Obra de Pineda
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Los sordos
ACTO 1
El viajero. (Apareciendo a espaldas del campesino.) ¡Eh, buen hombre…
¡Buen Hombre! (El campesino no le atiende.) ¡Ni que fuera sordo como yo! (le
toca un hombro) ¡Oiga!
El campesino. ¡Hola! ¿Qué tal? ¿Qué desea?
El viajero. Usted, que ha de conocer estos lados.
El campesino. Sí señor; Rudecindo Lagos, para servirle.
El viajero. Hágame el favor de hablar más alto, porque soy bastante sordo.
El campesino. Si no grita más, no podré entenderlo, porque soy un poco
torpe de oído.
El viajero. ¿Podría indicarme dónde queda la estancia “Los Leones”?
El campesino. ¡Claro que tienen fragancia mis melones! Es que son muy
buenos, le haré traer algunos para que los pruebe.
El viajero. ¿Nueve? ¿Nueve qué? ¿Nueve leguas? ¿Tanto? ¡No puede ser!
El campesino. (La patrona aparece en este momento.) Sí, ésta es mi mujer.
(A la patrona.) Oye. Tráele a este hombre una docena de melones, para que
elija algunos.
La patrona. ¡Ah, muy bien! ¿Así que este caballero quiere tener relaciones
con nuestra hija? Tanto gusto, señor. En seguida se la presentaremos.
(Gritando hacia el interior de la casa.) ¡Mariquita!… ¡Mariquita!… Esa chica
es más sorda que yo, todavía… Un momento, siéntese… (Se introduce en la
casa.)
El viajero. ¿De modo que usted dice que la estancia “Los Leones” queda a
nueve leguas de aquí?
El campesino. Sí, señor; se lo he dicho y se lo repito. La fragancia de mis
melones es exquisita… (Aparece la patrona.)
La patrona. No grites, hombre; aquí está Mariquita. (A su hija.) Bueno, hija
aquí tienes a tu pretendiente…
La sordita. Ay, mamá, ¿cuántas veces quiere que le diga que no me duelen
los dientes ni nada?
La patrona. ¿Qué no tiene nada? ¿Y tú qué sabes? A lo mejor resulta que es
rentista.
La sordita. ¡Mamá!, por favor, ¿para qué quiero yo un dentista, si no tengo
enferma la boca?
La patrona. Ya sabes que tu madre pocas veces se equivoca: ha de ser
rentista nomás.
El campesino. ¿Y los melones, mujer?
La patrona. Es lo que yo le digo, ¿por qué te pones así, hija?
El campesino. Pero, si no les traes ninguno, ¿cómo quieres que elija?
La patrona. Es que tú sabes cómo es esta niña; ella quiere salirse siempre
con la suya. (Al viajero.) Ésta es mi hija, se llama Mariquita.
El viajero. ¿Cómo cerquita, si su esposo me ha dicho que faltan nueve
leguas?
La patrona. (Al campesino.) ¿Qué dice este hombre de las yeguas?
El viajero. Sí, y como ya de luz quedan pocas horas.
La sordita. No, todavía no soy señora.
El viajero. No sé, ni siquiera si es bueno el camino.
La sordita. ¡Ah, yo no pretendo que usted sea adivino! Sólo le he dicho que
sigo soltera.
El viajero. ¡Ah!, ya entiendo: ¿llegando a la tranquera, sigo hasta la derecha?
¿Y de ahí, a “Los Leones”?
El campesino. ¡Ah!, como buenos le aseguro que son buenos. Y puedo
mandarle todos los que quiera…
El viajero. Sí, ya me dijo la señorita: de la tranquera, a la derecha.
La patrona. Yo no digo que usted no quiera a la chica, pero convendría que
fijara fecha…
El viajero. (Desapareciendo.) Bueno, hasta otra vez, y perdonen la molestia.
La patrona. ¡Oiga, oiga! ¡Más bestia será usted, atrevido!
El campesino. ¿Qué? ¡Tiene razón!, no iba a esperar hasta mañana que le
trajeras los melones.
La patrona. Y no. Jamás consentiré que nuestra hija tenga relaciones con
semejante gente.
La sordita. Déjelo que se vaya; total, aquí a nadie le duelen los dientes.
El campesino. No es que te lo reproche, pero hubiera comprado tres o
cuatro…
La sordita. ¡Ay, qué bueno eres, papá! ¿Oyes, mamá? Dice que nos llevará
al teatro a ver las comedias.
La patrona. ¡Cierto! Ya me había olvidado que tenía que zurcirle las medias.
¿Sabes dónde he dejado la lana azul?
La sordita. ¡No me digas! ¿La comedia de Barba Azul? ¡Qué bonito título!
¡Ay, qué contenta estoy, madre mía!
La patrona. Es lo que digo siempre a tu padre: ¡que Dios nos conserve esta
armonía! Porque el día que nos entendamos, esta casa será un infierno…
FIN.