Tema 2 Platon
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PLATÓN
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INDICE
1.- Introducción histórica
6.- Actividades
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Los griegos compartían lengua, dioses y héroes míticos, pero estaban divididos en multitud de
polis, comunidades celosas de su autogobierno. Dos de ellas, Atenas y Esparta, aspiraron a
imponerse sobre las demás. La primera, cuna de la democracia, tenía un carácter comercial; la
polis espartana se regía bajo un sistema oligárquico y militarista. El conflicto entre ambas
supuso el declive de la Grecia clásica.
La antigua Grecia estaba dividida en polis, estados autónomos con sus propias leyes e
idiosincrasia. En principio, cada una de ellas debía ser autosuficiente. Pero, en realidad,
ninguna poseía los recursos necesarios. La lucha por los intereses comerciales se convirtió en
espoleta de conflictos.
La capital Peloponesa pasó a ser un campamento de batalla permanente, en el que los niños
debían abandonar sus hogares a los siete años para recibir instrucción castrense. Esta
militarización extrema se puso al servicio de un sistema político inmovilista, que mantuvo una
diarquía (gobierno de dos reyes) oligárquica mientras otras polis evolucionaron hacia la
democracia.
Esparta fue la primera polis en iniciar una expansión imperialista. Durante el siglo VIII a. C., los
lacedemonios conquistaron las regiones de Laconia y Mesenia, con lo que su polis llegó a ser
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la más extensa de Grecia. Pero su dominio reposaba sobre una base frágil. La mayoría de sus
250.000 habitantes eran ilotas (esclavos), de fidelidad más que dudosa. El único medio factible
de mantenerlos bajo control era el armamentístico.
Sin embargo, la antigua Grecia era muy pequeña para dos polis antagónicas con pretensiones
hegemónicas, por lo que la tensión entre Atenas y Esparta fue en aumento hasta desembocar
en la guerra: una guerra larga y de nefastas consecuencias.
Ni siquiera el peligro persa logró que los helenos formaran un solo bloque, ya que las
discrepancias e incluso las deserciones nunca faltaron. Vencido el Imperio aqueménida en las
guerras médicas (499-449 a. C.), Atenas y Esparta quedaron frente a frente. La potencia naval
de la primera contra el ejército terrestre de la segunda.
El estallido. Entre 460 y 445 a. C., atenienses y espartanos se enfrentaron en lo que algunos
historiadores denominan primera guerra del Peloponeso. Firmada la paz, ésta se quebró en
431 a. C. El detonante fue un mero pretexto. La isla de Corcira (actual Corfú) se había
rebelado contra Corinto, su metrópolis. Atenas apoyó a los rebeldes y Esparta a los corintios.
Pronto se desencadenó un conflicto de ámbito general.
La guerra en Italia. Las hostilidades se reanudaron sólo tres años después, en 418 a. C., con
la ocupación espartana de Mantinea. Los atenienses, por su parte, enviaron una formidable
expedición contra Siracusa (Sicilia). Si la conquistaban, se convertirían en una superpotencia
del Mediterráneo. Pero el jefe de la expedición, Alcibíades, desertó al ejército espartano. Este
hecho, entre otros, condujo la aventura hacia un fracaso estrepitoso.
La rendición de Atenas. Ante la debacle de Sicilia, Atenas perdió a muchos de sus aliados y
con ellos los considerables tributos que éstos pagaban. A su vez, debía hacer frente a una
amenaza muy peligrosa: la alianza que el Imperio persa negociaba con Esparta. Los políticos
atenienses se plantearon entonces cómo restaurar el orgullo herido de su patria. Y su remedio
fue prepararse una vez más para la lucha.
1. 2.- El Panhelenismo
Las polis eran rivales por definición e incluso se enzarzaban en guerras. Pero un vínculo las
unía: el panhelenismo. Recordaban las mismas viejas historias épicas, en especial la guerra de
Troya, en la que habrían intervenido todos los pueblos griegos, y profesaban culto a unos
mismos dioses, a cuya cabeza se situaba Zeus y su fabuloso Templo de Olimpia.
LOS ORÁCULOS
Los dioses comunicaban sus designios a los humanos a través de los oráculos. Se
encontraban dispersos por toda la Hélade, y las polis no dudaban en recorrer cientos de
kilómetros para efectuar sus consultas. Los reyes de Esparta, por ejemplo poseían unos
correos especiales, los pythioi, especializados en consultar a la pitia de Delfos. La respuesta de
los dioses llegaba por dos vías: a través de la meditación o inspiración de una persona
designada a tal efecto como la pitia de Delfos, o por la interpretación de signos, como el
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murmullo de las hojas de roble en Dodona. Los dioses más importantes a los que se dedicaban
los oráculos eran Zeus (como el de Dodona) y, sobre todo, Apolo (Delfos, Dídimo, Claros...).
Los juegos
Un motivo de reunión de todos los helenos eran los juegos estefanitas, aquellos que otorgaban
mayor gloria y cuya única recompensa material era una corona de hojas (stefanos). Existían
cuatro competiciones de este tipo: las de Olimpia, Delfos, Nemea y el istmo de Corinto. En un
intervalo de cuatro años, un periodos, el primer año se celebraban los Juegos Olímpicos; los
ístmicos y nemeos el segundo; los píticos (en Delfos) el tercero; y los ístmicos y nemeos de
nuevo en el cuarto. Aparte de estas competiciones existían muchas otras, algunas de carácter
local y otras, llamadas argyritas, que atraían a competidores de toda la Hélade gracias a sus
recompensas materiales.
Por otra parte, el concepto de igualdad sólo era extensible a los ciudadanos, pero éstos eran la
inmensa minoría de los alrededor de 200.000 habitantes del Ática en tiempos de Pericles: la
mitad eran esclavos y un tercio metecos.
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ALCIBÍADES, EL TRÁNSFUGA
El héroe ateniense huyó a las filas enemigas para terminar de nuevo en las propias.
LA CAÍDA. Pero llegó un día, tras la derrota de Notión, en que Alcibíades cayó en desgracia.
Se retiró a su palacio en Tracia, desde donde aconsejo con sabiduría a los suyos, si es que
alguna vez tuvo otro partido que su i sola persona. En Atenas, sin embargo, ya nadie le
escuchaba. Murió en 404 a. C., asesinado.
Elegido por el pueblo ateniense para regir sus destinos y reconstructor de la Acrópolis arrasada
por los persas, su nombre es el símbolo de la Edad de Oro de la ciudad
Corría el verano del año 480 a.C. Las tropas del rey persa Jerjes marchaban de modo
implacable sobre el Ática, cuya capital, Atenas, conocía una actividad frenética. Ancianos,
niños y mujeres eran embarcados hacia las islas próximas, en tanto que los hombres aptos
para el combate eran movilizados. Entre los que huían se encontraba un niño de unos diez
años, hijo de una de las principales familias de la capital ática. Su nombre era Pericles.
Los atenienses evacuaban su ciudad, tal como parecía sugerir el inquietante oráculo recibido
por una embajada ateniense en el santuario de Apolo en Delfos. El dios, por boca de la pitia,
su profetisa, se había dirigido así al pueblo de Atenas: << ¡Huye al fin del mundo y abandona
tus casas y de tu circular ciudad los eminentes baluartes!>>. Y proseguía con visiones terribles:
<<en estos momentos, las imágenes de los dioses deben de alzarse en sudor bañadas y
estremecidas de espanto, pues negra sangre chorrea de lo alto de los pináculos, presagiando
calamidades inexorables. Abandonad, pues, este sagrado lugar y, ante las desgracias,
comportaos con entereza>>. Un segundo oráculo, aunque algo más tranquilizador, parecía
mantener la exhortación a abandonar Atenas: <<No aguardes indolente a la caballería y al
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ingente ejército de tierra que del vecino continente llega; al contrario, retírate; vuelve la espalda.
Un día, tenlo por seguro, ya les harás frente>>.
El vaticinio, así referido por Heródoto (VII, 140-141), se cumplió poco después. Mientras la flota
griega fondeaba en Salamina y se aprestaba a enfrentarse a la persa en la que iba a ser una
de las batallas navales más recordadas de la Antigüedad, Atenas era evacuada del modo que
hemos visto ante el imparable avance por tierra del ejército persa, que arrasaría sus templos y
edificios públicos, incluyendo la Acrópolis. Pero los trirremes griegos triunfaron sobre la flota
persa ante la isla de Salamina, y los atenienses pudieron volver a sus casas. El regreso a la
ciudad devastada debió de ser tan desolador como para marcar de por vida al que, pocas
décadas más tarde, se convertiría en el gran reconstructor de la gran ciudad del Ática.
LA FORMACIÓN DE UN LÍDER
Pericles nació en el año 490 a.C. Fue hijo de Jantipo y Agarista. Su padre, un ciudadano
influente, había conocido el ostracismo y fue uno de los comandantes de la flota griega que en
el479 a.C. derrotó a los persas en Micala; su madre era pariente de Clístenes, el reformador
que había acabado con la tiranía de los Pisistrátidas en Atenas. La educación de Pericles
coincidió con la del resto de los hijos de ciudadanos atenienses, quienes eran iniciados
tempranamente en la mousiké -o sea, en la lectura, la escritura y la música propiamente dicha,
así como en la práctica de las cinco pruebas del pentatlón (lucha, carrera salto y lanzamientos
de disco y de jabalina). Estos ejercicios se intensificaban durante la efebía (entre los dieciocho
y los veinte años), completándose con el acercamiento teórico a la administración y la política
atenienses y, sobre todo, con el aprendizaje del combate hoplítico. Así, Pericles se educó, ante
todo, como atleta y guerrero de élite, pasando la mayor parte de su tiempo en el gymnásion
(gimnasio).
EL PODER DE LA INTELIGENCIA
Ahora bien, la mente de este hijo de la aristocracia fue formada por un maestro de excepción:
el joven Anaxágoras, filósofo jonio dispuesto a defender que el noús, la inteligencia, era la
fuerza creadora de todas las cosas, el principio soberano que el pensamiento mítico heleno
tenía asociado al dios Zeus. Anaxágoras -que cultivó la filosofía en Atenas durante treinta años,
en los que fue inseparable de Pericles- destacó entre los muchos pensadores que llegaron a la
que pronto sería la capital cultural de aquel inmenso mundo griego que, tras el fenómeno de la
Gran Colonización, se extendía por toda la cuenca mediterránea.
Como es sabido, las muchas ciudades griegas, o póleis, nunca llegaron a conformar un solo
Estado. A los helenos les unía el uso de una misma lengua y la adhesión a un mismo sistema
religioso presidido por dioses comunes, pero el funcionamiento de cada una de las póleis
estaba basado en un régimen de autonomía, el cual implicaba disponer de ejército, sistema
político y emisión de moneda propios. No obstante, al finalizar las guerras médicas, los griegos
optaron por aliarse para crear una fuerza opositora a la medida del poderío del rey medo.
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En el año 478 a.C., unas 275 póleis se asocian bajo el nombre de Liga de Delos y eligen como
líder a Atenas, la ciudad que más veces había sacrificado su territorio en el enfrentamiento con
el persa. En adelante, durante casi cincuenta años, esta polis impondría en el Egeo una
estrategia política, presidida por el sistema democrático, cuyas bases había asentado Clístenes
en el 507 a.C. Ahora bien, dicha estrategia tuvo inevitables efectos económicos, de lo más
ventajosos para la ciudad líder, como indica el hecho de que el dracma se privilegiara como
moneda para facilitar los intercambios económicos.
Con una flota cada vez más poderosa, gracias al tesoro de la Liga, Atenas pudo mantener a
raya a la persa, además de combatir a los piratas y a toda nave que pudiera dificultar la libre
circulación marítima de mercancías. Entre éstas destaca la importación de trigo como producto
de primera necesidad que la tierra ática -capaz, por otra parte, de ofrecer el tesoro de plata de
Laurion- no podía producir por su aridez.
Pero al puerto del Pireo llegaban barcos procedentes de Sicilia y la Magna Grecia, del Ponto,
Egipto Libia o Chipre, con cargamentos de materias primas, variadas manufacturas y
numerosos viajeros. La ciudad hegemónica del imperio marítimo de los griegos atraía a
personas de todo tipo y condición. En ella se instalaban pequeños y grandes hombres de
negocios, cortesanas y simples prostitutas, intelectuales y artesanos de las culturas más
refinadas. Todos ellos recibían el estatus de metecos, o sea, de extranjeros domiciliados que no
podían comprar tierra ática ni intervenir en política emitiendo su voto. De estos privilegios sólo
disfrutarían los ciudadanos de pleno derecho: los atenienses varones, libres y mayores de
edad, que gobernaban la vida política, económica y religiosa de la polis orientados por el ideal
de igualdad (isonomía). Atenas sólo contaba con unos 40.000 de ellos, entre sus más de
200.000 habitantes.
Cuando Pericles accede al muy activo escenario político de esta pujante ciudad, en él destacan
dos aristócratas que representan tendencias encontradas entre sí. Por un lado, Cimón, que
defendía las posiciones de la nobleza más reacia a los cambios; por otro, Efialtes, que recogía
la opinión de los ciudadanos (entre los que destacaba Pericles) favorables a seguir ampliando
la participación del démos en el poder político.
Un mal paso en su carrera militar condujo a Cimón al ostracismo en el 461 a.C., año que
Efialtes aprovechó para presentar ante el pueblo una profunda reforma constitucional que
vetaba importantes poderes decisorios al tribunal del Areópago -reducto de la aristocracia más
conservadora- para entregárselos a la Asamblea y a los tribunales populares. Con la
aprobación de esta reforma la demokratía ateniense alcanzaba la madurez: en el Consejo de
los Quinientos y en la Asamblea, los ciudadanos decidirían sobre asuntos que antes no eran de
su incumbencia y ejercerían de jueces en los muchos tribunales que el audaz reformador había
activado.
Efialtes murió al año siguiente de que sus medidas fueran aprobadas, con toda probabilidad,
asesinado, aunque nunca se llegó a identificar a los culpables. Así de penoso fue el evento que
convirtió a Pericles en el estratego jefe (dirigente supremo) de Atenas. O, mejor dicho, en la
figura clave de la fervorosa actividad política a la que se entregaron los atenienses; pues -a
diferencia de lo que ocurre en nuestros días- la política y la justicia de Atenas en modo alguno
podían aislarse del pensar de los ciudadanos, al ser ellos mismos quienes las ejercían votando
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Pericles, el reformador
Uno de los primeros logros que se le reconocen fue la creación del misthós, o <<salario>>, que
los ciudadanos percibirían a cambio del tiempo que consagraban a los asuntos públicos
(Plutarco, Pericles, 9). Esta medida inquietó al grupo de propietarios cuya fortuna les permitía
asistir regularmente a la Asamblea en consecuencia, controlarla en minoría, pero facilitó la
participación de los menos privilegiados en el ejercicio del poder: el ingenio desplegado por los
griegos al crear la primera forma de democracia no era para nada ajeno al bienestar económico
que disfrutaban.
En el año 451 a.C., Pericles consiguió otro triunfo al someter a votación una ley que limitaba la
posibilidad de acceso a la ciudadanía sólo <<a los nacidos de padre y madre ciudadanos>>
(Aristóteles, Constitución ateniense, 26). En una ciudad repleta de emigrantes, las uniones con
extranjeros ya no sólo eran practicadas por la aristocracia -que siempre buscó ventajosas
alianzas de parentesco en el exterior- y el número de beneficiarios de los derechos de
ciudadanía aumentaba de forma espectacular. Pero, precisamente por la gran cantidad de hijos
de uniones mixtas, de <<bastardos>>, ya nacidos y por nacer en el Ática, la aplicación de esta
ley resultaría problemática.
Así lo ilustra, de hecho, la biografía del propio Pericles. En un principio, éste contrajo un
matrimonio convencional con una mujer de su propia estirpe, la cual, en una alianza anterior,
había dado a luz al después célebre Calias. Con Pericles tuvo dos hijos, Jantipo y Páralo, pero
<<como la vida en común no les era grata, Pericles se la entregó a otro con el consentimiento
de ella, y tomó por compañera a Aspasia>>, (Plutarco, Pericles, 24). La esposa de Pericles era
el prototipo de dama ateniense, educada en el ámbito familiar e iniciada en los ritos iniciáticos
presididos por las virginales Ártemis y Atenea, para ser hacendosa, elegante y discreta.
Atendía a los más pequeños del hogar y dirigía el trabajo de los esclavos domésticos. Como el
resto de hijas y madres de ciudadanos, no tenía derecho a votar ni a recurrir a las instituciones
jurídicas sin la mediación de un tutor. Su estatus era algo así como el de una eterna menor,
aunque su condición de <<ciudadana>> despuntaba en los actos religiosos, cuando desfilaba
en las grandes procesiones, ofrendaba a Hera, protectora del matrimonio, o celebraba la fiesta
de las Tesmoforias, que las esposas dedicaban a Deméter como responsable de la abundancia
de niños y cosechas que se imploraba para la polis. Así, la madre de los hijos legítimos de
Pericles era la antítesis de Aspasia, cortesana que llegó a Atenas desde la refinada ciudad
jonia de Mileto.
Al prendarse de esta bella, el lúcido político desveló una contradictoria actitud, pues mientras
predicaba a las atenienses que evitaran suscitar todo comentario de los hombres a propósito
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de ellas, <<ya sea por vuestros méritos o para reproche>>, (Tucídides, II, 45), su corazón
estaba con Aspasia, la mujer más famosa de la ciudad. Contrariamente a la esposa de
Pericles, Aspasia había sido educada con esmero en las artes y las letras. Uniendo el encanto
a la sagacidad, destacaba como brillante oradora en los banquetes y en su exclusivo salón,
lugar de encuentro de intelectuales ilustres -como Sócrates, Eurípides y Anaxágoras- y de
distinguidos ciudadanos. Así de atractivo fue el entorno en el que Pericles cohabitó con
Aspasia, apreciándola de manera singular, <<pues al salir y al entrar cuando volvía del ágora,
todos los días la saludaba y le daba un beso>> (Plutarco, Pericles,24). Pero nunca pudo
desposarla oficialmente: el hijo que Pericles tuvo de esta extranjera no podía sino ser ilegítimo,
una vez decretada la ley del 451 a. C. Años más tarde, cuando los dos descendientes legales
de Pericles habían muerto y él se acercaba al final de sus días, la ciudad, compasiva, le
permitió derogar <<la ley sobre los bastados que él mismo había presentado en fecha anterior,
a fin de evitar que la ausencia de herederos extinguiera su nombre y su linaje>> (Plutarco,
Pericles, 37). En el ocaso de la vida, el líder experimentó en carne propia la crueldad de su
estricta ley de ciudadanía. Pero olvidemos, de momento, el triste final de Pericles, para seguir
disfrutando de los mejores momentos de su gestión.
En el año 450 a.C., la Asamblea dio luz verde al decreto que permitiría a los atenienses utilizar
parte del tesoro de la Liga para emprender la reconstrucción de la Acrópolis. Tucídides elevó
de nuevo su voz contra la de Pericles para alertar a sus conciudadanos sobre el malestar que
la decisión generaría en los aliados. Y no se equivocó al hacerlo, aunque de nada sirviera: el
sueño de una Acrópolis reconstruida, acariciado por los atenienses desde que los antiguos
templos fueran incendiados Por el persa, iba a convertirse en realidad.
Centro en torno al cual, Atenas se había extendido durante siglos, la Acrópolis era considerada,
ante todo, como la colina sagrada en la que residía Atenea, hija Predilecta de Zeus, que velaba
por la ciudad. Una nueva casa para la diosa, superior a la anterior en dimensiones y calidad
estética, debía elevarse sobre las ruinas. Pericles encargó la supervisión de la obra a Fidias, el
más delicado de los escultores que trabajaban en Atenas. Y en poco tiempo comenzaron a
alzárselas escaleras de mármol rosáceo extraído del Pentélico, que darían acceso a los
Propileos, o antepuertas. Ya en la explanada de la Acrópolis, se erigiría un templo de estilo
dórico -el Partenón- destinado a albergar la estatua de Atenea Parthénos, auténtica diosa
viviente para los antiguos, a la que dio forma el genio fidíaco sin escatimar oro y marfil. Y
también sería obra de Fidias la estatua colosal de Atenea Promáchos, realizada en bronce e
instalada sobre la Acrópolis, al aire libre, para que la encarnación divina de la inteligencia y de
la guerra hoplítica -símbolo de los ideales atenienses de sabiduría y libertad- se distinguiera a
kilómetros de distancia.
El fin de Pericles
Corre el año 431 a.C. y los atenienses acaban de elegir nuevamente general a Pericles. Todo
un éxito para el político, pues, a sus más de sesenta años, es la decimotercera vez consecutiva
que lo votan para ejercer el cargo de estratego, junto con nueve colegas. El «primer ciudadano
de Atenas», que ha dominado la política de la ciudad durante los últimos tres decenios,
deambula por el puerto de El Pireo admirando el trabajo de los astilleros, o se pasea por los
mercados del Ágora o por la escarpada Acrópolis, a ratos cabizbajo, a veces ufano de esta
bella ciudad recién reconstruida gracias a su propio impulso.
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Pericles no sabe que le quedan tan sólo dos años de vida, y que ese período será el más difícil
y amargo de toda su existencia. En esos meses va a enfrentarse a trances y experiencias
vitales tan inesperados como angustiosos: quedará estupefacto cuando algunos ciudadanos le
citen a juicio, vivirá la amargura de su destitución del cargo de estratego (aunque será pronto
rehabilitado y reelegido) y, finalmente, percibirá su propia muerte prematura, ocasionada, o al
menos inducida, por la peste que comenzó a asolar Atenas en el año 430 a.C. Todo ello en
medio de circunstancias políticas de la máxima gravedad: la guerra del Peloponeso, el largo
conflicto que se inicia justamente en 431 a.C. y que enfrenta a muerte a los dos Estados más
poderosos de Grecia, Atenas y Esparta, con sus respectivos aliados. A principios de ese año
431 a.C., Pericles barrunta la guerra con los
espartanos y sabe que será suya la responsabilidad de
alejarla o de desencadenarla.
Agazapados en Atenas
mientras que si son los ciudadanos los que perecen a manos del enemigo no resulta posible
reponer sus vidas. A cambio, los atenienses debían encomendar a su flota el contraataque,
pues en sus naves residía el avituallamiento, la salvación y la protección global de la ciudad.
Una vez estalló la guerra, en la primavera de 431 a.C., Pericles siguió utilizando sus
excepcionales dotes oratorias para mantener alta la moral de sus conciudadanos y, de paso,
asentar su propio poder. Fue él, por ejemplo, el encargado por la ciudad de homenajear a los
jóvenes atenienses muertos en el primer año de la
guerra, en su famoso Discurso fúnebre (Lógos
epitáfios) que nos ha legado el historiador Tucídides
(II, 35-46) y que constituye uno de los más brillantes
exponentes de la oratoria ática y un magnífico
ejemplo de la elocuencia de nuestro personaje.
También supo imponer su fama de hombre
incorruptible, íntegro e insobornable ante el dinero.
La ofensiva inicial de los espartanos, como estaba
previsto, había consistido en invadir el Ática, la
región en torno a Atenas, y a continuación devastar
a conciencia los campos de los agricultores, que se
habían refugiado en la ciudad. Arquidamo, el rey
espartano que comandaba la expedición, dio orden
de respetar las fincas de Pericles, en un intento de
hacer pensar a los atenienses que su estratego
había pactado con el enemigo o había sido
sobornado. Pero Pericles no dudó en quemar sus
propios olivares y labrantíos para desmentir la
calumnia.
Sin embargo, la fase inicial de la guerra no discurrió del todo bien para los atenienses. Sus
ataques por mar en el Peloponeso hicieron poca mella en el poder espartano, y aunque
Pericles, al frente de una gran expedición, logró tomar Megara, seguía estancado el asedio
sobre Potidea, ciudad que se había rebelado contra la hegemonía ateniense. Los
lacedemonios, por su parte, habían asolado totalmente el Ática y no cabía duda de que al año
siguiente volverían a hacerlo. Era, pues, inevitable que se agudizara el descontento ante la
política de Pericles. Sobre todo cuando en el año 430 a.C. sobrevino un desastre inesperado:
una terrible epidemia que en pocas semanas provocó enormes estragos entre la población de
Atenas.
La oposición a Pericles fue subiendo de tono entre sus conciudadanos. Quienes antaño le
obedecían a pies juntillas y sin
rechistar, se atrevían ahora a
censurarle en público o en privado
y a dudar de su estrategia militar y
de su actuación política. Se le
acusaba de haber promovido la
guerra por arrogancia y afán de
protagonismo, pero también de
haber traído la peste a la ciudad al
concentrar a la gente del campo en
la zona intramuros y convertir
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Atenas en un lugar insalubre y proclive al contagio. Pericles tuvo que defenderse desde la
tribuna de la Asamblea, quejándose de la volubilidad de los ciudadanos: «Si os persuadí para
que fuerais a la guerra porque pensabais que reunía las condiciones necesarias para ser
vuestro jefe, no obráis con justicia si me culpáis ahora por mis equivocaciones». Por no faltar
calumnias, su propio hijo Jantipo le acusó de haber mantenido relaciones sexuales con su
nuera; y aun algunos osaron incriminarlo a propósito del comportamiento poco honesto de su
segunda esposa, la bella Aspasia.
Por último, sus enemigos llegaron a imputarlo por malversación de fondos públicos, lo que le
obligó a comparecer a juicio. Todo o casi todo valía contra Pericles, y durante largos meses
toda Atenas estuvo pendiente del veredicto del jurado. No conocemos los pormenores del
desarrollo del proceso; ni Tucídides ni Plutarco nos dicen quién lo incoó, ni en qué términos
concretos transcurrió. Se dijo, en todo caso, que sólo el orador Hipias acudió en su defensa. Al
final se le impuso una multa de 15 talentos (según otros autores, 50), cantidad muy
considerable que Pericles pagó con el apoyo de sus amigos. Seguramente como consecuencia
del proceso fue destituido de su cargo de estratego, algo que sin duda le hirió de forma
extraordinaria en su orgullo, habituado como estaba al éxito político.
El espectro de la peste
Sin embargo, al cabo de unos meses sus conciudadanos se arrepintieron y volvieron a elegirle
general con vistas a las nuevas campañas militares de la primavera del año 429 a.C. Al
principio, Pericles se negó a retomar el mando y sólo accedió a ello tras los ruegos insistentes
que le hiciera su joven pariente Alcibíades. Durante este último mandato abolió un decreto
anterior que él mismo había hecho aprobar, según el cual sólo podían ser inscritos como
ciudadanos atenienses de pleno derecho los nacidos de madre y padre ateniense. Al parecer,
en este cambio de criterio hubo algo personal pues sus dos hijos mayores, Jantipo y Páralo,
nacidos de su primera esposa, habían muerto a causa de la epidemia, por lo que es posible
pensar que Pericles, «para que no se acabase su casa ni se extinguiera su linaje» (según
Plutarco), buscara conceder la ciudadanía ateniense a su nuevo hijo, de nombre también
Pericles, habido con Aspasia, una mujer extranjera.
Fue, pues, la peste la que causó nuevas desgracias y sinsabores a Pericles durante este bienio
final de su vida. Como consecuencia de la enfermedad habían muerto sus dos hijos mayores y
su hermana; también falleció una de sus amantes, la bella Elpinice, y tuvo que ver expirar a
varios de sus amigos. Entre otras anécdotas a este propósito, se cuenta que Pericles sólo lloró
una vez en su vida, al enterrar a su querido hijo Páralo en el fatídico año 429 a.C.
Pero el destino le tenía reservado ser también él mismo víctima de la enfermedad. Una vez
contagiado, el mal no le atacó al principio con gran virulencia, sino que le causó unas fiebres
suaves e intermitentes. Éstas, sin embargo, consumieron sus fuerzas y acabaron con su vida.
Narran sus biógrafos que a pesar de tanto sufrimiento, Pericles siempre conservó su entereza
de ánimo y no se dejó vencer por el dolor. Testimonia igualmente la biografía de Plutarco que
cuando hubo muerto sus caballos dejaron de comer y se dieron al llanto; hermoso eco, quizá,
de otros nobles corceles de la mitología griega, Janto y Balio, propiedad del heroico Aquiles,
dotados de voz humana.
Otra anécdota sobre la agonía de Pericles revela el rostro humano del gran dirigente de
Atenas. Sus amigos, reunidos en torno a su lecho de muerte, hablaban sobre sus méritos y sus
gestas, creyendo que él ya no podía escucharles. Pero Pericles prestaba atención, y en un
momento dado los interrumpió para decirles que se extrañaba de que elogiaran tanto sus éxitos
militares, que no eran excepcionales y se debieron en buena medida a la fortuna, y en cambio
olvidaran lo que para él era más importante: «Nadie, de todos los atenienses, se ha tenido que
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poner un vestido de luto por mi culpa». Se refería con ello, según explica Plutarco, a que, pese
a su gran poder, nunca había actuado por odio o por ira, y no había tratado a ningún enemigo
personal como adversario irreconciliable. Aquellas cualidades personales harían que, a su
muerte, los atenienses no tardaran en echarle de menos. Todos llegaron al convencimiento de
que de haber seguido con vida el «mejor de sus ciudadanos», ni la guerra habría tomado los
derroteros adversos que tomó, ni habría habido espacio político para los mediocres personajes
que asumieron a continuación la gestión de la ciudad.
Atenas, siendo una democracia, disfrutaba de una organización social en la que las ideas de
isonomía (igualdad ante la ley) y el consiguiente derecho a hablar ante la asamblea (isegoría)
propiciaba un modo de vida muy alejado del conservadurismo estamental de la antigua
aristocracia o de las oligarquías que todavía seguían gobernando en otras
ciudades-estado (como ocurría con la diarquía espartana). La democracia ateniense es una
democracia directa, en la que los ciudadanos intervienen en primera persona en la Asamblea,
en lo que se ha considerado un ejercicio directo de la soberanía. No todos los habitantes
de la ciudad son ciudadanos, sin embargo. Los esclavos, los extranjeros y las mujeres
no gozan de los derechos de ciudadanía: sólo los varones adultos que hubiesen
terminado su formación militar como efebos (que solía tener lugar entre los 18 y los 20 años) y
que fueran descendientes legítimos de ciudadanos atenienses, eran considerados
ciudadanos. Tras las guerras del Peloponeso, en el siglo -IV, se calcula que vivían en
Atenas en torno a 250000 personas, incluyendo a los esclavos, de las que menos de
30000 eran ciudadanos (en total habría unos 100000 atenienses, contando a los familiares
sin derechos de ciudadanía: mujeres y niños).
Esta organización social está basada sobre la actividad de los esclavos y de los artesanos.
Entre los artesanos había, además, muchos extranjeros (metecos), aunque estaban también
excluidos de la ciudadanía y del derecho a poseer propiedades inmobiliarias. Entre los
ciudadanos atenienses el trabajo físico está mal considerado y, aunque son propietarios de
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En fin, durante los años que gobernó Pericles y las siguientes décadas, en Atenas se
desarrollaron las artes y las letras hasta cotas no alcanzadas anteriormente. Fueron los
años de los grandes monumentos de la Acrópolis, como el Partenón y el Erecteión.
Junto a artistas como Fidias y posteriormente sus alumnos Agorácrito y Alcámenes,
encontramos más tarde a Praxíteles, igualados ambos a Mirón y Policleto; pero también a
ceramistas de la talla de Meidias. El teatro alcanza su máximo esplendor, con las tragedias de
Esquilo, Sófocles y Eurípides, seguido de cerca por los logros alcanzados por la comedia
con Aristófanes. Tucídides y Heródoto sientan las bases de lo que serán los estudios
históricos en el futuro. Una actividad cultural sin precedentes que todavía hoy sigue causando
admiración y proponiéndose como referente.
2.2.-Contexto filosófico
Una ciudad como Atenas, con una economía floreciente, libertades democráticas, poco peso de
la religión, afluencia de extranjeros, y abierta a las innovaciones, inmersa en un continuado
desarrollo cultural y artístico, se convirtió pronto en un lugar atractivo para filósofos de
todas partes.
El desarrollo cultural del siglo -V atrajo a filósofos de la talla de Anaxágoras, que formó parte
del llamado círculo de Pericles, y también de Demócrito (aunque se le atribuye la queja de que
estuvo en Atenas y nadie le reconoció), pero sobre todo a los llamados sofistas, que fueron
bien recibidos en Atenas y durante muchos años se encargaron de la educación de los jóvenes
de las más destacadas familias atenienses, instruyéndolos en el arte de la oratoria y del debate
político, tan necesario para progresar en la vida política democrática ateniense. Pródico
de Ceos, Protágoras de Abdera, Gorgias de Leontini e Hipias de Elis son algunos de los más
conocidos sofistas que estuvieron en Atenas y fueron reputados por sus enseñanzas y
discursos, centra-dos en cuestiones del lenguaje, de antropología y sociología, desde posturas
relativistas -tanto en lo político como en lo moral-, diferenciándose así de los filósofos jónicos,
que habían manifestado una preocupación más centrada en el estudio de la naturaleza; pero
con cierta proximidad, por su interés por la lógica, con las escuelas itálicas de Elea.
Aristipo de Cirene (escuela cirenaica). Sócrates, considerado como un sofista por sus
conciudadanos, fue considerado por Platón como el anti-sofista por excelencia, en lo que
Platón nos ha transmitido como su preocupación fundamental: la búsqueda de la verdad
absoluta, de la definición universal, alejándose del relativismo de los sofistas. Posteriormente el
mismo Platón, tras la creación de la Academia, se convertirá en el filósofo más reputado de
Atenas, atrayendo a su escuela estudiantes y filósofos de toda la Hélade, entre los que
podemos citar a Eudoxo de Cnido y a Aristóteles.
Casi todos los personajes que Platón hace intervenir en sus diálogos son reales, aunque
frecuentemente se recurre a situaciones anacrónicas al colocar unos en relación con
otros, es decir, a muchos interlocutores se les sitúa en tiempos distintos a los que en realidad
existieron. El protagonista principal en la mayoría de ellos es Sócrates, que, mediante una
ingenuidad fingida (ironía socrática), va refutando las posiciones de sus interlocutores,
frecuentemente de los sofistas, los “profesionales” de la enseñanza, quienes, a los ojos de
Platón, no hacen sino confundir a la juventud con sus sofismas.
En la actualidad, se atribuyen a Platón 42 Diálogos; pero, por una parte, este número es
dudoso y, por otra, resulta muy difícil establecer la secuencia cronológica correcta entre ellos;
de manera general, siguiendo a los tratadistas principales, podemos diferenciar cuatro
períodos, a saber:
18
Respecto a la relación entre las cosas sensibles y las ideas, Platón afirma que a cada clase de
objetos que existen en el mundo sensible corresponde una idea, una esencia, y esta
idea es la realidad más valiosa, su esencia, su verdad objetiva. Las características
fundamentales de las ideas son las siguientes:
● Las cosas participan de las ideas (tienen alguna cualidad suya) o imitan su
idea (son un reflejo, se parecen en algo).
● Tienen un carácter normativo: no describen cómo son las cosas sino cómo
deben ser. Las ideas son objeto de una definición y por tanto, de ciencia. Sobre las
cosas materiales, en cambio, sólo podemos tener un conocimiento imperfecto.
19
● Las ideas son inmutables y eternas, a diferencia de las cosas del mundo
sensible que cambian continuamente, que empiezan a existir y desaparecen.
Vemos aquí las cualidades del ser de Parménides).
Platón dedica en uno de sus diálogos: Timeo a explicar el origen del mundo sensible y
también trata la divinidad, llamándolo demiurgo, el ordenador del caos primitivo.
Este mundo ha sido hecho por el demiurgo. No se trata de que el demiurgo haya creado el
mundo de la nada (el concepto de creación no existe en la cultura griega), lo que el
demiurgo ha hecho, por ser sumamente inteligente y bueno, es actuar sobre una materia
caótica, que existía desde siempre para llevarla a un estado de orden. Por tanto, su
función es ordenar, organizar y combinar, pero no crear.
El Bien no es, pues, una idea como las demás, sino principio activo de ser y de verdad. Es el
fundamento por el cual las cosas sensibles tienen realidad y sentido.
Para Platón la Idea no es un simple concepto mental, algo que sólo exista en la mente,
sino una entidad extramental que tiene existencia objetiva: hay, por ejemplo, multitud
de cosas sensibles bellas; pues bien, la idea de Belleza, no es, para Platón, la mera
construcción mental, formada a base de los caracteres comunes que podamos
observar en las cosas sensibles bellas, no es lo que habitualmente conocemos como
el concepto de lo bello: la Idea de Belleza existe por sí misma, más allá de la
mente y con independencia de los objetos
sensibles bellos. Y lo mismo ocurre con
las Ideas de Verdad, Bondad, Justicia,
etc. Las ideas son el correlato, en el
mundo inteligible, de las esencias de las
cosas sensibles; dicho de otro modo, las
esencias de las cosas sensibles tienen en
el mundo inteligible, o mundo de las
Ideas, su correspondiente Forma o Idea.
20
Las Ideas son inmutables y sólo captables por el entendimiento: para Platón las Ideas
poseen los mismos atributos que el ser de Parménides, esto es, son inmutables,
inmóviles, eternas, simples, únicas, incondicionadas y absolutas. Además sólo
pueden ser captadas por el entendimiento. Sólo ellas y no los objetos sensibles
existen verdaderamente; el mundo de las Ideas o mundo inteligible es el mundo real
verdadero.
Las Ideas son la causa de las cosas: para una mejor comprensión de lo que Platón
quiere decir es preciso saber cuál era el significado del sustantivo causa, en griego
“aitía”. A menudo designaba al hombre culpable de un delito y, en general, a cualquier
cosa que fuera responsable en cualquier sentido, de la existencia de una cosa o de la
realización de una acción. Así, Aristóteles después de Platón, analizará este concepto
bajo cuatro aspectos, todos los cuales son necesarios si algo va a originarse, y
distingue así cuatro causas: la causa material (aquello de lo que algo se origina), la
causa formal (la forma o modelo de algo), la causa eficiente (el agente de la acción) y
la causa final (el fin que se tiene a la vista).
Platón entendía como causas reales, únicamente la causa final y la formal. De este
modo, las Ideas serían causas formales y finales de las cosas: causas formales
porque serían las responsables del carácter de una cosa en general. Es decir, serían
responsables de lo que las cosas verdaderamente son, de su esencia:
Las Ideas serían causas finales de las cosas, en el sentido de fines a la vista, esto es
objetivos cuyo ser perfecto, todas las cosas que se originan pretenden o se
esfuerzan en conseguir. En este sentido, las cosas imitan a las ideas, actuando
estas como modelos o paradigmas.
¿Cómo debe entenderse eso de que todas las Ideas participan de otras situadas
en un plano superior? Tomemos el ejemplo de la «Idea de Caballo” Tal Idea tiene
entidad en sí misma -rasgo que caracteriza a cada una de las Ideas-; pero, a su vez, la
«Idea de Caballo», «es» algo, por lo tanto participa de la «Idea de Ser», es «una» por
tanto participa de la «Idea de Uno», etc.
La Idea de Bien expresa esa conveniencia, esa determinación (la Idea de Bien es, más
que un ente -más que algo determinado-, la determinación misma). Con otras
palabras: un «buen» zapatero
es el que sabe hacer zapatos,
es decir, es el que es aquello
que se espera de él. Pues
bien, lo que se espera de las
Ideas es que sean
determinadas. Todas las Ideas
son algo (al contrario del
mundo sensible) porque son
perfectamente determinadas
(el mundo sensible no, ya que
una cosa es una y muchas,
22
ahora es, luego ya no es). Digamos que lo propio de las Ideas es ser determinadas;
por ello, la Idea de Bien es, por decirlo de algún modo, la Idea de la determinación
misma, y, por ello, la Idea de la Idea. Las cosas sensibles tienen un ser en tanto
participan de las Ideas; las Ideas tienen un ser en tanto son Ideas, en tanto
participan del ser Idea, en tanto participan de la Idea de Bien.
Según esto, la idea del Bien no es, simplemente, la causa de todas las cosas y
acciones que llamamos buenas, sino que es, además, la Idea más eminente, la idea
primera, el principio supremo, que, como tal, expresa el sentido y la inteligibilidad de
todo lo real. Pero, ¿cuál es la naturaleza del Bien? En la República , Platón emplea
tres analogías diferentes, para explicar esta naturaleza: el símil del sol, el símil de
la línea y el símil de la caverna. Nos fijaremos en la primera de ellas, pus ya
tendremos ocasión, más adelante, de atender a las otras dos.
Y puesto que todo lo que nace ha de tener una causa de la que dependa, el cosmos
precisará necesariamente de una: el Demiurgo, Dios artesano, causa activa,
inteligente y productora del cosmos, aproximándose así al concepto de inteligencia
ordenadora (noús) de Anaxágoras.
El Demiurgo es "dios" porque es bueno y sabio, a diferencia de los hombres que sólo
son filósofos. Pero, en contraposición al cristianismo, no es omnipotente porque no
crea el mundo a partir de sí mismo, utilizando únicamente su inteligencia y saber
hacer (techné): ha de contar con tres elementos preexistentes y distintos de él:
Dios, habiendo decidido formar el mundo lo más posible a semejanza del más bello de
los seres inteligentes y de un Ser en todo perfecto, ha hecho de él un viviente único,
visible, conteniendo en su interior a todos los vivientes que son, por naturaleza, de la
misma clase que él." (Timeo, 30, c). El cosmos es concebido como un gigantesco ser
vivo, animado por un alma inteligente que es su principio.
3.3.- EL CONOCIMIENTO
sensibilidad, el ejercicio de la
razón, serían los instrumentos que
provocarían ese recuerdo en que
consiste el conocimiento. La teoría
de la reminiscencia volverá a ser
utilizada en el Fedón en el transcurso
de una de las pruebas para
demostrar la inmortalidad del alma,
pero Platón no volverá a insistir en
ella como explicación del
conocimiento.
En la República nos ofrecerá una nueva explicación, la dialéctica, al final del libro VI,
basa-da en la teoría de las Ideas. En ella se establecerá una correspondencia estricta
entre los distintos niveles y grados de realidad y los distintos niveles de
conocimiento. Fundamental-mente distinguirá Platón dos modos de conocimiento: la
"doxa" (o conocimiento sensible) y la "episteme" (o conocimiento inteligible). A cada
uno de ellos le corresponderá un tipo de realidad, la sensible y la inteligible,
respectivamente. El verdadero conocimiento viene representado por la "episteme",
dado que es el único conocimiento que versa sobre el ser y, por lo tanto, que es
infalible. Efectivamente, el conocimiento verdadero lo ha de ser de lo universal, de la
esencia, de aquello que no está sometido a la fluctuación de la realidad sensible; ha
de ser, por lo tanto, conocimiento de las Ideas.
Las nociones matemáticas, que de una parte reflejan las Ideas puras, pero por otra
parte sólo pueden traducirse con la ayuda de símbolos sensibles, nos proporcionan el tipo de
las nociones mixtas de la diánoia: las matemáticas se fundan sobre hipótesis a las que
consideran como principios a partir de los cuales deducen sus consecuencias, representando
así la actividad del razonamiento discursivo. La nóesis ¿en qué se diferencia entonces de la
diánoia? Por supuesto, en que se dirigen a objetos de conocimiento distintos, si seguimos la
interpretación de Aristóteles en la "Metafísica" (987 b 14 y siguientes) según la cual Platón
establecía una diferencia entre las Ideas y los objetos matemáticos en el sentido de considerar
a estos como realidades intermedias entre las formas (Ideas) y las cosas sensibles. Pero
también en cuanto a su naturaleza, pues la nóesis, aunque partiendo de las hipótesis de
la diánoia pretende rebasarlas re-montándose hasta los primeros principios, las Ideas,
mediante el recurso a una abstracción pura, descendiendo luego hasta las conclusiones
que se derivan de esos primeros principios, pero sin valerse en ningún momento de
imágenes sensibles. Esta distinción entre la diánoia y la nóesis ha dado lugar a
numerosas disputas, tanto respecto a su naturaleza y funciones como en cuanto a la
posibilidad misma de su distinción ¿cómo se justifica, en efecto, la afirmación de que existen
dos tipos de razón? Platón tampoco da muchas indicaciones al respecto, ni en la República ni
en otras obras posteriores; sí aporta, al comienzo del libro VII de la República, una
interpretación figurada de la alegoría de la línea a través del conocido mito de la caverna. Pero,
en la medida en que se recurre a un mito para explicar la alegoría de la línea, las dificultades
de la interpretación permanecen.
una facultad casi divina, capaz de revelarle la esencia última de las cosas, del universo.
Por eso, para conocer sus leyes toma como ciencia ideal las matemáticas, modelo de
ciencia formal racional (Recordemos a este respecto, como se podía leer en la puerta
de la Academia platónica “no entre aquí nadie que no sepa matemáticas” o la obsesión
de Descartes porque la filosofía imitase el exitoso método matemático).
● Ortega salva ambos conceptos: vida y razón. Postula una nueva aplicación de
la razón, la razón al servicio de la vida. La razón debe explicar la vida, nunca
sustituirla. La razón es el instrumento adecuado para esclarecer el sentido de la vida.
Frente al Racionalismo Ortega coloca a la vida en un papel principal y a la razón como
instrumento suyo, como una más de sus funciones. Pretende la sustitución de la Razón
Pura por este nuevo tipo de razón que el propugna: la Razón Vital Frente al Vitalismo
Ortega da un lugar a la razón, la considera un instrumento válido y con una
función importante. La superación de estas posturas es el Raciovitalismo.
● El Realismo, representante
clásico de él es Aristóteles,
supone que la realidad estriba
en los objetos. La realidad la
componen los objetos
independientemente del pensamiento.
● El Idealismo, que comienza con Kant y tiene su máxima ex-presión con Hegel,
identifica realidad con conciencia. La realidad, incluso aquella que nos parece
exterior, no es más que una experiencia interna.
● El Idealismo, que comienza con Kant y tiene su máxima expresión con Hegel,
identifica realidad con conciencia. La realidad, incluso aquella que nos parece exterior,
no es más que una experiencia interna.
Y en tercer lugar, la Doctrina del Punto de Vista o Perspectivismo es presentada por Ortega
como una superación de las posiciones defendidas por Racionalismo dogmático y
Relativismo sobre la naturaleza de la Verdad.
El Perspectivismo de Ortega defiende que hay tantas verdades como puntos de vista. Cada
vida es una perspectiva de la Verdad. Además no hay otra forma de acceder a la Verdad, éste
es el carácter de la Verdad, ofrecerse en perspectiva. Critica al racionalismo su
pretensión de imponer una perspectiva como la única verdadera, además de su
estatismo. Critica al Relativismo la conclusión de que son incompatibles múltiples verdades.
Para Ortega las distintas perspectivas no son contradictorias sino complementarias.
La crítica de la metafísica
Según tal concepción, la realidad queda escindida en dos ámbitos: una realidad suprasensible,
estática e imperecedera, frente a una realidad cambiante, sensible, perecedera... que es el
producto residual, "despreciable" de la anterior. Frente a este esquema ontológico reaccionará
Nietzsche esgrimiendo tres objecciones.
30
2. El mundo suprasensible no es más que una ilusión, una ficción, una fantasía construida
como negación del mundo sensible, única realidad para nosotros.
La muerte de Dios
El nihilismo
El nihilismo es el proceso que sigue la conciencia del hombre occidental y que quedaría
expresado en estos tres momentos:
Esta es la base sobre la que ha de construirse, según Nietzsche, la nueva filosofía. El hombre
provoca, en primer lugar, la muerte de Dios, sin apenas darse cuenta de ello. En segundo lugar,
el hombre toma conciencia plena de la muerte de Dios y se reafirma en ella. En tercer lugar, y
como consecuencia de todo lo anterior, el hombre se descubre a sí mismo como responsable
de la muerte de Dios descubriendo, al mismo tiempo, el poder de la voluntad, e intuyendo la
voluntad como máximo valor.
Todo ello conlleva un nuevo modo de entender el hombre, una nueva antropología. El hombre
actual debe ser sustituido por el "superhombre", un hombre que haga de la afirmación de
nuevos valores el eje de su vida. Lo único valioso que hay en el hombre actual es su carácter
de "puente" hacia el superhombre. El tema del superhombre guarda una relación estricta con el
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Mientras que el hombre actual es un ser domesticado, el superhombre es un ser libre, superior,
autónomo; un animal que posee sus propios instintos, los comprende y los desarrolla en la
voluntad de poder. Para alcanzar este estadio el hombre actual ha de recorrer un camino largo
y no exento de dificultades: ha de experimentar un triple metamorfosis de su espíritu: de
camello (animal sumiso) ha de convertirse en león (símbolo de la negación de todos los
valores) y de león en niño (símbolo del superhombre que, superando la sumisión del camello y
la autosuficiencia del león conquista la auténtica libertad.) Este hombre nuevo sólo será posible
con una nueva moral que surgirá de la transmutación generalizada de todos los valores
vigentes. Las nociones morales de "Bien" y "Mal" como puntos de referencia objetivos y
opuestos quedan desbordados por la nueva realidad. Los viejos valores racionales y
suprasensibles son sustituidos por valores vitales y sensibles. El superhombre defiende la
desigualdad, la jerarquía, el cambio, el experimento y el riesgo frente a la igualdad, la
seguridad, que serían valores propios de la moral del "rebaño", una moral de esclavos,
representada fundamentalmente por el cristianismo.
Esta nueva moral se basa fundamentalmente en valores estéticos y sensibles, dejando de lado
todas las preocupaciones metafísicas propias de la moral cristiana tradicional. Asimismo
defiende una posición extremadamente individualista, frente al gregarismo de las morales
tradicionales.
Lo dionisiaco y lo apolíneo
Los dos dioses griegos, Apolo y Dionisios, serán los representantes de esta original visión. El
primero representa la serenidad, claridad, la medida y el racionalismo, es la imagen clásica de
Grecia. Dionisios, sin embargo, es lo impulsivo, lo excesivo , lo desbordante, la afirmación de la
vida, el erotismo y la orgía como culminación de este afán de vivir, es decir sí a la vida a pesar
de todos sus dolores. La influencia de Schopenhauer cambia de signo y en lugar de la
negación de la voluntad de vivir, Nietzsche pone esa voluntad en el centro de su pensamiento.
"La verdad es aquella clase de error sin la que una determinada especie de seres vivos no
podrían vivir. El valor para la vida es lo que decide en última instancia". El platonismo
consistiría también en una cierta forma de voluntad de poder, consistente en defenderse del
cambio y la transformación de este mundo mediante la noción de un Universo imaginario o
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El eterno retorno
Nietzsche depende en cierta medida del positivismo de la época y, a la vez que niega la
posibilidad de la Metafísica, representa la pérdida de la fe en Dios y de la inmortalidad del alma.
Esta vida que se afirma, que pide siempre ser más, que pide eternidad en el placer, volverá una
vez y otra.
Pero el aspecto temporal de la vida, tan exitoso entre los románticos alemanes, es el eterno
retorno de las cosas que ya se encontraba en las enseñanzas de Heráclito: Cuando están
realizadas todas las combinaciones posibles de los elementos del mundo, quedará todavía un
tiempo indefinido por delante, y entonces volverá a empezar el ciclo y así indefinidamente. Todo
lo que sucede en el mundo se repetirá igualmente una y otra vez, todo se repetirá eternamente
y con ello todo lo malo y lo miserable. En este horizonte de tiempos futuros por elaborar desde
lo ya dado aparece una de las figuras fundamentales del pensamiento nietzscheano, el
"superhombre". El hombre puede ir transformando al mundo y puede transformarse a si mismo
mediante una transformación de todos los valores, encaminándose hacia esa alegórica figura.
El superhombre
Piensa Nietzsche que el hombre es un ser miserable e inmundo, un ser a medio hacer, un
puente entre la bestia y el superhombre, un paso de la pura animalidad a la superhumanidad.
Es su destino, pero en su recorrido evolutivo poco ha sido todavía lo alcanzado: <<Habéis
evolucionado del gusano al hombre, pero todavía hay mucho de gusano en vosotros>>.
ideal científico, que concibe el ideal humano como sabiduría: el hombre sabio conoce la
realidad del mundo con todas sus miserias, y por eso afirma enérgicamente la vida. Por último,
el mayor ideal, el superhombre, donde se integra y sintetiza el radical cambio de valores que
propone Nietzsche.
Nietzsche sostenía que todo acto o proyecto humano está motivado por la "voluntad de poder".
La voluntad de poder no es tan sólo el poder sobre otros, sino el poder sobre uno mismo, algo
que es necesario para la creatividad. Tal capacidad se manifiesta en la autonomía del
superhombre, en su creatividad y coraje. Aunque Nietzsche negó en multitud de oportunidades
que ningún superhombre haya surgido todavía, cita a algunas personas que podrían servir
como modelos: Sócrates, Jesucristo, Leonardo da Vinci, Miguel Ángel, Shakespeare, Goethe,
Julio César y Napoleón.
Para llegar al superhombre, el hombre europeo tiene que autosuprimirse, y este proceso
debería pasar por tres fases:
− El camello es el símbolo del hombre europeo actual, que todavía está impregnado de
la moral de esclavos y que soporta el peso de la carga con paciencia.
El superhombre representa, pues, esa nueva tabla de valores: el amor a la vida, el sentido de la
Tierra y la exaltación de los instintos ascendentes. El hombre para convertirse en superhombre
ha de expulsar de su interior a Dios. No se trata de una divinización del hombre, sino todo lo
contrario, una sustitución de Dios por el superhombre, de tal forma que éste se convierta en un
ser con plenitud de poder y de dominio sobre sí y sobre los demás. Pero esta transformación
requiere, según Nietzsche, de una voluntad de dominio, de agresión y de sentimientos hacia lo
ajeno, la "voluntad de poder".
Tesis del eterno retorno como signo de vitalidad. Esta concepción del tiempo consiste en
aceptar que todos los acontecimientos del mundo, todas las situaciones y cosas pasadas,
presentes y futuras se repetirán eternamente, un número infinito de veces. Cabe entender esta
tesis como la expresión de la máxima reivindicación de la vida: la vida es fugacidad,
nacimiento, duración y muerte, no hay en ella nada permanente; pero podemos recuperar la
noción de permanencia si hacemos que el propio instante dure eternamente, no porque no se
acabe nunca sino porque se repite sin fin.
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6.- Actividades
Examina ahora el caso de una liberación de sus cadenas y de una curación de su ignorancia,
qué pasaría si naturalmente les ocurriese esto: que uno de ellos fuera liberado y forzado a
levantarse de repente, volver el cuello y marchar mirando a la luz y, al hacer todo esto, sufriera
y a causa del encandilamiento fuera incapaz de percibir aquellas cosas cuyas sombras había
visto antes. ¿Qué piensas que respondería si se le dijese que lo que había visto antes eran
fruslerías y que ahora, en cambio, está más próximo a lo real, vuelto hacia cosas más reales y
que mira correctamente? Y si se le mostrara cada uno de los objetos que pasan del otro lado
del tabique y se le obligara a contestar preguntas sobre lo que son, ¿no piensas que se sentirá
en dificultades y que considerará que las cosas que antes veía eran más verdaderas que las
que se le muestran ahora? —Mucho más verdaderas.
3. Justifique las ideas del texto en relación con la filosofía del autor.
4. Relacione el tema o el autor del texto con una posición filosófica de la época contemporánea.
En esta película se refleja la duda de qué es real, y como puede llegar a verse ésta, siendo otra
temática de tipo filosófico la búsqueda de la libertad y la capacidad de elección. Se ve
asimismo la diferenciación entre mundo experimentado y mundo racional típico de Platón.
Cuestiones
2. Matrix: el trabajo, la televisión, la iglesia, los impuestos, un espejo para ocultar la verdad,
control. ¿No es posible que, de alguna manera, este mundo que llamamos “real” sea “pariente”
de Matrix?
6. ¿Crees que es posible “un mundo sin reglas y sin controles, sin límites ni fronteras. Un
mundo donde cualquier cosa sea posible”?
7. ¿Qué opinas de la frase de Smith “la ignorancia es la felicidad”? Compáralo con el concepto
aristotélico de felicidad.
8. Si tuvieses que elegir entre vivir insertada en Matrix, sin enterarte de nada y con las mayores
comodidades, o vivir en el mundo real, “el desierto de lo real”, ¿qué elegirías? Explica tu
respuesta.
9. ¿Crees que los seres humanos serían capaces de vivir en un mundo perfecto, donde todos
fuesen felices? ¿O estás de acuerdo con Smith en que los seres humanos tienen que vivir
necesariamente en la tristeza y el sufrimiento?
10. ¿Crees que es posible que un mundo dominado por máquinas puede ser el próximo salto
de la evolución?
11. ¿Qué opinas de la afirmación de Smith de que el ser humano no es un mamífero sino un
virus?