lo s P E S C A D O S
5 P e s c a d o sa la d o 6 99
6 O stra s 10 0 ” 10 0 99
7 E riz o s d e m a r 10 0 50
8 E riz o s d e m a r, fre s c o s , lim p io s 1 s e x ta rio itá lic o 50 99
9 E riz o s d e, m a r, salad o s 1 10 0 99
10 A lm e ja s d e m a r 10 0 50 99
56
VII- 1 de loa Halarlos de los O P E R A R IO S
[........¡
17 Camellero o asnerizo o mulatero, con comida, por día 25
18 Pastor, con comida, por día . 20 "
[ ........... 1
20 Veterinario, por el corte y preparación de los cascos
por animal ’ 5
[ ............3
21 Barbero, por hombre 2
23 Esquilador, con comida, por animal 2 ”
[ ............3
64 Instructor de gimnasia, por cada alumno,por mes 50
65 Pedagogo, por cada niño, por mes 50 ”
66 Maestro elemental, por cada niño, por mes 50 „
67 Maestro de cálculo, por cada niño, por mes ' 75 „
68 Maestro de taquigrafía, por cada niño, por mes 75 „
69 Maestro de escritura o de paleografía, por cada alumno,
por mes , 50 „
EDICTO D E MILAN
57
Habiéndonos reunido felizmente en M ilán, tanto yo, Constantino
Augusto, como yo, Licinio Augusto, y habiendo tratado todo lo re
ferente a In utilidad y seguridad pública, entre otras cosas, creimos
debían resolverse las de más provecho para muchos hombres, entre
las que figuran el modo de dar culto a la divinidad, y así acordamos
dar a los cristianos y a todos en general libre facultad para seguir
la religión que cada uno estime conveniente, con el fin de tener
aplacadas y propicias a cualquiera de las divinidades que en el cielo
habiten, tanto para con nosotros y nuestras cosas como para con
todos los sometidos a nuestro poder. Por lo cual, tom ar una resolu
ción de esta clase, nos pareció saludable y muy puesto en razón, de
no prohibir a nadie aue siga la religión cristiana o se convierta a la
misma, si es que la tiene por meior; para au e de esta forma la suma
divinidad, a cuvo culto rendimos libre hom enaje, m anifieste con todos
su acostumbrado favor y benevolencia. Por lo tanto, estará bien que
vuestra dignidad sepa que hemos acordado abolir todas las anterio
res disposiciones dadas por escrito, al hacernos cargo del mando,
sobre la condición de los cristianos, y abrogar las au e parecían ha
llarse en pugna con nuestra clem encia o eran demasiado perniciosas
y desde ahora sencilla y librem ente, todo el que quiera guardar las
leyes de la religión cristiana, podrá hacerlo sin que se los inouiete o
moleste. Hemós creído manifestarlo así claram ente a vuestra solici
tud para que sepáis que hemos dado libre y absoluta facultad de
practicar su religión a los mismos cristianos. Y al venir en conoci
miento de esta permisión entenderá igualm ente vuestra di«midad
que también a los demás hemos concedido libertad y libre noder de
guardar su religión, con obieto de oue hava naz, y en dar culto
conforme a las creencias propias, sean todos libres v nadie crea que
nosotros pretendemos ir contra el honor y la religión de nadie, ya
además hemos pensado establecer lo siguiente, en orden a las per
sonas de los cristianos, que si aquellos lugares en los que antes
solían reunirse y que estaban comprendidos en las instrucciones
escritas que se os dieron al posesionaros de vuestro cargo, hubiesen
sido comprados por entonces, ya por los particulares y a por vuestro
fisco, séanles devueltos a los cristianos sin exigirles ningún dinero
o precio, sin recurrir a engaños o am bigüedades; aún aquellos que
los adouirieron por donación, igualmente los devuelvan cuanto antes
a los mismos cristianos; y asimismo aquellos que los com praron o au e
los recibieron, como donación; si quisieron pedim os alguna com
pensación, háganlo por medio de nuestro representantes o vicario
y se les resarcirá por este conducto conforme a nuestra acostum brada
clemencia. Todas estas cosas convendrá que sean devueltas lo más
58
pronto posible a la corporación de los cristianos por vuestra inter
vención y sin dar lugar a dilaciones. Y como se sabe que los mismos
cristianos poseían bienes no sólo en aquellos lugares en que acos
tumbraban reunirse, sino también en otras partes y los cuales per
tenecían al derecho de la comunidad, esto es, a las iglesias, no a los
particulares; todos estos bienes que están comprendidos en la ley
que más arriba hemos decretado, bajo ninguna duda o confrOversia
ordenamos que sean devueltos a los mismos cristianos, es decir, a la
corporación y a sus iglesias, teniendo en cuenta la razón antes seña
lada, que ellos los devuelvan sin exigir precio, como dijimos, pero
que esperen una indemnización de nuestra benevolencia. En todo lo
cual, deberá mostrarse vuestra intervención eficacísima en favor de
la dicha corporación de cristianos, para que nuestro mandato se eje
cute cuanto antes, pues también por este medio queremos procurar
la pública tranquilidad, según nuestra clemencia. Así sucederá que,
como más arriba indicamos, la protección divina, que en tantas oca
siones hemos experimentado, seguirá acompañándonos por todo el
tiempo, para que se desarrollen prósperamente los acontecimientos en
heneficio del público bienestar. Para que pueda llegar a conocimiento
de todos nuestra publicación auténtica de nuestro decreto y bondad,
las expondréis por escrito en todas partes y haréis que todos las sepan,
presentándolas mediante una carta vuestra, para que sea rápido y
patente el efecto de nuestra benevolencia.
59
mcnle utihrablo. Siempre sr iHsllrion dr *m* j,,|(lhM, ,
de las viejas distinciones -pivpli» de lit pilmlllvu lumia, lúa ib- W\m
rural- entre las vías sólo accesible* a lo* pcal.mc*, |m, l/lnrnt, aquí,
lias que no daban paso jífljl (pie u un cano pni ( « J U / jK r ni
fin, aquellas en que dos ranos podían riuraise u mmchin a L ¡,m,
las otoe propiamente diríais.
Del conjunto innumerable de las ralles de lie,un. »ifr
dos fruían el derecho, en el Interior de In anflLiJ múmlla opa
blicana, a llevar el nombre de vhi i la vhl Snrni y la ilu /Vera, \m
atracaban o bordeaban el Foro y cuya Inslgnllleunclu «nipón
de grandemente. Futre las puertas del reelnlo minado y la piiihi/n
de las catorce regiones, unas veinte ralles meieelau la misma <lmo
minación: los caminos uno de liorna conduelan a las dlvi ■loan t iiuim
cas de Italia, o sea la vía Aula, la vía tintina, la vía de (Mía, la vi"
Labicanay otras más. Oscilaba su ancho uhctfrdor de '!m,/IO v dmM
prueba de que no habían ganado mucho terreno desde la /java m
que las Doce Tablas les asignaran JO pies = '(ni 00 de lai liad aiáxl
ma. Casi todas las demás, las verdaderas calles, es deeli, h i ohl,
apenas alcanzaban esta última cifra; y muchos o/r/ aún nn'ilbh
mente más estrechos, eran simples pasajes o séminos que, ¡mi nyln
mentó, debían tener una anchura mínima de 10 liles ~ ni 00 fiiitu
que a los propietarios do las fincas adyacentes les luna pmmlildo
construir, en los pisos altos balcones saledizos, Su estrechez eia Imito
más molesta cuanto que las callos no sólo describían melindros un
mcrosos, sino que, sobre las “siete colinas”, Icníim que Irépin o ib*
cender empinadas pendientes, y de allí ol nomine do "nnnpn*C
(clivi) que a muchas se les da. Y por remate dobo agiegiuse que,
continuamente obturadas con las busurns do las casas vecinas, luí
calles nunca estaban tan católicas como Cósnr lo había pinolillo
en su ley póstuma, ni siempre se encontraban provistas do las jioi-nm
y del empedrado que el director, por la misma ley, había lomado
la iniciativa de imponerles.
C ahoopino, J ehome. La vida cotidiana on Hotnut un el apoyao dul Itupn
rio. Buenos Aires, Iiaohetto, 1044, p. 80-81.
Las carreras
60
v¿il<> paulatinamente desalojados por otros que ocupaban siete, nueve
y hasta quince jornadas consecutivas. Una carrera comportaba obli
gatoriamente siete vueltas de pista. Mas el número de carreras dis
putadas en cada reunión circense fue creciendo desde la época de
la república hasta la del imperio y, durante el imperio, de un rei
nado a otro. E n tiempo de Augusto sólo se corría una docena de
carreras por día. E l número subió a 34 en la época de Calígula, a
100 en la de los Flavios. Por temor de que resultara imposible ter
minar el programa antes del anochecer, Domiciano redujo de siete
a cinco el número de vueltas invariablemente obligatorio de cada
competición. Calculem os: cinco vueltas ( spatia ) por carrera ( mlssus)
hacen cinco veces 569 metros o sea 2840 metros. Cien missus cubren
284 kilómetros. Si se hace entrar en la cuenta un descanso que se
tomaba al mediodía, así como los intervalos que necesariamente
separaban los missus entre sí, se convendrá en que una función de
circo se extendía desde el alba hasta la puesta de sol, y aun así ape
nas bastaba para el desarrollo completo del programa.
Pero los romanos se mostraban insaciables, y, por otra parte, la
variedad del ludus prevenía el hartazgo. E l interés de las simples
carreras de caballos era aumentado por el aditamento de las más
arriesgadas acrobacias. U nas veces los “jockeys” conducían dos caba
llos a la vez y debían saltar de un caballo al otro: eran los destil-
tores; otras veces tenían que ejecutar sobre sus monturas ejercicios
de armas y simulacros de com bates; en otras ocasiones debían man
tenerse a horcajadas, arrodillados y acostados a todo el correr de sus
caballos; en otras, recoger del suelo, sin apearse, un trozo de tela
colocado sobre la pista, o salvar, en un bote prodigioso, un carro
arrastrado por cuatro caballos. Tam bién había variedad en las carre
ras de carros. A veces los carros eran tirados por dos caballos
( b ig a e ) , otras por tres ( trig ae ), casi siempre por cuatro (qu adrígae)
y más raram ente por seis, ocho o diez (d ecem iu g es). Cada carrera
veíase realzada por la solemnidad de su comienzo. L a señal de partida
era dada por e l magistrado presidente de los juegos — cónsul, pretor
o edil—, que arrojaba en la arena, desde lo alto de su tribuna, una
sabanilla blanca. E l gesto era imponente, y el grave personaje cons
tituía por sí solo un espectáculo. Sobre su túnica, escarlata como
la de Júpiter, habíase vestido una bordada toga de Tiro, “amplia
como un telón”. Estatua viviente sostenía en la mano un cetro de
m arfil “terminado en un águila explayada”, y llevaba sobre la ergui
da testa una corona de hojas de oro de tan enorme peso, “que un
esclavo colocado a su vera d ebía sostenérsela”.
C abcopino , J ero m e . Ibidem, p. 336-338.
61
Loa enana «lo nlqullor
. . . I n oasti agrupada R grandes manzanas quo no» lian t\n
cu b ierto las excavaciones realizadas en Ostia reproducá la habí»
(ació n popular y do la pequeña burguesía en liorna, y preludia a la
ca sa m oderna, por cu anlo i
1 ) E s nu'is alta (pío la casa pompoyana, pudlondo alcanzar lauta
tres o c u a tro pisos (c e rc a do 18 m etros).
2 ) So n num erosos los balcones y las ventanas en las parados exte*
rieres. E n e fe cto : por el hecho de estar construidas oconórnírnmcnto,
do m anera quo pudiera utilizarse todo lo posible o] espacio Interior,
para disponer do habitaciones, las casas do Ostia oslaban ventiladas
desde fuera.
3 ) L as paredes oxtoriores form an perspectiva.
4 ) L os recintos no están destinados a un uso fijo; no tienen, en
erecto, carácterfslleas especiales, ni on cuanto a disposición, ni en
cuanto a estructura: el inquilino las utiliza según las necesidades
de la fam ilia.
No hay duda quo las casas popularos do Rom a oran do esto tipo:
los autores nos hablan do escaleras interminables a pisos altísimos,
de ventanas ftm juntas una a la otra, quo los vecinos* so podían dar
la m ano. Gasas estrechas, incómodas y poligrosas, carentes, en gene
ral, do conduccionos interiores para el agua; además, expuestas a
los peligros del incendio y dol hundimiento. “Nosotros —dico Juvc-
n al— habitam os una ciu d - i * * jn soportes
quo tien en la fragilidad magnifico
rem edio hallado por el adm inistrador cuando la casa está a punto
do hundirse; después pasando una mano do yoso por una grieta
ab ierta en tiem pos rem otos, to dico: "Ahora ya puedes dormir tran
q u ilo ”. “ Y, m iontras tanto, la casa am enaza caérselo encim a” . No exa
geraba. C icerón, escribiendo a A tico, lo da noticia do las lamentables
condiciones de una casa suya do alquiler: “So m e han hundidos dos
T a b ern a e ; en las otras, las paredes están todas agrietadas; no sólo
se van los inquilinos, sino hasta las ratas” (|Ratas previsorasi)
62
L a s b od as
63
d a * , de k«t b r a n » de su madre o de quien, en su defecto, lt.nia su*
veces, mira formalidad, en que se veía perpetuado el recítenlo del
rap to do las sabinas. Luego se form aba un cortejo que se dirigía a
la casa del marido, l a esposa avunzuliu llevando el huso y la rueca,
sím bolos de su nueva actividad de madre de familia, e iba acom
pañada de tres jóvenes jw/rimi ¡/ mafrimi. esto es, que tuviesen vivos
a su padre y a su m adre; a dos de ellos los Uevnlta de la ruano, el
tercero los precedía agitando una antorcha de espina blanca (sjnna
mlba ) , encendida en el hogar de la casa de la esposa. Los resten
quem ados se d istribuían entre los asistentes, porque se creía que
era de buen augurio. Seguía una muchedumbre voceante que gri
taba el grito nupcial " talossc ” o “talassio ” (palabra de sen tid o incierto
para nosotros) y lanzaba chistes atrevidos. El espíritu cáustico y
chancero d e los romanos se daba aquí rienda suelta
P a o u , U go E n r io o . Ibidem , p. 160-163.
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