STC Primer Estado de Alarma
STC Primer Estado de Alarma
STC Primer Estado de Alarma
TRIBUNAL CONSTITUCIONAL
13032 Pleno. Sentencia 148/2021, de 14 de julio de 2021. Recurso de
inconstitucionalidad 2054-2020. Interpuesto por más de cincuenta diputados
del Grupo Parlamentario Vox del Congreso de los Diputados en relación con
diversos preceptos del Real Decreto 463/2020, de 14 de marzo, por el que se
declaró el estado de alarma para la gestión de la situación de crisis sanitaria
ocasionada por el COVID-19; el Real Decreto 465/2020, de 17 de marzo, por
el que se modificó el anterior; los Reales Decretos 476/2020, de 27 de marzo,
487/2020, de 10 de abril, y 492/2020, de 24 de abril, por los que se prorrogó
el estado de alarma declarado por el Real Decreto 463/2020, y la Orden
SND/298/2020, de 29 de marzo, por la que se establecieron medidas
excepcionales en relación con los velatorios y ceremonias fúnebres para
limitar la propagación y el contagio por el COVID-19. Estado de alarma:
nulidad parcial de los preceptos que restringen la libertad de circulación y
habilitan al ministro de Sanidad para variar las medidas de contención en
establecimientos y actividades económicas; inadmisión del recurso en
relación con la orden ministerial. Votos particulares.
ECLI:ES:TC:2021:148
El Pleno del Tribunal Constitucional, compuesto por el magistrado don Juan José
González Rivas, presidente; la magistrada doña Encarnación Roca Trías; los
magistrados don Andrés Ollero Tassara, don Santiago Martínez-Vares García, don Juan
Antonio Xiol Ríos, don Pedro José González-Trevijano Sánchez, don Antonio Narváez
Rodríguez, don Alfredo Montoya Melgar, don Ricardo Enríquez Sancho, don Cándido
Conde-Pumpido Tourón y la magistrada doña María Luisa Balaguer Callejón, ha
pronunciado
la siguiente
SENTENCIA
Trevijano Sánchez.
I. Antecedentes
A) Se señala, con cita de la STC 83/2016, de 28 de abril, FFJJ 9 y 10, que tanto el
Real Decreto por el que se declara el estado de alarma como las sucesivas prórrogas
autorizadas por el Congreso se configuran como disposiciones con rango o valor de ley,
por lo que son impugnables a través del recurso de inconstitucionalidad, recurso que
también procede contra la Orden SND/298/2020, en cuanto la misma supone una
modificación de los reales decretos de declaración y prórroga del estado de alarma.
Aunque el artículo 83 de la Ley Orgánica del Tribunal Constitucional (LOTC) parece
admitir únicamente la acumulación sucesiva de recursos, el tribunal ha aceptado la
acumulación inicial, siempre que exista una conexión que justifique la unidad de
tramitación y decisión (STC 50/1980, de 15 de octubre, FJ 1), conexión de la que no
cabe dudar respecto de los reales decretos impugnados y tampoco en lo que se refiere a
la Orden SND/298/2020, que viene a introducir una modificación en el estado de alarma,
con más intensas restricciones de la libertad religiosa y de culto.
Señalan los diputados recurrentes que son conscientes de la grave situación creada
por la pandemia causada por el virus SARS-CoV-2 y de la necesidad de adoptar
medidas que contribuyan a preservar la salud y seguridad de los ciudadanos, pero solo
cabe hacer frente a la excepcionalidad de la situación dentro de los mecanismos
constitucionales y no al margen de ellos, pues aceptar que la gravedad de la crisis
permita una derogación in toto, siquiera transitoria, de la Constitución supondría una
inaceptable degradación democrática.
La declaración de los estados del artículo 116 CE y de la Ley Orgánica 4/1981, de 1
de junio, esto es, de los estados de alarma, excepción y sitio, requiere la concurrencia de
los presupuestos previstos en el bloque de constitucionalidad y solo permite la adopción
de aquellas medidas que sean «estrictamente indispensables para asegurar el
restablecimiento de la normalidad» (art. 1.2). No se discute, en el caso que nos ocupa, la
concurrencia del presupuesto que permite la declaración del estado de alarma [art. 4 b)],
pero las medidas de protección deben adoptarse dentro de la Constitución y del bloque
de constitucionalidad, siendo de recordar que los poderes públicos no solo tienen un
deber general de abstenerse de cualquier actuación que vulnere la Constitución, sino
que además tienen un deber positivo de realizar sus funciones de acuerdo con la misma
(STC 101/1983, de 18 de noviembre, FJ 3), de tal modo que el carácter normativo del
texto constitucional imposibilita el mantenimiento de situaciones jurídicas incompatibles
con los mandatos y principios constitucionales (STC 76/1988, de 26 de abril). Sin
embargo, el Gobierno, a través de los reales decretos impugnados, ha excedido aquellas
medidas, infringiendo la Constitución (arts. 55 y 116) y la Ley Orgánica 4/1981 y
vulnerando los derechos fundamentales que a continuación se detallan.
B) En primer término, consideran los recurrentes que el artículo 7 del Real
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y 25 CE.
El estado de alarma no permite la suspensión de los derechos constitucionales del
título I CE (art. 55.1 CE, a contrario, y STC 83/2016, FJ 8), recordándose que conforme
al artículo 4.2 del Código civil «las leyes penales, las excepcionales y las de ámbito
temporal no se aplicarán a supuestos ni en momentos distintos de los comprendidos
expresamente en ellas», lo que veda cualquier pretensión o tentación de interpretar la
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orden público. Frente a ello, lo que opera el artículo 7 es una verdadera derogación,
durante la vigencia del estado de alarma, de la libertad de circulación en todo el territorio
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decretos impugnados de los artículos 116 y 55.1 CE, en relación con el derecho
fundamental a la libertad de circulación.
Se afirma asimismo la vulneración del derecho fundamental a la libertad de
residencia, también reconocida en el art. 19 CE, que protege la conducta del individuo
consistente en elegir libremente su residencia en territorio español, entendido como
derecho subjetivo y personal a determinar libremente el lugar o lugares donde se desea
residir transitoria o permanentemente (STC 72/2005, de 4 de abril, FJ 4, y ATC 227/1983,
de 25 de mayo, FJ 2). Constituye presupuesto objetivo de esta libertad fundamental el
derecho a la libertad de circulación, de modo que, derogada esta última, simplemente
desaparece la libertad de elección de residencia, tal y como la ha configurado el Tribunal
Constitucional. Se recuerda que, ni siquiera en los estados de excepción y de sitio, la
Ley Orgánica 4/1981 permite la suspensión de este derecho, por lo que resulta imposible
en un estado de alarma como el decretado. En virtud de la positive Bindung, los poderes
públicos solo pueden restringir las libertades en la medida en que la ley lo autorice y en
los estados excepcionales del artículo 116 CE únicamente son admisibles las
restricciones expresamente autorizadas por la Ley Orgánica 4/1981.
b) A juicio de los recurrentes, el artículo 7 infringe asimismo los artículos 17.1 y 25
CE, pues el confinamiento en todo el territorio nacional de la totalidad de la ciudadanía,
que debe permanecer en su domicilio actual salvo razones de fuerza mayor o necesidad,
constituye, por su rigidez e intensidad, una verdadera privación de libertad. Se recuerda
que el arresto domiciliario que preveía el Código penal de 1973 pasó a denominarse
pena de «localización permanente» en el Código vigente, a través de la reforma operada
por la Ley Orgánica 15/2003, de 25 de noviembre, pena privativa de libertad de carácter
leve cuyo «cumplimiento obliga al penado a permanecer en su domicilio o el lugar
determinado fijado por el juez en la sentencia» [arts. 35, 33.4 h) y 37.1 del Código penal].
El Tribunal Constitucional ha señalado que esta pena afecta al bien jurídico de la libertad
personal (STC 155/2009, de 25 de junio, FJ 7). Se citan también, en relación con la
sanción disciplinaria de arresto domiciliario que se preveía para la Guardia Civil y las
Fuerzas Armadas, las SSTC 31/1985, de 5 de marzo, FJ 3; 61/1995, de 19 de marzo,
FJ 4; 14/1999, de 22 de febrero, FJ 9, y 73/2010, de 18 de octubre, FJ 4.
El confinamiento domiciliario impuesto por los Reales Decretos impugnados se
asemeja a la sanción del arresto domiciliario de la disciplina militar y a la pena privativa
de libertad con localización permanente, en cuanto supone una prohibición general de
abandonar el domicilio, habiendo perdido la ciudadanía la capacidad de situarse
espacialmente donde desee y viéndose obligada a permanecer en un lugar determinado.
Resulta incluso más intenso que la propia localización permanente, pues impide a la
ciudadanía disponer libremente de su tiempo recibiendo visitas que sí puede recibir el
ejecutoriado a la pena de localización permanente. Adicionalmente, y siguiendo al
Tribunal Constitucional, entre la libertad y la detención no existen zonas intermedias, y el
confinamiento domiciliario no pierde su carácter de privación de libertad porque se
autorice a las personas a acudir a su trabajo habitual.
Alega la demanda que el régimen de intervención policial instaurado para garantizar
el cumplimiento de la pena de confinamiento domiciliario impuesta a toda la ciudadanía,
y el régimen sancionador previsto por las disposiciones impugnadas comportan una
verdadera privación de libertad (en el sentido de la STC 73/2010) claramente
vulneradora del derecho fundamental del artículo 17 CE y del artículo 25 CE, pues
suponen la obligación de permanecer en el domicilio sin poder abandonarlo, por lo que la
ciudadanía pierde su capacidad de situarse espacialmente donde desee, implicando una
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es evidente que esa privación de libertad se hace con infracción de las garantías
procesales y sustantivas establecidas en los artículos 17.1 y 25 CE y, además, se
impone por la «administración civil», en contradicción con el artículo 25.1 CE. El estado
de alarma de ningún modo permite esta intensa privación de libertades tan esenciales
como las recogidas en los artículos 17 y 25 CE y en sus equivalentes de los artículos 5
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y 7 del Convenio europeo de derechos humanos (se cita la sentencia del Tribunal
Europeo de Derechos Humanos, Gran Sala, de 22 de octubre de 2018, asunto S., V. y A.
c. Dinamarca).
c) El artículo 7 del Real Decreto 463/2020 supone una efectiva derogación de los
derechos fundamentales del artículo 21 en relación con los artículos 10.2 y 17 CE.
Por lo que se refiere a los derechos de reunión y manifestación, tras citar la
STC 42/2000, de 14 de febrero, FJ 2, el artículo 21 CE y los artículos 1.2, 2, 3.1, 8 y 10
de la Ley Orgánica 9/1983, de 15 de julio, afirman los recurrentes que la suspensión de
este derecho fundamental solo está constitucionalmente contemplada en los estados de
excepción y de sitio, en los términos del artículo 22 de la Ley Orgánica 4/1981, siendo
así que el artículo 7 del Real Decreto 463/2020 comporta una suspensión de los
derechos del artículo 21 CE no permitida en el estado de alarma. La prohibición de
acceder a la vía pública supone la absoluta imposibilidad de celebrar reuniones o
manifestaciones en dicha vía; y ni siquiera en los estados de excepción y de sitio cabría
una prohibición general del ejercicio de este derecho fundamental, sino, en su caso, una
prohibición singular de determinadas reuniones o manifestaciones, previa valoración de
las circunstancias concurrentes y de su posible afectación a la situación que se trata de
afrontar mediante el estado de excepcionalidad.
Se cita el auto de 15 de abril de 2020 del Tribunal Constitucional Federal alemán (1
BvR 828/20), que estima que una prohibición general de reuniones públicas entraña una
violación del derecho de reunión, resolución que supone la manifestación de un
consenso en la comunidad jurídica internacional sobre la protección que merecen los
derechos del artículo 21 CE. Se cita, asimismo, la sentencia del Tribunal Europeo de
Derechos Humanos de 15 de octubre de 2015, caso Kudrevicius y otros c. Lituania), por
referencia a lo dispuesto en el artículo 10.2 CE. Se recuerda que en los estados de
excepción y de sitio el legislador impide expresamente que las reuniones orgánicas de
los partidos políticos, los sindicatos y las asociaciones empresariales sean prohibidas,
disueltas o sometidas a autorización previa (art. 22 de la Ley Orgánica 4/1981) y que la
falta de absoluta modulación del Real Decreto 463/2020 supone que, en el estado de
alarma decretado, hayan quedado incluso prohibidas o suspendidas tales reuniones,
instrumento fundamental de una democracia participativa (arts. 6, 7 y 23 CE).
El Real Decreto implica también la total prohibición de reuniones privadas, excluidas
del ámbito de la Ley Orgánica 9/1983 por su artículo 2 y, por tanto, del régimen de
comunicación previa. Así, las personas físicas no podrán celebrar reuniones en sus
propios domicilios (lo que sí pueden hacer incluso los condenados a la pena privativa de
libertad de localización permanente) y tampoco podrán hacerlo en locales públicos o
privados, por razones familiares o de amistad. Los partidos políticos y otras
organizaciones no podrán celebrar reuniones para sus propios fines y mediante
convocatoria previa. Tampoco los profesionales podrán reunirse con sus clientes en
lugares cerrados. Restricciones todas inadmisibles incluso en los estados de excepción y
de sitio.
Las reuniones y visitas privadas constituyen manifestaciones esenciales de la
dignidad humana y del libre desarrollo de la personalidad, fundamento del orden político
y de la paz social (art. 10.1 CE), que exceden del propio derecho de reunión y se
integran en el derecho a la libertad humana (art. 17.1 CE) en su concepción más íntima e
inviolable. Ni siquiera los condenados a una pena privativa de libertad se ven privados
del derecho a recibir visitas. En razón de ello, estiman que la totalidad de la ciudadanía
se está viendo sometida a la privación de una de las manifestaciones más irrenunciables
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dimensión que forma parte del contenido esencial del derecho a elegir una profesión u
oficio y de la libertad de empresa, entendido como derecho no solo a iniciar la actividad,
sino a sostenerla y desarrollarla de acuerdo con los propios objetivos y planificación, y en
atención a los recursos disponibles.
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sanitaria que afecta a todo el territorio nacional, impugna las medidas adoptadas sin
aportar ninguna alternativa jurídica para responder a dicha crisis, más allá de menciones
a la aplicación del estado de excepción; (ii) los recurrentes sostienen que el Real
Decreto 463/2020, y prórrogas sucesivas, han vulnerado la Constitución y el principio de
legalidad, pero sus alegaciones carecen de fundamento, sin que se aprecie un esfuerzo
mínimo para identificar el contenido de las medidas impugnadas y las razones jurídicas
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trata de una epidemia grave a la que no se puede dar respuesta por los cauces
ordinarios, por lo que el Gobierno procedió a la declaración del estado de alarma como el
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situación de emergencia; y lo que diferencia a cada uno de ellos son dos elementos: por
una parte, las causas por las que se declaran, y, por otra, los concretos derechos
fundamentales afectados por la restricción o por la suspensión en cada supuesto. El
estado de alarma no es una fase previa al de excepción, pues entre las alteraciones
graves de la normalidad que legitiman su declaración no se encuentra el supuesto de
alteración del orden público; se trata, más bien, de una situación basada en la necesidad
de proteger a la sociedad frente a una suma de riesgos, procedentes bien de hechos
naturales, bien de circunstancias sociales. Por contraste, los estados de excepción y de
sitio tienen una naturaleza eminentemente política.
El estado de alarma no permite la suspensión de derechos fundamentales pero sí su
limitación. El artículo 1.2 de la Ley Orgánica 4/1981establece que las medidas a adoptar
en los estados de alarma, excepción y sitio, así como la duración de los mismos, serán
las estrictamente indispensables para asegurar el restablecimiento de la normalidad y
que su aplicación se hará de forma proporcionada a las circunstancias. En los Reales
Decretos que han acordado las sucesivas prórrogas se han incluido modificaciones del
Real Decreto 463/2020 mediante las que se ha precisado, ampliado o rebajado el
alcance de las medidas iniciales, lo que muestra que las limitaciones a los derechos
fundamentales se han ido reduciendo y adaptando de forma proporcionada a la
evolución de la pandemia, sin que en ningún caso se hayan suspendido derechos
fundamentales. Y en todo momento se ha mantenido el control del Congreso y la tutela
judicial efectiva.
La habilitación, en el marco de la declaración del estado de alarma, para el
establecimiento de limitaciones o restricciones al ejercicio de un derecho fundamental no
priva al derecho de su carácter fundamental o de su rango constitucional; tampoco
suspende, siquiera provisionalmente, la eficacia del Estado de Derecho. Limitar un
derecho no equivale a suspenderlo, y en cada uno de los derechos fundamentales que
los demandantes consideran suspendidos, lo que se ha producido es una limitación del
mismo. Existen conflictos entre derechos fundamentales que se resuelven con la
determinación del que resulta prevalente y tanto la jurisprudencia del Tribunal
Constitucional como la del Tribunal Europeo de Derechos Humanos admiten la limitación
de los derechos cuando se respeta el principio de proporcionalidad. De una
interpretación sistemática del texto constitucional deriva la imposición de una actuación
positiva a todos los poderes públicos para garantizar el ejercicio efectivo de la protección
de la salud y del derecho fundamental a la vida (arts. 43 y 15 CE), lo que significa que,
en casos de inminente riesgo para la salud pública y la vida de las personas, todos los
poderes públicos deben, conforme a las evidencias científicas disponibles en cada
momento, adoptar todas las medidas necesarias (incluso imponiendo límites al ejercicio
de los derechos fundamentales) para salvaguardar el interés general concretado en la
defensa de la salud de las personas y el ejercicio efectivo de otros derechos
fundamentales en riesgo, como el de la vida. Sentado esto, lo que debe ser examinado
no es si los poderes públicos deben o no adoptar este tipo de medidas, sino cómo, con
qué límites y controles pueden limitar el ejercicio ordinario de algunos de los derechos
fundamentales en el seno del estado de alarma y para la defensa de la salud pública.
En el marco del estado de alarma, el Gobierno puede imponer límites o restricciones
a las libertades individuales (arts. 11 y 12.1 de la Ley Orgánica 4/1981 y STC 83/2016,
FJ 8). En concreto, el artículo 11 a) de la Ley Orgánica dispone que el decreto de
declaración del estado de alarma podrá, entre otras medidas, limitar la circulación o
permanencia de personas o vehículos en horas y lugares determinados, o condicionarla
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al cumplimiento de ciertos requisitos; en tanto que el artículo 12.1 prevé que en los
supuestos de los apartados a) y b) del artículo 4, la autoridad competente podrá adoptar
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por sí, además de las medidas previstas en los artículos anteriores, las establecidas en
las normas para la lucha contra las enfermedades infecciosas. A partir de esta premisa,
debe señalarse la diferencia cualitativa entre los conceptos de «limitación» y
«suspensión» de los derechos fundamentales, conceptos que no se distinguen por una
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ninguna parte del mundo, una medida alternativa que permita evitar la propagación de la
enfermedad, diferente al aislamiento de los ciudadanos; y así lo ha reconocido el
Tribunal Constitucional en el auto 40/2020. Se invoca el dictamen 359/2005 de la
Comisión para la Democracia a través del Derecho (Comisión de Venecia); y se observa,
por último que, a pesar de que el control de constitucionalidad es abstracto, en este caso
resulta imposible analizar la constitucionalidad de la norma sin considerar tanto los
presupuestos que han dado lugar a la adopción del estado de alarma como las concretas
medidas adoptadas.
d) La suspensión del artículo 19 CE por el art. 7 del Real Decreto 463/2020.
El artículo 7, en sus diversas redacciones, establece una limitación de la movilidad
de los ciudadanos, necesaria para evitar la propagación de la enfermedad, que limita el
ejercicio del derecho a la libertad de circulación sin suspenderlo. Cierto es que las
medidas han sido especialmente intensas, pero se han adoptado, como en el resto de
los países, con criterios científicos por la rápida e intensa capacidad de contagio, siendo
una restricción no de origen político, sino sanitario, que se subsume en el artículo 11 de
la Ley Orgánica 4/1981. Algunas de las medidas adoptadas figuran en el estado de
excepción, pero desde una perspectiva distinta, esto es, el mantenimiento del orden
público. Las medidas no han sido absolutas, sino que han permitido, desde el primer
momento, la movilidad de las personas en los casos previstos en los reales decretos
para poder atender las necesidades básicas. Por eso debe declarase inadmisible la
impugnación del precepto en su conjunto, pues también se extendería a los supuestos
en que, precisamente, no se ha puesto obstáculo alguno a la libertad de movimientos.
Procede aquí aplicar, como ha hecho el tribunal en otras ocasiones, la teoría de la
limitación de los derechos cuando entran en conflicto con otros (aquí, derecho a la vida y
a la salud, vinculados al correcto funcionamiento del sistema sanitario). El artículo 19 CE
recoge a contrario esta posibilidad de limitación, pues dispone que «este derecho no
podrá ser limitado por motivos políticos o ideológicos», de modo que no excluye la
limitación por razones de crisis sanitaria. Las medidas del artículo 7 no constituyen
suspensión del derecho, sino un condicionamiento general de la libertad ambulatoria por
los espacios de uso público, subordinado a que exista una causa esencial o justificada,
con un régimen abierto en el que se contempla expresamente como motivo la «situación
de necesidad» y «cualquier otra actividad de análoga naturaleza», siendo de comparar a
estos efectos el artículo 11 de la Ley Orgánica 4/1981 (estado de alarma) y el artículo 20
de la misma Ley Orgánica (estado de excepción), en relación con la exigencia, en este
segundo caso, de la necesidad de acreditación de las personas si cambian de un lugar a
otro, señalándoles el itinerario a seguir, así como la necesidad, en determinados casos,
de exigir la comunicación con una antelación de dos días del desplazamiento fuera de la
localidad. El argumento de los recurrentes de que este artículo 7 supone una derogación
de las libertades de circulación y residencia es improcedente, toda vez que su regulación
ha observado todas las garantías formales y materiales que rigen en materia de
derechos fundamentales, en concreto su adopción con rango legal y su condición acorde
con el contenido esencial del derecho y el principio de proporcionalidad.
El Convenio europeo de derechos humanos y libertades fundamentales prevé (art. 2
del Protocolo núm. 4) la limitación del derecho de movilidad por razones de salud
pública, lo que se señala a efectos de lo dispuesto en el artículo 10.2 CE. Las medidas
del artículo 7 están cubiertas por esta previsión del Convenio y por la jurisprudencia del
Tribunal Constitucional. El Gobierno, autoridad competente en el estado de alarma
(art. 4.1 del Real Decreto 463/2020), tras efectuar la correspondiente ponderación, ha
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Los beneficios derivados para el interés general de estas medidas son superiores a
los perjuicios que causan. Además de limitarse al tiempo estrictamente imprescindible,
las medidas no han sido generalizadas e indiscriminadas; se han referido a un específico
grupo de actividades que, por permitir la afluencia masiva de público en espacios
cerrados, presentaban un elevado riesgo de transmisión de la enfermedad. Incluso
dentro de esta tipología de actividades, el Gobierno, y luego el Congreso de los
Diputados, a través de las sucesivas prórrogas, han previsto una serie de excepciones.
Por otra parte, y en relación con este juicio de proporcionalidad stricto sensu, los
evidentes perjuicios generados por la crisis sanitaria están siendo mitigados mediante la
adopción simultánea de sucesivos decretos-leyes orientados a movilizar los recursos
nacionales para la protección frente a estos efectos adversos (Reales Decretos-
leyes 8/2020, 11/2020, 14/2020, 15/2020 y 17/2020, sin ánimo de exhaustividad).
Por lo tanto, no suscita dudas la posibilidad de acordar, en el marco del estado de
alarma, medidas de suspensión de actividades y establecimientos abiertos al público,
pues las medidas del artículo 10, además de contar con fundamento legal en el
artículo 12.1 de la Ley Orgánica 4/1981, son idóneas, necesarias y estrictamente
proporcionadas para la protección de los derechos fundamentales a la vida, a la
integridad física y a la salud de las personas. Debe por ello desestimarse este motivo de
la impugnación.
h) Vulneración por el artículo 9 del Real Decreto 463/2020 de los arts. 55.1 y 116
CE y la Ley Orgánica 4/1981, en relación con el derecho fundamental a la educación
(art. 27 CE).
Afirma el abogado del Estado que no se ha producido la suspensión de este derecho
fundamental, pues se ha suspendido la actividad educativa presencial, pero no la
actividad educativa que se ha seguido desarrollando a distancia y on line, como afirma el
precepto impugnado; y la suspensión de la educación presencial se justifica, como en los
casos anteriores, por la pandemia, dado que los centros educativos constituyen espacios
de riesgo por la concurrencia masiva y habitual de personas. El razonamiento del
recurso no puede acogerse, en cuanto equipara la suspensión de la actividad docente
presencial con la suspensión del derecho a la educación y deduce, a partir de la
jurisprudencia constitucional y del desarrollo legislativo del artículo 27 CE, la
caracterización del derecho a la educación como un derecho cuyo ejercicio tan solo es
posible en la modalidad presencial.
En cuanto a lo primero, ya se ha dicho que la suspensión de los derechos
fundamentales no resulta de su limitación, por muy intensa que sea, sino de una
declaración formal sustitutiva de su contenido esencial por un parámetro
específicamente aplicable durante la vigencia de la suspensión. A falta de dicha
declaración, el criterio para dilucidar si la medida limitativa del artículo 9 es o no
conforme a la Constitución es el respeto al contenido esencial y al principio de
proporcionalidad. Se considera en este punto que: (i) la suspensión de la actividad
docente presencial es medida idónea para la consecución del fin perseguido, pues a
partir de su adopción se ha evitado la propagación del virus en los ámbitos escolar, de
formación profesional y universitario entre estudiantes, docentes y demás profesionales
del sector; (ii) es una medida necesaria para alcanzar aquel objetivo, pues otra menos
restrictiva no habría garantizado suficientemente la protección de la salud pública, dada
la alta transmisibilidad del virus; y (iii) es una medida de la que resulta un perjuicio
menos grave que la alternativa de la desprotección o de protección insuficiente de la
salud pública. El mantenimiento de la suspensión durante la vigencia del estado de
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que competa al Tribunal, según tiene señalado, un examen del mayor o menor acierto de
las medidas desde la perspectiva de su oportunidad; y la mayor o menor efectividad de
la citada Orden es irrelevante desde la perspectiva del análisis de validez del artículo 9.
Este motivo debe también ser desestimado.
i) Vulneración por el artículo 11 de la libertad religiosa del art. 16 CE.
La demanda vincula la vulneración de la libertad religiosa con las limitaciones
introducidas por la Orden SND/298/2020, por la que se establecen medidas
excepcionales en relación con los velatorios y ceremonias fúnebres, pero, como se ha
afirmado, la impugnación de tal Orden es inadmisible en un recurso de
inconstitucionalidad y hace decaer la fundamentación consecuente a ese motivo de
impugnación, que por ello debería determinar también su inadmisibilidad.
En todo caso, es evidente que este precepto no suspende ni vulnera la libertad
religiosa. La asistencia a lugares de culto, velatorios y entierros, no tiene su causa en la
voluntad del Gobierno de prohibir la manifestación externa de la libertad religiosa. Una
simple lectura del precepto lleva a constatar que la limitación del derecho a la libertad
religiosa en su dimensión colectiva es mínima, pues no se prohíbe en modo alguno la
celebración de ritos religiosos, tan solo se impone la adopción de medidas de contención
de la propagación del virus durante los mismos, condicionamiento perfectamente
compatible con la Constitución, pues responde a un fin legítimo, representa la menor
injerencia posible en el derecho fundamental y supone una limitación de la libertad
religiosa menos gravosa que el perjuicio que resultaría de su no adopción.
En último término, debe tenerse presente que la Ley Orgánica 7/1980, de libertad
religiosa, establece en su artículo 3.1, como límite, la protección del derecho de los
demás al ejercicio de sus libertades públicas y derechos fundamentales, así como la
salvaguardia de la seguridad, de la salud y de la moralidad pública, elementos
constitutivos del orden público protegido por la ley en el ámbito de una sociedad
democrática. Es más, si se compara con otras medidas adoptadas, en las que se decreta
la limitación de la actividad, en este caso el Gobierno prevé el mantenimiento de la
asistencia a lugares de culto y la asistencia a velatorios y entierros, siempre y cuando se
adopten determinadas garantías, por lo que nada tiene que ver esta medida con la
suspensión de la libertad religiosa. Es notorio el cierre en todo el mundo, de ceremonias
y lugares de culto, aceptado por las diversas iglesias y confesiones, como ha sucedido
en España. La sustitución de celebraciones religiosas presenciales, por medios
telemáticos ha sido una decisión adoptada por todas las confesiones religiosas.
Se concluye con la súplica de que se dicte sentencia por la que se inadmita
parcialmente y se desestime íntegramente el recurso, en los términos expuestos.
1. bis. […]
2. Los menores de 14 años podrán acompañar a un adulto responsable de su
cuidado cuando este realice alguna o algunas de las actividades previstas en el apartado
anterior.
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«Artículo 11. Medidas de contención en relación con los lugares de culto y con las
ceremonias civiles y religiosas.
(i) «[L]a decisión gubernamental por la que se declara el estado de alarma […]
viene […] a integrar en cada caso, sumándose a la Constitución y a la Ley
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determinadas normas, entre las que pueden resultar afectadas leyes, normas o
disposiciones con rango de ley, cuya aplicación puede suspender o desplazar».
(ii) En correspondencia con ello, «aunque formalizada mediante decreto del
Consejo de Ministros, la decisión de declarar el estado de alarma, dado su contenido
normativo y efectos jurídicos, debe entenderse que queda configurada en nuestro
ordenamiento como una decisión o disposición con rango o valor de ley» y «revestida de
un valor normativo equiparable, por su contenido y efectos, al de las leyes y normas
asimilables cuya aplicación puede excepcionar, suspender o modificar durante el estado
de alarma».
(iii) «[P]or idénticas razones, no puede ser distinta la conclusión en relación con el
rango o valor del decreto por el que se prorroga el estado de alarma»; hipótesis en la
que, además, el decreto gubernamental constituye una formalización ad extra de la
previa autorización del Congreso de los Diputados. Acto parlamentario al que
corresponde fijar el alcance, condiciones y términos de la prórroga y que a su vez
ostenta (ATC 7/2012, FJ 4) la condición de decisión con rango o valor de ley. De suerte
que los reales decretos de declaración y prórroga de un estado de alarma «solo cabe
impugnarlos, de acuerdo con el modelo de jurisdicción de nuestro ordenamiento jurídico,
ante este Tribunal Constitucional a través de los procesos constitucionales […] que
tienen por objeto el control de constitucionalidad de las leyes, disposiciones y actos con
fuerza o valor de ley».
que tales impugnaciones carecen de sentido y que los recurrentes habrían incumplido la
carga de fundamentar debidamente su impugnación. El Tribunal comparte esta
apreciación, y considera que no procede un pronunciamiento específico sobre aquellos
apartados que regulan supuestos o actividades excluidos de las restricciones, sobre los
que la demanda no efectúa argumentación específica alguna, por lo que han de quedar
excluidos de nuestro enjuiciamiento. Lo anterior ha de entenderse sin perjuicio de que
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derechos, dado que esta medida puede solo adoptarse cuando se declarare el estado de
excepción o el de sitio, de conformidad con lo previsto en el artículo 55.1 CE; y de ahí
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que se cite este como primero de los preceptos constitucionales infringidos. Este
planteamiento general del recurso hace inexcusable, por tanto, una consideración inicial
sobre estos extremos, y también sobre las pautas o criterios del control que ha de aplicar
el tribunal en esta controversia.
El estado de alarma, como los de excepción y sitio, es la reacción que la Constitución
ha previsto para hacer frente a determinadas «situaciones extremas» (STC 33/1981,
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la interdicción de arbitrariedad (art. 9.3 CE). Esta es, no obstante, una limitación difícil de
concebir en nuestro Estado constitucional, que concede al Gobierno y al Congreso de los
cve: BOE-A-2021-13032
Diputados un margen amplio (pero no ilimitado) de libre apreciación política para declarar
y mantener un estado de alarma; apreciación que, además, no se cuestiona en este
procedimiento.
(2) Un segundo límite legal permite acotar las medidas abstractas que pueden
incorporarse a estos decretos gubernamentales que declaran o prorrogan un estado de
alarma. Estos cuentan con rango de ley, pero tendrán que atenerse al marco definido por
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(iii) Tampoco basta con que las medidas extraordinarias establecidas en un decreto
de alarma encuentren acomodo, en abstracto, en lo previsto en la LOAES. Además, es
preciso que las limitaciones exorbitantes de derechos fundamentales que así puedan
disponerse, y que no pueden suponer la suspensión de los mismos, se atemperen a las
exigencias de la proporcionalidad: en otro caso, los derechos quedarían a merced de la
apreciación de oportunidad de los órganos políticos siempre que las medidas adoptadas
fueran reconducibles a los tipos genéricos de intervención previstos, en términos no
taxativos, en la Ley Orgánica. Es la propia LOAES la que subraya esta pauta para acotar
y, en su caso, controlar las intervenciones singulares a que dé lugar la declaración de un
estado de alarma, al disponer en su artículo 1.2 que «las medidas a adoptar […] serán
en cualquier caso las estrictamente indispensables para asegurar el restablecimiento de
la normalidad», y su aplicación «se realizará de forma proporcionada a las
circunstancias».
Sobre el principio constitucional de proporcionalidad, y su proyección en el ámbito de
derechos fundamentales, existe una muy reiterada doctrina constitucional. Basta ahora
recordar que el examen jurisdiccional de dicho principio se articula en tres pasos
sucesivos. Habrá de apreciar, en primer lugar, si la medida enjuiciada aparece como
idónea para la consecución de la finalidad legítima que pretende; si resulta, además,
necesaria, por no existir otra menos incisiva en el derecho fundamental y de eficacia
pareja; y si, superados estos dos escrutinios, la afectación del derecho se muestra, en
fin, como razonable, por derivarse de ella más beneficios para el interés general que
perjuicios sobre el derecho en cada caso comprometido [por todas, SSTC 8/2015, de 22
de enero, FJ 4; 49/2018, de 10 de mayo, FJ 7 d); 64/2019, de 9 de mayo, FJ 5,
y 99/2019, de 18 de julio, FFJJ 6, 8 y 9].
Recapitulando lo expuesto, cabe pues diferenciar entre la suspensión de derechos
fundamentales (imposible en principio para el estado de alarma, pero no para los de
excepción y de sitio), y su eventual limitación extraordinaria en el de alarma. En el primer
caso, los derechos (o sus facultades concretas) a los que se refiere el artículo 55.1 CE
no oponen otra posible resistencia que la derivada del necesario respeto a lo establecido
en la ley a la que remite el artículo 116.1 CE, sin perjuicio naturalmente de que los actos
singulares de ejecución de las medidas autorizadas hayan de atenerse siempre al
principio de proporcionalidad (art. 1.2, último inciso, LOAES). Ante el estado de alarma,
por contraste, los derechos no pueden suspenderse, pero son eventualmente limitables,
incluso de modo extraordinario, a resultas de las medidas contempladas en esta Ley
Orgánica; si bien cuentan adicionalmente con la defensa que aporta el principio de
proporcionalidad. Con arreglo a este criterio habrá de examinarse, primero, si las
medidas impugnadas resultan acordes a la legalidad; después, si no implican una
suspensión de los derechos fundamentales afectados; y, por último, y siempre que
concurran las anteriores circunstancias, si se presentan como idóneas, necesarias y
proporcionadas, vistas las circunstancias que llevaron a la adopción del Real
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el Real Decreto 514/2020, de 8 de mayo, introdujo el apartado 1 bis, que no será, por
tanto, objeto de enjuiciamiento.
Tampoco procederá dicho enjuiciamiento sobre los números 2, 4 y 6, dado que en
relación a estas reglas, la demanda omite cualquier argumentación específica. Los
recurrentes solo argumentan la invalidez del número 1 de este artículo, aunque sus
razones podrían entenderse referidas también al número 3 e incidir sobre la facultad
concedida al ministro del Interior por el número 5. Por tanto el tribunal no advierte
motivos para extender su enjuiciamiento a los demás apartados del precepto, que no
limitan, en sí mismos, la libertad general de desplazamientos y que son solo, en algún
caso (número 6), meramente complementarios de los que sí lo hacen.
El número 1 de este art. 7, según la redacción resultante del Real Decreto 465/2020,
dispone que durante la vigencia del estado de alarma las personas únicamente podrán
circular por las vías o espacios de uso público para la realización de las actividades que
se relacionan; actividades que, además, «deberán realizarse individualmente, salvo que
se acompañe a personas con discapacidad, menores, mayores o por otra causa
justificada». El listado que esta regla contiene consta de seis puntos que, según la
demanda se restringen a lo que permitiría la «pura subsistencia de la ciudadanía»; y
concluye con dos cláusulas generales, en las que se permite la circulación por causa de
fuerza mayor o situación de necesidad [punto g)], o para cualquier otra actividad de
análoga naturaleza a las expresamente relacionadas [punto h)]. En los números 3 y 5,
complementariamente, se establece que «se permitirá la circulación de vehículos
particulares por las vías de uso público para la realización de las actividades referidas en
el apartado anterior o para el repostaje en gasolineras o estaciones de servicio»; y que
«el Ministro del Interior podrá acordar el cierre a la circulación de carreteras o tramos de
ellas por razones de salud pública, seguridad o fluidez del tráfico o la restricción en ellas
del acceso de determinados vehículos por los mismos motivos».
La impugnación, así acotada, se fundamenta en la supuesta infracción del
artículo 55.1 CE, así como de la LOAES, en relación –se dice– con determinadas
normas declarativas de derechos fundamentales (artículos 19, 17, 21 y 25 CE). Como ya
se ha dicho, no obstante, el art. 55.1 CE no constituye canon de constitucionalidad en
sentido estricto, habida cuenta de que dicho precepto no resulta de aplicación en los
supuestos de estado de alarma; su cita resulta pertinente aquí a los solos efectos de
excluir la posibilidad de suspensión de derechos, únicamente admisible en los casos de
declaración de los estados de excepción y sitio. Y la invocación de la LOAES es
relevante, estrictamente, para apreciar si esa Ley Orgánica consiente la restricción de
tales derechos fundamentales en un estado de alarma: de no ser así, la
inconstitucionalidad vendría dada por la afectación, sin soporte legal, del respectivo
derecho. Si, por el contrario, la LOAES permitiera en abstracto una limitación de ese
género, habría que considerar si la medida concretamente controvertida llega a suponer
la suspensión del derecho afectado o si, en caso contrario, es desproporcionada a la
vista de las circunstancias.
Procede a continuación descartar los siguientes reproches que se dirigen el precepto
impugnado:
preámbulos de los sucesivos Reales Decretos que dispusieron la prórroga del estado de
alarma.
Así las cosas, debemos analizar en primer lugar si, a partir de las consideraciones
generales anteriormente desarrolladas, las restricciones que el Decreto ahora
controvertido proyecta sobre el concreto derecho a la libertad de circulación pueden
llegar a considerarse como una suspensión del mismo, constitucionalmente proscrita.
Una cuestión ya anunciada, siquiera de manera tangencial y en el contexto determinado
por los respectivos procesos, en nuestra STC 83/2016, de 28 de abril, así como en los
AATC 7/2012, de 13 de enero, y 40/2020, de 30 de abril. En efecto, decíamos en aquella
que «a diferencia de los estados de excepción y de sitio, la declaración del estado de
alarma no permite la suspensión de ningún derecho fundamental (art. 55.1 CE contrario
sensu), aunque sí la adopción de medidas que pueden suponer limitaciones o
restricciones a su ejercicio» (FJ 8); al tiempo que se recordaba –con cita literal del
ATC 7/2012, FJ 4– que «[…] todos los estados que cabe denominar de emergencia ex
art. 116 CE y también por tanto, el de menor intensidad de entre ellos, esto es, el de
alarma, suponen […] excepciones o modificaciones pro tempore en la aplicabilidad de
determinadas normas del ordenamiento vigente, incluidas, en lo que ahora importa,
determinadas disposiciones legales, que sin ser derogadas o modificadas sí pueden ver
alterada su aplicabilidad ordinaria […]» (FJ 9).
Más recientemente, el ATC 40/2020 volvía a subrayar que «[e]l alcance [de] la
declaración del estado de alarma […] sobre los derechos fundamentales [tiene] menor
intensidad respecto de los estados de excepción y sitio», y «plante[a] una cuestión
jurídica de relevante y general repercusión social». Por ello, continuaba, «es importante
el pronunciamiento de este tribunal […] llevando a cabo un análisis de los contenidos del
real decreto de declaración del estado de alarma y de su alcance desde la perspectiva
constitucional, especialmente en cuanto al ejercicio de los derechos fundamentales, ya
que puede establecer pautas importantes en la interpretación y aplicación de las distintas
previsiones de aquella norma […]. Lo que también se puede traducir en la enunciación
de criterios de actuación» (FJ 2). A pesar de lo cual, ciertamente, se afirmaba que «la
discusión sobre si el decreto de declaración del estado de alarma supone o no, de facto,
y por derivación de la limitación de la libertad deambulatoria del art. 19 CE, una limitación
excesiva o incluso una suspensión del derecho de manifestación no puede ser abordada,
ni siquiera a efectos dialécticos en este momento procesal, ni siquiera en este recurso de
amparo» (FJ 4).
No otra es, sin embargo, la cuestión ahora planteada en el seno de este
procedimiento, cuya naturaleza «sirve exclusivamente a la "función nomofiláctica o de
depuración del ordenamiento jurídico de leyes inconstitucionales encomendada a este
Tribunal"» (STC 86/2019 de 20 de junio, FJ 3, con cita de las SSTC 90/1994, de 17 de
marzo, FJ 2; 102/1995, de 26 de junio, FJ 2; 2/2018, de 11 de enero, FJ 2, y 97/2018,
de 19 de septiembre, FJ 2). Como allí mismo se dice, cuando cincuenta diputados o
senadores «deciden formular un recurso de inconstitucionalidad están poniendo de
manifiesto la existencia de un interés público objetivo en que el Tribunal Constitucional
desarrolle su función de garantizar la supremacía de la Constitución mediante el
enjuiciamiento de la Ley impugnada» (STC 86/2019, de 20 de junio, FJ 2, con cita de las
SSTC 17/1990, de 7 de febrero, FJ 1, y 86/1982, de 23 de diciembre, FJ 2).
Esa es, pues, la cuestión que corresponde dilucidar ahora: en qué medida el
«derecho a […] circular por el territorio nacional» garantizado en el art. 19 CE se ve
(simplemente) limitado, o (directamente) suspendido, en el sentido de que cesa pro
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tempore en su contenido protector, por una disposición que prescribe, literalmente, que
durante la vigencia del estado de alarma «las personas únicamente podrán circular por
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las vías de uso público para la realización de [ciertas] actividades» allí definidas;
especificando, además, que tales actividades «deberán realizarse individualmente, salvo
que se acompañe a personas con discapacidad, menores, mayores o por otra causa
justificada».
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No es esta la sede adecuada para resolver cuestiones teóricas que han suscitado y
siguen suscitando polémicas doctrinales, por importantes que sean, pero sí para
establecer, recogiendo los términos del reiterado ATC 40/2020, «pautas importantes en
la interpretación y aplicación» de la norma impugnada, que se pueden «traducir en la
enunciación de criterios de actuación» para el futuro. Nuestra jurisprudencia,
necesariamente ajustada a la casuística que caracteriza la actividad jurisdiccional, ofrece
a día de hoy diversos conceptos que permiten diferenciar, dentro del contenido de ciertos
derechos fundamentales, facultades o derechos de distinta naturaleza, adaptándose a
las características de cada uno de ellos y a las circunstancias concurrentes en cada
supuesto. Así, en algunos casos, se ha identificado un «contenido absoluto» de los
derechos, un «núcleo irrenunciable» de los mismos que «puede alcanzar proyección
universal» (entre otras, SSTC 91/2000, de 30 de marzo, FFJJ 7 y 8, y 26/2014, de 11 de
marzo, FJ 4). En otros, se habla de un «contenido constitucional indisponible»
(SSTC 16/1994, de 20 de enero, FJ 3, o 101/2019, de 16 de septiembre, FJ 3). Por su
parte, las SSTC 119/2011, de 5 de julio, FJ 9, o 139/2017, de 29 de noviembre, FJ 6,
aluden a un «contenido central». Mientras que las SSTC 201/1999, de 8 de noviembre,
FJ 4, o 70/2000, de 13 de marzo, FJ 4, la distinguen dentro del contenido de algún
derecho fundamental no solo un «contenido esencial mínimo», sino también un
«contenido adicional» integrado por «derechos o facultades adicionales de origen legal o
convencional», cuya vulneración puede comportar también (aunque no siempre lo hace)
la del derecho fundamental afectado.
Junto a estas fórmulas elaboradas en la doctrina constitucional para diferenciar,
dentro del contenido de los derechos fundamentales, ámbitos o esferas cuya protección
puede ser distinta según las circunstancias, la literalidad constitucional añade otra
técnica, dado que el art. 53 CE exige al legislador de los derechos fundamentales que
«en todo caso» respete «su contenido esencial». Como hemos señalado en ocasiones
anteriores, con referencia a un derecho concreto, «la fórmula constitucional "en todo
caso" […] encierra un núcleo indisponible» en el contenido de ese derecho
(STC 16/1994, FJ 3).
Debemos destacar, sin embargo, que todas esas fórmulas o técnicas, bien sean las
de elaboración jurisprudencial bien sean las que derivan de la literalidad del art. 53 CE,
se encuadran dentro del régimen ordinario de restricción de los derechos fundamentales.
Esto sucede de un modo evidente con el límite del «contenido esencial», como se
desprende claramente de su ubicación en el art. 53 CE, dentro de la regulación general
que la Constitución hace de los derechos fundamentales y por ello mismo ajeno al
capítulo V del título I que, bajo la rúbrica «Suspensión de los derechos y libertades»,
disciplina junto con el art. 116 CE los supuestos en que rigen las atribuciones de poderes
extraordinarios a los poderes públicos. Ocurre lo mismo con el resto de fórmulas
enunciadas más atrás («contenido absoluto», «contenido indisponible», «contenido
central» etc.), en tanto que responden a situaciones que, aun siendo particulares y con
rasgos que las alejan de lo común, acaecen dentro del régimen ordinario de definición
del contenido y alcance de los derechos fundamentales.
Ninguna de estas fórmulas o técnicas, precisamente porque son propias del régimen
ordinario de restricción de los derechos fundamentales, son aptas para actuar como
parámetro constitucional de control de la reducción del contenido y alcance del derecho
a circular libremente (art. 19 CE) que se opera en virtud del art. 7 aquí impugnado. Este
precepto se ubica en una norma de emergencia, en concreto de estado de alarma, y por
ello su enjuiciamiento constitucional solo se puede abordar a partir de categorías propias
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técnicas y resulta relevante en este momento porque el artículo 55.1 CE prevé que solo
resulte practicable en los estados de excepción y de sitio, de modo que el juego
combinado de los artículos 116 y 55.1 CE convierte en inconstitucional cualquier ejercicio
de tal poder extraordinario que se hiciera con ocasión del estado de alarma. Ello conlleva
que la limitación por defecto de la libertad deambulatoria consignada en el artículo 7
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sería inconstitucional si, por entrañar una cesación de este derecho fundamental, solo
pudiera adoptarse mediando tal suspensión de vigencia del mismo. Para determinar esta
controvertida cuestión procederemos a analizar en qué consiste la limitación que
prescribe el art. 7 y hasta qué punto procede calificarla de constricción tan intensa de
esa libertad constitucional que solo cabe mediando la suspensión de su vigencia.
En lo que aquí ahora interesa destacar, es inherente a esta libertad constitucional de
circulación su irrestricto despliegue y práctica en las «vías o espacios de uso público» a
los que se refiere el artículo 7.1, con independencia de unos fines que solo el titular del
derecho puede determinar, y sin necesidad de dar razón a la autoridad del porqué de su
presencia en tales vías y espacios. Y esto es, precisamente, lo que queda en general
cancelado mediante la medida que se controvierte, pues los apartados 1 y 3 de ese
artículo acotan las finalidades que pueden justificar, bajo el estado de alarma, la
circulación por esos ámbitos de ordinario abiertos; mientras que el número 5 habilita al
ministro del Interior a cerrarlos con carácter general. Y ello, aun cuando el acotamiento
concluya con dos cláusulas generales [«fuerza mayor o situación de necesidad», o
cualquier «otra actividad de análoga naturaleza», en los puntos g) y h)], y al margen de
que la relación de «actividades» excluidas de la limitación no constituya, conforme al
propio real decreto, un exhaustivo numerus clausus.
Basta la mera lectura de la disposición para apreciar que esta plantea la posibilidad
(«podrán») de circular no como regla, sino como excepción. Una excepción doblemente
condicionada, además, por su finalidad («únicamente […] para la realización» de ciertas
actividades más o menos tasadas) y sus circunstancias («individualmente», de nuevo
salvo excepciones). De este modo, la regla (general en cuanto a su alcance personal,
espacial y circunstancial) es la prohibición de «circular por las vías de uso público», y la
«única» salvedad admitida es la de que tal circulación responda a alguna de las
finalidades (concretas, sin perjuicio de las dos cláusulas más o menos abiertas de las
letras g] y h]) indicadas por la autoridad. Se configura así una restricción de este derecho
que es, a la vez, general en cuanto a sus destinatarios, y de altísima intensidad en
cuanto a su contenido, lo cual, sin duda, excede lo que la LOAES permite «limitar» para
el estado de alarma [«la circulación o permanencia […] en horas y lugares
determinados»: art. 11, letra a)].
Tal restricción aparece, pues, más como una «privación» o «cesación» del derecho,
por más que sea temporal y admita excepciones, que como una «reducción» de un
derecho o facultad a menores límites. Dicho en otros términos, la disposición no delimita
un derecho a circular libremente en un ámbito (personal, espacial, temporalmente)
menor, sino que lo suspende a radice, de forma generalizada, para todas «las
personas», y por cualquier medio. La facultad individual de circular «libremente» deja
pues de existir, y solo puede justificarse cuando concurren las circunstancias
expresamente previstas en el real decreto. De este modo, cualquier persona puede
verse obligada a justificar su presencia en cualquier vía pública, y podrá ser sancionada
siempre que la justificación no se adecue a lo previsto en las disposiciones del real
decreto.
Así las cosas, el tribunal no puede compartir la tesis del abogado del Estado, para
quien esta medida no haría «irreconocible» el derecho y resultaría acorde con la garantía
que enuncia el artículo 53.1 CE frente a cualquier regulación legislativa del ejercicio de
los derechos reconocidos en el capítulo segundo del título I de la Norma fundamental. A
menos que se quiera despojar de significado sustantivo alguno al término «suspensión»,
parece difícil negar que una norma que prohíbe circular a todas las personas, por
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razón» (art. 4.1 del Código civil), cumplir con la propia dedicación o el respectivo
cometido en la esfera pública, ya fuera este habitual u ocasional.
cve: BOE-A-2021-13032
No cabe pues interpretar este artículo 7.1 en unos términos excluyentes que
resultarían contrarios a la Constitución; tanto más cuanto el mismo incluye una mención
a «cualquier otra actividad de análoga naturaleza» a las especificadas con anterioridad
[punto h)]. Adicionalmente, tampoco es improcedente recordar que, con posterioridad a
la presente impugnación, se incorporó a este artículo 7 un nuevo apartado cuyo
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contenido ilustra, inequívocamente, sobre la plena libertad de acción con la que habría
de desarrollarse la actividad de los partidos políticos bajo el estado de alarma. Así, el
número 1 bis, introducido por la disposición final 1.1 del Real Decreto 514/2020, de 8 de
mayo, dispone que la vigencia del estado de alarma «no supondrá obstáculo alguno al
desenvolvimiento y realización de las actuaciones electorales precisas para el desarrollo
de elecciones convocadas a parlamentos de comunidades autónomas».
A la vista de lo expuesto, se rechaza la pretensión de inconstitucionalidad dirigida
contra el artículo 7 por este motivo.
LOAES). Todo esto ha quedado ya despejado en lo que antecede; pero debe añadirse
aquí que el art. 12.1 LOAES dispone que, en ese supuesto, «la autoridad competente
cve: BOE-A-2021-13032
podrá adoptar por sí […], además de las medidas previstas en los artículos anteriores,
las establecidas en las normas para la lucha contra las enfermedades infecciosas […]».
Estas indeterminadas medidas pueden adoptarse siempre mediante decretos de los que
se habrá de dar cuenta al Congreso de los Diputados (art. 8.2 LOAES y disposición final
segunda del Real Decreto 463/2020). Pero es evidente que también cabe incorporarlas
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desde un principio, como aquí en efecto se hizo, al texto del propio decreto por el que el
Consejo de Ministros (art. 6.1 LOAES) declare la alarma.
Esta remisión de la LOAES a las «normas para la lucha contra las enfermedades
infecciosas» posiblemente toma como referencia la Ley de bases de sanidad nacional,
de 25 de noviembre de 1944, que utilizaba ese mismo enunciado como rúbrica de su
base cuarta («lucha contra las enfermedades infecciosas»). En cualquier caso, resulta
claro que esta remisión abierta que hace el artículo 12.1 LOAES ha de entenderse hoy
dirigida a la vigente ordenación sanitaria y de salud pública. En concreto, los
artículos 26.1 de la Ley 14/1986, de 25 de abril, general de sanidad, y 54, apartados 1
y 2, de la Ley 33/2011, de 4 de octubre, general de salud pública, disponen,
respectivamente, un conjunto de medidas especiales y cautelares de control, vigilancia e
intervención dirigidas a la preservación de la salud pública que pueden ser aplicadas por
las autoridades sanitarias. En este sentido, el primero de los preceptos indicados
configura un presupuesto de hecho tan abierto que, para la adopción de este tipo de
medidas, basta con que, «en caso de que exista o se sospeche razonablemente la
existencia de un riesgo inminente y extraordinario para la salud», las autoridades
sanitarias pueden adoptar «las medidas preventivas que estimen pertinentes, tales como
la […] suspensión del ejercicio de actividades, cierres de empresas o sus instalaciones,
intervención de medios materiales y personales y cuantas otras se consideren
sanitariamente justificadas». En estos casos y mediante resolución motivada, podrán
adoptarse tales medidas, en tanto persista el riesgo «inminente y extraordinario que las
justificó» (art. 26.2).
Igualmente, el segundo de los preceptos indicados contempla un catálogo de
«medidas especiales y cautelares» que han sido incorporadas por el legislador como
complemento de las anteriores, dado que dispone que, «sin perjuicio de lo previsto en la
Ley 14/1986, de 25 de abril, general de sanidad, la autoridad [sanitaria] competente
podrá adoptar, mediante resolución motivada», las medidas que, a continuación, se
relacionan, entre las que se encuentran las del «cierre preventivo de las instalaciones,
establecimientos, servicios e industrias», o «la suspensión del ejercicio de actividades,
entre otras».
Ciertamente, este segundo precepto tiene como objetivo prioritario dotar a las
autoridades sanitarias de los instrumentos cautelares necesarios para hacer cesar
preventivamente determinadas actuaciones que causen o puedan causar un riesgo para
la salud pública, procedentes de conductas individuales o colectivas que,
indiciariamente, puedan constituir infracciones administrativas o penales contra aquel
bien jurídico de interés general. A esta idea responde, precisamente, el apartado 3 del
último precepto citado que contempla, entre otros trámites y de modo general, el de la
previa audiencia de los interesados a la adopción de aquellas medidas. Sin embargo,
una interpretación integradora de los dos preceptos citados y la conexión que el propio
legislador ha establecido entre los mismos (art. 54.2 de la Ley 33/2011) permite habilitar
un marco legislativo de desarrollo del art. 12.1 LOAES, que tiene por fin el de hacer
efectivos los derechos constitucionales a la vida y a la salud pública reconocidos en los
arts. 15 y 43 CE.
En consecuencia, esta genérica remisión del artículo 12.1 LOAES para situaciones
de «crisis sanitarias, tales como epidemias», habilita al decreto declarativo del estado de
alarma por dichas circunstancias para incorporar medidas de «cierre» de instalaciones y
«suspensión» de actividades como las genéricamente previstas en los referidos
preceptos de las Leyes 14/1986 y 33/2011, otorgando así respaldo legal al art. 9.1 del
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Los recurrentes impugnan el precepto en su totalidad por infracción de los arts. 35.1
y 38 CE. Arguyen que, «a través de la suspensión de todas las actividades profesionales
y empresariales que el Real Decreto 463/2020 no considera esenciales se está operando
una verdadera suspensión de una dimensión que forma parte del contenido esencial del
derecho a elegir una profesión u oficio y de la libertad de empresa», como sería «el
derecho no solo a iniciar la actividad, sino a sostenerla y desarrollarla de acuerdo con los
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y 35/2016, de 3 de marzo, FJ 3). No hay duda de que las mencionadas reglas del art. 10
constriñen intensísimamente, con carácter temporal, el libre mantenimiento de la
actividad empresarial en algunos de los sectores directamente concernidos. Pero como
ya se ha señalado anteriormente, el estado de alarma puede justificar «excepciones o
modificaciones pro tempore en la aplicabilidad» ordinaria de determinadas normas del
ordenamiento vigente (STC 83/2016, FJ 9), siempre que se orienten a la protección de
otros bienes de relevancia constitucional, cuenten con soporte en la LOAES, y resulten
razonablemente adecuadas y necesarias a tal propósito.
La primera de estas condiciones concurre en las decisiones adoptadas en los
apartados ahora discutidos del art. 10, pues con estas medidas se procuró, limitando la
concentración de personas, atajar o contener la propagación del virus y proteger tanto la
salud de todos como la suficiencia del sistema sanitario nacional (art. 43.1 y 2 CE). Tales
decisiones se adoptaron con fundamento en el artículo 12.1 LOAES y, por su remisión,
en los artículos 26.1 de la Ley 14/1986, general de sanidad, y 54. 2 (letras c] y d]) de la
Ley 33/2011, general de salud pública. Ambos preceptos legales prevén expresamente,
como quedó dicho en el fundamento anterior, la posible «suspensión del ejercicio de
actividades», así como «cierres de empresas» o el «cierre preventivo de […]
instalaciones, establecimientos, servicios e industrias» cuando las circunstancias en ellos
descritas («riesgo inminente y extraordinario para la salud», en la primera de estas
disposiciones, y «motivos de extraordinaria gravedad o urgencia», en la segunda) lo
justifiquen. No cabe dudar que circunstancias de ese tipo fueron las que justificaron las
medidas que ahora se consideran (y que los propios recurrentes consideran
posiblemente necesarias), por lo que sería suficiente con remitirnos a lo ya expuesto.
Ahora bien: en lo que específicamente afecta a la libertad de empresa (y a otros
derechos incluidos en la sección segunda del capítulo II del título primero de nuestra
Constitución, como la propiedad privada o la limitación de las prestaciones personales),
la LOAES admite además, en los apartados b) a e) del reiteradamente citado artículo 11,
unas posibilidades de actuación e intervención especialmente intensas, que alcanzan
hasta la práctica de «requisas temporales de todo tipo de bienes», la imposición de
«prestaciones personales obligatorias», la intervención y ocupación transitorias de
«industrias, fábricas, talleres, explotaciones o locales de cualquier naturaleza», la
limitación o racionamiento del «uso de servicios o el consumo de artículos de primera
necesidad», o la impartición de «las órdenes necesarias para asegurar el abastecimiento
de los mercados y el funcionamiento» de ciertos servicios. Aspectos todos ellos que
inciden, y restringen poderosamente, el derecho a la libertad en el ejercicio de la
actividad empresarial.
Adicionalmente, cabe subrayar que el alcance, indiscutidamente restrictivo, del
precepto aquí debatido tampoco puede equipararse a la suspensión anteriormente
apreciada en lo relativo a la libertad de circulación. En efecto, basta nuevamente la mera
lectura de la norma para observar que la «suspensión de actividades» que la misma
ordena no es general, sino que está expresamente limitada a ciertos ámbitos de la
actividad que constituye su objeto: locales y establecimientos «minoristas», que no se
encuentren incluidos entre las numerosas excepciones previstas («alimentación,
bebidas, productos y bienes de primera necesidad, establecimientos farmacéuticos,
sanitarios, centros o clínicas veterinarias, ópticas y productos ortopédicos, productos
higiénicos, prensa y papelería, combustible para la automoción, estancos, equipos
tecnológicos y de telecomunicaciones, alimentos para animales de compañía, comercio
por internet, telefónico o correspondencia, tintorerías, lavanderías y el ejercicio
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cuenta inmediata al Congreso de los Diputados del decreto por el que declare el estado
de alarma (art. 116.2 CE y arts. 8.1 LOAES y 162.1 del Reglamento de esa Cámara).
cve: BOE-A-2021-13032
Esta comunicación no merma su competencia para mantener, hasta por quince días,
este estado de crisis, si bien propicia un control parlamentario (de naturaleza política
STC 83/2016, FJ 10), que quedaría privado de sentido si el propio Consejo de Ministros
pudiera modificar o ampliar, sin nueva comunicación al Congreso, el contenido del
decreto dictado o apoderar a otras autoridades, desde un principio o más tarde, para
BOLETÍN OFICIAL DEL ESTADO
Núm. 182 Sábado 31 de julio de 2021 Sec. TC. Pág. 93603
Las manifestaciones de la libertad religiosa y de culto tienen su límite (art. 16.1 CE)
en el «mantenimiento del orden público protegido por la ley», en el que se integra, junto
a la protección de otros bienes, la salvaguardia de la salud pública (art. 3.1 de la Ley
Orgánica 7/1980 y STC 46/2001, de 15 de febrero, FJ 11); en coherencia, por lo demás,
con lo dispuesto en el artículo 9.2 del Convenio europeo para la protección de los
derechos humanos y de las libertades fundamentales de 1950. Respetados estos límites,
BOLETÍN OFICIAL DEL ESTADO
Núm. 182 Sábado 31 de julio de 2021 Sec. TC. Pág. 93604
las libertades religiosa y de culto resultan inmunes a toda coacción (art. 2.1 de la misma
Ley Orgánica y STC 154/2002, de 18 de julio, FJ 6); y ninguna coacción conllevó el que
se condicionara la asistencia a lugares de culto y a ceremonias religiosas «a la adopción
de medidas organizativas consistentes en evitar aglomeraciones» y en posibilitar
determinada distancia entre asistentes. Las normas generales, sean ordinarias o
excepcionales, que imponen exigencias de seguridad, higiene o salubridad en recintos o
lugares de pública concurrencia no inciden propiamente en las libertades que en tales
espacios se ejerciten. A ello cabe añadir, que las previsiones contempladas en este
art.11 contaron con fundamento legal y resultaron proporcionadas a los efectos de limitar
la propagación de la epidemia (art. 12.1 LOAES y, en relación con este precepto, el ya
citado artículo 3 de la Ley Orgánica 3/1986, de medidas especiales en materia de salud
pública, con arreglo al cual corresponde a la autoridad sanitaria, con el fin de controlar
las enfermedades transmisibles, realizar acciones preventivas generales).
En consecuencia, el art. 11 no constriñe las libertades religiosa y de culto, ni cabe
reprochar al Real Decreto 463/2020 que no haya preservado expresamente el libre
desplazamiento con la finalidad de ejercer aquellas libertades. El silencio al respecto del
art. 7.1 no contradice la evidencia de que el propio Real Decreto contempla de manera
explícita la asistencia a lugares de culto y a ceremonias religiosas (art. 11), con la
consiguiente facultad de encaminarse a unos u otras. Y ante el argumento de los
recurrentes de que la imprevisión en este punto del artículo 7.1 podría dar lugar a la
sanción de quienes se desplazasen a los efectos que dice el artículo 11, no hay sino
recordar, como se ha dicho ya, que «la mera posibilidad de un uso torticero de las
normas no puede ser nunca en sí misma motivo bastante para declarar su
inconstitucionalidad» (SSTC 58/1982, FJ 2, y 83/2020, FJ 8).
Por todo lo expuesto, el artículo 11 del Real Decreto 463/2020 no es contrario al
artículo 16.1 CE, ni en sí mismo considerado ni en relación con el artículo 7.1 del propio
Real Decreto.
anteriormente, del escrito de demanda: los recurrentes no discuten «la concurrencia […]
del presupuesto que permite la declaración del estado de alarma»; y «son conscientes
cve: BOE-A-2021-13032
de otros derechos, como los aquí discutidos, más allá de los supuestos expresamente
previstos en la normativa sanitaria «ordinaria» relativa a la lucha contra las
enfermedades infecciosas, ex art. 12.1 LOAES. Dicha suspensión sí sería posible en
caso de declararse un estado de excepción, pero conforme a esta interpretación sería
necesaria una reforma normativa de alcance a fin de admitir las crisis sanitarias o
epidemias graves como supuestos de hecho habilitadores para una declaración del
estado de excepción. Solo así, pues, podría una epidemia –por grave que pueda ser–
justificar la suspensión (en los términos anteriormente utilizados en el fundamento
jurídico 5) de la libertad deambulatoria con carácter general.
Obviamente, solo el legislador democrático puede adoptar tales reformas normativas
que, por otra parte, han recomendado recientemente órganos como el Consejo de
Estado (dictamen 213/2021, de 22 de marzo), y el Tribunal Supremo
[sentencia 719/2021, de 24 de mayo, fundamento cuarto, letra D)]; y es claro que «no
corresponde a este tribunal interferirse en el margen de apreciación» que solo aquel
tiene atribuido [SSTC 17/2013, de 31 de enero, FJ 11, y 8/2015, de 22 de enero, FJ 2 g)].
Pero, conforme a la condición de «intérprete supremo de la Constitución» que le atribuye
el artículo 1 de su Ley Orgánica 2/1979, de 3 de octubre, sí le compete «dota[r] a las
normas de un contenido que permita leer el texto constitucional a la luz de los problemas
contemporáneos, y de las exigencias […] a que debe dar respuesta la norma
fundamental del ordenamiento jurídico a riesgo, en caso contrario, de convertirse en letra
muerta» (STC 198/2012, de 6 de noviembre, FJ 9). No es pues preciso forzar el
razonamiento constitucional para afirmar, como allí mismo se hacía, la necesidad «de
una interpretación evolutiva [de la Norma Fundamental que] se acomoda a las realidades
de la vida […] como medio para asegurar su propia relevancia y legitimidad», por lo que
no basta una «interpretación […] originalista de los textos jurídicos», sino que es
igualmente precisa «la observación de la realidad social jurídicamente relevante, sin que
esto signifique otorgar fuerza normativa directa a lo fáctico».
En tal sentido, parece también posible una interpretación integradora que permita
justificar la adopción de medidas tan intensas como las que amparan los reales decretos
impugnados en tanto lo que se cuestiona no es, ha de reiterarse, las medidas en sí, sino
su adecuación al estado de alarma declarado. En efecto, como también se ha recordado,
ya nuestro ATC 40/2020, FFJJ 2 y 4, subrayaba que los distintos estados previstos en el
artículo 116 comportan –al margen de las específicas circunstancias que los justifiquen–
un distinto grado de intensidad en cuanto a las medidas adoptadas; y basta una lectura
de la ley para comprobar que tales estados no constituyen «compartimentos estancos e
impermeables», en tanto la propia norma prevé la concurrencia de circunstancias
habilitantes para declarar distintos estados, que justifican la ampliación de las medidas
disponibles (artículo 28: «cuando la alteración del orden público haya dado lugar a
alguna de las circunstancias especificadas en el artículo cuarto o coincida con ellas, el
Gobierno podrá adoptar además de las medidas propias del estado de excepción, las
previstas para el estado de alarma en la presente ley»).
Es más: esta interpretación integradora, capaz de superar una distinción radical entre
tales circunstancias habilitantes («naturales o tecnológicas», para la alarma; políticas o
sociales, para la excepción) se manifestó ya implícitamente con ocasión del Real
Decreto 1673/2010, de 4 de diciembre, por el que se declara el estado de alarma para la
normalización del servicio público esencial del transporte aéreo. En efecto, dicha
declaración se justificó por «las circunstancias extraordinarias que concurren por el cierre
del espacio aéreo español como consecuencia de la situación desencadenada por el
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abandono de sus obligaciones por parte de los controladores civiles de tránsito aéreo»,
que «impiden el ejercicio del derecho fundamental» a la libre circulación por todo el
cve: BOE-A-2021-13032
ser los efectos, y no su causa. Como apunta el Tribunal Europeo de Derechos Humanos
en su mencionada decisión de 13 de abril de 2021, asunto Terheş c. Rumanía, «no cabe
duda de que la pandemia de la COVID-19 puede tener efectos muy graves no solo para
la salud, sino también para la sociedad, la economía, el funcionamiento del Estado y la
vida en general» (§ 39). Cuando la gravedad y extensión de la epidemia imposibilitan un
BOLETÍN OFICIAL DEL ESTADO
Núm. 182 Sábado 31 de julio de 2021 Sec. TC. Pág. 93608
idoneidad y proporcionalidad hemos aceptado, sino del instrumento jurídico a través del
cual se llevó a cabo la suspensión de ciertos derechos fundamentales. A lo cual se
cve: BOE-A-2021-13032
FALLO
Ha decidido
Dada en Madrid, a catorce de julio de dos mil veintiuno.–Juan José González Rivas.–
Encarnación Roca Trías.–Andrés Ollero Tassara.–Santiago Martínez-Vares García.–Juan
Antonio Xiol Ríos.–Pedro José González-Trevijano Sánchez.–Antonio Narváez
Rodríguez.–Alfredo Montoya Melgar.–Ricardo Enríquez Sancho.–Cándido Conde-
Pumpido Tourón.–María Luisa Balaguer Callejón.–Firmado y rubricado.
Verificable en https://www.boe.es
Voto particular que formula el presidente, don Juan José González Rivas, respecto de la
cve: BOE-A-2021-13032
el contenido esencial del derecho fundamental debe continuar operando como frontera
insuperable a diferencia del régimen común de injerencia en los derechos
fundamentales. Ahora bien, el artículo 19 CE no está formalmente suspendido y por ello
no ha perdido enteramente su vigencia, con lo que el poder público del estado de alarma
no puede restringirlo de un modo ilimitado. Establecer en qué medida, y conforme a qué
parámetros constitucionales, la vigencia del artículo 19 CE condiciona las limitaciones a
la libertad deambulatoria que el poder público pueda adoptar en beneficio de otros
bienes jurídicos dignos de protección, como la salud pública o el derecho a la vida, es lo
que, a mi juicio, el Tribunal no alcanza a realizar en esta sentencia.
La sentencia de la mayoría centra las consecuencias de la vigencia del artículo 19
CE en atribuir un valor sustantivo al concepto «suspensión de los derechos
fundamentales». No advierte con ello, a mi modo de ver, que en este contexto de los
estados de emergencia la figura de la suspensión tiene un contenido eminentemente
formal. Precisamente si el artículo 19 CE mantiene su vigencia, que es la premisa a partir
de la que se conforma todo el argumento, es porque no se encuentra suspendido. No
puede al mismo tiempo afirmarse que sí está suspendido.
(«BOCG» Senado serie II núm. 168 b, de 13 de mayo de 1981, y «Diario de Sesiones del
Senado» núm. 105 de 14 de mayo de 1981).
cve: BOE-A-2021-13032
5. Los planteamientos y premisas básicas de las que parto me permiten extraer las
siguientes conclusiones:
6. El segundo punto en que quiero centrar este voto particular gira en torno a la
mención, dentro de la modulación de efectos que hace la sentencia de la mayoría, al
artículo 3.2 de la Ley Orgánica 4/1981, de 1 de junio, de los estados de alarma,
excepción y sitio. Se afirma en el fundamento jurídico 11 c) que «al tratarse de medidas
que los ciudadanos tenían el deber jurídico de soportar, la inconstitucionalidad apreciada
en esta sentencia no será por sí misma título para fundar reclamaciones de
responsabilidad patrimonial de las administraciones públicas, sin perjuicio de lo
dispuesto en el art. 3.2 de la Ley Orgánica 4/1981, de 1 de junio, de los estados de
alarma, excepción y sitio».
El análisis de dicho tenor literal no debe entenderse así por dos motivos: a) porque el
citado art. 3.2 regula supuestos indemnizatorios derivados de estados de emergencia
que sean constitucionales; es decir, regula supuestos en que, a pesar de la
constitucionalidad del estado de alarma, proceda acordar tales indemnizaciones; b) y, en
conexión con lo anterior, el art. 3.2 citado no reconoce un derecho autónomo a percibir
una indemnización, sino que ese derecho surgirá solamente cuando se den los requisitos
propios de cada régimen indemnizatorio (el expropiatorio, el de responsabilidad
patrimonial de la administración pública, etc.). En el sentido de estas notas es como
considero que debe entenderse la mención que se realiza al artículo 3.2.
Voto particular que formula el magistrado don Andrés Ollero Tassara, en relación a la
sentencia dictada por el Pleno del tribunal en el recurso de inconstitucionalidad núm.
2054-2020
que se extiende y su duración, que no podrá exceder de treinta días, prorrogables por
otro plazo igual, con los mismos requisitos». Esto lleva a pensar que quien lo proclamara
cve: BOE-A-2021-13032
gracias al voto de calidad de su presidente, mientras que este y otros dos magistrados
votaban sin éxito en sentido contrario. Las citadas urgencias olvidaron también ordenar
la publicación en el «BOE», convirtiendo al auto en clandestino, a la vez que priorizaron
su notificación a la posible redacción de tres votos particulares. Otros órganos judiciales
habían solventado casos análogos pronunciándose a favor de manifestaciones similares.
BOLETÍN OFICIAL DEL ESTADO
Núm. 182 Sábado 31 de julio de 2021 Sec. TC. Pág. 93617
Voto particular que formula el magistrado don Juan Antonio Xiol Ríos a la sentencia
dictada en el recurso de inconstitucionalidad número 2054-2020
Consideraciones previas.
Observaciones generales.
Para la comprensión del voto particular que formulo creo oportuno hacer
determinadas observaciones:
en los países de nuestro entorno (parágrafo 34 del voto). Es cierto que el desarrollo
argumentativo de la posición de la mayoría hace legítimo dudar acerca de la
compatibilidad de estas afirmaciones con la solución técnica a la que llega la sentencia,
pero sería descabellado desconocer su importancia. No tengo la menor duda de que es
necesario atribuir un valor capital a aquellas afirmaciones (contenidas especialmente, en
los tres penúltimos párrafos del FJ 8 con respecto al derecho a la educación, y a las que
implícitamente se reconoce carácter general en el FJ 11), dada la relevancia que tienen
para realizar juicios de proporcionalidad en orden a la protección de los derechos a la
vida y a la salud de las personas y demás derechos e intereses constitucionales en juego
cuando se trata de adoptar medidas de contención de la pandemia. Opino que los
tribunales ordinarios deben tenerlas siempre presentes.
b) El fallo que se sustenta en la opinión de la mayoría tiene valor vinculante. Las
interpretaciones de la sentencia según la Ley Orgánica del Poder Judicial deben ser
seguidas por los jueces y tribunales, pues estos «interpretarán y aplicarán las leyes y los
reglamentos según los preceptos y principios constitucionales, conforme la interpretación
de los mismos que resulte de las resoluciones dictadas por el Tribunal Constitucional en
todo tipo de procesos» (art. 5.1 de la Ley Orgánica del Poder Judicial). Pero esto no
debe conducir a excesos mayéuticos. El nervio de la argumentación en la que se
expresa la opinión mayoritaria se ciñe estrechamente al concreto problema de
constitucionalidad planteado. La decisión se funda, por una parte (FFJJ 3 y 5 de la
sentencia), en un argumento a contrario sobre el artículo 55.1 CE. El valor de este tipo
de argumentación debe entenderse restringido al caso examinado en cada ocasión,
como parece obligado a partir de las reservas que esta forma de razonar suscita de
manera general en la doctrina jurídica desde Tarello. Por otra parte, se basa en una
aplicación del artículo 11 de la Ley Orgánica 4/1981, de los estados de alarma,
excepción y sitio, que se mueve en torno a consideraciones sobre la valoración del
contenido esencial de los derechos ceñidas a la configuración constitucional del estado
de alarma. Por lo tanto, como la propia sentencia admite, resta incólume la necesidad de
compulsar las medidas adoptadas aplicando el principio de proporcionalidad, que es la
tarea que compete primordialmente a los tribunales ordinarios, sin perjuicio de que
puedan considerar procedente plantear una cuestión de inconstitucionalidad en algún
caso concreto.
c) Sería radicalmente injusto comparar las críticas a la falta de unanimidad en la
sentencia con las críticas a la jurisprudencia de los tribunales ordinarios por
discrepancias en cuanto al alcance de las medidas que pueden adoptarse en relación
con la pandemia. En efecto, estas últimas se mueven dentro de las distintas valoraciones
que pueden hacerse en la aplicación del principio de proporcionalidad en función de las
circunstancias y son perfectamente explicables –incluso diría que saludables– en la
función de aplicación e interpretación de la ley ordinaria y están llamadas a solucionarse
mediante la función unificadora de la jurisprudencia del Tribunal Supremo. No será
ocioso decir que, en lo que se me alcanza, ningún tribunal ordinario se ha planteado de
forma consistente la necesidad de acudir al estado de excepción. Así se explica en el
parágrafo 36 del voto particular. Por el contrario, la contradicción entre la opinión
mayoritaria y la posición minoritaria en el caso examinado no se funda en una diferente
apreciación sobre la aplicación del principio de proporcionalidad o sobre el alcance
recíproco de los derechos e intereses en juego, sino, partiendo de concepciones distintas
del Derecho, en el contenido que pueda tener en el mundo abstracto de los conceptos la
noción de limitación de derechos en el marco del estado de alarma (parágrafos 13 a 19
Verificable en https://www.boe.es
de abril).
Las razones que me llevan a no compartir la posición mayoritaria son, por una parte,
cve: BOE-A-2021-13032
una distinta concepción de los estados de emergencia que prevé el art. 116 CE. En
particular, del estado de alarma y del estado de excepción, que son los que ahora
interesan. Y, por otra, un entendimiento diferente de la noción de suspensión de
derechos fundamentales y la de limitación de estos derechos.
BOLETÍN OFICIAL DEL ESTADO
Núm. 182 Sábado 31 de julio de 2021 Sec. TC. Pág. 93621
«El Gobierno, en uso de las facultades que le otorga el artículo ciento dieciséis, dos,
de la Constitución podrá declarar el estado de alarma, en todo o parte del territorio
nacional, cuando se produzca alguna de las siguientes alteraciones graves de la
normalidad.
«[A]unque la causa primera de la perturbación sea una epidemia [lo que sin duda
justifica el recurso al estado de alarma ex art. 4 b) LOAES], la situación que el poder
público debía afrontar se ajustaba también a los efectos perturbadores que justificarían la
declaración de un "estado de excepción". Cuando una circunstancia natural, como es
una epidemia, alcanza esas "dimensiones desconocidas y, desde luego, imprevisibles"
para el legislador a que aludíamos en nuestro reiterado ATC 40/2020, puede decirse que
lo cuantitativo deviene cualitativo: lo relevante pasan a ser los efectos, y no su causa»
(FJ 11).
C) Tesis que se mantiene: los estados de emergencia que regula el art. 116 CE
responden a causas distintas y, por eso, para que proceda su declaración ha de concurrir
el presupuesto que habilita a adoptar esta decisión.
trabajo… y las restricciones de estos derechos pueden ser de tal intensidad que muchos
ciudadanos se encuentren privados de ellos mientras dure la situación de emergencia.
cve: BOE-A-2021-13032
a la de la «limitación» de derechos, incluso aunque esta limitación sea tan intensa que
impida su ejercicio.
En todo caso, lo que ahora pretende ponerse de relieve es que la Constitución, al
establecer que solo cabe la suspensión de determinados derechos fundamentales en el
caso de que se declare el estado de excepción o el de sitio (art. 55.1 CE), dado el tipo de
derechos que pueden ser suspendidos, lleva a entender que la suspensión de tales
derechos se justifica en que puede ser una medida necesaria para afrontar crisis en las
que la convivencia pacífica de la sociedad se encuentre gravemente amenazada, no en
otro tipo de crisis por muy graves que puedan ser. Esta conclusión comporta que si esta
medida no cabe en el estado de alarma es porque la declaración de esta situación de
emergencia no se justifica en una crisis de seguridad pública y confirma, en definitiva, la
tesis que se sostiene: que lo que determina la declaración de un estado u otro no es la
gravedad de la crisis, sino el tipo de crisis, esto es, si la situación de emergencia tiene su
origen en una grave alteración de la seguridad pública o en otro tipo de circunstancias.
10. La regulación que establece la LOAES avala también la tesis que mantengo.
Como ya se ha indicado, el art. 4 LOAES establece los supuestos en los que procede el
estado de alarma y el art. 13 LOAES los casos en los que cabe el estado de excepción.
Como también se ha puesto de manifiesto, la mayoría entiende que lo determinante a
efectos de apreciar si procede declarar el estado de alarma o el de excepción es la
gravedad de la crisis, no la causa que la motiva, al entender que el art. 13 LOAES «omite
cualquier referencia a las motivaciones, centrándose en los efectos perturbadores
provocados en la sociedad» (FJ 11). Por ello, parece interpretar el concepto de «orden
público» al que se refiere este precepto en el sentido de «orden institucional», no
asociándolo a la idea de seguridad ciudadana o seguridad pública. De ahí que considere
que para que proceda la declaración del estado de excepción es suficiente con que
concurran algunas de circunstancias a las que expresamente se refiere este precepto:
que «el libre ejercicio de los derechos y libertades de los ciudadanos, el normal
funcionamiento de las instituciones democráticas, el de los servicios públicos esenciales
para la comunidad, o cualquier otro aspecto del orden público, resulten tan gravemente
alterados que el ejercicio de las potestades ordinarias fuera insuficiente para
restablecerlo y mantenerlo».
Ciertamente, esta interpretación puede efectuarse si se atiende únicamente al tenor
literal del art. 13 LOAES. Sin embargo, una interpretación sistemática de esta norma
impide entender el concepto de orden público en tal sentido. Según dispone el art. 28
LOAES, cuando concurra una alteración del orden público y, además, alguna de las
causas que prevé el art. 4 LOAES, el Gobierno podrá adoptar las medidas del estado de
excepción y las previstas para el estado de alarma. Es, por tanto, claro que, a tenor de lo
establecido en esta norma, los estados de alarma y excepción proceden por causas
distintas y las medidas que pueden dictarse a su amparo son diferentes. La ley no los
concibe, como parece sostener la mayoría, como diferentes grados de una misma
situación de emergencia. Cuestión distinta, como es obvio, es que puedan darse
circunstancias que justifiquen la adopción de ambos estados y por ello esta norma prevé
que en estos casos puedan adoptarse tanto las medidas propias del estado de
excepción como las del estado de alarma (por ejemplo, una situación en la que se
produjeran actos terroristas generalizados que dieran lugar a la declaración del estado
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LOAES, que prevé distintos tipos de medidas según cuál sea el tipo de estado que se
declare.
Por otra parte, tanto el art. 24.2 LOAES como el art. 29 LOAES se refieren a los
«perturbadores del orden público», lo que pone de manifiesto que el concepto del orden
público es algo más que un indebido funcionamiento del orden institucional, sino que
exige una actuación deliberada que altere el orden establecido. Dicho de otro modo, que
tiene que haber desórdenes públicos. Por ello, una interpretación sistemática de la ley
conduce a interpretar este concepto vinculándolo a la idea de seguridad pública o
seguridad ciudadana o a actuaciones que afecten de modo grave a la convivencia
pacífica.
11. Según establece el art. 116.3 CE, el Gobierno, mediante decreto del Consejo de
ministros, previa autorización del Congreso de los Diputados, puede declarar el estado
de excepción por un plazo que no puede exceder de treinta días. Este estado puede ser
prorrogado, cumpliendo los mismos requisitos, por «otro» plazo igual. El que la
Constitución establezca que el estado de excepción tiene un plazo máximo de duración
de sesenta días solo se justifica en que el presupuesto que habilita su declaración es la
existencia de una crisis de seguridad pública cuya resolución puede exigir suspender los
derechos fundamentales a los que se refiere el art. 55.1 CE. El establecimiento de este
plazo no se compagina con los supuestos de emergencia que tengan su origen en una
situación de fuerza mayor, como son los que, de acuerdo con el art. 4 LOAES, permiten
la declaración del estado de alarma, pues este tipo de emergencias pueden prolongarse
más allá de ese plazo (la pandemia que estamos viviendo constituye un ejemplo).
Ciertamente, nada excluye que las crisis graves de seguridad pública pueden tener una
duración de más de sesenta días. Sin embargo, la Constitución es tajante en el sentido
de que la necesidad de resolver este tipo de crisis no permite mantener el estado de
excepción por más tiempo. La suspensión de las normas iusfundamentales solo se
justifica si esta medida es capaz de solventar en un plazo breve la grave crisis de
seguridad ciudadana. Una suspensión por un tiempo superior ocasionaría un grave
menoscabo del Estado de Derecho y, en definitiva, de la propia Constitución. Por ello, el
artículo 116.3 CE es taxativo y solo admite esta drástica medida como máximo durante
sesenta días.
12. Por todo ello, considero que el concepto de «orden público» al que se refiere la
LOAES ha de entenderse en el sentido de seguridad ciudadana o seguridad pública, lo
que me lleva a entender que la grave alteración del orden público que constituye el
presupuesto para declarar el estado de excepción exige que la alteración del orden
público sea de tal entidad que afecte a la convivencia pacífica de la sociedad.
En consecuencia, en el caso que ahora se examina, al provocar la situación de
emergencia una gravísima crisis sanitara –«una pandemia de dimensiones desconocidas
[e] imprevisibles» (ATC 40/2020)– y no concurrir ninguna circunstancia adicional que
provocara graves alteraciones en el orden público que afectaran a la seguridad
ciudadana, el Gobierno solo podía acordar la declaración del estado de alarma.
II. ¿Las medidas adoptadas por los apartados 1, 3 y 5 del art. 7 del Real
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«parece difícil negar que una norma que prohíbe circular a todas las personas, por
cualquier sitio y en cualquier momento, salvo en los casos expresamente considerados
como justificados, supone un vaciamiento de hecho o, si se quiere, una suspensión del
derecho, proscritos como se ha reiterado ya en el estado de alarma» (FJ 5).
Discrepo de esta conclusión. A mi juicio, la intensidad de la limitación, incluso aunque
suponga vaciar de contenido el derecho fundamental, no constituye una suspensión.
Como trataré de explicar a continuación, en mi opinión, la suspensión y la limitación de
derechos son instituciones diferentes, su objeto es distinto y cada una de ellas tiene su
propio régimen jurídico.
Resulta, por tanto, que de acuerdo con la doctrina del Tribunal Constitucional cuando
el derecho fundamental está suspendido su régimen jurídico no es el «regular y
ordinario», esto es, no es el precepto constitucional que lo garantiza porque la norma
iusfundamental se encuentra temporalmente privada de eficacia, sino «uno distinto», el
previsto en la ley orgánica a la que se refiere el art. 116.1 CE o el art. 55.2 CE,
dependiendo de que nos encontremos en el supuesto previsto en el art. 55.1 CE
(suspensión general) o el 55.2 CE (suspensión individual).
16. Por otra parte, como he señalado, la suspensión es un acto formal, por lo que
exige una decisión expresa por la que se prive de eficacia a la norma constitucional que
garantiza el derecho fundamental. Por ello, no puede considerase que existe una
suspensión del derecho fundamental porque se haya restringido el derecho fundamental,
incluso aunque la restricción impuesta sea de tal entidad que impida su ejercicio. En este
caso, nos encontraríamos ante una limitación de derechos fundamentales cuyo régimen
jurídico es, como he señalado, distinto del de la suspensión.
18. Conviene señalar, por otra parte, que estos límites inmanentes delimitan
también el ejercicio del derecho. El contenido de ese derecho tendrá un alcance
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C) Calificación de las medidas previstas en los apartados 1 y 3 del art. 7 del Real
Decreto 463/2020 (el llamado «confinamiento domiciliario»).
20. La declaración del estado de alarma permite al Gobierno ejercer las potestades
exorbitantes que, en virtud de la remisión que efectúa el art. 116.1 CE, le atribuye el
capítulo II de la LOAES. Estas potestades le permiten, entre otras cosas, adoptar
medidas que incidan temporalmente en el régimen jurídico del derecho (durante quince
días o por más tiempo si el Congreso prorroga tales medidas) llegando incluso a
restringir intensamente su contenido esencial o incluso, en determinadas circunstancias,
impedir su ejercicio.
Como se acaba de exponer los derechos fundamentales no son ilimitados y por ello
aun cuando tienen un contenido esencial, este contenido no es inmutable y, dependiendo
de los bienes o valores constitucionales con los que pueda entrar en conflicto, su
ejercicio pueden ser limitado si las restricciones impuestas son proporcionadas.
Cuando las limitaciones de derechos fundamentales se acuerdan como medida para
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conformidad con lo previsto en la LOAES; (iv) las limitaciones establecidas deben tener
como finalidad salvaguardar bienes o valores constitucionales y han de respetar las
exigencias del principio de proporcionalidad, que en este ámbito tiene un alcance
limitado y (v) la restricción de derechos que conllevan pueden afectar con carácter
general a la población del territorio que se ha declarado en estado de alarma, no solo a
ciudadanos determinados o determinables.
21. Como se acaba de indicar, aunque como regla general el art. 81 CE establece
que el desarrollo de los derechos fundamentales y, por tanto, los límites que se
establezcan a su ejercicio han de efectuarse por ley orgánica, el art. 116.1 y 2 CE
atribuye potestades exorbitantes al Gobierno para que mediante un decreto pueda
establecer estas limitaciones en el caso de que concurran las circunstancias que
permiten la declaración del estado de alarma.
La jurisprudencia constitucional ha establecido que tanto el decreto que acuerda el
estado de alarma como la resolución del Congreso que lo prorroga tienen rango de ley
(STC 83/2016 y ATC 7/2012). De otro modo, no podrían desplazar temporalmente las
normas legales que regulan el ejercicio del derecho mientras esté en vigor el estado de
alarma y establecer durante ese tiempo el régimen jurídico que regula el ejercicio del
derecho sobre el que incide la medida limitativa. Al tratarse de normas con rango de ley
solo cabe interponer contra ellas recurso de inconstitucionalidad. No pueden, por tanto,
ser controladas por la jurisdicción contencioso-administrativa.
22. El Gobierno puede acordar el estado de alarma por un plazo máximo de quince
días. Este plazo solo puede ser prorrogado si lo autoriza el Congreso (art. 116.2 CE). Por
ello, las limitaciones de derechos fundamentales que establezca el decreto por el que se
declara el estado de alarma o, en su caso, la resolución del Congreso que lo prorroga,
solo pueden establecerse mientras esté en vigor el estado de alarma y siempre que
concurra la situación de emergencia que justifica su declaración.
(iv) Las limitaciones establecidas deben tener como finalidad salvaguardar bienes o
cve: BOE-A-2021-13032
25. Por otra parte, en los casos en los que la crisis que justifica la declaración de
alarma se fundamenta en hechos respecto de los que la ciencia carece de respuestas
claras para su resolución, el principio de precaución obliga a ser deferente con las
medidas establecidas por las autoridades para su resolución. La crisis sanitaria que
conllevó la declaración del estado de alarma la ha provocado una pandemia originada
por una enfermedad, la COVID 19, que hasta ese momento era desconocida, que puede
ser muy grave, con un elevado riesgo de contagio y respecto de la que la ciencia en ese
momento no podía ofrecer respuestas certeras.
26. Las circunstancias expuestas determinan que el examen de los pasos que
conforman el juicio de proporcionalidad (adecuación, necesidad y proporcionalidad en
sentido estricto) ha de tener un alcance limitado. En concreto, por lo que se refiere al
juicio de adecuación y al de necesidad solo puede efectuarse en sentido negativo. Es
decir, para considerar que la medida es acorde con este principio no es necesario
justificar que la medida es idónea porque es capaz de lograr el fin pretendido, sino que
basta con comprobar que no puede considerarse inidónea para conseguir el resultado
perseguido. Del mismo modo, para entender que se cumple el juicio de necesidad
bastará con argumentar que no existen alternativas que con toda evidencia logren el
mismo resultado incidiendo de modo menos lesivo en los derechos de los ciudadanos.
30. Las consideraciones que acabo de efectuar me llevan a entender que las
medidas restrictivas de derechos fundamentales que estableció el Real
Decreto 463/2020, de 14 de marzo, por el que se declara el estado de alarma para la
gestión de la situación de crisis sanitaria ocasionada por el COVID-19 son acordes con la
Constitución.
Por las razones expuestas, las restricciones establecidas no pueden ser calificadas
como una «suspensión» de derechos fundamentales, sino como una «limitación»
aunque esta restricción pueda ser tan intensa que pueda suponer, en determinados
supuestos, «un vaciamiento de hecho» del derecho o su privación. Por ello, como el
derecho constitucional es eficaz, las limitaciones impuestas para que puedan
considerarse conformes con el art. 19 CE deberán cumplir las exigencias ya señaladas:
tener cobertura en la LOAES y ser acordes con el principio de proporcionalidad, aunque,
como se ha indicado, en este ámbito el principio de proporcionalidad tiene un alcance
más limitado.
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31. El art. 7.1 y 3 del Real Decreto 463/2020 estableció una intensa limitación del
derecho a la libertad de circulación, pues solo permitió la circulación por las vías o
cve: BOE-A-2021-13032
espacios de uso público si concurría alguna de las causas que establecía esta norma.
Estas limitaciones serán acordes con el art. 19 CE si, como se ha expuesto, tienen como
fin salvaguardar bienes o valores constitucionales, tienen cobertura en la LOAES y
respetan las exigencias del principio de proporcionalidad.
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Núm. 182 Sábado 31 de julio de 2021 Sec. TC. Pág. 93633
35. Tampoco puede apreciarse que las restricciones a la circulación impuestas por
el art. 7.1 y 3 del Real Decreto 463/2020 lesionen los arts. 21, 6, 7 y 23 CE. Como
sostiene la mayoría en relación con estas impugnaciones, las limitaciones a la circulación
que esta norma impone no inciden en el ámbito protegido ni por el derecho de reunión y
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36. Ha de señalarse, por otra parte, que los órganos judiciales, a los que el art. 53.2
CE encomienda la tutela de los derechos fundamentales, en el enjuiciamiento de los
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A) ¿La declaración del estado de excepción conlleva más garantías para los
ciudadanos que la declaración del estado de alarma?
art. 116.1 CE. Si dichas medidas no respetaran esta norma vulnerarían de forma mediata
el citado precepto constitucional.
Por el contrario, si se declara el estado de alarma y a su amparo se limitan derechos
–limitación que puede ser tan intensa que impida materialmente el ejercicio del
derecho–, como la norma constitucional que lo garantiza no está suspendida, no solo se
podrá controlar si las restricciones impuestas con carácter general por el decreto que
declare el estado de alarma tienen cobertura legal y cumplen un fin legítimo, sino
también si respetan las exigencias del principio de proporcionalidad. Este último control,
sin embargo, no podrá efectuarse respecto de las suspensiones de derechos que
establezca el decreto de excepción, pues la suspensión acordada determina que
mientras dure la suspensión ese derecho no «exista». Por ello, al no «existir» el derecho,
sus restricciones no tienen que ser proporcionadas, ni podrá aducirse a efectos de
controlar la conformidad a Derecho de las medidas adoptadas al amparo del estado de
excepción.
41. Resulta, por tanto, que en el estado de excepción, a diferencia de lo que ocurre
en el de alarma, la restricción concreta de las libertades de los ciudadanos se produce
en la mayoría de los supuestos de forma individualizada y como consecuencia de una
específica decisión de la autoridad gubernativa. La autorización del Congreso de los
Diputados y el decreto que a su amparo declara el estado de excepción actualiza las
habilitaciones que están en potencia en los arts. 16 y ss. LOAES, con la consecuencia
de que, suspendidos unos u otros derechos, la intervención concreta que afecte a
determinados ciudadanos dependerá de la apreciación discrecional de la autoridad
gubernativa.
De este modo, bajo el estado de alarma los ciudadanos conocen de antemano en
qué medida sus derechos o libertades quedan limitados. Tienen certeza jurídica del
alcance de la restricción de sus derechos o libertades, sin que estas limitaciones
dependan de decisiones concretas de los agentes de la autoridad. En el estado de
excepción, sin embargo, estas limitaciones dependen de la apreciación de los agentes
de la autoridad a quienes la norma atribuye un amplio margen de discrecionalidad. La
atribución de estas potestades exorbitantes a las autoridades gubernativas sitúa al
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inseguridad que genera, incide de modo negativo en su esfera jurídica– sino que,
además, si finalmente esa afectación se produjera no podría invocar la norma
constitucional que garantiza el derecho restringido (norma que se encuentra
suspendida), sino, tan solo, las disposiciones correspondientes de la LOAES y, en
relación con ellas, el principio de proporcionalidad.
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Núm. 182 Sábado 31 de julio de 2021 Sec. TC. Pág. 93636
42. La mayoría considera que los apartados 1, 3 y 5 del art. 7 del Real
Decreto 463/2020 son inconstitucionales porque establecieron medidas que conllevaron
la suspensión del derecho fundamental que consagra el art. 19 CE sin contar con la
previa autorización del Congreso de los Diputados. Considera que para adoptar estas
medidas el Gobierno hubiera debido declarar el estado de excepción y para ello hubiera
debido contar con carácter previo con la referida autorización. Por este motivo estiman
que los referidos preceptos son inconstitucionales y nulos.
43. Esta conclusión, sin embargo, no creo que sea correcta. Aunque se aceptara la
tesis que sostiene la decisión mayoritaria en la que se sustenta la sentencia y, por tanto,
se entendiera que los referidos apartados del art. 7 del Real Decreto 463/2020
suspendieron el derecho a la libertad de circulación sin la previa autorización del
Congreso, en el presente caso, esta infracción constitucional no podría conllevar la
declaración de inconstitucionalidad y nulidad de estos preceptos. Ciertamente, el
Decreto 463/2020 declaró el estado de alarma, no el estado de excepción y por ello no
contó con la previa autorización del Congreso de los Diputados. Ahora bien, once días
después el Congreso otorgó esa autorización. El 25 de marzo de 2020 el Pleno del
Congreso de los Diputados acordó conceder la autorización para prorrogar el estado de
alarma declarado por el Real Decreto 463/2020. Esta autorización prorrogó todas las
medidas adoptadas por el Gobierno e impuso, además, la obligación de remitir
semanalmente al Congreso información documental sobre el grado de ejecución de las
medidas adoptadas y su eficacia para alcanzar los objetivos propuestos. A partir de este
momento las medidas establecidas en el Real Decreto 463/2020 y en los sucesivos
reales decretos que las prorrogaron contaban con la previa autorización del Congreso de
los Diputados –autorización que se acuerda con la misma mayoría que la exigida para
declarar el estado de excepción–, por lo que cumplían las exigencias que la Constitución
impone para suspender derechos fundamentales, aunque fueran previstas por una
norma que declaró el estado de alarma y no el de excepción. Los actos jurídicos han de
calificarse de acuerdo con su naturaleza, no con el nombre que se les otorgue.
45. Para que un órgano pueda subsanar los actos dictados por otro es necesario
cve: BOE-A-2021-13032
preceptiva autorización del Congreso y convalidó los preceptos que establecieron estas
medidas (los apartados 1, 3 y 5 del art. 7 del Real Decreto).
46. El problema que plantea esta convalidación es que si, como sostiene la
mayoría, las medidas adoptadas conllevan la suspensión del derecho fundamental que
garantiza el art. 19 CE, no podrían tener una duración superior a sesenta días, que es el
plazo máximo que puede estar en vigor el estado de excepción (art. 116.3 CE). En
consecuencia, estas medidas hubieran debido decaer el 13 de mayo de 2020, que es
cuando transcurrió este plazo. Sin embargo, estuvieron en vigor hasta las 00:00 horas
del día 21 junio de 2020, fecha en la que venció la última prórroga de la vigencia del Real
Decreto 463/2020 otorgada por el Real Decreto 555/2020, de 5 junio. Por ello, si, según
sostiene la opinión mayoritaria, el llamado «confinamiento domiciliario» conlleva una
suspensión del derecho que consagra el art. 19 CE, su inconstitucionalidad no debería
declararse porque fuera acordado sin contar con la autorización del Congreso –los
preceptos que lo establecieron fueron convalidados por las autorizaciones del Congreso
para prorrogar el estado de alarma–, sino porque se prorrogó durante más tiempo del
permitido por el art. 116.3 CE.
49. La sentencia (FJ 11) alude, por una parte, [apartado a)] a los supuestos que no
son susceptibles de revisión, diferenciando entre: (i) «los procesos conclusos mediante
sentencia con fuerza de cosa juzgada»; (ii) «las situaciones decididas mediante
actuaciones administrativas firmes» y (iii) «las demás situaciones jurídicas generadas por
la aplicación de los preceptos anulados»; por otra, [apartado b)] menciona los casos que
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Núm. 182 Sábado 31 de julio de 2021 Sec. TC. Pág. 93638
50. Nada habría que objetar a los supuestos previstos en el inciso (i) del apartado
a) pues los procesos fenecidos mediante sentencia con fuerza de cosa juzgada
[art. 161.1 a) CE y art. 40 LOTC], salvo los procesos penales o contencioso-
administrativos referentes a procedimientos sancionadores en los que, como
consecuencia de la nulidad de la norma aplicada resulte una reducción de la pena o de
la sanción o una exclusión, exención o limitación de la responsabilidad (art. 40.1 LOTC)
no pueden ser objeto de revisión. Y tampoco suscita ninguna duda que estos últimos
procesos sí pueden ser revisados, como establece el apartado b).
52. La mayoría considera que tampoco cabe revisar «las demás situaciones
jurídicas generadas por aplicación de los preceptos anulados». La primera cuestión que
plantea este tercer inciso del apartado a) es determinar las situaciones a las que alude.
Una interpretación sistemática de este apartado lleva a entender que su inciso tercero se
refiere a todos aquellos casos en los que la «situación jurídica» no haya devenido firme,
pues las que tienen valor de cosa juzgada se han excluido en el primer inciso y las
«situaciones firmes» en el segundo, por lo que el único sentido que puede tener el tercer
inciso es el de referirse a actos o «situaciones» no firmes por estar pendiente de revisión
o puedan serlo. Ahora bien, si esto fuera así se llegaría al absurdo de afirmar la
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53. La segunda cuestión que se suscita en relación con esta limitación de efectos
es analizar si los argumentos en los que la mayoría la fundamenta justifican esta
decisión. Estos argumentos son dos: (i )«la inconstitucionalidad parcial del Real
Decreto 463/2020, de 14 de marzo, no deriva del contenido material de las medidas
BOLETÍN OFICIAL DEL ESTADO
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56. En mi opinión, en este caso existen valores constitucionales que justifican esta
limitación de efectos, al menos en lo que se refiere a los apartados 1, 3 y 5 de art. 7 del
Real Decreto 463/2020 (el llamado «confinamiento domiciliario»). A través de las normas
anuladas se adoptaron medidas que trataban de evitar la propagación del virus causante
de la COVID-19 con el fin de salvaguardar la vida y salud de la población que se
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Voto particular que formula el magistrado don Cándido Conde-Pumpido Tourón respecto
de la sentencia dictada en el recurso de inconstitucionalidad núm. 2054-2020
pandemias en dicho artículo séptimo; medidas que habían sido ratificadas por más
del 90 por 100 de los miembros del Parlamento cuando se aprobó la prórroga inicial.
El correcto entendimiento de las categorías constitucionales suspensión/restricción
cve: BOE-A-2021-13032
estado, pero sin que desaparezcan algunas de las garantías constitucionales de aquel
contenido como es la del sometimiento de tal restricción al cumplimiento del principio de
cve: BOE-A-2021-13032
proporcionalidad.
Sin embargo, para la sentencia de la que discrepamos, lo procedente hubiera sido
hacer desparecer el derecho a la libre circulación mediante su suspensión declarando el
estado de excepción. Proponer que se garantizan mejor los derechos de los ciudadanos
suprimiéndolos en lugar de restringiéndolos dejando incólumes sus garantías
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Núm. 182 Sábado 31 de julio de 2021 Sec. TC. Pág. 93642
forma más intensa de restricción del haz de facultades que se derivan del
reconocimiento de un derecho fundamental. Sin embargo, considero, como igualmente
cve: BOE-A-2021-13032
he señalado ya, que la suspensión no es sino la supresión temporal del derecho y de sus
garantías constitucionales, y su sustitución por lo dispuesto en la normativa de
excepción. La suspensión exige una declaración formal que explícitamente la prevea y
su consecuencia es que el derecho formalmente suspendido pierde las referidas
garantías constitucionales.
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3. Una vez recordado lo anterior, no cabe sino señalar que el hecho de que
consideremos restricciones las medidas recogidas en el artículo 7 del Real
cve: BOE-A-2021-13032
Decreto 463/2020, no significa que las mismas no deban quedar sometidas al escrutinio
de este tribunal.
Así, una medida de confinamiento domiciliario puede ser adoptada bajo cualquiera
de los dos estados (alarma o excepción), pero el régimen jurídico y las garantías del
derecho variarán dependiendo de si nos encontramos ante una restricción (alarma) o
ante una suspensión formalmente declarada (excepción). Las restricciones de derechos
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a que puede dar lugar la declaración de un estado de alarma quedan sujetas siempre a
límites y condiciones constitucionales, pues precisamente ello es lo que caracteriza a las
restricciones frente a las suspensiones.
Son estos límites y condiciones constitucionales los que habría que haber aplicado
para determinar si el Real Decreto impugnado era o no era conforme con nuestro
ordenamiento constitucional. Pero, la eventual vulneración de tales límites y condiciones
no supondría, sin embargo, la transformación de la restricción de un derecho en una
suspensión del mismo, sino, simplemente, que tal restricción debió ser considerada
contraria a la Constitución.
Así, en efecto, en el caso del Real Decreto 463/2020 no se produjo formalmente la
suspensión de derecho alguno y, por tanto, de lo que se trataba era de determinar si las
restricciones de derechos establecidas en aquella norma se adecuaban a los límites y
condiciones que permanecían incólumes precisamente por no haber quedados aquellos
derechos formalmente suspendidos.
En primer lugar, el Real Decreto impugnado se habría de someter a la comprobación
de la concurrencia de alguno de los presupuestos habilitantes que la Ley
Orgánica 4/1981, fija a efectos de la lícita proclamación de la alarma constitucional ante
la insuficiencia de los «poderes ordinarios» para el «mantenimiento [restauración, en
rigor] de la normalidad» (art. 1.1 LOAES), presupuestos o hechos determinantes que,
como es sabido, se enuncian en el artículo 4 de la misma Ley Orgánica y que se
relacionan con determinados sucesos naturales o crisis sanitarias tales como epidemias.
En segundo lugar, el Real Decreto impugnado se habría de someter a la
comprobación de la debida sujeción de las medidas introducidas por el mismo a las
normas que en la LOAES establecen los tipos genéricos de intervenciones posibles en
un estado de alarma (arts. 11 y 12 LOAES), normas cuya eventual transgresión por aquel
decreto determinaría su inconstitucionalidad por infracción (mediata) del artículo 116.1
CE.
Y finalmente, y en tercer lugar, el Real Decreto impugnado se habría de someter a la
comprobación del respeto del principio de proporcionalidad en la concreta configuración
de las medidas adoptadas. Así en el estado de alarma los derechos fundamentales
subsisten en todo caso y al servicio de que así sea está el control de proporcionalidad
sobre el decreto que lo declare (siempre que ese mismo decreto hubiera superado
previamente, con arreglo a la LOAES, el control de legalidad).
Lo que este tribunal debiera haber hecho es aplicar el referido canon a los preceptos
impugnados. Y al hacerlo, lo primero que hubiese constatado es la procedencia de haber
declarado, ante la emergencia deparada por la pandemia, un estado de alarma, siendo
así que una de las «alteraciones graves de la normalidad» que pueden justificar el
recurso a este instrumento es el de las «[c]risis sanitarias, tales como epidemias […]»
[art. 4, punto b), LOAES].
En segundo lugar, y conforme a lo dispuesto en el artículo 11 a) LOAES, hubiese
confirmado que una de las medidas que pueden ser adoptadas «en el decreto de
declaración del estado de alarma, o en los sucesivos que durante su vigencia se dicten»
es la de «[l]imitar la circulación o permanencia de personas o vehículos en horas o
lugares determinados, o condicionarlas al cumplimiento de ciertos requisitos».
Lo establecido en el artículo 7 (apartados 1 y 3) del Real Decreto tendría, entiendo,
encaje en esta previsión legal.
Así, el Real Decreto de alarma viene a prohibir –a salvo de las «actividades» que
expresamente puntualiza en el art.7 (incluyendo las cláusulas abiertas que allí se
Verificable en https://www.boe.es
fueron prohibidas–, la circulación por todas «las vías o espacios de uso público» y
durante cualesquiera horas, restricción extrema que cabe reconducir, sin embargo, a la
abierta previsión del primer inciso del precepto en orden a la limitación de permanencia y
tránsito en horas o lugares que se determinen a la vista de las circunstancias de la
emergencia [artículo 11 a) LOAES].
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tanto el Gobierno como el Parlamento que prorrogó las medidas inicialmente adoptadas
por este con más del 90 por 100 de apoyo de la Cámara y sin ningún voto en contra,
cve: BOE-A-2021-13032
una vez suprimido el apartado a) que mencionaba las alteraciones del orden público.
Las enmiendas de supresión del orden público en los estados de alarma [que dieron
cve: BOE-A-2021-13032
lugar a la eliminación de la letra a) del actual art. 4 LOAES] fueron completadas con
aquellas enmiendas dirigidas a centrar el estado de excepción únicamente en las
alteraciones del orden público.
La sentencia de la mayoría para sortear los términos de la normativa de excepción a
la que se remite la propia Constitución, y lo que denomina una interpretación «originaria»
u «originalista» de la misma, propone realizar una interpretación original fundada en lo
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que denomina una interpretación «evolutiva» –que no es otra cosa que una
interpretación contra legem contraria a la voluntad explícita del legislador al que el
art. 116.1 de la norma fundamental ha remitido explícitamente la regulación de la
materia–, y que implica que «la situación producida por la pandemia hubiera permitido la
declaración de un estado de excepción, atendiendo a las circunstancias realmente
existentes, más que a la causa primera de las mismas»; legitimando con ello lo que la
sentencia considera una suspensión de derechos.
Sin embargo, el entendimiento amplio que se realiza en la sentencia de la que
discrepamos del concepto de alteración del orden público como presupuesto para la
declaración del estado de excepción se opone al entendimiento que de tal concepto
había realizado con anterioridad la propia doctrina de este mismo tribunal. Así, en efecto,
en el reciente ATC 40/2020, de 30 de abril, de la Sala Primera, se consideró que con la
prohibición de una manifestación en pleno estado de alarma «no se trata aquí de
garantizar del orden público o de asegurar la no alteración del orden público. Tampoco la
declaración del estado de alarma se ha basado en la preservación del orden público,
sino en la garantía del derecho a la integridad física y la salud de las personas».
Ahora, apenas unos meses después, en un cambio de criterio (overruling)
inmotivado, se considera por la sentencia de la que discrepamos que «cuando la
gravedad y extensión de la epidemia imposibilitan un normal ejercicio de los derechos,
impiden un normal funcionamiento de las instituciones democráticas; saturan los
servicios sanitarios (hasta temer por su capacidad de afrontar la crisis) y no permiten
mantener con normalidad ni las actividades educativas ni las de casi cualquier otra
naturaleza, es difícil argüir que el orden público constitucional […] no se ve afectado; y
su grave alteración podría legitimar la declaración del estado de excepción» (FJ 11).
Es decir, en el ATC 40/2020, en pleno estado de alarma, este tribunal negó
explícitamente que los derechos allí concernidos se hubiesen restringido por razones de
orden público, pues se trataba de otra cosa, de la garantía del derecho a la integridad
física y la salud de las personas. Ahora, sin embargo, este tribunal considera que las
razones que entonces ya concurrían son reconducibles a una afectación del orden
público. La interpretación «originalista» asumida por este mismo tribunal hace apenas
unos meses se ve atropellada por la necesidad de una interpretación «evolutiva»
justificada en la «necesidad de acomodarse a las realidades de la vida […] como medio
para asegurar su propia relevancia y legitimidad», la de la norma fundamental se
supone. La interpretación con la que se juzgó la misma situación que se juzga ahora, y
más concretamente la interpretación del concepto de orden público, ha quedado en
apenas unos meses anticuada.
En todo caso, no puedo sino dejar constancia de mi preocupación al constatar que,
como ya señalé en los votos particulares formulados en el recurso de
inconstitucionalidad 2035-2020 o en el recurso de inconstitucionalidad 3883-2018, se
están realizando cambios en la doctrina jurisprudencial no expresamente reconocidos ni
debidamente justificados, incurriendo así en cambios doctrinales u overrulings
encubiertos que no responden a las exigencias que nuestra propia doctrina
jurisprudencial establece para estos cambios de criterio.
Así, cabe constatar que la utilización de las categorías constitucionales restricción/
suspensión que propone la sentencia genera un problema: en el caso actual no habría
sido posible establecer en nuestro ordenamiento un confinamiento domiciliario, pues no
concurría el presupuesto para declarar el estado de excepción, una situación de
alteración del orden público interpretado este concepto en sentido estricto.
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interpretación extensiva del concepto de orden público, poniendo así en cuestión tanto lo
afirmado en nuestra anterior doctrina como lo dispuesto en la Ley Orgánica 4/1981, pero
sin considerar siquiera la necesidad de someter la propia norma a control de
constitucionalidad. Se consigue con ello posibilitar que nuestros derechos y sus
garantías sean suprimidos obligando a tener que acudir a su suspensión y a la
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Núm. 182 Sábado 31 de julio de 2021 Sec. TC. Pág. 93648
sustitución del régimen ordinario por el extraordinario. Si bien para ello es necesario
forzar el presupuesto para poder declarar el estado de excepción.
Bajo mi punto de vista lo que sería radicalmente contrario a la Constitución sería,
precisamente lo que nos propone la sentencia: declarar el estado de excepción –
suspendiendo derechos fundamentales y, por ende sus garantías constitucionales– para
luchar contra una pandemia, pues el propio poder constituyente, a través de la remisión
que ha realizado al legislador orgánico de excepción, ha decidido que en el caso de
pandemias, y cuando no se produce una alteración del orden público, no se puedan
suspender los derechos fundamentales.
convierte en instrumental para permitir que este tribunal tenga una mayor
discrecionalidad para considerar que algunas de las medidas en su día adoptadas, si
bien pudieron ser correctas para hacer frente a la pandemia, fueron inconstitucionales
por el hecho de que el número de excepciones no fue suficiente para evitar tener que
catalogar la restricción como una suspensión, y considerar, así, que se habría adoptado
sin haber utilizado la herramienta correcta.
BOLETÍN OFICIAL DEL ESTADO
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Lo que ocurre es que tal construcción, con la falta de certeza que se deriva de la
misma, aboca a los poderes públicos a la utilización futura de una herramienta, el estado
de excepción, que, sin embargo, conlleva como hemos señalado, una evidente
disminución de las garantías constitucionales de los derechos fundamentales.
En efecto, las consecuencias derivadas de la concepción que se alumbra en la
sentencia serán sufridas directamente por los ciudadanos, pues a partir de ahora, el
Gobierno autorizado por el Congreso –y ante la dificultad para determinar cuán intensa
debe ser una restricción para transmutarse en una suspensión de derechos–, tendrá que
suspender los derechos fundamentales de los ciudadanos bajo el estado de excepción
suprimiendo las garantías constitucionales de los mismos. Como ejemplo paradigmático,
una vez declarado el estado de excepción para hacer frente a una futura pandemia,
cuando la autorización del Congreso comprenda la suspensión del artículo 21 de la
Constitución, la autoridad gubernativa podrá someter a autorización previa o prohibir la
celebración de reuniones y manifestaciones (art. 22 LOAES). Algo que nunca sería
posible bajo el estado de alarma, pues de acuerdo con la doctrina recogida,
acertadamente en este punto, en la propia sentencia, los derechos del art. 21 CE y sus
garantías se someten, bajo aquel estado, al régimen ordinario previsto en la Constitución
y en la Ley Orgánica que los desarrolla y que recordemos que dispone por ejemplo para
las manifestaciones un mero régimen de comunicación previa. Bajo el estado de alarma
no se pueden excepcionar o cancelar los derechos de reunión y manifestación que
permanecen incólumes, bajo el estado de excepción las garantías constitucionales de
aquellos si pueden desparecer, y a ello anima la construcción realizada por la sentencia
de la que discrepamos.
6. Constituye una cierta tradición en el Tribunal citar la frase del primer presidente,
García Pelayo, quien señaló que la función del Tribunal Constitucional es la de resolver
problemas políticos con argumentos jurídicos.
La sentencia de la mayoría hace exactamente lo contrario. No resuelve, sino que
crea un grave problema político y sanitario, al desarmar al Estado contra las pandemias,
privándole del instrumento que la ley determina expresamente para hacer frente a las
crisis sanitarias, que es el estado de alarma. Y no responde, a criterios propiamente
jurídicos, pues dichos criterios deben proporcionar certeza y seguridad jurídica mientras
que en el caso actual, se utiliza un atajo argumental (calificar como suspensión una
restricción intensa de un derecho fundamental) para estimar la inconstitucionalidad de
una medida sanitaria solicitada por un partido político, que previamente la había apoyado
expresamente en el debate y votación parlamentaria de la prórroga del estado de
alarma.
La construcción doctrinal de la sentencia podría suscitar en un inadvertido lector la
impresión de que lo que se consigue con la misma es una mejor garantía de los
derechos, pues se somete al Gobierno a un control parlamentario desde el primer
momento en el que se produce la restricción de aquellos. Sin embargo, nada más
alejado de la realidad, la construcción lo que permite es que se debiliten las garantías
constitucionales de los derechos a cambio de que la supresión constitucional de los
mismos sea autorizada por el Parlamento.
Ciertamente el resultado inmediato de la construcción de la mayoría no es otro que
lograr una declaración de inconstitucionalidad fundada en que el instrumento jurídico
utilizado no fue correcto, puro formalismo jurídico, como se ha dicho. Sin embargo, las
consecuencias no son solo formales, pues se prescinde del estado de alarma a costa de
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Voto particular que formula la magistrada doña María Luisa Balaguer Callejón a la
sentencia dictada en el recurso de inconstitucionalidad núm. 2054-2020
En ejercicio de la facultad que me confiere el art. 90.2 de la Ley Orgánica del Tribunal
Constitucional, y con pleno respeto a la opinión de la mayoría reflejada en la sentencia,
formulo el presente voto, dejando constancia de los fundamentos de mi posición discrepante
con el fallo y con los razonamientos que sustentan el pronunciamiento parcialmente
estimatorio del recurso de inconstitucionalidad núm. 2054-2020.
En una pandemia que se ha desencadenado a nivel mundial, los medios científicos y
jurídicos instrumentalizados para hacerle frente alrededor del planeta presentan perfiles
muy homogéneos, de manera que las restricciones de los derechos han sido tan
inevitables como universales.
La Comisión de Venecia ha podido pronunciarse acerca de estas, calificándolas
como las respuestas ante un estado de necesidad que exigía la adopción, por parte de
los gobiernos, de medidas proporcionadas a las exigencias de tan singulares
circunstancias (Informe provisional aprobado en la 124.ª Sesión Plenaria de octubre
de 2020). Unas medidas que, como asegura la propia Comisión de Venecia, en todos los
estados miembros de la Unión Europea «ya sea mediante la declaración de un estado de
emergencia (o equivalente) o no, habrán tenido repercusiones en mayor o menor medida
en la democracia, el Estado de Derecho y los derechos humanos».
En este sentido, la sentencia que este tribunal estaba llamado a dictar, en una
situación tan excepcional, exigía un esfuerzo argumental importante, en particular al
tratarse de la primera vez en que una situación de estas características era sometida a
juicio de constitucionalidad. A pesar del intento, no ha sido posible alcanzar una
argumentación asumible para una mayoría más amplia de magistrados, poniendo de
manifiesto la polarización extrema de los argumentos en cuanto al fallo. Sin embargo,
una lectura acerca de su posible déficit de legitimación no sería, a mi juicio, apropiada.
La mera previsión legal del voto de calidad de la presidencia (art. 90 LOTC), utilizado
para resolver muchos recursos (SSTC 111/1983, sobre el Decreto-ley de expropiación
del Grupo Rumasa; 53/1985, sobre la legalización parcial de la interrupción del
embarazo; 127/1994, sobre la televisión privada, entre otras muchas) pone de manifiesto
la eventualidad de la división aritmética de posiciones y esa realidad que en nada merma
la consideración de las decisiones que han sido adoptadas de este modo. Las
posibilidades abiertas a la interpretación de las normas jurídicas permiten diferentes
opciones, todas ellas igualmente legítimas, en relación con un texto constitucional
configurado, también, desde el consenso de las diferentes fuerzas políticas en la fase
constituyente de la transición en España.
Dicho esto, es en la exigencia de la motivación de las resoluciones judiciales del
art. 120.3 CE, donde se cumple con la necesidad y la obligación constitucional de hacer
comprensible a la ciudadanía el sentido del fallo. Y, es la argumentación que se lleva a
cabo por el Tribunal, respecto de la norma objeto de enjuiciamiento, la que lo justifica
dado que, según el art. 117 CE, «la justicia emana del pueblo». Solo de esta manera es
posible el control social del Derecho en las sociedades democráticas sujetas al modelo
de un Estado social. Y, esa opción que en el voto mayoritario conforma el fallo, todavía
permite que, mediante la institución del voto particular, prevista en el art. 90.2 LOTC, se
puedan explicitar otras opciones tan válidas desde el punto de vista jurídico como la que
consigue imponerse, y que permite, por lo tanto, la posibilidad de que la sociedad pueda
conocerlas y formarse su propio juicio acerca de las alternativas posibles y sus
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diferencias con la mayoría en relación con una sentencia que puede producir cierta
perplejidad y que, a mi juicio, y como dije también en el voto a la STC 172/2020, de 19
de diciembre (sobre la Ley Orgánica de protección de la seguridad ciudadana), genera
más inseguridad jurídica de la que intenta combatir y, añado, resulta menos garantista de
lo que pudiera intuirse al leer el fallo parcialmente estimatorio. Desde un somero análisis
del sentido común, es difícil aceptar como contraria a la Constitución una legislación que
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ha permitido, de una manera rápida y eficaz, arbitrar medidas sociales efectivas de cara
a proteger bienes jurídicos tan importantes como la vida y la salud de las personas, y en
un contexto de identificación con las medidas del entorno europeo que no han sido
discutidas, con el grado de intensidad que lo son en España, en sus Estados
respectivos. A esta dificultad ha podido contribuir un cierto ruido interno en el Tribunal,
que de manera desacostumbrada ha sostenido algunas posiciones extrajurídicas poco
recomendables para el futuro, en una institución que solo debería pronunciarse a través
de sus resoluciones.
Pero en todo caso, mi voto pretende, en la medida de lo posible, clarificar algunas de
las dificultades que han surgido del contraste entre la Constitución, la Ley
Orgánica 4/1981, de los estados de alarma, excepción y sitio, y el Real
Decreto 463/2020, de 14 de marzo (arts. 7, 9, 10 y 11), por el que se declaró el estado de
alarma para la gestión de la crisis sanitaria ocasionada por el COVID-19 (y sucesivos)
sujeto al control de constitucionalidad.
Porque si aceptásemos esa razón, la sentencia tendría que haber llegado a dos
conclusiones más que, sin embargo, descarta.
Por un lado, si aceptamos que lo único relevante para declarar un estado de
emergencia es el alcance suspensivo de los derechos, que se deriva de las medidas
previstas en el real decreto, debería asumirse también que su control se limita a verificar
la naturaleza y el alcance de esas medidas. La consecuencia directa de esta posición, es
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adopción sucesiva del estado de excepción. Una comprensión tal nos llevaría a
encadenar sistemáticamente la declaración de uno y de otro, porque la situación
derivada del estado de alarma sería presupuesto para la adopción del estado de
excepción. No parece ser esta la previsión del legislador postconstituyente, claramente
preocupado por separar los presupuestos fácticos que justifican la adopción de uno y
otro estado excepcional.
En suma, en el supuesto que nos ocupa, se daban las circunstancias propias de la
declaración del estado de alarma, de modo que el instrumento elegido por el ejecutivo
nacional fue el constitucionalmente adecuado, sin perjuicio del análisis que se pueda
hacer sobre las medidas y sus efectos sobre la restricción, más o menos intensa, al
ejercicio de determinados derechos fundamentales.
preservación del derecho a la vida y la salud de las personas, entiendo que la aplicación
del canon de proporcionalidad, de haberse aplicado, debería haber conducido a declarar
cve: BOE-A-2021-13032
Tribunal Constitucional.
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