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La Decepcion de Valeria PDF

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Primera edición.

La decepción de Valeria. Trilogía Álvaro nº2


©Aitor Ferrer
©Abril, 2022.
Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte, ni registrada en o transmitida por,
un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético,
electroóptico, por fotocopia, o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito del autor.
ÍNDICE
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Mis redes sociales
Capítulo 1

No sabía cuánto tiempo llevaba aquí, pero podía escuchar a todos hablando sobre mi estado.
Decían algo sobre un accidente, que las ambulancias tardaron un poco en llegar, los bomberos tuvieron dificultades para sacarnos a
las dos… ¿Qué dos?
¿Qué accidente?
Mi madre no dejaba de hablarme, de pedirme que me despertara y que le enseñara esa bonita sonrisa que tenía.
No entendía por qué me pedía eso, si podía escucharla, y le contestaba, ¿por qué ella no me oía?
Lo raro era que no veía nada, solo… oscuridad.
Pero entonces algo cambió, y en mi mente se materializó, como por arte de magia, una figura.
Era un hombre, estaba de espaldas, no podía verle la cara, me habló y esa voz… la recordaba, pero, ¿de qué la conocía?
Estaba agotada, me pesaba todo el cuerpo y no quería hacer otra cosa que no fuera dormir, y solo dormir.
Me vi en un pasillo, estaba enfadada, cruzada de brazos, ¿esperaba a alguien? Parecía que sí, porque no tardó en aparecer un hombre,
sin rostro, no podía verle, pero era el mismo que había visto antes.
Se acercó y me atrapó entre la pared y su cuerpo, besándome como si fuéramos algo más que un par de desconocidos. Me estaba
excitando, me tocaba en mi zona más íntima y, entonces, ¿le apartaba y quería darle una bofetada?
¿Quién diablos era ese hombre?
Dejaba atrás el pasillo y me montaba en el coche, solo quería irme a casa, no volver a pensar en aquel beso, ni en ese hombre, pero,
¿por qué huía de él?
¿Acaso era un acosador que se había obsesionado conmigo?
No, no podía ser eso, sentía que lo conocía, mi cuerpo reaccionaba a sus besos, a su tacto, mi cuerpo lo llamaba.
Lo conocía, sabía quién era ese hombre de mis sueños, pero, ¿por qué no podía recordarlo?
¿Por qué no veía a mi madre, si la escuchaba a mi lado? ¿Por qué Alejandra no dejaba de llorar y me pedía que abriera los ojos de
una puta vez, y no escuchaba mis gritos?
—Lola, los médicos están haciendo bien su trabajo, son los mejores, te lo aseguro —esa voz… ¿Qué hacía el hombre de mis sueños
allí, con mi madre?
No entendía nada, de verdad que no. ¿Por qué nadie me contaba qué demonios estaba pasando? ¿Por qué?
Y de pronto, me sobresalto al escuchar un pitido atronador, no para, y está cerca, demasiado cerca de mí.
—¡Ayuda, por favor! ¡Un médico! —¿Sonia? ¿Qué hacía Sonia aquí y por qué no la había visto llegar?
—¡Rápido, un desfibrilador! —gritó una mujer, y comencé a notar que me tocaban.
¿Qué hacían conmigo? ¿Por qué me tenían inmovilizada en lo que parecía ser una cama?
—¡La estamos perdiendo! —volvió a gritar la mujer—. No, Valeria —me dijo, y me sorprendió que una desconocida para mí, me
llamara por mi nombre—. No te vas a morir, en mi hospital, no.
¿Hospital? ¿Qué coño estaba haciendo yo en un hospital? ¿Qué me había pasado?
Noté que mi cuerpo se sacudía, no una, sino varias veces, hasta que el pitido paró y cambió por una sucesión de cortos pitidos.
—La hemos estabilizado —la voz de la mujer que me había hablado, se escuchaba nítida, pero no tan cerca como cuando la tenía al
lado.
—¡Oh, Dios mío! —esa era mi madre, que había empezado a llorar.
—Lola, tranquila, que Valeria es muy fuerte y va a salir de esta —le dijo Sonia.
Salir, ¿de qué? ¿De dónde? ¿Qué me había pasado?
De nuevo, el sueño me vencía.
Estaba cansada de tanta oscuridad, de la soledad, porque así me sentía, sola, a pesar de saber que mi madre y mis mejores amigas
estaban a mi alrededor cuando me encontraba despierta.
O cuando yo creía que estaba despierta, porque no veía nada, era como si permaneciera todo el tiempo con los ojos cerrados.
Claro, así estaba, con los ojos cerrados, por eso no dejaban de pedirme en susurros que los abriera.
Y yo quería, de verdad, pero me pesaban como una tonelada y no era capaz de levantar los párpados.
—Álvaro, esto le va a costar un dineral —dijo mi madre, hablando con un hombre.
—No se preocupe, haré lo que sea necesario para que ella esté bien, y vuelva —cuando escuchaba su voz me estremecía, y no
entendía por qué.
—¿Quieres un café, Lola? —preguntó Alejandra.
—Sí, hija, vamos a la cafetería un rato.
—Yo me quedo con ella.
¿Se iba a quedar ese hombre conmigo? Por el amor de Dios, que no lo conocía de nada. ¿Cómo me veía? ¿Qué llevaba puesto? Joder,
estaba en un hospital, ¿qué iba a llevar? Uno de esos horribles camisones que se abren por la parte de atrás y se te ve todo el culo. ¡Qué
vergüenza!
—¿No crees que has dormido bastante ya, princesa? —me preguntó el hombre, y escucharlo tan cerca, hizo que me sobresaltara,
pero mi cuerpo no se movió ni un milímetro de cómo estaba —. Valeria, tienes que despertar, tu madre… No creo que aguante mucho
más sin volverse loca. Llevas en esta cama un mes, nena, abre los ojos y regálanos a todos una sonrisa.
¿Un mes? ¡¿Un mes?! ¿Cómo que llevaba un mes en este sitio? No podía ser, no era verdad. ¿Había perdido un jodido mes entero de
mi vida, por un accidente que no recordaba?
¿Y dónde estaba Noelia? Era la única a la que no había escuchado hablar aún, y digo escuchar, porque no podía ver a nadie.
Recordaba los rostros de todos, menos el de este hombre que me hablaba y me estaba cogiendo la mano.
—No te lo he dicho antes, pero lo siento. Siento haber sido el causante de que salieras del bar con tanta prisa. Si te pasa algo…
¿Así que no era solo un sueño? ¿Ese hombre me había besado de verdad? ¿Había estado con él, en ese pasillo en penumbra?
¿Quién era Álvaro y qué demonios pintaba en mi vida?
—Oh, hola —dijo un hombre—. No sabía que tenía visita.
—Hola —por el tono de Álvaro, el hombre que acababa de llegar, no le debía caer muy bien, no.
—¿Cómo está?
—Sigue igual, no hay nada nuevo desde ayer que viniste.
No, no le caía bien. Estaba enfadado y su tono era cortante. ¿Quién era ese hombre a quien no había oído hablar antes?
—Hola, Valeria, soy Oliver —cuando noté una leve caricia en la mejilla, me pareció que Álvaro soltaba un gruñido —. Tienes que
despertar, bonita. No puedes quedarte ahí más tiempo. Tu madre te echa de menos, y tus amigas. Noelia ha venido a verte, pero siempre
estabas dormida. Edu la está cuidando. Esos dos al final se han hecho pareja —rio.
¿Noelia? ¿Edu? Un momento… ¡Claro! Oliver. Ahora recuerdo a Oliver. Es uno de los clientes del hotel en el que trabajaba. Noelia
y yo, quedamos con él y un amigo para tomar algo y… y…
¡Álvaro! Sí, Álvaro había estado en ese mismo bar, me observaba, me siguió hasta la zona de los baños y allí hablamos.
Uf, me estaba empezando a doler la cabeza, y el cuerpo volvía a pesarme, al igual que regresaba el sueño.
Álvaro, el hombre al que había conocido tiempo atrás, con el que tuve un lío hasta que descubrí que estaba casado. Y que era mi jefe.
—Valeria, hija, tienes que despertar.
Mi madre se pasaba allí gran parte del día, sino todo el tiempo, y no hacía más que acariciarme las mejillas, cogerme de la mano, y
llorar mientras me pedía que volviera con ella.
No quería perderme, no quería quedarse sola, y yo no podía dejarla. Era mi madre, la quería más que a nada en el mundo, así que…
Tocaba volver y salir de esta jodida oscuridad.
Venga, que yo podía hacerlo.
Me concentré en las manos, las tenía adormecidas, pero tenía que conseguir moverme, aunque solo fuera un dedo. Solo uno.
Vamos, Valeria, vamos. Mueve el dedo pulgar…
¡Sí! Lo estaba moviendo. Ahora, el índice. Así, poco a poco. Poco a poco… ¡Bien por mí!
Mamá, mira, ¡estoy moviendo los dedos! Gritaba, pero ella no me oía. Seguía llorando, agarrada a mi otra mano.
Vale, probaría con esa que mi madre sostenía entre las suyas.
Primero, el pulgar… Hecho. Venga, el índice…
—¿Valeria? —me preguntó mi madre —. ¿Estás moviendo los dedos, hija?
Sí, mamá, ¡lo estoy haciendo! Mira, ahora el corazón.
—Sigue, cariño, mueve otro —me decía, llorando emocionada.
Lo hice, moví los otros dos, le di un apretón tal como pedía, y ella gritó más emocionada aún.
—Abre los ojos, mi niña, que llevas con ellos cerrados más de un mes.
Me concentré, noté que se movían mis ojos bajo los párpados, esos condenados pesaban una barbaridad, pero iba a abrirlos, vaya que
si los iba a abrir.
—¡Hija! —exclamó mi madre, llorando a mares, al verme con los ojos abiertos.
—Hola, mamá —dije, a duras penas, en un leve susurro.
—No, cariño —se secó las lágrimas —, no hables, no fuerces. Voy a avisar al médico, pero, por favor, no vuelvas a dormirte —me
besó la frente y salió corriendo.
No había duda, estaba en la cama de un hospital, el olor a desinfectante, así como las paredes blancas y el pitido de las máquinas que
me controlaban, lo acababan de confirmar.
Más de un mes aquí, por un accidente que, ahora, comenzaba a recordar.
¿Estaría Álvaro fuera? ¿Vendría a verme? ¿Querría verlo yo a él?
Qué pregunta más tonta me acababa de hacer. Claro que quería verlo. Estaba… enamorada de ese idiota.
Capítulo 2

Después de que los médicos supieran por mi madre que al fin me había despertado, me hicieron un chequeo para comprobar que todo
estaba en orden.
Empezaron con preguntas básicas, si recordaba mi nombre, la edad que tenía, dónde vivía, y si sabía decirles qué había pasado antes
de que despertara allí.
Por supuesto lo recordaba todo, pero no mencioné a Álvaro, a nadie extraño a mi círculo le importaba si ese hombre me había besado
ferozmente momentos antes de que tuviera el accidente.
—Al fin despertó la bella —miré hacia la puerta al escuchar la voz de Sonia.
—Me habría quedado un poquito más durmiendo, te lo aseguro —sonreí, incorporándome un poco para sentarme y poder hablar con
ella.
—Espera, doña prisas, que te ayudo —dijo, acercándose corriendo para colocarme la almohada—. ¿Cómo estás?
—Como si me hubiera pasado un camión por encima.
—Pues casi, porque menudo golpe te dio en el coche. Tu Mini está para el desguace, vaya.
—No importa, ¿Noelia está bien?
—Sí —sonrió—. Tuvieron que operarle una pierna, pero se recuperó bien. Ahora está con la rehabilitación. Y Edu no se separa de
ella. Dice que, ahora que ha encontrado a la mujer de su vida, no la piensa dejar escapar.
—Qué bonito eso. A Edu solo lo vi una noche, pero se ve bien tipo.
—Lo es, y no veas cómo se porta con Iván, es un padrazo. Más que su ex —volteó los ojos.
—¡Ya era hora de que despertaras! —gritó Alejandra, que entraba en ese momento—. Una cosita te voy a decir, loca del moño —me
señaló con el dedo—. Como me vuelvas a dar un susto de estos, te arranco los pelos uno a uno, en plan tortura. ¿Me oyes?
—Alejandra, hija, que se acaba de despertar como quien dice. Dale un poco de cuartelillo a la pobre —contestó Sonia—. Susto nos
hemos llevado todos, pero mírala, está como una rosa.
—Sí, con espinas —protestó Alejandra—. No sabes lo mal que lo hemos pasado todos, tu madre estaba al borde del colapso, Valeria.
—Imagino —agaché la mirada.
—Eh, no, ni se te ocurra llorar, ¿estamos? —Sonia me levantó la barbilla—. Estás bien, Noelia también, y el tipo que decía que no
había visto tu coche, va a pagar un precio alto, que lo sepas.
—Sonia… —la reprendió Alejandra.
—¿Qué? A ver si no voy a poder decirle la verdad.
—No deberías…
—Claro que debería, Alejandra, deja que hable.
—¿Ves? Ella quiere saber, necesita saberlo —respondió Sonia.
—Sí, pero creo que será mejor si se lo cuenta su madre.
—Lola bastante tiene con estar descansando, que la mujer no ha dormido en más de un mes. A ver, Valeria. El tío que chocó con
vosotras, casi revienta el alcoholímetro aquella noche. Tenía más números que un décimo de lotería. Pero el jefe se está encargando de
que su compañía y él, se hagan cargo de todo.
—¿El jefe? —Fruncí el ceño, y ellas se miraron como si pensaran que yo no recordaba a Álvaro, pero lo hacía, claro que sí—.
¿Álvaro está haciendo qué, exactamente?
—Pues puso a sus abogados a trabajar en este caso, y no va a parar hasta que el tipejo del otro coche pague una buena indemnización
a cada una. Iba bebido, a más velocidad de la que debía, y se saltó la señal de STOP. Vamos, que tenía el pack completo aquella noche
—contestó Alejandra.
—Madre mía —me llevé la mano a la cabeza.
Estábamos vivas, sí, pero Noelia estaba en rehabilitación por una operación en la pierna, lo que significaba que no podía trabajar y
que no llevaba dinero a casa para cubrir las necesidades de Iván.
Yo tenía un brazo escayolado todavía, y me habían quedado algunas cicatrices por el cuerpo de pequeños cortes que me hice cuando
los cristales saltaron por los aires.
Eso, además del dolor que tenía en cada pequeño resquicio de mi cuerpo.
—Deja de pensar que te estoy viendo —dijo Sonia—. Noelia está de baja, pero Álvaro sigue pagándole el sueldo, así que no te
preocupes por eso.
—A ti te darán la baja también, y te ha estado pagando igualmente —me informó Alejandra.
—Esto va para largo, por lo que veo —murmuré.
—Tu rehabilitación no será mucho, a Noelia sí que le queda aún un largo camino, pero no está preocupada.
—Sonia, ¿de verdad que ella está bien? No quisiera que por mi culpa…
—Está perfectamente, así que, tranquila. No ha venido porque ha tenido rehabilitación y acaba cansada, se marchó a casa con su
madre y el niño.
—Vale.
—¿Qué pasó aquella noche, Valeria? —miré a Alejandra, y sabía que no dejaría de insistir hasta que le contara todo, por lo que opté
por ser sincera.
Le conté todo a las dos, que me había querido ir del local porque no quería estar cerca de Álvaro, y que iba pensando en lo ocurrido y
en él, cuando el otro coche se nos echó encima.
—Venga, vamos a dejarnos de cosas tristes —dijo Sonia, sentándose en la cama conmigo—. ¿Quieres que te dé una sorpresa?
—¿A mí? ¿Qué sorpresa?
—He hablado con el ginecólogo de Alejandra.
—Es ginecólogo en general, no mío solo —volteó ella los ojos.
—Bueno, vosotras me entendéis. He hablado con el novio de Alejandra, el ginecólogo.
—Ajá, ¿y?
—Le he comentado que quiero ser mamá el año que viene, me ha hecho pruebas, estoy sanísima, así que, lo he decidido. Me voy a
poner en sus manos para tener un bebé —sonrió, de lo más feliz.
—Me alegro mucho, cariño —la abracé con fuerza.
—¿Quieres que vayamos juntas?
—No, creo que voy a esperar un tiempo.
—Vaya por Dios, yo que quería que hiciéramos cosas de mamis juntas.
—Y las haremos, de eso no te quepa duda, que las vamos a hacer las cuatro juntas —reí.
—Sí, sí —contestó Alejandra—. La fiesta para darte la ropita, los juguetes y demás caprichos que le van a regalar sus tías preferidas.
—Estoy que no me lo creo.
—Lo que estás es loca, pero bueno, eso ya lo sabíamos —sonreí.
—No estoy tan loca, Valeria. Ver a tu madre que te sacó ella sola adelante, y ver lo bien que le fue, lo buena niña que acabaste
siendo, me ha terminado de convencer.
—Eso de buena niña, vamos a dejarlo, peque —dijo Alejandra—. Tú a esta, no la conociste cuando tenía entre dieciséis y veinte
años. Qué disgustos me daba.
—No seas cabrona, Alejandra, que la rebelde fuiste tú —reí.
—¡Oh! Qué manera de mentir sobre mi persona —se hizo la ofendida, con la mano en el pecho y todo.
Acabamos las tres riendo con ganas, y en ese momento me di cuenta de que aquello era lo que había echado de menos en el tiempo
que estuve perdida en la oscuridad que me rodeaba.
Me habían hecho falta mis amigas, esas tres locas que conseguían sacarme la sonrisa incluso en el peor de mis días.
Nos faltaba una en ese momento, pero pronto podríamos volver a estar las cuatro juntas para reír y hacer locuras.
Con un ataque de risa estábamos, por algo que ahora no podía recordar qué era, cuando lo olí y lo sentí incluso antes de que se
abriera del todo la puerta.
—Buenas tardes —dijo Álvaro, parado junto a ella, y en ese momento sentí que la habitación parecía mucho más pequeña de lo que
era realmente.
Con su sola presencia llenaba la sala en la que se encontrara, y ese aroma que desprendía, envolvía cada rincón del lugar, quedándose
completamente impregnado en cuanto nos rodeaba.
—Buenas tardes, don Álvaro —contestó Sonia, siendo tan formal como en el hotel.
—Hola, Álvaro —Alejandra sonrió mientras se acercaba y le dio un beso en la mejilla—. No la alteres mucho, por favor —le pidió
en un susurro, pero que escuché perfectamente, dado que, en aquel preciso momento, reinaba un silencio casi sepulcral en la
habitación.
—Estaremos fuera, si necesitas algo… —dijo Sonia, y asentí mientras ellas salían.
Me había quedado sola con él, y notaba que empezaban a sudarme las manos por los nervios.
No era buena idea que estuviera aquí conmigo, no lo era.
—Cuando tu madre me llamó para decirme que habías despertado, no podía creerlo —comentó acercándose a la cama—. ¿Cómo te
encuentras?
—Viva, que no es poco —respondí, y él asintió.
—Sí, estás viva. Si te hubiera pasado algo, yo…
—Nada, Álvaro. Tú, nada —le corté —. Mira, sé que a pesar de que Noelia y yo estemos de baja, sigues pagándonos el sueldo.
También sé que te estás haciendo cargo de mi estancia aquí, y de que tus abogados consigan que el tío del otro coche nos dé la
indemnización que tanto ella como yo merecemos. Te lo agradezco, de verdad que sí, te lo agradezco muchísimo. No deberías hacer
nada de eso, y, aun así, lo haces. Pero eso es todo, Álvaro. Ni siquiera deberías estar aquí, no somos nada. Tendrías que estar en casa
con tu mujer.
—Estoy aquí porque quiero, porque necesitaba verte y saber que estabas bien.
—Ya me has visto. Ahora, por favor… —no seguí hablando, porque no podía.
Quería pedirle que se fuera y me dejara sola, pero al mismo tiempo no quería que lo hiciera, me encantaría que se quedara conmigo y
me abrazara, me besara, me susurrara cosas bonitas al oído.
Pero eso no era Álvaro, no era un hombre cariñoso en exceso, y yo no me encontraba en plena forma como para tener un encuentro
de los nuestros.
El solo hecho de pensar en ellos empezó a encenderme, me excitaba cada vez más recordando el modo en que me tomaba allá donde
quería.
—Las cosas no son como crees, Valeria, y si me dejaras hablar, te explicaría…
—No quiero que me expliques nada, ya te lo dije. Lo que pasó, pasó. No podemos volver atrás, evitar conocernos y caer en la
tentación de acostarnos. Si pudiera evitar que eso pasara, y hubiera sabido desde el principio que estabas casado, ni siquiera habría
dejado que me dieras aquel primer beso. Y, ahora, quiero estar sola y descansar, por favor.
Me recosté en la cama, dándole la espalda, quedándome en silencio. Cuando noté que las lágrimas estaban a punto de salir como
cascadas de mis ojos, los cerré para evitar que me viera llorar.
Lo siguiente que noté fue que me besaba en la mejilla, antes de acariciarla con el dorso de la manos.
—Descansa. Ya hablaremos de todo cuando estés mejor —no era una sugerencia, sino una de sus órdenes.
En cuanto escuché la puerta cerrándose, comencé a llorar como una niña pequeña.
No tardé en volver a estar con mis amigas, que se tumbaron conmigo en aquella minúscula cama, y me abrazaron, consolándome,
hasta que conseguí quedarme dormida, unas horas más tarde.
Capítulo 3

Me habían tenido una semana más en el hospital, para controlarme y ver que todo estaba bien.
Por mucho que dijera que me encontraba perfectamente, al segundo día de haber despertado, no hubo manera de que me dejaran irme
a casa.
Órdenes de Álvaro, dijo la doctora que llevaba mi caso.
¿Perdona? ¿Órdenes de Álvaro? ¿En serio?
¿Quién coño creían que era Álvaro en mi vida para dar esas órdenes?
Y mi madre tuvo las narices de decirme que, sin que sirviera de precedente, estaba de acuerdo con él en eso y que era mejor que me
quedara allí en observación unos días más. Genial.
Pero por fin me daban mi ansiada libertad, me sentía como Mel Gibson en Braveheart, en serio, solo me faltaba la faldita escocesa y
un poco de pintura de guerra en la cara.
Estaba terminando de guardar las cosas que mi madre me había traído de casa en una bolsa de deporte, cuando me sonó el móvil con
un mensaje.
Álvaro: Voy de camino. Estaré allí en cinco minutos. Espérame en la habitación.
¿Cómo? ¿Iba a venir él a buscarme? No, no podía estar hablando en serio.
Se suponía que Alejandra, vendría a recogerme para llevarme a casa, puesto que mi madre había vuelto al trabajo y estaba en el turno
de mañana, así que no podía venir ella.
—¡Hola! ¿Cómo estás, guapa? —preguntó Alejandra, de lo más feliz, cuando descolgó.
—¡¿Por qué no estás viniendo tú a recogerme?! —grité.
—Oh, eso. Verás, es que no me han dado la mañana libre en la oficina.
—Mentirosa.
—No, no, es en serio, Valeria. El jefe me necesitaba para un asunto importante, así que no me ha dado el permiso.
—Esta me la pagas, te juro que me la pagas. ¿No podrías al menos haberle preguntado a Martín si me recogía él? Es el dueño de la
clínica, puede ausentarse media hora.
—La opción más rápida, era Álvaro.
—Me la pagas, Alejandra, esta me la pagas.
Colgué, no tenía sentido seguir hablando con ella, cuando tenía muy claro que no iba a ceder.
¿Cómo se le había ocurrido pedirle a él, que viniera a buscarme? Joder, habría sido mucho mejor que me llamara y me habría
buscado la vida. Me podría haber ido en taxi a mi casa.
Me entró una llamada y me sorprendí al ver el nombre de Oliver en la pantalla, pero sonreí, y es que en esos días habíamos estado
escribiéndonos y hablando cada tarde.
—Hola —dije, sin perder la sonrisa.
—Buenos días. ¿Cómo estás, bonita?
—Con la bolsa en la mano esperando que vengan a recogerme para salir de aquí. ¡Me han dado la libertad! —exclamé, y él comenzó
a reírse.
—Me alegro. Además, te la dan un viernes, así puedes pasar el fin de semana descansando.
—No me voy a quedar en la cama dos días enteros, he tenido suficiente cama por un tiempo.
—Mejor, porque mañana te invito a cenar —la voz ya no sonaba a través del teléfono, sino que me llegaba desde la puerta de la
habitación.
—¡Oliver! —grité al verlo después de girarme.
No lo dudé, fui corriendo hasta él y me lancé a sus brazos.
—Hola, bonita —me besó la frente y me estrechó entre ellos con un fuerte y cálido abrazo.
Cerré los ojos, apoyando la cabeza en su pecho, y se me escapó un suspiro. Me sentía bien, cómoda, como si Oliver y yo, nos
conociéramos de mucho tiempo, no de apenas unas semanas. Aunque habíamos perdido algo más de un mes de nuestras vidas.
—¿Qué haces aquí? ¿Cómo sabías que me iba hoy a casa?
—Quería verte el fin de semana, sabía que tu madre no podría venir a buscarte y, aunque seguramente que lo haría alguna de tus
amigas, se me ocurrió darte una sorpresa. Edu me llamó para decirme que desde hoy tenías el alta médica.
—¿Y has venido desde Madrid, solo para… verme dos días? —pregunté, sonrojándome, y él sonrió mientras asentía —. Vaya…
—¿Eso es todo lo que tienes que llevar? —Señaló la bolsa que había dejado sobre la cama.
—Sí, solo eso.
—Pues vamos, te llevo a casa —me besó en la mejilla, fue a coger la bolsa y, cuando regresó a mi lado, me pasó el brazo por la
cintura.
Así salimos de la habitación, y en el pasillo nos encontramos con Álvaro. Joder, se me había olvidado que venía de camino. Qué
suerte la mía.
—¿Valeria? —frunció el ceño, y al decir mi nombre había implícita una pregunta silenciosa para saber qué hacía yo con otro hombre,
si él iba a llevarme a casa.
—Buenos días, Álvaro —dije, con un leve gesto de cabeza.
—¿Qué hace…? ¿Te lleva él? —cambió la pregunta, aunque sabía que lo que realmente quería saber era qué hacía aquí el hombre
que me tenía cogida por la cintura.
—Sí, ha venido a recogerme.
—Podrías habérmelo dicho cuando te he mandado el mensaje —protestó, enfadado.
—No lo sabía, me ha dado una sorpresa.
Se quedó ahí parado delante de nosotros, mirándonos de uno a otro, y a la mano que Oliver tenía en mi cintura, gesto que le cabreó
aún más e hizo que apretara la mandíbula.
—Otro día me avisas de estas cosas, soy un hombre ocupado y no puedo perder el tiempo.
No dijo más, tan solo se giró y fue hasta el ascensor, entrando en él en cuanto las puertas se abrieron, sin mirarme siquiera.
—¿Era tu…?
—Jefe —me apresuré a contestar a Oliver—. Ese era mi jefe. ¿Nos vamos? Quiero salir de aquí ya.
—Claro —sonrió—. Te llevo a casa y me voy para el hotel.
—¿No te vas a quedar a comer conmigo? Has hecho un viaje en avión para que estemos dos días juntos, no me digas que me vas a
dejar sola hoy.
—Creí que querrías quedarte en casa descansando.
—Nada, nada. Me llevo el cargamento de pastillas que me han mandado tomar, y nos vamos a comer por ahí. Que hace un solecito
de lo más rico. ¿Quieres ir a la playa? Mira que yo me planto el bikini en un momentito.
—Pues mira, ¿qué te parece si hacemos una cosa? Vamos a tu casa, dejas la bolsa, te cambias, nos vamos para el hotel y disfrutamos
de la parte de la playa que tienen. Podemos comer allí.
No era mala idea, de verdad que no, solo que el ir a ese hotel en concreto, suponía que tendría que encontrarme con Álvaro en más
de una ocasión.
Pero, ¿qué importaba? No me iba a quedar en mi casa en plan monjita sin ver a otros hombres solo porque él estuviera casado.
No señor, no era nada mío para andar escondiéndome de él.
—Pues me parece un plan, pero que muy bueno. Venga, que tengo un bikini que todavía no he estrenado —le hice un guiño y se
echó a reír.
Cuando salimos del hospital, vi a Álvaro apoyado en su coche, hablando por teléfono, y seguía enfadado, muy enfadado. No había
más que ver el modo en que gesticulaba y movía el brazo.
—¿Vamos? —miré a Oliver, que sonreía.
Me llevó hasta su coche y, cuando estaba a punto de cerrar la puerta, vi los ojos de Álvaro fijos en mí.
El fuego que tantas veces había encontrado en ellos, me recibía en ese momento.
No era posible que estuviera celoso, pero algo me decía que así era.
¿Casado con otra y celoso de que yo estuviera con otro hombre? ¿Quién coño entendía a Álvaro? Porque yo, no.
Capítulo 4

Cuando entramos en el hotel, las dos compañeras que estaban en la recepción cubriéndonos a Noelia y a mí, me miraron
sorprendidas, pero tan solo se interesaron por cómo me encontraba y dijeron que se alegraban de verme.
Le dieron a Oliver la tarjeta de su habitación y yo me fui al bar a esperarlo, no me parecía bien subir con él.
—¡Dichosos los ojos! —gritó David al verme.
Sonreí, y dejé que me abrazara mientras me daba un montón de besos en la mejilla.
—Pareces una abuela —reí.
—Huy, lo que me ha dicho. ¿Cómo estás? ¿Para cuánto tienes con el brazo así? —señaló la escayola.
—Un tiempo, pero no mucho.
—¿Qué haces aquí si estás de baja? ¿Eres como el jefe, no aguantas sin trabajar? —que me nombrara a Álvaro, hizo que se me
revolviera el estómago, pero aguanté las ganas de poner mala cara.
—He venido con un amigo. Se alojará aquí el fin de semana, y hemos decidido hacer vida en este pequeño paraíso.
—Un amigo, ¿eh? Anda, pillina, que tú has ligado.
—No, en serio —reí—, Oliver es solo un amigo. Además, lo conocí aquí, es un cliente.
—Bueno, bueno, como tú digas. ¿Quieres tomar algo? ¿Mojito, Daiquiri, Caipiriña?
—Sí, claro, y con las pastillas que me han mandado en el hospital, acabo allí de nuevo con un subidón que alucinas. Ponme un zumo,
anda —volteé los ojos.
—Marchando un zumito para la niña —contestó, riendo.
—Qué gracioso —le saqué la lengua a modo de burla.
El bar estaba bastante lleno a esas horas, no era de extrañar, ya que no solo venían los huéspedes que se alojaban en el hotel, sino
también muchos empresarios de la zona para cerrar negocios allí.
Y de entre todas las miradas con las que me encontré allí, una destacó por encima de todas.
Esos ojos cargados de rabia que, además, parecían desnudarme con la mirada.
No tardó en acercarse Álvaro hasta mí, y cogí el zumo para intentar no hablar con él, o al menos, hacerlo lo menos posible.
—¿Qué haces aquí? Deberías estar en casa, guardando reposo. Sigues de baja y prácticamente acabas de salir de un maldito coma —
gruñó.
—Estoy de baja, sí, pero creo que puedo salir a que me dé el sol, no me voy a quedar en casa encerrada.
—Si querías venir a ver a tus amigos —hizo un leve gesto señalando a David con la cabeza—, me lo podrías haber dicho, y te habría
traído yo esta tarde.
—No te preocupes, me voy a quedar aquí a pasar el día. Y mañana también vendré —bebí del zumo—. ¡Oh! Y el domingo, el
domingo también —sonreí.
—¿Con quién vas a…?
—Ya estoy aquí —la llegada de Oliver, que me agarró por la cintura y me dio un beso en la mejilla, no le permitió a Álvaro acabar su
pregunta.
En cuanto le vio, sumó dos más dos y aumentó la furia en sus ojos.
Se fue sin despedirse siquiera, pero no me importaba, que hiciera con su vida lo que le diera la gana.
—¿A tu jefe no le parecerá mal que estés aquí?, como te han dado la baja —comentó Oliver.
—¡Qué va! Si mi jefe es un amor —sonreí, y en ese momento se me ocurrió algo que sabía que, al encanto de Álvaro, le iba a sentar
como una patada en sus joyitas—. David, ven un momento, guapetón —llamé a mi amigo, que vino sonriendo y al ver a Oliver, arqueó
una ceja.
—Disculpa, tengo que atender esta llamada —dijo Oliver cuando le sonó el móvil.
—Así que ese es con quien vas a pasar estos días —preguntó David.
—Ajá. Y no quiero que nos cobren ni una sola bebida del bar. ¿Ok? Le pasas la factura al jefe.
—¿Qué? ¿Te has vuelto loca? ¿Quieres que me despida? Joder, Valeria, no puedo hacer eso.
—Sí, sí, puedes. Tú pasa la factura de todas las bebidas al jefe, y le pones una notita, que, si tiene cualquier problema, hable
conmigo.
—Si nos despiden a los dos, a ver dónde acabamos. Nos veo un hotel de esos de carretera con una cafetería que se cae a pedazos,
tipo Psicosis o algo así —dijo, negando.
—Solo las bebidas, ¿vale?
—Me vas a deber una y muy grande, guapa, que lo sepas —contestó señalándome, después de dejar escapar un suspiro.
—Perdona, cosas de trabajo, ya sabes —me giré al escuchar a Oliver, que había regresado de aquella llamada.
—Tranquilo, no pueden vivir sin el jefe.
—Eso va a ser —rio—. Disculpa —llamó a David—, ¿me pones una cerveza?
—Ahora mismo.
Nos quedamos allí tomando nuestras primeras copas, si a mi zumo podía llamársele así, y después fuimos a comer al restaurante.
—No te lo he dicho, pero estás preciosa —murmuró Oliver en mi oído, cuando estábamos llegando a la mesa donde nos sentaríamos.
—Gracias.
No llevaba nada del otro mundo, un vestido blanco ibicenco con unas sandalias de cuña. Y debajo, el bikini del mismo color, ese que
me moría por lucir en la playita.
—No es que me pueda meter mucho en el agua —dije, levantando el brazo que tenía escayolado—, pero vamos, que me quito el
calor un poquito y después a la toalla a tomar el sol, que el cuerpo necesita vitaminas.
—Claro que sí —sonrió—. Yo te doy la crema, no te vayas a quemar y acabes como una gamba de roja.
—Huy, no lo quiera Dios. Ya me pasó una vez, y estuve toda la noche que si ay, auch, uf, cada vez que me rozaba con las sábanas.
—¿En serio? —rio.
—Sí, sí. Que te lo diga Noelia, que fue poco después de empezar a trabajar aquí, un sábado que libramos, y dijimos, vamos a la
playa. Pues nada, el lunes estaba yo con un cuerpo aguantando el uniforme, que no veas.
Seguimos hablando y le pregunté por sus hijos, decía que aprovecharía para ir a verlos al día siguiente por la mañana, ya que no
sabían que estaba aquí y no les tocaba con él.
Al menos se llevaba bien con su ex, eso era lo mejor por el bien de los hijos.
A veces pensaba en cómo sería mi vida si mi padre tan solo hubiera decidido divorciarse de mi madre después de unos años juntos.
—¿Quieres verlos? —me preguntó, cogiendo su móvil—. Ahí están, lo mejor que he hecho en mi vida —sonrió.
—No puedes negar que son tuyos, se parecen muchísimo a ti.
—Espero que, para bien, porque tengo dos hijos muy guapos —rio.
—Sí, sí. Fuiste un buen molde.
—Gracias —seguía riendo, cuando le devolví el móvil.
No mentía, Oliver era muy guapo. Tenía ese aire pícaro y a la vez tímido, y llamaba la atención.
Me había dado cuenta de que, en su estancia aquí antes de mi accidente, muchas de las clientas se quedaban mirándolo con deseo.
Y lo mismo pasó en el local donde estuvimos.
Miré alrededor, y al menos seis mujeres llevaban todo el tiempo con los ojos puestos en él.
—Me voy a tener que ir —dije.
—¿Tan pronto? Creí que querías ir a la playa.
—Oh, sí, y quiero. Pero, verás. Hay varias mujeres comiéndote con los ojos, como si te quisieran de postre, y yo estoy en medio,
estorbando.
—¿Y quién te ha dicho que yo quiera estar con alguna otra, que no seas tú? —arqueó la ceja, y entonces entrelazó su mano con la
mía.
—Oliver, yo…
—Valeria, no voy a saltar encima tuya ahora mismo, ni dentro de cinco minutos. Mira, me gustas, y sé que puede parecer una locura.
No tiene por qué pasar nada entre nosotros, ¿de acuerdo? Pero, si pasara, no sería algo malo. Somos adultos y solteros, ¿no es así? —
asentí—. Pues vamos a tomarnos un café, y después a la playa, que quiero ver ese bikini que has estrenado —me hizo un guiño y noté
que me sonrojaba.
No quería pasar otra vez por lo mismo, después de lo de Álvaro, me había quedado tocada, mucho, y no entraba en mis planes sufrir
de nuevo.
Pero, como decía Oliver, era soltera, por lo tanto, no le debía nada a nadie.
El tiempo diría a dónde nos llevaba esta amistad que habíamos empezado.
Por lo pronto, iba a vivir el momento, a disfrutar de su compañía y dejar que pasara, lo que tuviera que pasar.
Capítulo 5

Fue acabar de comer, y salir a la zona de playa que tenía el hotel, donde Oliver, pidió un par de cafés para tomarnos en una de las
tumbonas.
Cuando volvió conmigo, ya me había quitado el vestido y estaba con el bikini y las gafas de sol, fumándome un cigarro.
—No sabía que fumaras —dijo, sentándose a mi lado.
—Pues sí, y me han tenido una semana en el hospital sin poder ni olerlo. Qué mal lo llevé.
—Bueno, pero estás bien, que es lo importante.
—Sí, el brazo se recuperará pronto.
—No he querido preguntarte por no remover, pero, ¿recuerdas cómo fue?
—¿El accidente? —contesté, y él asintió—. Sí, lo recuerdo, solo que no vi el coche echándose encima. Iba pensando en otras cosas.
—Tendríamos que haberos llevado a casa, me arrepentiré toda mi vida de eso.
—Eh, no se te ocurra culparte por nuestro accidente, ¿vale? —dije, dejando el café y cogiéndole ambas mejillas.
Por un momento nos quedamos mirándonos fijamente y, no sé qué fue, pero algo sentí que hizo que apartara la mirada.
No quería ser vulnerable ante un hombre nunca más, no podía permitirme sufrir de nuevo.
—¿Vamos al agua? —propuse, al menos así me refrescaría un poquito las ideas.
Dejamos las cosas allí mismo y fuimos a darnos un breve chapuzón, yo con la escayola no es que fuera a ponerme a nadar como si
fuera una sirena, así que, un remojón y de nuevo a la tumbona.
Oliver cogió la toalla que había sobre la mesa y no dudó en envolverme con ella, abrazándome desde atrás.
En ese momento, noté sus labios en mi cuello, justo debajo del lóbulo de la oreja, y un escalofrío recorrió mi espalda.
Lo miré y volví a encontrarme con sus ojos, esos que me decían mucho más de lo que podrían hacer las palabras en ese instante.
Oliver me había dicho que le gustaba, y podía notarlo.
No iba a negar que era un hombre guapo y atractivo, además de divertido y con el que se podía hablar de cualquier cosa, pero no
estaba preparada para un primer beso, no en ese momento.
Sonreí, apartando la mirada y lo escuché reír por lo bajo.
—¿Qué te hace gracia? —dije, dejando la toalla a un lado para sentarme de nuevo en la tumbona.
—El modo en que te sonrojas.
Mierda, ¿me había sonrojado? No podía ser, normalmente me enteraba cuando pasaba.
—Lo has hecho varias veces desde que nos conocemos, cuando hablas conmigo. Me gusta —hizo un guiño y, antes de que yo me
sentara en la tumbona, lo hizo él, cogiéndome de la mano para llevarme a su regazo.
—¡Oliver! —reí, mientras caía.
—¿Qué? —susurró, con los labios muy, muy cerca de los míos, casi podía sentirlos.
—¿Puedes darme un poco de crema, en la espalda, por favor? —contesté, apenas sin voz, perdiéndome en esos ojos azules.
—Claro —se acercó, creí que iba a besarme en los labios, cerré los ojos y…
El beso acabó en la punta de mi nariz.
Lo miré, incrédula. ¿No quería besarme? Que no es que yo estuviera preparada, pero, ¿no era eso lo que había visto en sus ojos, que
iba a besarme en los labios?
—Túmbate bocabajo, que te doy cremita —me pidió, y obedecí.
Bocabajo, con los brazos cruzados, la cabeza apoyada en ellos, y las piernas ligeramente separadas, así estaba en la tumbona
mientras Oliver, extendía la crema por mi espalda, así como por los muslos y bajando.
Lo hacía despacio, como si me estuviera dando un masaje, y por la posición que tenía, sabía que nadie podía vernos.
—Date la vuelta y te pongo también por delante —dijo.
—Al final me duermo, que me estás dando un masaje —reí.
—¿Lo quieres con final feliz? —preguntó, con una mirada de lo más pícara.
—¿Qué? No, no. Podrían vernos.
—Te aseguro que no. Estamos bastante apartados de ojos ajenos —sonrió.
—Oliver, te tenía por un caballero —sonreí.
—Anda, relájate que termino de ponerte crema.
Él, se había sentado en la tumbona, con ambas piernas a cada lado, y yo tuve que poner las mías sobre las suyas, por lo que estaba un
poco más abierta que antes.
No me incomodaba, ni mucho menos, pero si alguien nos veía, me moriría de vergüenza, que yo trabajaba en ese lugar.
Oliver dejó caer la crema sobre mi vientre, y di un respingo al notarla fría. Poco después, sus manos comenzaron a extenderla por él,
despacio, subiendo y bajando en círculos perfectos, hasta los hombros.
Cuando las yemas de sus dedos me rozaban levemente los pechos, notaba que me estremecía, y la cosa empeoró cuando comenzó
con las piernas.
Primero una, extendiendo la crema igual que antes, como si de un masaje se tratara, solo que estaba vez, llegaba mucho más cerca de
mi entrepierna.
En un par de ocasiones me removí al notar que rozaba ligeramente con el dorso de la mano, resoplé y cogí aire.
Hasta que ese leve roce, se convirtió en uno más certero.
—Oliver —su nombre me salió en apenas un susurro, y como si estuviera gimiendo.
—¿Sí? —preguntó, como si no estuviera tocando por esa zona.
—No sigas —no soné convincente, pero no un poquito.
—¿Puedo preguntarte algo?
—¿Qué?
—¿Cuándo fue la última vez que tuviste un momento de relax por esta zona? —uno de sus dedos se deslizaba arriba y abajo sobre la
tela de la braguita, tocándome el clítoris, y tuve que agarrarme a la tumbona.
—Unas cuantas semanas, te recuerdo que he estado en la cama de un hospital.
—Pues precisamente por eso —susurró, y esta vez, le noté cerca de mis labios.
Abrí los ojos para mirarlo y tragué para que no se me quedara la garganta tan reseca.
Por Dios, ¿era real este hombre? Me miraba con deseo, pero también con ternura.
¿Cuándo fue la última vez que me miraron así? Y Álvaro no contaba, que él me miraba con deseo o furia, según el momento en que
nos encontráramos.
—Quiero besarte, Valeria, pero sé que tú, no.
—Yo no he dicho…
—Shhh —me pidió, llevándome el dedo a los labios—. No tienes que haberlo dicho, tus gestos te han delatado. Te gusto, al menos
un poco, pero hay algo que te frena a dejarte llevar conmigo. Sé que nos conocemos poco, pero para mí, es suficiente para saber todo lo
que me interesa sobre ti.
—¿Y qué sabes de mí, Oliver? —pregunté, sin apartar la mirada.
—Eres preciosa, no solo por fuera, puesto que por dentro lo eres aún más. Tienes un corazón enorme, Valeria, te preocupas por los
tuyos, y te has interesado por lo más valioso que tengo en la vida, mis hijos. Cualquier otra tal vez no habría querido ni oír hablar de
ellos. Eres tierna, pero sé que bajo la timidez que muchos pueden ver, hay una mujer fuerte, con carácter, y me atrevería a decir
seductora en la cama. ¿Voy bien? —tan solo pude asentir, y él sonrió—. Tal vez temas empezar algo conmigo, porque tengo hijos, o
porque no vivo aquí. Pero, si me das una oportunidad, te demostraré que se puede tener una relación a distancia.
—No me da miedo que tengas hijos, ellos siempre serán lo primero, y si algún día no lo son, te doy una paliza —lo dije en serio,
señalándolo, con cara de directora de colegio, y él se echó a reír.
—Me encantas, Valeria, es que me encantas. Perdóname, ¿quieres?
—¿Perdonarte? ¿Por qué?
—Por esto.
Se inclinó, acortando la distancia que separaba nuestros labios, y me besó.
Me pilló por sorpresa, pero no tardé más de un segundo en reaccionar, devolviéndole el beso y pasando el brazo por su cuello.
Oliver me cogió por la cintura, llevándome con él, y acabamos los dos sentados, él en la tumbona, y yo, sobre sus piernas.
Aquel estaba siendo el primer beso más dulce y a la vez apasionado que me daban en mi vida.
Noté sus manos por la espalda, subiendo y bajando con ligeras caricias, hasta que una de ellas acabó enredada en mi pelo,
inclinándome levemente la cabeza y sus labios se apoderaron aún más de los míos.
—Vaya —dije, cuando Oliver se retiró.
—Al menos sé que te ha gustado —sonrió, apoyando su frente en la mía.
—Pues sí, me ha gustado. Besa usted muy bien, señor abogado.
—Hago muchas otras cosas bien —no perdía la sonrisa, esa pícara que conseguía desarmarme.
—Ah, ¿sí? —arqueé la ceja, y él asintió—. Pues… tendrás que demostrarlo.
—Mañana por la noche, te invito a cenar y a tomar una copa en mi suite.
—Acepto —en esa ocasión fui yo, quien lo atrajo hacía mí para besarlo.
No sabía qué estaba haciendo realmente, pero iba a disfrutar de la oportunidad que la vida me estaba dando.
Olvidarme de Álvaro y conocer a un hombre que sabía que merecía la pena.
Solo esperaba no salir más herida que la última vez, que me dejé llevar con un hombre.
Capítulo 6

No sabía por qué estaba nerviosa, pero lo estaba, y mucho.


A ver, no era más que una cena con un amigo, ¿cierto?
Había quedado con Oliver para cenar y tomar una copa, pero después de aquellos besos en la playa, de que me dijera que eso no era
lo único que hacía bien, ¿sería capaz de llegar más allá de eso? ¿De unos cuantos besos?
Dios, estaba hecha un lío.
No iba a negar que me gustaba, Oliver era un hombre que llamaba la atención, pero, mis sentimientos eran hacia otra persona.
—¿Otro evento, cariño? —preguntó mi madre, desde la puerta de mi habitación.
—No, no. Una cena con un amigo.
—¿Álvaro? —arqueó la ceja, pero no me dio tiempo a contestar—. Creí que eso había acabado. Mira, yo le agradezco en el alma lo
que hizo por ti cuando estabas en el hospital, pero…
—Mamá, tranquila, que no voy con él. Álvaro es pasado, tengo que borrarlo de mi mente. Bastante mal estoy por saber que le
confesé mis sentimientos —me maldije por aquello, porque sí, podría haber sido por la bebida, pero no, no estaba tan borracha como
para no saber lo que decía.
—No hay que confesar estar enamorada, Valeria, que luego te destrozan el corazón, hija mía —dijo, abrazándome.
Estuve a punto de llorar, tenía un nudo en la garganta, pero me contuve, no quería estropear el maquillaje y volver a arreglarlo
después, por poco que llevara.
—Me di cuenta, mamá —contesté.
—Si él, no supo valorarte, si solo te utilizó para calentar su cama, es que no merecía la pena. Eres joven, ya llegará el hombre que
sepa valorarte por quién eres y te pondrá el mundo a tus pies.
—Hala, no quiero el mundo —reí.
—Lo sé, cariño, es una manera de hablar.
—Y tú, ¿por qué no tienes un hombre en tu vida?
—¿Quién dice que no lo tengo? —arqueó la ceja, sonriendo misteriosamente, y se giró para marcharse —. Diviértete esta noche, y
no hagas nada que yo no haría.
—Espera, ¿tienes novio, mamá? —pregunté, cogiendo el bolso y tratando de alcanzarla, pero la muy condenada de mi madre, entró
corriendo en el cuarto de baño y se encerró allí—. ¡Mamá, abre!
—Huy, no te escucho con el agua de la ducha. ¡Pásatelo bien!
—¿No me escuchas? ¡Mentirosa! No quieres contarme nada, que es distinto, pero lo harás, Lola. ¡Me lo vas a contar todo!
Y empezó a canturrear, como si la cosa no fuera con ella. Para morirse, vamos.
Salí de casa cuando vi el taxi que había pedido esperándome en la puerta, con eso del accidente me había quedado sin coche, así que
me tocaba desplazarme así, además, con un brazo aún escayolado, poco podía conducir.
Le di la dirección del hotel y para allá que me llevó.
En el camino fui tranquilizándome, no era más que una cena, no tenía por qué pasar nada. Oliver era un caballero, me había tratado
siempre bien.
Le gustaba, y veía que me deseaba, pero si yo no quería hacer nada, sabía que lo aceptaría.
No le había hablado de mi vida, no le había contado nada de los recientes acontecimientos en los que Álvaro estaba involucrado,
pero él lo había visto en el hospital, me preguntó y…
Tenía que contárselo, y sería esta noche. No iba a hacer como que Álvaro solo era mi jefe, no, no iba a tener secretos con un amigo.
—Gracias —dije, pagando al taxista cuando anunció que habíamos llegado.
No era aún la hora a la que habíamos quedado, por lo que me fui para el bar a esperarlo.
—Hay que llamar a San Pedro, pues se le ha caído un ángel del cielo —dijo David, cuando me vio entrar.
—Tú eres tonto —reí.
—¿Te has puesto así de guapa por mí? —Arqueó la ceja una vez que me senté en la barra—. No lo merezco, cariño —rio.
—He quedado para cenar.
—Haces bien. ¿Con el de ayer? —preguntó, cogiendo un vaso para ponerme un refresco.
—Ajá.
—Pues que disfrutes de la cena, y lo que surja —me hizo un guiño.
Miré el reloj, apenas habían pasado unos minutos desde que llegué, y luego me giré mirando hacia la puerta, por si aparecía antes de
tiempo, pero no lo hizo.
En su lugar, vi a Álvaro.
¿Qué hacía él, a esas horas aún en el trabajo?
Nada más verme frunció el ceño y apretó la mandíbula. Aparté la mirada, pero sabía que venía hacia mí, y no tenía modo de esquivar
su presencia en este momento.
—¿Valeria? —me llamó, y no tuve más remedio que enfrentarme a él.
—Buenas noches, jefe —sonreí, dejando claro el papel que ocupaba en mi vida.
—¿Qué haces aquí?
—Voy a cenar.
—¿Con quién?
—Eso a usted no le importa.
—No juegues conmigo —susurró, aún más cerca y cogiéndome del brazo.
—O me suelta, o monto una escena —dije, con los dientes apretados, fingiendo que sonreía de nuevo.
No me soltaba, así que miré hacia su mano, después a él otra vez, y luego a su mano, y entonces, me soltó.
—Vas a verlo a él, ¿verdad?
—No sé a quién se refiere.
—Vamos, no me jodas, Valeria. ¿Crees que estoy ciego, o algo así? Ese tío estuvo rondando por el hospital todo el tiempo que
permaneciste allí, en coma. Fue a recogerte, y la noche del accidente, habías salido con él. Os presentasteis ayer aquí para pasar el día,
y os besasteis en la zona de playa —respondió con toda la rabia del mundo.
Así que, nos había visto el día anterior cuando nos besamos, bueno, era una posibilidad con la que contaba, que el dueño de aquel
pequeño paraíso me encontrara como por casualidad y me viera en brazos de otro.
Pero no lo había hecho por eso, no había besado a Oliver por despecho, ni mucho menos, simplemente… surgió, me apeteció, y me
gustó. ¿Cuál era el problema?
—Ya te dije que me verías con otro, y otros hombres. Soy soltera, a diferencia de ti.
—No sabes una mierda de mí —apretó la mandíbula.
—Ni quiero, también te lo dije.
—No te acuestes con él —rugió.
—¿Crees qué estás en posición de darme órdenes, Álvaro? —dejé el vaso en la barra, con un golpe seco—. ¿Crees, en tu jodida
mente, que puedes decirme qué hacer o qué no? ¿Cuando tú estás casado y te acuestas con tu mujer cada puta noche? ¿En serio? Eres
más miserable de lo que creía.
—No me gusta que toquen lo que es mío —susurró, enfadado, con la voz ronca y cargada de rabia, volviendo a cogerme del brazo.
—¿Sabes qué? No soy tuya, no soy, ni tu novia, ni tu esposa. Fui una más en la larga lista de conquistas del dueño de varios resorts
repartidos por el mundo, porque, claro, cuando su amada esposa está de viaje, el señor aprovecha para que sea otra quien le caliente la
cama. Pues esa no volveré a ser yo, Álvaro. Fui una de tantas, unos cuantos polvos y ya. Se te acabó el chollo cuando descubrí que
estabas casado. Así que… —Le cogí la mano con la que me agarraba del brazo y conseguí que la apartara —. Si me follo esta noche al
rubio sexy de ojos azules, es cosa suya y mía. No tuya.
Me levanté para irme, y en ese momento vi que Oliver se acercaba a nosotros, sonreí, y esperé a que estuviera a mi lado, cuando me
rodeó la cintura antes de darme un par de besos en las mejillas, me puse de puntillas y le planté yo uno en los labios.
Sí, delante de Álvaro, me importaba una mierda lo que pensara o sintiera él, en ese momento. No le debía explicaciones a nadie, no
tenía que rendir cuentas con ningún novio, y mucho menos con un antiguo amante.
Por mucho que siguiera sintiendo algo por él, tenía que olvidarlo, porque no me involucraría de nuevo con él, ni en sus mejores
sueños.
—Vaya recibimiento —dijo Oliver sonriendo, cuando el beso que empezó como un leve roce casto, lo llevé hasta un grado más
apasionado, donde incluso nuestras lenguas entraron en juego.
—Hombre, después de los de ayer, no me irías a dar uno de esos de hermano, en la mejilla —reí.
—Pues… sí. Más que nada, por si no querías que nadie te viera.
—¿Crees que me importa que me vean besarme con un hombre, en el lugar en el que trabajo? —pregunté, y él asintió —. Pues no,
no podría importarme menos.
Volví a besarlo, y a mi espalda escuché maldecir a Álvaro por lo bajo.
Cuando nos apartamos, lo vi pasar por nuestro lado con prisa, como si le persiguiera el Demonio.
—¿Quieres tomar algo antes de que nos suban la cena? —propuso, pero negué.
—Ya me he tomado un refresco. Mejor subimos ya, que tengo un poquito de hambre.
—¿Qué tipo de hambre? —sonrió, pícaramente.
—Por lo pronto, de comida. Después del postre, ya te iré contando.
Oliver, soltó una carcajada y se inclinó para darme un beso rápido y casi fugaz, me miró y en sus ojos vi lo que podría pasar aquella
noche.
—¿Vamos, entonces? —preguntó, asentí, y fuimos para su suite.
Al pasar por la recepción, allí estaba Álvaro, mirando algo en uno de los ordenadores. Al escucharme reír, miró hacia mí, y la rabia y
el fuego seguían instalados en sus ojos.
No me importaba, no era nadie para decirme lo que podía o no hacer, así que, no iba a dejar que su imagen se metiera en mi cabeza,
no esta noche.
Capítulo 7

No esperaba encontrar una mesa con velas en la habitación de Oliver, y no, no era lo que había cuando entramos.
Una mesa con una sola rosa roja en el centro, era lo que vieron mis ojos, además de un carrito con la comida que tomaríamos.
No había vino para mí, estaba tomando varios calmantes y no era bueno mezclar, por lo que Oliver, se solidarizó conmigo y los dos
bebimos agua.
La cena transcurrió bien, relajada, tranquila, divertida incluso, y es que me estuvo contando cosas sobre Edu y Noelia, que yo aún no
había tenido la oportunidad de saber.
Noelia y yo, no nos habíamos visto todavía, pero sí que la llamé por teléfono esa mañana para saber cómo se encontraba.
Por lo que me decía, Edu estaba muy encima de ella, procurando que no hiciera más esfuerzos de los necesarios para que la pierna se
le recuperara bien y cuanto antes, mejor, y a Iván, el pequeño de Noelia, lo tenía como a un rey.
—No sabes cómo me alegro de que se hayan encontrado —dijo Oliver.
—Y yo, si se llevan así de bien, y al niño lo quiere, ya me ha ganado hasta a mí. —sonreí.
—A ver si me voy a poner celoso —arqueó la ceja.
—¿Por qué?
—Bueno, es mi amigo, pero yo te conocí primero.
—Huy, huy, que sí que va a tener celos de su amigo el señor abogado.
—Es broma —me hizo un guiño, y ahí estaba de nuevo esa pícara sonrisa—. Si no pasa nada entre nosotros, no me voy a enfadar. Lo
entiendo. Somos adultos, y estoy seguro de que tendrás cientos de admiradores.
—¿Cientos? ¿Dónde? —miré alrededor en la suite y él, se echó a reír.
—Mujer, aquí, ahora mismo, no, pero por la calle, seguro.
—No me sirve de nada tener admiradores, si luego una se enamora y le rompen el corazón —dije, con la mirada fija en el plato.
—¿Eso es lo que te ha pasado? —Me cogió la mano por encima de la mesa, y tan solo pude asentir—. Lo siento. ¿Hace mucho de
eso?
—No, es muy reciente. Para mí, prácticamente como si solo hiciera unos días, teniendo en cuenta que he estado semanas en el
hospital, más dormida que un oso hibernando.
—Tu jefe —no lo preguntó, aquello era una afirmación en toda regla.
Y no era de extrañar, pues no hacía falta ser muy inteligente para saber que, entre él y yo, había habido algo. Si no, ¿por qué iba a
estar en el hospital cada día esperando a que despertara? ¿Por qué se habría hecho cargo de esos gastos médicos?
—¿Qué pasó?
—Me enteré de que estaba casado, y ya.
—Joder, lo siento.
—Más lo siento yo que, con él, creí que todo estaba cambiando para bien, sonreía más de lo habitual, quiero decir… No sé lo que
quiero decir realmente, Oliver. Solo que…
—Lo quieres.
—Antes sí, ahora, lo odio con todas mis fuerzas.
No quería llorar, por lo que me levanté y fui hacia la ventana, controlando mi respiración, al mismo tiempo que trataba de evitar que
las lágrimas se desbordaran como en una presa.
—Por eso me ha mirado este tiempo como si quisiera darme una paliza —lo escuché a mi espalda, pero no se acercó.
Asentí, abrazándome a mí misma mientras observaba el mar.
Oliver no decía nada, tampoco me estaba tocando, y tenía la sensación de que había estropeado la noche, menuda idiota había sido.
—Lo siento —dije al fin, pero no me giré—. Será mejor que me vaya a casa.
—¿Por qué? —preguntó, y noté que me rodeaba con los brazos desde atrás.
Cerré los ojos y me sentí bien con ese cálido abrazo que me ofrecía, reconfortándome.
—He estropeado la noche —contesté.
—No has estropeado nada. Por lo que a mí respecta, ¿todo acabó antes de que nos viéramos aquella noche? ¿Antes del accidente? —
asentí—. O sea, que, cuando te conocí, ya eras una mujer libre —volví a asentir—. Pues no has estropeado nada, solo me has contado
una parte de tu pasado, como yo hice con respecto a mi divorcio y mi ex. Así que, Valeria, no has estropeado nada. Solo estábamos
hablando.
Me hizo girar entre sus brazos y, una vez me tuvo frente a él, se inclinó para besarme.
Era tierno y nada intrusivo, no quería marcarme como había hecho Álvaro. No, Oliver no era como él.
Oliver era cariñoso, y me había entendido mejor que yo misma. No había nada malo en que le hubiera hablado de mi última relación
con un hombre, solo que había algo que…
—Espera —le dije, apartándolo un poco.
—¿Qué ocurre? Si no te encuentras bien, te llevo a casa.
—No, no es eso. Es que… —lo miré a los ojos, esos en los que el deseo comenzaba a aflorar. Me acarició la mejilla, retirándome un
mechón de pelo en el proceso, que colocó detrás de mi oreja, cerré los ojos y suspiré antes de seguir hablando—. No quiero que pienses
que eres un clavo con el que voy a sacar al otro de mi mente. Yo no… Esto no lo hago por despecho, sino porque tú, también me
gustas, Oliver.
—No creí que fuera por despecho, y me alegra saber que los dos nos gustamos.
Volvió a besarme, enredando su mano en mi cabello, ladeándome la cabeza ligeramente para tener mejor capacidad de movimientos,
y a partir de ahí, todo se nos fue de las manos a los dos.
El beso fue subiendo de nivel poco a poco, las manos de Oliver, estaban por todo mi cuerpo, y comencé a excitarme tanto, que
cuando ambos escuchamos el gemido que se escapó de mis labios en el momento en que él me mordisqueaba el cuello mientras
masajeaba uno de mis pechos por encima de la tela del vestido, no pudimos esperar más.
Oliver me cogió por las nalgas y, mientras le rodeaba la cintura con las piernas, tuve que hacer malabarismos para poder agarrarme a
su cuello sin caerme, dado que con un brazo escayolado era un poquito complicado que me moviera bien.
En ese momento entendí a dónde me llevaba, y fui yo quien se apoderó de sus labios, con urgencia, con necesidad.
Acabamos en la habitación, se sentó en la cama conmigo a horcajadas y comencé a moverme lentamente, pero sin parar, haciendo
que nuestros sexos se rozaran.
Dios mío, menuda erección había bajo esos pantalones. Gemí de nuevo al notarla, entonces llevé la mano entre ambos cuerpos y la
fui deslizando sobre su miembro erecto.
—Joder, Valeria —susurró, agarrándome por las nalgas con fuerza.
Si no paraba de moverme, íbamos a acabar corriéndonos allí mismo antes de que su gloriosa erección estuviera dentro de mí, y eso
no podía ser.
Me aparté de él, levantándome de su regazo, y tras ponerme de rodillas entre sus piernas, le desabroché los pantalones sin dejar de
mirarlo.
—¿Qué haces, preciosa? —preguntó.
—Liberarlo —contesté, encogiéndome de hombros, con la mirada y la sonrisa más sexy y seductora que pude poner.
—Dios —Oliver, dejó caer la cabeza hacia atrás cuando la tuve en mi mano.
Comencé a acariciarlo de arriba abajo, despacio, observando su cara, viéndolo morderse el labio y cómo su cuerpo se sacudía por
algún que otro estremecimiento.
Entonces dirigí la mirada ahí, a mi mano, que jugaba con una erección gruesa y de tamaño bastante grande.
—¿Cómo pudo renunciar tu ex a esto? —murmuré, acercándome para dar una rápida pasada con la punta de la lengua por toda su
longitud.
—Joder —apretó los dientes.
Sonreí, un poco más malévolamente esta vez, dado que él no me veía, y tras jugar con mi lengua en la punta de su miembro con
lentos círculos, acabé llevándolo a mis labios hasta acogerlo entero.
—Dios, Valeria —Oliver me miró, sonreí sin dejar de atender lo que tenía en ese momento en la boca, y él me recogió el pelo con
una mano.
En un principio no hizo nada, tan solo me miraba, dejando que fuera yo quien marcara el ritmo, hasta que comenzó a guiarme
durante unos minutos antes de pedirme que parara.
Di una última lamida que hizo que su miembro diera un salto, sonreí, y Oliver me ayudó a ponerme de pie de nuevo.
Se desnudó con prisa, dejando caer la ropa por cualquier sitio de la habitación, pero al desnudarme a mí, lo hizo despacio y con
calma.
Una vez me tenía como quería, hizo que me sentara al borde de la cama, se arrodilló entre mis piernas, las colocó sobre sus hombros,
y comenzó a lamer, mordisquear y penetrarme con un par de dedos, hasta llevarme al orgasmo, ese que liberé con un chillido mientras
me dejaba caer, respirando a duras penas, sobre el colchón.
No tardó en ponerse de pie, con mis piernas aún sobre sus hombros, y penetrarme de una certera estocada.
Grité agarrándome a las sábanas, mordiéndome el labio mientras Oliver, entraba y salía con una rapidez y una fiereza que no me
esperaba.
Me sentía extasiada, desinhibida, y abandoné las sábanas para masajearme los pechos a mí misma, pellizcándome los pezones y
tirando de ellos.
Noté el pulgar de Oliver sobre mi clítoris, tocándome al tiempo que me penetraba, y aquello fue lo que me lanzó al abismo.
Fui catapultada hasta el orgasmo, gritando y chillando, mientras mis músculos vaginales apretaban su erección, y lo llevaban a él, al
mismo abismo en el que yo estaba.
Nos corrimos prácticamente al unísono, y cuando él terminó de descargar su liberación, salió de mi interior y me cogió en brazos
para recostarme en la cama.
Se tumbó conmigo, abrazándome desde atrás, besándome el cuello, el hombro, acariciándome el brazo, y susurrándome que había
sido increíble.
Sí que lo había sido, sí, me notaba dolorida por todas partes, y exhausta, estaba agotada. Y es que, mezclar pastillas calmantes con
buen sexo, me había dejado KO.
No sabría decir en qué momento me quedé dormida, pero juraría que fue poco después de sentir el último beso de Oliver en mi
mejilla, apenas unos minutos después de que nos metiéramos en la cama.
Capítulo 8

Me despertó el tono de llamada de un teléfono, pero no lo reconocía, por lo que, a mí, no me estaba llamando nadie.
Me removí en la cama, y noté que tenía el peso de un brazo alrededor de mi cintura.
Abrí los ojos, pensando que había vuelto a cometer la locura de acostarme con Álvaro, me giré y…
—Oliver —murmuré, y se me formó una sonrisa en los labios.
Estaba dormido, tenía los labios ligeramente separados, y podía sentir el calor de su aliento en el hombro.
Debían de estar llamándolo a él, por lo que opté por despertarlo.
—Oliver, tu móvil —dije, dándole un leve empujoncito en el hombro.
—Es la alarma —murmuró.
—No —reí—. Te están llamando, y parece importante.
—Uf —resopló, soltándome y girando para coger su teléfono de la mesita de noche—. Diga —contestó enfadado—. Hola, campeón
—sonrió, y supe que era alguno de sus hijos—. Me acabo de despertar, sí. Anoche tuve una reunión de trabajo hasta tarde.
Me reí, tapándome la boca para no hacer ruido, y Oliver me miró arqueando la ceja.
No tardó en atraparme entre su cuerpo y la cama, y comenzar a darme ligeros mordisquitos en los pezones mientras hablaba con su
hijo.
Yo intentaba que parara, pero el muy truhan me cogió ambas muñecas con una sola mano, y siguió hablando por teléfono como si
nada, como si no estuviera jugando con mis pezones y excitándome.
Para chula, yo, que comencé a mover las caderas y a rozar su erección con mi sexo, ese que estaba empezando a humedecerse por su
culpa.
—Yo también te quiero, hijo, y a tu hermano, díselo, ¿vale? Os llamo mañana, que tengo que vestirme para ir a otra reunión. Adiós
—colgó la llamada y lanzó el teléfono sobre la cama, sin dejar de mirarme—. ¿Qué hace la señorita, si puede saberse? —preguntó
llevando la mano libre entre nuestros cuerpos, y comenzó a acariciarme el clítoris.
—¿Yo? Nada, nada —reí.
—No me daba esa sensación. Parecía como si estuvieras tratando de que algo, entrara… aquí —dijo, mientras me penetraba con el
dedo.
—No —gemí.
—Lástima, porque va a entrar igualmente —aseguró, con voz ronca y cargada de deseo.
No perdimos el tiempo, no, que después de llevarme al orgasmo con la mano, ayudado de lengua y dientes, me penetró y me hizo
correrme de nuevo mientras gritaba, presa del placer que me ofrecía.
Nos dimos una ducha, juntos, y allí volvió a tocarme como si no quisiera que me marchara nunca.
Cuando acabamos, pidió el desayuno y después de tomarlo juntos, yo sentada sobre su regazo porque no quería soltarme, nos
despedimos con un efusivo y apasionado beso, de esos que prometían que volveríamos a encontrarnos y a tener una noche de sexo
como la anterior.
Quedamos en que hablaríamos durante la semana, como aquella que pasé en el hospital en observación, y dejé su suite con una
sonrisa de tonta que no me la creía ni yo, cuando me vi en el espejo del ascensor.
Claro que, en cuanto me crucé con Álvaro en el pasillo, se me borró de un plumazo.
Por cómo me miraba, sabía que no es que hubiera llegado ahora, o hacía unos minutos, no, y mucho menos porque llevaba la misma
ropa de la noche anterior, además de que aún tenía el pelo mojado por la ducha, y ese pequeño dato no se le había pasado por alto.
Traté de esquivarlo, pasando por su lado sin tan siquiera saludarlo, pero no me lo permitió.
Me cogió del brazo y acabamos como las dos últimas veces, en su despacho, el cual cerró con un portazo, que por poco acaba
desencajando la puerta.
—La puerta no tiene la culpa de tu mal humor, jefe —dije, y se giró para mirarme con furia.
—No, la tienes tú. ¿Te lo has follado? —dijo enfurecido, acercándose a mí, al punto de que retrocedí, y acabé pegada a la puerta.
—Pues sí, tres veces. La primera, anoche, después de cenar, y dos esta mañana antes del desayuno.
—No tenías que haberlo hecho, te dije que eres mía.
—No soy tuya, no soy de nadie. Puedo hacer lo que quiera, cuando quiera, y con quien quiera. ¿Me oyes? ¿O es que tú puedes
follarte a Natasha y yo debería estar esperando a que me llames para un puto desahogo, Álvaro? —grité—. Porque eso no va a pasar.
Tú fóllate a tu mujer, que yo me follaré a quien me dé la puta gana.
No le vi venir, y no me dio tiempo a reaccionar cuando se pegó a mí y me besó con furia, mordiendo mis labios mientras sus manos
campaban libres y a sus anchas por todo mi cuerpo.
Apoyé ambas manos en su pecho tratando de apartarlo, pero era imposible, no podría moverlo ni, aunque quisiera.
Luché por evitar que siguiera besándome, pero era una batalla perdida.
Ya no solo porque él tuviera más fuerza que yo y me hubiera cogido ambas mejillas entre sus manos impidiendo que me moviera y
escapara a ese beso robado que me estaba dando.
Sino porque en el fondo, mi cuerpo traicionero, reaccionaba a ese jodido beso como lo había hecho otras veces.
Cuando se apartó, le di una bofetada, ni se inmutó al sentirla, y eso que, a mí, me había dolido y me picaba la palma de la mano.
—No vuelvas a hacerlo, ya te lo dije una vez —dijo, con voz ronca y severa.
—Y tú no vuelvas a besarme, no tienes derecho a hacerlo.
—Oh, claro que lo tengo. Te lo dije la noche del evento, Valeria. Todo tu cuerpo es mío, y nadie toca lo que es mío.
De nuevo ese beso a traición que me pegaba aún más a la puerta de su despacho, y mientras yo luchaba por no ceder, él se abría
camino con las yemas de los dedos de una de sus manos por mi muslo, subiendo despacio y deliberadamente hasta alcanzar mi sexo.
Cerré los ojos, manteniéndome firme para no caer y ceder a sus tentadoras manos sobre mí, y escuché cómo rasgaba la tela de mi
braguita.
—Sería tan fácil follarte ahora, Valeria —susurró en mi oído, mientras separaba mis labios vaginales y comenzaba a tocarme el
clítoris—. Tan fácil —me mordisqueó el lóbulo de la oreja—. Que lo haría y no te resistirías. ¿Sabes por qué? Porque me perteneces, y
todo tu ser lo sabe. Te habrás follado a otro, te puedes follar a tantos como quieras. Pero tu cuerpo siempre reaccionará a mí, por mucho
que te resistas.
Me penetró con el dedo y me sorprendí de lo fácil que lo había tenido. Si ya se me había pasado el calentón después de los dos
encuentros con Oliver, ¿cómo era posible que estuviera húmeda y lista para Álvaro?
—Puedo ver lo que piensas —lamió la carne erizada de mi cuello—. ¿Por qué su dedo se desliza tan fácilmente en mí? ¿Por qué
estoy mojada? Eso, Valeria, es porque soy capaz de conseguir que te excites antes incluso de llegar a esta zona y tocarla. No quieres
pensar, pero lo haces, anticipándote subconscientemente a lo que estoy a punto de hacer. Eso te gusta, te excita, y tu cuerpo me
recompensa con esa jodida y deliciosa humedad.
Álvaro seguía hablando mientras me penetraba, cada vez más rápido, y no tardé en darme cuenta de lo que estaba a punto de ocurrir.
Me mordí el labio para no gritar, pero fue imposible que no me estremeciera y acabara agarrándome a su camisa con fuerza, cuando
me corrí en su mano.
—¿Lo ves? —sonrió, con una mezcla de triunfo, picardía y maldad que me estremeció—. Una vez te dije que siempre vendrías a mí,
y ahora voy un paso más allá. Siempre te correrás cuando te toque, aunque luches por no hacerlo.
Se apartó, llevándose los dedos a la boca, y los lamió sin dejar de mirarme.
—Te darán el alta médica el próximo viernes, después de que te revisen el brazo. Nos vemos aquí para trabajar, en ocho días —dijo,
girándose sin más y se sirvió un whisky.
Salí del despacho y abandoné el hotel corriendo, paré el primer taxi que vi y me subí en él para irme a casa.
¿Cómo se había atrevido a hacerme eso? Ya no era solo él quien estaba casado, sino que yo había empezado a ver a alguien, eso
debería haberlo entendido y olvidarse de mí.
Entonces, ¿por qué no lo hacía?
¿Por qué no seguía con su maravillosa vida de empresario casado con una famosa influencer?
Seguro que Natasha estaba de viaje, por eso él necesitaba calmar el calentón que debía tener y, claro, la tonta que más a mano tenía,
era yo.
Pues ya podría olvidarme, porque no iba a volver por su despacho en la vida.
Ocho días, sí, en ocho días me darían el alta, y hasta entonces, no pisaría el hotel de nuevo, y cuando lo hiciera, sería única y
exclusivamente para trabajar en mi puesto en la recepción.
Se acabó, se acabó el que Álvaro quiera seguir usándome como lo hizo semanas atrás
Capítulo 9

Tal como había dicho el capullo de mi jefe, el viernes me dieron el alta médica después de quitarme la escayola y comprobar que el
brazo estaba perfecto.
El fin de semana me quedé en casa, terminando así con esos días de reposo y tranquilidad antes de volver a la rutina.
Noelia seguía de baja, fui a verla a casa y allí comprobé de primera mano lo que me decía Oliver, que Edu la trataba como a una
reina, y con Iván era un auténtico padrazo.
La pobre estaba cansada ya de las muletas, pero tenía que recuperarse del todo si quería poder empezar con la rehabilitación, dado
que, de lo contrario, la pobre mía, caminaría con una cojera permanente.
Lloré pidiéndole perdón por haber ido distraída aquella noche, bien sabíamos las dos que no había tomado apenas alcohol, por lo que
las pruebas que me hicieron salieron limpias, no como las del tío que se empotró contra mi coche.
Mi Mini, con lo mono que era, había quedado reducido a un amasijo de hierros tras el golpe y los cientos de vueltas de campana que
dimos. Bueno, cientos no, pero que, a mí, en aquel momento me lo pareció.
El seguro se había puesto en contacto conmigo la mañana del miércoles, interesándose primero por mi estado y el de mi amiga, y
después me dijeron que iban a proceder al pago del valor que tenía el coche en ese momento, dado que lo tenía a todo riesgo y no era
muy viejo, me encontré esta mañana con un buen pellizquito en la cuenta.
—Buenos días, cariño —dijo mi madre, cuando entré en la cocina, con el uniforme del hotel—. ¿Lista para tu vuelta al trabajo?
—Buenos días —sonreí, dándole un beso en la mejilla—. Sí, vuelvo con fuerzas.
—Me alegro, hija. ¿Cómo va el brazo?
—Muy bien, igual que estos dos días. Mira —empecé a moverlo, despacio para no forzar demasiado, pero al menos mi madre se
quedó tranquila—. Además, no tengo que moverlo mucho, sabes que mi trabajo en la recepción solo es coger el teléfono y estar delante
del ordenador —reí.
—Ya, cariño, pero no quiero que te incorpores si no te sientes bien.
—Tranquila, que, si noto alguna molestia, le digo al jefe que me voy y pido unos días más de baja.
Desayunamos y me estuvo contando que Renata, seguía siendo un sargento de hierro, y más mala que un dolor.
Había cambiado los turnos de muchas compañeras, pero a ella y su amiga las seguía manteniendo en el mismo, durante la semana y
solo por las mañanas, salvo si tenían que cubrir a alguna haciendo doble turno o por la noche, porque mi madre le había plantado cara.
Desde luego, no había nada peor que un superior con aires de grandeza, que llega el último para poner patas arriba la estabilidad de
todo un equipo de trabajo.
Terminamos de recoger y salimos juntas de casa, mientras yo estuviera sin coche, mi madre había insistido en que me llevaría al
trabajo, aunque le había pedido que solo fuera hoy, que ya me encargaría de hablar con alguno de los taxistas a los que llamábamos
para recoger a los clientes del hotel y que me hiciera de chófer un tiempo.
No sería mucho, porque ya había pensado en comprarme otro coche, aunque fuera baratito o de segunda mano, pero que estuviera
bien. Hablaría con David, a ver si me hacía el favor de buscarme uno y que se encargara de comprobar que estaba en perfectas
condiciones.
—Nos vemos a la tarde, cariño —dijo mi madre, cuando nos despedimos en la puerta del hotel, con un beso en la mejilla.
—Adiós, mamá.
Entré sonriendo, y en la recepción me encontré con uno de los chicos que solía cubrir el turno de mañana los fines de semana.
Raúl era muy simpático, alguna vez cubrió a Noelia estando conmigo, y nos llevábamos bastante bien.
—Buenos días, guapa —sonrió y me dio un abrazo cuando llegué a su lado—. ¿Cómo te encuentras?
—Bien, bien. Con ganas ya de volver al trabajo.
—Mujer, haber aprovechado una semana más y descansabas.
—No fastidies, se me caía la casa encima, y más con el brazo inmovilizado como lo tenía —reí.
—Bueno, te pongo al día de las mañanas que nos esperan, hoy, y mañana.
—Ok.
Me dijo que la semana pasada habían tenido varias reservas que estaban dando problemas con una de esas webs donde nos
anunciábamos, y muchas de ellas aparecían como canceladas, pero realmente, no lo estaban.
—Lo clientes llegaron aquí con la confirmación de esa reserva, así como el justificante del pago. Tuvimos a la chica del
departamento de contabilidad comprobando todas las transferencias realizadas o cargos con tarjeta, menudo caos —dijo, volteando los
ojos.
—No me digas más, para hoy y mañana, hay reservas de esas.
—Sí —suspiró—. Bueno, el jefe ya habló con los que llevan la web y les dijo que por el momento nos retirábamos de ella, hasta que
solucionen el problema.
—Normal, pues porque aquí siempre hay algunas habitaciones disponibles, sino, madre mía.
—Pues eso pensé yo, que veía que más de uno me quería dar una paliza, como si yo tuviera la culpa —rio.
—Nada, si vienen de esos hoy, me los dejas a mí, que he venido guerrera.
—Valeria —me sobresalté al escuchar la voz de Álvaro.
Cuando me giré, lo vi caminando hacia el mostrador, con las manos en los bolsillos del pantalón, la chaqueta sin abotonar, la camisa
con los primeros botones abiertos, y sin corbata. El pelo alborotado, como si hubiera estado pasándose las manos por él durante un
tiempo, el rostro serio y la famosa mirada de rabia y furia que tenía yo en exclusividad.
—¿Sí, don Álvaro? —contesté, lo más calmada posible.
—Veo que ya te has incorporado, me alegra saberlo —dijo, cuando le tuve frente a frente.
—Así es, y vengo con fuerzas, no se preocupe.
—Bien. Hay un asunto del que tenemos que hablar —no perdía la seriedad, ni en su rostro, ni el tono de voz.
Este hombre parecía vivir constantemente enfadado conmigo, pero me importaba bien poco, la verdad. Yo era la que más motivos
tenía para estar enfadada con él, y no se lo demostraba cada vez que nos veíamos.
—¿De qué se trata? —pregunté, porque esperaba que me lo dijera allí mismo.
—Acompáñame a mi despacho —respondió, y no hubo tiempo para negarme, dado que comenzó a caminar en dirección hacia el
pasillo que llevaba a su territorio.
Miré a Raúl, que se encogió de hombros sin saber qué podría querer el jefe de mí.
Yo me hacía una idea, tal vez quería seguir insistiendo en su intento de que me olvidara de Oliver, lo raro era que no me había
enviado ningún mensaje esa semana para decírmelo.
Sería porque su querida esposa estaba con él, en casa.
—Cierra la puerta y siéntate, por favor —me pidió.
Obedecí, y cuando estaba frente a él, me puse un poco nerviosa, su mirada siempre tenía ese efecto en mí.
—¿Puedes explicarme qué es esto? —preguntó, levantando un papel y vi que ponía factura.
—Pues, una factura, por lo que veo.
—Sí, pero lo que quiero que me digas es por qué todas las bebidas que tomasteis tu amiguito y tú el fin de semana, me las han dado a
mí para pagarlas.
—¡Oh, eso! —sonreí, quitándole importancia con un gesto de la mano—. Yo le pedí a David que lo hiciera.
—¿Por qué?
—Hombre, me pareció un detallazo que podría tener mi jefe conmigo.
—No me lo puedo creer —dejó la factura sobre la mesa, y se pasó la mano por el pelo—. O sea, que tengo que ver cómo otro tío te
toca, te besa, saber que te ha follado, y encima, ¿le pago las putas copas? ¿En serio, Valeria?
—Y tanto que sí. Y ahora, si me disculpa, tengo trabajo y, por lo que me ha comentado Raúl, serán dos mañanas de lo más moviditas.
—No he terminado —dijo, con voz grave, cuando ya estaba de espaldas a él y llegando a la puerta, estaba más enfadado todavía.
—Sí, sí ha terminado, jefe —me giré, mirándolo a los ojos—. El trabajo es lo primero, lo más importante. Esas fueron las palabras
que me dijo la persona que me contrató el año pasado.
Salí de allí con una sonrisa en los labios por la forma en que había contestado, pero con las piernas temblando como si fueran
gelatina, porque me daba a mí que, eso, iba a tener alguna consecuencia.
Capítulo 10

En mi hora de descanso, fui al bar para tomarme un café, y en cuanto me vio David, salió de detrás de la barra a darme un abrazo.
—¿Cómo está mi chica preferida?
—Muy bien, ya no tengo dolor, que es un alivio.
—Me alegro. ¿Desayuno completo? —dijo, regresando a su puesto.
—Por favor, sí, me muero de hambre.
—Marchando —hizo un guiño y me eché a reír.
Podría sentarme en una de las mesas, nunca había estado prohibido para nosotros el hacerlo en nuestro descanso, pero yo prefería
quedarme en la barra y así poder hablar con él.
Nadie como David, para contarte algunos cotilleos de los huéspedes.
Y ese día, no iba a ser menos, que tenía una semana de retraso, bueno, más de un mes.
—Y bien, ¿qué tal con tu amigo? —preguntó, dejándome el café y el zumo delante.
—Hablamos por mensaje todas las noches un rato, él está en Madrid y… es complicado.
—Las relaciones a distancia pueden funcionar, ¿sabes?
—Supongo, nunca tuve una —contesté, cogiendo la taza de café para dar un sorbo.
—Un amigo mío, sí, y les iba bien. Hablaban por teléfono, se escribían, y solían verse los fines de semana. Es cuestión de
organizarse.
—¿Cómo acabaron ellos?
—Como el Rosario de la Aurora —rio.
—¿Qué dices?
—Lo que oyes. A él lo trasladaron por trabajo fuera de España, siguieron con la relación igual, como siempre, hasta que un día
apareció por sorpresa para visitarla, y ella estaba montándose una fiestecita con varios amigos y amigas.
—Vamos, que la sorpresa se la llevó él.
—Y tanto. Se volvió para Londres con el anillo de compromiso que había comprado, y sin decírselo.
—Pobre.
—Aunque a él le pasara eso, te puedo decir que las relaciones funcionan. No todo el mundo va a engañar a su pareja.
—Ya, ya lo veo. Oye —dije, cuando me dejó el plato de tostadas—, te iba a comentar si podías mirarme un coche para comprar. Ya
sabes que el Mini pasó a mejor vida, y no quiero que mi madre tenga que traerme. He hablado con uno de los taxistas a los que
llamamos para recoger a los clientes, y he quedado en que, a partir de mañana, será mi chófer particular —reí.
—Lo que no consigas tú —negó, con una sonrisa.
—Hombre, que se va a ganar todos los días treinta euros con dos carreras que me haga, la de venir, y la de llevarme a casa.
—Al menos has llegado a un acuerdo con él.
—Sí, ya le he dicho que le pago al final de la semana, y listo.
—Pues bien que has hecho.
—Eso sí, había pensado en pasarle la factura al jefe —le hice un guiño.
—Calla, calla, que me dieron temblores cuando le dejé la factura en su bandeja de gastos. Si vino a preguntarme y todo —volteó los
ojos.
—¿Qué le dijiste? —empecé a reír aún más, solo de imaginarme la cara de Álvaro.
—¿Qué le iba a decir? Que hablara contigo.
En ese momento escuchamos una silla retirándose, con bastante fuerza, la verdad, y al girarme y mirar, tanto David como yo, nos
quedamos más blancos que la ropa recién lavada con lejía.
Ahí estaba Álvaro, que probablemente nos habría escuchado hablar, y reírnos a su costa, bueno, yo me reía, David no.
Pasó por mi lado y como ya era costumbre en él, me miró con rabia.
Me encogí de hombros, girándome, y seguí disfrutando de mi desayuno mientras David me iba preguntando cómo quería el coche,
para tener alguna idea de por dónde tirar para buscarlo.
Estaba a punto de terminar y regresar a mi puesto, cuando sonó el teléfono del bar y después de atender David la llamada, suspiró.
—El jefe quiere que vayas a su despacho —dijo, mirándome.
—¿Otra vez? Si ya me ha preguntado a primera hora por la dichosa factura de las bebidas.
—Pues algo querrá comentarte ahora —se encogió de hombros—. Te recuerdo que nos ha oído hablar.
—No voy a ir, al menos, de momento. Ese me va esperar… sentado —le hice un guiño a David y regresé a la recepción.
Ahí estuve mirando la hora cada diez minutos, y en esa primera hora que pasé trabajando, David me llamó tres veces para decirme
que el jefe requería mi presencia en su despacho, y que se había llevado una bronca porque don Álvaro, se pensaba que no me había
dicho nada.
Cuando creí que había esperado el tiempo suficiente, le dije a Raúl que iba a hablar con el jefe, que me había llamado varias veces y
le decía que no podía porque estaba trabajando, y fui hacia el despacho de Álvaro.
¿Llamé a la puerta? No, ¿para qué iba a hacerlo? Me estaba esperando, sabía que no había nadie con él, y no pensaba mostrarle
respeto alguno, como él a mí tampoco me lo había demostrado, utilizándome a su antojo y para su propio beneficio, mientras follaba
conmigo y su mujer estaba a saber, dónde.
—¿Me llamaba el señor? —pregunté, del modo más cantarín que podía, luciendo una amplia sonrisa, hasta que se me borró de la
cara por ver lo que tenía delante.
Álvaro se estaba tomando una raya de coca. No podía creerlo, pero así era.
Lo había pillado con el carrito del helado, la tarjeta a un lado de la mesa, y le vi perfectamente como terminaba de tomarla.
—¿Se puede saber qué mierda haces? —grité, cerrando de un portazo.
—¿Qué coño haces aquí? —se puso en pie, a la defensiva.
—Tú me has llamado, te lo recuerdo.
—Hace hora y media, ¡joder! —gritó furioso, pasándose la mano por el pelo.
—No podía venir antes. ¿Qué haces con esa mierda? —Señalé el leve rastro de polvillo blanco que quedaba sobre el escritorio.
—No es de tu incumbencia. ¿Y no sabes llamar a la puerta, maldita sea?
—¿Para qué iba a hacerlo, si me estabas esperando?
—¿Por si estaba ocupado? —Arqueó la ceja.
—¿Tenía que saber que te metías esa mierda en el cuerpo? ¿Desde cuándo lo haces, Álvaro?
—No te importa.
—No, seguramente que no, pero claro, ya lo hacías mientras estabas conmigo. Por eso todas esas visitas al baño, ¿verdad?
—Valeria…
—No, ni Valiera, ni hostias. ¿Te metías eso estando conmigo? No me lo puedo creer…
Empecé a dar vueltas por el despacho, como un león enjaulado al que no dejan salir y correr en libertad.
No podía creer que Álvaro tomara eso, de verdad que no.
Siempre le había bromeado con que era narcotraficante y él, lo negaba, o yo creía que lo hacía.
—Ahora entiendo tu aguante en el sexo, era por eso —señalé el polvillo blanco—. Solo por eso. Qué pasa, ¿eres impotente y tienes
que recurrir a la química para ponerte cachondo y rendir? No me jodas, Álvaro, ¡no me jodas!
—No sabes de lo que lo hablas.
—No, desde luego que no. Creía que te conocía bien, y cuando supe que estabas casado y que eras un maldito gilipollas pensé que no
podrías sorprenderme más, pero sí, lo has hecho.
Ni lo pensé, fui hasta él y le di una bofetada. ¿Por qué? No estaba completamente segura del motivo que me había llevado a hacerlo,
pero al menos, así me quitaba un poco de rabia que tenía dentro.
Lo siguiente que hice, fue coger la tarjeta de crédito que tenía en la mesa, y partirla por la mitad ante sus ojos.
—¿Qué haces? —gritó.
—Claro, todo el dinero que tienes es de la droga, al final resulta que sí, que eres un narco, uno que debe estar en muy buena posición
en el negocio, dado que tienes tantos hoteles por todo el mundo. Hay que blanquear el dinero sucio, ¿verdad?
—No hables de lo que no sabes —apretó la mandíbula.
—Esa mierda estuvo cerca de mí, y yo sin saberlo. Con lo que odio todo ese tema —tenía mis motivos, de verdad que sí, y ver así
Álvaro, no había hecho más que remover todo aquello de mi pasado.
—Nunca te di a probarlo —se excusó.
—Solo habría faltado que hicieras eso —contesté, y fue entonces cuando lo vi.
Una pequeña bolsita en el escritorio, llena de droga.
¿Pensé en lo que estaba a punto de hacer? No, ni un segundo.
¿Me arrepentiría de hacerlo? Posiblemente sí, estaba casi segura de ello, pero mi cuerpo se movió mucho antes de que mi cerebro
tratara de evitar que lo hiciera.
Cogí la bolsita, fui hasta la ventana, la rompí, y ante la mirada atónita de Álvaro, que movía los labios gritando a saber qué, porque
no lo entendía, tiré el contenido dejando que se lo llevara el aire.
—¿Te has vuelto loca? —gritó, cogiéndome del brazo—. ¿Por qué has hecho eso?
—Porque, aunque seas un miserable, al que odio por utilizarme y mentirme como lo hiciste, no deseo que mueras por esta mierda,
nadie más debería morir por esto.
Se me estaban empezando a saltar las lágrimas, y no quería mostrar ante él, más debilidad de la necesaria.
Antes de romper a llorar sin poder evitarlo, fui hacia la puerta y salí del despacho.
Ni siquiera sabía de qué quería hablarme cuando me había llamado a su despacho, pero no me iba a quedar a comprobarlo.
¿Cómo no me había dado cuenta antes de sus actos? ¿Por qué no caí en que esas visitas tan seguidas al cuarto de baño cuando
estábamos juntos, eran para eso?
¿Por qué simplemente pensé que su aguante en cuestión de sexo, era por la maldita droga, y no porque fuera un hombre sano y
vigoroso de cuarenta y cinco años?
Maldita sea, las señales estaban ahí, como aquella vez… y no las vi.
¿O tal vez mi subconsciente lo supo, pero no quiso ver nada?
¿Quería seguir pensando que Álvaro, era un hombre normal, no como…?
Tuve que pararme en mitad del pasillo y respirar hondo. Me faltaba el aire y no quería sufrir un ataque de ansiedad.
Ya lo viví una vez, ya pasé por esto una vez y no quería volver allí.
Cuando me calmé un poco, regresé a la recepción y, lejos de querer estar allí las dos horas que me quedaban de trabajo, recogí mis
cosas y me marché a casa.
Raúl me dijo que no me preocupara, que él se encargaba de la recepción y que nos veríamos al día siguiente.
Me fui caminando, necesitaba tomar aire y respirar. Cuando ya estaba lejos del hotel, llamé para que me pasaran con Álvaro y le dije
que me había ido, que podía descontarme las horas que me quedaban en esa jornada si quería, no esperé a que contestara, simplemente
colgué y seguí mi camino a casa.
Capítulo 11

No podía creer cómo había sido tan tonta. ¿Por qué no me di cuenta de todo aquello que ya viví hacía años?
Parecía que hubiera pasado una eternidad, pero se habían cumplido ocho años de la que fue mi peor pesadilla.
Ismael seguía vivo en mi recuerdo, como sabía que no podría ser de otra manera.
Él, fue el que pensé que sería el hombre de mi vida, con quien tendría un futuro, a quien había prometido mi amor hasta el fin de
nuestros días.
Y yo lo amé cada día que estuvimos juntos, hasta el que fuera su último aliento.
Nos conocimos cuando yo estaba celebrando los dieciocho años, con Alejandra y algunas compañeras de clase, en uno de los locales
donde solíamos ir.
Estábamos todas bailando, cogí mi copa para darle un trago, y entonces alguien me tocó en el hombro. Cuando me giré, ahí estaba él,
con la ceja arqueada diciéndome que le había quitado la copa.
En ese momento no lo creí, me puse a gritar que no fuera mentiroso y que se pidiera la suya, hasta que Alejandra me dijo que sí, que
le había quitado la copa a ese pobre chico.
Acabamos hablando y me dijo que se llamaba Ismael, tenía veintitrés años y estudiaba empresariales.
Moreno, ojos marrones, sonrisa de anuncio y guapo, además de simpático.
Aquella noche nos dieron las tantas charlando, intercambiamos los teléfonos y me llamó la semana siguiente para invitarme a cenar.
Acepté encantada, y después de nuestra primera cita, hubo algunas más hasta que me besó por primera vez.
Después de aquello, no nos separamos, y cuando llevábamos saliendo un año y medio, me sorprendió una noche pidiéndome que me
casara con él.
Lloré lo que no estaba escrito, no podía ni contestar y él, no dejaba de decirme que le dijera que sí, o se moría allí mismo.
Me prometí con el amor de mi vida, y una semana después nos fuimos a vivir juntos.
Fue entonces cuando comenzamos a tener mucho más sexo que de costumbre, cosa que yo achacaba a que compartíamos su piso.
Pero cuando las visitas al baño eran más frecuentes que antes, y algunos días le cambiaba el humor y discutíamos, supe que había algo
que no me contaba.
Hasta que lo pillé una noche en casa, como había encontrado a Álvaro.
Mi prometido se tomaba una raya de coca en la mesa del salón, justo cuando yo llegaba para preparar la cena por sorpresa para su
veinticinco cumpleaños.
Me enfrenté a él, grité, lloré, le pregunté que desde cuándo tomaba esa mierda y confesó que antes de conocerme ya lo hacía.
En ese momento me quise morir, porque no había sido capaz de darme cuenta de que mi novio tenía un secreto tan grande para
conmigo.
No me quedé en casa, me fui con lo puesto a la de Alejandra y allí lloré con ella contándole lo que había visto.
Ismael se pasó la noche llamándome, pero yo no contesté. Y así estuvo tres días, hasta que volví a nuestro piso y me dijo que iba a
dejarlo, que hacía tiempo que quería hacerlo, pero no lo conseguía.
Estaba sobrepasado por los estudios y la presión que tenía por parte de su padre para que se hiciera cargo de la empresa con él.
Lo creí, y todo volvía a ser como antes, incluso creí que era cierto que había dejado aquello, que estaba yendo a algún especialista,
como me dijo, pero me estaba mintiendo otra vez.
La noche de nuestro segundo aniversario, lo esperé en el piso con la cena en la mesa, unas velas que se consumieron y una botella de
champán que acabó quedándose caliente.
Cuando a las dos de la madrugada fui consciente de que no iba a llegar, después de varias llamadas en las que primero no me
contestaba, y después el teléfono me daba apagado, tiré la cena, le escribí una nota para que la viera cuando quisiera volver, y me metí
en la cama llorando.
A las nueve de la mañana de aquel sábado hacía ya ocho años, su madre me llamó para decirme que Ismael, había tenido un
accidente de coche la noche anterior.
Recuerdo que me levanté de la cama como si de un mal sueño se tratara, salí de casa después de ponerme lo primero que encontré en
el armario, y fui al hospital en el que me había dicho su madre que estaba.
Cuando llegué, todo eran lágrimas en aquella sala de espera.
Su madre me abrazó, y me dijo que habíamos perdido a Ismael.
Cuando todo pasó, supe que él iba conduciendo después de haber estado de fiesta con sus amigos, olvidándose de nuestra cena de
aniversario, donde hubo algo más que algunas copas que tomar.
Siguió teniéndome engañada, y yo creía que había cambiado como me dijo unos meses antes.
—¿Valeria? —preguntó mi madre cuando llegó a casa, y me encontró en el sofá.
—Hola —saludé, secándome las lágrimas.
—Cariño, ¿qué te pasa?
—Nada, solo… Solo recordaba a Ismael.
—Mi niña… —se sentó a mi lado al escucharme llorar de nuevo, y me abrazó—. Hace tiempo de eso.
—Lo sé, pero siempre está ahí, ya lo sabes.
—Aunque no lo digas, lo sé. Pero, ¿por qué lo has recordado ahora?
—Porque Álvaro, es como él.
—No te entiendo…
—He pillado a Álvaro por sorpresa en su despacho, igual que en su momento, encontré en casa a Ismael.
—Ay, Dios mío —se le abrieron los ojos ante la sorpresa, y volvió a abrazarme.
Nos quedamos allí sentadas en silencio durante no sé cuánto tiempo, mientras yo no dejaba de llorar, y ella me acariciaba la espalda
para consolarme.
Ni siquiera recordaba el momento en el que me había quedado dormida en el sofá, hasta que escuché la voz de mi amiga Alejandra,
llamándome.
—¿Qué haces aquí? —le pregunté, frotándome los ojos al verla sentada a mi lado.
—Me llamó tu madre. ¿Cómo estás?
—Mal —cerré los ojos de nuevo.
—Valeria, no quiero verte así. Lo de Ismael duele, lo sé, y encima ahora sabes que Álvaro…
—No, no me hables de él. Sé que no tienen nada que ver uno con el otro, pero no esperaba que Álvaro tuviera ese secreto. Joder, y
anda que no le di oportunidades para que me lo dijera, que cada vez que podía le hacía alguna referencia a que fuera narco o algo.
—Bueno, si te sirve de consuelo, creo que no se dedica a eso —sonrió.
—Me da igual, ya no me importa. No está en mi vida. Álvaro no es más que mi jefe, no habrá nada entre nosotros.
—¿Tiene algo que ver cierto abogado que no dejó de visitarte en el hospital? Porque cuando estaban los dos en la habitación, Álvaro
derrochaba amabilidad y amor con los ojos.
—No seas sarcástica, que no podía veros, pero sí oíros. Y una de las veces que estuvieron los dos, en la voz de Álvaro noté de todo,
menos simpatía hacia Oliver.
—Lo sé.
—Bueno, a ver, dime, ¿cómo te va con Martín? Necesito cotilleos —me senté y la abracé.
—Muy bien. Es un hombre… increíble.
—Me tocó el hermano malo, vaya suerte la mía —nos echamos a reír, y mi madre apareció con un par de cafés y unas galletas para
las dos.
No había comido nada, y la verdad es que en ese momento tenía hambre.
Después de un día de mierda, eso era lo que necesitaba, una charla con mi mejor amiga.
No había mejor terapia que esa, y le agradecía a mi madre que la hubiera llamado.
Capítulo 12

Me había pasado los tres últimos días evitando a Álvaro en el trabajo, y no era algo fácil, puesto que cada vez que él salía de su
despacho para ir al bar, tenía que pasar por delante de la recepción.
No lo miraba, y solo me dirigía a él, para darle los buenos días la primera vez que lo veía.
Había estado deseando toda la semana que llegara el viernes, y al fin era ya mi hora de salir del trabajo y volver a casa.
—Hola, hola —canturreó Sonia, agitando su mano cuando la vi aparecer por la recepción.
—Hola, guapa.
—¿Ya te marchas?
—Sí, deseando salir y empezar mi fin de semana libre.
—¿Comemos juntas? Quiero comentarte algo.
—Claro, hoy mi madre tiene doble turno la pobre, y para comer yo sola en casa, pues no.
—Venga, vamos al chiringuito de la playa donde ponen esos helados de postre.
—Tú quieres rellenarme para que no luzca los bikinis por aquí, que lo sé yo —reí.
—¿Qué dices? Pero si estás estupenda, con más o menos kilitos.
—Eso es que tú me miras con buenos ojos.
Nos despedimos de Raúl, que había sido mi compi de recepción toda la semana, y salimos para coger el taxi que, como cada mañana
desde el martes, me esperaba en la entrada para llevarme a casa.
—Buenas tardes, Valeria.
—Hola, Jesús. Hoy cambiamos la ruta. Vamos para la playa a comer las dos —dije, una vez nos sentamos Sonia y yo.
—Perfecto. ¿A dónde os llevo?
Le di la dirección de donde estaba el chiringuito que tanto le gustaba a nuestra peque, y allí que fuimos.
Nada más llegar, nos recibió una de las camareras que conocíamos y nos llevó a la mesa de siempre. Era bueno tener un par de sitios
donde nos conocieran, y eso que no éramos famosas, ni ricas, ni nada por el estilo.
—¿De qué querías hablarme? —pregunté, cuando nos tomaron nota de las bebidas.
—Me he apuntado a un curso de esteticista.
—¿En serio? Eso es genial.
—Sí, ¿verdad? —sonrió.
A Sonia, le encantaba todo lo que tuviera que ver con el mundo del maquillaje y la peluquería, pero nunca se había terminado de
decidir para hacer un curso o apuntarse a una academia.
—Es todo on-line, así que no perderé horas de trabajo. Lo haré por las tardes, y los sábados por la mañana. Eso, en cuanto a teoría.
Las prácticas me las darán en uno de los mejores centros de la ciudad, y también iré por las tardes. No es que vaya a dejar el hotel, que
aquí lo gano bien, pero, no sé, tener una opción de mejorar y tal vez ser emprendedora y poner un pequeño local de peluquería y
demás, no estaría mal.
—Claro que no, cariño. Y no dudes que vas a tener clientela fija, que las chicas, mi madre y yo, estaremos ahí las primeras.
—Con ello contaba —rio.
No tardaron en traernos la comida y ella siguió contándome sobre el curso. La veía más ilusionada que nunca, y me alegraba que al
final se hubiera decidido.
Me llegó un mensaje de Oliver y cuando Sonia me vio sonreír, activó el modo cotilla suprema y, con la antena parabólica
apuntándome directamente, la vi asomarse por encima de mi hombro para leerlo.
—Qué majo —dijo.
—¡Oye, cotilla! —reí.
—Mujer, si no me cuentas nada —se encogió de hombros.
—No sé qué quieres que te cuente.
—Pues, por ejemplo, ¿cómo es? Y no me refiero en la cama, que te veo venir.
—Es encantador, me hace reír, no hay noche que no me mande un mensaje deseándome dulces sueños, otro por las mañanas para
darme los buenos días, y me llama siempre que puede para ver cómo estoy.
—Estuvo muy pendiente de ti mientras estabas en el hospital.
—Lo sé.
—Pero él, no es Álvaro —asentí ante aquella afirmación.
Sí, odiaba a Álvaro por ocultarme que estaba casado, y por más que luchaba contra mi mente para olvidarme de él, aquello costaba,
costaba mucho.
—No lo es, pero el jefe ya es agua pasada. Estoy bien con Oliver, nos conocimos de manera normal, casual, y sin pretensiones de
nada. Me gusta y, bueno, por intentar tener una relación con él, no pierdo nada.
—Pues sí, no se acaba el mundo en Álvaro.
—Eso es. Venga, vamos a brindar por el curso que estás haciendo.
—Y ahora compramos pasteles y nos acercamos a visitar a Noelia, que quiero contárselo a ella también.
Así lo hicimos, terminamos de comer, fuimos paseando hasta la pastelería que había cerca de casa de nuestra amiga, y nos
presentamos allí para verla.
—¡Valeria! —gritó Iván al verme.
—Hola, cariño. ¿Cómo estás? —La abracé.
—Bien. ¿Y tú? ¿Ya no estás malita?
—No, ya no estoy tan malita.
—Mamá tampoco. Está andando ya sin la muleta.
—Ah, ¿sí? —Iván, asintió sonriendo.
Me cogió de la mano y fuimos hasta el salón donde Noelia, estaba sentada viendo la televisión.
—¿Qué tal la futura medallista olímpica de carrera de obstáculos? —pregunté al verla caminando sin la muleta, levantando la pierna
y pasando por encima de un pequeño taburete. Así la ejercitaba para poder doblarla bien y fortalecer músculos.
—Qué graciosa —me hizo burla, sacándome la lengua—. Voy bien, y creo que la próxima semana ya me darán el alta definitiva.
—Eso es genial, cariño —dije, abrazándola.
—Estoy deseando volver al trabajo, me aburro aquí metida todo el día.
—Hemos traído pasteles para animarte —anunció Sonia, levantando la bandeja.
—Mi madre ha dejado café hecho, está en la cocina.
—Voy a por ello. Iván, ¿me ayudas? —le pidió Sonia, y él aceptó encantado.
Sabíamos que, desde que Noelia estaba de baja, el niño hacía todo lo posible por ayudarla cuando no estaba su madre, como era el
caso.
—¿Qué tal con Edu? —me senté con ella en el sofá, que estiró la pierna y comenzó a darse un masaje.
—Bien, es… perfecto —sonrió—. Y me parece hasta mentira, Valeria.
—¿Por qué dices eso?
—No sé, es como si en cualquier momento fuera a despertarme y darme cuenta de que no era más que un sueño. Quiero decir, lo
conocí, esa misma noche tuve un accidente, y no se separó de mí, en ningún momento. El padre de Iván ni siquiera preguntó cómo
estaba una sola vez en aquel tiempo.
—Hija, compararme a Edu con el padre de Iván, es como hacerlo con un jamón de pata negra, y uno serranito normal —sonreí.
—Lo sé, es una tontería, pero…
—Tienes miedo —acabé la frase por ella, y asintió.
—Sí, a que me esté ilusionando con él y después, simplemente, desaparezca.
—Mujer, no es mago para hacer eso.
—Ya, bueno, tú me entiendes…
La entendía, por supuesto que sí. ¿Qué mejor ejemplo que el mío para que una mujer tuviera miedo de que estuviera viviendo un
sueño que acabara siendo una mentira?
Pero Edu no era como Álvaro, estaba convencida de ello, y así se lo hice ver el tiempo que nos quedamos solas mientras Sonia e
Iván, preparaban el café y los pasteles.
El resto de la tarde la pasamos allí los cuatro, bueno, las tres, porque el niño nos dejó solas para irse a su habitación a crear
construcciones imposibles con un juego de piezas que le había regalado Edu.
Cuando escuché a Iván decirlo, miré a Noelia con la ceja arqueada, dándole a entender que, si ese hombre no estuviera
verdaderamente interesado en ella, no le haría regalos al niño, ya que, cualquier otro, habría huido al saber que ella tenía un hijo.
Nos despedimos un par de horas más tarde, y quedamos en vernos pronto. Además, yo también estaba deseando que le dieran el alta
para tenerla trabajando conmigo en el hotel, la echaba de menos.
Cuando llegué a casa mi madre aún no había regresado, así que preparé una ensalada y una tortilla para la cena, me di una ducha
rápida y mientras la esperaba, hablé por mensaje con Oliver.
Decía que me echaba de menos, que quería haber venido a verme este fin de semana, pero tenía un juicio importante el lunes y debía
dejarlo todo bien preparado.
Lo entendía, pero me habría gustado verlo y pasar al menos un par de días con él.
No lo entretuve mucho tiempo, sabía lo importante que era su trabajo para él. Por Dios, si acabó escogiéndolo antes que a su mujer.
Aunque, bueno, imaginaba que la relación que tenían ya estaba mal antes de que ella decidiera pedirle el divorcio.
Me quedé sentada en el sofá cotilleando cosas del corazón en el móvil. No es que me interesaran mucho esos temas, pero había
salido mi alma cotilla a flote.
Para cuando quise darme cuenta, estaba buscando las redes sociales de Natasha, y allí aparecía ella de lo más sonriente con Álvaro,
en muchas fotos.
Lo que me llamó la atención es que ella hubiera compartido una de las fotos que me hicieron en el evento de los influencers al que
asistí en el hotel.
Decía que pocas mujeres había conocido con el don de que las cámaras la quisieran, y yo era una de ellas.
Tiré el móvil sobre el sofá y resoplé. ¿Por qué era tan simpática conmigo? Debería odiarme por haberme tirado a su marido, por el
amor de Dios.
Pero, claro, ella no tenía ni idea de lo que había estado haciendo el bueno de su Álvaro conmigo.
Y era yo la que se sentía como la mierda, porque esa mujer solo había tenido buenas palabras hacia mí, preocupándose las veces que
me había visto mala cara, siempre mostrándome la mejor de sus sonrisas.
Allí sentada, en el silencio de mi casa, con los ojos cerrados, y pensando en Natasha, se me vino una cosa a la cabeza.
¿Y si le contaba yo la verdad? ¿Y si me sentaba con ella una tarde a tomar café y le decía lo que había pasado con su marido, antes
de saber que lo era?
<<Y después también, Valeria>> Me decía, recordando la noche del evento en su despacho, y el día en que casi nos pilla Natasha allí
mismo.
No, no podía hacerlo. Quería, pero no me sentía con fuerzas. Además, ¿por qué contarlo yo, cuando el responsable era él?
Yo no le debía explicaciones a nadie, y no se las daría a ella, que no era nada para mí.
Capítulo 13

El fin de semana estaba siendo tranquilo. Alejandra me había preguntado si quería salir con ella y Martín, a cenar el sábado, pero no
me apetecía.
Y es que, siendo Martín hermano de quien era, cabía la posibilidad de que nos encontráramos, así como por sorpresa con Álvaro en
cualquier parte, y no quería que se diera el caso.
Aproveché esa mañana de domingo para salir sola por el centro comercial.
Sí, sola, algo que me gustaba hacer y que, por culpa de un imbécil que no me había visto con el coche, no había podido hacer durante
más de un mes.
—Me voy mamá —dije, después de vestirme y coger el bolso.
—¿A dónde, cariño?
—Al centro comercial, que quiero ir de tiendas —sonreí.
—¿Te dejo comida?
—¿No vas a comer aquí? —contesté.
—No, he quedado.
—Vale, pásalo bien y no me hagas nada, que ya como por ahí algo rápido. Te quiero.
La besé en la mejilla y no quise preguntar nada de con quién había quedado.
Si al fin se había echado novio, bien que hacía y no me metería en su vida.
Cuando llegué al centro comercial, lo primero que hice fue ir a tomarme un café mientras me escribía con Noelia.
La había visto un par de días antes, y quería saber si se encontraba bien con respecto a esos miedos que tenía sobre su relación con
Edu.
Noelia: Estoy mejor, ya solo pienso que el caballero se va a volver sapo, veinte veces al día, no, cien.
Valeria: Qué exagerada eres, de verdad. Oliver siempre habla bien de su amigo, así que, reduce esos pensamientos a cero, por Dios.
Estoy en el centro comercial, ¿quieres un día de chicas?
Noelia: No estaría mal, pero me quedo en casa haciendo la croqueta en la cama. Tengo una de esas jaquecas que me da de vez en
cuando, y me mata. Mándame luego una foto con lo que te compres.
Valeria: ¿Quién dice que vaya a comprarme algo? Como si me pasara el día gastándome dinero en ropa. Ja ja ja.
Noelia: No, pero seguro que algún modelo del tipo “Me acabo de enamorar de eso” cae, así que… Disfruta de tu día de compras,
cariño. Un beso.
Quien me viera reír de ese modo, estando sola, mirando la pantalla del móvil, pensaría que me había vuelto loca, pero me daba igual.
¿Qué sería la vida sin unas risas? Nada.
Terminé el café y comencé mi paseo por allí, echando un vistazo a cada escaparate.
Pensé en lo que había dicho Noelia, y razón no le faltaba, que no sería la primera vez que no iba con la idea de comprarme algo, y al
final caían un par de cosas. En su mayoría, algún vestido o un par de zapatos.
Me había parado delante de una tienda de ropa para hombre, estaba mirando las corbatas que había expuestas, cuando me sonó el
teléfono.
—Hola, señor abogado —sonreí al saludar a Oliver.
—Hola, preciosa. ¿Cómo estás?
—Bien, ¿y tú? ¿Agobiado por el trabajo?
—Un poco, me he tomado un descanso.
—¿Y me llamas a mí?
—¿A quién si no?
—Yo qué sé, a tus hijos, por ejemplo.
—Hablé ayer con ellos, como todos los sábados que no nos vemos.
—¿Qué tal están?
—Bien, hoy se iban con su madre a la playa. Pero dime, ¿qué haces?
—Ahora mismo estoy frente al escaparate de una tienda de ropa para caballeros, viendo corbatas. ¿Sabes que hay un par de ellas que
te quedarían muy bien, resaltando el color de tus ojos?
—Ah, ¿sí?
—Ajá —sonreí, mientras caminaba hacia una cafetería.
—¿Y para qué me serviría resaltar el color de mis ojos, si cuando estoy contigo apenas llevamos ropa?
—Bueno, sería una manera de poner nerviosas a las abogadas a las que te enfrentes.
—También me enfrento a hombres.
—Pues les haces ojito —reí.
—Claro, que se piensen que estoy tratando de ligar con ellos.
—Les pondrías nerviosos.
—Me gustan las mujeres —rio.
—¿Todas?
—Ahora mismo, solo una —respondió.
Seguimos hablando y no dejaba de pensar en lo bien que me llevaba con él. Era muy fácil bromear con Oliver, me seguía en todas y
cada una de mis tonterías, y eso me gustaba.
Sin duda, podría plantearme tener algo más serio con él, una relación de pareja.
Era un hombre verdaderamente increíble, y salvo porque su ex mujer lo dejó escapar, no sabía por qué no había ya alguien en su
vida.
Después del café, fui a la perfumería a comprar maquillaje, se había acabado mi pintalabios favorito, y aproveché para reponer
algunas cremas y demás.
Y llegó el momento del que me había hablado Noelia, ese en el que, al pasar por delante de una tienda de ropa, me quedé mirando un
vestido rojo, corto, de tirantes, y que sería perfecto para salir una noche con las chicas.
¿Cuánto tardé en entrar a probármelo? Ni medio segundo.
Nada más verme con él puesto, me tiré unas cuantas fotos y se las mandé a las chicas.
Sus respuestas, no tardaron en llegar.
Noelia: Y ahí lo tenemos, el modelo “Me acabo de enamorar”. Es precioso, me voy a arrepentir de no haber salido contigo de
compras. Tráeme pasteles para compensar el disgusto que tengo, mala amiga.
Sonia: Ese modelito pide a gritos que te lo arranquen, guapa. ¿El abogado viene el próximo fin de semana? Porque le da un infarto
y acabáis en urgencias.
Alejandra: Ya tienes que ponerte para salir a cenar conmigo el día que yo te diga, así que, hasta nueva orden, no se te ocurra
estrenarlo, que te mato. Te queda de muerte, por cierto. Cuando lo estrenes, provocarás tortícolis en más de uno.
Estaban locas, cada una a su manera y con su forma de ser, pero eran mis locas.
Nadie como ellas tres, aparte de mi querida madre, me entendían, y por eso las quería a todas como si fueran mis hermanas.
Después de esa compra por impulso, fui a comer algo rápido, y mientras lo hacía, pensé en lo que me había dicho Alejandra. Quería
cenar conmigo, pero no sabía cuándo, y si mi amiga se mostraba así de misteriosa, aunque solo fuera por unos instantes, me tenía que
preocupar porque podría contarme cualquier cosa que se le pasara por la cabeza.
La última vez que hizo algo así, se fue sola un fin de semana a Noruega, allí, con la fresca como dijo mi madre.
Pero bueno, estaría preparada para lo que fuera que quisiera compartir conmigo. Igual esta vez se iba a buscar a Papá Noel, que no
sería la primera vez que le daba el punto y me soltaba eso.
Para cuando di por terminada la tarde en el centro comercial, llevaba maquillaje y cremas para seis meses, un vestido, tres
pantalones, dos camisetas y dos conjuntos nuevos de lencería, además de un poquito de remordimiento por el trozo de pastel de
chocolate que me había tomado con el café para merendar.
Pero me iba feliz para casa, y es que, cuando estaba con un poquito de bajón, pasar tiempo sola entre tiendas, era lo que me ayudaba
a coger fuerzas para afrontar la semana de nuevo.
Y más cuando tenía que hacerlo con un jefe al que evitaba como si el pobre hombre tuviera algo contagioso.
Capítulo 14

La semana empezó igual que la había acabado, evitando a Álvaro.


Era miércoles y eso de no hablar con el jefe, tan solo para darle los buenos días, estaba siendo de lo más fácil.
En parte, porque él no salía tantas veces de su despacho en mi jornada de trabajo, paseándose por la recepción, yendo y viniendo del
bar.
Ya no sabía si pensar que había cambiado las visitas al baño por las del bar y en vez de a las drogas, se había vuelto adicto al café.
Como fuera, a mí me importaba más bien poco, así que disfruté de esa paz que me ofrecía el que no fuera al bar, hasta ese mismo
momento.
—Buenos días —miré hacia la entrada y vi a Noelia, caminando con toda la elegancia del mundo, bueno, toda la que le permitía su
leve cojera.
—¡Noelia! Por favor, qué alegría verte.
—Pues acostúmbrate, guapa, que, a partir de mañana, me tienes de vuelta —grité de la emoción al escuchar sus palabras.
Y no solo porque ella estuviera encantada con su regreso, sino porque de ese modo, me quedaba un poco más tranquila al saber que
ya estaba recuperada después de tantas semanas con molestias, por mi culpa.
—Me alegro, me alegro muchísimo —le dije.
—Y yo más, que estaba empezando a aprenderme cuántos puntos de gotelé tiene el salón de casa de mi madre —rio.
—Qué exagerada eres, madre mía.
—¿Está el jefe? —preguntó.
—Sí, Satanás está en sus aposentos.
—Mujer, Satanás no es.
—Como si lo fuera.
—Vale, no estás tú de muy buen humor, por lo que veo. Voy a llevarle el parte de alta y a decirle que me reincorporo mañana.
—Muy bien, después te veo.
Fue hacia el pasillo que llevaba al despacho con una sonrisa de oreja a oreja, y yo no pude evitar hacer lo mismo.
Noelia regresaba, estaba prácticamente al cien por cien, y yo me quitaba un poquito el peso de la culpa de encima.
Seguí centrada en el trabajo, estaba ultimando la asignación de habitaciones para clientes que se alojarían a partir de la mañana
siguiente con nosotros, cuando escuché otra voz familiar.
—Hola, Valeria.
Me sobresalté al encontrarme allí delante a Natasha, la mujer de Álvaro, con esa sonrisa de buena persona que tenía.
—Hola. ¿Qué te trae por aquí? —pregunté eso porque estaba sola, Raúl se había ido a su descanso, pero no tardaría en volver.
Cuando fui consciente de lo absurda que resultaba mi pregunta, quise voltear los ojos, pero no lo hice para no tener que darle
explicaciones a Natasha.
¿Qué te trae por aquí? ¿En serio, Valeria?
Estaba claro, había venido a hablar con su marido, ¿qué otra cosa si no estaría haciendo aquí ella, una influencer de lo más famosa y
atareada con su trabajo?
—Venía a ver a Álvaro, y a llevármelo para comer fuera —sonrió. Claro, ¿cómo no se me había ocurrido eso antes? ¿Tan idiota me
había vuelto?
—Ahora mismo está reunido.
—Oh, espero a que salga, no hay problema.
—Bien —sonreí, y volví a mi trabajo.
Hasta que Raúl regresó y Natasha me preguntó si la acompañaba a tomar café, dado que ya era la hora de mi descanso.
Si quería desayunar en el bar, no tenía más remedio que decirle que sí, de lo contrario, ¿dónde me iba a tomar un café con dos
tostadas? No había ninguna cafetería relativamente cerca de allí, a no ser que me fuera en taxi.
Acabé acompañándola, las miradas se posaron todas en nosotras, y es que el contraste debía ser variopinto cuanto menos.
Ella con vaqueros ajustados, zapatos de tacón de unos doce centímetros, un niki que dejaba gran parte de su espalda al aire, el pelo
recogido en elegante moño deshecho, y maquillaje natural que le sentaba muy bien.
Mientras que yo lucía el uniforme de falda y chaqueta del hotel, con zapatos de tacón medio, poco maquillaje, y cara de sueño.
—Buenos días, señoritas. ¿Qué van a tomar? —preguntó David, cuando nos acercamos.
—Para mí lo de siempre —respondí.
—Pues a mí, me pones lo que a ella —Natasha sonrió, mirándolo.
—¿Café, zumo y dos tostadas? —interrogó él.
—Sí, eso mismo —dijo ella.
—Marchando, dos desayunos.
Una vez nos quedamos solas, Natasha me miró sin perder la sonrisa.
—¿Qué pasa? —le pregunté.
—Tengo una propuesta que hacerte —seguía sonriendo.
—Mientras no sea indecente… —murmuré, apartando la mirada de ella.
—No, mujer, es algo muy normal. ¿Te apetecería hacer un anuncio para una firma de ropa?
—¿Qué? —Abrí los ojos como un búho.
—Lo que has oído. Que, si quieres hacer un anuncio.
—¿Yo, de modelo? Qué va —reí.
—¿Por qué no? Con lo bien que se te dieron las cámaras el día del evento.
—No me lo recuerdes, que pensaba que habían posado todos los asistentes —le quité importancia con la mano.
—Y así fue, pero solo los influencers, no los empleados del resort —sonrió, tímidamente.
—Como sea, gracias por la propuesta, pero no.
—Es una pena, porque muchas firmas de ropa con las que trabajo vieron tu foto y les gusta lo cómoda que pareces ante las cámaras.
—Me siento halagada, en serio, pero mi sitio es la recepción del hotel.
Cuando David regresó con nuestros desayunos, dimos por terminada la conversación en torno a mi posado la noche del evento, así
como a que me quisieran para hacer un anuncio.
En su lugar, Natasha se centró en preguntarme cómo estaba después del accidente y lo que eso conllevaba.
Era incómodo hablar con la mujer del hombre con el que me había estado acostando tiempo atrás, sin saber que él estaba casado,
pero hice de tripas corazón y me mostré lo más tranquila, calmada y respetuosa que podía.
¿Y si aprovechaba esa oportunidad para hablar de aquello?
Y si, ahora que la tenía delante, y estábamos las dos solas, ¿le contaba la clase de hombre con el que se había casado?
No estaría mal quitarle la venda de los ojos, pero no era mi estilo.
Además, no era yo, quien debía confesar nada de lo ocurrido. No era yo, quien estaba casada con Natasha y le había sido infiel
durante un tiempo, colmando de sorpresas y bonitas palabras a otra mujer.
No habíamos terminado de desayunar, cuando vi a Álvaro en la puerta del bar y, al ver que tenía los ojos muy abiertos, supe que
sospechaba de si yo le había contado algo a su mujer.
Para mi alivio, tras él vi entrar a Noelia, así que, tomándome lo que me quedaba de café de un sorbo, me levanté y pasé por el lado
de Álvaro, llamando a mi amiga.
—Tenemos que hablar, Valeria —me dijo Álvaro, cogiéndome por la muñeca cuando me dirigía a Noelia.
—No hay nada que hablar —contesté, soltándome.
Llegué hasta mi amiga, la abracé al verla sonreír, y regresé a la recepción para afrontar las últimas horas de trabajo.
Noelia volvería a estar al cien por cien conmigo al día siguiente, y yo estaba la mar de contenta.
—Pues me voy para casa, nos vemos mañana, cariño —dijo, dándome un beso en la mejilla antes de irse.
—Me alegro de que ya esté bien —escuché a Raúl, poco después.
—Sí, y yo también. Me sentí culpable, ¿sabes?
—Lo entiendo, pero no fue culpa tuya, así que, tranquila, que las dos estáis aquí para seguir dando guerra.
Reímos, atendimos a unos huéspedes que llegaban en ese momento, y cuando yo acababa su registro, escuché la risa de Natasha.
La feliz pareja hacía acto de presencia, cogidos de la mano, y antes de irse, ella se puso de puntillas para darle un beso rápido en los
labios.
Pero Álvaro, me miraba a mí, y yo tuve que apartar la mirada para que no viera el dolor que aquello me provocaba.
Cuando lo vi desaparecer por el pasillo, me centré en esas últimas horas de trabajo y me marché a casa, volviendo a desear que el
viernes llegara cuanto antes.
Capítulo 15

—Buenos días, Noelia. Alegría, alegría, que hoy es viernes —grité, nada más verla en la recepción cuando entré.
—Mírala ella, qué contenta está —sonrió—. ¿Viene Oliver este fin de semana?
—Pues, no lo sé. No me ha comentado nada.
—Ah, eso es que igual quiere darte una sorpresa.
—Pues a ver si me la da, que tengo un conjunto de lencería que seguro que le gusta.
—No eres tú picarona ni nada… —rio.
—Tú, ¿qué tal? ¿Tienes planes para este fin de semana? —pregunté, ocupando ya mi puesto, no era plan de que apareciera el jefe y
nos viera a las dos ahí de cháchara.
—Sí, Edu me ha invitado a su casa. Aprovechando que el niño se queda con su padre, quiere que me vaya con él.
—Ese hombre va en serio, Noelia —sonreí —. Espero que tus miedos se hayan ido pasando poco a poco.
—Sí, tranquila, que, de veinte veces, ya solo pienso en ellos unas… ocho.
—Así me gusta, a ver si me dices pronto que ya no piensas en ello.
—Me aterra que no sea más que un sueño.
—No lo pienses. Edu no es como Álvaro.
—Al menos sé que nunca ha estado casado —rio.
—Eso que te ahorras. Venga, al lío, que es viernes y tenemos muchas reservas.
Nos pusimos a trabajar, organizando todas las entradas de clientes que llegarían a lo largo de la mañana, así como las de la tarde,
para que los del siguiente turno no tuvieran muchos problemas.
Apenas una hora después de mi llegada, apareció un mensajero con un paquete para mí.
No sabía quién podría enviarme algo, y cuando lo abrí tan solo encontré una nota en la que me pedía que a las doce estuviera en el
aparcamiento.
—Eso es cosa de Oliver, seguro —dijo Noelia, al verlo.
—¿Tú crees?
—Sí. Quería darte una sorpresa y por eso no te ha comentado nada de que fuera a venir, en toda la semana.
—Bueno, sabe a qué hora suelo salir a desayunar, así que… —Me encogí de hombros, pensando seriamente en que sí, esto sería cosa
de Oliver.
Estuve pensando en ello toda la mañana, incluso esperé verlo entrando por la puerta antes de que yo tuviera que salir fuera. Pero no
apareció.
En cambio, quien sí se acercó al mostrador de recepción a las doce menos cuarto, cuando Noelia estaba en su hora de descanso, fue
Álvaro.
—Buenos días —dijo, y yo no pude evitar voltear los ojos, porque no quería hablar con él.
—Nos dé Dios —contesté, sin mirarlo.
—Tengo que salir, si alguien pregunta por mí…
—Le diré que don Álvaro ha muerto —le corté, sin dejarle seguir hablando.
—¿Tantas ganas tienes de perderme de vista? —preguntó, quedándose demasiado cerca de mí, ya que lo tenía a mi espalda, y apoyó
ambas manos en el mostrador.
¿Es que no le importaba que alguien pudiera vernos? Qué sé yo, su mujer, por ejemplo, que le había dado por venir a visitarlo por
sorpresa.
—Apártese de mí, que se juega una denuncia por acoso —espeté.
—No puedo, Valeria. ¿Es que no entiendes que eres mía? —susurró, y noté su cálido aliento en el cuello.
Lo tenía cerca, muy, muy cerca, y el roce de la punta de su nariz en aquella zona sensible de mi cuello, me hizo estremecer por
completo.
—Apártese, o grito.
—Gritarás, preciosa, eso seguro, pero de placer cuando haga que te corras.
—Ni en sus sueños, don Álvaro.
—Al final me va a gustar que me llames así.
Y lo hizo, me besó el cuello, y después pasó la punta de la lengua despacio, subiendo hasta el lóbulo de mi oreja, que mordisqueó,
provocando que mi sexo reaccionara automáticamente.
Cerré los ojos cuando noté la mano en mi vientre, esa que comenzó a bajar hasta llegar al borde de la falda, y cuando estaba
convencida de que las yemas de sus dedos empezarían a deslizarse por mi muslo, se apartó.
—Salvada por la campana, esta vez —susurró, y fue cuando me di cuenta de que escuchaba la risa de Noelia cerca.
Miré hacia la zona que llevaba al bar, y supe que venía por allí. Álvaro apareció entonces en mi campo visual cuando miré al frente,
y tenía esa media sonrisa de quien sabe que ha ganado.
Mi cuerpo reaccionaba a su tacto, y eso no hacía más que engrandecer su maldito ego.
—Me voy, pero nos veremos pronto —hizo un guiño, y yo solo resoplé por la frustración.
—¿Qué te pasa, Valeria? —preguntó Noelia, cuando llegó a mi lado.
—Nada, nada. Que, necesito algo frío para quitarme el calor del cuerpo.
—Pues corre, ve a desayunar.
—No, primero voy a ver mi sorpresa, que son casi las doce —le hice un guiño y cogí el bolso, por si Oliver quería llevarme a
desayunar a otro sitio.
Salí y miré por todos lados a ver si lo encontraba, pero no estaba por allí, así que fui hasta el aparcamiento, tal como decía la nota.
Nada, ni rastro. ¿Se habría retrasado? Bueno, lo esperaría sentada en el banco fumándome un cigarro.
Cinco minutos después, me llegó un mensaje al móvil de un número desconocido, sería publicidad de alguna compañía de teléfonos,
o algo, por lo que no lo abrí, hasta que volvió a sonar el aviso de que tenía otro mensaje.
La curiosidad me pudo y abrí el primer mensaje.
Desconocido: Mira a tu izquierda, y busca bien.
Extrañada ante aquella petición, abrí el segundo mensaje.
Desconocido: Si no miras, no vas a poder verme.
Lo hice, miré a la izquierda, pero no veía a Oliver por ninguna parte.
Y entonces, vi que la puerta de un coche se abría. No era un coche cualquiera, no, era un Mini, igual al que yo tenía antes del
accidente.
¿La sorpresa? Que quien salía de él, no era Oliver, sino Álvaro.
Me hizo señas para que fuera, y me negué. ¿Qué demonios quería? ¿Y por qué se había comprado un coche? ¿No tenía ya unos
cuantos?
—¡Valeria! —gritó, y no tuve más remedio que mirarlo.
Sonreía mientras me pedía, con una mano en el bolsillo del pantalón, y moviendo el índice de la otra, que fuera hasta él.
Resoplé, me dije a mí misma que no debería ir, pero al final, fui tonta y me acerqué.
—¿Qué quieres? Estoy esperando a alguien.
—Sí, a mí —sonrió.
—¿Qué dices? No, no es a ti.
—La nota, a las doce en el aparcamiento, la envié yo. Igual que los mensajes que te han llegado al móvil.
—¿¡Qué!? —grité. No me lo podía creer. ¿Qué quería de mí, ahora?
—Que vieras tu nuevo coche —sonrió.
Abrí los ojos ante semejante sorpresa. ¿Acababa de decir que ese Mini, que parecía hermano gemelo de mi antiguo coche, era mío?
No, no podía ser, imposible.
—Es tuyo, Valeria, sé que estabas buscando uno de segunda mano y, algunos de esos coches no son muy fiables. Además, no quiero
que sigas gastando dinero en taxis.
—Y yo no quiero el coche —me crucé de brazos—, así que, puedes regalárselo a tu esposa. Porque recuerdas que estás casado,
¿verdad?
—Valeria, por favor, acepta el coche, es un regalo. Tómalo como un incentivo por tu buen trabajo.
—¿En qué sentido? ¿En mi desempeño como recepcionista, o como puta que se abre de piernas para ti cuando se te antoja?
—No hables así, no eres ninguna puta para mí, y lo sabes.
—Perdona que me sienta así, pero es lo que tiene cuando estás casado, me follas en tu despacho, y me regalas un coche. ¡Un puto
coche! —grité.
—Cógelo, maldita sea, es tuyo.
—Métete el coche por el culo, Álvaro. No me vas a comprar con regalos para que vuelva contigo. No quiero volver contigo.
Me giré, enfadada por haber pensado que sería Oliver quien me diera la sorpresa, y encontrarme con Álvaro y aquel coche.
Podría aceptarlo, pero no pensaba hacerlo. Tenía dinero para poder comprarme uno, así que, que se lo diera a su mujer, que estaría
encantada de aceptarlo.
Entré en el hotel y al ver que Noelia me miraba con la ceja arqueada, levanté la mano mientras pasaba por su lado para ir a
desayunar.
—No preguntes, mejor, no preguntes.
Estuve todo el tiempo de mi descanso comiéndome la cabeza por su culpa. ¿Cómo coño se le había ocurrido comprarme un puto
coche? Y, no uno cualquiera, no, uno como el mío, sabiendo que era mi debilidad.
Le odiaba, le odiaba tanto que, si lo supiera, se habría ido de Málaga a vivir a la jungla más recóndita donde nunca pudiera
encontrarlo de nuevo.
Al volver a la recepción, en mi puesto tenía una cajita, cuando la abrí, encontré las llaves del coche con una nota.
“Aquí estarán para cuando quieras cogerlas. El coche es tuyo, Valeria, de nadie más”.
Pues ahí se quedarían las jodidas llaves, porque yo, no iba a llevármelas.
Noelia alucinaba cuando le conté lo de la sorpresa, que no era de Oliver, sino de Álvaro, y me dijo que recapacitara y aceptara el
coche. A fin de cuentas, según decía, habíamos tenido el accidente por su culpa, porque yo iba pensando en él, y en el asalto que me
había hecho en el local.
Podría ser, pero para que yo cogiera las llaves del coche, tendrían que torturarme primero.
Y ahí las dejé, olvidadas en el que era mi cajón en la recepción.
—Mira que eres orgullosa, Valeria —dijo Noelia, cuando las guardé.
—No lo sabes tú bien, pero a mí, ese no va a comprarme con regalitos.
Capítulo 16

Después de otro fin de semana sin ver a Oliver, me había pasado esos dos días en casa reorganizando cosas y ayudando a mi madre,
por mucho que ella se negara a que lo hiciera.
Incluso aproveché para cocinar el domingo, dado que iba a comer sola otra vez, y me guie por un tutorial de videorecetas. ¿El
resultado? Acabé pidiéndome una pizza, porque lo que yo había hecho no se podía llamar pollo a la parmesana, ni echándole
imaginación.
Estaba insípido, así que desistí de volver a intentar cocinar en el futuro.
Lo que me alegró esa tarde fue tener noticias de Alejandra, quería que nos viéramos para cenar por lo que quedamos en hacerlo esta
noche.
Lunes, sí, pero no iba a pasar nada por salir, cenar, y tomarnos una copa rápida, ¿verdad?
Y como cada inicio de semana, volvía a ver a Álvaro por el hotel, ese que me ponía unas caras de “coge las putas llaves que el coche
es tuyo”, que no soportaba.
Las llaves seguían en el cajón, no pensaba cogerlas, una urgencia me tendría que surgir, y que todos los taxis de Málaga estuvieran
ocupados al mismo tiempo, para que yo me pusiera al volante de un coche que no me pertenecía, por mucho que él dijera.
Noelia decía que no sabía cómo tenía tanta fuerza de voluntad, que ella ya las habría cogido, pero ella, no era yo.
Estaba terminando de ponerme los zapatos cuando Alejandra, me avisó de que salía para el restaurante.
Decía que esta noche invitaba ella, y eso ya me decía que lo que fuera a contarme se trataba de algo que tendríamos que celebrar por
todo lo alto.
Tal vez un aumento de sueldo, o que la habían ascendido en la multinacional. ¿Quién podía saberlo? Cuando ella callaba durante
tanto tiempo una noticia que quería contar, era una sorpresa asegurada. Para bien o para mal, solo lo descubrías cuando soltaba la
bomba.
—Mamá, me marcho.
—¿Hoy es la noche que cenas con Alejandra? —preguntó, mirando algo en su móvil.
—Sí, no llegaré tarde, te lo prometo.
—Bueno, solo ten cuidado, ¿vale?
—Voy y vuelvo en taxi, mamá, no te preocupes —la besé en la mejilla, y me despedí.
En la puerta ya me estaba esperando el taxi que había pedido, me llevó al restaurante y cuando entré, me senté en la barra del bar a
tomar una copa, puesto que Alejandra, me había dicho que estaba intentando aparcar desde hacía diez minutos.
Algo normal, pues el lugar que había escogido para cenar, era de las peores zonas en cuanto aparcamiento se refería.
—Ya está aquí lo más bonito de toda Málaga —me reí al escucharla y ella, se acercó abrazándome por detrás para besarme la mejilla
—. Chica, estás preciosa.
—Gracias. Tú tampoco estás nada mal. Radiante te veo, que tienes un brillo en la cara, que no puedes con él.
—Eso es que soy feliz, feliz, feliz —rio.
—Me alegro, me alegro, me alegro.
—Venga, vamos a la mesa. Coge la copa, anda.
Haciendo caso a mi amiga, la seguí hasta la mesa en la que nos habían instalado, y no tuvimos que pedir nada, ya que en cuestión de
cinco minutos ya teníamos un par de copas de vino delante.
—Qué eficacia —dije, arqueando la ceja.
—Es que ya me conocen, y llamé esta mañana para decirles lo que beberíamos y comeríamos.
—Joder, qué nivel el tuyo. ¿Cuándo has venido, que no me has traído contigo, cabrita?
—Siempre me ha traído Martín, es su restaurante favorito, y no me extraña, porque hacen unas auténticas delicias gastronómicas.
—Vamos, que ese hombre te está conquistando por el estómago. Me da a mí, que quiere que te cases con él —reí, y ella acabó
escupiendo el vino que acababa de beber.
Por suerte para mí, estaba lejos y no me cayó nada en el vestido, de lo contrario, la habría estrangulado.
—Respira, que te vas a ahogar —le dije, dándole golpecitos en la espalda para que dejara de toser.
—Ya, ya estoy mejor.
—¿Te has asustado con mi comentario?
—No, todo lo contrario. ¿Tú eres vidente, o algo así?
—No, ¿por qué lo dices? —fruncí el ceño, pero entonces caí en el comentario que yo había hecho—. Espera, ¿Martín quiere que te
cases con él?
—¡Sí! —gritó, y comenzó a dar palmadas.
—¡Ay, Dios mío! No me digas que vamos a ir de boda.
—Ajá, sí —sonrió, con los ojos vidriosos, estaba a punto de llorar—. Pero aún no, solo nos hemos prometido.
—Me alegro por ti, de verdad. Martín es un buen tipo. No como el hermano.
—Valeria, en algún momento tendrás que hablar con Álvaro.
—Sí, cuando las vacas vuelen.
Dejamos el tema, Álvaro, aparcado, cosa que agradecí, y me estuvo hablando del día en que Martín le dijo que quería que se casaran.
Había sido después de pasar el fin de semana en casa de él, cuando se despedían el domingo por la noche, él la cogió por sorpresa y
le hizo la proposición.
Mi amiga, que incrédula ha sido siempre un rato, pensó que era una broma de su novio y le dijo que sí, claro, pero como quien dice
no me cuentes más chistes.
Hasta que el viernes siguiente, Martín la invitó a cenar en este mismo restaurante, y sacó el anillo antes de los postres.
A ella no se le borró la sonrisa en ningún momento, y cuando acabamos de cenar, fuimos en su coche hasta un local de moda para
tomar una copa, bailar un poco, y celebrar que cualquier día la vería vestida de novia.
Y allí estábamos las dos, en aquella improvisada despedida de soltera, cuando vi a alguien que no esperaba encontrarme.
Natasha, estaba bailando de lo más pegadita con un hombre, uno que no era Álvaro, y que, a mí, me pilló por sorpresa.
Más aún, cuando vi que el tipo se arrimaba más de la cuenta y se frotaba con ella, como si tuvieran una confianza íntima, muy
íntima.
La confirmación vino con el beso, ese apasionado beso que no dudé en captar en foto y, además, en vídeo.
Sí, tenía que enseñarle eso a mi jefe, porque no me daba la sensación de que Natasha y el hombre que se la estaba comiendo delante
de todo el mundo, fueran solo amigos.
—¿Qué pasa? —preguntó Alejandra —. ¿Qué miras con tanto interés?
—A la mujer de Álvaro.
—¿Están aquí? Nos vamos, Valeria, no quiero que acabes mal la noche.
—Ella sí, él, me extraña mucho, más aún cuando se está dando el lote con otro.
—¡¿Qué dices?!
—Mira tú misma —le señalé la parte en la que estaban los dos, bailando, rozándose cuerpo a cuerpo, comiéndose a besos, y hasta mi
amiga alucinaba con lo que veía.
—Joder, ¿qué hace con otro?
—No lo sé, pero si es lo que creo, conmigo, que no cuenten.
Alejandra me miró extrañada, me encogí de hombros, y di por terminada la noche antes de que Natasha me viera allí.
Quería hablar con Álvaro, y si no estaba al tanto de lo que hacía su mujer, quería pillarlo por sorpresa, igual que me pilló él a mí,
cuando me enteré de que estaba casado.
Estaba a unas horas de que el hotel que dirigía, ardiera como Troya.
Capítulo 17

Me había pasado toda la mañana decidiendo si entrar en el despacho de Álvaro y contarle lo que había visto la noche anterior, o no
hacerlo.
Noelia me notaba rara, pero no quería contarle nada, hasta que después de mi descanso, se lo dije.
No salía de su asombro tampoco, estaba alucinando con lo que le contaba, y más aún cuando lo vio con sus propios ojos.
Sabía que podía confiar en ella, en el caso de que no se lo contara a Álvaro.
Pero conforme se acercaba la hora de marcharme, la idea de ir a decírselo se hacía aún más presente en mí.
Y no es que me importara lo que hiciera ella, no, ni mucho menos. Si se había enterado de que su marido la había estado engañando
con otra, ¿no estaba ella en su derecho de engañarlo a él?
Lo típico del, ojo por ojo, pagar con la misma moneda y esas cosas, ¿verdad?
Por eso quería contárselo, y hacerlo sufrir a él, tanto como yo había sufrido por su culpa al enterarme de que había estado jugando
conmigo durante tanto tiempo.
—¿Vas a ir a decírselo? —preguntó Noelia, cuando apenas quedaban cinco minutos para que nos marcháramos.
—Creo que sí.
—Pues nada, suerte y, yo que tú, iba yendo ya.
—Aún no es mi hora.
—Da igual, para lo que queda…
—Tienes razón.
Respiré hondo, me alisé la falda, la chaqueta, y comprobé que no estaba temblando como una hoja, y fui hacia el despacho de
Álvaro, con el móvil en la mano.
Llamé a la puerta y esperé a que me diera paso para entrar.
En cuanto lo vi, tan guapo como siempre, se me formó un nudo en la garganta, ese hombre me ponía nerviosa siempre.
—¿Ocurre algo, Valeria? —preguntó, y es que me había quedado callada mirándolo, debió pensar que era idiota, como poco.
—Quería hablar con usted.
—¿Puedes tutearme, por favor? Estoy harto de que me trates como si no fuera más que un desconocido.
—Eres mi jefe.
—Lo sé, pero llámame por mi nombre, al menos.
Suspiré, cerrando la puerta, y en ese momento me armé de valor para empezar a hablar.
—Tengo algo que decirte, y creo que no lo esperas.
—¿Has decidido aceptar el coche? —sonrió.
—No —volteé los ojos.
—Bueno, eso sí lo esperaba. ¿Qué pasa?
—Anoche salí con Alejandra.
—Lo sé, Martín me dijo que teníais noche de chicas.
—Sí, quería contarme algo importante para ella. Pero no es de eso de lo que quería hablarte.
—¿De qué, entonces?
—Vi a Natasha.
—Ah, no me dijo nada.
—Normal, estaba comiéndole la boca a otro mientras bailaban —lo solté así, sin pensar, encogiéndome de hombros, como si nada.
—¿Qué has dicho? —abrió tanto los ojos que, o no creía que acabara de decirle eso, o es que no esperaba que su mujer lo estuviera
engañando.
—La vi con otro, bailando muy pegados, rozándose por todas partes, y besándole como si no hubiera un mañana.
—Te lo estás inventando.
—Justo sabía que pensarías eso, así que… —cogí el móvil, me metí en la galería de fotos, y le enseñé el momento beso—. Ahí tienes
el beso. Y por si crees que es montaje que haya podido hacer yo, ahí está el vídeo.
Le di a reproducir, sujetando el móvil delante de Álvaro, que no dejaba de mirar sin creer lo que estaba viendo.
Desde luego, eso le había pillado por sorpresa.
—No sabes nada de mí. De nosotros —fue cuanto dijo, con el ceño fruncido.
Eso me llevaba a pensar dos cosas.
La primera: que no pensaba dar muestras de celos delante de mí, y que ya hablaría del tema con su mujer.
Y, la segunda: que la teoría que se me pasó por la cabeza la noche anterior, iba a ser cierta.
—¿Eso es todo lo que tienes que decirme? ¿La misma mierda de siempre? ¿Yo no sé nada de ti? Pues hijo, desde luego que, o ella se
ha enterado de que la engañaste, y esto es pagarte de la misma forma. O es que sois una pareja de lo más abierta y cada cual folla con
quien quiere. ¿Es eso? ¿Sois una pareja liberal?
—No sabes nada de nosotros.
—Eso ya lo has dicho, guaperas, pero mira, una cosita… Si sois una pareja de esas que folla entre ellos, y con otros, y además
añaden gente a su cama y la comparten, conmigo no contéis. No pienso hacer un trío con vosotros, ni loca.
Me giré para salir del despacho, creyendo que se había acabado nuestra conversación, pero no, Álvaro aún tenía algo más que decir.
—¿Quién me dice que esto no es un montaje que has hecho tú?
—¿¡Y qué motivos tendría yo para hacer algo así, gilipollas!? —grité.
—El odio que pareces tenerme últimamente.
—No lo dirás porque me enteré de que estabas casado, ¿verdad? —volteé los ojos, diciéndole aquello con retintín—. Mira, te odio
por mentirme, por ser un grandísimo egoísta que no pensó en mí, cuando me utilizaste de ese modo y ocultaste que tenías mujer. Pero,
¿hacer esto en venganza? Jamás, Álvaro, no haría eso jamás. No soy tan rastrera como tú.
—Ni siquiera hay fotos de ellos en las redes, o alguna noticia sobre la supuesta infidelidad de mi mujer.
—Ah, y porque no hay nada en las redes, ¿lo he hecho yo? ¿He perdido el tiempo en hacer un montaje como si fuera una jodida
experta en eso? En serio, ¿te estás escuchando? Mira, si sois una pareja abierta, felicidades, que vosotros lo folléis bien con quien os
salga de las narices.
—Valeria, espera —me pidió, cuando ya tenía la mano en el pomo de la puerta.
—No, Álvaro, no espero a nada. No soy una mentirosa, si eso es lo que piensas de mí, te puedes ir a la mierda, ¡gilipollas! —grité,
abrí la puerta, y cerré con un sonoro portazo.
¿Cómo coño se le había pasado por la cabeza que yo hice eso? Vamos, ni que fuera James Cameron, o Spielberg. Había que
joderse…
Cuando regresé a la recepción, Noelia ya se había marchado, los chicos del turno de tarde estaban allí, cogí mi bolso y, antes de
marcharme, abrí el cajón y cogí las llaves del coche.
No habría hecho un montaje de ese estilo para vengarme, jamás, pero ahora sí que iba a quedarme con el coche.
¿Decía que era mío? Pues listo, a presumir de Mini nuevo, que me lo había regalado el jefe, por mis servicios en la recepción del
hotel.
Y porque no había pruebas en las redes de lo que yo le acababa de enseñar, no tenía que ser más que una mentira.
Si quisiera vengarme de él, y hacerle aún más daño, estaría enviando esas pruebas a cualquier revista o programa del corazón que
quisiera un buen chisme.
¿Era yo así de mala y despiadada? Pues no.
La prueba la tenía delante, que la creyera o no, era su problema.
Yo me iba a casa, mi jornada laboral ya había terminado.
Capítulo 18

Tres días, tres días habían transcurrido desde que mantuvimos esa amarga conversación. ¿Quién mierda se había creído Álvaro, que
era para dejarme por mentirosa? Había que ser necio, ni con la evidencia por delante me creyó. Sería eso de que no hay mejor ciego
que quien no quiere ver.
A mí, que no me jodiera, no me creía porque la amara ciegamente, ese no era el caso. Precisamente no lo veía yo en el papel de dulce
marido y padre de familia. Para mí, que ese idiota no era capaz más que de amar su propio ombligo, así como otras partes de su cuerpo,
precisamente por el buen uso que les daba.
Sí, tenía que reconocer que aquella bestia parda, que me parecía de lo más insensible en muchos momentos, era una auténtica
máquina en la cama. Ese tipo de pensamientos me humedecían a menudo y dado que estaba sumamente cabreada con él, no lo
entendía.
No, no volvería a caer en sus redes. Y menos teniendo a un hombre como Oliver detrás de mí, que ese sí que era un señor desde que
se levantaba hasta que se acostaba. Y, entonces, ¿por qué no me podía quitar de la cabeza al mequetrefe de mi jefe?
Cada vez que me cruzaba con David por el hotel, ladeaba el cuello en señal de que no lo metiera en más líos y a mí, me daba la risilla
floja. Menos mal que tenía a mis amigos, a los cuales adoraba, no podían ser mejores.
El ambiente de trabajo en el hotel sería inmejorable de no ser por el anormal de mi jefe. Por el amor del cielo, si hasta con su mujer
tenía yo buen rollo… Es decir, con todos menos con él.
A ese imbécil trajeado que debía tener las neuronas justas para no hacerse sus necesidades encima, no tenía intención de volver a
dirigirle la palabra. Y era porque no se lo merecía para nada.
Llegué a la conclusión de que en lo emocional no era más que un primate, de modo que más me valía olvidarme para siempre de él,
porque ese tío te buscaba la ruina y se quedaba tan campante. Eso sí, a mí, que no me tocara mi puesto de trabajo, valor no tendría por
muy mal que se pusieran las cosas. De hacerlo, yo también tendría un arsenal del que tirar y se le agriaría el potaje al mandamás del
jefe.
Tal pensamiento hizo que se me dibujara una maléfica sonrisa en la cara. Para mí, que él, era demasiado refinado para comerse un
potaje, y a Natasha, aunque yo no tuviera nada contra ella, tampoco la veía yo con la cuchara de garbanzos en la mano. Esa, si probaba
las legumbres, sería en platos de esos que otros influencers como ella anunciaban, del tipo del tabulé de lentejas, novedosos y de esos
que forman parte del selecto elenco de la “real fooding” que predicaban algunos de sus compañeros nutricionistas. En definitiva, que
no la veía metiéndose entre pecho y espalda un buen plato de lentejas con chorizo de los que cocinaba mi madre.
Pues sí que estaba yo divagando, pero es que, dijera lo que dijese, lo estaba echando de menos. Sí, debía ser masoquista y mejor me
iría dando clic a un sex shop y comprando un látigo con el que fustigarme.
En su lugar, cada vez que una figura masculina aparecía por la recepción del hotel, levantaba la cabeza con la esperanza de que fuera
el idiota de mi jefe, el tío que había logrado poner patas arriba mi vida.
¿Cómo era posible que su chulería me pusiera tanto? Maldita fuera mi estampa, no tenía sentido. El tío me daba una orden, cuando
estábamos piel con piel, y yo la acataba como si fuera un corderito y encima, con la braga chorreando.
Luego, eso sí, lo pensaba y era para matarme a escobazos, no voy a decir otra cosa. Claro que solo era en esos momentos, en los que
el sexo primaba, en los que le hacía caso. No en vano, el resto del tiempo lo ponía de vuelta y media y él, lo sabía.
Digamos que entre nosotros se había establecido una lucha de poder que en el fondo me daba un morbo que me moría. Yo sabía que
el veneno de aquella serpiente podía dejarme en coma (era una forma de hablar, solo me faltaba pasar otra vez por una experiencia de
esas). Sin embargo, allí solía estar, esperando su mordisco como un niño espera que le pongan en la mano un caramelo. ¿Sería yo, la
anormal?
No, esa vez ya se podía olvidar de mí, para los restos. No dudaría de mi palabra para luego volver a venir a meterse en mis bragas. Y,
en el caso de que tuviera tiempo para algo más que un “aquí te pillo, aquí te mato”, venir a calentar mi cama.
No se lo había creído ni él. Este, no me ponía más la mano encima como Valeria me llamaba y a Dios ponía por testigo, a lo
Escarlata O´Hara, que prefería que mi culito pasara hambre a que esa rata ponzoñosa volviera a poner sus patas encima de mí.
Me costaba concentrarme en el trabajo y Noelia lo sabía. Menos mal que ella atravesaba por una etapa infinitamente más dulce que
la mía, gracias a su Edu, y en todo momento estaba al quite.
Sentía envidia sana de ella, pero que conste que muy sana, que una es de las que se alegra cantidad cuando a sus amigas les pasan
cositas buenas. Y a juzgar por la cara de mi niña, no le estaban pasando buenas, sino mejores.
El tiempo sería el que pusiera todas las cosas en su sitio, si era cierto eso de que a todo cerdo le llega su San Martín. Sí, yo conocía
uno al que se le había acabado el rollito ese tan morboso y oscuro que se traía conmigo.
Capítulo 19

Al día siguiente yo ya estaba que me mordía las uñas a la altura de los muñones. Era viernes y el jefe que seguía sin aparecer.
Bien se notaba que él podía hacerlo, claro. Si hubiese sido una, pues eso… Que le habrían puesto el carnet del paro en la mano, no
así a él, que podía hacer lo que le saliera de los cataplines y quedarse más ancho que largo.
Unos nacían con estrella y otros estrellados, así se resumía todo. Y entre esos últimos, entre los que nacían estrellados estaba yo, pero
también Oliver, porque el pobre no sabía lo mucho que sus mensajes y llamadas me estaban desesperando en los últimos días.
Vaya por delante que yo estaba de tan mala baba, que hasta la visita que me hubiera hecho San Pablo desde el cielo me habría
parecido fuera de lugar. Ahora bien, es que Oliver, me estaba agobiando un poquito porque se embalaba por momentos.
Igual la culpa era mía, que le había hecho mogollón de ilusiones. Puede ser y lo asumo, no voy a exculparme por completo. Eso sí, él
había cogido carrerilla y para mí que soñaba por las noches con que nos diéramos el “sí, quiero” en tiempo récord.
Mi cabeza no estaba para tanto romanticismo y Noelia, volteaba los ojos.
—Vamos a ver, alma de cántaro, ¿tú no te quejabas de que Álvaro, no era especialmente romántico?
—Sí, no lo ha sido nunca, pero este se pasa. Es que ellos son así, que o se pasan o no llegan.
—¿Y no puede ser que por mucho que haga el hombre no va a atinar porque tú, no estás receptiva?
—Oye, muchos libros de esos de cómo vivir relaciones saludables te has empapado tú, ¿o me equivoco?
—Lo mismo sí, pero mira ahora, me va estupendamente con Edu. Es que es un amor de hombre, si lo vieras cuando está con Iván…
—Lo imagino y me alegro por ti, pecadora de la pradera, supongo que se te caerán las bragas con él.
—Supones bien y ya ni me las pongo, ni nada, me las dejo quitadas para darle después lo suyo y lo de su prima.
—Se olisquea boda en el ambiente —comencé a oler en el aire en tono jocoso—. Sí, sí, se olisquea boda —insistí.
—Mira, por ahí viene Álvaro —la escuché decir y me puse más tiesa que un ajo. Eso sí, no vi nada.
—¿Qué dices? A ver si tengo que llevarte a que te gradúen la vista. El tío ese que ha entrado tiene pinta de pitufo gruñón… ¡Y de
estatura, también! Andando me lo vas a comparar.
—En lo de la estatura vale, ahora que en lo otro te recuerdo que Álvaro, no es la alegría de la huerta, precisamente.
—Eso no, pero en la presencia, no me jodas…
—Ahí tienes toda la razón. Menuda planta la del tío. En cualquier caso, ya lo he visto claro; tú estás loquita por sus huesos, por eso
te la acabo de jugar. Vaya cara que se te ha puesto.
—¿Qué dices, loca? Ni un hueso te voy a dejar a ti entero como vuelvas a decir una majadería igual.
—Deja, deja, que ya sé lo que es que me dejes tullida para una buena temporadita…
—No, eso es un golpe bajo, nena —puse un puchero—. Cada vez que lo pienso todavía me duele el corazoncito.
—Lo he dicho de broma y lo sabes, tontuela. Por supuesto que fue un accidente y, además, quién se acuerda ya. De hecho, tengo que
darte las gracias porque Edu, comenzó a interesarse mucho por mí y con la excusa de que estaba impedida venía todos los días a verme.
—Vale, ya me quedo más tranquila. Eso sí, no me digas que estoy loca por Álvaro, porque no.
—¿Tú quieres que te diga siempre la verdad, o lo que quieres escuchar?
—Qué bobada, pues claro que la verdad. Qué cosas dices, Noelia…
—Pues la verdad no tiene más que un camino y te digo que sé te ve que estás colada por el jefe. Que se lo merezca, para nada, que se
le dé estupendamente poner cuernos, pues también… Y, aun así, tú estás por él. Sí, sí, a mí no me mires con esa cara, que la culpa no es
mía.
Sonia pasó por allí con el carrito de la limpieza y Noelia, le hizo una señal para que se acercara.
—No puedo perder mucho tiempo, chicas, que resulta que me tiro de una oreja y no me llego a la otra del mucho curro que tengo,
¿qué pasa?
—Tú dime la verdad. ¿Está aquí la niña enamorada del jefe o me lo estoy inventando yo?
—Eso lo saben hasta los hebreos, por mucho que trate de disimularlo —fue su escueta respuesta.
—Os voy a coger a las dos de los pelos y os voy a desmoñar como sigáis en ese plan, ¿eh?
—Haz lo que te dé la gana, pero las amigas estamos para decirnos verdades como puños y no lo que queramos escuchar.
Resoplé porque no tenían nada de razón, ¿o sí que la tenían? Y encima allí estaba Oliver de nuevo, en el teléfono. ¿No me había dado
ya los buenos días? Sí que lo había hecho y ahora me enviaba una foto de su desayuno, como si eso fuera algo digno de comentar. Yo
también había desayunado y hasta ido al baño ya esa mañana y no por ello le había puesto una foto del zurullo.
—Es que es muy pesadito —le comenté a Noelia, cuando se rio porque vio el plan. Sí, estaba agobiada y por momentos la situación
me pesaba más. A Oliver lo tenía hasta en la sopa y, pese a que debía importarme un bledo dónde estuviera Álvaro, me pasaba la
mañana preguntándome si estaría de viaje por algún lugar del mundo con Natasha. Había que ser idiota.... me refería a él, pero no
menos a mí.
Capítulo 20

Me dio un siroco, no tengo nada de lo que avergonzarme. Yo soy de sirocos y a media mañana me dio uno y bien grande.
Después de hablar con Noelia y de que Sonia le diera la razón, yo no quería pensar que eso fuera cierto. Me refiero a que estuviera
enamorada de Álvaro, porque entonces yo era de esas que no se sabe cómo llegan a la mayoría de edad sin sufrir un accidente mortal
de lo tontas que son… Pero lo que estaba clarísimo era que, de Oliver, sí que no estaba enamorada para nada.
Sí, que le veía sus muchos valores. Él, era un padrazo y un hombre que se desvivía por mí. De hecho, ya he comentado que a ese se
le iría cualquier día la lengua y me haría una propuesta que me dejaría las patas colgando, así que me decidí a dejárselas antes yo a él.
Lo llamé y me cogió el teléfono entusiasmado. Pobre iluso, qué bonita es la ignorancia.
—Hola, preciosa mía. Lo último que esperaba era que me llamaras a esta hora, qué ilusión me ha hecho.
—No sabía si te pillaría bien o mal, pero es que ya sabes que no las pienso —lo que quise pillarlo fue de sorpresa, bien lo sabía Dios.
—Como si tengo que dejar al presidente de los Estados Unidos colgado al teléfono. Yo te atiendo a ti, así se caiga el mundo.
—Eso está muy bonito, pero lo que yo te voy a decir igual te gusta un poco menos.
—Huy, veo venir que me va a escocer.
—Un poco sí, pero ya sabes que estas cosas pasan.
—Me estás dejando, ¿no? Así sin anestesia ni nada.
—Es que le puedo poner todas las tiritas que quieras y no por ello…
—No por ello va a dejar de doler, estoy totalmente de acuerdo.
—De veras que lo siento —respiré hondo. No le mentía, lo sentía cantidad por él y hasta cabía la posibilidad de que algún día
lamentara dejarlo. Pese a ello, debía ser fiel a mis principios y no engañarme ni engañarlo.
—Es por él, ¿verdad?
—No te hagas daño, no tiene sentido. El caso es que no quiero seguir con la relación, ¿qué más da por quién sea?
—A mí, sí que me da, no quiero sentirme engañado. Valoro la sinceridad por encima de todo y te agradecería que fueras honesta.
—Me lo pides así y siento que sería para colgarme por el pescuezo si no confieso. Correcto, es por él.
—En el fondo no te creas que me pilla tan de sorpresa —me confesó con la voz entrecortada por la pena y yo me sentí como un
miserable gusano.
—¿Y eso? —Quería saber, ¿era otro listo como mis amigas?
—Porque he visto cómo lo miras y he deseado más de una vez que llegaras a mirarme igual.
—¿Estás bobo? Si siempre lo estoy mirando con cara de asesina.
—Eso es porque te despierta muchas más cosas de las que estás dispuesta a confesar, a la vista está.
No tenía mucho sentido que le llevara la contraria cuando lo cierto es que lo estaba dejando por él.
—Lo siento, no puedo decirte más que eso y que eres un tío estupendo que va a tener un montón de suerte en el amor porque se la
merece.
—Ya, y dicho esto me dejas porque no es por mí, es por ti, lo típico.
Lo dijo con algo de sorna y no por ello no trataba de ayudarme, que sí lo hacía. Era muy de alabar y tanto que lo era. Menudo estilo
derrochaba mientras tenía el corazón encogido.
—Pues sí, es verdad, es por mí, que no sé lo que quiero y no debo arrastrarte conmigo. Desde hace tiempo mi vida se ha convertido
en una montaña rusa de emociones y yo estoy montada en uno de los cochecitos, sin rumbo.
—Y tu jefe va en otro de esos cochecitos, ya lo sé. Unas veces te lleva la delantera, otras supongo que se la llevarás tú a él…
—Es perro viejo, créeme que él, suele ir por delante. Y ahora perdóname, no quiero darte la murga con mis cosas, solo faltaba que te
contara mis penas con ese malparido, como dirían los argentinos.
—Me tienes aquí para lo que necesites, no se te ocurra deshacerte de mí número.
—Claro que no. ¿Amigos?
—Amigos, ya pasaré a verte. No ahora, ya que necesitaré un tiempo, más adelante, cuando la herida ya no duela.
—Búscate a otra enfermera que te la cure, yo no soy buena para eso, Oliver.
—Y lo malo es que yo no soy bueno para curar la mancha de la mora con otra verde. Ya pasará, soy fuerte, no te preocupes por mí.
Él, sería fuerte, yo no digo que no. Y yo, ¿lo era? Sí, también lo era. No me habían dolido prendas a la hora de agarrar el teléfono y
ponerle punto final a esa historia. Lo que sí necesitaba era tomarme un copazo. Y quien dice uno, dice dos o tres, y desinhibirme un
poco.
Saldría esa noche, aunque tuviera que hacerlo sola, me daba lo mismo, yo ya estaba por lo positivo. Las niñas tenían todas plan y yo
no iba a quedarme de brazos cruzados por la noche en casa, ahogando mis penas en chocolate y con el mando del Netflix en la mano.
No lo haría porque así solo conseguiría que el chocolate se me fuera a las caderas y que los ojos se me hincharan como los de un
sapo a consecuencia de que llorara a mares con alguna serie lacrimógena. La Valeria que mi madre había echado al mundo tenía más
arrojo que ese, así que se arreglaría, se pondría como un pincelito y saldría a la calle a bebérselo todo, que un día era un día.
Capítulo 21

Mi madre estaba fuera en un congreso de trabajo todo el finde, así que tenía la casa para mí.
En el fondo me vino bien, porque de haber estado me habría sometido a un tercer grado antes de salir, que parece ser la obligación de
toda madre cuando sabe que en la situación sentimental de su hija se enciende la señal roja de alarma.
Días atrás me había comprado un vestido monísimo en verde menta que complementé con unas sandalias altísimas, en rosa palo, de
esas que te subes en ellas y notas uno o dos grados menos de temperatura, de lo mucho que aumenta tu estatura.
Me miré en el espejo y me dije “Valeria, esta noche triunfas”. Si una no tenía abuela había de decírselo todo solita, ¿o no? Pues eso
fue lo que hice.
Pillé un taxi y me planté en una preciosa terraza que estaba triunfando como la Coca-Cola aquel verano. Yo solía frecuentarla y Jano,
uno de los camareros, vino flechado hacia mí.
Yo sabía que le hacía tilín, era un niño. Él, a mí, lo que me hacía era gracia, al ver que se mataba cuando yo llegaba por ser él quien
me atendiera.
—Ole la belleza, ¿qué te pongo, guapísima?
Lo ponía taquicárdico. No era plan de decírselo para que no fuera ya el colmo, pero sí que lo ponía taquicárdico y me daba la risa.
—Hoy quiero algún cóctel fuerte, no sé lo que me podrás ofrecer.
—¿Algo fuerte? —Su imaginación debió dispararse, a saber, qué pensó ese que podría ofrecerme y que fuera fuerte.
—Eso es —asentí con una sonrisa.
—Está bien, tú déjalo de mi mano que tenemos un barman nuevo y le voy a decir que se luzca contigo —no podía ser más gracioso y
servicial.
—Que lo haga con los dos, por favor —escuché decir detrás de mí y a Jano, se le cambió la cara, como si le hubieran aguado la
noche.
—Está bien, señor, serán dos —le confirmó antes de irse corriendo como si acabaran de darle corriente en el culo.
Yo también le hubiera dado corriente. A él, me refiero, a Álvaro, y lo hubiera hecho con un arma de esas a lo Antonio Recio,
dejándolo frito en el suelo.
—¿Se puede saber qué mierda estás haciendo tú aquí? —Mis ojos mostraban indignación en contraste con mi corazón, que comenzó
a bombear sangre a toda pastilla.
—Yo también me alegro de verte, Valeria —ya salía ese jodido sarcasmo suyo que me sacaba de mis casillas.
—No me has respondido, ¿acaso me estás siguiendo? He venido a tomarme algo yo sola, no sé si sabes lo que significa eso.
—Lo sé, no soy tonto, igual que también sé que conmigo estarás mejor que sola.
—Jaja, qué buen chiste, ¿con el prepotente que me tomó por mentirosa el otro día? Paso de ti y de tu culo, te quiero ver a dos
kilómetros de mí.
—¿Tienes una orden de alejamiento? —De nuevo esa jodida seguridad, esa que hacía que quisiera matarlo a palos y comérmelo a la
vez.
—No me hagas pedir una, que no me conoces… —Mis dedos tamborileaban en la mesa, estaba nerviosa.
—Tranquila, fiera. Sabes que te has alegrado muchísimo de verme, otra cosa es que lo reconozcas, porque te pierde el orgullo.
—Y a ti te pierde la prepotencia, el creerte que estás por encima de todos los demás. Eso es lo que te gusta y lo que te hace disfrutar.
Pues, ¿sabes lo que te digo? Que, a mí, me das asco, con sus dos sílabas as-co.
—Estás nerviosa, deberías tranquilizarte un poco. Deja que me siente, ese vestido está disparando mi imaginación.
—Ni se te ocurra dar un paso más o chillo y vienen a detenerte, tú verás.
—Quieres chillar, lo veo en tus ojos, pero no que me detengan. No son ese tipo de chillidos los que deseas dar.
—No vengas de sabelotodo porque esta vez te vas a comer un mojón. Mira, Álvaro, a mí, no me chuleas más porque no me da la
gana. Acudí a ti de buena fe, a decirte algo que es cierto, ¿y qué me encontré? Tu prepotencia, incapaz de concebir que a ti puedan
ponerte los cuernos. Y, ¿por qué? Muy sencillo, porque tú eres más chulo que un ocho y se ve que no ha nacido la mujer que pueda
preferir estar con otro a estar contigo. Lo dicho, me das asco a tutiplén.
—Tienes que tranquilizarte. Puede que tuvieras razón el otro día, no voy a decirte que no.
—¿Ahora me crees o es solo una táctica para meterte en mi cama?
—Ahora te creo, he hecho mis indagaciones y parece ser que Natasha, está jugando a dos cartas.
—Qué raro, con lo fiel que le eres tú, pobrecito de ti. Te lo voy a decir alto y claro: tienes lo que te mereces porque tú, eres el
primero que ha pasado de ella, como de la mierda y le has puesto una lista de cuernos que deja en braga a Julio Iglesias, cuando dice
que se ha acostado con más de mil mujeres.
—Para el carro, que no es para tanto. Te agradezco, eso sí, que vinieras a contármelo.
—¿Sí? Pues no sé por qué lo hice, la verdad. Es más, me arrepentí en cuanto di aquel portazo. Ojalá me hubiese callado y Natasha, te
pusiera unos cuernos que te enredaras por las puertas al salir y te cantaran eso de, “El venao, el venao…”
Lejos de cabrearse, se echó a reír en ese momento. Era lógico, no podía hacerlo de otra manera. Bastante la había cagado ya.
—Dime una cosa. ¿Sigues con el tipo ese que te follaste en el hotel?
—Yo no tengo que decirte una mierda.
—Sí tienes que hacerlo y lo sabes —me exigió, ya estaba tardando en salirle ese tono imperativo que formaba parte de él.
—No, no tengo que decirte nada, si quieres, traes un polígrafo y me sometes a la prueba.
—Sería una tontería, no me hace falta.
—Calla, calla, que entre tus virtudes también va a estar ahora la de ser adivino. Pues nada, yo emulo a la bruja Lola y te pongo dos
velas negras que se caga la perra.
Siempre me había hecho gracia ese personaje de la bruja Lola porque tenía el mismo nombre de mi madre y cuando se enfadaba
conmigo, a menudo la hacía reír emulando a la otra y diciendo que parecían tener la misma mala baba.
—Sabes a lo que me refiero, me basta con mirarte para saber lo que deseas, Valeria.
—No, si al final dirás que me conoces mejor que yo misma. Pues que sepas que Oliver, es todo un caballero y folla que te cagas.
—Da igual, Valeria, aunque dudo mucho que ese soso pueda follar, así como dices. Sea como fuere, es en mí, en quien piensas
cuando te lo follas y lo sabes, soy yo quien deseas que te penetre, quien escarbe en tu piel y llegue hasta tus entrañas, quien te desnude
como nadie lo ha hecho, descubriendo una desnudez tal, que te asombra a ti misma.
Mierda, mierda y mierda… Quería ordenarle que se callara, que se marchara, que no volviera a decirme ese tipo de cosas y, en su
lugar, dejé que se sentara a mi lado.
Pese a estar en plena terraza, el mantel de la mesa le sirvió de excusa para que sus dedos fueran recorriendo mis muslos en dirección
a un sexo que rezumaba humedad ante su sola presencia, deseando fervorosamente que sus dedos encontraran el camino.
Lo miré y traté de decirle que parara. No podía ser, era tarde, mi corazón latía demasiado fuerte y mis dientes, mordisqueando mi
labio inferior, clamaban porque siguiera. Y él lo sabía.
—Empapada, la tienes empapada —murmuró en mi oído en el momento en el que llegó hasta mi braguita con la intención de
atravesarla si era necesario, mientras su boca comenzaba a aprisionar el lóbulo de mi oreja haciéndolo tan suyo como pretendía hacer el
resto de mi cuerpo. Los labios de mi vagina, que se marcaban a través de la empapada braguita, fueron el siguiente objetivo, al dejarlas
a un lado y separarlos, trazando con sus dedos un camino que no era otro que el de introducirse en mí y lograr sacarme unos primeros y
sordos gemidos allí mismo.
—Estate quieto, por favor, no puede ser, alguien se daría cuenta…
—Lo deseas tanto, Valeria, te provoco una reacción tal, que tu morbo pesa mucho más en la balanza que tu pudor. Me puede el ver
que te ruborizas y que, a pesar de ello, eres incapaz de detener el tsunami de placer que se te avecina.
—¿Esto de qué va? ¿De “Cincuenta sombras” o algo parecido?
—No me insultes, ese chaval es solo un aficionado a mi lado. Podrías vivir tantas cosas conmigo, Valeria, tantas… De hecho, ya las
vives, porque cada vez que te follas a otro, es mi cara la que ves. Y cada vez que sientes la tentación de tocarte, a solas, sucumbiendo a
ella, confundes tus dedos con los míos y te liberas chillando mi nombre, sintiendo el irrefrenable deseo que yo, te posea una y otra vez.
—Estás loco, estás loco, Álvaro —murmuré mientras mi ser distaba ya de estar allí, adentrándome en un universo placentero que me
secaba la garganta.
—Quiero que te corras para mí, aquí, que te olvides de todo y de todos. Vas a correrte para mí, porque voy a ofrecerte tanto placer
que te verás incapaz de rechazarme.
—Estate quieto, Álvaro, solo te pido que pares con esos dedos.
—Mírame, Valeria, no es eso lo que quieres. Lo que quieres es correrte para mí, e impregnarlos con ese néctar que saborearé como el
mejor de los trofeos, eso es lo que quieres. No te atrevas a volver a decirme que pare, además, no te servirá de nada.
A duras penas pude mirarlo a los ojos porque los míos se comenzaban a entrecerrar por el innegable placer que me ofrecía. Mi
cuerpo se mecía entre sus brazos y, bajo aquella mesa, el delirio nos asaltó.
Por suerte, la gente iba a lo suyo y nadie reparó en lo que allí se estaba cociendo. Con él cerca, podían ocurrirme cosas impensables y
una de ellas fue que me corrí gimiendo en su oído, en plena terraza, sin entender siquiera cómo era posible que lo detestara y lo deseara
a partes iguales.
Capítulo 22

No estaba dispuesta a acabar en su cama, no de nuevo para levantarme con la sensación de que yo era la otra, de que debía
marcharme de un lugar en el que no era nadie.
Lo que no pude evitar fue subirme con él en su coche y que se bajara de el cuando llegamos a mi casa.
—Mi madre no está, pero en mi casa no entras ni borracho.
—No estoy borracho, solo me he tomado una copa y ya sabes lo obstinado que puedo llegar a ser.
—Querrás decir lo pesado, más que llevar una vaca en brazos, pero esta noche te vas a ir por donde has venido, conmigo no cuentes
para que nos acostemos.
—Mírame, Valeria, lo estás deseando, lo deseas tanto que no ves forma humana de librarte de mí, y, ¿sabes por qué? Porque no habrá
Satisfyer que pueda saciar tu furor uterino si no te acuestas conmigo, sabes que lo que te digo es cierto.
Yo debía ser gilipollas, aparte de masoquista, porque cuando quise darme cuenta ya había rebasado la puerta de mi casa y estaba
dentro.
Solo con vislumbrar la cama, me tiró sobre ella, mientras mi oído era objeto de los más lujuriosos de los murmullos…
—Voy a hacer que te corras tanto, Valeria, tanto, que mañana lamentarás hasta el roce de las sábanas. Tu clítoris nunca habrá
conocido tal nivel de excitación y su néctar se desparramará una y otra vez para mí, hasta que se te inflame tanto, que apenas pueda
soportar que lo toque.
El hijo de la gran China me estaba diciendo que no me podría ni sentar al día siguiente y yo estaba allí, ardiente como una pavisosa.
No me lo podía ni creer.
—Mañana tengo que ir a trabajar, así que será mejor que acortemos la sesión, no sea que el jefe se nos altere y tengamos que darle
pastillas Timoteo para el mosqueo.
—Al jefe lo único que le mosquea es que no lo mires y le digas alto y claro lo mucho que deseas que te penetre y que te haga cumplir
hasta las últimas de tus fantasías sexuales.
—Sí, hombre, en eso estaba yo pensando… A mí, el que me hace cumplir mis fantasías y sin darme lata es mi Satisfyer, lo mejor que
se ha inventado. Y viene sin suegra y sin nada.
—¿Ya has dejado al tío ese? Dímelo porque me jode cantidad que se folle lo que es mío, por más que no represente nada en tu vida.
—¿Eres tonto o es que te diste un golpe con la pila bautismal? Yo no soy tuya, no soy de nadie.
—Permíteme que me ría, eres mucho más mía de lo que estás dispuesta a admitir, Valeria, mucho más.
—Y una mierda, no soy tuya porque estás casado y para colmo eres un cocainómano y un loco. No sé por qué te he permitido venir
hasta aquí.
—Ya te dije que lo dejaría, lo de la coca, puedo dejar lo que quiera y mucho más si es por ti. No sabes la de cosas que podría hacer
por ti —me confesó mientras sus labios comenzaban a besar los míos con auténtica furia. Como siguiera así, me los pondría como dos
morcillas de Burgos.
Tampoco los vaginales correrían mejor suerte, porque pasó de unos a otros como si tal cosa. Si algo tenía Álvaro, era su absoluta
imprevisibilidad en todo, incluso en el sexo.
Mientras con sus dientes mordisqueaba ese clítoris que estaba amenazado de antemano, su lengua lamía y succionaba mis labios, que
se abrían más y más para él. En un momento dado, cuando cogida a las sábanas, arañándolas, estaba a punto de correrme, me abrió las
piernas de golpe causándome un cierto, aunque placentero dolor mientras mi clítoris anunciaba ese orgasmo hecho por expreso encargo
suyo.
Todavía no me había recompuesto lo más mínimo cuando, erecto como el mástil de un barco, entró en mí, de una embestida tal, que
comprendí que un segundo orgasmo vendría de camino en muy poco tiempo.
Sus manos amasando mi trasero, su cadera acompasada con la mía y sus dientes pellizcando mis pezones para, después de
producirles cierto dolor, aliviarlos con unas sugerentes lamidas que me ponían al borde del infarto. Era todo, el combo que me ofrecía.
Gritar que me corría para él, equivalía a que su ego volara aún más alto y a que su cabeza maquinara cómo llamar al siguiente
orgasmo, para lo que fue introduciendo varios dedos, separándome las nalgas, que con la otra mano palmeaba.
—¿Eso es todo lo fuerte que sabes darme? —le pregunté presa del placer y del delirio, absolutamente excitada por ese palmeo.
—No me provoques, Valeria, no juegues con fuego —sonrió sabedor de su triunfo, pues yo no podía estar más entregada.
Sus ojos, esos ojos que intimidarían a cualquiera, lucían con ese saber que lo ponía a otro nivel, mientras sus embestidas se
recrudecían al tiempo que lo hacía ese palmeo que yo invité a subir de revoluciones.
Nada podía argumentar en su contra. Yo lo había demandado y él, solo satisfizo mi demanda. Cuando acabó, el clítoris,
efectivamente, apenas me lo podía tocar sin que diera un salto y me subiera a la lámpara, y tampoco es que me pudiese tumbar sin que
las nalgas me echaran fuego…
—Deberías irte ya —le dije como quien lava y no enjuaga, como si todo aquello no fuera conmigo.
—No es eso lo que quieres. Me has dicho que tu madre no está en casa y deseas que me quede por encima de todas las cosas, eso es
lo que deseas.
—¿Tú fuiste a clases particulares de egocentrismo? Te vas a ir de mi casa y vas a hacerlo ya.
—¿Así que solo me has traído para que te folle? No es propio de ti, Valeria.
—Pues sí, te he utilizado a modo de Satisfyer, así ahorro en luz, que está muy cara.
—Tú no podrías utilizarme porque sientes cosas, Valeria, las sientes y los sabes.
—Tú, flipas, vete ya, va… No sé por qué me he dejado comer la oreja por ti. Más tonta yo…
—Quieres que me quede y voy a quedarme, no se hable más.
—Que no, leñe, que no es eso lo que quiero. Si lo sabré yo —resoplé y me sacó nuevamente la risa.
—Actúas fatal, como actriz no podrías ganarte la vida.
—¿Ni siquiera porno? Mira que creo que no se me daría mal —lo provoqué, se había convertido en una de mis aficiones favoritas.
—Ni lo menciones, ya sabes que lo mío es mío y me jode que se lo follen otros.
—Y yo me tengo que aguantar con que tú jodas por partida doble; una vez a mí y otra a tu mujer. Arza y toma, de ningún tonto se ha
escrito nada.
—Dame tiempo, Valeria, no puedo hacer las cosas de la noche a la mañana. Le he puesto un detective privado y, si todo lo que me
dijiste es cierto, pronto estaremos juntos.
—¿Sabes cuántas mujeres han escuchado eso por parte de sus amantes casados? Es el cuento más antiguo del mundo, eso ya no
cuela.
—No tengo necesidad de contarte ningún cuento —se defendió.
—No me hagas hablar, ni que hubieras llegado a mi vida con toda la verdad por delante. Hace falta tener cara…
—El asunto es, por qué he llegado a tu vida, eso es lo que deberías preguntarte.
—Muy fácil, para darme por saco a mesa y mantel. Y no me hagas que te lo diga de una forma más borde, que también sé.
Lo que no sé es cómo se las apañó, pero terminó quedándose, eso sí que lo sé. No, no era el hombre más cariñoso del mundo, muy
cierto, pero lo noté a gusto cuando me ahuequé en su pecho en busca de conciliar un sueño que deseaba fervientemente. Me había
dejado molida como una caballa.
Capítulo 23

Soñaba con que Álvaro, tenía su lengua sobre mi clítoris, con que este reaccionaba con cierto dolor por la hinchazón que presentaba
y con que, pese a eso, me producía tal placer que a punto estuve de dejarle un recuerdo en la espalda a modo de arañazo.
Lo soñaba cuando de pronto recordé que me había dormido a su lado y abrí los ojos.
—Dios, ¿qué haces? —le pregunté como si no lo supiera, como si no quisiera que siguiera por encima de todas las cosas.
—No veo a Dios por aquí, pero si quieres puedo convertirme en uno para ti.
—Un cretino es lo que eres, cielos, no puedes hacer eso de buena mañana, es demasiado….
No me dio tiempo a decir nada más cuando me corrí a gritos.
—Contentos tendrás a los vecinos, has animado la noche a todos y ahora has comenzado fuertecito también por la mañana.
—Cállate, ni me lo digas. Por cierto, buenos días…
—Buenos días, guapa —me correspondió con una mirada libidinosa.
—No te lo decía a ti, sino a tu erección, vaya tela.
—También ella reacciona así, eso es recíproco, como en cualquier relación.
—Y hablando de relaciones, la tuya y la mía como jefe y empleada puede estar próxima a extinguirse. Dime que la alarma no ha
sonado todavía.
—Hace varias horas, me temo…
—¿Y me lo dices así? ¿Tan campante?
—¿Dónde está el problema? Sonó y yo la apagué, no hay más —me confesó tan tranquilamente mientras su cara venía a meterse
entre mi delantera.
—¡En que yo, tenía turno! Ay, Dios —me removí en la cama y traté de ponerme de pie de un salto en busca de mi ropa.
—No seas boba, ya está todo resuelto. No irás a trabajar hoy. Y tampoco en los próximos días, estás oficialmente de vacaciones.
—¿A ti qué parte del cerebro es la que no te funciona?
—No lo sé, pero la de dar las órdenes me va divinamente.
—Tú estás loco, por mi madre de mi alma, que estás loco. ¿Ves por qué no puedo dejar que te acerques a mí? Eres una mala
influencia, una influencia horrible.
—Claro que sí, solo hay que ver la cara de pena que tienes. Te has despertado con unos colores que vendes salud, guapa.
—Muy gracioso, hasta las bragas tendré que vender a este paso como pierda el curro.
—No vas a perder nada, te vienes conmigo unos días a La Toscana, ¿has estado alguna vez allí?
—No me digas eso, que me das en el cantito del gusto, no he ido, pero me encantaría.
—Ya lo sé —rio. ¿Por qué su risa debía ser tan bonita? No me lo explicaba y encima contagiosa.
—No puedes saberlo, no puedes.
—Digamos que Alejandra se lo comentó a Martín, que tenías ese viaje pendiente y puede que él, se haya ido de la lengua.
—¿Puede ser? Le voy a dar un buen tirón de orejas cuando la vea, aunque solo me faltaba desgraciarla ahora, con lo contenta que
está con lo de la boda.
—Es cierto, se casan, es muy heavy.
—Sí, mucho, ellos se casan y nosotros nos tiramos los platos a la cabeza.
—Déjate de tirar platos, que ya tuve mi sesión y bien completa, me dejaste la cocina como un campo de tiro.
—Poco te hice, ¿tú eres consciente de los malos ratos que me has hecho pasar?
—Sí que lo soy. Nadie dice que lo bueno se alcance de pronto, a veces cuesta.
—A ver, narcisista de las narices, tengo una duda. ¿Lo de lo bueno va por ti?
—En esta ocasión iba por ti, pero un poco también —me sacó la lengua y a continuación me sujetó las manos, comprendiendo que le
iba a poner la cara como un cristo con las bromas de manos.
—Yo no iré contigo ni a la puerta de la calle, se te acabó el chollo.
—Valeria, mírame, lo estás deseando, no lo niegues. Hay veces que podemos negar la mayor, sí, pero solo haremos el ridículo. Estás
loca por venirte conmigo.
—Me debo a Oliver, a mi novio —me excusé porque no me parecía buena idea irme con él.
—No me lo tomes a mal, ya te he dicho varias veces que como actriz no te ganarías la vida y veo en tus ojos que el tal Oliver, ya
pasó a la historia.
—No te lo crees ni tú, de eso nada. Oliver está en mi corazón y ahí se va a quedar, el que no entrarás serás tú.
—Tururú, no me lo creo, eres más honesta que eso…
—¿Y eso en qué se traduce?
—En que, si lo siguieras llevando en tu corazón, no me tendrías en tu cama.
—Y no te tengo, anoche sufrí una enajenación mental transitoria que no volverá a ocurrir, así que, ya te puedes ir —le señalé la
puerta.
—Y me iré, pero contigo. Por mucho que me lo repitas no me pienso creer eso de que sigues teniendo novio, si es que ese chaval
alguna vez lo fue.
—Eres más prepotente de lo que creía. Y mira que eso es difícil.
—No soy prepotente, soy realista y digo verdades como puños.
—Estás zumbadísimo, así es como estás. Venga, márchate ya, que tengo cosas que hacer.
—¿Te doy un montón de días libres y así me lo pagas? De desagradecidos está el mundo lleno, ¿eh?
Capítulo 24

—Te veo en un rato —me dio un beso antes de salir por la puerta.
Que nadie me pregunte cómo lo consiguió, porque yo soy la primera sorprendida, pero lo hizo. Y tanto que lo hizo.
Cogí el teléfono y llamé a Alejandra, sabía que querría matarme a priori, si bien luego me apoyaría, siempre lo hacía.
—Hola, bobita, ¿no debías estar trabajando?
—No, he estado de turno de noche —le comenté burlona.
—¿Cómo, de turno de noche? Anda ya, conmigo no te quedas. ¿Ha venido Oliver a verte?
—No, he echado una peonada esta noche, eso sí que es verdad, pero no ha sido con Oliver, ayer le di boleto.
—¿Qué dices, mentecata? Si no me lo has contado ni nada.
—Pensé que igual te lo decían las chicas, que lo vivieron conmigo en vivo y en directo, allí en el hotel.
—¿Y eso cómo ha sido? Es que te dan unas ventoleras, si estabas bien con él.
—Un sirocazo fue el que me dio. Y que sí, que es muy lindo y todo lo que tú quieras, sí…
—Pero no era para ti. Entonces, no me digas que la peonada la has echado con el impresentable de Álvaro, porque me caigo muerta.
—Entonces espero que tengas pagado el seguro, porque te enterrarán en veinticuatro horas.
—Calla, leñe, que sabes que me dan “yuyu” esas cosas —se quejó.
—Pues no las saques a colación. Mira, te hago un resumen antes de que la quieras liar mortal, que te conozco. Dejé a Oliver por la
mañana y por la noche salí sola, apareció Álvaro, me metió mano en la terraza del bar y acabamos follando como animales, como canta
Dani Martín.
—No, no puede ser… Y ahora, ¿cómo estás?
—Escocida perdida, que no hago más que sentarme en el bidé y echarme agua fresquita, maldito empotrador, malnacido.
—No me esquives, hazme el favor.
—Me voy con él a La Toscana, hoy mismo.
—Claro y yo me voy con Martín a China, a ver la Gran Muralla, no te fastidia.
—Pues espero que no estés tan escocida como yo, que esto es un trajín. La Toscana es más tranquilita.
—No me jodas, eso no puede ser verdad, dime que no lo es —ante mi silencio ya entendió—. Te voy a matar a pellizcos, ¿tú te crees
que es normal?
—No me eches la bronca, tú no, porfi. Sé que puede parecer que esté loca y que, de hecho, lo más seguro es que lo esté, pero cada
vez que aparece me veo atraída por una fuerza irresistible.
—Que está casado, ¿no te puedes resistir de veras? Valeria, que me da que estás enferma.
—Ya lo sé, pero dice que, si lo de su mujer es cierto, lo de los cuernos, que la deja.
—¿Y todavía tiene dudas?
—Quiere comprobar por sí mismo que sea algo sólido y no algo pasajero.
—Ya, o sea, a ver si lo entiendo: como él se tira todo lo que se menea, igual ni le importa que ella eche una canita al aire. Otra cosa
es que se encariñe, que el cariño se lo debe dar a él, como si fuera un perrito.
—No sé qué decirte, porque siempre te he dicho que este de cariño no entiende demasiado.
—Y yo lo que te digo es que el Señor, te coja confesada, como todo esto te estalle en la cara esa de enamorada que me llevas.
—Yo no estoy enamorada.
—No y yo, en vez de casarme con Martín, me voy a meter a monja de clausura, ¿te lo crees?
—Claro que no, anormal, ¿cómo me lo voy a creer?
—Pues yo igual lo que tú me dices.
Era obvio que a mi amiga le sobraban razones para recelar de Álvaro, pero nadie escarmienta en cabeza ajena y a mí, había una
fuerza invisible que me empujaba una y otra vez a sus brazos, por más que nadie pudiera verla, que para eso era invisible.
Abrí el armario y, por unos momentos me ilusioné una barbaridad, como si todo lo ocurrido quedara en el olvido, como si fuera
posible que todo saliera bien.
Tenía un montón de trapitos nuevos que me había comprado en los últimos tiempos. Él, no me había dicho nada del vuelo que
pillaríamos, pero yo tampoco se lo pondría tan fácil. Mi maleta tendría que facturarla, sí o sí, porque cogí del armario una que tenía mi
madre del tamaño de un tanque y la llené hasta que tuve que sentarme en ella para poder cerrarla.
Tampoco me había precisado cuántos días estaríamos fuera, lo que me proporcionaba la excusa perfecta. Y aparte, que yo no
necesitaba excusas, que ese tragaría quina si quería algo conmigo, ya estaba bien.
Me despedí también de las niñas, poniéndoles un audio a Sonia y a Noelia. Las dos alucinaron por un tubo y me pusieron, en broma,
de guarri para arriba, por eso de que me había ganado unas vacaciones de repente.
No es que entendieran nada, por lo que he de agradecer que no me dieran la lata por la locura que estaba cometiendo. En cuanto a mi
madre, a ella le dejé una nota en la mesa de la cocina explicándoselo todo. Me imaginaba que tendría que echarse una copita de ese
vino dulce que tanto le gustaba para poder digerirlo, pero con ella cabía decir eso de que no es tan fiero el león como lo pintan.
Sonó el claxon y ya estaba él en la puerta.
—No puedo creerme que lleves esa maleta —se llevó las manos a la cabeza.
—Y te puedes dar con un canto en los dientes de que sea una y no dos, que pudo ser peor.
—Sí, sí, encima me tendré que echar una cremallera en la boca, no sea que la muchacha se ofenda.
—Exactamente, ya veo que vas aprendiendo. Volverás dócil como un corderito.
—De eso nada, jamás. A ti te gusta mucho más que aúlle como un lobo —me aseguró, atrayéndome hacia él. No podía ser más
sensual y ya notaba que comenzaba a humedecerme de nuevo.
Capítulo 25

Me había propuesto no hacerle más preguntas sobre el tema de Natasha durante el viaje.
Bueno, más bien fue lo que pactamos durante aquel desayuno en el que me convenció para que le acompañase a La Toscana.
Yo también entendía, mirándolo ya a toro pasado, que un matrimonio no es algo que se pueda deshacer de la noche a la mañana. Y
menos si era uno como el de ellos, en el que los límites de lo permitido debían estar un poco difusos.
Me había propuesto mirar hacia delante y vivir el momento, ¿qué otra cosa podía hacer? Tras el intento de Oliver, entendí que mi
corazón estaba irremediablemente encadenado al de ese otro hombre que estaba cambiando mi mundo a pasos agigantados, así que, si
él me pedía tiempo para aclararse, tiempo sería lo que yo debía darle.
En el aeropuerto lo noté más cercano de lo habitual. Ambos habíamos vivido momentos extremadamente tensos, a veces pensaba que
lo nuestro era una cosa de años, cuando nada más lejos de la realidad.
Al pasar por la zona de embarque, tuve que sacar de mi enorme maletón la bolsita con los frascos de líquido, que me olvidé dejar
aparte. De lo más caballeroso, él se ofreció a abrir y cerrar mi maleta. Sobre todo, lo de cerrarla tenía tela, así que se lo agradecí.
Mientras él trataba de echarle el cierre, me senté sobre ella y le hice burla.
Vi una especie de emoción en sus ojos que no conocía hasta el momento. ¿Y si al final resultaba que tenía algo de corazón y todo?
Una muestra, ¿eh? Tampoco pensaba que fuera una cosa para lanzar cohetes.
—¿En qué estás pensando? —le pregunté porque su forma de mirar me provocó curiosidad.
—En que eres deliciosa, en eso.
—Anda, ya, qué cosas dices. Delicioso es un Suso de chocolate relleno de crema, esos sí que están de vicio.
—Yo de vicio no he hablado, pero ya que lo mencionas, tú podrías convertirte en el mío.
—No digas cosas que luego no cumplirás, ¿vale? Ya sabes que termino como una furia y que las razones me sobran por la punta de
las orejas.
—Sé que hasta ahora las cosas no han funcionado entre nosotros, lo cual no quiere decir que…
—Que a partir de ahora no vayan todavía peor —bromeé.
Miraba a mi alrededor y llegaba a la conclusión de que un tornillo por supuesto que debía faltarme, ¿qué estaba haciendo allí
sabiendo todo lo que sabía?
Lo más gracioso del caso fue que, tras cerrar la maleta, me di cuenta que la había liado parda, pues la bolsa con los frasquitos seguía
fuera.
—La culpa es tuya, que harás que pierda la cabeza.
—Ya la tienes bastante perdida… por mí —me aclaró.
—Me dan ganas de tirarte con esto a la cabeza —lo amenacé entre risas y, torpe de mí, tiré el frasco del perfume al suelo, haciéndolo
mil pedazos.
—La que has liado. Ni se te ocurra tocarlo, que ya te cortaste una vez y no quiero volver a tener que hacer de enfermero.
—No te las des de guay. Mi madre es enfermera, tú solo eres un simple aficionado.
—No me hagas hablar —Giró sobre sus talones y fue a buscar a alguien de limpieza que recogiera aquello antes de que
provocáramos un accidente, con los cristales y el perfume por el suelo.
Me tocó las narices, ya que se me había partido el último que me había comprado de Dior, Gris, el cual me había costado un
auténtico pastizal.
Cuando volvió con alguien que comenzó a limpiarlo, vio mi carilla de pena.
—¿Te gustaba? —Me hizo una carantoña en la mejilla.
—Sí, casi me tengo que empeñar el mes pasado para comprarlo, son cosas que pasan, qué se le va a hacer.
—Lo importante es que no te has hecho daño.
Para él, todo era muy fácil, como si no me hubiese cortado ni nada, a tomar viento el dineral que me costó. Pues yo tenía un cabreo
de mil demonios que no se me pasó cuando dijo de ir a buscar un cafecito. Volábamos a media tarde y nos vendría bien.
Yo estaba que trinaba, maldiciendo en arameo, cuando lo vi venir con un par de cafecitos y con una monísima bolsa con un lazo.
—¿Es para mí? —le pregunté intuyendo de sobra de lo que se trataba.
—Has tenido suerte, tenían el mismo. Normal, eres una chica con suerte, solo tienes que fijarte en la compañía —se señaló a sí
mismo, tan guapísimo como iba con aquellos vaqueros que le hacían un culo imponente, camisa blanca y americana.
—No tenías por qué haberlo hecho. No me cantaría el alerón en La Toscana, ya te digo que me habría comprado cualquier colonia
allí.
—No te mereces cualquiera, te mereces el perfume que te guste. Es más, te mereces todo aquello que quieras en la vida.
—¿Yo te debo algo a ti? —Lo miré frunciendo el ceño.
—Ahora que lo dices, me debes miles de besos, ¿por qué lo preguntas?
—Porque no paras de hacerme la rosca y ya me tienes mosqueada, por eso.
—Venga, tómate el café, tengo ganas de volar contigo. Nos esperan unos días apasionantes.
—Ten cuidadito con tanta pasión, que casi no puedo sentarme, ¿eh?
—Eso sí que lo predije y sin necesidad de bola y de nada…
—Dejémoslo ahí, las bolas también han tenido algo que ver —reí con ganas.
Sentía que estábamos volviendo a esa complicidad tan bonita del principio, si bien también me sabía en la cuerda floja. Trataba de
guardar algo las distancias, de reservar una parte para mí, dentro de mi corazón a la que él no pudiera acceder, por si volvía a hacerme
daño.
Fue imposible, cuando Álvaro estaba cerca ya sabía que era todo o nada, blanco o negro o, como diría un amigo gaditano que yo
tenía y que rebosaba arte por los cuatro costados “picha dentro o picha fuera”.
Capítulo 26

En pocas horas me vi alojándome con él en un maravilloso hotel cercano a la Piazza della Signoria en Florencia.
Según me comentó, se trataba de su preferido, razón por la cual no dudó en reservar allí. Se trataba de un extraordinario Palazzo, una
residencia de época que compaginaba a la perfección modernidad y elementos de antaño que le conferían un ambiente exquisito.
Por lo que me dijo no se trataba del hotel más lujoso de la zona, pero sí el que estaba dotado de un mayor encanto, algo que no hubo
de jurarme, pues lo mío con aquel lugar fue amor a primera vista y no lo habría cambiado por ningún otro.
Álvaro, era lo que puede decirse todo un sibarita y eso era algo que se reflejaba en cada uno de sus movimientos. También se trataba
de un hombre de mundo y me encantó su acento italiano.
Yo también dominaba el idioma, ya que al trabajar en un hotel era imprescindible que conociera varios y el italiano era uno de mis
preferidos, si bien en boca de un hombre me resultaba sublime. Y si, para más inri, esa boca era la de Álvaro, con esos gruesos y
“besables” labios, la cuestión era para decir eso de “apaga y vámonos”.
Para mí, se trataba de un sueño hecho realidad y el tenerlo a mi lado no podía ser más excitante y emocionante.
Curiosamente, nos registramos como pareja. Él lo quiso así y me hizo gracia la broma, al tratarme de su esposa.
No fue algo espontáneo por su parte, sino que cuando el recepcionista lo dio por hecho, él le siguió el rollo y yo… yo me sentí
halagada y a gustito con la broma, si bien con Natasha no es que resultara especialmente respetuosa. No obstante, no sería yo quien me
comiera el coco al respecto, pues el rollito que se traían aquellos dos no podía ser calificado precisamente de convencional.
Fue subir en el ascensor y el termómetro comenzar a elevar peligrosamente su temperatura. Lo hice aposta, qué duda cabía, él quería
que ardiéramos y yo me había propuesto quemar Italia, en el buen y pícaro sentido de la expresión, que no pensaba quedarme allí presa
por pirómana.
Llevaba puesta al efecto una falda de tubo, que no era la prenda más cómoda del mundo para viajar, pero sí una que sabía que lo
ponía como una moto. En cuanto me tuvo a tiro trató de subirla y eso que el trayecto del ascensor no duraría más de unos segundos.
—¿Tantas ganas tienes de nuevo que no puedes esperar? Eres un ansioso, menos mal que te he allanado el camino.
Sus ojos se abrieron como platos al comprobar que así era, que yo no llevaba braguita y que mi sexo disfrutaba de la misma libertad
que el viento debajo de aquella falda.
Vi cómo tragaba ruidosamente saliva y lo tomé como un halago. Trataba de introducir un dedo a través de mis labios vaginales, que
ya para ese momento rezumaban humedad al contacto con ellos cuando el ascensor se abrió de pronto y una señora mayor nos miró con
ojos desencajados.
—Recién casados, señora, no ponga esa cara —le soltó él, en ese italiano que parecía nativo y que a punto estuvo de hacer que me lo
comiera allí mismo a bocaditos pequeñitos, como la ocasión requería.
—Eres el mismo Demonio —le dije al bajar de ese ascensor.
—No lo sabes muy bien. Y pienso hacerte arder en el fuego del infierno…
—Ya la falda me echa humo, si es a eso a lo que te refieres.
Entramos en la maravillosa habitación, que contaba con una decoración cuidada al extremo, de lo más coqueta y soltamos el
equipaje, incluida aquella gran maleta que él, portó en todo momento por mí.
Ya desde el minuto uno me despojó de la falda y también del sujetador, que ese sí que lo llevaba dado que, de no hacerlo, mis senos
habrían deleitado la vista de más de uno durante al viaje, debajo de mi fina blusa blanca.
Sobre la cama, absolutamente expuesta para él, con los brazos en alto como me colocó, fue bajando a través de las muñecas y
aquellos pequeños bocaditos que me dio, al límite del dolor, me pusieron tanto que mi clítoris ya vibraba por él, mucho antes de que
hubiera llegado a su altura.
—No puedo contigo, es que no puedo —le susurré en el oído cuando lo tuve a tiro.
—Valeria, me pones tanto —resopló en mi cara—, no imaginas las cosas que tengo pensadas para ti. Te voy a hacer disfrutar tanto
que no podrás pensar en nada más que en esto —hundió su cara en mi sexo y los gemidos por mi parte no tardaron en llegar, saliendo
atropelladamente de mi boca y mezclándose con un pequeño chillido, mitad dolor y mitad placer, que salió de lo más dentro de mí, en
el momento en el que sus dientes mordisquearon mi clítoris.
Una vez hubo disfrutado de esos gritos, sus dedos describieron círculos sobre él, volviendo a ponerlo en órbita. A ese paso no me lo
podría tocar en una semana, pues estaba increíblemente sensible al tacto, tanto que parecía darme calambre al contacto con cualquier
parte de su cuerpo que tuviera a bien tocarme.
Calor, excitación extrema, una fina capa de sudor perlando mi frente y la sensación de que en aquella habitación iba a vivir los más
excitantes momentos de mi existencia, formaban un cóctel que me revolucionaba por momentos.
—Eso es, córrete para mí, da igual lo que grites. Es más, quiero que grites, quiero que grites mucho para mí —me exigió en el
momento en el que el palpitar de mi corazón se acompasó con el de mi clítoris y ambos fuimos conscientes de que aquel primer
orgasmo estaba en puertas.
Para acelerarlo, no dudó en darme algunos de esos tirones que tanto le excitaban en mis pezones y entonces fue cuando me corrí de
tal forma, que terminé quedando exhausta antes de que el siguiente asalto comenzara, lo que sería cuestión de segundos.
De nuevo mi clítoris fue el centro de su atención y en esta ocasión sus dedos los encargados de hacerlo llegar a un clímax con tal
intensidad, que sentí unas contracciones uterinas que debían ser la antesala del increíble furor que estaba por llegar.
Ante mis atónitos ojos, se levantó en ese momento y me miró con descaro.
—Levántate, venga, o no llegamos a la cena.
—Será una broma, ¿no vas a rematar? —Mi asombro era total.
—Las niñas buenas tienen que cenar a su hora, date una ducha fresquita y te vistes —me guiñó el ojo—. Venga, ¿a qué estás
esperando?
Capítulo 27

La vista desde aquella terraza no tenía parangón. Cielos, eran tantas mis ganas de visitar Florencia, que tuve que perdonarle que me
dejara así.
—Voy a correr un tupido velo porque me has traído al que debe ser el restaurante más bonito de toda Florencia, que si no…
—Vas a correrlo (por cierto, nunca mejor dicho), porque sabes que quedarte con ganas te hará estar luego mucho más caliente para
mí, si cabe.
—Pones mi paciencia al límite, ¿por qué te gusta tanto jugar conmigo?
—Porque le añade emoción, simplemente por eso. Y porque tus ojos de súplica en momentos así lo valen todo.
—De eso nada, ¿eh? No te me pongas chulito porque te caes con todo el equipo, el que avisa no es traidor.
—Me encanta, me encanta cuando me desafías, ¿te lo he dicho ya?
—Tú sigue así y esta noche te quedas sin follar, te lo advierto de nuevo.
—Tanta advertencia junta me está disparatando. Después te ocurren cosas en las terrazas y te ruborizas, tiñendo tus mejillas del color
de las amapolas.
—Pues déjate de tanto disparate que, a mí, lo que me has disparatado ha sido el hambre, truhan.
—¿Truhan yo? Di que no estás encantada con esta escapadita.
—Yo sí, para qué decir tonterías. Oye, ¿tú no tienes nada mejor que hacer que mirarme con cara de vicioso?
—Tampoco te pases, a ver si ahora no vas a querer dejarme ni un vicio. No niegues que este es sano.
—Ahí lo mismo tienes un pelín de razón, pero solo un pelín, ¿eh? No te emociones. En cualquier caso, yo soy un vicio sano para ti,
pero al contrario déjame que lo dude.
—Soy lo más excitante y lo más morboso que te ha pasado en la vida y lo sabes. No lo niegues.
—Y también me has dado cada disgusto de aúpa. Y suma y sigue, que igual esto no ha terminado.
—Mujer de poca fe, por lo pronto vas a vivir unos días de ensueño, eso tenlo presente desde ya.
—¿De sueño has dicho? Porque contigo, dormir se duerme más bien poco.
—Y menos que vas a dormir, el sueño ni lo he mencionado, no está en mis planes.
—Yo no lo entiendo, antes todavía, porque ya sabemos que ciertas cositas que tú tenías tendencia a meterte por la nariz te dejan los
ojos como un búho, lo raro es lo de ahora. ¿No habrás vuelto a las andadas?
—Ni me mires que soy más inocente que un bebé —levantó las manos.
—¿Inocente tú? Permíteme que me ría. Una cosa será que vale, que te estés quitando porque sabes que, si no, te formo aquí la de San
Quintín, y otra que ahora vayas de inocente por la vida.
—Tampoco tú eres una santa, lo dices como si fuera el mismísimo Lucifer.
—Si fueras como el de la serie, no creas que me importaría un ápice.
—¿No irás a decir que te pone? Eso es de quinceañera, venga ya, me estás vacilando.
—¿De quinceañera? ¿Tú te has caído de un guindo? Pues menudo culo que tiene el tío, es para hacerle un monumento.
—Claro y como es Lucifer, ahora me dirás que también tiene más rabo que un pony viejo.
Me partí, no esperé una frase de ese tipo en la boca de Mr. Elegancia, allí como estaba sentado con otra americana que le sentaba de
muerte y una nueva camisa en esta ocasión rosa, que realzaba el moreno de su piel.
—¿Qué clase de burrada has dicho? Es que me parto, repítela, que te voy a grabar.
—Sí, hombre, en eso estaba yo pensando, para que luego me chantajees. De eso nada.
—¿Chantajearte con eso? Podría chantajearte con otro tipo de cosas, no sé si has caído en la cuenta.
—¿Con qué? —me preguntó curiosón —. Venga, dímelo. Si estás pensando en chantajearme, lo mismo tengo que secuestrarte y
llevarte desde aquí a algún otro país que…
No lo dejé decir nada más, sino que lo cogí por la mandíbula y nos tomé un selfi besándonos.
—¿Qué haces?—. preguntó, apartándose un tanto molesto—. Joder, deberías preguntar antes de cierto tipo de cosas.
—No, no debería preguntar nada. Mira, Álvaro, que te quede clara una cosa desde ya. A partir de ahora, si quieres estar conmigo,
será en pie de igualdad. El rollito ese de que tú dominas se te ha acabado, ¿te enteras?
Por un momento se hizo el silencio entre ambos y, con lo subidito que siempre iba, me lo imaginé levantándose de la mesa y
yéndose. No fue el caso, sino que me miró con cierto estupor en un primer momento y luego diría hasta que con admiración.
—Ya te va saliendo la fiera que llevas dentro, ni te imaginas cómo me has puesto ahora —murmuró mientras sus manos corrían hacia
debajo de mi vestido mientras yo, daba un sorbo del delicioso Lambrusco que nos habían servido en aquellas elegantísimas copas.
Nuevamente descubrí el placer por debajo de un mantel que volvió a ser testigo mudo de lo mucho que sus dedos eran capaces de
obsequiarme. Nuevamente descubrí que estaba en el más idílico de los escenarios y con la más deseable de las compañías. Nuevamente
sentí que rozaba el cielo con la punta de los dedos y que aquello solo era la punta del iceberg, de lo mucho que él tenía por ofrecerme.
Capítulo 28

Me desperté y apenas daba crédito a lo que estaba pasando. Las muñecas me dolían, como si les faltara algo de circulación y de
pronto me di cuenta de que estaban sospechosamente juntas.
Traté de separarlas y entonces reparé en qué las aprisionaba el cinturón de Álvaro.
—¿Se puede saber qué demonios es esto? ¿De veras vas a secuestrarme?—. pregunté con la libido alta.
—Tanto como secuestrarte, no sé. Seguro que luego te pondrías muy pesada y al final tendría que soltarte. Más bien voy a retenerte
todo el tiempo que quieras permanecer a mi lado.
—Eso está muy bonito, aunque te recuerdo que, “las palabritas se las lleva el viento, las palabritas se las lleva el aire…” —le canté
por Nuria Fergó, recordando aquella letra que tanto canturreaba mi madre.
—En cualquier caso, no es hora de hablar, sino de actuar —repuso mientras se iba hacia su maleta y se hacía con un pequeño
artefacto.
—¿Qué es eso? Tiene forma de calabacín —reí—. Oye, que serán muy sanos, pero yo prefiero desayunarme un buen croissant.
A modo de tapaboca me dio un beso en los labios mientras ponía en marcha lo que a todas luces era un consolador anal.
—¿De buena mañana por ahí? ¿Tú duermes o te recargas como los coches eléctricos? Si no lo veo, no lo creo.
—A ti sí que te voy a recargar. Ven, estate quietecita, que te va a encantar.
—Te has encargado de que no te pueda soltar un buen bofetón. Cuidadito con hacerme daño, ¿eh? Te recuerdo que las piernas no me
las has atado y yo suelto más coces que el pony viejo ese del que hablabas anoche.
El sexo entre nosotros estaba perdiendo un tanto de esa solemnidad que le otorgaban sus órdenes y ganando en frescura. Me sentía
súper bien con él, en aquel escenario idílico en el que también era un hombre libre y en el que todo cabía. Por caber, me iba a caber
hasta el pepino aquel que debía pesar medio kilo, menudo cabezón tenía.
—No tienes ganas de pegarme. O sí, aunque de otra manera. Y cuando acabe contigo estarás tan satisfecha, que ni siquiera sentirás
fuerzas para hacerlo.
—¿Cuándo acabes conmigo? No es por nada, pero reconoce que suena a paliza, si no a que piensas liquidarme. Me está dando
yuyu…
—¿Liquidarte y perderme esto? Ni por todo el oro del mundo.
—Ya, ya, eso es porque no te lo han ofrecido que, si no, ya veríamos. ¿Me sueltas o comienzo a gritar a pleno pulmón? No sabes los
chillidos que puedo llegar a dar.
—Sí, sí que lo sé, pero no es eso lo que quiero. O al menos que no chilles por eso, sino de placer.
—Ni se te ocurra meterme eso a palo seco, que me lío a patadas y te tienen que ingresar, ¿eh?
—¿Me crees capaz de hacerte daño?
—No me hagas hablar, que puedo empezar y darte un discurso que le diga “échate para allá” a los que daba Fidel Castro.
—Me refiero en la cama, no me seas cenutria, hazme el favor.
—En la cama también te da el puntito algunas veces y se ve un poquito las estrellas, no te hagas el tonto.
—Poco y solo para llevarte luego al olimpo del placer. Di lo contrario y te crecerá la nariz.
—Yo solo le pido a Dios que, si a ti ha de crecerte algo, sea la nariz, porque como sea lo otro, conmigo no cuentes.
Lo que se pudo reír en ese momento, casi se le cae el consolador de la mano. Ahora que, si llega a pasarle, parte una losa del suelo,
porque aquello parecía un zepelín en miniatura.
—Mírame, Valeria —me pidió en un tono más cercano que el de otras ocasiones, cuando por fin dejó de reír.
En ese momento, llegando hacia mí, me dejó a la altura de su bragueta y no se me ocurrió otra cosa que comenzar a lamer su erecto
miembro por encima de los calzoncillos para, a continuación, retirar este con mis dientes y seguir lamiendo su estirada piel, que
mostraba a las claras una erección imposible de ser mayor.
Ante tamaña escena, y nunca mejor dicho, mi corazón comenzó a palpitar con fuerza y la excitación hizo mella en mí, tanto que
apenas me di cuenta de que, una vez le hube puesto los ojos en blanco (que yo también iba con mis prácticas hechas), dejé que me
tumbase en la cama.
Comenzó por mi clítoris, como en otras ocasiones, lo que fue objeto de un nuevo comentario bromista por mi parte.
—Me lo gastarás y luego llorarás, como el niño que se queda sin su juguete favorito.
—No aspiro a gastarlo, solo a tatuarle mi nombre en forma de placer.
—Dilo otra vez y hasta voy a pensar que tienes una venita romántica y todo.
—Acepto lo de venita, pero solo si es romántica —me susurró sugerente en el oído antes de volver a bajar y seguir haciendo eso que
tanto le gustaba.
Cuando el placer se apoderó de mi cuerpo y de nuevo sentí que me correría para él, recorrió mi clítoris saboreándome, para a
continuación levantar mis piernas y meterse entre ellas, en busca de ese otro orificio más oscuro que habitaba en la parte trasera de mi
ser.
Con la boca en su entrada, sentí su aliento ardiente y cómo su lengua se adentraba a inspeccionarlo. Sin duda que no había
escrúpulos para él, en lo que a inspeccionar mi cuerpo se refería.
Con unos sugerentes toques de lengua en mi interior, fue humedeciéndome para, una vez tan excitada como estaba, introducir el
consolador poco a poco, mientras mis gemidos salían lentamente de mi boca y el sudor perlaba otra vez mi frente.
En ciertos momentos tuve dudas, si bien me dejé llevar sabiendo que sus tablas lo llevarían a gestionar la situación para que ambos
disfrutáramos. Con el corazón desbocado, me fui relajando para facilitar la penetración y, antes de que quisiera darme cuenta, ya lo
tenía dentro del todo.
—De locura. Valeria, tu cuerpo es de locura. Vas a disfrutar mucho, déjame que te haga —murmuró mientras volvía a mi clítoris.
—Ya no sé qué más podría dejarme —le comenté mientras su lengua volvía a hundirse en mi entrepierna y yo notaba que miles y
pequeñas sensaciones escalofriantes se concentraban en mi clítoris hasta hacerlo estallar de placer, mientras el consolador actuaba a la
vez por mi retaguardia.
Ese fue el momento en el que Álvaro liberó su erección y entró en mí, culminado un excitante panorama cuyo eje era una doble
penetración que no tardó en hacerme chillar, me corría de nuevo al tiempo que él volvía a estimularme los pezones, tirando de ellos y
mordisqueándolos al mismo tiempo. ¿Cómo podía llevarme al límite de esa forma?
Con las manos aprisionadas como las tenía viví la paradoja de sentirme más libre que nunca en sus brazos. Con Álvaro, todo
resultaba contradictorio y si quería vivir cosas con él, no tendría más remedio que aceptar que la contradicción formaría parte de
nuestras vidas y para siempre.
Capítulo 29

Primer día que pasaríamos en Florencia y la intensidad de los momentos vividos desde la tarde anterior me hacía tener la sensación
de que era un siglo.
—No sabes la de veces que he estado a punto de venir y al final no he podido por algo—. dije boquiabierta, en la magnífica Piazza
del Duomo, una de las joyas arquitectónicas de Florencia que se elevaba majestuosa en pleno corazón del centro histórico de esa
ciudad, que se me representaba la más bella del mundo.
—Ven aquí, no se te ocurra entrar todavía, debes verla desde distintos puntos del exterior —me indicó algunos de ellos, deseoso
como se le veía para que me llevara el mejor recuerdo de aquel lugar.
Entramos y la solemnidad de aquel lugar de culto me sobrecogió. Muchos devotos oraban allí mientras otros, turistas como nosotros,
no hacían más que alabar sus maravillas.
Salimos de allí y nos dirigimos a un lugar con unas vistas únicas y que estaba situado al lado de la catedral, el Campanille de Gioto,
una majestuosa torre que destaca por sus increíbles revestimientos que conjugan mármoles rosas, blancos y verdes.
—Yo quiero subir, claro que quiero subir. Vamos, Álvaro —Tiré de su mano. Que sí, que eran cuatrocientos catorce escalones, pero a
mí no me iban a amedrentar, cuando se trataba de llegar hasta arriba y divisar en primer plano la cúpula de Brunelleschi.
—¿Estás segura de lo que estás diciendo? Mira que es una buena paliza buena. Advertida quedas.
—¿De manera que tú puedes darme la del pulpo en la cama y ahora me voy a echar atrás por subir unas escaleritas? Sí, sí, en eso
justamente estaba yo pensando.
—Eres tremenda, dilo más alto y así se enteran todos.
—Como que a ti te importa mucho eso. Ni se te ocurra hacerte el santurrón porque no te pega nada.
—No se me ocurriría, prefiero ser tu diablo y más desde que me he enterado que bebes los vientos por el Lucifer ese.
—Por supuesto, vamos que, si él apareciera por aquí ahora mismo, te quedabas más solo que la una.
—Supongo que lo dirás en broma. Menos mal que es un personaje de ficción, que si no me verías celoso de veras.
—Sí, sí, un personaje de ficción, lo que tú digas, como que no le pegaba yo también un buen viaje al actor…
—Valeria, no sigas por ahí, yo también puedo ponerte celosa si quiero.
—Tú puedes intentarlo, que me pongas celosa ya es otro cantar. ¿Cómo te lo diría? Ah, ya se me ocurre, contigo es que estoy ya
curada de espantos, ¿sabes? —reí.
—No es cierto y lo sabes, pero si te gusta jugar conmigo, sigue… En el fondo debería darme exactamente igual porque sé que eres
tan mía, que no tengo nada que temer.
—Tú sigue, que lo mismo un día te comes tus palabras una a una —me encantaba provocarlo, lo nuestro era un desafío constante.
—Lo mismo un día sí, pero mientras prefiero comerte esa boca.
Sí que me la comió, tanto, que unas monjitas que pasaban por allí se nos quedaron mirando un tanto escandalizadas.
—Hermanas, es que mi recién estrenado marido tiene una edad e igual no sobrevive a este pedazo de subida, así que me estoy
despidiendo de él, por lo que pueda pasar.
Sin más, se santiguaron. Un poco más y me rocían con agua bendita ante la atónita mirada de Álvaro.
—Así que ahora me robas las bromas. Eso de que estamos recién casados es mío.
—Sí, sé que te lo inventaste. Uno siempre fantasea con aquello que no tendrá nunca.
—¿Cómo qué no lo tendré nunca? Será porque yo no quiera, ¿no?
—Eso es campeón. ¿De modo que, porque me traigas a La Toscana y me eches tres polvos mal contados, ya crees que puedes aspirar
a convertirte en mi marido? Tú tienes un montón de cuento…
Lo dejé desconcertado y con ganas de palmearme el culo, las que no pudo resistir mientras comenzábamos a subir los escalones.
—¿Qué miras? —Me volvía divertida, sabiendo que aquel minivestido de gasa que vestía, daba rienda suelta a su imaginación y
también directamente a sus ojos, cuando los escalones le dejaban una panorámica fantástica de mis muslos… y de lo que no eran mis
muslos.
—Te miro a ti, que estás aprendiendo demasiado rápido. ¿Y qué era eso de que yo soy viejo?
—Veinte años no tienes, perdona que te diga.
—Ni por un par de veinte años me cambiarías y lo sabes. Entre los dos no te darían ni la mitad de la caña y del morbo que te doy yo.
—Menos lobos, Caperucita —le solté mientras subía los escalones de dos en dos, evitando que me pusiera el culo rojo como un
tomate.
Capítulo 30

Esa noche sentíamos especiales ganas de marcha los dos, y eso que la mañana comenzó fuertecita y que no paramos de recorrer
algunos de los rincones más emblemáticos de Florencia durante todo el día.
Bajamos a cenar y buscamos nuevamente un buen restaurante donde tomar algo de pasta y pizza, tras lo cual nos fuimos de copas.
—Tengo ganas de bailar —entramos en aquel local que estaba a la mismísima bandera y donde la gente no paraba de mover las
caderas.
Noté que un chico, guapísimo y de mi edad, me echó el ojo en cuanto Álvaro se fue a la barra, momento que aprovechó para
presentarse.
—¿Eres española? Es que te he visto y me he dicho que tenías que ser compatriota.
—¿Tú también? ¿Estás aquí de Erasmus? —bromeé porque no era tan peque, por mucho que pudiera ser hijo de Álvaro.
—Va a ser que no, menos guasa. Y tú, ¿has venido con tu padre?
—Muy simpático, no es mi padre como ya podrás suponer —noté que Álvaro, nos miraba intrigado desde la barra.
—¿Bailas? —Me cogió de las manos. Este tío, o no conocía el peligro, o es que le daba exactamente igual.
El asunto fue que bailaba escandalosamente bien y me pareció la ocasión ideal para provocar celos a Álvaro, que no apartaba la vista
de nosotros.
Al volver con las copas, se quedó al borde de la pista y no trataba de disimular lo mucho que le molestaba que el chaval, que no
podía tener más arte, tratara de acercarse más y más a mí.
En cuanto a mi menda lerenda, estaba disfrutando más que un cochino en un charco, viendo cómo le asaltaban esos celos que no
podía disimular. Una vez acabada la canción, se acercó a nosotros mientras el chaval veía que la suerte se le había acabado.
—Ha sido un placer —me soltó un par de besazos y me dirigió una picante mirada sin cortarse ni un pelo.
—Un placer dice el enano saltarín ese —lo miró mientras se iba—. Será buitre el tío, le ha faltado tiempo para acecharte, solo le
quedaba llevarte con sus garras.
—¿Qué dices? Si solo quería echarse un bailecito, yo no le he visto ninguna intención. Que se pegaba un poco, pues sí, no voy a
decirte que no, pero es que la ocasión lo merecía, ¿o no? —lo miré y pude ver la rabia en sus ojos mientras comenzaba a besarme,
marcando territorio.
—Tranquilito, que me vas a poner los labios que no voy a poder ni sorber de la pajita, qué dolor…
Sin más, me cogió de la mano y salió corriendo conmigo, llevándome hacia los baños. El local era muy lujoso, como no podía ser
menos yendo con él y terminamos allí dentro, en uno de los baños, cerrando la puerta con pestillo y desvistiéndome a marchas
forzadas.
—¿Estás loco? No nos hemos tomado ni las copas, a saber, quién las tendrá ya.
—Bastante me importan a mí las copas, yo sé muy bien lo que quiero beberme y de dónde me lo quiero beber, Valeria —susurró
mientras me tumbaba sobre los lavabos y me abría las piernas arrancando mi braguita con sus dientes y hundiendo su lengua en mi
sexo para a continuación desabrocharse los pantalones, exhibir su erección y hundirla en mí.
Algo de lobo sí que debía tener, pues casi aulló en esa noche donde la Luna llena dejaba entrar luz a través de la ventana de un cuarto
de baño en cuya puerta se agolpaban las chicas.
Todas ellas, cuando por fin salimos y vieron cómo me llevaba de la mano, lo miraron con ojos de deseo y yo me sentí triunfadora.
Que sintiera esas ganas de hacerme suya lo convertía también en mío, eso era parte de una realidad que yo estaba descubriendo por
momentos, como quien monta las piezas de un puzle.
Así, de la mano, me llevó hacia una barra en la que volvió a pedir, pues la sed se apoderó de ambos después del combate sexual que
habíamos vivido en el insólito escenario del cuarto de baño. Hasta la chica que nos las puso me miró con sonrisilla socarrona porque
los colores de mi cara debían delatarme. Y eso que ella no podía saber a la velocidad que mi corazón bombeaba sangre.
Después de tomarnos esa primera copa ambos nos fuimos a bailar y, no es porque yo lo diga, pero causamos sensación. La misma
química que saltaba a borbotones en la cama lo hizo también allí y la compenetración fue tal, que hubo momentos en los que dudé si
bailamos o si hicimos el amor con ropa.
A esa primera copa le siguió otra, y a esa, otra más… Nuestros acalorados cuerpos bebían, bailaban, reían y se besaban como si ese
fuese nuestro mundo, un mundo que parecíamos estar creando a nuestra imagen y semejanza.
En esa ficción me sentía pletórica y feliz, dejando que el alcohol desinhibiera nuestras lenguas, las cuales no tardaron en soltarse.
—Eres una mujer increíble, Valeria, tú, serás la mujer de mi vida —así, a palo seco me lo dejó caer.
—¿De qué vida? Porque en esta estás casado, te lo recuerdo.
—No seas aguafiestas, Valeria, vamos a crear una nueva vida tú y yo…
—¿Una nueva vida? Eso es un embarazo, ¿no? —Yo, la boca me la notaba ya hasta pastosa.
—No me refería a eso, no a priori, aunque luego, si tú quisieras…
—No me digas que me estás proponiendo algo, porque me está entrando la emoción, por la borrachera, ¿eh? Que yo creerme, no me
creo nada en realidad.
—¿No? Pues deberías, fíjate lo que te digo, no todos los días suelto estas cosas.
—Esas perlas querrás decir, esas pelas. Mira, Alvarito, yo te tengo por un tío muy jodido. Me gustas, sí, porque soy masoca, lo cual
no quita que seas jodido y yo el corazón me lo tengo que blindar, ¿a qué tú lo entiendes?
—No tienes que blindarte, para nada tienes que hacerlo.
—Porque tú lo digas, amor —me eché en sus brazos y sentí que la cabeza se me iba.
Capítulo 31

Me levanté y no estaba a mi lado. Sentía que la cabeza me pesaba un quintal y es que la noche anterior me había pasado tela
marinera con las copas y eso se notaba.
—¿Álvaro? —pregunté en alto y no obtuve ninguna respuesta, lo que causó mi desconcierto.
A duras penas logré ponerme en pie y, de lo más torpe, tropecé con uno de los zapatos de tacón que llevaba puestos la noche anterior
y casi tengo que encargar que me pusieran piños nuevos.
En ese justo instante se abrió la puerta y era él, que venía de correr a juzgar por su atuendo deportivo y por el sudor que recorría su
cuerpo.
—¡Cuidado, que te matas! —Saltó sobre mí, y me cogió al vuelo.
—Eres mi súper héroe, sin capa y sin nada y aun así mi súper héroe. De dónde vienes, ¿de correr la maratón de San Silvestre?
—No te mofes, vengo de hacer algo de deporte. Y tú, deberías hacer lo mismo.
—De eso nada, yo solo corro cuando me persiguen, correr es de cobardes.
—No digas bobadas, ¿te animas a salir mañana conmigo?
—Claro que sí. Y hoy también, me pongo monísima de la muerte y ya estamos en la calle —esquivé su pregunta.
—Ya me has entendido, no seas malilla —me acarició y me echó el pelo detrás de la oreja en un gesto tan cariñoso, que me dejó la
sangre helada en las venas.
—¿Qué has hecho? —le pregunté risueña.
—Preguntarte si mañana correrás conmigo. No es ningún delito, al menos hasta donde yo sé.
—No sé yo qué decirte, un poco de delito sí que tiene. De todos modos, no me refería a eso, sino a lo otro.
—¿A qué otro? —me preguntó y yo actué como un mimo, señalándole que me refería a lo de echarme el pelo para el lado mientras
apretaba los dientes graciosamente.
—Ya sabes, a eso.
—Mira que eres, solo ha sido una pequeña caricia. Cuando le das tanta importancia a esas cosas, en el fondo, me estás poniendo
como un ogro.
—Eso es, como a la Bestia. Y yo soy Bella, no hace falta más que verme —Fui a dar una vuelta y caí en sus brazos. Que alguien
parara la habitación que no paraba de dar vueltas y allí estaba él, mi salvador. ¿Por qué tenía que ser tan jodidamente sexy? El tío
estaba que crujía y yo… Yo no era más que una bobalicona que me estaba dejando enredar por un tío casado una vez más. Eso sí que
tenía delito.
—Ven aquí, que al final tendremos que sacarte un bono para el dentista, tienes más peligro que una piraña en un bidé, Valeria. No
estás quieta.
—Eso y ahora dirás que la culpa es mía, madre del amor hermoso, si la habitación no para de dar vueltas. ¿Estamos en un hotel o en
un tiovivo? —lo besé.
—En un hotel, por poco tiempo, pero en un hotel —me aclaró y yo lo miré un tanto extrañada.
—A mí, no me vuelvas loca. Cómo que, ¿por poco tiempo? ¿Es que me llevas debajo de un puente? A mi madre que vas y tú no
sabes cómo se las gasta mi Lola, Lolita, La Piconera, como la de la canción.
—No es eso y Dios me libre de una suegra enfadada, ese es el animal más peligroso del mundo.
—¿De una suegra? No tienes que comer tú picos para que mi madre sea tu suegra.
—¿Cuántos picos? ¿Me lo puedes explicar? —me preguntó mientras la sonrisa se dibujaba en su bonita cara, que era sexy hasta decir
basta. ¿Por qué tenía que serlo tanto? Si no fuese por esa sonrisa es probable que yo no estuviese en Florencia, ni en sus brazos.
—Pues para comenzar tendrías que traerme una sentencia de divorcio como la catedral esa que vimos ayer de grande, eso para
empezar. Y, para terminar, tendrías que borrar de mi mente todas las faenas que me has hecho y sustituirlas por bonitas acciones, que de
esas tengo pocas por tu parte —me miré la manicura y comprobé con horror que había perdido parte del esmalte de una de las uñas, a
saber, dónde habría metido el dedo la anterior noche.
—Eres mala conmigo, te traigo a Florencia, te cuido como a una reina y todavía eres capaz de decir que no tengo detalles contigo.
—A ver que piense… Bueno, igual te lo estás currando un poco. Eso sí, seguro que llegamos a España y si te he visto, no me
acuerdo, que eso es muy propio de ti.
—Vuelves a ser mala conmigo, ¿por qué? Yo no hago eso, eres tú, quien se empeña en ignorarme a sabiendas de que eres mía y solo
mía —mientras hablaba sus dedos comenzamos a recorrer ese camino húmedo que me separaba de volver a vivir una explosión de
placer.
—Las manitas quietas, que después van al pan. Y hablando de pan, tengo tanta hambre que me comería a mi madre por los pies. ¿No
se desayuna en este hotel tan pijo?
—Ahora mismo llamo y que nos suban el desayuno más completo que tengan.
—Y que lo traigan doble, porfi.
—No, si a eso me refería, a un par de desayunos, ¿me crees una rata que escatimaría en los desayunos?
—No, no, si te he entendido, quien no me ha entendido eres tú. Cuando digo que lo suban doble me refiero a cuatro desayunos que, a
mí, la resaca me da mucha hambre.
—No me digas, pues mientras nos lo suben y no, se me ocurren una y mil maneras de saciar esa hambre que tanto acusas —aunque
habló él, fue su bragueta la que reaccionó.
—De eso nada, que con resaca me da náuseas, ya puedes dejar el pajarito en su jaula o lo cojo y le retuerzo el pescuezo, tú mismo —
le advertí con el dedo y causé sus carcajadas.
—¿Te he dicho ya que eres el ser más divertido del mundo? —apenas podía hablar de la risa.
—Ojo, ¿eh? Que yo no soy tu monito de feria.
Capítulo 32

Un rato después, tras haberme tomado una pastilla de un tamaño tal, que casi podía rellenar un bocadillo, nos dirigimos a la calle.
—¡Jodido sol! —Me tapé la cara con las manos.
—No me digas que no tienes gafas de sol, ¿no intuías que te emborracharías en Florencia?
Él, llevaba puestas las suyas y parecía el modelo del anuncio que las daba a conocer, con ese polo celeste pastel que me llevaba y una
bermuda azul marino, rematadas por sus náuticos.
Cualquiera podría decir que nos íbamos de crucero, pero no. El plan que me había preparado era mucho mejor, eso siempre y cuando
yo pudiera contener mi estómago y no echara hasta los higadillos por la boca en el coche.
No contesté a su pregunta porque cuando le salía la vena de listillo, yo pasaba de su culo. Las gafas se me habían olvidado y punto,
no había más que hablar.
Me cogió de la mano y ese gesto sí que me moló, aunque no dije ni una palabra al respecto, que ya bastante ancho estaba de ir al
gym, como para que yo lo pusiera más. No me daba la real gana de darle a entender que estaba como niña con zapatos nuevos, que se
me daba estupendamente hacerme la digna.
Según me fue comentando por el camino, su idea era la de alquilar un coche allí mismo, en pleno centro de Florencia. Y con él nos
hicimos, un precioso modelo descapotable con el que recorreríamos las míticas carreteras de La Toscana. Antes de volver al hotel por
las maletas, mientras pasábamos por una callecita estrecha, paró el coche delante de una óptica.
—Venga, baja, no hay tiempo que perder —lo dijo de un modo, que más que comprar unas gafas, parecía que atracaríamos la óptica.
Antes de lo que cantara un gallo, ya teníamos un coche detrás y luego otro y otro. Yo no terminaba de decidirme entre las típicas
Rayban de aviador y otro modelo más actual, también con los cristales verdes, que me sentaban fenomenal.
—Pilla las dos, vamos, yo te las regalo —ya estaba nerviosito por la cola que se formó en la calle.
—¿Las dos? Cuestan una pasta, que no, hombre, que hay que ahorrar.
—Solo se vive una vez, espérame en el coche y calma a esa gente, que van a formar un motín.
Salí y saludé con la manita. El chaval del primer coche me miró embobado y a renglón seguido me sonrió. El resto digamos que no
lo tomó igual de bien y que cuando por fin Álvaro salió de la óptica, más de uno tenía ganas de lincharlo.
—Te la has jugado por mí, vas ganando puntos —le di un beso en la mejilla.
—¿Qué tipo de beso es ese? ¿Soy acaso tu padre? —Me miró de reojo con cara de pocos amigos.
—Espero que no, porque estaría muy feo, por mucho que tengas edad para ello.
—No me dices esas cosas cuando te empotro.
—Ni esas, ni otras, a menudo me pones la mano en la boca, un día de estos te arreo un bocado en el fragor de la batalla y te apaño la
mano.
—Me puede cuando te veo hecha una fierecilla, es que me puedes.
—A ti es que te pone todo, tú estás más caliente que los que asfaltan el Sáhara, jefe. Qué bien te sienta la pitopausia —lo provoqué
mientras poníamos rumbo al hotel, donde recogimos las maletas.
—El de la pitopausia muy pronto para en una cuneta y te da hasta en el cielo de la boca, que ya sabes que a mí…
—Sí, sí, que no te gusta que ninguno de mis orificios pase hambre, doy fe. Y lo que respecta al clítoris, ese literalmente me echa
fuego. Si el pobre hablara…
Con todo se reía, lo notaba mucho más relajado, como si hubiera sido capaz de dejar en España cantidad de tensiones y todos los
problemas. A simple vista, parecía otro hombre. Si la procesión iba por dentro sería otro cantar, aunque para cantar el mío, que lo
deleité con el repertorio completo de Dani Martín, por unas carreteras de La Toscana, cuyos detalles fui grabando en mi retina como si
de un tesoro se tratara.
No en vano, Álvaro, conducía despacito y por carreteras secundarias, con las ventanillas bajadas y disfrutando del paisaje, al igual
que yo.
Dejamos atrás el pueblo de Certaldo y ese camino medieval que según me contó llevaba a la ciudad alta. Álvaro, había estado allí
más de una vez y parecía conocer el entorno como la palma de su mano.
Por unos instantes, no puede evitar pensar cómo habría sido su matrimonio con Natasha y qué podría yo aportar en su vida en el caso
de que alguna vez la compartiera con él. Su mujer no me caía mal, se comportaba con amabilidad con todos los empleados, lo que me
incluía a mí, pero no había color… Lo que yo podía aportar a su vida era frescura, la misma que notamos en la cara cuando
proseguimos el camino, tras una parada que hicimos para beber y comer algo camino del Valle del Elsa, zona en la que se ubicaba
nuestro pequeño y absolutamente cuco hotel rural.
Una vez soltamos las maletas en él, salimos a pasear por Casole d’Elsa y disfrutamos enormemente de un entorno distinto, pues todo
aquel pequeño pueblo era una especie de museo al aire libre en el que nos tomamos incontables fotos.
A diferencia del Álvaro de los primeros días, aquel ya estaba por la labor de dejarse fotografiar junto a mí, y es que no le quedaba
otra.
Capítulo 33

Álvaro se estaba duchando mientras yo miraba las estrellas desde la terracita de aquella preciosidad rural en la que nos alojábamos.
En el campo, alejados del mundanal ruido, los sonidos de la naturaleza componían su particular melodía.
Absorta en mis pensamientos, no lo escuché llegar, pero sí noté cómo sus brazos me servían de abrigo. Refrescaba a aquella hora y al
aire libre, pero ese aire me resultaba de lo más rico mientras alborotaba mi pelo y entraba limpio en dirección a mis pulmones.
—Estás muy pensativa, ¿eso es bueno o malo, Valeria?
—No lo sé, simplemente pensaba en que me gustaría perderme en un lugar como este, solo eso.
—¿He de entender que en mi compañía? —Enarcó una ceja y estaba para comérselo sin dejar ni una pizca.
Sin camiseta, solo con unas bermudas de algodón y unas chanclas, su trabajado torso lucía como una más de las maravillas que nos
deparaba el paisaje, un paisaje que superó todas mis expectativas.
—Yo no digo nada que después todo se sabe…
—Ay, Valeria, qué voy a hacer contigo, qué voy a hacer. Cuanto más avanzan los días, más seguro estoy de…
—No digas nada que no vayas a cumplir, te lo pido por favor, no la cagues —le pedí.
—Entiendo que receles, tienes tus miedos y es normal. Supongo que mi trayectoria no me avala, pese a ser un tío de palabra.
—Ya, ese es el problema, que a mí nunca me has dado tu palabra de nada y prefiero que siga siendo así porque, no quieras que te lo
vuelva a cantar, yo creo en las acciones, no en las palabras.
—Y eso es muy lícito, dicho lo cual te aseguro que cuando te la dé, irá a misa.
—Como mi difunta abuela, que iba todos los domingos —me mofé.
—Te gusta bromear con el tema, haces bien. Ese Dani Martín tuyo también dice “que la vida va en broma y que no hay que
tomársela en serio”, ¿no es así?
—¿Mi, Dani Martín? Ya me gustaría que fuera mío, ya.
—¿Igual que Lucifer? Tendré que andar con pies de plomo, por lo que veo me sale competencia a cada momento.
—De competencia nada, cualquiera de los dos te gana por goleada —Hice como si un balón me diera en la frente y me cayera de
espaldas.
—Ven aquí, que no te dé a ti, ni el viento. Y esos dos prohibidos ya, ¿eh? ¿Qué viene a ser esto?
Me fascinaba ver que todo se iba normalizando por momentos, que sus celos eran mucho más divertidos y sanos, que distaban de los
de aquellos otros que, rodeados de un mal rollo impresionante, le generaba Oliver.
Yo tampoco era la misma y esa historia, la de Oliver, la veía ya como muy lejana, como si hubiera ocurrido en otra vida. En la que
estaba, en la que ocupaba mis días y mis noches en La Toscana, solo existía un torso en el que yo quisiera ahuecarme y ese no era otro
que el de Álvaro.
La noche nos había sorprendido casi de golpe, dado que ambos confirmábamos que al reloj le había dado por correr más de lo que
esperábamos. A su lado, las horas se hacían minutos y, pese a que hubiera momentos en los que todavía quisiera matarlo, en otros
muchos deseaba que los días no siguieran pasando y poder quedarme a su lado.
Después de abrazarme comenzó a acariciarme y me estremecí en sus brazos.
—Eres francamente bonita y me estás llegando muy dentro —me confesó antes de abandonar esa terraza, provocando que yo
enmudeciera y que la única que reaccionara a sus palabras fuera la sonrisa que se dibujó en mi rostro de golpe.
Bajamos de la mano en busca de esa cena que nuevamente nos apetecía. Yo, mariposas sí que sentía en el estómago, pero ya se sabe
que estas son muy ligeras y que apenas ocupan lugar, porque apetito seguía teniendo para parar un tren.
Lo que encontré en el jardín de aquel lugar de cuento de hadas hizo que mis ojos aparecieran vidriosos al corresponder a su mirada.
Álvaro, había encargado que nos prepararan la más romántica de las cenas a la luz de las velas y en plena naturaleza, algo que me
conmovió, provocando que un nudo se me hiciera en la garganta y apenas dejase salir un hilo de voz de ella.
—Es… es realmente la cena de los sueños de cualquier mujer, no me lo esperaba —me llevé la mano al corazón porque parecía que
se estaba columpiando en mi pecho y que en cualquier momento amenazaría con salir por mi boca.
—Y de cualquier hombre con el que te precies compartirla, amor, siéntate.
Me acababa de llamar “amor”. Sí, yo no estaba sorda. Vale que durante una temporada estuve ciega, pero sorda iba a ser que no, ni
mijita. Me hizo sonreír y a continuación él mismo, me invitó a sentarme mientras separaba mi silla de la mesa.
En otro momento no me lo hubiera imaginado así. Yo lo vi como un maldito cuando descubrí su matrimonio y cuando me perseguía,
casi atormentándome con la idea de que era suya en una etapa en la que yo lo maldecía por las esquinas. Y, de pronto, como por arte de
birlibirloque, el villano se había convertido en príncipe y encima en uno que me resultaba más apetitoso que el de Beckelar.
Me senté y él, se percató de que tenía frío, por lo que de inmediato se quitó su chaqueta y me la colocó por encima de los hombros.
—No, ahora serás tú quien pase frío, no puedo permitirlo.
—Por favor, no me ofendas, permíteme que te la preste, a mí me sobra.
La noche refrescaba un poco, era innegable. Como también lo era que siempre que estábamos en las distancias cortas la temperatura
se elevaba entre ambos en cuestión de segundos, como si juntos funcionáramos al estilo de una estufa de pellet.
—¿Cuántos días nos quedan? —le pregunté con miedo. Por raro que pueda sonar, no le había preguntado antes cuánto tiempo
permaneceríamos allí, dejándome llevar.
Debió reconocer la tristeza de inmediato en mi rostro, pues enseguida me consoló.
—No temas, esto no acaba aquí.
—Ya veremos, igual se queda en Florencia lo que ha ocurrido en Florencia.
—Tengo que contarte algo, algo que he decidido —me confesó sin dejar de mirarme fijamente a los ojos.
—Me da un poco de miedo, no sé si quiero saberlo.
—Sí que quieres, porque te incumbe y porque espero que te haga feliz. En realidad, espero que nos haga felices a los dos, es más, sé
que así será.
—Suéltalo ya, que tanto misterio me va a quitar el apetito.
—Eso déjame que lo dude. Lo voy a soltar porque veo la incógnita en tus ojos y me muero por despejarla.
—Dime, venga, haz lo honores, ¿a qué estás esperando? —Mis pies no podían permanecer quietos en el suelo.
—Valeria, me dan igual las noticias que me lleguen sobre mi matrimonio y me da igual si el amante de Natasha, significa o no algo
para ella. Te he traído a Florencia para volver a pasar tiempo contigo, sin condicionamientos, solos tú y yo. Y lo que he sentido no te lo
puedo explicar con palabras, esa es la única verdad.
Los ojos se me empañaron por las lágrimas. Yo había soñado despierta y dormida con esas palabras que ahora me dedicaba, sin que
sus ojos dejaran de penetrar los míos.
—¿Tú estás seguro de lo que estás diciendo? ¿Completamente seguro?
—Sí, lo estoy. Mira, bromas aparte, considero que estoy en mi mejor momento, pero que ya no tengo tiempo que perder. Todo lo que
pueda vivir contigo, absolutamente todo, lo consideraré un regalo de la vida, de forma que no estoy dispuesto a desperdiciarlo, sería un
necio.
—Y Natasha, ¿cómo se lo tomará?
—Bueno, a la vista está que entre nosotros las cosas no marchan bien, ya hace tiempo que es así. Nosotros… cada uno de nosotros
está escogiendo un camino de no retorno al punto de origen. Sinceramente, no creo que Natasha se muera de pena, tampoco hay un
vínculo tan fuerte entre ambos. Ni siquiera hemos tenido hijos, lo único es que…
—Ya sabía yo que un “pero” tenía que haber. Dispara, qué poco dura la alegría en casa del pobre.
—No es nada grave, no te preocupes, solo que debo pedirte un poco de paciencia.
—Me extrañaba, me extrañaba mucho todo. Ahora es cuando me dices que necesitas tiempo y que mientras sea “la otra”. Y el final
del cuento también me lo conozco: no te separarás en la vida y me darán morcillas. Merecido me lo tengo.
—Mira que te gusta darle vueltas a la cabeza. Solo te pido un poco de tiempo, dos semanas a lo sumo.
—¿Dos semanas? ¿Catorce días? —Casi cuento con las manos, pues me pareció un plazo de lo más razonable.
—Sí, dos semanas es lo que vienen siendo catorce días, correcto.
—Pues tú me dirás para qué las necesitas…
—Tengo algunos asuntos económicos que solventar antes de hablar con ella. Mira, por mi experiencia, dos personas que se han
querido pueden convertirse en enemigas con tal de que una de las dos se tome el divorcio a mal. Y hay ciertas cuestiones con las que
Natasha, me puede apretar las tuercas, si no me cubro las espaldas de antemano.
—¿Y cómo sé yo que todo esto no es un camelo y que solo quieres prolongar el tiempo que nos revolcamos en el catre?
—Tengo ganas de reírme y de soltarte que eso que acabas de decir es una auténtica barbaridad. ¿Por dónde empiezo?
—Por donde te dé la gana, es lo que pienso.
—No me tiraría a la piscina de no estar totalmente seguro de lo que quiero. Tú no te lo mereces, además, eso nos colocaría en una
posición muy incómoda en el hotel.
—Otras peores hemos vividos, no me lo niegues —le recordé.
—Valeria, por una vez debes creerme. Te estoy hablando con el corazón en la mano, ¿es que no lo ves?
—Verte te veo, que cegata no estoy todavía, pero creerte… eso ya es otro cantar.
—Quiero compartir mi vida contigo y quiero hacerlo ya, no pienso esperar.
Lo miré y, pese a que una parte de mí me decía que no lo creyera, a mi otra parte, se le caía la braga al suelo y me decía que me lo
comiera a besos. Opté por lo segundo, pues lo primero iría acompañado de darle unos cuantos palos y abrirle la cabeza para ver qué
tenía dentro.
—¿No me estás mintiendo? Mira que, si lo haces, no respondo, ¿eh? ¿Me estás oyendo? ¿Me oyes bien? —le daba un beso tras otro.
—No te estoy mintiendo, te lo prometo. Por fin vas a ser mía y yo seré tuyo, sin intromisiones, solo disfrutando el uno del otro.
—Más te vale, porque a mí me propones un trío, una cama redonda o algo de eso y es que no lo cuentas, ya lo sabes.
—Ya lo sé, ya lo sé. Y no se me ocurriría en la vida porque no quiero compartirte por nada del mundo, eso puedes darlo por seguro.
Tenía todos los motivos habidos y por haber para pensar que podía salirme el tiro por la culata y, pese a ello, opté por creer en sus
palabras. Hay veces en la vida que deseamos con tanto fervor que nos digan lo que queremos escuchar, que opté por no estropear un
momento que consideré mágico.
A la luz de las velas, en el incomparable paisaje de La Toscana y en la mejor compañía, acababa de recibir la promesa de un futuro
cierto e ilusionante que hizo que mi corazón vibrara y que la sonrisa no se me borrara de la cara durante toda la cena.
Capítulo 34

Me levanté con la ilusión propia de una colegiala, miré a mi lado y estaba ahí, abrazándome. Sí, ya no era solo cuestión de que yo me
ahuecara en su pecho, sino de que la noche anterior me abrazó fuerte a la hora de dormirnos.
El acercamiento por su parte era ya un hecho. Recuerdo que me costó coger el sueño. Por extraño que pudiera parecer después de
vivir una historia en la que en más de un momento estuvimos como el perro y el gato, resultaba que se me había declarado. ¡Álvaro, se
me había declarado!
—¿Cómo has dormido, preciosa?
—Muy bien, tardé en hacerlo, eso sí —lo miré con la mejor de mis sonrisas.
—Y, ¿cómo te has despertado? ¿Con ganas de “besayunar”? —me preguntó mientras él mismo me “besayunaba” allí mismo,
comiéndome todo lo que vienen siendo los morros.
—¿Sigues pensando igual que anoche? —. pregunté con timidez cuando sus labios se despidieron de los míos.
—¿Anoche? ¿Qué dije anoche? No me acuerdo de nada —se echó a reír a mandíbula batiente.
—Se está sorteando un sopapo y tú llevas todos los boletos. A mí, no me vaciles, ¿eh?
—Claro que sí, Valeria, ¿cómo tengo que decírtelo? He tomado una decisión, la de compartir mi vida contigo. Y no te puedes
imaginar lo que, para mí, supone saber que te hace tanta ilusión.
—¿Y cómo no me la iba a hacer? Después de tanto dar pasos para adelante y para atrás, lo cierto es que me parece un sueño, eso es
lo que me parece.
—Un sueño será el que te haga vivir cada día a partir de ahora, te lo prometo.
—Yo no quiero volver, es que no quiero volver, estoy muy a gustito aquí.
—¿No quieres volver porque te da miedo? Si es así, pierde cuidado, no tienes absolutamente nada que temer, mi niña —me abrazó
fuerte, muy fuerte, tras lo cual comenzó a desnudarme y digamos que el desayuno tuvo que esperar más de una hora.
Cuando por fin hubimos satisfecho esa hambre que sentíamos el uno por el otro, nos dispusimos a calmar también nuestros
revolucionados estómagos, los cuales no paraban de rugir. Yo estaba sorprendida porque junto a él, mi apetito se había vuelto voraz y el
desayuno que entre ambos nos zampamos fue de verdadera impresión.
Tras ello, subimos el equipaje al coche y Álvaro arrancó, camino de nuevos y paradisíacos parajes que guardar en nuestra mente
como auténticos tesoros, dado que, para mí, todos los momentos que estaba viviendo con él esos días eran oro molido.
Con todo el arte, nada más comenzó a moverse el coche, seleccionó la canción de “Somos novios” que en boca de Luis Miguel y en
compañía de Álvaro, me sonó más romántica que nunca.
El contraste del Álvaro que había conocido y del que se presentaba ahora ante mí, me dejaba sin palabras en muchos momentos,
como en aquel.
—¿Somos novios? Si tú estás casado, ¿qué me estás contando?
—Por poco tiempo, guapísima, por poco tiempo. ¿Sabes? Ya empiezo a pensar en cómo será mi vida contigo, nuestra vida en común.
—Pues liándola parda a cada momento y con una suegra de lo más molona. Que no es porque sea mi madre, pero mi Lola, es mucha
Lola.
—Tu Lola, es cierto, ¿qué dirá ella?
—Ella todavía no sabe con quién estoy aquí, le dejé una nota, como sabes, y le dije que ya le contaría, que no se preocupara, que soy
mayorcita.
—Te imaginará por ahí con Oliver, y querrá arañarme cuando sepa que yo soy tu acompañante.
—Pues tendrás que aguantarte, por listo, ¿cuál es el plan para hoy?
—Hoy vamos a ver Pienza.
—No, no, piensa tú, que a mí me tienes el coco muy calentito con tanto vaivén.
—¿Solo el coco? —preguntó con total descaro.
—De lo otro ya ni te hablo, que voy a tener que volver a España tumbada en el avión, ya no puedo ni sentarme.
—Mira que te gusta exagerar —sonrió con toda la picardía del mundo.
—Sí, sí, a mí me encanta exagerar. Menos mal que lo que tú tienes entre las piernas es como un extintor de incendios e impide que
salga ardiendo.
—Lo que yo diga, una exagerada.
Pienza me encantó, lo mismo que visitar el Palazzo Piccolomini, si bien de lo que más disfruté fue de pasear mientras me llevaba
cogida por la cintura por la Via del Casello, disfrutando de unas privilegiadas vistas sobre la muralla.
—Es cierto, no tengo ganas de irme —le confesé poniéndole un puchero.
—En esta ocasión hemos recorrido parte de La Toscana. Vale que no nos quedan más días, pero no te quepa duda de que pronto
volveremos. Vamos a viajar mucho y este siempre será un lugar especial para nosotros.
—Sí y eso que no es el primero que visitamos juntos, aunque este viaje ha sido más especial.
—En este viaje nos hemos conocido, nos hemos quitado las caretas y hemos tomado decisiones.
—Yo nunca llevé una careta contigo, listo. Aquí el único que tenía algo que ocultar eras tú.
—Pelillos a la mar, ¿no? Lo importante es que me he dado cuenta de que eres la mujer que siempre busqué y que nuestra vida juntos
va a ser un hecho, muy pronto.
—Todavía estoy en una nubecita, en ciertos momentos creo que me voy a despertar y que todo habrá sido un sueño.
—Un sueño será porque vas a soñar mucho conmigo, eso no te lo niego, amor.
Volvía a decirme “amor” y a mí, se me caía todo al suelo. No paraba de levantar castillos en el aire. Solo sería cuestión de que no
llegara una ventolera y se los llevase.
Capítulo 35

Nuestra última noche antes de volver a casa, ¿cómo lo afrontaríamos? Me imaginaba la cara de Noelia, cuando me viera aparecer por
el hotel y se lo contara todo. También Sonia, fliparía.
Por un momento pensé que la vida estaba siendo benévola con todas nosotras y que nos llevaría a ver cumplidos nuestros sueños. En
cuestión de muy poco tiempo, todo había cambiado una barbaridad para mis amigas y para mí. Quien más y quien menos vería
cumplidos sus objetivos. ¿Y si al final Alejandra y yo, nos convertíamos en concuñadas?
Me llegó un mensaje suyo mientras cenábamos. En aquella ocasión nos decantamos por un picnic que compartimos campo a través.
La Luna nos alumbraba cuando sonó el móvil.
—Es Alejandra, está encantada con Martín. Mira, esta foto es de ellos preparando la cena. Anda, ¡y también nos envían un vídeo!
Lo abrí y me tuve que desternillar. Una no imagina cómo son las personas hasta que las ve en su salsa, en la intimidad de su hogar.
Martín, era de lo más payasote, a juzgar por las imágenes, algo que no le sorprendió en absoluto a Álvaro.
—Sí, mi hermano siempre ha sido así, todo un personaje, es muy divertido.
El vídeo en cuestión no tenía desperdicio. Martín, preparaba masa de pizza y en un momento dado la tiraba hacia arriba, como si de
todo un profesional se tratara. En esas que pasaba Alejandra y le caía encima. Su reacción era tronchante, yendo hacia ella para besarla
con los ojos bizcos mientras le quitaba la masa del pelo.
—No me lo hubiera imaginado. Y Alejandra está súper contenta, no hay más que verla. Yo, que la conozco bien lo sé, se lo está
pasando de lo lindo con él. Qué bonito, se van a casar y todo.
Álvaro, había buscado la orilla de un río para que nos sentáramos a cenar. A pesar de ser de noche, me fascinó estar allí con él,
compartiendo un momento tan especial, perdidos en medio de La Toscana, con la Luna como único testigo.
—Ven aquí —comenzó a besarme. Nuestra historia no había resultado tan convencional como la de ellos, sino que contaba con un
buen número de altibajos. Sin embargo, allí estábamos y mi corazón palpitaba más fuerte que nunca pensando que también tuviéramos
nuestra oportunidad.
—Ey, ey, que hemos traído comida, no te embales, que me vas a comer a mí.
—Sí que me embalo, sí, te dejaré, pero solo si me prometes ser la guinda del postre —me guiñó un ojo y yo, moría con ese guiño.
—¿Amenazas con morderme?
—Sí, pero solo después de haberte degustado. Te merecerá la pena, ya lo verás.
—¿Me lo dices o me lo cuentas? Si no follaras tan bien —le solté en toda su cara y cerró y abrió los ojos rápidamente, como si
estuviera alucinado por mis palabras.
—Gracias, me lo tomaré como un cumplido —rio mientras su cara se iba hacia mi jersey de punto, que contaba con una sutil
cremallerita en forma de candado de la cual tiró hacia abajo para a continuación meter la cara entre mis senos, mientras los juntaba
entre sí.
—Lo que yo te diga, que follas demasiado bien —me tumbé y comprendí que comenzaríamos por el postre. Total, tampoco tenía
tanta hambre…
Álvaro, me había tumbado sobre unas jarapas que evitarían cualquier molestia por parte de algún hierbajo o rama y también que el
relente de la noche mojara mi ropa.
Para mojadas, ya estaban ciertas partes de mi cuerpo, solo de notar su cercanía. Yo llevaba una falda larga de lino que utilizó para,
travieso, subir hacia arriba y taparme con ella la cara.
—No vale, quiero verte —le pedí porque se me hacía muy fuerte no poder poner mis ojos en él, mientras me hacía según qué cosas.
—Quédate quietecita, Valeria, te prometo que te compensará, ¿harás eso por mí?
Maldita sea, ¿qué poder era ese que ejercía sobre mí? Solo con pedírmelo de aquel modo habría hecho lo que me hubiera pedido.
Cuanto y más si se trataba de limitarme a disfrutar de todo lo que tenía a bien ofrecerme.
Con la cara tapada por la falda, mordisqueaba mis labios por los nervios y la excitación mientras él, me iba degustando lentamente,
sin prisas, para ir aumentando el ritmo conforme lo hacía el de mi propio corazón.
En manos de Álvaro, sentía que me conocía demasiado bien en el terreno del sexo, que no había nada que se interpusiera entre
ambos, que solo con tocarme ya era capaz de elevarme tan alto, que a veces temía que la caída pudiera ser tan impresionante como el
ascenso.
Mis gemidos, esos gemidos que tanto le ponían, no tardaron en llegar, anunciando un orgasmo que se produciría allí, en plena
naturaleza, con la respiración entrecortada y el alma en vilo. Sentía eso, que estaba en sus manos, y no solo metafóricamente.
Me dejaba llevar, totalmente excitada, con las piernas semiflexionadas y los nervios a flor de piel. Los mulos me temblaban y a él,
fue un detalle que no se le pasó por alto.
A continuación, subió, me descubrió la cara y me besó. En sus labios descubrí mi propio sabor. No fue fruto de la casualidad que lo
hiciera, él lo tenía todo pensado.
De hecho, era raro que algo escapara a su control. A Álvaro, le encantaba tener el mando de cualquier situación y, si tenía que ver
conmigo, mucho más. A mí, me gustaba que él creyera que lo tenía, que disfrutara de él, y en un momento dado, darle un buen zasca,
como ya le había ocurrido más de una vez durante nuestra corta, pero intensa relación.
Con su cara rozando la mía, pude notar la cercanía de su erección en la entrada de mi sexo. Mojado como estaba, se asomó y solo se
deslizó hacia dentro, al mismo tiempo que sus manos tomaban las mías y yo miraba a ese cielo al que le imploraba una y otra vez, que
siempre, que cada noche, lo tuviera tan dentro de mí, como estaba en ese momento.
El universo tenía que escucharme. Yo no era de pedir muchas cosas, pero aquella la deseaba con tal ahínco, que debía concedérmela
puesto que ya sentía que, sin él, mi camino se oscurecería por mucho que siempre nos quedara la Luna.
Capítulo 36

Tocaba decir adiós. Partíamos de nuevo desde el aeropuerto de Florencia y fuimos a dejar el coche unas horas antes.
—¿Qué te pasa, preciosa? Estás mucho más callada de lo habitual y eso no es bueno.
—Es que tengo la sensación de que algo se acaba, es solo eso, amor —yo también lo llamé así por primera vez y él, sonrió.
—Correcto, se acaba la etapa en la que no me decías “amor”. Seguro que esta será muchísimo mejor.
—Ya sabes a lo que me refiero —me eché mano al estómago porque lo tenía muy revuelto. Los nervios me estaban jugando una
mala pasada.
—¿Estás bien? —Se preocupaba por mí, se le notaba en la cara, ya no era el Álvaro que solo parecía mirar por él mismo.
—No lo sé, es que tengo como un mal presentimiento.
—Se llama miedo y te está afectando al estómago, tienes que relajarte.
Nos sentamos en un bonito restaurante con una preciosa terraza delante de la cual los niños jugaban. El alboroto era tremendo,
Florencia aparecía bulliciosa ante nosotros, como siempre la había imaginado.
—Sí, reconozco que tengo miedo, tengo miedo a volver.
—Y eso, ¿por qué? Ya te he dicho que he tomado una decisión y no pienso echarme para atrás por nada en el mundo.
—Es que ahora tendrás que regresar a tu casa con Natasha, y eso me da un yuyu impresionante.
—Por espacio de un par de semanas, una tremenda pantomima, mi matrimonio está muerto.
—¿Y si ella quiere sexo? Yo no podría resistirlo, es que lo pienso y se me ponen los vellos de punta.
—Le diré que me duele la cabeza, no temas…
—Muy chistoso, lo estoy diciendo en serio. Solo de pensar que compartas cama con ella, se me va la pinza, ¿me oyes?
—Sé que para ti no es una situación fácil, por eso te he prometido que será cosa de un par de semanas. Con un poco de suerte, ella
también tendrá ya puestos los ojos en otro y todo será más sencillo, ya lo verás.
—Qué lío. Es que yo quisiera cerrar los ojos y que estuviéramos ya viviendo juntos.
—¿Viviendo juntos? ¿Tienes ganas de eso?
—Me lo preguntas como si te hubiera dicho que he visto volar un unicornio. Pues claro que sí, tenemos una edad, sobre todo, tú.
¿Cómo no vamos a vivir juntos si seremos pareja?
—Somos pareja ya, no hace falta esperar a nada para eso. Y otra cosita, ¿lo de dejar las bromas de que soy muy viejo lo contemplas
para un futuro próximo, o no?
—No, no, para nada, eso es lo más divertido del mundo —pataleé al ver que iba a hacerme cosquillas, algo que no podía soportar
para nada, me ponía histérica.
—Ahí tienes, por malilla. Y no mereces que te diga nada más. Aun así, que sepas que no tienes nada que temer, me iré distanciando
de Natasha durante estos días, aunque desde ya te advierto que tampoco creo que me esté esperando para eso que tanto temes.
—Nunca se sabe, ella está de viaje, tú estás de viaje, igual llega con ganas de un reencuentro ardiente. Mira que solo de pensarlo se
me pone la piel de gallina, ¿eh? —Me tocó el brazo y comprobó que la piel la tenía totalmente erizada.
—No sabes lo que supone para mí que sientas eso, no tienes ni idea.
—Y tú, no tienes ni idea de lo jodido que es sentir estos celos, tampoco la tienes.
—¿Me lo dices o me lo cuentas? ¿Tú sabes lo que sentía cuando te acostaste con Oliver, en mi propio hotel? Joder, todavía lo pienso
y me pongo de una mala leche que no es normal.
—Y que lo digas. No te creas que la disimulabas, ¿eh?
—Imposible disimularla. Si no lo decía, estallaba, qué mal me sentaba. El día que supe que había desaparecido de tu vida solo me
faltó cantar el “Aleluya” allí, en medio de la recepción.
—Eso sí que habría tenido gracia, lo haces y te grabo. Y te advierto que el vídeo daría la vuelta al mundo.
—La vuelta al mundo sí que voy a dar yo contigo algún día, te lo prometo, Valeria.
—¿Tú no tienes muchos pajaritos en la cabeza? Yo por lo pronto me doy con un canto en los dientes si puedes deshacerte de tu mujer
sin que nos dé demasiados problemas.
—He de ser cauto por si acaso, ya te lo he dicho, si bien la conozco y no pienso que nos vaya a meter en ningún marrón.
—Eso espero, solo faltaría eso, que una no gana para sustos. Y hablando de todo, tendremos que ir ya para el aeropuerto, que ahora
me toca lidiar con mi madre, que de ese toro poco se habla.
—¿Un toro? Supongo que será una vaca, ¿no?
—¿Estás llamando vaca a mi madre? Dios te libre, ¿eh? Que me lío contigo a bolsazos y llegas con la cara como un mapa.
—No estaría bonito, no, vamos a dejarlo mejor.
El vuelo fue de lo más tranquilo. Y como novedad, Álvaro no me soltó ni un momento de la mano. Eso sí, travieso como era, en más
de un momento me sacó los colores jugando con su otra mano por debajo de la americana que dejó caer sobre mi falda.
Más de un manotazo tuve que darle para que no me la liara. Él, se doblaba en dos de la risa y volvía a la carga, mientras yo le arreaba
cada vez más fuerte y sonreía en el momento en el que la azafata se volvía, curiosa, atraída por el ruido de los susodichos manotazos.
Nos divertimos, no voy a decir lo contrario. La parte chunga llegó cuando tuvimos que separarnos y me dejó en la puerta de mi casa.
—Mañana te veo en el hotel, que sepas que te voy a echar mucho, pero que muchísimo de menos —me dijo mientras sus manos
jugaban con mi escote, ¿ese hombre nunca paraba?
Yo no dije nada, que iba a ser peor, pero el corazón lo llevaba en un puño.
Capítulo 37

Entré por la puerta de casa y mi madre, andaba dale que te pego con la aspiradora, lo suyo no tenía remedio…
—¡Mamá! ¿Qué haces? —le pregunté y la pobre, que no me esperaba, dio un salto y terminó por caer en lo alto del sofá.
—Hija de mi vida, que creí que llegabas un poco más tarde, casi me matas del susto. Quería que todo estuviera perfecto cuando
volvieras.
—¿Tú te crees que yo vengo a hacer la prueba del algodón, mamá? Y encima que en nuestro suelo se puede comer de lo limpio que
está, si tiene más brillo que cuando nos dieron la casa.
—Menos cháchara, hija, me tienes que contar cómo ha sido todo esto del viaje relámpago.
—¿Relámpago? Más bien ha sido un rayo, mamá, no sé ni qué decirte, me la vas a liar mortal de todos modos.
—Un rayo, ya me imagino yo por dónde te habrá entrado —se echó a reír, aunque me la liaría, también era muy cómica.
—Por todos lados, mamá, si yo te contara…
—No, “si yo te contara”, no. Me lo vas a contar todo y me lo vas a contar ahora. No has ido con Oliver, ¿a qué no?
—Mamá, ya sabía yo que habrías puesto a funcionar al sabueso que llevas dentro, qué miedito me das, guapa.
—Es más sencillo que eso, si hubieras ido con Oliver, no estarías tan misteriosa. Tú solita te descubres.
—No, mamá, he ido con Álvaro, seguro que no se te ha pasado por alto —respiré hondo, a ver la que me caía.
—¿Has dejado a Oliver?—. preguntó con cara de preocupación.
—Tan poca vergüenza no tengo, mamá, claro que lo he dejado. A ver, en ese momento tampoco pensaba ir con Álvaro ni a la puerta
de la calle, que ni siquiera nos hablábamos, pero apareció esa noche y me secuestró.
—¿Te secuestró? No te imagino yo a ti chillando, no.
—Eso es porque no me escuchaste en la cama, que si no…
—Tendrá poca vergüenza la niña esta —me tiró con un cojín con todas sus ganas.
—Mamá, no hagas eso, que necesito la cabeza para pensar.
—¿Para pensar? Yo dudo mucho que tú sepas lo que eso, hija de mi vida. ¿No me contaste que ese hombre está casado?
—Por poco tiempo, mamá, va a dejar a su mujer.
—Ay, Dios, esto empeora por momentos, ¿y tú lo crees?
—Bueno, sí, bueno, no… Bueno, no lo sé, mamá, supongo que quiero creerlo, pero que estoy cagada de miedo.
—Y con razón. Lo normal es que de cada diez que dicen que van a dejar a sus mujeres, once mientan.
—Mamá, será al revés…
—De al revés, nada. A ver si te crees que porque una se haya dedicado a su hija y a su casa no ha estado en el mundo. Unos pocos
casados me han rondado a mí en el hospital, pero les han dado morcillas, de mí, no se cachondean y de mi hija, tampoco.
—Mamá, no creo que Álvaro quiera reírse de mí, me parece que lo que dice sentir es sincero.
—Más le vale si valora sus huevos, porque como te haga daño pienso retorcérselos hasta que no sirvan ni para hacer tortilla.
—Mamá, qué burrada, de verdad…
—Ni mamá, ni niño muerto, que se ande con cuidado. Mira, yo reconozco que ese hombre se portó muy bien cuando estuviste en el
hospital y que no debe tener mal fondo, pero no quiero verte sufrir, mi niña. Tú tienes edad de salir y entrar, de dejarte querer por unos
y por otros y, al final, de quedarte con el que merezca la pena.
—¿Y cómo se sabe cuál es el que merece la pena, mamá?
—Ay, hija, eso se sabe. Son detalles, en mi caso fue que se perdió un partido de fútbol de su Real Madrid para quedar conmigo. Y
eso que es forofo a tope. Yo dije: “ay, Lola, este hombre tiene interés”. Y digo, lo tengo comiendo de la palma de mi mano. Todavía no
he abierto el pico y ya está volando a traerme lo que quiera, es más lindo…
—Mamá, ¿se puede saber de quién me estás hablando? Me tienes loca, ¿eh? Después dices que soy yo…
—De mi Francisco, hija, de mi Francisco, que estoy loquita con él —se llevó las manos al pecho, parecía una chiquilla.
—Espera, espera… ¿Te has echado novio?
—Sí, el doctor Francisco Rodríguez, el de Reumatología, alguna vez te he hablado de él, es muy buena gente. Y ahora la vida me lo
ha puesto en el camino y como ya sabes que el tren no pasa dos veces…
—Pues te has subido al primer vagón, ya lo veo.
—Más que subirme, me he dado un meneo en él, que no te lo puedes ni imaginar. Vaya, no uno, sino unos cuantos, todo el fin de
semana.
—Mamá, ¿ese es el congreso al que has ido? Oye, que a mí me parece muy bien, ¿eh? Pero que, vaya tela —me eché a reír porque
no era para menos.
—Un congreso, un congreso, no ha sido exactamente, aunque algo de anatomía sí que hemos estudiado, hija —se rio.
—Mamá, podría haber vivido toda la vida sin saber eso —me quejé.
—Y yo sin saber otras cosas y me las he tenido que tragar, de modo que calladita estás más mona. Así que en Florencia y con tu
jefe… —Volteó los ojos.
—Mamá, no te hagas la santurrona, que aquí rezando el Rosario no hemos estado ninguna de las dos —ladeé la cabeza y volvió a
reírse, contagiándome.
Mi madre se había echado novio y Álvaro, se me había declarado. ¿Qué clase de días locos habían sido esos? Me alegré tanto por
ella, que comenzó a contarme los detalles de su idilio, y casi se me olvida la preocupación que sentía por el reencuentro de Álvaro y
Natasha. En la vida me había sentido más insegura.
Capítulo 38

El despertador sonó y me sorprendió ya despierta. No había descansado demasiado bien, me costaba dormir sola después de haber
compartido cama con él. ¿Cómo habría pasado Álvaro la noche? ¿Estaría Natasha ya en su casa?
Me levanté y encontré a mi madre de lo más activa, para no variar, limpiando la campana extractora de la cocina.
—Mamá, ¿qué haces? Pero si la campana está ya como un espejo.
—Niña, calla, que una tardecita de estas voy a invitar a Francisco a tomar cafelito aquí en casa, para que la conozca, y quiero que
todo esté presentable.
—¿Presentable? Estará como a estrenar. Y, por cierto, ¿es solo la casa lo que quieres que conozca? —me resultaba muy divertido eso
de que mi madre tuviese novio y pensaba sacarle partido.
—Ya sé yo por dónde vas, Valeria, y me has pillado. Cierto, también me gustaría que te conociera a ti, sabes que estoy orgullosísima
de mi única hija.
—Y tú también sabes que te pones de lo más pelotera cuando quieres sacar algo de mí. Claro que sí, mami, cuando tú quieras, me
gustará conocerlo y darle caña.
—¿Y darle caña? Ni se te ocurra, ¿eh? Que vamos en serio.
—Ay, mami, que me metes un papi en casa en un abrir y cerrar de ojos, lo veo venir.
—No, no, hija, para el carro, que yo pienso vivir la vida, no peino ya alguna que otra cana para hacer el tonto.
—Lo de peinar canas lo sabrás tú, mami, que con esas mechas que me llevas de última generación cualquiera te ve una, estás
preciosa.
—Siempre me ha gustado cuidarme y más, ahora. ¿Desayunas conmigo y te vas ya?
—Sí, perfecto. ¿Tú, estás de tarde?
—Sí, ahora me vienen unos días de tarde, el turno que menos me gusta, me parte el día por completo.
—Porque tú lo digas, anda que no te da a ti nada de sí cuando coges estropajo y bayeta. Siéntate conmigo a desayunar, venga, que
parece que te han dado cuerda de buena mañana.
Un rato después ya estaba yo entrando por las puertas del hotel.
—So petarda, ¿cuántos millones de cosas tienes que contarme? Es de locura, ya me ha dicho Alejandra.
—Un poco de locos sí que ha sido, Noelia, aunque también súper emocionante. Ya te cuento a la hora del cafelito con un cigarrillo en
la mano, ¿ok? Que así las noticias saben mejor. Y por tu cara lo tuyo también va genial, ¿no?
—Edu me tiene entre algodones y yo me dejo mimar, ¿hago mal?
—¿Mal? Ya te tocaba, petardilla, ya te tocaba.
Comencé a trabajar con un brío tremendo, cuando de pronto lo vi aparecer.
—Buenos días. Noelia, por favor, ¿serías tan amable de llamar a alguien de limpieza? Se me ha derramado el café en mi despacho,
he armado un buen estropicio en la moqueta —le indicó Álvaro.
—Por supuesto que sí, ahora mismo.
Ella salió andando, solo le faltó hacerle una reverencia. Y yo… Yo me quedé encantada cuando tiró de mí y me metió en el cuartito
que utilizábamos para almacenar las maletas de los clientes que ya se marchaban del hotel y necesitaban que se las guardáramos
durante unas horas antes de partir definitivamente de la ciudad.
—No podía esperar para verte. He visto todas las horas de la noche en el reloj, una detrás de otra. ¿Y tú, me has echado de menos?
—Qué va, yo he dormido a pierna suelta, como un lirón —me salió la sonrisa de malilla, esa que dejaba a Cruela de Vil, como una
simple aficionada.
—Y ahora yo voy y me lo creo. Tampoco podías dormir, Valeria, tampoco podías.
—Venga, jefe, ¿qué puedo hacer por ti en esta bonita mañana? —sus labios ya estaban tan cerca de los míos que la cosa parecía
bastante clara. Mientras, sus manos se iban metiendo por dentro de mi falda, alcanzando mi braguita, humedeciendo mi sexo como solo
su presencia podía hacerlo.
—Ya sabes lo que puedes hacer por mí, ya lo sabes…
El deseo en sus ojos, ese incontenible deseo que le hizo venir a buscarme, me contagió de inmediato. Era verlo y desatarme, no podía
evitarlo.
Escuchamos que Noelia volvió, canturreando, ya que esa también estaba más feliz que una perdiz.
—Quieto, fiera. Y… solo una cosita, ¿qué tal con Natasha? ¿Está ya de vuelta en casa?
—Sí que está, olvídala, no es Natasha quien me importa.
—A ti, no, listo, pero a mí, sí. Tú igual te crees que puedes tener un dos por uno, una oferta como en los supermercados, pero yo te
digo que un mojón. Ya puedes solucionarlo todo pronto, o te quedas compuesto y sin novia.
—Qué bien suena en tus labios eso de ser mi novia.
—Si no fuera porque estás casado, sonaría divinamente, sí. Pero estándolo, ya puedes darte prisa que me está entrando un poquito de
velocidad en la sangre y no sé cuánto tiempo podré aguantar esta situación.
—Ya te dije que será nada y menos, ¿te lo dije o no?
—Salgamos ya, Noelia tiene que estar partida de la risa. Te lo advierto, ya puedes darte prisa o me pierdes.
Lo miraba y me derretía. Lo de meterle prisa era justamente por eso, porque me moría de ganas de estar entre sus brazos con la
libertad de que todos lo supieran y nadie nos censurara, sin Natasha pululando por ahí. En definitiva, libres y felices.
Salí corriendo y Noelia se hizo la tonta, mirando unos papeles cuando nos vio, tan acalorados como estábamos.
—Todo solucionado, si necesita cualquier otra cosa no tiene más que decírmelo —se refirió a él, quien le contestó con un gesto de
agradecimiento.
Nos miramos, ya a solas, y ella se partía.
—¿Estabais pelando la pava? Ese está loquito por ti, no ha podido resistirlo…
—Ya le he dicho que se dé prisa, que no estoy dispuesta a ser la otra mucho tiempo, ¿tú sabes lo que molesta eso?
—Me lo puedo imaginar, cariño. Si lo quieres, debes tener un poco de paciencia.
Capítulo 39

¿Quién había puesto el mundo en cámara lenta? Los días se me hacían interminables. Ya quedaba menos para el plazo de las dos
semanas, cuando aquel sábado noche se escapó para verme.
Yo había salido con Alejandra y con Martín, no iba de sujetavelas, sino que me insistieron tanto en que no me quedara sola en casa
que acepté.
En teoría, Natasha estaba en la ciudad, lo que reducía al mínimo mis posibilidades de verlo esa noche, por lo que yo estaba que
trinaba.
En cambio, ellos regalaban felicidad con esos planes tan bonitos de boda que tenían. Acabábamos de entrar en un pub de copas
cuando Martín, me sonrió. Ese sabía muy bien de mi cabreo, lo mismo que mi amiga.
—Ahí tienes a tu príncipe azul —yo estaba de espaldas. Giré el cuello como si estuviese poseída y lo vi avanzar con su increíble
sonrisa.
—¿Creías que podría pasar una noche de sábado sin ti? —me preguntó mientras me besaba.
—Muchas cosas son las que se me pasan al día por la imaginación. ¿Te han dejado salir al recreo? —mi retintín era evidente.
—No saques las uñas, fiera. O sí, pero en otro lugar, vente conmigo…
—Si te has pensado que vamos a echar otro polvo de esos en el baño, ahí de cualquier manera, vas listo como Calisto. A mí, no me
pones un dedo más encima hasta que sea tu pareja con todas las de la ley.
—¿Estás enfadada? No tienes derecho, todavía estoy dentro del plazo. Te pedí dos semanas, estoy moviéndome rápido, no puedo
hacerlo más.
—Y yo no puedo acostarme contigo hasta que no vea la evidencia, eso es lo que hay. Y, por cierto, que son lentejas, que si quieres las
comes y, si no, las dejas —le solté con toda la chulería porque la situación me tenía más que molesta.
Mi impaciencia era legendaria. Mi madre solía bromear con que incluso para nacer hice gala de ella, viniendo al mundo un par de
semanas antes de que ella saliera de cuentas. Y con Álvaro, no haría una excepción.
—No seas seca, Valeria, que ha venido a buscarte, ¿no es de agradecer?
—Tú de qué clase de guindo te has caído, Alejandra. Para ti es muy fácil decirlo porque ya llevas un pedrolo en la mano. ¿Y qué
tengo yo? Una promesa, que se cumplirá o no. Y una mala leche en lo alto que no puedo con ella.
—A ver si puedo quitártela, ¿vale? El viernes que viene, ese día hablaré con ella. Sé que estará aquí y mi abogado me ha dicho que lo
tendrá todo preparado, ese mismo día le pediré el divorcio —me confesó Álvaro.
—¿De veras? ¿Se lo vas a pedir el viernes?
—De veras, salvo que nos asole un tsunami o algo peor, el viernes por la noche tú y yo estaremos oficialmente juntos, Valeria.
—¿Lo ves, mujer? Y tú, no paras de darle vueltas a esa cabecita tuya que te va a estallar. Esto se merece un brindis, id a pedir una
ronda para todos, chicos —Alejandra, estaba que se salía esa noche.
Tan pronto como se esfumaron hacia la barra me abrazó.
—Quita ya esa cara de avinagrada, se lo está jugando todo por ti, ¿eso puedes verlo?
—Sí que lo veo y, aun así, me da un coraje que no puedo, ya sabes que cuando quiero algo, lo quiero para anteayer.
—Sí, lo he sufrido contigo muchas veces, eres “loquita queriendo”, guapi. Un poquito de por favor, ¿no? Álvaro, se está dando
patadas en el culo y perdona que te diga, lleva una cara de enamorado que no puede con ella.
—¿Tú crees? A mí también me lo parece, lo malo es que a veces se me viene a la cabeza que nuevamente esté jugando conmigo, y
me dan ganas de hacérsela pedazos.
—Quieta, fierecilla, si no tienes más que verlo.
Los mirábamos a los dos, acodados en la barra y dándose la vuelta para observarnos, y no parecía haber diferencia entre ambos.
—Quizás, pero solo quizás, debería calmarme un poco, ¿puede ser? —resoplé. Me costaba la misma vida llevar la relación así y eso
que él, por fin le había puesto fecha. El viernes sería por fin mío y solo mío.
Volvieron con las copas y fue Álvaro, quien brindó.
—Por las chicas más bonitas del mundo, las nuestras —me besó en cuanto lo dijo y Alejandra, me hacía gestos para que le
correspondiera, de lo más cómica, mientras que Martín también la besaba.
Vista desde fuera, la escena no podía ser más idílica, pero yo sentía miedo, lo que se dice miedo porque algo saliera mal. No había
ningún motivo, vive Dios que no lo había. Y entonces, ¿por qué ese horrible presentimiento me acompañaba allá donde fuese? Y sin
pagar alquiler ni nada, ¿eh? Me iba a casa y se venía conmigo. Y luego se metía en mi estómago y me lo revolvía a tope. No vivía,
estaba que no vivía.
Me sentía acalorada, muy acalorada. Su visita ya me había soliviantado tela y tampoco ayudaba que me diera esos insinuantes
pellizquitos en el trasero mientras hablábamos los cuatro.
Su perfume me embriagaba, entrando por mi nariz y llegándome hasta el mismísimo sentido, ese que yo perdía por él. Pensar que
pronto sería tan mío como suya era yo, me volvía tan loca que mis hormonas no podían parar quietas.
Un par de horas después me contó que Natasha, había salido de fiesta con las amigas y que no la esperaba hasta el día siguiente,
dando vía libre a una nueva noche en la que la pasión salvaje se desataría entre ambos. Llevaba demasiados días sin tenerlo dentro de
mí y eso cambió en cuanto llegamos a aquella cama en la que derrochamos amor y sexo, sin distinción.
Mis gemidos y sus jadeos se confundieron en una noche en la que lo vi todo más cerca, en la que rocé el cielo con las manos, en la
que me di a él más que nunca, si es que eso era posible.
Capítulo 40

Viernes por la mañana y daba los últimos retoques a mi maquillaje antes de salir de casa. Me miré y me vi francamente guapa. Había
llegado el gran día, no era para menos, debía resplandecer como nunca. Por fin…
Llegué al hotel y no vi a Álvaro por ningún lado. Era de imaginar que Natasha, le hubiera montado un pitote impresionante y no se
pudiera librar de ella tan fácilmente para venir a contármelo.
Sabía que más que nunca debía tener paciencia, pero el baile de San Vito se adueñó de mis piernas, que no podían parar quietas.
—Por lo que más quieras te lo pido, cariño, para, que me estás poniendo de los nervios a mí también. Acabo de hablarle en alemán a
un chino, fíjate cómo me tendrás —me suplicó Noelia.
—Pues muy bien, que aprenda idiomas, que el saber no ocupa lugar.
Tuvo que pasar como una hora más para que lo viera llegar y a punto estuve de tirarme en sus brazos en ese momento. Lo había
esperado durante demasiado tiempo y no vivía porque me contara ya su reacción, porque me confirmara que su mujer no le pondría
grandes pegas y que esa misma noche la podríamos pasar ya juntos como la primera de nuestra vida en común.
No podía él imaginarse cuántos planes tenía para un fin de semana de lo más caliente y en el que estrenaría un buen puñado de ropa
interior sumamente sexy que me había comprado.
—No muevas ni un dedo, guapa. Ni se te ocurra salir corriendo hacia él —me indicó Noelia, que desde el prisma en el que estaba
veía la situación más clara que yo.
Álvaro no veía solo, sino con Natasha, y lo peor del caso fue que ella traía una cara de felicidad que no auguraba precisamente un
divorcio.
En cambio, en la mía, la sonrisa se congeló, no entendiendo absolutamente nada. Él, me miró con consternación y supe que mis
malos augurios se habían hecho realidad. ¿Esa rata se había arrepentido a última hora?
Antes de que nadie abriera el pico, ya tenía yo activado el modo “asesina” porque quería matarlo y no de una forma rápida, sino
entre terribles sufrimientos, a lo Antonio Recio, que a mí ese esperpéntico personaje me chiflaba.
Fue Natasha quien se acercó a nosotras y rompió el hielo, con una sonrisa de oreja a oreja que yo ignoraba a qué podía obedecer.
—Buenos días, chicas. No he podido evitar la tentación de venir hoy con Álvaro, porque hemos amanecido con una gran noticia. ¿Se
lo cuentas tú, o lo cuento yo, cariño? —le preguntó mientras lo cogía de la mano y a mí, se me revolvía más el estómago por minutos.
Que lo dijera el que fuese, y rapidito, que a mí el desayuno no me aguantaría demasiado tiempo en el estómago.
—Díselo tú, Natasha, para eso has venido—. sonrió él, tímidamente.
—Pues sí, es que no me lo puedo callar. Estoy embarazada, vamos a ser padres.
A partir de ese momento yo la seguí escuchando, si bien el tono de su voz no me llegaba nítido, sino lejano, oyéndola de fondo.
Noelia, no tardó en devolverme a la realidad dándome un buen pisotón, dado que debía notárseme mucho.
Lo miré y supo perfectamente que acababa de perderme en ese momento. Yo había sufrido demasiado con esta historia, más de lo
que me merecía y ese último revés no estaba dispuesta a soportarlo por nada del mundo.
Natasha comenzó a darnos todo tipo de detalles y yo veía cómo a él, se le descomponía el gesto por momentos. La mujer estaba
increíblemente entusiasmada, e incluso nos contó que no había sido un bebé buscado, pero que a ella le había caído como agua de
mayo.
También nos comentó que a partir de ese momento debería cuidarse más y viajar menos. Noelia asentía y disimulaba porque a mí, la
voz no me salía del cuerpo.
Después ambos se fueron en dirección al despacho de Álvaro y ella, nos dijo adiós con la manita, contentísima.
—No digas ni una palabra, ni una, Noelia —le pedí.
Seguimos trabajando hasta que la vimos salir, momento en el que me planté en su despacho.
No llamé a la puerta, entré de golpe y con la fuerza de un ciclón.
—Tranquila, Valeria, yo no sabía nada de esto, tienes que creerme.
—Solo quiero saber una cosa, solo una. ¿Vas a quedarte con Natasha?
—Tienes que entenderme, vamos a tener un hijo. Yo no esperaba esto, de siempre he querido ser padre y paradójicamente ha llegado
en el momento menos pensado.
—Eres un miserable y un rastrero, eso por la parte más corta. Me has hecho tener ilusiones para nada —di varios manotazos en su
mesa y tiré todo lo que había encima.
A continuación, se puso de pie y me agarró las manos.
—Valeria, mírame —me ordenó con ese tono que solía utilizar conmigo antes, cuando yo debía ser más tonta que una caída de
espaldas—. Que me mires te he dicho, ¡ahora!
Sin más, me solté de una de las manos y fui a darle un guantazo, el cual evitó en el último momento.
—¡Nunca, nunca en tu puta vida te atrevas a volver a darme una orden! ¿Me has oído? Estoy harta de ti, harta de tus mentiras y harta
de que siempre me jodas de todas las maneras que se te ocurren. Tendré que verte todos los días, pero no pienses ni por un momento
que voy a bailarte el agua. Que te vaya bonito con tu familia, que, a partir de hoy, seré una empleada más. Saca los pies del tiesto y vas
a conocer a la verdadera Valeria.
A continuación, di un portazo que tuve claro que sería el último. Todo había terminado para nosotros y en la frente yo llevaba escrito
el típico, “The end”.
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