Lombardía Imperio Español
Lombardía Imperio Español
Lombardía Imperio Español
Índice
-Introducción .................................................................................................................... 3
-Capítulo I: ¿Qué es Milán? De los orígenes del Ducado y el Estado al final de la dinastía
Sforza (1397-1535): .......................................................................................................... 9
III- Un destino incierto: La suerte del Estado de Milán hasta la muerte de Francisco II
Sforza (1521-1535) ..................................................................................................... 15
IV- La decisión sobre la “alternativa” de 1544: ¿Milán o los Países Bajos? ............. 61
-Capítulo III: El final del conflicto por la hegemonía de Italia y sus costes para la Monar-
quía Hispánica: ............................................................................................................... 85
I- Hijo contra hijo, Rey contra Rey: Felipe II vs Enrique II y el final del conflicto por
la hegemonía de Italia (1556-1559) ............................................................................ 85
II- Los costes económicos de las guerras por el dominio de Italia para la Monarquía
Hispánica .................................................................................................................... 90
Introducción
Las guerras surgidas entre las dinastías Habsburgo y Valois por la hegemonía en
Italia y en Europa entre finales del siglo XV y la primera mitad del siglo XVI marcaron
la política internacional europea a principios de la Edad Moderna, destacando en ellas la
importancia del conflicto por la posesión del Estado de Milán. El Milanesado era en dicho
periodo un estado rico, desarrollado y considerado como la llave del control de la penín-
sula italiana, así como de los pasos alpinos que la conectaban con el resto de Europa,
importancia geoestratégica y económica que no pasó desapercibida a las grandes poten-
cias del momento, en concreto la Monarquía Hispánica y Francia. Esto decantó que se-
leccionase al Estado de Milán como objeto de estudio para mi Trabajo de Fin de Máster.
Huelga en ésta introducción realizar un breve estado de la cuestión sobre las fuen-
tes y la historiografía de Milán en la primera mitad del siglo XVI utilizadas en el trans-
curso de esta investigación1. En cuanto a las fuentes primarias me he basado en lo encon-
trado en el Archivo General de Simancas, en las secciones de Patronato Real y Estado,
complementando la búsqueda de Simancas con las fuentes impresas en el Corpus docu-
mental de Carlos V de Fernández Álvarez. También he realizado consultas de la Colec-
ción de Documentos Inéditos para la Historia de España (CODOIN) y de la sección de
manuscritos de la Biblioteca Nacional de Francia. En lo relativo a las fuentes manuscritas
he realizado una selección de los documentos que he considerado más oportunos por la
información que aportan y por la posibilidad de ser, algunos de ellos, inéditos, dejando
1 Para un breve estado de la cuestión sobre la historiografía italiana véase Hernando Sánchez, Carlos José., “Repensar
el poder. Estado, Corte y Monarquía Católica en la historiografía italiana”, en Arberola Romá, Armando (Coord.).,
Diez años de historiografía modernista, Universidad Autónoma de Barcelona, Bellaterra, 1997, pp. 103-139.
más de lado los de carácter oficial, que ya han sido en su mayoría transcritos en las mo-
nografías consultadas.
En cuanto a la bibliografía hay que destacar, para una visión general de la primera
mitad del siglo XVI, a Manuel Fernández Álvarez, Fernand Braudel, Helmut Georg Koe-
nigsberger, Henri Lapeyre, Rivero Rodríguez y la Historia Moderna de Cambridge. La
historia de diplomacia y las relaciones internacionales del momento queda perfectamente
delimitada por Garrett Mattingly, Miguel Ángel Ochoa Brun y Jesús María Usunáriz. De
las biografías sobre Carlos V y Felipe II destacan las realizadas por Fernández Álvarez,
Alfred Kohler y Braudel. Y finalmente para los temas de economía y hacienda son inelu-
dibles Bartolomé Yun Casalilla, Ramón Carande, Luis Antonio Ribot García, María Jesús
Rodríguez Salgado, Modesto Ulloa y Miguel Artola.
destacan los estudios de Centro Europa delle Corti, el número de la revista Cheiron de-
dicado a L’Italia degli Austrias, A. Spagnoletti y A. Musi. Para Nápoles destacan Villari
y Galasso, mientras que en Sicilia y Cerdeña lo hacen Iluminato Peri, Pietro Corrao, G.
Giarrizzo y F. Benigno.
2 Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio., “Corte y provincia en la Monarquía Católica: La Corte de Madrid y el Estado
de Milán, 1660-1700”, en Brambilla, Elena., Muto, Giovanni (Coord.)., La Lombardia Spagnola. Nuovi indirizzi di
ricerca, Unicopli, Milán, 1997, pp. 283-341. Es destacable éste artículo, a pesar de centrarse en el último tercio del
siglo XVII, por servir como punto metodológico de partida a la hora de realizar cualquier investigación sobre el Estado
de Milán en la Edad Moderna, independientemente del periodo que se tenga la intención de estudiar. Véase también
Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio., La república de las parentelas: El estado de Milán en la Monarquía de Carlos II,
Gianluigi Arcadi Editore, Mantua, 2002, pp. 7-50.
inicio y final del proceso. Para ello he recurrido fundamentalmente a los fondos docu-
mentales existentes en el Archivo General de Simancas y a la correspondencia recogida
en el Corpus Documental de Carlos V, de Manuel Fernández Álvarez. Con estas fuentes
se ha podido obtener una documentación más que suficiente para la investigación, a pesar
de no haber podido acceder a los archivos lombardos, lo cual se hacía imposible tanto por
factores económicos como de tiempo.
La estructura del trabajo ha quedado dividida en tres capítulos, cada uno de ellos
realizado en relación con el objetivo principal, pero con una finalidad diferente. En el
primer capítulo he incluido un breve repaso del desarrollo de los acontecimientos en la
Italia y el Milanesado previos a la cronología de mi estudio (1535-1559), con fin de poder
situar al Estado de Milán en su contexto previo y obtener una visión de conjunto que
permitiese comprender mejor el devenir de los suceso posteriores que marcaron su vin-
culación con la Monarquía Hispánica.
Quiero dar las gracias al Dr. Antonio Álvarez-Ossorio Alvariño y al Dr. Juan Eloy
Gelabert González, y al Dr. Ángel María Ormaechea Hernaiz, sin cuya ayuda y guía la
realización de éste Trabajo de Fin de Máster hubiese sido imposible de realizar. También
al personal del Archivo General de Simancas, en concreto a Isabel Aguirre, y de las bi-
bliotecas de la Universidad de Cantabria, Universidad Autónoma de Madrid y Universi-
dad de Deusto por la atención y ayuda prestadas, quienes han hecho esta investigación
más gratificante y menos ardua. Y finalmente a mi familia y amigos, cuyo apoyo ha per-
mitido hacer de éste proyecto una realidad.
A fin de situarse en una posición adecuada para el análisis del Ducado y Estado
de Milán y del proceso que supuso su incorporación a la Monarquía Hispánica durante la
primera mitad del siglo XVI, es necesario realizar un breve repaso relativo a los orígenes
de Milán y a su evolución hasta 1535 (final de la dinastía Sforza), así como del resto de
la Península Italiana. Este primer capítulo de mi estudio se centrará en ello, ya que es
imprescindible para obtener una visión de conjunto que permita comprender el devenir
de los sucesos posteriores que se trataran en el resto del trabajo.
3 Cadenas y Vicent, Vicente de., La herencia imperial de Carlos V en Italia: El Milanesado, Hidalguía, Madrid, 1978,
pp. 21-22. Aunque Rodolfo I nunca fue coronado como Emperador, sí fue elegido por los electores del Sacro Imperio
Romano Germánico en 1273, por lo que en la historiografía se le considera como Emperador electo. Además Rodolfo
fue el primero en obtener el título de “Rey de los Romanos”, dado por el Papa Gregorio X en el mismo año de 1273.
4 La familia della Torre fue depuesta con motivo de las luchas que se produjeron por el control de la capital milanesa
en 1277, obteniendo el poder el Arzobispo de Milán Otón Visconti. Fue su sobrino, Mateo Visconti, quien logró ser
nombrado Vicario del Imperio, lo que supuso el afianzamiento de esta familia en el gobierno milanés.
nuevo estatus que le permitió consolidar una posición política fuerte en el entramado de
estados medievales italianos5.
5 Navarro Espinach, Germán., “El Ducado de Milán y los reinos de España en tiempos de los Sforza”, en
dialnet.unirioja.es, p. 157.
6 Navarro Espinach, Germán., op. cit., 158-160. Véase también para lo relativo a la época de los Visconti Chiappa
Mauri, Luisa., De Angelis Cappabianca, Laura., Mainoni, Patrizia (Coord.)., L’età dei Visconti: Il dominio di Milano
fra XIII e XV secolo, Editrice La Storia, Milano, 1993.
7 Navarro Espinach, Germán., op. cit., pp. 157 y 160. Véase la imagen III del repertorio gráfico, p. 118.
8 Para este momento se habían perdido algunos territorios que conformaban el Estado de Milán en su periodo de máxima
extensión, los ducados de Parma y Piacenza, así como algunos de los valles alpinos, entre otros. Álvarez-Ossorio
Alvariño, Antonio., Corte y provincia en la Monarquía Católica, p. 315.
resse il ducato di Milano dal 1450 al 1535, TEA Storica, Milano, 1994.
12 Ludovico Sforza era hijo de Francisco I y hermano de Galeazzo María, segundo gobernante de la dinastía (1466-
1476), y se hizo con el poder al desplazar a Bona de Saboya de la regencia, madre del heredero Juan Galeazzo. Pero
independientemente de que detentase el control efectivo del gobierno milanés Ludovico no adquirió el título ducal hasta
la muerte de Juan Galeazzo en 1494, año en el que se convirtió en Duque. Juan Galeazzo había emparentado con la
familia real napolitana, que apoyaba su acceso al trono milanés, por lo que Ludovico trató de deshacerse de sus
enemigos de Nápoles aliándose con los franceses, a fin de evitar una posible deposición suya del gobierno de Milán.
Véase Santoro, Caterina., op. cit., pp. 101-343.
13 Lapeyre, Henri., Las monarquías europeas del siglo XVI: Las relaciones internacionales, Labor, Barcelona, 1969,
pp. 61-63, Rivero Rodríguez, Manuel., op. cit., pp. 42-45, Cadenas y Vicent, Vicente de., La herencia imperial de
Carlos V en Italia, pp. 65-71. Desde una lectura francesa véase también Delumeau, Jean., L’Italie: De Botticelli à
Bonaparte, Armand Collin, París, 1974, pp. 45-47. Véase la imagen II del repertorio gráfico, p. 117.
alargaron más allá del momento de la partida de Carlos VIII. Pero como señala Norwich,
si bien esta campaña no tuvo graves consecuencias en Italia a corto plazo, a excepción de
la expulsión de los Médicis de Florencia, la entrada de Francia en los asuntos de la
Península Itálica en 1494 abrió una nueva época tanto para Milán como para el resto de
estados italianos. A partir de entonces las grandes potencias europeas, principalmente
Francia y la Monarquía Hispánica, intervendrían en sus asuntos rompiendo el
“aislamiento” político del que habían gozado hasta entonces los italianos:
Paradójicamente, sin embargo, la aventura italiana de Carlos produciría sus efectos más
duraderos no en Italia, sino en el norte de Europa. En noviembre de 1495 los miembros
de su heterogéneo ejército percibieron sus soldada final en Lyon y a continuación se
dispersaron en todas direcciones por el continente, llevando consigo la noticia de la
existencia de una tierra cálida y soleada, habitada por gentes que llevaban una vida de
refinamiento cultural muy superior a lo conocido en climas más grises y fríos y que, tal
vez por ese mismo motivo, se hallaban demasiado desunidas para defenderse contra un
invasor decidido. A medida que se propagaba el mensaje, Italia se volvió más deseable
que nunca a los ojos de sus vecinos septentrionales, ante los que se presentaba como una
invitación y un desafío que estos se apresuraron a aceptar en los años venideros14.
En 1498 Carlos VIII planeaba una nueva expedición en Italia, que se vio truncada
debido a su repentina muerte acaecida en ese mismo año, pasando el testigo a su sucesor
Luis XII, quien además de reafirmar sus intenciones para Nápoles reclamó sus derechos
dinásticos sobre el Ducado y Estado de Milán, ya que era nieto de Valentina Visconti,
hija del primer Duque de Milán Gian Galeazzo Visconti. La campaña, en alianza con
Venecia y asegurada mediante la compra de la neutralidad de varias potencias europeas
e italianas, a fin de aislar a Milán y Nápoles, se lanzó en 1499 y para el 2 de septiembre
su ejército se encontraba a las puertas de la capital lombarda. Ludovico Sforza había huido
a refugiarse con sus hijos a los territorios del Emperador Maximiliano, por lo que Luis
XII se proclamó a sí mismo soberano milanés el 6 de octubre de 1499, tras haber recluido
a Francisco Sforza, el llamado “Duqueto”, en un convento de Francia15. Pero los
16 Lapeyre, Henri., Las monarquías europeas del siglo XVI, pp. 63-64, Navarro Espinach, Germán., El Ducado de
Milán y los reinos de España, p. 161, y Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio., “The State of Milan and the Spanish
Monarchy”, en Dandelet, Thomas James, Marino, John A. (Coord.)., Spain in Italy: Politics, society and religión (1500-
1700), Brill, Leiden-Boston, 2007, p. 99.
17 Rivero Rodríguez, Manuel., Diplomacia y relaciones exteriores en la Edad Moderna, pp. 45-46, Lapeyre, Henri.,
op. cit., pp. 64-65. Para la conquista del Reino de Nápoles y el periodo de Carlos V véase Hernando Sánchez, Carlos
José., El Reino de Nápoles en el imperio de Carlos V: La consolidación de la conquista, Sociedad Estatal para la
Conmemoración de los centenarios de Felipe II y Carlos V, Madrid, 2001.
18 Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio., Milán y el legado de Felipe II: Gobernadores y corte provincial en la
Lombardía de los Austrias, Sociedad Estatal para la Conmemoración de los Centenarios de Felipe II y Carlos V,
Madrid, 2001, pp. 53-54, y Pérez Bustamante, Rogelio., “El gobierno de los estados de Italia bajo los Austrias: Nápoles,
Sicilia, Cerdeña y Milán (1517-1700). La participación de la nobleza castellana”, en dialnet.unirioja.es, p. 30. Véase
para el periodo del gobierno de Luis XII en Milán Arcangeli, Letizia (Coord.)., Milano e Luigi XII: Ricerche sul primo
dominio francese in Lombardia (1499-1512), Franco Angeli Storia, Milano, 2002. Sobre el análisis de la estructura de
la administración interna del Estado de Milán, así como del proceso de reconfiguración que se produjo en la época de
Carlos V, se ofrecen algunas pinceladas en el segundo y tercer capítulo de esta investigación (en concreto la evolución
del cargo de Gobernador), ya que su extensión no permitía incluirlo en este estudio, por lo que queda pendiente para
investigaciones posteriores.
Desde 1504 y hasta 1509 se vivió en Milán y en Italia una relativa paz que pareció
confirmar la posesión del Stato en manos de los Valois, pero las acciones del Papa Julio
II, que buscaba restaurar la autoridad pontificia, llevaron al estallido de un nuevo conflicto
en 1512. Tras la formación de la Santísima Liga el Pontífice junto a sus aliados se dirigió
contra Francia que, a pesar de su victoria en Rávena el 11 de abril de 1512, tuvo que
evacuar Lombardía. Ello fue debido al contexto político-militar italiano, destacando el
ataque suizo en la región lombarda, la sublevación de Génova, la reinstauración de los
Médicis en Florencia y la conquista del Reino de Navarra por Fernando de Aragón. Ese
mismo año, el 20 de junio de 1512, Maximiliano Sforza, hijo de Ludovico, fue investido
duque de un reducido Estado de Milán, del cual ya se habían disgregado los ducados de
Parma y Piacenza así como algunos de los valles alpinos. Maximiliano tuvo que dar
amplias prerrogativas de poder a los órganos de gobierno urbano ante la necesidad de
recaudar fondos para formar un ejército defensivo contra la continua amenaza francesa,
lo cual reforzó el monopolio que tenían sobre los órganos de poder las oligarquías locales
milanesas19. La muerte del Pontífice Julio II reavivó las expectativas de Luis XII de poder
recuperar el Milanesado, pero su acción fue desbaratada por los suizos en Novara el 6 de
junio de 1513, teniendo que firmar una la paz tras la invasión que se lanzó en Francia por
parte de la Liga20.
Una vez la situación quedó estabilizada Luis XII murió el 1 de enero de 1515,
siendo sucedido por Francisco I, quien entre sus principales objetivos tenía la
recuperación de Milán, lo que quedó demostrado mediante su autoproclamación como
Duque de Milán el 24 de marzo de ese mismo año. En pocos meses la campaña estaba
preparada, logrando Francisco I una aplastante victoria en la batalla de Marignano (13 y
14 de septiembre) contra la nueva Liga formada por del Papa León X y Fernando el
Católico, lo que forzó a Maximiliano Sforza a rendirse y renunciar al trono el 4 de octubre.
El Pontífice firmó la paz con Francia a mediados de octubre, y la inestabilidad política de
los territorios de la Monarquía Hispánica tras la muerte de Fernando II de Aragón, en
enero de 1516, movió a su sucesor Carlos I, futuro Emperador Carlos V, a firmar el tratado
19 Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio., op. cit., p. 54 y Santoro, Caterina., Gli Sforza, pp. 344-369.
20 Usunáriz, Jesús María., España y sus tratados internacionales: 1516-1700, Eunsa, Pamplona, 2006, pp. 23-24,
Lapeyre, Henri., op. cit., pp. 65-69, Rivero Rodríguez, Manuel., op. cit., pp. 46-50, y Navarro Espinach, Germán., op.
cit., p. 161.
de paz de Noyon del 13 de agosto de 1516, el cual vino a ratificar, en lo referente a Italia,
el dominio de Francisco I sobre Milán y el de Carlos I sobre Nápoles21.
III- Un destino incierto: La suerte del Estado de Milán hasta la muerte de Francisco II
Sforza (1521-1535).
Francisco I no se dio por vencido e intentó por todos los medios recuperar su
control sobre Lombardía entre 1522 y 1525, aunque ese objetivo fue imposible debido a
las sucesivas derrotas que sufrió su ejército en la batalla de La Bicoca (1522), en el intento
de tomar la ciudad de Milán (1522-1523) y finalmente en la Batalla de Pavía del 25 de
febrero de 1525, gran victoria de los hombres de Carlos V, que supuso la captura del
monarca francés25. Recluido en la Península Ibérica, Francisco I acabó ratificando las
cláusulas del conocido Tratado de Madrid de 1526, según el cual el monarca francés
21 Usunáriz, Jesús María., op. cit., pp. 24-28, Lapeyre, Henri., op. cit., pp. 69-70, Rivero Rodríguez, Manuel., op. cit.,
pp. 50-51, Navarro Espinach, Germán., op. cit., pp. 161-162, Elton, Geoffrey Rudolph., Historia del Mundo Moderno
de Cambridge, Vol. II, “La reforma (1520-1559)”, Ramón Sopena, Barcelona, 1970.p. 229, y Álvarez-Ossorio
Alvariño, Antonio., op. cit., p. 54.
22 Santoro, Caterina., op. cit., 370-373.
23 En Simancas se encuentran documentos oficiales de la alianza entre Carlos V, León X y Francisco II Sforza contra
Francia, los acuerdos a los que llegaron (Archivo General de Simancas, Sección Patronato Real, Legajo 43, documento
4, en adelante, AGS, E, PTR, Legajo 43/4) y la ratificación de estos por el nuevo Duque de Milán (AGS, PTR, Legajo
43/8).
24 Usunáriz, Jesús María., op. cit., pp. 40-43, Lapeyre, Henri., op. cit., pp. 76-77, Rivero Rodríguez, Manuel., op. cit.,
pp. 51-55, Elton, Geoffrey Rudolph., op. cit., p. 232, Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio., op. cit., pp. 54-55, e Idem.,
The State of Milan and the Spanish Monarchy, pp. 103-104.
25 Usunáriz, Jesús María., op. cit., pp. 43-48, Lapeyre, Henri., op. cit., p. 77, Rivero Rodríguez, Manuel., op. cit., pp.
55-56, Navarro Espinach, Germán., op. cit., pp. 161-162, Elton, Geoffrey Rudolph., op. cit, pp. 232-234, y Álvarez-
Ossorio Alvariño, Antonio., Milán y el legado de Felipe II, p. 54.
26 Usunáriz, Jesús María., op. cit., pp. 79-81, Lapeyre, Henri., op. cit., p. 77, Santoro, Caterina., op. cit., pp. 373-377, y
Elton, Geoffrey Rudolph., op. cit., pp. 234-235.
27Santoro, Caterina., op. cit., pp. 377-386, y Cadenas y Vicent, Vicente de., La herencia imperial de Carlos V en Italia,
pp. 217-227, 241-254. Véase también para la “conspiración de Morone” Cazzamini Mussi, Francesco., La congiura di
Gerolamo Morone, La Famiglia Meneghina Editrice, Milano, 1945. Las capitulaciones acordadas entre el Condestable
de Borbón y Francisco II Sforza están recogidas en el AGS, PTR, Legajo 43/15.
28 Usunáriz, Jesús María., op. cit., pp. 43-48, Lapeyre, Henri., op. cit., p. 78, Rivero Rodríguez, Manuel., op. cit., p. 56,
Navarro Espinach, Germán., op. cit., pp. 161-162, Elton, Geoffrey Rudolph., op. cit., p. 235, Álvarez-Ossorio Alvariño,
Antonio., op. cit., p. 55, e Idem., The State of Milan and the Spanish Monarchy, pp. 104-105.
llegada de sus aliados a principios de 1527 el Papa atacó a las fuerzas imperiales de la
frontera de Nápoles siendo derrotado, tratando posteriormente de firmar una nueva tregua
debido cerco en el que se encontraban los Estados Pontificios. Pero ninguno de estos
intentos pudo evitar que los soldados del Condestable de Borbón, faltos de sus pagas,
saquearan la ciudad de Roma a partir del 6 de mayo, sometiéndose finalmente Clemente
VII a las exigencias del bando imperial29.
Ante esto Francisco I actuó lanzando su campaña sobre Italia en junio de 1527,
mientras establecía con Enrique VIII y los turcos acuerdos bilaterales de actuación en
contra del Emperador. Inicialmente el éxito marcó el avance francés en la Península
Italiana, ocupando momentáneamente Lombardía y gran parte de Nápoles, para lo que la
ayuda de la flota genovesa fue indispensable. Sin embargo, la defección de Andrea Doria
el 4 de julio de 1528, que pasó al servicio imperial, obligó a los franceses a suspender el
sitio de la ciudad de Nápoles y a retirarse a Francia, lo que permitió a Carlos V controlar
de nuevo la situación en Italia30. La condotta alcanzada entre Carlos V y la República de
Génova fue vital para asentamiento de la hegemonía hispánica en Italia, y también en
Europa, ya que con el Estado de Milán formó un eje geopolítico vital para las
comunicaciones y preservación del resto de territorios europeos de la Monarquía
Hispánica durante los siglos XVI y XVII, y sería determinante para la incorporación del
Estado de Milán en dicho conglomerado político de los Habsburgo31.
29 Usunáriz, Jesús María., op. cit., pp. 82-84, Lapeyre, Henri., op. cit., p. 77, y Elton, Geoffrey Rudolph., op. cit., p.
235.
30 Usunáriz, Jesús María., op. cit., pp. 85-88, Lapeyre, Henri., op. cit., pp. 78-79, Rivero Rodríguez, Manuel., op. cit.,
García, Bernardo J. (Coord.)., La monarquía de las naciones. Patria, nación y naturaleza en la Monarquía de España,
Fundación Carlos de Amberes, Madrid, 2004, pp. 529-562. Véase imagen VII del repertorio gráfico, p. 122.
32 Usunáriz, Jesús María., op. cit., pp. 89-91, Lapeyre, Henri., op. cit., p. 79, Rivero Rodríguez, Manuel., op. cit., p. 57,
y Elton, Geoffrey Rudolph., op. cit., pp. 236.
33 Esta infeudación está reproducida en el Archivo General de Simancas, Sección Patronato Real, Legajo 43, documento
14 (en adelante AGS, PTR, Legajo 43/14), aunque no está firmado ni sellado. En este asunto es muy factible decantarse
por las opiniones de los historiadores que consideran que aunque Francisco II Sforza hubiese sido declarado culpable,
Carlos V no hubiera investido a Borbón en Milán.
34 Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio., Milán y el legado de Felipe II, pp. 55-58.
35 Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio., op. cit., pp. 57-58, e Idem., The State of Milan and the Spanish Monarchy, pp.
104-105.
control los Castillos de Milán y Como, fortalezas que le permitían seguir dominando este
territorio que adquiría cada vez más importancia en el esquema geopolítico del Imperio
al servir de nexo entre los estados ibéricos y los alemanes y ser la pieza clave, junto con
la alianza genovesa, para el dominio de Italia36.
Sin embargo, la situación de estabilidad que se había logrado tras años de largas
guerras y enfrentamientos pronto se desbarataría, al igual que un castillo de naipes,
cuando se produjo la muerte de Francisco II Sforza, sin descendencia, el 1 de noviembre
de 1535, momento que marca el inicio del proceso de incorporación del Estado de Milán
a la Monarquía Hispánica.
36 Santoro, Caterina., Gli Sforza, pp. 386-387. Véase imagen VII del repertorio gráfico, p. 122.
37 AGS, PTR, Legajo 43/18. También se encuentran en Simancas otros documentos referentes a las clausulas acordadas
entre Francisco II Sforza y el Emperador a finales de 1529 y principios de 1530 (AGS, PTR, Legajo 43/17 y 21-23).
38 Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio., Milán y el legado de Felipe II, pp. 58-59, y Santoro, Caterina., op. cit., pp. 388-
399. Los acuerdos matrimoniales entre Carlos V y Francisco II Sforza también se hallan en Simancas (AGS, PTR,
Legajo 43/28).
I- A "Rey" muerto "Rey" puesto: El retorno del Estado de Milán al Imperio (1535-1536).
“He recibido la carta de Vuestra Magestad del primero de este y por otras más que ya habrá
recibido le he hecho saber la muerte de este señor duque (…)” 39.
39
Archivo General de Simancas, Sección Estado, Legajo 1180, documento 336 (en adelante AGS, E, Legajo 1180/336).
También se hacen referencias en AGS, E, Legajo 1180/75, 92.
40
La muerte del Duque Francisco II Sforza se produjo la noche del 1 al 2 de noviembre de 1535, aunque se toma como
fecha el día 1 de noviembre. Véanse Usunáriz, Jesús María., España y sus tratados internacionales, Santoro, Caterina.,
Gli Sforza, pp. 398-399, y Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio., Milán y el legado de Felipe II, p. 59.
Como ya se analizó, el Ducado de Milán, junto con los otros territorios que con-
formaban el Stato, formaba parte de Sacro Imperio Romano Germánico, primero como
Vicariato Imperial (1274) y después como Ducado (1395), y por tanto era un feudo que
el Emperador cedía en usufructo hereditario a una familia que obtenía el control de su
gobierno41. Según la legislación imperial, si se extinguía dicha dinastía titular del feudo
el territorio revertía de nuevo al Emperador, quien debía decidir su destino e infeudarlo
de nuevo. Por lo tanto la extinción de los Sforza hizo que el Estado de Milán revertiese
legalmente en el Emperador Carlos V en 1535, quedando en sus manos el destino del
Ducado y Estado lombardo42.
41 Hay que matizar que en el caso de Milán la designación del gobernante fue electiva hasta la mitad del siglo XIV,
aunque los Visconti monopolizaron el poder del territorio desde 1277, fecha en la que Otón Visconti, Arzobispo de
Milán, se hizo con el poder apartando a la familia della Torre. Fue con Giovanni Visconti con quien se modificó el
carácter electivo del cargo pasando a ser hereditario.
42 Para la el tema de la feudalidad imperial italiana en la época de Carlos V véase Cremonini, Cinzia., “Considerazioni
sulla feudalità imperiale italiana nell’età di Carlo V”, en Cantú, Francesca., Visceglia, Maria Antonietta (Coord.).,
L’Italia di Carlo V: Guerra, religione e política nel primo Cinquecento, Viella, Roma, 2003, pp. 259-276.
43 Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio., op. cit., p. 59.
44 AGS, E, Legajo 1180/360. También AGS, E, Legajo 1180/75, 92.
“Cuanto al primer capítulo que Vuestra Majestad mandó escribirme por su carta, que haga y
provea todo lo que convenga a su servicio, en sucediendo el caso, tomando en nombre de Vues-
tra Majestad todas las ciudades, castillos y fuerzas más importantes, y por otros muchos más,
he dado aviso a Vuestra Majestad de cómo en fallecimiento del Duque, sin ruegos y estrépito
alguno, y con mucho amor y voluntad, juró la fidelidad este Senado y ciudad, y después todas
las otras ciudades y castillos en manos de este dicho Senado a nombre de Vuestra Majestad
porque yo no tenía aún el poder y sustitución del Cardenal Caracciolo, ny la orden que Vuestra
Magestad se havía dexado. Después venido el dicho poder del Cardenal, viendo que todo se
havía dado a vuestra Magestad tan quietamente, por no alterar ninguna cosa, no me paresció
usar del, sino esperar nuebo mandado de Vuestra Magestad al presente (…)” 45.
Si bien, como transmite Leyva en esta carta, el traspaso del poder al Emperador y
la jura de fidelidad se hicieron de manera tranquila y pacífica, esto no estuvo tampoco
libre de cierta coacción ante la presencia militar del ejército imperial y las advertencias
que se dieron a los feudatarios del estado milanés46:
Cuando falleció el Duque de Milán, le escribimos las provisiones que hicimos para que siendo
el estado devuelto a Nos, como feudo del Imperio, fuese puesto y tenido por Nos y en nombre
nuestro y conservado en quietud y reposo, hasta que lo proveyésemos como viésemos convenir
a su beneficio y al bien de la Cristiandad y de Italia”48.
Siguiendo lo que se plantea en esta carta, Carlos V debía decidir cuál sería la suerte
de Lombardía, es decir, en qué manos recaería su gobierno. Como recoge Vicente de
Cadenas existían tres grandes posibilidades que los consejeros le plantearon al Empera-
dor: Infeudar el Ducado en un potentado italiano o extranjero, cederlo a la órbita francesa
o mantenerlo bajo el dominio imperial49. Es muy difícil saber por cuál de ellas se decan-
taba Carlos V en 1535, por mucho que se quiera dar preferencia a una, ya que la realidad
es que cada posibilidad ofrecía diferentes ventajas e inconvenientes, lo cual se aprecia,
como se verá más adelante, en las posturas adoptadas tanto por el Emperador como por
sus consejeros.
“Por otra mia he scripto a Vuestra Magestad de cómo en el archivo de las scripturas deste
stado se havía hallado un privilegio del emperador Maximiliano, que extinguendose la línea
legítima de la casa sforçesca pudiesen sucçeder los naturales. El dicho privilegio vino en poder
del conde Maximiliano y, viendo que Joan Paulo Sforça ponía grand diligencia en hazerle
buscar, me embió a dezir que qué me paresçia que se hiziesse del, y en fin se determinó que era
bien embiarlo a Vuestra Magestad (…)”51.
48 Fernández Álvarez, Manuel., Corpus documental de Carlos V, Universidad de Salamanca, Salamanca, 1973, Vol. I,
p. 451.
49 Cadenas y Vicent, Vicente de., El Milanesado: De Vicariato del Imperio al gobierno de España, Asociación
Universal de Entusiastas de la Obra del Emperador Carlos V, Madrid, 1989, p. 98. Estas tres opciones citadas fueron
las planteadas a Carlos V por sus consejeros a fin de decidir el destino del Estado de Milán y recogen los tres grandes
bloques de posibilidades por los que debía decantarse el Emperador, aunque dentro de los mismos existieron varias
propuestas diferentes.
50 Juan Paolo Sforza era hijo ilegítimo de Ludovico “el Moro” Sforza, y hermano de Maximiliano y Francisco II Sforza,
teniendo por tanto importantes derechos y legitimidad a la hora de acceder al gobierno de Milán.
51 AGS, E, Legajo 1180/84.
potentados, barajándose más adelante los nombres del Príncipe Luis de Baviera, el Infante
Don Luis de Portugal u Octavio Farnesio entre otros52.
Visto todo esto se puede decir que la muerte de Francisco II Sforza y la vuelta del
Stato al Imperio marcan el inicio del proceso de incorporación del Estado de Milán a la
Monarquía Hispánica, aunque como se ha observado a través de las varias opciones que
se plantearon a Carlos V por parte de sus consejeros, no se sabía entonces cuál sería su
destino final. Pero el que 1535 suponga el inicio de dicho proceso de anexión no quiere
decir que la dominación española directa sobre Milán comenzase en dicho año, ya que
52Sobre la muerte de Juan Paolo Sforza siempre ha existido la sospecha del asesinato por envenenamiento, aunque
nunca pudo demostrarse. Cadenas y Vicent, Vicente de., La herencia imperial de Carlos V en Italia, pp. 369-372.
como se ha visto Álvarez-Ossorio plantea que esta se produce en 1525, lo que según el
autor muchas veces ha pasado inadvertido a los historiadores por centrarse en un análisis
de la guerra y los conflictos internacionales53. Sin embargo, a pesar de lo acertado de su
argumentación, hay que matizar que si bien el dominio o control directo hispano-imperial
sobre el Estado de Milán comienza en dicha fecha, el proceso de su vinculación con los
reinos hispánicos no se da hasta 1535, ya que los hechos demuestran que Carlos V no se
planteó anexionarse Milán antes de 1535/1536, lo que no excluye que previamente inten-
tase controlar el territorio por los intereses que se derivaban de ello.
II- Milán, fruto de discordia: Del discurso de Roma a la tregua de Niza (1536-1538).
“Para evitar cualquier sorpresa o incidencia, Carlos V, desde hacía tiempo y ante la delicada
salud del Duque, tenía dadas instrucciones a Antonio de Leyva, su Capitán General, y a Marino
Caracciolo, Protonotario del Estado, para que en cuanto se produjera el óbito se ocuparan
ciudades y fortalezas, se mantuviese el orden y se prestara juramento de fidelidad al Empera-
dor”54.
Una vez asentado el control por parte de los agentes imperiales y tomado el jura-
mento de fidelidad al Emperador a las autoridades milanesas y lombardas, como ya se ha
señalado, comenzaron a surgir importantes cuestiones en lo relativo a cómo actuar en
Milán, ya que como cabía esperar, las reclamaciones francesas sobre el Estado de Milán
no tardaron en aparecer. También era menester actuar con cautela a fin de no levantar
suspicacias entre los potentados italianos por el creciente dominio directo imperial sobre
Italia, lo que podía moverlos a buscar la alianza con Francia. Ello es expuesto por Leyva
al Emperador el 4 de diciembre de 1535, hablando en esta carta a cerca de la conveniencia
de no desplazar muchos soldados para asegurar las plazas lombardas más importantes:
“(…) Ya avisé a Vuestra Magestad que en el tiempo que succedió la dicha muerte del duque se
hallaron en esta çiudad de camino con el coronel Maximiliano obra de 500 todescos, los cuales
hize entretener un poco, no siendo haun bien al laxado de las boluntades de todos los desta
çiudad ny de lo que por los convezinos se hazía, lo qual entendido passar todo quietamente.
Luego se despidieron dellos hasta 350, que eran la mayor parte enfermos, y se detubo 150 que
se enbiaron con los españoles, y haun se licenciaron otros 200 soldados que se havían enbiado
53 Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio., Milán y el legado de Felipe II, pp. 55-56, e Idem., The State of Milan and the
Spanish Monarchy, pp. 104-105. Como se ha visto en la nota al pie nº 46 el mismo Cardenal Caracciolo le pidió a
Carlos V en junio de 1535 una picola instructione secreta para la toma del Estado de Milán en caso de faltar Francisco
II (AGS, E, Legajo 1180/279).
54 Cadenas y Vicent, Vicente de., op. cit., pp. 368-369.
por asegurar Como, Alexandría y Cremona, que son las plaças más importantes, porque du-
dando que de hazía Saluçe no obiesse motivo y tan bien por no poner alteración en este estado
ny sospecha a los vecinos. Y por no darles occasión de hazer motivo, no me paresçió de mover
los dichos españoles de donde estaban, y también he pensado por agora no proveer dellos en
castillos un çyudades deste estado, porque en este principio no podría sino alterar la buena
boluntad de los pueblos (…). De Milán a III de diciembre de 1635 (…) Antonio de Leyva”55.
“Avisan por este testamento pretende el Rey de Francia (…) el Estado de Milán por haberse
casado el Duque de Orleans con una hija del dicho Juan Galeazzo Visconti, y él ordenado por
su testamento si sus hijos falleciesen sin sucesión legítima y natural sucedieles el primer hijo
tuviese el de Orleans y su hija, con ciertas condiciones (…)”58.
era el de supervisar materias económicas y de hacienda, se inmiscuyeron en diferentes sectores del gobierno lombardo,
recogiendo también, como se aprecia en este fragmento, los derechos de Francisco I al trono milanés. La labor realizada
por los comisarios provocó una serie de conflictos de competencias entre estos y las autoridades locales. Para lo relativo
a la actuación de los comisarios imperiales en el Estado de Milán véase, Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio., Gli
humori D´Italia si devono conoscere et governarsi per italiani. Antonio Perrenot y el gobierno del Estado de Milán,
Società Napoletana Di Storia Patria, Nápoles, 2001, pp. 333-341.
58 AGS, E, Legajo 1191/132. Este documento está fechado el día 19 de noviembre de 1545.
La paz entre los Habsburgo y los Valois había reinado desde el tratado de Cambrai
de 1529, aunque más bien habría que hablar de ausencia de contiendas entre Carlos V y
Francisco I. A pesar de lo pactado en Cambrai las negociaciones sobre Milán continuaron
entre ambos líderes, sobre todo a partir de 1534, proponiendo Francisco I la destitución
de Francisco II Sforza y la entrega del Stato a su familia. Es verdad que el Emperador
buscaba llegar a un acuerdo con Francisco, pero la mayoría de sus consejeros, y entre
ellos en especial Granvela, rechazaban las exigencias francesas e intentaban evitar el
afianzamiento del Rey Cristianísimo en Italia. Como la falta de entendimiento era previ-
sible, Carlos V intentó alargar las negociaciones a fin de preparar la defensa de sus terri-
torios, aunque nunca cerró la puerta de un posible acuerdo59. Francisco tampoco perma-
neció aletargado y desplegó una intensa actividad diplomática en busca de diferentes
alianzas, en donde destaca la entrevista con Enrique VIII, pero a pesar de estos intentos
del monarca francés la posición de Carlos V en Italia continuó siendo bastante fuerte60.
La cesión del feudo de Milán a la órbita francesa era prácticamente la única alter-
nativa posible si se quería evitar la guerra, aunque la propuesta de Francisco I era inacep-
table por parte de Carlos V, ya que implicaba que el Rey Cristianísimo obtendría el Stato
en usufructo hasta su muerte, pasando después a su segundo hijo, el Duque de Orleans,
como queda recogido en la siguiente carta que el Emperador envía a su esposa:
59 Kohler, Alfred., Carlos V (1500-1558): Una biografía, Marcial Pons, Madrid, 2000, pp. 261-263.
60 Lapeyre, Henri., Las monarquías europeas del siglo XVI, p. 79, y Usunáriz, Jesús María., España y sus tratados
internacionales, p. 115.
61 Usunáriz, Jesús María., op. cit., p. 117.
de tratar por este medio de las dichas cosas. Y pareciéndonos que no es el que conviene, le
hemos respondido excusándolo, dándole razones suficientemente por las cuales se justifica no
poder tomar con el dicho Duque las seguridades que convendrían para los negocios públicos,
paz de la Cristiandad y tranquilidad de Italia (…)”62.
Milán era una pieza fundamental para la política exterior de Carlos V, así como
por ser nexo entre los estados de su imperio, debido a la importancia de su situación po-
lítico-estratégica como llave de Italia y zona de paso hacia el Sacro Imperio63. Además
aceptar la propuesta de Francisco I suponía abrir las puertas a Francia para su intromisión
en los asuntos italianos, suprimir un punto clave de unión entre el Imperio y los reinos
hispanos, que tanta importancia tuvo para el establecimiento del “camino español” du-
rante más de siglo y medio a fin de mantener el control en Flandes, y hacer caer en balde
todos los sacrificios que se habían realizado para garantizar la dominación imperial en el
mundo italiano64. Por todo ello el Emperador no podía aceptar.
Ante esta negativa Francisco I movió ficha intentando colocarse en una situación
de ventaja para negociar el destino de Milán. En primer lugar el Rey de Francia difundió
varias amenazas, como le expuso Gutierre López de Padilla al Emperador diciéndole (…)
porque los franceses platican por tan cierto que Vuestra Magestad les ha de dar el Estado
de Milán (…). Ellos brabean tanto diciendo que quieren hazer la guerra (…)65. Después
ocupó gran parte del Ducado de Saboya entre finales de febrero y marzo de 1536, aunque
esta invasión no pilló a Carlos V por sorpresa, tal como lo manifestó a su esposa en la
carta anterior66:
“Y por todas partes se entiende que el dicho Rey de Francia claramente da a entender la mala
voluntad que tiene al Duque de Saboya, y en las palabras que habla se conoce que amenaza
sus tierras (…)”67.
62 Fernández Álvarez, Manuel., Corpus documental de Carlos V, Vol. I, p. 456. Enviada el 1 de febrero de 1536 desde
Nápoles.
63 Ochoa Brun, Miguel Ángel., Historia de la diplomacia española, Vol. 5, p. 239.
64 Véase imagen VII del repertorio gráfico, p. 122.
65 AGS, E, Legajo 1182/146. Esta carta está fechada en Turín el 5 de febrero de 1536.
66 Esta primera campaña francesa en Italia lanzada desde Lyon, donde Francisco I había concentrado a sus tropas,
concluyó el 3 de abril de 1536 con la toma de Turín, cumpliendo así las amenazas que había realizado al Duque de
Saboya en caso de que no cediese a sus exigencias, de lo cual hay noticias en la correspondencia de Simancas donde
aparece que el Rey de Francia estava determinado a tomarle todo su estado (AGS, E, Legajo 1181/80).
67 Fernández Álvarez, Manuel., op. cit., Vol. I, p. 456.
Por ello, Carlos mandó a la Emperatriz Isabel, en aquel momento regente de los
reinos hispánicos, iniciar los preparativos de guerra a la vez que se preparaban las defen-
sas en Italia, Flandes y el Imperio, aunque aún cabía la esperanza de llegar a un acuerdo68:
“(…) No se cree que el dicho Rey de Francia haya de romper ni mover la guerra y no estamos
sin esperanza que la dicha plática e inteligencia se continuará, porque la mejor seguridad que
de él se puede tener es estar con cuidado, prevenido y apercibido, de manera que no pueda
poner en ejecución sus fines y deseos, (…) conviene mucho que en todo caso las fronteras de
nuestro Reino y estados estén bien provistas y halla en ellas muy gran cuidado, guarda y vigi-
lancia, (…)”69.
A instancias del nuevo Papa, Paulo III, una nueva propuesta de cesión a la órbita
francesa fue abriéndose paso, la cual planteaba la posibilidad de que fuese el Duque de
Angulema, tercer hijo de Francisco I, y no el Duque de Orleans, quien accedería el go-
bierno de Milán, lo que le era comunicado a Carlos V desde Roma el 10 de febrero70:
“(…) Hablé con Su Santidad, y puesto que la plática fue larga no colegí cosa nueva que escribir
a V.M (…) tropieza en lo de la concordia, y me mandó que lo escribiese a V.M y que a los de
Francia que pedían Milán para el Duque de Orleans les respondió de su parte, sin decir nada
de la de V.M, que no tenía razón y por tanto no lo acabarían, empero que hablasen para el
tercer hijo. (…) Se resuelve Su Santidad en que cree que el tercer hijo suplicara a V.M por la
Duquesa de Milán y darán todas las firmezas que se pidieren, y dice que si no vienen en esto
dará ocasión a V.M y aún a sí mismo para quebrar con el Rey. (…) Me respondió que, aunque
otros Pontífices han buscado discordia entre los príncipes cristianos y que no falta quien le
aconseje lo mismo, dándole a entender que por esta vía entreterná su dominio en paz, que él
no quiere ni busca otra cosa que la universal concordia (…)”71.
Varias cuestiones se extraen de este fragmento. En primer lugar hay que decir que
bajo la, seguramente, buena intención de Paulo III por evitar la guerra, se esconde también
el interés por evitar la vuelta de los conflictos armados entre ambas monarquías en suelo
italiano y por no poner en peligro su pontificado aliándose con uno de los dos bando. Esto
quedó confirmado con su “inusual” neutralidad, para lo acostumbrado por los pontífices
de la época, durante toda la guerra, a pesar de los motivos que tenía para aliarse con Carlos
68 La carta citada es del 1 de febrero, por lo que Francisco I todavía no había comenzado la invasión de Saboya. Esto
hacía pensar a Carlos V que todavía podía existir una mínima posibilidad de acuerdo, que aún continuó buscando tras
la acción francesa (hasta mayo de 1536), como se observa en la correspondencia del momento, pero una vez estallado
el conflicto, y a pesar de la continuación de las negociaciones, se observó que sería casi imposible llegar al
entendimiento entre ambos monarcas.
69Fernández Álvarez, Manuel., op. cit., Vol. I, p. 460.
70 La carta iba dirigida a Carlos V de parte de Fray Vicente Lunel, General de la Orden de San Francisco, exponiéndole
en ella la propuesta que Paulo III le hizo en la entrevista que tuvieron el 28 de enero de 1536.
71 Fernández Álvarez, Manuel., op. cit., Vol. I, p. 468.
V. En segundo lugar hay que destacar la propuesta que plantea al Emperador de ceder
Milán al Duque de Angulema, opción, posiblemente estudiada con anterioridad, que con
el apoyo Paulo III adquiere importancia de primer orden. Y finalmente destacar el apoyo
de Carlos V a esta propuesta del Papa, que sería ofrecida a Francisco I por el Emperador,
la cual en ciertos aspectos convenía al bando Imperial.
Puede parecer a primera vista contrario a los intereses de Carlos V que apostase
por ceder Milán a la órbita francesa mediante su investidura en el Duque de Angulema,
pero si se examina la propuesta con más detalle, las razones y consecuencias de esta op-
ción eran incluso hasta provechosas. La elección de Angulema alejaba la posibilidad de
que el Estado de Milán se uniera a la corona francesa, por estar más alejado de la sucesión
al trono, y además suponía que cabía la posibilidad de crear un complejo de intereses y
ambiciones entre el Delfín y su hermano menor que hubiera debilitado a la Casa de los
Valois, evitando a su vez la guerra72. Además el Emperador contaba con el apoyo del
Consejo de Estado de Castilla en esta propuesta, aunque con la condición, sine qua non,
de expresa renunciación del dicho Rey y de los otros sus hijos, consintiendo que falle-
ciendo el dicho hijo y faltando su línea masculina, S.M y sus sucesores provean del dicho
Estado, como está acostumbrado de los otros feudos del Imperio, y siempre que casase
con la duquesa viuda Cristina de Dinamarca73.
72 Cadenas y Vicent, Vicente de., La herencia imperial de Carlos V en Italia, pp. 369-370.
73 Cristina de Dinamarca era sobrina de Carlos V y viuda de Francisco II Sforza, por lo que su matrimonio con el Duque
de Angulema suponía mayores garantías para asegurar la paz y fomentar roces entre la Casa Valois. Fernández Álvarez
analiza detalladamente esta propuesta y la aprobación del Consejo de Estado de Castilla en su obra (Fernández Álvarez,
Manuel., Política mundial de Carlos V y Felipe II, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Madrid, 1966, pp.
93-94) siendo las citas tomadas parte del legajo 35/5 de la sección de Estado/Castilla del AGS, que él mismo recoge en
su estudio. Ochoa Brun también recoge la apuesta del Consejo de Estado de Castilla por esta vía de negociación con
Francia recomendando lograr la paz (Ochoa Brun, Miguel Ángel., Historia de la diplomacia española, Vol. 5, pp. 240-
241).
74 Ochoa Brun, Miguel Ángel., op. cit., p. 241, Kohler, Alfred., Carlos V, p.262, Fernández Álvarez, Manuel., op. cit.,
pp. 91-92, y Usunáriz, Jesús María., España y sus tratados internacionales, p. 117.
Pero sin embargo, en estos primeros momentos prevaleció, frente a la propuesta del Car-
denal Caracciolo al Emperador, la vieja idea de Gattinara (que venía desde 1518) de opo-
sición a la conservación de Milán por el sacrificio de hombres y dinero que suponía.
A pesar de los esfuerzos del Emperador, esta oferta no fue suficiente para Fran-
cisco I, ya que no sólo alejaba Milán de Francia sino que su aceptación suponía renunciar
al control directo de Lombardía, que tanto deseaba volver a obtener75:
“(…) Hemos recibido cartas de nuestro Embajador en Francia, en que nos escribe que el Rey
insiste en su primera proposición que del Estado de Milán se disponga en el Duque de Orleans,
su hijo segundo, y así nos lo ha dicho y hablado su Embajador de su parte, y no deja de proce-
der en los aparejos de gente y provisiones de guerra, que tenemos escrito que hacía (…)”76.
“Luego otro día tuvimos una larga habla con Su Santidad sobre los negocios públicos de la
Cristiandad y de Italia, y Su Beatitud, mostrando deseo de paz en ella, y excusar rompimiento
entre nos y el Rey de Francia, nos puso delante muchas causas por donde le parecía que aunque
se nos hubiese dado tanta ocasión para ello, pues estaba en nuestra mano hacer tanto bien a
la Cristiandad, que debíamos condescender a ella. (…) Cuando de parte de Su Santidad se nos
habló en lo de Milán para el señor Angulema, por las dichas causas condescendimos a haberlo
Las monarquías europeas del siglo XVI, p. 80, Ochoa Brun, Miguel Ángel., op. cit., Vol. 5, p. 242, y Usunáriz, Jesús
María., op. cit., p. 117.
por bien, dándose las seguridades que conviniesen, y siendo con participación de nuestros
aliados. Y lo mismo respondimos al Embajador del Rey, que nos habló de su parte, y que des-
pués tornó a hablar en lo de Monsieur de Orleans. Y pareciéndonos que con esto no se podrían
tomar buenas seguridades para la seguridad de Italia, dijimos que queríamos ver lo que en ello
se podía hacer. Y a la postre, en lugar de venir en lo justo, pidieron el usufructo de Milán para
el Rey, y que como quiera que habiendo después que se comenzó la dicha plática procedido y
procediendo el Rey de Francia, como lo ha hecho y hace, y ocupando a Saboya y pasando su
ejército los montes para hacer lo mismo en el Piamonte, y pasar a lo que más pudiere en daño
de Italia, se conozca y sus obras declaran no tener él intención ni voluntad de querer él la paz.
(…) Y por el respeto que tenemos a Su Santidad, respondimos finalmente que en lo que toca al
dicho Monsieur Angulema miraríamos lo que se podría y debiera hacer, con participación y
comunicación de nuestros amigos y confederados, haciendo primeramente, y ante todas cosas
el dicho Rey de Francia volver su ejército y gentes a su reino y restituir al Duque de Saboya
todas sus tierras. Y quedó que Su Santidad ponía y tendía la mano en el negocio, para encami-
nar el efecto de la paz por todas las vías que se pudiese. (…) Y, demás de aquello, les declara-
mos largamente cómo en esto ni otra cosa, no tenemos fin, acrecentamiento ni interés particu-
lar nuestro ni deseamos otra cosa sino la paz de la Cristiandad y quietud de Italia. (…) Y demás
de esto, en el discurso de esta plática les dijimos que en caso que el negocio entre nos y el dicho
Rey de Francia viniese a rompimiento, lo cual según los términos que él ha usado y usa, y
cuando adelante ha pasado y pasa, parece que será inevitable (…) que nuestra voluntad no es
otra, sino la que muchas veces y arriba hemos dicho, de desear y encaminar el beneficio de la
Cristiandad y de Italia por todas las vías que pudiéremos”78.
78 Fernández Álvarez, Manuel., op. cit., Vol. I, pp. 483-484. Carta del 8 de abril en la que Carlos V le transmite a Lope
de Soria lo tratado en una de esas reuniones con Paulo III.
79 Kohler, Alfred., Carlos V, pp. 265-266.
80 Fernández Álvarez, Manuel., Política mundial de Carlos V y Felipe II, pp. 90-95.
“In primis quanto a lo que toca a la paz, todos los hombres de entendimiento que pueden hablar
della la tienen por impossible, y las razones que dan son que el Rey de Francia ha de querer el
Estado de Milán libre y no saben cómo se podrán compadescer la seguridad de la paz y el darle
el dicho Estado, y demás desto juzgan que pidirá algunas otras cosas que causarán assi mesmo
impossibilidad a la dicha paz. (…)”81.
La acción francesa dificultaba más las cosas, ya que si Francisco I no había acep-
tado la oferta imperial antes, sería mucho más difícil controlando Saboya, además de que
estaba claro que el Emperador no iba a darle a Francisco I el control de Lombardía, siendo
la oferta al Duque de Angulema lo máximo a lo que estaba dispuesto a llegar. En vista de
esto, Carlos V comenzó a convencerse de que la guerra parece que será inevitable y para
ella se prepara, eso sí, siempre arguyendo que lo hacía en beneficio de la Cristiandad y
de Italia. Ceder Milán en los términos que se proponían para evitar una guerra podía ser
aceptable, pero no si esta estallaba, por lo que la opción de ceder Milán a la órbita francesa
fue perdiendo fuerza dentro de las opciones de Carlos V, aunque años más tarde volvería
a salir a la luz82. Además muchos de sus consejeros le animaban a mantener Milán bajo
su dominio directo, y los aliados italianos preferían seguir recelando de la hegemonía de
Carlos V que preocuparse de la vuelta de Francisco I a la política de la península. Este
apoyo de los estados italianos aliados era vital para mantener la estructura imperial, ins-
taurada en Italia tras Pavía y Cambrai, y poder contar con importantes ayudas durante el
transcurso de la guerra, por lo que Carlos V dejó bien claro al Papa y al embajador francés
que su decisión sobre Milán sería tomada con participación y comunicación de nuestros
amigos y confederados.
sólo quedaban dos opciones: Un desafío personal que lanzaba a Francisco I o la guerra83.
Tras este ultimátum que dio el Emperador al Rey de Francia, el cual tenía una vigencia
de 20 días, Carlos V se reunió con los embajadores del Cristianísimo, repitiéndoles lo
declarado en un ambiente más privado84.
El Papa concluyó por dar la razón a Carlos V, ofreciéndose para buscar una solu-
ción pacífica al conflicto entre ambos monarcas y declarando que se mantendría neutral
y dispuesto a mediar para restablecer la paz, lo que restó la eficacia deseada al discurso
del Emperador, quien buscaba ante todo el apoyo y alianza del Pontífice85. Esta fue una
acertada e inteligente decisión de Paulo III, quien no se arriesgaba a decantarse por un
bando que, dependiendo del desarrollo de la guerra, hubiese podido acarrear graves con-
secuencias a su pontificado.
Tras la reunión con los embajadores franceses el 18 de abril, Carlos V envió desde
Roma a la Emperatriz Isabel una carta en la que le remitía las cuestiones tratadas:
“(…) Su Santidad nos persuadió mucho a la paz. Ofreciendo que se emplearía en encaminarla
todo cuanto pudiese, y que así por lo que debía su dignidad como por hacer mejor oficio en
ello, quería ser y quedar neutral. (…) No se movía de esta resolución, no le quisimos apretar
más adelante; antes entendimos solamente en los medios de la dicha neutralidad, (...) y es que
Su Santidad no se entremeterá ni dará favor en la guerra por la una parte, ni por la otra, y
guardará las plazas y fuerzas de las tierras de la iglesia sin dejar entrar en ellas las fuerzas
del uno ni las del otro y no moverá directa ni indirectamente cosa ninguna en Italia contra los
potentados de ella, y tampoco nos estorbará como quiera que sea la observancia y efecto de la
Liga hecha por la defensión de Italia. (…) Y cuanto lo que toca a la dicha paz y a los términos
en que el negocio se halla, considerando los daños que de la guerra se seguirían a la República
Cristiana y no queriendo dejar de hacer por nuestra parte todo lo que honestamente para esto
se pueda, hemos declarado que somos contentos de tratar del Estado de Milán para el señor
de Angulema, hijo tercero del Rey de Francia, con medios y seguridades convenibles, las cuales
hemos dicho a Su Santidad, tan justificadamente que ha mostrado contentamiento. Y por no
hallarse aquí persona de parte del dicho Rey de Francia que tuviese poder suyo para tratar, y
viendo allende de esto que sus embajadores se han parado en saber ante todas cosas si nos
trataríamos del dicho Estado de Milán para el Duque de Orleans, hijo segundo del Rey de
Francia, dejando al padre el usufructo de aquel estado durante su vida (…). Y también importa
83 Ochoa Brun, Miguel Ángel., Historia de la diplomacia española, Vol. 5, pp. 242-244, y Usunáriz, Jesús María.,
España y sus tratados internacionales, pp. 117-118.
84 El discurso de Carlos V en Roma de 1536 se halla recogido y analizado monográficamente en Cadenas y Vicent,
señaladamente para con los potentados de Italia, los cuales todos son de nuestra parte, y ma-
yormente con los venecianos, con sabiduría y consentimiento de los cuales hemos condescen-
dido a tratar del dicho Estado de Milán para el dicho señor de Angulema y respondiendo en lo
que toca a la paz lo que arriba esta dicho”86.
“El dicho Cardenal de Lorena nos alcanzó, viniendo él de vuelta de Roma (…) Tornamos a
hablar en lo de la paz, conforme a lo que primero había dicho, y nuestra respuesta es la misma
sustancia que arriba está dicho. Finalmente persistió en que resoluta y determinadamente le
dijésemos si queríamos tratar del dicho estado de Milán para el dicho Duque de Orleans, por-
que él, como antes nos había dicho, no tenía comisión de hablar de otra cosa. Y le respondimos
que no por las causas que están dichas (…). A XI del presente se cumplirán los XX días que en
Roma señalamos para que el Rey nos respondiese a las cosas que allí ofrecimos, como habrá
visto, y los cinco días que prorrogó nuestro embajador por lo que le escribimos. (…) Y no
habiendo el dicho Rey de Francia respondido dentro de los XXV días, nos quedamos libres
para hacer lo que viéremos convenir”88.
Ni las visitas del Cardenal de Lorena a Carlos V o del Embajador imperial Jan
Hannart a Francisco I tuvieron éxito, lo que desembocó en el fracaso de las negociaciones.
Paulo III también fracasó en sus intentos, y con el rechazo de Francisco I al ultimátum
del Emperador y la expulsión de su Embajador Hannart, se inició la guerra89. Aunque la
historiografía clásica fija el inicio de esta el 3 de abril de 1536, con la declaración oficial
de Francisco I hecha tras la toma de Turín, el conflicto bélico no se inició realmente hasta
la desestimación del ultimátum imperial en mayo por los franceses. Esto se refleja en la
correspondencia estudiada, ya que el propio Carlos V habla de evitar la guerra y alcanzar
una solución pacífica posteriormente a las acciones francesas en Saboya entre febrero y
abril, por lo que si bien han de incluirse en el conflicto, deben ser consideradas como
acciones previas y no el inicio de la guerra de 1536, ya que así fue entendido por los
contemporáneos90.
Paulo III no había dejado de mover la diplomacia durante toda la guerra para llegar
a una pronta solución pacífica, enviando a los Cardenales Agostino Trivulzio a Francisco
I y a Marino Caracciolo a Carlos V, pero sus intentos fueron baldíos. Esto mismo se
aprecia por la respuesta del propio Emperador a dichos Cardenales en una carta del 9 de
julio de 1536:
90 La invasión de Saboya ha de incluirse, junto con el conflicto por Milán, entre las causas del estallido de la guerra de
1536, no considerarse como el inicio de la misma.
91 Usunáriz, Jesús María., op. cit., p. 119, Fernández Álvarez, Manuel., Política mundial de Carlos V y Felipe II, pp.
“(…) Por los ofrecimientos que postreramente yo hice en Roma, los cuales no solamente no
han sido aceptados por el Rey de Francia, dentro del tiempo entonces señalado, ni aún jamás
después, antes ha continuado de mal en peor en la guerra, que de nuevo había comenzado,
haciendo todo extremo de poder para ocupar lo que quedaba de las tierras de mi primo y
cuñado el Duque de Saboya, y destruirlas, quemarlas y asolarlas, habiendo echado de su Corte
a mi Embajador, publicando en su reino la guerra contra mí de un día para otro, y, por decir
la verdad misma, nos ha invadido como enemigo y saqueado algunas de mis tierras de Flandes;
Por donde cada uno puede bien entender cómo además de lo que había sido ya desde Roma
tan provocado y forzado a la guerra, he sido después, sin poder evitar, constreñido a ella (…).
Y no obstante esto, si el dicho Rey de Francia quisiere (…) yo soy aún muy contento y estoy
inclinado de tenderle dicha paz (…). Y suplico a Su Santidad que quiera tomar esta mi res-
puesta con todo lo demás que yo os he dicho largamente, a la mejor parte, y entender y consi-
derar bien que siendo yo, como dicho es, tan provocado y forzado a la dicha guerra, y metido
y puesto en ella por el dicho Rey de Francia, no puedo ni debo dejar de, defendiéndome y
satisfaciendo, hacer lo que por derecho y exigencia de la guerra se requiere, como yo hallare
y viere convenir”94.
94
Fernández Álvarez, Manuel., Corpus documental de Carlos V, Vol. I, pp. 510-511.
95 La muerte del Delfín de Francia, heredero al trono de Francisco I, se produjo el 10 de Agosto de 1536. Esto suponía
que Enrique, Duque de Orleans, pasaba a ser el nuevo Delfín, por lo que Carlos V nunca aceptaría la investidura de
Milán en él, si bien tampoco la había aceptado antes. Por ello la candidatura del Duque de Angulema, nuevo Duque de
Orleans, era la única posible para hallar un acuerdo entre ambas partes, aunque la propuesta francesa de finales de
agosto de 1536 también fue desestimada por el bando imperial (Usunáriz, Jesús María., España y sus tratados
internacionales, p. 120).
96 En tres de las obras consultadas la muerte de Antonio de Leyva se fija en días distintos, el 7, 10 y 13 de septiembre
de 1536. Por ello, ante la diversidad de opiniones, lo mejor es no decantarse por ninguna en concreto, ya que en el resto
de fuentes consultadas no aparece información para corroborarlas (Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio., Milán y el
legado de Felipe II, p. 61, Cadenas y Vicent, Vicente de., El Milanesado, p. 107, y Ochoa Brun, Miguel Ángel., Historia
de la diplomacia española, Vol. 5, p. 250).
a Roma y era el español que mejor conocía los asuntos italianos, habiendo sido también
el primer gobernador, tanto español como italiano, del Estado de Milán bajo los Habs-
burgo, por lo que su muerte fue una importante pérdida para Carlos V97.
Leyva había sido cesado de su puesto el 1 de agosto de 1536 por Carlos V y sus-
tituido por Caracciolo, ya que se hallaba en Provenza dirigiendo el ejército, lo que no
impidió que se quejase de ello al Emperador, y tras su muerte Alfonso de Avalos, Mar-
qués del Vasto, fue quien obtuvo el mando del ejército imperial, siguiendo Caracciolo en
su puesto de gobernador hasta su muerte, acaecida en enero de 153898. Esta separación
de competencias administrativas y militares en el Estado de Milán entre Caracciolo y del
Vasto dificultó en gran parte la dirección de la guerra y creó una situación de bloqueo en
la cúpula del poder debido a que el Marqués del Vasto y el Cardenal Gobernador man-
tuvieron un enfrentamiento casi permanente en materias de alojamiento y manutención
de tropas, así como sobre la gestión de la hacienda99.
Al final del verano de 1536 concluían las campañas militares del bando imperial,
regresando el ejército, encabezado por Carlos V, de Provenza a Italia, lo que comunicaba
al Conde de Cifuentes, su Embajador en el Vaticano, el 5 de septiembre de 1536, reite-
rando el Emperador en la carta que se vió obligado a ir a la guerra por las acciones fran-
cesas y la invasión de Saboya:
“(…) Nos determinamos a hacer la guerra en su reino, así por estas partes como por las de
Flandes (…). (…) No se puede juzgar ni entender por ahora lo que el dicho Rey de Francia
querrá hacer, después que entienda nuestra vuelta en Italia, mas si pensase enderezar sus fuer-
zas a ella, esto querríamos más que por ninguna otra parte, esperando con ayuda de Dios
alcanzar de él allí la razón que aquí no se ha podido, aunque se le ha hecho mucho daño y
vergüenza por haberse encerrado (…)”100.
Carlos V intenta justificar su retirada como medida defensiva que serviría para
ganar la guerra en Italia si Francisco I se decide a atacar, aunque deja ver de manera leve
su descontento con la campaña de Provenza, de la que esperaba mucho más. La situación
de tablas entre ambos bandos hacia finales de 1536 llevó a la búsqueda de una solución
administrativas del cargo de Gobernador en el Estado de Milán se dan algunas pinceladas a lo largo de este capítulo.
100 Fernández Álvarez, Manuel., Corpus documental de Carlos V, Vol. I, pp. 521-524.
pacífica del conflicto en 1537, siempre con la insistencia del Papa como relata Carlos V
al Cardenal Caracciolo:
“Don Carlos por la divina clemençia Emperador de los Romanos, Augusto Rey de Alemania,
de las Españas, de las dos Siçilias (…), Muy Reverendo muy charo padre Cardenal Carazolo
nuestro gobernador en el Estado de Milán (…).
El nuncio de Su Santidad que vino los días passados de Roma para residir cerca de nos, revo-
cando asy el que hasta aquí tenia, nos ha hablado de su parte que Su santidad con la affection
que ha tenido y tiene de entender en el tractado de la paz entre nos y el Rey de Francia por que
se evitasse la guerra en la Christiandad, y se pudiesse atender mejor a la deffensión y resis-
tençia y expulsión de los enemigos de la fee havía querido interponer en ella su interçession
para concluirla y usar sy fuesse neçessario de su auctoridad y de la sede apostólica haciendo
la declaraçion que le pareçeria justo, a lo cual continuando en la voluntad que syempre have-
mos tenido a la dicha paz por benefiçio de la Christiandad y evitar los daños que se siguen de
la guerra, como se ha conoscido por las justificaçiones que antes de agora tenemos hechas,
havemos respondido y respondemos offreciendo y assegurando que por nuestra parte nos por-
nemos como lo haremos en todo deber y razón segund hasta aquí nos havemos puesto para
conseguir la dicha paz siendo firme y assegurada como conviene a la Christiandad y a Italia,
que es lo que en esto havemos syempre pretendido y pretendemos, syn buscar algund yntersse
propio, de manera que por nuestra parte no ha quedado ny quedará la dicha paz y adelanta-
miento della con que el dicho Rey de Françia se haya de fiar y reçibir de nos las seguridades
neçessarias para cumplimiento de lo assentado, y nos no del, porque de otra no se podría hazer
paz conveniente ny segura para beneficio de la Christiandad y de Italia.
Después es llegado de Flandes Cornelio Sceppero, nuestro secretario embiado a nos por la
Serenisima Reyna María, nuestra hermana, a darnos razón de la tregua que se assentó entre
el delfín de Françia y el capitán general de nuestro exercito que alla teníamos, como havreys
entendido con las causas que huvo para hazerla y para que sy fuessemos servido la ratificáse-
mos dentro del tiempo de tres meses que para esto se declaró. La tregua es solamente absti-
nençia de guerra por aquellas partes por diez meses fundada por evitar la effusion de sangre
y daños que della se seguían y para tractar por medio della de la paz y por muchas razones, y
entre otras porque el çerco de Tervana sobre la cual estava nuestro exerçito, aunque la tenían
apretada no podía dexar de ser largo por estar muy proveída de gente y las otras cosas neçesa-
rias. Y ya en aquella tierra començava a llover y cargavan las aguas, y la gente padesçia y no
lo sufría bien y los alemanes pedían condiçiones que no se podían cumplir por entonçes con
otras muchas difficultades con parescer de todos los de nuestro consejo ministros y servidores
de allá la Reyna nuestra hermana consintió a la dicha tregua y nos embia a pedir que la rati-
fiquemos y syendo ya hecha lo havemos tenido por bien y havemos mandado despachar nuestra
ratificaçion della. De Monçon a quinze de septiembre MDXXXVII años”101.
101
AGS, E, Legajo 1184/133.
Tras arduos esfuerzos, los intentos pacificadores de Paulo III dieron sus resultados
al lograr convocar a los dos contendientes en Niza, a donde él también acudió, iniciándose
las conversaciones el 31 de mayo de 1538104. El lugar de la reunión no fue fácil de esta-
blecer por los recelos de Francisco I, como se aprecia en el siguiente fragmento de una
carta del Marqués de Aguilar a María de Hungría:
“(…) La Majestad Cesárea (…) ofreció venir en Italia, en parte donde su imperial persona y
el dicho rey se pudiesen avocar en presencia de Su Santidad, para que fuese juez de esta causa
(…) lo cual, atendido por Su Santidad y que el Rey de Francia ponía dificultades en venir a
Piamonte (…) determinó Su Beatitud que el avocamiento y lugar para tratar esto fuese Niza,
donde el dicho Rey no podría tener la excusa y dificultad que ponía para venir en Piamonte,
pues casi estaba en su reino y casa. De lo cual la Majestad Cesárea fue muy contenta, por venir
más brevemente a la conclusión y asiento de la paz (…)”105.
Una vez fijado el lugar, y habiendo llegado allí los implicados, se desarrollaron
las conversaciones de paz, dificultadas porque ninguno de los dos monarcas cedía en la
cuestión del Estado de Milán106. Ante el bloqueo de las negociaciones Paulo III propuso
una tregua que se firmó en 18 de junio de 1538 por diez años. Entre las cláusulas acorda-
das están las siguientes:
“Primeramente que entre su majestad imperial y real, (...) es hecha, concluida, ajustada, acor-
dada y tomada buena, segura, verdadera, firme y leal tregua, abstinencia de guerra y cese de
armas entre los dichos señores Emperador y Rey (...), en todos los lugares y partes (...). Y
durante ella (...) quedarán todas las cosas en el estado que están, en la posesión y goce, cada
uno como respectivamente tienen, y que por el tiempo y término de diez años, a comenzar desde
102
Lapeyre, Henri., Las monarquías europeas del siglo XVI, p. 80, y Ochoa Brun, Miguel Ángel., Historia de la
diplomacia española, Vol. 5, pp. 250-251.
103
Ochoa Brun, Miguel Ángel., op. cit., pp. 251-252.
104
El documento íntegro de la Tregua de Niza se halla transcrito en Usunáriz, Jesús María., España y sus tratados
internacionales, pp. 121-122.
105
Fernández Álvarez, Manuel., Corpus documental de Carlos V, Vol. I, p. 537.
106
El 9 de mayo de 1538 llegó el Emperador a Niza, poco después Paulo III y finalmente Francisco I el 2 de junio.
Los intentos de negociación para acabar con los puntos de litigio continuaron du-
rante el año 1538, reuniéndose Carlos V y Francisco I en Aiges-Mortes entre el 14 y el
16 de julio, aunque fueron más bien unas jornadas amistosas que de negociación 109. En
ellas no se llegó a pasar de gestos de amabilidad y “amistad”, sin lograr avanzar en lo
acordado en Niza, quedando aún sin resolver la situación que había llevado a la guerra110.
Este entendimiento Habsburgo-Valois, aunque se demostró factible hasta 1540, se asen-
taba sobre bases precarias y, a excepción de la política en Oriente, ambos monarcas se
encontraban enfrentados en estos momentos por la cuestión de la sucesión de Güeldres y
la política en Italia, en concreto por Milán111. Cuando estalló la rebelión de Gante en
noviembre de 1539, Francisco I ofreció a Carlos V pasar por Francia, produciéndose un
notable acercamiento112. Este hecho hizo que inevitablemente Carlos V tuviese que aban-
donar la Península Ibérica con urgencia, decidiéndose a pasar por Francia por ser el ca-
mino más corto y no rechazar la invitación de Francisco I. Para ello pidió al Rey de Fran-
cia ciertas seguridades, que este le concedió, entre las que se destaca el establecimiento
de aquel viaje únicamente como de tránsito, evitando tener que negociar y comprometerse
ante posibles presiones francesas113. El viaje no fue bien visto por todos, ya que algunos
miembros del consejo del Emperador desconfiaban de Francisco I, pero se realizó con
éxito y un gran agasajamiento a Carlos V, “amistad” entre tan viejos rivales que sorpren-
dió al resto de Europa114.
Eso sí, antes del viaje Carlos V buscó dejar las cosas bien atadas en los Reinos
Hispánicos y en Milán, sobre todo por sus largas ausencias en los primeros. En los reinos
peninsulares dejó a su hijo Felipe como titular de la regencia, aunque esta fue de carácter
nominal porque contaba sólo con doce años y la Emperatriz Isabel había fallecido el 1 de
mayo de 1539, siendo el Cardenal Tavera el gobernador efectivo115. Mientras en Lom-
bardía Alfonso de Avalos, Marqués del Vasto y Comandante Supremo de las tropas im-
periales en el norte de Italia, había asumido el cargo de Gobernador de Milán. Esto suce-
dió por orden imperial en 1538, tras la muerte del Cardenal Caracciolo, aunque el propio
Senado de Milán había mostrado su preferencia para que fuese designado en tal puesto:
Essendo piacciuto all omnipotente Dio levarne il Rmo. Sr. Cardenale Carracciolo, quale V.
Mta. ne havena con satisfattione nostra dato governatore, la citta universalmente ne ha sentito
110 Usunáriz, Jesús María., op. cit., p. 122, Ochoa Brun, Miguel Ángel., Historia de la diplomacia española, Vol. 5, p.
255, y Lapeyre, Henri., Las monarquías europeas del siglo XVI, p. 81.
111 Lapeyre, Henri., op. cit., p. 81.
112 Usunáriz, Jesús María., op. cit., p. 127.
113 Fernández Álvarez, Manuel., “La España del Emperador Carlos V”, en Menéndez Pidal, Manuel., (Coord.), Historia
dispiacere incredibile, come della primatione dun pre (sic.) della patria, nella integrita et bon-
tate del quale si riposava, non havemo voluto mancar de significare a V. Mta. il dispiacer
nostro. Et poiche niuno meglior rimedio puo soccorrere al dolor nostro che di ripotar un suc-
cessore qual sia della medema benivolentia et affettione verso noi, et di autorita con quale possi
remediare allí incomodi nostri, hanno li citadini tra loro discorso, et ad ogniuno e parso che
la persona del Sr. Marchese del Vasto per la dignita, virtu er experientia sua, savia con rag-
gione molto atta a questo governo, et da lui si aspettaria universale contento (…).
Esto suponía que volvían a reunirse un una misma persona las competencias ad-
ministrativas y militares, evitando las disensiones entre los dos cargos y facilitando la
gestión y toma de decisiones en el Stato en caso de que hubiese que maniobrar con rapi-
dez, cargo que el Marqués desempeñó hasta su muerte en marzo de 1546, siendo este un
periodo de suma importancia en la política interior del Estado117.
Del viaje a Gante a través de Francia, entre finales de 1539 y enero de 1540, hay
una cuestión muy interesante que plantea Fernández Álvarez cuando dice que Carlos V
sabía muy bien que la única forma de ratificar la incipiente amista con su antiguo rival
era dándole, de algún modo, satisfacción en aquellos puntos de litigio, refiriéndose a
Milán118. Con esto plantea que previamente al viaje, el Emperador sabía, a pesar de no
querer renunciar a ninguno de sus territorios, que el mantener todas sus adquisiciones
acabaría llevando a la reanudación del conflicto, por lo que la alternativa Milán o Países
Bajos de 1544 tendría sus inicios en dicho momento, lo que se ve confirmado por la pro-
posición de matrimonio de la Infanta María, hija de Carlos V, con el Duque de Orleans,
que incluía los Países Bajos como dote119.
inviable, por lo que entonces se apostó por la proposición citada de casar a la Infanta
María con el Duque de Orleans, el infante Carlos en estos momentos, recibiendo como
dote los Países Bajos, el Franco Condado y el Charolais. Esto fue consultado previamente
a sus hermanos María y Fernando, siguiendo el Emperador adelante a pesar de la oposi-
ción de este último, contrario a desintegrar el patrimonio dinástico. La propuesta de Car-
los V fue expuesta a Francisco I por su embajador en Francia François de Bonvalot, que
incluía además el matrimonio de Maximiliano de Austria, sobrino de Carlos V, con Mar-
garita de Francia y del Príncipe Felipe con Juana de Albret, contando también con la
renuncia del Emperador a Borgoña, la de Francisco I a Milán y la devolución de Saboya
y el Piamonte a su legítimo gobernante. La aceptación de esta oferta suponía para Carlos
V la reunificación del estado borgoñón del siglo XV, con lo que se bloqueaban las ambi-
ciones francesas en el noroeste, la renuncia de Francia a entrar en los asuntos italianos,
quedando el Ducado de Saboya en manos aliadas y Milán bajo su control directo, la po-
sibilidad de controlar la Navarra francesa, por el matrimonio de Felipe con Juana de Al-
bret, y el fomento de una mayor división entre las facciones que apoyaban a los dos hijos
de Francisco I, además de poder hacer realidad los deseos del Emperador de lograr una
paz general en la Cristiandad121.
121 Usunáriz, Jesús María., España y sus tratados internacionales, pp. 127-128, y Fernández Álvarez, Manuel., op. cit.,
pp. 678-679.
122 Fernández Álvarez, Manuel., op. cit., p. 680.
La cesión de Milán al Príncipe Felipe acabó por confirmar la actitud que siguieron
tanto Francisco I como su corte, ya que supuso el fracaso de la política del Condestable
de Montmorency y su progresivo alejamiento del poder, quien encabezaba el bando que
buscaba la paz. Esto llevó a que ambas partes, tanto Francia como el bando imperial, a
intentaran reforzar sus posiciones ante el nuevo choque que ya se veía como inevitable.
Francia buscó afianzar su alianza con los otomanos y venecianos mediante el envío de
diplomáticos, de los cuales destacan Francisco Rincón y Cesare Fregoso, cuyas muertes
a mano de soldados imperiales en 1541 le dieron a Francisco I el casus belli necesario
para declarar la guerra un año más tarde125.
Rincón era un hábil diplomático español que había desertado del servicio imperial
para pasar al bando francés, a cuyas manos estuvieron los contactos con Constantinopla.
Tras regresar a Francia, en 1540 volvió a Turquía para llevar la respuesta de Francisco I,
haciendo el camino con Cesare Fregoso, agente secreto que se dirigía a Venecia. Ambos
atajaron cruzando por Milán, a pesar del riego que suponía, en donde fueron apresados y
123 En realidad no es posible saber a ciencia cierta si Carlos V hubiese sacrificado los Países Bajos para mantener Milán
bajo su control, y es factible pensar que no habría llegado a hacerlo, siendo esta propuesta una mera distracción. Pero
el simple hecho de que se haga esta propuesta muestra la importancia que el Estado de Milán estaba adquiriendo en el
imperio de Carlos V.
124 La investidura se denomina como secreta porque la intención de Carlos V era de mantenerla en secreto, además de
que no tuvo validez pública, aunque fue conocida en los círculos de la alta política europea (Álvarez-Ossorio Alvariño,
Antonio., Milán y el legado de Felipe II, p. 25, e Idem., The State of Milan and the Spanish Monarchy, p. 108). Elton,
Geoffrey Rudolph., Historia del mundo moderno, p. 240, Fernández Álvarez, Manuel., op. cit., p. 680, y Usunáriz,
Jesús María., op. cit., p. 128.
125 Usunáriz, Jesús María., op. cit., pp. 128-129.
ejecutados por los hombres del Marqués del Vasto, desobedeciendo las órdenes imperia-
les. Francisco I se mostró irritado por la muerte de sus agentes y envió quejas y protestas
al Emperador, quien ordenó que se abriese una investigación para castigar a los culpa-
bles126. Pero independientemente de esto el Rey de Francia ya tenía su pretexto para
reanudar el conflicto con Carlos V, aunque la calma se mantuvo hasta el verano de 1542,
como se aprecia en este fragmento:
“(…) lo que hay de nuevo en estas partes es que estamos en buena paz con los franceses (…)
del Piamonte no obstante el suceso de Rincón y Cesare Fregoso de los cuales no se sabe más
(…)”127.
“Su Majestad entrará en esta ciudad mañana domingo. Plegue a Dios que sea en buen signo.
No sé si de aquí irá a Lucca para verse con Su Santidad o si se irá desde Génova con las
Galeras. Su Majestad dicen que no estará aquí sino seis u ocho días a lo más. Dios lo puje y
acompañe, y guarde la vida y ensalce el Estado de Vuestra Señoría como su ilustrísima persona
del de Milán”129.
Una vez en Milán, durante la breve estancia del Emperador, se aprobaron las
Nuevas Constituciones resultantes de la labor de recopilación (…) que estaban reali-
zando el Presidente del Senado Giacomo Filippo Sacchi y cuatro senadores desde que se
lo ordenase el duque Francisco II un año antes de su muerte, recopilación que Carlos V
había permitido que continuase130. Estas Nuevas Constituciones tuvieron una gran impor-
tancia en la política interior del Estado de Milán, ya que atribuían al Senado amplísimas
competencias en materias judiciales y gubernamentales, reduciéndose los poderes del
resto de instituciones locales en favor de este. Suponía esto que también se reducía el
126 Ochoa Brun, Miguel Ángel., Historia de la diplomacia española, Vol. 5, pp. 264-268, y Lapeyre, Henri., Las
monarquías europeas del siglo XVI, p. 82.
127 AGS, E, Legajo 1188/125. Carta de Lope de Soria al Comendador Mayor de León del 20 de agosto de 1541.
128 AGS, E, Legajo 1188/100.
129 AGS, E, Legajo 1188/125.
130 Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio., Milán y el legado de Felipe II, p. 62.
poder del gobernador, de lo cual se quejó años más tarde el Marqués del Vasto en la corte
imperial, tras lo que Carlos V ratificó de nuevo, mediante las “Órdenes de Worms” del 6
de agosto de 1545, los poderes otorgados al Senado y prohibió interferir al gobernador,
al Consejo Secreto y al Gran Canciller en las materias reservadas al mismo, establecién-
dose como el órgano más importante en la administración del Stato131.
Tras su paso por Ratisbona, Trento y Milán, Carlos V se dirigió a Génova para
embarcarse en las galeras dirección Lucca, donde se había concertado la entrevista con
Paulo III, llegando allí el 10 de septiembre132. La entrevista no fue fructífera y únicamente
sirvió para fijar el Concilio ecuménico en la ciudad de Trento y para que el Papa se com-
prometiese a mediar entre Francia y la Monarquía Hispánica a fin de mantener la tregua.
De estos intentos de Paulo III no se logró ni la aceptación del Concilio por parte
de Francisco I ni una solución al tema Saboya-Milán, ya que ninguna de las dos partes
cedía, aunque el Rey Cristianísimo se comprometió a no atacar a Carlos V mientras este
estuviese luchando en Argel. Realmente este compromiso de Francisco I se debía a que
ese tiempo le era de gran ayuda para acabar sus preparativos bélicos y cerrar sus alianzas
antes de declararle la guerra a Carlos V133. Entre estas alianzas se hallaban los turcos,
reafirmada en marzo de 1542, el Duque Guillermo de Clèves, enfrentado al Emperador
por la herencia de su tío Carlos de Egmont, Duque de Güeldres, Jacobo V, Rey de Esco-
cia, así como Dinamarca y Suecia, formalizando con Cristián III, Rey de Dinamarca, las
relaciones el 29 de noviembre de 1541134. La alianza con Venecia no fue fructífera, a
pesar del gran interés que tenía para franceses y turcos, pero sí se logró, con la mediación
francesa, que la Serenísima y los otomanos firmaran la paz en octubre de 1540, quedando
los segundos libres para luchar con su aliado galo, negociaciones de las que hace eco
Lope de Soria135.
131 Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio., op. cit., pp. 61-62, e Idem., The State of Milan and the Spanish Monarchy, p.
107. Para los diferentes órganos y cargos del Estado de Milán véanse Signorotto, Gianvittorio., Milán español: Guerra,
instituciones y gobernadores durante el reinado de Felipe IV, La esfera de los libros, Madrid, 2006, y Álvarez-Ossorio
Alvariño, Antonio., Gli humori D´Italia, pp. 305-369. Para un estudio monográfico sobre el cargo de Gran Canciller
véase Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio., “Sombra del gobernador y cuello de la República: El Gran Canciller del
Estado de Milán”, en Mazzochi, Giuseppe., El corazón de la Monarquía: La Lombardia in età spagnola. Atti della
Giornata Internazionale di Studi Pavia, 16 giugno 2008, Ibis, Como-Pavía, 2010, pp. 15-41.
132 Fernández Álvarez, Manuel., La España del Emperador Carlos V, p. 682.
133 Ochoa Brun, Miguel Ángel., op. cit., Vol. 5, p. 268, y Usunáriz, Jesús María., España y sus tratados internacionales,
pp. 130-131.
134 La alianza fue acordada el 17 de julio de 1540 y debía sellarse mediante el matrimonio de Guillermo con Juana de
Albret, sobrina de Francisco I e hija de Enrique, Rey de Navarra, lo cual se llevó a cabo el 14 de junio de 1541.
135 Fernández Álvarez, Manuel., op. cit., p. 681. AGS, E, Legajo 1189/51. En este documento de Lope de Soria también
se hace referencia a los impuestos que se habían recaudado en Milán para financiar y aumentar el número de tropas.
“Ya me parece que no hay que dubdar que franceses no hagan la guerra al presente, pues se
ha començado en el suceso de Maran (…). De Francia, el dicho Rey, ser conçertado con el de
Inglaterra, y que presto se han de ver, y con venecianos (…). Soy también avisado haberse
concertado con Francia el Duque de Urbino (…)”137.
136 Usunáriz, Jesús María., op. cit., pp. 130-132, Ochoa Brun, Miguel Ángel., op. cit., Vol. 5, p. 272, y Fernández
Álvarez, Manuel., op. cit., p. 681.
137 AGS, E, Legajo 1189/6.
138 Fernández Álvarez, Manuel., Carlos V, El César y el hombre, pp. 623-624, e Idem., Política mundial de Carlos V y
Emperador de no haberle restituido lo que era suyo, es decir Milán, y de no haber casti-
gado a los culpables de los asesinatos de Rincón y Fregoso139.
“Ya habréis sabido las demostraciones que se han hecho de querer romper la guerra contra
nos y nuestros reinos y señoríos, y lo que hemos proveído para la observación de ellos. (…)
Ahora tenemos nuevas que se hace grueso juntamiento de gente y forman ejércitos para venir-
nos a ofender, de lo cual tenemos aviso de todas partes, y que se acercan a las fronteras de
Navarra y Perpiñán, aunque cargan más a la de Perpiñán, con esperanza de las fuerzas del
Turco que esperan por la mar (…). He mandado proveer que las dichas fronteras de Perpiñán
y Navarra, y también Fuenterrabía y San Sebastián, se pongan en orden y fortifiquen para su
defensa y resistencia de los enemigos, y están provistas de artillería, municiones, bastimentos
y otras cosas. Además de la gente que en ellas estaba he mandado que se ponga en ellas más
gente de nuevo, y porque viniendo tan poderosos adversarios, conviene que así sea la resisten-
cia y socorro que se ha de hacer (…)”140.
Francisco I se lanzó a la guerra en tres frentes diferentes (el Rosellón, los Países
Bajos y Lorena e Italia), aunque esta campaña de 1542 destaca por las incoherencias y el
poco sentido táctico que demostraron los franceses141. El frente principal fue el del Rose-
llón con el objetivo de tomar Perpiñán, plaza cuya defensa había sido preparada por el
Duque de Alba, quien logró mantenerla y defender de la frontera catalana.
Hay que decir que la actuación imperial durante este año fue meramente defen-
siva, si bien sus resultados no fueron ni mucho menos malos, lo que pone de relieve los
problemas tácticos del ejército francés a la hora de tomar las ciudades fortificadas. Esto
se explica en el estudio de Geoffrey Parker sobre El ejército de Flandes y el camino es-
pañol, en el cual se expone que los avances en la arquitectura militar defensiva, en con-
creto la llamada trace italienne, modificaron totalmente las técnicas de sitio y los modelos
de guerra ofensivo-defensivos, sólo pudiendo ser conquistadas las ciudades mediante un
139 Fernández Álvarez, Manuel., La España del Emperador Carlos V, p. 690, Elton, Geoffrey Rudolph., Historia del
mundo moderno, p. 240, Lapeyre, Henri., Las monarquías europeas del siglo XVI, p. 82, y Ochoa Brun, Miguel Ángel.,
op. cit., Vol. 5, p. 269.
140 Fernández Álvarez, Manuel., Corpus documental de Carlos V, Vol. II, pp. 78-79.
141 Fernández Álvarez, Manuel., La España del Emperador Carlos V, p. 690, Lapeyre, Henri., op. cit., p. 82, y Ochoa
bloqueo total, como el de Julio César en Alesia142. Por ello era necesario aumentar el
número de efectivos en los ejércitos, hecho que comienza a producirse a partir de la dé-
cada de 1530, lo que explica el fracaso de Francisco I en la toma de Perpiñán en 1542, a
pesar de la buena preparación de su campaña y lo efectivos de que disponía143.
En los Países Bajos la campaña tuvo mayores éxitos al lograr el Duque de Orleans
tomar Luxemburgo y su capital, así como las acciones del Duque de Clèves, quien puso
en jaque Flandes al sitiar Amberes y Lovaina, aunque no logró tomarlas. Pero las rencillas
entre los dos hijos de Francisco I, el Delfín Enrique, que dirigía el sitio de Perpiñán, y
Carlos, Duque de Orleans, hicieron que este último se dirigiese a Narbona, donde el Cris-
tianísimo tenía su cuartel general, a fin de participar en el frente principal. Esta maniobra
fue contraproducente, ya que el Príncipe de Orange aprovechó el momento para recuperar
los territorios perdidos por el bando imperial144.
Italia fue el otro frente sobre el que se lanzó la ofensiva francesa de aquel año, en
concreto sobre Milán, donde se buscó desbaratar las defensas del Marqués del Vasto,
acciones de las que sólo destacan la toma de Cherasco y el sitio a algunas plazas meno-
res145. Pero que los franceses no consiguiesen éxitos en Lombardía no significó que la
defensa fuese fácil, ya que como respondía el Marqués del Vasto a una carta para que
hiciese más esfuerzos:
“(…) Es ya imposible poder ya hacer milagros, y si de ahí no viene ayuda Dios sabe cómo
pasará, porque del Estado de Milán no se puede sacar ya más de lo sacado (…)”146.
Del Vasto incluso llega a decir en la carta que ya tengo empeñada mi plata y joyas,
lo que muestra la necesidad de recursos que había en Milán para poder aguantar en caso
142 La “trace italienne” se refiere a un conjunto de medidas defensivas desarrolladas por los arquitectos militares, entre
las que se encontraban la sustitución de la piedra por ladrillos y cascote en las murallas, ya que estos materiales
absorbían mejor los proyectiles, el bajar la altura de los muros, ya que así resistían mejor la artillería, y rodear a las
murallas con fosos anchos y profundos a su vez a menudo protegidos por nuevas construcciones, ya que así se alargaba
la distancia desde la cual se podían utilizar los cañones, reduciendo su potencia.
143 Parker, Geoffrey., El ejército de Flandes y el camino español: La logística de la victoria y derrota de España en las
guerras de los Países Bajos, Revista de Occidente, Madrid, 1976, pp. 39-45.
144 Fernández Álvarez, Manuel., Carlos V, El César y el hombre, p. 636, e Idem., Política mundial de Carlos V y Felipe
II, p. 104.
145 Fernández Álvarez, Manuel., La España del Emperador Carlos V, p. 692.
146 AGS, E, Legajo 1189/23. Carta del 7 de agosto de 1542.
de que la guerra durase mucho tiempo, recomendando del Vasto se trate de negociar con
los franceses en pro de la paz147.
Ante esto Carlos V, y con insistencia de su hermana María para que se dirigiese
de nuevo a los Países Bajos, inició los preparativos de una nueva campaña que se desa-
rrollaría atacando a Francia desde su frontera oriental con el Imperio. Para poder dirigir
tal operación el Emperador debía dejar regente en los reinos de la Península Ibérica, eli-
giendo evidentemente a su hijo Felipe, que ya lo había hecho tras su partuida a Gante en
1539, aunque con la diferencia de que el príncipe ya contaba con dieciséis años y podía
comenzar a asumir las tareas gubernamentales. A fin de poder desarrollarlas correcta-
mente Carlos V dejó con su hijo a algunos de sus mejores ministros, como el Cardenal
Tavera, para el gobierno de la Península, Cobos, en materias de finanzas, Loaysa, para
los asuntos de Indias, el Duque de Alba, para la guerra, y Don Juan de Zúñiga, como su
hayo, exceptuando Granvela a quien llevó consigo por sus grandes conocimientos de las
cortes y materias internacionales149.
“Y así yo me embarqué luego y llegué casi con ellas a Génova. Y ya allí nos esperaban el
Marqués del Vasto y otros nuestros servidores y aficionados. El Duque de Castro ha venido
(…) también había estado con el Papa, mostrando él que deseaba que en ninguna manera
pasásemos sin verlo (…). Y finalmente, habiendo dado a entender y esperando que Su Santidad,
sufriéndolo su disposición, se esforzaría a venir a Parma, que es cerca de Cremona, de este
Estado y poco apartado de nuestro camino y no mucho fuera de propósito para poder ir a él y
estar con seguridad con la gente que llevaremos en nuestra guarda y acompañamiento, dijimos
que viniendo Su Santidad allí miraríamos cómo podríamos ir”152.
Busseto, pequeña localidad situada entre Cremona y Parma, fue el lugar acordado
para la entrevista que se desarrolló entre el 21 y el 25 de junio de 1543. Hay que decir
que las relaciones entre Paulo III y Carlos V no atravesaban por su mejor momento, ya
que el Emperador estaba molesto por la insistencia del Papa de hallar una solución con
Francia y por la “neutralidad” de éste, siendo Francisco I quien había iniciado de nuevo
la guerra y ponía en peligro la paz de la Cristiandad, además de aliarse con el Turco.
Carlos V rechazó la oferta del Pontífice en mediar en pro de la paz, ya que estaba resuelto
a continuar la contienda a fin de remediar el daño infligido por los franceses, aunque lo
que destaca de dicha entrevista fue el tema de la venta del Estado de Milán153:
“(…) El Papa, nos hizo decir y proponer por el Marqués del Vasto que si quisiésemos dar la
investidura del Estado de Milán al Duque de Camarino, Su Santidad nos daría dos millones de
oro en contado, por las necesidades y cosas que se nos ofrecen, y un censo cada año, signifi-
cando que haciendo esto se podría también juntar al dicho Estado Parma y Plasencia, y que-
dando las fuerzas en nuestro poder (…)” 154.
Esta primera oferta del Pontífice se debía a su deseo nepotista de incrementar los
estados de sus descendientes, en concreto del Duque de Camerino, Octavio Farnesio, su
nieto. El Papa se comprometía a pagar dos millones de ducados en oro y a dejar el control
de las plazas fuertes del estado en manos de Carlos V, mientras que Octavio obtendría la
151 Fernández Álvarez, Manuel., Carlos V, El César y el hombre, pp. 643-644. Carta de Carlos V a Felipe II del 19 de
junio de 1543.
152 Fernández Álvarez, Manuel., Corpus documental de Carlos V, Vol. II, pp. 125-126.
153 Fernández Álvarez, Manuel., La España del Emperador Carlos V, pp. 704-706.
154 Fernández Álvarez, Manuel., Corpus documental de Carlos V, Vol. II, p. 126.
investidura como de Duque de Milán con su esposa, Margarita de Parma, hija del Empe-
rador155. Era una oferta bastante tentadora ante la necesidad de ingresos de Carlos V para
financiar la guerra, además de que podía suponer la alianza con el Papado y la pacifica-
ción de Italia. Pero Milán era un territorio muy importante coma para tomar la decisión a
la ligera, como le comenta a su hijo:
“Y habiendo entendido el ofrecimiento, y pensado y mirado bien en ello, y con parecer del
dicho Marqués del Vasto y otros servidores y criados nuestros, le hicimos responder que como
quiera que el negocio fuese tan grande e importante, y no lo hubiésemos pensado, y hubiese
muchas y muy grandes razones que repugnan la disposición del dicho Estado, aunque pudiese
haber otras por las cuales pareciese que podría ser conveniente, y para tratar de ello si la
hubiésemos de hacer, no nos queríamos resolver ni nos resolveríamos sin comunicarlo primero
y tener parecer del Serenísimo Rey de los Romanos, nuestro hermano, y de la Serenísima Reina
nuestra hermana, y de los del nuestro Consejo de España que estaban cerca de vos, los cuales
siempre han sido de opinión y parecer que por medio de este Estado se podría establecer la
paz con el Rey de Francia; Todavía nos holgaríamos de entender particularmente todo lo que
Su Santidad querría ofrecer y hacer mirar, examinar y deliberar con parecer de los que se han
dicho, y con buena consideración y maduramente y despacio lo que en negocio tan grande y
de tanta importancia sería más conveniente. (…) Su Santidad está muy alegre de haberse ad-
mitido la proposición y nuestra respuesta, y que considerando la grandeza del negocio deja de
hablar en ello para tratarlo en presencia”156.
Aunque éste fragmento pertenece a la carta anterior del 19 de junio, dos días antes
del inicio de las entrevistas de Busseto, recoge bastante bien el parecer del Emperador y
lo que le transmitió a Paulo III de que no tomaría ninguna decisión sin consultar a sus
hermanos y al Consejo de Estado. En la misma carta expone Carlos V a su hijo Felipe las
razones a favor y en contra de tal cesión:
“(…) Se dirán aquí las consideraciones principales que en esto ocurren. Primeramente las que
podrían inclinar a tratar de la disposición de dicho Estado, las cuales son el peso, trabajo y
gasto que tenemos y es necesario tener continuamente para la conservación de este Estado
(…). La suma de dinero que se ofrece, la cual para las cosas que tenemos en las manos podéis
bien juzgar si nos sería necesaria (…). Que el Estado se dará según la natura del feudo y
dándolo al Duque de Camarino y nuestra hija, (…) y teniendo hijos de la Duquesa nuestra hija
sucedería en nuestros nietos. Que también sería a satisfacción de los potentados de Italia, por
lo que siempre se ha entendido tener voluntad de que se diese a persona italiana y no poderosa.
(…) Y poniendo el Estado en el Duque, siéndonos hijo, quedando las fortalezas en nuestra
mano, con la orden que se daría, siempre sería como tener nos mismo el Estado. (…) Juntar
155 Usunáriz, Jesús María., España y sus tratados internacionales, p. 132, Ochoa Brun, Miguel Ángel., Historia de la
diplomacia española, Vol. 5, p. 270, y Fernández Álvarez, Manuel., Política mundial de Carlos V y Felipe II, pp. 106-
107.
156 Fernández Álvarez, Manuel., Corpus documental de Carlos V, Vol. II, pp. 126-127.
las ciudades de Parma y Plasencia sería gran fortificación y seguridad del Estado (…) y la liga
que se podría hacer con los potentados de Italia (…) asentarían las cosas y con el tiempo se
podrían hacer muchas que ahora no se pudiesen alcanzar y nos hallaríamos descargado del
gran peso y gasto que tenemos ahora y podríamos mejor atender y proveer en las otras partes.
(…) De la otra parte se considera la cualidad, grandeza e importancia de este Estado (…) nos
trae para las cosas del mismo Imperio y de Italia (…) y también la utilidad para la seguridad
y conservación de nuestro Reino de Nápoles (…). Lo que muchas veces, como sabéis, se ha
considerado que por medio de la disposición de este Estado se podría establecer la paz con el
rey de Francia (…). El mal nombre que podría tener vender el dicho Estado y recibir el dinero
de Su Santidad, que debería gastarse en la defensión y beneficio de la Cristiandad. La sospecha
que de esta negociación y más estrecha amistad entre Su santidad y nos, el Rey de Inglaterra
y los protestantes de Alemania pudiesen tomar. Las dichas consideraciones y otras que puede
haber en la una y otra parte, los del nuestro Consejo de Estado, por sus prudencias las enten-
derán y conocerán mejor que nadie y así os rogamos (…) las miren y examinen muy bien, como
en cosa tan grande se requiere y nos escribáis lo que pareciere sobre esto (…)” 157.
Se recogen aquí perfectamente los puntos a favor y en contra que tenía en mente
Carlos V sobre la cesión de Milán. Es verdad que el dinero de dicha venta le era muy útil,
ante la falta de fondos, para la financiación de la guerra contra Francia, y podía beneficiar
su posición en Italia al eliminar las reticencias de los potentados de allí. Pero también
cabía la posibilidad de que se deteriorase las relaciones con algunos de sus aliados, Ingla-
terra y los príncipes protestantes del Imperio, fuera parte de la importancia estratégica
que tenía Milán como llave de Italia, la necesidad de su control para la defensa de Nápoles
y de los elevados costes, tanto humanos como económicos, que se habían realizado para
su conservación. La respuesta del Consejo de Estado, reunido en Valladolid, fue trasmi-
tida al Emperador mediante una carta de Felipe fechada el 7 de agosto:
“Yo hice luego juntar los del dicho Consejo de Estado, como Vuestra Majestad me lo envió a
mandar, y en mi presencia se leyeron las razones que Vuestra Majestad mandó escribir que
allá se habían mirado y ponderado, así por la parte afirmativa como por la negativa. (…)
Inducen y persuaden a que Vuestra Majestad deba disponer del dicho estado de Milán a favor
del dicho duque de Camarino. (…) En fin, habiendo bien mirado, platicado y discutido todas
las razones (…) parece que las razones de la parte afirmativa que inducen que se disponga de
este Estado de la manera que se platica, son mayores y más fundadas, y que de toda prudencia
se deben escoger y tener por mejores (…)”158.
157 Fernández Álvarez, Manuel., op. cit., Vol. II, pp. 127-129.
158 Fernández Álvarez, Manuel., op. cit., Vol. II, pp. 136-139.
“Y porque después de lo que pasamos sobre esto con Su Santidad en las visitas de Busseto, y
del ofrecimiento de sólo un millón que allí se nos tornó hacer, excusándose que el primero no
había sido con su sabiduría, como habréis entendido por el despacho que os enviamos de
Trento, se ha dejado el negocio así (…)”161.
Al ser el motivo económico lo que más había pesado en el ánimo de Carlos V para
vender el Milanesado se puede entender que las negociaciones fracasasen, ya que los dos
millones que prometió el Papa en un principio se redujeron a un máximo de un millón
doscientos mil ducados, aunque tampoco era esta la única razón. Hay que recordar que
sólo tres años antes, en 1540, el Emperador estaba dispuesto, presuntamente, a dar los
Países Bajos al Duque de Orleans a fin de garantizar la paz con Francia, prefiriendo des-
prenderse de estos estados antes que de Milán, por lo que no es razonable pensar que el
motivo económico tuviese tanto peso. Como recoge Fernández Álvarez la falta de acuerdo
entre Carlos V y Paulo III se debió a que el Pontífice deseaba la total cesión del Estado
de Milán, mientras que el primero no estaba dispuesto perder las plazas fuertes, garantía
para poder seguir manteniendo el control sobre Lombardía y sobre Italia, siendo más fac-
tible pensar que la principal causa del fracaso estuvo en esta desavenencia162.
octubre.
162 Fernández Álvarez, Manuel., La España del Emperador Carlos V, p. 706.
ya que en este momento no estaba dispuesto a perder el control sobre Milán, indepen-
dientemente de quien fuese su Duque, lo que le lleva a rechazar la gran suma de dinero
ofrecida por el Pontífice. Así, a pesar de que la titularidad del Estado de Milán no era en
estos momentos importante para Carlos V, sí lo era su control, evidenciando el carácter
que tenía de llave y piedra angular para el dominio de Italia.
Desde Italia la campaña imperial se dirigió contra el Duque de Clèves, quien tras
ser derrotado en la batalla de Düren, firmó un tratado de paz con Carlos V el 7 de sep-
tiembre de 1543, casándose el Duque con una sobrina del Emperador, hija de Fernando,
y siéndole devueltos sus territorios salvo Güeldres y el Condado de Zutphen, que se inte-
graron a los dominios flamencos de Carlos V, privando los éxitos militares del bando
imperial en Clèves de un aliado importante a Francisco I163. Los franceses desarrollaron
varias campañas militares durante este año, no muy exitosas por cierto, de las que desta-
can el asedio a Niza por parte de la armada franco-turca, cuyas tropas ocuparon la ciudad
el 20 de agosto a excepción de la fortaleza, que resistió hasta la llegada de la ayuda im-
perial, y la captura de Luxemburgo por parte del Duque de Orleans el 10 de septiembre,
fallido intento de ayudar al Duque de Clèves, que tres días antes había firmado la paz con
Carlos V164.
Con la llegada del invierno Carlos V tuvo tiempo de preparar su definitivo ataque
a Francisco I, contando con la colaboración de Enrique VIII165. Se acordó con Inglaterra
la invasión conjunta de Francia para el 20 de junio de 1544, programada desde el 11 de
febrero, mediante un tratado firmado el 31 de diciembre de 1543. Enrique VIII atacaría
desde Picardía y Carlos V desde Champaña para reunirse ambos ejércitos en París, repar-
tiéndose Normandía y Borgoña respectivamente, lo que confirmaba el Emperador al Prín-
cipe Felipe el 14 de febrero desde Spira166:
163 Usunáriz, Jesús María., op. cit., p. 133, Lapeyre, Henri., Las monarquías europeas del siglo XVI, p. 82, y Fernández
Álvarez, Manuel., Política mundial de Carlos V y Felipe II, pp. 107.
164 Ochoa Brun, Miguel Ángel., op. cit., Vol. 5, p. 271, Fernández Álvarez, Manuel., Carlos V, El César y el hombre,
p. 652, Idem., La España del Emperador Carlos V, p. 709, y Elton, Geoffrey Rudolph., Historia del mundo moderno,
p. 240. En ese momento la flota franco-turca se refugió en Tolón el 8 de septiembre de 1543, y aparte del intento fallido
de la toma de Niza sólo destaca la destrucción de algunos enclaves de la costa de Liguria. La conquista de Luxemburgo
fue efímera ya que se recuperó al año siguiente.
165 Recuérdese que tras el deterioro de las relaciones entre Francia e Inglaterra, y gracias también a la muerte de Ana
Bolena y Catalina de Aragón, pudo darse un acercamiento entre Carlos V y Enrique VIII que se confirmó con la firma
del tratado de alianza el 11 de febrero de 1544.
166 Usunáriz, Jesús María., op. cit., p. 133, y Ochoa Brun, Miguel Ángel., op. cit., Vol. 5, pp. 272-273.
“(…) Pero en la empresa que pensamos hacer en Francia este año, de que depende la seguri-
dad de todos nuestros Reinos, Señoríos y Estados como os hemos escrito, lo cual no dudamos
sino que con el ayuda de Nuestro Señor tendrá buen suceso, y que a lo menos traeremos y
forzaremos al Rey de Francia a que venga a lo que sea razón; Porque el de Inglaterra se ha
resuelto en hacer juntar un ejército (…)”167.
Pero el Emperador fue más allá y buscó aislar a Francia en todo el contexto euro-
peo, lo que consiguió mediante el apoyo militar de los príncipes alemanes en la Dieta de
Spira de 1544, teniendo que transigir para ello en la cuestión religiosa, y firmando la paz
con el Rey Cristián III de Dinamarca el 23 de mayo, que ponía fin a un conflicto que
había durado más de 20 años168.
“Por las cartas del Marqués del Vasto (…) hemos entendido el estado en que están las cosas
del Piamonte y Lombardía, y la pujanza que los franceses tienen en aquella parte, y los efectos
que han hecho y esperan hacer, pareciéndoles que con las fuerzas que tienen juntas y con
hallarnos desarmados, por allí podrían conseguir en esta coyuntura alguno de sus propósitos,
que no sólo deben parar en lo del Piamonte y Estado de Milán, (…) para turbar lo de la Tos-
cana, con lo cual, y con el favor y ayuda de la armada, también tornan a amenazar el Castillo
de Niza, Mónaco y Savona, Génova, La Specia y Pomblin y Liorna, y en lo de Nápoles, Sicilia
y las otras islas, es de creer que no perderán la ocasión, si la hallasen. Y así el dicho Marqués
nos ha escrito abierta y claramente, que él no ve forma ni medio de poder hallar ni sacar dinero
de aquel estado, para lo que de presente es menester, por lo mucho que se ha gastado después
que se rompió la guerra, y mayormente el año pasado, pidiéndonos con grande instancia man-
demos luego proveer y enviarle dineros y gente para el breve remedio y resistencia de los
enemigos, encareciendo mucho la importancia de ello”170.
167 Fernández Álvarez, Manuel., Corpus documental de Carlos V, Vol. II, p. 206.
168 Este hecho fue protestado por Paulo III, quien en su breve del 24 de agosto de 1544 exigió la revocación de las
concesiones realizadas a los príncipes protestantes. Usunáriz, Jesús María., op. cit., pp. 133-134, Fernández Álvarez,
Manuel., Política mundial de Carlos V y Felipe II, p. 108, Idem., La España del Emperador Carlos V, p. 709, y Ochoa
Brun, Miguel Ángel., op. cit., Vol. 5, pp. 272-273.
169 Usunáriz, Jesús María., op. cit., p. 134, Elton, Geoffrey Rudolph., op. cit., p. 240, Lapeyre, Henri., op. cit., p. 82,
Fernández Álvarez, Manuel., Carlos V, El César y el hombre, pp. 655-656, e Idem., La España del Emperador Carlos
V, pp. 709-710.
170 Fernández Álvarez, Manuel., Corpus documental de Carlos V, Vol. II, p. 206.
171 Fernández Álvarez, Manuel., Carlos V, El César y el hombre, p. 655, e Idem., La España del Emperador Carlos V,
p. 710.
172 Fernández Álvarez, Manuel., op. cit., pp. 711-712.
173 Fernández Álvarez, Manuel., op. cit., p. 710, e Idem., Carlos V, El César y el hombre, p. 658.
174 Usunáriz, Jesús María., op. cit., p. 134, Elton, Geoffrey Rudolph., op. cit., p. 240, Lapeyre, Henri., op. cit., p. 82,
Ochoa Brun, Miguel Ángel., op. cit., Vol. 5, p. 273, y Fernández Álvarez, Manuel., La España del Emperador Carlos
V, p. 710.
con la guerra se habían iniciado ya en agosto, aunque fue en septiembre cuando se pro-
ducen los encuentros que dieron lugar al tratado de paz175. Carlos V decidió abandonar
su ofensiva sobre París el 11 de septiembre, retirándose a hacia las plazas fuertes tomadas,
donde se iniciaron las conversaciones entre los diplomáticos de ambos bandos. Como no
se llegaba a un acuerdo, el Emperador decidió ocupar Soissons a fin de presionar a los
franceses, dando entonces Francisco I nuevas instrucciones a sus representantes el día 15.
Ello, junto con la toma de Boulogne por parte de Enrique VIII el día 13, apremió al Rey
Cristianísimo a firmar la paz, que se estableció mediante la firma del tratado de Crépy el
18 de septiembre176:
“(…) Os hicimos saber entre las otras cosas que entonces se escribieron, el principio que se
había movido de platicar la paz entre nos y el Rey de Francia. Después nos pasamos adelante
hasta quince leguas de París y la plática se continuó y trató, y ha placido a Nuestro Señor que
se haya concluido, para avisaros de lo cual os escribimos ésta con Don Francisco de Toledo,
gentilhombre de nuestra boca, y la particularidad entenderéis por Idiáquez, que queda despa-
chándose para partir luego, al cual hemos acordado enviar para que como persona que en-
tiende los negocios, y ha intervenido en esto, os dé particularmente razón de ellos, con lo que
más se ofrece y para con él dejamos todo lo demás. Serenísimo Príncipe, sea Nuestro Señor en
vuestra continua guarda. De Crépy, a XX de septiembre MDXLIIII.
“En Crespio, a 19 de septiembrede este año de mil y quinientos y cuarenta y cuatro, se publicó
la concordia y asiento de la paz entre el Emperador y el rey Francisco (…). Los capítulos de
la concordia fueron:
175 Fernández Álvarez, Manuel., Política mundial de Carlos V y Felipe II, pp. 108-109, e Idem., La España del
Emperador Carlos V, p. 710.
176 Braudel, Fernand., El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II, Fondo de Cultura Económica,
México D.F, 1981, vol. II, p. 338, Usunáriz, Jesús María., op. cit., pp. 134-136, Elton, Geoffrey Rudolph., op. cit., p.
240, Lapeyre, Henri., op. cit., p. 82, Ochoa Brun, Miguel Ángel., op. cit., Vol. 5, pp. 273-275, Fernández Álvarez,
Manuel., Carlos V, El César y el hombre, p. 659, e Idem., La España del Emperador Carlos V, pp. 710-714.
177 Fernández Álvarez, Manuel., Corpus documental de Carlos V, Vol. II, p. 280.
178 Chabod, Federico., Carlos y su Imperio, Fondo de Cultura Económica, Madrid, 1992, p. 211.
179 Usunáriz, Jesús María., op. cit, p. 136, y Ochoa Brun, Miguel Ángel., op. cit., Vol. 5, p. 274.
1- Que entre el Emperador Carlos V y Francisco, Rey de Francia, y los demás que quisieren
entrar en esta concordia, haya firme y perpetua paz. 3- Que todo los que desde las treguas de
Niza hasta este día, de una y otra parte, se hubiese tomado, los restituyan, y no puedan sacar
de las fortalezas y lugares más que la comida y tiros que sean suyos propios. 5- Que al Duque
de Saboya se restituyan todas las villas, lugares y fortalezas que le han sido tomadas por cual-
quiera de las partes, y de la misma manera al Marqués del Montferrato y el Duque de Mantua,
Duque de Lorena (…). 7- Que el Emperador y Rey de Francia se junten para la guerra que se
ha de hacer al Turco (…). 8- Que el rey haga cesión y traspasación rata, firme, como la hizo
en la concordia de Madrid y en otras, de cualquier derecho que pretenda tener al reino de
Nápoles, Sicilia, Milán, condado de Asti, (…). Que el rey deje al Emperador y sucesores cual-
quier derecho que pueda pretender en el Ducado de Güeldres y Condado de Zutfania. 9- Que
de la misma manera el Emperador cede y traspasa cualquier acción y derecho que pueda pre-
tender en algún estado y señorío que el rey tenga, excepto el ducado de Borgoña (…). 12- Que
los privilegios antiguos y modernos de ambas partes queden en su fuerza y vigor y antiguo
estado. Y para que esta paz sea perpetuamente firme y estable, el Emperador deje y renuncie
para siempre, en favor del rey y sus sucesores, todo el derecho que tiene o pretende tener en el
Ducado de Borgoña, (…), y que procurará que dentro de cuatro meses, después de publicada
esta paz, su hijo don Felipe, príncipe de España, la apruebe, jure y confirme. 13- Que el Em-
perador, a favor y firmeza de esta paz dé a su hija la infanta doña María para que se case con
Carlos, duque de Orleans, hijo segundo del rey, o a la segunda hija de don Fernando, rey de
romanos, y que declare en esto su voluntad dentro de cuatro meses después de publicada la
paz, y que si el Emperador quisiere casar a su hija con el duque Carlos, les dé los Estados de
Flandes (…) más el ducado de Borgoña y Charolais en dote. Y que entren en la posesión de
sus Estados efectuándose el matrimonio después de los días del Emperador, al duque Carlos y
sus hijos varones, y en vida del Emperador juren los dichos Estados al duque Carlos, y que el
príncipe de España, don Felipe, jure, confirme y apruebe esto. 15- Que el rey Francisco y su
hijo, el delfín, renuncien para siempre y se aparten de cualquier derecho que al Ducado de
Milán tengan o pretendan tener, y al condado de Asti, y que se procure que ocho días después
de la publicación, el delfín y sus hermanos, Carlos, duque de Orleans, y madame Margarita,
confirmen y aprueben esto. 17- Que si el duque Carlos casare con la hija segunda del rey don
Fernando, se dé con ella el Ducado de Milán, con el condado de Asti y todo lo a ellos anejo,
quedando, mientras el Emperador viviere, en su poder el castillo de Milán y de Cremona (…).
21- Que el rey de Francia restituya a Carlos, Duque de Saboya, todas las tierras que le ha
tomado (…).
Firmaron y sellaron la carta de esta concordia el Emperador, el Rey de Francia y los caballe-
ros que la ordenaron y compusieron”180.
Mediante este tratado se buscó poner fin a los puntos de conflicto y litigio que
habían fomentado las pasadas guerras entre Carlos V y Francisco I, renunciando el pri-
mero a sus derechos sobre el Ducado de Borgoña y los Señoríos del Somme, y el segundo
180La paz fue publicada el día 19 de septiembre aunque el tratado se firmó el día 18. Usunáriz, Jesús María., España y
sus tratados internacionales, pp. 140-146.
a sus pretensiones sobre Nápoles, Sicilia, Milán, Flandes y Artois, además de ceder Güel-
dres y Zutphen. También se acordó que el Rey de Francia devolviese los territorios ocu-
pados al Duque de Saboya, la lucha en común contra los turcos, el matrimonio del Duque
de Orleans con una hija de Carlos V o Fernando, Rey de los Romanos, con los Países
Bajos, Borgoña y Franco Condado o Milán como dote respectivamente, la llamada “al-
ternativa181. Finalmente se establecía una clausula secreta por la cual los dos gobernantes
facilitarían la convocatoria del concilio ecuménico, cuya apertura tuvo lugar en Trento el
día 13 de diciembre de 1545, después de haber sido cancelado en 1543 por la guerra182.
La noticia de la paz fue bien acogida en las cortes de los respectivos reinos, en
concreto cabe destacar la alegría en los reinos peninsulares debido a los problemas eco-
nómicos para mantener la continuación de la guerra, aunque una vez se tuvo noticia de
las cláusulas del tratado las cortes de ambos gobiernos lo consideraron negativo para sus
intereses183. Crépy no estableció la paz total en la Cristiandad, ya que no se negoció en
ella el fin de las hostilidades entre Francia e Inglaterra, que Enrique VIII continuo hasta
la tregua en Ardres el 7 de junio de 1546 y la paz del 24 de marzo de 1550, firmada por
Eduardo VI, hijo y sucesor de Enrique184. Tampoco supuso la paz definitiva entre los
Habsburgo y los Valois, a pesar de ser su principal objetivo, aunque el tratado de Crépy
sí que sirvió, como dice Braudel “de base, sin embargo, para una paz estable aunque lo
califique de “forzoso e insincero” y de que sus “combinaciones dinásticas no tardarán
en venirse a tierra”185. Pero independientemente de las intenciones, los hechos nos mues-
tran que permitió mantener la paz, con ciertos matices, durante unos siete años.
181 Este punto de la alternativa de 1544 será desarrollado en profundidad en el próximo epígrafe, pp. 61-67.
182 Usunáriz, Jesús María., op. cit., pp. 133, 140, y Fernández Álvarez, Manuel., Carlos V, El César y el hombre, p.
659-661.
183 Chabod, Federico., Carlos y su Imperio, pp. 111-113, Usunáriz, Jesús María., op. cit., p. 138, y Fernández Álvarez,
Henri., Las monarquías europeas del siglo XVI, pp. 82-83, y Usunáriz, Jesús María., op. cit., p. 159.
185 Braudel, Fernand., op. cit., vol. II, p. 338. Véase también, Cadenas y Vicent, Vicente de., La herencia imperial de
Carlos V en Italia, p. 392, para quien Crépy no establecía una paz duradera, aunque sirvió para parar la guerra.
“Idiáquez llegó a primero del pasado, como se escribió a Vuestra Majestad, del cual entendí
particularmente la salud y disposición con que Vuestra Majestad quedaba, y todo lo pasado en
la entrada y guerra que hizo en Francia este verano, y en la comunicación de la paz y el tratado
y capitulación que se hizo sobre ello, con lo que más se había seguido y el estado y términos
en que estaban todas las cosas a su partida. (…) La Instrucción que Idiáquez trajo acerca de
la alternativa de los matrimonios, que se contienen en el tratado de la paz, sobre que se ha
fundado aquella, vi luego como él llego y entendí del todo lo que en conformidad de ella me
dijo de parte de Vuestra Majestad. (…) Estos días, como lo dejé mandado, se juntaron los del
Consejo de Estado, por cuatro o cinco veces. Y por ser materia de la importancia que era,
siguiendo lo que Vuestra Majestad mandaba por la instrucción que se comunicase y consultase
con los del Consejo de Estado, y las otras personas que se verían convenir para que se consul-
tase y examinase mejor (…). Y así se hizo”189.
Reunidos los miembros del Consejo de Estado por el Príncipe Felipe se dio co-
mienzo a las discusiones sobre la alternativa de cesión de los Países Bajos o Milán,
reuniéndose el consejo unas cuatro o cinco veces mientras Felipe estaba en Madrid con
su hermana María. El Príncipe regresó el 29 de noviembre de 1544, volviéndose a reunir
el consejo en su presencia, reunión en la que se puso de relieve la existencia de dos opi-
niones divergentes que el Príncipe remitió a su padre190:
186 El autor que mejor ha tratado el tema de la alternativa de 1544 es Federico Chabod, por lo que su estudio ha resultado
indispensable a la hora de desarrollar este epígrafe. El análisis de Chabod ha aparecido en diversas publicaciones,
aunque yo me he centrado en la recogida en su obra Carlos V y su Imperio.
187 Aunque en 1540 el Emperador, a pesar de no querer renunciar a ninguno de sus territorios, sabía que mantener todas
sus adquisiciones acabaría llevando a la reanudación del conflicto con Francia, hizo a Francisco I la proposición de
matrimonio de la Infanta María con el Duque de Orleans, la cual llevaría con los Países Bajos como dote, si bien en un
principio también se planteó la cesión del Estado de Milán. Es por ello que Fernández Álvarez dice que la alternativa
Milán o Países Bajos de 1544 tendría sus inicios en la proposición de 1540.
188 Chabod, Federico., op. cit., pp. 212-213, Usunáriz, Jesús María., op. cit., p. 138, Fernández Álvarez, Manuel.,
Política mundial de Carlos V y Felipe II, p.109, Elton, Geoffrey Rudolph., Historia del mundo moderno, p. 240,
Lapeyre, Henri., op. cit., p. 82, y Ochoa Brun, Miguel Ángel., Historia de la diplomacia española, Vol. 5, pp. 276-278.
189 Fernández Álvarez, Manuel., Corpus documental de Carlos V, Vol. II, pp. 300-301.
190 Chabod, Federico., op. cit., pp. 213-214, Fernández Álvarez, Manuel., Carlos V, El César y el hombre, pp. 659-660,
Idem., La España del Emperador Carlos V, p. 715, y Usunáriz, Jesús María., op. cit., p.138.
“Y siendo yo vuelto, sin perder ningún tiempo, se tuvo consejo en mi presencia y quise entender
todo lo que habían conferido y platicado entre ellos y se ternó a platicar y discutir muy larga-
mente. Y lo que todas las veces y consejos que se han juntado, así en mi ausencia como en
presencia, considerando y examinando bien las razones que en la disposición del uno y del otro
de los Estados de Milán o Flandes se apuntaron en la instrucción de Vuestra Majestad, que
verdaderamente son de muy gran consideración y representan muy grandes dificultades e in-
convenientes que de lo uno y de lo otro se podrían seguir, con lo que más sobre ello se ha
mirado, se ha conferido, consultado y platicado, se reduce cuasi en dos opiniones (…)”191.
Hay dos aspectos recogidos en este fragmento que quiero tratar antes de pasar a
analizar las dos líneas de opinión del Consejo de Estado, ya que matizan aspectos que
ayudan a comprender mejor estos hechos. El primero se refiere a la expresión de Felipe
de sin perder ningún tiempo, ya que lo más razonable era que Carlos V intentase alargar
las discusiones sobre la alternativa lo máximo posible a fin de dilatar la decisión, pero en
este caso se debía dar una respuesta a Francia antes de cuatro meses tras la firma de Crépy,
lo que explica la agilidad con la que el Consejo de Estado informó de su decisión, aunque
fuesen dos posturas contrapuestas. Y el segundo tiene que ver con la opinión de los mi-
nistros de Carlos V de la Península Ibérica quienes, al conocer la alternativa, vieron la
paz de Crépy como un tratado desfavorable a pesar de la buena posición que tenía el
bando imperial cuando se negoció, entendiéndose las críticas a éstas cláusulas acordadas
con Francia192. La carta que Felipe manda a Carlos V el 13 de diciembre de 1544 recoge,
a modo de conclusión, el debate que existió en el Consejo de Estado en torno a la alter-
nativa:
“(…) se reduce cuasi en dos opiniones, las cuales son en la sustancia siguiente:
La del Cardenal de Toledo, Presidente del Consejo, Conde de Cifuentes, Comendador Mayor
de Castilla y doctor Guevara es: Que siendo los de Flandes patrimonio tan antiguo de Vuestra
Majestad y Estados hereditarios tan grandes y cualificados y de tan gran importancia como
son y estables, firmes y seguros (…) y que aunque se diesen en dote a la Infante, mi hermana,
casándola con el Duque de Orleans, no obstante que reserve Vuestra Majestad durante su vida
para sí el señorío, teniendo el gobierno, tendría tanta autoridad y respeto y obediencia en ellos
que si, lo que Dios no permita, la Infanta falleciese sin hijos o se desesperase de tenerlos, se
podrá fácilmente alzar con el señorío, con el favor de su padre y hermano, a los cuales aún sin
esperar el dicho caso les podría dar entrada (…). Y cuanto al Estado de Milán, se considera
que este Estado es adquirido nuevamente y no firme ni seguro, sino amovible y que se pasa de
uno a otro, lo ocupa el que más puede, como por experiencia se ha visto, y sujeto a perpetuas
191 Fernández Álvarez, Manuel., Corpus documental de Carlos V, Vol. II, p. 301. Carta del 13 de diciembre de 1544.
192 Chabod, Federico., op. cit., pp. 211-212, Usunáriz, Jesús María., op. cit., p.138, Ochoa Brun, Miguel Ángel., op.
cit., Vol. 5, p. 276, y Fernández Álvarez, Manuel., La España del Emperador Carlos V, p. 714.
guerras, y causa de todas las pasadas, y de los derramamientos de sangre y gastos que se han
seguido a estos Reinos. Y que así lo será en lo venidero, porque el Rey de Francia nunca se
quita de la pretensión y apetito que a él tiene. (…) Sería muy mejor dar a Milán (…).
La opinión y el parecer del Duque de Alba, Conde de Osorno, Comendador Mayor de León y
Vicecanciller de Aragón, es en sustancia que es verdad que los Estados de Flandes son de muy
gran calidad e importancia y patrimonio antiguo y hereditario de Vuestra Majestad y no dejan
de ser provechosos a estos Reinos, para la autoridad y comercio de las mercaderías, aunque
fuera de esto no se puede, por lo que hasta ahora se ha visto, esperar de ellos ayuda ni socorro
de otras cosas para estos Reinos, ni los otros de la Corona de ellos. Y en la gobernación y
conservación de estos estados siempre se han de tener trabajos y gastos, como se ha visto por
experiencia en lo pasado, con gran dificultad se puede gobernar sin la presencia del señor que
resida en ellos, como Vuestra Majestad lo apunta. (…) Que el estado de Milán es muy impor-
tante y necesario, no sólo para la defensión de Nápoles y Sicilia, pero aún para la seguridad y
quietud de estos Reinos y para tener Vuestra Majestad libre el camino de poder ir y venir a
Alemania y Flandes y poder sacar y proveer, así de España, como de Alemania, la gente y otras
cosas que serán necesarias en cualquier tiempo y necesidad que se pudiese ofrecer para la
defensión y conservación de los dichos reinos de Nápoles y Sicilia, y resistir al Rey de Francia.
Y lo que el dicho Estado ha costado, así de dinero como de gente, ha sido muy bien empleado
porque con el medio de él, y con las guerras que en él se han sostenido, se han defendido y
conservado y asegurado los dichos reinos de Nápoles y Sicilia. (…) Fueron de opinión y pare-
cer que como quiera que dar los Estados de Flandes no sería sin grandes inconvenientes, to-
davía parecen menores sin comparación los que en esto hay que los que podría haber en dar
Milán (…).
Esta carta del Príncipe Felipe recoge de manera general los argumentos esgrimi-
dos por ambos bandos, pero Chabod utiliza en su análisis del tema un acta de las discu-
siones del Consejo de Estado, previas al regreso de Felipe, que permite distinguir mejor
la postura de cada uno de los presentes194. No es mi intención en este epígrafe realizar un
análisis tan detallado como el de Chabod, aunque no se pueden obviar algunos de los
aspectos que este autor apunta. Evidentemente la alternativa planteaba una cuestión muy
difícil, ya que independientemente del territorio que se cediese, Países Bajos o Milán,
193 Fernández Álvarez, Manuel., Corpus documental de Carlos V, Vol. II, pp. 301-309.
194 Chabod, Federico., op. cit., pp. 214-215. La minuta que recoge el acta de las discusiones del Consejo de estado sobre
la alternativa de 1544 se encuentra en el AGS, E, Legajo 67/13-16.
había grandes problemas e inconvenientes, siendo el objetivo tomar la decisión que me-
nos daño ocasionase, lo que hacía necesario realizar previamente un análisis global de la
política exterior195.
El Cardenal Tavera y el Duque de Alba representaron las cabezas de las dos pos-
turas, siendo el primero partidario de la cesión de Milán y el segundo de su conservación,
aunque lo que realmente destaca de los que apoyaron las diferentes posturas es que no
coinciden con los bandos que generalmente había en la corte, e incluso enemigos o miem-
bros de bandos contrarios apoyaron una misma alternativa196. Visto desde una posición
más objetiva lo que más convenía a los reinos peninsulares era la conservación del Estado
de Milán, aunque para los intereses del propio Emperador era preferible quedarse con
Flandes, como apuntó el Cardenal de Sevilla en aquel momento, aunque acabó por favo-
recer la cesión de Milán en vez de Flandes para no herir los sentimientos personales de
Carlos V, al igual que Cobos197.
La posición de Tavera y los que estaban adheridos a él, la mayoría de los reunidos
en el consejo, era la de ceder el Estado de Milán. Para justificarlo el Cardenal de Toledo
recurre a la antigüedad y hereditariedad de los Estados de Flandes, además de ser nece-
sarios para la autoridad de Emperador y para evitar que Francia alcanzase excesivo peso
e influencia en Alemania, mientras que achaca a Milán los males que sufría la Monarquía
Hispánica, así como los costes de su mantenimiento y ser el sujeto de conflicto en las
pasadas guerras, entre otras recriminaciones. Esta postura de Tavera, como dice Chabod,
resume la antigua y áspera polémica contra la política italiana de Carlos V, de la cual
era contrario desde 1528/1529198.
La búsqueda de una política italiana fuerte del Emperador había sido propugnada
por Gattinara, apoyada por los Pescara y los Leyva, quienes buscaron que Carlos V tu-
viese una posesión directa sobre el Estado de Milán. Diego Hurtado de Mendoza, Emba-
jador de Venecia, mantenía esta idea en 1543, cuando se planteó la venta de Milán a los
195 Chabod, Federico., op. cit., p. 215, Fernández Álvarez, Manuel., La España del Emperador Carlos V, pp. 714-715,
Idem., Carlos V, El César y el hombre, pp. 659-661, y Usunáriz, Jesús María., España y sus tratados internacionales,
p.138.
196 Chabod, Federico., op. cit., p. 218 y 230, Usunáriz, Jesús María., op. cit., p.139, Fernández Álvarez, Manuel., La
España del Emperador Carlos V, p. 715, Idem., Política mundial de Carlos V y Felipe II, p.111.
197 Chabod, Federico., op. cit., pp. 218-220.
198 Chabod, Federico., op. cit., pp. 220-224.
Por encima de las rivalidades personales y de bando de cada uno de estos perso-
najes, lo que marca y distingue de estas dos posturas son dos concepciones políticas to-
talmente divergentes, tanto una como otra ricas en tradiciones y, precisamente por ello,
de significado y valor que iban mucho más allá de cada una de las personalidades que a
la sazón las encarnaba, a saber, la política principalmente castellana de Isabel la Católica
y la política italiana de Fernando el Católico200. Era de mayor interés para la Monarquía
Hispánica la conservación del Estado de Milán, sobre todo desde unos criterios de utilidad
político-militares, que bien supo defender el Duque de Alba, aunque la mayoría de los
miembros del Consejo de Estado apostaron por el mantenimiento de Flandes, más bene-
ficioso para los intereses del Imperio, prevaleciendo la típica concepción de la dispersión
de los territorios de Carlos V y los criterios dinásticos y familiares201.
Carlos V acabó optando por ceder el Estado de Milán, lo que era más acorde a su
tradicional política dinástica, decisión que fue comunicada a Francisco I el 22 de marzo
de 1545, aunque ya estaba tomada en febrero202. Esta decisión no fue fácil para Carlos V
ya que suponía desprenderse de un territorio por el cual había luchado durante toda su
vida, pero acabó primando el mantenimiento de los estados flamencos, y aunque el mo-
tivo sentimental no fue exclusivo, sí que fue importante, porque no se puede obviar que
199 Chabod, Federico., op. cit., pp. 226-229, y Fernández Álvarez, Manuel., La España del Emperador Carlos V, p.
715.
200 Chabod, Federico., op. cit., pp. 230-231.
201 Chabod, Federico., op. cit., pp. 232-234.
202 Usunáriz, Jesús María., op. cit., p.139, y Chabod, Federico., op. cit., pp. 235-236. Hay que apuntar que en la decisión
no sólo contaron los elementos sentimentales, como puede parecer en una lectura rápida del trabajo de Chabod, ya que
se tomaron muy en cuenta los criterios estratégicos, militares o logísticos.
era su tierra natal. Pero hay que recordar que en 1540 el Emperador estuvo dispuesto
presuntamente a ceder los Países Bajos en vez de Milán para lograr la paz con Francia,
aunque tanto entonces como en la alternativa se reservaba el gobierno de estos hasta su
muerte, lo que muestra que no estaba dispuesto a deshacerse de ellos en vida, y en este
caso parece ser que la opinión mayoritaria del Consejo de Estado pesó en gran medida en
su decisión.
“Los franceses después de la muerte de Duque de Orleans abiertamente han respondido que
no restituirán al Duque de Saboya a Saboya ni al Piamonte”204.
203 Hay que recordar que aunque era un inconveniente deshacerse de Milán en 1536 para lograr mantener la paz con
Francia, no se tenía la conciencia como en 1544 de su vitalidad estratégica, ya no sólo en el mundo italiano, sino en el
panorama imperial también, lo que explica mejor la dificultad con la que Carlos V tomó la decisión. Chabod, Federico.,
op. cit., p. 236, Fernández Álvarez, Manuel., op. cit., p. 715, Idem., Política mundial de Carlos V y Felipe II, p. 112,
Usunáriz, Jesús María., op. cit., pp. 139-140, Elton, Geoffrey Rudolph., Historia del mundo moderno, p. 240, Lapeyre,
Henri., Las monarquías europeas del siglo XVI, p. 82, Ochoa Brun, Miguel Ángel., Historia de la diplomacia española,
Vol. 5, p. 278, y Cadenas y Vicent, Vicente de., La herencia imperial de Carlos V en Italia, p. 372.
204 Fernández Álvarez, Manuel., Corpus documental de Carlos V, Vol. II, p. 427. Carta del Duque de Alba a Cobos del
4 de octubre de 1545.
Tras el fracaso de las cláusulas del tratado de paz con Francia, todo parecía indicar
la proximidad de un nuevo conflicto, ya que Francisco I seguía sin renunciar a sus viejas
aspiraciones sobre el mundo italiano, el cual había quedado bajo el dominio del Empera-
dor, a excepción de gran parte de Saboya. Pero el desarrollo de los acontecimientos marcó
que en la segunda mitad de la década de 1540 desaparecieran un gran número de los
personajes de aquella generación de hombres de estado y alta política. Entre ellos, a nivel
europeo, Lutero y Barbaroja en 1546, Francisco I el 31 de marzo de 1547, y Enrique VIII
en enero de 1547, y de los ministros de Carlos V, el Cardenal Tavera el 1 de agosto de
1545, Cobos el 10 de mayo de 1547, e Idiáquez también en 1547205. Estas pérdidas fueron
un duro golpe para la administración imperial, debido a la gran labor que desarrollaron
en sus respectivas materias de trabajo, y más concretamente Cobos por su habilidad en la
gestión de la Secretaría de Estado y en la obtención de recursos para la financiación de
las guerras206.
205 Ochoa Brun, Miguel Ángel., op. cit., Vol. 5, pp. 278-280, Braudel, Fernand., El Mediterráneo y el mundo
mediterráneo en la época de Felipe II, vol. II, p. 339, Elton, Geoffrey Rudolph., op. cit., p. 242, Usunáriz, Jesús María.,
op. cit., p. 146, Lapeyre, Henri., op. cit., p. 83, Chabod, Federico., op. cit., p. 218, y Fernández Álvarez, Manuel., La
España del Emperador Carlos V, p. 716.
206 Ochoa Brun, Miguel Ángel., op. cit., Vol. 5, p. 279, y Fernández Álvarez, Manuel., op. cit., pp. 711-712.
207 Braudel, Fernand., op. cit., vol. II, p. 339.
208 Usunáriz, Jesús María., op. cit., p. 147.
209 Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio., Milán y el legado de Felipe II, p. 25, Idem., The State of Milan and the Spanish
“Que habiendo vacado el Ducado de Milán por muerte del Duque Francisco Sforza sin hijos,
su Majestad hizo donación de aquel Estado al Príncipe de España, su hijo, por lo que conviene
al honor del Imperio tener tal vasallo que defenda sus derechos, y que él accepta la donación
agora de nuevo, le da la investidura de él y a él y sus hijos varones del legítimo matrimonio
nacidos o que nacieren”210.
“En lo del Estado de Milán no hemos resuelto, por las causas que se escribirán, de daros la
investidura de él, y quedan los despachos en la orden que conviene, los cuales llevará otro
correo que partirá brevemente (…)”212.
“En lo del Estado de Milán no hay que decir, sino que este correo lleva el despacho en forma
como veréis, será bien que luego se haga lo que se ha de hacer conforme a él y que se guarde
y tenga secreto”213.
210 AGS, E, Legajo 1192/292. Este fragmento pertenece a una copia, estando los documentos oficiales de dicha
investidura en los legajos siguientes: AGS, E, PTR, Legajos 43/39, 41, y 44/1-2, 6.
211 AGS, E, Legajo 1192/292. Esta reserva de la administración milanesa que Carlos V hizo para sí mismo, mantenida
hasta 1554, se encuentra también en un documento de Simancas fechado el 9 de diciembre de 1549 (AGS, PTR, Legajo
44/7).
212 Fernández Álvarez, Manuel., Corpus documental de Carlos V, Vol. II, p. 489. Carta del 31 de julio de 1546.
213 Fernández Álvarez, Manuel., op. cit., Vol. II, p. 490. Carta del 10 de agosto de 1546.
214 AGS, E, Legajo 1192/292. En estos momentos convenía mantener la infeudación en secreto por ser un periodo de
paz y negociaciones con Francia, lo que de hacerse público podía acelerar el estallido de una nueva contienda.
César Carlos al ocultar las investiduras de 1540 y 1546 por la que el Emperador conce-
día el feudo devuelto a su hijo Felipe, las cuales tuvieron cierta validez pública a partir
de 1551, momento propicio en el que Carlos V gozaba del cénit de su poder en Europa215.
Marca esta investidura de Felipe como Duque de Milán el séptimo momento clave
en el proceso de incorporación del Milanesado a la Monarquía Hispánica, ya que progre-
sivamente se inicia una tendencia de desvinculación del Imperio, introduciéndose en el
marco político de los reinos peninsulares, aunque hasta el final de las negociaciones de
Augsburgo de 1551 y la cesión definitiva de Milán a Felipe en 1554 este hecho no acabó
de confirmarse.
A la vez que Felipe era investido en Milán en junio de 1546, Carlos V otorgaba el
cargo de Gobernador a Ferrante Gonzaga, que lo ejerció hasta 1554, aunque entre la des-
titución del Marqués del Vasto y la llegada de Gonzaga, aproximadamente mes y medio,
fue el castellano de Milán, Álvaro de Luna, quien desarrolló las funciones de goberna-
dor216. Gran personaje político y militar, Gonzaga destacó por combinar en su persona
ambas facetas de manera eficiente y por ser uno de los defensores a ultranza de la política
italiana del Emperador. Fue firme partidario al igual que el Duque de Alba, y a pesar de
su enemistad declarada, de la cesión de los Países Bajos en la alternativa de Crépy, de la
que fue artífice junto con Granvela, que representó su apoteosis política217.
Del gobierno de Gonzaga en Milán hay que destacar en cuanto a la política interior
su destreza a la hora de maximizar el poder del gobernador, ya que desarrolló una red de
clientelas en los diferentes órganos de gobierno del Estado y de la Corte Imperial que
anularon, en la práctica, las disposiciones legales de las Nuevas Constituciones de 1541
que restaban poder a su cargo218. No puede faltar también una reseña a su concepción del
215 Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio., Milán y el legado de Felipe II, pp. 25, 27 y 67-68.
216 Ferrante Gonzaga, Conde de Guastalla y hermano de Federico II, Duque de Mantua, fue uno de los servidores más
cercanos de Carlos V, quien entre otros cargos desempeño el de Comandante en Jefe del ejército imperial en Italia,
Virrey de Sicilia (1535-1546), diplomático imperial, general de uno de los ejércitos imperiales de las campañas de
1543/1544 contra Francia, y en estos momentos Gobernador de Milán. Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio., op. cit., p.
62, Idem., The State of Milan and the Spanish Monarchy, p. 108, y Soldini, Nicola., “El gobernante ingeniero: Ferrante
Gonzaga y las estrategias del dominio en Italia”, en Hernando Sánchez, Carlos José., (Coord.), Las fortificaciones de
Carlos V, Ministerio de Defensa y Sociedad Estatal para la Conmemoración de los Centenarios de Felipe II y Carlos
V, Madrid, 2000, pp. 355-387., p. 367.
217 Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio., Milán y el legado de Felipe II, p. 48, Chabod, Federico., Carlos y su Imperio,
pp. 234-235, Soldini, Nicola., op. cit., pp. 355 y 357, y Fernández Albaladejo, Pablo., Fragmentos de Monarquía:
Trabajos de historia política, Alianza, Madrid, 1992, p. 187.
218 Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio., op. cit., pp. 62-63. Para un análisis en profundidad del periodo de Gonzaga
véase Mozzarelli, Cesare., “Patrizi e governatori nello Stato di Milano a mezzo Cinquecento. Il caso di Ferrante
Asentado el control en Italia, con Ferrante Gonzaga al frente, y en paz con Francia,
que vivía una época de sucesión en el poder con la entronización de Enrique II como
nuevo rey, Carlos V se decidió a poner fin a los problemas religiosos que afectaban a la
unidad de su Imperio enfrentándose a los integrantes de la Liga de Esmalcalda. Para ello
contó con la colaboración del Papa Paulo III, prometiéndole el Pontífice hombres y dinero
tras llegar a un acuerdo en Trento el 9 de junio, y de Mauricio de Sajonia, príncipe alemán
que en 1542 se había separado de la Liga y acercado al bando imperial. Los príncipes
protestantes, advirtiendo la proximidad del ataque de Carlos V, iniciaron los preparativos
bélicos mientras negociaban en Ratisbona, siguiendo la táctica que estaba empleando a
su vez el Emperador221.
Gonzaga”, en Signorotto, Gianvittorio., L’Italia degli Austrias. Monarchia cattolica e domini italiani nei secoli XVI e
XVII, Cheiron, Año IX, Nº 17-18, I Semestre 1992, Mantua, 1993, pp. 119-134.
219 Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio., op. cit., pp. 48-49.
220 Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio., op. cit., p. 48, Chabod, Federico., op. cit., pp. 234-244, y Fernández Albaladejo,
XVI, p. 83, Braudel, Fernand., El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II, vol. II, p. 349, y
Usunáriz, Jesús María., España y sus tratados internacionales, p. 158.
222Elton, Geoffrey Rudolph., op. cit, pp. 242-243, Lapeyre, Henri., op. cit, p. 83, Braudel, Fernand., op. cit., vol. II, p.
nencias surgidas entre el Papa y el Emperador, quien en marzo había trasladado el Con-
cilio a Bolonia y retirado a sus tropas previamente a la batalla de Mühlberg, no permitie-
ron obtener el resultado deseado. Ante esto el Emperador dio inicio a la Dieta en Augs-
burgo en 1547, en donde se acabó estableciendo el llamado “interim” el 30 de junio de
1548, solución unilateral de sesgo católico a los problemas del imperio que no satisfizo a
ninguna de las partes223. No hay que obviar aquí el análisis que realiza Braudel sobre las
consecuencias y repercusiones que Mühlberg tuvo para el mundo Mediterráneo, quien
indica que ésta victoria dio un gran prestigio al Emperador, le permitió librarse del pro-
blema religioso alemán, por el momento, y plantear el tema de la sucesión, cuya resolu-
ción tras las negociaciones de Augsburgo favoreció el desplazamiento del mundo italiano
hacia la órbita hispana224. Aunque, al igual que tras Pavía en 1525, esta victoria de Carlos
V favorecería la formación de una extensa alianza en su contra cuyo objetivo fue desba-
ratar la hegemonía de los Habsburgo y restaurar el equilibrio de poder en Europa.
223 Elton, Geoffrey Rudolph., op. cit., p. 243, Lapeyre, Henri., op. cit., pp. 83-84, Braudel, Fernand., op. cit., vol. II, p.
350, y Usunáriz, Jesús María., op. cit., pp. 158-159.
224 Braudel, Fernand., op. cit., vol. II, pp. 348-358.
225 Rodríguez Salgado, María Jesús., Carlos V, Felipe II y su mundo (1551-1559), Crítica, Barcelona, 1992, p. 73, y
1547 enmarcada en un plan de sublevación general con el fin de desestabilizar la posición imperial en Italia. Fracasó
por el conocimiento de la misma por parte de Carlos V y sus hombres in situ, Andrea Doria y Ferrante Gonzaga (véase.
Cadenas y Vicent, Vicente de., La herencia imperial de Carlos V en Italia, pp. 393-394). Ochoa Brun, Miguel Ángel.,
op. cit., Vol. 5, p. 491, y Rodríguez Salgado, María Jesús., op. cit., p. 73.
de su importancia estratégica, eran necesarios para recabar fondos que sufragasen los gas-
tos militares en la Península Itálica. Esto permite afirmar, según Rodríguez Salgado, que
la actuación de Carlos V no fue tan inocente y bienintencionada como se esgrimió desde
el bando imperial acudiendo en auxilio de los sublevados, quienes se habían puesto bajo
su protección, ya que de ser así hubiera entregado el Ducado al sucesor de Pier Luigi,
Octavio Farnesio, pero no sólo permaneció en él, sino que intentó también invadir
Parma227. Esto atrajo al Papa a la causa francesa, organizando Octavio Farnesio una con-
jura contra Milán con motivo de la presencia de Enrique II en el Piamonte en Mayo de
1548. Cuando esto se descubrió el Pontífice pidió en junio de 1549 el territorio al Empe-
rador, con quien realizó un pacto aceptando la ocupación de Piacenza, siempre y cuando
Parma quedase para él y sus nietos fuesen recompensados económica y territorialmente.
Tras esto Paulo III ordenó la invasión del Ducado de Parma al Confaloniero de la Iglesia,
solicitando Octavio la ayuda de Gonzaga, quien lo había ocupado a primeros de noviem-
bre. En su lecho de muerte el Papa se arrepintió del trato con Carlos V y declaró a Octavio
su sucesor y heredero legítimo de los dos ducados, siendo esto refrendado por el nuevo
Pontífice Julio III en febrero de 1550, quien se aseguraba con el apoyo a los nietos de
Paulo III su elección en el conclave al obtener los votos de la facción de los Farnesio228.
Las discusiones sobre la herencia no fueron el único motivo del viaje, ya que Car-
los V buscaba también presentar en los Países Bajos a su heredero, a quien iba a dejar los
territorios de la casa de Borgoña, además de las posesiones de Italia, hecho que había
decidido ese año. Esto planteaba inconvenientes por ser los estados flamencos y del norte
de Italia dependientes del Imperio, lo que urgía la promoción de Felipe en la sucesión
imperial tras su tío Fernando. Por ello también fueron cometidos de este viaje desde la
Península Ibérica hasta Bruselas, pasando por Italia y el Imperio, su presentación como
heredero del Emperador ante la sociedad política de Europa, la obtención de apoyos en
Alemania para alcanzar la dignidad Imperial, el conocimiento del ejercicio del poder y de
la aristocracia en Italia, así como reforzar las alianzas con las élites gubernativas y poten-
tados, y el ejercicio de sus habilidades de gobierno y sociabilidad en los diferentes lugares
230 Fernández Álvarez, Manuel., Política mundial de Carlos V y Felipe II, pp. 127-132, Idem., Carlos V, un hombre
para Europa, pp. 279-283, y Usunáriz, Jesús María., España y sus tratados internacionales, p. 159.
231 Braudel, Fernand., El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II, vol. II, pp. 352-353, Idem.,
Felipe II, p. 83, Ochoa Brun, Miguel Ángel., op. cit., Vol. 5, p. 512, Idem., Historia de la diplomacia española: La
diplomacia de Felipe II, Vol. 6, pp. 12-13, Fernández Álvarez, Manuel., Política mundial de Carlos V y Felipe II, pp.
131-132, e Idem., Carlos V, un hombre para Europa, pp. 282-283.
visitados232. A pesar del interés del viaje, no cabe en este estudio extenderse en él, por lo
que me remitiré simplemente a mostrar dos fragmentos de la correspondencia de Felipe
que detallan ciertos hechos acaecidos en su transcurso y el itinerario seguido en Italia233:
“Todavía no quiero dejar de decir con el alegría universal que fui recibido en el Estado de
Milán, así en Alejandría como en la ciudad de Milán, donde fui muy acariciado y con fiestas y
muy bien hospedado, (…) y aunque me pensé detener allí poco, todavía hube de estar algunos
días más a causa que los de aquella ciudad me lo pidieron con mucha instancia, y yo no se lo
pude negar, por darles en esto contentamiento; Y así se ha entendido que quedan muy satisfe-
chos. Yo partí de allí a los VII de este, y llegué a Mantua el domingo, donde el Duque de Mantua
y Don Fernando me recibieron con palio (…)”234.
“Serenísimos Príncipes, mis muy caros y muy amados hermanos: Por lo que escribí de Génova
habréis entendido nuestra llagada allí, y cómo fui recibido con tanta demostración de buena
voluntad. Me detuve en aquella ciudad algunos días porque reposasen los caballos, que venían
mal parados del mar, y la gente de nuestra corte, y se pusiesen en orden como era menester
para un tan largo camino. (…) De allí partí a los 11 del pasado y vine a Alejandría, donde me
detuve un día, y pasando por Tortona y Pavía, vine a Milán, donde fui recibido con alegría y
contentamiento universal, y fui muy bien hospedado y festejado de Don Fernando de Gonzaga
y de la princesa, su mujer, y se hicieron muchas fiestas y regocijos, y aunque pensaba estar allí
poco, todavía me hube de detener hasta los 7 del presente por causa que los de aquella ciudad
me lo suplicaron, y por darles en esto contentamiento, y así quedaron muy contentos y sintieron
nuestra partida con gran demostración de amor. De allí vine a Cremona y a Mantua, y en el
camino me salieron a recibir el cardenal y Duque de Mantua a los límites de aquel estado, y
después el Duque de Ferrara que vino a visitarme. Me detuve en Mantua tres días y he seguido
mi camino a Trento, y de allí adelante por llegar a Su Majestad lo más presto que pudiere”235.
Una vez reunidos padre e hijo, ambos marcharon al Imperio, llegando a Augs-
burgo en 1550, donde en agosto se reunieron con Fernando, celebrando un consejo de
familia para proseguir las discusiones sobre el reparto de la herencia familiar y la sucesión
al Imperio. Se trataron múltiples temas, como la herencia Trastámara, la desvinculación
232 El viaje se inició en Valladolid el 2 de octubre de 1548, y tras el paso por Italia Felipe se dirigió rápidamente a
Bruselas, donde llegó el 1 de abril de 1549. Allí permanecieron hasta octubre, recibiendo el Príncipe la investidura de
los territorios flamencos, tras lo cual partió junto a su padre hacia Alemania en otoño para reunirse con Fernando y
resolver el tema de la herencia y la sucesión. Braudel, Fernand., El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época
de Felipe II, vol. II, pp. 352-353, Idem., Felipe II, p. 83, y Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio., De la gravedad a la
gracia: El Príncipe Felipe en Italia, pp. LXXVII-CXIV
233 La crónica del paso del Príncipe Felipe por Italia está recogida en la obra Calvete de Estrella, Juan Cristóbal., El
felicísimo viaje del muy alto y muy poderoso Príncipe don Felipe, Sociedad Estatal para la Conmemoración de los
Centenarios de Felipe II y Carlos V, Madrid, 2001, centrándose las páginas 55-90 en su estancia en Lombardía. Existen
muchas referencias en la correspondencia de Carlos V y Felipe II que recogen información sobre el viaje en Fernández
Álvarez, Manuel., Corpus documental de Carlos V, vol. II, pp. 594-595, y vol. III, pp. 21-25, 54-74 y 87-90, entre
otras.
234 Fernández Álvarez, Manuel., op. cit., vol. III, pp. 63-64. Carta de Felipe II a Carlos V del 20 de enero de 1549.
del Imperio de los Países Bajos y Milán, la sucesión de la dignidad imperial, etcétera, que
enfrentaron a los Habsburgo, produciéndose una paralización en las negociaciones que
hizo necesaria la venida de María de Hungría y de Maximiliano, a fin de poder proseguir
las conversaciones. Eran muchos los conflictos a resolver, pero al final el 9 de marzo de
1551 se consiguió un acuerdo que, si bien no resolvía todas las cuestiones, planteaba una
solución intermedia236. Según el acuerdo, atribuido a María de Hungría, se daría una al-
ternancia en la dignidad imperial entre las dos ramas de la familia, proponiendo Fernando
a Felipe como futuro Emperador cuando accediese al cargo, siempre que su hijo fuese
nombrado Rey de los Romanos después. Además quedaría sancionada de hecho la vincu-
lación de los Países Bajos y Milán a la Monarquía Hispánica, sobre todo del Estado de
Milán, ya que Carlos V exigió que Fernando reconociese a Felipe el Vicariato Imperial
en Italia, lo que a pesar de las reticencias y trabas de la rama austriaca de los Habsburgo,
que había estado a la espera de su posesión, se produjo237.
236 Existen multitud de autores que tratan el conflicto de la herencia de los Habsburgo de manera detallada, véanse
Rodríguez Salgado, María Jesús., Carlos V, Felipe II y su mundo (1551-1559), p. 62-71, Braudel, Fernand., El
Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II, vol. II, pp. 348-358, Fernández Álvarez, Manuel.,
Política mundial de Carlos V y Felipe II, pp. 131-141, Idem., Carlos V, un hombre para Europa, pp. 282-293, y Elton,
Geoffrey Rudolph., Historia del mundo moderno, p. 224.
237 Rodríguez Salgado, María Jesús., op. cit., pp. 69-70, Braudel, Fernand., op. cit., vol. II, pp. 354-355, Fernández
Álvarez, Manuel., Política mundial de Carlos V y Felipe II, pp. 136-141, Idem., Carlos V, un hombre para Europa,
pp. 286-293, Elton, Geoffrey Rudolph., op. cit., p. 224.
238 Fernández Álvarez, Manuel., Política mundial de Carlos V y Felipe II, p. 139, e Idem., Carlos V, un hombre para
Europa, p. 289.
conflicto franco-imperial se inició una vez más en Italia. Si bien el nuevo Papa Julio III
había ratificado los derechos sucesorios de Octavio Farnesio, nieto del Paulo III, en Parma
y Piacenza, éste se veía necesitado del Emperador para la reanudación del Concilio de
Trento, quien no le apoyaría a no ser que le reconociese los títulos sobre dichos territorios,
ya ocupados por las tropas imperiales desde 1547 y 1549 respectivamente. Ante esto el
Pontífice pidió a Farnesio a principios de 1551 que renunciase a los ducados, quien se
opuso y solicitó en abril la ayuda de Francia, lo que provocó que el Pontífice le depusiese
por decreto papal el 22 de mayo de 1551. Octavio cerró su alianza con Francia el día 27,
desencadenándose un nuevo enfrentamiento, que además le dio a Carlos V la oportunidad
de legitimar su invasión de los ducados de Piacenza y Parma239.
Los preparativos bélicos por parte del Emperador demuestran su intención de ocu-
par Parma permanentemente, aunque para ello era necesario volver a la Península Ibérica
con el objetivo de conseguir los subsidios necesarios para la guerra, lo que se encargó a
Felipe, quien estaba ya de vuelta para septiembre de 1551240. El Príncipe volvió a pasar
fugazmente por Italia y Milán en su viaje de regreso a los reinos hispanos, y aunque su
título de Duque de Milán estaba ya confirmado nominalmente, el gobierno y la adminis-
tración seguían en manos de Carlos V, por lo que su investidura siguió en secreto y no
fue recibido como soberano en su nuevo paso por Lombardía, a pesar de que esto fuese
en los círculos de la alta política europea y de que el Gobernador del Stato, Ferrante Gon-
zaga, hubiese realizado su juramento de fidelidad a Felipe como nuevo soberano milanés
en 1550241.
239 Rodríguez Salgado, María Jesús., op. cit., p. 74, y Ochoa Brun, Miguel Ángel., Historia de la diplomacia española,
Vol. 5, p. 494.
240 Rodríguez Salgado, María Jesús., op. cit., p. 75.
241 Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio., Milán y el legado de Felipe II, pp. 25-27. El juramento de fidelidad de Ferrante
Gonzaga a Felipe como Duque de Milán se encuentra en el AGS, PTR, Legajo 44/10.
242 Braudel, Fernand., El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II, vol. II, pp. 350, 365-366,
Usunáriz, Jesús María., España y sus tratados internacionales, pp. 158-159, Ochoa Brun, Miguel Ángel., op. cit., Vol.
5, pp. 494-495, y Fernández Álvarez, Manuel., Carlos V, un hombre para Europa, pp. 304-307. Véase imagen IV del
repertorio gráfico, p. 119.
243 Elton, Geoffrey Rudolph., Historia del mundo moderno, p. 243, Lapeyre, Henri., Las monarquías europeas del siglo
XVI, p. 84, Ochoa Brun, Miguel Ángel., op. cit., Vol. 5, p. 496, Usunáriz, Jesús María., op. cit., p. 160, Rodríguez
Salgado, María Jesús., op. cit., pp. 76-79, Fernández Álvarez, Manuel., Política mundial de Carlos V y Felipe II, pp.
141-145, e Idem., Carlos V, un hombre para Europa, pp. 293-297.
244 Usunáriz, Jesús María., op. cit., p. 159.
Libre de los rebeldes del Imperio momentáneamente, Carlos V pudo dirigir todos
sus esfuerzos contra Enrique II. Rápidamente consiguió recabar hombres y dinero para
formar un gran ejército de más 70.000 hombres que en otoño de 1552 puso sitio a Metz.
La campaña realizada por el Emperador sólo sirvió para disuadir a sus enemigos de rea-
lizar nuevos ataques, ya que en enero de 1553 tuvo que levantar el asedio de Metz, ante
la imposibilidad de tomar la ciudad, y retirarse a los Países Bajos, derrota que deterioró
más aún la reputación que el César había tratado de recuperar246. Como añade Rodríguez
Salgado, el sitio de Metz no se debió sólo a la búsqueda de la reputación perdida, Carlos
quería evitar la acusación de haber abandonado el Imperio una vez más, sacrificando
sus intereses a la guerra con Francia, aunque independientemente de ello, y a pesar de
que en 1554 Carlos pensaba regresar a los territorios del Imperio, su marcha apresurada
tras el fracaso de la campaña de Metz marcó con toda claridad la entrega del poder a
Fernando247. Esto, junto con las reticencias de la rama austriaca de los Habsburgo y la
negativa de los electores del Imperio, en los cuales se apoyaban Fernando y Maximiliano,
acabó por hacer patente que la solución de Augsburgo de 1551 no era viable.
245 Elton, Geoffrey Rudolph., op. cit., pp. 243-244, Lapeyre, Henri., op. cit., pp. 84-85, Ochoa Brun, Miguel Ángel.,
op. cit., Vol. 5, pp. 496-498, Usunáriz, Jesús María., op. cit., pp. 160-161, Rodríguez Salgado, María Jesús., op. cit.,
pp. 78-81, Braudel, Fernand., “Carlos V, testigo de su tiempo (1500-1558)”, en Escritos sobre la Historia, Alianza,
Madrid, 1991, pp. 58-60, y Fernández Álvarez, Manuel., Carlos V, un hombre para Europa, pp. 304-307.
246 Elton, Geoffrey Rudolph., op. cit., pp. 243-244, Lapeyre, Henri., op. cit., p. 85, Ochoa Brun, Miguel Ángel., op. cit.,
Vol. 5, p. 498, Usunáriz, Jesús María., op. cit., p. 161, Rodríguez Salgado, María Jesús., op. cit., pp. 82-83, Braudel,
Fernand., op. cit., p. 60, y Fernández Álvarez, Manuel., Carlos V, un hombre para Europa, pp. 305-307.
247 Rodríguez Salgado, María Jesús., op. cit., p. 83. Véase también para la crisis de 1552 Álvarez-Ossorio Alvariño,
Antonio., “Moti di Italia e tumulti di Germania: La crisi del 1552”, en Cantú, Francesca., Visceglia, Maria Antonietta.,
L’Italia di Carlo V: Guerra, religione e política nel primo Cinquecento, Viella, Roma, 2003, pp. 337-374.
Pero independientemente del cambio de titular en la gestión del frente italiano, los
asuntos del norte y el descuido que había sufrido durante este tiempo marcaron la tardanza
en la mejora de la situación imperial en Italia. Aunque la dinámica de la guerra favoreció
el que el bando imperial pudiese evitar la catástrofe, ya que como establece Braudel la
falta de medios económicos durante los años siguientes, 1554 y 1555, propició una guerra
que se lleva en todas partes con lentitud y de mala gana: es una guerra de plazas en las
fronteras de los Países Bajos y en las líneas del Piamonte, los franceses consiguieron
tomar la isla de Córcega gracias a la ayuda turca entre 1552/1553249. También mantuvie-
ron el control del territorio de Siena, aparte de continuar con la alianza de Octavio Farne-
sio, que controlaba Parma, y con la ofensiva por el Piamonte. Ante los avances franceses
y la falta de medios económicos, Ferrante Gonzaga, bajo cuya responsabilidad estaba la
defensa del norte de Italia, tuvo que firmar una tregua con el bando galo en agosto de
1553. La negativa del Emperador y la necesidad de mantener distraídos a los miembros
del ejército, para evitar conflictos con la población local, llevó a Gonzaga a quebrantar el
armisticio, aunque la situación continuaba siendo igual de catastrófica por la falta de re-
cursos250:
“Solo diré que hasta ahora no tengo respuesta de ninguna de ellas 251, lo cual me hace estar
con mucho trabajo pues me veo en tanta obligación como lo que me pone este lugar de Valfe-
nera252, sin tener con que poderme sostener para proveerle de lo que conviene a cosa que tanto
248 Eduardo VI murió el 6 de julio de 1553. Lapeyre, Henri., op. cit., pp. 85-86, Ochoa Brun, Miguel Ángel., op. cit.,
Vol. 5, pp. 495, 499-503, Usunáriz, Jesús María., op. cit., p. 161, Rodríguez Salgado, María Jesús., op. cit., pp. 80, 84-
85, y Braudel, Fernand., El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II, vol. II, pp. 366, 374-375.
249 Braudel, Fernand., op. cit., vol. II, p. 377.
250 Usunáriz, Jesús María., op. cit., p. 161, Rodríguez Salgado, María Jesús., op. cit., p. 80, Braudel, Fernand., op. cit.,
Príncipe Felipe.
252 Territorio situado entre las ciudades de Turín y Asti.
sienten los enemigos, y que espero que les hará tanto daño. (…) Los enemigos no han hecho
otra cosa sino enemistarse no sólo con aquel lugar más con todos los de ahí en derredor, pues
todo el país se mostró tan favorable al servicio de Vuestra Alteza y tan enemigo de ellos, y en
lo del Estado de Milán dentro no se podía sentir más de lo que ellos lo sintieron ni hacer más
demostración de servicio a Vuestra Alteza”253.
El desorden en los estados italianos aumentó más aún en los años posteriores, y a
ello se debió en parte la destitución de Gonzaga en 1554, quien fue acusado de malversa-
ción y corrupción, lo que venía planteándose desde 1551/1552 por miembros del partido
del Duque de Alba en la corte. Gonzaga fue la primera víctima política del cambio en el
gobierno y administración de los territorios italianos, traspaso de poder que confrontó a
Carlos V y Felipe II en varios momentos durante dicha transición. Esto se debía a que el
Emperador había decidido ceder los estados italianos de su pertenencia a su hijo, con
motivo de su matrimonio con María I de Inglaterra254. En julio de 1554 confirmó su in-
vestidura en Nápoles, Sicilia y Cerdeña y estableció ese año también una nueva investi-
dura del Estado de Milán en Felipe II, así como el traspaso de su administración, aunque
el Príncipe consideró que el nombramiento de 1546 era suficiente para garantizar su po-
sesión del Estado lombardo255. Por todo ello cuando Felipe II accedió a la administración
milanesa la caída de Gonzaga se presagiaba inminente, no pudiendo Carlos V restituirle
e Milán a pesar de haber sido declarado inocente en 1555, ya que para entonces Felipe
había colocado al Duque de Alba en tal puesto. También jugó en su contra la mala situa-
ción en Italia con motivo de la guerra, lo que Felipe deseaba cambiar cuanto antes. Con
Gonzaga también murió la política de restitución imperial en Italia, que, a partir de en-
tonces, ante el previsible fracaso de los acuerdos familiares de Augsburgo de 1551, sería
contraproducente de no obtener Felipe el Vicariato Imperial, iniciándose frente a ésta otra
política que sustituía la restitución de la autoridad imperial en pro de la creación de lazos
de vasallaje entre él y los potentados italianos256.
253 AGS, E, Legajo 1202/4. Carta dirigida al Príncipe Felipe en noviembre de 1553.
254 Esto se debía a que Felipe debía estar en igualdad de condiciones con María según acuerdo matrimonial, por lo que
una vez se recibieron en Inglaterra las investiduras del Príncipe en Italia el matrimonio quedó confirmado.
255 Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio., Milán y el legado de Felipe II, pp. 27-28, 46-49 y 63, Rivero Rodríguez,
Manuel., Felipe II y el gobierno de Italia, Sociedad Estatal para la Conmemoración de los Centenarios de Felipe II y
Carlos V, Madrid, 1998, pp. 44-48, Rodríguez Salgado, María Jesús., op. cit., pp. 158-172, Braudel, Fernand., op. cit.,
vol. II, pp. 374-376, y Fernández Álvarez, Manuel., Carlos V, un hombre para Europa, pp. 312-316.
256 Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio., op. cit., pp. 48-49, e Idem., The State of Milan and the Spanish Monarchy, pp.
111-112. Este tema se trata con más detalle en el tercer epígrafe de capítulo III de este estudio, pp. 94-100.
“Sacra Cesárea Católica Majestad, habiendo de enviar una persona a Lombardía y el Estado
de Milán para que, en cumplimiento de la merced que Vuestra Majestad me ha hecho de de-
jarme la administración del Estado de Milán, entienda en lo que allí se habrá de hacer en mi
nombre, he señalado a Don Luís de Córdoba, mi gentilhombre de la boca, para que de mi parte
bese a Vuestra Majestad las manos por la merced que en esto me ha hecho, y que tomados los
despachos que ahí se le han de dar, pase adelante a cumplir su comisión; A Vuestra Majestad
suplico le mande dar el despacho que habrá de llevar, firmado de su imperial mano (…)” 257.
“En la carta que trajo don Luis de Córdoba Vuestra Majestad me mando que yo entregue éste
castillo a la Majestad del Rey de Inglaterra y Príncipe Nuestro Señor, y que donde allí en
adelante le sirva y tenga éste castillo por su Majestad conforme a ésta orden y a la que haya
del Rey y Príncipe Nuestro Señor, (a) don Luis de Córdoba se le entregó éste castillo y yo he
quedado en él jurando la fidelidad con las ceremonias que se acostumbran”258.
“A los XXIX de octubre recibí dos cartas hechas a los cinco de septiembre (…) por las cuales
quedó avisado cómo Vuestra Majestad había sido servido de alzar la mano de ésta administra-
ción del Estado de Milán y darla libremente al Serenísimo Rey de Inglaterra, para que sea
Señor de ella y la administre y posea y gobierne como verdadero Señor. (…) Por el encargo
que de Vuestra Majestad tenía y el Serenísimo Rey me confirmara, y así hice el juramento de
la fidelidad, el cual tomaré a todos (…)”259.
257 Fernández Álvarez, Manuel., Corpus documental de Carlos V, vol. IV, pp. 118-119. Carta de Felipe II a Carlos V
del 17 de agosto de 1554.
258 AGS, E, Legajo 1205/31. Esta cesión se confirmó simbólicamente con la entrega del Castillo de Milán por Juan de
Luna, Castellano de Milán, a Don Luís de Córdoba. Carta de Juan de Luna a Carlos V de noviembre de 1554.
259 AGS, E, Legajo 1206/130. Carta del 10 de noviembre de 1554.
logrados por los franceses, retomando junto con Andrea Doria parte de la isla de Córcega
en 1554, restableciendo el dominio efectivo sobre Siena en abril de 1555, y realizando
ciertos ataques por la frontera flamenca. A pesar de ello se mantuvieron los contactos en
pro de la paz, que se complicaron más de lo esperado por la muerte del Papa Julio III el
23 de marzo de 1555 y de su sucesor Marcelo II el 1 de mayo, ya que el nuevo Santo
Padre, Paulo IV, era un declarado enemigo de los Habsburgo260.
“(…) Ha llegado el correo que vino con la nueva de la pérdida de Casal, la cual he sentido
como Vuestra Majestad puede considerar, así por la cualidad e importancia de ella, como por
ser tan vecina al Estado de Milán”261.
Además los franceses bloqueaban rutas importantes que unían Milán con Génova
y Piacenza y varios de los cuarteles de invierno del ejército imperial. A esto hay que
sumar la falta de recursos económicos para realizar una contraofensiva, lo que hacía aún
más delicada la situación:
“Por lo que os hemos escrito tendréis entendido el cuidado que tenemos de las cosas de ese
Estado, y bien y conservación de él y así mismo de hacer las provisiones que son menester para
obviar a los enemigos, y reprimir los designios que traen, estando entendiendo en ello. Recibi-
mos ayer vuestra carta del XIX del pasado, con las nuevas de sus progresos y de las diligencias
y prevenciones, que por vuestra parte se han hecho, así en buscar dineros (…) para remediar
la necesidad que se ofrece, como en hacer levantar de nuevo los cuatro mil infantes para re-
partir en los lugares que será necesario. Lo cual os agradecemos mucho y os encargamos, que
cuanto mayor falta hay de dinero, y más urgente es la necesidad, tanto más trabajéis y os
esforcéis a hacer por vuestra parte todo lo posible, para entretanto que se envían las provisio-
nes de gentes y dinero que se hacen (…)”262.
Esto muestra perfectamente los graves problemas que existían en el frente ita-
liano, a donde partió en junio el Duque de Alba sin conseguir los fondos suficientes. La
situación empeoró con la caída de muchas de las posesiones del Duque de Mantua en
260 Lapeyre, Henri., Las monarquías europeas del siglo XVI, p. 86, Ochoa Brun, Miguel Ángel., Historia de la
diplomacia española, Vol. 5, pp. 508-509, Usunáriz, Jesús María., España y sus tratados internacionales, pp. 161-162,
Rodríguez Salgado, María Jesús., Carlos V, Felipe II y su mundo (1551-1559), pp. 172-183, y Braudel, Fernand., El
Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II, vol. II, pp. 374-376.
261 Fernández Álvarez, Manuel., op. cit., vol. IV, p. 195. Carta de Felipe II a Carlos V del 13 de marzo de 1555.
262 Fernández Álvarez, Manuel., op. cit., vol. IV, p. 158. Carta de Felipe II al Senado de Milán del 3 de enero de 1555.
manos de Enrique II y la falta de ataques en la frontera de los Países Bajos para aliviar la
presión militar francesa en el norte de Italia. Era imperativo o conseguir el dinero nece-
sario o negociar una tregua, ya que de no ser así Milán podía caer al año siguiente, pers-
pectiva ante la cual Carlos V y Felipe II consintieron en negociar un armisticio263.
263 Usunáriz, Jesús María., op. cit., p. 161, Rodríguez Salgado, María Jesús., op. cit., pp. 210-221, Braudel, Fernand.,
op. cit., vol. II, pp. 381-385, e Idem., Carlos V, testigo de su tiempo (1500-1558), pp. 62-63.
264 Carlos V, tras la cesión de los estados italianos en 1544, abdicaba en favor de su hijo de los estados de Flandes, 25
de octubre de 1555, y de los reinos hispánicos, 16 de enero de 1556, esta última favorecida por la muerte de su madre
Juana, así como del Imperio, el cual cedía a su hermano Fernando I el 27 de agosto de 1556, quien fue ratificado como
Emperador el 12 de marzo de 1558 por los príncipes electores.
265 Fernández Álvarez, Manuel., Carlos V, un hombre para Europa, pp. 316-322.
266 Lapeyre, Henri., op. cit., pp. 85-86, Ochoa Brun, Miguel Ángel., op. cit., Vol. 5, pp. 495, 499-503, Usunáriz, Jesús
María., op. cit., p. 161, Rodríguez Salgado, María Jesús., op. cit., pp. 80, 84-85, y Braudel, Fernand., El Mediterráneo
y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II, vol. II, pp. 366, 374-375.
Capítulo III- El final del conflicto por la hegemonía de Italia y sus costes para la
Monarquía Hispánica
I- Hijo contra hijo, Rey contra Rey: Felipe II vs Enrique II y el final del conflicto por la
hegemonía de Italia (1556-1559).
En Milán el ejercicio del cargo de Gobernador por parte del Duque de Alba había
durado apenas seis meses, desde otoño de 1555 hasta la primavera de 1556, momento en
que partió a Nápoles con motivo de la alianza de Enrique II y Paulo IV, aunque marcó el
267 Destaca el tema de los gastos militares en el Estado de Milán durante la primera mitad del siglo XVI. En Simancas
existe suficiente documentación para realizar un estudio monográfico que queda abierto a un futuro.
268 Enrique II y Paulo IV ya habían firmado una alianza en diciembre de 1555 para tomar Nápoles, aunque la tregua de
cit., Vol. 5, pp. 508-510, Rodríguez Salgado, María Jesús., op. cit., pp. 229-232, y Braudel, Fernand., op. cit., vol. II,
pp. 385-389.
inicio de una larga lista de aristócratas españoles que, salvo excepciones, ocuparon los
puestos de Gobernador y Capitán General hasta 1707. Alba fue sustituido por el Cardenal
de Trento, Cristofforo Madruzzo, como Gobernador, mientras que el Marqués de Pescara
ejerció el mando del ejército de Lombardía-Piamonte, repitiéndose la división de poderes
que había establecido Carlos V entre 1536 y 1538. A igual que entonces los conflictos
por las competencias volvieron a provocar el colapso en la cúpula del poder, por lo que
Felipe II acabó destituyendo al Cardenal y al Marqués de Pescara en agosto de 1557. Fue
el castellano de Milán, Juan de Figueroa, quien ejerció ambos cargos de manera interina
hasta julio de 1558, cuando el Duque de Sessa fue nombrado gobernador, poniendo fin a
un periodo de transición en Lombardía que tuvo como resultado una sucesión de gobier-
nos fugaces y de separación de competencias militares y administrativas270.
Las acciones del Papa contra el bando hispano fueron en aumento según avanzaba
el año de 1556, de lo que daba cuenta el Duque de Alba a Felipe II, como se transmite en
los siguientes fragmentos del Duque dirigidos a la infanta Juana de Habsburgo, regente
de los reinos peninsulares durante su ausencia entre 1553 y 1559:
“El Papa hace gente y junta dineros por todas las vías que puede. (…) Ha escrito y enviado
hombres a todos los potentados de Italia para atraerlos a su opinión contra Su Majestad, per-
suadiéndoles a que echen los españoles de Italia. Entiéndase por cierto que tienen concluida
la liga con el Rey de Francia y Duque de Ferrara, y que trabajan de poner en ella a venecianos.
(…) Repliqué a Su Majestad mostrándole el peligro en que estaba el Estado de Milán, rom-
piéndose por aquí y no proveyéndole de dineros, teniendo por cierto que el Rey de Francia no
dejaría de ayudar al Papa de una manera o de otra, y que era necesario que su Majestad en
todas partes se armase para asegurar sus estados, descargándome de que lo que sucediese mal
en Toscana y Milán no fuese a mi cargo, aunque por observancia de lo que Su Majestad me
mandaba no dejaría de apercibirme de todo lo que se pudiese”271.
“Serenísima muy alta y muy poderosa Señora: A los XXI de junio escribí a Vuestra Alteza
dándole cuenta de lo que hasta entonces se ofrecía y términos en que estaban las cosas del
Papa. Lo que al presente hay que avisar es que habiendo multiplicado cada día los agravios y
ofensas que hace a Sus Majestades y a sus cosas, sin dársele causa para ello, como Vuestra
Alteza podrá mandar ver por las copias que con ésta envío, no he podido excusar de irme
poniendo en orden y armarme para defender u obviar los designios del Papa, en especial ha-
biendo visto proceder a la privación de este Reino con tan poca consideración y fundamentos,
movido solamente de su apetito particular. (…) Guarde Nuestro Señor la serenísima persona
270 El Duque de Sessa ejerció su cargo de gobernador de Milán entre 1558-1560 y 1563-1564. Álvarez-Ossorio
Alvariño, Antonio., Milán y el legado de Felipe II, pp. 46, 63-64 y 74.
271 Fernández Álvarez, Manuel., Corpus documental de Carlos V, vol. IV, p. 274. Carta de Nápoles de julio de 1556.
de Vuestra Alteza. De Nápoles a 30 de agosto, 1556. Serenísima alta y muy poderosa señora,
las manos de Vuestra Alteza besa el Duque de Alba (rubricado)”272.
Estos fragmentos expresan muy bien que el estallido del conflicto se preveía in-
minente. Fueron los ataques del Pontífice contra los aliados de Carlos V y Felipe II en
Italia, entre ellos los Colonna, el argumento esgrimido como casus belli, ya que la pro-
tección de estos “obligó” al Rey Católico a entrar en la contienda. Así a comienzos de
septiembre de 1556 el Duque de Alba iniciaba las hostilidades contra las tropas papales,
a pesar de sus reticencias personales, entrando en Roma el día 17. Ante esto Paulo IV
inició las negociaciones de paz a fin de ganar tiempo a la espera de la llegada de refuerzos
franceses, que en enero de 1557 cruzaban los Alpes273. Los obcecados objetivos manda-
dos por Enrique II al Duque de Guisa, general del ejército galo, de tomar Nápoles, a pesar
de la insistencia del Duque de Ferrara de atacar el desguarnecido Estado de Milán, mar-
caron la suerte de Italia. A pesar de los éxitos iniciales a mediados de 1557, los franceses
tuvieron que retirarse del frente italiano debido a la resistencia en Nápoles, el ataque lan-
zado por el Duque de Alba y por la gran ofensiva en el norte de Francia, que permitió a
Felipe II obtener la victoria en la batalla de San Quintín del 10 de agosto de 1557. La
victoria en Italia se consiguió mediante la lucha en Francia274.
Las negociaciones de paz con el papado, sobre todo por la mala gestión del Duque
de Alba, acabaron imponiendo unas condiciones muy provechosas para Paulo IV, te-
niendo en cuenta su clara situación de derrota. Felipe II se negó a firmar el acuerdo rea-
lizado por Alba durante meses, aunque lo ratificó el 28 de febrero de 1558 tras la toma de
Calais por los franceses, tratado que, a pesar de la pérdida de reputación que suponía para
el monarca, quedó eclipsado por la victoria sobre Francia. Tras San Quintín Felipe II no
continuó su campaña hacia París, obviando los deseos que le transmitía su padre desde
Yuste, quien fallecía el 21 de septiembre de 1558. Los primeros contactos en pro de la
paz se iniciaron en primavera, aunque la guerra prosiguió hasta llegar a una situación de
272 Fernández Álvarez, Manuel., op. cit., vol. IV, pp. 276-277. Carta de Nápoles de agosto de 1556.
273 Ochoa Brun, Miguel Ángel., Historia de la diplomacia española, Vol. 6, pp. 20-26, Usunáriz, Jesús María., España
y sus tratados internacionales, p. 168, y Rodríguez Salgado, María Jesús., Carlos V, Felipe II y su mundo (1551-1559),
pp. 229-232 y 239-241.
274 Lapeyre, Henri., Las monarquías europeas del siglo XVI, p. 87, Ochoa Brun, Miguel Ángel., op. cit., Vol. 6, pp. 26-
27, Usunáriz, Jesús María., op. cit., p. 168, Rodríguez Salgado, María Jesús., op. cit., p. 242-245, Braudel, Fernand.,
El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II, vol. II, pp. 389-391.
tablas cuya salida era la paz, cada vez más acuciante ante los problemas internos y eco-
nómicos de ambas monarquías275.
Estas negociaciones tenían suma importancia para ambos monarcas ya que deter-
minarían su posición en la esfera internacional una vez dividido el Imperio de Carlos V.
Al final Enrique II fue quien solicitó las conversaciones oficiales de paz a principios de
octubre de 1558, proceso que se vio complicado por los intereses de las potencias aliadas
en el mismo, solamente permitiéndose a Inglaterra una representación independiente. Se
eligió como mediadora oficial a Cristina, Duquesa viuda de Lorena, debido a los intereses
implícitos del Pontífice Paulo IV y el Emperador Fernando I, y los dos monarcas, francés
e hispano, tuvieron que presionar a sus representantes para asegurar que se obtuviesen
resultados positivos. Por parte francesa negociaron en Cateau-Cambrésis el Condestable
de Montmorency, el Cardenal de Lorena, el Mariscal de Saint-André y Jean de Morvi-
lliers, mientras que del bando hispano fueron el Duque de Alba, Ruy Gómez de Silva,
Guillermo de Orange, Antonio Perrenot y el Conde de Feria, entre otros, enviando tam-
bién los ingleses cuatro miembros en su delegación276. De todos estos hechos dio cuenta
regularmente Felipe II al Duque de Sessa:
“Ya habréis entendido como habiéndose conocido plática de paz por los franceses y ofrecido
que propondrían medios honestos y razonables, yo tuve por bien de oírlos y di orden de que
viniesen al Lille el Condestable y Mariscal de Sant-Andrés, y envié al Príncipe de de Orange,
al Obispo de Arras y a Ruy Gómez de Silva para que se hablasen y comunicasen los medios
que se ofrecían, como lo hicieron en algunos días que allí se detuvieron. Después volvió Ruy
Gómez a darme razón de lo que se había tratado, y no habiéndose aún resuelto cosa ninguna
se ha concertado últimamente que de ambas partes se nombren (…) comisarios. Y así he nom-
brado yo además de los tres dichos al Duque de Alba y al Presidente Viglius, y otros tres in-
gleses por lo que toca a aquel reino, y el Rey de Francia ha nombrado con el Condestable y
Mariscal al Cardenal de Lorena, al Obispo de Orleans y al (…) su secretario, los cuales se
juntarán la semana que viene en un lugar entre éste mi ejército y Durlan para tornar a tratar
de esta plática. Y de lo que se hiciere os mandare dar luego aviso como lo hago de lo que hasta
aquí (…)”277.
275 Lapeyre, Henri., op. cit., p. 87, Ochoa Brun, Miguel Ángel., op. cit., Vol. 6, p. 26, Usunáriz, Jesús María., op. cit.,
pp. 168-170, Rodríguez Salgado, María Jesús., op. cit., p. 242, Braudel, Fernand., op. cit., vol. II, pp. 392-394.
276 Ochoa Brun, Miguel Ángel., op. cit., Vol. 6, p. 29, y Usunáriz, Jesús María., op. cit., p. 170.
277 AGS, E, Legajo 1209/74. Carta del 6 de octubre de 1558. Los documentos AGS, E, Legajo 1210/52-53 también
“De mano de su Majestad: Mañana se vuelven a juntar en Cateau-Cambrésis los mismos que
la otra vez a tratar de las pace, de lo que resultare se os irá avisando siempre (…)”278.
Los asuntos más difíciles de lidiar fueron los relativos a Saboya, Calais, y los
obispados de Metz, Toul y Verdún, los cuales parecieron insalvables en ciertas ocasiones,
aunque al final se acabó llegando a un acuerdo. El tratado de Cateau-Cambrésis fue fir-
mado el 3 de abril de 1559 y suponía la renuncia francesa a Milán, Córcega, Saboya y el
Piamonte, aunque mantenían cinco plazas fuertes en el ducado saboyano, Turín entre
ellas, pequeñas bases para mantener una política italiana que estaba en evidente declive.
Se devolvían los territorios conquistados durante la contienda, a excepción de Metz, Toul
y Verdún, que desde entonces quedaron bajo dominio francés, y Calais, plaza que el Rey
Cristianísimo ocuparía durante ocho años teniendo que devolverlo a Inglaterra después o
pagarle 500.000 escudos. La paz se sellaba con el matrimonio del duque Manuel Filiberto
de Saboya con Margarita de Francia, hermana de Enrique II, y de Felipe II con Isabel de
Valois, hija del Rey francés279.
Una vez firmada la paz, Felipe II informaba al Duque de Sessa mediante una carta
enviada el 4 de abril de 1559, en la que además se le adjuntaba toda la información nece-
saria para actuar en Milán conforme a lo capitulado en el tratado:
“(…) Porque ésta se escribe principalmente para enviaros con ello un traslado en español
sacado de la escritura y capitulación de la paz que se otorgó en francés, para que estéis adver-
tido y tengáis particular noticia de todo lo que contiene, y demás de esto se os envían aparte
los capítulos en francés que tocan a la restitución de las tierras del Piamonte, Marquesado de
Montferrato, la Córcega, tierras de la Toscana, casamiento del Duque de Saboya, comprensión
de los confederados y otras cosas de Italia, para que los veáis y sepáis cómo os habéis de hacer
con los ministros del rey de Francia en lo que tocare a vuestro cargo sobre el cumplimiento de
ellos (…)”280.
II- Los costes económicos de las guerras por el dominio de Italia para la Monarquía
Hispánica
281 En concreto sobre los costes y gastos militares destacan los documentos del AGS, E, Legajos 1201/112-114,
1202/30, 1204/2-4 y 1209/77-80.
282 Yun Casalilla, Bartolomé., Marte contra Minerva: El precio del Imperio español (1450-1600), Crítica, Barcelona,
Alfonso., (Editor), Dinero y crédito (Siglos XVI-XIX): Actas del primer coloquio internacional de historia económica,
Moneda y Crédito, Madrid, 1978, pp. 297-299.
Esto contrasta con la imagen ofrecida durante mucho tiempo por la historiografía
clásica sobre la quiebra de economía milanesa en el XVI, cuya causa se atribuye
normalmente a las guerras libradas en el mundo italiano. Esta interpretación es errónea,
ya que aunque es innegable que los conflictos bélicos ocasionaron serios inconvenientes
en el crecimiento de la economía lombarda, sobre todo en el primer cuarto del siglo XVI,
no deja de ser cierto que el Estado de Milán experimentó un proceso de crecimiento
económico importantísimo a la vez que se producía su incorporación en la Monarquía
Hispánica284. Por ello Lombardía no sería un estado ruinoso, económicamente hablando,
que supuso desembolsos infructuosos para la hacienda castellana285. Bien es verdad que,
décadas más tarde, esta inserción de Lombardía en la corona hispana, como sucedió en
otros estados italianos, y no exclusivamente por la relación con ésta, marcaría una
evolución de sus instituciones políticas que tuvo como efecto un aumento de la rigidez en
los sistemas productivos, más evidente con los problemas que comenzaron al final del
siglo, pero esto ni es relevante para lo que estamos tratando ni compete al periodo que se
está analizando286.
Ahora bien, aclarado este mito, algo que no puede negarse son los fuertes
desembolsos realizados por la Hacienda de Castilla, y parte también por la de Nápoles,
con destino a Milán desde 1535, lo que en cierta parte explica las interpretaciones de la
historiografía clásica287. Dos apuntes a matizar para comprenderlo.
284 Hay autores que apuntan que el crecimiento económico italiano en el siglo XVI fue una continuación de la tendencia
de los siglos anteriores, ya que el ritmo de crecimiento en Italia fue menor que en el norte de Europa, cuya pujanza fue
la más fuerte. Pero si bien esto es cierto, no por ello deja de ser significativo el crecimiento que experimentó la península
italiana, bien fuese por el mantenimiento de la tendencia anterior o no, ya que además de las guerras que asolaron el
territorio se tuvo que hacer frente a una mayor competitividad con el norte de Europa.
285 Hablo de hacienda castellana ya que era la hacienda de Castilla la que más dinero aportaba al sufragio de los gastos
Y en segundo lugar hay que tomar en cuenta el aspecto militar. En 1535 Milán
inicia su proceso de inserción en la Monarquía Hispánica, lo que desencadenó la
reanudación de la guerra entre los Habsburgo y los Valois, Carlos V y Francisco I,
destacándose en múltiples trabajos sobre historia militar del siglo XVI el considerable
aumento del número de soldados en los ejércitos tras la paz de Cambrai 288. El propio
Geoffrey Parker muestra este aumento cuando establece que antes de Cambrai los
ejércitos no superaban los 30.000 soldados, mientras que Carlos V reunió entre 1536/1537
a más de 60.000 hombres para la defensa de Milán y las campañas de Provenza, llegando
a tener el Emperador bajo sus órdenes más de 150.000 efectivos en 1552 (109.000 en
Alemania y Países Bajos, 24.000 en Lombardía, y el resto entre Nápoles, Sicilia y la
Península Ibérica)289.
288 Parker, Geoffrey., El ejército de Flandes y el camino español, pp. 40-41, y Alegre Peyrón, José María., El ejército,
gran protagonista de la política exterior de los Austrias españoles”, en VV.AA., La espada y la pluma: Il mondo militare
nella Lombardía spagnola cinquecentesca (Atti del convegno internazionale di Pavía 16-18 ottobre 1997), Mauro
Baroni, Viareggio (Lucca), 2000, pp. 12-17.
289 Parker, Geoffrey., op. cit., pp. 40-41.
290 Ribot García, Luis Antonio., “Las provincias italianas y la defensa de la Monarquía”, en Manuscrits, Universidad
aportó en las guerras de Carlos V y Felipe II, de cuyas aportaciones una gran parte fueron
a parar a Italia y a Milán291. Como no es mi intención extenderme demasiado en las cifras
de los costes económicos de los desembolsos de Castilla, remitiré a Ramón Carande si se
desea obtener una información detallada de la hacienda castellana y sus gastos durante el
reinado de Carlos V292. Solamente añadiré a continuación unos pocos datos que dan una
idea sobre la magnitud de los desembolsos realizados por Castilla.
291 Rodríguez Salgado, María Jesús., Carlos V, Felipe II y su mundo (1551-1559), pp. 85-86.
292 Carande, Ramón., Carlos V y sus banqueros, Crítica, Barcelona, 1987, vol. II, pp. 95-145, y vol. III, pp. 35-497.
Para saber más de los gastos de los gastos ordinarios de la corona y otros temas relacionados con la hacienda véase
Carande, Ramón., op. cit., vol. II, pp. 147-217, y Ulloa, Modesto., La Hacienda Real de Castilla en el reinado de Felipe
II, Fundación Universitaria Española, Madrid, 1977.
293 Alegre Peyrón, José María., op. cit., p. 17.
294 Rodríguez Salgado, María Jesús., op. cit., pp. 85-116, 183-193 y 233-245
295 Rodríguez Salgado, María Jesús., op. cit., p. 87.
296 Rodríguez Salgado, María Jesús., op. cit., pp. 88 y 102.
Estos pocos y simples datos ayudan a reflejar una realidad demostrada por las
diferentes investigaciones que se han citado, a saber, que el coste de los conflictos bélicos
tanto en Italia como en Europa supusieron un gran esfuerzo para las haciendas de los
estados de la Monarquía Hispánica, en concreto Castilla, que tuvo que realizar un esfuerzo
económico exorbitado para financiar las guerras llevadas a cabo por Carlos V y Felipe II.
Las cláusulas del tratado de paz de Cateau-Cambrésis fueron vistas por los
contemporáneos como una derrota diplomática de los franceses y una innegable victoria
para Felipe II, tal como en muchas ocasiones lo ha presentado la historiografía clásica.
Pero los avances en la ciencia histórica desde mediados del siglo XX han permitido sacar
a la luz muchos aspectos que han obligado a replantearse si en realidad el tratado
sancionaba la hegemonía hispana en Italia.
En primer lugar hay que fijarse en los sucesos que se estaban dando en Italia
durante los últimos años de la década de 1550. Las victorias del bando hispano según se
aproximaba el final de la guerra, así como el aumento de la reputación de Felipe II en
suelo italiano, permitieron el inicio de un proceso de aproximación de muchos de los
potentados de la Península Italiana a los Habsburgo. En cuanto a esto el destaca cambio
297Usunáriz, Jesús María., España y sus tratados internacionales, p. 177, Rodríguez Salgado, María Jesús., op. cit.,
pp. 453-463, Braudel, Fernand., El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II, vol. II, pp. 394-
395, y Fernández Álvarez, Manuel., Felipe II y su tiempo, Espasa-Calpe, Madrid, 2002, pp. 331-341.
La política seguida por Gonzaga, quien había visto reforzado su poder en Italia
por parte del Emperador desde 1551, acabó produciendo efectos contrarios a los deseados,
lanzando a los brazos de los franceses a varios de los potentados italianos, quienes
abogaban por un dominio indirecto de Carlos V fundado sobre el patronazgo de las
principales casa italianas, tal y como se había efectuado hasta unos pocos años antes. Si
a esto sumamos la aceptación por parte de Felipe II de que su acceso al trono imperial no
se produciría, se comprende el cambio de rumbo300:
“(…) Hasta el último momento, Felipe II no pretendió romper su dependencia para con el
Imperio – de quien por otra parte era feudatario -, convencido de que sin el apoyo de la
autoridad imperial que ostentaba su tío difícilmente podría mantener un control eficaz sobre
la parte italiana de su herencia. A estos efectos Felipe llegaría a solicitar a su tío el Vicariato
Este proceso se hallaba muy avanzado para la fecha en la que se firma Cateau-
Cambrésis. Por citar los ejemplos más importantes, Octavio Farnesio, Duque de Parma,
ante las inseguridades de la ayuda francesa, había llegado a un acuerdo con Felipe II en
301 Fernández Albaladejo, Pablo., “Imperio de por sí: La reformulación del poder universal en la temprana Edad
Moderna”, en Signorotto, Gianvittorio., L’Italia degli Austrias. Monarchia cattolica e domini italiani nei secoli XVI e
XVII, Cheiron, Año IX, Nº 17-18, I Semestre 1992, Mantua, 1993, p. 17.
302Fernández Albaladejo, Pablo., op. cit., p. 16.
303 Rodríguez Salgado, María Jesús., Carlos V, Felipe II y su mundo (1551-1559), pp. 245-246, Álvarez-Ossorio
Alvariño, Antonio., op. cit., pp. 48-49, Idem., The State of Milan and the Spanish Monarchy, pp. 111-112, y Rivero
Rodríguez, Manuel., op. cit., pp. 44-48.
304 Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio., Milán y el legado de Felipe II, p. 49, y Rodríguez Salgado, María Jesús., op.
octubre de 1556 que supuso su defección de la alianza con Francia. También el Duque de
Urbino acabó pasándose al bando hispano en mayo de 1558, lo que reducía
considerablemente los apoyos franceses en Italia, quedando Ferrara prácticamente aislada
y rodeada política y militarmente. Esto movió a su duque a buscar la avenencia con Felipe,
que aunque llegaría años más tarde, marcó ya para septiembre de 1558 una estrategia de
neutralidad por ambas partes. Y finalmente con Venecia se mantuvieron relaciones
amistosas tras la negativa de la República a sumarse a la Liga formada por el Pontífice y
Francia en 1556. Todo ello sumado a las alianzas con que ya contaba la Monarquía
Hispánica, de las que las más importantes eran Saboya, Florencia, Génova y Mantua, el
apoyo de importantes familias aristocráticas en Roma y otras regiones, y los territorios
bajo su dominio directo, Nápoles, Sicilia y Milán, hicieron que para 1557/1558 se viese
al sucesor de Carlos V como el candidato más idóneo para ostentar el domino en Italia,
granjeándose un amplio elenco de apoyos imposibles de solventar por Enrique II para
1559305.
Pero, ¿por qué estando en tal situación de ventaja Felipe II no creía poseer aún la
hegemonía en Italia? Bien, en cuanto a esto hay que subrayar que aunque se había
ratificado una preponderancia favorable a los Habsburgo y una declinación de la
influencia de los Valois, Francia, mediante lo establecido en los tratados de paz, seguía
manteniendo cinco plazas fuertes en Saboya y Piamonte, Turín y el Marquesado de
Saluzzo entre ellas307. Estas suponían una pequeña cuña para que los franceses pudiesen
inmiscuirse de nuevo en los asuntos italianos en un futuro, por lo que Cateau-Cambrésis
305
Rodríguez Salgado, María Jesús., op. cit., pp. 246-250.
306
Este título fue ratificado por Fernando I el 27 de febrero de 1559, del cual se halla una copia en el AGS, PTR, Legajo
44/13. Rodríguez Salgado, María Jesús., op. cit., pp. 250-253. Véase imagen V del repertorio gráfico, p. 120.
307
El Marquesado de Saluzzo había sido anexionado por Francia en 1549.
También hay que añadir frente a las tesis de la historiografía francesa clásica, que
considera los acuerdos de Cateau-Cambrésis como una catástrofe que reconocía la
preponderancia hispana y el abandono de los sueños italianos, las lecturas realizadas tanto
por Ruble como por Braudel, entre otros. El primero establece que el abandono de Italia
se había resarcido con creces por la anexión a Francia de los Obispados de Metz, Toul y
Verdún, y la toma de Calais, mientras que el segundo añade además el cambio de destino
en los intereses de la Monarquía Cristianísima hacia Inglaterra, lo que cambia la visión
de una aplastante derrota de Enrique II. La paz fue muy beneficiosa para la Monarquía
Hispánica porque no se perdió ningún territorio suyo, aunque sí del Imperio e Inglaterra,
pero para el reino franco supuso obtener unos territorios que expulsaban a los ingleses del
continente y le permitían introducirse en el Imperio309.
308 Usunáriz, Jesús María., España y sus tratados internacionales, pp. 177-179, Rodríguez Salgado, María Jesús., op.
cit., pp. 253-254, Braudel, Fernand., El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II, vol. II, pp.
394-395, y Fernández Álvarez, Manuel., La paz de Cateau-Cambrésis, pp. 533-534 y 544.
309 Usunáriz, Jesús María., op. cit., pp. 175-176, Braudel, Fernand., op. cit., vol. II, pp. 394-400, y Fernández Álvarez,
311 Usunáriz, Jesús María., op. cit., pp. 175-181, Braudel, Fernand., op. cit., vol. II, pp. 394-400, Fernández Álvarez,
Manuel., op. cit., pp. 530-544.
312 Usunáriz, Jesús María., op. cit., pp. 180-181, Braudel, Fernand., op. cit., vol. II, pp. 399-400, Fernández Álvarez,
“Génesis y primeros pasos de la Secretaría de Italia del Consejo de Estado (1543-1579)”, en Belenguer Cebrià, Ernest.,
Felipe II y el Mediterráneo. Volumen III: La Monarquía y los reinos (I), Sociedad Estatal para la Conmemoración de
los Centenarios de Felipe II y Carlos V, Madrid, 1999, pp. 39-63.
pieza vital del nuevo “imperio” de Felipe II y sus sucesores, lo que en el reinado de Felipe
III sería evidente al considerase que la categoría de Milán había pasado de ser llave de
Italia a corazón de la Monarquía Hispánica, en la cual se insertó hasta principios del siglo
XVIII315.
315
Para ver la importancia del Estado de Milán en el periodo de Felipe III véase Fernández Albaladejo, Pablo., “De
llave de Italia a corazón de la monarquía: Milán y la monarquía católica en el reinado de Felipe III”, en Pissavino,
Paolo., Signorotto, Gianvittorio., Lombardia borromaica, Lombardia spagnola (1554-1659), Bulzoni, Roma, 1995,
Vol. I, pp. 41-91. Véase imagen VI del repertorio gráfico, p. 121.
Conclusiones
En primer lugar huelga decir que se ha procurado cumplir los objetivos de esta
investigación y demostrar las hipótesis planteadas en un principio, siendo el resultado el
establecimiento de tres fases y diez momentos clave que marcan el proceso de incorpora-
ción del Estado de Milán a la Monarquía Hispánica. El lograr establecer esta evolución
que experimenta Milán en la historia política internacional del momento ha sido complejo
debido a que el proceso dependió en todo momento de la coyuntura política existente en
Europa, la cual estuvo marcada por la guerra y los medios económicos para realizarla más
que por la diplomacia. También jugaron un papel importante las ventajas e inconvenientes
que para Carlos V y su imperio supusieron en cada momento las tres grandes opciones
que a partir de 1535 se barajaron sobre el destino de Milán, a saber, la cesión a la órbita
francesa, la investidura en un potentado, bien italiano o bien foráneo, o el dominio directo
por parte de Carlos V, opciones que a su vez se subdividen en otras posibles alternativas
que complican aún más el estudio de dicho proceso.
La opción de una dominación directa fue posible en este periodo por lo ratificado
en la tregua de Niza de 1538 y las negociaciones llevadas posteriormente con Francia,
quedando confirmada por la investidura secreta del Príncipe Felipe como Duque de Milán
que Carlos V efectuó en 1540, quien como Emperador que era tenía la facultad de desig-
nar al nuevo gobernante una vez extinguida la dinastía anterior.
Las entrevistas de Busseto de 1543 entre Carlos V y el Pontífice Paulo III, que
marcan otro de los momentos clave del proceso, supusieron el inicio de la segunda fase,
la cual fue un periodo de incertidumbre en el que el Estado de Milán se movió entre varias
posibilidades de venta y cesión, confirmadas con la Paz de Crépy de 1544, la cual esta-
blecía la llamada “alternativa” de cesión al Duque de Orleans, segundo hijo del Rey de
Francia, de Milán o los Países Bajos. Frente a lo planteado en otras ocasiones, Carlos V
decidió ceder Milán, permitiendo únicamente la muerte del infante francés en 1545 la
anulación de lo pactado y la conservación del Estado de Milán bajo su control.
Milán la adaptación del modelo virreinal como sistema de gobierno a la realidad político-
jurisdiccional de Lombardía, lo cual se tratará de verificar.
Aparte de este tema existen otras muchas cuestiones de interés observadas durante
la investigación que pueden ser objeto de futuros estudios. Entre ellas profundizar sobre
el establecimiento de la hegemonía hispánica en Italia a mediados del siglo XVI y los
costes que dicha hegemonía supuso para la monarquía, la evolución económica del Estado
de Milán en dicho periodo o los efectos que produjeron en la sociedad lombarda los pro-
cesos político-económicos de la primera mitad del siglo XVI. La investigación de dichas
cuestiones supondrá un avance en el conocimiento histórico que dé respuesta a muchos
de los interrogantes que en la actualidad siguen existiendo sobre el Estado de Milán en la
época de Carlos V.
Fuentes y bibliografía
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Imagen I
Imagen II
Imagen III
Imagen IV
Imagen V
Imagen IV
Imagen VII