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Compañía Inconstante

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Me ha acompañado toda mi vida contante

Mi vida constante

Mi vida constante

Mi vida constante

Mi vida

Mi vida constante

Parecía entonces haber cruzado por uno de esos lugares donde recuerdas que hace tiempo

no llamas a saber si ella aún está. Mis ojos vagamente se abrían, mis manos ardían, pero

caminé ese día por el parque donde solía estar mi madre. Era un día normal cuando la vi

llegar por primera vez. Ese día fue ella la refulgencia que segó mi mente y olvidó esa banca

destrozada, la red de ese juego desde siempre oxidada. Veo después de lo que se sintió

como una eternidad lo que sea que estaba afuera, lo que sea que tenía dentro; veo el lugar

por donde mi madre solía pasar.

Parecía haber llegado al pequeño jardín que unía por la mañana las nubes con mi casa.

Parecía haber recuperado la última huella que rozó la ventana esa madrugada. Pensé que

había vuelto, que ver mi reflejo en el charco a mis pies me ayudaría a encontrar el camino

de vuelta a casa, de vuelta a la permanente esperanza. A la inconstancia, esa pequeña

abertura que amenaza con romper mi ventana.


I

Vuelvo a donde estaba. Busco mis ojos, pero solo veo las siluetas grises de los muebles que

a mi espalda se mezclan con mi sombra. Es como si el reflejo en el espejo me hubiese

devorado tan agresivamente que no queda entre las paredes de la sala ni un último suspiro

de eso que yo veía crecer sobre mis huesos todos los días.

Hace meses que no siento tocar el suelo, es como si el peso de mi cuerpo entero fuera tan

insignificante que no me encargo siquiera de hacer sentir contra la superficie mi existencia.

Él me ha dicho que es extraño verme de esta manera tan descuidada, que de a poco me

vuelvo irreconocible, que ya no soy la misma. Y lo sé, lo reconozco en las líneas

inexistentes que trato de recordar clavadas en mí. Cierro los ojos y trato de verlas, de sentir

las líneas que hacen que mis ojos sean cafés, las líneas de mi cabello, de mis orejas, las

líneas que él dice gustar de mi boca.

Esas líneas ahora se han perdido, lo que solía gustar de mi se ha difuminado entre mis

ojeras y esas manos ausentes que regresan en busca del recuerdo tibio que asomaba entre

los espacios intermitentes del consuelo que buscábamos desesperados en la violencia.

Finjo recordar, porque es mejor sentir la ausencia a no sentir nada, y me niego a creer que

ya no siento nada. Es como estar de pie frente a la sensación de darte cuenta de que creciste

y ahora las cosas son diferentes, deformadas. Soy borrosa. No remplazo la inexistencia. Y

aunque ahora no sienta que llevo más de una hora de pie, casi sin mirada, él me dice que

me veo mejor esta mañana. Pero sé que miente. Sé que me tiene pena, sé que prolonga el

camino de regreso a casa para no sentir mi indiferencia. Una vez más pasa y ambos lo

sabemos. Me voy por las noches y cada vez las mañanas se hacen más largas, pero me
prometo que esta vez me quedaré, que el aire es el que me abraza sofocante y me deja

parada al borde de la nada.

- ¿No es extraño pensar lo poco que te separa de desvanecerte en el vacío? Si tuvieras

un accidente olvidaría tu voz en mi oído.

Pero a pesar de todo sé que se queda, aunque solo a él le duela. Soy su olvido, soy lo que ya

no puede llorar en las cosas. Me mira y decide quedarse porque soy ese deseo que busca

por las mañanas con las almohadas heladas y las manos agrietadas. Él se queda, aunque yo

me vaya.

El día que me hizo esta marca que ahora busco reconocer en mi espalda habíamos tenido

uno de esos días en que no necesitas de alguna compañía. Era un día solitario cuando él

fingió no darse cuenta de que ya no lo veía. Sabía que mentía cuando dije ver su reflejo a

oculto aún en mi espalda.

- Estás en todos lados, te llevo siempre conmigo.

Con los ojos negros me pidió que me quedara, gritaba que los días anteriores no

importaban: la pérdida de la madre, las peleas, las sillas vacías, los restos de la alegría.

Todo lo que había ocurrido en nuestros años de permanencia y habíamos confundido con

exceso de cercanía ya no importaba me decía mientras me quemaba. Mientras me miraba

los rayos del cabello desde la cabecera de la cama.

Ahora las cosas que no tienen mi forma son solo cosas que se quedan silenciosas en esta

casa. Son cosas que nunca termino por ver, tocar, sentir; juegan entre mis dedos y se

quiebran cuando el tiempo límite del sentimiento termina. Cuando la agonía deja de ser
prolongada y regreso con la esperanza de aún recibirme con el amor en la punta de la

lengua.

Pero entonces él vuelve a casa. Mi cabeza una vez más consume las palabras que salen del

paladar del hombre que amo y me escondo entre sus brazos, donde nadie puede verme ni

tocarme; bloquea el ruido con un nada doloroso y yo cierro mis ojos mientras le digo que

duermo.

No necesito aún abrir mis ojos

Puedo escucharte: son tus pasos firmes y tenues. Lentos y rápidos.

No necesito poder verte para saber que siempre te he tenido a mi lado.


II

Es azul. Como un mar se extiende ante mis ojos; se traga lo que creía haber dejado seguro

en la orilla. No sé por qué, pero cuando me hablan de ella suelo recordar el color azul. No

es porque sus ojos los hayan sido o no había otro color en su armario, pero esa tristeza con

la que mi madre me abrazaba siempre había sido correntosa, como el azul de a poco negro

en el fondo del mar donde uno cree que está solo: sabía que me llevaba consigo porque era

lo único que le quedaba. Su última propiedad, lo que flotaba solitario en la superficie sin

poder ver la orilla.

Mi madre me leía por las noches y yo pensaba con mi pequeña mente preocupada que

alguien como ella, con su presencia desmesurada no podría alcanzar en un lugar tan

insuficiente como el rincón de mi cama donde se sentaba.

Mi padre le escribía, recuerdo. Ella me daba de comer y me bañaba mientras él le escribía.

A medida que crecía me daba cuenta como éramos menos unidas; había caído en la

posibilidad de que lo único que le daba ese dominio arrogante que me abrazaba, ella lo

llevaba en el color que rodeaba mis pupilas. Eso como lo único que nos pertenecía.

Teníamos el mismo color de ojos. Tal vez eso fue lo único que estuvo presente en lo que

ella miraba, lo que la ataba a quedarse de esa manera tan desgraciada.

Me fui. Dejé todos mis recuerdos y las cajas llenas de libros que tenía en la bodega; ya no

importaban.

Ahora no entiendo como pude seguir con todo eso que me hizo falta. Miro mi libreta y paso

los dedos por los filos de la hoja que siempre pasa abierta. Nada se sentía como un corte en

las venas. Nada me dormía los dedos. Estaba atrapada en la nada; no lograba decir nada. Se
escondía entre mis dientes y es lo único que veo ahora. Me doy cuenta de que soy la única

que no puede escapar de mi misma. Corro porque escucho que alguien toca a mi puerta:

¿será tal vez ella? Siento alivio al entender que la madera no es lo suficientemente fuerte

como para terminar con la esperanza de encontrarla ahí cerca. Miro a través de la madera;

busco mis ojos y su pesada cartera. La invito a pasar, le digo que trae consigo algo que me

debe, algo que debo recordar.

Pienso en mi madre como el anillo flojo en mi dedo que la corriente del mar se quiso llevar

al verme. Recuperarlo significa dejarme descansar. Sin respirar sentir como el agua helada

rompe mi cuerpo en mil pedazos; significa abrir los ojos en medio de la oscuridad.

Solo colores: azul, gracias por ser mi color azul.

La madera. El silencio de la espera. Todo eso que me gusta ver en las fotos viejas de mi

celular, el bajar un poco la velocidad cuando estoy en el carro y regresar a ver cuándo paso

por ese lugar. La carencia entibiada. La no percepción de las cosas que intentan atraparme

en el acto inmediato de tan solo abrir la ventana.

Miro nuestros ojos a través de la puerta. Miro a mi madre como la oscuridad al final del

pasillo, como la calma que le sigue al olvido; la veo en mis manos, en mi cuerpo entero, en

el rechazo de esas otras posibilidades de no encontrarla con los brazos llenos de las cosas

que se llevó consigo.

Todo hoy se queda conmigo; me espera y lo tomo de la mano.

Hoy lo que permanece oculto crece, espera que lo vea de frente.

Verla así me brinda por fin la voluntad de respirar, hoy entiendo cuanto la he extrañado
Vengo a pedirle perdón, vengo a que me abrace;

Ya no importa más la debilidad, me acerco y choco con la superficie helada de la soledad,

sus ojos brillan

Ambas, hoy al fin, ambas podemos llorar.

Y ahora me has hecho olvidar todo lo que acabo de decir

Me has secado las lágrimas y sé que nunca más las voy a recordar

Y tampoco te lo podré decir, y aunque pudiera

Hace tanto que no estás cerca como para lograrme escuchar.

Y desde aquí te imagino

Pero no recostada junto a mí,

¿Qué pasará conmigo si cierras los ojos?

Me abrazas los hombros

Pero llego una vez más a casa

Buscando un espejo en donde verte

De principio a fin; busco esa líneas de principio a fin.

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