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Copia de Pilar de IngAndrew

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Andrew Carnegie

PILAR DE LA INGENIERIA
NORTEAMERICANA

Andrew Carnegie fue uno de los capitanes del capitalismo estadounidense del siglo XIX. Ayudó a
construir la formidable industria siderúrgica norteamericana, que lo llevó de ser un joven pobre a
uno de los hombres más ricos del mundo. Más tarde, Carnegie, arrepentido por muchos errores
cometidos durante su período de enriquecimiento personal, regaló su fortuna a instituciones
culturales, educativas y científicas para “mejorar a la humanidad”.

Primeros años

Nació en Dunfermline, una ciudad medieval de Escocia, en 1835. Esta ciudad era el centro de la
industria del lino en el Imperio Británico, y el padre de Andrew era tejedor, profesión que esperó
que su hijo siguiera. Pero la Revolución Industrial, que más tarde haría de Carnegie un magnate,
acabó con el arte del tejido a mano a través de los telares mecánicos impulsados a vapor, los
cuales llegaron a Dunfermline en 1847 e hicieron que cientos de tejedores se volvieran
prescindibles. En esa situación difícil, la madre de Andrew tuvo que trabajar para apoyar a la
familia abriendo una pequeña tienda de comestibles y reparando zapatos.

La ambición por ser rico marcó la vida de Carnegie desde muy pequeño. No obstante, también
creía en el igualitarismo político (la igualdad que promueve el socialismo), creencia que heredó de
su familia, pues su padre, su abuelo y tíos eran radicales escoceses que lucharon para abolir los
privilegios heredados y conseguir derechos laborales comunes ante la ley.

La madre de Andrew, que temía por la supervivencia de su familia, convenció a todos para que
huyeran de la pobreza en Escocia y se asentaran en América, donde parecía haber más
posibilidades de surgir. Ella tomó un préstamo de veinte libras para pagar la tarifa del trasatlántico
y, en 1848, los Carnegie llegaron a Pittsburgh, una ciudad oscurecida por las emisiones de gases de
combustión de las fábricas de hierro.
Tanto Andrew, de doce años, como su padre consiguieron trabajo en una fábrica de algodones por
un dólar con veinte céntimos a la semana que sólo alcanzaba para la subsistencia. Más tarde,
Andrew trabajó como recadero en la oficina de telégrafos de la ciudad. Era un muchacho
trabajador que cumplía sus asignaciones con la máxima eficiencia. Solían pedirle que entregara
mensajes al teatro; él se las arregló para hacerlas en las noches y así quedarse a mirar las
funciones de sus obras favoritas. En lo que sería una búsqueda del conocimiento y una afición por
la lectura, Carnegie también frecuentó una pequeña biblioteca que un benefactor local había
dispuesto para muchachos trabajadores como él.
Uno de los hombres que Carnegie conoció mientras trabajaba en la oficina de telégrafos
fue Thomas A. Scott, quien estaba comenzando su carrera como empresario ferroviario con el
Ferrocarril de Pensilvania. Scott se encariñó con Andrew, a quien comenzó a tratar de “Andy”, y lo
convirtió en su secretario y telegrafista personal por treinta y cinco dólares al mes.

Años más tarde, Scott se convirtió en superintendente de la División de Pittsburg y, al inicio de la


Guerra Civil (también conocida como la Guerra de Secesión), en 1861, fue contratado por el
gobierno para supervisar los transportes militares en el Norte del país. Para entonces, ya Carnegie
se había convertido en su discípulo y mano derecha.

Corazón de acero

La Guerra Civil sirvió de impulso para la industria siderúrgica ya que, al tiempo de terminar, se
comenzó a demandar más hierro para la reconstrucción y modernización de las vías férreas de
todo Estados Unidos. Carnegie vio potencial en esta industria y, deseoso de explorar nuevas
posibilidades de negocio en ella, dimitió de su cargo en el Ferrocarril de Pensilvania. Fue uno de
los movimientos más peligrosos que hizo en su carrera, ya que corría el riesgo de quedar en la
ruina, pero al final, resultó ser su decisión más acertada: Giró su atención a la sustitución de
puentes de madera por puentes de hierro y, en tres años, ya contaba con un ingreso anual de
aproximadamente cincuenta mil dólares.

Su proyecto más visionario al inicio de su carrera fue la construcción de un puente de un kilómetro


sobre el río Mississippi para conectar la ciudad de St. Louis con el lejano oeste. Antes ya se habían
intentado proyectos de puentes en esa misma zona, pero no se llevaron a cabo porque
bloqueaban el acceso de los barcos de vapor o simplemente no soportaban la fuerza de las aguas y
se caían. Carnegie supo que para poder lograr un puente lo suficientemente alto y resistente,
debía utilizar un material más fuerte que el hierro. Y pensó en el acero, lo cual fue
arriesgado pues era muy caro y nunca antes se había utilizado para la construcción de
infraestructuras. Aun así, Carnegie, que era un tipo con talento para el discurso, logró convencer a
muchos empresarios para que invirtieran en el proyecto.
No exento de problemas durante su construcción, y casi a punto de llevar a la quiebra a Andrew, el
puente sobre el Mississippi logró completarse en 1874 y eso no sólo catapultó al éxito en el
negocio del acero, sino que abrió nuevas posibilidades para la modernización de los Estados
Unidos usando ese mismo material para la construcción de edificios.

A pesar de haber roto relaciones comerciales con su mentor Thomas Scott, Andrew mantenía su
amistad y admiración por él, por lo que constantemente le enviaba cartas para expresarle sus
inquietudes y pedirle consejos. En una carta que le escribió a sus treinta y tres años, le dijo que
estaba abrumado con el hecho de que ahora su vida transcurría pensando en cómo hacer mucho
dinero rápidamente, y que estaba evaluando la posibilidad de jubilarse a los treinta y cinco años
de edad para dedicarse a estudiar y a leer.

Sin embargo, Carnegie, que no pudo contra su obsesión por el dinero, no pudo parar. Dos años
después de escribir la carta, implementó un nuevo proceso de refinación del acero que fue usado
por el inglés Henry Bessemer para aumentar la producción y calidad del rubro. Para eso, volvió a
hacer altas inversiones que le supusieron un montón de deudas, las cuales pudo pagar reduciendo
los costos de producción. Estas inversiones comenzaron a dar sus frutos con el inicio de la era del
acero en los Estados Unidos, que significó la edificación de rascacielos en ciudades como Chicago
y Nueva York.
Carnegie era el más insólito de los gigantes de la industria del Siglo XIX. Predicó sobre los
derechos de los trabajadores para formar sindicatos y exigir mejoras a sus patronos (recordemos
que su familia paterna luchó por los derechos laborales en Inglaterra). Sin embargo, sus acciones
no se correspondían con su retórica, pues los trabajadores de Carnegie Steel Company, a menudo
eran sometidos a condiciones infrahumanas.

Cuando Henry Frick, mano derecha de Andrew, ocupó el cargo de presidente de la compañía, las
jornadas laborales llegaron a ser de doce horas diarias, seis días a la semana, bajo supervisión
constante. Esto hizo que los trabajadores organizaran una huelga que fue disuelta en el
famoso Homestead Strike de 1892, por un grupo de mercenarios conocidos como el
grupo “Pinkerton”, contratados por Frick para amedrentar a los huelguistas. Ese evento dejó un
saldo de nueve obreros asesinados, lo que causó una ola de furia colectiva en Pensilvania que se
tradujo en atentados contra Frick y una afectación directa a la reputación de “hombre bueno” que
tenía Carnegie.

El hombre más rico de la historia

Hacia 1900, Carnegie Steel Company comenzó operaciones en Gran Bretaña, aunque la empresa
estaba en serios riesgos financieros y fue cuando el empresario y banquero J.P. Morgan vio una
oportunidad para hacerse con ella. Sorprendentemente, Carnegie, que estaba un tanto harto de
su vida en los negocios decidió que le vendería la compañía a Morgan y así tendría más tiempo
para compartir con su esposa Louise, con quien se había casado en 1886, y con su hija Margaret.
Acordó un precio de cuatrocientos ochenta millones de dólares. Al concretarse la transacción,
Andrew se convirtió en el hombre más rico del mundo, con un valor personal que en la
actualidad equivaldría a casi cuatro veces la fortuna de Bill Gates.

Para 1901, a la edad de sesenta y un años, la vida de Carnegie había cambiado drásticamente.
Arrepentido de muchas de las cosas que hizo en el pasado para obtener su dinero, decidió pasar el
resto de su vida haciendo obras de caridad, utilizando su fortuna para ayudar a muchas personas.
Al ser un fanático de la lectura, empezó por donar dinero a la Biblioteca Pública de Nueva
York para que ésta pudiera abrir más sucursales. En 1904, fundó el Instituto Carnegie de
Tecnología en Pittsburgh, que ahora es conocido como la Universidad de Carnegie-Mellon. Al año
siguiente, creó la Fundación Carnegie para el Progreso de la Enseñanza. Creó la Fundación
Carnegie para la Paz Internacional en 1910. Hizo otras numerosas donaciones, y se dice que más
de dos mil ochocientas bibliotecas se abrieron en Estados Unidos gracias a su apoyo financiero.

Además de sus intereses comerciales y de caridad, Carnegie disfrutó de viajar y conocer a figuras
líderes en muchos campos. Era amigo de Matthew Arnold, Mark Twain, William
Gladstone y Theodore Roosevelt (a quien supuestamente ayudó para que consiguiera la
presidencia de los Estados Unidos). También escribió varios libros y numerosos artículos. En su
artículo de 1889, llamado “Riqueza”, expuso que los que tienen grandes riquezas deben ser
socialmente responsables y utilizar sus activos para ayudar a otros. El tema se extendió en un
libro que publicó en 1900, llamado “El Evangelio de la Riqueza”.

Murió en 1919, en Lenox (Massachusetts), a la edad de ochenta y tres años, y hasta el sol de hoy
es recordado como uno de los grandes empresarios responsable del impulso a la modernidad.

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