Estrategias de Comunicacion
Estrategias de Comunicacion
Estrategias de Comunicacion
de comunicación en el
proceso de mediación
La comunicación verbal
El principal vehículo de la comunicación es el lenguaje oral o escrito que tiene como finalidad la
comunicación del pensamiento, aunque a veces también puede servir para disfrazarlo. Las palabras,
además de su significado “académico” tienen una serie de matices adicionales tanto para la persona
emisora como para la receptora, que pertenecen al mundo de sus experiencias, sentimientos, intereses,
que si no son compartidos por ambas dificultan el mutuo entendimiento.
La elección de las palabras hecha por el sujeto, indica ya en parte sus sentimientos hacia un tema o
una persona. Además hay que tener en cuenta que el lenguaje forma parte de la cultura, y como ella
puede ser muy diversa y tener muchos matices. Así por ejemplo los indios Inuits en el norte canadiense
conocen 16 expresiones para hablar de la nieve, y los zulúes de África austral tienen 39 expresiones
para definir el verde.
Utilizar las mismas palabras en contextos diferentes a aquellos en los que se usan generalmente, es
peligroso, porque pueden cambiar de sentido. Llamar adolescente a quien tiene 16 años es normal,
pero si se lo decimos a quien tiene 25 queda cuestionada su madurez personal.
Hay que tener en cuenta también que el lenguaje, lo mismo que la cultura, está sometido a una ley de
evolución. Esta evolución, que antes era muy lenta, se ha acelerado en los últimos años. Las palabras
parecen gastarse enseguida y no proporcionan ya suficiente información.
Además del significado de las palabras, el tono, la velocidad con que se dicen, las inflexiones de la voz,
etc., son otros tantos estímulos vocales que matizan el significado de las palabras que pronunciamos,
de ahí la importancia de constatar si comunicamos lo que realmente queremos comunicar y si
percibimos lo que nos quieren transmitir, (retroalimentación).
En primer lugar, captar la atención de las personas con las que se está comunicando: exponer de
manera clara y concisa lo que se quiere transmitir y destacar con énfasis lo importante.
Contenido: Adecuado al objetivo que nos proponemos. Ni excesivamente complejo que obligue a un
esfuerzo excesivo de atención, ni tan elemental que haga sentirse a las personas infravaloradas en su
capacidad de comprensión. Dentro del contenido también tenemos matices culturales que hay que
tener en cuenta. Por ejemplo, podemos ver en una conversación que la percepción del tiempo no es la
misma en todas las culturas. En China y en Japón perciben el tiempo orientado hacia el pasado, en los
países mediterráneos o en América del sur, el tiempo se orienta al presente y sin embargo en otras
culturas europeas y en Estados Unidos, la percepción del tiempo está orientada hacia el futuro. Esas
características culturales crean diferencias a la hora de comunicarnos.
Lenguaje: hay que adaptarlo al nivel de comprensión de las personas que escuchan, a su nivel cultural,
a su situación psicológica y fisiológica. En este aspecto, es importante el idioma utilizado, y la
traducción de este.
Tono de voz: tiene que ser audible, animoso, entusiasta. Vocalizar bien, hablar despacio, variar el ritmo
y el tono para incidir en los aspectos más importantes del mensaje.
Elegir el Momento Oportuno y el Lugar adecuado para la comunicación. Respetar el tiempo de las
personas, su intimidad, su situación. Una vez terminada la comunicación hay que verificar mediante
retroalimentación, que se ha comprendido el mensaje.
Las causas que dificultan la comunicación son muchas y muy variadas. Casi todas tienen que ver con
los roles que cada persona juega, con las expectativas de ambas, con la autoimagen y con la imagen
que se tiene de las personas con las que nos estamos comunicando, con los prejuicios, estereotipos,
maneras de ver y valorar la realidad, los miedos, las emociones, los sentimientos. Entre las causas que
dificultan la comunicación se encuentran las siguientes:
• Las barreras o ruidos: Son todo aquello que puede dificultar a la persona que recibe el mensaje
la percepción y la comprensión de este. Estas barreras pueden ser:
Físicas: mala pronunciación de la persona que habla, ruidos medioambientales, tono de voz
excesivamente bajo, etc.
Psicológicas: cansancio, preocupaciones, prisas, prejuicios, actitud crítica, defensiva,
desconfiada.
Semánticas: Palabras desconocidas o que tienen diferente significado para las personas que
se están comunicando.
• Los filtros: son los conceptos, sentimientos, emociones, que hemos almacenado y que
interfieren la percepción del mensaje y producen una criba de aquellos elementos que no se
adecuan a lo aprendido o a lo sentido.
• Las expectativas: desde pequeños, tenemos la capacidad de aprender a seleccionar los datos
que percibimos por los sentidos y asociarlos.
De esta manera, la experiencia nos va proporcionando información que nos permite predecir lo que va
a ocurrir. Esta es una habilidad que todos poseemos y que nos permite utilizar las experiencias previas
para entender las nuevas experiencias. Pero esta capacidad puede convertirse en un obstáculo para
relacionarnos y comunicarnos con otras personas porque percibimos la comunicación de modo
diferente si esperamos que sea favorable o desfavorable para nosotros, es decir, según nuestras
expectativas, según las previsiones que hacemos teniendo en cuenta nuestras experiencias anteriores,
por lo que hemos oído, a tenor de la información que hayamos recibido, etc.
• Efecto HALO o aureola: cuando una persona tiene una cualidad que nosotras consideramos
buena o valoramos mucho, vemos en ella por añadidura, un halo o aureola de otras buenas
cualidades, que a veces son tan ilusorias como el anillo de luz que rodea a la luna. De ahí el
nombre de efecto aureola. A veces subimos a las personas a un “pedestal” y la comunicación
es condicionada por esta situación: todo lo que dicen es maravilloso, creíble, impresionante.
• Los estereotipos: son las etiquetas que ponemos a las personas tan sólo por pertenecer a un
colectivo o a otro. Es decir, cuando hemos percibido o tenemos información negativa sobre
una persona o grupo de un determinado colectivo, esas características la generalizamos a todo
el colectivo. Los estereotipos nos permiten hacer juicios rápidos y reaccionar con inmediatez,
pero pueden conducirnos a conclusiones erróneas y perjudiciales para la comunicación
interpersonal.
• Los prejuicios: están muy relacionados con los estereotipos. Se cataloga a las personas
atendiendo a su ideología, a su sexo, a su religión, a su región o país de origen, o a cualquier
otra característica. En estos casos, más que escuchar a la persona, se atiende a los propios
prejuicios. Cuando se escucha desde los prejuicios, se llegan a modificar los mensajes
inconscientemente para que se adapten a lo que esperamos y solo oímos lo que deseamos oír.
Sin embargo, la comunicación se facilita cuando se tiene en cuenta a la persona con quien se habla:
• Su manera de ser, sus necesidades, su situación.
• Se le acoge y acepta como es
• Se le mira
• Se le habla con espontaneidad y confianza
• Se asegura (la persona mediadora) de que es entendida
• Se mantiene la calma
• Se trata de meterse en “el pellejo de la persona”
• Se le muestra simpatía y afecto
• Se mantiene un trato de igualdad.
La comunicación no verbal
La comunicación no verbal es la que utiliza elementos no lingüísticos: los gestos, la apariencia externa,
la mímica, las posturas, las distancias, el tono de voz, los silencios, el olor, las miradas.
La comunicación no verbal sustituye, refuerza, completa, apoya la comunicación verbal. Ocurre sin
embargo que a veces no coinciden, por eso es muy importante saber “escuchar” el lenguaje no verbal
de la persona que nos habla. La mayoría de los investigadores e investigadoras coinciden en afirmar
que el canal verbal se usa sobre todo para transmitir información y el canal no verbal expresa las
actitudes y sentimientos de la persona.
La comunicación no verbal tiene sus riesgos y hay que tener en cuenta algunos principios como por
ejemplo que los gestos no son universales: Los mismos gestos pueden tener diferentes significados
según las culturas, los países e incluso las personas. Los gestos no pueden valorarse
independientemente del contexto verbal y circunstancial en el que se emiten, tienen diferente lectura
según el uso, el origen y la codificación.
En ciertas regiones de la India por ejemplo el mover la cabeza de derecha a izquierda significa
afirmación, cuando el mismo gesto en otros países quiere decir negación, y a la inversa, el mover la
cabeza de adelante hacia atrás, para ciertas personas indianas significa “no” y en cambio para las
culturas occidentales este gesto significa “si”. En Japón reír o sonreír es expresión de confusión e
incomodidad, y en las reuniones, las pausas tienen que ser en silencio, lo cual en América o en Europa,
resultaría embarazoso. Cuando una persona en China es invitada a comer en una casa se debe ir nada
más terminar, porque si no podría parecer que se ha quedado con hambre y que espera más, todo lo
contrario que en culturas occidentales que se espera que la persona se quede a charlar en la sobremesa,
sino parecería que no está a gusto.
El rostro y su mímica: la expresión de la cara puede revelar muchas cosas, temperamento, rasgos de
personalidad, estado anímico, actitud. Las arrugas son un buen indicador, en cuanto que,
generalmente, se han producido como consecuencia de la repetición de gestos o expresiones. Son un
reflejo de los sentimientos habituales de la persona: alegría, descontento, esfuerzo, atención… dejan su
huella en el rostro de la persona.
Las expresiones observables en el rostro: mirada, movimientos de las cejas, labios, músculo facial…
constituyen la mímica. Los rasgos faciales están relacionados con la manifestación de estados afectivos
primarios: felicidad, sorpresa, tristeza, temor, rabia, asco, desprecio e interés.
El contacto ocular: el comportamiento ocular es una forma sutil de lenguaje. La mayoría de los
encuentros comienzan con un contacto visual. La mirada tiene una especial significación en la
comunicación. El contacto ocular expresa, intensifica y estimula los sentimientos. Los movimientos
oculares reflejan también la personalidad.
Las personas más afectuosas suelen mirar mucho, las inseguras bajan la mirada, las tímidas la desvía,
las dominadoras la clavan. La mirada puede hacer que una persona se siente despreciada, humillada,
avergonzada, herida,… pero también la mirada puede ser señal de: acogida, libertad, relajación,
serenidad, estímulo, confianza, ánimo.
Gestos y contacto corporal: los gestos realizados con brazos, manos, piernas son también una manera
de comunicar sentimientos, actitudes y modo de ser de la persona. Los gestos ampulosos y enérgicos
de las personas vitalistas y entusiastas, contrastan notablemente con la moderación y armonía de las
personas reflexivas y ponderadas.
No es lo mismo el gesto firme e impositivo de quien pretende dominar que el inseguro y vacilante del
tímido y acomplejado. Frotarse la manos, morderse las uñas, tocarse constantemente la cara, son signos
de ansiedad. Mantener las manos reposadas indica tranquilidad. La manera de dar la mano, de cruzar
los brazos o las piernas suelen poner de manifiesto actitudes y sentimientos. Una buena lectura de estos
movimientos inconscientes puede dar mucha información.
La cultura también varía la información de los gestos: en América y Europa, el dedo pulgar hacia
arriba significa que todo está en orden, sin embargo, en Irán este gesto significa un desagravio al honor.
El dedo pulgar y el índice formando un círculo en ciertos lugares significa OK, en Japón su significado
es ahora podemos hablar de dinero y en el sur de Francia ni un euro.
La postura y la marcha: La postura del cuerpo expresa la actitud de la persona. Una postura tensa o
rígida puede manifestar ansiedad. Las posturas de “cierre” (brazos o piernas cruzados) indican una
actitud defensiva o de desagrado. Una marcha lenta puede ser indicio de tristeza, cansancio o malestar
físico. Una manera de andar rápido puede reflejar decisión, ansiedad, enfado, jovialidad.
Según las culturas, las creencias y los valores de las personas, el rostro y su mímica, el contacto ocular,
los gestos, contacto corporal, la postura y la marcha, pueden significar cosas muy diversas y en algunos
casos antagónicas para la persona mediadora y las personas con las que está comunicando.
Comunicación digital
Las palabras, orales o escritas, son los componentes digitales por excelencia de la comunicación; son
sinónimo de contenido y sirven para denotar y para connotar.
• Denotar: indicar a qué cosa o clase de cosas se refiere la palabra (mesa, muebles); ya que una
palabra puede denotar o referirse a diferentes cosas, es el contexto donde se encuentre esta
palabra el que nos permitirá asignarle el significado. La frase “Fuera de aquí”, será interpretada
como una información si le sigue “hace mucho frío”, pero será un rechazo si se enuncia
gritando en medio de una discusión acalorada.
• Connotar: es atribuir valor o calificar un término además de su sentido propio. Siempre hay
una connotación; lo que puede variar es que sea neutra, negativa o positiva. Esta posibilidad
connotativa es la que permite que en la mediación se realicen connotaciones positivas y
legitimaciones. En la "connotación positiva", utilizada fundamentalmente por el modelo
circular narrativo lo que se busca es darle un valor positivo a un hecho que normalmente sería
valorado como negativo, en tanto que la legitimación es una connotación positiva aplicada a
la persona de los participantes, para que queden posicionados de forma tal, que aumente su
protagonismo y su posibilidad de negociación.
Comunicación analógica
Comunicación analógica es todo lo que no son palabras, por lo cual se la conoce también como
comunicación no verbal, e incluye los gestos, las posturas, las distancias entre los comunicantes, etc.
Los mensajes propios de la comunicación analógica no tienen una sola significación sino que el sentido
depende del contexto dentro del cual se dan.
Los componentes analógicos de la comunicación son los siguientes:
• Ritmo: se refiere a la cadencia y velocidad con la que habla una persona y puede ir de lo muy lento a
lo muy rápido y cada cultura y cada subcultura tienen sus propios ritmos de comunicación. Por ejemplo
hay la tendencia a que los costeños hables más rápido que los bogotanos. La percatación del ritmo de
los participantes por parte del mediador y la posibilidad de acompasarse al mismo, es uno de los
elementos que facilitan la empatía y el "rapport".
• Entonación: En castellano la entonación es el único indicador que tiene quien recibe la
información para saber si le están preguntando u ordenando algo. Dado que en la mediación
la técnica privilegiada es la pregunta, es fundamental diferenciar las variadas formas de
entonación que permiten saber si el mensaje pretende afirmar, preguntar, ordenar, o indica
duda, ansiedad, afán, tristeza, etc.
• Volumen: se refiere a la potencia de la voz. Utilizamos diferentes volúmenes de voz para
significar cosas diferentes, de acuerdo también con las costumbres culturales, los sentimientos
presentes y la fuerza que se le quiera imprimir al mensaje.
• Vocales: son todos aquellos sonidos, que emitidos por las cuerdas vocales, no constituyen
palabras. Muchas veces no estamos especialmente atentos a ellos y perdemos mucha
información. Una "escucha activa" no puede ignorarlos. Los más comunes son: llanto, suspiros
y ruidos como toses, carraspeos, humms, etc.
• Gestos: son las expresiones o movimientos que realizamos en la cara y pueden percibirse a
nivel de:
a. Ojos: donde puede apreciarse el brillo y la dilatación de las pupilas; la dirección de la
mirada y los movimientos de los párpados (guiños, pestañeos, etc.).
b. Cejas: los movimientos de las cejas son muy expresivos. Levantar las cejas puede ser
comprendida como sorpresa, el fruncimiento del entrecejo es interpretado como
tensión, falta de comprensión o sorpresa.
c. Boca: ésta y la zona que la rodea es la parte más expresiva de la cara. Comenzamos a
gesticular con la boca antes de reírnos y de llorar. Son característicos los llamados
"pucheros" de los bebés que nos anuncian su llanto, en situaciones de miedo nos
castañean los dientes, el morderse el labio inferior muchas veces nos indica
desconocimiento y las muecas de disgusto son realizadas con una elevación de la
comisura de los labios. También son éstos los que primero nos indican que alguien
quiere participar hablando en una conversación. Como en todos los componentes
analógicos debemos observar la secuencia en la que se dan para entenderlos como
respuesta a algo que está sucediendo o como disparador de algo que sucederá.
• Posturas: Son las distintas posiciones que toma el cuerpo. En la mediación es importante
registrar las posturas que tienen los participantes en el momento inicial del encuentro, dado
que es muy probable que estén dramatizando la relación entre ellos. Por esto es preferible
trabajar sin mesa y con sillas individuales y móviles. Las posturas permiten construir hipótesis
acerca de las relaciones y acerca de cuál es el lugar que esperan que ocupe el mediador. Si bien
las posturas pueden ser estáticas, es muy interesante atender a los cambios de las mismas,
teniendo en cuenta la secuencia: qué pasó antes y qué pasa después. La forma de sentarse los
participantes en los encuentros de mediación, nos puede dar información acerca de los
momentos oportunos para intervenir. Por ejemplo, cuando comienza el encuentro, muchas
personas no están firmemente sentadas, parecería que están más dispuestas a levantarse con
un mínimo movimiento y que aún no están en la mediación; en estos caso debemos conducir
la conversación para que se tranquilicen y se sienten cómodamente. La forma en que dos o
más personas cruzan las piernas permite que se establezca un territorio y hay posturas que
indican tensión o por el contrario que están relajados. Si los participantes están tensos es muy
difícil que puedan realizar un acuerdo en el cual se sientan protagonistas, por lo cual las
posturas y los cambios en ellas son buenos indicadores del "timming" o momento oportuno
para los diferentes iniciar del proceso.
• Movimientos: se los observa en el momento de cambios de posturas. Hay movimientos que
llevan al acercamiento entre las partes en tanto que otros demuestran alejamientos; los
movimientos de las manos revelan la intensidad emocional y si se leen con atención informan
sobre la congruencia entre lo que la persona piensa, siente y hace.
• Reacciones kinestésicas: son manifestaciones corporales como la sudoración, la resequedad,
los temblores, los movimientos oculares involuntarios, etc. y generalmente denotan cambios
emocionales.
• La distancia interpersonal: Se establecen en general tres tipos de distancia:
a. Intima: en nuestra cultura es menor a sesenta centímetros y sólo es válida para
relaciones de intimidad. Si una de las partes de la interacción viola esta distancia, es
altamente probable que la otra parte realice un movimiento para restaurarla, si no lo
hiciera puede entenderse como que acepta una relación de intimidad.
b. Social: un metro de distancia es el patrón elegido para interactuar en una conversación.
Dado que la mediación es una situación social, ésta es la distancia habitual.
c. Pública: varía de acuerdo a la cantidad de gente que esté interactuando, pero es siempre
mayor que la distancia social.
Como mediadores debemos prestar atención a los cambios de distancia entre las partes y con respecto
a nosotros a lo largo del encuentro de mediación. Normalmente en las sesiones conjuntas las distancias
de los participantes con respecto a los mediadores son mayores que las que se dan en las sesiones
individuales.
• Componentes estáticos: son aquellos que permanecen iguales a lo largo de un encuentro.
Incluyen el aspecto físico de las personas: su ropa, forma de vestir, pulcritud, etc. así como los
artefactos que usan tales como encendedores, relojes, lapiceros, etc., todos los cuales son
indicadores de la clase social a la que pertenecen o quisieran pertenecer, de los valores y del
estilo de las personas.
Tipos de escucha
Podemos distinguir varios tipos de escucha: valorativa, interpretativa, exploratoria o investigadora,
consoladora, de identificación, empática. Sólo esta última nos permitirá ejercer una buena mediación.
• Escucha Valorativa: La actitud valorativa suele aportar respuestas en las que se hace referencia
a los valores, al deber, Generalmente, cuando se tiene una actitud valorativa, se responde
dando consejos, incluso órdenes, se amonesta, se culpabiliza, se recuerda al otro lo que
moralmente está obligado a hacer. El inconveniente de este tipo de respuesta es que impone
los valores y criterios de quien responde y no tiene en cuenta a la persona que habla. Son
respuestas que crean dependencia y no permiten a la persona tomar sus propias decisiones.
• Escucha Interpretativa: Es aquella que trata de desvelar al otro los motivos inconscientes o
semi-inconscientes de su conducta. La respuesta interpretativa, en el mejor de los casos, puede
aclarar algo de lo que pasa, pero es una aclaración teórica, no sentida, y en muchos casos no
pedida por la persona interlocutora. Es una especie de disección que deja al descubierto los
motivos de la conducta sin el consentimiento de la persona interesada, una violación de la
intimidad. Además la interpretación es muy discutible porque la hace alguien desde fuera, en
base a su propia experiencia, a sus propios criterios, no desde la vivencia de la persona a la que
se está escuchando.
• Escucha Exploratoria o investigadora: La actitud exploratoria la adoptamos cuando
necesitamos más datos para hacernos una idea precisa de lo que le pasa a la otra persona. Esta
es una actitud neutra, si no forzamos ni acosamos a preguntas. Pero puede llegar a ser percibida
como una invasión de la propia intimidad si es excesiva, “curiosa”, tanto por el número de
preguntas como por la privacidad de las mismas.
• Escucha Consoladora: La actitud consoladora produce respuestas tranquilizadoras, que tratan
de reducir la angustia o el sufrimiento de la otra persona, generalmente quitándole importancia
al asunto. De hecho no entra en el problema ni lo afronta. Simplemente consuela. En el caso
de la acción mediadora, la escucha consoladora nunca llevará a que la persona a la que estamos
escuchando a encontrar una solución para su conflicto.
• Escucha de Identificación: Cuando nos identificamos con otra persona no le ofrecemos
soluciones, simplemente “la acompañamos en el sentimiento”. De todas maneras es una
presencia cálida, cercana y de momento alivia la situación. Pero no entra en la problemática
de fondo.
• Escucha Empática: La actitud empática trata de captar los sentimientos que hay detrás de las
palabras sin interpretar. No valora ni juzga. No aconseja ni consuela. No produce una
disminución de la angustia en el momento, pero da la oportunidad a la otra persona de ponerse
en las mejores condiciones de analizar su situación y de tomar postura. La escucha empática
favorece que la persona opte por la solución más adecuada, libre y responsablemente. Esta es
la forma esencial de escucha para ejercer la mediación, por eso nos pararemos en ella en el
siguiente apartado.
La empatía
La persona mediadora ha de ser empática. La empatía es la capacidad de entrar, afectiva y
emotivamente, en la realidad de otra persona, entender sus necesidades y expectativas, comprender su
situación tal como la vive. Ser agente mediador/a es saber ponerse en el lugar de la otra persona. Ser
capaz de meterse en “su pellejo”, captar sus sentimientos, sintonizar con ella y confiar en su capacidad
de salir adelante por sus propios medios. Ser empática significa respetar la libertad de la persona, no
juzgarla, aceptarla como es y cómo quiere llegar a ser y acompañarla en su proceso, pero sin decidir
por ella.
Para adquirir una actitud empática y estar en condiciones de ponerse en el lugar del otro nos ayuda:
• La autenticidad, es decir, ser sinceras con nosotras mismas, ser coherentes, ser congruentes.
Conocer nuestros sentimientos y pensamientos y hablar y actuar en consecuencia, sin
fingimientos, haciendo un papel que no es el nuestro o interpretando unas experiencias de vida
que no conocemos… por ejemplo, si yo nunca he venido de otro país agarrada debajo de un
camión, ante alguien que me está contando esa experiencia no le puedo decir, “sí, ya entiendo
lo que viviste”, con esta afirmación es casi seguro que la otra persona parará de contarnos lo
que quería o pensará que no la estamos entendiendo en absoluto… la intervención que hará
una persona empática no será apropiarse de la experiencia de la otra persona, sino que
intervendrá de manera que ayude a la persona a abrir el cauce para expresar lo que tal
experiencia supuso en su vida, y le permita seguir narrando libremente… Si simplemente
reconozco ante ella que “yo nunca viví esa experiencia”, le estaré dando un protagonismo en
su historia que le ayudará a llegar a expresar sus emociones y probablemente acabará
realzándose su autoestima.
• La aceptación incondicional de la otra persona. Aceptarla como es, aquí y ahora, no más
adelante, cuando cambie, cuando sea más razonable, cuando se le pase… Y aceptarla en su
totalidad: su aspecto, sus gestos, su forma de hablar, su manera de enfocar la vida, su
inteligencia, sus rarezas, sus actitudes, su conducta… Y cuando la persona se siente aceptada
así, se expresará libremente, con confianza y ella misma sabrá proyectarse más allá de lo que
es o ha alcanzado o vivido hasta ahora. Cuando aceptamos a una persona tal como es en este
momento le estamos transmitiendo la posibilidad de proceso y de cambio. “Hasta ahora fue
así… pero puedo ser mucho más, puedo conseguir mucho más, puedo alcanzar más…”
• Esfuerzo por captar el mundo interior de la otra persona, sus sentimientos, sus posibilidades
y sus limitaciones. Ver más allá del presente, trascender a la persona más allá de si misma,
como infinita capacidad aún no descubierta, como infinita posibilidad de sí misma, como
misterio. Ya que cada persona es más y puede alcanzar más que lo que sabe, espera o cree de
sí misma. Si dentro de la comunicación mediadora, la persona agente es auténtica, acepta a la
otra persona tal como es y se esfuerza por captar el mundo interior que la persona tiene,
entonces se estará produciendo una escucha empática, generadora de libertad, de dignidad y
capacitadora para que la persona encuentre soluciones creativas.
La asertividad y la autoestima
La asertividad es una característica de la personalidad promotora de autoestima, y contribuye al
desarrollo de relaciones interpersonales facilitadoras de crecimiento personal y satisfacción emocional
en la persona.
La asertividad implica la capacidad de expresar de manera libre y espontánea, sin temores infundados
ni ansiedades innecesarias, nuestros pensamientos y sentimientos y actuar de manera consecuente con
estos, pero con el debido respeto por los sentimientos y pensamientos de las demás personas. Ser
asertivo se resume en la capacidad de defender nuestros derechos y mantener el debido respeto por los
derechos ajenos.
La autoestima es el pilar fundamental de la asertividad. Es la valoración que tenemos de nuestra
persona, el valor que nos asignamos; el cómo nos aceptamos, la satisfacción personal que tenemos de
ser como somos, de lo que hacemos, pensamos y sentimos. El respeto que tengamos por nuestra propia
persona, influirá sobre el que tengamos también por las demás. Nuestra asertividad es la medida de
nuestra autoestima. Con una autoestima adecuada nos valoraremos y respetaremos positivamente,
pero si nuestra autoestima es baja tendremos dificultades para expresarnos asertivamente y nos
comportaremos de manera agresiva o pasiva, y seremos duras, demasiado exigentes y con poca
capacidad para la oportunidad de cambio, o por el contrario seremos personas laxas, acomodaticias y
poco comprometidas tanto consigo mismas como para las demás personas.
La autoestima nos capacita para ser personas asertivas y nos da la fortaleza psicológica necesaria para
arriesgarse y luchar, de manera legítima, por alcanzar objetivos y enfrentar obstáculos que se oponen
a ello. Siendo asertivas y con buena autoestima estaremos capacitadas para reconocer los logros, para
expresar adecuadamente nuestros pensamientos y sentimientos, y seremos por tanto personas humildes
que saben que toda relación con las demás personas es un intercambio. La falta de autoestima sin
embargo nos hace sentirnos inseguras, por tanto podemos manifestarnos frente a las demás personas
de manera dependiente o competitiva, viendo a las personas como rivales ante las que someterse o a
las que someter. Y en esa situación nunca se puede dar una comunicación mediadora.
Para alcanzar una adecuada autoestima es necesario trabajar el sentimiento de identidad personal, el
sentido de pertenencia y el sentimiento de autoeficacia. Estimular el sentimiento de identidad personal
implica profundizar en el conocimiento de sí mismo, conocer más acerca de la persona que somos,
aceptarnos como seres únicos e irrepetibles que somos y aprender a reconocer y valorar positivamente
nuestras cualidades personales positivas, y también a trabajar en el la superación de nuestros puntos
débiles. Nuestro sentido de seguridad se refuerza cuando nos sentimos pertenecientes a determinado
grupo: familia, trabajo, etc. Esta identidad con el grupo se construye y refuerza a partir del sentimiento
de ser queridos y estimados por éste, de ser importantes para sus integrantes, el sentido de pertenencia
eleva nuestra autoestima.
El sentirnos capaces de emprender exitosamente determinadas actividades, de alcanzar determinados
logros, o de desempeñarnos de manera eficaz ante determinadas situaciones o circunstancias, refuerza
nuestra autoestima y nuestra asertividad. Pensamientos positivos y visión optimista de nuestras
posibilidades de afrontamiento, estimulan nuestro sentimiento de eficacia.
La persona asertiva prescinde de tendencias aprendidas, tales como: la búsqueda desmedida de
aprobación y apoyo por parte de las demás, la preocupación excesiva de las opiniones ajenas sin
importar de dónde provienen y la tendencia a la justificación innecesaria o a ponerse muy
frecuentemente a la defensiva.
Para incrementar y perfeccionar nuestro comportamiento asertivo, tenemos que identificar lo que
queremos y expresar lo que sentimos y necesitamos, luchar por alcanzar nuestros objetivos sin temor a
equivocarnos, y en caso de que eso suceda, estar dispuestas a aprender de nuestros errores, vivir con
responsabilidad y, sobre todo, aceptarse a sí mismo/a.
Sí somos asertivos y mostramos autoestima, estaremos en buenas condiciones para ser personas
mediadoras con las personas que lo requieran ya que nos permitirá comunicarnos con las personas con
seguridad personal y potenciar lo mismo en las otras personas.
La resiliencia
La resiliencia es una actitud indispensable en la persona mediadora ya que es la que nos permitirá
abordar las circunstancias y vivencias de las personas con las que vamos a mediar, de manera positiva,
creativa y constructiva.
La resiliencia es una actitud que se adquiere a través del adiestramiento de la mirada, para mirar la
realidad trascendiendo el determinismo y haciéndonos capaces de cambiarla en libertad. De nuestra
capacidad de resiliencia dependerá el que sepamos dar a cada persona la oportunidad de construir su
propio futuro.
Muchas veces las personas tenemos vivencias personales del pasado, que son duras, traumáticas,
agresivas, que desde una mirada determinista condicionan negativamente el presente y el futuro. En
palabras de Tim Guénard “la resiliencia es un canto a la libertad, un no rotundo a todo tipo de
determinismo”. El ser humano no se encuentra encadenado a un destino, sino que está en constante
devenir y tiene infinitas posibilidades de ser. Todo depende de su decisión. La resiliencia es contraria
a “la profecía autocumplida”, por la que se cerrará la posibilidad de cambio o se condenará a unas
consecuencias determinadas a la persona que, por alguna vivencia del pasado, se encuentre
estigmatizada por el trauma, el maltrato o la irrupción violenta contra su dignidad.
Si lo expresamos de forma sencilla podemos decir que la resiliencia es la capacidad de recuperación,
de forma constructiva y positiva, de cualquier “golpe” que haya dañado nuestra persona. Es la actitud
que poseen las personas que, cuando se les cierra una puerta son capaces de abrir una ventana.
La resiliencia es un proceso. Se crece en resiliencia cuanto más nos entrenamos a ella. En la actualidad
dos corrientes conviven definiendo el pensamiento de las personas: el paradigma de la modernidad y
el paradigma de la postmodernidad. Sin embargo sigue habiendo todavía demasiadas personas
imbuidas de modernismo, corriente influida por el pensamiento dualista de Platón, tan lejano y al
mismo tiempo tan arraigado en la cultura modernista. El pensamiento dualista hace que concibamos
la realidad con dos formas o dos caras de la moneda: lo bueno-lo malo, lo bonito-lo feo, lo blanco-lo
negro, lo espiritual-lo material, el hombre-la mujer. Este pensamiento dualista o bimórfico de Platón
tiene además otra característica que agudiza por encima las diferencias y que como consecuencia
condena la realidad al determinismo. El pensamiento heredado de Platón y de la filosofía hegemónica
define la realidad como una dualidad bimórfica y además jerarquizada, esto quiere decir que una parte
siempre es positiva y superior a su contrario. Esta manera de concebir la realidad hace que etiquetemos
a las personas y sus vivencias entre buenas y malas y que determinemos los frutos y consecuencias de
tales vivencias. Pero, el ser humano no es blanco o negro, la realidad tiene muchos colores, las vivencias
tienen muchos y muy variados frutos según lo establezca cada persona desde su propia libertad de
decidir. Desde esta perspectiva afirmo con Anna Forés y Jordi Grané en su libro La resiliencia: Crecer
desde la adversidad, que “sólo los mitos confeccionan relatos deterministas. En el mundo real, cada
encuentro constituye un cruce, una bifurcación posible, un proyecto por hacer y construir, un grito de
esperanza… que propone contemplar la vida como un proceso multifacético”.
El paradigma postmoderno nos contextualiza en la realidad multicolor, en la que nada se puede
absolutizar ni cerrar en conclusiones determinadas. Todo es relativo y abierto a la creatividad personal.
Dentro de estas categorías se encuentra la resiliencia que es una “metáfora generativa que construye
futuros posibles”.
Para la persona agente de mediación, la resiliencia es una actitud esencial en cuanto se refiere al
adiestramiento de la mirada para distinguir las diferentes posibilidades que plantea la realidad definidas
en positivo. La resiliencia nos hace tener una mirada apreciativa hacia las personas, que nos hace
distinguir las oportunidades que encierra cada realidad. Desde esta actitud la intervención con las
personas será generadora de oportunidades. La actitud resiliente hace que nuestra intervención vaya
siempre orientada a buscar los “rastros de vida” que hay escondidos en las personas etiquetadas
socialmente con marcas de muerte o de mal.
Tomemos como ejemplo una persona que en su infancia ha sido maltratada o tratada violentamente.
En muchas ocasionas surge que esta persona en su adolescencia o juventud tiene manifestaciones de
agresividad y violencia que le conducen a conflictos continuados. Desde la intervención determinista
que tienen muchas personas profesionales, se concluirá que el pasado condiciona la actitud presente de
ese joven o de esa joven y se trabajará por intentar corregir esa conducta agresiva. La intervención
desde la actitud resiliente será sin embargo diferente: la persona agente de mediación, interviniendo
desde la resiliencia, ayudará a la persona joven a proyectar su agresividad hacia el futuro como una
actitud positiva, porque la agresividad bien enfocada es la que nos ayuda a superarnos, a luchar ante la
vida, a alcanzar metas, a ir hacia delante. Las personas necesitamos poseer una cierta agresividad bien
orientada para arriesgarnos y construir el propio futuro. A la persona pasiva se le hace más difícil
avanzar.
La resiliencia no obstante es una actitud que no se puede trabajar con las personas, si estas no tienen
una serie de bases alcanzadas. No podemos construir en resiliencia si previamente la persona no tiene
sus necesidades básicas cubiertas, tales como comida, un sitio para dormir, salud, protección. Las
personas, para adquirir una actitud resiliente, también tienen que tener el sentimiento de pertenencia
cubierto: una familia, un grupo, red social y afectiva, ya que sin esto, la persona se siente huérfana,
desarraigada, aislada. Sin esta base primera, la persona será incapaz de diseñar y realizar su propio
proyecto de vida, necesario para enfocar y construir la propia vida con resiliencia.
En resumen:
La persona, agente de mediación, procurará tener estas características:
• Persona integrada y estable.
• Con autoestima, seguridad y confianza en sí misma.
• Con capacidad óptima de comunicación y de escucha activa.
• Empática.
• Asertiva.
• Capaz de generar estas mismas cualidades en las personas que trata.
• Resiliente y con capacidad de generar resiliencia.
• Conocedora del manejo de técnicas profesionales de mediación.
Referencias bibliográficas:
Forés, A. y Grané, J. (2007). La resiliencia. Crecer desde la adversidad. Barcelona: Ed. Plataforma
Editorial.
Selva, Ch. (1988). La PNL aplicada a la negociación. Barcelona: Ed. Granica.
Watzlawick, Paul et al. (1967) Pragmatics of Human Comunication. W.W:Norton & Company. (Trad.
cast. : Teoría de la comunicación humana. Barcelona: Herder Novena Edición, 1993).