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Lombardía Imperio Español

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UNIVERSIDAD DE CANTABRIA

FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS


MÁSTER EN “ESTUDIOS AVANZADOS DE HISTORIA MODERNA:
MONARQUÍA DE ESPAÑA (SIGLOS XVI-XVIII)”

Del Imperio a la Monarquía


Hispánica
El Ducado de Milán en la época de Carlos V (1535-1559)

Autor: Erik Donzel Flores

Director: Dr. Juan Eloy Gelabert González (UC)

Coodirector: Dr. Antonio Álvarez-Ossorio Alvariño (UAM)

Trabajo de Fin de Máster


Curso 2012/2013
DEL IMPERIO A LA MONARQUÍA HISPÁNICA:
EL DUCADO DE MILÁN EN LA ÉPOCA DE CARLOS V (1535-1559)

Índice

-Introducción .................................................................................................................... 3

-Capítulo I: ¿Qué es Milán? De los orígenes del Ducado y el Estado al final de la dinastía
Sforza (1397-1535): .......................................................................................................... 9

I- De los orígenes del Ducado al final del siglo XV..................................................... 9

II- El periodo de la dominación francesa en Milán (1499-1521) ............................... 12

III- Un destino incierto: La suerte del Estado de Milán hasta la muerte de Francisco II
Sforza (1521-1535) ..................................................................................................... 15

-Capítulo II: El proceso de incorporación del Estado de Milán a la Monarquía Hispánica:


Del final de la dinastía Sforza a la paz de Cateau-Cambrésis (1535-1559) ................... 20

I- A “Rey” muerto “Rey” puesto: El retorno del Estado de Milán al Imperio


(1535-1536) ................................................................................................................ 20

II- Milán, fruto de discordia: Del discurso de Roma a la tregua de Niza


(1536-1538) ................................................................................................................ 25

III- Amistad temporal, rivalidad eterna: La continuación de la pugna Habsburgo-Valois


hasta la paz de Crépy (1538-1544) ............................................................................. 41

IV- La decisión sobre la “alternativa” de 1544: ¿Milán o los Países Bajos? ............. 61

V- De la seguridad a la incertidumbre: La evolución de la hegemonía imperial en Italia


hasta el final de la época de Carlos V (1546-1556).................................................... 68

-Capítulo III: El final del conflicto por la hegemonía de Italia y sus costes para la Monar-
quía Hispánica: ............................................................................................................... 85

I- Hijo contra hijo, Rey contra Rey: Felipe II vs Enrique II y el final del conflicto por
la hegemonía de Italia (1556-1559) ............................................................................ 85

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DEL IMPERIO A LA MONARQUÍA HISPÁNICA:
EL DUCADO DE MILÁN EN LA ÉPOCA DE CARLOS V (1535-1559)

II- Los costes económicos de las guerras por el dominio de Italia para la Monarquía
Hispánica .................................................................................................................... 90

III- El debate sobre la hegemonía hispana en Italia tras Cateau-Cambrésis .............. 94

-Conclusiones ............................................................................................................... 101

-Fuentes y bibliografía .................................................................................................. 105

-Repertorio gráfico ....................................................................................................... 115

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DEL IMPERIO A LA MONARQUÍA HISPÁNICA:
EL DUCADO DE MILÁN EN LA ÉPOCA DE CARLOS V (1535-1559)

Introducción

Las guerras surgidas entre las dinastías Habsburgo y Valois por la hegemonía en
Italia y en Europa entre finales del siglo XV y la primera mitad del siglo XVI marcaron
la política internacional europea a principios de la Edad Moderna, destacando en ellas la
importancia del conflicto por la posesión del Estado de Milán. El Milanesado era en dicho
periodo un estado rico, desarrollado y considerado como la llave del control de la penín-
sula italiana, así como de los pasos alpinos que la conectaban con el resto de Europa,
importancia geoestratégica y económica que no pasó desapercibida a las grandes poten-
cias del momento, en concreto la Monarquía Hispánica y Francia. Esto decantó que se-
leccionase al Estado de Milán como objeto de estudio para mi Trabajo de Fin de Máster.

Cuando se analiza la historia de la Monarquía Hispánica en la primera mitad del


siglo XVI, tradicionalmente se ha relegado a un segundo plano al mundo italiano en pro
de un estudio más centrado en los conflictos del norte y centro de Europa, a saber el Sacro
Imperio Romano Germánico, Flandes, etcétera. Esto ha generado en ocasiones cierto des-
cuido historiográfico de la política italiana de la Monarquía Hispánica y del afianzamiento
de su hegemonía en Italia, a pesar de que desde la década de 1990 la historiografía espa-
ñola e italiana hayan avanzado extraordinariamente en el estudio de estas materias.

Huelga en ésta introducción realizar un breve estado de la cuestión sobre las fuen-
tes y la historiografía de Milán en la primera mitad del siglo XVI utilizadas en el trans-
curso de esta investigación1. En cuanto a las fuentes primarias me he basado en lo encon-
trado en el Archivo General de Simancas, en las secciones de Patronato Real y Estado,
complementando la búsqueda de Simancas con las fuentes impresas en el Corpus docu-
mental de Carlos V de Fernández Álvarez. También he realizado consultas de la Colec-
ción de Documentos Inéditos para la Historia de España (CODOIN) y de la sección de
manuscritos de la Biblioteca Nacional de Francia. En lo relativo a las fuentes manuscritas
he realizado una selección de los documentos que he considerado más oportunos por la
información que aportan y por la posibilidad de ser, algunos de ellos, inéditos, dejando

1 Para un breve estado de la cuestión sobre la historiografía italiana véase Hernando Sánchez, Carlos José., “Repensar
el poder. Estado, Corte y Monarquía Católica en la historiografía italiana”, en Arberola Romá, Armando (Coord.).,
Diez años de historiografía modernista, Universidad Autónoma de Barcelona, Bellaterra, 1997, pp. 103-139.

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EL DUCADO DE MILÁN EN LA ÉPOCA DE CARLOS V (1535-1559)

más de lado los de carácter oficial, que ya han sido en su mayoría transcritos en las mo-
nografías consultadas.

En cuanto a la bibliografía hay que destacar, para una visión general de la primera
mitad del siglo XVI, a Manuel Fernández Álvarez, Fernand Braudel, Helmut Georg Koe-
nigsberger, Henri Lapeyre, Rivero Rodríguez y la Historia Moderna de Cambridge. La
historia de diplomacia y las relaciones internacionales del momento queda perfectamente
delimitada por Garrett Mattingly, Miguel Ángel Ochoa Brun y Jesús María Usunáriz. De
las biografías sobre Carlos V y Felipe II destacan las realizadas por Fernández Álvarez,
Alfred Kohler y Braudel. Y finalmente para los temas de economía y hacienda son inelu-
dibles Bartolomé Yun Casalilla, Ramón Carande, Luis Antonio Ribot García, María Jesús
Rodríguez Salgado, Modesto Ulloa y Miguel Artola.

En lo referente a la historiografía italiana existen multitud de estudios que se cen-


traron desde la década de 1970 en redefinir los conceptos de estado moderno en Italia
(Marino Berengo, A. Ventura, el Istituto Storico italo-germánico de Trento, dirigido por
P. A. Schiera, o Aurelio Musi, entre otros), los que frente al modelo centralista propug-
nado por Chabod perfilan una compleja red de fuerzas locales que lo contradice. También
adquirió una creciente importancia el estudio de la “corte” entendida como ámbito esen-
cial de poder y de difusión de valores sociales, ideológicos y estéticos en la Edad Mo-
derna, siendo el objetivo el reconstruir las complejas tramas ideológicas y socio-culturales
del poder. Destacan aquí el Centro Studi Europa delle Corti, Cesare Mozzarelli, M. Cat-
tini o M.A. Romani.

Además de estos temas la historiografía italiana se centró también en el análisis


de las relaciones entre centro y periferia de la Monarquía Hispánica de los Austrias espa-
ñoles como modelo de estructura política supranacional compleja, la cual permite abarcar
en una visión de conjunto la totalidad político-territorial italiana en la Edad Moderna. El
estudio del dominio hispano en Italia se ha visto enriquecido por la revisión historiográ-
fica de los últimos años, sobre todo en lo relativo a la historia política y a la de las bases
clientelares del poder, a lo cual los estudios franceses y anglosajones han ayudado tam-
bién, ello gracias al gran desarrollo de estudios económicos y sociales, que condujeron a
revisar y profundizar los de historia política e institucional. Del sistema español en Italia

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EL DUCADO DE MILÁN EN LA ÉPOCA DE CARLOS V (1535-1559)

destacan los estudios de Centro Europa delle Corti, el número de la revista Cheiron de-
dicado a L’Italia degli Austrias, A. Spagnoletti y A. Musi. Para Nápoles destacan Villari
y Galasso, mientras que en Sicilia y Cerdeña lo hacen Iluminato Peri, Pietro Corrao, G.
Giarrizzo y F. Benigno.

Finalmente, en lo que se refiere al Estado de Milán la revisión historiográfica se


vio asociada en un primer momento a estudios de historia económica, abordándose pos-
teriormente el último periodo independiente de los Sforza. Ha sido en la década de 1990
cuando se profundizó en el estudio de la Lombardía española, eligiéndose como arco cro-
nológico el periodo que va del reinado de Felipe II hasta la paz de los Pirineos. Esto ha
supuesto la historiografía más reciente sobre Milán se ha centrado en un análisis del te-
rritorio tras su incorporación a la Monarquía Hispánica, a partir de la década de 1550,
dejándose de lado el periodo de la segunda mitad del siglo XVII y principios del XVIII
(cubierto en gran medida en las últimas décadas por la historiografía española). También
parece que se ha querido evitar la confrontación con los estudios de la historiografía clá-
sica sobre el Milán de Carlos V, como los del historiador italiano Federico Chabod, aun-
que parte de sus interpretaciones requieren de una revisión historiográfica.

En la historiografía española destaca la promocionada por la Sociedad Estatal para


la Conmemoración de los Centenarios de Felipe II y Carlos V, en la que autores como
Antonio Álvarez-Ossorio, Manuel Rivero Rodríguez o Carlos José Hernando Sánchez
focalizan su atención o en otros estados italianos de la primera mitad del XVI o en el
Estado de Milán una vez incorporado a la Monarquía Hispánica de Felipe II, tratando
escasamente, si es que se da el caso, la historia del Milanesado en la época de Carlos V,
a pesar de que han estudiado algunas temáticas del periodo2. Por otra parte María Jesús
Rodríguez Salgado realiza un análisis más pormenorizado del estado lombardo, aunque
este se centra únicamente en los años 1551-1559.

2 Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio., “Corte y provincia en la Monarquía Católica: La Corte de Madrid y el Estado
de Milán, 1660-1700”, en Brambilla, Elena., Muto, Giovanni (Coord.)., La Lombardia Spagnola. Nuovi indirizzi di
ricerca, Unicopli, Milán, 1997, pp. 283-341. Es destacable éste artículo, a pesar de centrarse en el último tercio del
siglo XVII, por servir como punto metodológico de partida a la hora de realizar cualquier investigación sobre el Estado
de Milán en la Edad Moderna, independientemente del periodo que se tenga la intención de estudiar. Véase también
Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio., La república de las parentelas: El estado de Milán en la Monarquía de Carlos II,
Gianluigi Arcadi Editore, Mantua, 2002, pp. 7-50.

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EL DUCADO DE MILÁN EN LA ÉPOCA DE CARLOS V (1535-1559)

En la historiografía italiana más reciente apenas se encuentran estudios sobre la


Lombardía de la primera mitad del siglo XVI, a diferencia del gran número de investiga-
ciones que se ocupan de la segunda mitad del siglo XVI y del XVII. Destacan algunas
investigaciones sobre Ferrante Gonzaga, Gobernador de Milán entre 1546 y 1554, reali-
zadas por Cesare Mozzarelli y Nicola Soldini, así como algunos análisis globales de la
economía y hacienda milanesa en los siglos XVI y XVII realizados por Giovanni Muto o
Aldo de Maddalena entre otros. También han de incluirse aquí los estudios de Gianvitto-
rio Signorotto, Mario Rizzo o P. Pissavino, aunque sus estudios no se focalizan en el
periodo de Carlos V. Finalmente, en lo que refiere a la historiografía anglosajona y fran-
cesa, los aportes han sido más bien escasos.

Este panorama ha generado la existencia de un vacío historiográfico sobre varios


aspectos de la historia del Estado de Milán en la primera mitad del siglo XVI, cuyo ca-
rácter positivo es que ofrece una parcela histórica con posibilidades de revisión de la his-
toriografía clásica así como de profundización.

Ante la falta de una explicación satisfactoria, historiográficamente hablando, so-


bre la incorporación del Estado de Milán a la Monarquía Hispánica, he decidido centrar
el Trabajo de Fin de Máster en el análisis dicho proceso. Para ello, y partiendo de una
hipótesis de descubrimiento, el objetivo principal es el de delimitar las fases y momentos
clave que marcan dicho proceso político descuidado por la historiografía, centrándose
este estudio principalmente en la historia política y del poder. Y también se ha pretendido
observar el rol jugado por el Estado de Milán en la política internacional del momento, el
cual se mueve en un contexto de dependencia imperial y apetencia por Francia que marca
el que sea uno de los focos principales de la rivalidad Habsburgo-Valois, experimentando
a la vez un proceso que provocó que pasase de ser uno de los principales estados autóno-
mos de Italia, aunque dependiente de derecho del Imperio, a insertarse en la Monarquía
Hispánica del Emperador Carlos V y su hijo Felipe II.

La metodología utilizada ha sido la del análisis de la correspondencia de Carlos


V y Felipe II en lo relativo al Estado de Milán, así como un seguimiento cronológico de
los acontecimientos que marcan el proceso de vinculación del Milanesado con la Monar-
quía Hispánica entre los años de 1535, fecha de la muerte de Francisco II, último Duque
de la dinastía Sforza, y 1559, cuando se firma de la paz de Cateau-Cambrésis, años de

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inicio y final del proceso. Para ello he recurrido fundamentalmente a los fondos docu-
mentales existentes en el Archivo General de Simancas y a la correspondencia recogida
en el Corpus Documental de Carlos V, de Manuel Fernández Álvarez. Con estas fuentes
se ha podido obtener una documentación más que suficiente para la investigación, a pesar
de no haber podido acceder a los archivos lombardos, lo cual se hacía imposible tanto por
factores económicos como de tiempo.

La estructura del trabajo ha quedado dividida en tres capítulos, cada uno de ellos
realizado en relación con el objetivo principal, pero con una finalidad diferente. En el
primer capítulo he incluido un breve repaso del desarrollo de los acontecimientos en la
Italia y el Milanesado previos a la cronología de mi estudio (1535-1559), con fin de poder
situar al Estado de Milán en su contexto previo y obtener una visión de conjunto que
permitiese comprender mejor el devenir de los suceso posteriores que marcaron su vin-
culación con la Monarquía Hispánica.

El segundo capítulo recoge el cuerpo central del trabajo y se basa en el análisis de


la correspondencia de Carlos V y Felipe II en lo relativo al Estado de Milán entre los años
1535 y 1556, por ser durante estos años cuando se da el proceso de incorporación del
Milanesado en el vasto conjunto político de la Monarquía Hispánica. Debido a la extensa
cantidad de fuentes primarias encontradas, el estudio se ha centrado y reducido a los mo-
mentos y cuestiones clave del conflicto por la posesión de Milán. En ningún momento se
ha pretendido dejar de lado los otros aspectos, pero los límites del trabajo han obligado a
centrar la atención en los principales por ser el objetivo a desarrollar desde un principio.

Finalmente, en el tercer y último capítulo, se analiza el final de proceso de incor-


poración del Estado de Milán a la Monarquía Hispánica para pasar después a plantear
brevemente dos cuestiones muy importantes. La primera es una pequeña visión de los
costes económicos que tuvo que realizar la Monarquía Hispánica para alcanzar el dominio
sobre la Península Itálica. Y la segunda es la de analizar el debate sobre la hegemonía
hispana en Italia tras la paz de Cateau-Cambrésis de 1559, así como las políticas llevadas
a cabo para ello, aunque en ningún ha sido mi intención realizar un análisis profundo de
dichas cuestiones ya que estas requieren de estudios monográficos más amplios y com-
plejos.

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EL DUCADO DE MILÁN EN LA ÉPOCA DE CARLOS V (1535-1559)

Quiero dar las gracias al Dr. Antonio Álvarez-Ossorio Alvariño y al Dr. Juan Eloy
Gelabert González, y al Dr. Ángel María Ormaechea Hernaiz, sin cuya ayuda y guía la
realización de éste Trabajo de Fin de Máster hubiese sido imposible de realizar. También
al personal del Archivo General de Simancas, en concreto a Isabel Aguirre, y de las bi-
bliotecas de la Universidad de Cantabria, Universidad Autónoma de Madrid y Universi-
dad de Deusto por la atención y ayuda prestadas, quienes han hecho esta investigación
más gratificante y menos ardua. Y finalmente a mi familia y amigos, cuyo apoyo ha per-
mitido hacer de éste proyecto una realidad.

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DEL IMPERIO A LA MONARQUÍA HISPÁNICA:
EL DUCADO DE MILÁN EN LA ÉPOCA DE CARLOS V (1535-1559)

Capítulo I- ¿Qué es Milán?


De los orígenes del Ducado y el Estado al final de la dinastía Sforza (1397-1535).

A fin de situarse en una posición adecuada para el análisis del Ducado y Estado
de Milán y del proceso que supuso su incorporación a la Monarquía Hispánica durante la
primera mitad del siglo XVI, es necesario realizar un breve repaso relativo a los orígenes
de Milán y a su evolución hasta 1535 (final de la dinastía Sforza), así como del resto de
la Península Italiana. Este primer capítulo de mi estudio se centrará en ello, ya que es
imprescindible para obtener una visión de conjunto que permita comprender el devenir
de los sucesos posteriores que se trataran en el resto del trabajo.

I- De los orígenes del Ducado al final del siglo XV.

La ciudad de Milán constituyó desde el siglo XII un dominio territorial autónomo


entre el Piamonte y el lago Di Garda, cuya importancia y autoridad, tanto política como
económica, se extendió sobre una amplia red de ciudades que previamente ya estaban
influidas por la capital lombarda. Esta dominación fue confirmada en 1273 por el
Emperador electo Rodolfo de Habsburgo, con el nombramiento del Podestá perpetuo de
la Señoría de Milán, Napo della Torre, como Vicario Imperial en Milán, adquiriendo
entonces la región de Lombardía el estatus de Vicariato del Imperio, paso de gran
importancia en el proceso de configuración política del futuro Ducado y Estado de Milán3.

En 1395 el Rey de los Romanos, y Emperador electo, Wenceslao, concedió el


Título de Duque al Señor de Milán Gian Galeazzo Visconti, produciéndose la
constitución de Lombardía en Ducado dos años después4. A pesar de ser un territorio
definido geográfica y políticamente, es a partir 1397 cuando puede hablarse del Ducado
de Milán entendido como el estado regional lombardo cuya capital era la ciudad de Milán,

3 Cadenas y Vicent, Vicente de., La herencia imperial de Carlos V en Italia: El Milanesado, Hidalguía, Madrid, 1978,
pp. 21-22. Aunque Rodolfo I nunca fue coronado como Emperador, sí fue elegido por los electores del Sacro Imperio
Romano Germánico en 1273, por lo que en la historiografía se le considera como Emperador electo. Además Rodolfo
fue el primero en obtener el título de “Rey de los Romanos”, dado por el Papa Gregorio X en el mismo año de 1273.
4 La familia della Torre fue depuesta con motivo de las luchas que se produjeron por el control de la capital milanesa

en 1277, obteniendo el poder el Arzobispo de Milán Otón Visconti. Fue su sobrino, Mateo Visconti, quien logró ser
nombrado Vicario del Imperio, lo que supuso el afianzamiento de esta familia en el gobierno milanés.

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EL DUCADO DE MILÁN EN LA ÉPOCA DE CARLOS V (1535-1559)

nuevo estatus que le permitió consolidar una posición política fuerte en el entramado de
estados medievales italianos5.

La familia Visconti, una vez perpetuada en el poder, fue la promotora de


importantes cambios en la estructura del Ducado de Milán, destacando la evolución que
se produjo al pasar el estado lombardo de ser un conjunto de municipios autónomos
unidos por débiles lazos a un consolidado principado de base ciudadana, ello debido a la
conjunción de intereses entre los comerciantes, los hombres de negocios, la nobleza y la
propia dinastía reinante6. También se dio una gran expansión territorial, de la que destacan
los gobiernos de Gian Galeazzo (1387-1402) y Filipo María (1412-1447) que fueron los
periodos de mayor extensión de las fronteras milanesas, política necesaria si se tiene en
cuenta que la fuerza base de los principados italianos era el control de las ciudades, siendo
mayor cuantas más controlasen, lo que por ende suponía un incremento de su poder en el
entramado político de Italia7. Fue esta expansión territorial la que permitió la
conformación de Estado de Milán que pasó a formar parte de la Monarquía Hispánica, si
bien algunos de los territorios que en esta época de máxima extensión se incluyeron en el
Stato se habían disgregado de él para la segunda mitad del siglo XVI.

En lo que se refiere a la denominación de Ducado y Estado de Milán hay que


establecer una diferencia reseñable. Cuando hablamos del Ducado de Milán se hace
referencia únicamente a la mayor parte de la región de Lombardía, con Milán como
capital, mientras que el Estado de Milán que se insertó en la Monarquía Hispánica
incluiría la ciudad y Ducado de Milán, la ciudad y Principado de Pavía, las ciudades y
condados de Cremona, Lodi, Alessandria, Como, Novara y Tortona, y la ciudad y
Marquesado de Vigevano8. Por ello en adelante me referiré al Estado de Milán más bien
que al Ducado, ya que de no hacerlo así quedarían fuera de esta denominación a una gran
parte de los territorios que componían el Stato Lombardo.

5 Navarro Espinach, Germán., “El Ducado de Milán y los reinos de España en tiempos de los Sforza”, en
dialnet.unirioja.es, p. 157.
6 Navarro Espinach, Germán., op. cit., 158-160. Véase también para lo relativo a la época de los Visconti Chiappa

Mauri, Luisa., De Angelis Cappabianca, Laura., Mainoni, Patrizia (Coord.)., L’età dei Visconti: Il dominio di Milano
fra XIII e XV secolo, Editrice La Storia, Milano, 1993.
7 Navarro Espinach, Germán., op. cit., pp. 157 y 160. Véase la imagen III del repertorio gráfico, p. 118.
8 Para este momento se habían perdido algunos territorios que conformaban el Estado de Milán en su periodo de máxima

extensión, los ducados de Parma y Piacenza, así como algunos de los valles alpinos, entre otros. Álvarez-Ossorio
Alvariño, Antonio., Corte y provincia en la Monarquía Católica, p. 315.

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EL DUCADO DE MILÁN EN LA ÉPOCA DE CARLOS V (1535-1559)

Filipo María Visconti fue el último duque de la dinastía, instaurándose tras su


muerte la República Ambrosiana (1447-1450), que pronto desapareció. Entonces accedió
al poder Francisco Sforza, marido de Blanca María Visconti, la única descendiente de
Filipo María, aunque el contexto político existente en Lombardía lo dificultó9. Durante
su gobierno Francisco I Sforza logró afianzar la independencia del Estado de Milán
gracias a la firma de la Paz de Lodi (1454), acuerdo de conciliación y pacificación entre
las principales potencias italianas que trataba de establecer un equilibrio de poder
perdurable. Además consiguió ampliar sus dominios, estabilizó la situación política en el
norte de la Península Italiana y asentó los cimientos para la continuidad de su dinastía10.
Pero el devenir de los acontecimientos tras la muerte de Francisco I fue desfavorable para
sus descendientes, viéndose imbuidos los Sforza en una espiral de intrigas familiares y
problemas de política exterior que acompañaron a los miembros de la dinastía hasta su
desaparición en 153511.

El gobierno de Ludovico Sforza el Moro, que llegó al poder en 1480, marcaría el


inicio de las injerencias extranjeras en Italia y Milán, ya que apoyó al Rey Carlos VIII de
Francia en su campaña de 1494 para apoderarse del Reino de Nápoles tras la muerte del
Rey Ferrante12. El éxito inicial de la campaña, marcado por una fugaz conquista de la
mayor parte del reino napolitano, pronto se convirtió en desastre debido a la formación
de la Liga Santa contra los franceses, en la que también participó Ludovico, siendo
derrotado el monarca francés en la batalla de Fornovo (1495)13.

En un primer momento pareció que estos acontecimientos no tendrían mayores


consecuencias, ya que tanto política, económica como socialmente sus efectos no se

9 Navarro Espinach, Germán., op. cit., p. 158.


10 Rivero Rodríguez, Manuel., Diplomacia y relaciones exteriores en la Edad Moderna: De la Cristiandad al sistema
europeo (1453-1794), Alianza, Madrid, 2000, pp. 38-42, y Navarro Espinach, Germán., op. cit., p. 158. Para el reinado
de Francisco Sforza y su política tanto en Milán como en Italia véase la biografía de Catalano, Franco., Francesco
Sforza, Dall´Oglio, Milano, 1983, pp. 29-297.
11 Sobre todo el periodo de los Sforza destaca la monografía de Santoro, Caterina., Gli Sforza: La casata nobiliare che

resse il ducato di Milano dal 1450 al 1535, TEA Storica, Milano, 1994.
12 Ludovico Sforza era hijo de Francisco I y hermano de Galeazzo María, segundo gobernante de la dinastía (1466-

1476), y se hizo con el poder al desplazar a Bona de Saboya de la regencia, madre del heredero Juan Galeazzo. Pero
independientemente de que detentase el control efectivo del gobierno milanés Ludovico no adquirió el título ducal hasta
la muerte de Juan Galeazzo en 1494, año en el que se convirtió en Duque. Juan Galeazzo había emparentado con la
familia real napolitana, que apoyaba su acceso al trono milanés, por lo que Ludovico trató de deshacerse de sus
enemigos de Nápoles aliándose con los franceses, a fin de evitar una posible deposición suya del gobierno de Milán.
Véase Santoro, Caterina., op. cit., pp. 101-343.
13 Lapeyre, Henri., Las monarquías europeas del siglo XVI: Las relaciones internacionales, Labor, Barcelona, 1969,

pp. 61-63, Rivero Rodríguez, Manuel., op. cit., pp. 42-45, Cadenas y Vicent, Vicente de., La herencia imperial de
Carlos V en Italia, pp. 65-71. Desde una lectura francesa véase también Delumeau, Jean., L’Italie: De Botticelli à
Bonaparte, Armand Collin, París, 1974, pp. 45-47. Véase la imagen II del repertorio gráfico, p. 117.

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EL DUCADO DE MILÁN EN LA ÉPOCA DE CARLOS V (1535-1559)

alargaron más allá del momento de la partida de Carlos VIII. Pero como señala Norwich,
si bien esta campaña no tuvo graves consecuencias en Italia a corto plazo, a excepción de
la expulsión de los Médicis de Florencia, la entrada de Francia en los asuntos de la
Península Itálica en 1494 abrió una nueva época tanto para Milán como para el resto de
estados italianos. A partir de entonces las grandes potencias europeas, principalmente
Francia y la Monarquía Hispánica, intervendrían en sus asuntos rompiendo el
“aislamiento” político del que habían gozado hasta entonces los italianos:

Paradójicamente, sin embargo, la aventura italiana de Carlos produciría sus efectos más
duraderos no en Italia, sino en el norte de Europa. En noviembre de 1495 los miembros
de su heterogéneo ejército percibieron sus soldada final en Lyon y a continuación se
dispersaron en todas direcciones por el continente, llevando consigo la noticia de la
existencia de una tierra cálida y soleada, habitada por gentes que llevaban una vida de
refinamiento cultural muy superior a lo conocido en climas más grises y fríos y que, tal
vez por ese mismo motivo, se hallaban demasiado desunidas para defenderse contra un
invasor decidido. A medida que se propagaba el mensaje, Italia se volvió más deseable
que nunca a los ojos de sus vecinos septentrionales, ante los que se presentaba como una
invitación y un desafío que estos se apresuraron a aceptar en los años venideros14.

II- El periodo de la dominación francesa en Milán (1499-1521).

En 1498 Carlos VIII planeaba una nueva expedición en Italia, que se vio truncada
debido a su repentina muerte acaecida en ese mismo año, pasando el testigo a su sucesor
Luis XII, quien además de reafirmar sus intenciones para Nápoles reclamó sus derechos
dinásticos sobre el Ducado y Estado de Milán, ya que era nieto de Valentina Visconti,
hija del primer Duque de Milán Gian Galeazzo Visconti. La campaña, en alianza con
Venecia y asegurada mediante la compra de la neutralidad de varias potencias europeas
e italianas, a fin de aislar a Milán y Nápoles, se lanzó en 1499 y para el 2 de septiembre
su ejército se encontraba a las puertas de la capital lombarda. Ludovico Sforza había huido
a refugiarse con sus hijos a los territorios del Emperador Maximiliano, por lo que Luis
XII se proclamó a sí mismo soberano milanés el 6 de octubre de 1499, tras haber recluido
a Francisco Sforza, el llamado “Duqueto”, en un convento de Francia15. Pero los

14Norwich, John Julius., Historia de Venecia, Almed, Granada, 2003, p. 458.


15El “Duqueto” era hijo de Gian Galeazzo e Isabel de Aragón, es decir, el heredero de la rama principal de los Sforza
y Duque de Milán de derecho. Su muerte en 1512 supuso la extinción de la rama primogénita de los Sforza, recayendo
entonces lo derechos dinásticos en los descendientes de Ludovico el Moro.

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EL DUCADO DE MILÁN EN LA ÉPOCA DE CARLOS V (1535-1559)

impopulares cambios que introdujo Luis XII en la administración lombarda crearon un


descontento en la población, que fue utilizado por Ludovico Sforza y sus seguidores para
organizar una sublevación que le permitió retomar el poder el 4 de febrero de 150016.

Ludovico logró contener la contraofensiva de Luis XII gracias a la victoria


obtenida en Novara, pero la traición de los mercenarios suizos y la estrepitosa derrota que
ocurrió después le obligaron a capitular el 10 de abril de 1500. Tras éste éxito el monarca
francés fijó su mirada en Nápoles, acordando con Fernando de Aragón la conquista del
Reino y su repartición mediante el Tratado de Granada. El rey napolitano se rindió el 26
de septiembre de 1501, pero el mal entendimiento entre hispanos y galos hizo estallar un
nuevo conflicto en 1503, que acabó por resolverse a favor de Fernando el Católico. En
febrero de 1504 se firmó una tregua ofrecida por Luis XII, hecho que marcó la inserción
del Reino de Nápoles en la Monarquía Hispánica17.

El gobierno de Luis XII en el Milanesado (1499/1500-1512) introdujo dos


aspectos novedosos que marcaron una nueva distribución del poder en la sociedad
lombarda. El primero de ellos fue la creación del cargo de Lugarteniente General, al que
se adscribían amplios poderes político-militares, con motivo de la ausencia continuada
del monarca en el territorio, y el segundo fue la reforma del Senado de 1499, cuyo control
recayó desde entonces en manos de las familias más poderosas del Stato y en cinco
extranjeros designados por el monarca francés. Las reformas trajeron consigo importantes
cambios en las relaciones entre la administración local y la corte, y fueron un precedente
decisivo para la política interior que siguieron años después los Habsburgo en el Ducado
de Milán18.

16 Lapeyre, Henri., Las monarquías europeas del siglo XVI, pp. 63-64, Navarro Espinach, Germán., El Ducado de
Milán y los reinos de España, p. 161, y Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio., “The State of Milan and the Spanish
Monarchy”, en Dandelet, Thomas James, Marino, John A. (Coord.)., Spain in Italy: Politics, society and religión (1500-
1700), Brill, Leiden-Boston, 2007, p. 99.
17 Rivero Rodríguez, Manuel., Diplomacia y relaciones exteriores en la Edad Moderna, pp. 45-46, Lapeyre, Henri.,

op. cit., pp. 64-65. Para la conquista del Reino de Nápoles y el periodo de Carlos V véase Hernando Sánchez, Carlos
José., El Reino de Nápoles en el imperio de Carlos V: La consolidación de la conquista, Sociedad Estatal para la
Conmemoración de los centenarios de Felipe II y Carlos V, Madrid, 2001.
18 Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio., Milán y el legado de Felipe II: Gobernadores y corte provincial en la

Lombardía de los Austrias, Sociedad Estatal para la Conmemoración de los Centenarios de Felipe II y Carlos V,
Madrid, 2001, pp. 53-54, y Pérez Bustamante, Rogelio., “El gobierno de los estados de Italia bajo los Austrias: Nápoles,
Sicilia, Cerdeña y Milán (1517-1700). La participación de la nobleza castellana”, en dialnet.unirioja.es, p. 30. Véase
para el periodo del gobierno de Luis XII en Milán Arcangeli, Letizia (Coord.)., Milano e Luigi XII: Ricerche sul primo
dominio francese in Lombardia (1499-1512), Franco Angeli Storia, Milano, 2002. Sobre el análisis de la estructura de
la administración interna del Estado de Milán, así como del proceso de reconfiguración que se produjo en la época de
Carlos V, se ofrecen algunas pinceladas en el segundo y tercer capítulo de esta investigación (en concreto la evolución
del cargo de Gobernador), ya que su extensión no permitía incluirlo en este estudio, por lo que queda pendiente para
investigaciones posteriores.

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EL DUCADO DE MILÁN EN LA ÉPOCA DE CARLOS V (1535-1559)

Desde 1504 y hasta 1509 se vivió en Milán y en Italia una relativa paz que pareció
confirmar la posesión del Stato en manos de los Valois, pero las acciones del Papa Julio
II, que buscaba restaurar la autoridad pontificia, llevaron al estallido de un nuevo conflicto
en 1512. Tras la formación de la Santísima Liga el Pontífice junto a sus aliados se dirigió
contra Francia que, a pesar de su victoria en Rávena el 11 de abril de 1512, tuvo que
evacuar Lombardía. Ello fue debido al contexto político-militar italiano, destacando el
ataque suizo en la región lombarda, la sublevación de Génova, la reinstauración de los
Médicis en Florencia y la conquista del Reino de Navarra por Fernando de Aragón. Ese
mismo año, el 20 de junio de 1512, Maximiliano Sforza, hijo de Ludovico, fue investido
duque de un reducido Estado de Milán, del cual ya se habían disgregado los ducados de
Parma y Piacenza así como algunos de los valles alpinos. Maximiliano tuvo que dar
amplias prerrogativas de poder a los órganos de gobierno urbano ante la necesidad de
recaudar fondos para formar un ejército defensivo contra la continua amenaza francesa,
lo cual reforzó el monopolio que tenían sobre los órganos de poder las oligarquías locales
milanesas19. La muerte del Pontífice Julio II reavivó las expectativas de Luis XII de poder
recuperar el Milanesado, pero su acción fue desbaratada por los suizos en Novara el 6 de
junio de 1513, teniendo que firmar una la paz tras la invasión que se lanzó en Francia por
parte de la Liga20.

Una vez la situación quedó estabilizada Luis XII murió el 1 de enero de 1515,
siendo sucedido por Francisco I, quien entre sus principales objetivos tenía la
recuperación de Milán, lo que quedó demostrado mediante su autoproclamación como
Duque de Milán el 24 de marzo de ese mismo año. En pocos meses la campaña estaba
preparada, logrando Francisco I una aplastante victoria en la batalla de Marignano (13 y
14 de septiembre) contra la nueva Liga formada por del Papa León X y Fernando el
Católico, lo que forzó a Maximiliano Sforza a rendirse y renunciar al trono el 4 de octubre.
El Pontífice firmó la paz con Francia a mediados de octubre, y la inestabilidad política de
los territorios de la Monarquía Hispánica tras la muerte de Fernando II de Aragón, en
enero de 1516, movió a su sucesor Carlos I, futuro Emperador Carlos V, a firmar el tratado

19 Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio., op. cit., p. 54 y Santoro, Caterina., Gli Sforza, pp. 344-369.
20 Usunáriz, Jesús María., España y sus tratados internacionales: 1516-1700, Eunsa, Pamplona, 2006, pp. 23-24,
Lapeyre, Henri., op. cit., pp. 65-69, Rivero Rodríguez, Manuel., op. cit., pp. 46-50, y Navarro Espinach, Germán., op.
cit., p. 161.

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EL DUCADO DE MILÁN EN LA ÉPOCA DE CARLOS V (1535-1559)

de paz de Noyon del 13 de agosto de 1516, el cual vino a ratificar, en lo referente a Italia,
el dominio de Francisco I sobre Milán y el de Carlos I sobre Nápoles21.

Del gobierno de Francisco I en Milán (1515-1521) se puede destacar una pequeña


reorganización administrativa que llevó a cabo. Pronto volvió a estallar la guerra, siendo
entonces el motivo la elección de Carlos V al solio imperial en 1519 tras la muerte de
Maximiliano I de Habsburgo22. En dicho año comenzaron los preparativos bélicos por
ambos bandos, iniciando Francisco I la guerra por los frentes de Navarra y Flandes en la
primavera de 1521. Los ataques fueron repelidos por las fuerzas del Emperador, las cuales
a su vez, en alianza con el Papa León X y Enrique VIII de Inglaterra, conquistaron el
Milanesado y proclamaron a Francisco Sforza, segundo hijo de Ludovico, como nuevo
Duque de Milán en noviembre de 152123. Concluía así el periodo de la dominación
francesa sobre Lombardía que se había iniciado en 1499, aunque no con ello el empeño
de los Valois por recuperar el Estado, lo cual se mantuvo latente durante décadas24.

III- Un destino incierto: La suerte del Estado de Milán hasta la muerte de Francisco II
Sforza (1521-1535).

Francisco I no se dio por vencido e intentó por todos los medios recuperar su
control sobre Lombardía entre 1522 y 1525, aunque ese objetivo fue imposible debido a
las sucesivas derrotas que sufrió su ejército en la batalla de La Bicoca (1522), en el intento
de tomar la ciudad de Milán (1522-1523) y finalmente en la Batalla de Pavía del 25 de
febrero de 1525, gran victoria de los hombres de Carlos V, que supuso la captura del
monarca francés25. Recluido en la Península Ibérica, Francisco I acabó ratificando las
cláusulas del conocido Tratado de Madrid de 1526, según el cual el monarca francés

21 Usunáriz, Jesús María., op. cit., pp. 24-28, Lapeyre, Henri., op. cit., pp. 69-70, Rivero Rodríguez, Manuel., op. cit.,
pp. 50-51, Navarro Espinach, Germán., op. cit., pp. 161-162, Elton, Geoffrey Rudolph., Historia del Mundo Moderno
de Cambridge, Vol. II, “La reforma (1520-1559)”, Ramón Sopena, Barcelona, 1970.p. 229, y Álvarez-Ossorio
Alvariño, Antonio., op. cit., p. 54.
22 Santoro, Caterina., op. cit., 370-373.
23 En Simancas se encuentran documentos oficiales de la alianza entre Carlos V, León X y Francisco II Sforza contra

Francia, los acuerdos a los que llegaron (Archivo General de Simancas, Sección Patronato Real, Legajo 43, documento
4, en adelante, AGS, E, PTR, Legajo 43/4) y la ratificación de estos por el nuevo Duque de Milán (AGS, PTR, Legajo
43/8).
24 Usunáriz, Jesús María., op. cit., pp. 40-43, Lapeyre, Henri., op. cit., pp. 76-77, Rivero Rodríguez, Manuel., op. cit.,

pp. 51-55, Elton, Geoffrey Rudolph., op. cit., p. 232, Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio., op. cit., pp. 54-55, e Idem.,
The State of Milan and the Spanish Monarchy, pp. 103-104.
25 Usunáriz, Jesús María., op. cit., pp. 43-48, Lapeyre, Henri., op. cit., p. 77, Rivero Rodríguez, Manuel., op. cit., pp.

55-56, Navarro Espinach, Germán., op. cit., pp. 161-162, Elton, Geoffrey Rudolph., op. cit, pp. 232-234, y Álvarez-
Ossorio Alvariño, Antonio., Milán y el legado de Felipe II, p. 54.

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EL DUCADO DE MILÁN EN LA ÉPOCA DE CARLOS V (1535-1559)

renunciaba a sus derechos en Italia, Nápoles y Milán, devolvía Borgoña a Carlos V y


renunciaba a cualquier soberanía sobre Flandes y Artois, entre otros tantos puntos. Para
obtener su libertad y dar garantía de lo acordado Francisco I tuvo que dejar como rehenes
a sus hijos, error del Emperador, ya que una vez libre el Rey de Francia rehusó refrendar
lo acordado en Madrid26.

Mientras tanto en Milán Francisco II Sforza había afianzado su llegada al poder


gracias al apoyo que le brindaron el Emperador y sus consejeros, a quienes les interesaba
asegurarse su alianza y la del Papado a fin lograr la pacificación de Italia. Su gobierno se
hallaba en una clara situación de precariedad por la presencia de las tropas imperiales en
la región, hecho que, sumado a la victoria imperial en Pavía, aumentó las reticencias de
los potentados italianos a la presencia de tropas imperiales en sus territorios, favoreciendo
la búsqueda de una alianza con los franceses. Esta alianza se gestó previamente a la
liberación de Francisco I mediante el establecimiento de contactos entre la regente
francesa, el Papa, los venecianos y el Duque de Milán, este último por medio de su
Canciller Girolamo Morone. La salida a la luz de dicha conspiración en octubre de 1525
provocó la inmediata toma del control de Milán por parte del Marqués de Pescara en
nombre del Emperador, a quién juraron fidelidad las corporaciones locales en noviembre,
mientras el duque Sforza se refugió en el castillo de Milán, donde capituló finalmente 25
de julio de 152627. Los acontecimientos favorecieron la creación de una alianza
antiimperial en la Península Italiana, confirmada el 22 de mayo de 1526 con la formación
de la Liga de Cognac, que aglutinó en torno a Francisco I al Papa, a la República de
Venecia y a varios de los potentados de Italia, siendo su objetivo principal la expulsión
de Carlos V de la Península Italiana, a saber, de Milán y Nápoles28.

A pesar de que los italianos suscritos a la coalición iniciaron las hostilidades en el


verano de 1526, los franceses ofrecieron una ayuda escasa, lo que obligó al Pontífice,
Clemente VII, a acordar una tregua con el bando imperial en septiembre. Previendo la

26 Usunáriz, Jesús María., op. cit., pp. 79-81, Lapeyre, Henri., op. cit., p. 77, Santoro, Caterina., op. cit., pp. 373-377, y
Elton, Geoffrey Rudolph., op. cit., pp. 234-235.
27Santoro, Caterina., op. cit., pp. 377-386, y Cadenas y Vicent, Vicente de., La herencia imperial de Carlos V en Italia,

pp. 217-227, 241-254. Véase también para la “conspiración de Morone” Cazzamini Mussi, Francesco., La congiura di
Gerolamo Morone, La Famiglia Meneghina Editrice, Milano, 1945. Las capitulaciones acordadas entre el Condestable
de Borbón y Francisco II Sforza están recogidas en el AGS, PTR, Legajo 43/15.
28 Usunáriz, Jesús María., op. cit., pp. 43-48, Lapeyre, Henri., op. cit., p. 78, Rivero Rodríguez, Manuel., op. cit., p. 56,

Navarro Espinach, Germán., op. cit., pp. 161-162, Elton, Geoffrey Rudolph., op. cit., p. 235, Álvarez-Ossorio Alvariño,
Antonio., op. cit., p. 55, e Idem., The State of Milan and the Spanish Monarchy, pp. 104-105.

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llegada de sus aliados a principios de 1527 el Papa atacó a las fuerzas imperiales de la
frontera de Nápoles siendo derrotado, tratando posteriormente de firmar una nueva tregua
debido cerco en el que se encontraban los Estados Pontificios. Pero ninguno de estos
intentos pudo evitar que los soldados del Condestable de Borbón, faltos de sus pagas,
saquearan la ciudad de Roma a partir del 6 de mayo, sometiéndose finalmente Clemente
VII a las exigencias del bando imperial29.

Ante esto Francisco I actuó lanzando su campaña sobre Italia en junio de 1527,
mientras establecía con Enrique VIII y los turcos acuerdos bilaterales de actuación en
contra del Emperador. Inicialmente el éxito marcó el avance francés en la Península
Italiana, ocupando momentáneamente Lombardía y gran parte de Nápoles, para lo que la
ayuda de la flota genovesa fue indispensable. Sin embargo, la defección de Andrea Doria
el 4 de julio de 1528, que pasó al servicio imperial, obligó a los franceses a suspender el
sitio de la ciudad de Nápoles y a retirarse a Francia, lo que permitió a Carlos V controlar
de nuevo la situación en Italia30. La condotta alcanzada entre Carlos V y la República de
Génova fue vital para asentamiento de la hegemonía hispánica en Italia, y también en
Europa, ya que con el Estado de Milán formó un eje geopolítico vital para las
comunicaciones y preservación del resto de territorios europeos de la Monarquía
Hispánica durante los siglos XVI y XVII, y sería determinante para la incorporación del
Estado de Milán en dicho conglomerado político de los Habsburgo31.

Para afianzar su dominio en la Península Italiana el Emperador firmó el 29 de


junio de 1529 la paz con el Papa, haciendo lo mismo con Francia mediante el acuerdo de
Cambrai o “Paz de las Damas”, firmada el 3 de agosto de 1529 por Margarita de Saboya,
tía de Carlos V, y Luisa de Saboya, madre de Francisco I. El acuerdo vino a ratificar el
de Madrid de 1526, renunciando Francisco I a sus pretensiones en Italia y Flandes, aunque
en este caso Carlos V cedía Borgoña. Este tratado fue considerado un gran éxito de la

29 Usunáriz, Jesús María., op. cit., pp. 82-84, Lapeyre, Henri., op. cit., p. 77, y Elton, Geoffrey Rudolph., op. cit., p.
235.
30 Usunáriz, Jesús María., op. cit., pp. 85-88, Lapeyre, Henri., op. cit., pp. 78-79, Rivero Rodríguez, Manuel., op. cit.,

pp. 56-57, y Elton, Geoffrey Rudolph., op. cit., pp. 235-236.


31 Herrero Sánchez, Manuel., “Génova y el sitema imperial hispánico”, en Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio., García

García, Bernardo J. (Coord.)., La monarquía de las naciones. Patria, nación y naturaleza en la Monarquía de España,
Fundación Carlos de Amberes, Madrid, 2004, pp. 529-562. Véase imagen VII del repertorio gráfico, p. 122.

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diplomacia imperial y suponía la consolidación del dominio de los Habsburgo en Italia, a


su vez reconocido por Francia32.

En cuanto al Estado de Milán, mientras Francisco II Sforza era procesado por


traición y rebelión contra el Imperio, el gobierno fue asumido por el Marqués de Pescara,
sustituido por Antonio de Leyva y el Marqués del Vasto tras su muerte el 3 de diciembre
de 1525. Durante su breve estancia en Lombardía, el Condestable de Borbón actuó como
autentico gobernador del Estado, quizá debido a la promesa que le hizo Carlos V de
infeudárselo en caso de que Francisco II fuese declarado culpable, pero sus obligaciones
militares requirieron que marchase a Roma, donde murió en 1527 tras el inicio del “Saco”
33
. Tras la marcha de Borbón, fue Leyva quien ejerció los cargos de Gobernador y Capitán
General del Stato, entre 1527 y 1529, en un contexto complicado debido a los avances
militares franceses y al descontento de la población lombarda, que se sublevó en una
ocasión34.

Álvarez-Ossorio afirma que este periodo entre el procesamiento de Francisco II


Sforza y su restitución en el gobierno lombardo, supuso la primera fase de dominación
política hispana del Estado de Milán35, pero no hay que confundir dominación con
vinculación, ya que esto no significa que fuese un primer estadio en el proceso de
incorporación del Estado lombardo a la Monarquía Hispánica, sino que fue una especie
de compás a la espera de que la resolución imperial dictase el futuro del Milanesado, bien
volviendo a manos de los Sforza, bien siendo investido en otra persona, pero nunca con
la intención de ser anexionado al patrimonio del Emperador, quien hasta 1535/1536 no
se plantearía seriamente dicha opción.

En 1529, y por presión de Clemente VII, Carlos V perdonó a Francisco II Sforza


y lo restituyó como Duque de Lombardía, aunque debiendo de pagar para ello 400.000
escudos y 50.000 más por año durante una década. El Emperador se reservó también el

32 Usunáriz, Jesús María., op. cit., pp. 89-91, Lapeyre, Henri., op. cit., p. 79, Rivero Rodríguez, Manuel., op. cit., p. 57,
y Elton, Geoffrey Rudolph., op. cit., pp. 236.
33 Esta infeudación está reproducida en el Archivo General de Simancas, Sección Patronato Real, Legajo 43, documento

14 (en adelante AGS, PTR, Legajo 43/14), aunque no está firmado ni sellado. En este asunto es muy factible decantarse
por las opiniones de los historiadores que consideran que aunque Francisco II Sforza hubiese sido declarado culpable,
Carlos V no hubiera investido a Borbón en Milán.
34 Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio., Milán y el legado de Felipe II, pp. 55-58.
35 Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio., op. cit., pp. 57-58, e Idem., The State of Milan and the Spanish Monarchy, pp.

104-105.

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control los Castillos de Milán y Como, fortalezas que le permitían seguir dominando este
territorio que adquiría cada vez más importancia en el esquema geopolítico del Imperio
al servir de nexo entre los estados ibéricos y los alemanes y ser la pieza clave, junto con
la alianza genovesa, para el dominio de Italia36.

Francisco II Sforza fue repuesto en el gobierno milanés el 2 de enero de 1530,


fecha en la que se firma el documento de su restitución y que inicia el último periodo de
Milán como estado italiano independiente37. El duque desarrolló una gestión interior
acertada que contribuyó a que se diese en Lombardía un nuevo periodo de resurgimiento
económico tras las guerras que habían asolado la región durante años. Pero a pesar de
seguir siendo “independiente”, la presión de Carlos V sobre el Estado de Milán era
evidente, ejerciendo el Emperador una tutela sobre el duque que le permitía influir
considerablemente en la toma de decisiones, sobre todo en materias de política exterior,
a fin de asegurar los intereses de su Imperio, para lo que el control de Lombardía
comenzaba a ser vital. La adhesión de Sforza al bando imperial, fue confirmada mediante
la concertación del matrimonio entre Francisco II y la sobrina de Carlos V, Cristina de
Dinamarca, en 153438.

Sin embargo, la situación de estabilidad que se había logrado tras años de largas
guerras y enfrentamientos pronto se desbarataría, al igual que un castillo de naipes,
cuando se produjo la muerte de Francisco II Sforza, sin descendencia, el 1 de noviembre
de 1535, momento que marca el inicio del proceso de incorporación del Estado de Milán
a la Monarquía Hispánica.

36 Santoro, Caterina., Gli Sforza, pp. 386-387. Véase imagen VII del repertorio gráfico, p. 122.
37 AGS, PTR, Legajo 43/18. También se encuentran en Simancas otros documentos referentes a las clausulas acordadas
entre Francisco II Sforza y el Emperador a finales de 1529 y principios de 1530 (AGS, PTR, Legajo 43/17 y 21-23).
38 Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio., Milán y el legado de Felipe II, pp. 58-59, y Santoro, Caterina., op. cit., pp. 388-

399. Los acuerdos matrimoniales entre Carlos V y Francisco II Sforza también se hallan en Simancas (AGS, PTR,
Legajo 43/28).

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EL DUCADO DE MILÁN EN LA ÉPOCA DE CARLOS V (1535-1559)

Capitulo II- El proceso de incorporación del Estado de Milán a la Monarquía


Hispánica: Del final de la dinastía Sforza a la paz de Cateau-Cambrésis (1535-1559)

En este segundo capítulo, y parte del tercero, mi intención es abordar el proceso


que determinó la incorporación del Estado de Milán a la Monarquía Hispánica durante la
primera mitad del siglo XVI, territorio que desde entonces y hasta la Guerra de Sucesión
(1701-1714) permanecería en el conglomerado político-territorial de la rama hispánica de
los Habsburgo. Para ello mi estudio se centra en un análisis de la correspondencia del
bando imperial, principalmente la del Emperador Carlos V y de su hijo Felipe II, en lo
relativo al Stato Lombardo entre los años 1535 y 1559, así como de otros documentos
(paces y acuerdos internacionales, negociaciones, etcétera). Esta documentación revela
una gran cantidad de información que permite delimitar el desarrollo de este proceso de
inserción Estado de Milán en el conglomerado político-territorial del Emperador Carlos
V y en la Monarquía Hispánica de Felipe II, territorio que se vincularía a esta durante más
de un siglo y medio. Al final de este proceso se produjo también la confirmación de la
hegemonía hispana en el mundo italiano y en Europa, siendo estos algunos de los objeti-
vos principales que se pretenden alcanzar en el desarrollo de este trabajo.

I- A "Rey" muerto "Rey" puesto: El retorno del Estado de Milán al Imperio (1535-1536).

“He recibido la carta de Vuestra Magestad del primero de este y por otras más que ya habrá
recibido le he hecho saber la muerte de este señor duque (…)” 39.

Así exponía a principios de noviembre de 1535, en una de sus numerosas cartas,


Antonio de Leyva a Carlos V la muerte de Francisco II Sforza, Duque de Milán, con quien
se extinguía la dinastía40. En un principio y fuera de contexto puede parecer un hecho
anodino, la muerte de un gobernante más, pero lo destacable es que era el soberano del
Estado de Milán, territorio por el que se habían enfrentado durante años Carlos V y Fran-
cisco I, quedando entonces vacante la titularidad de Milán.

39
Archivo General de Simancas, Sección Estado, Legajo 1180, documento 336 (en adelante AGS, E, Legajo 1180/336).
También se hacen referencias en AGS, E, Legajo 1180/75, 92.
40
La muerte del Duque Francisco II Sforza se produjo la noche del 1 al 2 de noviembre de 1535, aunque se toma como
fecha el día 1 de noviembre. Véanse Usunáriz, Jesús María., España y sus tratados internacionales, Santoro, Caterina.,
Gli Sforza, pp. 398-399, y Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio., Milán y el legado de Felipe II, p. 59.

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EL DUCADO DE MILÁN EN LA ÉPOCA DE CARLOS V (1535-1559)

Como ya se analizó, el Ducado de Milán, junto con los otros territorios que con-
formaban el Stato, formaba parte de Sacro Imperio Romano Germánico, primero como
Vicariato Imperial (1274) y después como Ducado (1395), y por tanto era un feudo que
el Emperador cedía en usufructo hereditario a una familia que obtenía el control de su
gobierno41. Según la legislación imperial, si se extinguía dicha dinastía titular del feudo
el territorio revertía de nuevo al Emperador, quien debía decidir su destino e infeudarlo
de nuevo. Por lo tanto la extinción de los Sforza hizo que el Estado de Milán revertiese
legalmente en el Emperador Carlos V en 1535, quedando en sus manos el destino del
Ducado y Estado lombardo42.

Siguiendo la legislación imperial, Antonio de Leyva, comandante del ejército im-


perial, “se apresuró a proclamar la devolución del feudo al emperador”43 tomando rápi-
damente juramento a las instituciones y ciudades lombardas a principios de noviembre de
1535 en nombre de Carlos V, lo cual es informado también en la carta anterior:

“(…) Se ha tomado el juramento de fidelidad a los castillos y Senado, y hoy se toma a la


ciudad, y mañana se entenderá en lo de las otras ciudades, tierras y castillos, y todos vienen
en ello con tanto amor y voluntad que no podría ser mayor”44.

Hecho este juramento, el Estado lombardo pasaba directamente bajo el gobierno


directo de Carlos V, quien decidió entonces nombrar a Leyva “Lugarteniente Cesáreo”,
ejerciendo mediante este título el papel de Gobernador de Milán desde diciembre de 1535.
Esto queda reflejado en una carta enviada por el propio Leyva a Carlos V el 4 de diciem-
bre de 1535, agradeciéndole los cargos otorgados y el poder mandado, a través del Car-
denal Marino Caracciolo, para obtener el control de las tropas. Además Leyva confirma
que se ha tomado el juramento a todas las ciudades, castillos y fuerzas, ya que algunas
todavía no habían realizado el juramento de fidelidad cuando envió la carta anterior:

41 Hay que matizar que en el caso de Milán la designación del gobernante fue electiva hasta la mitad del siglo XIV,
aunque los Visconti monopolizaron el poder del territorio desde 1277, fecha en la que Otón Visconti, Arzobispo de
Milán, se hizo con el poder apartando a la familia della Torre. Fue con Giovanni Visconti con quien se modificó el
carácter electivo del cargo pasando a ser hereditario.
42 Para la el tema de la feudalidad imperial italiana en la época de Carlos V véase Cremonini, Cinzia., “Considerazioni

sulla feudalità imperiale italiana nell’età di Carlo V”, en Cantú, Francesca., Visceglia, Maria Antonietta (Coord.).,
L’Italia di Carlo V: Guerra, religione e política nel primo Cinquecento, Viella, Roma, 2003, pp. 259-276.
43 Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio., op. cit., p. 59.
44 AGS, E, Legajo 1180/360. También AGS, E, Legajo 1180/75, 92.

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“Cuanto al primer capítulo que Vuestra Majestad mandó escribirme por su carta, que haga y
provea todo lo que convenga a su servicio, en sucediendo el caso, tomando en nombre de Vues-
tra Majestad todas las ciudades, castillos y fuerzas más importantes, y por otros muchos más,
he dado aviso a Vuestra Majestad de cómo en fallecimiento del Duque, sin ruegos y estrépito
alguno, y con mucho amor y voluntad, juró la fidelidad este Senado y ciudad, y después todas
las otras ciudades y castillos en manos de este dicho Senado a nombre de Vuestra Majestad
porque yo no tenía aún el poder y sustitución del Cardenal Caracciolo, ny la orden que Vuestra
Magestad se havía dexado. Después venido el dicho poder del Cardenal, viendo que todo se
havía dado a vuestra Magestad tan quietamente, por no alterar ninguna cosa, no me paresció
usar del, sino esperar nuebo mandado de Vuestra Magestad al presente (…)” 45.

Si bien, como transmite Leyva en esta carta, el traspaso del poder al Emperador y
la jura de fidelidad se hicieron de manera tranquila y pacífica, esto no estuvo tampoco
libre de cierta coacción ante la presencia militar del ejército imperial y las advertencias
que se dieron a los feudatarios del estado milanés46:

“Leyva, en calidad de “Lugarteniente General” del Emperador en el dominio de Milán, in-


formó a las ciudades de la “devolutione di questo Stato alla Cessarea Maestà” y les ordenaba
enviar un diputado con poderes para jurar fidelidad al emperador. Lo mismo se mandó a los
castellanos de los presidios y a los feudatarios del Stato, a quienes el 25 de diciembre se dio
un plazo de veinte días para realizar el juramento, advirtiéndoles que, en caso de no hacerlo,
perderían sus feudos”47.

Como continúa exponiendo Álvarez-Ossorio, las acciones realizadas por Leyva


se vieron refrendadas por Carlos V, quien las justificaría años después, lo que trasmitió a
su esposa, la Emperatriz Isabel:

“A la Emperatriz, sobre lo de Milán y cosas del Estado, de Nápoles XVIII de enero de


MDXXXVI.

Cuando falleció el Duque de Milán, le escribimos las provisiones que hicimos para que siendo
el estado devuelto a Nos, como feudo del Imperio, fuese puesto y tenido por Nos y en nombre

45 AGS, E, Legajo 1182/1.


46 Esta transición política pacífica en el Estado de Milán se debió también, como recoge Ochoa Brun (Ochoa Brun,
Miguel Ángel., Historia de la diplomacia Española: La diplomacia de Carlos V, Ministerio de Asuntos Exteriores,
Madrid, 1999, Vol. V, p. 240) a que el Duque Francisco II Sforza no complicó las cosas mediante acciones políticas en
contra de los intereses imperiales antes de su muerte. También es un factor a tener en cuenta el que algunos miembros
de las altas esferas del estado lombardo, en previsión de esta situación, pidiesen al emperador una picola instructione
secreta para la toma del estado en caso de faltar Francisco II, como lo hizo el Cardenal Caracciolo en junio de 1535
(AGS, E, Legajo 1180/279). Y finalmente fue determinante en esto la prudencia que el propio Antonio de Leyva
demostró cuando tomó el control de Milán para no alterar a los estados vecinos, sobre todo en lo referente a los
movimientos de tropas en el norte de Italia (AGS, E, Legajo 1182/1).
47 Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio., op. cit., p. 59

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nuestro y conservado en quietud y reposo, hasta que lo proveyésemos como viésemos convenir
a su beneficio y al bien de la Cristiandad y de Italia”48.

Siguiendo lo que se plantea en esta carta, Carlos V debía decidir cuál sería la suerte
de Lombardía, es decir, en qué manos recaería su gobierno. Como recoge Vicente de
Cadenas existían tres grandes posibilidades que los consejeros le plantearon al Empera-
dor: Infeudar el Ducado en un potentado italiano o extranjero, cederlo a la órbita francesa
o mantenerlo bajo el dominio imperial49. Es muy difícil saber por cuál de ellas se decan-
taba Carlos V en 1535, por mucho que se quiera dar preferencia a una, ya que la realidad
es que cada posibilidad ofrecía diferentes ventajas e inconvenientes, lo cual se aprecia,
como se verá más adelante, en las posturas adoptadas tanto por el Emperador como por
sus consejeros.

Quizá la infeudación de Milán en un potentado italiano o extranjero era la opción


más sensata desde un primer momento, ya que permitía a Carlos V mantener el control
sobre Lombardía interfiriendo en el gobierno desde la sombra, como sucedía en muchos
de los otros estados italianos. El Emperador lo intentó en un primer momento con Juan
Paolo Sforza, el candidato con más derechos y legitimidad, como le informó Leyva el 27
de noviembre de 153550:

“Por otra mia he scripto a Vuestra Magestad de cómo en el archivo de las scripturas deste
stado se havía hallado un privilegio del emperador Maximiliano, que extinguendose la línea
legítima de la casa sforçesca pudiesen sucçeder los naturales. El dicho privilegio vino en poder
del conde Maximiliano y, viendo que Joan Paulo Sforça ponía grand diligencia en hazerle
buscar, me embió a dezir que qué me paresçia que se hiziesse del, y en fin se determinó que era
bien embiarlo a Vuestra Magestad (…)”51.

La muerte de Juan Paolo Sforza el 5 de diciembre de 1535 truncó esta opción de


infeudación, si bien su muerte tampoco cerró la posibilidad de infeudar el estado en otros

48 Fernández Álvarez, Manuel., Corpus documental de Carlos V, Universidad de Salamanca, Salamanca, 1973, Vol. I,
p. 451.
49 Cadenas y Vicent, Vicente de., El Milanesado: De Vicariato del Imperio al gobierno de España, Asociación

Universal de Entusiastas de la Obra del Emperador Carlos V, Madrid, 1989, p. 98. Estas tres opciones citadas fueron
las planteadas a Carlos V por sus consejeros a fin de decidir el destino del Estado de Milán y recogen los tres grandes
bloques de posibilidades por los que debía decantarse el Emperador, aunque dentro de los mismos existieron varias
propuestas diferentes.
50 Juan Paolo Sforza era hijo ilegítimo de Ludovico “el Moro” Sforza, y hermano de Maximiliano y Francisco II Sforza,

teniendo por tanto importantes derechos y legitimidad a la hora de acceder al gobierno de Milán.
51 AGS, E, Legajo 1180/84.

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potentados, barajándose más adelante los nombres del Príncipe Luis de Baviera, el Infante
Don Luis de Portugal u Octavio Farnesio entre otros52.

En segundo lugar la alternativa de cesión del Stato a la órbita francesa, negociada


entre Carlos V y Francisco I, estuvo marcada por la intención del Emperador de mantener
la paz, aunque se puede afirmar que nunca fue su propuesta predilecta ya que implicaba
la pérdida de un territorio vital tanto en la geopolítica italiana como en la del Imperio, así
como abrirle las puertas a Francia para que se inmiscuyese en los asuntos italianos.

Y finalmente la solución de mantener el control directo sobre Milán era la que


parecía más rentable en términos políticos y económicos, ya que permitía al Emperador
controlar directamente un territorio clave para el dominio de Italia, y que además era un
nexo esencial en las rutas de paso de los ejércitos de Carlos V hacia el Imperio, ello sin
tener en cuenta su importancia económica y demográfica. Esto era algo muy necesario
para que el Emperador mantuviese su poder en un momento en el que las guerras de
religión comenzaban a hacer tambalear la estabilidad de la estructura política de su Im-
perio, aunque tampoco hay que olvidar las cuestiones basadas en el prestigio y la ambi-
ción personal, que también jugaron su papel a la hora de tomar una decisión. No es mi
intención extenderme en esto ya que posteriormente se analizará de manera más detallada,
pero si hay que reflejar que en esta opción sobre el destino de Milán destacaron dos pro-
puestas muy diferentes: La del mantenimiento de la vinculación del Ducado y el Stato
con el Sacro Imperio, y la de su inserción en el patrimonio territorial personal de Carlos
V, lo que fue un foco de fricción entre Carlos y su hermano Fernando cuando el Empera-
dor trató desvincular el Estado de Milán del Imperio para insertarlo en la Monarquía His-
pánica que heredaría en un futuro su hijo Felipe II.

Visto todo esto se puede decir que la muerte de Francisco II Sforza y la vuelta del
Stato al Imperio marcan el inicio del proceso de incorporación del Estado de Milán a la
Monarquía Hispánica, aunque como se ha observado a través de las varias opciones que
se plantearon a Carlos V por parte de sus consejeros, no se sabía entonces cuál sería su
destino final. Pero el que 1535 suponga el inicio de dicho proceso de anexión no quiere
decir que la dominación española directa sobre Milán comenzase en dicho año, ya que

52Sobre la muerte de Juan Paolo Sforza siempre ha existido la sospecha del asesinato por envenenamiento, aunque
nunca pudo demostrarse. Cadenas y Vicent, Vicente de., La herencia imperial de Carlos V en Italia, pp. 369-372.

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como se ha visto Álvarez-Ossorio plantea que esta se produce en 1525, lo que según el
autor muchas veces ha pasado inadvertido a los historiadores por centrarse en un análisis
de la guerra y los conflictos internacionales53. Sin embargo, a pesar de lo acertado de su
argumentación, hay que matizar que si bien el dominio o control directo hispano-imperial
sobre el Estado de Milán comienza en dicha fecha, el proceso de su vinculación con los
reinos hispánicos no se da hasta 1535, ya que los hechos demuestran que Carlos V no se
planteó anexionarse Milán antes de 1535/1536, lo que no excluye que previamente inten-
tase controlar el territorio por los intereses que se derivaban de ello.

II- Milán, fruto de discordia: Del discurso de Roma a la tregua de Niza (1536-1538).

“Para evitar cualquier sorpresa o incidencia, Carlos V, desde hacía tiempo y ante la delicada
salud del Duque, tenía dadas instrucciones a Antonio de Leyva, su Capitán General, y a Marino
Caracciolo, Protonotario del Estado, para que en cuanto se produjera el óbito se ocuparan
ciudades y fortalezas, se mantuviese el orden y se prestara juramento de fidelidad al Empera-
dor”54.

Una vez asentado el control por parte de los agentes imperiales y tomado el jura-
mento de fidelidad al Emperador a las autoridades milanesas y lombardas, como ya se ha
señalado, comenzaron a surgir importantes cuestiones en lo relativo a cómo actuar en
Milán, ya que como cabía esperar, las reclamaciones francesas sobre el Estado de Milán
no tardaron en aparecer. También era menester actuar con cautela a fin de no levantar
suspicacias entre los potentados italianos por el creciente dominio directo imperial sobre
Italia, lo que podía moverlos a buscar la alianza con Francia. Ello es expuesto por Leyva
al Emperador el 4 de diciembre de 1535, hablando en esta carta a cerca de la conveniencia
de no desplazar muchos soldados para asegurar las plazas lombardas más importantes:

“(…) Ya avisé a Vuestra Magestad que en el tiempo que succedió la dicha muerte del duque se
hallaron en esta çiudad de camino con el coronel Maximiliano obra de 500 todescos, los cuales
hize entretener un poco, no siendo haun bien al laxado de las boluntades de todos los desta
çiudad ny de lo que por los convezinos se hazía, lo qual entendido passar todo quietamente.
Luego se despidieron dellos hasta 350, que eran la mayor parte enfermos, y se detubo 150 que
se enbiaron con los españoles, y haun se licenciaron otros 200 soldados que se havían enbiado

53 Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio., Milán y el legado de Felipe II, pp. 55-56, e Idem., The State of Milan and the
Spanish Monarchy, pp. 104-105. Como se ha visto en la nota al pie nº 46 el mismo Cardenal Caracciolo le pidió a
Carlos V en junio de 1535 una picola instructione secreta para la toma del Estado de Milán en caso de faltar Francisco
II (AGS, E, Legajo 1180/279).
54 Cadenas y Vicent, Vicente de., op. cit., pp. 368-369.

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por asegurar Como, Alexandría y Cremona, que son las plaças más importantes, porque du-
dando que de hazía Saluçe no obiesse motivo y tan bien por no poner alteración en este estado
ny sospecha a los vecinos. Y por no darles occasión de hazer motivo, no me paresçió de mover
los dichos españoles de donde estaban, y también he pensado por agora no proveer dellos en
castillos un çyudades deste estado, porque en este principio no podría sino alterar la buena
boluntad de los pueblos (…). De Milán a III de diciembre de 1635 (…) Antonio de Leyva”55.

Este consejo de Antonio de Leyva demostraba su gran conocimiento de la política


italiana, marcada desde hacía más de un siglo por los recelos entre los diferentes estados
del mundo italiano y su intento de evitar la hegemonía de uno de ellos. Pero ante los
movimientos del Rey de Francia, el Emperador y Leyva pronto se vieron obligados a
comenzar los preparativos bélicos.

Como ya se ha tratado, Francisco I tenía importantes derechos dinásticos para po-


der acceder a la investidura del Estado de Milán, debido a que era descendiente de Luis
de Valois, Duque de Orleans, y de Valentina Visconti, hija de Gian Galeazzo Visconti
(primer Duque de Milán) quien en su testamento ordenó que si sus hijos carecieran de
sucesor, debían acceder al gobierno del Ducado y Estado los descendientes de su hija y
Luis de Valois56. Aunque no he encontrado entre la documentación de Simancas un legajo
contemporáneo a 1536 en el que se esgriman estos derechos planteados por Francisco I,
sí que aparece en una relación de las cartas de los comisarios imperiales enviados por
Carlos V a Milán en 154557:

“Avisan por este testamento pretende el Rey de Francia (…) el Estado de Milán por haberse
casado el Duque de Orleans con una hija del dicho Juan Galeazzo Visconti, y él ordenado por
su testamento si sus hijos falleciesen sin sucesión legítima y natural sucedieles el primer hijo
tuviese el de Orleans y su hija, con ciertas condiciones (…)”58.

Esta fue la base de la reclamación de Francisco I sobre Milán, aunque también


esgrimió el dominio directo que tuvieron sobre el Stato tanto Luis XII de Francia
(1499/1500-1512), su suegro y primo segundo, como él mismo (1515-1521).

55 AGS, E, Legajo 1182/1.


56Cadenas y Vicent, Vicente de., op. cit., pp. 28-29.
57 La llegada de los comisarios imperiales al Estado de Milán se produjo a mediados de 1545, y aunque su cometido

era el de supervisar materias económicas y de hacienda, se inmiscuyeron en diferentes sectores del gobierno lombardo,
recogiendo también, como se aprecia en este fragmento, los derechos de Francisco I al trono milanés. La labor realizada
por los comisarios provocó una serie de conflictos de competencias entre estos y las autoridades locales. Para lo relativo
a la actuación de los comisarios imperiales en el Estado de Milán véase, Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio., Gli
humori D´Italia si devono conoscere et governarsi per italiani. Antonio Perrenot y el gobierno del Estado de Milán,
Società Napoletana Di Storia Patria, Nápoles, 2001, pp. 333-341.
58 AGS, E, Legajo 1191/132. Este documento está fechado el día 19 de noviembre de 1545.

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La paz entre los Habsburgo y los Valois había reinado desde el tratado de Cambrai
de 1529, aunque más bien habría que hablar de ausencia de contiendas entre Carlos V y
Francisco I. A pesar de lo pactado en Cambrai las negociaciones sobre Milán continuaron
entre ambos líderes, sobre todo a partir de 1534, proponiendo Francisco I la destitución
de Francisco II Sforza y la entrega del Stato a su familia. Es verdad que el Emperador
buscaba llegar a un acuerdo con Francisco, pero la mayoría de sus consejeros, y entre
ellos en especial Granvela, rechazaban las exigencias francesas e intentaban evitar el
afianzamiento del Rey Cristianísimo en Italia. Como la falta de entendimiento era previ-
sible, Carlos V intentó alargar las negociaciones a fin de preparar la defensa de sus terri-
torios, aunque nunca cerró la puerta de un posible acuerdo59. Francisco tampoco perma-
neció aletargado y desplegó una intensa actividad diplomática en busca de diferentes
alianzas, en donde destaca la entrevista con Enrique VIII, pero a pesar de estos intentos
del monarca francés la posición de Carlos V en Italia continuó siendo bastante fuerte60.

El fallecimiento de Francisco II Sforza precipitó todas estas negociaciones y les


dio mayor vigencia de la que habían tenido hasta entonces, ya que había quedado claro
durante estos años que el Emperador no aceptaría un trato con Francia mientras Sforza
siguiese vivo61. Una vez muerto, el tema volvió a ponerse sobre la mesa y Francisco I no
tardó en reivindicar el feudo milanés, aunque esta vez para su hijo, el Duque de Orleans,
proposición ya planteada años antes pero que en 1536 gozaba de mayor predicamento.

La cesión del feudo de Milán a la órbita francesa era prácticamente la única alter-
nativa posible si se quería evitar la guerra, aunque la propuesta de Francisco I era inacep-
table por parte de Carlos V, ya que implicaba que el Rey Cristianísimo obtendría el Stato
en usufructo hasta su muerte, pasando después a su segundo hijo, el Duque de Orleans,
como queda recogido en la siguiente carta que el Emperador envía a su esposa:

“(…) Le escribimos en lo que entonces se hallaban los negocios de Estado y especialmente la


plática e inteligencia de establecimiento de paz, y otras cosas tocantes al bien público de la
Cristiandad, que se habían comenzado con el Rey de Francia por medio del Estado de Milán.
Lo que más ha sucedido en ello es que de parte del dicho Rey se nos ha después propuesto que
debiésemos disponer del dicho Estado en el Duque de Orleans, su hijo segundo, ofreciéndonos

59 Kohler, Alfred., Carlos V (1500-1558): Una biografía, Marcial Pons, Madrid, 2000, pp. 261-263.
60 Lapeyre, Henri., Las monarquías europeas del siglo XVI, p. 79, y Usunáriz, Jesús María., España y sus tratados
internacionales, p. 115.
61 Usunáriz, Jesús María., op. cit., p. 117.

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de tratar por este medio de las dichas cosas. Y pareciéndonos que no es el que conviene, le
hemos respondido excusándolo, dándole razones suficientemente por las cuales se justifica no
poder tomar con el dicho Duque las seguridades que convendrían para los negocios públicos,
paz de la Cristiandad y tranquilidad de Italia (…)”62.

Milán era una pieza fundamental para la política exterior de Carlos V, así como
por ser nexo entre los estados de su imperio, debido a la importancia de su situación po-
lítico-estratégica como llave de Italia y zona de paso hacia el Sacro Imperio63. Además
aceptar la propuesta de Francisco I suponía abrir las puertas a Francia para su intromisión
en los asuntos italianos, suprimir un punto clave de unión entre el Imperio y los reinos
hispanos, que tanta importancia tuvo para el establecimiento del “camino español” du-
rante más de siglo y medio a fin de mantener el control en Flandes, y hacer caer en balde
todos los sacrificios que se habían realizado para garantizar la dominación imperial en el
mundo italiano64. Por todo ello el Emperador no podía aceptar.

Ante esta negativa Francisco I movió ficha intentando colocarse en una situación
de ventaja para negociar el destino de Milán. En primer lugar el Rey de Francia difundió
varias amenazas, como le expuso Gutierre López de Padilla al Emperador diciéndole (…)
porque los franceses platican por tan cierto que Vuestra Magestad les ha de dar el Estado
de Milán (…). Ellos brabean tanto diciendo que quieren hazer la guerra (…)65. Después
ocupó gran parte del Ducado de Saboya entre finales de febrero y marzo de 1536, aunque
esta invasión no pilló a Carlos V por sorpresa, tal como lo manifestó a su esposa en la
carta anterior66:

“Y por todas partes se entiende que el dicho Rey de Francia claramente da a entender la mala
voluntad que tiene al Duque de Saboya, y en las palabras que habla se conoce que amenaza
sus tierras (…)”67.

62 Fernández Álvarez, Manuel., Corpus documental de Carlos V, Vol. I, p. 456. Enviada el 1 de febrero de 1536 desde
Nápoles.
63 Ochoa Brun, Miguel Ángel., Historia de la diplomacia española, Vol. 5, p. 239.
64 Véase imagen VII del repertorio gráfico, p. 122.
65 AGS, E, Legajo 1182/146. Esta carta está fechada en Turín el 5 de febrero de 1536.
66 Esta primera campaña francesa en Italia lanzada desde Lyon, donde Francisco I había concentrado a sus tropas,

concluyó el 3 de abril de 1536 con la toma de Turín, cumpliendo así las amenazas que había realizado al Duque de
Saboya en caso de que no cediese a sus exigencias, de lo cual hay noticias en la correspondencia de Simancas donde
aparece que el Rey de Francia estava determinado a tomarle todo su estado (AGS, E, Legajo 1181/80).
67 Fernández Álvarez, Manuel., op. cit., Vol. I, p. 456.

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Por ello, Carlos mandó a la Emperatriz Isabel, en aquel momento regente de los
reinos hispánicos, iniciar los preparativos de guerra a la vez que se preparaban las defen-
sas en Italia, Flandes y el Imperio, aunque aún cabía la esperanza de llegar a un acuerdo68:

“(…) No se cree que el dicho Rey de Francia haya de romper ni mover la guerra y no estamos
sin esperanza que la dicha plática e inteligencia se continuará, porque la mejor seguridad que
de él se puede tener es estar con cuidado, prevenido y apercibido, de manera que no pueda
poner en ejecución sus fines y deseos, (…) conviene mucho que en todo caso las fronteras de
nuestro Reino y estados estén bien provistas y halla en ellas muy gran cuidado, guarda y vigi-
lancia, (…)”69.

A instancias del nuevo Papa, Paulo III, una nueva propuesta de cesión a la órbita
francesa fue abriéndose paso, la cual planteaba la posibilidad de que fuese el Duque de
Angulema, tercer hijo de Francisco I, y no el Duque de Orleans, quien accedería el go-
bierno de Milán, lo que le era comunicado a Carlos V desde Roma el 10 de febrero70:

“(…) Hablé con Su Santidad, y puesto que la plática fue larga no colegí cosa nueva que escribir
a V.M (…) tropieza en lo de la concordia, y me mandó que lo escribiese a V.M y que a los de
Francia que pedían Milán para el Duque de Orleans les respondió de su parte, sin decir nada
de la de V.M, que no tenía razón y por tanto no lo acabarían, empero que hablasen para el
tercer hijo. (…) Se resuelve Su Santidad en que cree que el tercer hijo suplicara a V.M por la
Duquesa de Milán y darán todas las firmezas que se pidieren, y dice que si no vienen en esto
dará ocasión a V.M y aún a sí mismo para quebrar con el Rey. (…) Me respondió que, aunque
otros Pontífices han buscado discordia entre los príncipes cristianos y que no falta quien le
aconseje lo mismo, dándole a entender que por esta vía entreterná su dominio en paz, que él
no quiere ni busca otra cosa que la universal concordia (…)”71.

Varias cuestiones se extraen de este fragmento. En primer lugar hay que decir que
bajo la, seguramente, buena intención de Paulo III por evitar la guerra, se esconde también
el interés por evitar la vuelta de los conflictos armados entre ambas monarquías en suelo
italiano y por no poner en peligro su pontificado aliándose con uno de los dos bando. Esto
quedó confirmado con su “inusual” neutralidad, para lo acostumbrado por los pontífices
de la época, durante toda la guerra, a pesar de los motivos que tenía para aliarse con Carlos

68 La carta citada es del 1 de febrero, por lo que Francisco I todavía no había comenzado la invasión de Saboya. Esto
hacía pensar a Carlos V que todavía podía existir una mínima posibilidad de acuerdo, que aún continuó buscando tras
la acción francesa (hasta mayo de 1536), como se observa en la correspondencia del momento, pero una vez estallado
el conflicto, y a pesar de la continuación de las negociaciones, se observó que sería casi imposible llegar al
entendimiento entre ambos monarcas.
69Fernández Álvarez, Manuel., op. cit., Vol. I, p. 460.
70 La carta iba dirigida a Carlos V de parte de Fray Vicente Lunel, General de la Orden de San Francisco, exponiéndole

en ella la propuesta que Paulo III le hizo en la entrevista que tuvieron el 28 de enero de 1536.
71 Fernández Álvarez, Manuel., op. cit., Vol. I, p. 468.

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V. En segundo lugar hay que destacar la propuesta que plantea al Emperador de ceder
Milán al Duque de Angulema, opción, posiblemente estudiada con anterioridad, que con
el apoyo Paulo III adquiere importancia de primer orden. Y finalmente destacar el apoyo
de Carlos V a esta propuesta del Papa, que sería ofrecida a Francisco I por el Emperador,
la cual en ciertos aspectos convenía al bando Imperial.

Puede parecer a primera vista contrario a los intereses de Carlos V que apostase
por ceder Milán a la órbita francesa mediante su investidura en el Duque de Angulema,
pero si se examina la propuesta con más detalle, las razones y consecuencias de esta op-
ción eran incluso hasta provechosas. La elección de Angulema alejaba la posibilidad de
que el Estado de Milán se uniera a la corona francesa, por estar más alejado de la sucesión
al trono, y además suponía que cabía la posibilidad de crear un complejo de intereses y
ambiciones entre el Delfín y su hermano menor que hubiera debilitado a la Casa de los
Valois, evitando a su vez la guerra72. Además el Emperador contaba con el apoyo del
Consejo de Estado de Castilla en esta propuesta, aunque con la condición, sine qua non,
de expresa renunciación del dicho Rey y de los otros sus hijos, consintiendo que falle-
ciendo el dicho hijo y faltando su línea masculina, S.M y sus sucesores provean del dicho
Estado, como está acostumbrado de los otros feudos del Imperio, y siempre que casase
con la duquesa viuda Cristina de Dinamarca73.

Tal proposición no fue aceptada por parte de muchos consejeros y embajadores


de Carlos V, sobre todo por parte de los españoles residentes en Italia (Leyva y del Vasto
entre otros tantos diplomáticos que ejercían su cargo en el mundo italiano, incluido tam-
bién Granvela), ya que la noticia de que el Emperador pensase en enajenar de algún
modo el Ducado, que tantos sacrificios había causado, sumió a varios en la perplejidad,
aparte de su valor como punto de unión con el Imperio y base de la dominación en Italia74.

72 Cadenas y Vicent, Vicente de., La herencia imperial de Carlos V en Italia, pp. 369-370.
73 Cristina de Dinamarca era sobrina de Carlos V y viuda de Francisco II Sforza, por lo que su matrimonio con el Duque
de Angulema suponía mayores garantías para asegurar la paz y fomentar roces entre la Casa Valois. Fernández Álvarez
analiza detalladamente esta propuesta y la aprobación del Consejo de Estado de Castilla en su obra (Fernández Álvarez,
Manuel., Política mundial de Carlos V y Felipe II, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Madrid, 1966, pp.
93-94) siendo las citas tomadas parte del legajo 35/5 de la sección de Estado/Castilla del AGS, que él mismo recoge en
su estudio. Ochoa Brun también recoge la apuesta del Consejo de Estado de Castilla por esta vía de negociación con
Francia recomendando lograr la paz (Ochoa Brun, Miguel Ángel., Historia de la diplomacia española, Vol. 5, pp. 240-
241).
74 Ochoa Brun, Miguel Ángel., op. cit., p. 241, Kohler, Alfred., Carlos V, p.262, Fernández Álvarez, Manuel., op. cit.,

pp. 91-92, y Usunáriz, Jesús María., España y sus tratados internacionales, p. 117.

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Pero sin embargo, en estos primeros momentos prevaleció, frente a la propuesta del Car-
denal Caracciolo al Emperador, la vieja idea de Gattinara (que venía desde 1518) de opo-
sición a la conservación de Milán por el sacrificio de hombres y dinero que suponía.

La intención de que el Estado de Milán pasase a la órbita francesa para garantizar


la paz de la Cristiandad marca el segundo paso en su vinculación con la Monarquía His-
pánica, ya que su fracaso produjo un cambio de rumbo que acercó más aún Milán al en-
tramado político de los Habsburgo.

A pesar de los esfuerzos del Emperador, esta oferta no fue suficiente para Fran-
cisco I, ya que no sólo alejaba Milán de Francia sino que su aceptación suponía renunciar
al control directo de Lombardía, que tanto deseaba volver a obtener75:

“(…) Hemos recibido cartas de nuestro Embajador en Francia, en que nos escribe que el Rey
insiste en su primera proposición que del Estado de Milán se disponga en el Duque de Orleans,
su hijo segundo, y así nos lo ha dicho y hablado su Embajador de su parte, y no deja de proce-
der en los aparejos de gente y provisiones de guerra, que tenemos escrito que hacía (…)”76.

Ya se ha indicado que Francisco I se lanzó a la invasión del Ducado de Saboya


para mejorar su situación en las negociaciones, lo que se produjo tras negarle el Duque
Carlos III, aliado y vasallo del Emperador, el paso de sus tropas por el territorio. Esto
complicó las cosas aún más, sobre todo al declarar oficialmente la guerra el Rey Cristia-
nísimo el 3 de abril de 1536 tras la toma de Turín, entrando Carlos V el día 5 en Roma a
fin de entrevistarse con el Papa e intentar ganar un gran aliado77. Allí el Emperador pro-
nunció su aclamado discurso ante el Papa, cardenales y diplomáticos el día 17 de abril de
1536, aunque previamente ya se había reunido en varias ocasiones con Paulo III:

“Luego otro día tuvimos una larga habla con Su Santidad sobre los negocios públicos de la
Cristiandad y de Italia, y Su Beatitud, mostrando deseo de paz en ella, y excusar rompimiento
entre nos y el Rey de Francia, nos puso delante muchas causas por donde le parecía que aunque
se nos hubiese dado tanta ocasión para ello, pues estaba en nuestra mano hacer tanto bien a
la Cristiandad, que debíamos condescender a ella. (…) Cuando de parte de Su Santidad se nos
habló en lo de Milán para el señor Angulema, por las dichas causas condescendimos a haberlo

75 Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio., Milán y el legado de Felipe II, p. 60.


76 Fernández Álvarez, Manuel., Corpus documental de Carlos V, Vol. I, p. 469. Carta del 18 de febrero de 1536 de
Carlos V a la Emperatriz Isabel.
77 Carlos III también era familiar del Carlos V, ya que estaba casado con Beatriz de Portugal, su prima. Lapeyre, Henri.,

Las monarquías europeas del siglo XVI, p. 80, Ochoa Brun, Miguel Ángel., op. cit., Vol. 5, p. 242, y Usunáriz, Jesús
María., op. cit., p. 117.

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EL DUCADO DE MILÁN EN LA ÉPOCA DE CARLOS V (1535-1559)

por bien, dándose las seguridades que conviniesen, y siendo con participación de nuestros
aliados. Y lo mismo respondimos al Embajador del Rey, que nos habló de su parte, y que des-
pués tornó a hablar en lo de Monsieur de Orleans. Y pareciéndonos que con esto no se podrían
tomar buenas seguridades para la seguridad de Italia, dijimos que queríamos ver lo que en ello
se podía hacer. Y a la postre, en lugar de venir en lo justo, pidieron el usufructo de Milán para
el Rey, y que como quiera que habiendo después que se comenzó la dicha plática procedido y
procediendo el Rey de Francia, como lo ha hecho y hace, y ocupando a Saboya y pasando su
ejército los montes para hacer lo mismo en el Piamonte, y pasar a lo que más pudiere en daño
de Italia, se conozca y sus obras declaran no tener él intención ni voluntad de querer él la paz.
(…) Y por el respeto que tenemos a Su Santidad, respondimos finalmente que en lo que toca al
dicho Monsieur Angulema miraríamos lo que se podría y debiera hacer, con participación y
comunicación de nuestros amigos y confederados, haciendo primeramente, y ante todas cosas
el dicho Rey de Francia volver su ejército y gentes a su reino y restituir al Duque de Saboya
todas sus tierras. Y quedó que Su Santidad ponía y tendía la mano en el negocio, para encami-
nar el efecto de la paz por todas las vías que se pudiese. (…) Y, demás de aquello, les declara-
mos largamente cómo en esto ni otra cosa, no tenemos fin, acrecentamiento ni interés particu-
lar nuestro ni deseamos otra cosa sino la paz de la Cristiandad y quietud de Italia. (…) Y demás
de esto, en el discurso de esta plática les dijimos que en caso que el negocio entre nos y el dicho
Rey de Francia viniese a rompimiento, lo cual según los términos que él ha usado y usa, y
cuando adelante ha pasado y pasa, parece que será inevitable (…) que nuestra voluntad no es
otra, sino la que muchas veces y arriba hemos dicho, de desear y encaminar el beneficio de la
Cristiandad y de Italia por todas las vías que pudiéremos”78.

Este fragmento recoge el cambio de rumbo de Carlos V en la política seguida en


cuanto al destino de Milán. La acción francesa en Saboya había alterado los ánimos del
Emperador, quien si bien adviene a mantener la oferta al Duque de Angulema lo hace en
un tono distinto utilizando la expresión “condescendimos”. Kohler apunta que desde el
principio de las negociaciones con Francia sobre la cesión de Milán Carlos V no tenía
intención de aceptar, deduciéndose que sólo fueron una manera de ganar tiempo para
preparar la defensa de sus territorios79. Es verdad que Carlos V intentó negociar para
ganar tiempo en caso de que las negociaciones acabasen en un intento fallido, como bien
recoge Fernández Álvarez80, pero con intención de ceder si se llagaba a un acuerdo, por
lo menos antes de la invasión de Saboya. Aunque bien es cierto, como se recoge en otro
documento de Simancas que contiene el parecer de un tal “Morales” que había viajado
por Francia e Italia, la paz no era posible:

78 Fernández Álvarez, Manuel., op. cit., Vol. I, pp. 483-484. Carta del 8 de abril en la que Carlos V le transmite a Lope
de Soria lo tratado en una de esas reuniones con Paulo III.
79 Kohler, Alfred., Carlos V, pp. 265-266.
80 Fernández Álvarez, Manuel., Política mundial de Carlos V y Felipe II, pp. 90-95.

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EL DUCADO DE MILÁN EN LA ÉPOCA DE CARLOS V (1535-1559)

“In primis quanto a lo que toca a la paz, todos los hombres de entendimiento que pueden hablar
della la tienen por impossible, y las razones que dan son que el Rey de Francia ha de querer el
Estado de Milán libre y no saben cómo se podrán compadescer la seguridad de la paz y el darle
el dicho Estado, y demás desto juzgan que pidirá algunas otras cosas que causarán assi mesmo
impossibilidad a la dicha paz. (…)”81.

La acción francesa dificultaba más las cosas, ya que si Francisco I no había acep-
tado la oferta imperial antes, sería mucho más difícil controlando Saboya, además de que
estaba claro que el Emperador no iba a darle a Francisco I el control de Lombardía, siendo
la oferta al Duque de Angulema lo máximo a lo que estaba dispuesto a llegar. En vista de
esto, Carlos V comenzó a convencerse de que la guerra parece que será inevitable y para
ella se prepara, eso sí, siempre arguyendo que lo hacía en beneficio de la Cristiandad y
de Italia. Ceder Milán en los términos que se proponían para evitar una guerra podía ser
aceptable, pero no si esta estallaba, por lo que la opción de ceder Milán a la órbita francesa
fue perdiendo fuerza dentro de las opciones de Carlos V, aunque años más tarde volvería
a salir a la luz82. Además muchos de sus consejeros le animaban a mantener Milán bajo
su dominio directo, y los aliados italianos preferían seguir recelando de la hegemonía de
Carlos V que preocuparse de la vuelta de Francisco I a la política de la península. Este
apoyo de los estados italianos aliados era vital para mantener la estructura imperial, ins-
taurada en Italia tras Pavía y Cambrai, y poder contar con importantes ayudas durante el
transcurso de la guerra, por lo que Carlos V dejó bien claro al Papa y al embajador francés
que su decisión sobre Milán sería tomada con participación y comunicación de nuestros
amigos y confederados.

Todo esto lo argumentó en el discurso que pronunció en el Vaticano el 17 de abril,


el cual se recuerda por ser el mejor discurso del Emperador según los testigos, en el que
defendió con unas simples notas, en castellano y durante más de una hora, su actuación y
criticó la política y la doble acción de Francisco I. En este discurso Carlos V fija ya como
única condición de acuerdo la cesión de Milán al Duque de Angulema, devolver Saboya
a su legítimo gobernante, apoyar los intereses imperiales en diversas cuestiones y ratificar
los tratados de Madrid y Cambrai entre otras disposiciones. Si no se llegaba al acuerdo

81AGS, E, Legajo 1185/3.


82El retorno a la cuestión de la cesión de Milán a la órbita francesa volvió a surgir con la paz de Crépy de 1544, aunque
en esta ocasión la disyuntiva fue si ceder Milán o los Países Bajos, lo cual se trata en el epígrafe IV de este capítulo,
pp. 61-67.

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sólo quedaban dos opciones: Un desafío personal que lanzaba a Francisco I o la guerra83.
Tras este ultimátum que dio el Emperador al Rey de Francia, el cual tenía una vigencia
de 20 días, Carlos V se reunió con los embajadores del Cristianísimo, repitiéndoles lo
declarado en un ambiente más privado84.

El Papa concluyó por dar la razón a Carlos V, ofreciéndose para buscar una solu-
ción pacífica al conflicto entre ambos monarcas y declarando que se mantendría neutral
y dispuesto a mediar para restablecer la paz, lo que restó la eficacia deseada al discurso
del Emperador, quien buscaba ante todo el apoyo y alianza del Pontífice85. Esta fue una
acertada e inteligente decisión de Paulo III, quien no se arriesgaba a decantarse por un
bando que, dependiendo del desarrollo de la guerra, hubiese podido acarrear graves con-
secuencias a su pontificado.

Tras la reunión con los embajadores franceses el 18 de abril, Carlos V envió desde
Roma a la Emperatriz Isabel una carta en la que le remitía las cuestiones tratadas:

“(…) Su Santidad nos persuadió mucho a la paz. Ofreciendo que se emplearía en encaminarla
todo cuanto pudiese, y que así por lo que debía su dignidad como por hacer mejor oficio en
ello, quería ser y quedar neutral. (…) No se movía de esta resolución, no le quisimos apretar
más adelante; antes entendimos solamente en los medios de la dicha neutralidad, (...) y es que
Su Santidad no se entremeterá ni dará favor en la guerra por la una parte, ni por la otra, y
guardará las plazas y fuerzas de las tierras de la iglesia sin dejar entrar en ellas las fuerzas
del uno ni las del otro y no moverá directa ni indirectamente cosa ninguna en Italia contra los
potentados de ella, y tampoco nos estorbará como quiera que sea la observancia y efecto de la
Liga hecha por la defensión de Italia. (…) Y cuanto lo que toca a la dicha paz y a los términos
en que el negocio se halla, considerando los daños que de la guerra se seguirían a la República
Cristiana y no queriendo dejar de hacer por nuestra parte todo lo que honestamente para esto
se pueda, hemos declarado que somos contentos de tratar del Estado de Milán para el señor
de Angulema, hijo tercero del Rey de Francia, con medios y seguridades convenibles, las cuales
hemos dicho a Su Santidad, tan justificadamente que ha mostrado contentamiento. Y por no
hallarse aquí persona de parte del dicho Rey de Francia que tuviese poder suyo para tratar, y
viendo allende de esto que sus embajadores se han parado en saber ante todas cosas si nos
trataríamos del dicho Estado de Milán para el Duque de Orleans, hijo segundo del Rey de
Francia, dejando al padre el usufructo de aquel estado durante su vida (…). Y también importa

83 Ochoa Brun, Miguel Ángel., Historia de la diplomacia española, Vol. 5, pp. 242-244, y Usunáriz, Jesús María.,
España y sus tratados internacionales, pp. 117-118.
84 El discurso de Carlos V en Roma de 1536 se halla recogido y analizado monográficamente en Cadenas y Vicent,

Vicente de., El discurso de Carlos V en Roma en 1536, Hidalguía, Madrid, 1982.


85 Kohler, Alfred., Carlos V, p. 267.

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señaladamente para con los potentados de Italia, los cuales todos son de nuestra parte, y ma-
yormente con los venecianos, con sabiduría y consentimiento de los cuales hemos condescen-
dido a tratar del dicho Estado de Milán para el dicho señor de Angulema y respondiendo en lo
que toca a la paz lo que arriba esta dicho”86.

Esta carta es un claro testimonio de la posición neutral del Papa y el imposible


entendimiento entre Francisco I y Carlos V, quienes no cedieron de sus posiciones para
poder llegar a un acuerdo pacífico, lo que se mantuvo durante todas las negociaciones a
pesar de la famosa frase del Emperador en su discurso del 17 de abril: Que quiero paz,
que quiero paz, que quiero paz87. El Cardenal de Lorena, mandado por Francisco I, habló
con el Emperador en su viaje hacia el norte de Italia para dirigir a su ejército, buscando
un acuerdo de última hora, pero como se aprecia no hubo entendimiento:

“El dicho Cardenal de Lorena nos alcanzó, viniendo él de vuelta de Roma (…) Tornamos a
hablar en lo de la paz, conforme a lo que primero había dicho, y nuestra respuesta es la misma
sustancia que arriba está dicho. Finalmente persistió en que resoluta y determinadamente le
dijésemos si queríamos tratar del dicho estado de Milán para el dicho Duque de Orleans, por-
que él, como antes nos había dicho, no tenía comisión de hablar de otra cosa. Y le respondimos
que no por las causas que están dichas (…). A XI del presente se cumplirán los XX días que en
Roma señalamos para que el Rey nos respondiese a las cosas que allí ofrecimos, como habrá
visto, y los cinco días que prorrogó nuestro embajador por lo que le escribimos. (…) Y no
habiendo el dicho Rey de Francia respondido dentro de los XXV días, nos quedamos libres
para hacer lo que viéremos convenir”88.

Ni las visitas del Cardenal de Lorena a Carlos V o del Embajador imperial Jan
Hannart a Francisco I tuvieron éxito, lo que desembocó en el fracaso de las negociaciones.
Paulo III también fracasó en sus intentos, y con el rechazo de Francisco I al ultimátum
del Emperador y la expulsión de su Embajador Hannart, se inició la guerra89. Aunque la
historiografía clásica fija el inicio de esta el 3 de abril de 1536, con la declaración oficial
de Francisco I hecha tras la toma de Turín, el conflicto bélico no se inició realmente hasta
la desestimación del ultimátum imperial en mayo por los franceses. Esto se refleja en la
correspondencia estudiada, ya que el propio Carlos V habla de evitar la guerra y alcanzar
una solución pacífica posteriormente a las acciones francesas en Saboya entre febrero y
abril, por lo que si bien han de incluirse en el conflicto, deben ser consideradas como

86 Fernández Álvarez, Manuel., Corpus documental de Carlos V, Vol. I, pp. 487-489.


87 Usunáriz, Jesús María., op. cit., p. 118.
88 Fernández Álvarez, Manuel., op. cit., Vol. I, pp. 503-504. Carta de Carlos V a Isabel del día 18 de mayo de 1536.
89 Ochoa Brun, Miguel Ángel., op. cit, Vol. 5, p. 249.

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acciones previas y no el inicio de la guerra de 1536, ya que así fue entendido por los
contemporáneos90.

La campaña militar de Carlos V en 1536 se dio en varios frentes (el Piamonte, la


Provenza, los Países Bajos y el Pirineo catalán), que acompañó también con una impor-
tante diplomacia en suelo italiano a fin de guardarse las espaldas en Italia, medida de
precaución para una posible retirada. Lo curioso de esta estrategia es que Carlos no se
presentó ante los potentados italianos como Emperador, o como Rey de España, sino
como Rey de Nápoles, como un príncipe italiano más y defensor de Italia, dejando el título
de extranjero a Francisco I, formando así una Liga de la que sólo quedó fuera el Papa91.

Carlos V encabezó a su ejército en el frente de Provenza, a cuyo mando estaban


Antonio de Leyva y Ferrante Gonzaga. La campaña no fue tan exitosa como esperaba el
Emperador ante la táctica de Montmorency de rehuir todo enfrentamiento directo, y hubo
de batirse en retirada al no poder establecerse sus tropas sobre aquellos territorios, entre
otras cosas por la política de tierra quemada seguida por los franceses, la cual tuvo más
efectos positivos de lo que pareció en un principio92. Si bien es cierto que ambas campa-
ñas imperiales del verano de 1536, la de Provenza y la del norte, fueron un fracaso como
apuntan algunos autores, Usunáriz entre ellos, también tuvieron efectos positivos. Como
señala Fernández Álvarez el Emperador consiguió alejar la guerra de Italia y llevarla a
suelo francés, tanto por Provenza como por Flandes, manteniendo la paz y “quietud” en
Italia y logrando que esta situación de tablas empujase a los dos bandos a negociar93.

Paulo III no había dejado de mover la diplomacia durante toda la guerra para llegar
a una pronta solución pacífica, enviando a los Cardenales Agostino Trivulzio a Francisco
I y a Marino Caracciolo a Carlos V, pero sus intentos fueron baldíos. Esto mismo se
aprecia por la respuesta del propio Emperador a dichos Cardenales en una carta del 9 de
julio de 1536:

90 La invasión de Saboya ha de incluirse, junto con el conflicto por Milán, entre las causas del estallido de la guerra de
1536, no considerarse como el inicio de la misma.
91 Usunáriz, Jesús María., op. cit., p. 119, Fernández Álvarez, Manuel., Política mundial de Carlos V y Felipe II, pp.

97-98, y Ochoa Brun, Miguel Ángel., op. cit., Vol. 5, p. 249.


92 Lapeyre, Henri., Las monarquías europeas del siglo XVI, p. 80, y Fernández Álvarez, Manuel., op. cit., p. 97.
93 Fernández Álvarez, Manuel., op. cit., pp. 98-99.

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“(…) Por los ofrecimientos que postreramente yo hice en Roma, los cuales no solamente no
han sido aceptados por el Rey de Francia, dentro del tiempo entonces señalado, ni aún jamás
después, antes ha continuado de mal en peor en la guerra, que de nuevo había comenzado,
haciendo todo extremo de poder para ocupar lo que quedaba de las tierras de mi primo y
cuñado el Duque de Saboya, y destruirlas, quemarlas y asolarlas, habiendo echado de su Corte
a mi Embajador, publicando en su reino la guerra contra mí de un día para otro, y, por decir
la verdad misma, nos ha invadido como enemigo y saqueado algunas de mis tierras de Flandes;
Por donde cada uno puede bien entender cómo además de lo que había sido ya desde Roma
tan provocado y forzado a la guerra, he sido después, sin poder evitar, constreñido a ella (…).
Y no obstante esto, si el dicho Rey de Francia quisiere (…) yo soy aún muy contento y estoy
inclinado de tenderle dicha paz (…). Y suplico a Su Santidad que quiera tomar esta mi res-
puesta con todo lo demás que yo os he dicho largamente, a la mejor parte, y entender y consi-
derar bien que siendo yo, como dicho es, tan provocado y forzado a la dicha guerra, y metido
y puesto en ella por el dicho Rey de Francia, no puedo ni debo dejar de, defendiéndome y
satisfaciendo, hacer lo que por derecho y exigencia de la guerra se requiere, como yo hallare
y viere convenir”94.

Carlos V expresa aquí lo que venía defendiendo desde el discurso de Roma, y a


pesar del tono irascible que muestra sigue manteniendo el ofrecimiento de paz si Fran-
cisco I acepta la investidura de Milán para el Duque de Angulema. Pero un análisis más
exhaustivo revela que el mantenimiento de la oferta de paz se debe al interés de que Paulo
III se aviniera a la causa imperial, lo que se aprecia en el excesivo tono conciliar y reve-
rencial que utiliza para con el Pontífice. Carlos V busca, una vez iniciada la campaña
militar, “castigar a Francia”, y no será hasta después de la decepción de las campañas de
1536 cuando vuelva a plantearse más seriamente la cesión del Estado de Milán a la órbita
francesa, aunque la muerte del Delfín de Francia complicó aún más esta alternativa95.

Mientras se desarrollaba la diplomacia, en Milán las cosas seguían tranquilas, ya


que la guerra no se produjo en suelo italiano, aunque se sufrió la pérdida de Antonio de
Leyva, Príncipe de Áscoli, en la campaña de Provenza, uno de los mejores capitanes de
Carlos V96. Leyva había participado en todas las guerra de Italia a excepción del asalto

94
Fernández Álvarez, Manuel., Corpus documental de Carlos V, Vol. I, pp. 510-511.
95 La muerte del Delfín de Francia, heredero al trono de Francisco I, se produjo el 10 de Agosto de 1536. Esto suponía
que Enrique, Duque de Orleans, pasaba a ser el nuevo Delfín, por lo que Carlos V nunca aceptaría la investidura de
Milán en él, si bien tampoco la había aceptado antes. Por ello la candidatura del Duque de Angulema, nuevo Duque de
Orleans, era la única posible para hallar un acuerdo entre ambas partes, aunque la propuesta francesa de finales de
agosto de 1536 también fue desestimada por el bando imperial (Usunáriz, Jesús María., España y sus tratados
internacionales, p. 120).
96 En tres de las obras consultadas la muerte de Antonio de Leyva se fija en días distintos, el 7, 10 y 13 de septiembre

de 1536. Por ello, ante la diversidad de opiniones, lo mejor es no decantarse por ninguna en concreto, ya que en el resto
de fuentes consultadas no aparece información para corroborarlas (Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio., Milán y el
legado de Felipe II, p. 61, Cadenas y Vicent, Vicente de., El Milanesado, p. 107, y Ochoa Brun, Miguel Ángel., Historia
de la diplomacia española, Vol. 5, p. 250).

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a Roma y era el español que mejor conocía los asuntos italianos, habiendo sido también
el primer gobernador, tanto español como italiano, del Estado de Milán bajo los Habs-
burgo, por lo que su muerte fue una importante pérdida para Carlos V97.

Leyva había sido cesado de su puesto el 1 de agosto de 1536 por Carlos V y sus-
tituido por Caracciolo, ya que se hallaba en Provenza dirigiendo el ejército, lo que no
impidió que se quejase de ello al Emperador, y tras su muerte Alfonso de Avalos, Mar-
qués del Vasto, fue quien obtuvo el mando del ejército imperial, siguiendo Caracciolo en
su puesto de gobernador hasta su muerte, acaecida en enero de 153898. Esta separación
de competencias administrativas y militares en el Estado de Milán entre Caracciolo y del
Vasto dificultó en gran parte la dirección de la guerra y creó una situación de bloqueo en
la cúpula del poder debido a que el Marqués del Vasto y el Cardenal Gobernador man-
tuvieron un enfrentamiento casi permanente en materias de alojamiento y manutención
de tropas, así como sobre la gestión de la hacienda99.

Al final del verano de 1536 concluían las campañas militares del bando imperial,
regresando el ejército, encabezado por Carlos V, de Provenza a Italia, lo que comunicaba
al Conde de Cifuentes, su Embajador en el Vaticano, el 5 de septiembre de 1536, reite-
rando el Emperador en la carta que se vió obligado a ir a la guerra por las acciones fran-
cesas y la invasión de Saboya:

“(…) Nos determinamos a hacer la guerra en su reino, así por estas partes como por las de
Flandes (…). (…) No se puede juzgar ni entender por ahora lo que el dicho Rey de Francia
querrá hacer, después que entienda nuestra vuelta en Italia, mas si pensase enderezar sus fuer-
zas a ella, esto querríamos más que por ninguna otra parte, esperando con ayuda de Dios
alcanzar de él allí la razón que aquí no se ha podido, aunque se le ha hecho mucho daño y
vergüenza por haberse encerrado (…)”100.

Carlos V intenta justificar su retirada como medida defensiva que serviría para
ganar la guerra en Italia si Francisco I se decide a atacar, aunque deja ver de manera leve
su descontento con la campaña de Provenza, de la que esperaba mucho más. La situación
de tablas entre ambos bandos hacia finales de 1536 llevó a la búsqueda de una solución

97 Cadenas y Vicent, Vicente de., La herencia imperial de Carlos V en Italia, p. 387.


98 AGS, E, Legajo 1185/2. Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio., Milán y el legado de Felipe II, p. 61.
99 Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio., op. cit., p. 61. Sobre la separación de las competencias militares y

administrativas del cargo de Gobernador en el Estado de Milán se dan algunas pinceladas a lo largo de este capítulo.
100 Fernández Álvarez, Manuel., Corpus documental de Carlos V, Vol. I, pp. 521-524.

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pacífica del conflicto en 1537, siempre con la insistencia del Papa como relata Carlos V
al Cardenal Caracciolo:

“Don Carlos por la divina clemençia Emperador de los Romanos, Augusto Rey de Alemania,
de las Españas, de las dos Siçilias (…), Muy Reverendo muy charo padre Cardenal Carazolo
nuestro gobernador en el Estado de Milán (…).

El nuncio de Su Santidad que vino los días passados de Roma para residir cerca de nos, revo-
cando asy el que hasta aquí tenia, nos ha hablado de su parte que Su santidad con la affection
que ha tenido y tiene de entender en el tractado de la paz entre nos y el Rey de Francia por que
se evitasse la guerra en la Christiandad, y se pudiesse atender mejor a la deffensión y resis-
tençia y expulsión de los enemigos de la fee havía querido interponer en ella su interçession
para concluirla y usar sy fuesse neçessario de su auctoridad y de la sede apostólica haciendo
la declaraçion que le pareçeria justo, a lo cual continuando en la voluntad que syempre have-
mos tenido a la dicha paz por benefiçio de la Christiandad y evitar los daños que se siguen de
la guerra, como se ha conoscido por las justificaçiones que antes de agora tenemos hechas,
havemos respondido y respondemos offreciendo y assegurando que por nuestra parte nos por-
nemos como lo haremos en todo deber y razón segund hasta aquí nos havemos puesto para
conseguir la dicha paz siendo firme y assegurada como conviene a la Christiandad y a Italia,
que es lo que en esto havemos syempre pretendido y pretendemos, syn buscar algund yntersse
propio, de manera que por nuestra parte no ha quedado ny quedará la dicha paz y adelanta-
miento della con que el dicho Rey de Françia se haya de fiar y reçibir de nos las seguridades
neçessarias para cumplimiento de lo assentado, y nos no del, porque de otra no se podría hazer
paz conveniente ny segura para beneficio de la Christiandad y de Italia.

Después es llegado de Flandes Cornelio Sceppero, nuestro secretario embiado a nos por la
Serenisima Reyna María, nuestra hermana, a darnos razón de la tregua que se assentó entre
el delfín de Françia y el capitán general de nuestro exercito que alla teníamos, como havreys
entendido con las causas que huvo para hazerla y para que sy fuessemos servido la ratificáse-
mos dentro del tiempo de tres meses que para esto se declaró. La tregua es solamente absti-
nençia de guerra por aquellas partes por diez meses fundada por evitar la effusion de sangre
y daños que della se seguían y para tractar por medio della de la paz y por muchas razones, y
entre otras porque el çerco de Tervana sobre la cual estava nuestro exerçito, aunque la tenían
apretada no podía dexar de ser largo por estar muy proveída de gente y las otras cosas neçesa-
rias. Y ya en aquella tierra començava a llover y cargavan las aguas, y la gente padesçia y no
lo sufría bien y los alemanes pedían condiçiones que no se podían cumplir por entonçes con
otras muchas difficultades con parescer de todos los de nuestro consejo ministros y servidores
de allá la Reyna nuestra hermana consintió a la dicha tregua y nos embia a pedir que la rati-
fiquemos y syendo ya hecha lo havemos tenido por bien y havemos mandado despachar nuestra
ratificaçion della. De Monçon a quinze de septiembre MDXXXVII años”101.

101
AGS, E, Legajo 1184/133.

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Después de algunas acciones de ambos bandos a principios de año, que no hicieron


más que confirmar dicha situación de tablas, se firmaron unas treguas por diez meses en
Bomy, el 30 de julio de 1537 para el frente norte, y en Monzón, el 16 de noviembre para
el frente meridional102. Estos esfuerzos en pro de la paz continuaron en la Conferencia de
Salces, en la que Montmorency y el Cardenal de Lorena fueron los plenipotenciarios fran-
ceses y Cobos y Granvela los imperiales, donde sólo se logró una prórroga de las treguas
vigentes hasta el 18 de junio de 1538103.

Tras arduos esfuerzos, los intentos pacificadores de Paulo III dieron sus resultados
al lograr convocar a los dos contendientes en Niza, a donde él también acudió, iniciándose
las conversaciones el 31 de mayo de 1538104. El lugar de la reunión no fue fácil de esta-
blecer por los recelos de Francisco I, como se aprecia en el siguiente fragmento de una
carta del Marqués de Aguilar a María de Hungría:

“(…) La Majestad Cesárea (…) ofreció venir en Italia, en parte donde su imperial persona y
el dicho rey se pudiesen avocar en presencia de Su Santidad, para que fuese juez de esta causa
(…) lo cual, atendido por Su Santidad y que el Rey de Francia ponía dificultades en venir a
Piamonte (…) determinó Su Beatitud que el avocamiento y lugar para tratar esto fuese Niza,
donde el dicho Rey no podría tener la excusa y dificultad que ponía para venir en Piamonte,
pues casi estaba en su reino y casa. De lo cual la Majestad Cesárea fue muy contenta, por venir
más brevemente a la conclusión y asiento de la paz (…)”105.

Una vez fijado el lugar, y habiendo llegado allí los implicados, se desarrollaron
las conversaciones de paz, dificultadas porque ninguno de los dos monarcas cedía en la
cuestión del Estado de Milán106. Ante el bloqueo de las negociaciones Paulo III propuso
una tregua que se firmó en 18 de junio de 1538 por diez años. Entre las cláusulas acorda-
das están las siguientes:

“Primeramente que entre su majestad imperial y real, (...) es hecha, concluida, ajustada, acor-
dada y tomada buena, segura, verdadera, firme y leal tregua, abstinencia de guerra y cese de
armas entre los dichos señores Emperador y Rey (...), en todos los lugares y partes (...). Y
durante ella (...) quedarán todas las cosas en el estado que están, en la posesión y goce, cada
uno como respectivamente tienen, y que por el tiempo y término de diez años, a comenzar desde

102
Lapeyre, Henri., Las monarquías europeas del siglo XVI, p. 80, y Ochoa Brun, Miguel Ángel., Historia de la
diplomacia española, Vol. 5, pp. 250-251.
103
Ochoa Brun, Miguel Ángel., op. cit., pp. 251-252.
104
El documento íntegro de la Tregua de Niza se halla transcrito en Usunáriz, Jesús María., España y sus tratados
internacionales, pp. 121-122.
105
Fernández Álvarez, Manuel., Corpus documental de Carlos V, Vol. I, p. 537.
106
El 9 de mayo de 1538 llegó el Emperador a Niza, poco después Paulo III y finalmente Francisco I el 2 de junio.

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EL DUCADO DE MILÁN EN LA ÉPOCA DE CARLOS V (1535-1559)

la fecha de hoy de los presentes y en adelante consecutivamente. (…) Y están expresamente


comprendidos en esta tregua, en cuanto a la suspensión de armas y abstinencia de guerra,
tanto por mar como por tierra, la ciudad, señoría y estado de Génova, junto con todas sus
pertenencias y lugares poseídos por los dichos genoveses que están bajo su obediencia, o como
quiera que sea. (…) Y en cuanto al estado de Florencia y otras repúblicas de Italia, están
comprendidas en esta dicha tregua. (…) Y estará comprendido en esta presente tregua el Duque
de Saboya (…). (…) Y de común acuerdo y consentimiento quedan comprendidos por los dichos
señores Emperador y Rey en esta presente tregua nuestro muy Santo Padre el Papa, la Santa
Sede Apostólica, el Rey de Romanos, el Imperio, los electores y los estados de él, todos los
reyes cristianos, la Señoría de Venecia, el Duque de Lorena y los señores de las Ligas. (…)
Hecho en el convento de los franciscanos, cerca de la villa de Niza, el 18 de junio, año de
gracia 1538”107.

Se evitaba mediante la Tregua de Niza la obtención de Milán por parte de los


franceses y su afianzamiento en Italia, aunque temporalmente parte de Saboya quedaba
en sus manos, y con esto la posibilidad de influir en los asuntos italianos, por lo que la
tregua únicamente vino a sancionar el statu quo de las posesiones que cada bando tenía
al inicio de la contienda de 1536. Esto dejaba la península italiana en la misma situación
que había dado lugar al estallido del conflicto sin que nada quedase resuelto, aunque se
fijaron encuentros posteriores para tratar de resolver dichos puntos de litigio108.

Se establece con la Tregua de Niza la tercera etapa en el proceso de vinculación


de Milán con la Monarquía Hispánica, ya que el Stato se mantiene en manos del Empe-
rador Carlos V, lo que le permitió afianzar su control sobre Lombardía y desestimar con
el tiempo la opción de ceder el Estado de Milán a la órbita francesa, aunque esta recobraría
fuerza años después mediante la llamada “alternativa” de la paz de Crépy de 1544.

III- Amistad temporal, rivalidad eterna: La continuación de la pugna Habsburgo-Valois


hasta la paz de Crépy (1538-1544).

Los intentos de negociación para acabar con los puntos de litigio continuaron du-
rante el año 1538, reuniéndose Carlos V y Francisco I en Aiges-Mortes entre el 14 y el
16 de julio, aunque fueron más bien unas jornadas amistosas que de negociación 109. En
ellas no se llegó a pasar de gestos de amabilidad y “amistad”, sin lograr avanzar en lo

107 Usunáriz, Jesús María., op. cit., pp. 122-127.


108 Kohler, Alfred., Carlos V, p. 267.
109 Fernández Álvarez, Manuel., Carlos V, El César y el hombre, Espasa-Calpe, Madrid, 2001, p. 566.

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acordado en Niza, quedando aún sin resolver la situación que había llevado a la guerra110.
Este entendimiento Habsburgo-Valois, aunque se demostró factible hasta 1540, se asen-
taba sobre bases precarias y, a excepción de la política en Oriente, ambos monarcas se
encontraban enfrentados en estos momentos por la cuestión de la sucesión de Güeldres y
la política en Italia, en concreto por Milán111. Cuando estalló la rebelión de Gante en
noviembre de 1539, Francisco I ofreció a Carlos V pasar por Francia, produciéndose un
notable acercamiento112. Este hecho hizo que inevitablemente Carlos V tuviese que aban-
donar la Península Ibérica con urgencia, decidiéndose a pasar por Francia por ser el ca-
mino más corto y no rechazar la invitación de Francisco I. Para ello pidió al Rey de Fran-
cia ciertas seguridades, que este le concedió, entre las que se destaca el establecimiento
de aquel viaje únicamente como de tránsito, evitando tener que negociar y comprometerse
ante posibles presiones francesas113. El viaje no fue bien visto por todos, ya que algunos
miembros del consejo del Emperador desconfiaban de Francisco I, pero se realizó con
éxito y un gran agasajamiento a Carlos V, “amistad” entre tan viejos rivales que sorpren-
dió al resto de Europa114.

Eso sí, antes del viaje Carlos V buscó dejar las cosas bien atadas en los Reinos
Hispánicos y en Milán, sobre todo por sus largas ausencias en los primeros. En los reinos
peninsulares dejó a su hijo Felipe como titular de la regencia, aunque esta fue de carácter
nominal porque contaba sólo con doce años y la Emperatriz Isabel había fallecido el 1 de
mayo de 1539, siendo el Cardenal Tavera el gobernador efectivo115. Mientras en Lom-
bardía Alfonso de Avalos, Marqués del Vasto y Comandante Supremo de las tropas im-
periales en el norte de Italia, había asumido el cargo de Gobernador de Milán. Esto suce-
dió por orden imperial en 1538, tras la muerte del Cardenal Caracciolo, aunque el propio
Senado de Milán había mostrado su preferencia para que fuese designado en tal puesto:

“A Su Magestad, el Senado de Milán:

Essendo piacciuto all omnipotente Dio levarne il Rmo. Sr. Cardenale Carracciolo, quale V.
Mta. ne havena con satisfattione nostra dato governatore, la citta universalmente ne ha sentito

110 Usunáriz, Jesús María., op. cit., p. 122, Ochoa Brun, Miguel Ángel., Historia de la diplomacia española, Vol. 5, p.
255, y Lapeyre, Henri., Las monarquías europeas del siglo XVI, p. 81.
111 Lapeyre, Henri., op. cit., p. 81.
112 Usunáriz, Jesús María., op. cit., p. 127.
113 Fernández Álvarez, Manuel., “La España del Emperador Carlos V”, en Menéndez Pidal, Manuel., (Coord.), Historia

de España, Espasa-Calpe, Madrid, 1982, Tomo XX, pp. 633-643.


114 Ochoa Brun, Miguel Ángel., op. cit., Vol. 5, pp. 259-262.
115 Fernández Álvarez, Manuel., op. cit., p. 633, e Idem., Carlos V, El César y el hombre, p. 599.

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dispiacere incredibile, come della primatione dun pre (sic.) della patria, nella integrita et bon-
tate del quale si riposava, non havemo voluto mancar de significare a V. Mta. il dispiacer
nostro. Et poiche niuno meglior rimedio puo soccorrere al dolor nostro che di ripotar un suc-
cessore qual sia della medema benivolentia et affettione verso noi, et di autorita con quale possi
remediare allí incomodi nostri, hanno li citadini tra loro discorso, et ad ogniuno e parso che
la persona del Sr. Marchese del Vasto per la dignita, virtu er experientia sua, savia con rag-
gione molto atta a questo governo, et da lui si aspettaria universale contento (…).

Milán, XXVIII Januarii MDXXXVIII”116.

Esto suponía que volvían a reunirse un una misma persona las competencias ad-
ministrativas y militares, evitando las disensiones entre los dos cargos y facilitando la
gestión y toma de decisiones en el Stato en caso de que hubiese que maniobrar con rapi-
dez, cargo que el Marqués desempeñó hasta su muerte en marzo de 1546, siendo este un
periodo de suma importancia en la política interior del Estado117.

Del viaje a Gante a través de Francia, entre finales de 1539 y enero de 1540, hay
una cuestión muy interesante que plantea Fernández Álvarez cuando dice que Carlos V
sabía muy bien que la única forma de ratificar la incipiente amista con su antiguo rival
era dándole, de algún modo, satisfacción en aquellos puntos de litigio, refiriéndose a
Milán118. Con esto plantea que previamente al viaje, el Emperador sabía, a pesar de no
querer renunciar a ninguno de sus territorios, que el mantener todas sus adquisiciones
acabaría llevando a la reanudación del conflicto, por lo que la alternativa Milán o Países
Bajos de 1544 tendría sus inicios en dicho momento, lo que se ve confirmado por la pro-
posición de matrimonio de la Infanta María, hija de Carlos V, con el Duque de Orleans,
que incluía los Países Bajos como dote119.

Antes de esta propuesta, Carlos V, en caso de sacrificar Milán, había pensado en


ceder el Estado a terceras personas, bien al segundo hijo de Fernando de Habsburgo bien
al infante Don Luis de Portugal, casándose uno de estos con la Infanta Margarita de Fran-
cia, a fin de mantener al nuevo Duque en la órbita imperial120. Esto era prácticamente

116 AGS, E, 1185/103.


117 Tras Antonio de Leyva los cargos de Gobernador y Comandante Supremo de las tropas en Milán habían estado
separado en dos personas, Caracciolo y del Vasto respectivamente, lo que supuso una situación de bloqueo en el poder
que dificultó la dirección de la guerra entre 1536 y 1538. Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio., Milán y el legado de
Felipe II, p. 61, e Idem., The State of Milan and the Spanish Monarchy, p. 107.
118 Fernández Álvarez, Manuel., La España del Emperador Carlos V, p. 364.
119 Ochoa Brun, Miguel Ángel., op. cit., Vol. 5, p. 263.
120Cadenas y Vicent, Vicente de., La herencia imperial de Carlos V en Italia, p. 370.

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inviable, por lo que entonces se apostó por la proposición citada de casar a la Infanta
María con el Duque de Orleans, el infante Carlos en estos momentos, recibiendo como
dote los Países Bajos, el Franco Condado y el Charolais. Esto fue consultado previamente
a sus hermanos María y Fernando, siguiendo el Emperador adelante a pesar de la oposi-
ción de este último, contrario a desintegrar el patrimonio dinástico. La propuesta de Car-
los V fue expuesta a Francisco I por su embajador en Francia François de Bonvalot, que
incluía además el matrimonio de Maximiliano de Austria, sobrino de Carlos V, con Mar-
garita de Francia y del Príncipe Felipe con Juana de Albret, contando también con la
renuncia del Emperador a Borgoña, la de Francisco I a Milán y la devolución de Saboya
y el Piamonte a su legítimo gobernante. La aceptación de esta oferta suponía para Carlos
V la reunificación del estado borgoñón del siglo XV, con lo que se bloqueaban las ambi-
ciones francesas en el noroeste, la renuncia de Francia a entrar en los asuntos italianos,
quedando el Ducado de Saboya en manos aliadas y Milán bajo su control directo, la po-
sibilidad de controlar la Navarra francesa, por el matrimonio de Felipe con Juana de Al-
bret, y el fomento de una mayor división entre las facciones que apoyaban a los dos hijos
de Francisco I, además de poder hacer realidad los deseos del Emperador de lograr una
paz general en la Cristiandad121.

Como cabía esperar Francisco I rechazó la oferta imperial, a pesar de la opinión


de Carlos V de haber realizado un gran esfuerzo en la misma, ya que el Rey de Francia
debía renunciar a las conquistas de Saboya y Piamonte, fuertemente asentadas, y al Estado
de Milán, por el que había luchado durante tantos años. Esto suponía una total salida de
la política Italiana a cambio de los Países Bajos para su segundo hijo, quien por el mo-
mento estaría en el círculo de la política imperial, precio considerado excesivo que Fran-
cisco I no estuvo dispuesto a pagar. Ello supuso el fracaso de las negociaciones y en el
mantenimiento del statu quo de Niza, buscando el Cristianísimo entonces renovar sus
viejas alianzas con turcos y protestantes, lo que permite ver las diferentes e irreconcilia-
bles posturas que tenían ambos monarcas122.

121 Usunáriz, Jesús María., España y sus tratados internacionales, pp. 127-128, y Fernández Álvarez, Manuel., op. cit.,
pp. 678-679.
122 Fernández Álvarez, Manuel., op. cit., p. 680.

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Se aprecia entonces una cuarta fase en el proceso de incorporación de Milán a la


Monarquía Hispánica muy interesante, ya que de estas negociaciones se extrae la impor-
tancia que estaba adquiriendo el Stato para el Emperador. En 1536 lo habría cedido al
Duque de Angulema para lograr la paz con Francia, pero en este momento, aunque se
planteó cederlo a terceros, prefiere sacrificar los Países Bajos, lo que demuestra la clara
intención de Carlos V de conservarlo y vincularlo a la Monarquía Hispánica123. Esta afir-
mación queda refrendada por la investidura “secreta” que hizo del Estado en su hijo Felipe
el 11 de octubre de 1540, favorecida por la fuerte posición que tenía en Italia en estos
momentos y por entender que la tregua con Francia iba a derivar en una nueva guerra,
cesión que reforzaba la unión del Stato lombardo a la Monarquía Hispánica, aunque man-
tenida en secreto para evitar una reanudación de conflicto con Francia124.

La cesión de Milán al Príncipe Felipe acabó por confirmar la actitud que siguieron
tanto Francisco I como su corte, ya que supuso el fracaso de la política del Condestable
de Montmorency y su progresivo alejamiento del poder, quien encabezaba el bando que
buscaba la paz. Esto llevó a que ambas partes, tanto Francia como el bando imperial, a
intentaran reforzar sus posiciones ante el nuevo choque que ya se veía como inevitable.
Francia buscó afianzar su alianza con los otomanos y venecianos mediante el envío de
diplomáticos, de los cuales destacan Francisco Rincón y Cesare Fregoso, cuyas muertes
a mano de soldados imperiales en 1541 le dieron a Francisco I el casus belli necesario
para declarar la guerra un año más tarde125.

Rincón era un hábil diplomático español que había desertado del servicio imperial
para pasar al bando francés, a cuyas manos estuvieron los contactos con Constantinopla.
Tras regresar a Francia, en 1540 volvió a Turquía para llevar la respuesta de Francisco I,
haciendo el camino con Cesare Fregoso, agente secreto que se dirigía a Venecia. Ambos
atajaron cruzando por Milán, a pesar del riego que suponía, en donde fueron apresados y

123 En realidad no es posible saber a ciencia cierta si Carlos V hubiese sacrificado los Países Bajos para mantener Milán
bajo su control, y es factible pensar que no habría llegado a hacerlo, siendo esta propuesta una mera distracción. Pero
el simple hecho de que se haga esta propuesta muestra la importancia que el Estado de Milán estaba adquiriendo en el
imperio de Carlos V.
124 La investidura se denomina como secreta porque la intención de Carlos V era de mantenerla en secreto, además de

que no tuvo validez pública, aunque fue conocida en los círculos de la alta política europea (Álvarez-Ossorio Alvariño,
Antonio., Milán y el legado de Felipe II, p. 25, e Idem., The State of Milan and the Spanish Monarchy, p. 108). Elton,
Geoffrey Rudolph., Historia del mundo moderno, p. 240, Fernández Álvarez, Manuel., op. cit., p. 680, y Usunáriz,
Jesús María., op. cit., p. 128.
125 Usunáriz, Jesús María., op. cit., pp. 128-129.

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ejecutados por los hombres del Marqués del Vasto, desobedeciendo las órdenes imperia-
les. Francisco I se mostró irritado por la muerte de sus agentes y envió quejas y protestas
al Emperador, quien ordenó que se abriese una investigación para castigar a los culpa-
bles126. Pero independientemente de esto el Rey de Francia ya tenía su pretexto para
reanudar el conflicto con Carlos V, aunque la calma se mantuvo hasta el verano de 1542,
como se aprecia en este fragmento:

“(…) lo que hay de nuevo en estas partes es que estamos en buena paz con los franceses (…)
del Piamonte no obstante el suceso de Rincón y Cesare Fregoso de los cuales no se sabe más
(…)”127.

Tras la represión de Gante y la entrevista con sus hermanos en 1540, Carlos V se


dirigió a realizar su campaña en Argel, atravesando Italia y cruzando el Mediterráneo,
siguiendo por el norte de la Península Itálica la ruta que le aconsejaba el Marqués del
Vasto y realizando una parada en Milán, camino que se recoge en una carta cifrada que
le envía del Vasto al Emperador el 26 de julio de 1541128. Carlos V entró en Milán el 21
de Agosto de 1541, parada breve previa a su entrevista con el Papa Paulo III en Lucca, de
lo cual se informaba también en la carta anterior:

“Su Majestad entrará en esta ciudad mañana domingo. Plegue a Dios que sea en buen signo.
No sé si de aquí irá a Lucca para verse con Su Santidad o si se irá desde Génova con las
Galeras. Su Majestad dicen que no estará aquí sino seis u ocho días a lo más. Dios lo puje y
acompañe, y guarde la vida y ensalce el Estado de Vuestra Señoría como su ilustrísima persona
del de Milán”129.

Una vez en Milán, durante la breve estancia del Emperador, se aprobaron las
Nuevas Constituciones resultantes de la labor de recopilación (…) que estaban reali-
zando el Presidente del Senado Giacomo Filippo Sacchi y cuatro senadores desde que se
lo ordenase el duque Francisco II un año antes de su muerte, recopilación que Carlos V
había permitido que continuase130. Estas Nuevas Constituciones tuvieron una gran impor-
tancia en la política interior del Estado de Milán, ya que atribuían al Senado amplísimas
competencias en materias judiciales y gubernamentales, reduciéndose los poderes del
resto de instituciones locales en favor de este. Suponía esto que también se reducía el

126 Ochoa Brun, Miguel Ángel., Historia de la diplomacia española, Vol. 5, pp. 264-268, y Lapeyre, Henri., Las
monarquías europeas del siglo XVI, p. 82.
127 AGS, E, Legajo 1188/125. Carta de Lope de Soria al Comendador Mayor de León del 20 de agosto de 1541.
128 AGS, E, Legajo 1188/100.
129 AGS, E, Legajo 1188/125.
130 Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio., Milán y el legado de Felipe II, p. 62.

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poder del gobernador, de lo cual se quejó años más tarde el Marqués del Vasto en la corte
imperial, tras lo que Carlos V ratificó de nuevo, mediante las “Órdenes de Worms” del 6
de agosto de 1545, los poderes otorgados al Senado y prohibió interferir al gobernador,
al Consejo Secreto y al Gran Canciller en las materias reservadas al mismo, establecién-
dose como el órgano más importante en la administración del Stato131.

Tras su paso por Ratisbona, Trento y Milán, Carlos V se dirigió a Génova para
embarcarse en las galeras dirección Lucca, donde se había concertado la entrevista con
Paulo III, llegando allí el 10 de septiembre132. La entrevista no fue fructífera y únicamente
sirvió para fijar el Concilio ecuménico en la ciudad de Trento y para que el Papa se com-
prometiese a mediar entre Francia y la Monarquía Hispánica a fin de mantener la tregua.

De estos intentos de Paulo III no se logró ni la aceptación del Concilio por parte
de Francisco I ni una solución al tema Saboya-Milán, ya que ninguna de las dos partes
cedía, aunque el Rey Cristianísimo se comprometió a no atacar a Carlos V mientras este
estuviese luchando en Argel. Realmente este compromiso de Francisco I se debía a que
ese tiempo le era de gran ayuda para acabar sus preparativos bélicos y cerrar sus alianzas
antes de declararle la guerra a Carlos V133. Entre estas alianzas se hallaban los turcos,
reafirmada en marzo de 1542, el Duque Guillermo de Clèves, enfrentado al Emperador
por la herencia de su tío Carlos de Egmont, Duque de Güeldres, Jacobo V, Rey de Esco-
cia, así como Dinamarca y Suecia, formalizando con Cristián III, Rey de Dinamarca, las
relaciones el 29 de noviembre de 1541134. La alianza con Venecia no fue fructífera, a
pesar del gran interés que tenía para franceses y turcos, pero sí se logró, con la mediación
francesa, que la Serenísima y los otomanos firmaran la paz en octubre de 1540, quedando
los segundos libres para luchar con su aliado galo, negociaciones de las que hace eco
Lope de Soria135.

131 Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio., op. cit., pp. 61-62, e Idem., The State of Milan and the Spanish Monarchy, p.
107. Para los diferentes órganos y cargos del Estado de Milán véanse Signorotto, Gianvittorio., Milán español: Guerra,
instituciones y gobernadores durante el reinado de Felipe IV, La esfera de los libros, Madrid, 2006, y Álvarez-Ossorio
Alvariño, Antonio., Gli humori D´Italia, pp. 305-369. Para un estudio monográfico sobre el cargo de Gran Canciller
véase Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio., “Sombra del gobernador y cuello de la República: El Gran Canciller del
Estado de Milán”, en Mazzochi, Giuseppe., El corazón de la Monarquía: La Lombardia in età spagnola. Atti della
Giornata Internazionale di Studi Pavia, 16 giugno 2008, Ibis, Como-Pavía, 2010, pp. 15-41.
132 Fernández Álvarez, Manuel., La España del Emperador Carlos V, p. 682.
133 Ochoa Brun, Miguel Ángel., op. cit., Vol. 5, p. 268, y Usunáriz, Jesús María., España y sus tratados internacionales,

pp. 130-131.
134 La alianza fue acordada el 17 de julio de 1540 y debía sellarse mediante el matrimonio de Guillermo con Juana de

Albret, sobrina de Francisco I e hija de Enrique, Rey de Navarra, lo cual se llevó a cabo el 14 de junio de 1541.
135 Fernández Álvarez, Manuel., op. cit., p. 681. AGS, E, Legajo 1189/51. En este documento de Lope de Soria también

se hace referencia a los impuestos que se habían recaudado en Milán para financiar y aumentar el número de tropas.

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También había intentado Francisco I atraerse la alianza de Inglaterra y de los prín-


cipes protestantes del Imperio, pero en estos casos la diplomacia imperial jugó muy bien
sus cartas, atrayéndose a unos aliados vitales. Carlos V intentó llegar a un acuerdo con
los mandatarios protestantes del Imperio, lo que logró a través de una ambigua solución
de compromiso firmada en la Dieta de Ratisbona el 29 de julio de 1541, con la que se
dejaba todo el problema religioso en suspenso a fin de mantener la unidad imperial. La
alianza inglesa tuvo que esperar a 1543, cuando se deterioraron sus relaciones con Fran-
cia, sellándose el pacto el 11 de febrero, que además suponía el reconocimiento de los
derechos sucesorios de la Princesa María, hija de Enrique VIII y Catalina de Aragón136.

Para principios de año se hacía evidente el inminente estallido de la nueva con-


tienda, como bien expresaba al Emperador el Marqués del Vasto el 15 de enero de 1542:

“Ya me parece que no hay que dubdar que franceses no hagan la guerra al presente, pues se
ha començado en el suceso de Maran (…). De Francia, el dicho Rey, ser conçertado con el de
Inglaterra, y que presto se han de ver, y con venecianos (…). Soy también avisado haberse
concertado con Francia el Duque de Urbino (…)”137.

Como ya he dicho la alianza de Francia con Inglaterra no prosperó, aunque esto


no estaba claro en el momento en que del Vasto escribió la carta, en la que continúa
exponiendo la situación político-estratégica en Italia, haciendo referencia a Toscana, Flo-
rencia y Nápoles, entre otros, para concluir diciendo al Emperador que se hará todo lo
posible en su servicio y que se había dado orden de mandar a Milán más tropas.

La guerra iba a iniciarse en un mal momento para Carlos V, quien acababa de


regresar a la Península Ibérica con sus fuerzas desgastadas a finales de 1541, tras el desas-
tre de la Campaña de Argel, ya que se había perdido una parte importante de la flota del
mediterráneo, de lo que Francia se aprovechó138. La declaración oficial de la reanudación
de la guerra fue dada por Francisco I el 12 de julio de 1542 desde Ligny, acusando al

136 Usunáriz, Jesús María., op. cit., pp. 130-132, Ochoa Brun, Miguel Ángel., op. cit., Vol. 5, p. 272, y Fernández
Álvarez, Manuel., op. cit., p. 681.
137 AGS, E, Legajo 1189/6.
138 Fernández Álvarez, Manuel., Carlos V, El César y el hombre, pp. 623-624, e Idem., Política mundial de Carlos V y

Felipe II, p. 103.

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Emperador de no haberle restituido lo que era suyo, es decir Milán, y de no haber casti-
gado a los culpables de los asesinatos de Rincón y Fregoso139.

Carlos V justificará su entrada en la contienda únicamente para defenderse del


ataque francés, ya que esta le era impuesta, lo que comunica al Cardenal Tavera el 26 de
julio de 1542 mientras estaba en las cortes de Monzón:

“Ya habréis sabido las demostraciones que se han hecho de querer romper la guerra contra
nos y nuestros reinos y señoríos, y lo que hemos proveído para la observación de ellos. (…)
Ahora tenemos nuevas que se hace grueso juntamiento de gente y forman ejércitos para venir-
nos a ofender, de lo cual tenemos aviso de todas partes, y que se acercan a las fronteras de
Navarra y Perpiñán, aunque cargan más a la de Perpiñán, con esperanza de las fuerzas del
Turco que esperan por la mar (…). He mandado proveer que las dichas fronteras de Perpiñán
y Navarra, y también Fuenterrabía y San Sebastián, se pongan en orden y fortifiquen para su
defensa y resistencia de los enemigos, y están provistas de artillería, municiones, bastimentos
y otras cosas. Además de la gente que en ellas estaba he mandado que se ponga en ellas más
gente de nuevo, y porque viniendo tan poderosos adversarios, conviene que así sea la resisten-
cia y socorro que se ha de hacer (…)”140.

Francisco I se lanzó a la guerra en tres frentes diferentes (el Rosellón, los Países
Bajos y Lorena e Italia), aunque esta campaña de 1542 destaca por las incoherencias y el
poco sentido táctico que demostraron los franceses141. El frente principal fue el del Rose-
llón con el objetivo de tomar Perpiñán, plaza cuya defensa había sido preparada por el
Duque de Alba, quien logró mantenerla y defender de la frontera catalana.

Hay que decir que la actuación imperial durante este año fue meramente defen-
siva, si bien sus resultados no fueron ni mucho menos malos, lo que pone de relieve los
problemas tácticos del ejército francés a la hora de tomar las ciudades fortificadas. Esto
se explica en el estudio de Geoffrey Parker sobre El ejército de Flandes y el camino es-
pañol, en el cual se expone que los avances en la arquitectura militar defensiva, en con-
creto la llamada trace italienne, modificaron totalmente las técnicas de sitio y los modelos
de guerra ofensivo-defensivos, sólo pudiendo ser conquistadas las ciudades mediante un

139 Fernández Álvarez, Manuel., La España del Emperador Carlos V, p. 690, Elton, Geoffrey Rudolph., Historia del
mundo moderno, p. 240, Lapeyre, Henri., Las monarquías europeas del siglo XVI, p. 82, y Ochoa Brun, Miguel Ángel.,
op. cit., Vol. 5, p. 269.
140 Fernández Álvarez, Manuel., Corpus documental de Carlos V, Vol. II, pp. 78-79.
141 Fernández Álvarez, Manuel., La España del Emperador Carlos V, p. 690, Lapeyre, Henri., op. cit., p. 82, y Ochoa

Brun, Miguel Ángel., op. cit., Vol. 5, p. 269.

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bloqueo total, como el de Julio César en Alesia142. Por ello era necesario aumentar el
número de efectivos en los ejércitos, hecho que comienza a producirse a partir de la dé-
cada de 1530, lo que explica el fracaso de Francisco I en la toma de Perpiñán en 1542, a
pesar de la buena preparación de su campaña y lo efectivos de que disponía143.

En los Países Bajos la campaña tuvo mayores éxitos al lograr el Duque de Orleans
tomar Luxemburgo y su capital, así como las acciones del Duque de Clèves, quien puso
en jaque Flandes al sitiar Amberes y Lovaina, aunque no logró tomarlas. Pero las rencillas
entre los dos hijos de Francisco I, el Delfín Enrique, que dirigía el sitio de Perpiñán, y
Carlos, Duque de Orleans, hicieron que este último se dirigiese a Narbona, donde el Cris-
tianísimo tenía su cuartel general, a fin de participar en el frente principal. Esta maniobra
fue contraproducente, ya que el Príncipe de Orange aprovechó el momento para recuperar
los territorios perdidos por el bando imperial144.

Italia fue el otro frente sobre el que se lanzó la ofensiva francesa de aquel año, en
concreto sobre Milán, donde se buscó desbaratar las defensas del Marqués del Vasto,
acciones de las que sólo destacan la toma de Cherasco y el sitio a algunas plazas meno-
res145. Pero que los franceses no consiguiesen éxitos en Lombardía no significó que la
defensa fuese fácil, ya que como respondía el Marqués del Vasto a una carta para que
hiciese más esfuerzos:

“(…) Es ya imposible poder ya hacer milagros, y si de ahí no viene ayuda Dios sabe cómo
pasará, porque del Estado de Milán no se puede sacar ya más de lo sacado (…)”146.

Del Vasto incluso llega a decir en la carta que ya tengo empeñada mi plata y joyas,
lo que muestra la necesidad de recursos que había en Milán para poder aguantar en caso

142 La “trace italienne” se refiere a un conjunto de medidas defensivas desarrolladas por los arquitectos militares, entre
las que se encontraban la sustitución de la piedra por ladrillos y cascote en las murallas, ya que estos materiales
absorbían mejor los proyectiles, el bajar la altura de los muros, ya que así resistían mejor la artillería, y rodear a las
murallas con fosos anchos y profundos a su vez a menudo protegidos por nuevas construcciones, ya que así se alargaba
la distancia desde la cual se podían utilizar los cañones, reduciendo su potencia.
143 Parker, Geoffrey., El ejército de Flandes y el camino español: La logística de la victoria y derrota de España en las

guerras de los Países Bajos, Revista de Occidente, Madrid, 1976, pp. 39-45.
144 Fernández Álvarez, Manuel., Carlos V, El César y el hombre, p. 636, e Idem., Política mundial de Carlos V y Felipe

II, p. 104.
145 Fernández Álvarez, Manuel., La España del Emperador Carlos V, p. 692.
146 AGS, E, Legajo 1189/23. Carta del 7 de agosto de 1542.

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de que la guerra durase mucho tiempo, recomendando del Vasto se trate de negociar con
los franceses en pro de la paz147.

A pesar de esto las campañas francesas de 1542 resultaron bastante decepcionan-


tes, ya que al terminar el año los resultados conseguidos habían sido casi nulos, lo que
favoreció la posición de Carlos V, que había mejorado bastante desde el mes de julio.
Además el Emperador pudo darse cuenta de dos hechos importantes, uno de la fuerza de
sus posiciones en los reinos peninsulares e Italia, y dos de la debilidad defensiva de los
Países Bajos, que habían sido muy fácilmente asolados por el enemigo148.

Ante esto Carlos V, y con insistencia de su hermana María para que se dirigiese
de nuevo a los Países Bajos, inició los preparativos de una nueva campaña que se desa-
rrollaría atacando a Francia desde su frontera oriental con el Imperio. Para poder dirigir
tal operación el Emperador debía dejar regente en los reinos de la Península Ibérica, eli-
giendo evidentemente a su hijo Felipe, que ya lo había hecho tras su partuida a Gante en
1539, aunque con la diferencia de que el príncipe ya contaba con dieciséis años y podía
comenzar a asumir las tareas gubernamentales. A fin de poder desarrollarlas correcta-
mente Carlos V dejó con su hijo a algunos de sus mejores ministros, como el Cardenal
Tavera, para el gobierno de la Península, Cobos, en materias de finanzas, Loaysa, para
los asuntos de Indias, el Duque de Alba, para la guerra, y Don Juan de Zúñiga, como su
hayo, exceptuando Granvela a quien llevó consigo por sus grandes conocimientos de las
cortes y materias internacionales149.

A la vez que se ultimaban los preparativos bélicos de la campaña, y con objetivo


de dejarlo todo bien atado, Carlos V se apresuró a convocar las cortes de Castilla y Aragón
para que Felipe fuese jurado como su heredero, buscando también una doble alianza ma-
trimonial con Portugal, según la cual Felipe casaría con su prima María Manuela y su hija
Juana con el Príncipe Juan, lo que aseguraría la estabilidad de la Península y supondría
un ingreso de dinero muy necesario en estos momentos, ya que la dote de María Manuela
era de 300.000 ducados, la mitad a pagar en 1543150.

147 AGS, E, Legajo 1189/23.


148 Fernández Álvarez, Manuel., op. cit., p. 693.
149 Fernández Álvarez, Manuel., op. cit., p. 693-696.
150 Fernández Álvarez, Manuel., Política mundial de Carlos V y Felipe II, pp. 104-105.

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Con el gobierno de los reinos hispánicos organizado en torno a la regencia de


Felipe, el Emperador partió el 30 de abril de 1543 de Barcelona a Italia, desembarcando
en Génova el 25 de mayo, donde fue invitado por el Duque de Castro, hijo del Papa Paulo
III, a una entrevista con el Pontífice, lo que transmite a su hijo151:

“Y así yo me embarqué luego y llegué casi con ellas a Génova. Y ya allí nos esperaban el
Marqués del Vasto y otros nuestros servidores y aficionados. El Duque de Castro ha venido
(…) también había estado con el Papa, mostrando él que deseaba que en ninguna manera
pasásemos sin verlo (…). Y finalmente, habiendo dado a entender y esperando que Su Santidad,
sufriéndolo su disposición, se esforzaría a venir a Parma, que es cerca de Cremona, de este
Estado y poco apartado de nuestro camino y no mucho fuera de propósito para poder ir a él y
estar con seguridad con la gente que llevaremos en nuestra guarda y acompañamiento, dijimos
que viniendo Su Santidad allí miraríamos cómo podríamos ir”152.

Busseto, pequeña localidad situada entre Cremona y Parma, fue el lugar acordado
para la entrevista que se desarrolló entre el 21 y el 25 de junio de 1543. Hay que decir
que las relaciones entre Paulo III y Carlos V no atravesaban por su mejor momento, ya
que el Emperador estaba molesto por la insistencia del Papa de hallar una solución con
Francia y por la “neutralidad” de éste, siendo Francisco I quien había iniciado de nuevo
la guerra y ponía en peligro la paz de la Cristiandad, además de aliarse con el Turco.
Carlos V rechazó la oferta del Pontífice en mediar en pro de la paz, ya que estaba resuelto
a continuar la contienda a fin de remediar el daño infligido por los franceses, aunque lo
que destaca de dicha entrevista fue el tema de la venta del Estado de Milán153:

“(…) El Papa, nos hizo decir y proponer por el Marqués del Vasto que si quisiésemos dar la
investidura del Estado de Milán al Duque de Camarino, Su Santidad nos daría dos millones de
oro en contado, por las necesidades y cosas que se nos ofrecen, y un censo cada año, signifi-
cando que haciendo esto se podría también juntar al dicho Estado Parma y Plasencia, y que-
dando las fuerzas en nuestro poder (…)” 154.

Esta primera oferta del Pontífice se debía a su deseo nepotista de incrementar los
estados de sus descendientes, en concreto del Duque de Camerino, Octavio Farnesio, su
nieto. El Papa se comprometía a pagar dos millones de ducados en oro y a dejar el control
de las plazas fuertes del estado en manos de Carlos V, mientras que Octavio obtendría la

151 Fernández Álvarez, Manuel., Carlos V, El César y el hombre, pp. 643-644. Carta de Carlos V a Felipe II del 19 de
junio de 1543.
152 Fernández Álvarez, Manuel., Corpus documental de Carlos V, Vol. II, pp. 125-126.
153 Fernández Álvarez, Manuel., La España del Emperador Carlos V, pp. 704-706.
154 Fernández Álvarez, Manuel., Corpus documental de Carlos V, Vol. II, p. 126.

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investidura como de Duque de Milán con su esposa, Margarita de Parma, hija del Empe-
rador155. Era una oferta bastante tentadora ante la necesidad de ingresos de Carlos V para
financiar la guerra, además de que podía suponer la alianza con el Papado y la pacifica-
ción de Italia. Pero Milán era un territorio muy importante coma para tomar la decisión a
la ligera, como le comenta a su hijo:

“Y habiendo entendido el ofrecimiento, y pensado y mirado bien en ello, y con parecer del
dicho Marqués del Vasto y otros servidores y criados nuestros, le hicimos responder que como
quiera que el negocio fuese tan grande e importante, y no lo hubiésemos pensado, y hubiese
muchas y muy grandes razones que repugnan la disposición del dicho Estado, aunque pudiese
haber otras por las cuales pareciese que podría ser conveniente, y para tratar de ello si la
hubiésemos de hacer, no nos queríamos resolver ni nos resolveríamos sin comunicarlo primero
y tener parecer del Serenísimo Rey de los Romanos, nuestro hermano, y de la Serenísima Reina
nuestra hermana, y de los del nuestro Consejo de España que estaban cerca de vos, los cuales
siempre han sido de opinión y parecer que por medio de este Estado se podría establecer la
paz con el Rey de Francia; Todavía nos holgaríamos de entender particularmente todo lo que
Su Santidad querría ofrecer y hacer mirar, examinar y deliberar con parecer de los que se han
dicho, y con buena consideración y maduramente y despacio lo que en negocio tan grande y
de tanta importancia sería más conveniente. (…) Su Santidad está muy alegre de haberse ad-
mitido la proposición y nuestra respuesta, y que considerando la grandeza del negocio deja de
hablar en ello para tratarlo en presencia”156.

Aunque éste fragmento pertenece a la carta anterior del 19 de junio, dos días antes
del inicio de las entrevistas de Busseto, recoge bastante bien el parecer del Emperador y
lo que le transmitió a Paulo III de que no tomaría ninguna decisión sin consultar a sus
hermanos y al Consejo de Estado. En la misma carta expone Carlos V a su hijo Felipe las
razones a favor y en contra de tal cesión:

“(…) Se dirán aquí las consideraciones principales que en esto ocurren. Primeramente las que
podrían inclinar a tratar de la disposición de dicho Estado, las cuales son el peso, trabajo y
gasto que tenemos y es necesario tener continuamente para la conservación de este Estado
(…). La suma de dinero que se ofrece, la cual para las cosas que tenemos en las manos podéis
bien juzgar si nos sería necesaria (…). Que el Estado se dará según la natura del feudo y
dándolo al Duque de Camarino y nuestra hija, (…) y teniendo hijos de la Duquesa nuestra hija
sucedería en nuestros nietos. Que también sería a satisfacción de los potentados de Italia, por
lo que siempre se ha entendido tener voluntad de que se diese a persona italiana y no poderosa.
(…) Y poniendo el Estado en el Duque, siéndonos hijo, quedando las fortalezas en nuestra
mano, con la orden que se daría, siempre sería como tener nos mismo el Estado. (…) Juntar

155 Usunáriz, Jesús María., España y sus tratados internacionales, p. 132, Ochoa Brun, Miguel Ángel., Historia de la
diplomacia española, Vol. 5, p. 270, y Fernández Álvarez, Manuel., Política mundial de Carlos V y Felipe II, pp. 106-
107.
156 Fernández Álvarez, Manuel., Corpus documental de Carlos V, Vol. II, pp. 126-127.

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las ciudades de Parma y Plasencia sería gran fortificación y seguridad del Estado (…) y la liga
que se podría hacer con los potentados de Italia (…) asentarían las cosas y con el tiempo se
podrían hacer muchas que ahora no se pudiesen alcanzar y nos hallaríamos descargado del
gran peso y gasto que tenemos ahora y podríamos mejor atender y proveer en las otras partes.
(…) De la otra parte se considera la cualidad, grandeza e importancia de este Estado (…) nos
trae para las cosas del mismo Imperio y de Italia (…) y también la utilidad para la seguridad
y conservación de nuestro Reino de Nápoles (…). Lo que muchas veces, como sabéis, se ha
considerado que por medio de la disposición de este Estado se podría establecer la paz con el
rey de Francia (…). El mal nombre que podría tener vender el dicho Estado y recibir el dinero
de Su Santidad, que debería gastarse en la defensión y beneficio de la Cristiandad. La sospecha
que de esta negociación y más estrecha amistad entre Su santidad y nos, el Rey de Inglaterra
y los protestantes de Alemania pudiesen tomar. Las dichas consideraciones y otras que puede
haber en la una y otra parte, los del nuestro Consejo de Estado, por sus prudencias las enten-
derán y conocerán mejor que nadie y así os rogamos (…) las miren y examinen muy bien, como
en cosa tan grande se requiere y nos escribáis lo que pareciere sobre esto (…)” 157.

Se recogen aquí perfectamente los puntos a favor y en contra que tenía en mente
Carlos V sobre la cesión de Milán. Es verdad que el dinero de dicha venta le era muy útil,
ante la falta de fondos, para la financiación de la guerra contra Francia, y podía beneficiar
su posición en Italia al eliminar las reticencias de los potentados de allí. Pero también
cabía la posibilidad de que se deteriorase las relaciones con algunos de sus aliados, Ingla-
terra y los príncipes protestantes del Imperio, fuera parte de la importancia estratégica
que tenía Milán como llave de Italia, la necesidad de su control para la defensa de Nápoles
y de los elevados costes, tanto humanos como económicos, que se habían realizado para
su conservación. La respuesta del Consejo de Estado, reunido en Valladolid, fue trasmi-
tida al Emperador mediante una carta de Felipe fechada el 7 de agosto:

“Yo hice luego juntar los del dicho Consejo de Estado, como Vuestra Majestad me lo envió a
mandar, y en mi presencia se leyeron las razones que Vuestra Majestad mandó escribir que
allá se habían mirado y ponderado, así por la parte afirmativa como por la negativa. (…)
Inducen y persuaden a que Vuestra Majestad deba disponer del dicho estado de Milán a favor
del dicho duque de Camarino. (…) En fin, habiendo bien mirado, platicado y discutido todas
las razones (…) parece que las razones de la parte afirmativa que inducen que se disponga de
este Estado de la manera que se platica, son mayores y más fundadas, y que de toda prudencia
se deben escoger y tener por mejores (…)”158.

A pesar de la respuesta afirmativa del Consejo de Estado, no todos los ministros


de Carlos V estuvieron a favor de la cesión de Milán, de entre los que destaca Don Diego

157 Fernández Álvarez, Manuel., op. cit., Vol. II, pp. 127-129.
158 Fernández Álvarez, Manuel., op. cit., Vol. II, pp. 136-139.

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Hurtado de Mendoza, quien mandó un memorial al Emperador a fin de disuadirle de la


venta del Ducado159. La evolución de los acontecimientos hizo que al final las entrevistas
de Busseto y la venta del Estado de Milán acabasen desbaratándose para octubre de 1543
y, aparte de no lograrse ningún resultado práctico, se deterioraron aún más las relaciones
entre el Pontífice y el Emperador160:

“Y porque después de lo que pasamos sobre esto con Su Santidad en las visitas de Busseto, y
del ofrecimiento de sólo un millón que allí se nos tornó hacer, excusándose que el primero no
había sido con su sabiduría, como habréis entendido por el despacho que os enviamos de
Trento, se ha dejado el negocio así (…)”161.

Al ser el motivo económico lo que más había pesado en el ánimo de Carlos V para
vender el Milanesado se puede entender que las negociaciones fracasasen, ya que los dos
millones que prometió el Papa en un principio se redujeron a un máximo de un millón
doscientos mil ducados, aunque tampoco era esta la única razón. Hay que recordar que
sólo tres años antes, en 1540, el Emperador estaba dispuesto, presuntamente, a dar los
Países Bajos al Duque de Orleans a fin de garantizar la paz con Francia, prefiriendo des-
prenderse de estos estados antes que de Milán, por lo que no es razonable pensar que el
motivo económico tuviese tanto peso. Como recoge Fernández Álvarez la falta de acuerdo
entre Carlos V y Paulo III se debió a que el Pontífice deseaba la total cesión del Estado
de Milán, mientras que el primero no estaba dispuesto perder las plazas fuertes, garantía
para poder seguir manteniendo el control sobre Lombardía y sobre Italia, siendo más fac-
tible pensar que la principal causa del fracaso estuvo en esta desavenencia162.

Se evidencia tras las entrevistas de Busseto un quinto momento en el proceso de


incorporación del Estado de Milán a la Monarquía Hispánica, en el cual Carlos V parece
estar dispuesto a desprenderse de él al reconsiderar algunas de las posibilidades ya plan-
teadas en 1536, ello más bien motivado por las opiniones de la mayoría de los miembros
de su Consejo de Estado que por las suyas propias. Pero hay una clara diferencia con
respecto a la infeudación que hubiese podido realizar en 1536 de la que proponía en 1543,

159 Fernández Álvarez, Manuel., La España del Emperador Carlos V, p. 705.


160 Usunáriz, Jesús María., España y sus tratados internacionales, p. 132, Ochoa Brun, Miguel Ángel., Historia de la
diplomacia española, Vol. 5, p. 270, y Fernández Álvarez, Manuel., Política mundial de Carlos V y Felipe II, p. 107.
161 Fernández Álvarez, Manuel., Corpus documental de Carlos V, Vol. II, p. 166. Carta de Carlos V a Felipe del 27 de

octubre.
162 Fernández Álvarez, Manuel., La España del Emperador Carlos V, p. 706.

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ya que en este momento no estaba dispuesto a perder el control sobre Milán, indepen-
dientemente de quien fuese su Duque, lo que le lleva a rechazar la gran suma de dinero
ofrecida por el Pontífice. Así, a pesar de que la titularidad del Estado de Milán no era en
estos momentos importante para Carlos V, sí lo era su control, evidenciando el carácter
que tenía de llave y piedra angular para el dominio de Italia.

Desde Italia la campaña imperial se dirigió contra el Duque de Clèves, quien tras
ser derrotado en la batalla de Düren, firmó un tratado de paz con Carlos V el 7 de sep-
tiembre de 1543, casándose el Duque con una sobrina del Emperador, hija de Fernando,
y siéndole devueltos sus territorios salvo Güeldres y el Condado de Zutphen, que se inte-
graron a los dominios flamencos de Carlos V, privando los éxitos militares del bando
imperial en Clèves de un aliado importante a Francisco I163. Los franceses desarrollaron
varias campañas militares durante este año, no muy exitosas por cierto, de las que desta-
can el asedio a Niza por parte de la armada franco-turca, cuyas tropas ocuparon la ciudad
el 20 de agosto a excepción de la fortaleza, que resistió hasta la llegada de la ayuda im-
perial, y la captura de Luxemburgo por parte del Duque de Orleans el 10 de septiembre,
fallido intento de ayudar al Duque de Clèves, que tres días antes había firmado la paz con
Carlos V164.

Con la llegada del invierno Carlos V tuvo tiempo de preparar su definitivo ataque
a Francisco I, contando con la colaboración de Enrique VIII165. Se acordó con Inglaterra
la invasión conjunta de Francia para el 20 de junio de 1544, programada desde el 11 de
febrero, mediante un tratado firmado el 31 de diciembre de 1543. Enrique VIII atacaría
desde Picardía y Carlos V desde Champaña para reunirse ambos ejércitos en París, repar-
tiéndose Normandía y Borgoña respectivamente, lo que confirmaba el Emperador al Prín-
cipe Felipe el 14 de febrero desde Spira166:

163 Usunáriz, Jesús María., op. cit., p. 133, Lapeyre, Henri., Las monarquías europeas del siglo XVI, p. 82, y Fernández
Álvarez, Manuel., Política mundial de Carlos V y Felipe II, pp. 107.
164 Ochoa Brun, Miguel Ángel., op. cit., Vol. 5, p. 271, Fernández Álvarez, Manuel., Carlos V, El César y el hombre,

p. 652, Idem., La España del Emperador Carlos V, p. 709, y Elton, Geoffrey Rudolph., Historia del mundo moderno,
p. 240. En ese momento la flota franco-turca se refugió en Tolón el 8 de septiembre de 1543, y aparte del intento fallido
de la toma de Niza sólo destaca la destrucción de algunos enclaves de la costa de Liguria. La conquista de Luxemburgo
fue efímera ya que se recuperó al año siguiente.
165 Recuérdese que tras el deterioro de las relaciones entre Francia e Inglaterra, y gracias también a la muerte de Ana

Bolena y Catalina de Aragón, pudo darse un acercamiento entre Carlos V y Enrique VIII que se confirmó con la firma
del tratado de alianza el 11 de febrero de 1544.
166 Usunáriz, Jesús María., op. cit., p. 133, y Ochoa Brun, Miguel Ángel., op. cit., Vol. 5, pp. 272-273.

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“(…) Pero en la empresa que pensamos hacer en Francia este año, de que depende la seguri-
dad de todos nuestros Reinos, Señoríos y Estados como os hemos escrito, lo cual no dudamos
sino que con el ayuda de Nuestro Señor tendrá buen suceso, y que a lo menos traeremos y
forzaremos al Rey de Francia a que venga a lo que sea razón; Porque el de Inglaterra se ha
resuelto en hacer juntar un ejército (…)”167.

Pero el Emperador fue más allá y buscó aislar a Francia en todo el contexto euro-
peo, lo que consiguió mediante el apoyo militar de los príncipes alemanes en la Dieta de
Spira de 1544, teniendo que transigir para ello en la cuestión religiosa, y firmando la paz
con el Rey Cristián III de Dinamarca el 23 de mayo, que ponía fin a un conflicto que
había durado más de 20 años168.

Carlos V estaba ya preparado a principios de abril para lanzar el ataque en la fecha


acordada con Inglaterra, pero en Italia la situación se tornó complicada, correspondiendo
los primeros triunfos militares de este año a los franceses. Aunque el frente del Piamonte
y Lombardía era ya secundario en estos momentos de la guerra, la victoria francesa en
Ceresole, el 14 de abril, sobre las tropas del Marqués del Vasto dificultaba en gran medida
las cosas169:

“Por las cartas del Marqués del Vasto (…) hemos entendido el estado en que están las cosas
del Piamonte y Lombardía, y la pujanza que los franceses tienen en aquella parte, y los efectos
que han hecho y esperan hacer, pareciéndoles que con las fuerzas que tienen juntas y con
hallarnos desarmados, por allí podrían conseguir en esta coyuntura alguno de sus propósitos,
que no sólo deben parar en lo del Piamonte y Estado de Milán, (…) para turbar lo de la Tos-
cana, con lo cual, y con el favor y ayuda de la armada, también tornan a amenazar el Castillo
de Niza, Mónaco y Savona, Génova, La Specia y Pomblin y Liorna, y en lo de Nápoles, Sicilia
y las otras islas, es de creer que no perderán la ocasión, si la hallasen. Y así el dicho Marqués
nos ha escrito abierta y claramente, que él no ve forma ni medio de poder hallar ni sacar dinero
de aquel estado, para lo que de presente es menester, por lo mucho que se ha gastado después
que se rompió la guerra, y mayormente el año pasado, pidiéndonos con grande instancia man-
demos luego proveer y enviarle dineros y gente para el breve remedio y resistencia de los
enemigos, encareciendo mucho la importancia de ello”170.

167 Fernández Álvarez, Manuel., Corpus documental de Carlos V, Vol. II, p. 206.
168 Este hecho fue protestado por Paulo III, quien en su breve del 24 de agosto de 1544 exigió la revocación de las
concesiones realizadas a los príncipes protestantes. Usunáriz, Jesús María., op. cit., pp. 133-134, Fernández Álvarez,
Manuel., Política mundial de Carlos V y Felipe II, p. 108, Idem., La España del Emperador Carlos V, p. 709, y Ochoa
Brun, Miguel Ángel., op. cit., Vol. 5, pp. 272-273.
169 Usunáriz, Jesús María., op. cit., p. 134, Elton, Geoffrey Rudolph., op. cit., p. 240, Lapeyre, Henri., op. cit., p. 82,

Fernández Álvarez, Manuel., Carlos V, El César y el hombre, pp. 655-656, e Idem., La España del Emperador Carlos
V, pp. 709-710.
170 Fernández Álvarez, Manuel., Corpus documental de Carlos V, Vol. II, p. 206.

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El ataque francés sobre Lombardía y su victoria resultaban en cierto modo previ-


sibles, aunque sus consecuencias podían ser desastrosas. Pero la fortuna acabó acompa-
ñando a Carlos V, ya que la victoria de Ceresole no fue bien aprovechada por los france-
ses, que fueron derrotados el 4 de junio, cerca de Tortona, en un intento por tomar Milán,
lo que paralizó el frente de Italia y no produjo ninguna alteración relevante en los planes
imperiales171. Eso sí, el episodio vivido en Italia pone de relieve la escasez económica del
Emperador para continuar con la guerra, aunque gracias a la habilidad de Francisco de
los Cobos se pudieron obtener los fondos necesarios para el año 1544. Esto obligaba al
éxito de la campaña en Francia, decisiva para el Emperador, ya que era necesario firmar
la paz cuanto antes, como le venían solicitando desde hacía tiempo su hijo Felipe y los
ministros españoles172.

El bloqueo de la guerra en Italia se resolvió mediante la victoria imperial en Lu-


xemburgo, retomado a los franceses por Ferrante Gonzaga, Capitán General del ejército
imperial, a principios de junio, lo que dio paso a lanzar el ataque planeado por Carlos V
sobre París desde Metz, donde estaban reunidas las tropas a principios de julio173. Lo
primero que trató el Emperador fue tomar la plaza de Saint-Dizier, hecho que retrasó la
campaña hasta el 17 de agosto, aunque para el 3 de septiembre llegaba a Épernay, y en
pocos días (tras la toma de Château-Thierry el día 7), Carlos V y su ejército estaban a las
puertas de París. Sin embargo Enrique VIII había tardado más de lo previsto en arribar a
las costas de Calais, lo que hizo el 15 de julio, siendo el mayor inconveniente que se
entretuvo en la toma de Boulogne, por el interés que tenía en aumentar sus territorios
continentales, en vez de dirigirse a la capital francesa174.

Independientemente de los inconvenientes en el desarrollo de la campaña, el que


Carlos V y su ejército estuvieran a uno o dos días de París hizo cundir el pánico, tanto
entre la población como entre la Corte Real, buscando Francisco I negociar precipitada-
mente ante la difícil situación en la que se hallaba. Los primeros contactos para acabar

171 Fernández Álvarez, Manuel., Carlos V, El César y el hombre, p. 655, e Idem., La España del Emperador Carlos V,
p. 710.
172 Fernández Álvarez, Manuel., op. cit., pp. 711-712.
173 Fernández Álvarez, Manuel., op. cit., p. 710, e Idem., Carlos V, El César y el hombre, p. 658.
174 Usunáriz, Jesús María., op. cit., p. 134, Elton, Geoffrey Rudolph., op. cit., p. 240, Lapeyre, Henri., op. cit., p. 82,

Ochoa Brun, Miguel Ángel., op. cit., Vol. 5, p. 273, y Fernández Álvarez, Manuel., La España del Emperador Carlos
V, p. 710.

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con la guerra se habían iniciado ya en agosto, aunque fue en septiembre cuando se pro-
ducen los encuentros que dieron lugar al tratado de paz175. Carlos V decidió abandonar
su ofensiva sobre París el 11 de septiembre, retirándose a hacia las plazas fuertes tomadas,
donde se iniciaron las conversaciones entre los diplomáticos de ambos bandos. Como no
se llegaba a un acuerdo, el Emperador decidió ocupar Soissons a fin de presionar a los
franceses, dando entonces Francisco I nuevas instrucciones a sus representantes el día 15.
Ello, junto con la toma de Boulogne por parte de Enrique VIII el día 13, apremió al Rey
Cristianísimo a firmar la paz, que se estableció mediante la firma del tratado de Crépy el
18 de septiembre176:

“(…) Os hicimos saber entre las otras cosas que entonces se escribieron, el principio que se
había movido de platicar la paz entre nos y el Rey de Francia. Después nos pasamos adelante
hasta quince leguas de París y la plática se continuó y trató, y ha placido a Nuestro Señor que
se haya concluido, para avisaros de lo cual os escribimos ésta con Don Francisco de Toledo,
gentilhombre de nuestra boca, y la particularidad entenderéis por Idiáquez, que queda despa-
chándose para partir luego, al cual hemos acordado enviar para que como persona que en-
tiende los negocios, y ha intervenido en esto, os dé particularmente razón de ellos, con lo que
más se ofrece y para con él dejamos todo lo demás. Serenísimo Príncipe, sea Nuestro Señor en
vuestra continua guarda. De Crépy, a XX de septiembre MDXLIIII.

(…) Yo el Rey (Rubricado)”177.

Como se aprecia en el fragmento, Don Francisco de Toledo fue el encargado de


llevar la noticia de la paz con Francia a Felipe, quien llegó a Valladolid la mañana del 1
de octubre de 1544178. Los acuerdos alcanzados entre Carlos V y Francisco I a través del
tratado de Crépy, negociado por Ferrante Gonzaga, Granvela y el secretario Idiáquez, por
parte del bando imperial, y por Claudio de Annebaut, Gilberto Bayart y Carlos de Neuilly,
del lado francés, recogían las siguientes clausulas entre otras179:

“En Crespio, a 19 de septiembrede este año de mil y quinientos y cuarenta y cuatro, se publicó
la concordia y asiento de la paz entre el Emperador y el rey Francisco (…). Los capítulos de
la concordia fueron:

175 Fernández Álvarez, Manuel., Política mundial de Carlos V y Felipe II, pp. 108-109, e Idem., La España del
Emperador Carlos V, p. 710.
176 Braudel, Fernand., El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II, Fondo de Cultura Económica,

México D.F, 1981, vol. II, p. 338, Usunáriz, Jesús María., op. cit., pp. 134-136, Elton, Geoffrey Rudolph., op. cit., p.
240, Lapeyre, Henri., op. cit., p. 82, Ochoa Brun, Miguel Ángel., op. cit., Vol. 5, pp. 273-275, Fernández Álvarez,
Manuel., Carlos V, El César y el hombre, p. 659, e Idem., La España del Emperador Carlos V, pp. 710-714.
177 Fernández Álvarez, Manuel., Corpus documental de Carlos V, Vol. II, p. 280.
178 Chabod, Federico., Carlos y su Imperio, Fondo de Cultura Económica, Madrid, 1992, p. 211.
179 Usunáriz, Jesús María., op. cit, p. 136, y Ochoa Brun, Miguel Ángel., op. cit., Vol. 5, p. 274.

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EL DUCADO DE MILÁN EN LA ÉPOCA DE CARLOS V (1535-1559)

1- Que entre el Emperador Carlos V y Francisco, Rey de Francia, y los demás que quisieren
entrar en esta concordia, haya firme y perpetua paz. 3- Que todo los que desde las treguas de
Niza hasta este día, de una y otra parte, se hubiese tomado, los restituyan, y no puedan sacar
de las fortalezas y lugares más que la comida y tiros que sean suyos propios. 5- Que al Duque
de Saboya se restituyan todas las villas, lugares y fortalezas que le han sido tomadas por cual-
quiera de las partes, y de la misma manera al Marqués del Montferrato y el Duque de Mantua,
Duque de Lorena (…). 7- Que el Emperador y Rey de Francia se junten para la guerra que se
ha de hacer al Turco (…). 8- Que el rey haga cesión y traspasación rata, firme, como la hizo
en la concordia de Madrid y en otras, de cualquier derecho que pretenda tener al reino de
Nápoles, Sicilia, Milán, condado de Asti, (…). Que el rey deje al Emperador y sucesores cual-
quier derecho que pueda pretender en el Ducado de Güeldres y Condado de Zutfania. 9- Que
de la misma manera el Emperador cede y traspasa cualquier acción y derecho que pueda pre-
tender en algún estado y señorío que el rey tenga, excepto el ducado de Borgoña (…). 12- Que
los privilegios antiguos y modernos de ambas partes queden en su fuerza y vigor y antiguo
estado. Y para que esta paz sea perpetuamente firme y estable, el Emperador deje y renuncie
para siempre, en favor del rey y sus sucesores, todo el derecho que tiene o pretende tener en el
Ducado de Borgoña, (…), y que procurará que dentro de cuatro meses, después de publicada
esta paz, su hijo don Felipe, príncipe de España, la apruebe, jure y confirme. 13- Que el Em-
perador, a favor y firmeza de esta paz dé a su hija la infanta doña María para que se case con
Carlos, duque de Orleans, hijo segundo del rey, o a la segunda hija de don Fernando, rey de
romanos, y que declare en esto su voluntad dentro de cuatro meses después de publicada la
paz, y que si el Emperador quisiere casar a su hija con el duque Carlos, les dé los Estados de
Flandes (…) más el ducado de Borgoña y Charolais en dote. Y que entren en la posesión de
sus Estados efectuándose el matrimonio después de los días del Emperador, al duque Carlos y
sus hijos varones, y en vida del Emperador juren los dichos Estados al duque Carlos, y que el
príncipe de España, don Felipe, jure, confirme y apruebe esto. 15- Que el rey Francisco y su
hijo, el delfín, renuncien para siempre y se aparten de cualquier derecho que al Ducado de
Milán tengan o pretendan tener, y al condado de Asti, y que se procure que ocho días después
de la publicación, el delfín y sus hermanos, Carlos, duque de Orleans, y madame Margarita,
confirmen y aprueben esto. 17- Que si el duque Carlos casare con la hija segunda del rey don
Fernando, se dé con ella el Ducado de Milán, con el condado de Asti y todo lo a ellos anejo,
quedando, mientras el Emperador viviere, en su poder el castillo de Milán y de Cremona (…).
21- Que el rey de Francia restituya a Carlos, Duque de Saboya, todas las tierras que le ha
tomado (…).

Firmaron y sellaron la carta de esta concordia el Emperador, el Rey de Francia y los caballe-
ros que la ordenaron y compusieron”180.

Mediante este tratado se buscó poner fin a los puntos de conflicto y litigio que
habían fomentado las pasadas guerras entre Carlos V y Francisco I, renunciando el pri-
mero a sus derechos sobre el Ducado de Borgoña y los Señoríos del Somme, y el segundo

180La paz fue publicada el día 19 de septiembre aunque el tratado se firmó el día 18. Usunáriz, Jesús María., España y
sus tratados internacionales, pp. 140-146.

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EL DUCADO DE MILÁN EN LA ÉPOCA DE CARLOS V (1535-1559)

a sus pretensiones sobre Nápoles, Sicilia, Milán, Flandes y Artois, además de ceder Güel-
dres y Zutphen. También se acordó que el Rey de Francia devolviese los territorios ocu-
pados al Duque de Saboya, la lucha en común contra los turcos, el matrimonio del Duque
de Orleans con una hija de Carlos V o Fernando, Rey de los Romanos, con los Países
Bajos, Borgoña y Franco Condado o Milán como dote respectivamente, la llamada “al-
ternativa181. Finalmente se establecía una clausula secreta por la cual los dos gobernantes
facilitarían la convocatoria del concilio ecuménico, cuya apertura tuvo lugar en Trento el
día 13 de diciembre de 1545, después de haber sido cancelado en 1543 por la guerra182.

La noticia de la paz fue bien acogida en las cortes de los respectivos reinos, en
concreto cabe destacar la alegría en los reinos peninsulares debido a los problemas eco-
nómicos para mantener la continuación de la guerra, aunque una vez se tuvo noticia de
las cláusulas del tratado las cortes de ambos gobiernos lo consideraron negativo para sus
intereses183. Crépy no estableció la paz total en la Cristiandad, ya que no se negoció en
ella el fin de las hostilidades entre Francia e Inglaterra, que Enrique VIII continuo hasta
la tregua en Ardres el 7 de junio de 1546 y la paz del 24 de marzo de 1550, firmada por
Eduardo VI, hijo y sucesor de Enrique184. Tampoco supuso la paz definitiva entre los
Habsburgo y los Valois, a pesar de ser su principal objetivo, aunque el tratado de Crépy
sí que sirvió, como dice Braudel “de base, sin embargo, para una paz estable aunque lo
califique de “forzoso e insincero” y de que sus “combinaciones dinásticas no tardarán
en venirse a tierra”185. Pero independientemente de las intenciones, los hechos nos mues-
tran que permitió mantener la paz, con ciertos matices, durante unos siete años.

IV- La decisión sobre la “alternativa” de 1544: ¿Milán o los Países Bajos?

De los acuerdos alcanzados en la paz de Crépy quisiera recoger en este epígrafe


la llamada “alternativa” de 1544 por la importancia que tuvo tanto para el Estado de Milán

181 Este punto de la alternativa de 1544 será desarrollado en profundidad en el próximo epígrafe, pp. 61-67.
182 Usunáriz, Jesús María., op. cit., pp. 133, 140, y Fernández Álvarez, Manuel., Carlos V, El César y el hombre, p.
659-661.
183 Chabod, Federico., Carlos y su Imperio, pp. 111-113, Usunáriz, Jesús María., op. cit., p. 138, y Fernández Álvarez,

Manuel., op. cit., pp. 659-661.


184 Braudel, Fernand., El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II, vol. II, p. 339, Lapeyre,

Henri., Las monarquías europeas del siglo XVI, pp. 82-83, y Usunáriz, Jesús María., op. cit., p. 159.
185 Braudel, Fernand., op. cit., vol. II, p. 338. Véase también, Cadenas y Vicent, Vicente de., La herencia imperial de

Carlos V en Italia, p. 392, para quien Crépy no establecía una paz duradera, aunque sirvió para parar la guerra.

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como para su proceso de vinculación a la Monarquía Hispánica186. Esta “alternativa”


quedó fijada en Crépy, y suponía que el Duque de Orleans debía casarse con María, hija
de Carlos, o con una hija de Fernando, Rey de los Romanos, obteniendo como dote los
Países Bajos, el Ducado de Borgoña y el Franco Condado o el Estado de Milán respecti-
vamente187. Ésta era una decisión compleja que el Emperador quiso consultar al Consejo
de Estado, convocado por Felipe tras la llegada del Idiáquez a Valladolid el 1 de noviem-
bre de 1544 con la instrucción de Carlos V188:

“Idiáquez llegó a primero del pasado, como se escribió a Vuestra Majestad, del cual entendí
particularmente la salud y disposición con que Vuestra Majestad quedaba, y todo lo pasado en
la entrada y guerra que hizo en Francia este verano, y en la comunicación de la paz y el tratado
y capitulación que se hizo sobre ello, con lo que más se había seguido y el estado y términos
en que estaban todas las cosas a su partida. (…) La Instrucción que Idiáquez trajo acerca de
la alternativa de los matrimonios, que se contienen en el tratado de la paz, sobre que se ha
fundado aquella, vi luego como él llego y entendí del todo lo que en conformidad de ella me
dijo de parte de Vuestra Majestad. (…) Estos días, como lo dejé mandado, se juntaron los del
Consejo de Estado, por cuatro o cinco veces. Y por ser materia de la importancia que era,
siguiendo lo que Vuestra Majestad mandaba por la instrucción que se comunicase y consultase
con los del Consejo de Estado, y las otras personas que se verían convenir para que se consul-
tase y examinase mejor (…). Y así se hizo”189.

Reunidos los miembros del Consejo de Estado por el Príncipe Felipe se dio co-
mienzo a las discusiones sobre la alternativa de cesión de los Países Bajos o Milán,
reuniéndose el consejo unas cuatro o cinco veces mientras Felipe estaba en Madrid con
su hermana María. El Príncipe regresó el 29 de noviembre de 1544, volviéndose a reunir
el consejo en su presencia, reunión en la que se puso de relieve la existencia de dos opi-
niones divergentes que el Príncipe remitió a su padre190:

186 El autor que mejor ha tratado el tema de la alternativa de 1544 es Federico Chabod, por lo que su estudio ha resultado
indispensable a la hora de desarrollar este epígrafe. El análisis de Chabod ha aparecido en diversas publicaciones,
aunque yo me he centrado en la recogida en su obra Carlos V y su Imperio.
187 Aunque en 1540 el Emperador, a pesar de no querer renunciar a ninguno de sus territorios, sabía que mantener todas

sus adquisiciones acabaría llevando a la reanudación del conflicto con Francia, hizo a Francisco I la proposición de
matrimonio de la Infanta María con el Duque de Orleans, la cual llevaría con los Países Bajos como dote, si bien en un
principio también se planteó la cesión del Estado de Milán. Es por ello que Fernández Álvarez dice que la alternativa
Milán o Países Bajos de 1544 tendría sus inicios en la proposición de 1540.
188 Chabod, Federico., op. cit., pp. 212-213, Usunáriz, Jesús María., op. cit., p. 138, Fernández Álvarez, Manuel.,

Política mundial de Carlos V y Felipe II, p.109, Elton, Geoffrey Rudolph., Historia del mundo moderno, p. 240,
Lapeyre, Henri., op. cit., p. 82, y Ochoa Brun, Miguel Ángel., Historia de la diplomacia española, Vol. 5, pp. 276-278.
189 Fernández Álvarez, Manuel., Corpus documental de Carlos V, Vol. II, pp. 300-301.
190 Chabod, Federico., op. cit., pp. 213-214, Fernández Álvarez, Manuel., Carlos V, El César y el hombre, pp. 659-660,

Idem., La España del Emperador Carlos V, p. 715, y Usunáriz, Jesús María., op. cit., p.138.

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“Y siendo yo vuelto, sin perder ningún tiempo, se tuvo consejo en mi presencia y quise entender
todo lo que habían conferido y platicado entre ellos y se ternó a platicar y discutir muy larga-
mente. Y lo que todas las veces y consejos que se han juntado, así en mi ausencia como en
presencia, considerando y examinando bien las razones que en la disposición del uno y del otro
de los Estados de Milán o Flandes se apuntaron en la instrucción de Vuestra Majestad, que
verdaderamente son de muy gran consideración y representan muy grandes dificultades e in-
convenientes que de lo uno y de lo otro se podrían seguir, con lo que más sobre ello se ha
mirado, se ha conferido, consultado y platicado, se reduce cuasi en dos opiniones (…)”191.

Hay dos aspectos recogidos en este fragmento que quiero tratar antes de pasar a
analizar las dos líneas de opinión del Consejo de Estado, ya que matizan aspectos que
ayudan a comprender mejor estos hechos. El primero se refiere a la expresión de Felipe
de sin perder ningún tiempo, ya que lo más razonable era que Carlos V intentase alargar
las discusiones sobre la alternativa lo máximo posible a fin de dilatar la decisión, pero en
este caso se debía dar una respuesta a Francia antes de cuatro meses tras la firma de Crépy,
lo que explica la agilidad con la que el Consejo de Estado informó de su decisión, aunque
fuesen dos posturas contrapuestas. Y el segundo tiene que ver con la opinión de los mi-
nistros de Carlos V de la Península Ibérica quienes, al conocer la alternativa, vieron la
paz de Crépy como un tratado desfavorable a pesar de la buena posición que tenía el
bando imperial cuando se negoció, entendiéndose las críticas a éstas cláusulas acordadas
con Francia192. La carta que Felipe manda a Carlos V el 13 de diciembre de 1544 recoge,
a modo de conclusión, el debate que existió en el Consejo de Estado en torno a la alter-
nativa:

“(…) se reduce cuasi en dos opiniones, las cuales son en la sustancia siguiente:

La del Cardenal de Toledo, Presidente del Consejo, Conde de Cifuentes, Comendador Mayor
de Castilla y doctor Guevara es: Que siendo los de Flandes patrimonio tan antiguo de Vuestra
Majestad y Estados hereditarios tan grandes y cualificados y de tan gran importancia como
son y estables, firmes y seguros (…) y que aunque se diesen en dote a la Infante, mi hermana,
casándola con el Duque de Orleans, no obstante que reserve Vuestra Majestad durante su vida
para sí el señorío, teniendo el gobierno, tendría tanta autoridad y respeto y obediencia en ellos
que si, lo que Dios no permita, la Infanta falleciese sin hijos o se desesperase de tenerlos, se
podrá fácilmente alzar con el señorío, con el favor de su padre y hermano, a los cuales aún sin
esperar el dicho caso les podría dar entrada (…). Y cuanto al Estado de Milán, se considera
que este Estado es adquirido nuevamente y no firme ni seguro, sino amovible y que se pasa de
uno a otro, lo ocupa el que más puede, como por experiencia se ha visto, y sujeto a perpetuas

191 Fernández Álvarez, Manuel., Corpus documental de Carlos V, Vol. II, p. 301. Carta del 13 de diciembre de 1544.
192 Chabod, Federico., op. cit., pp. 211-212, Usunáriz, Jesús María., op. cit., p.138, Ochoa Brun, Miguel Ángel., op.
cit., Vol. 5, p. 276, y Fernández Álvarez, Manuel., La España del Emperador Carlos V, p. 714.

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guerras, y causa de todas las pasadas, y de los derramamientos de sangre y gastos que se han
seguido a estos Reinos. Y que así lo será en lo venidero, porque el Rey de Francia nunca se
quita de la pretensión y apetito que a él tiene. (…) Sería muy mejor dar a Milán (…).

La opinión y el parecer del Duque de Alba, Conde de Osorno, Comendador Mayor de León y
Vicecanciller de Aragón, es en sustancia que es verdad que los Estados de Flandes son de muy
gran calidad e importancia y patrimonio antiguo y hereditario de Vuestra Majestad y no dejan
de ser provechosos a estos Reinos, para la autoridad y comercio de las mercaderías, aunque
fuera de esto no se puede, por lo que hasta ahora se ha visto, esperar de ellos ayuda ni socorro
de otras cosas para estos Reinos, ni los otros de la Corona de ellos. Y en la gobernación y
conservación de estos estados siempre se han de tener trabajos y gastos, como se ha visto por
experiencia en lo pasado, con gran dificultad se puede gobernar sin la presencia del señor que
resida en ellos, como Vuestra Majestad lo apunta. (…) Que el estado de Milán es muy impor-
tante y necesario, no sólo para la defensión de Nápoles y Sicilia, pero aún para la seguridad y
quietud de estos Reinos y para tener Vuestra Majestad libre el camino de poder ir y venir a
Alemania y Flandes y poder sacar y proveer, así de España, como de Alemania, la gente y otras
cosas que serán necesarias en cualquier tiempo y necesidad que se pudiese ofrecer para la
defensión y conservación de los dichos reinos de Nápoles y Sicilia, y resistir al Rey de Francia.
Y lo que el dicho Estado ha costado, así de dinero como de gente, ha sido muy bien empleado
porque con el medio de él, y con las guerras que en él se han sostenido, se han defendido y
conservado y asegurado los dichos reinos de Nápoles y Sicilia. (…) Fueron de opinión y pare-
cer que como quiera que dar los Estados de Flandes no sería sin grandes inconvenientes, to-
davía parecen menores sin comparación los que en esto hay que los que podría haber en dar
Milán (…).

(…) Esto es lo que se ha consultado y examinado y considerado y parece en esta materia. Y


ciertamente todos lo han mirado con la verdadera afección y celo que tiene de acertar en lo
mejor o menos dañoso para la honra, autoridad y servicio de Vuestra Majestad y bien de sus
Reinos y Estados. Y Vuestra Majestad lo recibirá como su buena voluntad lo merece y hará
con su prudencia la elección y determinación que verá y conocerá que será más conveniente
para todos”193.

Esta carta del Príncipe Felipe recoge de manera general los argumentos esgrimi-
dos por ambos bandos, pero Chabod utiliza en su análisis del tema un acta de las discu-
siones del Consejo de Estado, previas al regreso de Felipe, que permite distinguir mejor
la postura de cada uno de los presentes194. No es mi intención en este epígrafe realizar un
análisis tan detallado como el de Chabod, aunque no se pueden obviar algunos de los
aspectos que este autor apunta. Evidentemente la alternativa planteaba una cuestión muy
difícil, ya que independientemente del territorio que se cediese, Países Bajos o Milán,

193 Fernández Álvarez, Manuel., Corpus documental de Carlos V, Vol. II, pp. 301-309.
194 Chabod, Federico., op. cit., pp. 214-215. La minuta que recoge el acta de las discusiones del Consejo de estado sobre
la alternativa de 1544 se encuentra en el AGS, E, Legajo 67/13-16.

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había grandes problemas e inconvenientes, siendo el objetivo tomar la decisión que me-
nos daño ocasionase, lo que hacía necesario realizar previamente un análisis global de la
política exterior195.

El Cardenal Tavera y el Duque de Alba representaron las cabezas de las dos pos-
turas, siendo el primero partidario de la cesión de Milán y el segundo de su conservación,
aunque lo que realmente destaca de los que apoyaron las diferentes posturas es que no
coinciden con los bandos que generalmente había en la corte, e incluso enemigos o miem-
bros de bandos contrarios apoyaron una misma alternativa196. Visto desde una posición
más objetiva lo que más convenía a los reinos peninsulares era la conservación del Estado
de Milán, aunque para los intereses del propio Emperador era preferible quedarse con
Flandes, como apuntó el Cardenal de Sevilla en aquel momento, aunque acabó por favo-
recer la cesión de Milán en vez de Flandes para no herir los sentimientos personales de
Carlos V, al igual que Cobos197.

La posición de Tavera y los que estaban adheridos a él, la mayoría de los reunidos
en el consejo, era la de ceder el Estado de Milán. Para justificarlo el Cardenal de Toledo
recurre a la antigüedad y hereditariedad de los Estados de Flandes, además de ser nece-
sarios para la autoridad de Emperador y para evitar que Francia alcanzase excesivo peso
e influencia en Alemania, mientras que achaca a Milán los males que sufría la Monarquía
Hispánica, así como los costes de su mantenimiento y ser el sujeto de conflicto en las
pasadas guerras, entre otras recriminaciones. Esta postura de Tavera, como dice Chabod,
resume la antigua y áspera polémica contra la política italiana de Carlos V, de la cual
era contrario desde 1528/1529198.

La búsqueda de una política italiana fuerte del Emperador había sido propugnada
por Gattinara, apoyada por los Pescara y los Leyva, quienes buscaron que Carlos V tu-
viese una posesión directa sobre el Estado de Milán. Diego Hurtado de Mendoza, Emba-
jador de Venecia, mantenía esta idea en 1543, cuando se planteó la venta de Milán a los

195 Chabod, Federico., op. cit., p. 215, Fernández Álvarez, Manuel., La España del Emperador Carlos V, pp. 714-715,
Idem., Carlos V, El César y el hombre, pp. 659-661, y Usunáriz, Jesús María., España y sus tratados internacionales,
p.138.
196 Chabod, Federico., op. cit., p. 218 y 230, Usunáriz, Jesús María., op. cit., p.139, Fernández Álvarez, Manuel., La

España del Emperador Carlos V, p. 715, Idem., Política mundial de Carlos V y Felipe II, p.111.
197 Chabod, Federico., op. cit., pp. 218-220.
198 Chabod, Federico., op. cit., pp. 220-224.

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Farnesio, y desaconsejó al Emperador su cesión. En este momento fue el tercer Duque de


Alba, Fernando Álvarez de Toledo, quien defendió la política italiana. Alba y los que le
apoyaron, a pesar de reconocer la gran importancia de Flandes y de ser un patrimonio
antiguo y heredado, exponen la dificultad de gobernar desde lejos y que no suponía nin-
guna ayuda para los reinos peninsulares. Además desarrollaron la cuestión de que sin
Milán era casi imposible hallar una vía segura para la defensa los Países Bajos, aparte de
ser una pieza clave en el dominio de Italia. Era preferible conservar Milán que Flandes,
aunque para entenderlo había que hacer una comparación entre ambos introduciendo a
Milán dentro del bloque Milán-Nápoles-Sicilia, el conjunto de dominios hispanos en Ita-
lia, y no comparar exclusivamente al Stato lombardo con los Países Bajos199.

Por encima de las rivalidades personales y de bando de cada uno de estos perso-
najes, lo que marca y distingue de estas dos posturas son dos concepciones políticas to-
talmente divergentes, tanto una como otra ricas en tradiciones y, precisamente por ello,
de significado y valor que iban mucho más allá de cada una de las personalidades que a
la sazón las encarnaba, a saber, la política principalmente castellana de Isabel la Católica
y la política italiana de Fernando el Católico200. Era de mayor interés para la Monarquía
Hispánica la conservación del Estado de Milán, sobre todo desde unos criterios de utilidad
político-militares, que bien supo defender el Duque de Alba, aunque la mayoría de los
miembros del Consejo de Estado apostaron por el mantenimiento de Flandes, más bene-
ficioso para los intereses del Imperio, prevaleciendo la típica concepción de la dispersión
de los territorios de Carlos V y los criterios dinásticos y familiares201.

Carlos V acabó optando por ceder el Estado de Milán, lo que era más acorde a su
tradicional política dinástica, decisión que fue comunicada a Francisco I el 22 de marzo
de 1545, aunque ya estaba tomada en febrero202. Esta decisión no fue fácil para Carlos V
ya que suponía desprenderse de un territorio por el cual había luchado durante toda su
vida, pero acabó primando el mantenimiento de los estados flamencos, y aunque el mo-
tivo sentimental no fue exclusivo, sí que fue importante, porque no se puede obviar que

199 Chabod, Federico., op. cit., pp. 226-229, y Fernández Álvarez, Manuel., La España del Emperador Carlos V, p.
715.
200 Chabod, Federico., op. cit., pp. 230-231.
201 Chabod, Federico., op. cit., pp. 232-234.
202 Usunáriz, Jesús María., op. cit., p.139, y Chabod, Federico., op. cit., pp. 235-236. Hay que apuntar que en la decisión

no sólo contaron los elementos sentimentales, como puede parecer en una lectura rápida del trabajo de Chabod, ya que
se tomaron muy en cuenta los criterios estratégicos, militares o logísticos.

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era su tierra natal. Pero hay que recordar que en 1540 el Emperador estuvo dispuesto
presuntamente a ceder los Países Bajos en vez de Milán para lograr la paz con Francia,
aunque tanto entonces como en la alternativa se reservaba el gobierno de estos hasta su
muerte, lo que muestra que no estaba dispuesto a deshacerse de ellos en vida, y en este
caso parece ser que la opinión mayoritaria del Consejo de Estado pesó en gran medida en
su decisión.

Se observa en la llamada alternativa de 1544 la sexta etapa en el proceso de incor-


poración del Estado de Milán a la Monarquía Hispánica, momento en el cual parece que
dicha vinculación está a punto de romperse ante la preferencia de Carlos V, y la mayoría
de sus consejeros, de desprenderse de él a fin de lograr la paz con Francia y mantener los
Países Bajos. Puede parecer que volvemos a 1536, al principio del conflicto con Francisco
I, estando el Emperador dispuesto a ceder Milán en pro de la paz, pero la actitud de Carlos
V fue diferente a la de 1536, lo que se ve apoyado por la alegría con la que recibió la
muerte del Duque de Orleans, acaecida el 9 de septiembre de 1945, ya que esta invalidaba
el acuerdo con Francia y suponía la conservación de Milán, lo que volvía a unir el Estado
a la Monarquía Hispánica203.

La muerte del Duque de Orleans suponía el fracaso de punto central de Crépy y la


vuelta a un statu quo similar al refrendado en Niza en 1538, lo que permitió a Carlos V
mantener su dominio en Italia al conservar Milán, a pesar de que Francisco I siguiese
controlando Saboya:

“Los franceses después de la muerte de Duque de Orleans abiertamente han respondido que
no restituirán al Duque de Saboya a Saboya ni al Piamonte”204.

También significaba la muerte de segundogénito de Francisco I que volvía a estar


latente el casus belli de Lombardía entre los Habsburgo y los Valois, aunque el destino
del Estado de Milán estaba cada vez más ligado al de la Monarquía Hispánica.

203 Hay que recordar que aunque era un inconveniente deshacerse de Milán en 1536 para lograr mantener la paz con
Francia, no se tenía la conciencia como en 1544 de su vitalidad estratégica, ya no sólo en el mundo italiano, sino en el
panorama imperial también, lo que explica mejor la dificultad con la que Carlos V tomó la decisión. Chabod, Federico.,
op. cit., p. 236, Fernández Álvarez, Manuel., op. cit., p. 715, Idem., Política mundial de Carlos V y Felipe II, p. 112,
Usunáriz, Jesús María., op. cit., pp. 139-140, Elton, Geoffrey Rudolph., Historia del mundo moderno, p. 240, Lapeyre,
Henri., Las monarquías europeas del siglo XVI, p. 82, Ochoa Brun, Miguel Ángel., Historia de la diplomacia española,
Vol. 5, p. 278, y Cadenas y Vicent, Vicente de., La herencia imperial de Carlos V en Italia, p. 372.
204 Fernández Álvarez, Manuel., Corpus documental de Carlos V, Vol. II, p. 427. Carta del Duque de Alba a Cobos del

4 de octubre de 1545.

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V- De la seguridad a la incertidumbre: La evolución de la hegemonía imperial en Italia


hasta el final de la época de Carlos V (1546-1556).

Tras el fracaso de las cláusulas del tratado de paz con Francia, todo parecía indicar
la proximidad de un nuevo conflicto, ya que Francisco I seguía sin renunciar a sus viejas
aspiraciones sobre el mundo italiano, el cual había quedado bajo el dominio del Empera-
dor, a excepción de gran parte de Saboya. Pero el desarrollo de los acontecimientos marcó
que en la segunda mitad de la década de 1540 desaparecieran un gran número de los
personajes de aquella generación de hombres de estado y alta política. Entre ellos, a nivel
europeo, Lutero y Barbaroja en 1546, Francisco I el 31 de marzo de 1547, y Enrique VIII
en enero de 1547, y de los ministros de Carlos V, el Cardenal Tavera el 1 de agosto de
1545, Cobos el 10 de mayo de 1547, e Idiáquez también en 1547205. Estas pérdidas fueron
un duro golpe para la administración imperial, debido a la gran labor que desarrollaron
en sus respectivas materias de trabajo, y más concretamente Cobos por su habilidad en la
gestión de la Secretaría de Estado y en la obtención de recursos para la financiación de
las guerras206.

Si bien la paz se había impuesto en 1544 por motivos económicos, fundamental-


mente, lo que la hizo perdurar fue la desaparición de estos grandes personajes y la entrada
en escena de otros nuevos, lo que, como dice Braudel, impone un compás de espera obli-
gatorio, del que, indudablemente, se aprovecha la paz, paréntesis que fue más notorio en
el mundo mediterráneo por la oleada continua de guerras que lo habían asolado207. Este
intervalo pacífico permitió a Carlos V centrar su atención en otros asuntos en los cuales
no había podido intervenir debido a su enfrentamiento con Francisco I, a saber, neutralizar
a los príncipes protestantes de la Liga de Esmalcalda y la “herejía” luterana208. Antes de
iniciar la guerra prefirió terminar de asentar su poder en Italia mediante una nueva inves-
tidura del Estado de Milán en su hijo Felipe, lo que llevó a cabo el 5 de julio de 1546 en
la Dieta de Ratisbona209:

205 Ochoa Brun, Miguel Ángel., op. cit., Vol. 5, pp. 278-280, Braudel, Fernand., El Mediterráneo y el mundo
mediterráneo en la época de Felipe II, vol. II, p. 339, Elton, Geoffrey Rudolph., op. cit., p. 242, Usunáriz, Jesús María.,
op. cit., p. 146, Lapeyre, Henri., op. cit., p. 83, Chabod, Federico., op. cit., p. 218, y Fernández Álvarez, Manuel., La
España del Emperador Carlos V, p. 716.
206 Ochoa Brun, Miguel Ángel., op. cit., Vol. 5, p. 279, y Fernández Álvarez, Manuel., op. cit., pp. 711-712.
207 Braudel, Fernand., op. cit., vol. II, p. 339.
208 Usunáriz, Jesús María., op. cit., p. 147.
209 Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio., Milán y el legado de Felipe II, p. 25, Idem., The State of Milan and the Spanish

Monarchy, p. 108, y Usunáriz, Jesús María., op. cit., p. 159.

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“Que habiendo vacado el Ducado de Milán por muerte del Duque Francisco Sforza sin hijos,
su Majestad hizo donación de aquel Estado al Príncipe de España, su hijo, por lo que conviene
al honor del Imperio tener tal vasallo que defenda sus derechos, y que él accepta la donación
agora de nuevo, le da la investidura de él y a él y sus hijos varones del legítimo matrimonio
nacidos o que nacieren”210.

Este documento de Simancas recoge la nueva donación hecha en Ratisbona, y


además establecía que Carlos V se reservaba la administración del Estado por dos años,
periodo en el que el príncipe no podría ir Milán, tomando entonces posesión del Stato,
aunque Felipe no accedió a la gestión y gobierno de Milán hasta 1554211. También se
recogen noticias sobre esta nueva investidura del príncipe en la correspondencia entre
Carlos y Felipe del 31 de julio de 1546:

“En lo del Estado de Milán no hemos resuelto, por las causas que se escribirán, de daros la
investidura de él, y quedan los despachos en la orden que conviene, los cuales llevará otro
correo que partirá brevemente (…)”212.

“En lo del Estado de Milán no hay que decir, sino que este correo lleva el despacho en forma
como veréis, será bien que luego se haga lo que se ha de hacer conforme a él y que se guarde
y tenga secreto”213.

Como en 1540 Carlos V quiso mantener la investidura de su hijo en el Estado de


Milán en secreto. Las razones de mantener esta nueva investidura secreta difieren en parte
de las de 1540, y se debieron fundamentalmente a que Carlos V no deseaba despertar
sospechas entre los príncipes protestantes integrantes de la Liga de Esmalcalda, con quie-
nes estaba negociando una resolución pacífica del conflicto religioso en Ratisbona a la
vez que llevaba a cabo los preparativos militares214. Además el carácter de feudo imperial
del Milanesado revestía de mayor complejidad su incorporación en la Monarquía Hispá-
nica, a diferencia de las fórmulas de herencia y conquista empleadas anteriormente en
Nápoles y Sicilia, lo que, según Álvarez-Ossorio, explican en parte las precauciones del

210 AGS, E, Legajo 1192/292. Este fragmento pertenece a una copia, estando los documentos oficiales de dicha
investidura en los legajos siguientes: AGS, E, PTR, Legajos 43/39, 41, y 44/1-2, 6.
211 AGS, E, Legajo 1192/292. Esta reserva de la administración milanesa que Carlos V hizo para sí mismo, mantenida

hasta 1554, se encuentra también en un documento de Simancas fechado el 9 de diciembre de 1549 (AGS, PTR, Legajo
44/7).
212 Fernández Álvarez, Manuel., Corpus documental de Carlos V, Vol. II, p. 489. Carta del 31 de julio de 1546.
213 Fernández Álvarez, Manuel., op. cit., Vol. II, p. 490. Carta del 10 de agosto de 1546.
214 AGS, E, Legajo 1192/292. En estos momentos convenía mantener la infeudación en secreto por ser un periodo de

paz y negociaciones con Francia, lo que de hacerse público podía acelerar el estallido de una nueva contienda.

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César Carlos al ocultar las investiduras de 1540 y 1546 por la que el Emperador conce-
día el feudo devuelto a su hijo Felipe, las cuales tuvieron cierta validez pública a partir
de 1551, momento propicio en el que Carlos V gozaba del cénit de su poder en Europa215.

Marca esta investidura de Felipe como Duque de Milán el séptimo momento clave
en el proceso de incorporación del Milanesado a la Monarquía Hispánica, ya que progre-
sivamente se inicia una tendencia de desvinculación del Imperio, introduciéndose en el
marco político de los reinos peninsulares, aunque hasta el final de las negociaciones de
Augsburgo de 1551 y la cesión definitiva de Milán a Felipe en 1554 este hecho no acabó
de confirmarse.

A la vez que Felipe era investido en Milán en junio de 1546, Carlos V otorgaba el
cargo de Gobernador a Ferrante Gonzaga, que lo ejerció hasta 1554, aunque entre la des-
titución del Marqués del Vasto y la llegada de Gonzaga, aproximadamente mes y medio,
fue el castellano de Milán, Álvaro de Luna, quien desarrolló las funciones de goberna-
dor216. Gran personaje político y militar, Gonzaga destacó por combinar en su persona
ambas facetas de manera eficiente y por ser uno de los defensores a ultranza de la política
italiana del Emperador. Fue firme partidario al igual que el Duque de Alba, y a pesar de
su enemistad declarada, de la cesión de los Países Bajos en la alternativa de Crépy, de la
que fue artífice junto con Granvela, que representó su apoteosis política217.

Del gobierno de Gonzaga en Milán hay que destacar en cuanto a la política interior
su destreza a la hora de maximizar el poder del gobernador, ya que desarrolló una red de
clientelas en los diferentes órganos de gobierno del Estado y de la Corte Imperial que
anularon, en la práctica, las disposiciones legales de las Nuevas Constituciones de 1541
que restaban poder a su cargo218. No puede faltar también una reseña a su concepción del

215 Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio., Milán y el legado de Felipe II, pp. 25, 27 y 67-68.
216 Ferrante Gonzaga, Conde de Guastalla y hermano de Federico II, Duque de Mantua, fue uno de los servidores más
cercanos de Carlos V, quien entre otros cargos desempeño el de Comandante en Jefe del ejército imperial en Italia,
Virrey de Sicilia (1535-1546), diplomático imperial, general de uno de los ejércitos imperiales de las campañas de
1543/1544 contra Francia, y en estos momentos Gobernador de Milán. Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio., op. cit., p.
62, Idem., The State of Milan and the Spanish Monarchy, p. 108, y Soldini, Nicola., “El gobernante ingeniero: Ferrante
Gonzaga y las estrategias del dominio en Italia”, en Hernando Sánchez, Carlos José., (Coord.), Las fortificaciones de
Carlos V, Ministerio de Defensa y Sociedad Estatal para la Conmemoración de los Centenarios de Felipe II y Carlos
V, Madrid, 2000, pp. 355-387., p. 367.
217 Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio., Milán y el legado de Felipe II, p. 48, Chabod, Federico., Carlos y su Imperio,

pp. 234-235, Soldini, Nicola., op. cit., pp. 355 y 357, y Fernández Albaladejo, Pablo., Fragmentos de Monarquía:
Trabajos de historia política, Alianza, Madrid, 1992, p. 187.
218 Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio., op. cit., pp. 62-63. Para un análisis en profundidad del periodo de Gonzaga

véase Mozzarelli, Cesare., “Patrizi e governatori nello Stato di Milano a mezzo Cinquecento. Il caso di Ferrante

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papel de Carlos V en la península itálica y a la búsqueda de expansión de su casa, lo que


marcó la evolución posterior de los acontecimientos en Italia durante su gobierno219. Gon-
zaga, advirtiendo la imposibilidad del mantenimiento del conjunto patrimonial de los
Habsburgo, debido las diferencias y lejanía de sus estados, apostó mediante un coherente
programa de futuro por la preponderancia de los intereses de la Monarquía Hispánica en
detrimento de los del Imperio, que hubiese sido muy beneficioso de haber optado Carlos
V por llevarlo a la práctica, lo cual no fue posible debido a su concepción de la idea del
Imperio220.

Asentado el control en Italia, con Ferrante Gonzaga al frente, y en paz con Francia,
que vivía una época de sucesión en el poder con la entronización de Enrique II como
nuevo rey, Carlos V se decidió a poner fin a los problemas religiosos que afectaban a la
unidad de su Imperio enfrentándose a los integrantes de la Liga de Esmalcalda. Para ello
contó con la colaboración del Papa Paulo III, prometiéndole el Pontífice hombres y dinero
tras llegar a un acuerdo en Trento el 9 de junio, y de Mauricio de Sajonia, príncipe alemán
que en 1542 se había separado de la Liga y acercado al bando imperial. Los príncipes
protestantes, advirtiendo la proximidad del ataque de Carlos V, iniciaron los preparativos
bélicos mientras negociaban en Ratisbona, siguiendo la táctica que estaba empleando a
su vez el Emperador221.

La guerra se desarrolló en dos campañas, la primera a finales de 1546, en la que


participaron las tropas pontificias, y que concluyó con la toma del control del sur de Ale-
mania, y la segunda en 1547, que culminó con la gran victoria imperial sobre los protes-
tantes en Mühlberg el 24 de abril, siendo capturado Juan Federico, elector de Sajonia.
Felipe de Hesse, otro de los príncipes integrantes de la Liga, se rindió el 20 de junio, con
lo que la coalición de Esmalcalda quedó definitivamente aplastada222. Parecía que esta
victoria resolvería, de una vez por todas, el conflicto religioso alemán, pero las desave-

Gonzaga”, en Signorotto, Gianvittorio., L’Italia degli Austrias. Monarchia cattolica e domini italiani nei secoli XVI e
XVII, Cheiron, Año IX, Nº 17-18, I Semestre 1992, Mantua, 1993, pp. 119-134.
219 Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio., op. cit., pp. 48-49.
220 Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio., op. cit., p. 48, Chabod, Federico., op. cit., pp. 234-244, y Fernández Albaladejo,

Pablo., op. cit., pp. 186-187.


221 Elton, Geoffrey Rudolph., Historia del mundo moderno, p. 242, Lapeyre, Henri., Las monarquías europeas del siglo

XVI, p. 83, Braudel, Fernand., El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II, vol. II, p. 349, y
Usunáriz, Jesús María., España y sus tratados internacionales, p. 158.
222Elton, Geoffrey Rudolph., op. cit, pp. 242-243, Lapeyre, Henri., op. cit, p. 83, Braudel, Fernand., op. cit., vol. II, p.

348, y Usunáriz, Jesús María., op, cit., p. 158.

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nencias surgidas entre el Papa y el Emperador, quien en marzo había trasladado el Con-
cilio a Bolonia y retirado a sus tropas previamente a la batalla de Mühlberg, no permitie-
ron obtener el resultado deseado. Ante esto el Emperador dio inicio a la Dieta en Augs-
burgo en 1547, en donde se acabó estableciendo el llamado “interim” el 30 de junio de
1548, solución unilateral de sesgo católico a los problemas del imperio que no satisfizo a
ninguna de las partes223. No hay que obviar aquí el análisis que realiza Braudel sobre las
consecuencias y repercusiones que Mühlberg tuvo para el mundo Mediterráneo, quien
indica que ésta victoria dio un gran prestigio al Emperador, le permitió librarse del pro-
blema religioso alemán, por el momento, y plantear el tema de la sucesión, cuya resolu-
ción tras las negociaciones de Augsburgo favoreció el desplazamiento del mundo italiano
hacia la órbita hispana224. Aunque, al igual que tras Pavía en 1525, esta victoria de Carlos
V favorecería la formación de una extensa alianza en su contra cuyo objetivo fue desba-
ratar la hegemonía de los Habsburgo y restaurar el equilibrio de poder en Europa.

A la vez que se sucedían estos acontecimientos en el Imperio, en Italia se produ-


jeron algunos incidentes, planeados por Francisco I antes de su muerte, que trataron de
desestabilizar la posición de Carlos V. Hay que apuntar que la alianza del Papa de 1545
con del Emperador en la lucha contra la Liga de Esmalcalda había estado basada también
en la cesión por parte de Carlos V a Pier Luigi Farnesio, hijo del Pontífice, de los Ducados
de Parma y Piacenza, territorios sobre los cuales ambos dirigentes reclamaban su sobera-
nía, favoreciendo así la política nepotista de Paulo III225. Pero dos años más tarde, tras el
fracaso de la llamada sublevación de los Fieschi en Génova, en la que habían intrigado
también el Papa, su hijo Pier Luigi y los franceses, se produjo una rebelión en Piacenza y
Pier Luigi Farnesio fue asesinado el 10 de septiembre de 1547, lo que Ferrante Gonzaga
aprovechó para tomar la ciudad e imponer los derechos imperiales sobre la misma226.

Esta anexión favorecía la posición imperial en Italia y al Estado de Milán, en el


cual se reintegraban estos territorios tras su desvinculación décadas atrás, que, fuera parte

223 Elton, Geoffrey Rudolph., op. cit., p. 243, Lapeyre, Henri., op. cit., pp. 83-84, Braudel, Fernand., op. cit., vol. II, p.
350, y Usunáriz, Jesús María., op. cit., pp. 158-159.
224 Braudel, Fernand., op. cit., vol. II, pp. 348-358.
225 Rodríguez Salgado, María Jesús., Carlos V, Felipe II y su mundo (1551-1559), Crítica, Barcelona, 1992, p. 73, y

Ochoa Brun, Miguel Ángel., Historia de la diplomacia española, Vol. 5, p. 491.


226 La sublevación de los Fiechi, encabezada por Gian Luigi Fieschi, se produjo en Génova a principios de enero de

1547 enmarcada en un plan de sublevación general con el fin de desestabilizar la posición imperial en Italia. Fracasó
por el conocimiento de la misma por parte de Carlos V y sus hombres in situ, Andrea Doria y Ferrante Gonzaga (véase.
Cadenas y Vicent, Vicente de., La herencia imperial de Carlos V en Italia, pp. 393-394). Ochoa Brun, Miguel Ángel.,
op. cit., Vol. 5, p. 491, y Rodríguez Salgado, María Jesús., op. cit., p. 73.

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de su importancia estratégica, eran necesarios para recabar fondos que sufragasen los gas-
tos militares en la Península Itálica. Esto permite afirmar, según Rodríguez Salgado, que
la actuación de Carlos V no fue tan inocente y bienintencionada como se esgrimió desde
el bando imperial acudiendo en auxilio de los sublevados, quienes se habían puesto bajo
su protección, ya que de ser así hubiera entregado el Ducado al sucesor de Pier Luigi,
Octavio Farnesio, pero no sólo permaneció en él, sino que intentó también invadir
Parma227. Esto atrajo al Papa a la causa francesa, organizando Octavio Farnesio una con-
jura contra Milán con motivo de la presencia de Enrique II en el Piamonte en Mayo de
1548. Cuando esto se descubrió el Pontífice pidió en junio de 1549 el territorio al Empe-
rador, con quien realizó un pacto aceptando la ocupación de Piacenza, siempre y cuando
Parma quedase para él y sus nietos fuesen recompensados económica y territorialmente.
Tras esto Paulo III ordenó la invasión del Ducado de Parma al Confaloniero de la Iglesia,
solicitando Octavio la ayuda de Gonzaga, quien lo había ocupado a primeros de noviem-
bre. En su lecho de muerte el Papa se arrepintió del trato con Carlos V y declaró a Octavio
su sucesor y heredero legítimo de los dos ducados, siendo esto refrendado por el nuevo
Pontífice Julio III en febrero de 1550, quien se aseguraba con el apoyo a los nietos de
Paulo III su elección en el conclave al obtener los votos de la facción de los Farnesio228.

Lo realmente interesante de todos estos sucesos para desequilibrar la predomi-


nante posición imperial en Italia, es que no surtieron el efecto deseado, ello debido a los
fuertes lazos urdidos por la diplomacia de Carlos V entre los potentados de la Península
Italiana, y gracias también a la gestión eficaz que desempeñaron grandes personajes como
Ferrante Gonzaga y Don Diego Hurtado de Mendoza. Pero se puso de manifiesto que los
conflictos del mundo italiano podían volver a provocar la injerencia de Francia en cual-
quier momento229, en concreto la de Enrique II que tras el fracaso de Crépy y la muerte
de su padre estaba deseoso de reanudar la confrontación Habsburgo-Valois y de conquis-
tar los territorios que consideraba parte de su patrimonio, a saber, Milán, Nápoles y Sici-
lia.

227 Rodríguez Salgado, María Jesús., op. cit., p. 73.


228 Paulo III murió el 10 de noviembre de 1549. Rodríguez Salgado, María Jesús., op. cit., pp. 73-74, y Ochoa Brun,
Miguel Ángel., op. cit., Vol. 5, pp. 491-492. Para el asunto de los ducados de Parma y Piacenza véase Tocci, Giovanni.,
“Nel corridoio strategico-politico della pianura padana: Carlo V, Paolo III e la creazione del ducato farnesiano”, en
Cantú, Francesca., Visceglia, Maria Antonietta., L’Italia di Carlo V: Guerra, religione e política nel primo
Cinquecento, Viella, Roma, 2003, pp. 375-387.
229 Ochoa Brun, Miguel Ángel., op. cit., Vol. 5, p. 492-493.

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El poder de Carlos V en Alemania tras Mühlberg, el control sobre Italia fracasados


los intentos de desestabilización de 1547 y la tranquilidad de una Francia distraída por el
periodo sucesorio y la reanudación del conflicto con Inglaterra, permitieron al Emperador
plantearse solventar la cuestión de la herencia familiar y su sucesión. Ello estuvo moti-
vado también por el empeoramiento de su salud, y planteó el tema sucesorio a sus herma-
nos en la Dieta de Augsburgo de 1548, en la cual se habían reunido María de Hungría y
Fernando a fin de hallar una solución230. No es mi intención extenderme en demasía en
las discusiones que tuvo la familia Habsburgo en dicha reunión, aunque hay ciertos as-
pectos que no pueden obviarse ya que fueron decisivos en la definitiva vinculación de
Italia con la Monarquía Hispánica. En la Dieta los tres hermanos hablaron acerca de la
cuestión sucesoria, proponiendo Fernando la sucesión de su hijo Maximiliano a la digni-
dad imperial a cambio de la designación del Vicariato Imperial en Italia para Felipe. Car-
los V quiso tener en cuenta la opinión de su hijo, y también su presencia en las negocia-
ciones, por lo que dilató la resolución del dilema sucesorio hasta la llegada del Príncipe.
Para ello el Emperador llamó a Felipe en 1548 con la intención de que viajase a Flandes
a reunirse con él, quien partió de Valladolid el 2 de octubre de 1548, quedando de regentes
de los reinos peninsulares su hermana María y su primo Maximiliano231.

Las discusiones sobre la herencia no fueron el único motivo del viaje, ya que Car-
los V buscaba también presentar en los Países Bajos a su heredero, a quien iba a dejar los
territorios de la casa de Borgoña, además de las posesiones de Italia, hecho que había
decidido ese año. Esto planteaba inconvenientes por ser los estados flamencos y del norte
de Italia dependientes del Imperio, lo que urgía la promoción de Felipe en la sucesión
imperial tras su tío Fernando. Por ello también fueron cometidos de este viaje desde la
Península Ibérica hasta Bruselas, pasando por Italia y el Imperio, su presentación como
heredero del Emperador ante la sociedad política de Europa, la obtención de apoyos en
Alemania para alcanzar la dignidad Imperial, el conocimiento del ejercicio del poder y de
la aristocracia en Italia, así como reforzar las alianzas con las élites gubernativas y poten-
tados, y el ejercicio de sus habilidades de gobierno y sociabilidad en los diferentes lugares

230 Fernández Álvarez, Manuel., Política mundial de Carlos V y Felipe II, pp. 127-132, Idem., Carlos V, un hombre
para Europa, pp. 279-283, y Usunáriz, Jesús María., España y sus tratados internacionales, p. 159.
231 Braudel, Fernand., El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II, vol. II, pp. 352-353, Idem.,

Felipe II, p. 83, Ochoa Brun, Miguel Ángel., op. cit., Vol. 5, p. 512, Idem., Historia de la diplomacia española: La
diplomacia de Felipe II, Vol. 6, pp. 12-13, Fernández Álvarez, Manuel., Política mundial de Carlos V y Felipe II, pp.
131-132, e Idem., Carlos V, un hombre para Europa, pp. 282-283.

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visitados232. A pesar del interés del viaje, no cabe en este estudio extenderse en él, por lo
que me remitiré simplemente a mostrar dos fragmentos de la correspondencia de Felipe
que detallan ciertos hechos acaecidos en su transcurso y el itinerario seguido en Italia233:

“Todavía no quiero dejar de decir con el alegría universal que fui recibido en el Estado de
Milán, así en Alejandría como en la ciudad de Milán, donde fui muy acariciado y con fiestas y
muy bien hospedado, (…) y aunque me pensé detener allí poco, todavía hube de estar algunos
días más a causa que los de aquella ciudad me lo pidieron con mucha instancia, y yo no se lo
pude negar, por darles en esto contentamiento; Y así se ha entendido que quedan muy satisfe-
chos. Yo partí de allí a los VII de este, y llegué a Mantua el domingo, donde el Duque de Mantua
y Don Fernando me recibieron con palio (…)”234.

“Serenísimos Príncipes, mis muy caros y muy amados hermanos: Por lo que escribí de Génova
habréis entendido nuestra llagada allí, y cómo fui recibido con tanta demostración de buena
voluntad. Me detuve en aquella ciudad algunos días porque reposasen los caballos, que venían
mal parados del mar, y la gente de nuestra corte, y se pusiesen en orden como era menester
para un tan largo camino. (…) De allí partí a los 11 del pasado y vine a Alejandría, donde me
detuve un día, y pasando por Tortona y Pavía, vine a Milán, donde fui recibido con alegría y
contentamiento universal, y fui muy bien hospedado y festejado de Don Fernando de Gonzaga
y de la princesa, su mujer, y se hicieron muchas fiestas y regocijos, y aunque pensaba estar allí
poco, todavía me hube de detener hasta los 7 del presente por causa que los de aquella ciudad
me lo suplicaron, y por darles en esto contentamiento, y así quedaron muy contentos y sintieron
nuestra partida con gran demostración de amor. De allí vine a Cremona y a Mantua, y en el
camino me salieron a recibir el cardenal y Duque de Mantua a los límites de aquel estado, y
después el Duque de Ferrara que vino a visitarme. Me detuve en Mantua tres días y he seguido
mi camino a Trento, y de allí adelante por llegar a Su Majestad lo más presto que pudiere”235.

Una vez reunidos padre e hijo, ambos marcharon al Imperio, llegando a Augs-
burgo en 1550, donde en agosto se reunieron con Fernando, celebrando un consejo de
familia para proseguir las discusiones sobre el reparto de la herencia familiar y la sucesión
al Imperio. Se trataron múltiples temas, como la herencia Trastámara, la desvinculación

232 El viaje se inició en Valladolid el 2 de octubre de 1548, y tras el paso por Italia Felipe se dirigió rápidamente a
Bruselas, donde llegó el 1 de abril de 1549. Allí permanecieron hasta octubre, recibiendo el Príncipe la investidura de
los territorios flamencos, tras lo cual partió junto a su padre hacia Alemania en otoño para reunirse con Fernando y
resolver el tema de la herencia y la sucesión. Braudel, Fernand., El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época
de Felipe II, vol. II, pp. 352-353, Idem., Felipe II, p. 83, y Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio., De la gravedad a la
gracia: El Príncipe Felipe en Italia, pp. LXXVII-CXIV
233 La crónica del paso del Príncipe Felipe por Italia está recogida en la obra Calvete de Estrella, Juan Cristóbal., El

felicísimo viaje del muy alto y muy poderoso Príncipe don Felipe, Sociedad Estatal para la Conmemoración de los
Centenarios de Felipe II y Carlos V, Madrid, 2001, centrándose las páginas 55-90 en su estancia en Lombardía. Existen
muchas referencias en la correspondencia de Carlos V y Felipe II que recogen información sobre el viaje en Fernández
Álvarez, Manuel., Corpus documental de Carlos V, vol. II, pp. 594-595, y vol. III, pp. 21-25, 54-74 y 87-90, entre
otras.
234 Fernández Álvarez, Manuel., op. cit., vol. III, pp. 63-64. Carta de Felipe II a Carlos V del 20 de enero de 1549.

Véase imagen I del repertorio gráfico, p. 116.


235 Fernández Álvarez, Manuel., op. cit., vol. III, pp. 72-73. Carta de Felipe II a su hermana María y su primo

Maximiliano del 29 de enero de 1549.

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del Imperio de los Países Bajos y Milán, la sucesión de la dignidad imperial, etcétera, que
enfrentaron a los Habsburgo, produciéndose una paralización en las negociaciones que
hizo necesaria la venida de María de Hungría y de Maximiliano, a fin de poder proseguir
las conversaciones. Eran muchos los conflictos a resolver, pero al final el 9 de marzo de
1551 se consiguió un acuerdo que, si bien no resolvía todas las cuestiones, planteaba una
solución intermedia236. Según el acuerdo, atribuido a María de Hungría, se daría una al-
ternancia en la dignidad imperial entre las dos ramas de la familia, proponiendo Fernando
a Felipe como futuro Emperador cuando accediese al cargo, siempre que su hijo fuese
nombrado Rey de los Romanos después. Además quedaría sancionada de hecho la vincu-
lación de los Países Bajos y Milán a la Monarquía Hispánica, sobre todo del Estado de
Milán, ya que Carlos V exigió que Fernando reconociese a Felipe el Vicariato Imperial
en Italia, lo que a pesar de las reticencias y trabas de la rama austriaca de los Habsburgo,
que había estado a la espera de su posesión, se produjo237.

Puede distinguirse aquí el octavo momento en el proceso de incorporación del


Estado de Milán a la Monarquía Hispánica, cuando se marca definitivamente su vincula-
ción con los reinos peninsulares, ya que si bien el fracaso de los acuerdos de Crépy y la
segunda investidura de Felipe como Duque de Lombardía habían ratificado su destino
dentro de la familia Habsburgo, hasta este momento el Emperador no había establecido
cuál sería su paradero final, respondiendo ésta decisión, como expone Fernández Álvarez,
a las peticiones castellanas por los esfuerzos militares y económicos que había desarro-
llado la corona castellana, y la de Aragón anteriormente, en Italia durante décadas238.

A la vez que concluían estas negociaciones de los Habsburgo se había puesto ya


en marcha la formación de un gran frente antiimperial en torno a la figura de Enrique II
de Francia, como reacción a la hegemonía de Carlos V tras Mühlberg, que aglutinó a
varios de los príncipes alemanes y potentados de Italia, incluido el futuro Pontífice Paulo
IV, que a punto estuvo de destruir la posición del Emperador en Europa. El inicio del

236 Existen multitud de autores que tratan el conflicto de la herencia de los Habsburgo de manera detallada, véanse
Rodríguez Salgado, María Jesús., Carlos V, Felipe II y su mundo (1551-1559), p. 62-71, Braudel, Fernand., El
Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II, vol. II, pp. 348-358, Fernández Álvarez, Manuel.,
Política mundial de Carlos V y Felipe II, pp. 131-141, Idem., Carlos V, un hombre para Europa, pp. 282-293, y Elton,
Geoffrey Rudolph., Historia del mundo moderno, p. 224.
237 Rodríguez Salgado, María Jesús., op. cit., pp. 69-70, Braudel, Fernand., op. cit., vol. II, pp. 354-355, Fernández

Álvarez, Manuel., Política mundial de Carlos V y Felipe II, pp. 136-141, Idem., Carlos V, un hombre para Europa,
pp. 286-293, Elton, Geoffrey Rudolph., op. cit., p. 224.
238 Fernández Álvarez, Manuel., Política mundial de Carlos V y Felipe II, p. 139, e Idem., Carlos V, un hombre para

Europa, p. 289.

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EL DUCADO DE MILÁN EN LA ÉPOCA DE CARLOS V (1535-1559)

conflicto franco-imperial se inició una vez más en Italia. Si bien el nuevo Papa Julio III
había ratificado los derechos sucesorios de Octavio Farnesio, nieto del Paulo III, en Parma
y Piacenza, éste se veía necesitado del Emperador para la reanudación del Concilio de
Trento, quien no le apoyaría a no ser que le reconociese los títulos sobre dichos territorios,
ya ocupados por las tropas imperiales desde 1547 y 1549 respectivamente. Ante esto el
Pontífice pidió a Farnesio a principios de 1551 que renunciase a los ducados, quien se
opuso y solicitó en abril la ayuda de Francia, lo que provocó que el Pontífice le depusiese
por decreto papal el 22 de mayo de 1551. Octavio cerró su alianza con Francia el día 27,
desencadenándose un nuevo enfrentamiento, que además le dio a Carlos V la oportunidad
de legitimar su invasión de los ducados de Piacenza y Parma239.

Los preparativos bélicos por parte del Emperador demuestran su intención de ocu-
par Parma permanentemente, aunque para ello era necesario volver a la Península Ibérica
con el objetivo de conseguir los subsidios necesarios para la guerra, lo que se encargó a
Felipe, quien estaba ya de vuelta para septiembre de 1551240. El Príncipe volvió a pasar
fugazmente por Italia y Milán en su viaje de regreso a los reinos hispanos, y aunque su
título de Duque de Milán estaba ya confirmado nominalmente, el gobierno y la adminis-
tración seguían en manos de Carlos V, por lo que su investidura siguió en secreto y no
fue recibido como soberano en su nuevo paso por Lombardía, a pesar de que esto fuese
en los círculos de la alta política europea y de que el Gobernador del Stato, Ferrante Gon-
zaga, hubiese realizado su juramento de fidelidad a Felipe como nuevo soberano milanés
en 1550241.

El nuevo conflicto entre franceses e imperiales estalló el 21 de septiembre de


1551, aunque esta vez camuflado como un conflicto indirecto en el que el Emperador
apoyaba al Pontífice y el Rey Cristianísimo a Octavio Farnesio en la lucha por los ducados
de Parma y Piacenza. Aun así el conflicto directo no estaba lejos de comenzar, sobre todo
porque Enrique II estaba ya libre de la hipoteca que suponía la guerra con Inglaterra,
concluido el 24 de marzo de 1550, y ultimaba los acuerdos para cerrar sus alianzas antes
de lanzar su ataque contra Carlos V. El 29 de abril de 1552 ambas partes contendientes

239 Rodríguez Salgado, María Jesús., op. cit., p. 74, y Ochoa Brun, Miguel Ángel., Historia de la diplomacia española,
Vol. 5, p. 494.
240 Rodríguez Salgado, María Jesús., op. cit., p. 75.
241 Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio., Milán y el legado de Felipe II, pp. 25-27. El juramento de fidelidad de Ferrante

Gonzaga a Felipe como Duque de Milán se encuentra en el AGS, PTR, Legajo 44/10.

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EL DUCADO DE MILÁN EN LA ÉPOCA DE CARLOS V (1535-1559)

en Italia firmaban un armisticio ante la imposibilidad de atender la guerra por falta de


medios, lo que estableció la paz entre Enrique II y Julio III, ratificado por el Emperador
el 10 de mayo, quedando por el momento Parma en manos de Farnesio. Pero para enton-
ces la situación del emperador era catastrófica con la guerra desarrollándose en otros fren-
tes242.

En 1550 ya se había formado la Liga de Koenigsberg en contra de los Habsburgo


entre varios príncipes protestantes, los de Mecklemburgo y Prusia entre ellos, a quienes
el Rey de Francia supo ganarse sellando con ellos una alianza mediante el Tratado de
Chambord el 15 de enero de 1552. Este fue ratificado por Guillermo de Hesse y Juan
Alberto de Mecklemburgo el 19 de febrero, en el que se incluía también a Mauricio de
Sajonia, quien volvía a cambiar de bando tras pactar con los franceses el 5 de octubre de
1551 en el convenio de Lochau. Estos acuerdos fueron llevados con gran sigilo y estable-
cían la ayuda militar y económica de Enrique II contra Carlos V a cambio de que los
príncipes protestantes le permitiesen tomar los episcopados de Metz, Toul y Verdún con
el título de Vicario del Imperio de los mismos, territorios codiciados por el francés debido
a su gran importancia estratégica243. Además el Rey Cristianísimo había ratificado su
alianza con los otomanos en Mayo de 1551, por lo que tras la confirmación del acuerdo
de Chambord el 19 de febrero de 1552 todo estaba preparado para atacar244.

El Emperador subestimó la capacidad de Enrique II y los príncipes protestantes a


la hora de iniciar la guerra, y para cuando quiso reaccionar pidiendo a varios de sus vasa-
llos alemanes tropas, quienes se negaron o dieron evasivas, ya era tarde. El 12 de febrero
de 1552 se había hecho la declaración formal de guerra por parte de Francia, y para
marzo/abril se completó la toma de Metz, Toul y Verdún por parte los franceses. Tras
esto el Rey Cristianísimo penetraba en Alsacia mientras Mauricio de Sajonia, a la cabeza
de los protestantes, se hacía con Augsburgo y obligaba a Carlos V, que se encontraba
desguarnecido, a huir de Innsbruck el 16 de abril, lo que provocó un duro golpe a su

242 Braudel, Fernand., El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II, vol. II, pp. 350, 365-366,
Usunáriz, Jesús María., España y sus tratados internacionales, pp. 158-159, Ochoa Brun, Miguel Ángel., op. cit., Vol.
5, pp. 494-495, y Fernández Álvarez, Manuel., Carlos V, un hombre para Europa, pp. 304-307. Véase imagen IV del
repertorio gráfico, p. 119.
243 Elton, Geoffrey Rudolph., Historia del mundo moderno, p. 243, Lapeyre, Henri., Las monarquías europeas del siglo

XVI, p. 84, Ochoa Brun, Miguel Ángel., op. cit., Vol. 5, p. 496, Usunáriz, Jesús María., op. cit., p. 160, Rodríguez
Salgado, María Jesús., op. cit., pp. 76-79, Fernández Álvarez, Manuel., Política mundial de Carlos V y Felipe II, pp.
141-145, e Idem., Carlos V, un hombre para Europa, pp. 293-297.
244 Usunáriz, Jesús María., op. cit., p. 159.

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reputación. Ante la negativa de Fernando a seguir las órdenes de su hermano en cuanto a


la política a seguir en el conflicto del Imperio, ya que el Rey de Romanos instaba al César
a negociar y hacer concesiones, el Emperador no tuvo más remedio que tratar con los
protestantes. Al final se llegó a un acuerdo entre junio y julio en Passau por el cual los
príncipes prisioneros de Mühlberg recobraban su libertad y se anulaba el “ínterim” de
Augsburgo de 1548, declarándose una tregua hasta que se produjese la próxima Dieta
Imperial. Este acuerdo fue el paso previo a la solución alcanzada por Fernando en la Dieta
Augsburgo de 1555 con los príncipes alemanes, la cual establecía el famoso “cuius regio,
eius religio”245.

Libre de los rebeldes del Imperio momentáneamente, Carlos V pudo dirigir todos
sus esfuerzos contra Enrique II. Rápidamente consiguió recabar hombres y dinero para
formar un gran ejército de más 70.000 hombres que en otoño de 1552 puso sitio a Metz.
La campaña realizada por el Emperador sólo sirvió para disuadir a sus enemigos de rea-
lizar nuevos ataques, ya que en enero de 1553 tuvo que levantar el asedio de Metz, ante
la imposibilidad de tomar la ciudad, y retirarse a los Países Bajos, derrota que deterioró
más aún la reputación que el César había tratado de recuperar246. Como añade Rodríguez
Salgado, el sitio de Metz no se debió sólo a la búsqueda de la reputación perdida, Carlos
quería evitar la acusación de haber abandonado el Imperio una vez más, sacrificando
sus intereses a la guerra con Francia, aunque independientemente de ello, y a pesar de
que en 1554 Carlos pensaba regresar a los territorios del Imperio, su marcha apresurada
tras el fracaso de la campaña de Metz marcó con toda claridad la entrega del poder a
Fernando247. Esto, junto con las reticencias de la rama austriaca de los Habsburgo y la
negativa de los electores del Imperio, en los cuales se apoyaban Fernando y Maximiliano,
acabó por hacer patente que la solución de Augsburgo de 1551 no era viable.

En Italia la huida de Innsbruck y la campaña imperial sobre Metz de 1552 supu-


sieron el abandono del frente, que había recobrado su actividad tras el armisticio de abril

245 Elton, Geoffrey Rudolph., op. cit., pp. 243-244, Lapeyre, Henri., op. cit., pp. 84-85, Ochoa Brun, Miguel Ángel.,
op. cit., Vol. 5, pp. 496-498, Usunáriz, Jesús María., op. cit., pp. 160-161, Rodríguez Salgado, María Jesús., op. cit.,
pp. 78-81, Braudel, Fernand., “Carlos V, testigo de su tiempo (1500-1558)”, en Escritos sobre la Historia, Alianza,
Madrid, 1991, pp. 58-60, y Fernández Álvarez, Manuel., Carlos V, un hombre para Europa, pp. 304-307.
246 Elton, Geoffrey Rudolph., op. cit., pp. 243-244, Lapeyre, Henri., op. cit., p. 85, Ochoa Brun, Miguel Ángel., op. cit.,

Vol. 5, p. 498, Usunáriz, Jesús María., op. cit., p. 161, Rodríguez Salgado, María Jesús., op. cit., pp. 82-83, Braudel,
Fernand., op. cit., p. 60, y Fernández Álvarez, Manuel., Carlos V, un hombre para Europa, pp. 305-307.
247 Rodríguez Salgado, María Jesús., op. cit., p. 83. Véase también para la crisis de 1552 Álvarez-Ossorio Alvariño,

Antonio., “Moti di Italia e tumulti di Germania: La crisi del 1552”, en Cantú, Francesca., Visceglia, Maria Antonietta.,
L’Italia di Carlo V: Guerra, religione e política nel primo Cinquecento, Viella, Roma, 2003, pp. 337-374.

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de 1552 con la sublevación de Siena contra el Gobernador imperial Diego Hurtado de


Mendoza el 27 de julio, iniciándose la llamada guerra de Siena y reanudándose las hosti-
lidades franco-imperiales en el frente de Lombardía-Piamonte. Para enero de 1553 Carlos
V declinó en su hijo la organización de la campaña, un primer paso en la toma de poder
de Felipe en Italia, pero no llegó a encabezarlo ya que fue reclamado por su padre para
que fuese a Bruselas con urgencia en abril, debiendo llegar el mes septiembre, en donde
el Emperador, tras la muerte de Eduardo VI, Rey de Inglaterra, organizó su boda con la
sucesora al trono María I Tudor248.

Pero independientemente del cambio de titular en la gestión del frente italiano, los
asuntos del norte y el descuido que había sufrido durante este tiempo marcaron la tardanza
en la mejora de la situación imperial en Italia. Aunque la dinámica de la guerra favoreció
el que el bando imperial pudiese evitar la catástrofe, ya que como establece Braudel la
falta de medios económicos durante los años siguientes, 1554 y 1555, propició una guerra
que se lleva en todas partes con lentitud y de mala gana: es una guerra de plazas en las
fronteras de los Países Bajos y en las líneas del Piamonte, los franceses consiguieron
tomar la isla de Córcega gracias a la ayuda turca entre 1552/1553249. También mantuvie-
ron el control del territorio de Siena, aparte de continuar con la alianza de Octavio Farne-
sio, que controlaba Parma, y con la ofensiva por el Piamonte. Ante los avances franceses
y la falta de medios económicos, Ferrante Gonzaga, bajo cuya responsabilidad estaba la
defensa del norte de Italia, tuvo que firmar una tregua con el bando galo en agosto de
1553. La negativa del Emperador y la necesidad de mantener distraídos a los miembros
del ejército, para evitar conflictos con la población local, llevó a Gonzaga a quebrantar el
armisticio, aunque la situación continuaba siendo igual de catastrófica por la falta de re-
cursos250:

“Solo diré que hasta ahora no tengo respuesta de ninguna de ellas 251, lo cual me hace estar
con mucho trabajo pues me veo en tanta obligación como lo que me pone este lugar de Valfe-
nera252, sin tener con que poderme sostener para proveerle de lo que conviene a cosa que tanto

248 Eduardo VI murió el 6 de julio de 1553. Lapeyre, Henri., op. cit., pp. 85-86, Ochoa Brun, Miguel Ángel., op. cit.,
Vol. 5, pp. 495, 499-503, Usunáriz, Jesús María., op. cit., p. 161, Rodríguez Salgado, María Jesús., op. cit., pp. 80, 84-
85, y Braudel, Fernand., El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II, vol. II, pp. 366, 374-375.
249 Braudel, Fernand., op. cit., vol. II, p. 377.
250 Usunáriz, Jesús María., op. cit., p. 161, Rodríguez Salgado, María Jesús., op. cit., p. 80, Braudel, Fernand., op. cit.,

vol. II, pp. 359-374.


251 Ferrante Gonzaga se refiere a que no había tenido respuesta de ninguna de las cartas enviadas anteriormente al

Príncipe Felipe.
252 Territorio situado entre las ciudades de Turín y Asti.

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sienten los enemigos, y que espero que les hará tanto daño. (…) Los enemigos no han hecho
otra cosa sino enemistarse no sólo con aquel lugar más con todos los de ahí en derredor, pues
todo el país se mostró tan favorable al servicio de Vuestra Alteza y tan enemigo de ellos, y en
lo del Estado de Milán dentro no se podía sentir más de lo que ellos lo sintieron ni hacer más
demostración de servicio a Vuestra Alteza”253.

El desorden en los estados italianos aumentó más aún en los años posteriores, y a
ello se debió en parte la destitución de Gonzaga en 1554, quien fue acusado de malversa-
ción y corrupción, lo que venía planteándose desde 1551/1552 por miembros del partido
del Duque de Alba en la corte. Gonzaga fue la primera víctima política del cambio en el
gobierno y administración de los territorios italianos, traspaso de poder que confrontó a
Carlos V y Felipe II en varios momentos durante dicha transición. Esto se debía a que el
Emperador había decidido ceder los estados italianos de su pertenencia a su hijo, con
motivo de su matrimonio con María I de Inglaterra254. En julio de 1554 confirmó su in-
vestidura en Nápoles, Sicilia y Cerdeña y estableció ese año también una nueva investi-
dura del Estado de Milán en Felipe II, así como el traspaso de su administración, aunque
el Príncipe consideró que el nombramiento de 1546 era suficiente para garantizar su po-
sesión del Estado lombardo255. Por todo ello cuando Felipe II accedió a la administración
milanesa la caída de Gonzaga se presagiaba inminente, no pudiendo Carlos V restituirle
e Milán a pesar de haber sido declarado inocente en 1555, ya que para entonces Felipe
había colocado al Duque de Alba en tal puesto. También jugó en su contra la mala situa-
ción en Italia con motivo de la guerra, lo que Felipe deseaba cambiar cuanto antes. Con
Gonzaga también murió la política de restitución imperial en Italia, que, a partir de en-
tonces, ante el previsible fracaso de los acuerdos familiares de Augsburgo de 1551, sería
contraproducente de no obtener Felipe el Vicariato Imperial, iniciándose frente a ésta otra
política que sustituía la restitución de la autoridad imperial en pro de la creación de lazos
de vasallaje entre él y los potentados italianos256.

Una vez recibida la confirmación de la investidura del Estado de Milán, Felipe


envió a Don Luís de Córdoba para que tomase el Estado en su nombre:

253 AGS, E, Legajo 1202/4. Carta dirigida al Príncipe Felipe en noviembre de 1553.
254 Esto se debía a que Felipe debía estar en igualdad de condiciones con María según acuerdo matrimonial, por lo que
una vez se recibieron en Inglaterra las investiduras del Príncipe en Italia el matrimonio quedó confirmado.
255 Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio., Milán y el legado de Felipe II, pp. 27-28, 46-49 y 63, Rivero Rodríguez,

Manuel., Felipe II y el gobierno de Italia, Sociedad Estatal para la Conmemoración de los Centenarios de Felipe II y
Carlos V, Madrid, 1998, pp. 44-48, Rodríguez Salgado, María Jesús., op. cit., pp. 158-172, Braudel, Fernand., op. cit.,
vol. II, pp. 374-376, y Fernández Álvarez, Manuel., Carlos V, un hombre para Europa, pp. 312-316.
256 Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio., op. cit., pp. 48-49, e Idem., The State of Milan and the Spanish Monarchy, pp.

111-112. Este tema se trata con más detalle en el tercer epígrafe de capítulo III de este estudio, pp. 94-100.

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“Sacra Cesárea Católica Majestad, habiendo de enviar una persona a Lombardía y el Estado
de Milán para que, en cumplimiento de la merced que Vuestra Majestad me ha hecho de de-
jarme la administración del Estado de Milán, entienda en lo que allí se habrá de hacer en mi
nombre, he señalado a Don Luís de Córdoba, mi gentilhombre de la boca, para que de mi parte
bese a Vuestra Majestad las manos por la merced que en esto me ha hecho, y que tomados los
despachos que ahí se le han de dar, pase adelante a cumplir su comisión; A Vuestra Majestad
suplico le mande dar el despacho que habrá de llevar, firmado de su imperial mano (…)” 257.

“En la carta que trajo don Luis de Córdoba Vuestra Majestad me mando que yo entregue éste
castillo a la Majestad del Rey de Inglaterra y Príncipe Nuestro Señor, y que donde allí en
adelante le sirva y tenga éste castillo por su Majestad conforme a ésta orden y a la que haya
del Rey y Príncipe Nuestro Señor, (a) don Luis de Córdoba se le entregó éste castillo y yo he
quedado en él jurando la fidelidad con las ceremonias que se acostumbran”258.

También hay noticias de dicha cesión de la administración milanesa a Felipe II en


la correspondencia entre Carlos V y Suárez de Figueroa, personalidad que desarrolló las
funciones de gobernador entre la destitución de Ferrante Gonzaga y el nombramiento del
Duque de Alba (1554 y 1555):

“A los XXIX de octubre recibí dos cartas hechas a los cinco de septiembre (…) por las cuales
quedó avisado cómo Vuestra Majestad había sido servido de alzar la mano de ésta administra-
ción del Estado de Milán y darla libremente al Serenísimo Rey de Inglaterra, para que sea
Señor de ella y la administre y posea y gobierne como verdadero Señor. (…) Por el encargo
que de Vuestra Majestad tenía y el Serenísimo Rey me confirmara, y así hice el juramento de
la fidelidad, el cual tomaré a todos (…)”259.

Supone la transferencia de la administración milanesa a Felipe el noveno paso en


el proceso de incorporación del Estado de Milán a la Monarquía Hispánica, así como su
definitiva vinculación de hecho en el entramado político de los reinos hispanos. Sin em-
bargo de derecho hubo de esperar a 1559, cuando se confirmó la soberanía de Felipe sobre
Milán, quien en además fue investido como nuevo Rey de la Monarquía Hispánica tras
las abdicaciones de Carlos V en 1556.

La continuación de la guerra en Italia movió al Pontífice Julio III a buscar el esta-


blecimiento de la paz entre los contendientes desde 1553, aunque sus intentos fueron in-
fructíferos. A su vez Carlos V y Felipe II conseguían remediar, lentamente, los éxitos

257 Fernández Álvarez, Manuel., Corpus documental de Carlos V, vol. IV, pp. 118-119. Carta de Felipe II a Carlos V
del 17 de agosto de 1554.
258 AGS, E, Legajo 1205/31. Esta cesión se confirmó simbólicamente con la entrega del Castillo de Milán por Juan de

Luna, Castellano de Milán, a Don Luís de Córdoba. Carta de Juan de Luna a Carlos V de noviembre de 1554.
259 AGS, E, Legajo 1206/130. Carta del 10 de noviembre de 1554.

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logrados por los franceses, retomando junto con Andrea Doria parte de la isla de Córcega
en 1554, restableciendo el dominio efectivo sobre Siena en abril de 1555, y realizando
ciertos ataques por la frontera flamenca. A pesar de ello se mantuvieron los contactos en
pro de la paz, que se complicaron más de lo esperado por la muerte del Papa Julio III el
23 de marzo de 1555 y de su sucesor Marcelo II el 1 de mayo, ya que el nuevo Santo
Padre, Paulo IV, era un declarado enemigo de los Habsburgo260.

Si esto ya fue un duro revés, la situación en Italia no se presentaba mejor ante el


nuevo avance de los franceses en 1555, quienes tomaron las plazas de Ivrea y Casale, con
lo que controlaban el Montferrato y ponían en jaque a Lombardía:

“(…) Ha llegado el correo que vino con la nueva de la pérdida de Casal, la cual he sentido
como Vuestra Majestad puede considerar, así por la cualidad e importancia de ella, como por
ser tan vecina al Estado de Milán”261.

Además los franceses bloqueaban rutas importantes que unían Milán con Génova
y Piacenza y varios de los cuarteles de invierno del ejército imperial. A esto hay que
sumar la falta de recursos económicos para realizar una contraofensiva, lo que hacía aún
más delicada la situación:

“Por lo que os hemos escrito tendréis entendido el cuidado que tenemos de las cosas de ese
Estado, y bien y conservación de él y así mismo de hacer las provisiones que son menester para
obviar a los enemigos, y reprimir los designios que traen, estando entendiendo en ello. Recibi-
mos ayer vuestra carta del XIX del pasado, con las nuevas de sus progresos y de las diligencias
y prevenciones, que por vuestra parte se han hecho, así en buscar dineros (…) para remediar
la necesidad que se ofrece, como en hacer levantar de nuevo los cuatro mil infantes para re-
partir en los lugares que será necesario. Lo cual os agradecemos mucho y os encargamos, que
cuanto mayor falta hay de dinero, y más urgente es la necesidad, tanto más trabajéis y os
esforcéis a hacer por vuestra parte todo lo posible, para entretanto que se envían las provisio-
nes de gentes y dinero que se hacen (…)”262.

Esto muestra perfectamente los graves problemas que existían en el frente ita-
liano, a donde partió en junio el Duque de Alba sin conseguir los fondos suficientes. La
situación empeoró con la caída de muchas de las posesiones del Duque de Mantua en

260 Lapeyre, Henri., Las monarquías europeas del siglo XVI, p. 86, Ochoa Brun, Miguel Ángel., Historia de la
diplomacia española, Vol. 5, pp. 508-509, Usunáriz, Jesús María., España y sus tratados internacionales, pp. 161-162,
Rodríguez Salgado, María Jesús., Carlos V, Felipe II y su mundo (1551-1559), pp. 172-183, y Braudel, Fernand., El
Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II, vol. II, pp. 374-376.
261 Fernández Álvarez, Manuel., op. cit., vol. IV, p. 195. Carta de Felipe II a Carlos V del 13 de marzo de 1555.
262 Fernández Álvarez, Manuel., op. cit., vol. IV, p. 158. Carta de Felipe II al Senado de Milán del 3 de enero de 1555.

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manos de Enrique II y la falta de ataques en la frontera de los Países Bajos para aliviar la
presión militar francesa en el norte de Italia. Era imperativo o conseguir el dinero nece-
sario o negociar una tregua, ya que de no ser así Milán podía caer al año siguiente, pers-
pectiva ante la cual Carlos V y Felipe II consintieron en negociar un armisticio263.

Además, a la vez de estos sucesos, se estaban produciendo las abdicaciones que


el Emperador realizó en Bruselas entre 1555 y 1556, lo que, como en todas las transicio-
nes entre monarcas, podía suponer una peligrosa inestabilidad en el interior de sus esta-
dos, más grave en dichos años264. Se acabó ratificando con las mismas la imposibilidad
de mantener unido el Imperio de Carlos V debido a las diferencias y lejanía del vasto
conglomerado de estados unidos en su persona, quedando definitivamente separadas la
Monarquía Hispánica, heredada por su hijo Felipe II junto con las posesiones italianas,
flamencas y americanas, de Austria y el Sacro Imperio Romano Germánico, que quedó
en manos de su hermano Fernando y su descendencia265. Las abdicaciones de Carlos V
de 1555/1556, junto con la hostilidad del nuevo pontífice, los avances franceses en la
guerra y la situación de la hacienda, movieron a Felipe II a aceptar una tregua desfavora-
ble, que Enrique II consintió debido a los problemas económicos que también sufría, ya
que además de sancionar temporalmente las conquistas realizadas, establecía un statu quo
muy beneficioso para él. La tregua por cinco años fue ratificada el 5 de febrero de 1556
mediante el tratado de Vaucelles266, pero esta sería sólo un paréntesis debido a que los
nuevos reyes de las dinastías Habsburgo y Valois habían de continuar la tradicional
enemistad entre sus familias y enfrentarse en una nueva contienda, que acabaría por re-
solverse en 1559.

263 Usunáriz, Jesús María., op. cit., p. 161, Rodríguez Salgado, María Jesús., op. cit., pp. 210-221, Braudel, Fernand.,
op. cit., vol. II, pp. 381-385, e Idem., Carlos V, testigo de su tiempo (1500-1558), pp. 62-63.
264 Carlos V, tras la cesión de los estados italianos en 1544, abdicaba en favor de su hijo de los estados de Flandes, 25

de octubre de 1555, y de los reinos hispánicos, 16 de enero de 1556, esta última favorecida por la muerte de su madre
Juana, así como del Imperio, el cual cedía a su hermano Fernando I el 27 de agosto de 1556, quien fue ratificado como
Emperador el 12 de marzo de 1558 por los príncipes electores.
265 Fernández Álvarez, Manuel., Carlos V, un hombre para Europa, pp. 316-322.
266 Lapeyre, Henri., op. cit., pp. 85-86, Ochoa Brun, Miguel Ángel., op. cit., Vol. 5, pp. 495, 499-503, Usunáriz, Jesús

María., op. cit., p. 161, Rodríguez Salgado, María Jesús., op. cit., pp. 80, 84-85, y Braudel, Fernand., El Mediterráneo
y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II, vol. II, pp. 366, 374-375.

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EL DUCADO DE MILÁN EN LA ÉPOCA DE CARLOS V (1535-1559)

Capítulo III- El final del conflicto por la hegemonía de Italia y sus costes para la
Monarquía Hispánica

En éste último capítulo acabaré de analizar el final de proceso de incorporación


del Estado de Milán a la Monarquía Hispánica para pasar después a plantear brevemente
dos cuestiones muy importantes. La primera es la de ofrecer una pequeña visión de los
costes económicos que tuvo que realizar la Monarquía Hispánica para alcanzar el dominio
sobre la Península Itálica. Y la segunda es la de analizar el debate sobre la hegemonía
hispana en Italia tras la paz de Cateau-Cambrésis de 1559, así como las políticas llevadas
a cabo para ello, aunque en ningún caso es mi intención realizar un análisis profundo de
dichas cuestiones ya que estas requieren de estudios monográficos más amplios y
complejos267.

I- Hijo contra hijo, Rey contra Rey: Felipe II vs Enrique II y el final del conflicto por la
hegemonía de Italia (1556-1559).

La tregua de Vaucelles, firmada en febrero de 1556, se alargó por menos de un


año, y ello se debió sobre todo a las acciones del nuevo Papa Paulo IV, poderoso enemigo
de los Habsburgo preocupado ante el posible restablecimiento en el futuro de la hegemo-
nía hispana en la península italiana. Las decididas intenciones del Pontífice de ir a la
guerra para acabar con el dominio de Carlos V y Felipe II en Italia no tardaron en atraerse
a Enrique II, con quien firmaba una nueva alianza a mediados de 1556268. Ante las noti-
cias de la alianza franco-papal Felipe II comprendió la necesidad de un ataque preventivo
contra los Estados Pontificios, aunque había que buscar un casus belli que justificase la
guerra, de lo contrario podían derivarse graves inconvenientes269.

En Milán el ejercicio del cargo de Gobernador por parte del Duque de Alba había
durado apenas seis meses, desde otoño de 1555 hasta la primavera de 1556, momento en
que partió a Nápoles con motivo de la alianza de Enrique II y Paulo IV, aunque marcó el

267 Destaca el tema de los gastos militares en el Estado de Milán durante la primera mitad del siglo XVI. En Simancas
existe suficiente documentación para realizar un estudio monográfico que queda abierto a un futuro.
268 Enrique II y Paulo IV ya habían firmado una alianza en diciembre de 1555 para tomar Nápoles, aunque la tregua de

Vaucelles impidió que dichos planes se llevasen a cabo.


269 Usunáriz, Jesús María., op. cit., pp. 167-168, Lapeyre, Henri., op. cit., pp. 86-87, Ochoa Brun, Miguel Ángel., op.

cit., Vol. 5, pp. 508-510, Rodríguez Salgado, María Jesús., op. cit., pp. 229-232, y Braudel, Fernand., op. cit., vol. II,
pp. 385-389.

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inicio de una larga lista de aristócratas españoles que, salvo excepciones, ocuparon los
puestos de Gobernador y Capitán General hasta 1707. Alba fue sustituido por el Cardenal
de Trento, Cristofforo Madruzzo, como Gobernador, mientras que el Marqués de Pescara
ejerció el mando del ejército de Lombardía-Piamonte, repitiéndose la división de poderes
que había establecido Carlos V entre 1536 y 1538. A igual que entonces los conflictos
por las competencias volvieron a provocar el colapso en la cúpula del poder, por lo que
Felipe II acabó destituyendo al Cardenal y al Marqués de Pescara en agosto de 1557. Fue
el castellano de Milán, Juan de Figueroa, quien ejerció ambos cargos de manera interina
hasta julio de 1558, cuando el Duque de Sessa fue nombrado gobernador, poniendo fin a
un periodo de transición en Lombardía que tuvo como resultado una sucesión de gobier-
nos fugaces y de separación de competencias militares y administrativas270.

Las acciones del Papa contra el bando hispano fueron en aumento según avanzaba
el año de 1556, de lo que daba cuenta el Duque de Alba a Felipe II, como se transmite en
los siguientes fragmentos del Duque dirigidos a la infanta Juana de Habsburgo, regente
de los reinos peninsulares durante su ausencia entre 1553 y 1559:

“El Papa hace gente y junta dineros por todas las vías que puede. (…) Ha escrito y enviado
hombres a todos los potentados de Italia para atraerlos a su opinión contra Su Majestad, per-
suadiéndoles a que echen los españoles de Italia. Entiéndase por cierto que tienen concluida
la liga con el Rey de Francia y Duque de Ferrara, y que trabajan de poner en ella a venecianos.
(…) Repliqué a Su Majestad mostrándole el peligro en que estaba el Estado de Milán, rom-
piéndose por aquí y no proveyéndole de dineros, teniendo por cierto que el Rey de Francia no
dejaría de ayudar al Papa de una manera o de otra, y que era necesario que su Majestad en
todas partes se armase para asegurar sus estados, descargándome de que lo que sucediese mal
en Toscana y Milán no fuese a mi cargo, aunque por observancia de lo que Su Majestad me
mandaba no dejaría de apercibirme de todo lo que se pudiese”271.

“Serenísima muy alta y muy poderosa Señora: A los XXI de junio escribí a Vuestra Alteza
dándole cuenta de lo que hasta entonces se ofrecía y términos en que estaban las cosas del
Papa. Lo que al presente hay que avisar es que habiendo multiplicado cada día los agravios y
ofensas que hace a Sus Majestades y a sus cosas, sin dársele causa para ello, como Vuestra
Alteza podrá mandar ver por las copias que con ésta envío, no he podido excusar de irme
poniendo en orden y armarme para defender u obviar los designios del Papa, en especial ha-
biendo visto proceder a la privación de este Reino con tan poca consideración y fundamentos,
movido solamente de su apetito particular. (…) Guarde Nuestro Señor la serenísima persona

270 El Duque de Sessa ejerció su cargo de gobernador de Milán entre 1558-1560 y 1563-1564. Álvarez-Ossorio
Alvariño, Antonio., Milán y el legado de Felipe II, pp. 46, 63-64 y 74.
271 Fernández Álvarez, Manuel., Corpus documental de Carlos V, vol. IV, p. 274. Carta de Nápoles de julio de 1556.

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de Vuestra Alteza. De Nápoles a 30 de agosto, 1556. Serenísima alta y muy poderosa señora,
las manos de Vuestra Alteza besa el Duque de Alba (rubricado)”272.

Estos fragmentos expresan muy bien que el estallido del conflicto se preveía in-
minente. Fueron los ataques del Pontífice contra los aliados de Carlos V y Felipe II en
Italia, entre ellos los Colonna, el argumento esgrimido como casus belli, ya que la pro-
tección de estos “obligó” al Rey Católico a entrar en la contienda. Así a comienzos de
septiembre de 1556 el Duque de Alba iniciaba las hostilidades contra las tropas papales,
a pesar de sus reticencias personales, entrando en Roma el día 17. Ante esto Paulo IV
inició las negociaciones de paz a fin de ganar tiempo a la espera de la llegada de refuerzos
franceses, que en enero de 1557 cruzaban los Alpes273. Los obcecados objetivos manda-
dos por Enrique II al Duque de Guisa, general del ejército galo, de tomar Nápoles, a pesar
de la insistencia del Duque de Ferrara de atacar el desguarnecido Estado de Milán, mar-
caron la suerte de Italia. A pesar de los éxitos iniciales a mediados de 1557, los franceses
tuvieron que retirarse del frente italiano debido a la resistencia en Nápoles, el ataque lan-
zado por el Duque de Alba y por la gran ofensiva en el norte de Francia, que permitió a
Felipe II obtener la victoria en la batalla de San Quintín del 10 de agosto de 1557. La
victoria en Italia se consiguió mediante la lucha en Francia274.

Las negociaciones de paz con el papado, sobre todo por la mala gestión del Duque
de Alba, acabaron imponiendo unas condiciones muy provechosas para Paulo IV, te-
niendo en cuenta su clara situación de derrota. Felipe II se negó a firmar el acuerdo rea-
lizado por Alba durante meses, aunque lo ratificó el 28 de febrero de 1558 tras la toma de
Calais por los franceses, tratado que, a pesar de la pérdida de reputación que suponía para
el monarca, quedó eclipsado por la victoria sobre Francia. Tras San Quintín Felipe II no
continuó su campaña hacia París, obviando los deseos que le transmitía su padre desde
Yuste, quien fallecía el 21 de septiembre de 1558. Los primeros contactos en pro de la
paz se iniciaron en primavera, aunque la guerra prosiguió hasta llegar a una situación de

272 Fernández Álvarez, Manuel., op. cit., vol. IV, pp. 276-277. Carta de Nápoles de agosto de 1556.
273 Ochoa Brun, Miguel Ángel., Historia de la diplomacia española, Vol. 6, pp. 20-26, Usunáriz, Jesús María., España
y sus tratados internacionales, p. 168, y Rodríguez Salgado, María Jesús., Carlos V, Felipe II y su mundo (1551-1559),
pp. 229-232 y 239-241.
274 Lapeyre, Henri., Las monarquías europeas del siglo XVI, p. 87, Ochoa Brun, Miguel Ángel., op. cit., Vol. 6, pp. 26-

27, Usunáriz, Jesús María., op. cit., p. 168, Rodríguez Salgado, María Jesús., op. cit., p. 242-245, Braudel, Fernand.,
El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II, vol. II, pp. 389-391.

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tablas cuya salida era la paz, cada vez más acuciante ante los problemas internos y eco-
nómicos de ambas monarquías275.

Estas negociaciones tenían suma importancia para ambos monarcas ya que deter-
minarían su posición en la esfera internacional una vez dividido el Imperio de Carlos V.
Al final Enrique II fue quien solicitó las conversaciones oficiales de paz a principios de
octubre de 1558, proceso que se vio complicado por los intereses de las potencias aliadas
en el mismo, solamente permitiéndose a Inglaterra una representación independiente. Se
eligió como mediadora oficial a Cristina, Duquesa viuda de Lorena, debido a los intereses
implícitos del Pontífice Paulo IV y el Emperador Fernando I, y los dos monarcas, francés
e hispano, tuvieron que presionar a sus representantes para asegurar que se obtuviesen
resultados positivos. Por parte francesa negociaron en Cateau-Cambrésis el Condestable
de Montmorency, el Cardenal de Lorena, el Mariscal de Saint-André y Jean de Morvi-
lliers, mientras que del bando hispano fueron el Duque de Alba, Ruy Gómez de Silva,
Guillermo de Orange, Antonio Perrenot y el Conde de Feria, entre otros, enviando tam-
bién los ingleses cuatro miembros en su delegación276. De todos estos hechos dio cuenta
regularmente Felipe II al Duque de Sessa:

“Ya habréis entendido como habiéndose conocido plática de paz por los franceses y ofrecido
que propondrían medios honestos y razonables, yo tuve por bien de oírlos y di orden de que
viniesen al Lille el Condestable y Mariscal de Sant-Andrés, y envié al Príncipe de de Orange,
al Obispo de Arras y a Ruy Gómez de Silva para que se hablasen y comunicasen los medios
que se ofrecían, como lo hicieron en algunos días que allí se detuvieron. Después volvió Ruy
Gómez a darme razón de lo que se había tratado, y no habiéndose aún resuelto cosa ninguna
se ha concertado últimamente que de ambas partes se nombren (…) comisarios. Y así he nom-
brado yo además de los tres dichos al Duque de Alba y al Presidente Viglius, y otros tres in-
gleses por lo que toca a aquel reino, y el Rey de Francia ha nombrado con el Condestable y
Mariscal al Cardenal de Lorena, al Obispo de Orleans y al (…) su secretario, los cuales se
juntarán la semana que viene en un lugar entre éste mi ejército y Durlan para tornar a tratar
de esta plática. Y de lo que se hiciere os mandare dar luego aviso como lo hago de lo que hasta
aquí (…)”277.

275 Lapeyre, Henri., op. cit., p. 87, Ochoa Brun, Miguel Ángel., op. cit., Vol. 6, p. 26, Usunáriz, Jesús María., op. cit.,
pp. 168-170, Rodríguez Salgado, María Jesús., op. cit., p. 242, Braudel, Fernand., op. cit., vol. II, pp. 392-394.
276 Ochoa Brun, Miguel Ángel., op. cit., Vol. 6, p. 29, y Usunáriz, Jesús María., op. cit., p. 170.
277 AGS, E, Legajo 1209/74. Carta del 6 de octubre de 1558. Los documentos AGS, E, Legajo 1210/52-53 también

tienen referencias a las conversaciones y resoluciones de Cateau-Cambrésis, fechados respectivamente a 16 de febrero


y 3 de agosto de 1559.

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“De mano de su Majestad: Mañana se vuelven a juntar en Cateau-Cambrésis los mismos que
la otra vez a tratar de las pace, de lo que resultare se os irá avisando siempre (…)”278.

Los asuntos más difíciles de lidiar fueron los relativos a Saboya, Calais, y los
obispados de Metz, Toul y Verdún, los cuales parecieron insalvables en ciertas ocasiones,
aunque al final se acabó llegando a un acuerdo. El tratado de Cateau-Cambrésis fue fir-
mado el 3 de abril de 1559 y suponía la renuncia francesa a Milán, Córcega, Saboya y el
Piamonte, aunque mantenían cinco plazas fuertes en el ducado saboyano, Turín entre
ellas, pequeñas bases para mantener una política italiana que estaba en evidente declive.
Se devolvían los territorios conquistados durante la contienda, a excepción de Metz, Toul
y Verdún, que desde entonces quedaron bajo dominio francés, y Calais, plaza que el Rey
Cristianísimo ocuparía durante ocho años teniendo que devolverlo a Inglaterra después o
pagarle 500.000 escudos. La paz se sellaba con el matrimonio del duque Manuel Filiberto
de Saboya con Margarita de Francia, hermana de Enrique II, y de Felipe II con Isabel de
Valois, hija del Rey francés279.

Una vez firmada la paz, Felipe II informaba al Duque de Sessa mediante una carta
enviada el 4 de abril de 1559, en la que además se le adjuntaba toda la información nece-
saria para actuar en Milán conforme a lo capitulado en el tratado:

“(…) Porque ésta se escribe principalmente para enviaros con ello un traslado en español
sacado de la escritura y capitulación de la paz que se otorgó en francés, para que estéis adver-
tido y tengáis particular noticia de todo lo que contiene, y demás de esto se os envían aparte
los capítulos en francés que tocan a la restitución de las tierras del Piamonte, Marquesado de
Montferrato, la Córcega, tierras de la Toscana, casamiento del Duque de Saboya, comprensión
de los confederados y otras cosas de Italia, para que los veáis y sepáis cómo os habéis de hacer
con los ministros del rey de Francia en lo que tocare a vuestro cargo sobre el cumplimiento de
ellos (…)”280.

Se confirmaba con Cateau-Cambrésis, tras décadas de largas guerras entre los


Habsburgo y los Valois, la hegemonía hispana en Italia y concluía finalmente el proceso
de incorporación del Estado de Milán a la Monarquía Hispánica, tanto de hecho como de

278 AGS, E, Legajo 1210/98. Carta fechada a primeros de febrero de 1559.


279 Lapeyre, Henri., op. cit., p. 87-89, Ochoa Brun, Miguel Ángel., op. cit., Vol. 6, pp. 27-30, Usunáriz, Jesús María.,
op. cit., pp. 170-181, Rodríguez Salgado, María Jesús., op. cit., pp. 453-460, Braudel, Fernand., op. cit., vol. II, pp.
394-400, Fernández Álvarez., “La paz de Cateau-Cambrésis”, en Hispania: Revista Española de Historia, Consejo
Superior de Investigaciones Científicas, Madrid, 1959, Tomo XIX, nº 77, pp. 530-544, Idem., Felipe II y su tiempo,
pp. 331-341, y Elton, Geoffrey Rudolph., Historia del mundo moderno, p. 244.
280 AGS, E, legajo 1210/96-97.

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derecho, el cual durante un siglo y medio se integraría en la Monarquía Hispánica de los


Habsburgo.

II- Los costes económicos de las guerras por el dominio de Italia para la Monarquía
Hispánica

Mi intención en este epígrafe es solamente exponer algunos datos, obtenidos de


importantes estudios de investigación sobre la historia de la economía y hacienda de los
reinos de la Península Ibérica e Italiana, a fin de ofrecer una visión que ayude a
comprender los costes que supuso el establecimiento de la hegemonía hispana en Italia
para la corona de Carlos V y Felipe II, de lo que Simancas guarda numerosos legajos
posibles de ser objeto de una investigación ulterior281.

En primer lugar hay que aclarar un mito en la economía italiana de la primera


mitad del siglo XVI que en muchas ocasiones puede llevar a errores en la interpretación
de los datos. Como establecen claramente las investigaciones más recientes sobre la
economía del mundo italiano, y entre ellas la de Yun Casalilla, el crecimiento de la
primera mitad del XVI es hoy indiscutible y se diría que hasta llamativo si consideramos
la casi permanente situación de guerra que se vive en estos territorios282. Este
crecimiento económico general de Italia también se produjo en Milán entre 1540 y 1580,
como establece Maddalena, a pesar de los inconvenientes derivados de los conflictos
bélicos, dándose a partir de 1540 una progresiva recuperación en Lombardía que es
evidente a finales de esta década por su intensificación y generalización. Este ciclo de
crecimiento no cambio de signo hasta el primer cuarto del siglo XVII, y Maddalena llega
incluso a hablar de cuatro décadas de tan brillante expansión económica en todos los
sectores económicos, tanto en el mundo agrario como en los sectores de la producción
(industria textil, de metales, artesanía de alta calidad, etcétera), el comercio, la banca y
los negocios de crédito283.

281 En concreto sobre los costes y gastos militares destacan los documentos del AGS, E, Legajos 1201/112-114,
1202/30, 1204/2-4 y 1209/77-80.
282 Yun Casalilla, Bartolomé., Marte contra Minerva: El precio del Imperio español (1450-1600), Crítica, Barcelona,

2004, pp. 513-514.


283 Maddalena, Aldo de., “En Milán en los siglos XVI y XVII (¿De riqueza “real” a riqueza “nominal”?)”, en Otazu,

Alfonso., (Editor), Dinero y crédito (Siglos XVI-XIX): Actas del primer coloquio internacional de historia económica,
Moneda y Crédito, Madrid, 1978, pp. 297-299.

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Esto contrasta con la imagen ofrecida durante mucho tiempo por la historiografía
clásica sobre la quiebra de economía milanesa en el XVI, cuya causa se atribuye
normalmente a las guerras libradas en el mundo italiano. Esta interpretación es errónea,
ya que aunque es innegable que los conflictos bélicos ocasionaron serios inconvenientes
en el crecimiento de la economía lombarda, sobre todo en el primer cuarto del siglo XVI,
no deja de ser cierto que el Estado de Milán experimentó un proceso de crecimiento
económico importantísimo a la vez que se producía su incorporación en la Monarquía
Hispánica284. Por ello Lombardía no sería un estado ruinoso, económicamente hablando,
que supuso desembolsos infructuosos para la hacienda castellana285. Bien es verdad que,
décadas más tarde, esta inserción de Lombardía en la corona hispana, como sucedió en
otros estados italianos, y no exclusivamente por la relación con ésta, marcaría una
evolución de sus instituciones políticas que tuvo como efecto un aumento de la rigidez en
los sistemas productivos, más evidente con los problemas que comenzaron al final del
siglo, pero esto ni es relevante para lo que estamos tratando ni compete al periodo que se
está analizando286.

Ahora bien, aclarado este mito, algo que no puede negarse son los fuertes
desembolsos realizados por la Hacienda de Castilla, y parte también por la de Nápoles,
con destino a Milán desde 1535, lo que en cierta parte explica las interpretaciones de la
historiografía clásica287. Dos apuntes a matizar para comprenderlo.

En primer lugar la hacienda lombarda ya tenía para 1535 un déficit considerable,


ello debido en gran medida a las guerras acaecidas en su territorio en el primer cuarto de
siglo, a pesar de que ya se hacía notar el crecimiento económico que se expandiría en la
década de 1540. Hasta que esto se produjo, desde una lectura a corto plazo, es muy fácil
de caer en la tentación de centrarse exclusivamente en la deuda del Estado y no en las
previsiones de crecimiento. Y es más, no es lo mismo hablar de la deuda del Estado que
del crecimiento económico, que no tienen por qué ir a la par.

284 Hay autores que apuntan que el crecimiento económico italiano en el siglo XVI fue una continuación de la tendencia
de los siglos anteriores, ya que el ritmo de crecimiento en Italia fue menor que en el norte de Europa, cuya pujanza fue
la más fuerte. Pero si bien esto es cierto, no por ello deja de ser significativo el crecimiento que experimentó la península
italiana, bien fuese por el mantenimiento de la tendencia anterior o no, ya que además de las guerras que asolaron el
territorio se tuvo que hacer frente a una mayor competitividad con el norte de Europa.
285 Hablo de hacienda castellana ya que era la hacienda de Castilla la que más dinero aportaba al sufragio de los gastos

de la Monarquía Hispánica en su conjunto.


286 Yun Casalilla, Bartolomé., op. cit., pp. 515-518.
287 Cadenas y Vicent, Vicente de., La herencia imperial de Carlos V en Italia, pp. 437-446, 467-469.

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Y en segundo lugar hay que tomar en cuenta el aspecto militar. En 1535 Milán
inicia su proceso de inserción en la Monarquía Hispánica, lo que desencadenó la
reanudación de la guerra entre los Habsburgo y los Valois, Carlos V y Francisco I,
destacándose en múltiples trabajos sobre historia militar del siglo XVI el considerable
aumento del número de soldados en los ejércitos tras la paz de Cambrai 288. El propio
Geoffrey Parker muestra este aumento cuando establece que antes de Cambrai los
ejércitos no superaban los 30.000 soldados, mientras que Carlos V reunió entre 1536/1537
a más de 60.000 hombres para la defensa de Milán y las campañas de Provenza, llegando
a tener el Emperador bajo sus órdenes más de 150.000 efectivos en 1552 (109.000 en
Alemania y Países Bajos, 24.000 en Lombardía, y el resto entre Nápoles, Sicilia y la
Península Ibérica)289.

Como la lógica impone a mayor número de soldados mayor coste económico, lo


que, sumado al hecho de que entre 1535 y 1559 gran parte de las guerras se desarrollaron
en suelo italiano, el lombardo entre ellos, explica por qué el Estado de Milán no podía
hacer frente a los elevados costes militares, y por ende el déficit que acusa su hacienda.
Aunque como establece Ribot García en Milán, la presión fiscal, que gravó esencialmente
a las clases populares, no llegó, en cualquier caso, a los niveles que en otros territorios
de la Monarquía. El alojamiento de las tropas resultó probablemente la carga más
pesada para la población, sobre todo en el ámbito rural. Esta menor presión fiscal tendría
mucho que ver con el intento de evitar una posible sublevación de los milaneses ante los
importantes gastos que generaba la guerra, aunque el alojamiento de los contingentes
militares siempre generó tensiones290.

Dentro del Imperio de Carlos V existía el principio no establecido que obligaba la


asistencia económica al monarca para la realización de la guerra en caso de que sus
territorios o él se viesen amenazados. Entre estos destaca la que fue una de las arcas más
ricas del momento, la de la Hacienda de Castilla, lo que se debía a la riqueza llegada por
vía marítima desde América. Ello explica el que fuese Castilla el Reino que más dinero

288 Parker, Geoffrey., El ejército de Flandes y el camino español, pp. 40-41, y Alegre Peyrón, José María., El ejército,
gran protagonista de la política exterior de los Austrias españoles”, en VV.AA., La espada y la pluma: Il mondo militare
nella Lombardía spagnola cinquecentesca (Atti del convegno internazionale di Pavía 16-18 ottobre 1997), Mauro
Baroni, Viareggio (Lucca), 2000, pp. 12-17.
289 Parker, Geoffrey., op. cit., pp. 40-41.
290 Ribot García, Luis Antonio., “Las provincias italianas y la defensa de la Monarquía”, en Manuscrits, Universidad

Autónoma de Barcelona, Barcelona, 1995, nº 13, pp. 100-101.

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aportó en las guerras de Carlos V y Felipe II, de cuyas aportaciones una gran parte fueron
a parar a Italia y a Milán291. Como no es mi intención extenderme demasiado en las cifras
de los costes económicos de los desembolsos de Castilla, remitiré a Ramón Carande si se
desea obtener una información detallada de la hacienda castellana y sus gastos durante el
reinado de Carlos V292. Solamente añadiré a continuación unos pocos datos que dan una
idea sobre la magnitud de los desembolsos realizados por Castilla.

A nivel general en 1555 los gastos militares de la Monarquía Hispánica ascendían


a una cantidad aproximada al millón de ducados, lo que suponía una tercera parte del
presupuesto anual. Pero la organización de una campaña de guerra aumentaba el gasto
bélico a unos 2.800.000 ducados, cifrándose los ingresos de la corona para 1554 en
2.807.946 ducados, por lo que el coste de una campaña militar hipotecaba casi la totalidad
del presupuesto de la corona para ese año293.

En lo respectivo a Italia hay que destacar a Rodríguez Salgado, que es la autora


que mejor recoge, de manera aproximada, el dinero destinado a Milán entre 1551 y
1559294. Tomaré el año de 1554, del que la autora ha obtenido más datos, cuando el Estado
de Milán obtuvo unos ingresos que sumaban unos 540.000 escudos. Restando los gastos
ordinarios el Stato lombardo obtenía un superávit de 129.000, pero para ese año ya
estaban hipotecados los ingresos del año siguiente, además de elevarse el gasto militar
mensual, que ascendía a unos 12.000 escudos295. Este dinero era claramente insuficiente
para sufragar todos los gastos de la guerra en Italia, aportando Castilla a Milán ese mismo
año 420.000 escudos, y Nápoles 100.000, lo que da una idea de los gastos que suponía la
guerra. Durante el periodo de 1551-1555 la Hacienda de Castilla tuvo que enviar más de
2.650.000 escudos a Milán, mientras que el Reino de Nápoles aportó unos 369.000
escudos entre 1551 y 1554, estimándose el desembolso de subsidios por parte de Castilla
para la guerra en más de 11 millones de ducados entre 1551 y 1554, de los gran parte
fueron a parar a la península italiana296.

291 Rodríguez Salgado, María Jesús., Carlos V, Felipe II y su mundo (1551-1559), pp. 85-86.
292 Carande, Ramón., Carlos V y sus banqueros, Crítica, Barcelona, 1987, vol. II, pp. 95-145, y vol. III, pp. 35-497.
Para saber más de los gastos de los gastos ordinarios de la corona y otros temas relacionados con la hacienda véase
Carande, Ramón., op. cit., vol. II, pp. 147-217, y Ulloa, Modesto., La Hacienda Real de Castilla en el reinado de Felipe
II, Fundación Universitaria Española, Madrid, 1977.
293 Alegre Peyrón, José María., op. cit., p. 17.
294 Rodríguez Salgado, María Jesús., op. cit., pp. 85-116, 183-193 y 233-245
295 Rodríguez Salgado, María Jesús., op. cit., p. 87.
296 Rodríguez Salgado, María Jesús., op. cit., pp. 88 y 102.

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EL DUCADO DE MILÁN EN LA ÉPOCA DE CARLOS V (1535-1559)

Estos pocos y simples datos ayudan a reflejar una realidad demostrada por las
diferentes investigaciones que se han citado, a saber, que el coste de los conflictos bélicos
tanto en Italia como en Europa supusieron un gran esfuerzo para las haciendas de los
estados de la Monarquía Hispánica, en concreto Castilla, que tuvo que realizar un esfuerzo
económico exorbitado para financiar las guerras llevadas a cabo por Carlos V y Felipe II.

III- El debate sobre la hegemonía hispana en Italia tras Cateau-Cambrésis

Las cláusulas del tratado de paz de Cateau-Cambrésis fueron vistas por los
contemporáneos como una derrota diplomática de los franceses y una innegable victoria
para Felipe II, tal como en muchas ocasiones lo ha presentado la historiografía clásica.
Pero los avances en la ciencia histórica desde mediados del siglo XX han permitido sacar
a la luz muchos aspectos que han obligado a replantearse si en realidad el tratado
sancionaba la hegemonía hispana en Italia.

Existe un consenso entre mayoría de los historiadores de que si bien Enrique II y


Felipe II trataron de alcanzar una paz duradera a través de los acuerdos de 1559, ambos
los entendieron como una solución provisional y no la resolución definitiva a los
conflictos que los enfrentaban, ya que el agotamiento de sus haciendas y el estancamiento
de la guerra les habían obligado a tener que concluir las negociaciones. Es cierto que el
acuerdo beneficiaba el asentamiento de la hegemonía hispana en Italia, pero ni mucho
menos la aseguraba definitivamente. Para demostrarlo hay ciertos puntos a considerar a
fin de entender por qué el Rey Cristianísimo ratificó un tratado que, aunque no le cerraba
las puertas, lo apartaba del mundo italiano, por cuyo dominio habían luchado durante
décadas él y sus predecesores297.

En primer lugar hay que fijarse en los sucesos que se estaban dando en Italia
durante los últimos años de la década de 1550. Las victorias del bando hispano según se
aproximaba el final de la guerra, así como el aumento de la reputación de Felipe II en
suelo italiano, permitieron el inicio de un proceso de aproximación de muchos de los
potentados de la Península Italiana a los Habsburgo. En cuanto a esto el destaca cambio

297Usunáriz, Jesús María., España y sus tratados internacionales, p. 177, Rodríguez Salgado, María Jesús., op. cit.,
pp. 453-463, Braudel, Fernand., El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II, vol. II, pp. 394-
395, y Fernández Álvarez, Manuel., Felipe II y su tiempo, Espasa-Calpe, Madrid, 2002, pp. 331-341.

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EL DUCADO DE MILÁN EN LA ÉPOCA DE CARLOS V (1535-1559)

de política seguida por Felipe II en el afianzamiento de la hegemonía hispana en Italia en


la década de 1550.

Como se apuntó anteriormente, durante el periodo en el que Ferrante Gonzaga fue


Gobernador del Estado de Milán (1546-1554) se asiste a una política, propugnada
fundamentalmente por él y Granvela, que buscaba la restitución de la autoridad imperial
en Italia, programa que se había inaugurado según Rivero Rodríguez con la infeudación
de Milán en la familia Habsburgo, en concreto en la persona de Felipe II298. Pero esta
política tenía el inconveniente de generar la desconfianza de los potentados italianos ante
la expansión de la casa de Austria en Italia, lo que amenazaba a Parma, Piacenza, Lucca
o Siena, entre otros territorios. Los conflictos de Parma y Piacenza acabarían por
incrementar este miedo entre los dirigentes de los estados de la península a principios de
los años de 1550. Mientras se producía el distanciamiento de las dos ramas de los
Habsburgo tras la firma de acuerdo sucesorio y de repartición de la herencia de 1551,
mediante el cual se establecía la sucesión alterna en el Imperio así como la designación
de Felipe II como Vicario Imperial de Italia cuando Fernando fuese coronado
Emperador299. De suceder esto así la política de restitución de la autoridad imperial
beneficiaría claramente la hegemonía y dominio de Italia por parte de Felipe, pero ante el
devenir de los acontecimientos hubo de buscar otras soluciones.

La política seguida por Gonzaga, quien había visto reforzado su poder en Italia
por parte del Emperador desde 1551, acabó produciendo efectos contrarios a los deseados,
lanzando a los brazos de los franceses a varios de los potentados italianos, quienes
abogaban por un dominio indirecto de Carlos V fundado sobre el patronazgo de las
principales casa italianas, tal y como se había efectuado hasta unos pocos años antes. Si
a esto sumamos la aceptación por parte de Felipe II de que su acceso al trono imperial no
se produciría, se comprende el cambio de rumbo300:

“(…) Hasta el último momento, Felipe II no pretendió romper su dependencia para con el
Imperio – de quien por otra parte era feudatario -, convencido de que sin el apoyo de la
autoridad imperial que ostentaba su tío difícilmente podría mantener un control eficaz sobre
la parte italiana de su herencia. A estos efectos Felipe llegaría a solicitar a su tío el Vicariato

298 Rivero Rodríguez, Manuel., Felipe II y el gobierno de Italia, pp. 44-45.


299 Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio., Milán y el legado de Felipe II, p. 48, y Rivero Rodríguez, Manuel., op. cit.,
pp. 48-49.
300 Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio., op. cit., pp. 48-49, y Rivero Rodríguez, Manuel., op. cit., pp. 46-48.

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Imperial, una petición que Felipe presentaba apoyándose en razones fundamentalmente


dinásticas, y que su tío rechazó por la influencia que ello podía tener ante el acuerdo político-
constitucional al que se había llegado en 1555. Fue entonces cuando, definitivamente, Felipe
II orientó sus esfuerzos a la consecución de una mayor coordinación e integración en lo que
empezaba a insinuarse ya como un nuevo imperio”301.

Pablo Fernández Albaladejo continúa estableciendo que personajes como Cortés


o fray Antonio de Guevara darían lugar a una nueva “idea imperial, tan universalista
como la de Gattinara pero prescindiendo por completo de la legitimación imperial
tradicional. (…) El efecto de esta corriente – de fundamentación hispana pero proyección
universal al mismo tiempo – se revelaría de gran trascendencia: originó una
“desgermanización” en el planteamiento del imperio e insensiblemente daría lugar a la
aparición de un tipo de formulación “neoimperial” fundamentada en términos de estricta
supremacía política y militar”302.

Ya no le interesaba ni convenía a Felipe II el restituir la autoridad imperial en


Italia si no iba a ser emperador, por lo que entre 1556 y 1559 se abogó por favorecer una
política de alianzas basada en la creación de fuertes lazos feudo-vasalláticos entre el Rey
de la Monarquía Hispánica y los potentados de Italia. Esta política fue exitosa debido al
acogimiento por parte de las dinastías gobernantes del mundo italiano, ya que el Rey
Católico les demostró no deseaba ampliar su patrimonio territorial en la península
italiana, acercándoles a él303. Esto se hizo con independencia de que Felipe II fuese
investido por su Fernando I como Vicario del Imperio en febrero de 1559, radicando la
importancia de la misma en el asentamiento de unos precedentes que marcaron el modo
en el que se ejercerían desde la década de 1550, y durante más de ciento cincuenta años,
las relaciones entre dichos estados y la Monarquía Hispánica304.

Este proceso se hallaba muy avanzado para la fecha en la que se firma Cateau-
Cambrésis. Por citar los ejemplos más importantes, Octavio Farnesio, Duque de Parma,
ante las inseguridades de la ayuda francesa, había llegado a un acuerdo con Felipe II en

301 Fernández Albaladejo, Pablo., “Imperio de por sí: La reformulación del poder universal en la temprana Edad
Moderna”, en Signorotto, Gianvittorio., L’Italia degli Austrias. Monarchia cattolica e domini italiani nei secoli XVI e
XVII, Cheiron, Año IX, Nº 17-18, I Semestre 1992, Mantua, 1993, p. 17.
302Fernández Albaladejo, Pablo., op. cit., p. 16.
303 Rodríguez Salgado, María Jesús., Carlos V, Felipe II y su mundo (1551-1559), pp. 245-246, Álvarez-Ossorio

Alvariño, Antonio., op. cit., pp. 48-49, Idem., The State of Milan and the Spanish Monarchy, pp. 111-112, y Rivero
Rodríguez, Manuel., op. cit., pp. 44-48.
304 Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio., Milán y el legado de Felipe II, p. 49, y Rodríguez Salgado, María Jesús., op.

cit., pp. 245-254.

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octubre de 1556 que supuso su defección de la alianza con Francia. También el Duque de
Urbino acabó pasándose al bando hispano en mayo de 1558, lo que reducía
considerablemente los apoyos franceses en Italia, quedando Ferrara prácticamente aislada
y rodeada política y militarmente. Esto movió a su duque a buscar la avenencia con Felipe,
que aunque llegaría años más tarde, marcó ya para septiembre de 1558 una estrategia de
neutralidad por ambas partes. Y finalmente con Venecia se mantuvieron relaciones
amistosas tras la negativa de la República a sumarse a la Liga formada por el Pontífice y
Francia en 1556. Todo ello sumado a las alianzas con que ya contaba la Monarquía
Hispánica, de las que las más importantes eran Saboya, Florencia, Génova y Mantua, el
apoyo de importantes familias aristocráticas en Roma y otras regiones, y los territorios
bajo su dominio directo, Nápoles, Sicilia y Milán, hicieron que para 1557/1558 se viese
al sucesor de Carlos V como el candidato más idóneo para ostentar el domino en Italia,
granjeándose un amplio elenco de apoyos imposibles de solventar por Enrique II para
1559305.

Como señala Rodríguez Salgado, resumiendo la situación de los años previos a la


firma de la paz de Cateau-Cambrésis, todos los grandes estados de Italia o eran aliados
de Felipe, o se hallaban en proceso de negociar una alianza con él o eran considerados
neutrales. Además conseguía Felipe II para febrero de 1559 el Vicariato Imperial en
Italia, lo cual probablemente se hizo para que las dos ramas de la familia no acabasen
enfrentadas, título que reafirmaba la posición hegemónica en Italia de Felipe II, aunque
no sería consciente de ello hasta algunos años más tarde306.

Pero, ¿por qué estando en tal situación de ventaja Felipe II no creía poseer aún la
hegemonía en Italia? Bien, en cuanto a esto hay que subrayar que aunque se había
ratificado una preponderancia favorable a los Habsburgo y una declinación de la
influencia de los Valois, Francia, mediante lo establecido en los tratados de paz, seguía
manteniendo cinco plazas fuertes en Saboya y Piamonte, Turín y el Marquesado de
Saluzzo entre ellas307. Estas suponían una pequeña cuña para que los franceses pudiesen
inmiscuirse de nuevo en los asuntos italianos en un futuro, por lo que Cateau-Cambrésis

305
Rodríguez Salgado, María Jesús., op. cit., pp. 246-250.
306
Este título fue ratificado por Fernando I el 27 de febrero de 1559, del cual se halla una copia en el AGS, PTR, Legajo
44/13. Rodríguez Salgado, María Jesús., op. cit., pp. 250-253. Véase imagen V del repertorio gráfico, p. 120.
307
El Marquesado de Saluzzo había sido anexionado por Francia en 1549.

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ni excluía a Francia totalmente de la Península Italiana ni eliminaba la posibilidad de una


intromisión, lo que explica la postura de Felipe II308.

También hay que añadir frente a las tesis de la historiografía francesa clásica, que
considera los acuerdos de Cateau-Cambrésis como una catástrofe que reconocía la
preponderancia hispana y el abandono de los sueños italianos, las lecturas realizadas tanto
por Ruble como por Braudel, entre otros. El primero establece que el abandono de Italia
se había resarcido con creces por la anexión a Francia de los Obispados de Metz, Toul y
Verdún, y la toma de Calais, mientras que el segundo añade además el cambio de destino
en los intereses de la Monarquía Cristianísima hacia Inglaterra, lo que cambia la visión
de una aplastante derrota de Enrique II. La paz fue muy beneficiosa para la Monarquía
Hispánica porque no se perdió ningún territorio suyo, aunque sí del Imperio e Inglaterra,
pero para el reino franco supuso obtener unos territorios que expulsaban a los ingleses del
continente y le permitían introducirse en el Imperio309.

Este cambio de intereses se debió fundamentalmente a la muerte de María I de


Inglaterra el 17 de noviembre de 1558, a quien sucedió su medio hermana Isabel Tudor,
coronada como Isabel I. Felipe II había propuesto matrimonio a la nueva reina a fin de no
perder la alianza inglesa, aunque éste no llegó a producirse al ser desestimado por Isabel
I poco después. Ante la posibilidad de la renovación de la alianza anglo-hispana Enrique
II, quien había sufrido los inconvenientes de la misma, buscó evitar dicho matrimonio,
por lo que en Cateau-Cambrésis propuso el enlace de su hija Isabel con el soberano
hispano, siendo éste uno de los motivos para firmar la paz por la parte francesa 310. En la
misma línea de Braudel, aunque con matices, Fernández Álvarez señala que con Cateau-
Cambrésis y el matrimonio de Felipe II con Isabel de Valois, Enrique II evitaba la vuelta
de la alianza anglo-hispana y abría la posibilidad a una futura invasión de Inglaterra, ya
que su heredero al trono, el Delfín, estaba casado con María Estuardo, Reina de Escocia
y con derechos de sucesión equiparables a los de Isabel I en Inglaterra. Si bien Francia
renunciaba a una política fuerte en Italia, lo hacía en beneficio de una posible futura

308 Usunáriz, Jesús María., España y sus tratados internacionales, pp. 177-179, Rodríguez Salgado, María Jesús., op.
cit., pp. 253-254, Braudel, Fernand., El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II, vol. II, pp.
394-395, y Fernández Álvarez, Manuel., La paz de Cateau-Cambrésis, pp. 533-534 y 544.
309 Usunáriz, Jesús María., op. cit., pp. 175-176, Braudel, Fernand., op. cit., vol. II, pp. 394-400, y Fernández Álvarez,

Manuel., op. cit., pp. 530-544.


310 Usunáriz, Jesús María., op. cit., p. 179-180, Braudel, Fernand., op. cit., vol. II, pp. 397-399, Fernández Álvarez,

Manuel., op. cit., pp. 533-538.

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conquista de Inglaterra, lo que de producirse debilitaría la posición de Felipe II en los


Países Bajos y podía incluso llegar a ocasionar su pérdida. Así, más que un desastre,
Cateau-Cambrésis suponía un repentino cambio en la política internacional francesa, la
cual viraba el centro de sus atenciones desde el sur, Italia, hacia el norte, Inglaterra311.

No sabemos cuál hubiese sido el devenir de los acontecimientos si habrían fluido


por otro cauce, pero el dominio hispano en el mundo italiano y el llamado periodo de la
quietud de Italia que se vivió desde entonces, sólo fueron posibles debido a los problemas
internos que vivió Francia. Entre ellos están la muerte de Enrique II, el 10 de julio de
1559, y el desencadenamiento de las guerras de religión que asolarían el país durante unas
cuatro décadas aproximadamente, lo que además marcaría el fracaso de los proyectos
franceses sobre Inglaterra312.

La quietud de Italia, tras largos años de guerras, permitió la completa


incorporación del Estado de Milán, Nápoles, Sicilia y otros territorios de Italia, como los
presidios obtenidos en la Toscana tras la capitulación de Siena en 1555, en el
conglomerado político-territorial de la Monarquía Hispánica. Los habitantes de dichos
estados vieron a los reyes hispanos como sus propios señores naturales, como remarca
Fernández Álvarez en contra de las tradicionales tesis de la tiranía hispana sobre Italia,
aunque esto fue posible debido al desarrollo de los acontecimientos en Francia, que viviría
un periodo de serios conflictos internos, y no por la firma el 3 de abril de los tratados de
paz de Cateau-Cambrésis313.

Pero visto a posteriori Cateau-Cambrésis supuso la confirmación de la hegemonía


hispana en Italia y la conclusión de la incorporación del Estado de Milán a la Monarquía
Hispánica, siendo gobernado Milán, al igual que el resto de estados italianos
pertenecientes a Felipe II, por la corona española a través del Consejo de Italia, creado el
3 de diciembre de 1559314. A partir de entonces el Estado de Milán se revelaría como una

311 Usunáriz, Jesús María., op. cit., pp. 175-181, Braudel, Fernand., op. cit., vol. II, pp. 394-400, Fernández Álvarez,
Manuel., op. cit., pp. 530-544.
312 Usunáriz, Jesús María., op. cit., pp. 180-181, Braudel, Fernand., op. cit., vol. II, pp. 399-400, Fernández Álvarez,

Manuel., op. cit., p. 544.


313 Fernández Álvarez, Manuel., “Italia en la época del predominio español”, en Arbor, Consejo Superior de

Investigaciones Científicas, Madrid, 1954, Tomo XXVIII, nº 102, pp. 263-267.


314 Rivero Rodríguez, Manuel., Felipe II y el gobierno de Italia, pp. 48-56. Véase también Fernández Conti, Santiago.,

“Génesis y primeros pasos de la Secretaría de Italia del Consejo de Estado (1543-1579)”, en Belenguer Cebrià, Ernest.,
Felipe II y el Mediterráneo. Volumen III: La Monarquía y los reinos (I), Sociedad Estatal para la Conmemoración de
los Centenarios de Felipe II y Carlos V, Madrid, 1999, pp. 39-63.

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pieza vital del nuevo “imperio” de Felipe II y sus sucesores, lo que en el reinado de Felipe
III sería evidente al considerase que la categoría de Milán había pasado de ser llave de
Italia a corazón de la Monarquía Hispánica, en la cual se insertó hasta principios del siglo
XVIII315.

315
Para ver la importancia del Estado de Milán en el periodo de Felipe III véase Fernández Albaladejo, Pablo., “De
llave de Italia a corazón de la monarquía: Milán y la monarquía católica en el reinado de Felipe III”, en Pissavino,
Paolo., Signorotto, Gianvittorio., Lombardia borromaica, Lombardia spagnola (1554-1659), Bulzoni, Roma, 1995,
Vol. I, pp. 41-91. Véase imagen VI del repertorio gráfico, p. 121.

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Conclusiones

Frente a una lectura clásica sobre el dominio hispano en Italia y la incorporación


del Estado de Milán a la Monarquía Hispánica de los Habsburgo tras la muerte de Fran-
cisco II Sforza en 1535, se ha podido establecer a través de esta investigación que el
proceso de incorporación de Milán no puede explicarse de manera sencilla y con lecturas
lineales, como se ha expuesto hasta ahora por gran parte de la historiografía.

En primer lugar huelga decir que se ha procurado cumplir los objetivos de esta
investigación y demostrar las hipótesis planteadas en un principio, siendo el resultado el
establecimiento de tres fases y diez momentos clave que marcan el proceso de incorpora-
ción del Estado de Milán a la Monarquía Hispánica. El lograr establecer esta evolución
que experimenta Milán en la historia política internacional del momento ha sido complejo
debido a que el proceso dependió en todo momento de la coyuntura política existente en
Europa, la cual estuvo marcada por la guerra y los medios económicos para realizarla más
que por la diplomacia. También jugaron un papel importante las ventajas e inconvenientes
que para Carlos V y su imperio supusieron en cada momento las tres grandes opciones
que a partir de 1535 se barajaron sobre el destino de Milán, a saber, la cesión a la órbita
francesa, la investidura en un potentado, bien italiano o bien foráneo, o el dominio directo
por parte de Carlos V, opciones que a su vez se subdividen en otras posibles alternativas
que complican aún más el estudio de dicho proceso.

Como se ha analizado, la muerte de Francisco II Sforza en 1535 marca el inicio


del proceso así como de su primera fase, predominando en Carlos V hasta 1543 la inten-
ción de conservar el Estado de Milán bajo su dominación directa debido a su importancia
político-estratégica. Esto no quiere decir que la dominación hispana en Milán se iniciase
en 1535, ya que tiene sus raíces entre 1525 y 1529, cuando diferentes personalidades en
representación imperial detentaron el gobierno de estado lombardo, pero no se produjo
entonces el inicio de su proceso de incorporación a la Monarquía Hispánica, ya que Carlos
V no planteó entonces un dominio directo sobre el territorio.

La opción de una dominación directa fue posible en este periodo por lo ratificado
en la tregua de Niza de 1538 y las negociaciones llevadas posteriormente con Francia,
quedando confirmada por la investidura secreta del Príncipe Felipe como Duque de Milán

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que Carlos V efectuó en 1540, quien como Emperador que era tenía la facultad de desig-
nar al nuevo gobernante una vez extinguida la dinastía anterior.

Las entrevistas de Busseto de 1543 entre Carlos V y el Pontífice Paulo III, que
marcan otro de los momentos clave del proceso, supusieron el inicio de la segunda fase,
la cual fue un periodo de incertidumbre en el que el Estado de Milán se movió entre varias
posibilidades de venta y cesión, confirmadas con la Paz de Crépy de 1544, la cual esta-
blecía la llamada “alternativa” de cesión al Duque de Orleans, segundo hijo del Rey de
Francia, de Milán o los Países Bajos. Frente a lo planteado en otras ocasiones, Carlos V
decidió ceder Milán, permitiendo únicamente la muerte del infante francés en 1545 la
anulación de lo pactado y la conservación del Estado de Milán bajo su control.

Tras el fracaso de la alternativa de Crépy comenzó la última fase del proceso, en


la que Carlos V decidió dar una nueva investidura secreta del Estado de Milán al Príncipe
Felipe en la Dieta de Ratisbona de 1546 a fin de afianzar su incorporación a la corona
hispana. Esto significó a medio plazo la desvinculación progresiva de Lombardía del Im-
perio y su creciente inserción en el marco político de los reinos hispánicos, aunque no
quedaría ratificado hasta la firma de los acuerdos de Augsburgo de 1551 entre los miem-
bros de la propia familia Habsburgo, ya que, si bien tras Crépy había quedado claro el
mantenimiento de Milán dentro de la familia, fue en éstas negociaciones donde Carlos V
pudo asegurar que su hijo Felipe fuese el heredero de Milán, a pesar de que el Príncipe
hubiese sido jurado por las autoridades milanesas en 1550. El paso definitivo se dio en
1554, cuando se produjo el traspaso de poder entre Carlos V y Felipe II, quedando sellada
de hecho la incorporación del Estado de Milán a la Monarquía Hispánica.

Finalmente la paz de Cateau-Cambrésis de 1559 confirmó, tras décadas de largas


guerras entre los Habsburgo y los Valois, la hegemonía hispana en Italia y su preponde-
rancia en Europa, concluyéndose también el proceso de incorporación del Estado de Mi-
lán a la Monarquía Hispánica, tanto de hecho como de derecho, por los acuerdo alcanza-
dos con la Francia de Enrique II y con el Emperador Fernando I, lo que permitió la vin-
culación de Milán y los reinos hispánicos durante más de un siglo y medio.

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También se ha desmentido el mito difundido por la historiografía clásica sobre las


economías italiana y milanesa durante el siglo XVI, ya que se vivió un periodo de impor-
tante crecimiento económico, llamativo si se tienen en cuenta la continuidad de los con-
flictos bélicos desarrollados en la Península Italiana. Estas guerras, cuyos gastos militares
eran imposibles de afrontar por la hacienda milanesa, fueron sufragadas por Castilla, y en
menor medida Nápoles, mediante grandes cantidades de dinero enviadas como subsidios,
generando las luchas por la hegemonía de Italia una considerable deuda para la Monar-
quía Hispánica.

Se ha remarcado cómo tras Cateau-Cambrésis se produce el predominio hispano


en Europa y su hegemonía sobre Italia, aunque esto no fue debido a las cláusulas del
tratado sino al cambio de la política internacional de Francia, que se dirigió hacia Ingla-
terra, y al devenir de los acontecimientos, entre ellos la muerte de Enrique II en 1559 y el
estallido de las guerras de religión francesas durante la segunda mitad del siglo XVI.

Y finalmente destaca también el cambio de política en Italia realizado por Felipe


II en la década de 1550, quien pasó de sustentar la política propuesta por los consejeros
de Carlos V de restitución de la autoridad imperial en la Península Italiana, ella realizada
con miras a la sucesión de Felipe en el Imperio, a abogar por una política de alianzas
basada en el establecimiento de lazos feudo-vasalláticos con los potentados italianos. Esto
provocó una desgermanización de la idea imperial, formulando Felipe II una concepción
neoimperial fundamentada en términos de supremacía política y militar, hecho que mar-
caría el modo en el que se ejercerían desde la década de 1550, y durante más de ciento
cincuenta años, las relaciones entre dichos estados y la Monarquía Hispánica de los Habs-
burgo.

Tras este estudio mi intención es la de continuar investigando sobre el Estado de


Milán en la primera mitad del siglo XVI. De cara a la Tesis Doctoral mi planteamiento es
el de profundizar el análisis sobre la configuración del sistema de gobierno en el Estado
de Milán durante la época en la que el Emperador Carlos V dominó directamente el terri-
torio lombardo, así como un estudio comparativo con los otros territorios italianos perte-
necientes a la Monarquía Hispánica. En base a algunos indicios obtenidos durante mi
investigación, es posible plantear la hipótesis de que entre 1535 y 1559 se produce en

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Milán la adaptación del modelo virreinal como sistema de gobierno a la realidad político-
jurisdiccional de Lombardía, lo cual se tratará de verificar.

Aparte de este tema existen otras muchas cuestiones de interés observadas durante
la investigación que pueden ser objeto de futuros estudios. Entre ellas profundizar sobre
el establecimiento de la hegemonía hispánica en Italia a mediados del siglo XVI y los
costes que dicha hegemonía supuso para la monarquía, la evolución económica del Estado
de Milán en dicho periodo o los efectos que produjeron en la sociedad lombarda los pro-
cesos político-económicos de la primera mitad del siglo XVI. La investigación de dichas
cuestiones supondrá un avance en el conocimiento histórico que dé respuesta a muchos
de los interrogantes que en la actualidad siguen existiendo sobre el Estado de Milán en la
época de Carlos V.

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Fuentes y bibliografía

Fuentes primarias manuscritas:

Archivo General de Simancas:

-Archivo General de Simancas, Sección Estado, Patronato Real, Legajo 42, documentos
1, 3 y 14.
-AGS, E, PTR, Legajo 43, documentos 4, 8, 11-12, 14-15, 17-18, 21-23, 28, 33-34, 38-
39 y 41.
-AGS, E, PTR, Legajo 44, documentos 1-2, 6-8, 10, 12-13, 24 y 30-31.
-AGS, E, Legajo 1180, documentos 75, 84, 92, 279, 297 y 335-337
-AGS, E, Legajo 1181, documento 80.
-AGS, E, Legajo 1182, documentos 1 y 146.
-AGS, E, Legajo 1184, documento 133.
-AGS, E, Legajo 1185, documentos 2, 3 y 103.
-AGS, E, Legajo 1187, documento 71.
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-AGS, E, Legajo 1189, documentos 6, 15-17, 23-24, 51-52 y 59-60.
-AGS, E, Legajo 1191, documentos 9, 28, 34, 37, 78, 87, 90, 132 y 136.
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-AGS, E, Legajo 1198, documentos 33-36 y 240.
-AGS, E, Legajo 1201, documentos 112-114.
-AGS, E, Legajo 1202, documentos 4 y 30.
-AGS, E, Legajo 1203, documentos 165-166.
-AGS, E, Legajo 1204, documentos 2-4.
-AGS, E, Legajo 1205, documentos 31 y 92.
-AGS, E, Legajo 1206, documento 130.
-AGS, E, Legajo 1209, documentos 74 y 76-80.
-AGS, E, Legajo 1210, documentos 52-53, 96-98, 128 y 135.

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DEL IMPERIO A LA MONARQUÍA HISPÁNICA:
EL DUCADO DE MILÁN EN LA ÉPOCA DE CARLOS V (1535-1559)

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EL DUCADO DE MILÁN EN LA ÉPOCA DE CARLOS V (1535-1559)

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EL DUCADO DE MILÁN EN LA ÉPOCA DE CARLOS V (1535-1559)

Repertorio gráfico

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siglo XVI: Las relaciones internacionales, Labor, Barcelona, 1969, pp. 56-57.

-Imagen III: Mapa de Italia en 1494, en www.mapas.owje.com (Shepherd, William R.,


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-Imagen IV: Mapa de Italia en la década de 1550, en Rodríguez Salgado, María Jesús.,
Un imperio en transición: Carlos V, Felipe II y su mundo (1551-1559), Crítica,
Barcelona, 1992, p. 212.

-Imagen V: Mapa de Italia en 1559, en Usunáriz, Jesús María., España y sus tratados
internacionales: 1516-1700, Eunsa, Pamplona, 2006, p. 204.

-Imagen VI: Mapa de Italia a finales del siglo XVI, en www.mapas.owje.com (The
Cambridge Modern History Atlas, 1912).

-Imagen VII: Mapa de los corredores militares de la Monarquía Hispánica en Europa


(siglos XVI y XVII), en Parker, Geoffrey., El ejército de Flandes y el camino español:
La logística de la victoria y derrota de España en las guerras de los Países Bajos, Revista
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EL DUCADO DE MILÁN EN LA ÉPOCA DE CARLOS V (1535-1559)

Imagen I

Grabado de la ciudad de Milán en el siglo XVI

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Imagen II

Mapa de Italia en 1494

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DEL IMPERIO A LA MONARQUÍA HISPÁNICA:
EL DUCADO DE MILÁN EN LA ÉPOCA DE CARLOS V (1535-1559)

Imagen III

Mapa de Italia en 1494

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DEL IMPERIO A LA MONARQUÍA HISPÁNICA:
EL DUCADO DE MILÁN EN LA ÉPOCA DE CARLOS V (1535-1559)

Imagen IV

Mapa de Italia en la década de 1550

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DEL IMPERIO A LA MONARQUÍA HISPÁNICA:
EL DUCADO DE MILÁN EN LA ÉPOCA DE CARLOS V (1535-1559)

Imagen V

Mapa de Italia en 1559

Erik Donzel Flores Página | 120


DEL IMPERIO A LA MONARQUÍA HISPÁNICA:
EL DUCADO DE MILÁN EN LA ÉPOCA DE CARLOS V (1535-1559)

Imagen IV

Mapa de Italia a finales del siglo XVI

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DEL IMPERIO A LA MONARQUÍA HISPÁNICA:
EL DUCADO DE MILÁN EN LA ÉPOCA DE CARLOS V (1535-1559)

Imagen VII

Los corredores militares de la Monarquía Hispánica en Europa (siglos XVI y XVII)

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DEL IMPERIO A LA MONARQUÍA HISPÁNICA:
EL DUCADO DE MILÁN EN LA ÉPOCA DE CARLOS V (1535-1559)

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