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TEXTOS EvAU

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1.

Pues bien, querido Glaucón, debemos aplicar íntegra esta alegoría a lo que
anteriormente ha sido dicho, comparando la región que se manifiesta por medio de la
vista con la morada-prisión, y la luz del fuego que hay en ella con el poder del sol;
compara, por otro lado, el ascenso y contemplación de las cosas de arriba con el camino
del alma hacia el ámbito inteligible, y no te equivocarás en cuanto a lo que estoy
esperando, y que es lo que deseas oír. Dios sabe si esto es realmente cierto; en todo caso,
lo que a mí me parece es que lo que dentro de lo cognoscible se ve al final, y con
dificultad, es la idea del Bien. Una vez percibida, ha de concluirse que es la causa de todas
las cosas rectas y bellas, que en el ámbito visible ha engendrado la luz y al señor de ésta, y
que en el ámbito inteligible es señora y productora de la verdad y de la inteligencia, y que
es necesario tenerla en vista para poder obrar con sabiduría tanto en lo privado como en
lo público (Platón, La República, Libro VII, 517a-d, en PLATÓN, Diálogos IV. La República,
trad. De Conrado Eggers, Madrid, Gredos, 1986, p. 342).
2. El hombre, es por naturaleza, un animal cívico *…+ La razón de que el hombre sea un
ser social, más que cualquier abeja y que cualquier otro animal gregario, es clara. La
naturaleza, pues, como decimos, no hace nada en vano. Sólo el hombre, entre los
animales, posee la palabra. La voz es una indicación del dolor y del placer; por eso la
tienen también los otros animales. (Ya que su naturaleza ha alcanzado hasta tener
sensación del dolor y del placer e indicarse estas sensaciones unos a otros.) En cambio, la
palabra existe para manifestar lo conveniente y lo dañino, así como lo justo y lo injusto. Y
esto es lo propio de los humanos frente a los demás animales: poseer, de modo exclusivo,
el sentido de lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto, y las demás apreciaciones. La
participación comunitaria en éstas funda la casa familiar y la ciudad (ARISTÓTELES, Política,
trad. de Carlos García Gual, Madrid, Alianza, 1986, libro I, cap. 2, pp. 43-44).
3. Donde no se dé la justicia que consiste en que el sumo Dios impere sobre la sociedad y
que así en los hombres de esta sociedad el alma impere sobre el cuerpo y la razón sobre
los vicios, de acuerdo con el mandato de Dios, de manera que todo el pueblo viva de la fe,
igual que el creyente, que obra por amor a Dios y al prójimo como a sí mismo; donde no
hay esta justicia, no hay sociedad fundada en derechos e intereses comunes y, por tanto,
no hay pueblo, de acuerdo con la auténtica definición de pueblo, por lo que tampoco
habrá política, porque donde no hay pueblo, no puede haber política (AGUSTÍN DE
HIPONA, La ciudad de Dios, XIX, cap. 23 [trad. propia]).
4. Para la salvación humana fue necesario que, además de las materias filosóficas, cuyo
campo analiza la razón humana, hubiera alguna ciencia cuyo criterio fuera lo divino. Y 7
esto es así porque Dios, como fin al que se dirige el hombre, excede la comprensión a la
que puede llegar sólo la razón. Dice Isaías 64,4: ¡Dios! Nadie ha visto lo que tienes
preparado para los que te aman. Sólo Tú. El fin tiene que ser conocido por el hombre para
que hacia Él pueda dirigir su pensar y su obrar. Por eso fue necesario que el hombre, para
su salvación, conociera por revelación divina lo que no podía alcanzar por su exclusiva
razón humana. Más aún. Lo que de Dios puede comprender la sola razón humana,
también precisa la revelación divina, ya que, con la sola razón humana, la verdad de Dios
sería conocida por pocos, después de muchos análisis y con resultados plagados de
errores. Y, sin embargo, del exacto conocimiento de la verdad de Dios depende la total
salvación del hombre, pues en Dios está la salvación. Así, pues, para que la salvación
llegara a los hombres de forma más fácil y segura, fue necesario que los hombres fueran
instruidos acerca de lo divino, por revelación divina. Por todo ello se deduce la necesidad
de que, además de las materias filosóficas, resultado de la razón, hubiera una doctrina
sagrada, resultado de la revelación (TOMÁS DE AQUINO, Suma de Teología, I, c. 1, art. 1,
trad. de José Martorell, Madrid, B.A.C., 2001, pp. 85 – 86; también se puede encontrar en
http://www.dominicos.org/publicaciones/Biblioteca/suma1.htm )
5. Pero me parece que se ha de afirmar que de la potestad regular y ordinaria concedida y
prometida a S. Pedro y a cada uno de sus sucesores por las palabras de Cristo ya citadas
*“lo que atareis en la tierra, quedará atado en el cielo”+ se han de exceptuar los derechos
legítimos de emperadores, reyes y demás fieles e infieles que de ninguna manera se
oponen a las buenas costumbres, al honor de Dios y a la observancia de la ley evangélica
*…+ Tales derechos existieron antes de la institución explícita de la ley evangélica y
pudieron usarse lícitamente. De forma que el papa no puede en modo alguno alterarlos o
disminuirlos de manera regular y ordinaria, sin causa y sin culpa, apoyado en el poder que
le fue concedido inmediatamente por Cristo. Y si en la práctica el Papa intenta algo contra
ellos [los derechos de los emperadores y reyes], es inmediatamente nulo de derecho. Y si
en tal caso dicta sentencia, sería nula por el mismo derecho divino como dada por un juez
no propio (G. DE OCKHAM, Sobre el gobierno tiránico del Papa. Trad. P. Rodríguez. Madrid,
Tecnos, 2001, pp. 60-61 [traducción adaptada]).
6. Persistiendo, pues, en su primera decisión de desprestigiarme a mí y a mis cosas por
todos los medios posibles, sabiendo cómo yo en mis trabajos de astronomía y de filosofía
sostengo, sobre la constitución de las partes del mundo, que el Sol, sin cambiar de lugar,
permanece ubicado en el centro de las revoluciones de las esferas celestes, y que la Tierra
que se mueve sobre sí misma, gira en torno a él; y además oyendo que voy confirmando
tal posición, no sólo refutando los argumentos de Ptolomeo y de Aristóteles, sino
aportando otros muchos en su contra, y especialmente algunos referidos a los efectos
naturales, cuyas causas tal vez no puedan explicarse de otra forma, y otros astronómicos
dependientes del conjunto de los recientes descubrimientos celestes, los cuales
claramente refutan el sistema ptolemaico y concuerdan y confirman admirablemente esta
posición; y tal vez desconcertados por la reconocida verdad de otras proposiciones
afirmadas por mí, distintas de las
comúnmente sostenidas, y desconfiando ya de su defensa, mientras permaneciesen en el
campo filosófico, se han decidido a intentar proteger las falacias de sus discursos con la
capa de una fingida religión y con la autoridad de las Sagradas Escrituras, utilizadas por
ellos con poca inteligencia, para la refutación de razonamientos ni entendidos ni conocidos
(GALILEO, Carta a Cristina de Lorena, trad. M. González, Madrid, Alianza, 1987, pp. 64-65).
7. Pero, siendo mi propósito escribir algo útil para quien lo lea, me ha parecido más
conveniente ir directamente a la verdad real de la cosa que a la representación imaginaria
de la misma. Muchos se han imaginado repúblicas y principados que nadie ha visto jamás
ni se ha sabido que existieran realmente; porque hay tanta distancia de cómo se vive a
cómo se debería vivir, que quien deja a un lado lo que se hace por lo que se debería hacer,
aprende antes su ruina que su preservación: porque un hombre que quiera hacer en todos
los puntos profesión de bueno, labrará necesariamente su ruina entre tantos que no lo
son. Por todo ello es necesario a un príncipe, si se quiere mantener, que aprenda a poder
ser no bueno y a usar o no usar de esta capacidad en función de la necesidad
(MAQUIAVELO, El príncipe. Trad. M. A. Granada, Madrid, Alianza, p. 83).
8. Así, a causa de que nuestros sentidos nos engañan algunas veces, quise suponer que no
había ninguna cosa que fuera como las imágenes que ellos nos transmiten de esa cosa. Y
como hay hombres que se equivocan al razonar, incluso en cuanto a las cuestiones más
simples de la geometría y cometen en ellas razonamientos falsos, juzgando que yo estaba
expuesto a equivocarme como cualquier otro, rechacé como falsas todas las razones que
había tomado antes por demostradas. En fin, considerando que todos los pensamientos
que tenemos cuando estamos despiertos nos pueden venir también cuando dormimos, sin
que haya ninguno que, por tanto, sea verdadero, resolví fingir que todas las percepciones
que hasta entonces habían entrado en mi mente no eran más verdaderas que las ilusiones
de mis sueños. Pero enseguida me di cuenta de que, mientras quería pensar así que todo
era falso, era necesario que yo, que lo pensaba, fuese algo. Y notando que esta verdad
pienso luego existo era tan firme y tan segura que hasta las más extravagantes
suposiciones de los escépticos no eran capaces de hacer tambalear, juzgué que la podía
recibir sin escrúpulo como el primer principio de la filosofía que buscaba (R. DESCARTES,
Discurso del método, IV [traducción propia]).
9. Para que las supremas autoridades del Estado conserven mejor el poder y no haya
sediciones, es necesario conceder a los hombres la libertad de pensamiento y gobernarlos
de tal forma que, aunque piensen de distinta manera y tengan ideas manifiestamente
contrarias, vivan en concordia. Es indudable que esta forma de gobernar es la mejor y la
que tiene menos inconvenientes, pues concuerda mejor con la naturaleza de los hombres.
En efecto, en el estado democrático (que es el que más se acerca a lo natural) todos
acuerdan actuar según leyes comunes, pero no pensar igual; es decir, como todos los
hombres no pueden pensar y razonar igual, han pactado que lo que recibiera más votos
tuviera fuerza de ley y que podrían cambiar esa ley si encontraban algo mejor. Así pues,
cuanta menos libertad para expresar su opinión se
concede a los hombres, más lejos se está de lo más natural y, por tanto, con más violencia
se gobierna (B. SPINOZA, Tratado Teológico-Político, cap. XX [traducción propia]).
10. No es la diversidad de opiniones (lo que no puede evitarse), sino la negativa a tolerar a
aquellos que son de opinión diferente (que podría ser permitida) lo que ha producido
todos los conflictos y guerras que ha habido en el Cristianismo a causa de la religión. La
cabeza y los jefes de la Iglesia, movidos por la avaricia y el deseo insaciable de dominar a
todos, utilizando la ambición sin límites de las autoridades políticas y la crédula
superstición de multitudes atolondradas, han levantado, en contra de lo que dice el
Evangelio y la caridad, a las autoridades y a las masas en contra de los que tienen ideas
diferentes en religión, predicando que los cismáticos y los herejes deben ser expoliados de
sus posesiones y destruidos. Y así han mezclado y confundido dos cosas que son en sí
mismas completamente diferentes, la Iglesia y el Estado (J. LOCKE, Carta sobre la
tolerancia [trad. propia]).
11. Cuando un hombre denomina a otro su enemigo, su rival, su antagonista, su
adversario, se entiende que habla el lenguaje del egoísmo y que expresa sentimientos que
le son peculiares y que surgen de su propia situación y de circunstancias particulares. Pero
cuando otorga a cualquier hombre los epítetos de vicioso, odioso o depravado, habla
entonces otro lenguaje, y expresa sentimientos con los que espera que todo su auditorio
estará de acuerdo. Por lo tanto, aquí debe apartarse de su situación privada y particular, y
debe escoger un punto de vista que sea común a él y a los demás. Debe mover algún
principio universal de la constitución humana y pulsar una cuerda en la que toda la
humanidad esté de acuerdo y en armonía. Si, por tanto, quiere decir que este hombre
posee cualidades cuya tendencia es perniciosa para la sociedad, ha escogido este punto de
vista común, y ha tocado el principio de humanidad en el que todos los hombres
concurren en cierto grado. (D. HUME, Investigación sobre los principios de la moral,
Sección IX, 1. Trad. de Gerardo López Sastre. Madrid, Austral, 199, pp. 144-145).
12. Si se investiga en qué consiste el bien más grande de todos, el que debe ser la meta de
todo sistema legislativo, veremos que consiste en dos cosas principales: la libertad y la
igualdad. La libertad, porque si permitimos que alguien no sea libre estamos quitando
fuerza al Estado; la igualdad, porque la libertad no puede subsistir sin ella. Ya he dicho lo
que es la libertad civil. En cuanto a la igualdad, no hay que entender por ella que todos
tengan el mismo grado de poder y de riqueza; antes bien, en cuanto al poder, que nunca
se ejerza con violencia, sino en virtud del rango y las leyes, y, en cuanto a la riqueza, que
ningún ciudadano sea tan rico como para poder comprar a otro, ni ninguno sea tan pobre
como para ser obligado a venderse (J. J. ROUSSEAU, El contrato social, libro II, cap. 11
[traducción propia])
13. Si se echa una ligera ojeada a esta obra [la Crítica de la razón pura] se puede quizá
entender que su utilidad es sólo negativa: nos advierte que jamás nos aventuremos a
traspasar los límites de la experiencia con la razón especulativa. Y, efectivamente, ésta es
su primera utilidad. Pero tal utilidad se hace inmediatamente positiva cuando se 10
reconoce que los principios con los que la razón especulativa sobrepasa sus límites no
constituyen, de hecho, una ampliación, sino que, examinados de cerca, tienen como
resultado indefectible una reducción de nuestro uso de la razón, ya que tales principios
amenazan realmente con extender de forma indiscriminada los límites de la sensibilidad, a
la que de hecho pertenecen, e incluso con suprimir el uso puro (práctico) de la razón *…+
Ello se ve claro cuando se reconoce que la razón pura tiene un uso práctico (el moral)
absolutamente necesario, uso en el que ella se ve inevitablemente obligada a ir más allá
de los límites de la sensibilidad (I. KANT, Crítica de la razón pura. Trad. de P. Ribas, Madrid,
Alfaguara, 1978, p. 24).
14. Ahora yo digo: el hombre, y en general todo ser racional, existe como fin en sí mismo,
no sólo como medio para usos cualesquiera de esta o aquella voluntad; debe en todas sus
acciones, no sólo las dirigidas a sí mismo, sino las dirigidas a los demás seres racionales,
ser considerado siempre al mismo tiempo como fin. Todos los objetos de las inclinaciones
tienen sólo un valor condicionado, pues si no hubiera inclinaciones y necesidades fundadas
sobre las inclinaciones, su objeto carecería de valor. Pero las inclinaciones mismas, como
fuentes de las necesidades, están tan lejos de tener un valor absoluto para desearlas, que
más bien debe ser el deseo general de todo ser racional el librarse enteramente de ellas.
Así pues, el valor de todos los objetos que podemos obtener por medio de nuestras
acciones es siempre condicionado. Los seres cuya existencia no descansa en nuestra
voluntad, sino en la naturaleza, tienen, empero, si son seres irracionales, un valor
meramente relativo, como medios, y por eso se llaman cosas; en cambio los seres
racionales llámanse personas porque su naturaleza los distingue ya como fines en sí
mismos, esto es, como algo que no puede ser usado meramente como medio, y, por tanto,
limita en ese sentido todo capricho (y es un objeto de respeto) (I. KANT, Fundamentación
de la metafísica de las costumbres. Trad. de M. García Morente, Madrid, Espasa Calpe,
1983, pp. 82 y 83)
15. ¿En qué consiste, entonces, la enajenación del trabajo? Primeramente en que el
trabajo es externo al trabajador, es decir, no pertenece a su ser; en que en su trabajo, el
trabajador no se afirma, sino que se niega; no se siente feliz, sino desgraciado; no
desarrolla una libre energía física y espiritual, sino que mortifica su cuerpo y arruina su
espíritu. Por eso el trabajador sólo se siente en sí fuera del trabajo, y en el trabajo fuera de
sí. Está en lo suyo cuando no trabaja y cuando trabaja no está en lo suyo. Su trabajo no es,
así, voluntario, sino forzado, trabajo forzado. Por eso no es la satisfacción de una
necesidad, sino solamente un medio para satisfacer las necesidades fuera del trabajo. Su
carácter extraño se evidencia claramente en el hecho de que tan pronto como no existe
una coacción física o de cualquier otro tipo se huye del trabajo como de la peste. El trabajo
externo, el trabajo en que el hombre se enajena, es un trabajo de autosacrificio, de
ascetismo. En último término, para el trabajador se muestra la exterioridad del trabajo en
que éste no es suyo, sino de otro, en que no le pertenece; en que cuando está en él no se
pertenece a sí mismo, sino a otro. Así como en la religión la actividad propia de la fantasía
humana, de la mente y del corazón humanos, actúa sobre el individuo
independientemente de él, es decir, como una actividad extraña, divina o diabólica, así
también la actividad del trabajador no es su propia actividad Pertenece a otro, es la
pérdida de sí mismo (K. Marx, 11
Manuscritos: Economía y filosofía. Trad. de F. Rubio. Alianza, Madrid, 1986, p. 108).
16. Tres transformaciones del espíritu os menciono: cómo el espíritu se convierte en
camello, y el camello en león, y el león, por fin en niño *…+ ¿Qué es pesado? así pregunta
el espíritu paciente, y se arrodilla, igual que el camello, y quiere que se le cargue bien *…+
¿Acaso no es: humillarse para hacer daño a la propia soberbia? ¿Hacer brillar la propia
tontería para burlarse de la propia sabiduría? *…+ Con todas estas cosas, las más pesadas
de todas, carga el espíritu paciente: semejante al camello que corre al desierto con su
carga, así corre él a su desierto. Pero en lo más solitario del desierto tiene lugar la segunda
transformación: en león se transforma aquí el espíritu, quiere conquistar su libertad como
se conquista una presa, y ser señor en su propio desierto. Aquí busca a su último señor:
quiere convertirse en enemigo de él y de su último dios, con el gran dragón quiere pelear
para conseguir la victoria. ¿Quién es el gran dragón, al que el espíritu no quiere seguir
llamando señor ni dios? “Tú debes”, se llama el gran dragón. Pero el espíritu del león dice
“yo quiero” *…+ Crear valores nuevos -tampoco el león es aún capaz de hacerlo: mas
crearse libertad para un nuevo crear- eso sí es capaz de hacerlo el poder del león. Crearse
libertad y un no santo incluso frente al deber: para ello, hermanos míos, es preciso el león
*…+ Pero decidme, hermanos míos, ¿qué es capaz de hacer el niño que ni siquiera el león
ha podido hacerlo? ¿Por qué el león rapaz tiene que convertirse todavía en niño?
Inocencia es el niño, y olvido, un nuevo comienzo, un juego, una rueda que se mueve por
sí misma, un primer movimiento, un santo decir sí *…+ Tres transformaciones del espíritu
os he mencionado: cómo el espíritu se convirtió en camello, y el camello en león, y el león,
por fin, en niño (F. NIETZSCHE, Así habló Zaratustra, Madrid, Alianza, 1984, pp. 49-51).
17. ¿Pero cuántos géneros de oraciones hay? ¿Acaso aserción, pregunta y orden? ─Hay
innumerables géneros: innumerables géneros diferentes de empleo de todo lo que
llamamos «signos», «palabras», «oraciones». Y esta multiplicidad no es algo fijo, dado de
una vez por todas; sino que nuevos tipos de lenguaje, nuevos juegos de lenguaje, como
podemos decir, nacen y otros envejecen y se olvidan. (Una figura aproximada de ello
pueden dárnosla los cambios de la matemática). La expresión «juego de lenguaje» debe
poner de relieve aquí que hablar el lenguaje forma parte de una actividad o de una forma
de vida. Ten a la vista la multiplicidad de juegos de lenguaje en estos ejemplos y en otros:
dar órdenes y actuar siguiendo órdenes, describir un objeto por su apariencia o por sus
medidas, fabricar un objeto de acuerdo con una descripción (dibujo), relatar un suceso,
hacer conjeturas sobre un suceso, formar y comprobar una hipótesis, presentar los
resultados de un experimento mediante tablas y diagramas, inventar una historia y leerla,
actuar en teatro, cantar a coro, adivinar acertijos, hacer un chiste y contarlo, resolver un
problema de aritmética aplicada, traducir de un lenguaje a otro, suplicar, agradecer,
maldecir, saludar, rezar (L. WITTGENSTEIN. Investigaciones filosóficas. Traducción de A.
García Suárez y U. Moulines. Barcelona: Crítica, 1988, § 23, pp. 39-41).

18. La vida humana es una realidad extraña, de la cual lo primero que conviene decir es
que es la realidad radical, en el sentido de que a ella tenemos que referir todas las demás,
ya que las demás realidades, efectivas o presuntas, tienen de uno u otro modo
que aparecer en ella.
La nota más trivial, pero a la vez la más importante de la vida humana, es que el hombre
no tiene otro remedio que estar haciendo algo para sostenerse en la existencia. La vida
nos es dada, puesto que no nos la damos a nosotros mismos, sino que nos encontramos
en ella de pronto y sin saber cómo. Pero la vida que nos es dada no nos es dada hecha,
sino que necesitamos hacérnosla nosotros, cada cual la suya. La vida es quehacer. Y lo más
grave de estos quehaceres en que la vida consiste no es que sea preciso hacerlos, sino, en
cierto modo, lo contrario; quiero decir, que nos encontramos siempre forzados a hacer
algo, pero no nos encontramos nunca estrictamente forzados a hacer algo determinado,
que no nos es impuesto este o el otro quehacer, como le es impuesta al astro su
trayectoria o a la piedra su gravitación. Antes que hacer algo, tiene cada hombre que
decidir, por su cuenta y riesgo, lo que va a hacer (J. ORTEGA Y GASSET, “Historia como
sistema” en Historia como sistema y otros ensayos de filosofía, Madrid, Revista de
Occidente/Alianza, 1981, pp. 13-14).
19. Estamos solos, sin excusas. Es lo que expresaré diciendo que el hombre está
condenado a ser libre. Condenado, porque no se ha creado a sí mismo, y sin embargo, por
otro lado, libre, porque una vez arrojado al mundo, es responsable de todo lo que hace. El
existencialista no cree en el poder de la pasión. No pensará nunca que una bella pasión es
un torrente devastador que conduce fatalmente al hombre a ciertos actos y que por
consecuencia es una excusa; piensa que el hombre es responsable de su pasión. El
existencialista tampoco pensará que el hombre puede encontrar socorro en un signo dado
sobre la tierra que le orienta; porque piensa que el hombre descifra por sí mismo el signo
como prefiere. Piensa, pues, que el hombre, sin ningún apoyo ni socorro, está condenado
a cada instante a inventar el hombre (J. P. SARTRE, El existencialismo es un humanismo,
Trad. V. Prati. Barcelona, Orbis, 1984, pp. 68-69).
20. [Cuando hay un debate ético en el que participan personas de diferentes credos
religiosos y diferentes culturas] las perspectivas iniciales de los participantes, que tienen su
raíz en su propia religión y cultura, van “descentrándose” *los participantes van dejando
de ver todo desde su propia perspectiva para ir poniéndose en el lugar de los otros+ cada
vez con más fuerza *…+ a medida que el proceso de interrelación mutua de las diferentes
perspectivas se va acercando a la meta de la inclusión completa. Resulta interesante
constatar que la práctica de la argumentación ética apunta ya, por su propia dinámica, en
esta dirección de que el participante en un debate ético salga de su propia y exclusiva
posición para incluirse en la posición del otro. Si atendemos al punto de vista del diálogo,
bajo el cual sólo obtienen aceptación aquellas normas morales que son igualmente buenas
para todos, el discurso racional aparece como el procedimiento más apropiado [para
resolver un conflicto ético], ya que se trata de un procedimiento que asegura la inclusión
de todos los afectados y la consideración equitativa de todos los intereses en juego (J.
HABERMAS, “Acción comunicativa y razón sin trascendencia”, en Entre naturalismo y
religión, Trad. P. Fabra. Barcelona, Paidós, 2006, p. 55 [traducción adaptada]). 13

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